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Los tres géneros de conocimiento según Spinoza *

Lo que me parece importante aclarar de entrada es que estos tres géneros de conocimiento
coexisten uno con el otro. Nunca podemos abandonar del todo el primer género, porque es ahí en
donde vivimos; sin embargo podemos, ya que está en la potencia singular de cada cual, regir
nuestra existencia mediante nociones adecuadas que brindan una experiencia de la eternidad, de
la inmortalidad. ¡Ojo! Es una eternidad inmanente, no trascendente. No es algo que me va a
trascender a mí, sino una intuición de algo que ya está aquí. Veamos cómo.

Primer Género de Conocimiento: El mundo de los signos

Según Spinoza nacemos, estamos lanzados, sometidos a condiciones de existencias que hacen
más factible que de todos los posibles encuentros que tengamos, la mayoría no nos convenga.
Este mundo de hecho en el que estamos arrojados es lo que Spinoza va a llamar el mundo de los
signos. ¿Qué es este mundo de los signos? En donde vivimos, o mejor dicho, cómo vivimos de
hecho. Vivimos pidiendo un signo, emitiendo signos.

Sin embargo, como dije arriba, es más factible que ninguno de estos signos que reclamamos y
que emitimos nos convenga. ¿Por qué? Por la naturaleza misma del signo, por sus características
digamos para no confundir. Los signos, estos que emitimos y a los que estamos expuestos tienen
tres características:

Variabilidad: Son variables, es lo que Wigestein también mencionó como los juegos del lenguaje.
Un signo puede remitir a diferentes significados. Entonces no son estables, no se puede confiar en
ellos.

Asociatividad: Esta variabilidad que poseen los signos tiene que ver con que entran en relación
con otros signos, con cadenas de asociaciones de signos diferentes. Entonces, según a la cadena
asociativa en la que entre el signo en ese momento y para esa persona, significará algo
determinado, si las condiciones cambian el signo también, es decir significará otra cosa.

Y el punto es que casi siempre significa otra cosa, es decir las cadenas asociativas con las que
cada uno relaciona la palabra “perro”, por ejemplo, son distintas. A mí se me viene a la cabeza mi
hermoso perro Tito, a un proteccionista se le viene a la cabeza el refugio, los perros de la calle, y
a un empleado de parques y paseos se le viene a la cabeza otra cosa, sin lugar a dudas. Ustedes
dirán, está bien, pero esto no nos impide hablar los unos con los otros. No, sin dudas, pero no es
eso lo que está en discusión para Spinoza. De hecho hablamos, pero en penumbras.

Equivocidad: Sin embargo por más que un signo pueda remitir a varias significados ya que entra
cadenas asociativas divergentes ninguno de los significantes es incorrecto. No diremos que es
incorrecto, diremos que es equívoco, ambiguo. Un equívoco es una expresión que puede
entenderse según varias significaciones o sentidos. Por lo que es el oyente o el intérprete quien
otorga la forma de interpretación del contenido.

Si estas son las características del signo, es decir por las que se define un signo, estamos en
penumbras. Necesitamos luz. Spinoza quiere luz en tanto filósofo del siglo XVII. ¿Por qué quiere
luz? Porque entre tanta ambigüedad, entre tanta oscuridad, cómo saber lo que es conveniente. Al
parecer todo puede serlo o nada puede serlo entre tanta equivocidad. Spinoza quiere saber qué
nos conviene, quiere hallar un modo de salir de este mundo de la equivocidad, y quiere ir hacia
uno de la univocidad. Quiere encontrar un modo de huir de este primer género de conocimiento,
que es el género de la ignorancia.

Vamos de nuevo con las preguntas ¿Por qué ignoramos en este mundo? ¿Acaso no leemos,
escribimos, hablamos, aprendemos matemática y hasta astrofísica? ¿No estamos de hecho en
una carrera universitaria? Para Spinoza saber es mucho más que eso, para Spinoza saber es
captar las cosas no bajo el efecto que tienen sobre mi cuerpo sino bajo las composiciones de
relaciones entre ellas y mi cuerpo.

Sobre los tipos de signo

Por el momento, hasta no lograr esto continuamos en el primer género de conocimiento, que es,
como dije antes, el de la ignorancia. Pero… ¿Cómo lograr este conocimiento acerca de las
composiciones? Pasando por los signos de este oscuro mundo. Pasando por un signo en
particular, pero para el cual necesitamos de todos los otros. Veamos entonces cuáles son los tipos
de signos según Spinoza.

