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Child Protection
de menores
2. Términos y definiciones
Autores:
El abuso sexual de menores es un abuso a tres niveles: es un abuso sexual, un abuso de poder y
un abuso de confianza.
El abuso sexual es una transgresión a nivel sexual, que golpea a la persona muy íntimamente en
su ser. El cuerpo de una persona va unido a la creación de su identidad. Tiene su propia sabiduría
y genera significado. Obviamente confluyen elementos personales y culturales en la creación de
sentido, pero el cuerpo también produce significado: uno es mujer o varón, alto o bajo, sano o
enfermo. El abuso sexual perjudica los significados positivos del cuerpo. Las víctimas cuentan
que tras la transgresión se sienten manchadas, sucias, y en consecuencia, se avergüenzan y se
sienten indignas.
En términos legales, el abuso sexual se ha definido como violencia sexual. Esto es importante
porque hace evidente que un abuso por incesto no puede tratarse sólo dentro de la familia ya que
los actos de violencia son objeto del derecho. Las personas que proceden de forma violenta actúan
contra la ley y cometen un delito. El abuso sexual se trata, efectivamente, de un delito.
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El abuso sexual es una violación de los límites físicos de una persona y, por lo tanto, es siempre
un acto de violencia. La violencia no sólo se refiere a la fuerza física, sino a cualquier acto con
poder destructivo. En un acto de violencia, una persona es lastimada por otra que tiene el poder
de hacerlo. El abuso sexual es, por tanto, un acto de violencia ya que se ocasiona daño a una
persona como consecuencia de que otra utilice su poder de forma destructiva.
Aparte de tener un poder similar al de padres o maestros, los sacerdotes tienen además un poder
‘sacro‘, lo que complica todavía más las consecuencias del abuso ya que la dimensión espiritual
se ve comprometida a un nivel más profundo. Los sacerdotes tienen el poder de ejercer el
ministerio sacramental – la Eucaristía y la confesión – y se cree que están más cerca de Dios que
las personas no ordenadas. Se suelen considerar los representantes de Cristo en la tierra. En
consecuencia, si ellos comenten un abuso, la fe y la espiritualidad se ven profundamente
afectadas.
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Otros son abusados por figuras de autoridad como profesores, encargados de grupos juveniles o
entrenadores deportivos. Todos ellos entran en el círculo de personas de confianza y por ello los
padres les dejan a sus hijos de buena fe. Sin embargo, esta confianza se ve traicionada.
Las cosas se vuelven más complejas cuando el abusador es un sacerdote, puesto que debería ser
la persona de confianza por excelencia. Cuando el párroco muestra una mayor atención por un
niño, los padres se sienten honrados y dejan confiadamente a su hijo con él. De ahí que no sólo el
menor, sino también otros miembros de la familia, se sientan traicionados por el abuso.
Un segundo tipo de abuso de confianza puede ocurrir cuando un menor denuncia el abuso, pero
no se le cree. El niño abusado hablará del abuso solamente con quien tiene confianza o en quien
piensa que puede confiar o que lo creerá. Si tras la denuncia sólo percibe incredulidad, su
confianza se ve traicionada de nuevo. La traición puede causar un fuerte estrés emocional y hacer
que la víctima se vuelva muy reacia a confiar en otras personas en el futuro.
Habrá notado que, al hablar de las víctimas de abuso sexual, utilizamos tres términos diversos:
abuso sexual de niños, abuso sexual de menores y abuso sexual de personas vulnerables.
Se define ‘niño‘ como aquel dentro del periodo que va desde el nacimiento hasta el crecimiento
pleno. El crecimiento no se refiere sólo al aspecto biológico, sino también a la madurez psicológioa
y ética. Los adultos son capaces de tomar decisiones informadas y son responsables de sus
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acciones. Están en grado de cuidarse y de afrontar los desafíos de la vida. En cambio, los niños
dependen de los adultos responsables de cuidar de ellos. De hecho, los adultos los alimentan y
los visten, los protegen, les enseñan modales y deciden —consultándoles o no— a qué escuela
irán o en qué emplearán el tiempo.
