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Borrón y cuenta nueva

María Fernanda Garza Villegas

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Este libro va dedicado para todos aquellos que creen en la
magia de los sueños y a los que creyeron que este
proyecto se haría realidad. Dios los bendiga a todos.

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Nueva vida

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Ante ellos, la oscuridad se cernía a su alrededor, como un


cinturón a la cadera de una ninfa en primavera. La negrura
únicamente había incautado a unas cuantas personas de
la aldea. Todo parecía tan incierto para los habitantes de
Corelia. Por arte de magia, algo se había llevado a
algunos cuantos de ellos y los había encapsulado en una
caja, lejos de Corelia.
Los alaridos estaban formados en la garganta de cada uno
de los que se encontraba encerrado en esa masa
negruzca, pero había algo que no los dejaba salir. El
asombro mezclado con el terror no era una buena
combinación.
Por un momento, se dispersaron unos de otros, intentando
buscar una salida. Todos, salvo María José y Arethusa
que, tras haberse encontrado, se resistían a soltarse. Tal
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vez eso no les ayudaría en absoluto, según pensaba
Arethusa. Pero ella no contaba con que, al estar así, sujeta
al brazo de María José, le estaba transfiriendo un poder
especial, que, en un momento dado, le sería bastante útil
para deshacer el hechizo que las había llevado ahí.
En cuanto menos lo esperaron, la música comenzó a
sonar en aquel tétrico escenario. El Rachmaminov
penetraba lentamente sus oídos ocasionándoles un
hipnotismo suave y profundo. Al compás del piano, sus
movimientos se hicieron más ligeros y, entre la penumbra,
comenzaron a flotar sobre una superficie incorpórea.
Haciéndolos creer que volaban sobre el universo infinito.
Con el tiempo, cayeron en un profundo sueño, en el que
numerosas imágenes suplantaban las que tenían en su
memoria. Poco a poco, adoptaron personalidades
diferentes según los nuevos recuerdos aparecían en sus
mentes, dejando que sus recuerdos anteriores se
esfumaran por completo. Cuando terminó la máquina, una
carcajada estalló en medio de la oscuridad. "Hasta nunca,
idiotas". Dijo una voz. Lo que no contaba el dueño de
aquella voz era que el hechizo que Arethusa había
transferido a María José le había creado una barrera de
protección que impidió el cambio de personalidad.
La bruma se cerró y todos aparecieron en el nuevo
escenario de sus vidas.

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María José despertó con un fuerte dolor de cabeza. Estar
en ese pequeño apartamento, que se encontraba situado
en la zona más transitada de la ciudad, le había acentuado
el malestar de cada día. La primera vez que comenzó a
sentirse así, fue el primer día en que despertó dentro de
esa espantosa rutina.
Aún recordaba ese primer día con la misma claridad con
la que recordaba su vida en Corelia. Estaba tirada en el
suelo, en posición fetal y con el vestido de novia aún
puesto. Observó su alrededor, aterrada. Estaba en un
cuarto, que, por la decoración, parecía ser una sala.
“¿Maurice?” llamó una vez, sin recibir más respuesta que
su propio eco. Entonces, inspeccionó todo a su alrededor.
En la pequeña habitación contigua, encontró un gafete, en
el que estaba escrito su nombre con una foto suya,
señalando que era enfermera de un hospital. Entonces,
hizo memoria y se encontró con la sorpresa de que
recordaba también un estilo de vida en aquel lugar.
Misteriosamente, parecía como si tuviese dos vidas
completamente distintas. Pero no sabía porque...
Y a pesar de que ya habían pasado algunos meses
desde aquel momento, seguía sin explicarse que había
sucedido. Se sentó en la orilla de la vieja cama de tamaño
individual en la que dormía últimamente. Miró su vientre y
se dedicó a examinarlo para ver si no había aumentado su
tamaño. Nada. Aquel individuo que se encontraba
formándose en su interior aún seguía siendo muy pequeño
para producirle algún cambio en su exterior. Quizá, la
noticia de su embarazo no la sorprendió en lo absoluto,
pues, desde que Maurice y ella se comprometieron,
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pasaban más tiempo a solas y los encuentros íntimos no
tardaron en comenzar. Con el tiempo, estos se volvieron
mucho más frecuentes. Tarde o temprano, engendrarían
una nueva vida y, aunque Maurice casi no hablaba del
tema, la idea de tener un hijo lo emocionaba bastante.
Maurice... Pensar en él, en su sonrisa, en sus abrazos,
era algo que la llenaba de paz. Últimamente, pensaba
mucho en él. Lo echaba tanto de menos. Desde el día en
que los separaron no lo había visto, ni había vuelto a saber
de él. Quien iba a pensar en que aquel día, que prometía
ser el más feliz de sus vidas, en realidad sería uno de los
más trágicos.
Ansiaba con todo el corazón volverlo a ver para
abrazarlo, besarlo y darle la noticia de su embarazo. Ya lo
había planeado todo minuciosamente. Seguro se pondría
feliz.
Miró la hora. Se levantó rápidamente al ver que ya se le
había hecho tarde. Se vistió y salió corriendo del
apartamento.

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Mauricio despertó sobresaltado. Otra vez tuvo la misma


pesadilla que, desde unos meses atrás, había estado
atormentándolo. Se inspeccionó rápidamente. Estaba
envuelto en sudor frío. Deseaba tanto poder deshacerse
de ese terrible sueño de una vez, pero ya había agotado
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todas las opciones posibles y ninguna le había dado
resultado. A veces, creía que alguien quería darle un
mensaje con ese sueño. Sin embargo, no lograba
interpretarlo. Había un aspecto del sueño que le intrigaba
más que cualquier cosa. El rostro de aquella mujer que,
aunque en el sueño se veía siempre con una expresión de
horror, lo tenía encantado. Era, a su parecer, lo más
cercano a un ángel. Deseaba tanto poder conocer a
aquella mujer para avisarle que corría peligro. ¿O era,
quizá, para poder contemplar su belleza en persona? No lo
sabía.
De pronto, alguien tocó la puerta con fuerza.
- Hijo, ¿ya estás listo? - dijo Diana.
El evento... Lo había olvidado por completo. No le parecía
una buena idea que fuera a dicho evento, pues, aunque a
todas luces parecía ser de caridad únicamente, había algo
que no le terminaba de agradar. Cada vez que tenía que
asistir a estos eventos, se sentía incómodo. Todos los
medios de comunicación estaban tras él. Deseaban
siempre enterarse de todo lo que hacía y de lo que no. Si
salía con alguien, ahí siempre había algún reportero
escondido por ahí. La mayor parte de las veces, quería
tener la privacidad necesaria como para poder estar
tranquilo sin que lo estuvieran vigilando. Quería tener una
vida normal como la de cualquier otro. Pero no podría. Si
iba al dichoso evento, seguramente irían tras él para
preguntarle infinidad de cosas. A pesar de ello, sabía que
era su deber ir para acompañar a su padre.
Últimamente, no lo entendía. Su ambición había crecido
notoriamente y su deseo de ser visto era mayor conforme
pasaban los días. Siempre buscaba algún medio para
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conseguir dinero. Incluso se rodeaba de gente que
buscaba las mismas cosas que él. Y cualquier cosa, la
aprovechaba para su beneficio propio.
- Salgo en unos minutos - le respondió a su madre.
Diana meneó la cabeza, en señal de desaprobación. En
los últimos meses, Mauricio estaba sumamente extraño.
Tenía pesadillas todas las noches, estaba distraído la
mayor parte del tiempo. Había dejado de hacer muchas
actividades que antes le gustaban y ahora, pasaba la
mayor parte del tiempo encerrado en su habitación. Ella
quería ayudarlo, pero Mauricio no le decía nada sobre lo
que le sucedía.
- Si no te apresuras, tu padre te matará. - le dijo Diana.
Mauricio se duchó, y se vistió tan rápido como pudo. Al ver
en el espejo la pequeña nota, escrita en un pedazo de
papel, que decía "Tú y yo, juntos hasta la eternidad", y
estaba firmada con las letras MJ. Se detuvo por un
momento. La había encontrado en uno de sus cajones y
por más que quisiera recordarlo, no conocía a nadie cuyo
nombre comenzara con esas letras.
- ¡Hijo, hijo! - gritó Diana, golpeando la puerta con más
fuerza.
Mauricio dejó la nota en su lugar y salió de la habitación.
- Listo. ¿Nos vamos?
Diana meneó la cabeza y se apresuró a bajar las
escaleras de espiral que dividían los dos pisos de la
residencia. En el umbral de la puerta principal, Eduardo
caminaba de un lado a otro, mirando a cada minuto el reloj.

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Cuando los vio bajar, hizo una mueca de disgusto y salió
de la casa, sin siquiera esperarlos.
Mauricio y Diana se subieron al auto y Eduardo arrancó a
toda prisa. Mauricio observaba, como de costumbre, los
rostros de las mujeres que caminaban en la acera o de las
que se encontraban en los demás autos, pero ninguno se
parecía al de aquella mujer que había visto en su sueño.
¿Acaso ella era la misteriosa mujer cuyo nombre
empezaba con MJ y que le había dejado esa nota?
En su mente, se vio plasmado aquel rostro y siguió
pensando en él, sin siquiera imaginarse que aquel día su
vida daría un giro de 180°.

***
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María José hizo todo su recorrido hasta el hospital donde


trabajaba de enfermera. Aunque no fuera un trabajo que le
disgustara por completo, no le apasionaba tanto como
hubiera querido. Lo único que le agradaba de trabajar en
eso, era que podía ayudar a las demás personas a sanar
lo que les dolía, ya fueran cuestiones físicas o penas del
alma. Le hubiera gustado renunciar y buscar a Maurice,
pero no tenía el valor para hacerlo en aquel momento. Por
ahora, tenía que seguir trabajando para ahorrar un poco y
darle una vida digna a su pequeño hijo.
En el hospital eran pocos los que sabían de su embarazo,
entre ellos el doctor Jiménez, quien era el jefe de
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enfermeras y quién, además, estaba completamente
enamorado de ella. Según recuerda, el doctor le había
insistido bastante para que lo aceptara y pudiera tomar el
papel del padre del pequeño. Pero ella siempre lo evadía,
con la esperanza de que algún día Maurice la encontrara.
Al llegar al hospital, vio muchas cámaras amotinadas en
la entrada, con sus respectivos reporteros empujándose
unos a otros, tratando de tener un buen lugar. "¿Qué está
pasando?", se preguntó María José.
Entre empujones, logró entrar al edificio y se dirigió
hacia una oficina pequeña al final del pasillo principal.
Entró y cerró rápidamente la puerta.
- ¿Y ahora tú? Parece que viste un fantasma. - le
dijo Letty, su compañera de trabajo.
- Nada, es sólo que no esperaba que estuviera tan
lleno el hospital. ¿Qué está pasando? ¿Por qué hay
tanta gente aquí?
- Va a haber un evento "de caridad". Viene un
empresario con su familia. Ya sabes, es de esos que
únicamente quieren hacerse de renombre. Lo único
bueno, es que dicen que viene con su hijo, que, según
las malas lenguas, está guapísimo. ¡Ay! Ojalá que nos
vea, aunque sea de reojo.
- Que te vea a ti. A mi no. - dijo María José, buscando
unos papeles dentro de un archivero.
- ¿Sigues insistiendo que vas a encontrar a tu marido?
- María José asintió, moviendo la cabeza. - ¡Qué ingenua
eres, muchacha! ¿Qué no ves que, si no te ha buscado en
estos meses, significa que ya se olvidó de ti? No seas
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tonta, y hazle caso al pobre doctor, que un día lo matarás
de un mal de amores.
María José suspiró. Las palabras de Letty tenían sentido.
Maurice siempre la había buscado. Según él, no podía
vivir mucho tiempo sin ella. Pero ahora...no la había
buscado.
- Bien, iré a trabajar. Si me necesitas, ya sabes donde
estaré.
Salió rápidamente de la oficina y se dirigió al siguiente piso.
Las palabras de Letty seguían haciendo eco en su interior.
No podía evitar dudar. Habían pasado tres meses desde el
día en que llegaron a aquel lugar. Lo recordaba bien. El
vestido, su imagen reflejada en el espejo, la ceremonia, el
beso final, la oscuridad...todo. Desde los tres últimos
meses se encontraba inmersa en un mundo
completamente distinto al suyo. Lo peor de todo era que
tenía la mente dividida en dos realidades completamente
distintas. Seguía teniendo presentes los recuerdos de
Corelia, tan nítidos como si los hubiera vivido instantes
atrás. Sin embargo, también estaban los de aquel extraño
mundo. Unos, parecían de ensueño, los otros, demasiado
crueles. Lo único que anhelaba con todo su ser era tener
únicamente los buenos momentos grabados en su mente
y en su corazón.
Se metió en uno de los cuartos, donde había un grupo de
niños internados. Siguió con su rutina de siempre, sin
imaginar siquiera que minutos después su vida cambiaría
de nuevo.

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Mauricio y su familia llegaron al hospital. En cuanto vio que


todos los reporteros se acercaban a él, hizo una mueca de
disgusto, que logró disimular bastante bien. No le gustaba
ser el centro de atención, ya que, siempre aprovechaban
cualquier comentario, cualquier insignificancia para armar
un escándalo enorme. Con una sonrisa en el rostro, logró
entrar al edificio, seguido por sus padres.
Al ver que las cámaras habían dejado de enfocarse en él,
huyó y se dedicó a vagar por los pasillos del hospital. Ya
tenía mucho tiempo que no pasaba unos minutos con
algún enfermo. Este tipo de actividades, lo reconfortaba y
lo ayudaba a permanecer en paz. Mientras caminaba, se
puso a jugar con el anillo que se encontraba en su mano
derecha. Ya tenía varios meses con él, sin embargo, no
recordaba de dónde lo había sacado. Era un accesorio
peculiar, en el cual, yacían las mismas letras que en la
nota del espejo: MJ.
María José revisó el suero de cada uno de los niños que
se encontraba en el cuarto y examinó a cada uno para ver
que todo estuviera en orden. Tras esto, recogió unos
papeles que tenía que llevarle a Letty. Salió de la
habitación a toda prisa, acomodando los papeles dentro
de un fólder amarillo, revisando, a su vez, que no hubiera
olvidado alguno.
Mauricio yacía en el mismo piso que María José, aún
jugando con el anillo. No prestaba atención a nada, que no
fuera el anillo.
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Al estar ambos distraídos, no se percataron que,
caminando en sentidos opuestos, estaban a unos
instantes de chocar con el otro. Y efectivamente, así pasó.
Los papeles cayeron al suelo, revolviéndose. Los dos, sin
siquiera mirarse, se agacharon a recogerlos.
- Disculpa. Venía distraído. - comentó Mauricio,
ayudándola a recogerlos.
María José se quedó perpleja al escuchar su voz. No hizo
falta mirarlo. Conocía esa voz mejor que cualquier otra. La
conocía, quizá, desde sus primeras palabras, sus cambios
adolescentes y ahora, siendo la voz de todo un hombre.
Alzó levemente la mirada, sólo para confirmar sus
sospechas. En efecto, era su amado Maurice. Yacía recién
afeitado, con el cabello echado hacia atrás y vestido de
una camisa y un pantalón de una marca bastante cara.
- ¿Maurice? - le preguntó de pronto.
Él, que no se había percatado que María José ya llevaba
varios minutos mirándolo, fascinada, alzó la vista. Y como
un dejavu, observó a la chica que tenía enfrente. Era nada
más y nada menos que la joven que se había aparecido en
su sueño. Terminó de recoger los papeles y se levantó de
pronto. María José imitó su acción. Quedaron frente a
frente, sin decir palabra alguna. Ninguno de los dos sabía
como romper el silencio. Mauricio la observó lentamente.
Se veía más bella que en su sueño.
- ¡Oh, cielos, si eres la mujer que se ha venido
apareciendo en mis sueños! Creí que nunca te conocería
en persona. ¡Mírate! Eres bellísima.
- Pero... Maurice. Ya me conocías desde hace varios
años atrás - dijo María José, confundida.
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Maurice se estaba comportando un tanto extraño. ¿Qué
estaba pasando?
- ¿Ah, si? Perdona, pero mi memoria no es muy buena.
Aunque, estoy seguro que si te hubiera conocido antes,
jamás lo hubiera olvidado.
Un espasmo se clavó en el corazón de María José.
Maurice había perdido la memoria. Por eso, no la había
buscado antes. Lo habían hechizado para que la olvidara.
Intentó ocultar su descontento, volteando la mirada.
- Creo que me conoces mejor de lo que imaginas. - le
dijo, jugando con su anillo.
Desde el día en que los mandaron, no se lo quitó ni un
segundo.
Maurice miró el anillo. Era exactamente igual al suyo. Y el
nombre que aparecía en él era nada más y nada menos
que el suyo, Maurice. Miró el gafete de María José y al leer
su nombre, se quedó pensando. Vio su anillo. MJ. María
José. Exacto. Era ella. Mauricio tomó la mano derecha de
María José con la mano en la que tenía puesto el anillo y,
al estar ambos anillos juntos, como una especie de
cápsula, sus recuerdos brotaron en su mente. Todos y
cada uno de sus recuerdos de la aldea reaparecieron en
su memoria, haciéndolo sonreír. Ahora todo tenía sentido.
Por algo, él nunca se sintió conforme con la historia de
vida que llevaba en la ciudad. En Corelia, siempre se
había sentido libre, en cambio, en ese sitio, siempre
estaba esclavizado a alguna actividad o cosa. ¡Qué
maravilloso momento en el que uno se reencuentra
consigo mismo!

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En cuanto terminó de recordar su vida anterior, miró a
María José a los ojos. Ahí estaba ella, confundida, sin
saber que era lo que le estaba pasando a su amado. Aún
tomaba su mano. Y por un momento no quiso soltarla.
Todo parecía tan confuso. No se encontraba tan arreglada
como solía estarlo en Corelia. Con el traje de enfermera,
parecía ser otra persona. Pero no eso no significaba que
dejara de ser una mujer hermosa. La observó lentamente
para contemplar su hermosura. Sin embargo, notó que
había algo extraño en ella. Se veía un poco pasada de
peso, cosa que era inusual en ella. Pero ¿de qué
importaba eso? Era ella. Maurice la abrazó con fuerza.
Como siempre, lo había salvado de seguir llevando una
vida miserable y vacía.
- Mi cielo...¿en dónde te habías metido cuando más te
necesitaba?
- Siempre he estado aquí, cariño. No sabes cuánto
tiempo te he estado esperando.
- Tenemos mucho de qué hablar, mi vida. Te he
echado de menos como no tienes una idea.
- Yo también. Y bastante. Me habías asustado cuando
dijiste que no me recordabas...
Maurice se separó un poco de ella e hizo una serie de
caricias en su rostro. Ya había olvidado cuán hermosa era.
Lucía divina. Como siempre. Sobre todo, porque el brillo
en sus ojos era aún más fuerte. Terminaron de recoger los
papeles del suelo y ambos se levantaron. Maurice no dudó
en abrazarla de nuevo.
- Amor, necesito llevar estos papeles abajo. ¿Me
acompañas?
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- Por supuesto. ¿Trabajas aquí?
- Si, soy enfermera. Vamos. Por aquí - le dijo,
señalando el elevador.
- Espera un segundo - le dijo, antes de que ella
presionara el botón.
- ¿Qué sucede?
Maurice le robó un beso, como los que comúnmente se
daban, sólo que este fue más duradero. María José
abrazaba a Maurice, sin importar que los papeles se
arrugaran. Él, en cambio, acariciaba su espalda, queriendo
recordar cuantas veces la había tenido así. Hubieran
seguido así un buen rato, de no haber sido porque María
José recordó que tenía que hacer la entrega de los
documentos.
- Cariño... - dijo, separándose de él.
- ¿Si? - preguntó, sin soltarla.
- Tengo que llevar esto.
- Lo siento - dijo, soltándola.
María José presionó el botón. Maurice tomó la mano de
María José que estaba libre. Cuando estuvieron abajo, él
recordó el evento y por un momento se sintió frustrado. No
hubiera deseado acompañarla, ya que, si su padre lo veía
lo obligaría a quedarse con él. Y, en efecto, eso pasó.
Apenas y Eduardo lo vio, caminando de la mano con María
José, lo llamó a gritos.
- ¿Con qué tu padre es el famoso multimillonario que
se dedica a hacer este tipo de cosas? - le preguntó María
José, al ver la cara de frustración de Maurice.
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- Así es.
- Quien lo diría. ¿Vamos? - le preguntó, haciendo un
ademán de querer ir en dirección a Donna y a Eduardo -
Quisiera saludar a mis suegros.
- Tal vez no sea una buena idea, cariño. - dijo Maurice,
deteniéndose.
- ¿Lo crees? - preguntó María José, imitando su
movimiento.
- Cariño, no sé qué efecto extraño nos causó el que
nos mandaran aquí, pero no fui el único que perdió la
memoria, como lo viste hace rato. Todos la perdimos.
- Yo no...
- Parece que fuiste la excepción, cielo. Sería poco
prudente que te acerques a ellos ahora. Déjame hablo con
ellos primero y ya después que pase lo que tenga que
pasar. Bien, tengo que ir con mi padre. ¿Dónde te busco?
- Estaré en pediatría.
- Ahí te veo en un rato, mi princesa - besó su mejilla y
se fue.
***
6

Letty, que la estuvo observando desde lejos, esperaba a


María José en el escritorio, con los brazos cruzados. No
supo en que momento se perdió que, ahora, María José
regresaba con un nuevo galán.
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- Pensé que no querías tener suerte - le espetó - mira
el bombón que te acabas de ligar. Y no es nada menos
que el soltero millonario más codiciado de toda América.
- No creía que tendría esa clase de suerte. Me temo
que ya no será de los más codiciados.
- ¿De qué hablas?
- En cuanto puedas, ve el anillo que él tiene en su
dedo. - Letty se alzó y logró ver que en el anillo de Maurice
estaban grabadas dos letras: MJ - ¿MJ? ¿Eso qué tiene
que ver?
- Esto.
María José le enseñó su gafete y su anillo. En su anillo
estaba grabado el nombre de Maurice. Recordaba
perfectamente que Maurice siempre le decía que su
nombre era demasiado largo y que no había podido
ponerlo completo en el anillo.
- ¿Maurice?
- Así se llama él.
- ¿Él es tu marido? - preguntó Letty.
- Hasta ahorita si, sí él no dice lo contrario.
Letty se dedicó a hacerle toda clase de preguntas. Pero
María José seguía con la mirada fija en su Maurice. Él la
veía también. Parecía ansioso. Quizá no era oportuno que
ella siguiera ahí. Sabía perfectamente como se ponía si
estaba demasiado tiempo ansioso.
- Iré a dar mi ronda. Cualquier cosa, ya sabes donde
voy a estar.

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Letty asintió y la siguió con la mirada. ¡Qué suerte tenía
esa muchacha!

***
7

El evento transcurrió entre aplausos y entrevistas para los


medios. Recorrieron el hospital y Maurice lo único que
esperaba era ver a María José una vez más. Eduardo
aprovechaba cada segundo para publicitar su empresa de
negocios. Diana y Maurice lo seguían a todas partes. Claro,
no podían hacer otra cosa. Eduardo no los dejaba tan
siquiera abrir la boca.
Maurice sólo se ocupaba en ver a los enfermos de aquel
hospital, tanto a los que se paseaban por donde ellos
estaban, como a los que se encontraban dentro de los
cuartos, esperando alguna cura milagrosa. De vez en
cuando entraba a los cuartos y daba unas palabras de
aliento a los enfermos y sus familiares.
- Y nada de esto podría haberlo logrado sin el apoyo
de mi hermosa familia. - escuchó de pronto decir a su
padre, quien los buscaba con la mirada.
Diana jaló del brazo a Maurice y lo llevó con ella hasta su
padre. Juntos los tres posaron para la foto de los medios.
Tras terminar la foto, siguieron caminando por el hospital.

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- ¿Dónde estabas hace rato? Tu padre estaba furioso -
le preguntó Diana a Maurice sin que Eduardo los
escucharan.
- Es ella, mamá... Es mi María José. Al fin la encontré.
- ¿De qué hablas?
- La mujer de mis sueños. Es ella, mamá. Y es la
dueña de mi anillo también.
- ¿La enfermera con la que estabas hace rato?
- Si, mamá. Es ella...
- ¿Ah si? ¿Desde cuándo la conoces? Según yo, no
tenías un gusto particular por las enfermeras.
- La conozco desde siempre.
- Y ¿por qué no me habías dicho nada de ella?
- Porque tú también la conoces.
- Tendría que verla de cerca para comprobar que es
cierto lo que dices
- Seguro la reconocerás. La estimabas bastante.
Diana sonrió. No sabía si su hijo decía la verdad o se
había vuelto loco de remate. Pero por un momento, se
alegraba de que, por primera vez en esos meses, su hijo
parecía realmente entusiasmado por algo. Al fin, alguien
había escuchado sus súplicas.

***
8

26
En cuanto terminó el evento, Maurice empezó a buscar a
María José por todas partes. Necesitaba abrazarla una
vez más y si era posible, volverla a besar. Se dirigió al
lugar donde la había visto horas atrás. Subió corriendo las
escaleras. Buscó en todos los cuartos para ver cuál era el
indicado. Lo encontró, gracias a unas risas de niños que
empezaron a sonar. La puerta estaba de par en par. María
José les leía un cuento a los niños.
- Enfermera, hay un señor en la puerta. - dijo uno de
los niños al ver a Maurice, en el marco de la puerta.
María José apartó la vista del libro para ver de quien se
trataba. Cuando vio a Maurice, sonrió. Él le hizo una seña
para que saliera a su encuentro. Ella cerró el libro. 'Vuelvo
en un momento' les dijo a los niños. Colocó el libro en una
mesa. Salió de la habitación hasta estar frente a Maurice.
- ¿Tardarás mucho tiempo en salir del trabajo? - le
preguntó Maurice.
- No lo sé. Quizá por tu evento nos dejen salir un poco
antes.
- ¿Qué te parece si te rapto unas horas, saliendo de
aquí? - le preguntó, acariciando su rostro.
- ¿Para qué?
- No lo sé. Quizá para ir por ahí, platicar, mirar el cielo...
te he extrañado demasiado.
- Y yo a ti, cariño. Si quieres me comunico contigo en
cuanto ya esté en mi departamento.

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- No podré esperar tanto tiempo, mi vida. Quisiera
recuperar los días que hemos estado separados.
- Vamos, son sólo unas horas...
- Unas horas que serán eternas. Por cierto, amor, ¿te
encuentras bien? - le preguntó inspeccionándola de pies a
cabeza
- Bastante bien. ¿Por qué preguntas?
- Te ves un poco... hinchada. Y esa mirada no es
normal - dijo, mirando especialmente su vientre. María
José sonrió.
- Te lo digo después. Es una sorpresa. Bien, tengo que
seguir trabajando. Te veo al rato.
Maurice hizo una mueca de disgusto. En ese momento, el
doctor Jiménez se acercó a ellos y aclaró su garganta. Era
un doctor alto, de cabello castaño, barba perfectamente
delimitada, ojos color miel y piel clara. María José lo miró.
Parecía un tanto confundido. Incluso celoso.
- Éste evento se postergará más de lo planeado. No
tiene caso que sigas aquí. Podría hacerte daño. Puedes
irte a casa.
- ¿De verdad? ¿No quiere que me quede, doctor?
- Ya te he dicho mil veces que me hables de tú. Y sí,
ya te puedes ir. Ve por tus cosas. Aunque me gustaría que
me aceptaras el café que tanto tiempo te he invitado.
- ¿Daño? ¿A qué clase de daño se refiere? - le
preguntó Maurice a María José.
- ¿Y usted quién es? - preguntó el doctor Jiménez - No
es hora de visitas.
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- Lo siento doctor, ya había quedado de salir con él.
Por cierto, él es Maurice, es...
- Soy su esposo - se apresuró a decir Maurice,
estirando su mano.
El doctor la miró con recelo aunque después le
correspondió el saludo. Pensó que nunca aparecería.
- Vaya. No creí conocer nunca al dueño del corazón de
esta extraordinaria mujer. Que se diviertan. - dicho esto, se
fue.
- Bien, ¿nos vamos? - preguntó Maurice.
María José recogió su bolsa del cuarto donde se
encontraban los niños. Se despidió de cada uno de ellos,
prometiéndoles que les leería lo que seguía del cuento al
día siguiente. Volvió con Maurice, que estaba fascinado
mirándola. Entraron al elevador. María José presionó el
botón correspondiente.
- Por fin solos. Otra vez. - dijo Maurice sujetando la
barbilla de María José.
Sin embargo, las puertas del elevador se abrieron
repentinamente. María José salió deprisa. Maurice la
siguió. María José se dirigió con Letty, que seguía sentada
frente al escritorio. Se despidió de ella. En ese momento,
sintió como Maurice la abrazó por detrás. Ella sonrió al
sentir los brazos de Maurice alrededor de su cintura.
Maurice hizo que se girara lentamente hacia él. Diana
estaba a su lado, a la expectativa de quién era esa
misteriosa mujer que traía loco a su hijo desde hace
algunos meses.

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- ¿Te acuerdas de ella, mamá? - le preguntó a Diana,
haciendo que María José quedara frente a ella.
Donna se quedó mirándola fijamente un par de minutos.
Unos leves recuerdos venían a su mente, pero eran
demasiado vagos y no tenían coherencia entre sí. Miró a
Maurice, quien esperaba una respuesta. Al ver que no
lograba recordarla del todo, Maurice tomó la mano de
María José e hizo que tocara a Donna.
- Es un placer volver a verte - le dijo María José.
Al hacer contacto la mano de María José con la de Donna,
se produjo el mismo efecto que pasó con Maurice horas
atrás. Donna comenzó a recordar todo lo que había vivido
en su etapa anterior. Cuando terminó la cápsula de
recuerdos, abrazó a su nuera con mucha fuerza.
- Mi María José preciosa. Al fin te encontramos.
- Ahora tiene sentido el sueño que he estado teniendo
los últimos meses, mamá. Alguien quería que la
encontrara. Y al fin lo logré.
- ¡Qué alegría! Deberíamos festejarlo. Hagamos una
fiesta.
- ¿Ah sí? ¿Y con qué motivo?
- Con el motivo de que ya no eres el soltero más
codiciado de América. Lo organizaré perfectamente. Qué
felicidad que hayas aparecido, querida. Ya estaba
cansada de tanta vieja resbalosa que intentaba meterse
con mi niño
María José frunció el ceño, aparentemente celosa.
Maurice se limitó a sonreír. El comentario de su madre
había sido poco prudente. Como siempre.
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- Bien, haz lo que quieras. Pero, por ahora, es toda
mía.
María José lo miró, sin decir una sola palabra. ¿Qué era
todo ese teatro que estaban armando? Actuaban distinto a
lo normal. Como si la vida de esa ciudad los hubiese
cambiado.
- Bien, nos vamos. Si mi padre pregunta, dale
cualquier excusa. Esta tarde, estoy sólo para mí bonita y
no quiero que nadie nos moleste. - dijo Maurice rodeando
con su brazo la cintura de María José, a lo que ella se
limitó a sonreír, imaginándose las intenciones que tenía
Maurice.
- No lleguen tarde, hijo.

***
9

María José caminó junto a Maurice. Observó sus gestos.


Estaba armando su plan. Olvidaba que había veces en
que podía llegar a ser un poco calculador. ¿Qué pensaría
de la noticia que tenía que darle? Por lo que veía, Maurice
estaba en un aparente estado de shock. Y, ante una
noticia como esa, quedaría aún más estupefacto. Aunque
se había comportado un tanto efusivo en su reencuentro,
lo notaba un poco distante. Quería imaginar que era por la
impresión de haberla encontrado así. Realmente, deseaba
que fuera eso.

