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Colonial Latin American Review

ISSN: 1060-9164 (Print) 1466-1802 (Online) Journal homepage: https://www.tandfonline.com/loi/ccla20

Definir y dominar. Los lugares grises en el Cuzco


hacia 1540

Gonzalo Lamana

To cite this article: Gonzalo Lamana (2001) Definir y dominar. Los lugares grises en el Cuzco
hacia 1540, Colonial Latin American Review, 10:1, 25-48, DOI: 10.1080/10609160120049326

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Colonial Latin American Review, Vol. 10, No. 1, 2001

DeŽ nir y dominar. Los lugares grises en el Cuzco


hacia 1540*
Gonzalo Lamana
Duke University

La conquista del Tawantinsuyu (imperio incaico) ha sido presentada a menudo


como el reemplazo de una forma de dominación por otra, el cual, concebido en
términos de dominantes y dominados, permite identiŽ car actores deŽ nidos que
se enfrentan, vencen y son vencidos. El relato comienza con la captura del Inca
Atahualpa en Cajamarca en 1532 y sigue, luego de la alianza entre los
conquistadore s y Manco Inca (1533– 1536), con la resistencia encabezada por
este último. Tienen lugar entonces el heroico cerco del Cuzco y el intento de
tomar Lima. Al fracasar éstos, la trama continúa con la decisión de Manco Inca
de fundar un estado neo-inca en la provincia de Vilcabamba, renunciando al
corazón del imperio. En este reducto de la vida pre-contacto las formas
culturales, polõ´ticas y religiosas tradicionales son mantenidas hasta 1572, cuando
su conquista pone punto Ž nal a la historia.
La contracara de este proceso, las prolongadas guerras entre conquistadores,
que comienzan en 1537 cuando Diego de Almagro se apodera del Cuzco en
manos de Hernando y Gonzalo Pizarro, no altera el hilo de la narración.
Tampoco lo hace la presencia de Paullu Inca, hermano de Manco Inca, quien
ocupa simplemente el espacio del colaboracionista nativo. En contraste con su
hermano, Paullu Inca ha sido caracterizado como “Inca tõ´tere”; su autoridad era
sólo aparente ya que el poder real estaba en otras manos, españolas o incaicas.
En suma, las formas y los espacios de la resistencia y la dominación son claros
y localizables en el relato.
Esta manera de concebir la dinámica de los años que llevaron a la
conformación del orden colonial diŽ culta su comprensión. En primer lugar,
como he mostrado en otro trabajo, no hubo españoles enfrentados a Incas sino
múltiples fracturas y alianzas cambiantes en cada uno de ambos bandos que sõ´
tuvieron consecuencias efectivas (Lamana 1996). En segundo lugar,
implõ´citamente asume que el desarrollo de la trama puede escribirse a partir de
formas deŽ nidas que se enfrentan, luchan, y vencen o son vencidas. Por el
contrario, sostengo que la progresiva instauración de la dominación española
enfrentó situaciones ambiguas que escaparon a un dibuj o de lõ´neas netas, en
blancos y negros, razón por la cual fueron excluidos de las crónicas (y como
re ejo mayormente por la historiografõ´a). Estos tonos grises fueron forzosamente
habituales en un momento histórico de acelerada génesis estructural, en el cual
las acciones tuvieron una eŽ cacia dudosa y un sentido abierto cuya eliminación
fue parte del proceso que llevó al régimen colonial español, y no simplemente
1060-916 4 print/1466– 1802 online/01/010025-2 4 Ó 2001 Taylor & Francis Ltd on behalf of CLAR
DOI: 10.1080/1060916012004932 6
GONZALO LAMANA

su punto de partida. En otras palabras, no hubo actores dados de modo previo


entre los cuales se dirimió la historia de esos años, sino que la lucha que
caracterizó el paulatino Ž n del Tawantinsuyu transcurrió, en gran parte,
precisamente a través de la deŽ nición de quién era cada uno de los
contendientes.
Este trabajo constituye un primer intento de mostrar la dinámica de tales
situaciones a través de un estudio de caso. Para ello examinaré el valor de
opciones teóricas que permiten aprehenderlas dentro de la mecánica misma de
la dominación, como los de “lugar propio” (de Certeau 1990) y “perfomatividad
y prescripción” (Sahlins 1988). A partir de un análisis de los mecanismos del
poder en sus actos particulares pondré de relieve los lugares grises generados por
la puesta en práctica de la Ž gura de “señor natural”, cuya forma concreta
constituyó una limitación seria para el orden que los conquistadore s buscaban
imponer. Es decir, aunque el peso de las campañas militares y sus efectos resulta
insoslayabl e intentaré ir más allá, procurando ver el ejercicio del poder como
algo más difuso y complejo, que incluyó la deŽ nición del sentido de los
acontecimientos, de los órdenes en los espacios y de los atributos de las formas
sociales en gestación.

Los señores naturales y las compañõ´as de conquista


Hacia 1540 un primer ciclo de batallas habõ´a terminado en el territorio del
Tawantinsuyu. La derrota y ejecución de Diego de Almagro a manos de
Hernando Pizarro en 1538 habõ´a puesto una pausa a los enfrentamientos entre
conquistadores . Las acciones militares de Manco Inca sobre la sierra central
habõ´an mermado luego de la entrada conjunta de Gonzalo Pizarro y Paullu Inca
sobre su refugio en Vilcabamba entre abril y junio de 1539. De modo más
general, las campañas incaico-hispánicas tanto en el Collasuyo como en el
Condesuyo habõ´an tenido éxito en controlar la actividad de los ejércitos que
respondõ´an a Manco Inca. La última victoria habõ´a sido sobre Villac-Umu,
“supremo sacerdote del Sol”, en septiembre de 1539. La fundación de La Plata,
Huamanga y Trujillo se sumaba a las ya existentes Cuzco, Lima, San Miguel y
Quito, extendiendo fõ´sicamente la presencia española.
Según Hemming (1982, 303– 5) por esos años la posición de Paullu Inca en
el Cuzco presentaba las ventajas, poco elogiables, de pertenecer al bando
triunfador. Su futuro era disfrutar los beneŽ cios que sus oportunas alianzas le
habõ´an otorgado: su palacio, su encomienda, y posteriormente el prestigio de su
escudo de armas. Los únicos puntos que amenazaban con enturbiar esta idõ´lica
situación eran, por un lado, los rumores que parecõ´an circular aŽ rmando que
mantenõ´a tratos con Manco Inca conducentes a formar un frente contra los
cristianos, y por otro, la tentación que tenõ´an algunos españoles de poca fortuna
de apoderarse de sus riquezas. Sin embargo, apunta Hemming, los rumores
resultaron ser infundados y Paullu Inca consiguió apoyos, gracias a su
prohispanismo , que lo ayudaron a conjurar la envidia.1 Es decir, la imagen
resulta coherente con la caracterización de Paullu Inca como Ž el ayudante a la
imposición de la dominación española y como débil Inca tõ´tere. El verdadero
peligro estaba en Vilcabamba.
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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

Sin embargo, el cronista Martõ´n de Murúa describe aquellos años de manera


algo diferente:
sólo diré que antes y después de la batalla de las Salinas [1538] … los indios
que habõ´a en el Cuzco y su comarca, que no acudõ´an adonde estaba Manco
Ynga, iban a reconocer a Paulo Topa como a hijo de Huaina Capac a su casa.
Los españoles vecinos y encomenderos dellos, queriendo evitar inconvenientes
que si se acostumbraban a ello podõ´an suceder, y porque Paulo Topa no se
ensorbeciese, mandaron que ninguno fuese a su casa, sino eran sus criados, y
asõ´, de allõ´ adelante, no iban los indios a su casa ni le reverenciaban, que, en
Ž n, entendieron los españoles que desta manera se quitarõ´a la ocasión de
rebelarse como su hermano. (Murúa 1986, 249)

El pasaje es curioso por varias razones. En primer lugar, da una idea de la


posición de Paullu Inca en el Cuzco en relación con la autoridad de su hermano,
de lo cual las crónicas no suelen hablar. La adhesión de los indios parecõ´a
encontrarse dividida entre ambos, aunque no queda en claro la identidad de
aquellos que reconocõ´an a Paullu Inca, si eran curacas (señores étnicos), hatún
runas (hombre del común), o miembros de la misma élite incaica. En segundo
lugar, llama la atención que los conquistadore s se hayan mostrado molestos por
este reconocimiento. Después de todo, Paullu Inca habõ´a demostrado largamente
su utilidad para los españoles, participando contra su hermano en la recuperación
del Cuzco, en la campaña sobre el Collasuyo y en la entrada sobre Vilcabamba.
Resulta extraño que dudasen de su Ž delidad equiparándolo con Manco Inca,
quien representaba el peligro concreto y cuya amenaza Paullu Inca ayudaba a
contrarrestar. 2 ¿Cuál es la razón de esta contradicción?
Para contestarlo es necesario analizar en primer lugar el marco legal que
encuadraba la relación entre los conquistadore s y los señores de los
conquistados , y sus consecuencias prácticas. En especial las implicancias que
tuvo la existencia de la Ž gura del “señor natural”.
A lo largo del siglo XVI existió una gran variedad de opinione s contrapuestas
en todas las esferas de la sociedad española, tanto en Indias como en la
Penõ´nsula, en torno al derecho y los procedimientos que debõ´an llevar adelante
los españoles durante la conquista de América.3 Un lugar central en el debate lo
ocupó la Ž gura del “señor natural”. Rechazando la idea de que los nativos del
Nuevo Mundo tenõ´an una inferioridad innata que los hacõ´a incapaces de
gobernarse y justiŽ caba la conquista lisa y llana, los escritos de Las Casas y
Vitoria deŽ nõ´an la conquista como legõ´tima sólo en tanto respetase los derechos
de los lõ´deres polõ´ticos nativos, cuya autoridad, pacõ´Ž camente adquirida y
reconocida por sus súbditos, no cesaba por su ignorancia de la policõ´a cristiana
(Hanke 1982; Brading 1991; Pagden 1982).
Lejos de ser simples formulismos, las múltiples órdenes y contraórdenes, las
juntas, los debates y los innumerables informes elevados al rey tuvieron
repercusiones prácticas. En particular, la Ž gura del señor natural condicionó la
dinámica de las compañõ´as de conquista a partir de la redacción del
Requerimiento (1513). Como es sabido, éste respondõ´a a las crõ´ticas de Antonio
de Montesinos al derecho y los procedimientos del dominio español (1511). Su
texto establecõ´a que el mundo habõ´a sido creado por Dios, que el papa era su
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GONZALO LAMANA

