Sunteți pe pagina 1din 26

que se retira a orillas del mar, en su tienda, y se niega a seguir luchando.

El ejército aqueo estaba constituido por numerosas mesnadas venidas cada


una con su jefe de las distintas regiones de la Grecia continental y de las
islas; en total, unos ciento veinte mil hombres. Naturalmente, como no
combate Aquiles, no combaten tampoco sus soldados, los mirmidones,
tesaliotas fortísimos venidos a Tesalia, con Peleo, desde la isla de Egina.

Reconstrucción de la Troya homérica

Las grandes batallas de la Ilíada son cuatro: la primera ocurre el día veintidós,
y ocupa los cantos III-VII (el primero es el planteamiento del poema,
mientras en el segundo se pasa revista a los dos ejércitos). Después de la
promesa de Zeus a la madre de Aquiles, Tetis, de que Aquiles será vengado
con una grave derrota de los aqueos, sería natural que esperáramos esta
derrota.

Pero los aqueos no son derrotados, aunque tampoco resultan vencedores:


de hecho, la preocupación de la derrota está en el aire de toda la batalla, a
pesar del valor de Diomedes (canto quinto); tanto es así que, terminada la
batalla, y solicitada una tregua para enterrar a los muertos, los aqueos
construyen un muro y un foso para protección de sus naves. ¿Por qué
precisamente tienen que construir este muro y esta fosa en el último año de
la guerra y no antes? Porque ahora no está Aquiles; mientras él estuvo
presente y combatió, nadie pensó jamás en la necesidad de murallas de
defensa.

La segunda batalla tiene efecto el día veinticinco (canto octavo). Tampoco


en ésta los aqueos son derrotados, pero tampoco resultan vencedores; y
tanto persiste y se acentúa la preocupación de la derrota, que el mismo
Agamenón propone enviar una embajada a Aquiles, con presentes, excusas
y promesas, para que desista de su ira y vuelva a la lucha. La embajada llena
el bellísimo canto noveno.

La verdadera y estrepitosa derrota tiene lugar en la tercera batalla, el día 26,


que ocupa una tercera parte de la totalidad del poema, desde el canto XI al
XVIII. Empezando por Agamenón, todos los mejores guerreros aqueos dan
grandes pruebas de valor; pero tanto Agamenón como Ulises y Diomedes
son heridos. El héroe troyano Héctor (hijo de Príamo, el rey de Troya) ha
hundido las puertas del muro defensivo; detrás de él se arrojan furiosos los
troyanos, salvan el foso y llegan junto a las naves de los aqueos; en éstas,
saltando de una a otra, enorme, férreo, detrás de la protección de su
invencible escudo, Áyax intenta rechazar el asalto. Pero ni Áyax lo logra. La
nave de Protesilao es incendiada.

Aquiles llora sobre el cadáver de Patroclo


(detalle de un óleo de Gavin Hamilton, c. 1762)

Desde un ángulo del campamento, Aquiles ve el resplandor del incendio. Pero


Aquiles, en su tienda o junto a la orilla del mar, ya no es indiferente a lo que
sucede a su alrededor. En un determinado momento ve a Néstor que pasa
junto a él en su carro para salvar a un herido. Y le asalta la curiosidad de
saber quién es, y envía a su fraternal amigo Patroclo a enterarse. La ira de
Aquiles está a punto de ceder. Estamos en la mitad del canto undécimo, en
la mitad del poema. Patroclo va y regresa; pide a Aquiles que por lo menos
le permita vestir sus armas y participar en la batalla. Aquiles lo consiente.
Acompañado de los mirmidones, los soldados de Aquiles, Patroclo entra en
batalla y se encuentra con Héctor, que le da muerte. Héctor, en el ímpetu
glorioso de la victoria, despoja a Patroclo de sus armas y se reviste él mismo
con las armas de Aquiles.

Estalla entonces el nuevo y más fiero dolor de Aquiles: la nueva y más terrible
cólera borra y sustituye la primera. Aquiles vuelve a la batalla. Vuelve,
primero, a pesar de ir sin armas, mientras que Hefesto, rápidamente, le
fabrica otras nuevas. Se yergue en un ribazo y profiere un triple grito, e
incluso a los caballos enemigos se les erizan de terror las largas crines, y
huyen hacia Troya, arrastrando consigo en desorden carros y hombres
armados.

Y llegamos a la cuarta y última batalla, en el día 27. Una vez en posesión de


las nuevas armas y reunidos los mirmidones, Aquiles se arroja corriendo por
entre las filas enemigas, buscando únicamente a Héctor, y derribando y
matando a todo aquel que le sale al paso. Los cantos veinte y veintiuno
rebosan de este furor de Aquiles. Los troyanos han huido a refugiarse detrás
de las murallas. Sólo Héctor queda fuera. Y frente a él, por fin, Aquiles. Miran
los troyanos desde los muros; miran los aqueos desde el campamento,
alineados e inmóviles como una muralla de bronce. Y Aquiles mata a Héctor.
Trocada su furia en compasión por los ruegos del rey Príamo, Aquiles accede
a entregarle el cadáver de su hijo. El canto XXIII celebra los funerales de
Patroclo; el último, los funerales de Héctor. El poema termina con este acto
de misericordia, en un sentimiento de universal piedad e infelicidad.
Príamo suplica a Aquiles que le permita enterrar a su hijo
(detalle de un óleo de Gavin Hamilton, c. 1775)

El mundo que Homero nos presenta en la Ilíada es un mundo aristocrático


vertebrado en torno a la noción de areté, de excelencia. Lo que los héroes
homéricos ansiaban, el motor que les movía, era destacar, tener su día de
gloria. Esta gloria se materializaba en el reconocimiento por parte del grupo,
que le concedía el honor simbólico de un géras, de una recompensa por su
distinción. Arrebatarle a alguien su géras era privarle de su honor, de su
gloria. Ésa era la raíz del conflicto que enfrentó a Agamenón y a Aquiles. Y
ello explica la morosidad no arbitraria con que el poeta describe en
la Ilíada las aristeiai, el día de gloria de los distintos héroes. Este afán de
sobresalir, de distinguirse, tenía un correlato en la ambición de una
inmortalidad en la fama y explica la elevada consideración del poeta
encargado de perpetuar esa gloria para las generaciones futuras.
Cuando Aristóteles, en la Poética, alabó a Homero por haber sabido elegir entre
el numeroso material mítico-histórico de la Guerra de Troya un episodio
particular y por haber hecho de él el centro vital de su poema, no sólo
enunció, como corolario de su afirmación de que la poesía no es historia, una
fecundísima verdad teórica, sino también una verdad de hecho, iluminando
y explicando las claves estéticas de la Ilíada, primera manifestación poética
del mundo occidental: el poema es grandioso precisamente por el sentido
instintivo que el poeta tuvo del límite, de la mesura y de la perfección
definitiva, que son los cánones más evidentes de lo que desde hace siglos
solemos reconocer en la poesía llamada clásica.