31
Maurice miraba a María José cuando ella no se daba
cuenta. Su mundo cambió completamente con aquella
extraña aparición. Y, aunque estaba feliz de haberla
encontrado, había algo en su interior que le hacía sentir
incómodo. Había cambiado bastante en esos meses.
Tenía un nuevo estilo de vida que no se podía comparar
siquiera con el que llevaba en Corelia. Todo era distinto.
No sabía como cambiaría esto su nueva vida.
- Bien, mi princesa, ¿qué quieres hacer? ¿Vamos por
un café, un helado...? - le preguntó Maurice, deteniéndose,
al percatarse que ya habían dejado el hospital unas
cuadras atrás.
- Lo que tu elijas, mi vida. Pero antes, quisiera pasar a
mi departamento para cambiarme el uniforme.
- Haré lo que mi princesa me pida.
María José sonrió. Maurice pidió un taxi. En cuanto
ambos se subieron, María José le dio la dirección al taxista.
Al estar en marcha, se pusieron al corriente de lo que les
había sucedido en esos meses. María José no le dijo nada
del embarazo aún. Tenía que esperar a que llegaran al
apartamento para que lo supiera.
El taxi se detuvo frente al viejo y descolorido edificio donde
estaba el departamento de María José. Maurice se
apresuró a pagarle al chófer. Al bajarse, miró a su
alrededor, horrorizado. La zona no era exactamente
pintoresca. O al menos no era la clase de zonas que había
acostumbrado a frecuentar en aquella ciudad.
María José vio el gesto de Maurice. Debió imaginar que
estar allí no sería de su agrado. Para evitar que se echara

32
a correr en cualquier dirección, lo tomó de la mano y lo
condujo al interior del edificio.
Entraron al departamento de María José. Maurice
inspeccionó el interior. Todo estaba en perfecto orden.
Aunque el espacio era reducido, no había una sola pieza
fuera de su lugar.
- Aguarda un segundo mientras me cambio. Por cierto,
- dijo María José tomando una bolsa de regalo que estaba
dentro de un pequeño mueble. - esto es para ti. Si quieres,
puedes abrirlo mientras estoy lista.
María José había preparado todo para que la sorpresa de
su embarazo fuera especial para Maurice. Desde que se
enteró de la noticia, había planeado todo minuciosamente.
En cuanto tuvo todo listo, lo único que le quedó por hacer
fue esperar el reencuentro.
María José entró a su recámara y cerró la puerta.
Ansiosamente, se movió de un lado a otro. Sacó unas
cuántas prendas y se las probó. Ninguna se le parecía lo
suficientemente buena para la ocasión. Optó por ponerse
una falda entallada, con la que apenas se le alcanzaba a
notar el embarazo, y una blusa, que era parte de la
sorpresa de Maurice. en la que estaba escrito el mensaje:
"voy a ser mamá". Se quedó mirando su figura en un
espejo de cuerpo completo, mientras aguardaba a que
Maurice terminara de ver la sorpresa.
Maurice se sentó en un sillón, con la bolsa entre las manos.
¿Qué estaría planeando María José? Ella no era como él.
No acostumbraba a darle sorpresas, pues nunca le
ocultaba las cosas cosas que sucedían o los regalos que
le hacía siempre se los daba sin envolver. Si le daba una
33
sorpresa, significaba que era algo grande. Abrió
lentamente la bolsa. En ella, había una hoja de papel, en
la que había un mensaje escrito a mano. Era fácil
reconocer que era María José quien lo había escrito. Su
caligrafía era bastante peculiar.

"Papá, mamá, ansío de todo corazón conocerlos".


Maurice, extrañado, dejó el papel a un lado y sacó los
demás artículos de la bolsa. Era una playera que contenía
el mensaje "Voy a ser papá", además de una prueba de
embarazo, que indicaba positivo. Maurice, atónito, dejó
caer los dos artículos al suelo. Se levantó de golpe y entró
al cuarto de María José. Al leer la inscripción de su playera,
un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Se acercó a
ella y la abrazó con fuerza.
- Mi cielo, dime que no estás mintiendo. ¿Es verdad
que vamos a ser papás?
- Si, cariño. Cargo en mi interior una nueva vida que
ambos formamos.
Maurice se separó de ella para ver la expresión de su
mirada. El mismo brillo que había visto horas atrás era aún
más fuerte, pero ahora se encontraba cubierto por un par
de lágrimas que intentaban salir. En su rostro, estaba
postrada esa curva que más amaba de ella: su sonrisa.
Todo sería nuevo para ellos a partir de ese momento.
- ¡Qué maravillosa noticia! - exclamó cargándola.
María José se sujetó firmemente a su cuello.
- Con cuidado, cielo. Ahora no sólo cargas a una sola
persona, sino que estás cargando dos.

34
- Lo lamento - dijo colocándola nuevamente en el piso
- pero estoy muy emocionado. ¿Cómo supiste? - dijo,
sentándose al borde de la cama.
- Comencé a tener los síntomas. - dijo María José,
sentándose a su lado. - Tú me conoces y sabes que rara
vez me enfermo. Sin embargo, ahora me sentía diferente.
Entonces fue que comencé a sospechar. Fui a que me
revisaran y me confirmaron la noticia.
Maurice no dejaba de mirarla. Ahora, ya no sólo era el
amor de su vida, sino que muy pronto se convertiría en la
madre de su hijo, el cual, ahora sería la prioridad de
ambos. La besó tiernamente en los labios y después, su
vientre. María José sonrió. Al parecer la noticia le había
caído bastante bien.
- Esto tenemos que festejarlo. Ven, te invito a comer.
- Está bien, amor. Me cambio y nos vamos. - dijo María
José, tomando su playera de la parte de abajo para
quitársela y ponerse otra.
- Aguarda un momento. Aún no te la quites. - la detuvo
Maurice.
Maurice salió de la habitación, tomó su playera, se la puso
y entró de nuevo con María José, quien lo aguardaba
ansiosa.
- Te sienta bastante bien esa playera. - le dijo María
José.
- A ti también, amor. Aunque te confieso que en
realidad estoy ansioso por ver tu vientre crecer. - María
José sonrió.

35
Maurice sacó su celular, abrazó a María José
acomodándose con tal de que se viera la playera de
ambos. Tomó una foto. Se dedicó a observarla unos
segundos. Sonrió.
- Ahora si, cariño. Muchas gracias.
Maurice salió del cuarto para que María José pudiera
cambiarse. Mientras tanto, subió su foto a las redes
sociales. No tardó en recibir un centenar de felicitaciones.
En efecto, era una noticia digna de elogio.

***
10

María José se cambió la blusa y se maquilló un poco. Se


observó nuevamente en el espejo de cuerpo completo
para ver como lucía. Al ver que todo estaba en orden, salió
de la habitación. Maurice se levantó rápidamente y la
observó detenidamente. Se acercó a ella y la besó.
Ambos salieron del edificio. Maurice detuvo a un taxi para
que los llevara a su destino. En cuanto estuvieron dentro
del auto, Maurice le dio indicaciones al conductor y éste se
puso en marcha. De pronto, el celular de Maurice comenzó
a timbrar con intensidad. Al ver la pantalla, hizo una mueca.
Era su madre.
- ¿No vas a contestar?
- Es mi madre. Seguramente querrá que celebremos
con ella la noticia.
36
- ¿Y qué tiene de malo?
- Que quiero estar contigo a solas
- Vamos, amor. Tendremos mucho tiempo para estar
solos. Contesta. Anda. - lo motivó María José.
Maurice descolgó el auricular y puso la llamada en altavoz.
- ¿Por qué no nos dijeron nada hace rato? ¿Hasta
cuando planeabas decírmelo?
- Mamá....yo...me acabo de enterar.
- ¡Pero si es la mejor noticia del mundo! ¡Seré abuela!
Hay que festejarlo cuanto antes. Tu hermana y yo estamos
preparando la casa y estamos invitando a todas nuestras
amistades. Será fabuloso. No tarden en llegar.
Maurice colgó y miró a María José, fastidiado. Frotó varias
veces su rostro. Ese dichosos evento no terminaría bien.
Cualquier cosa que su madre organizaba últimamente
terminaban en discusión, pelea o algún tipo de desastre. Y
esta noticia no merecía que se festejara con algún
percance parecido.
- ¿Qué pasa?
- Nada, es sólo que... - Maurice calló tratando de idear
un plan para no regresar a su casa.
- ¿Qué...? - Maurice suspiró
- No quisiera ir a la fiesta que quiere organizar mi
madre. Es todo. - dijo, rindiéndose.
- Vamos, cielo. No puede ser tan malo. Pues ¿qué
esperamos? Hay que cambiar de dirección. Quizá
necesiten un poco de ayuda antes de que todo empiece.
37
Maurice hizo una mueca y le dio la nueva dirección al
taxista. Al llegar a la casa, María José quedó impactada
ante el tamaño de la mansión en la que vivía Maurice y su
familia. Se bajó del taxi y se dedicó a admirar el tamaño de
la casa, mientras Maurice le pagaba al taxista. Cuando él
bajó del auto, se acercó a María José.
- ¿Estás segura que quieres quedarte? Podemos ir a
otro lado...
- Vamos, no será tan malo.
Maurice frunció el ceño. Abrió la reja, le cedió el paso a
María José. Sin embargo, los dos se quedaron en el jardín
al escuchar los gritos que provenían del interior de la casa.
- Espérame aquí. No tardo.
Maurice entró a la casa. Había objetos de decoración rotos
en el suelo, así como floreros, portarretratos y vasos.
Eduardo lanzaba al suelo cualquier cosa que tuviera a su
alcance. Donna y Violeta permanecían sentadas en un
rincón, acurrucadas la una con la otra, protegiéndose así
de que no les fuera a caer algún objeto en el rostro.
Maurice detuvo a su padre.
- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó Maurice,
deteniendo la mano de Eduardo, que sostenía un florero.
- Esa cosa por la que hacen tanto alboroto. Ese es el
problema. ¡Acabas de arruinar mis planes! - dijo Eduardo,
tirando fuertemente el florero al piso.
- ¿Cuáles planes?
- Tu futuro estaba asegurado con la hija del
empresario más exitoso del país. Y acabas de estropear
todo. ¡Todo!
38
Y azotando la puerta, se marchó. Apenas y vio a María
José, ya que enfurecido subió a su auto y se fue.

***

11

María José sintió un gran peso en su pecho cuando


escuchó a Eduardo exclamar eso. Por un momento,
recordó la todas las veces en que le había oído decirle que
no quería a ninguna otra mujer que no fuera ella para
Maurice. Y ahora, había dicho que quería que alguien más
se casara con Maurice. Sin duda, había cambiado
bastante desde que los mandaron a la ciudad.
Al ver que Maurice no salía, se apresuró a entrar a la
mansión. Allí, vio todo el desastre que había en el suelo y
a Maurice tratando de recoger lo más que se pudiera, sin
mucho éxito. Donna y Violeta seguían sollozando por lo
ocurrido, pero ahora se encontraban de pie junto a
Maurice.
María José se apresuró a ir con Maurice para ayudarle a
recoger.
- No, no lo hagas. - la detuvo Maurice, mientras ella
trataba de recoger un pedazo de vidrio. - Podría hacerte
daño.
- Déjame ayudarte. Estaré bien.
39
Maurice apenas y pudo esbozar una sonrisa leve. María
José le correspondió el gesto con una caricia en el rostro.
Siguieron recogiendo todo. Donna y Violeta se sentaron en
la sala, para que pudieran tranquilizarse un poco.
En cuanto terminaron de recoger todo, Maurice y María
José fueron por unas bolsas de basura a otro cuarto. Al ver
María José que en esa recámara no podían escucharlos,
detuvo a Maurice.
- ¿Qué sucedió?
- Nada de importancia. - dijo Maurice, evadiendo la
pregunta. Trató de salir de la habitación pero María José
se interpuso en su camino, con los brazos cruzados,
esperando una respuesta. - Está bien. Mi padre enfureció.
- ¿Por lo del embarazo? - Maurice asintió con la
cabeza - oh, por Dios. Lo lamento tanto. No fue mi
intención causar un problema con tu familia.
- No tienes nada de que lamentarte. No tienes la culpa
y tampoco nuestro hijo. - dijo Maurice sujetando las manos
de su amada. - ¿Si sabes que con esta noticia me has
hecho el hombre más feliz del universo? - María José
asintió, con una sonrisa en el rostro - No sólo a mi me has
hecho feliz, sino que a mi madre y a mi hermana también.
Esta noticia nos ha hecho dichosos a todos. Ya verás que
se le va a pasar.
- Pero dijo que tenía a alguien más para ti y...
Maurice la calló con un beso.
- No necesito a nadie más. Tú eres la única mujer que
necesito para mí.

40
María José sonrió. Regresaron a la estancia. Ahí se
dedicaron a depositar todos los vidrios en las bolsas de
plástico. Maurice le indicó que lo esperara mientras iba a
dejar la bolsa en el contenedor. María José caminó hacia
la sala, donde estaban Donna y Violeta, ya más tranquilas.
- No sé porque actúa así. Antes era distinto. - decía
Donna, con la mirada perdida.
- Siempre ha sido así, mamá. - le dijo Violeta. En su
voz se podía distinguir el rencor que le tenía a su padre.
- En la aldea era un buen hombre, pero cuando
llegamos aquí cambió por completo - dijo Donna, como si
no hubiera escuchado a su hija
- ¿Con que tú eres la novia de mi hermano? - dijo
Violeta, notando que María José estaba con ellas. María
José asintió. Violeta se levantó y extendió su mano. - Me
alegra que al menos alguien de esta casa pueda ser feliz,
aunque sea por unos instantes.
Cuando la mano de María José y la de Violeta tuvieron
contacto, las memorias regresaron a la mente de Violeta,
como un frenesí. Un escalofrío recorrió su cuerpo desde la
cabeza hasta los pies. Fascinada, abrazó a su cuñada con
júbilo.
- ¡Por fin! Ya era hora de que alguien viniera a
sacarnos de éste infierno. Y sé que eres tú quien nos
ayudará.
- Pero ¿cómo le haremos? Será inútil - dijo Donna,
secándose las últimas lágrimas que vertían de su rostro.
María José soltó a Violeta y se acercó a Donna. Sujetó con
fuerza sus manos, intentando pensar en alguna palabra
41
que pudiera servirle de consuelo. Últimamente, ella
también había pensado en que tan difícil resultaría
regresar a la aldea. Y, por más que pensara en posibles
soluciones para regresar, ninguna era tan convincente.
- Bueno, basta de dramas, que hoy es un día para
festejar, ya que no cualquier día te enteras que llegará un
nuevo angelito a la familia. ¿Verdad, amor? - comentó
Maurice, que no había demorado en dejar las bolsas y
había escuchado todo, viendo que el rostro de María José
se tornaba un tanto melancólico.
- Es cierto. Muchas gracias por la noticia. Nos has
llenado de alegría a todos. - dijo Donna, sonriéndoles a
ambos.
Maurice sugirió un par de lugares en los que podían ir a
festejar. Tras mucho pensarlo, escogieron un restaurante
que estaba cerca de la zona. Pasaron varias horas riendo
y compartiendo anécdotas de su vida en la aldea.
En cuánto vieron que ya había oscurecido, decidieron
regresar a casa.
- ¿Por qué no te quedas con nosotros? - le insistió
Maurice a María José, quien se rehusaba a quedarse con
ellos.
- No quisiera causarles más molestias. Vamos, estaré
bien.
Maurice siguió insistiendo sin lograr convencerla. Por ello,
lo único que pudo hacer fue llevarla hasta su
departamento. Durante todo el trayecto, Maurice se
mantuvo tenso, rígido. Cuando llegaron, intentó retenerla
unos minutos más con él.
42
- ¿No quieres quedarte conmigo? - le preguntó María
José.
- ¿Puedo? - María José sonrió
- Vamos. Veremos como nos acomodamos.
Maurice estacionó el auto en el primer lugar que encontró
disponible. Subieron al departamento. En cuánto entraron,
María José acomodó las cosas de la cama y se dedicó a
observarla detenidamente. Maurice entró a la recámara y
la abrazó por detrás.
- Hemos dormido en lugares más abruptos. El chiste
es estar juntos, como la primera vez.
María José sonrió. Maurice realizó una llamada telefónica
a su madre, avisándole que pasaría la noche fuera de
casa. Se quitó la camisa, el pantalón y los zapatos. María
José se puso la pijama. Se acurrucaron en la cama.
Maurice se dedicó a hacerle caricias en su rostro. Se
miraron fijamente a los ojos.
- Si tan sólo supieras...- le susurró María José
- Lo sé... te entiendo. Yo también te extrañé. Extrañé
tenerte así...
- ...tan cerca de mí...
- ...tan cerca del cielo...
- ...tan cerca del Paraíso...
Maurice besó la frente de su amada. Minutos después se
quedó profundamente dormida.

***
43
12

Al día siguiente, María José se despertó al amanecer.


Sintió a Maurice a su lado, abrazándola con fuerza, como
si fuera su oso de peluche. No quiso moverse por temor a
despertarlo. Su sueño era bastante profundo. Parecía
como si no hubiese dormido bien en varios días. Por un
momento, se dedicó a observarlo. Algunas canas
comenzaban a aparecer en su cabellera y algunas arrugas
marcaban su rostro. La promesa que estarían juntos toda
la vida ya empezaba a ser certera. El paso de los años
iban dejando sus primeras huellas en ellos.
Maurice se movió un poco y la soltó. Dio unas cuantas
vueltas, hasta que pudo acomodarse bien. María José
aprovechó para levantarse de la cama y meterse a bañar.
Sin hacer mucho ruido, se colocó su traje de enfermera.
Sin embargo, Maurice, al no sentirla junto a él, despertó
repentinamente.
- Lo lamento mucho. No hubiera querido despertarte.
- Oh, por Dios, creí que todo había sido un sueño.
Quizá el más hermoso de mi vida. Buenos días. ¿Qué
hora es? - Maurice miró la hora en su celular. Las 5:45 de
la mañana. - es muy temprano todavía. ¿Por qué no te
acuestas otro rato conmigo?
- Tengo que trabajar, cielo.
- ¿No podrías faltar un día? Quiero que estemos juntos
más tiempo.

44
- Me encantaría, pero tengo que ir. Además, hoy tengo
cita para ver cómo va progresando nuestro pequeño.
- ¿De verdad? ¿Por qué no me habías dicho?
- Todo ha sido tan rápido...- Maurice se levantó de la
cama y comenzó a quitarse la ropa - ¿qué haces?
- Iré contigo. De ahora en adelante, estaré siempre
contigo y con nuestro hijo - dijo, acercándose un poco a
ella. Se hincó e hizo una serie de caricias en el vientre de
María José. - Me ducharé. No tardo.
Se metió al baño. María José, en cambio, se sentó en el
borde de la cama, mirando fijamente la puerta del baño.
Maurice finalmente comenzaba a comportarse como el
hombre que era antes. Al final, sólo había sido cuestión de
pocas horas. Sonrió. Sin embargo, la sonrisa no le duró
mucho tiempo. Poco a poco, comenzó a recordar la aldea.
Sus colores radiantes en primavera, el olor a hierva
mojada durante las fuertes lluvias del verano, la brisa
otoñal y la calidez de su hogar durante el invierno. Suspiró.
A pesar de todo, no podía dejar de añorar su vida en la
aldea. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Al oír
que Maurice cerró la llave del agua, María José se levantó
de la cama y fue a al cocina a preparar el desayuno.
Maurice se vistió, aún adormilado. Por un momento,
pensó en volver a dormirse. No estaba acostumbrado a
despertarse tan temprano y menos después de haber
pasado una noche tan mala. Recordó el sueño que tuvo y
un escalofrío recorrió su cuerpo. A pesar de que
últimamente había tenido pesadillas casi todos los días,
éste sueño parecía bastante tétrico. En él, María José se
encontraba cubierta de sangre, mientras pedía ayuda a
45
gritos. Maurice intentaba correr hacia ella para salvarla,
pero, a cada paso que daba, se alejaba aún más. En
cuanto pudo, tomó su mano, pero esto no ayudó en nada.
Al contrario. María José comenzó a desaparecer
lentamente, con una expresión de angustia en su rostro.
"Te amo", susurraba lentamente.
Otro escalofrío recorrió el cuerpo de Maurice. De tan sólo
recordarlo, volvía a inquietarse. No quería que aquel
sueño se volviera realidad como el que tuvo durante la
misión de las sirenas.
María José terminó de preparar el desayuno. Se dirigió de
nuevo a la recámara. Se quedó en la entrada al ver a
Maurice, sentado en el borde de la cama, con la mirada
perdida. Se acercó a él, se puso en cuclillas y tomó su
mano. Maurice reaccionó al sentir la mano de María José
sobre la suya. Al tenerla tan cerca, no dudó en acariciar su
rostro, que se encontraba lleno de preocupación.
- ¿Estás bien? - preguntó María José. Maurice sonrió.
- Si, mi amor. Sólo estaba...- vaciló al recordar su
sueño. No podía dejar que María José se enterara de su
sueño. Si lo hacía, se angustiaría y eso podría perjudicar
al bebé. -...pensando. - respondió por fin.
- Parecías preocupado...
- No es nada. Te lo prometo. Y bien, ¿ya vamos a
desayunar?
María José sonrió. Se levantó y lo guió al comedor. Juntos
desayunaron, mientras se contaban anécdotas de los
meses en los que estuvieron separados. María José se la
pasó casi todo el tiempo escuchando las palabras de
46
Maurice. Las nauseas la estaban atacando una vez más.
Maurice se percató de ello. Constantemente, sujetaba su
mano y ella le sonreía en agradecimiento. Cuando
terminaron, María José se levantó y llevó los platos y
cubiertos sucios al fregadero.
- Vámonos, antes de que se haga más tarde. - dijo
María José.
Maurice la siguió cuesta abajo. Un hombre los miró desde
el pie de la escalera. En especial, se le quedó mirando
fijamente a María José, con una mirada de perversión. Era
el portero del edificio y desde que María José llegó a vivir
ahí, siempre la acosaba de alguna u otra forma. María
José se apresuró a avanzar para que el encuentro con
éste hombre no fuese a causar algún imprevisto entre él y
Maurice.
- ¿Qué tienes con mi esposa? - reclamó Maurice al
hombre, al percatarse que la estaba mirando de manera
un tanto perturbadora.
El hombre, al percatarse, esquivó la mirada de Maurice.
- Hey, mi amor, calma. Vámonos. Se hace tarde - le
dijo María José, caminando hacia la puerta, jalándole el
brazo a Maurice, para que no armara un alboroto.
Maurice caminó tras ella, no sin antes advertirle al hombre,
con una seña, que lo estaría observando.

***
13

47
María José guió a Maurice al hospital. En el camino,
Maurice no dejaba de verla. El brillo en sus ojos se hacía
presente en cada momento. Cuando sus miradas se
cruzaban, su sonrisa se hacía más amplia. Maurice
imitaba su gesto, porque el verla así, le contagiaba la
alegría. Examinaba su vientre a cada instante. No se veía
abultado, porque aquel niño apenas había comenzado a
gestarse. Pero, a pesar de ello, su hijo les generaba una
emoción inmensa. Tanto, que el tiempo de gestación que
faltaba parecía eterno.
Al llegar al hospital, María José vio al doctor Jiménez en la
entrada, fumando un cigarro. Él no acostumbraba fumar.
Sólo lo hacía cuando estaba enojado, preocupado o
ansioso. Y ese día sí que estaba ansioso. A pesar de que,
desde un principio supo que no debía enamorarse de
María José, al final no pudo evitarlo. Y, cuando supo que
ella estaba esperando un hijo, su corazón saltó de gozo.
Sentía como si ese bebé fuera de él. Y ver su crecimiento
y desarrollo le producía una mezcla extraña de
sentimientos. Pero, como siempre le sucedía, algo
arruinaba su felicidad. Y ese algo, tenía nombre y apellidos.
El día anterior que los vio juntos, no pudo evitar ponerse
celoso. Ya sentía la batalla ganada. Pero ahora, Maurice le
llevaba la delantera por mucho. Cuando los vio llegar, su
corazón se llenó de pena. No debía seguir viéndolos.
Apagó el cigarro, aunque aún estaba a la mitad y entró al
hospital. Le señaló a Letty que, en cuanto llegara María
José, la hiciera pasar directamente.
Maurice y María José entraron al hospital. Caminaban
tomados de la mano. Maurice le contaba cosas graciosas
48
a María José, por lo que ella reía a carcajadas. Letty, al
verlos, sonrió. Al fin, después de ver a María José tan triste
y melancólica durante esos meses, podía verla sonreír,
con un brillo de felicidad en su mirada. María José soltó a
Maurice y se acercó a Letty.
- Amiga, que gusto verte. ¿Qué novedades hay?
- Todo sigue igual que ayer. Por cierto, el doctor dice
que pases de una vez a tu consulta.
- ¿Ah si? Bueno, entonces vamos a entrar. - le hizo
una seña a Maurice, que se había quedado atrás
aguardando la señal. Maurice se acercó a ella y besó su
mejilla. - Nos vemos en un rato.
María José volvió a tomar la mano de Maurice y lo guió al
consultorio del doctor. Maurice caminaba junto a ella.
Nada más que ahora, miraba a su alrededor. Las personas
del hospital se volteaban para ver a María José. Su
presencia se imponía en el lugar. Ella saludaba a todos de
manera cordial. Los demás le correspondían el gesto.
En cuanto entraron al consultorio del doctor, María José lo
saludó amablemente, a lo que él únicamente se limitó a
ofrecerle su mano.
- Recuéstate, por favor - le dijo el doctor a María José,
señalando la cama del consultorio.
María José obedeció, dejándole a Maurice sus cosas. Él
se quedó de pie junto a ella, admirándola. El doctor
percibió esto y se puso aun más celoso. María José y
Maurice tenían una conexión especial, misma que se
reflejaba en sus miradas. Con esto, comprendió que quizá
no podría hacer nada para conquistarla.
49
María José alzó su blusa para que el doctor pudiera poner
el aparato en su vientre. Poco después, en la máquina se
comenzó a ver una pequeña forma. Maurice, emocionado,
sujetó la mano de María José con fuerza.
- ¿Ese es nuestro hijo?
- Si, amor. - dijo María José, con una sonrisa en el
rostro.
- Es hermoso...
Maurice sintió como el palpitar de su corazón se hacía
cada vez más rápido conforme más veía la figura del bebé.
Esa pequeña figura aún sin la forma fija de un bebé se
movía muy poco. De pronto, Maurice escuchó
atentamente. Un pequeño boom, boom se hacía presente
en el consultorio.
- ¿Ese es...? - preguntó Maurice, sin poder completar
la frase
- Su corazón - respondió el doctor de golpe.
Maurice miró a María José, quien lo miraba con dulzura.
Se acercó a ella y tomó su mano, gesto que fue
correspondido con una caricia. Ambos se dedicaron a
observar la imagen que se reflejaba en los rayos X,
mientras el doctor le daba unas recomendaciones a María
José. Sin embargo, ni ella ni Maurice le prestaban atención.
Al ver esto, el doctor permaneció en silencio y
repentinamente, apagó el aparato. Maurice y María José
se miraron, perturbados, por la reacción del doctor.
Maurice ayudó a María José a ponerse en pie.
El doctor Jiménez se sentó en el escritorio y escribió unas
cosas en una receta.
50
- Esto es lo que tienes que comer y tomar durante este
mes y medio. Recuerda que no puedes hacer mucho
esfuerzo ni tener emociones fuertes para que tu bebé no
sufra las consecuencias de ello.
- Le agradezco de corazón esto que está haciendo por
nosotros, doctor. ¿Es todo por hoy? - el doctor asintió.
María José se despidió del doctor, diciéndole que lo vería
en un rato más, mientras que Maurice se limitó a
despedirse con un movimiento de cabeza, gesto que el
doctor ignoró. Salieron del consultorio tomados de la
mano.
- Bien, amor. Tengo que trabajar.
- Iré a hacer algunas cosas, mientras estás aquí. Te
veo en un rato, preciosa. - Maurice se acercó a María José
y le susurró al oído - Te amo
María José le correspondió con un beso en la mejilla.
Maurice se marchó. A ratos, volteaba a verla. Ella le
sonreía. De pronto, cuando María José vio que ya iba a
cruzar la puerta, corrió para alcanzarlo. Maurice, al
percatarse, se detuvo. Cuando estuvieron frente a frente
de nuevo, María José lo abrazó con fuerza y lo besó.
- Sabía que no podía irme sin esto. - dijo Maurice,
haciéndole una caricia en el rostro. - Bueno, te dejaré
trabajar. Vengo por ti al rato.
Se despidieron. María José caminó hacia el escritorio
frente al cual estaba Letty observándola.
- Ay niña, tú sí que estás enamorada.
- Lo estuve, lo estoy y lo estaré siempre - dijo,
sonriendo.
51
Al poco tiempo, le ayudó a Letty a ordenar los papeles que
tenía en el escritorio, mientras le contaba cuál había sido
la reacción de Maurice con lo del embarazo.

***
14

Maurice manejó hasta su casa, pensando en los


acontecimientos de esos dos días. Habían pasado tantas
cosas. Encontró a María José, se enteró que se convertiría
en padre, vio la figura del bebé en el ultrasonido...
De pronto, los recuerdos de la aldea comenzaron a
hacerse presentes. Todo era tan colorido. Abundaba la
naturaleza en todas partes. Y en aquella ciudad todo
parecía estar gris. lúgubre. Todo era demasiado monótono.
Pero ahora, había llegado alguien que le dotaría de
sentido a su estancia allí. Y, mientras no encontraran la
forma de regresar a Corelia, tendrían que quedarse ahí.
Maurice pensó en todas las posibles soluciones para que
pudieran estar solos, sin que nadie los estuviera viendo,
algún lugar donde ambos pudieran estar cómodos. Por
ello, en ese rato en el que María José se encontraba
trabajando, Maurice se dedicó a buscar apartamentos en
venta.
Recorrió toda la ciudad hasta que encontró el lugar
adecuado. Era un pequeño departamento, cuya vista daba
a una colina. En cuanto cerró el trato con el vendedor, se

52
dirigió a casa de sus padres. Allí encontró a Donna,
leyendo una revista de moda.
- Vaya, por fin apareces. Tu padre ha estado
preguntando por ti.
- ¿Está aquí?
- Si, está en su despacho. Dijo que, en cuanto llegaras,
fueras a verlo. Parece que es algo urgente. Así que date
prisa.
Maurice se dirigió al despacho de su padre. Entró sin
avisar. Ahí estaba él, con otro señor, de cabellera repleta
de canas, y postura un poco encorvada. Los dos vestían
de traje y jugaban ajedrez.
- Vaya, por fin nos alegras el día con tu presencia. -
dijo Eduardo, levantándose de su asiento. El otro hombre
imitó su acción - Hijo, él es el Sr. Rochefeller. Es dueño de
una importante empresa aquí en la ciudad. Y está
buscando a alguien que quiera trabajar para él. ¿Estarías
dispuesto a aceptar el puesto?
Maurice vaciló antes de responder. Su padre no proponía
algo sin esperar algo a cambio. Debía ser muy cuidadoso
en que era lo que debía aceptar.
- ¿A cambio de qué?
- Oh no, de nada - respondió el señor. - sólo necesito a
alguien de confianza y tu padre habla maravillas de ti.
- No lo sé. Tendría que pensarlo.
- Bueno, cualquier cosa, te dejo mi tarjeta. - le entregó
una tarjeta a Maurice en la que había un nombre escrito en

53
grandes letras, junto con un teléfono y un correo
electrónico. - Llámame cuando tengas una respuesta.
Maurice asintió. Se despidió de mano del señor y salió del
despacho. Por un momento, pensó en la propuesta. Era
bastante atractiva. Recordó cuantas maravillas había oído
de la empresa de aquel hombre que se encontraba con su
padre. De pronto, podía ser una buena oportunidad para
tener un trabajo que le pudiera dar lo necesario para
mantener a su mujer y a su hijo. Guardó la tarjeta en la
bolsa de su pantalón.
Subió a su recámara. Tomó una valija que tenía guardada
en su armario. Comenzó a guardar toda sus pertenencias,
hasta dejar todos los muebles vacíos. Bajó lo más deprisa
que pudo. Debía evitar que alguien lo viera y que tratasen
de impedir que se marchara.
Se subió al auto. Arrancó y manejó directamente hasta el
nuevo apartamento que había comprado. Al llegar,
estacionó el auto, sacó la maleta y fue directamente hasta
su nuevo hogar. Comenzó a guardar y a acomodar sus
pertenencias en los lugares correspondientes y después
se dedicó a observar como lucía todo. Al mirar la hora, se
percató que María José estaba por salir. Así que
rápidamente se fue al auto y condujo hasta el hospital.

