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Gonzalo Lamana
To cite this article: Gonzalo Lamana (2001) Definir y dominar. Los lugares grises en el Cuzco
hacia 1540, Colonial Latin American Review, 10:1, 25-48, DOI: 10.1080/10609160120049326
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representante, y que como tal habõ´a concedido a los reyes de España el dominio
sobre las nuevas tierras. Al entrar en contacto con un grupo indõ´gena la
compañõ´a debõ´a leerle el requerimiento; según éste respondiese positiva o
negativamente al reconocimiento del Rey cristiano se abrõ´a, jurõ´dicamente, la
alternativa de un sometimiento pacõ´ co o una guerra justa.
Las respuestas de los indios fueron lógicamente variadõ´simas, como lo
muestra Hanke (1949; 1982, 66– 70), y de hecho desde el momento mismo de su
creación el texto despertó polémicas en todos los ámbitos; se ha cuestionado su
efectividad, su derecho a disponer de lo ajeno, su estructura legal, sus propósitos,
etc. Un cambio de visión al estudiar el requerimiento ha sido propuesto por
Pietschmann (1989) al resaltar que éste fue pensado para los españoles y no para
los indios. Sus principales destinatarios eran, paradójicamente, los hombres de
las huestes de conquista; ante éstos se rea rmaba el encuadre polõ´tico y jurõ´dico
que regulaba el apoderamiento de esas tierras “sin dueño”. Junto con las
capitulaciones , el requerimiento formaba el marco legal a través del cual la
Corona a rmaba el carácter estatal de las empresas que, en la práctica, estaban
lejos de su control, a un tiempo que preparaba el terreno para su intervención
sobre los conquistadore s cuando contase con los medios y la oportunida d polõ´tica
de hacer efectiva su presencia. Asimismo, el requerimiento acallaba las voces de
los sectores crõ´ticos de la Iglesia que alentaban dudas en las huestes de conquista
y tranquilizaba la conciencia real. Finalmente, rea rmaba la posición de España
ante las demás potencias católicas que habõ´an quedado fuera del reparto colonial
(Pietschmann 1989, en especial 80– 82).
El énfasis que Pietschmann pone en de nir a las compañõ´as de conquista
como las destinataria s del requerimiento resuelve en gran parte las estériles y
prolongadas polémicas en torno a su contenido, pero deja de lado los efectos que
tenõ´a para los indios (aunque éstos no lo fuesen). En efecto, al mismo tiempo que
establecõ´a el marco para una ‘guerra justa’ el documento sentaba las bases por
las que los reyes de España eran los sucesores de la soberanõ´a que los señores
naturales habõ´an tenido sobre los territorios y pueblos incorporados a la Corona
(Pietschmann 1989, 96– 99, 105, 122), los cuales no por ello perdõ´an su señorõ´o.
Es por eso que la aceptación del requerimiento por parte de los indios—situación
considerada ideal por la Corona—producõ´a en la práctica una situación perversa
tanto para éstos como para la compañõ´a de conquista.
Más allá de las asimetrõ´as, al reconocer la autoridad del rey, el señor natural
abrõ´a las puertas a una relación pacõ´ ca con los cristianos, a cambio de la cual
conservarõ´a su autoridad a un tiempo que reconocõ´a la del rey por sobre la suya.
