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CUENTOS HONDUREÑOS

El Maleficio

La esperó en una esquina, le tapó la boca con


sus manos y la llevó a un monte cercano donde
trató de violarla, acto que no pudo consumar por
los gritos de la muchacha. Llegaron los vecinos,
quienes capturaron a Samuel y lo entregaron a
las autoridades Honduras

Sucedió en Valle de Ángeles, muy cerca de la


ciudad de Tegucigalpa, en 1968. Ésta es la
historia de una joven bonita de aquella
comunidad a la que todos los hombres
admiraban, pero había uno en particular que “le
llevaba hambre”.

Se llamaba Sarita y su pretendiente


correspondía al nombre de Samuel. Resulta que
Samuel estaba obsesionado con la muchacha, aunque ella no le hacía caso, le aparecía en
todas partes hasta que un día llegó a sentir miedo terrible cada vez que lo miraba. Una tarde,
aquella obsesión de Samuel lo llevó a cometer un acto de violencia en contra de Sara.

La esperó en una esquina, le tapó la boca con sus manos y la llevó a un monte cercano donde
trató de violarla, acto que no pudo consumar por los gritos de la muchacha. Llegaron los
vecinos, quienes capturaron a Samuel y lo entregaron a las autoridades.

La indignación fue calmada por los agentes del orden público y cuando se llevaban a Samuel
éste gritó: “Díganle a Sarita que aunque nunca sea mi mujer va a perder su virginidad con un
animal”. Aquellas palabras causaron risa a los ahí presentes: “No cabe la menor duda de que
ese hombre es un tonto”, “Los golpes que le pegamos lo dejaron más bruto de lo que es”,
opinaron. Finalmente Samuel fue trasladado a la Penitenciaria Central de Tegucigalpa por la
grave acusación que pesaba sobre él.

Una mañana Sara amaneció con deseos de vomitar, le dijo a su mamá que se sentía mal y la
llevaron donde un médico. Luego de examinarla el doctor dijo que estaba sana y que
posiblemente algo que había comido le provocó náuseas.

En los meses siguientes presentó todos los síntomas de una mujer embarazada, la barriga le
iba creciendo y los vecinos comenzaron a murmurar. Nuevamente la llevaron a la clínica y el
médico les explicó que la muchacha era virgen, que no estaba encinta. En los días
subsiguientes fue examinada por varios médicos y el diagnostico fue el mismo: “Ella no había
perdido su virginidad, no está embarazada”.

Una tía de Sarita que había llegado de San Juan de Flores manifestó que nadie iba a detectar
el embarazo porque aquello era “un mal” que le habían hecho a su sobrina. Por consejos de un
señor se trasladaron a Tegucigalpa en busca de una señora llamada María de la Paz, a quien
conocí después de la curación de Sarita. Doña María llegó a mi oficina en ese tiempo yo
trabajaba en Emisoras Unidas.

Ella acó de un costal un bote grande que contenía el cuerpo de una tortuga sin caparazón y
poco a poco me fue narrando lo sucedido en Valle de Ángeles. “Aquí están las pruebas don
Jorge, ella perdió su virginidad con un animal, como lo había dicho Samuel, quien fue
asesinado en la Penitenciaria Central y desde el penal le hizo la brujería. Como pude ver se
trata de una tortuga y aunque la ciencia médica no lo acepte y muchas personas se burlen, el
mal existe. Afortunadamente Sarita está bien, gracias a Dios yo serví humildemente para
sacar el mal”, relató.

Doña María de la Paz falleció hace muchos años. Cuando conversamos me dio la impresión de
ser una mujer fuerte, decidida, que no le tenía miedo a nada. El caso fue muy comentado en
Valle de Ángeles y en todo el país cuando lo di a conocer por el programa radial “Cuentos y
leyendas de Honduras”, aún hay personas que hacen la señal de la cruz para alejar el mal de
sus vidas.

Hay quienes viven practicando brujerías para causarle daño a los demás, pero existen
personas que se encargan de curar esos males, como aconteció con doña María.

Regresando al tema de la joven que fue víctima de la hechicería, podemos afirmar que en
aquellos días cualquiera que miraba a Sara podría decir que estaba embarazada, pues algo se
movía en su vientre como si fuera un bebé.

Los familiares de la muchacha estaban aterrados, no sabían qué hacer, los médicos y las
parteras decían que no estaba embarazada pues era virgen y resultaba ridículo pensar que sin
tener relaciones sexuales pudiera estar encinta. Don Zelaya, amigo de la familia, dijo
claramente lo que sucedía: “Esta muchacha es víctima de una fuerte hechicería, yo conozco a
la persona que la puede curar”.

Fue así que viajaron de Valle de Ángeles a la capital en busca de doña María, quien recibió a
la madre de la muchacha y con la información proporcionada por ella le dijo: “ Ella va a perder
su virginidad… ya veremos qué animal le pusieron en el vientre”.

Cuando la curandera llegó al Valle a una humilde vivienda hizo salir a todas las personas que
ahí se encontraban y sólo permitió que la madre de Sara estuviera presente: “Vea lo que vea -
dijo doña María-, oiga lo que oiga no vaya a gritar ni haga ruidos, es muy peligroso porque
estas cosas son del demonio”.

A la ocho de la noche doña María le dio de beber a Sara un té de hierbas y poco después
comenzaron los dolores de parto. La curandera colocó una paila llena de agua limpia al pie de
la cama, los dolores continuaron hasta que finalmente Sara expulso una tortuga sin
caparazón que cayó en la paila llena de agua, nadó unos minutos y luego se murió.

“Fue algo espantoso. La mamá se desmayó, la muchacha quiso ver lo que había echado y no
se lo permití. Por fortuna, la gente humilde sabe obedecer y todos siguieron mis instrucciones.
Quizás en este mundo existan quienes se rían de estas cosas y se burle, de ellas, pero el mal
existe”, dijo doña María.