la lucha llevándose consigo a sus seguidores –los mirmidones–. El príncipe


troyano Héctor encabeza un ataque contra la flota griega, varada en la playa, y los
griegos, dirigidos incompetentemente por Agamenón, están a punto de ser
destruidos por completo. Aquiles se niega a volver a la lucha, pero envía a su
mejor amigo, Patroclo, a luchar en su lugar. Héctor mata a Patroclo y Aquiles,
atormentado por la rabia y la pena, se lanza a buscar a Héctor para matarlo.
Héctor, aunque es sabedor de que no puede vencer a Aquiles, decide luchar
contra él de todas formas y resulta muerto. Aquiles, entonces, deshonra el cuerpo
de Héctor arrastrándolo con su carro en torno a la ciudad. Todos estos
acontecimientos ocurren en el lapso de dos días de lucha separados por dos
días de tregua, yocupan los primeros 22 libros de la Ilíada.
Los libros XXIII y XXIV hacen el relato de los últimos estertores de la historia,
que transcurren por un periodo de 13 días. En ellos se cuenta el extraño
encuentro nocturno entre Aquiles y Príamo, el anciano rey de Troya y padre de
Héctor, celebrado en el campamento de los griegos. Al final de esta reunión, el
cuerpo de Héctor le es finalmente entregado a su padre para que se celebren los
correspondientes ritos funerarios, ya que los dioses, ofendidos por el inaceptable
comportamiento de Aquiles, lo han castigado manteniendo el cuerpo de Héctor
hermoso y fresco; precisamente, el verso que cierra la obra: «Así hicieron las
honras de Héctor, domador de caballos»
Precaución: lectura complicada

La Ilíada no es una lectura fácil; y esto no solo se aplica a los escolares torturados
por la versión original griega, sino también a los adultos que se Pero los aqueos no
son derrotados, aunque tampoco resultan vencedores: de hecho, la
preocupación de la derrota está en el aire de toda la batalla, a pesar del valor
de Diomedes (canto quinto); tanto es así que, terminada la batalla, y
solicitada una tregua para enterrar a los muertos, los aqueos construyen un
muro y un foso para protección de sus naves. ¿Por qué precisamente tienen
Estalla entonces el nuevo y más fiero dolor de Aquiles: la nueva y más terrible
cólera borra y sustituye la primera. Aquiles vuelve a la batalla. Vuelve,
primero, a pesar de ir sin armas, mientras que Hefesto, rápidamente, le
fabrica otras nuevas. Se yergue en un ribazo y profiere un triple grito, e
incluso a los caballos enemigos se les erizan de terror las largas crines, y
huyen hacia Troya, arrastrando consigo en desorden carros y hombres
armados.
Y llegamos a la cuarta y última batalla, en el día 27. Una vez en posesión

de las nuevas armas y reunidos los mirmidones, Aquiles se arroja corriendo

por La Ilíada
La atribución de la Ilíada a Homero (siglo VIII a. de C.) tiene ya una antigüedad
de casi tres milenios, pues se remonta por lo menos al siglo VII a. de C., y
es aceptada en la medida en que no se han hallado argumentos concluyentes
en su contra. Incluso la división en veinticuatro cantos, que indudablemente
data, tal como ha llegado hasta hoy, de la época de los gramáticos
alejandrinos, probablemente no fue más que una restauración de divisiones
rapsódicas mucho más antiguas, muchas de las cuales podrían ser debidas
al mismo poeta.

Homero

La Ilíada no relata, como parece desprenderse del título, la guerra de Troya o


Ilión, sino sólo un episodio de ella: el de la cólera de Aquiles. Tal episodio se
desarrolla en un tiempo brevísimo, exactamente en cincuenta y un días. En
verdad las cóleras son dos y no una. Y el paso de la una a la otra divide el
poema en dos partes: en la primera Aquiles decide no combatir más; en la
segunda se arroja de nuevo al combate.

La acción se sitúa en el último de los diez años que duró la guerra. Una
terrible peste invade el campamento aqueo: es el dios Apolo quien, bajando
del Olimpo, con los dardos invisibles y mortales de la peste hiere a hombres
y animales. El dios Apolo venga así a su sacerdote Crises, a quien el jefe
supremo del ejército aliado, Agamenón, no ha querido restituir su hija
Criseida. Agamenón finalmente la devuelve, pero quiere una compensación,
y se apodera de Briseida, la esclava de Aquiles. De ahí nace la ira de Aquiles,
que se retira a orillas del mar, en su tienda, y se niega a seguir luchando.

El ejército aqueo estaba constituido por numerosas mesnadas venidas cada


una con su jefe de las distintas regiones de la Grecia continental y de las
islas; en total, unos ciento veinte mil hombres. Naturalmente, como no
combate Aquiles, no combaten tampoco sus soldados, los mirmidones,
tesaliotas fortísimos venidos a Tesalia, con Peleo, desde la isla de Egina.

Reconstrucción de la Troya homérica

Las grandes batallas de la Ilíada son cuatro: la primera ocurre el día veintidós,
y ocupa los cantos III-VII (el primero es el planteamiento del poema,
mientras en el segundo se pasa revista a los dos ejércitos). Después de la
promesa de Zeus a la madre de Aquiles, Tetis, de que Aquiles será vengado
con una grave derrota de los aqueos, sería natural que esperáramos esta
derrota.

Pero los aqueos no son derrotados, aunque tampoco resultan vencedores:


de hecho, la preocupación de la derrota está en el aire de toda la batalla, a
pesar del valor de Diomedes (canto quinto); tanto es así que, terminada la
batalla, y solicitada una tregua para enterrar a los muertos, los aqueos
construyen un muro y un foso para protección de sus naves. ¿Por qué
precisamente tienen que construir este muro y esta fosa en el último año de
la guerra y no antes? Porque ahora no está Aquiles; mientras él estuvo
presente y combatió, nadie pensó jamás en la necesidad de murallas de
defensa.
La segunda batalla tiene efecto el día veinticinco (canto octavo). Tampoco
en ésta los aqueos son derrotados, pero tampoco resultan vencedores; y
tanto persiste y se acentúa la preocupación de la derrota, que el mismo
Agamenón propone enviar una embajada a Aquiles, con presentes, excusas
y promesas, para que desista de su ira y vuelva a la lucha. La embajada llena
el bellísimo canto noveno.

La verdadera y estrepitosa derrota tiene lugar en la tercera batalla, el día 26,


que ocupa una tercera parte de la totalidad del poema, desde el canto XI al
XVIII. Empezando por Agamenón, todos los mejores guerreros aqueos dan
grandes pruebas de valor; pero tanto Agamenón como Ulises y Diomedes
son heridos. El héroe troyano Héctor (hijo de Príamo, el rey de Troya) ha
hundido las puertas del muro defensivo; detrás de él se arrojan furiosos los
troyanos, salvan el foso y llegan junto a las naves de los aqueos; en éstas,
saltando de una a otra, enorme, férreo, detrás de la protección de su
invencible escudo, Áyax intenta rechazar el asalto. Pero ni Áyax lo logra. La
nave de Protesilao es incendiada.