Indicativo: Las indicaciones son los efectos de un cuerpo exterior sobre el mío. Si me expongo al
sol el sol calienta mi cuerpo, es un efecto del cuerpo exterior sol, sobre mi propio cuerpo. Es decir
que mi cuerpo cambia de estado en contacto con un cuerpo que le es ajeno, pero que sin
embargo entra en relación con él, modificando su interioridad.
Imperativo: Del signo indicativo, se pasa al imperativo a través de la ilusión de la finalidad. El signo
imperativo son justamente ficciones fundadas sobre las causas finales. Para continuar con el
ejemplo que da Deleuze, diríamos en este segundo signo pasamos del efecto que tiene el sol
sobre mi cuerpo a tomar tal efecto como la causa fundante del sol. En tal caso diríamos aquí que
“el sol está hecho para que me caliente”.

Interpretativo: Sin embargo resulta que por más que he tenido indicaciones, y busqué en ellas
causas finales, los signos indicativos funcionan de diferentes maneras según el cuerpo con que se
encuentren. Por lo que sigo sin entender nada de los signos y tengo que empezar a interpretar.
Interpreto justamente porque no entiendo nada. Es una gran crítica al entendimiento.

Volvamos. Es decir que las causas finales no solo son una ficción, sino que son la ficción por
medio de la cual el hombre trata de conjurar la equivocidad de los signos, trata de fijarlos. Pero a
cada paso se encuentra con que el sol actúa distinto, a la arcilla la seca, al hielo lo derrite. ¿Cómo
decir entonces que en verdad el sol está hecho para calentarme si veo que el sol hace otras cosas
además de calentarme? Pongo al hombre como centro, como eje, de todo lo que pasa en este
mundo. Es la arrogancia y el miedo del hombre ante un mundo tan variable, lo que lo lleva a
construir los signos imperativos. A conjurar el movimiento buscando causas finales, fundantes.
Esto es el antropocentrismo, todo mirado desde los padecimientos del hombre ante los cuerpos
externos.

Pero por más que se ponga al hombre como el centro, esto no hace que los signos dejen de ser
equívocos, es decir, que los cuerpos actúen de diversas maneras según con qué se relacionen o
que un signo imperativo entre en cadenas asociativas diversas. Por lo que el hombre empieza a
interpretar, a explicar por qué ese cuerpo actuó distinto o por qué ese signo imperativo tiene dos
sentidos. Entonces dirá por ejemplo que la causa final del sol es calentar al hombre, y entonces si
calienta la arcilla es para que el hombre pise calentito. En fin, interpretamos por que no
entendemos nada.

Un cuarto signo o el signo que fuga

Pero ¿qué es lo que no estamos entendiendo? No entendemos las composiciones de relaciones,


no sabemos qué me entristece o qué me alegra, y mucho menos por qué, ya que los signos
indicativos nos dan más información acerca de nuestras composiciones que sobre las del cuerpo
afectante.
Antes mencioné que para salir del mundo de los signos era necesario atravesar por ellos,
particularmente por uno. Este signo por el que hay que pasar es el afecto, y si bien se sitúa en
este primer género de conocimiento tiene algo que lo distingue de los tres anteriores, que es
justamente lo que nos permite fugar hacia el segundo género de conocimiento. Es un signo del
borde, del pasaje. Justamente su principal característica es el pasaje. Veamos cómo es esto.

Los tres signos anteriores - indicativo, imperativo e interpretativo - se definen según Deleuze por la
dosis de real que envuelven. Por una escala de lo real. Habrá signos que envuelvan más y otros
que contengan menos. Por ejemplo “que el sol está hecho para brindar calidez al hombre”
envuelve, lo notamos, menos realidad que el sol calentando a un hombre X. Se trata de una
cantidad escalar, hay cantidades de realidad y una afección tendrá entonces mayor o menor
realidad.