representante, y que como tal habõ´a concedido a los reyes de España el dominio
sobre las nuevas tierras. Al entrar en contacto con un grupo indõ´gena la
compañõ´a debõ´a leerle el requerimiento; según éste respondiese positiva o
negativamente al reconocimiento del Rey cristiano se abrõ´a, jurõ´dicamente, la
alternativa de un sometimiento pacõ´Ž co o una guerra justa.
Las respuestas de los indios fueron lógicamente variadõ´simas, como lo
muestra Hanke (1949; 1982, 66– 70), y de hecho desde el momento mismo de su
creación el texto despertó polémicas en todos los ámbitos; se ha cuestionado su
efectividad, su derecho a disponer de lo ajeno, su estructura legal, sus propósitos,
etc. Un cambio de visión al estudiar el requerimiento ha sido propuesto por
Pietschmann (1989) al resaltar que éste fue pensado para los españoles y no para
los indios. Sus principales destinatarios eran, paradójicamente, los hombres de
las huestes de conquista; ante éstos se reaŽ rmaba el encuadre polõ´tico y jurõ´dico
que regulaba el apoderamiento de esas tierras “sin dueño”. Junto con las
capitulaciones , el requerimiento formaba el marco legal a través del cual la
Corona aŽ rmaba el carácter estatal de las empresas que, en la práctica, estaban
lejos de su control, a un tiempo que preparaba el terreno para su intervención
sobre los conquistadore s cuando contase con los medios y la oportunida d polõ´tica
de hacer efectiva su presencia. Asimismo, el requerimiento acallaba las voces de
los sectores crõ´ticos de la Iglesia que alentaban dudas en las huestes de conquista
y tranquilizaba la conciencia real. Finalmente, reaŽ rmaba la posición de España
ante las demás potencias católicas que habõ´an quedado fuera del reparto colonial
(Pietschmann 1989, en especial 80– 82).
El énfasis que Pietschmann pone en deŽ nir a las compañõ´as de conquista
como las destinataria s del requerimiento resuelve en gran parte las estériles y
prolongadas polémicas en torno a su contenido, pero deja de lado los efectos que
tenõ´a para los indios (aunque éstos no lo fuesen). En efecto, al mismo tiempo que
establecõ´a el marco para una ‘guerra justa’ el documento sentaba las bases por
las que los reyes de España eran los sucesores de la soberanõ´a que los señores
naturales habõ´an tenido sobre los territorios y pueblos incorporados a la Corona
(Pietschmann 1989, 96– 99, 105, 122), los cuales no por ello perdõ´an su señorõ´o.
Es por eso que la aceptación del requerimiento por parte de los indios—situación
considerada ideal por la Corona—producõ´a en la práctica una situación perversa
tanto para éstos como para la compañõ´a de conquista.
Más allá de las asimetrõ´as, al reconocer la autoridad del rey, el señor natural
abrõ´a las puertas a una relación pacõ´Ž ca con los cristianos, a cambio de la cual
conservarõ´a su autoridad a un tiempo que reconocõ´a la del rey por sobre la suya.
En los hechos, el máximo representante del rey en esas tierras que acababan de
ser incorporadas era el capitán de la compañõ´a, cuyo primer objetivo era
recuperar el capital que habõ´a invertido en la empresa. Este tenõ´a ante sõ´ un
problema no menor generado por la forma jurõ´dica: el señor natural habõ´a
aceptado la autoridad real, por lo que no podõ´a proceder, simplemente, a
apoderarse de su tierra y sus vasallos sino que debõ´a reconocer su autoridad. Esto
implicaba para el capitán llevar adelante un complicado balance entre su propio
interés, la presión de la hueste, las razones militares y la eventual intervención
directa o indirecta de la Corona.4
Concebido originalmente para ser leõ´do frente a poblaciones de baja
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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

complejidad polõ´tica como las insulares, donde no tuvo mayores implicancias, la


lectura del requerimiento en casos como el del Tawantinsuyu tenõ´a
consecuencias distintas, ya que los conquistadore s se enfrentaron a señores de
señores. La suerte de cogobierno resultante entre señores naturales vasallos del
rey y sus representantes peninsulare s tuvo su momento de apogeo luego del
discurso que según los conquistadore s Moctezuma dirigió a Hernán Cortés; en
el caso andino, cuando Francisco Pizarro, luego del asesinato de Atahualpa,
coronó como Inca aliado a Túpac Huallpa.5
Con la muerte de éste Manco Inca, hijo del último emperador pre-hispánico,
pasó a ocupar el lugar vacante de señor natural ante la compañõ´a a Ž nes de 1533.
Quedó establecida asõ´ una alianza ambigua, sancionada desde la perspectiva
española con la lectura del requerimiento y su aceptación (Sancho 1982, 116).
La contradictoria situación se prolongó hasta 1536, cuando el cerco puesto por
Manco Inca al Cuzco cristiano marcó el comienzo de la resistencia. Hasta
entonces ambos bandos tuvieron buenas razones para aceptar la presencia del
otro: los conquistadore s conseguõ´an un interlocutor útil y al mismo tiempo
lograban mantener la tierra dividida ; la élite cusqueña, por su parte, veõ´a en ellos
una excelente ayuda para enfrentar a los ejércitos quiteños que estaban en
posición ventajosa.6
Al explicar el Ž n de la convivencia pacõ´Ž ca los conquistadore s pizarristas
acusarõ´an a Manco Inca conspirar contra ellos—del mismo modo que lo habõ´an
hecho al justiŽ car la ejecución de Atahualpa, en tanto que lascasianos y
almagristas denunciarõ´an los malos tratos a que habõ´a sido sometido el Inca
(Hemming 1982, 205– 18). Por otra parte, es razonable pensar que Manco Inca
decidiera recuperar el ejercicio pleno de su poder cuando la derrota de los
ejércitos quiteños era total. En cualquier caso, una vez rebelado el Inca dejó de
ser un problema legal generado por el requerimiento para convertirse en uno de
carácter militar, algo directamente manejable para los conquistadores . En otras
palabras, el levantamiento de Manco Inca no constituyó el comienzo de los
problemas para los españoles, como generalmente ha sido presentado, sino un
cambio en su naturaleza, intencionalmente provocado para intentar eliminar una
situación confusamente con ictiva.
Por otra parte, la posición del señor natural resultó central por el hecho de que
el curaca fue el elemento indispensable al que tanto incas como cristianos
recurrieron para explotar las poblaciones nativas. En particular, ante la
imposibilida d de ejercer un control directo, para los conquistadore s la sumisión
de los curacas representaba la consolidación de la conquista a través de la
anhelada encomienda de indios. Sin embargo, entre el otorgamiento de las
primeras mercedes en el Cuzco y Jauja en 1534 y su usufructo efectivo se
interpuso la presencia polõ´tica del Tawantinsuyu, evidente en las crónicas a
través de la Ž gura de Manco Inca.
En la relación con los curacas se jugaba por tanto la ambición polõ´tica de los
encomenderos de ser señores absolutos de vasallos a la usanza feudal, lo cual
iba en contra tanto de la Corona como de la autoridad incaica. Es por eso que
en la década de 1530 la principal tarea de los conquistadore s consistió en
procurar que estos dos actores quedasen fuera de la escena polõ´tica. Las
alternativas de la compleja relación entre curacas, incas y conquistadore s irõ´an
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GONZALO LAMANA

desde la explotación cruda (Wachtel 1973, cap. 2) a las “alianzas incómodas”


(Stern 1986, cap. 2), según el área geogrᎠca y la capacidad de negociación de
cada uno de los actores.7

La forma jurõ´dica y su práctica en Cuzco hacia 1540


Volviendo entonces a la situación existente en el Cuzco hacia 1540, la
importancia polõ´tica y económica que tenõ´a la Ž gura del señor natural puede
verse en la extensa carta-relación que el bachiller Luis de Morales, provisor de
la Iglesia del Cuzco, le envõ´a entonces al Rey por esas fechas.8 La misma
describe los problemas de la sociedad en formación que a su juicio era necesario
corregir para llegar a un buen gobierno. De los 109 ´õ tems que contiene el
documento, la mayorõ´a trata sobre el bien de los naturales, en tanto que unos
pocos atañen sólo a los españoles. Morales, que habõ´a adquirido una amplia
experiencia en Centroamérica, pone de relieve las contradiccione s que tenõ´a el
sistema colonial, relatando los con ictos entre los encomenderos del Cuzco y los
religiosos en torno a la conversión de los naturales, al pago de los diezmos, a
la falta de decoro en la vida cristiana de los conquistadore s y al ejercicio de la
justicia en la ciudad.
Si bien su preocupación por los indios lo lleva a coincidencia s de facto con
posturas lascasianas, Morales es principalmente un incansable defensor del orden
polõ´tico y moral regio. Detalladamente describe todas las prácticas en la sociedad
colonial que diŽ eren de lo establecido jurõ´dicamente por la Corona, dándole un
lugar central a las ocasiones en que era violada la libertad de que los indios
debõ´an gozar como vasallos del rey. Asõ´, al referir la situación de los indios en
general y los curacas en particular, dice que “los yndios naturales e señores e
caçiques de la provinçia del Perú están tan quartados al seruiçio de su amo y a
lo que ellos les quieren mandar e no a otra cosa que çierto están harto a igidos
e no como libres ni vasallos de V. Magestad sino como esclavos de los dichos
españoles” (AGI; patronato 185, ramo 24, f. 37v).
El reclamo señalaba al punto de la legislación real que resultaba más
contradictorio en la práctica: esta establecõ´a que los indios debõ´an ser tratados en
pie de igualdad con los cristianos, lo cual como es sabido nunca ocurrió; los
indios fueron tratados de acuerdo con la conveniencia y necesidad de los
cristianos, ejemplo de lo cual fueron el rancheo, el cargar los indios, o
simplemente la semi-esclavitud sexual en que tanto Morales como Valverde
(primer obispo del Perú) denuncian que se encontraban numerosas mujeres
indõ´genas en el Cuzco.9 En particular, enfatizando que la encomienda suponõ´a la
obligación de parte de los indios de satisfacer las demandas españolas de bienes
y servicios pero no incluõ´a el dominio polõ´tico, que era sin embargo habitual,
Morales pide al rey que mande
que dados los tributos los dichos yndios señores e caçiques e los demás y el
seruiçio de casa e lo demás que son obligados e suelen dar a los dichos sus
amos, que sean libres de sus amos e de otras personas para que hagan lo que
quisieren e trabajen donde quisieren e se alquilen a quien quisieren e se vayan
a holgar a donde quisieren asy como con el señor natural e con otros señores
yndios y cristianos. (AGI, patronato 185, ramo 24, f. 39v)

