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Universidad de Costa Rica

Sede Rodrigo Facio

Curso:

Introducción a la filosofía

Tema:

Informe de lectura

Profesor

Edgar Roy Ramírez

Estudiante

Adrián Duarte Díaz B82634

2019
Resumen
Mary Midgley entiende a la filosofía como una gran necesidad, como un oficio
reconstructor, conciliador, renovador y sobre todo inherente a la sociedad. Apunta al ejercicio
de la filosofía como un intento de reparar, de perfeccionar los medios en los que nos movemos,
como la búsqueda de esas verdades que nos ayuden a comprender la vida. Para Midgley la
filosofía al igual que la fontanería, juegan un gran papel cuando hay derramamientos, fugas,
averías en los sistemas más importantes; por ende, no es un trabajo que solo respecta a algunos
pocos, el hecho de pensar las situaciones en las que vivimos, debe de involucrarnos a todos. La
filosofía no es para uno pocos.
Midgley analiza los problemas sociales desde varios puntos de vista, incluso comprende
la gran tubería subterránea como ella la llama, en la que nos movemos constantemente; con
esto justifica actos y posiciones. Además, ofrece una visión de los problemas que nos aquejan
principalmente como sociedades civilizadas, ahonda en conceptos como la libertad por
contrato, la solitaria noción de la vida como un” Lego”, el hombre como un ente meramente
económico y el individualismo. No obstante, repara en soluciones tales como la tolerancia, el
compañerismo y sobre todo, como parecería ser el intento principal de este trabajo, sugerir una
reconciliación de los saberes, buscar una participación activa, un pensar la realidad y de sus
problemas, visibles o no, una oportunidad de escuchar y tolerar las propuestas, una vía de
trabajo con mayor apertura y autocrítica.
El trabajo de esta autora, visibiliza principalmente los problemas sociales, políticos,
ideológicos y conceptuales que encontramos en nuestros escenarios cotidianos. Nos hace
comprender que vivimos en un sistema saturado de fallas, nos instan a repensar nuestros
conocimientos, a plantear una posibilidad de formular propuestas y escuchar la de los otros;
piensa en la colectividad, en el compartir conocimientos y al mismo tiempo hurgar en ellos,
convirtiendo nuestra actitud en modelo activo, que trabaja sobre los problemas, que compara y
sustituye sí es necesario y no como un mero individuo pasivo en medio de una sociedad
hiperinformada.
Friedrich Waismann por otra parte, se asienta desde una perspectiva lógica; entiende
que la filosofía no consiste en suministrar teoremas, tampoco en dar demostraciones, ni
solucionar problemas con afirmaciones o negaciones contundentes; esta visión hace
comprender mejor la brecha existente en medio de la filosofía y las ciencias exactas que tanto
debe de entenderse para no caer en inconvenientes ni en los tópicos en contra de una y de la
otra. Este autor presenta una gran gama de problemas con los se enfrenta el filósofo, por
ejemplo, el de la memoria, el de las demostraciones, el tiempo (que nos consume en un mar de
paradojas y callejones sin salida); en fin, problemas que parecer turbar el panorama en donde
se debe de mover el filósofo. Otro problema digno de mencionar por la naturaleza misma de la
filosofía de Waismann es el conflicto lingüístico. En donde existen algunas veces las raíces de
los problemas que se nos presentan; así es que, debe de buscarse la clarificación o precisión del
lenguaje. Al hablarnos de ello, el autor es precisa en el uso de algunas palabras para expresar
innecesariamente algunas cosas, como las palabras “Verdadero o falso”; acota a esto la llamada
“intemporalidad de la verdad” haciendo referencia a el mal uso de las palabras recién
mencionadas.
El lenguaje tiene aquí una importancia vital, pues parece que residen muchas veces allí
los males que no podemos detectar. Por ejemplo, el trabajo de disolver un conflicto es muchas
veces más necesario que resolverlo, pues la purificación o clarificación de su contenido que
puede estar tan cargado de distintas ambigüedades, pueden resultar en la respuesta a alguna
necesidad.
Waismann recomienda plantear los problemas lo más claramente que se pueda, no es
necesario decir más, pues crea de cierta manera una nata sobre la superficie, entorpeciendo la
visión. La claridad parece permitir el buen trabajo de la filosofía, sin ninguna tozudez; dado
que los términos han de ser claros y aceptados por los demás, definiéndolos con unanimidad.
Waismann dice que la filosofía derriba “ídolos”, porque dispersa los cimientos confusos en los
que suelen esgrimirse la mayor parte del tiempo.
Vinculación