Pero, ¿dónde se establece el límite? ¿Cuándo se hace adulta la persona? A nivel psicológico y
ético, depende en parte del desarrollo personal del individuo. Sin embargo, cada país debe definir
legalmente el paso a la edad adulta o a la llamada ‘edad de la madurez‘. En muchos lugares, una
persona es legalmente adulta a los 18 años. En Derecho Canónico, la ley de la Iglesia católica, se
define como ‘niño‘ a una persona menor de 18 años.
Desde una perspectiva psicológica, es necesario distinguir entre ‘niño‘ y ‘adolescente‘. Los
adolescentes son vulnerables al abuso de una forma distinta que los niños. La adolescencia se
considera una transición entre la niñez y la edad adulta y va aproximadamente de los 13 a los 18
años. Es un tiempo en el que se producen muchos cambios a nivel biológico, sexual, espiritual y
psicológico.
Un ‘menor‘ es un niño o adolescente de menos de 18 años, pero también una persona con
discapacidades cognitivas. Aunque tenga 18 años, puede que no sea capaz de tomar decisiones
informadas sobre aspectos importantes y que, por ello, no se le pueda considerar plenamente
responsable de sus elecciones y actos. Depende de otros para tener una vida cotidiana.
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canon 99: quien carece habitualmente de uso de razón). La noción de adulto vulnerable incluye
también a los ancianos con demencia.
Para los objetivos de este programa, consideramos a los menores en el sentido global del
término. Es decir, abarcando a los niños, adolescentes y adultos vulnerables en la medida en
que sean cognitiva y mentalmente discapacitados.
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El término ‘abuso‘ viene del latín y significa literalmente “transgredir el uso habitual y
socialmente aceptado de algo”. Si bien esta definición puede ayudar a entender qué es un abuso,
también tiene sus limitaciones. La aceptación social no puede ser el único criterio para definir el
abuso. Por ejemplo, aunque la mutilación genital de una joven adolescente se acepte socialmente
en algunas poblaciones, no quiere decir que no sea un abuso. Para entender el abuso en la
actualidad, necesitamos ampliar su definición. El abuso sexual de menores forma parte de las
distintas formas de maltrato y negligencia que pueden sufrir los menores. El maltrato, que
significa literalmente “tratar de manera incorrecta”, encierra diversos comportamientos que
ponen en peligro la integridad del menor a nivel físico, psicológico, emocional o espiritual. Tales
comportamientos pueden darse, por ejemplo, en forma de golpes, acoso, humillación, abuso
sexual, mutilación sexual, matrimonio forzado, prostitución, enrolamiento en la guerra, trabajos
forzosos, amenazas sobre el castigo divino, etc. La negligencia es otra forma de maltrato que
consiste en privar a un menor del cuidado apropiado. Por ejemplo al no alimentarlo, no cuidar
su higiene corporal, no cubrir sus necesidades vitales ni su escolarización, no protegerlo, etc. En
resumen, el maltrato se define como algo que daña el bienestar y la integridad del menor,
mientras que la negligencia significa no hacer lo necesario para su bienestar e integridad. Pueden
darse diferentes formas de maltrato al mismo tiempo. Algunos menores pueden sufrir
simultáneamente tanto el maltrato como la negligencia. Además, algunas conductas como el
abuso sexual afectan al menor no sólo física- sino también psicológica-, emotiva- y
espiritualmente, como se explica en el apartado 7 de este documento.