Una tarde llegó a mi oficina doña María a decirme que iba a despedirse porque pronto dejaría
este mundo, pero que llevaba el recuerdo de nuestra amistad. Dos meses más tarde sus hijos
me avisaron que había muerto de cáncer.
El Anillo

Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia


evangélica y la habían educado bajo las normas bíblicas.
Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras
de su inmenso amor por Jesucristo.

A las cinco de la mañana comenzó el bullicio en las calles de


Tegucigalpa. Don Francisco Espinoza se despedía de su esposa
Doña Rosita con un cariñoso abrazo: “Cuida mucho a Leticia,
ella es el tesoro más grande que nos ha dado Dios”, le dijo.

La pequeña niña era en verdad un tesoro para aquella familia


adinerada de la capital. Don Chico, como llamaban
cariñosamente al jefe de familia, era un hábil comerciante.
Había logrado amasar una fortuna trabajando honestamente y cuando nació la niña fue todo
un acontecimiento social.

Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia evangélica y la habían educado
bajo las normas bíblicas. Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras de su
inmenso amor por Jesucristo.

Era muy espiritual y sus compañeras de estudios se burlaban de ella cuando les predicaba,
pero finalmente llegaron a respetarla y a consultarle cuando tenían problemas. “Que el
espíritu Santo esté con ustedes todos los días de su vida”, les decía.

El clima era excelente, el sol brillaba con toda su intensidad sobre la capital. Leticia recorría
las principales calles en compañía de su novio, un joven llamado Daniel, a quien conoció en la
iglesia. Tomados de las manos llegaron a La Concordia, el parque maya más lindo de
Centroamérica.

Una banda de palomas de Castilla se posó sobre los árboles cercanos y una a una fueron
bajando al suelo cuando la muchacha comenzó a arrojarles granos de maicillo. Cuando las
palomitas terminaron de comer, Daniel aprovechó la paz que reinaba en el parque para
entregarle a su novia una cajita forrada con terciopelo rojo; al abrirla ella se quedó muda de
asombro: era un bellísimo anillo de compromiso.

Doña Rosita y su hija esperaban ansiosas sentadas en el sofá de la amplia sala; una llave giró
el pomo de la puerta y apareció don Francisco llegando de su trabajo. Al verlas tan serias
preguntó: “¿Qué pasa aquí mujeres? ¿Por qué tanto misterio?”. Las dos se pusieron de pie y
abrazaron al buen señor: “Mirá, papá, Daniel me juró su amor entregándome el anillo de
compromiso”, dijo Leticia.

“Estamos muy felices”, expresó doña Rosita, “pronto fijaremos el día de la boda, ¿qué te
parece?”. Abrazando a las dos mujeres con infinita ternura, don Francisco manifestó: “Gracias
Señor, sabemos que el matrimonio es una bendición tuya y hoy llega a nuestro hogar”.

Acto seguido elevaron una oración de gracias. “Muéstrame bien ese anillo”, dijo don Chico.
“¡Qué belleza hija! Cómo se ve que Daniel te ama, es una verdadera joya”. Mientras cenaban
Leticia no dejaba de ver el hermoso anillo de brillantes, señal inequívoca de su compromiso
matrimonial con aquel hombre que también amaba a Jesucristo. Estaba tan emocionada que
al levantarse de la silla exclamó: “No lo puedo creer papá, me voy a casar con el hombre que
Dios escogió para mí”.

En ese instante sucedió algo inesperado, la joven se puso pálida, temblorosa, sus padres se
levantaron de sus asientos rápidamente en el instante en que ella estaba a punto de caer.

“Hija, ¿qué tienes? ¡Hija!... Dios santo, ¿qué es esto?”. Cuando el médico de la familia llegó de
emergencia en una ambulancia no se pudo hacer nada, Leticia estaba muerta. Amigos,
familiares y miembros de la iglesia acudieron a la vela de Leticia, sus ex compañeras de
colegio y de universidad estaban ahí presentes lamentando lo sucedido. Daniel se culpaba. “Se
emocionó tanto con ese anillo, yo tengo la culpa”, se reprochaba.

El sepelio se programó para las tres de la tarde del día siguiente. La joven se miraba tan linda
en el ataúd, la mamá la había maquillado, le puso las manos sobre el pecho y en uno de sus
dedos brillaba intensamente el anillo de compromiso. “¿Viste el anillo? Es de brillantes”,
preguntó Dagoberto Urrutia. “Sí, ya lo vi”, contestó Mario Manzanares.

En el cementerio general hubo llanto y dolor, dos pastores religiosos hicieron uso de la
palabra ponderando las virtudes de la difunta. La tarde llegó y al final todo quedó en silencio.
Horas después, saltando sobre las tumbas del cementerio, dos hombres que llevaban palas y
piochas llegaron hasta la tumba de Leticia y comenzaron a excavar. Pronto llegaron hasta el
ataúd y lo subieron con lazos a la superficie, con desatornillador lograron abrir la tapa,
admirando la belleza de la recién fallecida.

“El anillo, dijo Dagoberto, este anillo vale una fortuna”. “No se lo puedo quitar. ¿Qué
hacemos?”, dijo el cómplice. “Aquí no hay de otra que cortarle el dedo para sacar el anillo,
déjame eso a mí”. Cuando Dagoberto hirió con su navaja el dedo de la muerta, ésta abrió sus
ojos. Con el pánico reflejado en sus rostros, los dos hombres quedaron petrificados.
“Ayúdenme, sáquenme de aquí, se los suplico”, dijo Leticia.

Casi a la media noche tocaron a la puerta de la residencia de don Francisco.