Quizá la dificultad de conceptuar la filosofía estriba en que nadie intenta hacerlo, al


contrario, la cualidad de ser concebida desde distintas aristas le confieren una característica
inagotable: la proliferación. Desde luego, la filosofía comparte aproximaciones o similitudes
independientemente de quienes la piensan, aunque -como veremos cada filósofo tiene la
capacidad de trabajar sobre una idea de lo que es la filosofía y de llevarla por sendas en donde
cree que pueda ser fecunda- siempre estará anejada a la búsqueda más próxima de la verdad.
Esta diversidad propia de la filosofía, contiene en definitiva la capacidad de transitar
por los diversos campos de nuestra realidad, uno de los más importantes sin duda, es el de la
cotidianidad en donde bien orientada, con miras a la dilucidación y renovación, puede rebuscar
entre lo aparentemente rígido e incuestionable, y lograr destilar en algunos casos las luces
necesarias sobre los más intrincados y oscuros parajes de la humanidad. Por eso es preferible
tratar de entender, con mayor presteza, la capacidad iluminativa de la filosofía y no su esquivo
concepto.
Mary Midgley plantea una manera de percibir la necesidad que tenemos de la filosofía
respecto a los sistemas sociales e ideológicos que hemos producidos a lo largo del tiempo. Su
metáfora de la fontanería primeramente toma un cariz simplista; empero, si se conoce la
dificultad y rigurosidad que conlleva la labor filosófica y su carácter “salvador y necesario” se
adecúa cada vez más a la visión del ejercicio inadvertido y desvalorizado del fontanero.
Parecería sencillo, el hecho de detectar las fallas de nuestro alrededor. De acuerdo con Midgley
(1969), “quienes sólo perciben las soluciones y no los problemas, tienden a pensar “¿cómo no
se me ocurrió a mí? Y les parece una cuestión obvia y sencilla, sin embargo, no son capaces de
desentrañarlo por mi mismos”. Así que, como se aprecia, no todos podemos alertar a los demás
de cómo están intrínsecos los problemas que más nos aquejan, incluso podríamos decir que son
pocas las personas capaces de mirar en medio de la neblina que cubre nuestra estructura
conceptual, Sábada (2002) sobre estas excepciones dice: “los que llamamos genios o sabios,
tienen la habilidad de poner delante de nuestros ojos lo que, estando ahí, nosotros sin embargo
somos incapaces de ver”. (p.13) En efecto, la filosofía repara en asuntos presentes pero
invisibles para la mayoría y Midgley apela a la metáfora de este sujeto inquisidor como a la del
fontanero que trabaja sobre los sistemas que nunca nos detenemos a analizar. Esta noción
metafórica de un filósofo-fontanero es compleja, pues se remite a un enmarañado mundo de
conductos y tuberías en el que reposan muchas de las demás funciones de la vida social;
sabemos que es un sistema fundamental, que no es eterno, se oxida y deteriora. Y puede que
sea ese uno de los problemas más molestos; pues las sustituciones de esta índole, son siempre
costosas, desafiantes y subversivas. Y esto es un trabajo primordial en una sociedad en donde
existe una constante producción de saberes.
El filósofo está posicionado de cierta forma por esta autora, en medio de dos vertientes
que parecen lejanas una de la otra, la filosofía y la poesía. En síntesis, el filósofo, ordenador,
sistematizador y gestionador de ideas y el poeta, visionario, creativo, imaginativo y
particularmente encaminado a buscar el revés de las cosas. No podemos pasar por alto que,
toda actividad es complementaria, un engranaje de un gran sistema. De cierta manera no son
manifestaciones lejanas; Midgley acota que los grandes filósofos poseen una combinación de
ambas cosas. Ciertamente la historia de la filosofía ha impactado fructíferamente en el terreno
literario, en donde conceptos, frases y pensamiento completos, pujan entre las páginas de
poemarios, cuentos y novelas. Un ejemplo de ello podría ser la influencia del filósofo alemán
Schopenhauer en escritores de la talla de Thomas Mann, Unamuno, Freud y muchos más. Este
último, descubridor de una zona oculta: el inconsciente; en un momento en el que se pensaba
conocer todas las regiones del hombre. Este monumental descubrimiento a su vez creó una
nueva apertura, abrió una nueva compuerta para expandir el panorama artístico en donde
emergió el surrealismo, movimiento altamente cultivado en el teatro, la pintura, el cine y la
literatura, dando gran cantidad de escritores, incluyendo al argentino Ernesto Sábato. Otro
argentino influido de alguna manera por Schopenhauer e íntimamente allegado a la filosofía,
fue Jorge Luís Borges, que siempre aunaba en sus obras, la poesía y la filosofía. Un pequeño
ejemplo podría ser el primer verso del poema llamado “El Golem”:
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo. (p.33)
Así, son varios los casos en que Borges logró condensar a un mismo tiempo poesía y