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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

La preocupación del religioso por la sujeción en que los encomenderos tenõ´an a


los señores naturales se explica por el papel central que éstos tenõ´an dentro de
la “doctrina de la conversión pacõ´Ž ca”: si ellos aceptaban convertirse también lo
harõ´an sus súbditos. Asõ´, de su conversión dependõ´a tanto la fecundidad de la
tarea de los religiosos como la instauración de un orden cristiano en las Indias.
Ante la imposibilida d de que los conquistadore s contribuyese n con su ejemplo
a establecer la fe de Cristo, el camino para hacer de los indios cristianos vasallos
del rey era liberarlos de la opresión a la que estaban sometidos. Morales no
estaba sólo en su idealismo: en el auge lascasiano de 1540 la postura de Morales
era respaldada por el Consejo de Indias. Asõ´ el comentario al margen que tiene
el manuscrito en este punto dice “que se dé prouysyón para esto; hecha las
tassasiones y pagado quellos hagan lo que quisieren.”10
Como en 1540 Manco Inca estaba refugiado en Vilcabamba, donde la prédica
cristiana no podõ´a acceder, la Ž gura central de la vida nativa en el Cuzco era
Paullu Inca, quien atraõ´a por eso la atención de Morales. Al continuar sus crõ´ticas
contra los encomenderos éste dice:
[que] por quanto … Paulo Ynga señor natural tiene faltas de tierra en que
senbrar mays conforme a la casa y el señorõ´o que tiene y algunos señores e
caçiques de la provinçia le quieren senbrar en sus tierras algunas chacaras de
mays para conplazelle e por la amistad que le tienen e tuvieron a su padre e
porque veen [sic] que lo a menester para que se sustente e çerca desto los amos
de los dichos caçiques no lo quieren consentir ni consienten no por el danio
que a ellos les viene sino porque no hagan bien ni caridad al dicho Paulo.
(AGI, patronato 185, ramo 24, f. 39v)11

La cita es iluminadora: en breve indica que Paullu Inca recibõ´a, hacia 1540,
ocho años después de la captura de Atahualpa en Cajamarca y en el centro
hispano más importante del Perú, tributo en tiempo de trabajo de parte de
curacas que estaban encomendados en conquistadores . Lo hacõ´an en
reconocimiento a su Ž gura como Inca, entregándole en este caso maõ´z, el cultivo
de mayor prestigio simbólico en los Andes (Murra 1975, cap. 2). Este acto hacõ´a
blanco en el centro de la contradicción de la colonia temprana: los
encomenderos, empujados por su ambición señorial, encontraban intolerable que
entre ellos y sus indios se entrometiera la Ž gura de un Inca. El ejercicio por parte
de los indios de la posición vasallos libres de Su Majestad, para los
conquistadore s meramente un formulismo legal, en su forma concreta resultaba
incompatible con los roles que para ellos podõ´a haber en la sociedad colonial.
Ante el con icto entre lo formal y lo real Morales reacciona reclamando que
lo primero se haga efectivo, “V. Magestad mande que el dicho Paulo pueda
senbrar donde quisiere no haziendo perjuiçio a los españoles e que los yndios e
caçiques naturales le puedan senbrar chacaras e dalle lo que por bien tuvieren
no haziendo falta a sus amos en el tributo ni en el serviçio sin que los dichos
amos lo estorben ni enpidan” (AGI, patronato 185, ramo 24, 39v). Es decir, era
tan importante la resistencia de los encomenderos a la autoridad de Paullu Inca
como Inca, como el hecho de que los curacas respondiese n conŽ rmándola. El
efecto subversio que tenõ´a que un curaca diese tributo a su encomendero y sin
embargo reconociera a otro señor era multiplicado por la difõ´cil coyuntura
31
GONZALO LAMANA

económica de esos años, ya que las guerras civiles que involucraba n tanto a
cristianos como a indios habõ´an producido una caõ´da aguda de la producción
agrõ´cola disparando los precios (Assadourian 1994).
Este ejemplo, por un lado, muestra la importancia práctica de la Ž gura del
señor natural: tanto la autoridad de Paullu Inca como la decisión de los curacas
irritaban a los conquistadores , ya que limitaban la ambición polõ´tica y la
exacción económica española. Por otro, hace que la cita de Murúa referente a los
problemas que existõ´an en el Cuzco presentada más arriba comience a cobrar
sentido: la versión de que el orden que regõ´a la ciudad era el sólo el español
queda en evidencia como parte de la pretensión de los conquistadore s por
imponer su hegemonõ´a, pero no como un hecho ya consumado. Los espacios de
la dominación y la resistencia se tornan confusos.

Curacas, encomenderos y señores


En términos polõ´ticos el proceso que transcurrió desde 1532 a mediados de los
1540 en el Tawantinsuyu tuvo tres protagonistas : los cristianos, los distintos
grupos étnicos y los incas. Cada uno de ellos conformó alianzas cruzadas,
cambiantes, que no siguieron una lõ´nea que dividiese a los invasores de los
invadidos. Hay varios puntos a deŽ nir en torno a esto. La pregunta última es si
los curacas respondõ´an a los cristianos, a los Incas, o a ambos a la vez—y en
cada caso a cuál de ellos. Más importante aún, a través de qué elementos puede
ser reconstruido el alineamiento y qué implicancias tenõ´a. Para intentar contestar
estos interrogantes revisaré brevemente algunos testimonios que permitan
aprehender la mecánica del poder en sus actos particulares.
Al estudiar desde el punto de vista incaico la coronación de Paullu Inca
(1537), propuse que su acción como Inca fue lo suŽ cientemente incómoda para
los españoles como para quedar mayormente excluida de sus narraciones. Es por
eso que los cronistas mayormente no la mencionan, y cuando lo hacen la sitúan
dentro del orden producido por las acciones y con ictos de los conquistadores,
quitándole agencia (Lamana 1997). Es a través de documentos cotidianos, leõ´dos
en la mayor parte a contrapelo de su intención, que ésta puede ser aprehendida.
Si bien las actas del cabildo del Cuzco entre 1535 y 1548 están perdidas, se
conserva una carta del cabildo dirigida a Carlos V de julio de 1537. La misma
relata los acontecimientos que llevaron al levantamiento de Manco Inca, la
guerra contra sus hombres en el Cuzco, y el afortunado regreso del gobernador
Diego de Almagro de Chile. Luego de resumir la entrada de éste a la ciudad el
18 de abril de 1537 (venciendo la resistencia de Hernando Pizarro y siendo
recibido por el cabildo), gran parte del texto justiŽ ca la batalla de Almagro
contra el general pizarrista Alonso de Alvarado en Abancay el 12 de julio de
1537. El Ž nal de la carta busca aŽ rmar las dotes de Almagro como gobernador,
destacando que paciŽ car la tierra en servicio del Rey constituõ´a la guõ´a de todos
sus actos:
Después que el governador prendió a el capitán Alonso de Alvarado enbió a
el capitán Orgonos con hasta quynientos españoles a hazer la guerra a el dicho
caçique [Manco] Ynga el qual vistas las diferençias que avõ´a entre los

32
LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

españoles se avõ´a tornado a rreazer de gente e bolvió a hazer e hizo mucha


guerra a los pueblos de yndios que avõ´an venido de paz a el dicho governador
y se avõ´an rreduzido al seruiçio de V. Magestad. (HL, PL218– 1, f. 852v)
Es decir, como Manco Inca aprovechaba los enfrentamientos entre pizarristas y
almagristas para atacar a los curacas que desconocõ´an su autoridad, Almagro
envõ´a a Rodrigo Orgóñez a enfrentarlo. La imagen que se forma es la que
habitualmente proveen las crónicas: los españoles avanzan restableciendo el
orden y los curacas obedecen abandonando al orden incaico. Los actores y los
actos son nõ´tidos. Sin embargo la carta continúa en el mismo punto,
y estos son muchos porque venydo el governador a esta çibdad le pareçió que
convenya a el seruiçio de V. Magestad alçar e alçó por Ynga e señor de los
naturales desta terra a vn hermano del dicho Ynga [Paullu Inca] el qual avõ´a
ydo y venydo con el dicho governador en la dicha jornada de Chili al qual le
avõ´a venydo e vienen de toda la terra de paz. (HL, PL218– 1, f. 852v)
La imagen se invierte: era a Paullu Inca a quien acudõ´an los curacas de paz y
por cuya presencia la tierra se allanaba, saliéndole al mismo tiempo de paz a su
aliado español. Otros datos respecto al alcance de su autoridad por esas fechas
su encuentran en la probanza de méritos y servicios de Paullu Inca (1540). Según
Diego de Mella, quien formó parte del contingente de Almagro al sur,
el dõ´a quel dicho Adelantado e su gente entró en el dicho Cuzco avõ´a a la
rredonda dél muchas guarniçiones de gente contra los que en él estavan a
quatro e çinco leguas del pueblo e nyngún caçique venõ´a de fuera a serbiles e
dentro de tres meses después quel dicho Adelantado e su gente aquy entró vido
como el dicho Pavlo tenia consygo toda la más de la tierra de paz e todos los
más caçiques que en ella avõ´a serbõ´an a sus amos asy los questavan lenxos
como los questavan çirca. (AGI, Lima 204, nota 11, f. 13)
El progresivo debilitamient o de la autoridad de Manco Inca es presentado,
aunque de manera contradictoria , como un avance de la autoridad española. Los
testimonios replican en sus detalles la incertidumbre que intentan borrar. Asõ´, el
licenciado Antonio de Castro declara que
en vida del Gobernador don Diego de Almagro este testigo vido como el dicho
Pavlo Ynga truxo muchos caçiques e prinçipales de paz a esta çibdad de
muchas partes e cantidad de más de tres myll yndios a lo que le paresçió de
que los vido estar todos juntos los quales heran de diversas provinçias según
sus trajes e lenxos tierras los quales vido que mocharon al dicho Gouernador
don Diego de Almagro. (AGI, Lima 204, nota 11, f. 17)
La mocha era el gesto andino de reconocimiento de la autoridad, en este caso
polõ´tica.12 Estos testimonios muestran, por un lado, el doble reconocimiento de
los curacas, saliendo de paz tanto a Paullu Inca como a Almagro, dejando en
claro que no habõ´a un orden polõ´tico posible como los cronistas hacen creer. Por
otro, dan una dimensión espacial de la autoridad de Paullu Inca en 1537, quien
era reconocido como Inca, progresivamente, no sólo por los curacas de los
alrededores del Cuzco sino también por otros de zonas “diversas y lejanas”.
De allõ´ en más el Inca no harõ´a sino acumular triunfos militares que,
razonablemente, consolidaron su autoridad. Asõ´, en las batallas en que tomó
33
GONZALO LAMANA