***
15

54
María José estaba sumamente feliz. Las cosas estaban
marchando de maravilla, tanto con su embarazo, como
con su relación con Maurice. O al menos eso creía.
Aunque todo le parecía tan irreal y mágico, tenía un
presentimiento de que algo malo pasaría. Deseaba que su
presentimiento no fuese real, como lo había sido en
ocasiones anteriores...
Su turno se pasó tan rápido que apenas se había
percatado cuando la otra enfermera había llegado a
relevarla. El doctor últimamente creía que debía trabajar
menos tiempo, lo cual a María José le parecía absurdo,
pero no podía objetar nada al respecto.
En cuanto salió del hospital, se dio cuenta que ahí estaba
Maurice esperándola. Lo abrazó y lo besó. Maurice le
abrió la puerta del auto. María José se subió y esperó a
que Maurice hiciera lo mismo. En cuanto Maurice
comenzó a conducir, pudo darse cuenta que no iban hacia
ningún lugar conocido.
- Amor, ¿a dónde vamos?
- Es una sorpresa, amor. Te va a gustar.
En cuanto llegaron al edificio en el que Maurice había
comprado el apartamento, María José comenzó a dudar.
Al bajarse del auto, Maurice le tapó los ojos con ambas
manos.
- ¿Qué haces? - preguntó María José con una risa
nerviosa.
- Sigue mi voz.
Maurice guiaba a María José mediante la voz, mientras
tapaba sus ojos.
55
- Ya casi llegamos.
- ¿Dónde estamos?
- Ya lo veras. No seas impaciente. Te gustará.
Cuando vio que todo estaba listo, quitó sus manos del
rostro de su amada y se puso rápidamente delante de ella.
- ¡Sorpresa! - gritó entusiasmado.
- ¿Dónde estamos?
- Este lugar, mi vida, es nuestro nuevo hogar. ¿Te
gusta?
María José inspeccionó cada rincón del departamento. No
esperaba que tan pronto se mudaran. Maurice la seguía,
esperando una respuesta.
- Está hermoso. Muchas gracias. No tenías porque
hacerlo.
- Claro que tenía. Necesitábamos más tiempo para los
dos. Sé que desde que estamos en esta ciudad, alejados
de todos, ha sido difícil para ti acostumbrarte a todo esto.
Pero, ahora que estamos juntos, aprenderemos a rehacer
nuestras vidas.
- Amor, sé que te gusta mucho este lugar, esta vida
llena de lujos y comodidades. Pero no es lo que yo estoy
acostumbrada a vivir. Como dices, ha sido muy difícil para
mi acostumbrarme a esta vida, a estar lejos de mi familia,
del lugar que me vio crecer. Y ese lugar, es y será siempre
mi hogar. ¿Me entiendes?
- Si, amor. Pero mientras buscamos la solución,
necesitamos enfrentarnos juntos a este problema. Así,
encontraremos a todos los demás. Cree en mí.
56
María José esbozó una sonrisa, aunque no fue de alegría.
Él no quería marchar a la aldea. Había algo en su voz que
lo delataba. Maurice la abrazó. Pronto, encontró un tema
que podría animarla.
- Amor, un amigo cumple años hoy y hará un pequeño
festejo en un lugar por aquí. ¿Te gustaría acompañarme?
Sé qué a mis amigos les encantará conocerte. Además,
necesitamos divertirnos, pasar un tiempo agradable
juntos.
- ¿Con qué nuestros festejos en la aldea no cuentan?
- Esos fueron los mejores festejos. Pero me refiero a
celebrar algo con más gente. Anda, vamos. Nada más un
rato.
- Bien, me cambiaré para irnos a la cantina. No tardo,
princesa.
María José aprovechó para hacer lo mismo. Mientras
Maurice se cambiaba en el baño de la recámara principal,
María José se maquillaba. En cuanto Maurice salió del
baño, vio a María José sentada en el borde de la cama,
vestida con un conjunto negro y maquillada muy
sutilmente.
- ¿No traías puesto tu traje de enfermera?
- Si, pero siempre cargo una muda extra de ropa. -
Maurice sonrió
- Bien. ¿lista? - le preguntó.
María José trató de esbozar una sonrisa, pero sin duda no
pudo hacerlo. Esa situación la incomodaba bastante.
Nunca se había sentido igual con Maurice. Él la tomó de la
mano y besó su mejilla. Así, se fueron al festejo.
57
***
16

Al poco rato, llegaron a la cantina. Él se apresuró para


abrir la puerta de María José y la ayudó a bajar. Juntos
entraron al establecimiento, tomados de la mano. Pronto,
Maurice identificó a varios de sus amigos, sentados en una
mesa al fondo del lugar. Rodeó la cintura de su esposa
con el brazo derecho y la llevó con él hasta las personas.
- Miren nada más quien ha llegado - dijo uno de ellos,
de cabello oscuro y nariz achatada.
- Creímos que no vendrías - dijo otro de cabello
castaño.
- Y miren con que bombón viene - dijo otro más
- Muchachos, les presento a mi esposa.
- Mucho gusto. Es un placer conocerlos.
- ¿Te casaste y no nos dijiste nada?
- Eso fue antes de venirnos aquí. Tuvimos un
accidente y nos separamos. Por fortuna, hace poco la
encontré.
- Pero ¿qué hacen ahí parados? ¡Siéntense!
- Aquí sólo hay una silla. - dijo María José

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- Espera, cielo - dijo Maurice, sentándose rápidamente
- listo - dio un par de palmadas en sus piernas con el fin de
que ella se sentara ahí
- ¿No te lastimaré?
- Para nada, amor. Vamos.
María José obedeció a Maurice. Estando sobre sus
piernas, colocó su brazo alrededor del cuello de su esposo,
mientras que él acariciaba su espalda.
Una mujer se acercó a la mesa y habló:
- ¿Quieren que les traiga otra silla para que estén más
cómodos? - dijo, con tono amable
María José identificó la voz. Ella la conocía. ¿Cómo no
reconocer a aquella mujer que tanto lo había ayudado?
Recordó cada instante vivido con ella. La miró y tocó la
mano de la mesera. En un instante, ella también la
reconoció.
- ¿Arethusa? - preguntó María José, levantándose
rápidamente
Pero Arethusa no pudo responder. Seguía embobada con
los recuerdos que aparecían en su mente, recuerdos
desde que era fue creada como ninfa, como volaba por los
prados de Antión, como veía a las personas morir a causa
de las sirenas y como los encontró a todo el grupo con
Fanne y los otros chicos. Cuando acabaron de pasar por
su mente, ella sonrió y no pudo evitar abrazar a María
José, que seguía esperando respuesta, ahora ya de pie
frente a ella.
- Estaba cansada de esperar alguna señal sobre mi
procedencia y de pronto llegas tu y me demuestras que el
59
tiempo es perfecto cuando esperas lo suficiente. Gracias
por venir. Tenemos muchas cosas de qué hablar.
- Me alegra tanto volver a verte. Te extrañé mucho.
Creo que, ahora que te he encontrado, las cosas volverán
a ser antes.
- Por supuesto que si. Me da gusto que estén juntos.
-dijo mirando a Maurice - Bien, si no te importa, te la
robaré unos minutos, mientras disfrutas un buen rato con
tus amigos.
- ¿Para qué?
- Para que platiquemos. Hemos estado distanciadas
mucho tiempo y tenemos que ponernos al corriente de
todo lo que nos ha pasado hasta ahora.
- También tenemos que pensar en posibles soluciones
para regresar a casa.
- Eso es muy importante. Claro que si.
- Pero que no sea mucho tiempo el que me la quites.
Ya sabes que no me gusta estar sin ella ratos tan grandes.
- Lo sé. Prometo regresártela pronto.
María José besó los labios de Maurice y después siguió a
su vieja amiga a la barra de bebidas. Arethusa se pasó al
otro lado de la barra, mientras que María José se sentó
frente a ella.
- Me alegra haber encontrado a alguien de la aldea. La
verdad es que no es lo mismo convivir con las personas de
esta ciudad.
- En este país son pocos los que se preocupan de
corazón por los demás. A ninguno le importa ayudar a los
60
más desprotegidos sin recibir algo a cambio. Pero es muy
diferente si es alguien a quien quieren, por ellos si son
capaces de cruzar el cielo con tal de no dejarlos sin
amparo.
- Por eso quiero regresar a la aldea. Han pasado
varios meses desde que nos mandaron aquí. Y el bien
de todos, lo más conveniente es que regresemos pronto.
Pero Maurice parece que no quiere regresar.
- Lo supuse. Le ha ido bien económicamente. Sí
regresamos, lo perderá todo y tendrá que empezar desde
cero.
- Pero allá teníamos un patrimonio, una casa, a
nuestra familia. No teníamos que preocuparnos por nada.
Todo lo teníamos solucionado.
- No te preocupes, ahora que estamos juntas,
podremos encontrar la respuesta que nos lleve a casa.
Sólo tienes que tener paciencia. Con el viaje he perdido
mis instrumentos de magia y no se dónde conseguirlos
aquí. Además tengo que establecer una conexión con
Milenna y tendría que averiguar como lograrlo - María José
hizo una mueca de decepción que Arethusa alcanzó a
percibir - pero no te desanimes. Será difícil pero no
imposible. Sé cuanto te duele todo esto, pero será
momentáneo.
- Eso espero. Además, necesito encontrar a mi madre.
Quisiera estar con ella en esta etapa que estoy viviendo.
- Por el embarazo, ¿no es así?
- ¿Cómo lo supiste?

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- Ya comienza a notarse. - María José le sonrió
meláncolicamente, mientras hacía caricias en su vientre.-
No te preocupes. Pronto las encontraremos. Lo prometo.
Ahora, pensemos ¿cual será la herramienta que nos
conecte con Milenna?
- Decía mi madre que, mientras estábamos en la
aventura, Milenna hizo que ambas nos conectáramos, yo
la vi a través de una luciérnaga y ella me vio a través de
una estrella.
- ¡Claro! Aunque tenemos que buscar un objeto que
haya sido fabricado en la aldea que nos permita establecer
una conexión. - hizo una pausa y miró a Maurice a lo lejos.
- bueno, luego seguimos pensando esto. Será mejor que
vayas con tu esposo. No ha dejado de verte desde que te
traje acá. Además está bebiendo mucho. Tal vez podrías
controlarlo.
- ¿Maurice bebe?- Arethusa asintió - Que extraño. En
la aldea no lo hacía.
- Míralo tú misma - dijo señalando a Maurice. María
José volteó y vio a Maurice bebiendo un gran sorbo de un
líquido amarillento. Suspiró.
- ¿Estarás aquí todavía?
- Aquí vivo. Aquí me puedes encontrar cuando gustes.
- Bien, iré un rato con Maurice y después regreso
contigo.
- No pierdas la fe. Saldremos de aquí y regresaremos
a casa.
María José le sonrió como muestra de agradecimiento,
se levantó y caminó hacia la mesa.
62
***
17

Maurice, en cuanto la vio caminar hacia él, se acomodó


para que se sentara como antes.
- Pensé que no regresarías. - dijo Maurice. - tardaste
mucho.
- Lo lamento, amor. - dijo María José acomodándose
en las piernas de Maurice - hace mucho que no platicaba
tan bien con alguien.
- Pero para eso me tienes a mí. No tenías que pasar
tanto tiempo alejada del amor de tu vida.
- Perdón, amor. Pero ella es mi amiga. Por cierto - dijo,
tomando el vaso de cerveza de Maurice - ya no beberás
más el día de hoy.
- ¿Por qué no?
- Ya has bebido demasiado. Si sigues así, no
podremos regresar a casa.
- Y ¿cuál es el problema? Nos regresamos en taxi
- Y mañana temprano tendrías que regresar por tu
coche. Ni hablar.
- Amor, no me arruines la fiesta. La estamos pasando
muy bien.
- ¿Desde cuándo necesitas alcohol para divertirte? -
Maurice calló. - Vamos, cielo. Hazlo por mí. ¿Si?

63
Mauricio siguió callado, aparentemente molesto. ¿Qué
estaba pasando? María José ¿pidiéndole un favor? Desde
qué la conoce, sólo en los casos extremos lo había hecho.
Algo estaba mal. Su respiración se volvió agitada. Había
pasado mucho tiempo desde que no se ponía así.
- Con una condición - respondió, aunque de manera
casi ininteligible.
- ¿Cuál?
- No vuelvas a dejarme. Nunca. ¿Oíste? Nunca. No
quiero que me dejes por nadie. No quiero estar separado
de ti en un solo momento. Quiero sentirte siempre junto a
mi. No quiero que hables con nadie que no sea yo. No
quiero que le sonrías a nadie que no sea a mi. No quiero
que veas a nadie que no sea a mi. Sea quien sea, hombre
o mujer. Quiero que dejes de trabajar también. ¿Me lo
juras?
- ¿Pero mi trabajo que tiene que ver en esto?
- Que tratas con doctores y muchos hombres más.
Incluso, está ese doctor que no deja de cortejarte.
- El doctor sólo es amable conmigo
- ¿Qué no ves que te ama y que está dispuesto a
hacer lo que sea por ti?
María José bufó. Ahora ambos estaban de pie, uno frente
al otro y estaban discutiendo a gritos, tanto que todo el bar
se había percatado de su pelea. Arethusa estaba a la
expectativa de los movimientos de Maurice, que se le veía
sumamente alterado.

64
- Definitivamente estás ebrio. No puedo jurar nada así.
Es absurdo. - respondió María José, bajando el tono de
voz.
- Entonces piensas dejarme.
- ¡No! Jamás te dejaría. Pero piénsalo un momento. Lo
que pides es absurdo.
- No es absurdo. ¿Acaso es mucho pedir que seas
sólo mía?
- Maurice ¿qué esta pasando contigo? Nunca fuiste
así. - suspiró - ¿sabes algo? Me voy a casa. Llega cuando
estés tranquilo y sobrio. - María José caminó hacia la
puerta.
- Tú no te vas.
Maurice la jaló con fuerza del brazo y la llevó hacia si.
- ¿Qué haces? - le preguntó María José, confundida
- Tú te quedas conmigo. No dejaré que nadie se te
acerqué. ¿Entendido?
Dicho esto, la empujó, haciendo que estuviera a punto de
caer al suelo. Todos los que estaban en el bar
presenciaron la escena. Arethusa corrió hasta donde
estaba María José y evitó que llegara al suelo.
- Tranquila. No pasó nada
Maurice, al ver todo el alboroto, volteó y vio a su mujer,
sujetando su vientre, con la respiración entrecortada.
Intentó ir hacia ella para auxiliarla, pero varios hombres se
lo evitaron.

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- ¡Estás enfermo! - le gritó María José a Maurice - ¡me
da asco ver en que te has convertido! ¡No quiero volver a
verte!
Maurice intentó evadir a los hombres para acercarse a ella,
pero Arethusa se lo impidió.
- No te atrevas a tocarla. ¿No la escuchaste? No
quiere verte.
- Es mi esposa. Esto no se puede quedar así. Tengo
que arreglarlo - dijo Maurice, intentando acercarse a María
José, pero Arethusa se resistía a dejarlo pasar.
- Si quieres intentar hacer algo, vuelve mañana,
cuando estés sobrio.
- ¿Qué pasará con ella?
- Yo me encargo de ella por ahora.
- Cariño, perdóname. No fue mi intención. - un hombre
se acercó a él y lo empujó lejos de ellas.
- Tranquilo, galán. Si te acercas a ella en el transcurso
de la noche, tendrás problemas con la policía. Ah y
agradece que no hemos llamado a los medios para que
hagan la nota de su estrella.
Maurice hizo una rabieta y salió del bar. Arethusa llevó a
María José a un cuarto afuera del bar.
- Vamos, siéntate. Te curaré.
- Así estoy bien. No me pasó nada grave. Lo único que
espero es que no le haya afectado al bebé.
- Por eso, lo mejor es que te sientes. - dijo Arethusa,
acercando una silla hasta María José. - estarás más
cómoda.
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- Muchas gracias. Por todo.
- Para eso estamos. Será mejor que te quedes
conmigo estos días. No sabemos que pueda hacer
Maurice después de lo que pasó hoy.
- Nunca me había tratado así. No sé lo que sucedió.
Fue muy extraño. Pero lo más raro de todo es que, a pesar
de esto que pasó, no quiero que le pase nada. No quisiera
dejarlo solo esta noche. No sé que es capaz de hacer.
- Si no viene mañana, no dudo que regrese después.
Mientras tanto, debes estar tranquila. Si no lo estás, las
cosas empeorarán.
- ¿Dónde estamos? - preguntó María José observando
el cuarto.
- Aquí vivo desde hace meses, que pasó lo de...bueno
ya sabes que pasó.
- ¿De verdad?
Arethusa asintió moviendo la cabeza. María José se
levantó de la silla y caminó alrededor del cuarto,
observando todo lo que había ahí.
- No te preocupes. A pesar del tamaño, si cabemos las
dos. Bien, instálate, ponte cómoda. Iré a trabajar. Regreso
en un rato. No salgas. Tal vez Maurice siga por aquí.
María José hizo lo que Arethusa le dijo y se sentó en la
cama. Ella, al ver que se quedaba bien, sonrió y salió del
cuarto. María José entonces reflexionó sobre lo que
acababa de suceder, mientras daba ligeros masajes en las
partes en las que Maurice había presionado más fuerte.
Observó su vientre. No parecía que hubiese algo fuera de
lo normal. Entonces pensó en aquellos sucesos. El poder
67
que Maurice había adquirido en aquel lugar lo estaba
transformando en una bestia, tanto que fue capaz de herir
a lo que, hasta hace unos minutos creía, era lo más
importante de su vida.
Entonces, dedicó unos minutos a recordar su vida en la
aldea después de que regresaron de la aventura.
En cuanto regresaron, fueron nombrados reyes de la aldea.
Pero hay algo especial en esto. En esos momentos,
Maurice no cambió su actitud. Al contrario, se había vuelto
más dulce y tierno. Como en esos días, ella permanecía
sin memoria, Maurice no se despegaba ni un segundo de
ella, la llevaba a muchos lugares que habían sido testigos
de su amor y contaba cada detalle de lo que habían
pasado juntos.
Ahora que se habían encontrado nuevamente, era distinto.
Maurice se comportaba distante y frío. Ya no la besaba, a
menos que ella tuviera la iniciativa de hacerlo primero.
María José se levantó y caminó en círculos. ¿Qué hubiera
pasado si ella también hubiera perdido la memoria, como
los demás? Todo hubiera sido distinto. No regresarían
nunca a la aldea si no fuera por ella. Pero eso tendría que
ser una pista para encontrar a todos y para regresar. Sin
embargo, el recuerdo de Maurice invadió su mente de
nuevo. Si él no quería regresar, ella tendría que hacerse
cargo sola de su pequeño.
Se acomodó en la cama de tal manera que, cuando
Arethusa regresara, pudiera acostarse también. Minutos
después, durmió.

68
***
18

Maurice despertó con dolor de cabeza. Otra vez regresar a


la cruda realidad. Pero ¿dónde estaba María José?
"¿Amor?" Llamó una vez. Silencio. Entonces, buscó por
cada rincón del departamento.
Al no ver rastro alguno de María José, se dedicó a
recordar los sucesos de la noche anterior. Al repasar cada
momento, se dio cuenta de lo imbécil que había sido.
"Maldición" pensó. Tomó las llaves del auto y manejó
hasta la cantina.
Mientras tanto, María José apenas despertaba. Nunca
había dormido tanto. Junto a ella estaba Arethusa,
dormida aún, con un brazo abrazándola fuertemente. En
efecto, no podía moverse. No quería despertarla. Debió
terminar muy cansada del trabajo. Por un momento,
recordó que debía irse al trabajo. Pero ¿cómo le haría
para irse al hospital si ni siquiera tenía su uniforme?
Además, en su brazo se había formado un moretón a
causa de la fuerza con la que Maurice la había sujetado. Si
llegaba así, alarmaría a todos. Tendría que llamar para
reportarse enferma.
Tiempo después, sintió como Arethusa se movía sin parar.
Estaba despertando. María José se volteó para que la
viera.

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- Buenos días. ¿Terminaste muy tarde de trabajar
ayer?
- Si, hubo mucha clientela. Aparte, el lugar terminó
muy sucio y me tocó limpiarlo. ¿Dormiste bien?
- Si, muchas gracias. Me sentí como...- hizo una pausa
breve, un nudo en la garganta le impidió hablar por un
momento - ...en casa.
- Me alegra. Bien - dijo Arethusa, levantándose de la
cama - necesito comprar cosas para comer. Acompáñame.
¿Nos vamos? - Arethusa tomó una chamarra y la colocó
sobre su brazo
- Por supuesto. Nada más debo avisar que no iré a
trabajar hoy.
María José calzó sus zapatos. Después, le llamó por
teléfono a Letty para avisarle.
- ¿Si? ¿Qué pasó amiga?
- Amiga, ¿puedes avisar que no iré al trabajo hoy?
- ¿Todo bien, amiga?
- Tengo malestar por el embarazo. Es todo.
- No te preocupes, le avisaré al doctor en cuánto lo
vea.
María José agradeció a Letty y colgó. Se puso de pie y
junto a Arethusa, salieron del cuarto y entraron a la
cantina.
- No tardo, Eddie. Regreso en un rato. - le avisó
Arethusa a un hombre calvo y gordo que vestía una
playera negra y unos pantalones de mezclilla.
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- Un momento, muñeca. Alguien te busca. - le dijo el
hombre
- ¿Quién?
- El hombre que esta sentado ahí - dijo el hombre,
señalando a alguien en un rincón del establecimiento.
Las dos voltearon y vieron a Maurice sentado con una
botella de agua entre las manos. En cuanto las vio, se
levantó y corrió hacia María José, sin embargo, Arethusa
se colocó delante de ella.
- Pensé que no vendrías. - le dijo María José
- ¿Y saber que había traicionado la confianza de lo
mejor que me había pasado en la vida? Jamás. Tenemos
que hablar. - miró a Arethusa - a solas.
- ¿Cómo sabré si no le harás nada, como ayer?
- Puedes quedarte cerca, si quieres. Pero dudo que
algo malo pase.
- Eddie, ven. - y los dos se sentaron a unas mesas de
distancia.
Maurice caminó, un tanto nervioso, de un lado a otro.
Cualquier cosa podría haber sido usada a su favor o en su
contra.
- ¿Y bien? - preguntó María José, poniéndose delante
de él.
- Ven, sentémonos un rato - dijo Maurice separando
unos bancos de la mesa. María José se sentó y esperó a
que él lo hiciera. Estando frente a frente, Maurice volvió a
hablar. - No sé que debo hacer para que me perdones por
lo que hice ayer. Fui un idiota, lo sé. Estaba...
71
- ...borracho. Lo sé. - interrumpió María José
- Sabes que eres mi vida ¿verdad? - preguntó Maurice,
tomando su mano. María José sonrió. - En verdad, no
quería hacerte daño. Quisiera saber como puedo reparar
el daño que hice.
- Creo que lo mejor, por ahora, es que decidas que es
lo que quieres en verdad. Si quieres estar conmigo o no. Si
quieres quedarte conmigo y con el niño, marcharemos
juntos a la aldea, nuestro hogar. Si no, podrás quedarte
aquí y seguirás disfrutando de tus lujos. Porque el niño se
irá conmigo.
María José sentía un nudo en la garganta mientras estaba
pronunciando estas palabras, pero mantuvo la voz firme
para que Maurice no lo notara. Fue difícil decirle eso. Pero
sabía que era necesario para sanar su relación. No estaba
segura, pero tenía una corazonada de que escogería la
segunda opción. Durante unos minutos, permanecieron en
silencio.
Maurice no se atrevía a mirarla a los ojos. Ella tenía razón.
Algo estaba cambiando en él. Se estaba dejando llevar por
las cosas de ése mundo. Y ella no merecía actitudes como
la de la noche anterior. Tenía que reparar todas esas
conductas que lo alejaban de ella, para poder tener una
relación como la que tenían antes.
- Cariño...yo...- titubeó Maurice - quiero estar contigo.
Siempre he querido estarlo. Pero no creo estar listo para
retomarlo. No quiero volver a lastimarte. - dijo, mirando el
brazo de María José.
- ¿Y entonces que pasará?

72
- Dame tiempo. Y solucionaremos esto. Volveremos a
estar juntos como antes. Y así, juntos, regresaremos a la
aldea.
- Está bien. Entonces regresaré a vivir al antiguo
departamento. En cuánto estés listo, sabes donde
buscarme. Ahí, en el departamento, o en el hospital. Bien -
dijo María José poniéndose de pie. - tengo que irme.
Maurice titubeó. Se levantó también él. En lugar de haber
mejorado las cosas, las había estropeado. María José
notó que parecía indeciso.
- Sólo será un tiempo ¿no es así? - le preguntó
Maurice
- Es tu decisión - respondió María José
- Dejemos que sean dos días nada más. Si en dos
días siguen las cosas igual...- Maurice no pudo terminar la
frase. María José le sonrió e hizo una caricia en su mejilla.
- Se solucionarán. Ya lo verás.
María José caminó hacia Arethusa, pero Maurice tomó su
mano. Ella entendió la señal. Siempre hacía lo mismo.
Volteó a verlo y por inercia, lo besó. Él la sostuvo en sus
brazos un buen rato, como si quisiera retenerla consigo.
Por un arrebato, había abierto una brecha entre ambos.
Brecha que nunca debió existir. Debía regenerarse. Por
ella. Por su hijo. Por todos.

***
19

73
María José se secó unas lágrimas que brotaban de sus
ojos. Aquella situación era sumamente difícil. Lo que había
dicho en el bar era para poner a prueba a Maurice, pero
ahora veía que en realidad el prefería vivir ahí, que en la
aldea, lo cual le generó un malestar muy fuerte. Todos los
sueños que tenía con él parecían venirse abajo. Pero aún
así, no perdía la esperanza de que todo eso fuese un mal
sueño.
En cuanto llegaron al supermercado, Arethusa tomó un
carrito.
- Creo que debiste haberte cambiado antes de venir
aquí
- ¿Por qué?
- No traes muy buena cara.
- ¿Me acompañarás a mi departamento después de
aquí para que pueda cambiarme?
Arethusa asintió. Recorrieron el supermercado y en cada
pasillo tomaban varios productos.
En un pasillo, mientras ambas jugaban, María José, quien
iba distraída, chocó contra una empleada del lugar. Las
cosas que ambas traían en las manos cayeron al suelo.
"Lo lamento mucho" dijo María José, mientras trataba de
levantar todo. De pronto, su mano y la de la empleada se
tocaron, y fue entonces que los recuerdos en la mente de
ambas comenzaron a brotar.
Julia la miró a los ojos, comprendiendo todo lo que
sucedía a su alrededor que todavía no tenía respuesta.
¡Por fin pudo resolver el enigma sobre su hija! María José,
74
en aquellos ojos se vio reflejada a sí misma; su presente,
su pasado y su futuro de pronto se unían para formar lo
que ella era en esos momentos.
- ¿Mamá?
- Mi niña - dijo, acariciando su mejilla. - te extrañé
bastante, cielo. Te creí muerta hasta ahora, como en
aquellos tiempos. - vio a Arethusa, que las veía conmovida
detrás de María José. - ¿me esperarían unos minutos? Mi
turno acaba en media hora.
- Por supuesto, estaremos por aquí. Si no nos
encontramos, te esperamos en la salida. Me da mucho
gusto verte. - dijo Arethusa, ayudando a María José a
levantarse.
Las tres sonrieron. María José y Arethusa siguieron su
recorrido por el supermercado, pero ahora de manera más
lenta, para dar tiempo a que Julia terminara su turno.
Julia, mientras tanto, apresuraba todo el trabajo que tenía
pendiente.
Julia las esperaba en la salida. Se veía impaciente.
Arethusa y María José se miraron confundidas. Fueron
hacia ella y la saludaron.
- Creí que lo que sucedió había sido un sueño, mi niña
- dijo, abrazando a María José - pero ya estamos juntas de
nuevo. Por cierto, necesito que me acompañen a un lugar.
- Pero tenemos que dejar estas cosas en algún lugar.
- No se preocupen. Iremos en taxi al lugar que les digo
y después a casa para que podamos platicar con calma.
Julia caminó con el carrito de compras rápidamente.
Arethusa y María José se encogieron de hombros. No
75
entendían nada. Aún así, caminaron detrás de Julia. Las
tres esperaron unos minutos de pie hasta que llegó un taxi.
Subieron las cosas a la cajuela y después ellas entraron al
vehículo.
Julia dio unas indicaciones al taxista en secreto y el taxi
arrancó. María José miraba a través de la ventana a todas
personas que caminaban por la calle. Todos eran tan
distintos pero había algo que los unía: la desesperanza y
la pérdida. Y entonces se preguntó ¿acaso también ella se
veía así en esos momentos?
- Hija ¿y Maurice?
- No lo sé. Supongo que debe estar en su casa.
- Pensé que ya se habían encontrado.
- Así fue. Pero...no quisiera hablar de eso.
- ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Te hizo algo?
- Maurice y María José fueron a una cantina anoche a
festejar un cumpleaños. Como ahí trabajo y nos
encontramos, nos pusimos a platicar un rato. Cuando ella
regresó con Maurice, empezaron a discutir hasta que él la
empujó. Por poco cae. Afortunadamente, no pasó a
mayores- resumió la historia Arethusa.
- ¿De verdad hizo eso? - preguntó Julia, mirando a
María José pero ella no le hacía caso y seguía mirando a
la gente pasar. - déjame verte. - volteó el rostro de María
José hacia ella y la inspeccionó. Sin embargo, al ver las
marcas en el brazo de María José, un gemido de horror
salió de su boca. - pero...

76
Arethusa apretó el brazo de Julia y le hizo una señal, con
la que ella comprendió que no era prudente hablar del
tema.
Julia calló entonces y se asomó por la ventana para ver si
ya habían llegado al lugar. Le indicó al taxista que habían
llegado, les dijo que bajaran las cosas. Entre las tres,
cargaron las bolsas del supermercado y las dejaron en el
pórtico de una casa anaranjada. María José le pagó al
taxista para que pudiera marcharse.
Julia les indicó que esperaran ahí, mientras sacaba las
llaves de su casa.
- Mientras encuentro las llaves, hija, platícame. ¿Has
ido al doctor últimamente?
- ¿Por qué preguntas? - preguntó María José,
sospechando que ya sabía algo de su embarazo
- Te ves algo diferente. No traes buen semblante.
- Es que tengo una noticia que darte.
- ¿Ah si? ¿Cuál es? - preguntó Julia, sacando las
llaves de su bolso.
- Estoy embarazada
En ese momento, Julia dejó caer las llaves y su bolsa de la
impresión. Volteó a ver a María José. Su vientre estaba
ligeramente abultado.
- ¿De verdad?
- Si, mamá. Vas a ser abuela
De la emoción, Julia la abrazó fuertemente, gritando de la
emoción.
77
- ¡Qué gran noticia! Es lo mejor que he escuchado en
estos meses. Sé que éste niño nos traerá mucha felicidad.
Vengan, entremos. Necesitamos ponernos de acuerdo
sobre que vamos a hacer ahora.
- ¿Qué haremos de que? - preguntó Arethusa,
entrando a la casa. María José entró tras ella.
- Necesitamos hacer algo para regresar a la aldea. No
podemos quedarnos aquí. No será bueno para el bebé.
Además tenemos que regresar a nuestro hogar. - dijo Julia,
entrando a una habitación
- Justamente de eso hablábamos ayer. Pero no se nos
ocurría nada. - comentó María José
- Debe haber un truco especial para regresarnos - dijo
Julia desde la otra habitación.
Cuando salió y las vio de pie, les indicó que se sentaran.

***
20

Estuvieron discutiendo sobre las posibles formas de


regresar, hasta que una llamada entró al celular de María
José. Era el doctor Jiménez. Últimamente, él la llamaba o
le mandaba mensajes de texto constantemente por
cualquier motivo. Y ahora, suponía el porqué de su
llamada.
- ¿Doctor?
78
- Un gusto poder hablar contigo. Quería saber si te
encontrabas bien. Hoy no fuiste a trabajar y me preocupé
bastante. - María José sonrió.
- Si, doctor. Estoy bien.
- Letty me comentó que tenías malestar por el
embarazo...
- Si, eso es todo. Me sentía un poco mal y no quería
presentarme así a trabajar.
- ¿Puedo pasar a verte a tu casa?
- No estoy en casa. Estoy con mi madre.
- ¿Puedo verte ahí? Quisiera saber que estás bien.
- No es necesario. Lo estoy.
- ¿Qué no lo es? Es muy necesario. Soy tu médico de
cabecera y necesito estar al pendiente de ti y de tu hijo.
Me importas mucho - María José se ruborizó al oír esto -.
Además, tengo que hablar contigo.
María José terminó por ceder. Le dio la dirección de la
casa de su madre y colgó el teléfono. Julia y Arethusa la
veían con curiosidad.
- ¿Y bien? - preguntó Julia
- Era un doctor del hospital donde trabajo. Quería
saber porque no había ido a trabajar hoy. Y vendrá a
verme
- ¿De verdad? - preguntó Arethusa
- ¿Aquí? - preguntó Julia

79
- Si. Dice que tiene algo importante que decirme.
Realmente, no sé para que sea. Pero insistió mucho en
venir y en saber como estaba el bebé.
- ¿No será que tienes un admirador más?
- No lo sé. Siempre ha sido muy atento conmigo.- dijo
María José jugando con su cabello. Arethusa y Julia se
miraron. - Pero no me puede ver así. Luzco fatal. ¿Dónde
está el baño? Aunque sea me lavaré la cara.
Julia la guió. Le mostró dónde estaba el desmaquiilante.
La dejó sola por un rato, mientras se lavaba la cara.
Mientras tanto, buscó unas cuantas prendas que le
pudieran quedar más o menos bien y se pudiera quitar lo
que traía puesto. Al encontrar algo, se lo llevó al baño.
María José miraba su reflejo en el espejo. Unos días antes
se encontraba feliz de haber encontrado a Maurice. Su
vida parecía estar resuelta. Pero en esos momentos, todo
parecía ser tan incierto como antes de encontrarlo. Quien
los haya mandado ahí estaba haciendo una muy buena
jugada para hacerlos retroceder.
Julia entró al baño. Le entregó las prendas. María José se
apresuró a cambiarse. El doctor no tardaría en llegar. No
podía dejar de pensar en qué pasaría si tan sólo pudiera
enamorarse de alguien más. Pero no podía hacerlo.
Siempre supo que su destino era estar con Maurice. Pero
había veces en que él no pensaba lo mismo.
Su celular comenzó a sonar. Contestó sin ver quien la
llamaba, pensando que era el doctor.
- ¿Si?
- ¿Amor?
80
María José se quedó boquiabierta al escuchar la voz de
Maurice.
- ¿Maurice? ¿Eres tú? - preguntó María José, saliendo
del baño.
- Si, cariño. Soy yo. Quería saber cómo estabas.
- Estoy bien. ¿Tú lo estás?
- Si. Bueno...Relativamente. Te extraño.
- Nos vimos hace unas horas...
- Pero pensar que no nos veremos hasta en dos días,
me causa pesar.
- Nadie dijo que no podríamos vernos.
- Por eso te hablaba. Quisiera verte. Tengo tantas
cosas que contarte...
- ¡Pero si nos vimos hace un rato!
- Lo sé, pero hay una cosa que quisiera contarte en
persona. ¿Estás en el hospital?
- No...no estoy ahí.
- Entonces ¿estás en el apartamento?
- No, no estoy ahí.
- ¿Dónde estás?
María José dudó unos minutos en decirle. Por unos
momentos, no estuvo segura si eso sería bueno para él.
Debía ser cautelosa, pues no podría tomarlo a bien.
- ¿Amor?
- Si quieres te veo en una hora y media en mi
departamento.
81
- Me parece buena idea. Pero ¿estás bien?
- Si, amor. Lo estoy.