Hago un paréntesis para que no se confundan afección con afecto. Las afecciones son el efecto
que tiene un cuerpo sobre otro, en tanto este otro se ve afectado. Es decir que los signos,
indicativos, imperativos e interpretativos producen efectos, afecciones. Ahora ¿qué es el afecto?
El afecto es la variación de mi potencia que se produce al ser afectado por un cuerpo externo.
Están íntimamente relacionados, pero no son lo mismo. Este cuarto signo, que me gusta llamarlo
signo de fuga, a diferencia de los otros tres no se definirá por cantidades escalares de realidad,
sino por cantidades vectoriales de potencia. No se asusten.

Los sinos nos afectan, nos entristecen o nos alegran, básicamente estos son los dos polos del
vector de potencia. Justamente el afecto tiene que ver con estos pasajes de una potencia a otra.
Ya no es el efecto de un cuerpo sobre el mío, la afección, sino esos pasajes que se producen en
mi cuerpo en tanto se va encontrando con distintos cuerpos. Y el conocimiento de estos pasajes
es lo que nos permitirá salir del mundo de los signos. Que repito, no se trata de un espacio físico,
sino de un modo de vida oscuro.

Por esta razón decía más arriba que el afecto es un signo que requiere de todos los otros, en
tanto son los otros signos con los que vamos a ir componiendo diversas relaciones que nos
entristecerán o nos alegrarán. El conocimiento de estos pasajes es lo que hará que en un
determinado momento ya no esté a la deriva chocando con cuerpos que me son extraños sino que
posea mi potencia.

No es fácil, se trata de un esfuerzo de la razón. El primer esfuerzo de la razón será justamente


seleccionar. “No, no voy a tomar más cerveza porque al otro día me duele la cabeza”. Empiezo a
tener – a partir de la experiencia y de la selección de aquellas experiencias que aumentan mi
potencia, que me alegran – un conocimiento de los cuerpos que me son convenientes.

Segundo nivel de conocimiento: Las nociones comunes

Entonces llega un punto en que uno ha acumulado su potencia a través de miles de rodeos,
seleccionando su vector de la alegría y alcanza un nivel X, variable para cada quien, que hace que
ya no esté en el dominio de las pasiones, del padecimiento, sino que posea su potencia. Este es
el segundo esfuerzo de la razón. ¿Qué quiere decir que poseo mi potencia? Que ya no conozco
los cuerpos por el efecto que tienen sobre el mío sino por las relaciones que constituyen, en tanto
convienen o no con mi cuerpo.

Lo que capto ya no son efectos de un cuerpo sobre el otro, sino composiciones de relaciones
entre cuerpos. Las ideas de este segundo género de conocimiento ya no son confusas e
inadecuadas, como lo eran en el mundo de los signos, sino claras y distintas. Son, según las
llamas Spinoza, nociones comunes y lo son en tanto se dicen de un mismo modo de los cuerpos
que entran en relación en ellas. Esto quiere decir que se consideraran los cuerpos según en la
relación en que entran y ese será su valor: la noción común que se desprenda de la puesta en
relación. ¿Esto quiere decir que dejaremos de hablar como todo el mundo y dejaremos de decir
que “el sol sale” cuando bien sabemos que no es así? No. No se trata de hablar distinto, sino de
valorar distinto. Esta es la ética spinoziana y así entramos al mundo de la univocidad.

Repito, en este segundo nivel de conocimiento, los cuerpos son considerados según las
relaciones que se componen, no según los efectos. Y la noción común que se desprende del
encuentro, no es común sólo a todos los espíritus, sino que además de estar dotada de
invariabilidad, de objetividad es común a la parte y al todo. Siendo común a la parte y al todo no
puede ser inadecuada, es forzosamente unívoca y de allí los afectos que derivan de las nociones
comunes son afectos-acciones, alegrías-activas.

Estamos en un mundo de ideas claras y distintas, ya no arrojados, chocándonos con cuerpos que
producen efectos que no entendemos. Sin embargo no es este el último estadío del conocimiento,
más bien es un trampolín al tercer tipo. ¿Por qué? Porque las nociones comunes por más
potentes que sean, siguen sin brindar una idea de la potencia singular de cada cuerpo, de las
esencias singulares. Sabemos qué relaciones convienen a un cierto número de cuerpos, pero no
su potencia, su esencia y esto es lo que trata de develar Spinoza.
El tercer esfuerzo de la razón consistirá entonces en elevarse de las nociones comunes a las
esencias singulares de cada cosa, en su individualidad, en su singularidad. Esto desborda las
relaciones entre los cuerpos, es decir desborda las nociones comunes, ya que tiene que ver con la
potencia tomada en sí misma.

