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Grafitti puede ser considerado como una historia de amor que se malogra
en virtud de la acción gubernamental o, también, como la historia de la
ilusión de amor que se frustra por la intervención del gobierno (2).
El cuento comienza con el siguiente enunciado: “Tantas cosas que empiezan y acaso acaban
como un juego”. El ser humano quizá juegue para obtener ciertas emociones de las que carece
en el mundo, extremadamente codificado, de lo que usualmente hace. Con el juego, rompe el
quehacer corriente y entra a un nuevo espacio —con otros códigos, otras leyes— en el cual
requiere de la puesta en práctica de estrategias de acción.
Hay cosas, pues, “que empiezan […] como un juego”, que el hombre lleva a cabo para salir
del mundo de la cotidianidad, para matar el “aburrimiento” (vid. párr. II, la. línea), para
conseguir nuevas vivencias. Pero existen juegos —la mayoría de ellos— en los que se gana o se
pierde. Y si hay cosas que “acaban como un juego”, ello implica que se vence o se es derrotado.
El primer enunciado del cuento sugiere al lector, por una parte, que algún o algunos
futuros personajes realizarán algo a la manera de un juego (ya se ha dicho lo que éste
comúnmente significa); por otra, que lo que se efectúe puede concluir bien o mal —como un
juego—, puede continuar indefinidamente o puede simplemente terminar no como un juego —
sin triunfo o derrota— (la ambigüedad de la palabra “acaso” dispara estos tres sentidos). El
autor, pues, se niega a indicar a qué conduce el juego, como un mecanismo para prender y
retener la atención del lector.
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(3) La página o páginas que aparecerán entre corresponden a la siguiente edición: Julio Cortázar, Queremos
tanto a Glenda. 3a. ed.,, Nueva Imagen, México, 1983.
Lillian von der Walde, "Grafitti, un análisis": Diálogo, núm. 16 (mayo-junio 1990). 5-12.
manera ha participado con el otro en el juego: regresa para ver el dibujo que ese otro había
hecho, siguiendo, desde luego, las estrategias con las que se lleva a efecto el juego (“volviste
más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre”).
Por otra parte, conviene señalar que el lector nada sabe del narrador. Este último puede
ser ya el autor, ya un personaje que quizá aparezca o no en la historia. Es más, puede ser el
propio protagonista desdoblado; en otras palabras, que él se autorefiera su pasado, aunque en
un momento olvide la impresión que le causó encontrar un dibujo al lado del suyo.
La imprecisión del narrador se encuentra en relación directa con lo sorpresivo del final;
esto es, lo sorpresivo es resultado del desconocimiento del narrador, Desde luego, y quizá sea
apropiado decirlo en este instante, la últimas líneas del texto obligan a reestructurarlo. Quien
se apropia del carácter protagónico es la mujer. Las acciones y el pensamiento del hombre son
producto de la
Lillian von der Walde, "Grafitti, un análisis": Diálogo, núm. 16 (mayo-junio 1990). 5-12.
imaginación de ésta. Pero, en fin, hasta este primer párrafo ni se sabe que se trata de un
hombre ni que existe un personaje femenino.
Por último, únicamente se desea indicar que, gracias a lo expresado al final del cuento,
el “supongo” de la segunda línea deja de tener un significado de duda, de algo que no se
conoce con precisión, para adquirir un sentido literal: supongo = imagino. No hay, entonces,
mentira. La mujer, señalan las últimas líneas del texto, ha imaginado la vida del hombre. Y, en
efecto, al inicio del relato ella dice que imagina que a él le hizo gracia encontrar el dibujo;
imagina, pues, la vida del hombre.
En un primer nivel semántico se dice que el juego no es una protesta “contra el estado de cosas
en la ciudad”, sino que tiene el solo objeto de abandonar el “aburrimiento”, de alcanzar la
diversión:
Simplemente te divertía hacer dibujos […] venir a verlos [...] asistir a los insultos inútiles de los empleados
mientras borraban los dibujos…
Sin embargo, el juego va más allá de la mera diversión, implica la trasgresión de lo prohibido.
De esta forma, en un segundo nivel semántico, el juego en efecto es una protesta, un decir «no
estoy de acuerdo».
Así, pues, hay un significado que se superpone a otro. Se indica que no se trata de una
protesta, cuando en realidad es tal, y así se entiende. Incluso, puede ampliarse aún más este
segundo significado: no es sólo una desaprobación que se hace pública, sino un
enfrentamiento La presencia misma de un adversario en el juego, ya expresa un
enfrentamiento; además, éste queda muy claro si se consideran las siguientes líneas:
En la ciudad ya no se sabía demasiado de qué lado estaba verdaderamente el miedo; quizá por eso te divertía
dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo…
Hay que apuntar, por otra parte, que el carácter lúdico del juego —con todo y el miedo—
permanece estable. El juego significa diversión, y de eso no hay duda.
