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La narración de la historia de vida que hace la autora me parece muy amena y bien
detallada. El hablar de su primera infancia en un entorno natural (que ahora ya no existe), y
describir tan detalladamente el disfrute que le causaba el caminar por el campo, las caminatas
por la Laguna del Pilar, el jugar bajo la lluvia o entre los árboles y correr a casa con la
inocencia típica de la niñez, hace que la imaginación nos transporte a ese lugar para poder
percibir los olores típicos de la tierra mojada, de las hierbas y flores del campo, del café de
olla, de las tortillas hechas a mano, de los nopales y de los frijoles que su madre guisaba en
la estufa de petróleo; los sonidos de las ranas, los pájaros y de los animales de granja, los
colores del cielo, de los árboles y el viento despeinando su cabello.
Sin embargo, toda esa alegría con la que narra estos momentos de disfrute se ven
empañados por la incertidumbre del provenir de una familia de escasos recursos económicos;
por ser la menor de ocho hermanos (con la consecuente" sombra" de los hermanos mayores
acosándola); de sus afecciones en la salud desde muy pequeña; con la angustia de un padre
alcohólico y una madre que no hablaba de sus malestares físicos o emocionales pero que los
reflejaba en su mirada y en la tristeza reflejada en sus silencios; de los maltratos físicos y
emocionales que desde pequeña recibió; de la preocupación por los pocos alimentos y la
familia numerosa; por el cambio de residencia del campo a la ciudad y la separación familiar
(de su padre y dos hermanos); así como la perdida de los amigos de la infancia y, en
consecuencia, el miedo a lo incierto en una ciudad en donde se respiraba el aire de la
industrialización y donde la vida de campo no tenía cabida.
Todo ello hace que ella desarrolle un espíritu indomable y fuerte que le permiten no
dejarse vencer por la adversidad a pesar de sufrir múltiples decepciones desde reprobar
injustamente en la escuela, no ser aceptada en la secundaria, hasta la separación de su
esposo, la pérdida de su hijo y finalmente la pérdida de su salud. Esto genera en ella
sentimientos de indefensión, tristeza y enojo frente a lo que ella considera injusto.
Por ello la misma autora menciona que era como si fuera imprescindible y obligatorio
operarla de inmediato, sin más explicaciones, sin darle tiempo a pensar en otras opciones:
había que "reparar" el cuerpo cuanto antes.
Sin embargo, es precisamente durante esta crisis de salud que ella encuentra el
camino perdido, es cuando se redescubre e inicia su camino hacia la salvaguarda de su
propia vida y la de los otros; es cuando descubre que tiene que cambiar y trabajar para la
vida, para su propia vida.
Y es, precisamente, a través del doctor Sergio López Ramos que descubre una nueva
forma de experimentase y de experimentar su padecimiento. Así, se percata de las emociones
que dominaban en ella, descubriendo que desde pequeña vivió con angustia, miedo, tristeza,
apegos, nostalgia y la incesante necesidad de reconocimiento, todo ello "maquillado" y
"disfrazado" por el estudio y el trabajo arduo, exigiéndose a sí misma y a su cuerpo más de
lo que podían soportar.
A la par, también descubre que el camino hacia una vida espiritual no es fácil; el dejar
atrás las creencias con las cuales se ha vivido toda la vida y la presión de familiares y amigos
que intentan hacerla regresar al "camino correcto", le crean también confusión y más
incertidumbre por no equivocarse, sin saber que es la equivocación la que nos hace ser
humanos.
Es a través de la acupuntura, la meditación y el trabajo por los otros como logra volver
a conectarse con su verdadera esencia; como logra entender que el estilo de vida llevado
anteriormente la ha arrastrado a gestar y albergar una enfermedad que puede costarle la vida;
vida que ella ha luchada por conservar.
emociones dentro de su cuerpo, presionando y dañando sus órganos; de esta manera decide
emprender este viaje de transformación perdonándose a sí misma y pidiendo perdón a sus
órganos, a su cuerpo, por no haberlos escuchado y por haberlos sobrecargado hasta el punto
en el cual ya no podían más.
Esta historia de vida me dejo con la convicción de que hay algo más que no vemos,
que no nos percatamos, que es importante y que decidimos ignorar porque no es algo que
nos enseñen en la casa o en la escuela, no se habla de ello con amigos o colegas de trabajo,
ese algo es nuestro cuerpo. Ese ser olvidado por nosotros, que, irónicamente, nos ha
acompañado siempre desde nuestro nacimiento, pero que es el más ignorado de todo lo que
nos rodea. Nuestro cuerpo es en el cual se depositan todas las emociones y los desacuerdos
que enfrentamos, todo lo que callamos, todo lo que nos daña y a pesar de que nos da señales
previas, no las sabemos interpretar, porque hemos perdido la capacidad de escucharlo. Así
que al verse incapacitado para comunicarse y ser escuchado nuestro cuerpo enferma para
tratar de sobrevivir al medio hostil al cual lo enfrentamos día a día.
Enferma para hacerse escuchar, para hacerse presente, para hacernos saber que hay
que cambiar nuestro estilo de vida y para mostrarnos que existe también nuestra parte
espiritual, a la cual también hemos olvidado, y que es la que nutre nuestro ser.
Pero se requiere ser menos egoísta, ver con otros ojos lo que nos rodea, interesarse
por los detalles pequeños y olvidados, aprender a conocer y escuchar nuestro cuerpo y el
cuerpo de los demás seres vivos (llámense plantas, animales u otros humanos). Y esto
requiere mucho trabajo personal, depende de nosotros y de nadie más el que logramos hacer
algo diferente y mejor. No por reconocimiento, o por vanidad, sino por la vida misma, por dejar
algo sembrado para mejorar la vida de otros y la vida de nuestra madre Tierra.