***
21

María José salió del baño y se reunió en la sala


nuevamente con Arethusa y con su madre. Pero, para su
sorpresa, el doctor se encontraba sentado junto a
Arethusa. Hablaba con Julia sobre el embarazo. Julia, al
percatarse de que María José se encontraba de pie, con
gesto de extrañeza, se puso de pie. El doctor la vio y una
sonrisa se plasmó en su rostro.
- Te estábamos esperando. Había ido a buscarte, pero
oí que estabas hablando con alguien, por lo que preferí
esperar a que salieras. El doctor te estaba esperando. -
dijo, señalando al doctor.
El doctor se levantó, sin dejar de sonreír. Había estado
angustiado toda la mañana, pensando en que algo malo le
había sucedido. Estuvo tentado en llamarle, pero no sabía
si sería oportuno. Sin embargo, los nervios lo estaban
destrozando. Después de varias horas, en las que no
sabía qué había sucedido, le llamó. Cuando escuchó su
voz, serena y dulce, su corazón se calmó. Un chispazo
alumbró su mente. Debía verla. En cuanto acordó verla, se
apresuró para que el tiempo en que pudiera verla fuera
menos. ¿Qué le estaba pasando? Actuaba como un loco.

82
Pero ¿quién puede actuar con cordura, mientras la flecha
de Cupido está en su corazón?
Y ahí estaba, frente a ella. Lucía ligeramente pálida.
Parecía como si hubiera visto a un fantasma. Estaba
contrariada. Se acercó y le tendió la mano. María José le
correspondió el gesto, temerosa.
- Temí tanto que te hubiera pasado algo. Nunca
habías faltado a trabajar. Por eso, quería verte
personalmente, saber que estabas bien. Sólo quería...-
permaneció en silencio, al ver que sus palabras no
ayudaban - ¿estás bien? - María José asintió. - ¿puedo
revisarte?
María José se acercó. Se recostó en uno de los sillones. El
doctor examinó su vientre. Ya comenzaba a crecer.
Escuchó con su estetoscopio el latido del corazón de
María José. Latía con regularidad. Todo estaba en orden.
- Parece que todo está en orden. Cuéntame, ¿qué
síntomas tenías?
- Estaba un poco mareada. Y tenía muchas náuseas. -
mintió María José para que no dar explicaciones sobre lo
sucedido la noche anterior.
- Creo que es algo normal dentro del embarazo. No
hay nada de que preocuparse. Todo marcha bien con el
niño.
María José esbozó una sonrisa, aunque no le duró mucho,
porque recordó que probablemente volvería a estar sola.
El doctor percibió que había algo que estaba pasando por
lo que prefirió decir algo para animarla.
- Ya comienza a notarse tu vientre.
83
- ¿De verdad? - preguntó María José, mientras se
levantaba del sillón. El doctor asintió. Le ayudó a
enderezarse. - Vaya. - suspiró.
- ¿Puedo decirte algo? - ella asintió - así te ves
hermosa.
María José agradeció, con el rostro ruborizado. Miró a su
madre y a Arethusa. Estaban atentas, escuchando la
conversación. Había algo en él que les gustaba. Pero no
era lo que ellas estaban acostumbradas a ver con María
José. Se veía temeroso de acercársele. Se había sentado
a unos cuantos centímetros de ella. Y su postura se
encontraba tensa. Además, no podía entablar una
conversación más allá del embarazo. Se notaba a simple
vista que le costaba trabajo hacerle un pequeño cumplido
como el que le había hecho. Aunque, a pesar de todo ello,
se notaba que estaba loco por ella.
María José vio la hora. Tenía el tiempo justo para ir a su
departamento y verse con Maurice.
- Mamá, amiga, debo ir a mi departamento. Tengo...-
pensó por unos minutos y optó por no decirles nada de
Maurice. - que arreglar unas cosas.
- ¿Quieres que te acompañe? - preguntó Julia
- No, mamá, estaré bien.
- No tardes mucho, hija. Por cierto, antes de que te
vayas ¿se quedarán a vivir conmigo? - les preguntó a
Arethusa y a María José - Tengo dos habitaciones
disponibles.

84
- Por mi no hay problema. - dijo Arethusa - el cuarto
me lo dieron a cambio de sueldo porque no tenía donde
vivir. Nada más tendría que ir por mis cosas.
- Me agrada la idea, entonces, aprovecharé para ir por
mis cosas
- Si quieres te llevo a tu departamento para que no
andes en transporte público. - le dijo el doctor.
- No es necesario. No quisiera causar alguna molestia.
- No es molestia. Es un honor para mí.
María José dudó por unos minutos. Si Maurice la veía con
el doctor se pondría furioso. Por lo que optó por irse sola.
- Entonces ¿te veo mañana?
María José asintió, con una sonrisa en el rostro. Se
despidieron. El doctor besó su mejilla, se subió a su auto y
se fue. María José y Arethusa acordaron en tomar el
mismo taxi.
***
22

Maurice, tras salir de la cantina, realizó una llamada


telefónica. Necesitaba retomar la rienda de su vida. Por él.
Por ella. Por ambos. La otra persona respondió al instante.
- ¿Si diga? - contestó una persona mayor.
- Con el Sr. Rochefeller, por favor.
- Él habla.
85
- Mucho gusto, señor. Soy Maurice. Nos conocimos
ayer, en casa de mis padres.
- Si, recuerdo perfectamente. ¿Qué se te ofrece?
- Quisiera saber si todavía sigue en pie su oferta de
trabajo...
- Por supuesto. En cuanto tengas un tiempo ven a
verme para que platiquemos sobre el trabajo y te muestre
las instalaciones de la empresa.
- Por supuesto, será un placer. Le estaré eternamente
agradecido.
El señor Rochefeller le dio las instrucciones para llegar a la
oficina. En cuanto colgó, Maurice se fue al departamento.
Se bañó, se cambió. Miró su celular. De fondo de pantalla,
tenía su foto con María José. La observó por un momento,
con una sonrisa en el rostro. "Sólo por ti hago todo esto,
preciosa" dijo, acariciando la pantalla del celular. Guardó y
cerró todo. Manejó hasta la oficina. Al estacionarse, sintió
como el corazón le latía a todo galope. Se bajó del auto y
se dirigió al interior del edificio. Pidió informes de donde
estaban la oficina del señor.
Al encontrarse con él, estuvieron dialogando un rato sobre
el trabajo que le correspondería hacer. Le dio un recorrido
por el edificio, mostrándole los lugares más importantes.
Maurice asentía a todo. Sería un trabajo complicado, pero
necesitaba hacerlo. Llegaron a una oficina. Antes de entrar,
vieron que había un escritorio, con una joven sentada
frente a él. Ella los veía y examinó a Maurice de pies a
cabeza. Le gustaba.

86
- Y bien, esta es tu oficina. Y ella es Regina, tu
secretaria y mi hermosa nieta. Cualquier cosa que
necesites, puedes hacérselo saber.
- Un placer conocerlo. - dijo Regina, extendiéndole la
mano.
Él le correspondió su gesto, pero no le hizo mucho caso. Al
ver esto, ella se molestó. Ni siquiera la había visto.
Entraron a la oficina. Maurice examinó todo. Era un lugar
grande, con un escritorio, un sofá y dos sillas, una enfrente
y otra detrás del escritorio. Las paredes estaban pintadas
de azul claro. Maurice aprobó todo. Leyó su contrato
minuciosamente. Ahí vio que debía atenerse a todas las
reglas y clausulas del señor Rochefeller.
- ¿Qué tipo de reglas y cláusulas son?
- Oh, cosas sin importancia, con el tiempo las sabrás.
Maurice dudó por un momento. Eso no le daba buena
espina. Pero si no aceptaba el trabajo, no podría ayudar a
María José ni comprobarle que estaba cambiando. Firmó.
- Bien, mañana comienzas. Bienvenido a nuestro
equipo de trabajo.
Estrecharon las manos. Maurice se retiró. Al salir del
edificio, se sintió aliviado. Necesitaba decírselo a alguien.
No lo dudó por un segundo. Le llamó a María José. Al oírla,
recobró la alegría de vivir. Cuando colgó, se fue a la
cafetería más cercana y allí se dedicó a esperar la hora en
que se reencontraría con ella.

***
87
23

Mientras tanto, María José y Arethusa iban por sus cosas.


Ambas se dirigieron a la cantina primero. Mientras
Arethusa iba por sus cosas y hablaba con su jefe, María
José la esperó en el taxi.
El taxista se quedó mirándola mucho tiempo. Le parecía
bastante familiar su rostro. ¿Dónde la había visto? Unos
vagos recuerdos pasaron por su mente, pero no tenían
sentido.
- ¿Señorita? Me disculpará por lo que le preguntaré,
pero su rostro me resulta familiar...- María José lo
reconoció y tocó su hombro.
- ¿No me reconoces?
Lukas se quedó pasmado ante la serie de imágenes que
se presentaron en su mente. Parecía una película. El único
problema era que pasaban demasiado rápido.
- María José...
- Es un gusto encontrarte. Vaya. Ha pasado poco
tiempo y ya encontré a varios de ustedes.
- Es un milagro que no estés con Maurice ¿eh?
¿Dónde esta?
- Yo...él... Bueno, es algo largo de contar. Estamos
separados. Provisionalmente.
- Debió pasar algo gravísimo para que esto sucediera.
Ustedes eran como la arena y el mar.
88
- Lo sé. Lástima que algunas cosas hayan pasado.
- Pero me tienes a mi ¿cierto?
- Cierto. Gracias por tu apoyo.
- Siempre estuve para ti. Aunque no lo notaras.
María José suspiró. Arethusa llegó con una caja grande
de cartón con cosas dentro y unas cuantas más afuera.
- ¿Nos vamos?
- Claro. - dijo Lukas, arrancando el motor del coche.
- Amiga ¿lo recuerdas? - preguntó María José a
Arethusa, tocando el hombro de Lukas.
- ¡Es otro de los sobrevivientes!
- ¿Cómo estas, Arethusa?
- Bien, muy bien. ¿Seguirás trabajando hoy, después
de dejarnos?
- De hecho, con ustedes se termina mi turno.
- ¿No te gustaría quedarte a cenar con nosotras?
Ahora que somos más, necesitamos hablar de nuestro
regreso a la aldea.
- Es una idea tentadora - hizo una pausa- está bien.
Cenaré con ustedes.
- ¡Sensacional!
- Pero primero debemos ir por mis cosas...
Lukas las llevó a los edificios donde vivía María José. Ahí,
Lukas y Arethusa la esperaron. María José se bajó del taxi.
Se dio cuenta que Maurice ya había llegado, al ver que su
coche estaba ahí. Lo buscó adentro del auto, pero no
89
estaba. Entonces, entró al edificio. Para su sorpresa,
Maurice la esperaba afuera de su departamento.
- ¡Amor! No creí que te acordarías del apartamento...
- Recuerdo todo lo que tiene que ver contigo, preciosa
- dicho esto, la besó.
- Eres un encanto. Bien, cuéntame. - dijo María José,
abriendo la puerta del departamento, y entrando
posteriormente.
- Conseguí un empleo, que me ayudará a mantenerte
a ti y a nuestro hijo mientras regresamos a la aldea.
María José detuvo su caminar. Lo miró a los ojos para
comprobar si estaba mintiendo o no. Pero en sus ojos no
había rastro alguno de mentira. Efectivamente, eso
parecía ser verdad.
- Pero, amor. No era necesario...- dijo, sentándose en
la sala.
- Si lo era. Esto es un cambio que hago por ti. - dijo
Maurice, imitando su acción.
Maurice le contó los detalles de su nuevo trabajo. Sin
embargo, al igual que a Maurice horas antes, eso no le
sonaba coherente. Había algo que no concordaba. Sin
embargo, Maurice estaba muy entusiasmado contándole
detalle a detalle. Cuando terminó de contarle, María José
permaneció unos minutos en silencio.
- No me da buena espina, cielo. ¿Estás seguro de que
esto será bueno?

90
- Estoy seguro. Además, es algo provisional, mientras
encontramos la forma de regresar a la aldea. - María José
sintió un poco de alivio.
- ¿Y cuándo comenzarás a trabajar?
- Mañana mismo.
- Te irá bien, estoy segura. - dijo María José, con una
sonrisa en el rostro. - Bien, amor, tengo que empacar.
- ¿Te irás a vivir conmigo? - preguntó Maurice
entusiasmado.
- Me temo que no. Aún.
- Entonces, ¿a dónde te irás?
- Encontré a mi madre. Y me mudaré con ella,
mientras nos estabilizamos.
María José se levantó del sofá y fue a la habitación
contigua. Empacó todas sus cosas. Maurice se levantó y la
miró desde el marco de la puerta. Parecía que ya lo había
perdonado, pero había algo en su actitud que era diferente.
No esperaba menos. Ella se percató de que Maurice la
estaba mirando. Cuando terminó, examinó a su alrededor
para ver si no se le había olvidado nada. Al ver que no
había dejado nada, fue con Maurice. Él salió con ella del
departamento, ayudándole a cargar una de las maletas.
Cuando bajaron las escaleras, Maurice le preguntó:
- ¿No quieres que te lleve a casa de tu madre?
- En realidad, vengo en taxi. - dijo, señalando el auto,
en el que se encontraban Arethusa y Lukas.
- Bien, ¿te puedo ver mañana? - preguntó Maurice, un
tanto desanimado.
91
- Si, mi amor. Será un placer. - le dijo María José con
una sonrisa en el rostro.
Se despidieron con un beso en los labios. Maurice esperó
a que María José se subiera al auto. Al ver que Lukas
arrancó, Maurice también arrancó.

***
24

Lukas las llevó directo a la casa de Julia, ahora su casa.


Entraron uno por uno.
- Ya llegamos, mamá. - dijo María José buscando a
Julia.
- ¡Qué maravilla! En un momento estoy con ustedes.
- Lukas se quedará a cenar ¿no hay problema? - dijo a
su madre.
- Por supuesto que no. Con la comida que trajeron
alcanza para un banquete. Vamos, siéntense, mientras
preparo la cena.
- Te ayudaré. - dijo Arethusa, yendo tras ella.
Una vez que se fueron, María José se sentó en un sillón y
Lukas hizo lo mismo.
- Son unas mujeres divinas. - dijo Lukas. Calló por
unos minutos. - ¿Me dirás que pasó con Maurice?
- Preferiría no decirlo...
92
- Puedes confiar en mi - dijo, sujetando su mano.
- Lo sé. De verdad, gracias por tu apoyo. Siempre
has sido un amigo extraordinario.
- Sabes bien que preferiría mil y un veces más ser algo
más que un amigo para ti. - María José calló. - el hijo que
llevas dentro necesita un padre.
- ¿Cómo supiste de mi embarazo?
- Simple, comienza a hacerse evidente - dijo,
señalando su vientre. María José suspiró.
- Ya tiene un padre.
- ¿Y dónde esta ahora?
- Basta. Él y yo llegamos a un acuerdo hace rato. En
unos días, regresaré con él.
- Mírame bien. No me importa que hayas sido de otro
hombre. A pesar de haber creído que todo era una ilusión
o una simple amistad, no quiero seguir engañando a nadie.
Te amo y lucharía por ti.
- Ya esta lista la cena - dijo Arethusa, llevando platos
con comida a la mesa.
Lukas y María José se levantaron y fueron a la mesa. Ella
procuró sentarse alejada de él. No quería herirlo y no
podía permitir que las cosas siguieran avanzando.
- Bien. Necesitamos planear las cosas. Para empezar
¿qué fue lo último que recuerdan de su estancia en la
aldea?
- Todo era sobre la boda de Maurice y María José.
Toda Corelia estaba vuelta loca con los preparativos. -
respondió Lukas.
93
Arethusa pensó unos minutos. En efecto,lo último que
habían vivido en la aldea era la boda. Pero sus recuerdos
los habían recuperado gracias a María José. Algo debió
haber pasado ahí.
- Al parecer todo gira en torno a ti. En ese momento,
según las historias de los demás, eras el centro de
atención, al igual que Maurice. ¿Traías algo especial aquel
día?
- Bueno era mi vestido de novia.
- ¿Algún accesorio que tenías?
- Sólo mi anillo de compromiso con Maurice.
- ¿Lo tienes?
- Si, aún lo tengo.
- ¿Me lo prestas?
María José sacó el anillo de su dedo y se lo dio. Arethusa
lo observó con calma. Repentinamente, todos sus
recuerdos volvieron a aparecer en su mente.
- Eso es. El anillo tiene todas las historias de cada uno
de nosotros, por eso cada vez que María José nos tocaba,
aparecían nuestros recuerdos.
- Pero Maurice tiene uno igual...
- Tenemos que ver si el anillo de Maurice produce el
mismo efecto que el tuyo. Tal vez, este anillo sea la
conexión con la aldea y con Milenna. - Arethusa le entregó
el anillo y María José volvió a colocarlo en su lugar.
- ¿Cómo se puede comprobar que tu teoría es cierta?

94
En ese momento, el celular de María José sonó. Ella se
apresuró a contestar la llamada.
- ¿Si?
- Amor, soy yo.
- Hola cariño.
- ¿Me podrías abrir la puerta? Estoy afuera de casa de
tu madre.
María José se asomó por la ventana y, en efecto, estaba el
coche de Maurice estacionado enfrente de la casa.
Terminó la llamada y le abrió la puerta.
- ¡Amor! Que sorpresa. ¿Cómo...?
- ¿...supe que estabas aquí? La verdad es que las
seguí. - María José hizo una mueca de disgusto. - no pude
evitarlo. Me preocupaba la idea de no saber si te
encontrabas bien o no.
- No te preocupes cielo. Estaré bien - María José,
viendo que Maurice se subía al auto de nuevo, lo detuvo. -
Espera. ¿Quieres quedarte a cenar?
- ¿Puedo? - María José asintió y le indicó que la
siguiera.
Entraron al comedor. Maurice las observó. Arethusa, Julia,
y Lukas. Vaya, no lo había reconocido.
- Siéntate, Maurice. Tenemos que hablar contigo.
- ¿Qué sucede? - preguntó, obedeciendo la orden de
Arethusa.
- Necesitamos que nos prestes tu anillo de
compromiso.
95
- ¿Para qué lo quieren?
- Necesitamos ver sí causa el mismo efecto que el de
tu esposa.
Maurice se lo quitó y se lo dio a Arethusa. Ella espero a
que hiciera alguna reacción pero no obtuvo resultado
favorecedor.
- María José préstame también el tuyo.
María José hizo lo que le pidió. Una vez que tuvo los dos
anillos, los juntó. Repentinamente, una luz casi los ciega.
Arethusa vio a través de la luz. Ahí estaba Milenna,
tratando de llamar su atención.
- Escúchenme bien. Un poderoso hechizo recae sobre
ustedes y he estado intentando romperlo, pero todos los
esfuerzos son inútiles. Necesito algo de ustedes para que
pueda funcionar.
- ¿Qué es?
- Que se mantengan todos unidos. Y que traten de
encontrar a los demás que se fueron.
- Pero ¿cómo sabremos quien falta?
- Las criaturas están en la aldea, igual que Antonio.
Necesitan encontrar a los demás que fueron a la aventura
con ustedes.
- Pero el único que sobrevivió fue Noah - alegó
Arethusa.
- Los demás renacieron, igual que tu familia, Maurice.
El único que se quedó aquí fue Tomaz. Les he preparado
una guarida para que puedan regresar a la aldea. Lo único
que tienen que hacer por ahora es encontrar a los demás.
96
En cuanto estén juntos, vuelvan a juntar los anillos. Hasta
entonces.

***
25

La luz se apagó repentinamente. Los anillos se separaron


y rodaron cada uno con su respectivo dueño. Hubo unos
minutos de silencio. Todos se quedaron consternados ante
las palabras de la bruja.
- ¿Y bien? - preguntó Maurice.
- Tendremos que buscar a los demás.
- Será muy difícil. Esta ciudad es muy grande.
- Bueno, nosotros nos hemos encontrado unos a otros
muy rápido - dijo María José.
- Además, te tenemos a ti - dijo Julia a Arethusa. - con
tus poderes será más fácil regresar.
- Esperemos que así sea. Mientras, necesitamos
descansar. Mañana será un día largo y lleno de
búsquedas.
- Bien, entonces me retiro. Mañana tengo que trabajar.
Pero en la tarde puedo verlas.
- Me agrada la idea. María José será quien te
comunique todos nuestros movimientos.
- Entonces, si no hay nada más que decir, me voy.
97
- Te acompaño a la puerta. - dijo María José,
levantándose.
Lo guió hasta la puerta. Maurice la veía por detrás. Seguía
teniendo buena figura, a pesar de que el embarazo
comenzaba a notársele. María José se detuvo en la puerta.
La abrió y le cedió el paso.
- Te ves preciosa hoy. - dijo Maurice, colocándose
frente a ella.
- Gracias. - María José se ruborizó.
- Creo que tenemos algo pendiente ¿recuerdas?
- Si, recuerdo muy bien. Pero este no es el momento,
amor.
- Lo sé, pero no nos vendría mal. - Maurice acaricio la
mejilla de María José una y otra vez - me fascinas ¿lo
sabías?
- Lo supuse. - María José lo besó. - es hora de
descansar.
- Te amo, no lo olvides.
Maurice le robó un beso antes de marcharse. María José
caminó tras él hasta su auto. Ahí se despidió una vez más
de él, pero ahora sólo con un gesto.

98
Dilema entre el ser de ahí o ser de allá

99
1

Un par de meses pasaron. Maurice trabajaba normalmente


mediodía. Cuando terminaba su turno diario, iba a recoger
a María José. Las cosas entre ellos habían vuelto a la
normalidad, tanto, que María José había regresado a vivir
con él. Todo marchaba de maravilla. O al menos eso
parecía. Eduardo estaba a la expectativa del trabajo de
Maurice. Había hecho un acuerdo con el señor Rochefeller.
Y las cosas no parecían mejorar. A su vez, Regina estaba
poniendo todo de su parte para que Maurice se fijara en
ella, pero él ni siquiera la volteaba a ver. Cada vez que ella
se acercaba a él, Maurice se ponía a ver su celular, o se
quedaba mirando la computadora, o se ponía a ver
papeles de la oficina, lo cual, la aturdía bastante.
De vez en cuando, María José iba a visitar a Maurice. Al
principio, se limitaba a quedarse en la puerta, pero
después le autorizaron que entrara. Así, cuando María
José llegaba, los policías de la entrada la dejaban pasar y
ella iba directamente hasta la oficina de Maurice. Si él
estaba ocupado, ella se quedaba afuera a esperarlo. Con
el paso del tiempo, se hizo amiga de Regina, a tal grado,
que, cuando Maurice debía quedarse más tiempo en la
oficina, ambas se iban a comer a algún restaurante. Por
una parte, Maurice se alegraba de que su esposa tuviera
más amigas, pero seguía alerta, sobre todo, de la actitud
de Regina, que a veces era un tanto extraña.

100
Un día, María José llegó al edificio donde trabajaba
Maurice. Al llegar, María José se percató de que Regina
tenía un semblante bastante demacrado.
- Querida, ¿te encuentras bien? - le preguntó María
José.
- Me temo que no. Desde hace unos días me he
sentido mal. Hoy me hicieron unos análisis. Será cuestión
de esperar para ver que dicen los médicos. Tengo miedo
de que vaya a ser algo grave.
María José se limitó a hacerle una caricia en la espalda.
Por las cosas que había visto en el hospital, deseaba
realmente que no fuera a ser algo de lo que estaba
pensando.
El embarazo de María José marchaba de maravilla. Su
vientre crecía y crecía. Maurice se dedicaba a cuidarla
mientras estaban en casa, dedicándose a ver cada uno de
sus movimientos y de sus comidas. Con esto, procuraba
que ella hiciera el menor esfuerzo posible. Donna, Violeta,
Julia y Arethusa los visitaban frecuentemente, llevando en
cada visita cosas nuevas para el bebé. Todo marchaba de
maravilla. O al menos eso creían.

***
2

Un día, Eduardo se encontraba merodeando en su


despacho. Caminaba de un lado a otro, recordando los
101
acontecimientos de los últimos meses. Justo cuando
estaba a punto de sellar la unión entre su familia y la del
señor Rochefeller, aparece esa chica a la que Maurice
embarazó, seguramente en alguna de sus noches de
ronda. Y su plan estaba a punto de venirse abajo, de no
ser porque el señor Rochefeller le había dado una
segunda oportunidad. Tenía que lograr que Maurice dejara
a aquella mujer. Pero ¿cómo? Estaba embobado con ella.
Además con la llegada de ese niño, ahora todo giraba en
torno a él. Diario, Donna iba y venía del centro comercial
con ropa de bebé, mientras que Violeta buscaba nombres
tanto de niña como de niño. Además, Maurice siempre
andaba con ella. En cuanto salía del trabajo, iba por ella. O,
si ella terminaba antes que él, lo iba a buscar al trabajo.
Una llamada entró al celular de Eduardo. Él saltó de susto,
pues estaba tan absorto en sus pensamientos, que lo tomó
por sorpresa.
- ¿Si? - contestó
- Espero que ya estés apresurándote con los planes -
dijo el señor Rochefeller del otro lado de la línea
- Estoy intentando...- titubeó Eduardo
- ¡Pues apresúrate! - gritó el señor, algo molesto
- Es que Maurice no pone de su parte...
- Tendrás que hacer algo al respecto...
- Pero ¿por qué la prisa?
- ¡Mi nieta se está muriendo! - gritó el señor, pero
ahora en su voz se notaba cierto grado de desesperación.

102
Y entonces Eduardo no supo que responder. El trato que
tenía con el señor Rochefeller era que Maurice iba a
casarse con Regina a cambio de que él le diera trabajo.
Esto lo hizo, pensando en que lo que había entre Maurice
y María José se pasaría rápido. Pero ahora, parecía
incluso imposible poderlos separar. Sin embargo, tenía
que hacer algo si no quería que el señor Rochefeller se
encolerizara e hiciera algo en su contra.
- Pero se ve muy sana...- replicó Eduardo
- Le detectaron una enfermedad crónico-degenerativa.
Llegará un punto en el que...- su voz se quebró y no pudo
seguir hablando.
- Tendremos que hablar con Maurice y forzarlo. Tiene
que haber alguna forma.
- Eso es...
El señor Rochefeller colgó. Su idea era brillante. Llamó a
Maurice para decirle que debía ir a la oficina de inmediato.
Él, después de la llamada quedó extrañado. Se
encontraba sentado junto a María José en la sala de su
departamento. Esperaban a Violeta y a Donna para ir a
comer. Era sábado. No debía ir a la oficina en fines de
semana. Había algo raro en su llamada. María José, que
estaba a su lado, le tomó su mano.
- ¿Pasa algo? - le preguntó
- Tengo que ir a la oficina. - respondió Maurice,
jugando con su celular. - me acaba de llamar el jefe para
pedirme que vaya. No sé para qué.
- ¿En sábado? - Maurice asintió, sin despegar la
mirada del celular. - debe ser un asunto muy importante
103
para pedirte que vayas. Date prisa, no querrás que te
esperen mucho tiempo - dijo María José, poniéndose de
pie.
- Pero, amor, ya había quedado de ir con ustedes.
- Ya será en otra ocasión. No te preocupes por eso.
Habrá más días. - dijo María José con una sonrisa en el
rostro, mientras lo esperaba en la puerta.
A Maurice no le quedó más remedio que irse. Le tomó la
palabra a María José. Se levantó del sillón. Fue por un
suéter y por las llaves de su auto. Antes de salir, se
despidió de María José con un beso en los labios.

***

Maurice manejó a toda prisa. Quería acabar lo más pronto


posible con aquella situación para poder regresar con su
María José. Temía que esa llamada pudiera desencadenar
algo malo para ambos.
En cuanto llegó al edificio, estacionó el auto y fue directo a
la oficina del señor Rochefeller. Él ya se encontraba ahí.
Se paseaba de un lugar a otro, jugando con sus manos.
Maurice entró.
- ¿Quería verme?
104
- Así es. Siéntate por favor. - Maurice obedeció. -
Necesito pedirte un gran favor.
- ¿De qué se trata?
- Como sabrás, mi nieta, Regina, ha estado algo
delicada de salud los últimos días. En los análisis que le
hicieron recientemente le detectaron una extraña
enfermedad crónico-degenerativa. A mi nieta le quedan
pocos meses de vida. - el señor miró hacia la ventana con
el fin de que Maurice no se percatara de sus lágrimas.
Maurice vaciló en responder. De cualquier modo, esa
situación era un tanto difícil, pero no lograba comprender
del todo que tenía que ver todo eso con él.
- Lo lamento mucho, señor.
- Mi nieta desea más que nada en este mundo casarse.
Pero no sabemos si logrará hacerlo. Por eso te llamé -
Maurice lo miró a los ojos, confundido.
- No entiendo...
- Quiero que te cases con mi nieta...
A Maurice se le heló la piel. Esa propuesta era
inconcebible. No podía dejar a María José y menos en el
estado en el que se encontraba. Y menos por una
propuesta semejante. Además, a la otra joven no la
conocía. Apenas había cruzado unas cuántas palabras
con ella, y eran cosas sólo de la oficina.
- Señor, no puedo aceptarlo. Verá...estoy casado. Y mi
esposa está encinta. No puedo dejarla así.
- Si, me he percatado de que esta mujer a la que
llamas tu esposa viene a verte con frecuencia. Sin
105
embargo, quisiera recordarte que en tu contrato firmaste
que te acatarías a mis cláusulas y mis reglas. Además, lo
de mi nieta no durará mucho. Podría darse el caso de que
incluso no llegue a haber boda. Pero si quisiera verla con
la ilusión. Al menos antes de que...- la voz del señor se
quebró antes de que pudiera terminar la frase.
- Pero ¿y si resiste hasta el día de la "boda"? ¿Qué se
supone que haga?
- Eso lo solucionaremos después, en el caso de que
suceda. Entonces ¿lo harás?
Maurice se quedó pensando un buen rato. ¿Cómo se lo
diría a María José? Sin duda, sería una noticia de gran
impacto para ella. Además, a él no le gustaba fingir que
sentía algo hacia alguien cuando realmente no lo sentía.
Sería terrible que Regina descubriese algún día que en
realidad nunca la amó.
- ¿Podría pensarlo y responderle el lunes?
- Claro. Pero no demores mucho. Tenemos el tiempo
contado.
Maurice se despidió del señor y se fue de regreso al
apartamento.