parte lideró contingente s nativos que excedõ´an la capacidad de movilización de


su propio repartimiento (el cual por otra parte no obtuvo sino en 1539). Fueron
por tanto sus alianzas con los señores étnicos en su rol de Inca las que le
permitieron formar sus ejércitos. Más aún, si se toma en cuenta que la
dominación incaica, que incluõ´a una dosis de coerción y otra de diplomacia, no
podõ´a escapar al ruego y el convite, los contingentes que Paullu Inca comandó
tienen un signiŽ cado que excede el plano militar: implicaban un gran
movimiento de bienes y las consecuentes formas rituales de organizarlo.
Cabe preguntarse entonces cuál es la autoridad (y el orden polõ´tico) que se
aŽ anzó entre 1537 y 1540, si la de los cristianos o la de Paullu Inca. O ambas
a la vez en desmedro de la de Manco Inca. Si en 1537 la presencia de Paullu
Inca fue parte central del Ž n del cerco al Cuzco, hemos visto en la carta-relación
de Morales que, a ocho años de Cajamarca, Paullu recibõ´a tributo en tiempo de
trabajo de grupos encomendados en españoles. ¿Cómo iba siendo producido en
los espacios cotidianos este orden polõ´tico alternativo? Al morir Carlos Inca, hijo
de Paullu Inca y Tocto Ussica, el virrey Martõ´n Enrõ´quez (1581– 1585) decide
renovar a su hijo, don Melchor Carlos Inca, sólo una parte de la encomienda que
habõ´a sido de su padre y su abuelo.13 Melchor Carlos inicia los reclamos del caso
con el argumento central de ser nieto de un rey, en razón de lo cual la sucesión
de su encomienda debõ´a regirse por un régimen distinto del propio de los simples
conquistadores . Su pedido tuvo eco y Felipe II ordenó hacer una información
sobre su persona, la cual fue llevada adelante en la ciudad del Cuzco en octubre
de 1599.
Uno de los testigos españoles interrogados fue el padre Sebastián Hernández
Despinossa, hijo del encomendero Gonzalo Hernández, quien declara que hacia
1544 en el Cuzco
quando este testigo entró en esta dicha çiudad […] vio e conozió en ella al
dicho don Xpoual Paullo Topa Ynga el qual hera tenido en mucha beneraçión
por los yngas orejones sus deudos caçiques prinçipales e yndios comunes que
a la sazón rresidõ´an en la dicha çiudad […] y porque al dicho tienpo no se
conozõ´a otro hijo del dicho Guaincap[a]c mas del dicho Paullo Topa Ynga que
estaua en el seruiçio rreal y Manco Ynga su hermano alçado en la provinçia
de Bilcabanba bio este testigo como los dichos yndios tenõ´an y nonbrauan por
señor al dicho Paullo el qual hazõ´a caballeros y daua dúhos y tianas en que
se sentauan los yndios que assõ´ hazõ´a caballeros y caçiques como este testigo
vio lo hizo con Anaranca caçique de los Yanaguaras que tenõ´a en encomienda
Gonçalo Hernández su padre con çiertas çerimonias a su vsanssa que heran
rreservadas a hazer a sólos los señores deste rreyno que hazõ´a e hizo el dicho
Paullo Topa Ynga en aquel tiempo. (BNM, Mss. 20193, f. 58v)
Hay varios puntos del pasaje que merecen atención. En primer lugar, la
importancia del acto en sõ´. El dúho o tiana era el asiento exclusivo del curaca,
cuyo uso y signiŽ cado en los Andes pre-contacto eran unõ´vocos: del conjunto de
elementos que acompañaban el ejercicio de la autoridad, como las plumas, las
trompetas y las andas, la tiana era el elemento indispensable .14 Al analizar su
valor simbólico Martõ´nez Cereceda (1995) apunta que en distintos ciclos mõ´ticos
andinos la deidad o el héroe, en el momento de gobernar, de mandar que sucede
a la acción, se sienta; el lugar del orden era el reposo. Esto formaba parte de los
34
LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

sentidos asociados a la tiana, ya que como parte central en su rol de conservar


el orden el curaca cumplõ´a la función de mediar entre lo sagrado y lo profano
en distinta s instancias, tanto rituales como cotidianas.15 Asõ´, en conjunto el
asiento del curaca podrõ´a ser considerado en los Andes como el objeto-sõ´mbolo
que condensaba (Turner 1967) el valor ritual en el ejercicio del poder.
Este valor simbólico unõ´voco que tenõ´a el uso de la tiana hacõ´a que el
Tawantinsuyu regulase su posesión estrictamente:16 al restringir el uso del
elemento central en el escenario ritual del poder—sin el cual su ejercicio
resultaba incompleto del mismo modo que un sacerdote sin su biblia o un rey
sin su cetro—el Inca controlaba a los lõ´deres étnicos, incorporándolos a la
producción del orden imperial. Esto hace especialmente relevante el hecho de
que Paullu Inca llevase adelante, en pleno Cuzco “español” y a más de doce años
de la catástrofe de Cajamarca, la ceremonia incaica a través de la cual el poder
de un señor étnico resultaba legitimado. En particular, porque al igual que
ocurrõ´a con aquellos curacas que le entregaban tributo, los que reconocõ´an la
autoridad de Paullu Inca como soberano al recibir el dúho no pertenecõ´an a su
encomienda: los dos asentamientos principales del reparto de Gonzalo
Hernández, contenido en la jurisdicción del Cuzco, estaban hacia el oeste de la
ciudad, a una distancia de 67 y 84 kilómetros de camino.17
Asimismo, es importante notar que la cita implica que el ritual debõ´a
necesariamente ser llevado adelante por los curacas: estando Manco Inca en
Vilcabamba éstos recurrõ´an a Paullu Inca. Esto indica que en sociedades
jerárquicas como las andinas el espacio central que ocupaba el Inca no habõ´a
desaparecido de un plumazo por efecto de la presencia española: los cristianos
no reemplazaban sino que sólo desplazaban. Las élites étnicas más Ž rmemente
integradas a la estructura imperial, fuera por interés, necesidad o antigüedad,
reactualizaban la importancia de la sanción ritual incaica de los atributos de
poder locales (la cual de otro modo podrõ´a pensarse simplemente como el re ejo
de la propaganda polõ´tica imperial en las crónicas).
La importancia que tenõ´a la visibilida d fõ´sica de la jerarquõ´a social y polõ´tica
fue registrada por Hernández, cuyo testimonio continúa diciendo que, ya que
Paullu Inca estaba en servicio de Su Majestad y tenõ´a autoridad para ser Inca,
se permitõ´a que los demás yndios le obedeziesen y rrespetasen por como tal su
señor vssando como vssó del ynperio y señorõ´o que tenõ´an e tuvieron los
señores de este rreino sobre los demás armando caballeros e dando los dichos
d[ú]hos y tianas en que se sentasen por no lo poder hazer ninguno a quien el
dicho señor no se la diese sino que auõ´a de estar sentado en el suelo como vio
este testigo lo estauan todos los que de mano del dicho Paullo Ynga no abõ´an
recibido los dichos asientos. (BNM, Mss. 20193, f. 59)

El hecho de que las alturas re ejan la posición social de las personas es un
elemento común en la etnografõ´a, extendido en diferentes culturas y tiempos.
Según Cobo, en los Andes esto se respetaba aún en contextos domésticos, donde
sólo el señor tenõ´a derecho a estar sentado en el dúho en tanto que los demás
presentes debõ´an sentarse en el piso, en señal de inferioridad.18 En el espacio
público el protocolo de las tianas seguõ´a una estricta jerarquõ´a, la cual indicaba
qué clase de señor tenõ´a derecho a estar situado a qué altura del piso, y sobre qué
35
GONZALO LAMANA