Aquiles llora sobre el cadáver de Patroclo


(detalle de un óleo de Gavin Hamilton, c. 1762)

Desde un ángulo del campamento, Aquiles ve el resplandor del incendio. Pero


Aquiles, en su tienda o junto a la orilla del mar, ya no es indiferente a lo que
sucede a su alrededor. En un determinado momento ve a Néstor que pasa
junto a él en su carro para salvar a un herido. Y le asalta la curiosidad de
saber quién es, y envía a su fraternal amigo Patroclo a enterarse. La ira de
Aquiles está a punto de ceder. Estamos en la mitad del canto undécimo, en
la mitad del poema. Patroclo va y regresa; pide a Aquiles que por lo menos
le permita vestir sus armas y participar en la batalla. Aquiles lo consiente.
Acompañado de los mirmidones, los soldados de Aquiles, Patroclo entra en
batalla y se encuentra con Héctor, que le da muerte. Héctor, en el ímpetu
glorioso de la victoria, despoja a Patroclo de sus armas y se reviste él mismo
con las armas de Aquiles.

Estalla entonces el nuevo y más fiero dolor de Aquiles: la nueva y más terrible
cólera borra y sustituye la primera. Aquiles vuelve a la batalla. Vuelve,
primero, a pesar de ir sin armas, mientras que Hefesto, rápidamente, le
fabrica otras nuevas. Se yergue en un ribazo y profiere un triple grito, e
incluso a los caballos enemigos se les erizan de terror las largas crines, y
huyen hacia Troya, arrastrando consigo en desorden carros y hombres
armados.

Y llegamos a la cuarta y última batalla, en el día 27. Una vez en posesión de


las nuevas armas y reunidos los mirmidones, Aquiles se arroja corriendo por
entre las filas enemigas, buscando únicamente a Héctor, y derribando y
matando a todo aquel que le sale al paso. Los cantos veinte y veintiuno
rebosan de este furor de Aquiles. Los troyanos han huido a refugiarse detrás
de las murallas. Sólo Héctor queda fuera. Y frente a él, por fin, Aquiles. Miran
los troyanos desde los muros; miran los aqueos desde el campamento,
alineados e inmóviles como una muralla de bronce. Y Aquiles mata a Héctor.
Trocada su furia en compasión por los ruegos del rey Príamo, Aquiles accede
a entregarle el cadáver de su hijo. El canto XXIII celebra los funerales de
Patroclo; el último, los funerales de Héctor. El poema termina con este acto
de misericordia, en un sentimiento de universal piedad e infelicidad.
Príamo suplica a Aquiles que le permita enterrar a su hijo
(detalle de un óleo de Gavin Hamilton, c. 1775)

El mundo que Homero nos presenta en la Ilíada es un mundo aristocrático


vertebrado en torno a la noción de areté, de excelencia. Lo que los héroes
homéricos ansiaban, el motor que les movía, era destacar, tener su día de
gloria. Esta gloria se materializaba en el reconocimiento por parte del grupo,
que le concedía el honor simbólico de un géras, de una recompensa por su
distinción. Arrebatarle a alguien su géras era privarle de su honor, de su
gloria. Ésa era la raíz del conflicto que enfrentó a Agamenón y a Aquiles. Y
ello explica la morosidad no arbitraria con que el poeta describe en
la Ilíada las aristeiai, el día de gloria de los distintos héroes. Este afán de
sobresalir, de distinguirse, tenía un correlato en la ambición de una
inmortalidad en la fama y explica la elevada consideración del poeta
encargado de perpetuar esa gloria para las generaciones futuras.
Cuando Aristóteles, en la Poética, alabó a Homero por haber sabido elegir entre
el numeroso material mítico-histórico de la Guerra de Troya un episodio
particular y por haber hecho de él el centro vital de su poema, no sólo
enunció, como corolario de su afirmación de que la poesía no es historia, una
fecundísima verdad teórica, sino también una verdad de hecho, iluminando
y explicando las claves estéticas de la Ilíada, primera manifestación poética
del mundo occidental: el poema es grandioso precisamente por el sentido
instintivo que el poeta tuvo del límite, de la mesura y de la perfección
definitiva, que son los cánones más evidentes de lo que desde hace siglos
solemos reconocer en la poesía llamada clásica.

la lucha llevándose consigo a sus seguidores –los mirmidones–. El príncipe


troyano Héctor encabeza un ataque contra la flota griega, varada en la playa, y los
griegos, dirigidos incompetentemente por Agamenón, están a punto de ser
destruidos por completo. Aquiles se niega a volver a la lucha, pero envía a su
mejor amigo, Patroclo, a luchar en su lugar. Héctor mata a Patroclo y Aquiles,
atormentado por la rabia y la pena, se lanza a buscar a Héctor para matarlo.
Héctor, aunque es sabedor de que no puede vencer a Aquiles, decide luchar
contra él de todas formas y resulta muerto. Aquiles, entonces, deshonra el cuerpo
de Héctor arrastrándolo con su carro en torno a la ciudad. Todos estos
acontecimientos ocurren en el lapso de dos días de lucha separados por dos
días de tregua, yocupan los primeros 22 libros de la Ilíada.
Los libros XXIII y XXIV hacen el relato de los últimos estertores de la historia,
que transcurren por un periodo de 13 días. En ellos se cuenta el extraño
encuentro nocturno entre Aquiles y Príamo, el anciano rey de Troya y padre de
Héctor, celebrado en el campamento de los griegos. Al final de esta reunión, el
cuerpo de Héctor le es finalmente entregado a su padre para que se celebren los
correspondientes ritos funerarios, ya que los dioses, ofendidos por el inaceptable
comportamiento de Aquiles, lo han castigado manteniendo el cuerpo de Héctor
hermoso y fresco; precisamente, el verso que cierra la obra: «Así hicieron las
honras de Héctor, domador de caballos»
Precaución: lectura complicada

La Ilíada no es una lectura fácil; y esto no solo se aplica a los escolares torturados
por la versión original griega, sino también a los adultos que se Pero los aqueos no
son derrotados, aunque tampoco resultan vencedores: de hecho, la
preocupación de la derrota está en el aire de toda la batalla, a pesar del valor
de Diomedes (canto quinto); tanto es así que, terminada la batalla, y
solicitada una tregua para enterrar a los muertos, los aqueos construyen un
muro y un foso para protección de sus naves. ¿Por qué precisamente tienen
que construir este muro y esta fosa en el último año de la guerra y no antes?
Porque ahora no está Aquiles; mientras él estuvo presente y combatió, nadie
pensó jamás en la necesidad de murallas de defensa.

