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El Maleficio
La esperó en una esquina, le tapó la boca con sus manos y la llevó a un monte cercano donde
trató de violarla, acto que no pudo consumar por los gritos de la muchacha. Llegaron los
vecinos, quienes capturaron a Samuel y lo entregaron a las autoridades.
La indignación fue calmada por los agentes del orden público y cuando se llevaban a Samuel
éste gritó: “Díganle a Sarita que aunque nunca sea mi mujer va a perder su virginidad con un
animal”. Aquellas palabras causaron risa a los ahí presentes: “No cabe la menor duda de que
ese hombre es un tonto”, “Los golpes que le pegamos lo dejaron más bruto de lo que es”,
opinaron. Finalmente Samuel fue trasladado a la Penitenciaria Central de Tegucigalpa por la
grave acusación que pesaba sobre él.
Una mañana Sara amaneció con deseos de vomitar, le dijo a su mamá que se sentía mal y la
llevaron donde un médico. Luego de examinarla el doctor dijo que estaba sana y que
posiblemente algo que había comido le provocó náuseas.
En los meses siguientes presentó todos los síntomas de una mujer embarazada, la barriga le
iba creciendo y los vecinos comenzaron a murmurar. Nuevamente la llevaron a la clínica y el
médico les explicó que la muchacha era virgen, que no estaba encinta. En los días
subsiguientes fue examinada por varios médicos y el diagnostico fue el mismo: “Ella no había
perdido su virginidad, no está embarazada”.
Una tía de Sarita que había llegado de San Juan de Flores manifestó que nadie iba a detectar
el embarazo porque aquello era “un mal” que le habían hecho a su sobrina. Por consejos de un
señor se trasladaron a Tegucigalpa en busca de una señora llamada María de la Paz, a quien
conocí después de la curación de Sarita. Doña María llegó a mi oficina en ese tiempo yo
trabajaba en Emisoras Unidas.
Ella acó de un costal un bote grande que contenía el cuerpo de una tortuga sin caparazón y
poco a poco me fue narrando lo sucedido en Valle de Ángeles. “Aquí están las pruebas don
Jorge, ella perdió su virginidad con un animal, como lo había dicho Samuel, quien fue
asesinado en la Penitenciaria Central y desde el penal le hizo la brujería. Como pude ver se
trata de una tortuga y aunque la ciencia médica no lo acepte y muchas personas se burlen, el
mal existe. Afortunadamente Sarita está bien, gracias a Dios yo serví humildemente para
sacar el mal”, relató.
Doña María de la Paz falleció hace muchos años. Cuando conversamos me dio la impresión de
ser una mujer fuerte, decidida, que no le tenía miedo a nada. El caso fue muy comentado en
Valle de Ángeles y en todo el país cuando lo di a conocer por el programa radial “Cuentos y
leyendas de Honduras”, aún hay personas que hacen la señal de la cruz para alejar el mal de
sus vidas.
Hay quienes viven practicando brujerías para causarle daño a los demás, pero existen
personas que se encargan de curar esos males, como aconteció con doña María.
Regresando al tema de la joven que fue víctima de la hechicería, podemos afirmar que en
aquellos días cualquiera que miraba a Sara podría decir que estaba embarazada, pues algo se
movía en su vientre como si fuera un bebé.
Los familiares de la muchacha estaban aterrados, no sabían qué hacer, los médicos y las
parteras decían que no estaba embarazada pues era virgen y resultaba ridículo pensar que sin
tener relaciones sexuales pudiera estar encinta. Don Zelaya, amigo de la familia, dijo
claramente lo que sucedía: “Esta muchacha es víctima de una fuerte hechicería, yo conozco a
la persona que la puede curar”.
Fue así que viajaron de Valle de Ángeles a la capital en busca de doña María, quien recibió a
la madre de la muchacha y con la información proporcionada por ella le dijo: “ Ella va a perder
su virginidad… ya veremos qué animal le pusieron en el vientre”.
Cuando la curandera llegó al Valle a una humilde vivienda hizo salir a todas las personas que
ahí se encontraban y sólo permitió que la madre de Sara estuviera presente: “Vea lo que vea -
dijo doña María-, oiga lo que oiga no vaya a gritar ni haga ruidos, es muy peligroso porque
estas cosas son del demonio”.