Él y su esposa se levantaron presurosos, pensaban que se trataba de algún familiar que no


había podido asistir a las honras fúnebres. Doña Rosita se desmayó al ver a su hija
acompañada por aquellos hombres. Cuando la señora se recuperó se enteró de la extraña
historia, se dieron cuenta que Leticia había sido víctima de un ataque catatónico, donde la
víctima parece estar muerta.

Los ladrones no fueron denunciados y don Francisco los recompensó, habían salvado la vida
de su hija. Extraña historia, ¿verdad? Todo lo relatado fue real y sucedió en Tegucigalpa en
1948.
El Cadejo
Venía temprano le decía Juan a su padre que por sus largas
borracheras no paraba en su casa ni de día, ni de noche. A lo
cual contestaba este "hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi
familia, madre que te engendró y padre respeto por Dios
quiero yo".

Aburrido de estas palabras que a diario escuchaba, decidió


darle un escarmiento, consiguió un cuero negro, varias
cadenas de perro y se escondió a su espera.

Como siempre y de madrugada apareció su padre con


tremenda borrachera, aprovechó Juan y poniéndose el cuero
y sonando las cadenas quiso darle una lección.

"Por asustarme y contradecirme "cadejos" quedarás y a todos


los borrachos del mundo en sus necesidades ayudarás".

Espeluznante y fantástico animal que la gente supersticiosa


lo señala como un enorme perro, de ojos encendidos, de pelo muy largo y enmarañado, que
desde tempranas horas de la noche salía a asustar a las personas, en especial a los que
andaban en malos pasos o niños desobedientes, o a espantar caballos, gallinas y hacer otras
diabluras más.

Según algunos vecinos del pueblo, era lo más tétrico y pavoroso que le podía haber sucedido a
los que hubieran tenido ia mala suerte de ver a la más terrible de todas esas maléficas
criaturas: el "Cadejos". Al perro negro y encantado que aparecía y desaparecía como obra de
magia, arrastrando enormes e invisibles cadena? que se oían pero que no se veían, rechinando
largos y puntiagudos colmillos y lanzando fuego por la boca, ojos y orejas. Las personas que
tuvieron la mala suerte de verlo solían decir que era el verdadero Lucifer personificado en
forma de perro.

Se cuenta también de que muchos hombres y muy valientes que se aventuraron a andar a
deshoras de la noche, por las calles solitarias de San Juan del Murciélago de antaño, en más
de una ocasión regresaron a sus casas "jadeando" de la carrera que les pegó el "espanto del
Cadejos", con la vista casi torcida al revés, y además, todos "mojados" y "untados" por haber
visto al maléfico perro negro.

Según los relatos que dan consistencia a la leyenda del Cadejos, este horrible perro negro es el
resultado de una maldición. Transportándonos al pasado, veamos qué fue lo que sucedió:

Era una humilde familia; el marido solía con frecuencia emborracharse en las cantinas y,
llegando a deshoras de la noche a su casa, hacía un escándalo tremendo. Sacaba la cruceta y
amenazaba de muerte a todo aquel que se atreviera a ponerle la mano encima. Otras veces le
pegaba salvajemente a su mujer por motivos realmente insignificantes. El hijo mayor de la
familia decidió un día darle un buen susto cuando éste regresaba de sus andanzas nocturnas.

Se consiguió un cuero peludo y, cuando fue ya tarde de la noche, se dirigió hacia un punto
oscuro y solitario del camino, por el cual tenía que pasar su padre de regreso a casa.

Y de veras, cuando distinguió la sombra del hombre que se acercaba, se puso el cuero peludo,
luego avanzó de cuatro patas al encuentro de su padre, convertido en horrendo animal de
ultratumba.
El resultado fue óptimo para el muchacho, pues su papá, al ver aquella aterradora aparición,
casi le da un ataque del susto y corrió tan rápido alejándose de aquel lugar que parecía que
los tantos años vividos ya no le pesaran.

La estremecedora aparición continuó sal yéndole al encuentro en el mismo paraje, cada vez
que su papá regresaba de sus correrías nocturnas. Pero, a pesar de todos estos sustos, no lo
hacía abandonar su mala conducta y mucho menos el vicio del licor.

Un buen día se le agotó la paciencia al hombre y dominado el miedo que aquella espeluznante
aparición le producía, levantó la cruceta para disponerse a hacer un picadillo a cuchilladas al
espanto, pero cuando ya iba a asestar el primer golpe mortal, escuchó !a voz de su hijo que
muy temeroso le gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que no lo matara.

El padre, al constatar que aquel hijo lo había hecho objeto de burla y de tan horrenda broma,
profirió una maldición al muchacho: "De cuatro patas andarás toda la vida". La maldición se
cumplió y aquel hijo se convirtió en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo es
tanto con su negrura.

Esa fue la maldición por haber asustado a su padre: pasaría él a ser el Cadejos, para horror
de la gente: ese perro de apariencia pavorosa, capaz de erizarle el pelo al más pintado.

Nunca se ha sabido que este espanto haya atacado a nadie. Al contrario, muchos
supersticiosos aseguran que más bien suele acompañar a los solitarios caminantes para
defenderlos del peligro. Aunque la tradición advierte, sin embargo , que si alguien intenta
golpear a este perro en tinieblas, éste aumentará de tamaño, ligero se enfurecerá y el atrevido
corre seno peligro de una agresión.

¿Será cierto o no la anterior versión?

Le será fácil a aquel que quisiera averiguarlo. Todo es encontrarse con el Cadejos, en las calles
oscuras de San Juan del Murciélago.

"Tiene un origen vulgar pero con la edad va cogiendo prestigio y decoro".

"Fue el tercer hijo varón parrandero y vago de un gamonal de Escazú.