La segunda batalla tiene efecto el día veinticinco (canto octavo). Tampoco


en ésta los aqueos son derrotados, pero tampoco resultan vencedores; y
tanto persiste y se acentúa la preocupación de la derrota, que el mismo
Agamenón propone enviar una embajada a Aquiles, con presentes, excusas
y promesas, para que desista de su ira y vuelva a la lucha. La embajada llena
el bellísimo canto noveno.
La verdadera y estrepitosa derrota tiene lugar en la tercera batalla, el día 26,
que ocupa una tercera parte de la totalidad del poema, desde el canto XI al
XVIII. Empezando por Agamenón, todos los mejores guerreros aqueos dan
grandes pruebas de valor; pero tanto Agamenón como Ulises y Diomedes
son heridos. El héroe troyano Héctor (hijo de Príamo, el rey de Troya) ha
hundido las puertas del muro defensivo; detrás de él se arrojan furiosos los
troyanos, salvan el foso y llegan junto a las naves de los aqueos; en éstas,
saltando de una a otra, enorme, férreo, detrás de la protección de su
invencible escudo, Áyax intenta rechazar el asalto. Pero ni Áyax lo logra. La
nave de Protesilao es incendiada.

Aquiles llora sobre el cadáver de Patroclo


(detalle de un óleo de Gavin Hamilton, c. 1762)

Desde un ángulo del campamento, Aquiles ve el resplandor del incendio. Pero


Aquiles, en su tienda o junto a la orilla del mar, ya no es indiferente a lo que
sucede a su alrededor. En un determinado momento ve a Néstor que pasa
junto a él en su carro para salvar a un herido. Y le asalta la curiosidad de
saber quién es, y envía a su fraternal amigo Patroclo a enterarse. La ira de
Aquiles está a punto de ceder. Estamos en la mitad del canto undécimo, en
la mitad del poema. Patroclo va y regresa; pide a Aquiles que por lo menos
le permita vestir sus armas y participar en la batalla. Aquiles lo consiente.
Acompañado de los mirmidones, los soldados de Aquiles, Patroclo entra en
batalla y se encuentra con Héctor, que le da muerte. Héctor, en el ímpetu
glorioso de la victoria, despoja a Patroclo de sus armas y se reviste él mismo
con las armas de Aquiles.

Estalla entonces el nuevo y más fiero dolor de Aquiles: la nueva y más terrible
cólera borra y sustituye la primera. Aquiles vuelve a la batalla. Vuelve,
primero, a pesar de ir sin armas, mientras que Hefesto, rápidamente, le
fabrica otras nuevas. Se yergue en un ribazo y profiere un triple grito, e
incluso a los caballos enemigos se les erizan de terror las largas crines, y
huyen hacia Troya, arrastrando consigo en desorden carros y hombres
armados.

Y llegamos a la cuarta y última batalla, en el día 27. Una vez en posesión

de las nuevas armas y reunidos los mirmidones, Aquiles se arroja corriendo

por La Ilíada
La atribución de la Ilíada a Homero (siglo VIII a. de C.) tiene ya una antigüedad
de casi tres milenios, pues se remonta por lo menos al siglo VII a. de C., y
es aceptada en la medida en que no se han hallado argumentos concluyentes
en su contra. Incluso la división en veinticuatro cantos, que indudablemente
data, tal como ha llegado hasta hoy, de la época de los gramáticos
alejandrinos, probablemente no fue más que una restauración de divisiones
rapsódicas mucho más antiguas, muchas de las cuales podrían ser debidas
al mismo poeta.

Homero
La Ilíada no relata, como parece desprenderse del título, la guerra de Troya o
Ilión, sino sólo un episodio de ella: el de la cólera de Aquiles. Tal episodio se
desarrolla en un tiempo brevísimo, exactamente en cincuenta y un días. En
verdad las cóleras son dos y no una. Y el paso de la una a la otra divide el
poema en dos partes: en la primera Aquiles decide no combatir más; en la
segunda se arroja de nuevo al combate.

La acción se sitúa en el último de los diez años que duró la guerra. Una
terrible peste invade el campamento aqueo: es el dios Apolo quien, bajando
del Olimpo, con los dardos invisibles y mortales de la peste hiere a hombres
y animales. El dios Apolo venga así a su sacerdote Crises, a quien el jefe
supremo del ejército aliado, Agamenón, no ha querido restituir su hija
Criseida. Agamenón finalmente la devuelve, pero quiere una compensación,
y se apodera de Briseida, la esclava de Aquiles. De ahí nace la ira de Aquiles,
que se retira a orillas del mar, en su tienda, y se niega a seguir luchando.

El ejército aqueo estaba constituido por numerosas mesnadas venidas cada


una con su jefe de las distintas regiones de la Grecia continental y de las
islas; en total, unos ciento veinte mil hombres. Naturalmente, como no
combate Aquiles, no combaten tampoco sus soldados, los mirmidones,
tesaliotas fortísimos venidos a Tesalia, con Peleo, desde la isla de Egina.

Reconstrucción de la Troya homérica

Las grandes batallas de la Ilíada son cuatro: la primera ocurre el día veintidós,
y ocupa los cantos III-VII (el primero es el planteamiento del poema,
mientras en el segundo se pasa revista a los dos ejércitos). Después de la
promesa de Zeus a la madre de Aquiles, Tetis, de que Aquiles será vengado
con una grave derrota de los aqueos, sería natural que esperáramos esta
derrota.
Pero los aqueos no son derrotados, aunque tampoco resultan vencedores:
de hecho, la preocupación de la derrota está en el aire de toda la batalla, a
pesar del valor de Diomedes (canto quinto); tanto es así que, terminada la
batalla, y solicitada una tregua para enterrar a los muertos, los aqueos
construyen un muro y un foso para protección de sus naves. ¿Por qué
precisamente tienen que construir este muro y esta fosa en el último año de
la guerra y no antes? Porque ahora no está Aquiles; mientras él estuvo
presente y combatió, nadie pensó jamás en la necesidad de murallas de
defensa.

La segunda batalla tiene efecto el día veinticinco (canto octavo). Tampoco


en ésta los aqueos son derrotados, pero tampoco resultan vencedores; y
tanto persiste y se acentúa la preocupación de la derrota, que el mismo
Agamenón propone enviar una embajada a Aquiles, con presentes, excusas
y promesas, para que desista de su ira y vuelva a la lucha. La embajada llena
el bellísimo canto noveno.