En los hechos, el máximo representante del rey en esas tierras que acababan de
ser incorporadas era el capitán de la compañõ´a, cuyo primer objetivo era
recuperar el capital que habõ´a invertido en la empresa. Este tenõ´a ante sõ´ un
problema no menor generado por la forma jurõ´dica: el señor natural habõ´a
aceptado la autoridad real, por lo que no podõ´a proceder, simplemente, a
apoderarse de su tierra y sus vasallos sino que debõ´a reconocer su autoridad. Esto
implicaba para el capitán llevar adelante un complicado balance entre su propio
interés, la presión de la hueste, las razones militares y la eventual intervención
directa o indirecta de la Corona.4
Concebido originalmente para ser leõ´do frente a poblaciones de baja
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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540
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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540
La cita es iluminadora: en breve indica que Paullu Inca recibõ´a, hacia 1540,
ocho años después de la captura de Atahualpa en Cajamarca y en el centro
hispano más importante del Perú, tributo en tiempo de trabajo de parte de
curacas que estaban encomendados en conquistadores . Lo hacõ´an en
reconocimiento a su gura como Inca, entregándole en este caso maõ´z, el cultivo
de mayor prestigio simbólico en los Andes (Murra 1975, cap. 2). Este acto hacõ´a
blanco en el centro de la contradicción de la colonia temprana: los
encomenderos, empujados por su ambición señorial, encontraban intolerable que
entre ellos y sus indios se entrometiera la gura de un Inca. El ejercicio por parte
de los indios de la posición vasallos libres de Su Majestad, para los
conquistadore s meramente un formulismo legal, en su forma concreta resultaba
incompatible con los roles que para ellos podõ´a haber en la sociedad colonial.
Ante el con icto entre lo formal y lo real Morales reacciona reclamando que
lo primero se haga efectivo, “V. Magestad mande que el dicho Paulo pueda
senbrar donde quisiere no haziendo perjuiçio a los españoles e que los yndios e
caçiques naturales le puedan senbrar chacaras e dalle lo que por bien tuvieren
no haziendo falta a sus amos en el tributo ni en el serviçio sin que los dichos
amos lo estorben ni enpidan” (AGI, patronato 185, ramo 24, 39v). Es decir, era
tan importante la resistencia de los encomenderos a la autoridad de Paullu Inca
como Inca, como el hecho de que los curacas respondiese n con rmándola. El
efecto subversio que tenõ´a que un curaca diese tributo a su encomendero y sin
embargo reconociera a otro señor era multiplicado por la difõ´cil coyuntura
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GONZALO LAMANA
económica de esos años, ya que las guerras civiles que involucraba n tanto a
cristianos como a indios habõ´an producido una caõ´da aguda de la producción
agrõ´cola disparando los precios (Assadourian 1994).
Este ejemplo, por un lado, muestra la importancia práctica de la gura del
señor natural: tanto la autoridad de Paullu Inca como la decisión de los curacas
irritaban a los conquistadores , ya que limitaban la ambición polõ´tica y la
exacción económica española. Por otro, hace que la cita de Murúa referente a los
problemas que existõ´an en el Cuzco presentada más arriba comience a cobrar
sentido: la versión de que el orden que regõ´a la ciudad era el sólo el español
queda en evidencia como parte de la pretensión de los conquistadore s por
imponer su hegemonõ´a, pero no como un hecho ya consumado. Los espacios de
la dominación y la resistencia se tornan confusos.
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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540
El hecho de que las alturas re ejan la posición social de las personas es un
elemento común en la etnografõ´a, extendido en diferentes culturas y tiempos.