Entre estas formas de violencia está el abuso sexual. Con la finalidad de abordar de forma
adecuada esta dolorosa cuestión, es importante tener un vocabulario en común. Rápidamente se
entiende que, incluso en el campo de la investigación, hablar de abuso sexual de menores no es
fácil, lo que se debe especialmente a la variedad de definiciones y términos que existen en los
diferentes campos de especialización (Haugaard, 2000). Además, dada la naturaleza del abuso
sexual de menores, diversos campos profesionales confrontan la misma cuestión (Finkelhor,
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1986). Por ejemplo, los profesionales de la justicia hablarán en términos de violación, crimen,
agresión sexual, víctima o abusador, mientras que los psicólogos lo harán en términos de trauma
sexual, victimización de la persona, abusadores sexuales o pedófilos (Haugaard, 2000). Además,
los distintos países y continentes ofrecen una variedad de definiciones debido a las diferencias
culturales. Por lo tanto, es imposible formular una definición unánime. Sin embargo, podemos
definir los distintos elementos que hacen del abuso sexual una forma de violencia sexual, según
la definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS):
“todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no
deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona
mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de esta con la víctima, en cualquier
ámbito, incluidos (pero sin limitarse a) la casa y el puesto de trabajo”. (Organización Mundial de la Salud,
2013).
Entonces, ¿qué es lo que define una conducta como una forma de violencia sexual, como un
abuso? Al analizar la cuestión del abuso sexual de menores, no siempre es fácil indicar el
momento en que se inicia (Manly, 2005). A menudo, se percibe como un punto en el que el
comportamiento deja de ser apropiado dentro de una ‘progresión‘ de comportamientos. Sin
embargo, se sigue discutiendo dónde trazar el límite. Como afirma Haugaard (2000):
“La mayoría de las características que se consideran al decidir si un comportamiento es un abuso sexual se
encuentran a lo largo de una progresión –siendo necesario que se trace una línea divisoria en algún punto
de la progresión para decidir si el comportamiento es un abuso, de forma que los comportamientos a un
lado de la línea divisoria se consideren abuso y al otro lado no. Decidir dónde establecer la línea suele ser
delicado. Por ejemplo, pocas personas podrían sugerir que es abuso sexual que un padre bañe a su hija de
dos años, y muchos podrían afirmar que es abuso sexual que el mismo padre lo haga con su hija de catorce
años de edad”. (Traducción propia) (p.1037).
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Si bien muchas veces puede ser difícil determinar qué es un abuso y qué no lo es, es posible
hacerlo en virtud de diversos elementos que son importantes indicadores. Detallaremos cada uno
de ellos más adelante.
En segundo lugar, existe el concepto de consentimiento apropiado. ¿La persona estaba en grado
de dar un consentimiento válido y legítimo?
En tercer lugar, hay contenidos de un acto de abuso (tocamientos, palpación, acoso, violación,
exhibicionismo, voyerismo…).
En quinto lugar, hay consecuencias para la víctima que pueden ser psicológicas, físicas, sociales
o espirituales (Finkelhor & Araji, 1986; Kendall-Tackett, Meyer Williams, & Finkelhor, 1993;
Oddone Paolucci, Genuis, & Violato, 2001).
Y en sexto lugar, se sobrepasan los límites personales, espirituales y relacionales (Edelstein, 2011;
Fortune, 1995).
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La mayoría de las veces, de alguna manera, la persona sabe que ha sido abusada. Hay signos de
aflicción, impotencia, dolor y otros elementos que serán abordados en otras unidades de
aprendizaje del programa. Lo más difícil para muchos de los menores abusados es ser capaces de
hablar de ello y contar con un adulto en grado de ayudarles. Como Sandor Ferenczi afirmaba ya
en el año 1932 en su revista clínica (Ferenczi, 1985):
“La niña se siente manchada y maltratada. Quisiera contárselo a su madre, pero el hombre se lo impide
(por intimidación y negación). La niña se siente indefensa y confundida. Debería luchar para poner fin a la
voluntad del adulto autoritario, al escepticismo de la madre, etc. Naturalmente no puede y está obligada a
decidir si el mundo entero se equivoca o es ella la que está en un error. Elige la segunda opción.” (Traducción
propia del francés, p. 133).