La verdadera y estrepitosa derrota tiene lugar en la tercera batalla, el día 26,


que ocupa una tercera parte de la totalidad del poema, desde el canto XI al
XVIII. Empezando por Agamenón, todos los mejores guerreros aqueos dan
grandes pruebas de valor; pero tanto Agamenón como Ulises y Diomedes
son heridos. El héroe troyano Héctor (hijo de Príamo, el rey de Troya) ha
hundido las puertas del muro defensivo; detrás de él se arrojan furiosos los
troyanos, salvan el foso y llegan junto a las naves de los aqueos; en éstas,
saltando de una a otra, enorme, férreo, detrás de la protección de su
invencible escudo, Áyax intenta rechazar el asalto. Pero ni Áyax lo logra. La
nave de Protesilao es incendiada.
Aquiles llora sobre el cadáver de Patroclo
(detalle de un óleo de Gavin Hamilton, c. 1762)

Desde un ángulo del campamento, Aquiles ve el resplandor del incendio. Pero


Aquiles, en su tienda o junto a la orilla del mar, ya no es indiferente a lo que
sucede a su alrededor. En un determinado momento ve a Néstor que pasa
junto a él en su carro para salvar a un herido. Y le asalta la curiosidad de
saber quién es, y envía a su fraternal amigo Patroclo a enterarse. La ira de
Aquiles está a punto de ceder. Estamos en la mitad del canto undécimo, en
la mitad del poema. Patroclo va y regresa; pide a Aquiles que por lo menos
le permita vestir sus armas y participar en la batalla. Aquiles lo consiente.
Acompañado de los mirmidones, los soldados de Aquiles, Patroclo entra en
batalla y se encuentra con Héctor, que le da muerte. Héctor, en el ímpetu
glorioso de la victoria, despoja a Patroclo de sus armas y se reviste él mismo
con las armas de Aquiles.

Estalla entonces el nuevo y más fiero dolor de Aquiles: la nueva y más terrible
cólera borra y sustituye la primera. Aquiles vuelve a la batalla. Vuelve,
primero, a pesar de ir sin armas, mientras que Hefesto, rápidamente, le
fabrica otras nuevas. Se yergue en un ribazo y profiere un triple grito, e
incluso a los caballos enemigos se les erizan de terror las largas crines, y
huyen hacia Troya, arrastrando consigo en desorden carros y hombres
armados.
Y llegamos a la cuarta y última batalla, en el día 27. Una vez en posesión de
las nuevas armas y reunidos los mirmidones, Aquiles se arroja corriendo por
entre las filas enemigas, buscando únicamente a Héctor, y derribando y
matando a todo aquel que le sale al paso. Los cantos veinte y veintiuno
rebosan de este furor de Aquiles. Los troyanos han huido a refugiarse detrás
de las murallas. Sólo Héctor queda fuera. Y frente a él, por fin, Aquiles. Miran
los troyanos desde los muros; miran los aqueos desde el campamento,
alineados e inmóviles como una muralla de bronce. Y Aquiles mata a Héctor.
Trocada su furia en compasión por los ruegos del rey Príamo, Aquiles accede
a entregarle el cadáver de su hijo. El canto XXIII celebra los funerales de
Patroclo; el último, los funerales de Héctor. El poema termina con este acto
de misericordia, en un sentimiento de universal piedad e infelicidad.

Príamo suplica a Aquiles que le permita enterrar a su hijo


(detalle de un óleo de Gavin Hamilton, c. 1775)

El mundo que Homero nos presenta en la Ilíada es un mundo aristocrático


vertebrado en torno a la noción de areté, de excelencia. Lo que los héroes
homéricos ansiaban, el motor que les movía, era destacar, tener su día de
gloria. Esta gloria se materializaba en el reconocimiento por parte del grupo,
que le concedía el honor simbólico de un géras, de una recompensa por su
distinción. Arrebatarle a alguien su géras era privarle de su honor, de su
gloria. Ésa era la raíz del conflicto que enfrentó a Agamenón y a Aquiles. Y
ello explica la morosidad no arbitraria con que el poeta describe en
la Ilíada las aristeiai, el día de gloria de los distintos héroes. Este afán de
sobresalir, de distinguirse, tenía un correlato en la ambición de una
inmortalidad en la fama y explica la elevada consideración del poeta
encargado de perpetuar esa gloria para las generaciones futuras.
Cuando Aristóteles, en la Poética, alabó a Homero por haber sabido elegir entre
el numeroso material mítico-histórico de la Guerra de Troya un episodio
particular y por haber hecho de él el centro vital de su poema, no sólo
enunció, como corolario de su afirmación de que la poesía no es historia, una
fecundísima verdad teórica, sino también una verdad de hecho, iluminando
y explicando las claves estéticas de la Ilíada, primera manifestación poética
del mundo occidental: el poema es grandioso precisamente por el sentido
instintivo que el poeta tuvo del límite, de la mesura y de la perfección
definitiva, que son los cánones más evidentes de lo que desde hace siglos
solemos reconocer en la poesía llamada clásica.

la lucha llevándose consigo a sus seguidores –los mirmidones–. El príncipe


troyano Héctor encabeza un ataque contra la flota griega, varada en la playa, y los
griegos, dirigidos incompetentemente por Agamenón, están a punto de ser
destruidos por completo. Aquiles se niega a volver a la lucha, pero envía a su
mejor amigo, Patroclo, a luchar en su lugar. Héctor mata a Patroclo y Aquiles,
atormentado por la rabia y la pena, se lanza a buscar a Héctor para matarlo.
Héctor, aunque es sabedor de que no puede vencer a Aquiles, decide luchar
contra él de todas formas y resulta muerto. Aquiles, entonces, deshonra el cuerpo
de Héctor arrastrándolo con su carro en torno a la ciudad. Todos estos
acontecimientos ocurren en el lapso de dos días de lucha separados por dos
días de tregua, yocupan los primeros 22 libros de la Ilíada.
Los libros XXIII y XXIV hacen el relato de los últimos estertores de la historia,
que transcurren por un periodo de 13 días. En ellos se cuenta el extraño
encuentro nocturno entre Aquiles y Príamo, el anciano rey de Troya y padre de
Héctor, celebrado en el campamento de los griegos. Al final de esta reunión, el
cuerpo de Héctor le es finalmente entregado a su padre para que se celebren los
correspondientes ritos funerarios, ya que los dioses, ofendidos por el inaceptable
comportamiento de Aquiles, lo han castigado manteniendo el cuerpo de Héctor
hermoso y fresco; precisamente, el verso que cierra la obra: «Así hicieron las
honras de Héctor, domador de caballos»
Precaución: lectura complicada