Según Cobo, en los Andes esto se respetaba aún en contextos domésticos, donde
sólo el señor tenõ´a derecho a estar sentado en el dúho en tanto que los demás
presentes debõ´an sentarse en el piso, en señal de inferioridad.18 En el espacio
público el protocolo de las tianas seguõ´a una estricta jerarquõ´a, la cual indicaba
qué clase de señor tenõ´a derecho a estar situado a qué altura del piso, y sobre qué
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GONZALO LAMANA
dadas las encomiendas comenzó una segunda era, que durarõ´a hasta el
establecimiento de la Audiencia de Lima (1544). Pero aún entonces, aunque los
indios estaban ya encomendados, no se tenõ´a una idea clara de dónde estaban,
ni existõ´a un dominio efectivo. Salvo en el caso en que la encomienda incluõ´a
poblaciones cercanas a las ciudades
pocos venõ´an a servir ni se tenõ´an quenta con tributo, sino cada uno pedõ´a a su
caçique lo que avõ´a menester de comida, y serviçio, y él se lo traõ´a; y los que
estaban más lexos yvan en persona con los soldados que les pareçõ´an necesario
para su siguridad, y llegados a su provinçia, pedõ´an lo que podõ´an sacar, y
bolvõ´anse; y de todo lo que les davan partõ´an con los que yvan con ellos. (Polo
de Ondegardo [1561] 1940, 157)
Dentro de esta era, Polo destaca la importancia del n del alzamiento de Manco
Inca:
en esta hera vino otro tienpo y pasó en medio del alçamiento de la tierra, y
vinieron en conosçimiento de los rrepartimientos y los yndios de sus amos
y a entender que podõ´an exentarse de la jurisdicción y dominio el inga y
echar los governadores, y acudieron a seruir a sus encomenderos. (Polo de
Ondegardo [1561] 1940, 157)
través de las alianzas matrimoniales que incluõ´an a los cristianos en las redes
nativas de parentesco que de modo general regulaban las relaciones sociales. Es
decir, los conquistadore s seguramente se eximieron de considerar la legitimidad
de su relación con los curacas como un problema, ya que su superiorida d militar
lograba que fueran obedecidos, ello no implica que ésta no fuese importante en
la de nición de las lealtades desde el punto de vista nativo. Las élites étnicas que
rechazaban la autoridad incaica tal vez estuviesen prestas a escapar al control del
Tawantinsuyu a cualquier precio, pero las que estaban más rmemente
integradas a su estructura evaluaron la presencia española de modo distinto. Y
esto no se reducõ´a a apoyar la resistencia de Manco Inca en Vilcabamba.
En suma, al reconsiderar las amenazas a la posición de Paullu Inca
presentadas en un principio la imagen cambia radicalmente. Según Hemming
(1982) los rumores que circulaban en el Cuzco lo acusaban absurdamente de
tener intenciones de rebelarse uniéndose a Manco Inca, en tanto que algunos
españoles de baja condición, envidiosos de su riqueza, procuraban robarle. Es
decir, el desafõ´o a la dominación española provenõ´a de Manco Inca, en tanto que
Paullu Inca enfrentaba los inconveniente s inherentes a su débil condición de Inca
tõ´tere. Creo haber demostrado que la situación era substancialment e distinta:
Paullu Inca constituõ´a un problema en sõ´, independientement e de su relación con
Vilcabamba. En los rumores y los abusos no habõ´a envidia o debilidad sino, en
primer lugar, objetivos polõ´ticos de parte de muchos conquistadores . Era un
intento por resolver en blanco y negro un espacio gris que escapaba a la
oposición dominantes-dominado s tal y como ha sido habitualmente presentada.
ocurrõ´a hacia 1540 era más complejo, ya que el orden y las piezas estaban en
movimiento, de niéndose al mismo tiempo que de nõ´an.
De Certeau, junto con la preeminencia del lugar sobre el tiempo extrae otras
dos consecuencias de la posesión de un lugar propio. La primera es controlar los
objetos y las prácticas que entran en su espacio y reducirlas a su orden.26
Evidentemente la dominación no se reducõ´a al resultado de las batallas, al
ejercicio de la superiorida d militar, sino que tenõ´a que ir, consecuentemente,
extendiéndose sobre los diferentes lugares de producción de la vida social. Los
españoles estaban lejos de poder hacer esto en el Tawantinsuyu. Como hemos
visto, aunque las crónicas sugieren que eran los conquistadore s quienes regõ´an un
escenario cada vez menos militar, su control efectivo era muy restringido. Desde
esta perspectiva las di cultades españolas en el establecimiento de la dominación
no se circunscribieron solo a la lõ´nea imaginaria Manco Inca-Vilcabamba-Tierra
Liberada, sino que incluyeron otras situaciones con dinámicas menos
espectaculares y gloriosas; no blancas o negras sino grises, y por tanto más
difõ´cilmente registrables.