Siempre echado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se
escabullía a parrandear. El padre furioso, y los hermanos no mucho menos, le llevaron casi a
la fuerza al monte, a "tapar" frijoles. Apenas llegó a la finca se echó a sestear. Entonces
ocurrió: el padre le maldijo: “Echado y a cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos,
amén". Y súbitamente se transformó en ese perro grande, adusto, flaco, erizo que trota al lado
de los parranderos que viven lejos y les acompaña con su trotecillo ligero, triste y advertidor".

"¿No has oído su aullido venteando la muerte entre los alarmantes cipreses de los cementerios
aldeanos? El oye el pasar de las almas que se van, el vuelo de las prófugas del purgatorio y el
aletear del Angel del Misterio".
FABULAS

La Cigarra y la Lechuza

Importunaba una cigarra con su ruido insoportable a la


lechuza, acostumbraba a buscar su alimento en las
tinieblas y a dormir de día en el hueco de una rama.
Rogóle la lechuza que se callara, y aquélla se puso a
cantar con más fuerza; volvió a suplicar de nuevo, y la
cigarra se excitó más todavía.

Viendo la lechuza que ya no le quedaba ningún recurso y


que sus ruegos eran despreciados, atacó a la habladora
con este engaño:

—Ya que no me dejan dormir tus cantos, que parecen


sonidos de la cítara de Apolo, tengo el deseo de beber el
néctar que Palas me ha regalado ha poco; si no te
molesta, ven, lo beberemos juntos.

La cigarra, abrasada por la sed, en cuanto oyó alabar su


voz voló ávida a la cita. Salió la lechuza de su nido,
persiguió a la incauta y le dio muerte.

Moraleja: Quien no sabe ser complaciente encuentra casi siempre el castigo de su soberbia.

El Cuervo y la Zorra

Sobre un árbol, un Cuervo presumido tenía con el


pico un queso asido. La zorra, que lo olía y
codiciaba astuta, de esta suerte le apremiaba:

—Adiós, señor don Cuervo, muy buen día. Qué


hermoso y qué galán. Usted sería el Fénix de estos
bosques, si supiese que a su pluma su voz
correspondiese. Con esto el Cuervo se envanece
tanto, que emprende hacer alarde de su canto. Abre
el pico anchuroso, el queso suelta; atrapolo la zorra
y, desenvuelta, le dice: —Sepa usted, buen
caballero, que todo lisonjero vive a expensas de
aquel que oído le presta. Bien vale un queso una
lección como ésta. Avergonzado el Cuervo y
confundido, juró, aunque tarde, ser más precavido.
La Basura

—Ved, cómo me remonto a gran altura—


Decía con orgullo una basura
Mirando a la ciudad muy bajo de ella;
Y como el viento que la alzó seguía,
Más henchida de orgullo repetía:
—¡De abajo me verán como una estrella!

Un ave que cruzaba el firmamento,


La oyó y le dijo con burlón acento:
—Tus ímpetus modera y ten cordura,
Que el viento que te alzó muy poco dura,
Y cuando cese de soplar el viento
Volverás a la tierra a ser basura.
LEYENDA