La Ilíada no es una lectura fácil; y esto no solo se aplica a los escolares


torturados por la versión original griega, sino también a los adultos que se
enfrentan a una traducción. ¿Por qué decimos esto? En primer lugar, porque
conocer los obstáculos es el primer paso para superarlos, y la lectura de
la Ilíada supone introducirse en el mundo del que quizá sea el mejor libro de todos
los tiempos. Basándome en mi experiencia personal, y sin un orden definido, estas
son las principales dificultades que le encuentro a la lectura del libro:
❖ El medio que supone la narrativa en verso nos resulta ajena. Si esto se
combina con la dificultad que implica trasladar significados del griego original a
nuestro propio idioma, el resultado suele ser poco elegante, un muro contra el que
los traductores chocan una y otra vez, aunque algunos hayan conseguido salir
bastante airosos.
❖ El texto está lleno de repeticiones –coros descriptivos o mensajes reiterativos
que permiten al bardo que recita el texto tomarse un respiro–. En algunas
traducciones, estos son omitidos. Otros elementos idiosincráticos del origen oral
de la historia, sin embargo, no pueden ser descartados de este modo sin alterar el
mensaje original. Esto incluye epítetos como «Odiseo rico en ardides», «el dios
rufián» (Ares), «las negras naves» y tantos otros. Además, existen epítetos que
varían por las necesidades métricas, aunque no respondan al momento en que se
encuentra la historia: «Palas», por ejemplo, aparece a menudo en sustitución de
«Atenea», y nos encontramos con «las veloces naves» aunque dichos barcos se
encuentren en ese momento varados en la playa. Cabe preguntarse en este
punto: si estos cambios realizados para ajustar los versos nos dificultan la lectura,
¿por qué no suponían un problema para los oyentes originales? Expliquémoslo
brevemente: en esta época las historias eran casi siempre transmitidas en verso;
es más fácil de recitar que la prosa, es más fácil de recordar y sus reiteraciones
permitían tanto al bardo como a su audiencia mantener la atención durante
periodos de tiempo que a nosotros, poco acostumbrados a este tipo de relato, nos
parecerían una eternidad. Es por eso que, en la mayoría de sociedades, el verso
siempre se antepone a la prosa a la hora de contar historias de forma oral.
❖ Otra dificultad es la intervención en la historia de unos seres –los dioses– en
los que nosotros, simplemente, no creemos, y cuyas acciones nos dan la
impresión de que alguien está haciendo trampas para modificar el argumento. De
todas formas, para superar este escollo basta con imaginar que las intervenciones
divinas son una metáfora de la suerte. No cabe duda de que ya en la época
clásica muchos lectores lo interpretaban de este modo.
❖ Una de las primeras barreras que se le plantean al lector de la Ilíada es la
segunda mitad del Libro II. Tras un inicio prometedor, con el enfrentamiento entre
Agamenón y Aquiles, y el consejo celebrado a continuación por los jefes griegos,
la historia se detiene con una lista, aparentemente interminable, de los
participantes en la guerra –tanto griegos como troyanos– y de sus lugares de
procedencia. El arqueólogo y el estudioso la leerán con detenimiento; el simple
lector puede saltársela e ir directamente al inicio del Libro III. Los ritos funerales
celebrados en honor de Patroclo pueden ser igualmente aburridos, por lo que se
recomienda adoptar una estrategia parecida.
❖ La Ilíada está repleta de nombres de personajes y lugares que nos resultan
poco familiares: hasta 750. Los personajes que juegan un papel destacado en el
argumento son, sin embargo, apenas 18 seres humanos y 12 dioses. Se
recomienda centrar la atención en estos personajes destacados y en sus
relaciones: posiblemente no requiera más esfuerzo que aprenderse los principales
papeles en un culebrón, pero con resultados más gratificantes.
¿Personajes reales o héroes vacíos?
Los inmortales que juegan un papel en el argumento de la Ilíada tienen
personalidades bien definidas, ¿son los personajes humanos algo más que meros
arquetipos a los que asociamos actos de valor, cobardía, rabia, estupidez, honor y
deshonor? Aunque, efectivamente, a veces funcionen como arquetipos, también
creo que presentan unas características personales bien delineadas y realistas.
Así, podemos ver unos cuantos ejemplos entre los griegos.
Agamenon, el comandante en jefe, es mandón, arrogante e incapaz de
comprender a sus hombres y a sí mismo. Nótese cuando, al principio, para tratar
de alentar a los griegos a la lucha diciéndoles que lo mejor que pueden hacer es
recoger e irse a casa, sus tropas están a punto de tomarle la palabra.
ELa Ilíada es el relato detallado de ciertos acontecimientos acaecidos en la última
fase de la guerra, de 10 años de duración, que enfrentó a la confederación de los
griegos («argivos» o «aqueos») y a Troya/Ilión y sus aliados los «danaos». Es un
relato que examina el absurdo de la furia y el orgullo, y el carácter tétrico de la
guerra.
Agamenón, el líder de los griegos, hace montar en cólera a Aquiles, el más feroz
de los guerreros griegos, al arrebatarle su justo botín. Airado, Aquiles se retira de
la lucha llevándose consigo a sus seguidores –los mirmidones–. El príncipe
troyano Héctor encabeza un ataque contra la flota griega, varada en la playa, y los
griegos, dirigidos incompetentemente por Agamenón, están a punto de ser
destruidos por completo. Aquiles se niega a volver a la lucha, pero envía a su
mejor amigo, Patroclo, a luchar en su lugar. Héctor mata a Patroclo y Aquiles,
atormentado por la rabia y la pena, se lanza a buscar a Héctor para matarlo.
Héctor, aunque es sabedor de que no puede vencer a Aquiles, decide luchar
contra él de todas formas y resulta muerto. Aquiles, entonces, deshonra el cuerpo
de Héctor arrastrándolo con su carro en torno a la ciudad. Todos estos
acontecimientos ocurren en el lapso de dos días de lucha separados por dos
días de tregua, yocupan los primeros 22 libros de la Ilíada.
Los libros XXIII y XXIV hacen el relato de los últimos estertores de la historia,
que transcurren por un periodo de 13 días. En ellos se cuenta el extraño
encuentro nocturno entre Aquiles y Príamo, el anciano rey de Troya y padre de
Héctor, celebrado en el campamento de los griegos. Al final de esta reunión, el
cuerpo de Héctor le es finalmente entregado a su padre para que se celebren los
correspondientes ritos funerarios, ya que los dioses, ofendidos por el inaceptable
comportamiento de Aquiles, lo han castigado manteniendo el cuerpo de Héctor
hermoso y fresco; precisamente, el verso que cierra la obra: «Así hicieron las
honras de Héctor, domador de caballos»
Precaución: lectura complicada