La segunda consecuencia que extrae de Certeau es especialmente pertinente:
“Il serait légitime de dé nir le pouvoir du savoir par cette capacité de
transformer les incertitude s de l’histoire en espaces lisibles” (1990, 60, it.
original). Si bien el autor lo presenta como la constitución de un tipo de saber
propio, institucionalizado , literalmente es también la pretensión de dotar a los
procesos históricos de un orden del cual éstos carecen inicialmente . Creo que el
caso que he presentado tiene la particularidad de inscribirse en un perõ´odo
especialmente confuso, de haber sido generado a través de, y de haber ido
generando, situaciones sui generis. La posición de Paullu Inca y su ejercicio del
lugar de Inca no fue una continuidad de la autoridad propia previa ni un premio
de parte de los cristianos, sino algo más complejo e inde nible.
Al intentar contestar la pregunta de cuán Inca era Paullu Inca la di cultad es
la misma que al querer de nir cuál era la situación. Ante los distintos registros
puede pensarse que los testimonios de la información de Melchor Carlos Inca
de enden el punto de vista favorable a Paullu Inca porque era el ordenamiento
de la historia preparado; que los cronistas muestran una hegemonõ´a cristiana
porque su tarea era presentarse como dominadores ante el Rey; y que Morales
ataca a los conquistadore s porque sólo se interesaba por el orden regio y
católico.
De este modo la alternativa en 1537 serõ´a: o los curacas reconocõ´an a Almagro
y el rol incaico se resumõ´a a la derrota de Manco Inca, o por el contrario los
curacas reconocõ´an a Paullu Inca y en realidad era la disputa entre Incas la que
ordenaba el escenario y los cristianos sólo tenõ´an un papel menor. Si en cambio
uno considera que las diferencias entre los testimonios no eran producto de
confabulaciones—en el sentido de deformaciones conscientes y calculadas—sino
que re ejan lo que cada uno veõ´a, la solución es distinta y abre el espacio a
nuevos análisis: cada uno declara de acuerdo con lo que creõ´a que estaba
ocurriendo. La forma de sus testimonios muestra cómo signi caban los hechos,
cómo interpretaban lo que iba sucediendo. Los incas veõ´an enfrentamientos
entre Incas y los cristianos entre cristianos. Y los curacas debõ´an enfrentar
esa alternativa al reconocer a ambos, tanto a Almagro como a Paullu Inca,
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GONZALO LAMANA
y las formas institucionale s que podrõ´an haberlas contenido iban siendo creadas
en lugar de ser simplemente rea rmadas. En resumen, no sólo no podõ´an estar
de nidos los lugares propios que constituõ´an el escenario, sino que tampoco
podõ´an estarlo las relaciones sociales que encauzaban las acciones apropiadas en
esos lugares.
La conquista era una realidad necesariamente performativa. Por un lado la
cédula que nombraba a Francisco Pizarro como gobernador era sólo un papel
hasta que se estableciera el statu-quo, el cual debõ´a ser necesariamente negociado
en el caso de una entidad polõ´tica como el Tawantinsuyu. Por otro, la gura
del señor natural sostenõ´a legalmente la posibilida d de que Manco Inca
fuese señor de señores. Al mismo tiempo, los cristianos eran sumamente
disruptivo s para el protocolo y poder incaico. Por tanto, cada una de las acciones
que ambos llevaban adelante tenõ´a como efecto—si no como objeto—de nir
permanentemente los atributos de la forma instituciona l a la que supuestamente
respondõ´an (gobernador e Inca respectivamente). Estas se iban rede niendo,
reconstruyendo , de manera continua, y eran de igual modo sometidas a
desafõ´os internos y externos dentro de un contexto necesariamente de tonos
grises.