No obstante, también es importante subrayar que algunas personas que han sido abusadas no
sienten el abuso necesariamente como tal (Kendall-Tackett et al., 1993). Por la edad, por ejemplo,
los jóvenes comienzan a vivir más activamente su sexualidad durante la adolescencia, y pueden
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haber querido, incluso deseado, una experiencia sexual con un adulto. Por eso, si bien la sociedad
lo define como un abuso, pueden negarse a reconocerlo como tal (Malón, 2009). Puede afectarles
más tarde en la vida y generarles una vergüenza e inseguridad profundas. Hasta el niño que
experimenta el propio poder de seducción puede no darse cuenta al principio de que ha sido
abusado por un adulto, especialmente si el abuso tiene lugar sin violencia física ni se tocan los
genitales. Por ejemplo, un hombre puede estar jugando con los cabellos del niño y tener una
erección sin que el niño lo sepa ni se percate. Esto es un abuso sin violencia física ni exposición
de partes genitales, pero es un abuso porque la finalidad del acto es alcanzar la excitación y la
satisfacción sexual de la persona que abusa.
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El consentimiento informado significa que una persona con una madurez suficiente entra en una
relación de tipo sexual intencional y conscientemente. La edad de consentimiento para una
relación sexual varia de un país a otro y va de los 15 y a los 18 años (Haugaard, 2000). Es muy
importante subrayar que, en el caso de los menores, dar el consentimiento no equivale a ausencia
de abuso. La mayoría de países han establecido que incluso si el menor da el consentimiento para
una relación sexual, tal consentimiento no es válido si la relación no es con otro menor de la
misma edad. Esto se debe a la falta de plena madurez (Abel, Becker, & Cunningham-Rathner,
1984; Finkelhor, 1979). Antes se asumía que un menor de 18 años (o de 21 en algunos países) no
está en grado de dar un consentimiento para una relación sexual. Posteriormente, se pusó en
cuestión ese punto. En algunos países, la edad para el consentimiento a la actividad sexual se
redujo gravemente hasta los 14 años. Agunos de los argumentos para reducir la edad se refieren
al hecho de que un menor podría tener la capacidad de dar un consentimiento informado antes
de los 18 años y que estas decisiones pueden ser racionales y libres (Abel et al., 1984). Además, el
debate sobre el consentimiento es recurrente y particularmente difícil de discernir, especialmente
en casos en los que no hay coerción, como afirman Abel et al. (1984):
“La mayoría de edad implica que, a cierta edad, un individuo ha adquirido la inteligencia, el raciocinio y
las habilidades para entender y tener una cierta experiencia de la vida para tomar decisiones en el mejor de
sus beneficios. El concepto de consentimiento variable implica que bajo ciertas condiciones un niño puede,
si ha satisfecho los requisitos necesarios, ser capaz de dar el consentimiento antes de alcanzar la mayoría de
edad. Cuando un adulto utiliza la fuerza o las amenazas para provocar la conformidad del menor con la
actividad sexual, está claro que no ha habido consentimiento. No queda tan claro cuando el adulto y el niño
participan en actividades sexuales en las que la coerción no es manifiesta.” (Traducción propia, p.94).
Por lo tanto, podemos observar que la noción de consentimiento es más que una cuestión legal.
Es también una cuestión ética de la que debe ocuparse la sociedad en su conjunto. Abel et al.
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(1984), continuando con el trabajo de Finkelhor (1979), consideran cuatro elementos principales
que hacen imposible que un niño dé el consentimiento para una relación sexual con un adulto:
“El consentimiento informado presenta cuatro problemas principales: (1) que el niño comprenda sobre qué
da su consentimiento, (2) que el niño sea consciente de las conductas sexuales aceptadas en su comunidad,
(3) que el menor reconozca las posibles consecuencias de su decisión y (4) que el menor y el adulto estén en
igualdad de poder de forma que ningún tipo de coerción pueda influenciar la decisión del niño.”