La Ilíada no es una lectura fácil; y esto no solo se aplica a los escolares


torturados por la versión original griega, sino también a los adultos que se
enfrentan a una traducción. ¿Por qué decimos esto? En primer lugar, porque
conocer los obstáculos es el primer paso para superarlos, y la lectura de
la Ilíada supone introducirse en el mundo del que quizá sea el mejor libro de todos
los tiempos. Basándome en mi experiencia personal, y sin un orden definido, estas
son las principales dificultades que le encuentro a la lectura del libro:
❖ El medio que supone la narrativa en verso nos resulta ajena. Si esto se
combina con la dificultad que implica trasladar significados del griego original a
nuestro propio idioma, el resultado suele ser poco elegante, un muro contra el que
los traductores chocan una y otra vez, aunque algunos hayan conseguido salir
bastante airosos.
❖ El texto está lleno de repeticiones –coros descriptivos o mensajes reiterativos
que permiten al bardo que recita el texto tomarse un respiro–. En algunas
traducciones, estos son omitidos. Otros elementos idiosincráticos del origen oral
de la historia, sin embargo, no pueden ser descartados de este modo sin alterar el
mensaje original. Esto incluye epítetos como «Odiseo rico en ardides», «el dios
rufián» (Ares), «las negras naves» y tantos otros. Además, existen epítetos que
varían por las necesidades métricas, aunque no respondan al momento en que se
encuentra la historia: «Palas», por ejemplo, aparece a menudo en sustitución de
«Atenea», y nos encontramos con «las veloces naves» aunque dichos barcos se
encuentren en ese momento varados en la playa. Cabe preguntarse en este
punto: si estos cambios realizados para ajustar los versos nos dificultan la lectura,
¿por qué no suponían un problema para los oyentes originales? Expliquémoslo
brevemente: en esta época las historias eran casi siempre transmitidas en verso;
es más fácil de recitar que la prosa, es más fácil de recordar y sus reiteraciones
permitían tanto al bardo como a su audiencia mantener la atención durante
periodos de tiempo que a nosotros, poco acostumbrados a este tipo de relato, nos
parecerían una eternidad. Es por eso que, en la mayoría de sociedades, el verso
siempre se antepone a la prosa a la hora de contar historias de forma oral.
❖ Otra dificultad es la intervención en la historia de unos seres –los dioses– en
los que nosotros, simplemente, no creemos, y cuyas acciones nos dan la
impresión de que alguien está haciendo trampas para modificar el argumento. De
todas formas, para superar este escollo basta con imaginar que las intervenciones
divinas son una metáfora de la suerte. No cabe duda de que ya en la época
clásica muchos lectores lo interpretaban de este modo.
❖ Una de las primeras barreras que se le plantean al lector de la Ilíada es la
segunda mitad del Libro II. Tras un inicio prometedor, con el enfrentamiento entre
Agamenón y Aquiles, y el consejo celebrado a continuación por los jefes griegos,
la historia se detiene con una lista, aparentemente interminable, de los
participantes en la guerra –tanto griegos como troyanos– y de sus lugares de
procedencia. El arqueólogo y el estudioso la leerán con detenimiento; el simple
lector puede saltársela e ir directamente al inicio del Libro III. Los ritos funerales
celebrados en honor de Patroclo pueden ser igualmente aburridos, por lo que se
recomienda adoptar una estrategia parecida.
❖ La Ilíada está repleta de nombres de personajes y lugares que nos resultan
poco familiares: hasta 750. Los personajes que juegan un papel destacado en el
argumento son, sin embargo, apenas 18 seres humanos y 12 dioses. Se
recomienda centrar la atención en estos personajes destacados y en sus
relaciones: posiblemente no requiera más esfuerzo que aprenderse los principales
papeles en un culebrón, pero con resultados más gratificantes.
¿Personajes reales o héroes vacíos?
Los inmortales que juegan un papel en el argumento de la Ilíada tienen
personalidades bien definidas, ¿son los personajes humanos algo más que meros
arquetipos a los que asociamos actos de valor, cobardía, rabia, estupidez, honor y
deshonor? Aunque, efectivamente, a veces funcionen como arquetipos, también
creo que presentan unas características personales bien delineadas y realistas.
Así, podemos ver unos cuantos ejemplos entre los griegos.
Agamenon, el comandante en jefe, es mandón, arrogante e incapaz de
comprender a sus hombres y a sí mismo. Nótese cuando, al principio, para tratar
de alentar a los griegos a la lucha diciéndoles que lo mejor que pueden hacer es
recoger e irse a casa, sus tropas están a punto de tomarle la palabra. Es frecuente
que las situaciones le sobrepasen. Es orgulloso, tiránico y, cuando se encuentra
bajo presión, poco resolutivo.
Ajax, hijo de Telamón (hay dos Ajaxes), es un matón impetuoso y musculoso,
insensible, valeroso, brutal y estúpido –un tipo perfecto para protagonizar películas
de acción.
Aquiles es un hombre apasionado que se deja llevar con excesiva facilidad por
una cólera destructiva. Su enfrentamiento con Agamenón es la causa indirecta de
la muerte de su amado Patroclo. Suele reaccionar de forma excesiva, y no solo
mata a Héctor, sino que también deshonra su cuerpo –y también, por
consiguiente, a sí mismo–. Aquiles está torvamente resignado a morir. Es reflejado
como un ser humano grandioso pero imperfecto: violento, valiente, orgulloso y
finalmente redimido por la pena que comparte con el hombre a cuyo hijo ha
matado –un personaje complejo y apabullante.
Néstor es viejo, experimentado, sabio, terco, impertinente e inflexible –el ejemplo
perfecto de líder retirado que recibe el respeto de todos y que a veces se lo gana.
Patroclo es joven, amable con las mujeres y con sus amigos y arrojado; al final,
demasiado arrojado para permanecer con vida.
De todas formas, los personajes que mejor reflejan la complejidad humana son los
tres principales troyanos:

Príamo, rey de Troya, anciano y cansado de la guerra, de sus constantes


tragedias y de la destrucción que se abatirá contra todo lo que ama –la pérdida de
sus hijos, la esclavitud de su hija Casandra y de su familia, y su propia muerte–.
Es un hombre abrumado por el dolor y que está destinado a sucumbir; un hombre
al que no le queda más recurso que la súplica para que le devuelvan el cuerpo de
su hijo.
Paris (también llamado Alejandro) –la causa humana de este desastre–, un
amante hermoso y vital, elegante y delicado, valeroso, aunque solo hasta cierto
punto, e inteligente. Finalmente es el responsable de la muerte de Aquiles, por
medio de una estratagema, pero nunca se le encuentra allí donde se le necesita.
En un momento de la historia, Héctor se lo encuentra en retaguardia, «ánimos
dando a sus compañeros». Tras la recriminación de su hermano, Paris contesta:
Llévanos adonde el corazón y el ánimo te ordenen; nosotros te seguiremos
presurosos, y no han de faltarnos bríos en cuanto lo permitan nuestras fuerzas.
(XIII, 784-787)
En un momento anterior de la lucha, se dice que Paris se entretiene demasiado
con su señora, y cuando finalmente hace acto de presencia, le dice a su hermano
Héctor: «Mucho te hice esperar deteniéndote, a pesar de tu impaciencia; pues no
he venido oportunamente, como ordenaste». La respuesta de Héctor es un
ejemplo de humanidad y de su anhelo por el final de la guerra, un deseo que está
presente en todo el relato de esta guerra universal.

