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¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al
mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!». Como precisamente
estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes
risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño
pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá
embarcado? ¿Habrá emigrado? -así gritaban y reían todos alborotadamente.
Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas
su Requiem aeternam deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó
siempre esta única frase: «¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y
panteones de Dios?». (La Gaya Ciencia, 125)
Para profundizar porque esto es así, es conveniente conectar este pasaje Nietzscheano
con un pasaje de una obra distinta: El Ocaso de los Idolos. El pasaje en concreto está
titulado “Como el Mundo Verdadero se Convirtió en una Fábula: Historia de un Error”
y es el siguiente:
Platón
Nietzsche detecta el origen de esta idea en la antigua Grecia, concretamente, en los
escritos de Platón (aunque ideas similares eran promulgadas por otros pensadores
anteriores como Pitágoras y Parménides). Platón, como es conocido, creía que la
verdadera esencia de los entes empíricos no se encontraba en este mundo, sino que
existía en un mundo inmaterial al que solo podía accederse mediante reflexión
filosófica. Por eso Nietzsche indica que en esta etapa se dice que este mundo solo es
accesible “al sabio, al virtuoso”, es decir, al filósofo antiguo. Es importante notar que, si
bien el acceso a este mundo está reservado solo para una élite intelectual, en esta etapa
no hay duda alguna que ese mundo es real, accesible, y alcanzable.
Sin embargo, la idea no permanece estática, sino que evoluciona. El cristianismo y su
teología entran en el flujo histórico se fusionan con filosofía griega, creando un nuevo
trasfondo intelectual en Europa. La creencia de que existen dos mundos persiste, pero la
idea pierde su original abstracción intelectual y se moraliza. Aquella “realidad detrás de
la realidad” es ahora entendida como Dios y el mundo futuro. El mundo que nos rodea
es una corrupción del mundo perfecto que Dios creó originalmente y que restaurará al
Final de los Tiempos. El ente que imbuye de realidad a este mundo ya no son las ideas
platónicas, sino la entelequia divina: el “mundo real” existe solo en la mente de Dios y
el acceso a Dios se consigue mediante una actitud moral y no intelectual. El mundo real
sigue siendo accesible, pero ya no para el filósofo, sino para el santo y el místico.
Immanuel Kant
La siguiente etapa de este error se encuentra en la filosofía de pensadores como Kant.
En efecto Kant, (filósofo nacido en Königsberg, por lo que a es el a quien Nietzsche
alude al decir que la idea se vuelve koenigsburguense) propuso que existe una distinción
entre el mundo como se nos aparece a nosotros y el mundo como “realmente” es. En
efecto, Kant intuyó que nuestra percepción del mundo viene “filtrada” por nuestro
aparato cognitivo por lo que el mundo perceptible no puede corresponder al mundo “en
sí mismo”. Sin embargo, a pesar de que sea imposible percibir “el mundo en sí mismo”
para Kant (ya que cualquier percepción debe necesariamente hacerse a través de
categorías cognitivas), este simultáneamente sostuvo que ciertos
conceptos morales podían anclarse en este mundo imperceptible. Concretamente, Kant
pensaba que Dios, el libre albedrío y la inmortalidad del alma eran ideas que, a pesar de
no encontrar sustento en el mundo empírico, quizá encontraban su realidad en ese
mundo imperceptible. Con esto Kant pretendió “blindar” estos conceptos morales de la
crítica y falsificación empírico-científica, pero lo hace a un enorme costo: la creencia en
Dios, el libre albedrío y la inmortalidad del alma devienen conceptos inaccesibles,
que deben ser aceptados por fe sin evidencia empírica alguna.