(Traducción propia, p. 94).
Estos cuatro elementos permiten evaluar si la relación sexual con un niño es inmoral o
intrínsecamente mala y, por lo tanto, abusiva. Un niño , incluso si se ha desarrollado de forma
precoz, no tendrá nunca una comprensión sobre la sexualidad igual a la de un adulto y, por
tanto, su consentimiento es imposible. Además, como un niño no puede comprender todas las
implicaciones de los estándares morales establecidos en su sociedad, el consentimiento es
imposible. Al no ser capaz de sopesar las consecuencias del propio consentimiento a una relación
sexual, el consentimiento es imposible. Y por ultimo, como siempre habrá un desequilibrio de
poder entre el niño y el adulto, el consentimiento es imposible. Teniendo en cuenta lo anterior, el
consentimiento de un menor a una relación sexual con una persona adulta debe ser siempre
considerado como imposible (Abel et al., 1984).
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El abuso sexual de un menor es una realidad multidimensional y va, como se ha dicho con
antelación, desde el abuso sexual sin contacto al abuso sexual con contacto (Finkelhor, 1986). Sin
embargo, es importante recordar también que la violencia sexual es parte de la violencia y del
maltrato que muchos menores todavía padecen en el mundo actual (Manly, 2005). La violencia
abarca cualquier forma de violencia doméstica como la negligencia, el matrato, el castigo físico,
el acoso o la violencia psicológica. También es parte de formas de violencia hacia los menores
más sistémicas como la pobreza, la guerra, la esclavitud, la explotación sexual o la cultura de
abuso (Efraine, 2004; Jewkes, 2004; Richter, Dawes, & Higson-Smith, 2004; Richter & Higson-
Smith, 2004).
En este programa el abuso sexual de menores será afrontado tanto desde una dimensión
individual como sistémica. Ahora nos concentraremos en el nivel individual del abuso sexual de
menores y, en consecuencia, sobre los actos de los abusadores.
Una acción se considera un acto de abuso sexual cuando la intención y objetivo es la excitación y
satisfacción sexual de quien comete el abuso. Puede consistir en ejercer el acto sobre el menor u
obligarlo a ejercer el acto sobre el abusador o sobre otra persona o víctima. Finkelhor divide estos
actos en actos con o sin contacto. Nosotros añadimos a éstos también los actos con o sin
penetración u otras formas de parafilia (para la definición de los actos mencionados a
continuación, revise el glosario al término del presente documento).
a) Actos sin contacto: esta primera categoría de actos sexualmente abusivos puede ser difícil
de identificar puesto que no se da un contacto físico. Sin embargo, como ya se ha visto,
es esencial determinar si la intención de la persona que desarrolla el acto es alcanzar la
excitación y la satisfacción sexual. Por ello, los actos sexualmente abusivos sin contacto
incluyen el exhibicionismo, el voyerismo, el fetichismo o la pornografía infantil.
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b) Actos con contacto pero sin penetración: esta segunda categoría de actos sexualmente
abusivos incluyen aquellos que implican un contacto físico entre la víctima y el abusador,
pero sin una penetración sexual. Son actos como frotarse, palpar, abusar en el ámbito del
cuidado, la masturbación, el cunnilingus o el annilingus.
c) Actos con contacto y penetración: esta tercera categoría de actos sexualmente abusivos se
refiere a un acto con contacto que incluye una penetración del cuerpo de otra persona.
Dicha penetración puede ser oral, vaginal o anal. Puede ser parcial o total, terminar en
orgasmo o no, realizarse con el pene, con otra parte del cuerpo o con un objeto. Estos
actos incluyen la felación, la penetración sexual o la sodomía.
d) Otras formas de actos sexuales abusivos: existen otras formas de abuso sexual que son
consideradas abuso cuando se realizan sobre un menor como las prácticas
sadomasoquistas, los juegos de simulación o el travestismo, el uso de pornografía, la
producción de pornografía infantil o juvenil y la explotación de un niño a través de la
prostitución sexual.