Una vez producido el alzamiento de Manco Inca, las acciones se tornaron más
cercanas a la rea rmación que implica una forma que las sustenta. Desde
entonces la disputa por la posesión del territorio entre este Inca y los
conquistadore s compartió una lógica tradicional, la del enfrentamiento bélico
como forma de de nir quién lo posee. Al crear un estado neo-inca, Manco Inca
de nió su “lugar propio”; un espacio aislado donde poder cumplir con las
acciones según su forma tradicional, es decir, de modo prescriptivo. Esto le
permitió a rmar el ejercicio de su poder. Como contraparte de ese mismo acto,
al conseguir desembarazarse del lugar gris que generaba la presencia de un señor
natural los conquistadore s consideraron terminada la conquista. Es por eso que
las crónicas muestran una progresiva desaparición de los Incas en sus relatos y
de ahõ´ en más lo relevante pasa a ser los enfrentamientos entre conquistadores.
Siguiendo a Cieza de León (c. 1550) pasan de Conquista y descubrimiento a Las
guerras civiles del Perú. Las lõ´neas se hacen netas.
Pero el proceso no era lineal: Paullu ejercõ´a su poder como Inca en el Cuzco
relativizando el cambio. El orden que regõ´a la ciudad, a través del cual los
conquistadore s pretendõ´an de nirla como lugar propio, les era en gran parte
ajeno. Allõ´ las acciones de los cristianos y de Paullu Inca fueron nuevamente
performativas por el hecho de haber estado compitiendo dentro de un contexto
incierto en el cual las formas sociales estaban en duda. Asõ´ cada acción generaba
su propia validez y su signi cado, de niendo la relación social que la habrõ´a
contenido. Es decir, ¿qué es aquel que da tianas y recibe tributo? (¿Qué es aquel
que tiene una cédula de encomienda?) Era un ser Inca que iba cobrando sentido
en un espacio compartido con los conquistadores , por tanto sui generis. En parte
su sentido estaba dado por la respuesta de los curacas, y es por eso que ésta
resultaba tan con ictiva para algunos conquistadores .
Es la potencia del acto como creador de formas sociales lo que intento
destacar tanto en la presencia de Paullu Inca en el Cuzco en 1540 como en el
intento de Diego de Almagro de ser gobernador en 1537. Ambas fueron acciones
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GONZALO LAMANA
performativas antes que prescriptivas: su alcance concreto, los atributos que esos
tõ´tulos iban a tener, eran inciertos (al igual que su suerte), y dependõ´a de quién
y cómo lo interpretase y respondiese. En este momento histórico las acciones
estaban especialmente lejos de la reiteración mecánica; por el contrario, tenõ´an
un fuerte cariz de conciencia en su realización, eran tomas de decisión que
forjaban realidades, las rea rmaban o las cuestionaban, en vez de sencillamente
desarrollarse dentro de ellas.
Dentro de este contexto con ictivo la Corona pudo imponer la validez de la
gura del señor natural. Esta entra dentro de la categorõ´a de los enunciados
generales que, presentados como consensuales, desprovisto s de con ictos, en
realidad encubren las tensiones propias del ejercicio del poder. No podõ´a ser
rechazada ya se sustentaba en la misma base que lo hacõ´an los reyes europeos.
Al reconocer la naturaleza humana de los indios y su gobierno, y la autoridad
papal en concordancia con los requerimientos de su polõ´tica interior y exterior,
la Corona convirtió la conquista lisa y llanamente en un traspaso de soberanõ´a
de esos indios a los reyes Católicos (si los nativos no eran capaces de gobernarse
no habõ´a cesión de soberanõ´a posible, y la conquista se hubiera transformado en
un ‘todo vale’, donde cada uno se hubiera apropiado individualment e de cuanto
tuviese a su mano). Esta lógica en su forma extrema hubiera reducido el rol de
los encomenderos a cobrar su tributo, alejándolos de los indios y haciéndolos
simples ejecutores de la potestad regia de la Corona.29
En resumen, mi intención ha sido mostrar que la progresiva sustitución de la
dominación incaica por la cristiana fue mucho más compleja que el n de la
coherencia en Cajamarca en 1532 o su simple continuidad en Vilcabamba. La
presencia de dos órdenes socioculturale s distintos que no estaban estructurados
aún, y de luchas intestinas cuyo sentido se rede nõ´a en un contexto alterado,
produj o no sólo alianzas cambiantes sino formas sociales y lugares cambiantes.