EL DUENDE DEL NANZAL

Muchos, igual que yo, juran haberlo visto: un hombrecito, orejón y


barrigón que lleva la cabeza siempre cubierta por un gran sombrero
aludo mucho más grande que él en circunferencia. Tenia su residencia
en una cueva en las profundidades de una enorme roca en una de las
lomas del cerro Capiro, en las orillas de Trujillo. Por eso los trujillanos,
con razón, han bautizado aquel peñasco como La Piedra del Duende.
Unos compañeros de escuela atestiguaban su existencia y temerosos
del que se suponía un ser infernal, se mantenian alejados de los
árboles de nance cercanos a la roca, de lo que para nosotros los
adolescentes, era una fruta codiciada: los nances. Lo extraño es que a
pesar de que corrían de boca en boca, tantos rumores de las
apariciones del duende aquel, entre estos no había tan solo uno que
dijera que el gnomo le había causado daño a nadie. La gente decía que
era porque aquel era un gnomo bueno; si hubiera sido de los malos,
decían los trujillanos, se habrían dado cuenta hace mucho tiempo
porque, simplemente, tuvieran que haber sufrido la desaparición
misteriosa de algunos de sus niños. Los duendes y los gitanos, según la leyenda, tienen
predilección por los niños. Recuerdo las muchas veces que mi madre usando el pretexto del
duende, logró hacernos desistir, a mi hermano y a mi, de que nos fuéramos a vagar a buscar
nances a los potreros de la Piedra del Duende. Temerosos de ser secuestrados por vagos y
desobedientes, por este, nos autoconfinabamos a las inmediaciones de nuestro hogar en
donde le gustaba a mi preocupada madre tenernos. Con la imagen del duende en mi mente, le
había cogido terror a Paco, un enano que vivía en el barrio de Rio Negro. Cuando iba a ese
barrio a visitar a mi tía Aurora, solía deslizarme a la casa vecina de Manuel Zepeda, a
deleitarme con los ensayos de la marimba titulada Azul y Blanco, de la que era aquel su
dueño y director. Completamente absorto en la actividad de los músicos ejecutando sus
instrumentos, no me daba cuenta cuando Paco, que aparecía de a saber donde, conciente de
que me mantenia aterrorizado, se venia por detrás de mi y acompañando con un estridente
ruido que hacia al tronar la lengua con el cielo de la boca, me daba con los dedos indices, un
hurgón simultáneo en los costados. Aquello bastaba para que saliera yo en desbandada,
llevandome de encuentro todo lo que habia por delante. Estando tan joven, no estaba seguro
de si era odio o temor, o ambos lo que le tenia a aquel infeliz enano; el caso es que lo
detestaba porque veía en él un duende malo; asociaba yo a Paco con y muchas veces sospeché
que era él, el duende de la piedra. En aquellos días de mi niñez inquieta, lejos estaba yo de
sospechar que muy luego me tocaría mi turno de encontrarme con el famoso duende de la
piedra. Aquel día un grupo de compañeros, desafiantes habíamos decidido ir a recoger nances
a la salida de la escuela, en los terrenos de la Piedra del Duende. Por una extraña
coincidencia, era en esa zona en donde estaban los árboles de los nances más grandes y más
dulces. Sacandolos del bolsón con que acostumbrábamos asistir a clases, nos metíamos los
cuadernos y los libros entre la faja del pantalón y la barriga, para así poder usar los bolsones
para los nances que eran el objetivo de nuestras travesuras. Siendo la hora como las cuatro
de la tarde, estaba en su comienzo el acostumbrado coqueteo vespertino de los colores del
crepúsculo tropical, con las ramas de los árboles que anticipando el misterio de la oscuridad
que se aproxima- ba, parecian adelantarse a tomar formas caprichosas. Con la noche
avanzando a pasos agigantados, teníamos que apurarnos para que no nos fuera esta a
sorprender, y para evitar tener que contrastar con las horas del duende. Según los rumores,
las horas preferidas de este eran la caída de la tarde, al anochecer. Estaba en medio de lo que,
para nosotros los muchachos, era parte de la rutina nancera, que consistía en encaramarnos
a los árboles para sacudir las ramas, cuando de repente desgarró el tímpano de mis oídos, un
silbido espantoso. Un aterrador silbido que no podía proceder de ningún otro lugar más que
de los labios del infernal duende. Se decía que los inconfundibles sonidos del duende eran su
estruendoso silbido, acom pañado del monótono diptongo que los campesinos usan para
arrear ganado. Desde la ventajosa posición que me ofrecía la altura de la rama en que me
encontraba, podía mi vista abarcar más espacio que mis compañeros que estaban abajo
recogiendo los nances. Recuerdo que al segundo silbido, volví mis aterrados ojos hacia la
dirección desde donde este procedía, y fue entonces cuando lo vi. ¡Allí estaba! ¡Alli estaba el
mismito duende! Venia trepando la loma dirigiendose a donde estábamos nosotros. Lo primero
y lo último que le vi, fue el gran sombrero. Sin darme cuenta, me aventé de la rama aquella y
hasta el día de hoy no me he podido explicar, como fue que no me reventé la vida. Emprendí
una carrera desesperada dejando a mis compañeros atrás. Al oirme gritar: ¡el duende!, todos
se espantaron y comenzaron a seguirme en mi desenfrenada carrera. Recuerdo que en el
camino quedaba una cerca de alambre de peligrosas púas, que hasta el día de hoy, no me
puedo imaginar ni como ni cuando la crucé. Fue aquella la última vez que fui a buscar nances
a los terrenos de La Piedra del Duende. Jamás volví por aquellos lados. Para mi los nances de
aquel maldito lugar habian quedado vedados de por vida.

La Siguanaba.

La Siguanaba, llamada comúnmente La Siguanaba. La leyenda de la


Sihuanaba dice que una mujer, originalmente llamada Sihuehuet
(Mujer Hermosa), tenía un romance con el hijo del dios Tlaloc, del cual
resulto embarazada. Ella fue una mala madre, dejaba solo a su hijo
para satisfacer a su amante. Cuando Tlaloc descubrió lo que estaba
ocurriendo él maldijo a Sihuehuet. Ahora se llamará Si huanaba (Mujer
Horrible), ella sería hermosa a primera vista, pero cuando los hombres
se le acercaran, ella daría vuelta y se convertiría en un aborrecimiento
horrible. La forzaron a vagar por el campo, apareciéndosele a los
hombres que viajan solos por la noche. Dicen que es vista por la noche
en los ríos de El Salvador, lavando ropa y siempre busca a su hijo, el
Cipitio al cual le fue concedido la juventud eterna por el dios Tlaloc
como su sufrimiento. Según lo que cuenta la leyenda, todos los
trasnochadores están propensos a encontrarla. Sin embargo, persigue
con más insistencia a los hombres enamorados, a los don juanes que
hacen alarde de sus conquistas amorosas. A estos, la Siguanaba se les
aparece en cualquier tanque de agua en altas horas de la noche. La ven bañándose con guacal
de oro y peinándose con un peine del mismo metal, su bello cuerpo se trasluce a través del
camisón. El hombre que la mira se vuelve loco por ella. Entonces, la Siguanaba lo llama, y se
lo va llevando hasta embarrancarlo. Enseña la cara cuando ya se lo ha ganado. Para no perder
su alma, el hombre debe morder una cruz o una medallita y encomendarse a Dios. Otra forma
de librarse del influjo de la Siguanaba, consiste en hacer un esfuerzo supremo y acercarse a
ella lo más posible, tirarse al suelo cara al cielo, estirar la mano hasta tocarle el pelo, y luego
halárselo. Así la Siguanaba se asusta y se tira al barranco. Otras versiones dicen que debe
agarrarse de una mata de escobilla, y así, cuando ella tira de uno, al agarrase la víctima de la
escobilla, ella siente que le halan el pelo. Esta última práctica es más efectiva, ya que es el
antídoto propio que contrarresta el poder maléfico de esta mujer mágica.
LA SUCIA

Dicen que cierta noche un joven de un pueblo de Santa


Bárbara salió de su casa a visitar una muchacha que le
gustaba, la verdad es que él estaba muy enamorado. Se
quedó con la muchacha hasta pasadas de las 9:00 pm.
Cuando regresaba a su casa, al cruzar por una quebrada
(riachuelo) vio a una joven lavando su ropa por lo que debido
a que era de noche y que no había nadie más alrededor trató
de seducirla sin que la muchacha le correspondiera y
manteniéndolo ignorado sin darle la cara.

