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Para reformar la justicia

César Azabache Caracciolo

No podemos comenzar los debates sobre la reforma sin cerrar el proceso de retiro de quienes
han sido alcanzados por la crisis de las grabaciones. El señor Hinostroza sigue siendo Juez
Supremo, aunque esté suspendido. El Juez Decano de la Suprema tiene ahora la palabra. Antes
de elegir un nuevo presidente la Corte, el Decano debe hacer que Hinostroza acoja la invitación
a renunciar que ya le hizo el Pleno.

El Fiscal de la Nacion, luego de asumir de manera innecesariamente ruda el cargo (pudo aclarar
antes el contenido de sus conversaciones con Hinostroza ante la Junta de fiscales supremos), ha
tenido la gran idea de concentrar a las fiscalías del caso Odebrecht en un solo equipo. Falta sin
embargo una señal que nos termine de convencer que se mantendrá dentro y no fuera del clima
de reforma que debe consolidarse entre nosotros.

Resueltas estas cosas tocará discutir los fundamentos de la política judicial.

Entre todas las ideas puestas sobre la mesa, encuentro tres movimientos urgentes que debemos
encarar si queremos iniciar un proceso de refundación del judicial que merezca ser tomado en
serio. El primero de estos movimientos consiste en reducir la Corte Suprema, renunciando a
toda designación provisional y prohibir regresar a lo mismo en el futuro. El segundo consiste
en suprimir la rotación de juezas y jueces que ahora se hacen año a año y durante el año, porque
el cambio permanente de rostros en el judicial nos impide saber quién estará al frente de cada
juzgado o sala la semana, el mes o el año que viene. El tercer movimiento consiste en reubicar
los juzgados de primera instancia de manera que estén lo más cerca posible de los lugares en
que vivimos, en nuestros distritos.

De los tres, este último me parece imprescindible.

Es muy sencillo. Usted que me lee sabe sin duda donde está la comisaría más cercana al lugar
en que vive. Sabe a qué centro de salud debe ir si lo necesita. Sabe probablemente quién es su
alcalde. Pero ¿sabe quién es el Juez al que debe acudir si necesita protección, si le han causado
un daño que requiere se reparado o si alguien ha cometido en su agravio un delito? ¿No
tenemos acaso derecho, como ciudadanos, a tener lo más cerca que sea posible un Juez con
rostro, nombre y apellido, al que podamos pedir protección, reparación o castigo? ¿No se trata
también de eso el fundamento del Estado? Si no tenemos ni siquiera eso ¿de qué sistema
judicial queremos hablar?

El tipo de responsabilidad y compromiso que buscamos en la judicatura es imposible de lograr


si juezas y jueces no se vuelven visibles para la ciudadanía.

Necesitamos por supuesto Salas Nacionales y equipos de fiscales especializados para los grandes
crímenes y para los grandes casos legales. Pero junto a las Salas Nacionales necesitamos
también un sistema sencillo, liviano y accesible que nos permita reconocer en la justicia un
espacio abierto de formación de reglas sobre lo justo cotidiano. Si queremos implantar la
justicia en nuestro tejido social tenemos que sacarla de los edificios enormes y apiñados en que
ahora se esconde y repensarla en relación directa con mujeres y hombres concretos.

Claro, junto con esta redefinición vendrán miles de problemas legales y financieros que habrá
que resolver. ¿Nos costará? Sin duda. Y aunque aún no se ha hecho el cálculo, probablemente
nos costará mucho. Pero esto es lo que ocurre cuando se deja deudas impagas. El esfuerzo se
multiplica cuando se postergan las soluciones de los problemas imprescindibles por toda la
eternidad..

El traslado de juzgados deberá contar con acuerdos con las municipalidades para que ellas
faciliten la implantación de locales apropiados en el menor tiempo posible. En paralelo la
fiscalía, que ya anda en ese intento, debe expandir sus propios programas de municipalización.
La parte más difícil de lograr será implantar centro de detenciones temporales Distritales, y al
mismo tiempo lanzar de una vez el programa de grilletes electrónicos, que resultan
imprescindibles si el sistema debe expandirse por este camino.

Nuestra reforma requiere establecer una relación honesta entre quienes integral el sistema y las
comunidades específicas con las que deben interactuar. No reformaremos la justicia cambiando
el modo en que se escriben sentencias o se almacenan expedientes. Y ni siquiera la
reformaremos actualizando sus soportes tecnológicos. Reformaremos la justicia si logramos
juezas y jueces que entiendan que su cometido es proteger mujeres, niños y grupos vulnerables,
proveer a los afectados reparaciones que compensen daños sufrido y asegurar que quienes
cometen delitos sean castigados oportunamente.

Si no modificamos el ambiente institucional en que nos movemos para implantar


independencia, imparcialidad e inamovilidad al sistema; sin no instalamos a la judicatura en el
centro de nuestras preocupaciones morales, cambiemos lo que cambiemos, regresaremos a lo
mismo.

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