A la ocho de la noche doña María le dio de beber a Sara un té de hierbas y poco después
comenzaron los dolores de parto. La curandera colocó una paila llena de agua limpia al pie de
la cama, los dolores continuaron hasta que finalmente Sara expulso una tortuga sin
caparazón que cayó en la paila llena de agua, nadó unos minutos y luego se murió.
“Fue algo espantoso. La mamá se desmayó, la muchacha quiso ver lo que había echado y no
se lo permití. Por fortuna, la gente humilde sabe obedecer y todos siguieron mis instrucciones.
Quizás en este mundo existan quienes se rían de estas cosas y se burle, de ellas, pero el mal
existe”, dijo doña María.
Una tarde llegó a mi oficina doña María a decirme que iba a despedirse porque pronto dejaría
este mundo, pero que llevaba el recuerdo de nuestra amistad. Dos meses más tarde sus hijos
me avisaron que había muerto de cáncer.
El Anillo
Leticia fue creciendo, sus padres eran miembros de la iglesia evangélica y la habían educado
bajo las normas bíblicas. Asistían periódicamente a su iglesia y la joven daba muestras de su
inmenso amor por Jesucristo.
Era muy espiritual y sus compañeras de estudios se burlaban de ella cuando les predicaba,
pero finalmente llegaron a respetarla y a consultarle cuando tenían problemas. “Que el
espíritu Santo esté con ustedes todos los días de su vida”, les decía.
El clima era excelente, el sol brillaba con toda su intensidad sobre la capital. Leticia recorría
las principales calles en compañía de su novio, un joven llamado Daniel, a quien conoció en la
iglesia. Tomados de las manos llegaron a La Concordia, el parque maya más lindo de
Centroamérica.
Una banda de palomas de Castilla se posó sobre los árboles cercanos y una a una fueron
bajando al suelo cuando la muchacha comenzó a arrojarles granos de maicillo. Cuando las
palomitas terminaron de comer, Daniel aprovechó la paz que reinaba en el parque para
entregarle a su novia una cajita forrada con terciopelo rojo; al abrirla ella se quedó muda de
asombro: era un bellísimo anillo de compromiso.
Doña Rosita y su hija esperaban ansiosas sentadas en el sofá de la amplia sala; una llave giró
el pomo de la puerta y apareció don Francisco llegando de su trabajo. Al verlas tan serias
preguntó: “¿Qué pasa aquí mujeres? ¿Por qué tanto misterio?”. Las dos se pusieron de pie y
abrazaron al buen señor: “Mirá, papá, Daniel me juró su amor entregándome el anillo de
compromiso”, dijo Leticia.
“Estamos muy felices”, expresó doña Rosita, “pronto fijaremos el día de la boda, ¿qué te
parece?”. Abrazando a las dos mujeres con infinita ternura, don Francisco manifestó: “Gracias
Señor, sabemos que el matrimonio es una bendición tuya y hoy llega a nuestro hogar”.
Acto seguido elevaron una oración de gracias. “Muéstrame bien ese anillo”, dijo don Chico.
“¡Qué belleza hija! Cómo se ve que Daniel te ama, es una verdadera joya”. Mientras cenaban
Leticia no dejaba de ver el hermoso anillo de brillantes, señal inequívoca de su compromiso
matrimonial con aquel hombre que también amaba a Jesucristo. Estaba tan emocionada que
al levantarse de la silla exclamó: “No lo puedo creer papá, me voy a casar con el hombre que
Dios escogió para mí”.
En ese instante sucedió algo inesperado, la joven se puso pálida, temblorosa, sus padres se
levantaron de sus asientos rápidamente en el instante en que ella estaba a punto de caer.
“Hija, ¿qué tienes? ¡Hija!... Dios santo, ¿qué es esto?”. Cuando el médico de la familia llegó de
emergencia en una ambulancia no se pudo hacer nada, Leticia estaba muerta. Amigos,
familiares y miembros de la iglesia acudieron a la vela de Leticia, sus ex compañeras de
colegio y de universidad estaban ahí presentes lamentando lo sucedido. Daniel se culpaba. “Se
emocionó tanto con ese anillo, yo tengo la culpa”, se reprochaba.