Él, abusivo y al sentir el desprecio de la joven, trató de


abusar de ella, sujetándola con fuerza y trató de apartar la
enorme cabellera que le cubría el rostro de la mujer sin
resultado alguno. La mujer se soltó de él y apenas alcanzó a
escuchar un ligero sollozo de ésta, pero el hombre no estaba dispuesto a dejar pasar la
oportunidad de seducirla. Se disculpó por el forcejeo y le dijo que lo único que quería era un
beso por lo que la mujer asintió con la cabeza y él se acercó a ella, apartando su pelo para
dejar al descubierto su rostro y poderlo besar. Haciendo esto se escuchó el mayor alarido que
garganta humana puede escuchar y el hombre salió corriendo volviéndose loco en el acto, y lo
único que exclamaba era que había visto una mujer con cara de monstruo y con un aliento
pestilente. Hoy en día se dice que esta mujer se le aparece a los hombres mujeriegos en sitios
solitarios de su camino y es muy conocida como La sucia por su costumbre de aparecerse
lavando ropa sucia.
HISTORIETAS
REFRANES
CHISTES
ADIVINANZAS
TRABALENGUAS
Bombas
EL ELLA
1. Desde lejos he venido Si desde lejos llegaste
rodando como una tusa a yo no me digas eso
solo por venirte a ver mejor andá restregate
niña ojitos de guatuza. esas costras del pescuezo.

2. Las mujeres de este tiempo Los muchachos de este tiempo


son como el café molido, son como el café tostado
apenas tienen quince años se la tiran de jailosos
ya quieren tener marido. y andan todos acabados.

3. La mujer que ama a dos hombres Un hombre con dos mujeres


no es tonta sino entendida de papo se pasa a veces
si una vela se le apaga no cumple con sus deberes
la otra ya está encendida. y al final paga con creces.

4. Ayer me dijiste que hoy Yo no te he dicho que sí,


hoy me decís que mañana, indio curtido y mugroso;
cuando me digas que sí como bien lo ves a ti,
ya no voy a tener ganas. no te quiero por piojoso.

5. Las muchachas de este tiempo Los muchachos de este tiempo


son como los blancos quesos; solo andan de aparentones
pintaditas de la cara con un arito en la oreja
y chorreadas del pescuezo. más parecen maricones.

6. Las muchachas de Progreso Las muchachas de la Ceiba


no les gusta dar ni un beso, son bonitas y graciosas
en cambio las de San Pedro en cambio las de este pueblo
hasta estiran el pescuezo. son picudas y babosas.

7. Una pitaya madura Un huevo güero podrido


es tu boquita jugosa, es tu apestosa trompota,
escucha linda criatura escúchame indio jodido
te ando buscando pa esposa. yo no te quiero ni jota.

8. Las piñas en el piñal Si mi mama no me ha casao


de maduras se pasan, es por que no me ha convenido,
así te pasará a vos si no me caso con vos
si tu mama no te casa. no es de tu cuenta, metido.

9. Ya días vengo soñando Ni lo sueñe, Don Prudencio


que tu boca será mía, que esta boca será suya,
Filomena agora es cuando pues la reservo en silencio
se cumple mi profesía. para alguien que haga bulla.

10. Las ramas del tamarindo Las ramas del sunzapote


se juntan con las del coco, se enredan con las del mango,
si tu amor va precisado si tu amor va despacito
el mío va poco a poco. el mío desburrungando.
ESCRITORES HONDUREÑOS
1. Clementina Suárez

Clementina Suarez (nacida el 12 de mayo de 1902 en Juticalpa,


Olancho, fallecida en 1991) es una poeta hondureña de reconocimiento
internacional, uno de los nombres fundamentales de la poesía
hondureña de vanguardia.

Su trabajo comprende los siguientes títulos:

– Corazón Sángrate, escritos en 1930.


– Los Templos De Fuego en 1931.
– De mis sábados el último en México en 1931.
– Iniciales en 1931 en coautoría con los mexicanos Lamberto
Alarcón y Emilio Cisneros Canto y el hondureño Martín Paz
– Engranajes, poemitas en prosa y en verso, en San José, Costa Rica en 1935.
– Veleros, en La Habana en 1937.
– De la desilusión a la esperanza en 1994.
– Creciendo con la hierba en 1957.
– Canto a la encontrada patria y su héroe en 1958.
– El Poeta y sus señales en 1969.

2. Eduardo Bähr

Eduardo Bähr (Tela, 23 de septiembre de 1940) es un escritor


hondureño. Famoso por su libro El Cuento de la Guerra, le valió ser
galardonado en 1970 con el Premio Nacional de Literatura Martínez
Galindo. El tema central de este libro es el conflicto bélico que se
libraron los ejércitos de Honduras y El Salvador en 1969. En 1995
recibió la Medalla Gabriela Mistral con la que el Gobierno de Chile
galardonó por esta única vez a 50 intelectuales alrededor del mundo
(tales como Carlos Monsivais, Octavio Paz, Rafael Alberti, Mario
Benedetti y Elena Poniatowska, entre otros).
3. Lucila Gamero de Medina

Lucila Gamero Moncada (*Danlí, Honduras, 12 de junio de


1873,1964), es una de las primeras mujeres escritoras hondureñas
que alcanzan a producir una obra literaria, sólida y vanguardista, para
la sociedad y las mujeres de su tiempo, en el género de novela. El
crítico y escritor Luis Mariñas Otero la llamó «la gran dama de las
letras hondureñas».

Obras principales:

– Amelia Montiel en 1892.