La siguiente etapa en la evolución de la idea es el principio de su final. Si el “mundo
real” realmente no ejerce ningún efecto empírico o causal en el mundo que percibimos,
¿qué diferencia hace que este exista o no? He aquí el instinto positivista: es imposible
de hablar de aquello que no produce una diferencia en el mundo perceptible, ya que
nuestro propio lenguaje está anclado al mundo perceptible. Hablar de un ente oculto
detrás de la percepción del ente es absurdo. Aquí Nietzsche tienen en mente a los
positivistas de su día, pero su descripción también es aplicable a positivista más
contemporáneos como los que eran parte del Círculo de Viena. La actitud positivista
elimina la idea del mundo real haciéndola superflua. El “mundo real” pasa a ser una
extraña ficción. Lo único que es “real” a partir de ahora es aquello que se pueda
examinar, medir y probar mediante experimento científico.
INCIPIT ZARATHUSTRA
Zarathustra
En efecto, la pérdida del mundo “real” causa una sensación de pérdida de significado y
valor precisamente porque nuestra cultura, erróneamente, ha creído desde la antigüedad
que el valor solo puede provenir de una realidad no-empírica. Occidente se acostumbró
a creer que el valor del mundo solo podía provenir de un segundo mundo, pero esto,
para Nietzsche, fue desde el inicio un error. El nihilismo, la creencia que nada en el
mundo posee valor o significado, es el resultado inevitable no de la pérdida de fe en el
“mundo real”, sino la creencia errada que el valor solo podía provenir de ese segundo
mundo invisible. El nihilismo, por lo tanto, es una especie de resaca que aparece cuando
la droga, que es Hipótesis de los Dos Mundos, deja de tener efecto.
Nietzsche le gusta recordarnos que la sociedad pre-cristiana, la greco-romana, pudo
encontrar valor en el mundo empírico que la rodeaba. En efecto, las sociedades paganas
de la antigüedad, si bien creían en lo sobrenatural, no anclaban su concepto de valor en
un mundo oculto. La vida para estos antiguos tenía valor propio: se justificaba a si
misma sin la necesidad de un dios que la bendiga tras el telón.
Así, en contra del nihilismo, Nietzsche propone empezar de nuevo y aprender a valorar
este mundo como real y valioso sin necesidad de apelar a realidades invisibles. De este
modo, la angustia expresada por el loco que anuncia la Muerte de Dios debe de ser
entendida en conjunto con el optimismo que trae la prédica del Zaratustra de Nietzsche,
el profeta del futuro que anuncia una nueva forma de entender el valor, significado y la
moral sin Dios.
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A veces son llamativos y nos atraen los tonos de espejismos grises, aunque la conciencia
del vacío puede ser más honda. Entonces vivirías en el espacio crónico que deja la
ausencia infinita de no encontrarte a ti mismo.
Todos pisamos parajes distintos e inhóspitos, la fragilidad emocional, la sensibilidad
Humana, y el miedo son motivaciones, son carencias que generan codependencias, la
búsqueda de un apoyo inconsciente.
Tal vez sientas en algún momento que la gente te empuja y otros te aceptan. Son
circunstancias normales, susceptibles de manipulaciones que no les faltan a los
vendedores de remedios, pócimas, y menjurjes, chamanes de luna llena.
A la gente nos encanta una etiqueta, el laberinto gira como un tío vivo buscando la salida,
a todo lo que parezca inconformidad, mientras tanto, los chirridos suenan de tanto moler lo
viejo, al giroscopio le falta grasa.
Las encrucijadas se bifurcan, los caminos retornan, y la llama de tu identidad se enciende
o se apaga según los valores que tu espiritualidad alcanza.
Según tu proyecto de vida, si los miedos te atrapan, te pondrás el disfraz que más te
plazca, para complacer a la audiencia. Y como siempre saldremos a representar un papel
de líneas mal aprendidas.
Tal vez la respuesta sea más sencilla y habita dentro de nosotros mismos, mas adentro en
tu alma, y no en lo que otros quieran señalarte. Por eso la autenticidad vibra dentro de tu
individualidad y no en reminiscencias que copian conductas colectivas de emociones
vacías sin ser verdaderos proyectos permanentes. Tú tienes la palabra. Tú decides.