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Para abusar de su víctima, el abusador sexual necesita asegurar el control sobre el menor, lo que
puede conseguir a través de diferentes medios. A continuación, se indican los más comunes, pero
la lista no es exhaustiva:
La autoridad: el abusador ejerce una forma de autoridad sobre el menor y tiene control
sobre el mismo, como uno de los padres, en caso de incesto (padre, madre, hermanos,
hermanas, abuelos, tíos, primos, padrastros, madrastras, padres adoptivos, padrinos,
madrinas) (Maddock & Larson, 1995). La autoridad también se puede ejercer por
delegación de una función educativa, como en el caso de un maestro de escuela, un
entrenador deportivo, un profesor de música, un animador de un campamento de
verano, un educador, un chófer de transporte escolar, un ministro del culto o un agente
de pastoral. O bien al desarrollar un trabajo en el ámbito del cuidado como es el caso de
los médicos de familia, doctores, trabajadores sociales, psicólogos o psiquiatras
(Gonsiorek, 1995). Se subraya que en el caso de abuso sexual infantil, en virtud de la
naturaleza misma del ser adulto, ello suele bastar para obtener el control dado el
desequilibrio de poder entre el cuerpo del niño y del adulto. El ser adulto confiere una
forma de poder natural sobre el niño. Además, debido a la estructura patriarcal de
muchas sociedades, los adultos varones encarnan una especie de figura de autoridad
"natural" que les otorga un mayor poder sobre los menores (Shooter, 2012).
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Las amenazas, violencia, coacción y chantaje: la persona que abusa de un menor puede ejercer
diferentes formas de presión para imponer su poder a nivel psicológico, físico o incluso
espiritual. Puede hacerlo amenazando al menor con sufrir graves consecuencias en caso
de negarse a obedecer. Por ejemplo, un padre amenaza a su hijo con matar o herir a su
madre, un hermano, su animal favorito o al propio niño. El abusador puede también
utilizar violencia y coacción física para ejercer el abuso, como tapar la boca del menor con
una mano o hacerle daño para que se sienta indefenso. Un sacerdote, por ejemplo, puede
amenazar al niño con un castigo o maldición divina en caso de negativa.
La sorpresa: un abusador puede utilizar el factor sorpresa para abusar, por ejemplo si
durante un juego hace algo de improviso que provoca que el menor se sienta incómodo.
Por ejemplo, un padre que juega a la lucha con su hijo y durante el combate le toca los
genitales.
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Si bien estos aspectos se tratarán de forma más extensa en las próximas unidades de aprendizaje,
ahora que estamos definiendo los términos es importante señalar que el abuso sexual de un
menor tiene un impacto sobre el niño a distintos niveles (Oddone Paolucci et al., 2001).
Consecuencias sociales: dadas las consecuencias psicológicas y físicas del abuso sexual, una
persona puede tener dificultades a la hora de relacionarse con los demás, con la persona
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amada, las parejas sexuales e incluso los compañeros de trabajo o los empleadores (Davis
& Petretic-Jackson, 2000).
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En primer lugar, es importante revisar la literatura y ver de qué forma se refiere al abuso sexual
infantil (ASI). Muchas de las definiciones disponibles en la investigación científica sobre el ASI
provienen de estudios que observan el fenómeno e intentan determinar su importancia en
términos cuantitativos de abusos en una población concreta, es decir, estudios de prevalencia,
(Haugaard, 2000). El primer avance importante en el intento de dar una definición operativa de
ASI en la investigación de prevalencia viene de la mano de David Finkelhor (1985). En un estudio
comparativo1, Finkelhor definió el ASI según tres categorías principales. La primera, la edad de
la víctima: prepuberal e o no. A continuación, las otras dos categorías en función de la naturaleza
de los actos: "sin contacto" o "con contacto" (pp. 22-23). La primera categoría “sin contacto” se
refiere a situaciones como el exhibicionismo, voyerismo o insinuaciones. En la actualidad, por
ejemplo, podría incluir la exposición de un niño a la pornografía. La segunda categoría “con
contacto” hace referencia a actos como palpar el seno o los genitales o la penetración sexual de
tipo anal, vaginal u oral (p. 23).