– Adriana y Margarita en 1893.
– Páginas del Corazón en 1897.
– Blanca Olmedo (Novela) en 1908.
– Betina en 1941.
– Aída, novela regional en 1948.
– Amor Exótico en 1954.
– La Secretaria en 1954.
– El Dolor de Amar en 1955.
4. Ramón Amaya Amador

Ramón Amaya Amador (Olanchito, Yoro, 29 de abril de 1916 – 24


de noviembre de 1966) fue escritor y periodista hondureño mejor
conocido por su novela de 1945 Prisión Verde. Veinticinco años
después de su fallecimiento en un accidente de aviación su
producción literaria fue declarada tesoro cultural nacional.

Sus mejores obras:

– Prisión Verde en 1945.


– Amanecer en 1947.
– Bajo el signo de la Paz en 1953.
– Constructures en 1957.
– El señor de la sierra en 1957.
– Los brujos de Ilamatepeque en 1958.
– Memorias de un canalla en 1958.
– Biografía de un machete en 1959.
– Destacamento rojo en 1960.
– El camino de mayo en 1963.
– Cipotes en 1963.
– Con la misma herradura en 1963.
– Jacinta Peralta en 1964.
– Operación gorila en 1965.

5. Roberto Sosa

Roberto Sosa (Yoro, Honduras, 18 de abril de 1930 – Tegucigalpa,


Honduras, 23 de mayo de 2011) fue un poeta hondureño, uno de
los más prestigiosos en el país. En 1968 recibió el Premio Adonáis
de Poesía (España), por su libro Los pobres (Editorial Rialp),
convirtiéndose, de esta manera, en el primer latinoamericano en
obtener ese galardón. En 1971 su libro Un mundo para todos
dividido, se hizo acreedor al Premio Casa de las Américas, con un
jurado integrado por notables autores, como Gonzalo Rojas y
Eliseo Diego. En 1990 el gobierno de Francia le otorgó el grado de
Caballero en la Orden de las Artes y las Letras.

Sus obras:

– Caligramas, Tegucigalpa en 1959.


– Muros, Tegucigalpa en 1966.
– Mar interior, Tegucigalpa en 1967.
– Breve estudio sobre la poesía y su creación en 1967.
– Los pobres, Madrid en 1968.
– Un mundo para todos dividido, La Habana en 1971.
– Prosa armada en 1981.
– Secreto militar en 1985.
– Hasta el sol de hoy en 1987.
– Obra completa en 1990.
– Máscara suelta en 1994.
– El llanto de las cosas en 1995.

6. Julio Escoto

Julio Escoto nació en San Pedro Sula el 28 de febrero de


1944. Cuentista y crítico literario, además de ensayista.

Obtuvo premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” (1975).


De él se ha dicho que es “probablemente el primer escritor
hondureño que ha abordado la novela con un sentido claro
de técnica”, de acuerdo a Andrés Morris, mientras que
Manuel Salinas lo considera “un narrador nato, ubicándose
en la vanguardia de la moderna narrativa hondureña.”

Algunas de sus obras:

– Los Guerreros de Hibueras (cuento), Tegucigalpa en 1967.


– La balada del herido pájaro y otros cuentos, Tegucigalpa en 1969.
– El árbol de los pañuelos, San José en 1972.
– Antología de la poesía amorosa en Honduras, Tegucigalpa en 1975.
– Casa del Agua, Tegucigalpa en 1975.
– Días de ventisca, noches de huracán, San José en 1980.
– Bajo el almendro… junto al volcán en 1988.
– El ojo santo: la ideología en las religiones y la televisión en 1990.
– José Cecilio del Valle: una ética contemporánea en 1990.
– El general Morazán vuelve a marchar desde su tumba en 1992.
– Rey del Albor, Madrugada en 1993.
– Ecología para jóvenes de 10 a 19 años en 1999.
– Todos los cuentos en 999.

7. Óscar Acosta

Nació en 1933, en la ciudad de Tegucigalpa, MDC capital de


la república de Honduras Poeta, narrador, periodista y editor
hondureño perteneciente a la llamada Generación del 50,
caracterizada por el deseo de renovación del lenguaje y la
cuidada elaboración metafórica.

Obras

– Entre sus libros de poesía hay que mencionar:


– Responso al cuerpo presente de José Trinidad Reyes (1953),
– Poesía Menor (1957),
– Tiempo detenido (1962),
– Antología personal (1965 y 1971),
– Mi país (1971).
– Su poesía es profunda y serena, de tono intimista.
– El arca (1956) es una colección de relatos que abrió un nuevo camino a la literatura
hondureña, rompiendo con la tradición costumbrista de la narrativa del su país.
8. Froilán Turcios

Froilán Turcios (Juticalpa Olancho, Honduras, 1875 - San José (Costa


Rica), Costa Rica, 1943) fue un escritor, periodista y político hondureño.
Es considerado uno de los intelectuales hondureños más importantes de
principios del siglo XX.

Fue Ministro de Gobernación, diputado del congreso nacional, y delegado


de Honduras ante la Liga de las Naciones de Ginebra. Dirigió el diario El
Tiempo de Tegucigalpa y fundo las revistas El Pensamiento (1894),
Revista Nueva (1902), Arte y Letras (1903) y Esfinge (1905), entre otras.
En Guatemala editó los periódicos El Tiempo (1904) y El Domingo (1908)
y en Honduras El Heraldo (1909), El Nuevo Tiempo (1911), y Boletín de
La Defensa Nacional (1924).