tipo particular de tiana. Asõ´ la gradación abarcaba desde la tiana de paja de


cuatro palmos del simple mandón hasta la de oro de dos codos del Inca, según
Guaman Poma.19
Esta observancia estricta de la importancia de la altura fue percibida por los
españoles desde un principio, aunque es difõ´cil aŽ rmar que la usasen
conscientemente. En diciembre de 1533, al hacer la lectura del requerimiento a
los curacas congregados por Manco Inca, los conquistadore s y el Inca estaban
sentados en asientos en tanto que los demás presentes lo estaban en el suelo.20
El hecho de que los cristianos no se sentasen en el piso y exigiesen rápidamente
ser transportados en andas resalta la importancia que tenõ´a que las preeminencias
del ritual incaico fuesen mantenidas en el Cuzco en 1544. Era un claro gesto
social y polõ´tico difõ´cil de tolerar.21
Como un Inca que reconocõ´a formalmente la autoridad del rey no podõ´a ser
atacado por ejercer su señorõ´o, ya que cuadraba en las formas legales, los
conquistadore s afectados recurrieron a las dos estrategias a través de las cuales
tradicionalmente habõ´an resuelto el obstáculo de un señor natural entre ellos y
sus pretensiones: las acusaciones de que planeaba rebelarse y los malos tratos
para lograr que lo hiciera. Este mismo esquema habõ´a funcionado en Cajamarca
con Atahualpa y en el Cuzco con Manco Inca. En su carta-relación Morales
denuncia la situación diciéndole al rey que Paullu Inca debõ´a recibir mercedes en
recompensa a su trayectoria, y no como algunos españoles decõ´an ser quemado
o desterrado, ya que
como es señor natural de la tierra e los caçiques de los españoles se huelgan
con él e le tienen palaçio e beven y comen fundados sobre enbidia que su
caçique no tenga más amystad con otro sino con su amo ni dé a otro más sino
fuere a el dicho su amo persiguen a el dicho Paulo y entre ellos le levantan mil
fealdades por lo qual anda desasosegado y estuvo por venirse comigo a
quexarse a V. Magestad. (AGI, patronato 185, ramo 24, f. 30)
La amenaza que representaban los rumores acusando a Paullu Inca de tramar
traicionar al rey se re eja en la estructura de su probanza de méritos y servicios
del 6 de abril de 1540. Como toda probanza intenta demostrar la importancia de
su persona y sus servicios; la particularidad está en que las preguntas donde éstos
son mencionados destacan, sistemáticamente, que Paullu podrõ´a haber infringido
serios daños a los cristianos y no lo habõ´a hecho, sino que, por el contrario, los
habõ´a ayudado. Dos de las preguntas apuntan directamente a la tensa situación
de 1540:
[9:] Yten si saben que muchas vezes Mango Inga me a levantado muchas
vellaquerõ´as diziendo que yo tratava con él contra los cristianos e que nunca
se a hallado que yo aya dicho mentira ny ¿? ny tratado vellaquerõ´a. [10:] “Yten
si saben y es público que cristianos e otras personas an dicho de mõ´ que no
tenõ´a buen coraçón y que hera vellaco y que nunca se a hallado en my
vellaquerõ´a nynguna. (AGI, Lima 204, nota 11, f. 1v)
Todos los testigos—exclusivamente peninsulares—aŽ rmaron que Paullu Inca
siempre habõ´a sido buen amigo de los cristianos, dándoles avisos en todas las
ocasiones necesarias, y que nunca habõ´an sabido que fuera bellaco. Pero esta era
sólo una estrategia posible.
36
LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

Junto a los rumores tenõ´a lugar la provocación. En la real provisión del 20 de


noviembre de 1541 el rey le pide a Vaca de Castro—gobernador del Perú—que
mire por Paullu Inca, ya que ha recibido información de que “los dõ´as pasados
un criado de vn Bachicao que reside en la çiudad del Cuzco sin le hazer mal ny
daño le dio una bofetada y le mesó de los cabellos e le hizo otros malos
tratamientos asy de palabras como de obras e que hasta agora nynguna justiçia
lo ha castigado” (AGI, Lima 566, 289). La tensión fue increscendo, llegando
incluso a que algunos cristianos intentasen asesinar a Paullu para quitarlo de en
medio.22 Consciente del riesgo y de la poca imparcialidad de la justicia secular
que ejercõ´an los mismos encomenderos como miembros del Cabildo, Morales le
pide al Rey que envõ´e una persona independiente
para que sea su jues en sus causas e no le fatiguen ni le maltraten porque sus
caçiques le van a hazer la mocha a su casa e dalle de lo que tienen sin
perjuiçio de los dichos amos e porque el dicho Paulo no va a casa de cada
vezino a comer […] le tratan y le hurden cada dõ´a mill maliçias e le quieren
mal e porque va a cas[a] de uno y no a cas[a] de otro le quieren matar. (AGI,
patronato 185, ramo 24, f. 39v)

La mención a la mocha al Inca en el Cuzco completa el ritual del ejercicio del


poder y su reconocimiento. Una ritualidad donde cada vez que un curaca en
tareas oŽ ciales entraba en la ciudad reconocõ´a a su señor. En los momentos más
tempranos esto fue indudablemente asõ´, como puede verse en la carta del cabildo
del Cuzco al Rey de 1537. Resulta lógico pensar que también lo haya sido con
posterioridad , ya que de haber sido sencillamente un acto vacõ´o no hubiera
presentado tantos problemas para los encomenderos. Poco se sabe de momento
de la cotidianida d al interior de la élite incaica en el Cuzco; por ejemplo, de
hasta qué punto y de qué manera se mantenõ´an la jerarquõ´a entre las diferentes
panacas, y de las formas y responsabilidade s de sus respectivas autoridades; qué
ocurrõ´a con la autoridad de Manco Inca dentro de la ciudad. Pero los testimonios
vistos permiten aŽ rmar que era mucho más complejo de lo que sugiere la simple
idea de una nueva estructura de dominación que se imponõ´a desplazando las
formas sociales preexistentes.
La complejidad de este perõ´odo transiciona l no se reducõ´a al Cuzco. Como he
sugerido, asumir que la entrega de cédulas de encomienda implicaba el Ž n del
dominio incaico es un error. Esa lectura implica no sólo reiŽ car el efecto del
discurso español (en este caso legal), sino también ignorar la evaluación que los
curacas hacõ´an de la situación. Si bien, como es sabido, en los Andes el
movimiento de bienes encontraba su sentido dentro de una relación social que
lo abarcaba, desdibujand o asõ´ la distinción occidental entre lo económico y lo
polõ´tico al estudiar este momento histórico es necesario enfatizar la diferencia.
El riesgo de no hacerlo es replicar inadvertidament e los mecanismos de
conquista españoles. Esto por dos razones.
En primer lugar, la presencia de los españoles no fue entendida de manera
inmediata como permanente. Al responder al rey en 1561 Polo de Ondegardo
apunta que al evaluar la presencia española era necesario distinguir zonas y
tiempos. Hasta 1534 la dinámica de la relación habõ´a sido la del rancheo, y los
grupos más afectados aquellos que estaban sobre los caminos reales. Una vez
37
GONZALO LAMANA

dadas las encomiendas comenzó una segunda era, que durarõ´a hasta el
establecimiento de la Audiencia de Lima (1544). Pero aún entonces, aunque los
indios estaban ya encomendados, no se tenõ´a una idea clara de dónde estaban,
ni existõ´a un dominio efectivo. Salvo en el caso en que la encomienda incluõ´a
poblaciones cercanas a las ciudades
pocos venõ´an a servir ni se tenõ´an quenta con tributo, sino cada uno pedõ´a a su
caçique lo que avõ´a menester de comida, y serviçio, y él se lo traõ´a; y los que
estaban más lexos yvan en persona con los soldados que les pareçõ´an necesario
para su siguridad, y llegados a su provinçia, pedõ´an lo que podõ´an sacar, y
bolvõ´anse; y de todo lo que les davan partõ´an con los que yvan con ellos. (Polo
de Ondegardo [1561] 1940, 157)

Dentro de esta era, Polo destaca la importancia del Ž n del alzamiento de Manco
Inca:
en esta hera vino otro tienpo y pasó en medio del alçamiento de la tierra, y
vinieron en conosçimiento de los rrepartimientos y los yndios de sus amos
y a entender que podõ´an exentarse de la jurisdicción y dominio el inga y
echar los governadores, y acudieron a seruir a sus encomenderos. (Polo de
Ondegardo [1561] 1940, 157)

Es decir, es recién entonces, hacia 1540, que los curacas comenzaron a


considerar la posibilida d de que la presencia española fuera equivalente a
dominio, y sólo en ciertas áreas. Como hemos visto, la posición de Paullu Inca
empeoró, coincidentemente , hacia 1540. Una explicación es que la corta paz
cristiana luego de la ejecución de Almagro en 1538 haya sido un problema: en
un contexto de guerras, un Inca ejerciendo su autoridad “en beneŽ cio” de los
conquistadore s era una Ž gura aceptable (el ‘indio amigo’ de las crónicas); el
pasaje a un tiempo de paz la habrõ´a tornado inaceptable, cambiando la trama que
ordenaba el sentido de lo admisible para algunos españoles.
En segundo lugar, el hecho de que los curacas tributasen a sus encomenderos
no implica que reconociesen su autoridad como legõ´tima. La posición
proespañola de los Chachapoyas y Cañaris, y la ambivalente de los Huancas, ha
contribuido a distorsiona r la imagen que se maneja del Tawantinsuyu ante la
conquista . Está instalada la idea de que, literalmente, los grupos étnicos dentro
del imperio estaban esperando la primera oportunidad para liberarse del dominio
inca. Es verdad que a Manco Inca le fue casi imposible encontrar apoyos en la
zona norte, pero el Collasuyo respondió a su autoridad hasta la derrota militar
en 1539. Asimismo, aunque el reconocimiento a la autoridad de Paullu Inca
hacia 1540 no eximõ´a de cumplir con las exigencias de los encomenderos éstas
no deben ser tenidas como legõ´timas. Los testimonios ya vistos muestran que
muchos de los curacas encontraron conveniente o necesario continuar contando
con la sanción incaica para legitimar su acceso al poder; la tributación
“voluntaria” indicaba asimismo su integración al orden incaico a pesar de la
presencia española.
En todo caso, como sucedió con la curaca Contarhuacho durante el cerco de
Lima en 1536,23 la legitimidad de la relación entre cristianos e indios
posiblemente transcurriese por carriles distintos de los militares. Por ejemplo, a
38
LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

través de las alianzas matrimoniales que incluõ´an a los cristianos en las redes
nativas de parentesco que de modo general regulaban las relaciones sociales. Es
decir, los conquistadore s seguramente se eximieron de considerar la legitimidad
de su relación con los curacas como un problema, ya que su superiorida d militar
lograba que fueran obedecidos, ello no implica que ésta no fuese importante en
la deŽ nición de las lealtades desde el punto de vista nativo. Las élites étnicas que
rechazaban la autoridad incaica tal vez estuviesen prestas a escapar al control del
Tawantinsuyu a cualquier precio, pero las que estaban más Ž rmemente
integradas a su estructura evaluaron la presencia española de modo distinto. Y
esto no se reducõ´a a apoyar la resistencia de Manco Inca en Vilcabamba.
En suma, al reconsiderar las amenazas a la posición de Paullu Inca
presentadas en un principio la imagen cambia radicalmente. Según Hemming
(1982) los rumores que circulaban en el Cuzco lo acusaban absurdamente de
tener intenciones de rebelarse uniéndose a Manco Inca, en tanto que algunos
españoles de baja condición, envidiosos de su riqueza, procuraban robarle. Es
decir, el desafõ´o a la dominación española provenõ´a de Manco Inca, en tanto que
Paullu Inca enfrentaba los inconveniente s inherentes a su débil condición de Inca
tõ´tere. Creo haber demostrado que la situación era substancialment e distinta:
Paullu Inca constituõ´a un problema en sõ´, independientement e de su relación con
Vilcabamba. En los rumores y los abusos no habõ´a envidia o debilidad sino, en
primer lugar, objetivos polõ´ticos de parte de muchos conquistadores . Era un
intento por resolver en blanco y negro un espacio gris que escapaba a la
oposición dominantes-dominado s tal y como ha sido habitualmente presentada.