En otros estudios, los investigadores no incluyen el “acto sin contacto” como un comportamiento
abusivo (Russell, 1983) o lo emplean como una variable (Wyatt, 1985). Para otros no es tan
relevante distinguir entre “contacto” y “no contacto” (Pereda, Guilera, Forns, & Gomez-Benito,
2009a, 2009b). Otros investigadores insisten en la dimensión no deseada del contacto sexual
(Oddone Paolucci et al., 2001) e introducen la noción de consentimiento. Recuerdan la
importancia de la diferencia de poder entre la víctima y el abusador (Violato & Genuis, 1993).
Resulta interesante destacar que la mayoría de investigadores examina la población femenina
como grupo victimizado, indicando que las víctimas de ASI son principalmente de este sexo. Sin
1 En investigación, los estudios comparativos suelen recibir el nombre de meta-análisis. Utilizan un método de
investigación estadística que recoge datos de diferentes estudios en el mundo y los confronta. Al incrementar el
volumen de datos, este método ayuda a identificar mejor las tendencias globales, los factores comunes y las
diferencias. Este tipo de análisis es importante para estudiar la prevalencia de un fenómeno concreto.
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embargo, es un hecho sabido que las víctimas de sexo masculino denuncian menos (Violato &
Genuis, 1993), aunque parece que esto esté cambiando últimamente.
En su libro “Sexual abuse in Christian homes and churches”, Carolyn Holderread Heggen (1993)
presenta una definición que resume un buen número de los elementos mencionados. Destaca la
relevancia de la diferencia de poder entre la víctima y el abusador. El ASI tiene que ver con la
conducta sexual, pero sobre todo con el abuso de poder como fuente de gratificación sexual para
el que abusa:
“El abuso sexual se da cuando alguien con menos madurez o poder es engañado, forzado, coaccionado o
chantajeado para una experiencia sexual. Sucede cuando alguien disminuido en su potencialidad por una
discapacidad, por la edad o por su situación particular entra en una actividad que estimula sexualmente al
abusador y que la víctima no comprende completamente, o para la que no tiene capacidad de dar un
consentimiento informado. El desequilibrio de poder entre la víctima y el abusador es fundamental en la
definición del abuso. Dicho desequilibrio de poder puede resultar de la mayor edad, corporalidad, posición,
experiencia o autoridad del perpetrador.” (Traducción propia, p.20).
La diferencia de poder que existe en el abuso sexual de menores es también fruto del modelo
patriarcal presente en muchos países y sociedades del mundo, y que considera que las mujeres
—y por extensión los menores— están a disposición de los hombres para su satisfacción sexual
(Dawes, Richter, & Higson-Smith, 2004; Shooter, 2012). La investigación sobre distorsiones
cognitivas en abusadores indica la existencia de tales creencias entre los que cometen abusos
sexuales, las cuales les permiten tener y mantener un comportamiento abusivo (Ward, Gannon,
& Keown, 2006; Ward, Hudson, Johnston, & Marshall, 1997; Ward, Polaschek, & Beech, 2006). Es
una dimensión fundamental porque el abuso sexual de menores no es el resultado de los actos
de unas pocas “manzanas podridas”. Tiene también una dimensión sistémica muy importante,
la cual permite que persista y esté presente en la mayoría de sociedades hasta nuestros días
(Schoener, 1995). Para concluir, y especialmente por la crisis del abuso sexual infantil cometido
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por ministros del culto, algunos definen el ASI también como un abuso espiritual (Crisp, 2007;
Fortune, 1995; Shooter, 2012), o como un asesinato del alma (Shengold, 1989).