El sepelio se programó para las tres de la tarde del día siguiente. La joven se miraba tan linda
en el ataúd, la mamá la había maquillado, le puso las manos sobre el pecho y en uno de sus
dedos brillaba intensamente el anillo de compromiso. “¿Viste el anillo? Es de brillantes”,
preguntó Dagoberto Urrutia. “Sí, ya lo vi”, contestó Mario Manzanares.
En el cementerio general hubo llanto y dolor, dos pastores religiosos hicieron uso de la
palabra ponderando las virtudes de la difunta. La tarde llegó y al final todo quedó en silencio.
Horas después, saltando sobre las tumbas del cementerio, dos hombres que llevaban palas y
piochas llegaron hasta la tumba de Leticia y comenzaron a excavar. Pronto llegaron hasta el
ataúd y lo subieron con lazos a la superficie, con desatornillador lograron abrir la tapa,
admirando la belleza de la recién fallecida.
“El anillo, dijo Dagoberto, este anillo vale una fortuna”. “No se lo puedo quitar. ¿Qué
hacemos?”, dijo el cómplice. “Aquí no hay de otra que cortarle el dedo para sacar el anillo,
déjame eso a mí”. Cuando Dagoberto hirió con su navaja el dedo de la muerta, ésta abrió sus
ojos. Con el pánico reflejado en sus rostros, los dos hombres quedaron petrificados.
“Ayúdenme, sáquenme de aquí, se los suplico”, dijo Leticia.
Los ladrones no fueron denunciados y don Francisco los recompensó, habían salvado la vida
de su hija. Extraña historia, ¿verdad? Todo lo relatado fue real y sucedió en Tegucigalpa en
1948.
El Cadejo
Venía temprano le decía Juan a su padre que por sus largas
borracheras no paraba en su casa ni de día, ni de noche. A lo
cual contestaba este "hijo de Dios en mi casa cuídame tu a mi
familia, madre que te engendró y padre respeto por Dios
quiero yo".
Según algunos vecinos del pueblo, era lo más tétrico y pavoroso que le podía haber sucedido a
los que hubieran tenido ia mala suerte de ver a la más terrible de todas esas maléficas
criaturas: el "Cadejos". Al perro negro y encantado que aparecía y desaparecía como obra de
magia, arrastrando enormes e invisibles cadena? que se oían pero que no se veían, rechinando
largos y puntiagudos colmillos y lanzando fuego por la boca, ojos y orejas. Las personas que
tuvieron la mala suerte de verlo solían decir que era el verdadero Lucifer personificado en
forma de perro.
Se cuenta también de que muchos hombres y muy valientes que se aventuraron a andar a
deshoras de la noche, por las calles solitarias de San Juan del Murciélago de antaño, en más
de una ocasión regresaron a sus casas "jadeando" de la carrera que les pegó el "espanto del
Cadejos", con la vista casi torcida al revés, y además, todos "mojados" y "untados" por haber
visto al maléfico perro negro.
Según los relatos que dan consistencia a la leyenda del Cadejos, este horrible perro negro es el
resultado de una maldición. Transportándonos al pasado, veamos qué fue lo que sucedió:
Era una humilde familia; el marido solía con frecuencia emborracharse en las cantinas y,
llegando a deshoras de la noche a su casa, hacía un escándalo tremendo. Sacaba la cruceta y
amenazaba de muerte a todo aquel que se atreviera a ponerle la mano encima. Otras veces le
pegaba salvajemente a su mujer por motivos realmente insignificantes. El hijo mayor de la
familia decidió un día darle un buen susto cuando éste regresaba de sus andanzas nocturnas.
Se consiguió un cuero peludo y, cuando fue ya tarde de la noche, se dirigió hacia un punto
oscuro y solitario del camino, por el cual tenía que pasar su padre de regreso a casa.
Y de veras, cuando distinguió la sombra del hombre que se acercaba, se puso el cuero peludo,
luego avanzó de cuatro patas al encuentro de su padre, convertido en horrendo animal de
ultratumba.
El resultado fue óptimo para el muchacho, pues su papá, al ver aquella aterradora aparición,
casi le da un ataque del susto y corrió tan rápido alejándose de aquel lugar que parecía que
los tantos años vividos ya no le pesaran.
La estremecedora aparición continuó sal yéndole al encuentro en el mismo paraje, cada vez
que su papá regresaba de sus correrías nocturnas. Pero, a pesar de todos estos sustos, no lo
hacía abandonar su mala conducta y mucho menos el vicio del licor.