Parafraseando la controvertida distinción de Lévi-Strauss, la temperatura de este
tiempo histórico era especialmente caliente.
Fue la alternancia entre la incertidumbre creada por la existencia de zonas
grises con un predominio de acciones performativas y la seguridad de áreas netas
con predominio de acciones prescriptivas lo que caracterizó el perõ´odo que no
fue Tawantinsuyu ni colonia, y su eliminación lo que de nió la consolidación del
régimen colonial. Para ahondar su estudio es necesario abandonar la visión
producida por las mismas crónicas—y aún hoy habitual, de una trama legible y
determinada, en la cual la dominación transcurre a través de la disputa por
formas sociales de nidas entre guras nõ´tidas de corte heroico.
Notas
* El presente artõ´culo ha sido posible gracias a la Beca de Iniciación a la Investigación otorgada
por la Universidad de Buenos Aires (FFyL), la Beca de Estancia otorgada por la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos (Sevilla) y los fondos del proyecto PIP-Conicet (Argentina)
46/49. Agradezco a Roxana Boixadós, Marta Madero y Marõ´a Pita la lectura de borradores y
sus inspiradoras sugerencias, a Enrique Tandeter y Ana Marõ´a Lorandi su con anza y ayuda,
y a los lectores anónimos de la Colonial Latin American Review sus comentarios.
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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540
1
La literatura sobre la conquista de los Incas es extensa. Tomo como ejemplo el libro de John
Hemming (1982) por ser aún hoy la más acabada sõ´ntesis de ‘los hechos’ que ocurrieron durante
la misma. Sus lineamientos han sido seguidos por la mayorõ´a de los trabajos puntuales
posteriores que estudian la relación entre incas y españoles.
2
Si bien para simpli car la presentación me referiré a Paullu Inca y Manco Inca de modo
individual los concibo siempre como la parte visible de las distintas fracciones polõ´ticas al
interior de la élite incaica.
3
La sorprendente diversidad y complejidad de las situaciones se ve con plenitud en el libro de
Hanke (1949).
4
En el Perú ya en 1535 el obispo de Panamá fue enviado a scalizar la tarea polõ´tica y económica
de Francisco Pizarro. Vicente de Valverde, primer Obispo del Perú, serõ´a su inmediato sucesor
(Varón Gabai 1996, 86– 103).
5
Para una sõ´ntesis del perõ´odo ver Hemming (1982). La coronación de Túpac Huallpa está en
páginas 97– 113.
6
Como es sabido, al llegar los españoles el imperio incaico se encontraba envuelto en una guerra
sucesoria de varios años en la que los conquistadores tomaron parte activamente. Atahualpa
encabezaba la fracción con base en Quito en tanto Huáscar—y luego Manco Inca—la que
operaba desde el Cuzco (ver: Hemming 1982, 13– 194; Guillén Guillén 1979; y Vega 1992).
7
El lugar que tuvieron los “señores naturales” en la polémica sobre el futuro gobierno del Perú
durante las décadas de 1550 y 1560 es analizado por Assadourian (1987).
8
El documento en sõ´ carece de fecha, sólo está anotado al margen “1541”. Por otra parte, su
tratamiento en el Consejo dio lugar a una serie de provisiones reales asentadas en el cedulario
de la Audiencia de Lima, que comienzan el 7 de octubre de 1541. Resulta por tanto más
plausible que fuese escrito a nes de 1540.