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En la investigación sobre abuso sexual infantil, gran parte de los estudios se han realizado sobre
la base de una definición general de abuso sexual, especialmente en aquellos que intentaban
calcular su prevalencia. Fue necesario determinar su extensión para saber cómo darle respuesta
de la manera más eficaz. Sin embargo, al tratar de definirlo ampliando su definición, la
prevalencia varió extensamente. Resultó una variación muy alta para ser ilustrativa, con un
mínimo de un 4% hasta un máximo de un 40%. A pesar de ello, fue el primer tentativo cient?ifico
de ofrecer un panorama realista sobre la prevalencia del abuso. En aquel momento, resultó que
la prevalencia de abuso sexual infantil en 20 países diferentes iba del 7% al 36% para las mujeres
y del 3% al 29% para los hombres (Finkelhor, 1994). Por aquel entonces, Finkelhor subrayó la
dificultad de obtener resultados fiables de algunas partes del mundo como África (a excepción
de Sudáfrica), países árabes y Asia. Esto hizo aún más difícil analizar la prevalencia del problema
a nivel internacional y pudo influir en que algunos creyeran que no se da en algunas partes del
mundo donde no se realizaron investigaciones.
En un estudio reciente, Pereda et al. (2009) ampliaron el trabajo de Finkelhor y lograron acceder
a más investigaciones en un mayor número de países. Condujeron un meta-análisis con 39
estudios de prevalencia en 21 países diferentes, incluyendo datos más recientes de países como
China, Israel, Jordania, Malasia, Marruecos, Singapur, Turquía (Pereda et al., 2009a). Si bien
representa un avance, sigue siendo insuficiente para ofrecer un cuadro más amplio de la
prevalencia del fenómeno. A pesar de ello, el estudio de Pereda et al. muestra que el ASI es una
realidad ampliamente presente en todos los países estudiados. Varía desde el 0%2 al 53% para las
mujeres y desde el 0% al 60% para los hombres. Este amplio rango de porcentajes –mayor que el
de Finkelhor– es un indicador tanto de lo difícil que es obtener y analizar los datos como de la
2 En algunos resultados, el bajo porcentaje (0%) se debe al proyecto deficiente y al proceso de recogida de datos
insuficiente de dos de las investigaciones.
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importancia del problema. Influye sobre la definición de lo que en realidad es el abuso sexual.
Cuanto mayores son las dificultades para identificar un problema, más difícil resulta definirlo.
Conforme vayan publicándose más estudios, más precisos serán los datos sobre la prevalencia
del ASI. El problema es un indicador de las dificultades que se encuentran en muchos países
cuando se enfrenta tal cuestión. También lo es la dificultad para muchas víctimas de romper el
silencio y revelar lo que les sucedió. En algunas culturas, el peso del sistema autoritario es todavía
muy fuerte y la vergüenza de la víctima es tal que hace casi imposible recopilar datos.
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Glosario
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Consentimiento informado es cuando una persona acuerda hacer algo con otra de
forma libre y dando su autorizacón. Para que sea legal
y válido, el consentimiento debe cumplir una serie de
requisitos legales, por ejemplo,el consentimiento de un
niño a una relación sexual con un adulto no es ni válido
ni legal.
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3
Este código se refiere al Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales, conocido como DSM 5 (APA, 2013).
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Límites son las barreras con las que alguien cuenta para
proteger su integridad. Son límites invisibles que
establece para defenderse a sí misma física, psicológica
y espiritualmente. Son la expresión de la alteridad y de
la diversidad de una persona, y la protegen. Pueden ser
visibles a través de conductas sociales convencionales,
normas o tabúes.
Maltrato o malos tratos es un término general que encierra todas las formas de
negligencia y abuso, físico, psicológico, emocional y
espiritual. Negligencias y abusos se imponen a alguien
que tiene necesidad de cuidados (por ejemplo, los
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