9. FONTANA, JAIME

Víctor Eugenio Castañeda) nació el 13 de abril de 1922 en Tutule, La


Paz y murió en Tegucigalpa en1972. En 1943 obtuvo el Primer Premio
en el Concurso Cientí-fico Morazánico con su libro de ensayo el "Cuasi-
Contrato Social" y en 1947 el Primer Premio en el Concurso Poético
promovido por la Universidad de Honduras con motivo de su Centenario.
En 1951 en la Argentina le fue concedido el Premio de Honor de la
Sociedad Argentina de Escritores por su libro "Color Naval" y en 1962
obtuvo el Premio "Asteriscos" de Junín, Argentina. Vuelto a la Patria en
1964 ganó el Gran Premio Rotario. Fue Presidente del PEN Club
Internacional, Sección de Honduras. Ejerció la diplomacia en la
Argentina, en México; Ecuador y ante la UNESCO, en Paris. Libros
publicados: "Color Naval" en Buenos Aires, Argentina, 1951.

10. LAÍNEZ, DANIEL

(1910-1959). Poeta y narrador costumbrista. También incursionó en la


dramaturgia. Fue miembro sobresaliente de la llamada Generación del
35. Colaboró con las revistas Surco y Tegucigalpa. En 1956 se le
concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa”. Una
característica de su obra es la incorporación del habla hondureña con sus
particulares modismos regionales, especialmente en sus cuentos y
estampas locales. Publicó “Voces íntimas” (1935), “Cristales de Bohemia”
(1937), “A los pies de Afrodita” (1939), “Islas de pájaros” (1940), “Rimas
de humos y viento” (1945), “Misas rojas” (1946), “Poesía varias” (1946),
“Antología poética” (1959), “Poemas regionales” (1955), “Al calor del
fogón” (1955), “Poemario (1956), “Sendas de sol” (1956), “Poemas para
niños” (Edición póstuma, 1972). En teatro dio a conocer “Timoteo se
divierte” (1946) y “
MITO LA LLORONA
Por los valles y montañas, cerca de los grandes ríos y
lagunas, se ha visto a una mujer con una larga bata negra que
cubre todo su cuerpo. Un cabello largo, oscuro y negro, lleno de
insectos como luciérnagas, grillos y mariposas. En vez de su
cabeza, tiene una calavera, y sus ojos son dos bolas en llamas
ardiendo. En sus manos huesudas y llenas de sangre, lleva y
mece a un bebe muerto. Es conocida en los pueblos como la
Llorona. Derraman con sus lágrimas sangre sobre la criatura
que arrulla. El bebe muerto siempre tiene una mirada
acusadora con su madre, por haberle quitado la vida. Se dice
que se escuchan sus llantos cuando no hay ningún ruido, y
que asusta a las mujeres y jóvenes que hacen actos malos que desobedezcan a sus padres.

EL SISIMITE.
Al igual que sus parientes de las nieves, el yeti del Tíbet y el
bigfoot de EEUU y Canadá, el sisimite es otra de esas
criaturas que aparecen de la nada y desaparecen del mismo
modo. Según el investigador hondureño Jesús Aguilar Paz, el
sisimite o itacayo deambula por las altas montañas y habita en
inaccesibles cavernas, alimentándose de frutas silvestres, de la
misma manera que sus parientes cercanos de México y
Argentina, el peludo y el ucumar respectivamente.
"Estos monstruos secuestraban a mujeres, y se las llevaban a
sus cuevas. Se dice que de esta unión nacieron hombres-simio". Aún se comenta en los pueblos de las
montañas la historia de una mujer que logró huir del escondite donde vivía con un sisimite.
Según cuentan, la criatura la persiguió cargando con los tres hijos que habían tenido en común y
enseñándoselos a la madre. Ésta logró cruzar un río mientras la bestia, desde la otra orilla, le mostraba
a los pequeños para lograr atraerla. Al parecer, los intentos del sisimite no surtieron efecto, de tal modo
que, enfurecido, arrojó a los niños al agua y perecieron ahogados.
El fraile italiano Federico Lunardi, uno de los más importantes estudiosos de la cultura hondureña,
asociaba esta criatura al dios Chac de los mayas, "el que sostiene el cielo, el dios del agua". Según
Lunardi, la creencia popular sostiene que en el interior de una de estas cuevas, en una pared, están
grabadas "la mano con sus dedos" y varias huellas que habían dejado los sisimites que acudían a
media noche a la caverna para afilar sus uñas en la roca.
EL COMELENGUAS.

En los años 50, en Nacaome, al sur de Honduras, una misteriosa


criatura causaba pavor a los lugareños. En Literatura oral de la Zona
Sur (Tegucigalpa, 1996), Karen Ramos y Melissa Valenzuela
describen cómo varios campesinos observaron un ave gigantesca
sobrevolando las haciendas de dicha localidad. Según estos mismos
testigos, al día siguiente de los avistamientos se encontraron algunas
reses muertas en extrañas circunstancias. Un campesino asegura
que vio cómo la criatura atacaba a un toro usando su cola, semejante
a una gruesa serpiente, para estrangular al animal y, finalmente,
arrancarle la lengua. Sin embargo, esta descripción no concuerda
con otros relatos en los que se asegura que el misterioso animal,
bautizado con el descriptivo nombre de comelenguas, no dejaba
signos de violencia tras sus ataques. En aquella época, muchos hacendados se quejaban de la pérdida
de ganado vacuno. Invariablemente, las reses aparecían muertas, con la lengua cortada de raíz y las
quijadas dislocadas. También se recogió informaciones semejantes a miles de kilómetros de distancia
en el estado de Goias (Brasil). Los casos ocurrieron en los años 40 y presentaban características
similares a los que tuvieron lugar en Honduras. Un pariente cercano al comelenguas es el pájaro-león,
que atemorizó a los habitantes de la región de Sabanagrande. Según la tradición, esta bestia, descrita
como un ave de grandes dimensiones y pico enorme, devoraba o enloquecía a quienes tenían la
desgracia de cruzarse en su camino.

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