filosofía, y quizá sin saberlo completamente, arrojó a cientos de lectores tácitos al mundo de la
filosofía, utilizando un vehículo poético como: Arte Poética, Spinoza, y el fabuloso cuento
Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (en éste último acudimos a un mundo idealista). El pasado punto,
me lleva inmediatamente a otra noción práctica de la filosofía, la cual es que, no rindiendo
precisamente como estructura filosófica, repercute en los demás campos, como señala Ramírez
(2010):
El que algunas posiciones filosóficas fueran insostenibles a la luz de nuestros
conocimientos, de nuestras prácticas, de nuestros valores, no obsta para reconocer la
importancia que pudieran tener como ideas seminales o inspiradoras de otros ámbitos
o de otros enfoques. (p.31)
Y como ya vimos, tal es el caso de muchas filosofías, que si bien no fracasan
aparatosamente en el orbe intelectual, funcionan como germen de otros campos. Es gracias a
ello, a la naturaleza interpretativa con que pueden ser vistas las proposiciones filosóficas y su
dispersión en las vías del saber, que podemos sustraer de ellas los principios de remedios que
si bien no son precisos o perfectos, pueden funcionar en casos particulares; por ende, la filosofía
debería entenderse -puede ser esta una pequeña parcela de su concepto- como la continuación
de los saberes exactos, como la extensión que formula contestaciones en los lindes de la ciencia.
La filosofía es imperiosa cuando se agota el alcance de la ciencia, como una continuidad, como
una articulación más voluble y flexible del saber, sin muchos impedimentos internos,
metodológicos, procedimentales, etc.
Pero, puede verse que la filosofía, acaso igual que las demás disciplinas de nuestra
época, tiende a optar en algunos casos por la profesionalización extrema. Estas disciplinas
buscan en detrimento de una comprensión más holística y amplia, una independencia, la
separación de un corpus elemental para la comprensión de la mayor parte de nuestro escenario,
y la filosofía, no puede caer en ello aunque algunos de sus labriegos, insistan en comprender la
producción filosófica solo patentada por un sistema estructurado y normativo, como señala
Midgley (1996) sobre la tentación de algunos filósofos de imitar a otros académicos en la
formación de su materia: “Ajenos al evidente desatino filosófico que destilan esta pretensiones,
estos filósofos proclaman a su vez que sólo la labor técnica, puramente formal, publicada en
revistas especializadas y dirigida a colegas puede considerarse “filosofía”. (p.17) Pues es ese
el caso, y la sobreespecialización deja vacías muchas zonas del conocimiento, en donde la
filosofía si repara. La autora nos muestra algo que quizá intuimos y que no analizamos por
desinterés, falta de tiempo, dedicación o acaso por una dedicación a asuntos inanes (muy dada
en nuestra condición juvenil, cabe resaltar); esta es la imágen de que la filosofía y los demás
conocimiento nuevos son exclusivos; parece que sólo pueden desarrollarse o conocerse desde
campos privilegiados, y que solo ciertos afortunados tienen acceso a ello. Esto podría llevarnos
a pensar que las universidades, estos centros calificados con el rimbombante apelativo de
“centros del conocimiento” están destinados para producir información -claramente- pero a
conservarla celosamente también; puede uno pensar, con cierto desdén que la universidad es
un mundo emancipado de la realidad, que en la calle viven otros seres, que ignoran todo, que
su vida consiste en otras cosas, en que son distintos unos de otros. ¿Será así verdaderamente?
Octavio Paz escribió un ensayo en el que menciona la condición de los estudiantes, de ello Paz
( ) escribe lo siguiente:
Durante los largos años que pasan aislados en universidades y escuelas superiores, los
muchachos y muchachas viven en una situación artificial, mitad como reclusos
privilegiados y mitad como irresponsables peligrosos. Añádase la aglomeración
extraordinaria en los centros de estudio y otras circunstancias bien conocidas y que
operan como factores de segregación: seres reales en un mundo irreal. (p )
Diríase entonces, que hay un mundo de saberes superiores, predestinado para algunos
cuantos, y que debajo de este yace uno -necesario y vital para el funcionamiento del otro-, pero
que prescinde o que recibe prestas pinceladas de lo que en el otro se sabe. Esta división es
profusa y bien marcada en las sociedades de conocimiento, y está presente en el dilema de:
quienes saben más, quienes saben menos, quienes tienen la razón y quienes no, quienes deben
de tomar la batuta y las decisiones para todos, y quienes no deben hacerlo.
Esta digresión que parece tener cabida en todos los terrenos de la interlocución del
mundo, en que los pares defienden sus posturas y las juzgan como certeras e insustituibles. Así