***

106
María José, en cuanto Maurice se fue, se dedicó a esperar
a Donna y a Violeta. Tenía un mal presentimiento de esa
reunión urgente. Maurice nunca había tenido la necesidad
de ir a la oficina en fin de semana. Nunca. Ni siquiera
cuando tenía mucho trabajo pendiente. Había algo que no
le gustaba de aquella situación. Y más, porque Maurice le
había comentado que debía atenerse a las reglas de su
jefe. Era un tanto extraño que le pidiera que acudiera en
sábado a la oficina siendo que justamente el día anterior le
habían entregado los resultados de sus análisis a Regina.
María José se había percatado de que Regina miraba de
una forma muy sospechosa a Maurice. Había algo muy
raro ahí.
Estaba nerviosa. Sabía que debía tranquilizarse. Más
ahora, por el bebé y con las amenazas que tuvo las
primeras semanas. Pero no podía evitarlo. Todo lo que
tenía que ver con Maurice la ponía muy nerviosa. El hecho
de que él fuera un hombre muy sistemático, hacía que
cualquier cambio de rutina, la tuviera en pánico. No quería
pasar por otra amenaza sola. Lo único que la consolaba
era que tenía a su disposición al doctor Jiménez, el cual le
había dicho un centenar de veces que ante cualquier
anomalía no dudara en llamarlo.
Alguien llamó a la puerta. Debían ser Donna y Violeta.
Miró su reloj. Habían llegado quince minutos después de la
hora acordado. La impuntualidad siempre fue una
característica propia de ellas. Se dispuso a abrirles pero
de pronto, un dolor en el vientre comenzó a atormentarla.
"No otra vez" pensó, mientras se sujetaba el vientre. Gritó
de dolor ante la presencia de un espasmo.

107
- María José, hija, ¿estás bien? - preguntó Donna al
otro lado de la puerta.
Con mucho esfuerzo, logró abrir la puerta. Donna, al verla
sujetando su vientre y con un gesto de dolor postrado en
su rostro, le sostuvo la mano.
- Por favor, llamen a mi médico. Estoy teniendo otra
amenaza.
- Claro - dijo Donna - Violeta, tú llámalo, yo llevaré a
María José a su cuarto para que pueda recostarse. - le
indicó Donna a su hija.
Ella tomó el celular de María José y le llamó al doctor
Jiménez. Él, al ver que en la pantalla indicaba que era de
María José de quien procedía la llamada, contestó de
inmediato.
- María José, ¿todo bien?
- No soy María José, doctor, soy su cuñada. Mire,
María José comenzó a sentirse mal y me pidió que le
llamara. Dijo algo de que tenía una amenaza.
El doctor frotó sus sienes. "Voy en camino" replicó a
Violeta. Ella le envió la ubicación al doctor para que
supiera llegar. Al poco rato, le llamó a Arethusa y a Julia
para que también estuvieran ahí. A los pocos minutos llegó
el doctor. Lucía preocupado. Violeta lo llevó directamente
al cuarto donde estaba María José con Donna. El doctor
examinó a María José y le preguntó por sus síntomas. Ella
le especificó cada uno de ellos. El doctor le dio un
medicamento para que se le pudiera calmar el dolor.

108
- Afortunadamente, no pasó a mayores. Sólo fue una
alerta. Pero sabes que debes tener muchos cuidados para
que no haya otro riesgo u otra amenaza. ¿Entendido?
María José asintió. Julia y Arethusa llegaron en ese
momento. Entre ellas y Donna le preguntaron algunas de
sus dudas al doctor.

***
5

Maurice manejó de regreso a su apartamento. En el


trayecto, se dedicó a pensar en cómo solucionaría éste
problema. No podía perder su trabajo. Si lo hacía, ¿cómo
pagaría el hospital y las futuras deudas que surgiesen con
el nacimiento de su hijo? Con el sueldo de María José no
les alcanzaría en lo más mínimo. Pero tampoco podía
dejar al amor de su vida por otra persona que apenas
conocía. A María José la conocía desde que eran unos
bebés. Habían estado juntos desde siempre y habían
pasado por todos los buenos momentos y también por los
difíciles. Se sentía atado a ella, más allá de cualquier
circunstancia. Con Regina, lo único que lo ataba era el
trabajo. Todo parecía ser tan complicado...
En cuanto llegó al apartamento, esperaba no encontrarlas
ahí, pero, para su sorpresa, estaba estacionado el auto de
Donna en uno de los lugares de visitas, además, había
otro auto mal estacionado al lado suyo que no conocía.
Sintió una corazonada de que había pasado algo malo. Se
109
bajó del auto y corrió al departamento. Al entrar, estaba
Violeta sentada en la sala. Por su gesto, se dio cuenta de
que no era un buen momento.
- ¿Qué sucede? - preguntó Maurice.
- Está el doctor aquí. María José tuvo una amenaza de
aborto.
Maurice sintió como el corazón se le paralizó. "Ahora no,
por favor", pensó. Se dirigió a su habitación. Para su
sorpresa, estaban Julia, Arethusa, Donna y el doctor en la
misma habitación. María José estaba recostada en la
cama. Estaba asustada. Pero su gesto se aligeró en
cuanto vio entrar a Maurice.
- Por fin llegas... - dijo Donna - la vida del niño corre
peligro.
- ¿Y tú cómo estás? - le preguntó Maurice a María
José, acercándose a la cama
- Más tranquila, cielo. - dijo ella, sujetando la mano de
Maurice.
- ¿Qué fue lo que pasó? - le preguntó Maurice a María
José, haciendo caricias en su rostro
- Estaba esperando a tu madre y a tu hermana.
Cuando me levanté a abrirles, empecé a sentir dolor. Y fue
cuando llamaron al doctor.
- Es importante que no te esfuerces demasiado. Por el
estado en el que te encuentras y por las amenazas que
has tenido, tu embarazo es de alto riesgo. Por ello, te voy
a pedir que tengas reposo absoluto.
- Pero ¿y mi trabajo? - preguntó María José
110
- No te preocupes por ello. Tendrás tu incapacidad
desde ahora. Ah, y otra cosa. Nada de emociones fuertes,
por ahora. Recuerda que todo lo que sientas tú, le afecta
al bebé. Así que, trata de estar tranquila y serena, que no
tienes nada de que preocuparte.
Maurice sintió remordimiento. No podía aceptar el trato del
señor Rochefeller. Por el bien de su esposa y de su hijo. El
doctor se fue. Los demás se quedaron con María José en
la habitación. Maurice se sentó en el borde de la cama y
sujetó la mano de su esposa. No podía esconder su gesto
de preocupación, por más que lo intentara. A María José
no le vendría bien verlo así.
- Bien, prepararemos algo de comer. Tenemos que
nutrir bien a ese pequeño, para que crezca grande y fuerte.
- dijo Donna.
- No tardaremos. - dijo Julia. Le dio un beso en la
frente a su hija.
Salieron de la habitación, dejando a Maurice a solas con
María José. Él se recostó junto a María José. Ella se
dedicó a seguirlo con la mirada. Estaba preocupado. No
sabía a ciencia cierta si esa preocupación era por la noticia
que acababa de recibir o si había algo más que lo tenía así.
Lo cierto es que no le gustaba verlo así.
Maurice le hizo una serie de caricias en el rostro. Ya había
olvidado que bien se sentía hacer eso. Como si en ese
gesto, tratara de grabar en la memoria del corazón la
mirada de dulzura del ser amado. Pero lo que no olvidaba
era que en la memoria del corazón ya estaba grabado con
tinta indeleble cada detalle de esa mujer. ¿Cómo podría
lidiar con aquella situación que se le venía encima?
111
- Amor, con todo esto, no me has contado, ¿para qué
te quería tu jefe hace rato?
Maurice calló. No podría decirle a María José la propuesta
que le había hecho el señor Rochefeller. Menos en ese
momento. Miró a María José. Esperaba una respuesta. La
que fuera.
- Oh, para nada. Simplemente, quería desahogarse de
unas cuantas cosas que tenía y que no podía guardarse
más - dijo Maurice. Había sido parte de lo sucedido, pero
faltaba la parte importante...
María José lo miró a los ojos. Él le sostuvo la mirada por
un rato, pero después la desvió. Faltaba que le dijera más
cosas. Lo conocía lo suficiente como para saber que había
algo más en esa situación. Pero si no se lo había dicho,
era por una razón importante.
- ¿Ah si? ¿Me puedes contar?
- Oh, amor. Son cosas sin importancia...
- Si lo son, puedes contarlas sin problema alguno.
Maurice la miró. Seguía esperando. De pronto, se sintió
rendido. Sabía que no podía ocultarle nada. Se conocían
lo suficiente como para que hubiese algo oculto entre
ellos.
- Nada, es sólo que Regina está enferma y eso le
preocupa.
- ¿De verdad? - preguntó María José, incorporándose.
Maurice asintió. - ¿Es grave?
- Parece ser que sí. Sólo dijo que es una enfermedad
que no tiene cura.
112
- Con razón tenía tan mal semblante...Tendré que
hablar con ella para ver si no necesita algo. Debe sentirse
muy mal. - dijo, recostándose sobre el vientre de Maurice.
Maurice no respondió. No quería que supiera lo de la
propuesta. Simplemente, acarició una y otra vez la
espalda de María José. Lo que lo tranquilizó fue que ella
no preguntase nada más. María José sabía que Maurice
ocultaba algo más, pero no quiso forzarlo a que se lo dijera.
Debía ser algo serio para que no se lo dijera.
Donna entró a la habitación y les comentó que ya estaba
lista la cena. Maurice le ayudó a María José a levantarse.
Juntos fueron al comedor y se reunieron con los demás.

***

Las invitadas se quedaron unas cuántas horas, hasta que


oscureció. En cuánto se marcharon, María José indicó que
ya quería dormirse. Maurice la acompañó hasta la
recámara. Ahora, ella caminaba más lento. Y Maurice
entendía porque. Ahora tenía que cargar con un vientre
que le impedía moverse con la agilidad que a ella le
gustaría. Pero eso no era un inconveniente mayor. Parecía
que estaba feliz. Y eso, a él también lo hacía feliz.

113
En la recámara, María José se puso la pijama y se acostó.
Al ver que Maurice se quedaba en la puerta, observando
todos los movimientos que hacía, le hizo un gesto para
que fuera a acostarse con ella. Él le sonrió y se acercó a
ella. Se sentó en el borde de la cama, del lado en el que
estaba acostada María José.
- Vamos, acuéstate conmigo. - le dijo María José,
jalándolo hacia ella.
- Tengo que acabar con unos pendientes. Pero
duérmete tú y ahorita te alcanzo.
- Me hubieras dicho antes, cariño. - dijo María José,
incorporándose - así podía hacerte compañía.
- No te preocupes, cielo. Sólo haré un par de llamadas.
- ¿Estás seguro? ¿No quieres que vaya contigo?
- Descuida. No tardaré mucho.
Maurice le besó la frente. Ella sonrió y lo vio salir de la
habitación. En cuanto vio que cerró la puerta, se levantó y
salió de la habitación para escuchar la conversación.
Maurice le marcó al señor Rochefeller. Él contestó al
instante.
- ¿Y bien? ¿Qué has pensado?
- No puedo aceptar la propuesta, señor. Mi familia está
antes que cualquier cosa.
- Bien, entonces sabrás cuál es la consecuencia de
esa decisión.
- Lo sé. Soy consciente de ello. Por lo mismo, el lunes
pasaré a firmar mi renuncia.
114
- ¿Estás seguro de ello? Se vienen muchos gastos
para ti. ¿Ya tienes otro empleo en mano?
- Aún no. Apenas buscaré un nuevo empleo.
- Hagamos algo. No tienes porque renunciar ahora.
Mientras encuentras otro trabajo, puedes seguir
trabajando en la empresa. Esto es para que no te
abandones tan pronto al desempleo.
Maurice agradeció el gesto. Aunque presentía que no
dejaría el asunto de Regina en paz. En cuanto colgó, vio a
María José frente a él, a unos cuantos metros de distancia,
con los brazos cruzados. Esperaba una respuesta.
Maurice tragó saliva. Sabía que era el momento de
contarle todo.
- Amor, debías estar recostada...
- ¿De qué propuesta hablabas y por qué ibas a
renunciar?
- Oh, no es nada, cielo. Es un malentendido.
María José se dio cuenta rápidamente de que Maurice le
había mentido e hizo una mueca de disgusto.
- ¿Por qué me mientes? Nunca lo habías hecho
antes...
Maurice frotó sus sienes. No debía darle más vueltas.
María José comenzaba a molestarse y eso no era bueno
para ella ni para el bebé.
- Está bien, amor. Te lo diré. Pero antes, quiero que te
tranquilices. No quiero que pase algún otro incidente como
el que pasó hace rato. Vamos a la recámara para que
puedas estar recostada mientras te cuento.
115
Maurice la condujo a la recámara de nuevo. María José
caminaba, aún con los brazos cruzados. ¿Qué estaba
pasando? Maurice nuevamente se comportaba extraño. Y
eso no le agradaba. Desde el principio de su noviazgo,
cuando aún eran unos niños, habían prometido nunca
mentirse ni ocultarse nada. Y ese día, Maurice había roto
esas dos condiciones.
Al estar en la habitación, Maurice hizo que María José se
recostara de nuevo. Él se sentó en el borde de la cama y
comenzó a jugar con la mano de María José. Ella lo
miraba inquisitivamente, esperando la explicación
pertinente. Maurice la miró. Tomó aire y comenzó:
- Verás, el señor Rochefeller, mi jefe, me mandó llamar
para decirme lo de Regina. Pero, me pidió algo particular. -
hizo una pausa. No sabía cómo continuar su relato. Bajó la
mirada e hizo caricias en las manos de María José. Ella le
alzó el rostro
- ¿Qué te pidió?
- Quería que me casara con Regina.
María José sintió como si una daga le hubiera partido el
corazón a la mitad. Esa propuesta era absurda. ¿Cómo
podía ser que le pidieran a su esposo que se casara con
otra mujer? Era una locura realmente.
- ¿Y es eso lo que acabas de rechazar? - Maurice
asintió, sin levantar la mirada. - Ay mi amor. Me lo hubieras
dicho desde el principio. Entre los dos hubiéramos podido
encontrar una solución. No había necesidad de que
mintieras o de que lo ocultaras. Desde el día en que me
pediste que fuera tu esposa, aceptamos que seríamos
ahora uno solo. ¿O acaso lo olvidaste?
116
- Por supuesto que no, cielo. Pero tenía miedo de que
fuera a resultar peor. No quería que volvieras a tener una
crisis y que nuestro pequeño fuese a sufrir las
consecuencias. Esto era por tu bien y por el de nuestro
pequeño.
- ¿Sabes? Esto que pasó con la amenaza, fue porque
tenía miedo de que te fuesen a exigir algo que no pudieses
cumplir.
- Y tu presentimiento se convirtió en verdad. Pero
escúchame bien: jamás te cambiaría por otra mujer.
Jamás. Soy todo tuyo.
- Pero ¿qué harás con el trabajo?
- Tendré que conseguir otro. Mientras tanto, podré
seguir trabajando ahí.
- Pero ¿eso no será un riesgo de que te quieran
obligar a algo que no quieras?
- Eso supongo, pero no tengo otra opción. No quiero
que ni a ti, ni a mi hijo les falte nada. Bien, mi amor. Es
hora de descansar.
Maurice se desvistió frente a María José y se colocó la
pijama. Después se recostó junto a ella, le dio un beso y
se durmieron.

***
7

117
María José tardó en conciliar el sueño. Lo que le contó
Maurice la dejó preocupada. Su teoría de que alguien
quería separarlos estaba cobrando más fuerza. Fuera
quien fuera, estaba tentando muy fuerte a Maurice. Quizá
lo estaba haciendo en su punto más débil. Tenía miedo de
que fuese a sucumbir ante la menor provocación. No
dudaba de lo que sentía hacia ella. Dudaba de que
ocuparan ese amor para separarlos. El ingenio de la
mente de aquella persona que quería separarlos era muy
grande. Maurice se movió en unas cuantas ocasiones,
pero nunca soltó la mano de María José. Se aferraba a ella.
Poco después, puso su cabeza sobre el pecho de María
José y su brazo sobre el vientre. Susurraba unas cuantas
cosas ininteligibles. Comenzaba a inquietarse. Ella le hizo
una serie de caricias en el pelo para tranquilizarlo. Él
seguía susurrando, pero ahora podía entenderle. Repetía
varias veces "te amo" y "nunca te dejaré sola". Ella le
susurró lo mismo. Maurice volvió a moverse y se acomodó
en la cama.
Poco después, se despertó. Y ahí la vio, también
despierta.
- Amor, ¿estás bien?
- Si, mi amor. No podía dormir. Eso es todo.
- ¿Segura? - María José asintió - bien. Entonces me
quedaré despierto contigo hasta que puedas dormir.
Ella sonrió. Se quedaron platicando un rato. Después de
unas horas, ambos se quedaron dormidos.

***
118
8

El lunes, Maurice se presentó a trabajar. Al llegar, pudo


ver a Regina con un semblante espantoso. Se veía
sumamente demacrada. Por un momento, sintió lástima
por ella. Hubiese deseado poder hacer algo por ella. Pero
no podía casarse con ella sólo por lástima. Le parecía una
idea bastante cruel. Ella lo saludó cortesmente, como solía
hacerlo. No se imaginaba que lo peor estaba por
sucederle.
El día transcurrió con calma. Hasta que el señor
Rochefeller fue a visitarlo a su oficina. Traía los ojos
hinchados. Parecía que llevaba varios días llorando.
Aunque en ellos se podía notar cierto grado de furia y
determinación.
- Señor, buena tardes. - dijo Maurice, levantándose de
su asiento. - Por favor, tome asiento.
- Verás, hijo, no quería hacer las cosas de esta
manera. Te lo pedí por las buenas, pero no entendiste.
Maurice lo miró con extrañeza. No entendía de que estaba
hablando. Pero de pronto, un mal presentimiento llegó a su
mente: María José estaba en peligro. Y tenía razón. Su
celular timbró. Era una videollamada. En la pantalla, se
vislumbraba un nombre, que, quizá no hubiese querido ver:
el de su amada esposa. Se apresuró a contestar. En el
vídeo, se veía a un grupo de hombres sujetando con
fuerza a su esposa, poniéndole una daga en el vientre.
Maurice bufó de terror.
119
- Dejaremos a tu "esposa" libre, sin daño alguno, si
dices lo que tienes que decir - dijo el señor Rochefeller. -
Anda, dilo. Di que te casarás con mi nieta. Si no, ya sabes
que sucederá.
El hombre que tenía el cuchillo en el vientre de María José
hizo un ademán de que incrustaría el cuchillo en caso de
una respuesta negativa. Al ver esto, trató de gritar que no
lo hiciera, pero no le salían las palabras. Maurice vio el
rostro de María José a través del celular. Parecía asustada.
Tenía que acabar con ello. Aunque no deseaba dejarla en
ese estado, por ahora, lo mejor para ella, era hacer lo que
el señor le pedía hacer. Pero antes tenía que asegurarse
que no le sucedería nada a María José ni al niño.
- Le diré lo que quiere, sí esos hombres sueltan a mi
amada.
El señor les hizo una señal a los hombres a través del
celular para que la soltaran. Ellos dejaron a María José en
el sillón de la sala, pero no le quitaban la mirada de encima.
Maurice tomó una bocanada de aire.
- Está bien. Lo haré.
- Bien hecho, muchacho. Sabía que serías inteligente
y que tomarías una buena decisión.
- Lo hago sólo porque mi esposa, mi verdadera esposa
y el amor de mi vida, corre peligro, porque si no, jamás
haría algo así. Ahora, quiero que le diga a esos hombres
que salgan de mi departamento y que la dejen tranquila -
dijo Maurice, en un arrebato de rabia.

120
El señor hizo una seña. Los hombres dejaron el celular
de María José en el sillón, junto a ella. Maurice pudo ver
su gesto de terror.
- Bien, entonces organizaré todo para que hagas la
pedida correspondiente y para que empecemos con los
trámites pertinentes.
El señor salió de la oficina de Maurice. Él se apresuró a
tomar su celular. Al ver que la videollamada con María
José había terminado, volvió a llamarle por medio de una
llamada de voz. María José le contestó de inmediato
- ¿Amor? - le dijo ella. Maurice la conocía. Ella estaba
llorando. Se escuchaba asustada.
- Mi vida, ¿estás bien? ¿Te hicieron algo?
- Tengo miedo, mi amor. Mucho miedo.
- Tranquila, corazón. Si sigues así, tendrás otra
amenaza. Iré a verte en seguida. No desesperes. Estoy
contigo en un rato.
Maurice colgó y salió de la oficina corriendo. Bajó al
estacionamiento. Manejó tan rápido cómo le fue posible
para llegar cuanto antes al departamento.

***
9

María José se encontraba leyendo un libro. Ya estaba a


punto de terminarlo. El tiempo le parecía eterno sin que
121
estuviera Maurice con ella. Puso el separador en la hoja
que correspondía. Se levantó del sillón y se dedicó a ver
las fotografías que Maurice había mandado a imprimir. Se
veían tan felices en ellas. Si no hubiese sido por la
amenaza, todo habría seguido de maravilla con su
embarazo. María José se dedicó a hacer caricias en su
vientre y le habló al bebé, diciéndole de todo lo bueno que
vendría para ellos.
Sin embargo, ella calló, cuando escuchó unos pasos
subiendo por las escaleras. Por lo que alcanzaba a
escuchar, eran varias personas. Las pisadas sonaban
bastante fuertes, como si se tratara de alguien rudo. De
pronto, tocaron la puerta de su departamento. Ella se
asustó. No acostumbraba a recibir visitas a esas horas.
Todos sus conocidos se encontraban trabajando y,
cuando salían temprano y querían pasar a verla, le
avisaban. Realmente, no esperaba a nadie. Se apresuró a
ir por su celular para avisarle a Maurice. Pero, en cuanto
estaba por mandar el mensaje de texto, escuchó como
tiraron la puerta de una patada. Ella se asustó, creyendo
que eran asaltantes, sin imaginarse que era otro tipo de
personas mucho peores.
María José trató de esconderse en su recámara. Escuchó
las pisadas de los hombres por todo el apartamento.
Hablaban entre sí. Decían que el jefe los había llamado
para buscar a una mujer.
- Ojalá que esté buena, para poder pasar un muy buen
rato con ella - dijo uno de ellos.
- No seas idiota. Nuestra misión es meterle miedo al
novio de la mujer que estamos buscando. Además, dicen
que la mujer está embarazada. - le respondió otro.
122
María José sintió como se le erizaba la piel. Tenía que
avisarle a Maurice cuanto antes. Borró el mensaje que
había escrito y escribió otro. Pero, en cuanto estuvo a
punto de mandarlo, vio a un hombre frente a ella. Era alto,
moreno. Sonreía maliciosamente, como si quisiera
devorarla con la mirada. Ella conocía esa mirada. Era
parecida a la de Tomasz.
- Chicos, la encontré. - les gritó a los demás.
Los demás hombres llegaron corriendo a la habitación.
María José sentía como el corazón le latía sin parar.
"Maurice, ¿dónde estás cuando te necesito?"
- Vaya, sí que es una mujer preciosa. Lástima que esté
embarazada. Si no, una divertida que nos daríamos ahora.
- No seas imbécil. Tenemos algo que hacer. No
podemos fallarle al jefe.
Entre varios hombres, llevaron a María José a la sala. La
tenían sujeta de los brazos y del pecho, por lo que le era
imposible forcejear. Uno de ellos, el líder, tenía el celular
de María José en la mano y estaba husmeando en él. De
pronto, el hombre encontró lo que buscaba: el número de
Maurice.
- Carl, trae lo que corresponde.
- Ya lo llevo, jefe. - dijo el hombre con un cuchillo en la
mano.
- ¿Qué me van a hacer? - preguntó María José,
asustada
- Nada, si tu marido coopera con nuestro jefe. - dijo el
líder, marcando a Maurice por videollamada.

123
El hombre que sujetaba a María José de las manos
cambió de postura y puso su brazo alrededor del cuello de
María José, como queriendo estrangularla. María José
estaba muy asustada. El hombre llamado Carl puso el
cuchillo al ras de su vientre. "Mi hijo", pensó María José,
aún más aterrada. Vio a Maurice a través del celular. Y de
pronto, sabía de que se trataba el asunto. Lo querían
obligar a que se casara con Regina. Y escogieron la peor
manera. Escuchó toda la conversación entre su esposo y
el señor Rochefeller. Por un momento, pensó en decirle
que no aceptara. Pero tenía miedo por su hijo. Ella no
importaba, el que de verdad importaba era ese pequeño
que llevaba en sus entrañas. Maurice lucía desesperado.
Quería decirle que no tuviera miedo, que todo estaba bien.
Pero no podía hablar del terror. Y efectivamente, su temor
de que Maurice cometiera alguna tontería, se había hecho
realidad, al ver que Maurice aceptaba el trato con tal de
que ella y su hijo estuvieran a salvo.
Los hombres que la tenían sometida, la aventaron al sillón,
en cuanto el señor Rochefeller dio la orden. De pronto,
sintió un poco de alivio. El líder le aventó el celular a un
lado en cuanto Maurice pidió que la dejaran. Los hombres
se fueron del departamento, no sin antes decirle cosas
obscenas a María José. Ella no los escuchó, así como
tampoco quería seguir escuchando lo que decía Maurice.
Acababa de echar todos sus planes a la basura, por el
simple hecho de protegerlos. Sus ojos comenzaron a
empañarse de lágrimas. ¿Qué haría ahora? No podían
regresar a la aldea sin Maurice. Y él ahora tendría que
esperar a que pasara lo peor con Regina para poder estar
con María José como marido y mujer.

124
Su celular timbró. Vio en la pantalla. Maurice. Por una
parte, se alegraba de que pudiera hablar con él. Su voz la
tranquilizaría, aunque fuese por unos instantes. Mientras
estaban hablando, trató de que su voz estuviera firme,
aunque no lo logró muy bien. Deseaba tanto verlo. Poder
estar en sus brazos y que le prometiera que todo estaría
bien. La tranquilizó el hecho de que Maurice fuera a verla.
Pero seguía preocupándole qué haría ahora...

***
10

Maurice llegó al edificio donde se encontraba su


apartamento. Subió los escalones tan rápido como pudo.
En cuánto estuvo frente a su departamento, vio la puerta
tirada. "Cobardes" pensó, refunfuñando. Entró y vio a
María José paseándose de un lado a otro en la sala. Al
verlo, fue rápidamente hacia él, con lágrimas en los ojos.
Él la abrazó con fuerza. Debía sentirse fatal en esos
momentos.
- Mi amor, mi luz...- le dijo Maurice, mientras la
apretaba fuertemente contra sí - lo lamento. Lamento de
verdad que hayas tenido que pasar por esto. No era mi
intención. Si hubiera sabido que te harían esto, lo hubiera
evitado a toda costa. - la separó un poco de sí y le secó
sus lágrimas.
- No tenías porque aceptar. ¿Qué será de nosotros
ahora?
125
- No te preocupes, mi cielo. No durará mucho. No
podría permitirlo. Además, no te dejaré sola en esto. Voy a
estar siempre al pendiente tuyo y del bebé. No les faltará
nada.
- Pero nos faltarás tú. Quiero estar contigo y que
nuestro hijo esté con su padre.
- Te prometo que no va a durar mucho esta situación.
Por ahora, lo más oportuno es que regreses a vivir con tu
madre. Aquí ya no es un lugar seguro para ustedes. No
quiero que pase algo como lo que acaba de pasar. Me
ocuparé de irlos a visitar seguido para que no me
extrañes.
- ¿Si podrás hacerlo?
- Por supuesto que si, mi amor. No podría estar mucho
tiempo separado de ti, ni de nuestro pequeño. Los estaré
cuidando siempre.
- ¿Me lo prometes? - le preguntó María José sujetando
fuertemente las manos de su amado. Él asintió. Poco
después besó su frente.
- Haré tu maleta para que pueda llevarte a casa de tu
madre.
Maurice fue a la habitación. En una valija, puso toda la
ropa de María José. Ella lo miraba desde el umbral de la
puerta. Se veía desesperado y confundido. No quería
hacer eso, pero parecía que no tenía otra alternativa. Se
debatía entre tener a su esposa un tanto lejos y que
estuviera bien, o el tenerla cerca y que probablemente le
hicieran algo malo.

126
En cuanto terminó, la condujo al coche. Metió la valija en la
cajuela. En cuanto ayudó a María José a que subiera al
auto, se subió él también. Una vez dentro, apagó su
celular. No quería que nadie supiera donde dejaría a María
José.
El ambiente del trayecto a casa de Julia estaba tenso.
Maurice no dijo ni una sola palabra. Estaba sumamente
nervioso. Jamás se hubiera imaginado que tan pronto
tuvieran que pasar por una situación en la que corrieran
peligro. ¡Si tan sólo hubieran muerto todos de una buena
vez en la aventura de las sirenas!
Al llegar a casa de Julia, vieron que ella iba llegando
también. “Justo a tiempo”, pensó Maurice. Se bajaron del
auto. Al verlos, Julia hizo un gesto de sorpresa. ¿Ellos ahí?
¿No se suponía que María José no debía salir de casa?
- ¡Qué gusto verte hija! ¿Está todo en orden? -
exclamó Julia, abriendo los brazos para abrazar a María
José. Ella no desaprovechó la oportunidad y se echó a
llorar en sus brazos - ¿qué sucede? ¿Por qué estás así?
¿Pasó algo? - preguntó, separándola un poco de sí.
- ¿Podemos hablar adentro? - preguntó Maurice,
sacando la valija del auto.
Julia asintió. No sabía que estaba pasando. Pero el
aspecto que llevaba María José no era muy bueno. Una
vez adentro, se sentaron en la sala. Maurice le explicó a
Julia lo que había sucedido con detalles. Ella lo escuchaba,
horrorizada, sin poder creer lo que oía. Incluso creía que
se trataba de una mentira. Constantemente, miraba a
María José. Estaba pálida. El susto le había caído mal.

127
- Y queríamos saber, si María José se podría quedar
contigo estos meses, mientras se soluciona todo el
conflicto. Después, veremos que se puede hacer.
- Por supuesto que sí. No hace falta preguntar.
Conmigo, mi hija y mi nieto estarán a salvo. No tienes
porqué preocuparte.
- Gracias, de verdad. Procuraré que no les falte nada
para que nadie esté en apuros por eso. Además, vendré a
verlas a diario para ver como están. - dijo Maurice,
sujetando la mano de su amada.
Tanto Julia, como María José asintieron. Maurice les
comentó que ya debía retirarse. Se levantaron del sillón.
María José sujetó con fuerza las manos de su amado. Por
unos momentos, él la miró. En su rostro, había pena y
angustia. La abrazó con fuerza. "Todo estará bien, mi cielo.
Ahora, estaremos más unidos que nunca. Te amo", le
susurró al oído. Con las últimas palabras se le quebrantó
la voz. Ambos lloraron en el hombro del otro. No podían
renunciar tan fácil a estar cerca del otro. Menos de la
manera en como había sucedido. Estuvieron un rato así.
Casi no tenían momentos como ese, pero eso servía para
unirlos más.
Al momento de despedirse, Maurice la besó en los labios.
Al soltarse, le hizo una caricia en el rostro. Ella se limitó a
esforzarse por sonreír. Pero fue un intento fallido. Sus
facciones se encontraban lo suficientemente contraídas
como para que el gesto espontáneo de la sonrisa pudiera
salir.
Maurice no podía seguir viéndola. Por lo que se subió al
auto y se fue, no sin antes mirarla de nuevo.
128
***
11

Julia le dijo a María José que entrara a la casa. Ella se


había quedado en la puerta viendo como se iba Maurice.
Ahora ya no sabía ni cómo se sentía. Tenía una mezcla de
sentimientos encontrados. Le hizo caso a Julia y se metió.
Su madre la esperaba con los brazos abiertos. María José
se dejó abrazar. Eso la hacía sentir un poco mejor.
- Ven, vamos a acomodar tus cosas en la recámara en
la que te estabas quedando. Te cuidaré mucho para que lo
que falta del embarazo vaya lo mejor posible.
- ¿Mamá?
- ¿Qué pasó, mi niña?
- Quiero irme a casa. Quiero regresar a Corelia y que
nada de esto esté pasando.
Julia la miró con compasión. Aunque ya no lloraba, su
mirada estaba triste. Julia puso su brazo sobre los
hombros de María José.
- No te preocupes, mi niña. Ya verás que pronto
estaremos nuevamente en Corelia y ahí podrás ver a tu
hijo crecer, como creciste tú.
- ¿Lo crees? - preguntó María José. Julia asintió.
Fueron a la habitación dónde dormiría María José. Ahí,
Julia le platicaba algunas cosas para que ella se distrajera
129
un rato. María José se sentó en el borde de la cama. Le
prestaba atención por ratos. Los sucesos de aquel día le
llegaban a la mente y trataban de aturdirla. Si no hubiese
estado al borde de la muerte en la aventura de las sirenas,
estaría aún más perturbada. Pero lo que ahora la tenía
intranquila es que su hijo pudo haber muerto por causas
ajenas a ella. Además, le preocupaba Maurice. O más bien,
se ponía celosa. No le gustaba admitirlo, pues en pocas
ocasiones había sentido algo similar. Sabía que Maurice la
amaba, pero no sabía si esto cambiaría con el paso del
tiempo. Temía que Maurice se enamorara de Regina y se
olvidara de todo lo que habían vivido juntos.
Julia y María José se quedaron platicando un rato sobre
cuestiones del embarazo. Julia le preguntaba sobre todos
los síntomas. Juntas, pensaron en el futuro del niño. ¿O
niña? María José no había pensado en la posibilidad de
que pudiera ser niña y no niño. Si era niña, podía tener
una cómplice de juegos y de alegrías. La idea la llenaba
de emoción. Recordó su infancia con Julia. Siempre fueron
muy unidas. Si el bebé que llevaba dentro resultaba ser
una niña, deseaba que su infancia fuese como la que ella
había tenido.
Al poco rato, llegó Arethusa. Al parecer, se había quedado
a vivir con Julia y se habían hecho compañía. Eso la
alegraba un poco. Al verla ahí, en la habitación, Arethusa
se sorprendió.
- ¿Está todo en orden? - preguntó en el umbral de la
puerta.
- Parece ser que sí - mintió María José

130
- Hubo un problema con Maurice, ¿no es así? -
preguntó la ninfa, acercándose a ellas. Se sentó en el
borde de la cama, junto a María José.
- ¿Cómo supiste? - preguntó ella
- Lo intuí. Se suponía que no debías salir de casa y
que debías estar en reposo absoluto. Si ahora estás aquí,
es por algo. ¿Por qué no me lo cuentas de una vez?
María José hizo lo que Arethusa le pidió. Mientras estaba
narrando lo que había sucedido, en un par de ocasiones
su voz se quebrantó. Entonces, Arethusa y Julia le daban
ánimos, ya fuese haciéndole una caricia en la espalda o
sujetando su mano. Una vez que terminó de contar lo
sucedido, Arethusa se levantó y comenzó a caminar de un
lado a otro. También sospechaba de que hubiese algo o
alguien detrás de esa situación.
- Pues tendremos que esperar a ver como se
soluciona este problema. No sabemos si podamos
regresar sin Maurice. Tendríamos que preguntarle a
Milenna.
- Pero para preguntarle necesitamos el anillo de
Maurice. - intervino María José
- ¿Lo tiene él? - María José asintió. - Maldición. ¿No
dijo cuando volvería a venir?
- Dijo que estaría viniendo diario.
- Entonces tendremos que esperar hasta mañana. Por
lo pronto, espero que esto termine pronto. Lo único que
nos queda hacer es seguir buscando a las demás
personas que faltan.