Tercer nivel de conocimiento: la intuición

Es el momento en que capto a los cuerpos y a mi propio cuerpo en su esencia singular, fíjense
que digo esencia y digo singular. Es decir que no se trata aquí de una esencia universal,
metafísica, a la que hay que acceder, un modelo válido para todos; sino de singularidades. Cada
cual, en cada momento tiene su esencia singular y esta no es más que su potencia en ese
momento. Lo que es esencialmente es lo que puede en ese momento.

Uno es lo que puede, volvemos aquí a algo que estuvo atravesando todos los estadíos del
conocimiento. En el mundo de los signos no entendíamos bien qué podíamos, en el segundo
estadío, a partir de las nociones comunes poseo mi potencia. Me hago cargo de lo que puedo y a
partir de ahí sigo seleccionando mis encuentros, encuentros que sean favorables a mis relaciones,
a mi potencia. En este tercer estadío, ya no se trata de composiciones, sino de singularidades.
Capto las potencias de los cuerpo sin la necesidad de entrar en relación con ellos. Por eso es el
nivel de la intuición.

Spinoza dice que la intuición no es un no pensamiento, sino, muy por el contrario, un pensamiento
a una gran velocidad. Tan veloz que no podemos dar cuenta de él a nivel consiente. Sólo
inconsciente. Y el inconsciente de Spinoza es el cuerpo.

Si volvemos a la clase dos de “En medio de Spinoza”, empieza diciendo algo que quizás hasta
acá no podíamos entender muy bien. Retomo: “Había como bosquejado un problema que era el
de las velocidades y el de la importancia de esas velocidades en Spinoza desde su propio punto
de vista. Después de todo la intuición intelectual, lo que Spinoza presentará como la intuición del
tercer género de conocimiento, es una especie de pensamiento relámpago. Es un pensamiento a
velocidad absoluta. Va a lo más profundo y a la vez abarca, tiene una amplitud máxima, y procede
como relámpago.”

En este género de conocimiento estamos ahora y esta vez se trata del conocimiento de las
esencias singulares. Este género, al igual que el segundo y contrariamente al primero, se
constituye de ideas necesariamente adecuadas. Son conocimientos adecuados y como tales
constituyen el mundo de la univocidad.

Quienes conducen sus vidas según este mundo de la univocidad, es decir, a partir del segundo y
tercer género de conocimiento experimentan la eternidad. Y es en este punto, más que antes, en
que la lectura abandona lo racional y se trata de dejarse afectar. La verdad es que se me hace
complicado explicar algo que sólo se puede sentir. Es acá cuando entendemos por qué Spinoza
es un vitalista. Hasta qué punto defiende la vida, y qué vida es la que defiende.

Retomo la misma cita que Deleuze: “Así pues, cuantas más cosas entiende el alma con el
segundo y el tercer género de conocimiento, tanto mayor es la parte de ella que permanece
incólumne y, por consiguiente, padece menos en virtud de los afectos”. Ya no se teme a los signos
imperativos, a las interpretaciones, a los efectos azarosos de los cuerpos. Ya no se padece, ni se
teme, tanto. Sin lugar a duda aún hay tristezas inevitables, “todo el mundo es mortal” nos dice
Deleuze, sin embargo no serán determinantes estas tristezas.

“Las personas que condujeron sus vidas, que organizaron y compusieron sus vidas de tal manera
que llenaron la mayor parte de sí mismos de nociones comunes y de ideas de esencias, es decir
de afecciones del segundo y del tercer género, son tales que es poco de sí mismos lo que muere
con ellos”.

Porque cuando uno llena su existencia de nociones comunes, lo que muere con uno, es la menor
parte de uno. Uno experimenta su propia eternidad. Lo que nos abandona o lo que abandonamos,
aun en estas tristezas inevitables, es la menor parte; porque hemos llenado la mayor parte de
nosotros mismos con afecciones y afectos que escapan la muerte.

*
Pelliza, C.M., “Los tres géneros de conocimiento según Spinoza”, cuaderno de cátedra de Institución y
Sociedad en la Lic. en Comunicación Social, U.N.R., Septiembre de 2015.

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