Ahora bien, el enunciado que refiere el temor del antagonista, además de explicitar la visión
del mundo de éste, revela la inconformidad generalizada de la sociedad hacia el régimen de
terror impuesto (régimen que se ha representado con mayor claridad en este párrafo que en el
anterior). Si la sociedad estuviese conforme con su gobierno, no habría por qué temer.
Cortázar, así, muestra un universo de desazón, de malestar frente a un Estado militar
arbitrario, represor y, como más tarde lo describirá, ciertamente cruel. Reflejo de una
realidad, como se sabe, como lo han señalado Amnistía Internacional, las madres de la Plaza
de Mayo, periodistas, los cientos de miles de ciudadanos argentinos —no sólo los exiliados, los
torturados—, etcétera.
Como es posible observar, de una manera subrepticia, a través de un simple enunciado (“en
la ciudad ya no se sabía [...] de qué lado estaba [...] el miedo”), la oposición inicial
personajes/aparato gubernamental se ha ampliado muy significativamente a la de
sociedad/Estado.
En este párrafo aparece la siguiente precisión semántica: la sociedad civil entera participa del
juego del que parece el protagonista. Éste, así como el otro personaje del primer párrafo,
dibujan y observan; los otros, sólo observan. Estos últimos no juegan plenamente, pero juegan
de algún modo (pasivo). Miran rápidamente sin detenerse; saben la estrategia a seguir.
Comparten, así, el juego-rechazo a la circunstancia. Tal vez por eso al personaje se le abre —
mientras se conserva su dibujo en el muro— “un espacio más limpio donde casi cabía la
esperanza”.
Lillian von der Walde, "Grafitti, un análisis": Diálogo, núm. 16 (mayo-junio 1990). 5-12.
mientras que para el escritor español el dolor es algo personal, para Cortázar, en virtud del
empleo del vocablo “también”, tiene un carácter universal. De esta manera, nuevamente es
posible establecer el paralelismo personajes-sociedad civil, y la oposición ya vislumbrada en el
párrafo anterior se ve, en éste, reforzada.
La expresión, por otra parte, redunda en el porqué del juego del protagonista, en su
significado. El personaje no dibuja únicamente por diversión, sino que lo hace porque le duele
—como a todos— su patria (aquí se interpreta la frase como la verbalización de los dibujos). Él
se atreve a dibujar, y al hacerlo, vuelve explícito su rechazo: protesta, se enfrenta (significado
del juego).
En el párrafo cuarto se retoma el inicio del texto: el encuentro del otro dibujo. Además, se
define el sexo de ambos personajes.La precisión del sexo del personaje central está dada,
fundamentalmente, por el empleo del masculino; aunque, también, por la idea de
compensación. (Desde la perspectiva de la sexualidad imperante, sólo un hombre, que carece
de compañía amorosa, puede imaginar —para compensarse— que quien hace los dibujos es
una mujer). El enunciado clave es el siguiente:
La determinación del sexo del «otro» personaje se realiza en la mente del central. Él
imagina, por ciertos datos, que es una mujer —no obstante que en un momento dude, que por
un instante piense que su imaginación es mera compensación. Ahora bien, de hecho el lector
no puede saber si se trata de una mujer. El narrador nada ha dicho, únicamente ha referido el
pensamiento y sensaciones del personaje masculino. Pero este último tiene tal certeza de que
es una mujer —como se aprecia, a través del narrador, en párrafos posteriores—, que el lector
da su voto de confianza, cree efectivamente en la sexualidad femenina del «otro» personaje. Al
final, el lector corroborará su visión. Es una mujer, pero el personaje masculino —que quizá
nunca existió— no ha pensado nada, ella ha imaginado que él piensa, que la piensa.
Como se sabe, las referencias a la mujer siempre son en tercera persona: “la admiraste,
tuviste miedo por ella”. Hecho que no es sino un recurso del autor para engañar al lector, para
que éste no llegue a sospechar quién es el narrador. Sólo en la conclusión del texto se podrá
saber que es un «me admiraste, tuviste miedo por mí»; sólo en el último párrafo se conocerá
que ella hubiera deseado haber sido admirada, que alguien hubiese sentido miedo por ella.
El juego, sin dejar de ser protesta y enfrentamiento, tiene para ambos personajes el siguiente
propósito: llamar al otro, buscar al otro, mantener la interrelación con el otro. Hay un deseo
de comunión, de algo que se acerca al amor:
le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste
morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco
En virtud del anhelo del otro ser, por la irrupción de ese otro en el propio mundo, el tiempo
Lillian von der Walde, "Grafitti, un análisis": Diálogo, núm. 16 (mayo-junio 1990). 5-12.
ya no puede ser sino diferente: “más bello”, con mayor responsabilidad, con mayor temor.