131
- Llevamos buscando tres meses y no hemos
encontrado a nadie más. - refutó María José.
- Tenemos que intentarlo. Así nunca regresaremos a
Corelia. - Arethusa miró a María José. Tenía cara de
cansancio. - No te desanimes. Saldremos de esta. Pronto
estaremos en los inmensos prados de Corelia. ¿Te lo
imaginas?
María José se imaginó a sí misma paseándose en las
praderas, en las colinas, en los montes y lagos. Todo ahí
era tan bello. Por un momento, su corazón sintió paz y
tranquilidad. Arethusa tenía razón. Tenían que salir de ese
problema, como lo habían hecho antes.
El celular de María José timbró. No se imaginaba quien
podría ser. Vio la pantalla. El doctor Jiménez. Por un
instante no quiso contestar. No quería saber nada del
doctor en esos momentos. Pero el hecho de que no
tomara la llamada, sería un mal gesto de su parte.
- ¿Si?
- ¿Cómo sigues? - preguntó el doctor
instantáneamente.
- Ya mejor, gracias.
- ¿Puedo pasar a revisarte?
- Tal vez en otra ocasión, doctor. Ahorita no estoy en
condiciones de ver a nadie.
- Bien, te marco en la semana para ver que día puedo
ir a verte.
María José agradeció el gesto. Por unos instantes, odiaba
que tanto él, como Lukas insistieran tanto en estar con ella.
132
Era muy molesto y la hacía sentir culpable por no poder
corresponder a sus sentimientos de la forma en que ellos
querían. Pero ¿qué más podía hacer?

***
12

El doctor Jiménez quedó un poco consternado tras la


llamada con María José. Ella no había rechazado ninguna
revisión. De hecho, las aceptaba con gusto. Aunque en
realidad, más que revisar el avance de su embarazo,
quería verla. Hubo algo que le había propiciado la crisis
aquel día. Y quería saber que fue.
Sin embargo, lo que mas le preocupaba era esa obsesión
que tenía por María José. Y es que entre más se negara a
hablar con él o lo evadiera, pensaba más en ella. No podía
dejar de hacerlo. Y no entendía porque sucedía. Quería
sacarla de su mente. Pero siempre que intentaba hacerlo
había algo que le recordaba a ella.
Tras colgar con ella, fue a buscar a uno de sus amigos
más íntimos. Ese amigo era un pintor famoso. Realmente,
siempre que necesitaba un consejo atinado, ahí estaba él.
Tocó la puerta del departamento. Su amigo le abrió la
puerta. Tenía una brocha repleta de tinta violeta en la boca.
Traía puesto un delantal, que también estaba lleno de tinta
de muchos colores.
- Amigo del alma, ¡qué gusto verte aquí! - dijo su
amigo, aún con la brocha entre los dientes.
133
- Necesito un consejo.
- No era para menos. Entra. - dijo el pintor entrando de
nuevo al departamento. - cierra la puerta cuando ya estés
dentro. - cuando vio que el doctor ya estaba adentro, se
quitó la brocha de los dientes. - ¿Y bien? ¿Cuál es tu
problema ahora?
- Una mujer...
- Vaya, mi amigo no se ha cambiado a mi bando. - dijo
sarcásticamente, mientras veía el lienzo que estaba
pintando
- Esto es serio ¿si? - dijo el doctor, un tanto irritado
- ¿Qué fue lo que hizo esta mujer?
- Nada. Ese es el problema. Ella no ha hecho nada.
Pero no sé porque no puedo sacármela de la cabeza.
Estoy vuelto loco por ella. A cada rato me surge la
necesidad de verla, aunque ella ni siquiera me mire. ¿Me
explico?
- ¿Algo así como una obsesión?
- Exactamente. Y no sé como solucionarlo.
- ¿Ya hablaste con ella?
- No puedo hacerlo. Ella está casada y... está
embarazada.
- Mal ahí, amigo. Meterte con una casada es un gran
error. Y dime ¿conoces a su esposo? - el doctor asintió
con un gesto - ¿los has visto juntos? - volvió a asentir -
Ahora dime ¿crees que ella está enamorada de su
esposo?
El doctor se acercó a la ventana.
134
- Lo peor de todo es que si se ve enamorada.
- Entonces hermano, no puedes hacer nada. Tú mejor
que nadie sabe que en estas cosas del amor no se puede
elegir. Si no, todas las cosas serían mucho más fáciles.
- Pero ¿qué hago para quitármela de la cabeza?
- Deja de verla por un tiempo. Conforme pase el
tiempo, verás como se te irá pasando el efecto.
- ¿No debo verla para nada?
- En absoluto. Es mejor así. Vete a un congreso, de
vacaciones, que sé yo. Pero la idea es que te mantengas
lejos de ella.
En ese momento, recibió una llamada telefónica. Era el
coordinador médico. Seguramente se trataba de alguna
urgencia en el hospital. El doctor contestó.
- Necesito que vengas. - le dijo el hombre del otro lado
de la línea
- ¿Pasa algo?
- No es nada. Necesito que te vayas a un congreso por
un mes.
- ¿Un mes?
El coordinador le explico de qué se trataba el congreso y
porque era tanto tiempo. El doctor no dudó un segundo y
aceptó irse. Aunque extrañaría a María José, sabía que
ese tiempo le serviría para reflexionar más sobre sus
sentimientos. Se despidió de su amigo pintor y fue
directamente a su departamento. Empacó unas cuantas
cosas que pudiera usar durante ese mes. En cuánto tuvo
todo listo, fue al hospital por los documentos que requeriría.
135
Cuando ya estaba listo, se fue en taxi al aeropuerto. En el
trayecto, envió un mensaje de texto a María José,
avisándole que estaría fuera.
Ella le respondió, diciéndole que estaría bien.

***
13

Maurice estaba tan embobado viendo la foto que no se


percató que celular llevaba sonando un buen rato. Era el
señor Rochefeller. Por un momento, sintió que lo odiaría
bastante durante esos meses.
- ¿Y ahora qué? - respondió Maurice, un tanto irritado.
- Ya está todo listo para esta noche.
- ¿Qué pasará ésta noche?
- Le pedirás matrimonio a Regina, ¿qué otra cosa
podría pasar? Le mandé un mensaje a mi nieta desde un
número desconocido, diciendo que ese era tu nuevo
número y que la invitabas a salir esta noche. Arreglé todo
para que creyera que era algo realmente importante. Así
que por favor, quiero que te comportes. Quiero que trates
de ser lo más romántico posible. Del demás circo de la
boda me encargo yo. Así que, tu única preocupación es
que esto salga bien esta noche. No quiero que salgas con
idioteces, si no, ya sabes quienes podrían pagar las
consecuencias de tus actos.

136
El señor Rochefeller le colgó. Maurice aventó el celular a
un lado. Maldijo entre dientes lo que estaba sucediendo.
Lo ideal hubiera sido que se hubieran regresado a
Corelia cuando todo esto empezaba. Pero tenía que
dejarse impulsar por esa maldita ambición. Por un
momento, recordó la imagen de María José, el día que le
pidió matrimonio. Se veía tan hermosa ese día. Lo único
que le quedaba hacer ese día era visualizar en el rostro de
Regina a su amada María José. Y así, las cosas
funcionarían.
Se bañó y se puso lo más elegante posible, tal como lo
había hecho el día que le pidió matrimonio a María José.
Recordó la sonrisa que se pronunció en su rostro cuando
él le pidió que estuvieran juntos toda la vida. Y entonces,
en ese momento, él sonrió. Recordar que ella era tan feliz,
lo motivaba a seguir luchando por ella.
Se dirigió al restaurante que le había indicado el señor
Rochefeller. Pidió una mesa para dos. Ahí, esperó a que
llegara Regina. Esperó diez, quince, treinta, cuarenta y
cinco minutos, hasta que llegó. Llevaba puesto un vestido
fucsia. A pesar de que había enflacado bastante los
últimos días, seguía teniendo muy buen cuerpo. Era lo
único que podía elogiar de ella. En cuanto lo vio sonrió.
Se sentó en el asiento de enfrente de Maurice. Él esbozó
una sonrisa, aunque fue demasiado fingida.
- ¡Qué gusto que me hayas invitado! Soy tan feliz de
estar aquí contigo.
- Yo también estoy contento - fingió Maurice - aunque
en realidad, te mandé llamar para otro asunto.
- Si, escucho. Soy toda oídos.
137
- Fíjate que me estoy separando de María José.
- ¿De verdad? Pero, si se veían tan felices juntos...
- Surgieron unos cuantos problemas entre nosotros
que desafortunadamente no tienen arreglo. Pero digamos
que no puedo estar solo por mucho tiempo. y es por eso
que se me ocurrió pedirle a una mujer tan hermosa como
tú que si quería ser mi esposa.
Maurice sacó una caja con un anillo que había comprado
antes de irse al restaurante.
Maurice trató de ser lo más romántico posible, pero con
Regina no le salía serlo. Por más que tratara de
imaginarse a María José en el rostro de Regina, era inútil.
Deseaba que Regina no fuese a declinar la propuesta,
aunque a juzgar por su gesto de alegría y de sorpresa, no
lo haría. Sólo deseaba que no se estropearan las cosas.
No deseaba que su esposa real y su hijo fuesen a sufrir las
consecuencias de aquella decisión.
- Ay, Maurice, eres tan lindo. Por supuesto que si
quiero casarme contigo. Soñé tanto este momento...Te
prometo que seré la mejor esposa del universo. Anda,
pónme el anillo. - Maurice se lo puso - Que mañana
comenzaré a presumirlo por todas partes. Soy tan feliz. Mil
gracias. Bien, me tengo que ir. Que tengo que empezar a
contactar con las agencias que planean las bodas.
Nuestra boda será la mejor boda del año. Nos vemos
mañana en la oficina.
Y sin despedirse ni de beso ni de abrazo, se fue. Maurice
se quedó consternado por el hecho. No le importaba él. De
hecho, iba a ser su objeto para cumplir su objetivo. Se
sintió fastidiado. Y ahora, tenía miedo de que su María
138
José se enterara antes de que él pudiera contarle. Tenía
tanto miedo...

***
14

Al día siguiente, una llamada despertó a María José. Miró


a su alrededor. Todo seguía igual. Corrió las cortinas de la
ventana. Seguía estando en la casa de su madre. Había
una nota, en el mueble que estaba junto a su cama. Su
madre ya se había ido a trabajar. El celular siguió sonando.
No quería contestar. Vio la pantalla. Regina. Seguramente,
ya había sido la supuesta pedida de mano. Aunque ya lo
veía venir, no quería escucharlo. Ese día su humor no era
el adecuado para soportar sus pláticas superficiales de
esa mujer. Lo dejó sonar. Cuando el ruido cesó, María
José volvió a cerrar sus ojos. Lo mejor de todo era que se
rendía con bastante facilidad gracias a su impaciencia. Sin
embargo, el celular volvió a sonar. "A pesar de todo, creo
que alguien no se rendirá hasta que le conteste" pensó
María José. Tomó el celular, respondió la llamada y colocó
el aparato en su oído izquierdo.
- Amiga, necesito contarte algo. Pero primero necesito
que me aclares una cosa.
- ¿Qué cosa?
- Maurice... ayer salió conmigo. Y dice que ustedes ya
no están juntos. ¿Es cierto?

139
- Así es.
- ¡Qué bien! Porque me pidió matrimonio y...acepté.
Y como era de esperarse, María José sintió un golpe en el
pecho. Como si le hubieran dicho que habían matado a
alguien. O como si alguien la hubiera golpeado
fuertemente.
- ¡Pero si apenas lo conoces!
- Ay amiga, pero es el sueño que he tenido toda mi
vida. No podía esperar más. Además, por mi enfermedad
no tengo el tiempo suficiente de buscar a mi príncipe azul.
Pero estoy tan feliz. Quisiera celebrar esto. ¿Podemos
hacer algo para festejar mi compromiso?
- Lo hablamos después.
María José colgó. Se sintió tan triste. Recordó su pedida
de mano, las pistas, la canción que Lukas estaba
cantando en ese momento... Todo había sido mágico.
¿Cómo le habría pedido matrimonio a Regina? ¿Habría
sido tan tierno y romántico como lo había sido con ella?
¿O simplemente lo había dicho así, sin chiste? Se levantó
de la cama y caminó en círculos. alrededor de la
habitación. Creía estar lista para escuchar esa noticia,
pero en realidad no lo estaba. No pensaba que fuera a
pasar tan rápido.
De pronto, recibió otra llamada. Era Maurice. Contestó.
- Ya me contaron lo de tu compromiso. Muchas
felicidades, Maurice - le dijo María José, con la voz
quebrantada.
- Supuse que ya sabrías. Pero, cariño, no es como lo
piensas. Sabes que te sigo amando, ¿verdad? - María
140
José le respondió que si, aunque lo estuviera dudando. -
Prometí amarte el resto de mi vida, y no pretendo morir sin
cumplir esa promesa. Te amo y te amaré por siempre. No
sabes cuánto daría por estar ahí contigo, poder abrazarte,
besarte...
- Yo también quiero estar contigo...
- Hagamos algo, ¿quieres? En cuanto acabe mi turno
iré contigo. Pero tendrás que aguantarte, mi vida. Porque
pretendo apapacharte por las horas en las que hemos
estado separados. - María José rió.
- Está bien, acepto el trato. Pero ¿qué le dirás a
Regina?
- No tiene porque enterarse. - dijo Maurice,
maliciosamente.
- Muy bien, eso me agrada. Te esperaré con ansias.
Se despidieron y ambos colgaron. María José se bañó y
se arregló lo más que pudo. Quería que Maurice recordara
porque se había enamorado de ella. En cuanto estuvo lista,
se dedicó a esperar a que llegara la hora de salida de
Maurice.
***
15

Maurice se encontraba tendido en su cama. Por un


momento, no pudo dormir. Los sucesos de ese día
rondaban por su mente. Todo pasó tan rápido...De sólo
recordar la imagen de aquellos hombres a punto de
141
asesinar a su esposa lo tenían perturbado aún. Recordó
las veces en que estuvo a punto de perderla durante la
aventura de las sirenas. Siempre se presentaba en él el
mismo terror y angustia. Le habían hecho una muy mala
jugada.
Se dedicó a pensar en todos los buenos momentos que
había vivido con ella. Su reencuentro, sus caminatas en el
bosque, cuando le pidió matrimonio, la boda...María José
siempre estaba feliz de estar con él y siempre estaba
atenta a lo que él sintiera. Su relación era de
correspondencia. Los dos sabían que para que su relación
funcionara ambos tenían que estar bien. Y eso era lo que
hacía que funcionara a través de los años. Lo que estaba
a punto de hacer con Regina no podía llamarlo una
relación. Todo recaía en ella. Y lo que a Maurice más le
dolía era que no lo hacía por otra cosa más que por
lástima. Jamás podría sentir por Regina lo mismo que
sentía por María José.
Después de un rato por fin logró conciliar el sueño. Al
principio no soñó nada, pero después vio que se
encontraba en un templo, al pie del altar. Estaba vestido
de gala. Todos sus amigos y familiares estaban ahí. De
pronto, vio a una mujer vestida de blanco en la entrada.
Pudo reconocerla desde lo lejos. Era María José. Tan
hermosa como el día de su boda. Estaba recreando el día
de su boda. Aunque, lo que se le hacía misterioso era que
el lugar de su boda había sido en un lugar al descubierto,
no en un templo como tal. Vio a María José entrando de la
mano de su padre. En cuánto estuvieron frente a frente,
Maurice no dudó en besarla. Pero al separarse de ella, no
vio el rostro de María José sino el de Regina. Se despertó
142
sobresaltado. No quería imaginarse ese momento tan
siquiera. Le causaba pavor. Se levantó y caminó a lo largo
de la habitación para que se le borrara el sueño que había
tenido.
Vio el reloj. Faltaban unos cuantos minutos para que
sonara la alarma. Se levantó de la cama. Se duchó. Se
colocó su traje sin muchos ánimos de ir al trabajo. Se miró
en el espejo. Imaginó que junto a él estaba María José,
recargándose en su hombro, haciéndolo sentir en paz.
Deseaba sentirla así en ese momento y poder acariciar su
vientre para sentir a su hijo moverse. Manejó a la oficina.
En cuánto llegó al escritorio dónde estaba Regina, la vio
hablando por teléfono. De pronto, sintió pánico al
enterarse de que era con María José con quien hablaba.
Entro a su oficina. Al escuchar que Regina había colgado,
le llamó a María José. Escuchar su voz le alegraría el día.
Aunque el tener que darle la noticia, no le causaba la
menor gracia. Y en efecto, Regina ya le había dicho. La
indiferencia que había en la voz de María José le
preocupaba. Tenía que remediarlo. Lo que lo consolaba
era que ella no era orgullosa y se le olvidaban fácilmente
las cosas que tenían como propósito herirla.
Afortunadamente, su teoría no había fallado esta vez. Al
colgar, se apresuró a terminar con sus pendientes para
que pudiera reunirse lo antes posible con su amada.
Al terminar, salió de la oficina. Regina, al verlo salir con
tanta prisa, fue tras él. Maurice sintió que alguien lo seguía
por lo que volteó ligeramente por encima de su hombro.
Regina. Y Maurice intuía que ahora él estaba en
problemas. Se detuvo para esperarla. En cuanto lo
alcanzó, se colocó frente a él.
143
- ¿Te vas tan rápido?
- Si, ya acabé mi trabajo de hoy.
- Bueno, entonces, porque no vamos a comer a algún
lado. Así sirve que platicamos un rato de nosotros dos y
nos conocemos más. Para que no lleguemos en blanco al
matrimonio...
- ¿Te parece si vamos después? Ahorita tengo unos
pendientes que hacer.
Regina hizo una mueca de disgusto. No estaba
acostumbrada a que le rechazaran una invitación. Maurice
lo solucionó, dándole un beso en la mejilla. Tras esto, se
fue. Regina se quedó viéndolo de lejos. Entonces, regresó
a su escritorio. Desbloqueó su celular. Pronto, comenzó a
localizar la ubicación del celular de Maurice. Aún marcaba
que estaba en la oficina. Tenía que esperar a que saliera.
Maurice apagó los dos celulares, tanto el que le pertenecía
a él, como el que el señor Rochefeller le había dado para
que se comunicara con Regina. No deseaba que supieran
donde estaba.

***
16

María José esperaba a Maurice mientras leía un libro que


su madre tenía en su casa. Era una de las pocas cosas
que podía hacer en su incapacidad. Aunque llevaba pocos
días sin trabajar, extrañaba el hospital. Últimamente, se
144
ponía a pensar en los pacientes con los que comúnmente
trataba. Todos habían sido muy amables y le agradecían
mucho cuando los daban de alta. Recordó a los que
seguían allí, a los que reincidían y volvían a internarse. En
todos ellos, había un sentimiento común: la incertidumbre.
Ella acostumbraba darles palabras de aliento para que se
sintieran mejor, sin pensar que en algún momento ella
también las requeriría. Arethusa y Julia trataban de
animarla constantemente, cosa que ella agradecía
infinitamente. Además, estar con alguien de su familia le
agradaba bastante.
Julia llegó del trabajo y vio a María José, sentada, leyendo
el libro. Se veía muy linda. Pero no comprendía porque se
había arreglado.
- Ya estoy aquí, hija. - María José volteó a verla.
- Me da mucho gusto, mamá. - dijo, levantándose del
sillón y yendo hacia ella para saludarla.
- No te levantes, no hace falta.
- No te preocupes, necesito estirar las piernas. No
puedo estar todo el tiempo sentada o acostada. - Julia le
sonrió.
- Está bien, hija, pero en un rato vuelves a sentarte. No
quiero que vuelvas a tener problemas con el embarazo.
Recuerda que debes cuidarte. De ti depende mucho que el
niño nazca bien.
- Lo sé. Muchas gracias por preocuparte por mí y por
el niño. - dijo María José, con una sonrisa en el rostro.
- Sabes que lo hago con mucho cariño. - Julia le hizo
una caricia en el rostro y después fue hacia la cocina - por
145
cierto, te ves muy linda hoy. ¿A qué se debe que te hayas
esmerado en arreglarte hoy?
- No pasa nada. Es que Maurice dijo que vendría a
verme. - dijo María José, ruborizándose e inspeccionando
las uñas de sus manos. Siempre que se emocionaba hacía
algo por el estilo.
- ¡Qué gusto! Parece que si va a cumplir lo que dijo.
- Lo hará. Estoy segura.
María José fue a ayudarle a Julia a hacer la comida. Tenía
una sonrisa fija en el rostro. El hecho de que volviera a ver
a Maurice, la emocionaba bastante. Aunque la noticia que
le había dado Regina en la mañana le había disgustado, el
que Maurice quisiera verla otra vez la entusiasmaba
demasiado.
- ¿Sabes? Vi una nota en el puesto de periódicos en la
que hablaban de Maurice. - dijo Julia, moviendo el agua
que estaba en la olla. María José se imaginaba a qué iba
su madre.
- Así es. Anoche le pidió matrimonio a esa chica.
- ¿Él te lo dijo?
- No, fue ella. Me llamó en la mañana para decirme.
- Debe ser muy cínica para haberlo hecho sabiendo lo
que hay entre Maurice y tú
María José calló. Aunque ella también pensaba lo mismo,
no quería hablar mal de Regina.
- No lo sé, pero Maurice dice que me sigue amando a
mí. Por eso, no quiere dejar de venir.

146
- Eso habla bien de él. Aunque esperemos que esa
muchacha no quiera absorberlo demasiado.
María José calló nuevamente. No quería decirle que ella
también pensaba lo mismo. Recordó las veces en que
había ido a ver a Maurice a la oficina. Regina no le quitaba
los ojos de encima a Maurice. Y se ponía en poses
extrañas cuando estaba frente a él. Maurice parecía no
hacerle caso, pero en una ocasión si le comentó, entre
risas, que su actitud era extraña. Por lo que María José no
se preocupaba al respecto. Pero ahora, tenía miedo de
que lo fuera a celar demasiado.
De pronto, escucharon que alguien tocaba la puerta.
"Debe ser Maurice", le dijo María José a Julia. Se apresuró
a ir a la puerta. En efecto, no se equivocó. Cuando abrió,
vio a Maurice recargado en la pared. Se había quitado la
corbata y el saco. Lo observó de pies a cabeza. La camisa
se ajustaba perfectamente a su musculoso cuerpo, al igual
que el pantalón. Maurice también la observó. Por eso le
encantaba avisarle que iría a verla. Siempre se esmeraba
en lucir perfecta. Aunque también prefería verla al natural,
no dudaba que cuando se arreglaba se veía más hermosa
que nunca.
- Mi amor - dijo Maurice, abrazándola fuertemente - te
extrañé tanto. Dormir solo ya no es lo mismo.
- Lo sé, cariño. Yo también te he extrañado muchísimo.
Me haces...
Maurice la besó tiernamente, sin dejarla terminar de hablar.
María José lo abrazó con fuerza. Él le correspondió. Pero
se detuvo de pronto, ya que sintió un golpe en el interior
del vientre de su amada.
147
. ¿Qué fue eso, amor? - preguntó Maurice, asustado.
- ¿Qué cosa?
- Sentí un golpe dentro de tu vientre
- Fue nuestro pequeño. Desde qué llegaste, no ha
dejado de moverse. Le agradas bastante.
- No más de lo que tú a mí, cariño. - Maurice la besó
una vez más - ¿entramos?
María José lo dejó entrar. Él esperó a que María José
cerrara la puerta. En cuánto lo hizo, volvió a abrazar.
- ¿Estás sola, mi amor?
- No, está mi madre conmigo. - dijo María José. Al oírlo,
Julia salió de la cocina para ir a saludarlo.
- Hijo, qué gusto me da que hayas venido.
- No podía no hacerlo. Tengo que estar al pendiente
de mis amores - dijo, acariciando el vientre de María José
- Me alegra. Siéntense, chicos. En un momento está la
comida.
Ambos le hicieron caso a Julia. Maurice se colocó muy
cerca de ella. Tomó su mano y comenzó a hacerle caricias.
Ella lo miró. Se veía relajado. Prefería verlo así, que como
lo vio el día anterior. Suponía que debía estar pasándola
difícil por lo de Regina.
- ¿Sabes? - preguntó Maurice - estar contigo es
mucho más llevadero.
- ¿Ah si? ¿Por qué lo dices? - preguntó María José.
Sabía de qué iba a hablar Maurice, por lo que tomó una
bocanada de aire para estar lista.
148
- No lo sé. - dijo Maurice, agachando la mirada
María José comprendió que había algo que él quería
decirle, pero que no se animaba a decir. Le levantó la cara
y la giró hacia si para que pudiera verlo de frente.
- ¿Hay algo que quieras decirme?
Maurice sonrió. María José lo conocía mejor de lo que
esperaba.
- Nada, es sólo que lo que pasó anoche fue muy
desagradable. No podía dejar de pensar en ti mientras
hacía lo que mi jefe me había ordenado.
- ¿Fuiste tan romántico como lo fuiste conmigo? - dijo,
acariciando el rostro de Maurice.
- Jamás. No hubiera podido hacerlo. Romántico y
cariñoso sólo puedo hacerlo contigo. - María José se
sonrojó.
- Me imagino que es por costumbre.
- No es costumbre. Es amor verdadero. Y sólo lo
siento hacia ti. - dijo, acariciando la barbilla de María José.
Ella sólo se limitaba a sonreír.
Maurice besó su mejilla. Pero a comparación del beso que
le había dado a Regina horas atrás, este era más cálido,
más sencillo y sincero. María José le sonrió y lo llevó hacía
si para abrazarlo. Él no puso resistencia y recostó su
cabeza en el pecho de María José. Ella se dedicó a
hacerle caricias en la espalda.
- Ya está la comida - anunció Julia.
Maurice se incorporó. Se levantó rápidamente y ayudó a
María José a que ella se levantara también. Ambos se
149
sentaron a la mesa. En esos momentos, llegó Arethusa y
se sentó a comer con ellos.

***

17

Al terminar todos de comer, Arethusa se quedó mirando


fijamente a Maurice. Después, preguntó:
- ¿Y bien? ¿Qué haremos ahora? ¿Seguimos con los
planes de regresar a Corelia o nos quedaremos a vivir
aquí?
- Debemos regresar a Corelia. Ya no aguanto más
estar en este lugar. - dijo María José
- Sea lo que sea que hagamos, debemos esperar a
que María José dé a luz. Que marchemos en su estado
podría hacerle daño al bebé. - dijo Maurice
- Pero, amor, todavía faltan tres meses para que nazca
nuestro hijo. Es mucho tiempo.
- Pero antes que nada está tu seguridad, hija. No
sabemos con qué nos vayamos a enfrentar en nuestro
regreso a la aldea. Maurice tiene razón. Es muy peligroso
que nos vayamos así como estás.
- En ese caso, necesitaremos preguntarle a Milenna su
opinión. No sabemos como estén las cosas por allá. - dijo
Arethusa
150
- Me parece buena idea - respondió María José,
fastidiada de que no pudieran marcharse únicamente por
su embarazo.
Maurice sacó su anillo de la bolsa del pantalón. María José,
en cambio, lo quitó de su dedo. Los juntaron. Salió la
misma llama de fuego que se apareció la primera vez que
los juntaron.
- ¿Qué sucede? Nos tienen vigilados aquí. No pueden
estar llamando a cada rato. - dijo la bruja, en voz baja
- Queremos saber qué debemos hacer en cuánto
estemos listos para irnos.
- Necesitan estar en un lugar solo. He establecido una
casa en el bosque donde nadie podrá encontrarlos. Está
en una caja invisible en la que sólo ustedes podrán entrar.
Tienen que ir allí. Para eso, todos tienen que estar seguros
de esto.
- Si hay alguno que no quiera regresar aún ¿podrán
regresar los demás? - preguntó Maurice.
- En tu caso, Maurice, necesitamos que regreses.
Puede faltar cualquier otra pieza del juego, pero tu no.
- ¿Y si aún no encontramos a los demás?
- Si los buscan y no los encuentran, me encargaré de
que ellos lleguen. Claro, después de que ustedes lo hagan.
No quiero que ambas partes se esperen mucho tiempo.
- María José no tarda en dar a luz a mi hija.
¿Podríamos esperar a que nazca?
- Si así lo desean.

151
- ¿Qué está pasando en la aldea? -preguntó María
José, angustiada.
- La están haciendo trizas. Por eso necesito que todos
regresen cuanto antes. Pronto ya no quedará nada.
Alguien viene. Apresúrense. No tarden mucho tiempo.
Cuando estén listos, vuelvan a juntar los anillos.
La llama se apagó, dejando un trozo de papel en el suelo.
Julia lo recogió y se lo entregó a Arethusa.
- Son las indicaciones para llegar a la casa en el
bosque. - dijo Arethusa, al ver la dirección y un pequeño
mapa.
- Están destruyendo nuestro hogar - dijo María José,
angustiada
- No creo que la destruyan por completo. No son tan
tontos como para acabar con ella. Quienquiera que sea,
tiene un plan y está llevándolo a cabo perfectamente. Por
lo pronto, nos queda esperar a que la pequeña criatura
llegue al mundo. - dijo Arethusa
- No creo poder esperar tanto.
- Amor, ya estás en la recta final. Además, el tiempo se
pasa bastante rápido.
- Es verdad, hija. No puedes arriesgar tu vida y la de la
niña.
- Mientras pasa el tiempo, continuaremos con nuestra
vida cotidiana de este lugar.
- Bien. Si no queda de otra. - dijo María José con una
mueca de disgusto.