pasa en la predominancia de dos grandes saberes que se bifurcan: uno deductivo, insostenible,
no corroborable, vago e impreciso según el otro. Y el que es indiscutible, fabricante de leyes
universales y elevadas, que no acepta críticas y que por el contrario, prorrumpe sobre toda
libertad que no atienda a sus premisas. Este es acusado en buena forma, como un pretexto para
recurrir a la frivolidad, a la individualidad, al olvido de la particularidad, y a la subjetividad -
que sería acaso el único y más magnífico rasgo distintivo de la especie-. Esta tajante antagonía
corresponde a una desatención de una parte hacia la otra. Es indispensable pensar que nuestra
contemplación de un problema en específico no es la misma que la del otro, esto es claro y
además respetable, pero, cuando el otro se inclina al filisteísmo, a una intransigencia no
necesariamente intelectual, derrumba toda posibilidad de diálogo, diálogo necesario para la
consumación de un nuevo acto de cooperación y enriquecimiento mutuo. La
sobreespecialización ha creado muchos intratables; que creen poseer una verdad indisoluble
por la que tendrían la hazaña fútil de morir. El problema acá, radica en no escuchar al otro, en
desatender los problemas de los demás, en tomar actitudes impenetrables y refugiarnos en
conocimientos empolvados; hablo posiblemente del individualismo, que se manifiesta en
incontables actos y que recorre todos los espacios de la sociedad, que ataca al principio de
conformación, que es coercitivo desde donde se le mire. El individualismo, una desanimante
actitud ante la vida que se ha sentado sobre las bases de la mayoría de las Naciones del mundo,
es la habilita estas conductas que subyacen el ámbito académico en el que discrepan los dos
polos principales; está en las calles, vive con nosotros.
Midgley explica al individualismo desde puntos históricos, los explica con conceptos
como el del contrato social que, otorga una libertad homogénea pero normada por pequeños
contratos entre los individuos -cosa que quizá haya inhabilitado algunas costumbres o códigos
morales verdaderamente admirables como el peso de la palabra, la honorabilidad de un acto
bondadoso o el cumplimiento de promesas haciéndolos obsoletos-. Además menciona que la
observación del triunfo de prácticas políticas, predispuestas a la autonomía fueron trasladadas
a la vida privada, creyendo que pueden funcionar perfectamente en donde se les coloque.
Esta autora, apunta a la colectividad; a una colectividad inter, multi, transdisciplinar,
en donde se trabaje en conjuntos, en donde se respeten las frontera y en donde toda disciplina
atienda a las necesidades de las otras. La filosofía y cualquier otra disciplina, no deben caer en
dogmatismos que, perfectamente puede decirse, es un enemigo firme del progreso. Es todo lo
contrario, debe de hacer una consolidación de las materias que han estado tan separadas a lo
largo de varias décadas; la formación científica es tan importante como la humanista, ambas
deben de vincularse en pos de una formación multi comprensiva. El saber en general es más
propicio para aportar de cierta forma al progreso de los conocimientos, es más necesaria para
comprender los problemas de los demás, para discutir con ellos, descubrir y formular nuevas
propuestas. De esta comprensión es de donde se desligan fanatismos, chauvinismos,
dogmatismos, etc… La filosofía debe de recuperar lo necesario y prescindir de lo sobrante, de
lo desgastado, de lo oxidado.
La filosofía debe de ser capaz de dilucidar, de esclarecer, de disolver los problemas, de
presentarlos de maneras más apropiadas, mayormente comprensibles, más al alcance de todos
y no ser meramente presunción entre colegiados; debe de tener un carácter más aproximado a
los problemas de todos. No puede ser tan constrictiva, tan reductiva, tan hermética, como señala
Waismann (1956): “la diferencia esencial entre la filosofía y la lógica es que la lógica nos
constriñe, mientras que la filosofía nos deja en libertad”. (p.511) Así es, Midgley habla de una
filosofía que se empecina en auto-esquematizarse, comprenderse como una ciencia formal, y
parece que allí, nace el germen que olvida los inicios interrogativos, de sorpresa y asombro, de
perplejidad y de divagación; los pilares últimos de la filosofía.

Bibliografía

Borges, J. (1982). Nueva antología personal. Barcelona, España. Bruguera


Midgley, M. (1996). Delfines, sexo y utopías. México. Fondo de Cultura Económica.
Ramírez, E. (2011). Filosofías prestadas. San josé. Costa Rica. Antanaclasis.
Ramírez, E. (2010). Hacia una noción de ética y otros ensayos. San josé, Costa Rica.
ALICAC.
.Paz, O. .El laberinto de la Soledad / Postdata / Vuelta al laberinto de la soledad.
México, Fondo de Cultura Económica.
Waismann. F. (1956). La concepción analítica de la filosofía. Alianza

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