9
En otro trabajo (Lamana 1996, 86– 90) he presentado un breve desarrollo de los con ictos
señalando de qué modo ampliaron el margen de maniobra de Paullu Inca en el contexto
colonial.
10
Gran parte de las sugerencias de Morales para mejorar el gobierno de las Indias fue aceptada
por el Rey a través de una serie de Reales Cédulas entre el 7 de octubre y el 29 de noviembre
de 1541. De los 109 ´õ tems el Consejo aprobó 43 de manera inmediata (AGI, Lima 556).
11
A lo cual el Consejo anotó, en acuerdo con la forma legal, que el vasallaje de un señor natural
no era impedimento para que ejerza su señorõ´o, “Quel Gobernador [Pizarro] y Vaca prouean no
embaracen a los que le quisieren dar syn daño de sus amos.” (Vaca de Castro, segundo
gobernador del Perú, 1541– 1543, fue enviado por la Corona antes de que se tuviese noticia de
la muerte del conquistador.)
12
Si bien el verbo “muchhani, muchhaycuni” es traducido como “adorar, rogar, besar, reuerenciar,
honrar, venerar, o bessar las manos” (Gonçález Holguõ´n [1608] 1952, 246), en este caso
posiblemente corresponda “Muchaycupuni: Tornarse a sujetar, dar la obediencia el reñido o
alçado, o, pedir perdón al mayor, o reconciliarse con su mayor, o con Dios” (õ´bid, 246).
13
Dunbar Temple (1948, 125) y Hemming (1982, 572) a rman que Melchor disfrutó de las
encomiendas de Paullu Inca. Esto es un error, y puede verse tanto en el memorial de Melchor
Carlos Inca (BNM, Mss. 20193) como en el Despacho Real de 1596 (AGI, Indiferente 744, n.
9).
14
Martõ´nez Cereceda en su detallado estudio del “conjunto de emblemas” de la autoridad en los
Andes destaca el lugar de la tiana dentro del mismo (1995, 69– 78, 131– 46, 185– 86).
15
Ver Ramõ´rez (1996), en especial páginas 161– 62.
16
“Al gobernador de la provincia daba el Ynga comisión que pudiese andar en andas, porque sin
su licencia no podõ´a ningún indio andar en ellas, ni en hamaca, ni sentarse en dúo, que ellos
llaman tiana, que todo esto era favor y merced del Ynga.” (Murúa [1590– 1602] 1987, 378, it.
mõ´a). Asimismo Juan Bautista Yupachaui, principal de Collagoa, declaró en la visita de
Huánuco “que los caciques sucedõ´an y suceden los hijos a los padres y que ninguno se entraba
en el señorõ´o hasta que el ynga le daba la tiana y asiento y ésta no se la daba otro sino el ynga
señor principal” (Ortiz de Zúñiga [1562] 1972, f. 29, 60).
17
“El repartimiento que tenõ´a Gonzalo Hernandez rentara tres mil i quinientos pesos i la casa
servida de todo lo necesario, estan doce i quince leguas de esta ciudad, tieneles por cedula de
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GONZALO LAMANA
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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540
Bibliograf ´õ a
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Probança fecha ad perpetuam Rei memorian en esta çibdad del Cuzco ante la justiçia mayor della
a pedimento de Pavlo Ynga sobre los seruiçios que a su magestad ha fecho e de cómo es bueno
e amygo de los xpianos e otras cosas segun que en ella se contiene, Cuzco, 1540 (fragmentos
publicados en: Toribio Medina, ed. 1888. Colección de documentos inéditos para la Historia de
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BNM (Biblioteca Nacional, Madrid), Manuscrito 20193: Memorial de D. Melchor Carlos Inga a
S.M. en que representa su ascendencia y los servicios de sus antepasados y pide merced y
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GONZALO LAMANA
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