152
- Vamos, amor. No será tan malo. Además, estaremos
esperando a nuestro pequeño.
- O pequeña. - dijo María José
- Cierto. Aún no lo sabemos. ¿Cuándo crees que nos
digan?
- Ya deberían decirlo en la próxima cita.
- ¿Y cuándo es, por cierto?
- Debe ser por estos días. Le preguntaré al doctor.
María José le escribió un mensaje de texto al doctor
Jiménez para preguntarle, al que él le respondió en
seguida, como si estuviera esperando tener noticias suyas.
El doctor respondió que debía ir a consulta al día siguiente,
pero que pasaría con otro doctor, pues él estaba en el
congreso. María José recordó que el doctor le había
avisado, y se sintió culpable.
- ¿Y bien?
- Debo ir mañana.
- Está bien. Pasaré por ti para llevarte.
- No es necesario, estaré bien.
- Déjame hacerlo, ¿si? Estoy ansioso por saberlo.
María José cedió. Maurice se quedó toda la tarde con ellas.
Pero, cuando se percató que el sol estaba por ocultarse,
decidió irse.
- ¿Nos veremos mañana? - preguntó María José,
acompañándolos a la salida.
- Por supuesto, amor. - Maurice la abrazó - te amo. Me
preocupas.
153
- Estaré bien, cariño. Te amo más. - lo besó y lo
despidió desde la puerta.

***
18

En cuanto estuvo cerca de su departamento, Maurice


prendió los dos celulares. No se extrañó que tuviera
muchos mensajes en ambos. En el que le había dado el
señor Rochefeller, la mayoría eran de Regina preguntando
sobre su paradero. En su celular personal, eran de su
madre y de su hermana, los cuáles decían que se querían
comunicar con él, que en cuanto viera los mensajes se
comunicara con ellas. Al recordar que su madre y su
hermana no sabían nada al respecto, se sintió culpable.
Ya se podía imaginar el alboroto que armarían en cuanto
él se comunicara con ellas.
Entró al departamento. Una vez dentro, se sentó en la sala.
Ahí, se comunicó con Donna. Ella contestó su llamada al
instante
- ¿Dónde te has metido y por qué traes apagado el
celular?
- Perdón, mamá. Estaba con María José y no podía
dejar que nadie supiera donde estábamos.
- ¿Cómo? ¿No están juntos?
- Es muy largo para contártelo por teléfono.
- Está bien. Voy al departamento en seguida.
154
En un cuarto de hora, Donna ya estaba tocando la puerta
del departamento. Maurice le abrió. Ella, al verlo, lo
abrazó.
- Pasa, mamá.
Donna se sentó en el sillón de la sala.
- ¿Te ofrezco algo de tomar?
- No, hijo. Estoy bien. Ven a contarme qué está
pasando. Vi la nota en los periódicos de una supuesta
boda entre tú y una chica llamada Regina.
- Nos amenazaron, mamá. Por eso tuve que hacerlo.
- ¿Amenazarlos? ¿Quién?
Maurice le contó todo, desde la propuesta del señor
Rochefeller, hasta la llegada de los hombres al
departamento y la huida a casa de Julia. Donna lo miraba
preocupada. Lo que habían vivido su hijo y María José
parecía sacado de una película de terror. No podía
entender que clase de mente tan retorcida había planeado
eso. No lograba explicarse como, habiendo tantos
muchachos apuestos, jóvenes y buenos partidos, por qué
tenían que forzar a su hijo a tomar una decisión como esa.
Realmente, ni él, ni María José, ni la criatura que cargaba
en sus entrañas, lo merecían. Tan sólo bastaba ver el
gesto de tristeza y preocupación de Maurice para
comprobar que no la estaba pasando nada bien. Cuando
él terminó su relato, Donna lo abrazó.
- Ay, hijo. ¿Si podrás con esto?
- No lo sé, mamá. No sé si pueda fingir mucho tiempo
amar a otra mujer que no sea mi María José. Bien sabes

155
que ella es el amor de mi vida y estar así no creo que nos
venga bien a ninguno de los dos.
- ¿Y qué haremos con los planes de regresar a Corelia?
¿Se acabaron?
- Justamente, hace rato hablábamos de ello.
Esperaremos a que nazca el bebé para irnos. Así no
arriesgaremos la salud de María José, ni la del bebé.
- Entonces, ¿seguirás con los planes de la supuesta
boda?
- Por lo pronto, si.
- Pero hijo, serás muy infeliz.
- Prefiero ser infeliz unos meses, a ser infeliz el resto
de mi vida. No quiero que le hagan daño a mi esposa. Si
supieras la angustia que sentí al verla nuevamente al
borde de la muerte, entenderías a que me refiero.
Donna lo miró con ternura. Maurice estaba al borde del
llanto. Ella lo abrazó. No le gustaba verlo sufrir de esa
manera. Pero tenía razón. La vida de María José corría
peligro. Y nada bueno saldría de eso si ahora se negaba.
En cuánto lo dejó más tranquilo, se marchó. Y Maurice
volvió a quedarse solo. En cuanto se fue a la cama, se
llevó consigo el portarretratos donde estaba su foto con
María José. Se colocó la pijama, se metió a las cobijas y
metió el portarretratos. Así, abrazando la foto, imaginó que
se trataba de María José y quedó profundamente dormido.

***

156
19

Al día siguiente, se fue a trabajar, como era su costumbre.


Sin embargo, su humor era más alegre que el del día
anterior, ya que había recibido un mensaje de María José
dándole los buenos días y deseándole que tuviera un
excelente día. Se fue a trabajar. Sin embargo, su buen
humor no duró mucho. Regina lo estaba esperando en la
puerta de su oficina, con gesto de enojo. Estaba en
problemas.
- ¿¡Por qué no me contestas las llamadas!? - gritó
furiosa.
- No armes un escándalo. Entra a la oficina y
hablamos civilizadamente. - ella entró y se quedó de pie.
Maurice cerró la puerta.
- Contesta ahora. ¿Por qué no me respondiste las
llamadas ni los mensajes? - preguntó Regina ahora con un
tono más bajo
- Se me acabó la pila y no tenía cargador a la mano. -
mintió Maurice, quien ya se había sentado frente al
ordenador, fingiendo que no pasaba nada.
- Para eso tienes el celular de la oficina. ¡Tienes que
responderme cuando yo te hable! - respondió Regina,
gritando nuevamente.

157
- Ya te dije que no tenía batería. ¿Cómo quieres que te
responda si mi celular no tiene pila?
- ¿Te estás burlando de mí?
- En absoluto - dijo Maurice, viendo al ordenador.
- Quiero decirte que debes estar a mi disposición
cuando yo te necesite.
- No soy tu títere. - respondió Maurice, algo molesto.
No quería responderle así, pero no pudo evitarlo.
- Bien, pues sí no eres un títere, al menos compórtate
como el prometido que eres y pasa un segundo conmigo
siquiera.
- ¿A qué quieres llegar con esto?
- Hay una cita muy importante a la que ambos
tenemos que ir. Y no quiero que faltes. Por ningún motivo.
- ¿Cuándo es?
- Hoy en la tarde. - Maurice maldijo entre dientes. La
cita médica de María José.
- ¿Cuánto va a durar?
- Un par de horas.
- Está bien. Lo haré con tal de que dejes de hacer tu
teatrito en mí oficina.
Regina salió furiosa. En cuanto se fue, Maurice aprovechó
para enviar un mensaje de texto a María José, avisándole
lo ocurrido. Ella, al leerlo, le respondió: "¿Puedes hablar?".
Maurice sonrió. Ella siempre tan atenta con él y su estado
de ánimo. "Por ahora no. Regina está afuera. No quiero
que escuche nada. Veré si puedo pasar a verte rápido,
158
antes de ir con Regina. Necesito verte. Aunque sea un
rato". María José, al leerlo, quedó preocupada. Esa era
una relación demasiado enfermiza. Lo que la consolaba
era que la suya no era así. "Está bien. Te esperaré con
ansias." respondió María José, acompañándolo con un
símbolo de corazón. Maurice sonrió al verlo.

***

20

A la hora de comida, y viendo Maurice que Regina no


estaba afuera, salió corriendo al estacionamiento. Esa era
una excelente oportunidad para ver a María José.
Desconectó el Internet de ambos celulares para que no
pudieran localizarlo.
En cuánto llegó a casa de Julia, tocó la puerta. María José
le abrió. Maurice se le fue encima, llenándola de besos.
Sabía que esa era una de las formas que usaba
últimamente para calmar sus emociones. Ella lo dejó
seguir, sin decirle nada. Pero en cuánto vio que la
recostaba en el sillón, lo detuvo.
- Amor, tranquilo. Ya pasó. Todo está bien. - al ver que
seguía, lo detuvo, poniendo sus manos sobre sus hombros

159
- basta. Suficiente. No me gusta que te pongas así. Y lo
sabes.
Maurice se tranquilizó. Le ayudó a incorporarse. Ella lo
abrazó, para ayudarle a calmarse. En cuanto vio que
estaba tranquilo, le preguntó sobre lo que había sucedido
con Regina. Él le contó todo. María José lo escuchó,
atenta. Sabía que eso pasaría pronto.
- Te lo juro, amor. Se puso frenética. - le dijo Maurice,
con cara de fastidio.
- Y entiendo que lo haga. Si a mí me hubieras hecho lo
mismo, me hubiera puesto igual o peor. - le dijo María José
sujetando su mano.
- Contigo es diferente...
- ¿Ah si? ¿Por qué tendría que ser diferente?
- Porque tu te preocupas por mí. Regina no. Ella sólo
se preocupa por sí misma y porque su evento salga bien.
- Así son las cosas en una boda, cielo.
- Pues que yo recuerde, tú nunca te pusiste así. -
María José sonrió.
- Porque sabía que todo saldría bien porque nos
tendríamos el uno al otro.
- Ese es el problema con Regina. Ella sólo quiere
lucirse. No le importo yo, ni nadie. Sólo quiere ser el centro
de atención. Y eso no está bien, porque el matrimonio es
de dos, no de una sola persona.
- Pero ese no es un matrimonio como tal. Lo sabes,
¿verdad?

160
Maurice sonrió. Vio la mano de María José que estaba
sobre la suya. Aún tenía puesto su anillo.
- Lo sé. Realmente, estoy casado con la mujer más
hermosa del universo entero.
María José rió. Especialmente, porque ese día no se había
esmerado suficiente en su arreglo personal. Tenía su
cabello recogido en un chongo mal hecho, y aún no se
había maquillado. Sólo traía un poco de labial en los
labios.
- Lo dices el día que luzco fatal.
- Porque para mí siempre luces preciosa.
María José besó la mejilla de Maurice. En ese momento, el
celular de Maurice sonó. Era Regina. Volvió a fastidiarse.
- ¿Ves lo que te digo? Está loca...
- No digas eso, cariño. Contesta, anda.
Maurice obedeció. Contestó a regañadientes. Puso el
altavoz para que María José escuchara la conversación.
- ¿Qué sucede?
- ¿Me puedes explicar en dónde te metiste?
- Tuve que salir de urgencia. En un rato regreso a la
oficina.
- Nada de en un rato. Te quiero aquí ahora. Mi abuelo
quiere verte.
- Está bien. Ahorita voy para allá.
Colgó. Miró a María José. Parecía divertida con lo que
acababa de escuchar. Maurice respiró hondo. Antes de
que pudiera decir algo, María José se levantó.
161
- Vamos, amor. Tienes que irte.
- ¿Puedo venir a verte al rato?
- Siempre puedes venir. Nada más falta que tu jefa te
deje - dijo María José, entre risas. Maurice bufó.
- ¿Sabes que es lo que más me pesa de esta situación?
Que no podré acompañarte a tu cita médica.
- No te preocupes, cariño. Te mantendré al tanto
- ¿Segura? - María José asintió. - De cualquier modo,
le pediré a mi madre que te lleve a la cita.
- No es necesario, cielo. Me acompañarán mi madre y
Arethusa.
- Pero, para que no tengan que gastar en taxis. Vamos,
déjame consentirte con eso.
- Está bien.
- Hablaré con mi madre para que pase por ustedes en
un rato. Me llamas en cuánto sepas el sexo del bebé.
- Lo haré. - dijo María José, acompañándolo a la
puerta. Lo examinó rápidamente. No podía irse así. - Amor,
espera. - María José lo detuvo. Limpió el labial que estaba
alrededor de los labios de Maurice y le ayudó a fajarse la
camisa dentro del pantalón. - Listo. Así no levantarás
sospechas.
Maurice se despidió de ella con un beso en la mejilla.

***

162
21

Cuando iba manejando, Maurice llamó a su madre. Seguro


estaría encantada de ir con María José.
- ¿Si, hijo?
- Mamá, quería pedirte un favor. ¿Podrías llevar a
María José al doctor? Tiene cita para ver como viene el
bebé.
- Por supuesto que si. Será un placer. Mándame su
celular para que me pueda comunicar con ella.
- Gracias, mamá. Eres un encanto.
Al llegar a la oficina, Maurice envió el número de María
José a su madre. Se bajó del auto. Al llegar a su oficina,
vio que ahí estaba el señor Rochefeller, inspeccionando
cada rincón.
- Una disculpa. Tuve que salir y aproveché la hora de
comida para hacerlo.
- No tengo inconveniente en que salgas. Pero mi nieta
está entusiasmada con la boda y quiere que todo salga
bien. Ayer me llamó varias veces para ver si no sabía
sobre tu paradero. Al parecer les iban a tomar unas
fotografías a ambos y tuvo que cancelar la cita porque no
estabas tú.
- Una disculpa...
- No hace falta que te disculpes. - interrumpió el señor
- sólo quiero que hagas lo que mi nieta te pide.
163
- Pero señor, también tengo otros asuntos que
atender.
- Sólo es un rato. No será de por vida. Hazlo ¿si? - dijo
el señor Rochefeller
Después, salió de la oficina de Maurice. Él se sentó frente
al ordenador. Masajeó su sien. Sacó su celular. Vio la foto
de María José que tenía como fondo de pantalla. Al verla,
sonrió. "Sólo por ti hago todo esto". Regina abrió la puerta
de golpe.
- Tenemos que irnos. - dijo Regina, después volvió a
cerrar la puerta.
Maurice se puso de pie. Tomó su saco. Poco después,
salió de la oficina. Regina lo esperaba frente al elevador.
Maurice la alcanzó. Juntos bajaron al estacionamiento.
Maurice le abrió la puerta del auto para que pudiera
subirse. Ella se subió sin agradecer. Maurice hizo una
mueca de disgusto. Al menos María José tenía mejores
modales. Durante todo el trayecto, Regina no dejó de
hablar de ella, de sus logros, de sus amistades y de sus
aficiones. Maurice únicamente escuchaba. El monólogo
era bastante repetitivo. Lo único que deseaba saber era
cómo estaría María José en ese momento.

Donna llegó a la hora prevista. Violeta iba con ella.


También estaba ansiosa de saber el sexo de su sobrino.
María José, Julia y Arethusa las estaban esperando en la
puerta. Se subieron al auto. María José les dio las
indicaciones para llegar al hospital. En cuanto llegaron, se
bajaron del auto y entraron, mientras Donna iba a

164
estacionar el auto. ¡Cuánto extrañaba ese lugar! Letty la
vio a lo lejos y corrió hasta donde estaba para abrazarla.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto verte! ¡Te hecho mucho de
menos aquí!
- Yo también te extraño mucho amiga. Si supieras
cuanto extraño venir aquí todos los días.
- Pero es para cuidar de ese pequeñito que llevas
dentro. Por cierto, ¿cómo va el embarazo?
- Bien, con algunos problemitas, pero bien.
- ¿Vienes a cita? - María José asintió - déjame ver si el
doctor Arellano está disponible. Ya ves que el doctor
Jiménez está en un congreso.
- Si, me lo comentó.
Letty fue a un consultorio. Mientras tanto, María José y sus
acompañantes esperaron sentadas. Mientras Letty
preguntaba, varios pacientes del hospital iban y venían.
Muchos de ellos reconocían a María José y la saludaban
cordialmente. Otros, le preguntaban por el embarazo. Ella
les respondía siempre con una sonrisa. Letty se acercó a
ella y le dijo que ya era su turno para pasar a consulta.
María José y sus acompañantes entraron con ella.
El doctor las saludó cordialmente. Revisó el expediente de
María José y las anotaciones que el doctor Jiménez había
hecho. Después, procedió a conectar las máquinas. Puso
los cables correspondientes en el vientre de María José.
En la computadora del ultrasonido se veía la figura del
bebé.
- Viene muy bien el bebé. No se le ve ningún
problema.
165
- Doctor, ¿cuándo podremos saber si es niño o niña? -
preguntó María José.
- Pues ahorita ya. Como lo veo, estás esperando a una
linda y hermosa niña.
María José se entusiasmó. Una niña. De ahora en
adelante tendría una cómplice de alegrías y travesuras. Un
par de lágrimas rodaron por sus mejillas. El doctor le hizo
las recomendaciones pertinentes. Julia y Donna
bombardearon de preguntas al doctor sobre los cuidados
que tenía que tener María José.
Salieron del hospital y fueron a comer para festejar.

***
22

- ¡Es niña! ¡Es niña! - gritó efusivamente Violeta


cuando Maurice le respondió la llamada.
- ¿De verdad?
- Si, acabamos de salir del consultorio del doctor. La
niña está muy bien de salud. De hecho, viene mejor de lo
que se espera gracias a los cuidados que ha hecho María
José.
- ¡Qué felicidad! ¿Puedo hablar con ella?
- Claro. - Violeta le dio el teléfono a María José - te
hablan
- ¿Si? - contestó María José.
166
- Hola, "mejor amiga".
- ¿Cómo va tu compromiso?
- Bastante aburrido, diría. Preferiría estar contigo para
ver por mis propios ojos la figura de mi niña. - hizo una
pausa - ¿a dónde irán después?
- Tu madre nos invitó a comer para celebrar que
nuestra hija viene sana.
- Entiendo. ¿Puedo pasar a verte a tu casa más tarde?
Quisiera estar contigo un rato.
- Claro, en cuanto regresemos, te aviso.
- Gracias, muñeca.
Ambos colgaron. Regina estaba detrás de Maurice,
esperando una explicación.
- Era mi hermana. Acompañó a María José a su
consulta con el doctor. Dice que el bebé que espera es
niña. Supongo que María José está feliz por eso.
- ¿Por qué le dijiste "muñeca"?
- La costumbre. Es todo.
- No te creo. - dijo, empezando a ponerse histérica.
Maurice se percató de esto y trató de calmarla.
- No estoy mintiendo.
Hizo una pausa para intentar calmarse. No le convenía
estar alterada. Maurice no estaba seguro de querer
casarse con ella y si se ponía a dar escenas de celos, los
planes de la boda y de una vida feliz se vendrían abajo.
Además, no podía negarle el derecho de saber el estado
de su hijo. Al final de cuentas, seguía siendo el padre de
167
aquella criatura y hasta que ella no le diera un hijo, no
podía exigirle nada. Aparte, Maurice seguía teniendo una
relación de amistad con María José y no podía prohibirle
verla. Al menos, no por ahora.
- ¿Sabes? Creo que tendremos que programar la
boda para después ¿no crees?
- ¿Por qué?
- María José ya está en la recta final del embarazo. Y
quiero que sea una de las damas principales. Creo que
debemos esperar a que dé a luz para qué no este
incomoda con su vientre tan grande.
Maurice estaba en shock. ¿María José dama de honor?
Eso era ridículo. No podía hacerle eso. Ella no podía ser
dama de honor a sabiendas de que alguna vez ocupó el
lugar de Regina. Sin embargo, no dijo nada, por temor a
que Regina volviera a acusarlo con el señor Rochefeller.
- ¿Segura?
- Si. Además, me tienen que ajustar el vestido. He
adelgazado mucho en los últimos meses. Supongo que es
por la enfermedad. - hizo una pausa - ¿nos vamos?

***
23

Después de unas horas, Maurice persuadió a Regina para


que regresaran a casa, para que pudiera "descansar". La
168
verdad es que estaba ansioso por ver una vez más a
María José. Más ahora con la noticia del sexo del bebe.
Tras dejar a Regina, le llamó a Violeta.
- Hola hermanita. ¿Cómo van?
- Perdóname, se me olvidó avisarte. Llevamos buen
tiempo en casa de María José. Todavía estaremos aquí un
rato más, por sí quieres venir.
- Bien, voy en camino.
Manejó hasta casa de Julia. Tocó el timbre. Arethusa le
abrió. Cuando entró, vio a María José, sentada en medio
de Donna y de Violeta. Ellas acariciaban su vientre con
dulzura. Cuando lo vieron, Donna se levantó y se sentó en
otro lugar. María José le hizo una seña para que se
sentara a su lado.
- Mi amor... Que hermosa noticia. - le besó los labios
de María José.
- Tu hija viene bastante bien. Dice el doctor que no
tendrá ningún problema de salud. - le dijo Violeta.
- Será tan sana como su madre. - dijo Julia
- Tienen que pensar un nombre para la pequeña. - dijo
Donna.
- Será una decisión difícil. - dijo Maurice. - creo que
dejaré que la madre escoja el nombre.
- No, hijo. Es una tradición que entre los dos escojan el
nombre.
- Bueno, en ese caso, ya tendremos tiempo de
escogerlo después. ¿O no, preciosa?
169
- Si, cariño.
Maurice sonrió. Realmente, agradecía que María José
fuese tan diferente a como era Regina. Era mucho más
noble. Violeta se acercó a ellos. Le gustaba ver a su
hermano sonreír de corazón. Donna le contó lo que había
pasado. Realmente, no la estaba pasando nada bien.
- ¿Qué haremos ahora? - preguntó Violeta
- Esperaremos a que nazca. Es nuestra mejor opción,
por ahora. - respondió Maurice.
- No eres feliz. ¿Quieres estar así estos meses?
- No nos queda de otra. No quiero que le hagan daño
al amor de mi vida. El señor Rochefeller tiene el poder
para que con un chasquido todo se haga como el dice.
- ¿No crees que esa mujer intuya que estás con ella
por miedo y no por amor?
- A ella no le importa realmente. Lo único que quiere
es tener la boda. No importa con quien.
Maurice se entristeció. Sujetó la mano de María José. Ella
lo miraba compasivamente. No le gustaba verlo así a ella
tampoco. Quería hacer algo para remediar la situación,
pero era algo que no estaba en sus manos. Mientras
pudieran seguir viéndose, sabía que en esos momentos
estaría tranquilo y alegre. Eso era lo único que ella podía
hacer.
Pasaron un par de horas con ellas. Maurice reía a
carcajadas recordando sus hazañas. Poco después,
notaron que ya era casi de madrugada y se fueron.

170
***
24

Al día siguiente, Regina entró a la oficina de Maurice sin


pedir permiso, como era su costumbre.
- Ésta tarde es la fiesta en la que le pedirás a mis
padres el permiso para casarte conmigo. Para que vayas
preparando tu discurso. No quiero que llegues tarde. Ah y
avísale a María José. Quiero que esté aquí
- No creo que pueda ir. Tiene que estar en reposo por
el embarazo.
- No importa. Quiero que esté ahí. Así que llámale.
Dicho esto, se fue. Maurice hizo una mueca de fastidio.
Poco después, le llamó a María José. Ella se encontraba
leyendo un libro. Cuando entró la llamada se alegró.
- ¿Qué pasó, cielo? - respondió María José.
- Nada, quería saber cómo te sentías hoy.
- Bastante bien, cariño. Digo, el bebé se mueve lo
normal.
- Me alegra que estés mejor. Quería preguntarte. ¿Me
puedes acompañar en la tarde a un lugar?
- Claro que sí, cielo. Pero, ¿qué te dirá Regina?
- Ella me pidió que fueras.
- ¿Ah si?
- Quiere que pida su mano.
171
- ¿Y para qué quiere que vaya yo?
- No lo sé. Pero he de decirte que quiere que seas una
de las dama de honor. ¿Irás conmigo? Tu compañía me
alegrará el mal rato.
- Claro que sí, cariño. Todo sea con tal de estar
contigo.
- Perfecto. Paso por ti en un rato.
Ambos colgaron. Maurice estaba nervioso. No sabía que
debía decir. No conocía a los padres de Regina ni a
ninguno de sus familiares, salvo al señor Rochefeller.
Además, le intrigaba el hecho de que Regina fuese a
hacer una fiesta por el compromiso. No podía esperar otra
cosa. Al final de cuentas, era otro pequeño detalle que
agregarle al circo que ese compromiso significaba. Lo que
le agradaba, era que por lo menos María José estuviera
con él. Aunque durante esa tarde tuviera que estar con
Regina un buen rato, podía escaparse de vez en cuando
para poder ver a su amada.
Pasaron dos horas después de que colgó con María José.
En ese momento, tocaron la puerta de su oficina. Maurice
se extrañó, pues los únicos que iban a verlo a la oficina
eran Regina y el señor Rochefeller y ninguno de los dos
tocaban antes de entrar. Entraban así, de golpe, sin avisar.
Y cuando María José iba a verlo, normalmente lo esperaba
afuera.
- Adelante. - dijo Maurice
Donna y Violeta entraron y se sentaron frente a él.
- ¿Qué sucede?

172
- Que tu futura "esposa" va a hacer de la pedida de
mano un espectáculo - dijo Violeta, un tanto molesta.
- Ya van varios medios de comunicación que informan
que estarán al pendiente.
- Creo que ya habíamos hablado al respecto. Ella está
organizando todo. No puedo interferir en ello.
- Pero todo será un caos.
- No tengo alternativa.
- Pudiste haber dicho que no.
- ¿Y dejar que mataran a mi hija y a mi María José? No,
no podía dejar que pasara eso. La vida de ellas me
importa más que cualquier otra cosa
- Pero hermano...
- Dejemos que los planes marchen como deben. -
interrumpió Maurice. - Esperemos que pronto acabe todo.
Violeta y Donna hicieron un gesto de desaprobación.
Maurice se levantó y miró la ventana. Ellas se quedaron
con él, ayudándole con sus pendientes para que pudiera
acabar con el trabajo.
En cuanto acabaron con todo el trabajo, bajaron al
estacionamiento. Donna había dejado su auto junto al de
Maurice.
- Si quieren adelántense a casa de Regina. Tengo que
pasar por María José antes.
- ¿Ella irá? - preguntó Donna, extrañada
- Órdenes de la jefa - dijo Maurice con tono de burla.
- Pero nosotras no sabemos dónde vive Regina.
173
- Cierto. Yo tampoco sé. Espérenme aquí. Iré a
preguntar.
Maurice volvió a subir. Fue a la oficina del señor
Rochefeller. Tocó. Él abrió.
- Justamente a ti te quería ver.
- Me dijo Regina que hoy sería su pedida de mano. Y
quería saber dónde va a ser.
El señor anotó en unas hojas la dirección
- Aquí está la dirección y lo que tienes que decir al rato.
Si no logras aprendértelo, inventa algo para que tengas
que leerlo. Lo que importa es que no cambies nada de lo
que está escrito ahí.
Maurice asintió. Volvió a bajar. Donna y Violeta lo
esperaban recargadas en el auto.
- Listo. Ésta es la dirección. - se la mostró a Violeta.
Ella lo copió en su celular. - nos vemos ahí.
- ¿No quieres que vayamos nosotras por María José?
- Por ahora no. Quiero estar con ella un rato.

***
25

Cada quien se subió a su respectivo auto. Maurice manejó


hasta casa de Julia. No había alcanzado a leer lo que
decía en las hojas, pero seguramente serían mentiras. Al
174
llegar, le llamó a María José para que saliera. Maurice bajó
del auto y esperó a María José a un lado de la puerta del
copiloto, para ayudarla a que se subiera. Cuando la vio
salir, quedó pasmado. María José llevaba puesto un
vestido negro que le llegaba a la rodilla. Traía un collar con
la medalla que Julia le había dado antes de la aventura de
las sirenas. Llevaba el cabello recogido con una coleta.
Aunque su maquillaje era muy sencillo, le resaltaba sus
facciones. Ella sonrió al verlo. Salió de la casa,
despidiéndose de Julia. Cuando estuvo frente a frente con
Maurice, lo abrazó. Él no desaprovechó la oportunidad de
besarla.
- No es bueno que hagas esto. - dijo María José,
separándose un poco de ella.
- No es pecado besar a mi esposa. - respondió
Maurice, haciendo una caricia en el rostro de María José
- Lo sé. Pero alguien podría vernos.
- Que nos vean, así me ahorran pedir disculpas más
adelante. - susurró Maurice.
María José rió. Maurice le abrió la puerta del copiloto. Ella,
agradecida, se subió. Colocó su cinturón de seguridad. Vio
las hojas que estaban sobre el asiento de Maurice. Vaya.
Hasta un discurso tenía que aprenderse.
- Vámonos. - dijo Maurice subiéndose al auto.
- ¿Esto es lo que vas a decir hoy? - preguntó María
José, leyendo lo que decían las hojas.
- En efecto. Se suponía que debía aprendérmelo. -
puso en marcha el coche y empezó a manejar. - Pero, ¿te
digo la verdad? Me da flojera aprenderlo.
175
- ¿Y qué harás entonces? - preguntó María José,
mirándolo.
- Lo voy a leer.
- Pensé que dirías algo que te brotara del corazón.
- Eso lo pude hacer únicamente con una persona. -
dijo, observando su reacción. Parecía divertida. Seguía
leyendo el discurso. - ¿Me lo podrías leer? No sé ni
siquiera qué es lo que dice.
María José aclaró su garganta. Comenzó a leer.
"Estimados asistentes, familiares y amigos, hoy nos hemos reunido para un
acontecimiento muy especial en la vida de Regina y mía. Sabemos que lo más
importante para la vida del ser humano es encontrar a alguien con quien pueda
compartir su historia. Es por eso que yo quiero compartir mi vida con esta adorable
mujer llamada Regina. Hace unos días, le pregunté si quería hacerlo, a lo cuál
respondió algo que alegró mis días: me dijo que si. Es por eso que quiero pedirles a
ustedes, señor y señora, padres del amor de mi vida, que si me conceden el honor de
darme la mano de su hija, teniendo en cuenta de que trataré de hacerla feliz el resto
de mis días."

Cuando María José terminó de leer, tanto ella como


Maurice soltaron una audible carcajada.
- Eso es lo más rebuscado que he oído en mi vida -
dijo Maurice.
- Ni que lo digas. Ni siquiera a mis papás les dijiste
algo por el estilo.
- Porque a tus papás se los pedí sinceramente. Lo de
ahorita será lo más hipócrita del mundo.
176
- ¿Cómo le harás para decirlo sin reírte?
- Pensaré que se lo estoy pidiendo a tus padres, como
aquella vez.
- Eso me agrada.
En cuanto llegaron, vieron que Regina aguardaba en la
entrada de la gran mansión. Salieron del auto. Maurice le
abrió la puerta a María José y le ayudó a salir.
- ¿Cómo me veo? - le preguntó Maurice
- Guapísimo, corazón. Espera un segundo. - dijo, al
ver que se disponía a entrar a la mansión. Le arregló el
nudo de la corbata y le ayudó a fajarse bien la blusa. -
Ahora sí, estás listo. Ve y conquístalos a todos.
- No necesito conquistar a nadie. Ya te conquisté a ti y
eso me basta.
Ambos sonrieron. María José le entregó discretamente la
hoja del discurso a Maurice. Entraron juntos a la mansión.
Saludaron a Regina.
- Te estaba esperando. Ya están todos los invitados
aguardando. María José, bienvenida. Hace mucho que no
te veo. Necesito hablar contigo, pero será después de la
pedida de mano. Vamos, apúrate.
Maurice y María José caminaron tras Regina. Llegaron a
un jardín muy grande, en el que había cientos de mesas.
Maurice ubicó la mesa donde estaba su madre y su
hermana. Eduardo estaba en la mesa del señor
Rochefeller.