¡Querido! Nadie que sea justo reprenderá tu trabajo en el combate, porque eres
valiente; pero a veces te complaces en desalentar y no quieres pelear, y mi
corazón se aflige cuando oigo que te baldonan los troyanos que tantos trabajos
sufren por ti. Pero vámonos y luego lo arreglaremos todo, si Zeus nos permite
ofrecer en nuestro palacio la crátera de la libertad a los celestes sempiternos
dioses, por haber echado de Troya a los aqueos de hermosas grebas. (VI, 521-
final)

Por supuesto, esto no ocurrirá nunca. En apenas dos días Héctor estará muerto.
El orgulloso contrapeso de Aquiles, que es reflejado como un hombre libre del
vicio de la ira, que defiende su hogar, ama a su esposa y que es tierno con su hijo,
se compromete a luchar contra Aquiles, una lucha que sabe que no puede ganar.
Es mejor que seas tú mismo quien decida sobre su carácter. Es posible que
llegues a la conclusión de que Héctor es el verdadero héroe de la Ilíada.
El texto de esta entrada es un fragmento del libro “Guía para viajeros a la filosofía
clásica” de John Gaskin
Guía para viajeros a la filosofía clásica
Retrocede en el tiempo y conoce las
ideas que cambiaron la forma de comprender el mundo desde la Grecia homérica
al siglo IV a.C.

Los griegos fueron los primeros en preguntarse dos temas fundamentales que no
han dejado de preocuparnos: ¿cuál es la naturaleza del universo? y ¿qué puedo
hacer durante mi corta existencia en él? Interrogantes cuyas respuestas son hoy
en día tan relevantes como lo fueron en la Antigüedad.

Sirviéndose de ejemplos sencillos y divertidas explicaciones, esta obra te guiará


por la filosofía de la mano de los mayores pensadores del mundo clásico y por los
lugares más representativos. Una guía ideal para todos aquellos que, sin moverse
del sillón, quieran visitar las ruinas clásicas y, de paso, explorar las grandes
cuestiones de la vida.

Resumen de La Ilíada
En contra de lo que muchos piensan, y como vamos a ver en este resumen de La
Ilíada, la obra no narra toda la guerra entre Troya y Grecia, provocada por la
fuga de Helena con Paris, príncipe troyano, lo que despierta la furia de Menelao,
que pide ayuda a su hermano Agamenón para marchar frente a la ciudad del rey
Príamo para recuperar a su esposa.
En realidad, la obra comienza narrando la cólera de Aquiles, uno de los héroes
griegos que se niega a luchar porque Agamenón ha decidido quedarse con
Briseida, la esclava favorita del guerrero más célebre de las polis, que únicamente
busca reconocimiento y ser leyenda.
Al no luchar Aquiles, las tropas troyanas están venciendo la guerra y expulsando a
los griegos hacia la playa, a quienes cada vez les dejan menos terreno. En esas
circunstancias, Patroclo, íntimo amigo del héroe griego, decide usar la armadura y
armas de Aquiles para lanzarse a la batalla, ya que sufre al ver cómo su pueblo
pierde la guerra y su preciado compañero no hace nada para solventar la
situación.
Por desgracia, Patroclo, ducho en la guerra, se enfrenta a Héctor, uno de los
hijos del rey Príamo, y el mejor de ellos en la batalla, quien a la postre, acaba por
darle muerte pensando que se enfrentaba a Aquiles. El guerrero griego, al saber
de la desgracia de Patroclo, entra en cólera y decide volver a la lucha. Además, el
hecho de que los troyanos no le concedan el cuerpo de su amigo para enterrarlo
en paz le hace enfadar más todavía.
En esta tesitura, Aquiles acaba por localizar a Héctor, con quien tiene una dura
batalla, pero termina por dar muerte al héroe troyano. Así pues, en venganza, ata
el cuerpo fenecido de su rival a su carro y lo arrastra por la playa de Ilión en señal
de humillación.
Mientras tanto, Príamo, desolado por la muerte de su querido hijo, decide una
noche acercarse a hurtadillas hasta la tienda de Aquiles en el campamento griego
para pedirle que le dé el cuerpo de su hijo de forma que pueda enterrarlo
dignamente.
Aquiles, ante las palabras de amor y desolación del rey Príamo, le concede tal
honor para que pueda enterrar el cuerpo de su hijo dignamente y con los
honores que merece como héroe real troyano.
Personajes de La Ilíada
Por lo visto en el resumen, ya puedes observar quiénes son los personajes de La
Ilíada, al menos, sus protagonistas y los secundarios principales. No obstante,
vamos a verlos uno a uno en orden de importancia:
 Aquiles: es el protagonista de la historia. Hijo de Peleo y Tetis, es nombrado
Pelida por su origen, o bien el de los pies veloces. Es muy fuerte, nunca ha sido
derrotado, es colérico y supuestamente inmortal por haber sido bañado en el río
Éstige, aunque faltó por mojar un talón, que será su único punto débil. Su único
fin es la fama.
 Héctor: héroe troyano e hijo del rey Príamo. Es el mejor guerrero de su ciudad, y
se representa como un hombre fiel a su ciudad y las gentes a quien defiende.
 Paris: es el hermano menor de Héctor y desencadenante de la guerra al
enamorarse de Helena y raptarla pese a estar casada con Menelao, rey de
Esparta. Es algo cobarde y bastante iluso.
 Helena: la mujer de Menelao, de excelsa belleza, tanto, que incluso la diosa
Afrodita sentía celos de ella, lo que hace que enamore perdidamente a Paris por
acto de la deidad.
 Menelao: marido de Helena, rey de Esparta, hermano de Agamenón y esposo
agraviado que busca reponer su amor y diginidad recuperando a su mujer.
 Agamenón: rey de Micenas y jefe de los griegos. Es egoísta y con un ego
desmedido que le enfrenta una y otra vez a Aquiles, su mejor guerrero. Es un
hombre ambicioso y codicioso.
 Odiseo: será el protagonista de La Odisea, donde se narra su vuelta a Grecia
acabada la guerra. También conocido como Ulises, es un hombre sabio, gran
negociador y buen guerrero. Aunque no se observa en La Ilíada, de él parte la
idea del Caballo de Troya que acaba con la guerra y con su ejército venciendo a
Ilión.
 Patroclo: amigo íntimo de Aquiles, casi un hermano pequeño, por tanto, su
protegido. Decide vestirse con las armas de Aquiles, de ahí que sea confundido
con Héctor, quien le da muerte y desata la ira del héroe griego.
 Príamo: rey de Troya, hombre sabio y padre de Paris y Héctor, defiende a su
pueblo frente a cualquier circunstancia.
Durante la narración, aparecen otros personajes, como el caso de héroes griegos
como Áyax el Grande y Áyax el Menor, igual que muchos dioses que toman
partido por uno u otro bando, como Artemisa, Hades, Hermes o Poseidón. Tienen
también cierta relevancia otros como Eneas, guerrero troyano que usaría el
romano Virgilio para idear un origen mítico de Roma en su obra La Eneída, o la
esclava Briseida, favorita de Aquiles.
En esta otra lección de unPROFESOR te descubrimos un listado de
los personajes de la Ilíada tanto principales como secundarios.

S-ar putea să vă placă și