Un buen día se le agotó la paciencia al hombre y dominado el miedo que aquella espeluznante
aparición le producía, levantó la cruceta para disponerse a hacer un picadillo a cuchilladas al
espanto, pero cuando ya iba a asestar el primer golpe mortal, escuchó !a voz de su hijo que
muy temeroso le gritaba que todo había sido una broma, que lo perdonara y que no lo matara.
El padre, al constatar que aquel hijo lo había hecho objeto de burla y de tan horrenda broma,
profirió una maldición al muchacho: "De cuatro patas andarás toda la vida". La maldición se
cumplió y aquel hijo se convirtió en perro grande y negro, que la noche más oscura no lo es
tanto con su negrura.
Esa fue la maldición por haber asustado a su padre: pasaría él a ser el Cadejos, para horror
de la gente: ese perro de apariencia pavorosa, capaz de erizarle el pelo al más pintado.
Nunca se ha sabido que este espanto haya atacado a nadie. Al contrario, muchos
supersticiosos aseguran que más bien suele acompañar a los solitarios caminantes para
defenderlos del peligro. Aunque la tradición advierte, sin embargo , que si alguien intenta
golpear a este perro en tinieblas, éste aumentará de tamaño, ligero se enfurecerá y el atrevido
corre seno peligro de una agresión.
Le será fácil a aquel que quisiera averiguarlo. Todo es encontrarse con el Cadejos, en las calles
oscuras de San Juan del Murciélago.
Siempre echado de día, en las noches envolvía un yugo en cobijas, lo ponía en la cama y se
escabullía a parrandear. El padre furioso, y los hermanos no mucho menos, le llevaron casi a
la fuerza al monte, a "tapar" frijoles. Apenas llegó a la finca se echó a sestear. Entonces
ocurrió: el padre le maldijo: “Echado y a cuatro patas seguirás por los siglos de los siglos,
amén". Y súbitamente se transformó en ese perro grande, adusto, flaco, erizo que trota al lado
de los parranderos que viven lejos y les acompaña con su trotecillo ligero, triste y advertidor".
"¿No has oído su aullido venteando la muerte entre los alarmantes cipreses de los cementerios
aldeanos? El oye el pasar de las almas que se van, el vuelo de las prófugas del purgatorio y el
aletear del Angel del Misterio".
FABULAS
La Cigarra y la Lechuza
Moraleja: Quien no sabe ser complaciente encuentra casi siempre el castigo de su soberbia.
El Cuervo y la Zorra
La Siguanaba.
2. Eduardo Bähr
Obras principales:
Sus obras:
6. Julio Escoto
7. Óscar Acosta
Obras
9. FONTANA, JAIME
EL SISIMITE.
Al igual que sus parientes de las nieves, el yeti del Tíbet y el
bigfoot de EEUU y Canadá, el sisimite es otra de esas
criaturas que aparecen de la nada y desaparecen del mismo
modo. Según el investigador hondureño Jesús Aguilar Paz, el
sisimite o itacayo deambula por las altas montañas y habita en
inaccesibles cavernas, alimentándose de frutas silvestres, de la
misma manera que sus parientes cercanos de México y
Argentina, el peludo y el ucumar respectivamente.
"Estos monstruos secuestraban a mujeres, y se las llevaban a
sus cuevas. Se dice que de esta unión nacieron hombres-simio". Aún se comenta en los pueblos de las
montañas la historia de una mujer que logró huir del escondite donde vivía con un sisimite.
Según cuentan, la criatura la persiguió cargando con los tres hijos que habían tenido en común y
enseñándoselos a la madre. Ésta logró cruzar un río mientras la bestia, desde la otra orilla, le mostraba
a los pequeños para lograr atraerla. Al parecer, los intentos del sisimite no surtieron efecto, de tal modo
que, enfurecido, arrojó a los niños al agua y perecieron ahogados.
El fraile italiano Federico Lunardi, uno de los más importantes estudiosos de la cultura hondureña,
asociaba esta criatura al dios Chac de los mayas, "el que sostiene el cielo, el dios del agua". Según
Lunardi, la creencia popular sostiene que en el interior de una de estas cuevas, en una pared, están
grabadas "la mano con sus dedos" y varias huellas que habían dejado los sisimites que acudían a
media noche a la caverna para afilar sus uñas en la roca.
EL COMELENGUAS.