Los lugares grises y los propios


Retrospectivamente , una diferencia más entre ambos Incas es la forma en que
cada uno solucionó su ambigua relación con los conquistadores . Manco Inca
acabó con la situación escapando de los cristianos que lo tenõ´an cautivo y
comenzando, en 1536, con la resistencia armada que no abandonarõ´a. Su acción
delimitó los campos simpliŽ cando el escenario, deŽ niéndolo. Paullu Inca, si bien
participó en campañas militares entre 1535 y 1540 cuando se trató de batallas
entre cristianos o al combatir a ejércitos que respondõ´an a Manco Inca, evitó
soluciona r las provocaciones españolas del mismo modo. Operó con dos lógicas
distintas ante dos adversarios distintos , rechazando los enfrentamientos armados
como una opción válida para resolver sus problemas con los conquistadores.
Aprovechando las múltiples diferencias que fragmentaban el mundo español—la
Ž gura de Morales, la del Rey, y en parte la de Valverde—continuó ejerciendo
en el Cuzco su lugar de señor natural, señor de señores, manteniendo el
escenario indeŽ nido.24 Generó asõ´ un lugar gris.
Estos son los que resultan incómodos a la hora de clasiŽ car las alternativas
posibles, cuyo desafõ´o proviene no tanto de su potencial de revertir la relación
de poder como de dislocarlo , ya que su simple existencia cuestiona las
clasiŽ caciones sobre las que ese poder esta instituido. Un poder entendido no
como un lugar que posee la capacidad de coerción, sino como algo más
ilocalizable, no sólo represor sino también generador, cuyo riesgo es enfrentar
situaciones que cuestionan la supuesta naturalidad de su ordenamiento. Es decir,
39
GONZALO LAMANA

si el dominio es ejercido más allá de la fuerza fõ´sica, a través de la deŽ nición


de cuál es la realidad que debe responder a sus formas, la presencia de un Inca
en tiempos de paz se ubica fuera de las opciones. Constituõ´a en sõ´ mismo
una fuente de legitimidad que escapaba al control de los conquistadore s (y
progresivamente de los cristianos en general) y por tanto cuestionaba el statuquo
en las Indias. No hacõ´a peligrar la conquista en sõ´, lo cual podõ´a hipotéticamente
hacer Vilcabamba, sino que subvertõ´a su orden, en tanto que ésta lo conŽ rmaba.
Para avanzar sobre el concepto de dominación en esta misma dirección es útil
el análisis que hace Michel de Certeau de la relación entre la producción y el
consumo de bienes culturales. El autor distingue entre tactiques y stratégies al
diferenciar las posibilidade s del débil y del fuerte: el fuerte tiene un lugar de
poder que le es propio, deŽ nido a partir de un ordenamiento particular, lugar
desde el cual avanza hacia el exterior. Es por eso que la consecuencia
fundamental del ‘lugar propio’ es “… une victoire du lieu sur le temps” (1990,
60). En contraste, el débil carece de lugar propio, actúa en el interior de un
espacio cuyo domino le es ajeno, comparable, para de Certeau, con la caza
furtiva (braconnage). Al tener que actuar dentro del campo de visión del
enemigo, es el sentido de la oportunidad lo que le va a permitir al débil
apropiarse de las formas propuestas por el otro. Es esta capacidad de consumir
de manera diferencial lo que produce el poderoso lo que hace posible la tactique
para el débil en lugar de su simple sumisión.25
El mismo de Certeau toma la acción de los indios durante la colonia española
como ejemplo de una apropiación con Ž nes propios del orden impuesto por el
fuerte, es decir, como una tactique (1990, xxxviii). Para él el orden está
establecido. Sin embargo, en el Cusco de los años en cuestión en este trabajo es
difõ´cil decir quiénes producen la hegemonõ´a y quiénes son los subalternos o
débiles. Es claro que en el largo plazo el proceso puede ser reducido a una
inversión de roles para los Incas, pero en el momento mismo en que la presencia
cristiana iba adquiriendo formas con seguridad no era tan sencillo visualizarlo;
no era una situación de debilidad completa aunque tal vez sõ´ progresiva. Es decir,
la particularida d histórica de un orden polõ´tico y cultural en gestación hacõ´a
que resultara difõ´cil asignar lugares en esos tiempos, deŽ nir cuál era el
territorio , y a quién pertenecõ´a. Las formas estaban desdibujadas .
Desde el punto de vista español, se trataba del esfuerzo de sostener
discursivament e una hegemonõ´a que no se poseõ´a, y de intentar deŽ nir un
espacio que fuese propio. Desde el incaico, era el intento por conservarlo.
Tanto manteniéndolo al margen y ejerciéndolo desde lugares apartados
como es el caso de Manco Inca en Vilcabamba, o más con ictivamente
llevando adelante la producción del orden en lugares en disputa, como lo
era la ciudad del Cuzco. Allõ´ el punto del con icto era dirimir, justamente,
cuál era el ordenamiento que deŽ nirõ´a los espacios, si el español generado
a través de los encomenderos o el incaico a través de la Ž gura de Paullu
Inca (a lo cual habrõ´a que sumarle los efectos que la presencia de Vilcabamba
tenõ´a en la ciudad, de la cual si bien sabemos muy poco para este
perõ´odo inicial, es documentable en la segunda mitad del siglo). En otras
palabras, de Certeau parte de un estado dado de posiciones desde el cual opera
(de ahõ´ el braconnage sobre el territorio del otro) en tanto que lo que
40
LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

ocurrõ´a hacia 1540 era más complejo, ya que el orden y las piezas estaban en
movimiento, deŽ niéndose al mismo tiempo que deŽ nõ´an.
De Certeau, junto con la preeminencia del lugar sobre el tiempo extrae otras
dos consecuencias de la posesión de un lugar propio. La primera es controlar los
objetos y las prácticas que entran en su espacio y reducirlas a su orden.26
Evidentemente la dominación no se reducõ´a al resultado de las batallas, al
ejercicio de la superiorida d militar, sino que tenõ´a que ir, consecuentemente,
extendiéndose sobre los diferentes lugares de producción de la vida social. Los
españoles estaban lejos de poder hacer esto en el Tawantinsuyu. Como hemos
visto, aunque las crónicas sugieren que eran los conquistadore s quienes regõ´an un
escenario cada vez menos militar, su control efectivo era muy restringido. Desde
esta perspectiva las diŽ cultades españolas en el establecimiento de la dominación
no se circunscribieron solo a la lõ´nea imaginaria Manco Inca-Vilcabamba-Tierra
Liberada, sino que incluyeron otras situaciones con dinámicas menos
espectaculares y gloriosas; no blancas o negras sino grises, y por tanto más
difõ´cilmente registrables.
La segunda consecuencia que extrae de Certeau es especialmente pertinente:
“Il serait légitime de déŽ nir le pouvoir du savoir par cette capacité de
transformer les incertitude s de l’histoire en espaces lisibles” (1990, 60, it.
original). Si bien el autor lo presenta como la constitución de un tipo de saber
propio, institucionalizado , literalmente es también la pretensión de dotar a los
procesos históricos de un orden del cual éstos carecen inicialmente . Creo que el
caso que he presentado tiene la particularidad de inscribirse en un perõ´odo
especialmente confuso, de haber sido generado a través de, y de haber ido
generando, situaciones sui generis. La posición de Paullu Inca y su ejercicio del
lugar de Inca no fue una continuidad de la autoridad propia previa ni un premio
de parte de los cristianos, sino algo más complejo e indeŽ nible.
Al intentar contestar la pregunta de cuán Inca era Paullu Inca la diŽ cultad es
la misma que al querer deŽ nir cuál era la situación. Ante los distintos registros
puede pensarse que los testimonios de la información de Melchor Carlos Inca
deŽ enden el punto de vista favorable a Paullu Inca porque era el ordenamiento
de la historia preparado; que los cronistas muestran una hegemonõ´a cristiana
porque su tarea era presentarse como dominadores ante el Rey; y que Morales
ataca a los conquistadore s porque sólo se interesaba por el orden regio y
católico.
De este modo la alternativa en 1537 serõ´a: o los curacas reconocõ´an a Almagro
y el rol incaico se resumõ´a a la derrota de Manco Inca, o por el contrario los
curacas reconocõ´an a Paullu Inca y en realidad era la disputa entre Incas la que
ordenaba el escenario y los cristianos sólo tenõ´an un papel menor. Si en cambio
uno considera que las diferencias entre los testimonios no eran producto de
confabulaciones—en el sentido de deformaciones conscientes y calculadas—sino
que re ejan lo que cada uno veõ´a, la solución es distinta y abre el espacio a
nuevos análisis: cada uno declara de acuerdo con lo que creõ´a que estaba
ocurriendo. La forma de sus testimonios muestra cómo signiŽ caban los hechos,
cómo interpretaban lo que iba sucediendo. Los incas veõ´an enfrentamientos
entre Incas y los cristianos entre cristianos. Y los curacas debõ´an enfrentar
esa alternativa al reconocer a ambos, tanto a Almagro como a Paullu Inca,
41
GONZALO LAMANA

posiblemente sin estar demasiado seguros de la eŽ cacia de ninguno de ambos


actos. Lo mismo ocurrõ´a para Almagro, quien se esforzaba por consolidar su
posición como gobernador ante la alternativa cierta de un enfrentamiento con
Francisco Pizarro; y otro tanto para los distintos capitanes y hombres de la
hueste española. Lo mismo es válido para la relación entre Paullu Inca, Manco
Inca y los conquistadore s en 1540. ¿A quién responder? ¿Qué órdenes acatar, en
carácter de qué? Ante cada situación coyuntural no era sólo una cuestión de
voluntades polõ´ticas sino también de incertidumbr e de su sentido, que con
seguridad no era compartido por todos los que tomaban parte en ella. No habõ´a
formas deŽ nidas.