Ahora bien, si la mujer ha imaginado la vida del hombre (vid. p. 134, párr. X), si se
interpreta que éste nunca existió (el final del cuento es ambiguo, ofrece la posibilidad de
afirmar o negar la existencia del hombre), en el proceso de reelaboración del texto la cita
anterior se vuelve ciertamente dolorosa. La mujer no ha recibido ningún puerto con velas por
parte del hombre, niéste deseó hablarle con palabras bellas ni la vio hermosa ni la quiso un
poco. Ella ha estado siempre sola y lo seguirá estando. (Aquí se ha hecho sólo una lectura, la
más trágica. Cabe la posibilidad de que el hombre efectivamente le haya demostrado interés o
revelado cierto amor a través de sus dibujos. Esto compensaría, un poco —muy poco—, la
condena a un futuro de soledad).
Uno de los aspectos que se desea destacar es la presencia constante del antagonista. En
efecto, en cada uno de los párrafos hasta ahora vistos siempre aparece, de una forma u otra, la
figura amenazante del opositor. Por ejemplo, en el segundo párrafo se hace mención al toque
de queda; en el tercero, la policía borra la frase; en el cuarto, se dice que el juego divierte “al
borde de la cárcel o algo peor” (p. 130), y en el quinto, se refiere la ronda de la patrulla, el
escape del personaje masculino de dos policías. El autor, pues, ha creado un ambiente
angustiante en el que los personajes y el lector no pueden sino estar en tensión permanente.
Se espera la tragedia en cualquier momento, el autor así lo ha determinado con la elaboración
de esa situación asfixiante, peligrosa. El desastre efectivamente sucede en el sexto párrafo, ya
se temía. Lo terrible es pensar que la obra refleje la realidad; lo terrible es saber que algo
semejante se vivía en la dictadura de los militares.
Este párrafo continúa la comunicación entablada entre los personajes en el párrafo quinto. En
este último, la mujer se había expresado a sí misma, había llamado al hombre, lo cuestionaba.
Él, por su parte, había recibido el mensaje y respondido con otro: un puerto con velas y
tajamares. El puerto es un pedazo de tierra firme que implica la llegada o la salida. De éste
parten las ilusiones, a él llegan las ilusiones (las velas o tajamares). El mensaje, pues, quizá
puede ser interpretado como la salida del hombre para alcanzar un puerto lejano: la mujer.
Pero él también es un puerto, es el destino de la mujer, la consecución de lo que ésta anhelaba.
Lillian von der Walde, "Grafitti, un análisis": Diálogo, núm. 16 (mayo-junio 1990). 5-12.
como un roble y sano (frondoso). De esta suerte, el mensaje del hombre es una declaración de
amor —límpido, fuerte, hermoso—, una propuesta de lo que espera lograr con la mujer.
Por último, únicamente se indica que en esta párrafo, como en el anterior, el narrador
se ha esforzado en señalar que el hombre desea llevar el juego con la mujer a otro nivel, a uno
más cercano, a uno donde quizá no sólo la vea, sino también le hable frente a frente, la
escuche, la toque. Ella, pues, había ansiado que el otro anhelara conocerla, había soñado con
realizar, de manera concreta, el amor.
La respuesta inconclusa de la mujer queda descrita en el séptimo párrafo. Es “una forma llena
y hermosa”. La descripción ya indica la aceptación de amor, revela que ella ha manifestado sus
sentimientos y ha dicho un “sí” te amo, “siempre” te he amado y te amaré, “ahora” te amo y
quiero que se realice. La lectura de esta respuesta, de acuerdo con la interpretación que se ha
dado, no puede ser sino desgarradora. El lector sabe que a la mujer le espera “la cárcel o algo
peor” (p. 130), que la realización del amor ha quedado frustrada por ese antagonista que es
capaz de destrozar al ser humano, de negarle hasta la posibilidad de amar.
Quien cae en manos del aparato judicial del gobierno o no tiene futuro o tiene un futuro
de dolor. Esto ya nos lo había dicho el texto, y en estos párrafos se redunda en la idea a través
de la presentación de un personaje que tiembla, que se muerde las manos y llora y se
emborracha. Pero la exposición es más explícita aún: la gente hubiera preferido no volver a ver
a alguien que hubiese sido prisionero, la gente hubiera deseado que éste se perdiera en “ese
silencio que nadie se atrevía a quebrar”. En esta última frase, el autor muestra tanto el miedo
de la población al adversario como el deseo de engañarse, de creer que las cosas son
diferentes, a sabiendas de que no lo son. Sin embargo, el silencio no es de todos como se ha
visto a lo largo del texto. Hay quienes lo quiebran, dicen lo que sucede en virtud de su
enfrentamiento al Estado. Unos dibujan, otros realizan atentados, unos más crean disturbios
en algunos lugares (vid. p. 134, párr. X). La frase, pues, se ve matizada por el propio texto,
pero ésta no deja de reflejar la actitud mayoritaria: el pavor ante la situación, un deseo de no
saber nada porque saber pesa demasiado.