Los actos adecuados a las formas inexistentes


El hecho de que hubiese distintas lecturas no reduce la interacción al absurdo
dejando a los distintos actores encerrados en sus mundos. Por un lado, introduce
el azar y la ambigüedad en las acciones contribuyend o a quitarle el aire
maniqueõ´sta y determinado que es común en su lectura retrospectiva. Por otro,
exige mostrar en sus mecanismos la estructuración de esa diversidad, uno de
cuyos terrenos fue deŽ nir el lugar propio desplazando al adversario; otro ordenar
la historia.27 Ha sido un efecto de las crónicas españolas, replicado en gran parte
de la historiografõ´a, el hacer creer que hubo un orden que regõ´a los lugares en
esos años, y que éste era producido por los conquistadore s deŽ niéndolos como
propios.
En el intento de contestar “quién era qué” considero importante recalcar que
no sólo las decisiones eran inciertas en sus efectos, lo cual pudo acentuarse en
este tiempo pero es caracterõ´stico de la historia en sõ´; que también lo eran los
signiŽ cados asociados a las mismas como fruto de la situación sui generis (o
“quién era qué”). Es decir, las acciones tenõ´an un peso especial, ya que en lugar
de simplemente reiterar estructuras las creaban, como es el caso de los curacas
que decidõ´an tributar a Paullu Inca y buscar su sanción legitimante para ejercer
como tales en la década de 1540. En otras palabras, si el sentido de una práctica
social se deŽ ne negativamente por el conjunto de prácticas relacionadas que la
signiŽ can, actuando como contexto—del mismo modo que ocurre con el valor
de un signo para Saussure—entonces los cambios que produce la conquista
hacen que éste esté en riesgo. Se dirimõ´a entonces tanto quién serõ´a gobernador
y quién Inca como cuál era el signiŽ cado de serlo.
Para iluminar esta aŽ rmación resulta útil tomar la distinción que Sahlins
(1988) hace entre dos tipos de actos, “prescriptivos ” y “performativos”. Los
primeros implican una predominancia de la forma social sobre la acción:
fundamentalmente el actor cumple lo que su posición pauta, se desempeña de
acuerdo a ella. En los segundos es el desarrollo del acto en sõ´ el que deŽ ne la
posición a posteriori. Es decir, las acciones prescriptivas tienden a satisfacer las
expectativas de una relación social ya dada que las contiene, en tanto que las
performativas la generan.28 Quiero plantear la hipótesis de que por efecto de la
coyuntura histórica presentada, muchas prácticas se hayan convertido en
performativas con independencia de su carácter previo. Condicionadas por las
decisiones de los distintos actores, tanto para el grupo de pertenencia de cada
uno como para los demás, las acciones iban siendo forzosamente resigniŽ cadas,
42
LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

y las formas institucionale s que podrõ´an haberlas contenido iban siendo creadas
en lugar de ser simplemente reaŽ rmadas. En resumen, no sólo no podõ´an estar
deŽ nidos los lugares propios que constituõ´an el escenario, sino que tampoco
podõ´an estarlo las relaciones sociales que encauzaban las acciones apropiadas en
esos lugares.
La conquista era una realidad necesariamente performativa. Por un lado la
cédula que nombraba a Francisco Pizarro como gobernador era sólo un papel
hasta que se estableciera el statu-quo, el cual debõ´a ser necesariamente negociado
en el caso de una entidad polõ´tica como el Tawantinsuyu. Por otro, la Ž gura
del señor natural sostenõ´a legalmente la posibilida d de que Manco Inca
fuese señor de señores. Al mismo tiempo, los cristianos eran sumamente
disruptivo s para el protocolo y poder incaico. Por tanto, cada una de las acciones
que ambos llevaban adelante tenõ´a como efecto—si no como objeto—deŽ nir
permanentemente los atributos de la forma instituciona l a la que supuestamente
respondõ´an (gobernador e Inca respectivamente). Estas se iban redeŽ niendo,
reconstruyendo , de manera continua, y eran de igual modo sometidas a
desafõ´os internos y externos dentro de un contexto necesariamente de tonos
grises.
Una vez producido el alzamiento de Manco Inca, las acciones se tornaron más
cercanas a la reaŽ rmación que implica una forma que las sustenta. Desde
entonces la disputa por la posesión del territorio entre este Inca y los
conquistadore s compartió una lógica tradicional, la del enfrentamiento bélico
como forma de deŽ nir quién lo posee. Al crear un estado neo-inca, Manco Inca
deŽ nió su “lugar propio”; un espacio aislado donde poder cumplir con las
acciones según su forma tradicional, es decir, de modo prescriptivo. Esto le
permitió aŽ rmar el ejercicio de su poder. Como contraparte de ese mismo acto,
al conseguir desembarazarse del lugar gris que generaba la presencia de un señor
natural los conquistadore s consideraron terminada la conquista. Es por eso que
las crónicas muestran una progresiva desaparición de los Incas en sus relatos y
de ahõ´ en más lo relevante pasa a ser los enfrentamientos entre conquistadores.
Siguiendo a Cieza de León (c. 1550) pasan de Conquista y descubrimiento a Las
guerras civiles del Perú. Las lõ´neas se hacen netas.
Pero el proceso no era lineal: Paullu ejercõ´a su poder como Inca en el Cuzco
relativizando el cambio. El orden que regõ´a la ciudad, a través del cual los
conquistadore s pretendõ´an deŽ nirla como lugar propio, les era en gran parte
ajeno. Allõ´ las acciones de los cristianos y de Paullu Inca fueron nuevamente
performativas por el hecho de haber estado compitiendo dentro de un contexto
incierto en el cual las formas sociales estaban en duda. Asõ´ cada acción generaba
su propia validez y su signiŽ cado, deŽ niendo la relación social que la habrõ´a
contenido. Es decir, ¿qué es aquel que da tianas y recibe tributo? (¿Qué es aquel
que tiene una cédula de encomienda?) Era un ser Inca que iba cobrando sentido
en un espacio compartido con los conquistadores , por tanto sui generis. En parte
su sentido estaba dado por la respuesta de los curacas, y es por eso que ésta
resultaba tan con ictiva para algunos conquistadores .
Es la potencia del acto como creador de formas sociales lo que intento
destacar tanto en la presencia de Paullu Inca en el Cuzco en 1540 como en el
intento de Diego de Almagro de ser gobernador en 1537. Ambas fueron acciones
43
GONZALO LAMANA

performativas antes que prescriptivas: su alcance concreto, los atributos que esos
tõ´tulos iban a tener, eran inciertos (al igual que su suerte), y dependõ´a de quién
y cómo lo interpretase y respondiese. En este momento histórico las acciones
estaban especialmente lejos de la reiteración mecánica; por el contrario, tenõ´an
un fuerte cariz de conciencia en su realización, eran tomas de decisión que
forjaban realidades, las reaŽ rmaban o las cuestionaban, en vez de sencillamente
desarrollarse dentro de ellas.
Dentro de este contexto con ictivo la Corona pudo imponer la validez de la
Ž gura del señor natural. Esta entra dentro de la categorõ´a de los enunciados
generales que, presentados como consensuales, desprovisto s de con ictos, en
realidad encubren las tensiones propias del ejercicio del poder. No podõ´a ser
rechazada ya se sustentaba en la misma base que lo hacõ´an los reyes europeos.
Al reconocer la naturaleza humana de los indios y su gobierno, y la autoridad
papal en concordancia con los requerimientos de su polõ´tica interior y exterior,
la Corona convirtió la conquista lisa y llanamente en un traspaso de soberanõ´a
de esos indios a los reyes Católicos (si los nativos no eran capaces de gobernarse
no habõ´a cesión de soberanõ´a posible, y la conquista se hubiera transformado en
un ‘todo vale’, donde cada uno se hubiera apropiado individualment e de cuanto
tuviese a su mano). Esta lógica en su forma extrema hubiera reducido el rol de
los encomenderos a cobrar su tributo, alejándolos de los indios y haciéndolos
simples ejecutores de la potestad regia de la Corona.29
En resumen, mi intención ha sido mostrar que la progresiva sustitución de la
dominación incaica por la cristiana fue mucho más compleja que el Ž n de la
coherencia en Cajamarca en 1532 o su simple continuidad en Vilcabamba. La
presencia de dos órdenes socioculturale s distintos que no estaban estructurados
aún, y de luchas intestinas cuyo sentido se redeŽ nõ´a en un contexto alterado,
produj o no sólo alianzas cambiantes sino formas sociales y lugares cambiantes.
Parafraseando la controvertida distinción de Lévi-Strauss, la temperatura de este
tiempo histórico era especialmente caliente.
Fue la alternancia entre la incertidumbre creada por la existencia de zonas
grises con un predominio de acciones performativas y la seguridad de áreas netas
con predominio de acciones prescriptivas lo que caracterizó el perõ´odo que no
fue Tawantinsuyu ni colonia, y su eliminación lo que deŽ nió la consolidación del
régimen colonial. Para ahondar su estudio es necesario abandonar la visión
producida por las mismas crónicas—y aún hoy habitual, de una trama legible y
determinada, en la cual la dominación transcurre a través de la disputa por
formas sociales deŽ nidas entre Ž guras nõ´tidas de corte heroico.

Notas
* El presente artõ´culo ha sido posible gracias a la Beca de Iniciación a la Investigación otorgada
por la Universidad de Buenos Aires (FFyL), la Beca de Estancia otorgada por la Escuela de
Estudios Hispano-Americanos (Sevilla) y los fondos del proyecto PIP-Conicet (Argentina)
46/49. Agradezco a Roxana Boixadós, Marta Madero y Marõ´a Pita la lectura de borradores y
sus inspiradoras sugerencias, a Enrique Tandeter y Ana Marõ´a Lorandi su conŽ anza y ayuda,
y a los lectores anónimos de la Colonial Latin American Review sus comentarios.

44
LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

1
La literatura sobre la conquista de los Incas es extensa. Tomo como ejemplo el libro de John
Hemming (1982) por ser aún hoy la más acabada sõ´ntesis de ‘los hechos’ que ocurrieron durante
la misma. Sus lineamientos han sido seguidos por la mayorõ´a de los trabajos puntuales
posteriores que estudian la relación entre incas y españoles.
2
Si bien para simpliŽ car la presentación me referiré a Paullu Inca y Manco Inca de modo
individual los concibo siempre como la parte visible de las distintas fracciones polõ´ticas al
interior de la élite incaica.
3
La sorprendente diversidad y complejidad de las situaciones se ve con plenitud en el libro de
Hanke (1949).
4
En el Perú ya en 1535 el obispo de Panamá fue enviado a Ž scalizar la tarea polõ´tica y económica
de Francisco Pizarro. Vicente de Valverde, primer Obispo del Perú, serõ´a su inmediato sucesor
(Varón Gabai 1996, 86– 103).
5
Para una sõ´ntesis del perõ´odo ver Hemming (1982). La coronación de Túpac Huallpa está en
páginas 97– 113.
6
Como es sabido, al llegar los españoles el imperio incaico se encontraba envuelto en una guerra
sucesoria de varios años en la que los conquistadores tomaron parte activamente. Atahualpa
encabezaba la fracción con base en Quito en tanto Huáscar—y luego Manco Inca—la que
operaba desde el Cuzco (ver: Hemming 1982, 13– 194; Guillén Guillén 1979; y Vega 1992).
7
El lugar que tuvieron los “señores naturales” en la polémica sobre el futuro gobierno del Perú
durante las décadas de 1550 y 1560 es analizado por Assadourian (1987).
8
El documento en sõ´ carece de fecha, sólo está anotado al margen “1541”. Por otra parte, su
tratamiento en el Consejo dio lugar a una serie de provisiones reales asentadas en el cedulario
de la Audiencia de Lima, que comienzan el 7 de octubre de 1541. Resulta por tanto más
plausible que fuese escrito a Ž nes de 1540.
9
En otro trabajo (Lamana 1996, 86– 90) he presentado un breve desarrollo de los con ictos
señalando de qué modo ampliaron el margen de maniobra de Paullu Inca en el contexto
colonial.
10
Gran parte de las sugerencias de Morales para mejorar el gobierno de las Indias fue aceptada
por el Rey a través de una serie de Reales Cédulas entre el 7 de octubre y el 29 de noviembre
de 1541. De los 109 ´õ tems el Consejo aprobó 43 de manera inmediata (AGI, Lima 556).
11
A lo cual el Consejo anotó, en acuerdo con la forma legal, que el vasallaje de un señor natural
no era impedimento para que ejerza su señorõ´o, “Quel Gobernador [Pizarro] y Vaca prouean no
embaracen a los que le quisieren dar syn daño de sus amos.” (Vaca de Castro, segundo
gobernador del Perú, 1541– 1543, fue enviado por la Corona antes de que se tuviese noticia de
la muerte del conquistador.)
12
Si bien el verbo “muchhani, muchhaycuni” es traducido como “adorar, rogar, besar, reuerenciar,
honrar, venerar, o bessar las manos” (Gonçález Holguõ´n [1608] 1952, 246), en este caso
posiblemente corresponda “Muchaycupuni: Tornarse a sujetar, dar la obediencia el reñido o
alçado, o, pedir perdón al mayor, o reconciliarse con su mayor, o con Dios” (õ´bid, 246).
13
Dunbar Temple (1948, 125) y Hemming (1982, 572) aŽ rman que Melchor disfrutó de las
encomiendas de Paullu Inca. Esto es un error, y puede verse tanto en el memorial de Melchor
Carlos Inca (BNM, Mss. 20193) como en el Despacho Real de 1596 (AGI, Indiferente 744, n.
9).
14
Martõ´nez Cereceda en su detallado estudio del “conjunto de emblemas” de la autoridad en los
Andes destaca el lugar de la tiana dentro del mismo (1995, 69– 78, 131– 46, 185– 86).
15
Ver Ramõ´rez (1996), en especial páginas 161– 62.
16
“Al gobernador de la provincia daba el Ynga comisión que pudiese andar en andas, porque sin
su licencia no podõ´a ningún indio andar en ellas, ni en hamaca, ni sentarse en dúo, que ellos
llaman tiana, que todo esto era favor y merced del Ynga.” (Murúa [1590– 1602] 1987, 378, it.
mõ´a). Asimismo Juan Bautista Yupachaui, principal de Collagoa, declaró en la visita de
Huánuco “que los caciques sucedõ´an y suceden los hijos a los padres y que ninguno se entraba
en el señorõ´o hasta que el ynga le daba la tiana y asiento y ésta no se la daba otro sino el ynga
señor principal” (Ortiz de Zúñiga [1562] 1972, f. 29, 60).
17
“El repartimiento que tenõ´a Gonzalo Hernandez rentara tres mil i quinientos pesos i la casa
servida de todo lo necesario, estan doce i quince leguas de esta ciudad, tieneles por cedula de

45
GONZALO LAMANA

Vaca de Castro” (Loredo 1941, 312). La referencia corresponde a 1548. He tomado 1


legua 5 5.57 kms.
18
“No tenõ´an en sus casas sillas, escaños ni genero de asientos, porque todos, hombres y mujeres,
se sentaban en el suelo, sacando los caciques y grandes señores, que, por merced y privilegio
del Inca, usaban de asiento dentro y fuera de sus casas, al cual llamaban Duho y era un
banquillo de madera labrado de una pieza” (Cobo [1653] 1964, l:xiv, 2:244, it. en el original).
19
Las gradaciones de Guaman Poma están sintetizadas en el cuadro elaborado por Martõ´nez
Cereceda (1995, 75).
20
“Luego, ante ellos, y en presencia del Cacique (Manco) que ocupaba un escabel mientras los
suyos le rodeaban sentados en el suelo, de los Señores del paõ´s, y de los Capitanes que
compartõ´an los asientos con los españoles, hizo un discurso en la forma y manera que se estila
en estas ocasiones” (Sancho de la Hoz [1534] 1986, 116).
21
De modo general no debe suponerse que las conquistas implicaron necesariamente el colapso
de los sistemas nativos de preeminencias rituales. Por ejemplo, las diferencias de rango
públicamente observadas entre los melanesios, que establecõ´an que la cabeza de un hombre
común nunca podõ´a encontrarse por encima de la de un miembro de un linaje principal, fueron
mantenidas luego de la conquista europea. Asõ´, cuando un oŽ cial colonial intentó humillar a un
jefe de alto rango, encarcelándolo junto con hombres del común de su tribu a los que prohibió
que se postraran ante su persona, “in spite of this […] all commoners in jail did constantly move
bending, except when the white satrap appeared upon the scene” (Malinowski 1987, 28, nota
2).
22
“… que agora al presente pocos dõ´as a le an ydo de noche a matar a su casa por efetuar sus
rruines propósitos e que con mucha constançia a tenido abilidad para librarse dellos” (AGI,
Lima 204, nota 11, f. 18v).
23
Madre de Inés Yupanqui, con quien Francisco Pizarro tuvo dos hijos (ver Rostworowski de
Diez Canseco 1989, 22– 29).
24
Ver Lamana (1996) para una comparación de las estrategias seguidas por ambos Incas hasta su
muerte. Si bien Valverde valoraba la Ž gura del Inca por la ayuda que representaba contra su
hermano, su actitud era mucho más cautelosa que la de Morales, recomendando al Rey que
pasados ambos lo mejor serõ´a que no hubiese más Incas, puesto que estos siempre serõ´an cabeza
de levantamientos (carta al Rey, abril de 1539).
25
“J’apelle stratégie la calcul (ou la manipulation) des rapports de forces que devient possible à
partir du moment où un sujet de vouloir et de pouvoir […] est isolable. Elle postule un lieu
suscepible d’être circonscrit comme un prope et d’être la base d’où gerer les relations avec une
exteriorité de cibles ou de menaces” (de Certeau 1990, 59, it. original). “Par rapport aux
stratégies […] j’apelle tactique l’action calculée que détermine l’absence d’un prope. Alors
aucune délimitation de l’exteriorité ne lui fournit la condition d’une autonomie […] elle est
mouvement «á l’intérieur du champ de vision de l’ennemi»” (60– 61, it. original).
26
“C’est aussi une maõˆtrise des lieux par la vue. La partition de l’espace permet une pratique
panoptique à partir d’un lieu d’où le regard transforme les forces étrangeres en objects qu’on
peut observer et mesurer, controler donc et «inclure» dans sa vision” (de Certeau 1990, 60, it.
original).
27
En otro trabajo (Lamana 1997) he analizado el efecto de las pretensiones hegemónicas de los
conquistadores en la deŽ nición de episodios confusos estudiando en detalle la “coronación” de
Paullu Inca en 1537.
28
“La amistad genera ayuda material; la relación, normalmente (y normativamente), prescribe un
modo de interacción adecuado. No obstante, si los amigos hacen regalos, los regalos también
hacen amigos; o bien, como dicen los esquimales, ‘los regalos hacen esclavos, tal como los
látigos hacen perros’. La forma cultural (¿o la morfologõ´a social?) puede producirse a la inversa:
el acto crea una relación adecuada” (Sahlins 1988, 12).
29
En el largo plazo su situación volverõ´a a ser la ausencia de poder: progresivamente la Corona
les quitarõ´a el derecho a vivir entre sus indios e intentarõ´a despojarlos de la función polõ´tica a
través de la instauración de los corregidores y del intento de restringir su participación en los
cabildos. Al ser entrado el tributo en las cajas reales los encomenderos pasarõ´an a ser, en gran
parte, pensionados del rey.

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LOS LUGARES GRISES EN EL CUZCO HACIA 1540

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