El hombre, en el noveno párrafo, quiere saber de la mujer, la busca en los muros y en las
puertas, la ama. Ella permanece en silencio, sin comunicarse. La búsqueda del hombre del
mensaje de la mujer crea, en el lector, una sensación de angustia: probablemente ella continúe
siendo torturada en los cuarteles o quizá ya haya muerto. Pero el personaje masculino no
quiere creer, como el lector, que esto sea así. Traza, en la puerta del garage donde ella se
había expresado a sí misma, un dibujo de amor, de esperanza (que se vuelvan a unir) y de
reconocimiento (por haber participado con él en el juego, por haberle hecho frente al
adversario). No hay lugar a mayores interpretaciones, Cortázar ha querido ser explícito. El
“grito verde”
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Lillian von der Walde, "Grafitti, un análisis": Diálogo, núm. 16 (mayo-junio 1990). 5-12.
refiere la esperanza, pero para confirmar que es así realmente, se narra que el dibujo se
encierra con un óvalo que es también “la esperanza”. El significado de la “roja llamarada” se
da inmediatamente: es “de reconocimiento y de amor”, y para redundar en el sentimiento
amoroso del personaje, se expresa que el óvalo es asimismo un beso (“tu boca y la suya”).
Reelaborando el texto se tiene que la búsqueda ansiosa del personaje es sólo el deseo de
la mujer; que son hechas por ella las interpretaciones del dibujo (sea éste real o producto de su
imaginación), porque anhelaba que se la hubiese reconocido y amado, porque deseaba que el
hombre o que alguien (el hombre pudo no existir) hubiera soñado con reunirse nuevamente
con ella.
Pero en fin, hasta este párrafo la existencia de un hombre que ama a la mujer es un hecho
seguro. Y este hombre, después de realizar su dibujo, ha dormido tranquilo, como si creyera
que la mujer observará su mensaje y le responderá. Este dormir del personaje como no lo
había hecho desde la aprehensión obliga al lector a considerar la posibilidad de que la mujer
en efecto haya quedado libre, de que ésta pueda ver y contestar al dibujo.
Cortázar ya había dicho que la gente preferiría no ver a un exprisionero y, con esta mujer
absolutamente desfigurada, muestra el porqué. El autor, pues, nuevamente denuncia y, al
hacerlo, obliga —como siempre— a denostar al régimen, a desear intensamente que las cosas
varíen.
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Lillian von der Walde, "Grafitti, un análisis": Diálogo, núm. 16 (mayo-junio 1990). 5-12.
persona. El lector, así, descubre que ha sido la mujer quien, a lo largo del texto, se había
dirigido el hombre. Ella —deduce el lector— imagina la reacción del hombre al ver su mensaje
(“Ya sé, ya sé”), y piensa que le dice a éste que una posible contestación de amor ya no hubiera
tenido sentido en su situación. Piensa que le refiere que optó por dibujar la verdad porque,
imposibilitada para ser amada, tenía que despedirse, y porque con la verdad le estaría
pidiendo a él que continuara, le estaría diciendo «esto pasa en este país, por eso es necesario
seguir jugando» —protestando contra el Estado, enfrentándose a él. La mujer, pues, ha
imaginado qué es lo que debe pensar el hombre al ver su dibujo.
Las últimas siete líneas revelan el futuro de la mujer: escondida en la oscuridad, imaginando
a veces que el hombre aún jugaba, y recordando “tantas cosas”. Recordando, por ejemplo, que
ella había jugado —lo que la haría sentir orgullosa—; recordando, quizá, que no había jugado
sola, sino que lo había hecho con alguien; recordando, tal vez, que ella había imaginado que
ese alguien era un hombre, y que éste efectivamente la amó (en la vida real); recordando, a lo
mejor, que ella había imaginado que este alguien —que había imaginado hombre— la había
amado; recordando, acaso, que ella había jugado sola, y que había imaginado que un hombre
jugaba con ella y la amaba; recordando, pudiera ser, que se vio obligada a terminar con el
juego compartido; recordando, quizá, que se vio obligada a terminar con el juego compartido
que ella había imaginado.
La persona que hacía dibujos en la calle, que trazaba otros junto a los
realizados por la mujer, existió en la vida real. Como la mujer nunca vio a
esta persona, ella imaginó quién era, qué hacía, qué pensaba, qué sentía.
Esta persona pudo o no estar interesada en la mujer, pudo o no amarla.
De hecho, lo único que se conoce es la imaginación de la mujer; y en la
imaginación, el hombre en efecto estuvo interesado en ella, la amó.
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