177
- Ve a sentarte con mi madre y mi hermana. En unos
minutos, me reuniré con ustedes - le dijo Maurice a María
José.
Ella hizo lo que Maurice le pidió. En cuanto llegó donde
ellas estaban, las saludó. Donna quitó su bolsa de una silla
para que su nuera pudiera sentarse. Una vez sentada,
buscó a Maurice con la mirada. Lo encontró junto a Regina.
Esperaba que la abrazara o se portara cariñoso con ella.
Pero pasaba todo lo contrario. Estaba distante con ella,
como si la quisiera evitar a toda costa. Ni siquiera le dirigía
una mirada de cariño. Justo cuando iba a pedir la mano,
volteó a ver a María José. Ella le hizo un gesto de buena
suerte.
Maurice y Regina subieron a una tarima, junto con una
señora y un señor, que suponía que eran los papás de
Regina.
- Bueno, ya que llegó el novio, vamos a proceder con
lo que nos ha reunido aquí. - dijo Regina al micrófono que
estaba en la parte central de la tarima
- Buenas tardes a todos. Voy a sacar mi apuntador
para que no se me vaya a olvidar nada. - dijo Maurice,
sacando el papel que había guardado en la bolsa de su
pantalón. Los invitados rieron.
Maurice leyó el discurso. De vez en cuando hacía una
pausa para mirar a los invitados, especialmente a María
José. Ella le devolvía la mirada con una sonrisa. En cuanto
terminó de leer, los padres de Regina le dieron su
aprobación. "¿Qué clase de padres aprobaban que su hija
se casara con un completo extraño?" se preguntó María
José en sus adentros. Miró a Donna y a Violeta. Parecía
178
que pensaban lo mismo, pues tenían cara de pocos
amigos. En ese momento, Regina besó a Maurice. María
José se volteó. Ver eso la había puedo celosa. Ambos
bajaron de la tarima. Regina estuvo paseándose a lo largo
del jardín. Mientras que Maurice se limitó a irse a sentar
junto a María José. Iba con gesto de dolor. Su boca estaba
sangrándole.
- ¿Qué pasó? - preguntó María José, preocupada.
- Me mordió mientras me besaba.
- Ven, te curaré - dijo María José, tomando un hielo y
envolviéndolo en una servilleta. - Siéntate, para que estés
a mi altura.
Él hizo lo que María José le indicó. Ella colocó la servilleta
en la herida de Maurice. Él gimió de dolor. Aunque por un
momento, agradeció que María José fuera enfermera.
El resto del evento transcurrió en calma. Maurice la pasó
casi todo el tiempo en la mesa de Donna, Violeta y María
José. De vez en cuando, Regina lo mandaba llamar, pero
era únicamente para que les tomaran fotos. Pero para él
era mejor estar con ellas que con Regina. La mordida de
labio le había dolido bastante. María José nunca le habría
hecho eso. Ni siquiera en los momentos de intimidad. Era
muy tierna con él. Sólo bastaba ver como lo veía cuando
hablaba, cuando reía o cuando estaba haciendo cualquier
cosa.
En cuánto terminó todo, Maurice se despidió del señor
Rochefeller y de los papás de Regina.
- Bien hecho, muchacho. - le dijo el señor, a lo que
Maurice se limitó a sonreír.
179
Regina se acercó a María José.
- Ahora si. Quería pedirte un favor muy especial. Sé
que tu y mi prometido, independientemente de lo que hubo
entre ustedes, siempre han sido muy buenos amigos. Por
eso era importante que estuvieras aquí. Y por lo mismo,
quería pedirte si podrías ser una de las damas de honor en
la boda.
María José volteó a ver a Maurice, que estaba detrás de
Regina.
- ¿Tú que opinas? ¿Quieres que lo sea? - le preguntó
a Maurice.
- Con tal de que estés ahí, me encantaría.
- Está bien. Acepto.
- Bien, entonces te mando a tu celular las
especificaciones del vestido.
María José asintió. Se despidió de Regina. Posteriormente,
Maurice procedió a hacer lo mismo. Regina quiso besarlo
en los labios nuevamente, pero Maurice se limitó a besarle
la mejilla. No quería que volviera a morderlo. Hecho esto,
se fueron. Maurice procedió a abrirle la puerta del auto a
María José. En cuanto ambos estuvieron en el auto,
Maurice la llevó a casa de Julia.
Al llegar, le ayudó a bajarse del auto. María José se dirigió
hacia la puerta de la casa. Ya estaba atardeciendo.
Maurice la siguió.
- Gracias por ser tan buena compañera. - le dijo
Maurice, colocándose frente a ella.
- Gracias a ti por invitarme siempre.
180
- Sabes que siempre te preferiré ante todo. ¿Si te dije
que te ves preciosa?
- Me parece que no. - dijo María José, sonrojándose.
Maurice procedió a besarla. Se quedaron mirando
fijamente por unos segundos.
- ¿No te lastimé? - preguntó María José, mirando el
labio herido.
- No, mi amor. Nunca lo harías. - dijo Maurice,
acariciando la mejilla de su amada.
- Ven, vamos adentro para que te suture la herida.
- No hace falta. Lo prometo. Estaré bien.
- No puedo verte así. Déjame hacerlo, por favor.
- Está bien, pero con una condición. - María José lo
miró consternada - que me dejes tomarme una foto
contigo.
María José sonrió. Maurice se colocó detrás de ella. La
abrazó por encima del vientre abultado. Tomó varias fotos.
En cuanto estuvo listo, entraron a la casa. María José
procedió a coser la herida. Cuando estuvo listo, Maurice
se retiró.

181
La decisión debe ser tomada

182
1

Pasaron los meses lentamente para María José.


Últimamente, no podía dormir bien. El tamaño de su
vientre era cada vez más grande. Con el tiempo, le
costaba más trabajo pararse y acostarse. Maurice, cuando
iba a verla, trataba de ayudarle lo más que podía.
Una noche, mientras trataba de acomodarse en la cama
para intentar dormir un poco, sintió que su hija se movía
más de lo habitual y un dolor bastante fuerte comenzaba a
aturdirla. Trató de normalizar su respiración, pero cada vez
se volvía más difícil. Un hueso crujió. Gritó.
- ¡Mamá! - le gritó a Julia, intentando incorporarse.
Pero, al intentar moverse, sintió un fuerte espasmo.
- ¿Qué pasa hija?- preguntó Julia, entrando a la
habitación.
- No sé qué está pasando.
Julia se acercó a ella, corriendo. En esos momentos,
cualquier cosa podría pasarle a su hija.
- ¿Qué sientes? - preguntó, inspeccionándola.
- Mi hija está moviéndose más que otras veces. Y
duele mucho, mamá .
Julia la observó con calma. María José sintió sus
pantalones mojados. La fuente acababa de rompérsele.
Julia entendió. Ya había llegado la hora de que su hija
diera a luz.

183
- Arethusa, vámonos al hospital. Mi nieta ya está a
punto de nacer.
Arethusa salió corriendo de su habitación. Llamó a una
ambulancia. Entre las dos, la ayudaron a levantarse. Un
espasmo fuerte aturdió a María José. Gritó.
- Calma, mi niña, calma. Estarán bien.
- Avísenle a... Maurice... que mi hija. ya va a... nacer...
- dijo con mucho esfuerzo María José.
- Ahorita le avisamos. Lo que importa en este
momento es que nazca bien.
- ¿Estarán conmigo en el parto, ¿verdad?
- Si, mi amor. No te dejaremos sola. Arethusa, avísale
a Donna y a sus hijos que mi nieta ya va a nacer.
- Con gusto.
Arethusa avisó a los tres por medio de un mensaje de
texto. La ambulancia llegó. Los paramédicos ayudaron a
María José a subir al automóvil. Arethusa y Julia subieron
tras ella.
Donna, Violeta y Maurice recibieron el mensaje de
Arethusa al mismo tiempo. Maurice tenía insomnio. Estaba
preocupado por María José. En cuanto recibió el mensaje
de Arethusa, supo el porqué de su preocupación. Le llamó
a su madre y a su hermana para avisarles. Le
respondieron que ya les habían avisado. Los tres se
cambiaron la pijama por ropa para salir. Maurice pasó por
ellas a su casa. Se subieron al auto de Maurice. Él le llamó
a Arethusa.
- ¿Si?
184
- ¿Llevarán a mi esposa al hospital dónde estuvo
trabajando?
- Así es. Apresúrate a llegar para que puedas entrar al
parto.
Maurice colgó. Manejó rápidamente al hospital. María José
sentía como su hija estaba esforzándose por salir de su
cuerpo. "Calma, mi niña, calma" repitió las palabras de su
madre para su hija. El dolor la atormentaba más y más. El
chófer de la ambulancia procuraba manejar lo más rápido
posible, esquivando los coches que estaban en su mismo
carril.
Llegó al hospital. Los paramédicos la bajaron y la llevaron
hasta un quirófano. Arethusa y Julia fueron detrás de ella.
Letty las vio llegar y fue a llamar al doctor Jiménez.
- Doctor, María José acaba de llegar. Ya es hora de
que dé a luz.
- Prepara el quirófano y el instrumental ¡rápido!
Letty hizo lo que el doctor le pidió. El doctor se levantó
rápidamente de su silla, se cambió rápidamente por su
atuendo de cirugía y corrió al quirófano.
Maurice, Donna y Violeta llegaron minutos después. Los
tres corrieron a buscar a María José. A lo lejos, vieron a
Arethusa y a Julia. Maurice se adelantó a verlas.
- Ya estamos aquí. - dijo Violeta, sofocada.
- Bien. Tenemos que ver quién entrará con ella.
- Quiero que mi madre esté conmigo, igual que
Arethusa. - habló María José con mucho esfuerzo.
- ¿Puedo entrar también? - preguntó Maurice.
185
- No te gusta... verme... sufrir...
- No me importa. Quiero estar contigo.
- Haz lo que quieras. Decídete pronto, que ya no...
puedo... más...
Maurice se sintió de pronto, demasiado presionado. Sabía
que su obligación era ver nacer a su hija, pero
efectivamente no le gustaba verla así. Pero la sensación
de ansiedad de querer conocer a su pequeña tan pronto
como saliera del cuerpo de María José, le hizo tomar la
mano de su esposa y susurrarle al oído "no te fallaré.
Estoy contigo".

***
2

Los tres entraron al quirófano. Había un grupo de doctores


en el quirófano esperando a que entrara María José para
empezar las labores de parto. Entre los doctores estaba el
doctor Jiménez, que estaba un poco nervioso por lo que
sucedería en ese momento. Letty también estaba ahí. Los
doctores prepararon los instrumentos que iban a necesitar.
"¿Estás lista?'" le preguntó Letty a María José. Ella asintió.
Letty colocó la anestesia a María José. "Necesitamos que
se quede una persona de cada lado" les dijo a los que se
quedaron con ella. Julia se colocó del lado izquierdo de
María José, mientras que Arethusa y Maurice caminaron
lentamente hacia su lado derecho. Tanto él como Julia
sujetaron la mano que tenían en su lado.
186
La anestesia empezaba a surgir efecto. María José respiró
profundamente. "¿Lista?" preguntaron los médicos. Ella
asintió. Hicieron la incisión correspondiente.
Cuando los espasmos volvían, ella sujetaba fuertemente
las manos de Maurice y de Julia. El dolor era más fuerte
de lo que creía.
Los doctores le ordenaban cada cierto tiempo que pujara
lo más que pudiese. Cuando esto sucedía, María José
gritaba. El dolor era cada vez más fuerte hasta volverse
insoportable. Además, sentía intriga y desesperación al
ver que su pequeña no nacía. "¿Que está pasando? Esto
no es normal" pensó María José.
Pasaron varias horas y la niña todavía no salía. María
José estaba cansada.
- Resiste, muñeca - dijo Arethusa.
- Ya no aguanto más.
- Sé que puedes hacerlo. Ya has soportado muchas
cosas. Es por un bien mayor. Resiste. - reiteró Arethusa.
Maurice ya no soportaba el verla así. María José tenía
razón: no le gustaba verla sufrir. Más bien, no lo resistía.
Salió corriendo del quirófano, con un nudo en la garganta.
Arethusa ocupó su lugar y apretó su mano con fuerza.
- Resiste.
- Ya está saliendo. - dijo un doctor.
- Vamos, un poco más.
María José pujó una vez más. Un llanto iluminó la sala. Ya
había nacido. Su hija acababa de ver la luz por primera
vez.
187
- Sabía que lo lograrías, mi niña. - le dijo Julia.
- Gracias por quedarse conmigo. No hubiera podido
hacerlo sin ustedes. ¿Mamá? - le preguntó.
- ¿Qué pasó, mi niña?
- Quiero ver a mi hija.
Letty se la entregó a Julia. Ella la vio y un par de lágrimas
rodaron por sus mejillas. Estaba preciosa. Besó la frente
de la recién nacida y se la entregó a su madre.
María José la cargó. Sintió una extraña sensación. Era tan
hermosa. Parecía una muñeca. Era tan frágil, tan
indefensa, tan pura. La llevó por ocho meses y medio en
su vientre y no podía creer que la tuviera ahora en sus
brazos. Ansiaba tanto tenerla así, que no podía creer que
ese momento fuese real. Por un momento creyó que era
un sueño. Pero no podía serlo más. Aquella bebé no era
cualquier niña: era su hija. Suya, completamente. Podría
faltar cualquier persona en el mundo, menos ella.
- Cuando supe que vendrías a mi vida, ya te amaba.
Ahora que te conozco, te amo más.- le susurró a su
pequeña.
- Te llevaremos a tu cuarto para que puedan
descansar. - dijo Letty, sujetando la camilla para
trasladarla a otro cuarto.
- ¿Puedo llevarme a mi hija? - preguntó María José.
- Con gusto. Nada más que serían unos minutos.
Después lleváremos a la niña a la incubadora.
La llevaron a un cuarto. Al verlas, Donna y sus hijos
entraron tras ellos. Ahí, todos rodearon la cama donde
188
estaba María José, menos Maurice, quien se sentó en un
sillón, apartado de las demás.
- ¡Está preciosa! - exclamó Violeta, abrazando a María
José
- Se parece tanto a su madre...- dijo Julia, acariciando
la mejilla de su hija.
- Aunque creo que tendrá los ojos de su padre - dijo
Violeta.
Donna, al ver que Maurice estaba lejos, fue con él. Lucía
nervioso, temeroso e indeciso. Tenía miedo de cruzar esa
frontera en la que ya no eran María José y él solamente,
sino que ahora había una pequeña niña entre ellos. Debía
animarlo a que rompiera su miedo y seguir adelante su
camino.
- ¿No quieres ver a tu hija? - preguntó Donna.
Maurice vaciló. ¿Qué sentiría al verla, entre los brazos
del amor de su vida? ¿Emoción? ¿Alegría? Se acercó
lentamente a María José. Las ojeras debajo de sus ojos
delataban el cansancio que sentía. Pero, a pesar de eso,
estaba feliz. Tenía un brillo especial en sus ojos. Más
especial que el de otras veces.
Ahí estaba la pequeña criatura. Tan pequeña, tan inocente,
tan pura. Era tan perfecta. No imaginaba que sería tan
hermosa. Una lágrima de emoción corrió por su mejilla.
Por fin vio el fruto de su amor reflejado en un nuevo ser.
Era realmente hermosa.
- Nuestra hija, cariño. - dijo María José, mostrándosela.
- ¿quieres cargarla?
- ¿Puedo?
189
María José se la entregó. Tenerla en sus brazos era la
mejor sensación que había experimentado en su vida. Era
un pequeño fruto de todo el amor que sentían el uno por el
otro. Habían generado una nueva vida, ya no eran sólo
recuerdos o experiencias. Era otra vida.
- Se parece mucho a ti, mi amor. - dijo Maurice,
entregándosela de nuevo. - es tan bella como su madre.
- Gracias, amor.
- Bien, ya basta de visitas. La nueva mamá necesita
descansar. Fue una noche difícil.- dijo Violeta.
- ¿Quién se quedará con ella? - preguntó Maurice.
- Eso déjanoslo a nosotras. No te preocupes. Estará
bien. - dijo Arethusa
- ¿No hay problema? - Julia negó con la cabeza.
- Cualquier cosa que necesiten, no duden en
llamarnos. No quiero que mi hermosa nuera y mi pequeña
nieta tengan algún inconveniente.
- Gracias por venir. Ha sido un detalle muy lindo de su
parte.
Letty entró de nuevo a la habitación. Les dijo que era hora
de llevarse a la niña a la incubadora. María José besó la
frente de su hija. Maurice la cargó de nuevo e imitó el
gesto de su esposa. Unos segundos después, se la dio a
la enfermera.
Después de esto, Maurice, Donna y Violeta se fueron.
Antes de irse, Maurice besó los labios de su amada. "Te
amo" le susurró María José al oído.
***
190
3

- ¿Dónde estabas? - preguntó Regina, que llevaba un


buen rato alterada.
- ¿Para qué quieres saber? - evadió Maurice.
Cuando Maurice llegó a su departamento, Regina le habló
para decirle que le urgía que fuera a su casa. Y es que
Maurice había olvidado apagar el internet de su celular.
Seguramente, ya había visto que estaba en el hospital.
Pero no quería que supiera que había estado toda la
noche con María José, viendo nacer a su hija. Si no, se
pondría frenética. Últimamente, no quería que la viera ni
un segundo, haciendo que los encuentros con María José
fueran de menor cantidad de tiempo.
- ¡Necesito saberlo!
- Ya te dije que no fue nada.
- Tú nunca visitas un hospital a menos que sea algo
grave. Ni siquiera vas a acompañarme cuando tengo
consulta. ¿Qué sucedió?
- ¿En verdad quieres saberlo?
- Necesito saberlo.
- Ya nació mi hija. Y fui a apoyar a María José.
¿Contenta?
- ¿Ya nació? - Maurice asintió - ¿Y por qué a ella si la
acompañas al hospital y a mí no?

191
- Porque ella está sola. No tiene a nadie que la cuide,
que la proteja.
- Yo tampoco tengo a nadie. Aun así, nunca me has
apoyado.
- Tienes a tus padres, a tus hermanos...
- Pero no te tengo a ti. - lo interrumpió.
- Puedes estar sin mí tranquilamente.
- Pero vas a ser mi esposo y tienes que estar conmigo
siempre. ¿Oíste? ¡Siempre!
- No puedo creerlo. Es imposible hablar contigo. - dijo
Maurice enfadado.
Se marchó de la casa de Regina inmediatamente.
Regina intentó ir tras él, pero Maurice ya había arrancado
el coche y ya había manejado una distancia considerable.
Maurice, desde el día que le pidió matrimonio, se
comportaba sumamente extraño. La evadía a cada
instante y no era nada cariñoso con ella. Siempre que
estaban juntos, él estaba distraído y mirando cosas en su
celular. Regina temía que se arrepintiera de casarse con
ella. ¿Qué pensarían sus familiares y amigos? Sería una
tragedia. Tenía que retenerlo.

***
4

192
Maurice manejó rápidamente al hospital. Aquella situación
lo estaba asfixiando. Tenía que acabar con eso, antes de
que algo peor pudiese suceder.
Bajó rápidamente del auto y corrió al cuarto. Ahí estaban
Julia y Arethusa con María José, sentadas en el borde de
la cama. María José tenía a la niña en brazos. Le daba
de comer.
- ¡Amor! - exclamó María José. - ¡qué bonita sorpresa!
- ¿Cómo te sientes, preciosa?
- Ya mejor, cariño, gracias.
- Vamos por algo de comer, aprovechando que
Maurice está aquí contigo. - dijo Julia levantándose.
- Claro, mamá. Gracias.
Arethusa y Julia salieron de la habitación.
- ¿Todo bien? - preguntó al verlo tan extraño.
- Si, preciosa.
- Algo te pasa. Te conozco.
- No es nada.
- Cariño, dime. Puedes confiar en mí, ¿lo olvidabas?
- Lo sé, preciosa. Simplemente estoy harto de todo
este mundo. De tener que vivir teniendo que dar
explicaciones a los demás.
- Sabía que no estabas bien. Ya casi nos vamos.
Resiste un poco mas. Muy pronto estaremos en casa.

193
- ¿Sabes? - preguntó Maurice, cambiando de tema -
Ahora que recuerdo, no tuvimos fiesta, noche de bodas,
luna de miel, ni todas esas cosas.
- Lo sé. Todo fue tan rápido.
- Cuando regresemos, hay que planear todo una vez
más.
- ¿De qué hablas?
- ¡Claro! Esa no fue una boda para nosotros. Fue la
simulación.
- Pero, amor. No es necesario.
- ¿Por qué no? Todos los invitados se quedaron con
ganas de festejar nuestra unión. Incluso yo quería seguir
con la fiesta y todas esas cosas.
- Tal vez podamos festejarlo después. Tu y yo y bueno
- dijo, mirando a su hija - ahora con la niña.
- La niña...es cierto. Aún no tiene nombre. ¿Has
pensado alguno?
- Muchos, pero necesitamos hablarlo.
Ambos se quedaron pensando unos minutos. Después,
comenzaron a hablar sobre varios nombres que le
quedarían bien a su hija. Pero ninguno les parecía
adecuado. Hasta qué Maurice tuvo una idea que le gustó.
- ¿Qué te parece Andrea? - preguntó
- Me gusta. - miró a su hija - Andrea... Esta bien. Se le
queda el nombre.
- Princesa, tenemos que hacer algo para festejar
nuestra boda.
194
- Me parece buena idea, cielo. Sólo si es la fiesta.
- Pero, te suplicaré que no te obsesiones con la idea
de que sea la fiesta del año y esas cosas.
- ¿De qué hablas? Cuándo nos casamos, los demás
se encargaron de organizar todo. Yo no tuve que ver. Casi.
- Eso me gusta. ¿Sabes algo más?
- ¿Qué cosa?
- Te amo.
- No necesitas decírmelo. Esta niña lo demuestra
claramente.
Maurice se sentó más cerca de María José. La abrazó
suavemente. Hizo una caricia en su mejilla y después
acarició la frente de su hija. Andrea. María José tenía
razón. La niña era un regalo por darse tanto amor.
- Aún así, no creo que haya sido una unión válida.
- Los dos dimos el "si, acepto". Hicimos nuestra
alianza y nos dimos nuestro primer beso como esposos.
- Pero quisiera repetirlo una vez más.
- Ya habrá ocasión de ver eso. Por el momento,
tenemos que regresar a la aldea. Ya nació Andrea. Creo
que podremos marchar hoy mismo.
- Calma. Tienes que estar completamente repuesta
para poder regresar. Además, tengo un plan.
- Está bien, cariño. Pero que sea rápido. Ya no quiero
seguir en este mundo.
- Te lo prometo.

195
- Tenemos buenas noticias. - dijo Arethusa, mientras
ella y Julia entraban al cuarto.
- Mañana podrás regresar a casa con nosotras.
- ¿De verdad?
- No presentaste ninguna complicación, y tu hija
tampoco.
- ¡Qué alegría!
- Bien, pues mañana temprano vendré por ustedes
para llevarlas a casa.
- No es necesario, amor. Podemos irnos en taxi.
- Déjame consentirlas, aunque sea un poco.
Al día siguiente, las llevó a la casa. En cuanto estuvieron
frente a la casa, Maurice estacionó el coche. Se bajó
rápidamente y ayudó a María José a cargar a la niña,
mientras bajaba del coche. Entraron juntos a la casa.
- Hogar, dulce hogar. - dijo Maurice.
- No estamos en casa, amor - le dijo María José.
- Lo sé, pero por el momento, este es tu hogar.Platicaron
un par de horas, antes de que Maurice tuviera que
marcharse.

***
5

196
Pasaron varias semanas. Maurice iba a visitarlas diario.
De vez en cuando, Violeta y Donna también iban, pero sus
visitas eran menos frecuentes que las de Maurice.
Un día, Maurice estaba en la casa de María José. Jugaba
con su hija, como era su costumbre. Sin embargo, su
celular comenzó a sonar. Vio la pantalla. Era el señor
Rochefeller. Por un momento, pensó en rechazar la
llamada, pero si no lo hacía tendría consecuencias graves.
- ¿Si? - contestó
- Necesito que consigas una secretaria urgentemente.
Tengo que darle la incapacidad a mi nieta cuantos antes.
Su enfermedad ya no la deja trabajar.
- Vaya. Que terrible noticia. - calló - No se preocupe,
señor, ya sé quien podría ser mi nueva asistente - dijo,
mirando a María José.
Colgó. María José lo miró, confundida. No sabía de lo que
hablaba y porque la veía así.
- Tienes un nuevo trabajo, amor. - le dijo Maurice
- ¿De verdad quieres que sea tu secretaria?
- Claro que si, amor. Así será un buen pretexto para
estar juntos más tiempo.
- Pero quiero estar más tiempo con mi hija. Además,
aún tengo mi trabajo en el hospital. No me gustaría
perderlo.
- Has estado mucho tiempo con ella las últimas
semanas. Y por lo del trabajo, podrías renunciar.
- No será suficiente el tiempo que una madre quiera
estar con su hijo.
197
- Bueno, si quieres, puedes llevártela al trabajo.
- ¿Seguro? No he visto bebés en el edificio.
- Porque a los niños los dejan en la guardería. Pero a
nuestra pequeña podrías tenerla dentro de la oficina. Nada
más tendría que trasladar tu escritorio adentro de mi
oficina para que no tengamos problemas.
- Pero, cariño. Pronto nos marcharemos a la aldea.
- Será un trabajo provisional. Tengo un plan ¿lo
olvidabas?
- Está bien. Pero quisiera empezar el lunes. Estoy un
poco adolorida aún.
- ¡Qué alegría! No te arrepentirás, cielo.
- ¿Me prometes que será poco tiempo?
- Te lo juro. El lunes paso por ti para irnos.

***
6

El lunes, como lo había dicho, Maurice pasó por ella muy


temprano. Tocó el timbre. María José bajó rápidamente
con la niña en brazos. Abrió la puerta para que Maurice
pudiera entrar.
- Hola, preciosa. ¿Dormiste bien? - le preguntó,
abrazándola.

198
La examinó lentamente. Tenía una falda entallada y una
blusa holgada. No parecía que hubiera tenido un bebé
semanas atrás. A pesar de que tenía maquillado el rostro,
se veía demacrada.
- Un poco. La niña estuvo llorando toda la noche.
María José besó los labios de Maurice.
- Te dejaré salir antes para que puedas descansar.
- Gracias, amor. - Maurice inspeccionó la casa
- ¿Dónde está mi suegra? ¿Y Arethusa?
- Fueron a trabajar. Creo que llegarán a la misma hora
que yo.
- Bien. ¿Nos vamos?
María José agarró la pañalera de la niña. Maurice la guió
hasta el auto. Abrió la puerta del copiloto para que ella
pudiera subirse. Ella subió con un poco de esfuerzo.
Seguía estando un tanto adolorida por el parto.
Maurice manejó a la oficina, cuidando no saltar baches
bruscamente por María José. Una vez que llegaron,
Maurice metió el auto al estacionamiento. Le ayudó a bajar
a María José. Entraron al edificio lentamente. Maurice le
indicó que iría a arreglar unas cosas en la oficina.
Siguieron caminando. Se detuvieron frente a un elevador.
Maurice presionó un botón y esperaron a que llegara.
- ¿Sabes? Lo único que me desagrada de este edificio
es que tiene cámaras de seguridad por todos lados. - le
dijo a María José, acariciando su rostro
- ¿Y eso que tiene de malo?
199
- Que contigo trabajando a mi lado, será difícil
resistirme a darte un beso. - le susurró al oído.
- Para todo hay tiempo, corazón.
Subieron al elevador. Una vez que estaban en la oficina de
Maurice, él le abrió la puerta. Ahí había dos grandes
escritorios de madera, un sofá de cuero y otras dos
puertas. En medio de los dos escritorios había una carriola
para la niña. La ventana reflejaba la luz del sol. Encima de
uno de los dos escritorios había una caja de cartón con
varios utensilios.
- Este es tu escritorio, amor. Aquí te dejaron todas las
cosas que vas a ocupar.
Maurice la abrazó con fuerza. María José lo alejó un poco.
- Recuerda que hay cámaras de seguridad.
- Lo sé. Pero eso no significa que no pueda abrazar a
mi "mejor amiga". - acarició suavemente su mejilla - Bueno,
vamos a trabajar. - le dijo, tomando su mano.
- ¿Qué tengo que hacer? - le preguntó María José, al
tiempo en que llevaba a su hija de regreso a la cuna.
- Tienes que llevar mi agenda, responder las llamadas,
pasar a la gente conmigo, acompañarme a las juntas, en
fin, ser mi dama de compañía. - el teléfono sonó - adelante,
cielo.
María José respondió la llamada. Las horas pasaron. Ella
arregló la agenda de Maurice, que estaba bastante
desordenada. De cuando en cuando, Andrea se
despertaba y lloraba. María José, para no incomodar a
Maurice la cargaba y trataba de que durmiera tan pronto
como fuese posible.
200
Cuando llegó la hora de comida, Maurice se levantó de su
silla.
- Bien, amor. No hace falta que te quedes más tiempo.
Usualmente, nadie llama a estas horas, así que solamente
perderías el tiempo. Mejor ve a casa para que puedas
descansar un rato.
- ¿Estás seguro que no quieres que me quede?
- Completamente. Puede ser que mañana si te
requiera más tiempo. Pero ahora no es necesario.
- Muchas gracias, corazón. Me iré a casa entonces.
- Te llevaría pero digamos que Regina está un poco
insistente en que pasemos más tiempo juntos.
- Está bien. Pediré el taxi. ¿Te veré más tarde?
- Por supuesto. Como todos los días.
Maurice la abrazó y besó su mejilla. "Te amo" se
susurraron mutuamente al oído. María José cargó la
pañalera de la niña. Salió. Esperó su taxi en la acera. Una
vez que pasó uno vacío, lo detuvo y se subió.

***

Para su sorpresa, el taxista era Lukas.


201
- Lukas, amigo, qué gusto. Hace mucho que no vas a
visitarnos.
- Es que ahora si he tenido algo de trabajo. ¿A dónde
te llevo?
- A casa de mi madre, por favor. Pero antes, necesito
que me lleves al hospital dónde trabajaba.
- Claro. Por cierto, linda niña. ¿De quién es?
- Mía. Es mi hija. Ya nació.
Lukas detuvo bruscamente el coche. Volteó a ver a la niña.
En efecto, se parecía mucho a Maurice y a María José.
Era bastante tierna. Miró a María José. Revisaba si no le
había pasado nada malo a su hija por el movimiento tan
brusco.
- Es una niña hermosa - dijo Lukas con la voz
ahogada.
- Gracias. Ahora ¿podrías llevarnos a donde te pedí?
Lukas la obedeció y la llevó al hospital. En cuanto llegaron,
María José tomó una bocanada de aire. Hacer eso, le
costaría trabajo. Y más que, en realidad, no quería tomar
esa decisión. Pero era necesario hacerlo. Salió del auto
con la niña en brazos. Entró al hospital. Letty, al verla,
sonrió. La niña estaba preciosa y ella parecía estar feliz.
María José fue a saludarla.
- Amiga. ¡Qué gusto verte! ¿Qué te trae por acá?
- A mí también me da mucho gusto verte. Pues vine a
ver al jefe o a alguien de recursos humanos.
- ¿Y eso? ¿A qué se debe?

202
- Tendré que renunciar. Mi esposo necesita una
asistente personal y me pidió que si podía ser yo. No podía
decirle que no. Él confía en mí. Además, pronto
regresaremos a nuestra ciudad natal y no quisiera seguir
encariñándome con este lugar que tantas cosas buenas
me ha dado.
- Ay amiga. Te vamos a extrañar mucho aquí. Nos vas
a hacer falta. Pero, si es por un bien mayor, entonces
quédate tranquila. Y mientras te vas, no dejes de visitarnos.
Necesitamos saber que estás bien.
María José sonrió, tratando de esconder lo difícil que le
parecía decir adiós. Fue con el director del hospital. Le
comentó su situación. El director, aunque a regañadientes,
le aceptó la renuncia. Se despidió y se fue.
Volvió a subirse al taxi. Lukas manejó hasta casa de Julia.
Una vez ahí, se apresuró a bajar del coche para abrirle la
puerta del auto.
- ¿Te debo algo? - le preguntó María José, abriendo su
bolsa
- No, no te preocupes. Esto corre por cuenta de la
casa.
María José sonrió. Ambos entraron a la casa de Julia.
Lukas observó cada detalle. La primera vez que fue no se
había percatado de lo que había ahí. Todo era bastante
sencillo.
- ¿Mamá?
- ¿Si?
- Ya estamos aquí. - dijo, colocando la pañalera en el
sillón.
203
- ¿Cómo se portó mi nieta hermosa? - preguntó,
saliendo de la cocina.
- De maravilla, como siempre.
Julia se detuvo a la mitad del camino al ver a Lukas. Al ver
esto, María José sonrió.
- Mamá, no sé si recuerdes a Lukas. Vino hace unos
meses aquí a la casa. Fue uno de los sobrevivientes de la
aventura.
- Si, lo recuerdo. ¿Cómo estás?
- Muy bien, señora, muchas gracias.
- ¿Y Maurice, hija? Pensé que vendría a comer
- Tenía un compromiso con su futura esposa y tenía
que arreglarlo.
- ¿Futura esposa? ¡Pero si ustedes están casados!
- Es una larga historia.
- Bien, ¿tienen hambre? Ya está lista la comida.
- Gracias, mamá. Por cierto, ¿dónde está Arethusa?
- Sigue en el trabajo. Parece que ahora tenía que estar
más tiempo ahí.
Los tres se dirigieron a la cocina. Se sentaron a la mesa.
Mientras comían, María José le explicó como estaban los
papeles ahora y lo que les dijo la bruja a través de la llama
de fuego. Lukas parecía confundido. Aquello era más
complejo de lo que parecía.
- Y entonces ¿cuándo marcharemos a la aldea?

204
- Cuando Maurice lo crea oportuno. Parece que tiene
un plan.
- Espero que podamos marchar pronto. -miró su reloj -
hablando de marchar, ya debo de irme. ¿Puedo venir a
visitarte más tarde?
- Por supuesto.
María José lo acompañó a la puerta. Se despidieron.
Lukas se quedó mirándola unos minutos. Seguía siendo
realmente bella. ¡Cuánto deseaba ser él el dueño de su
corazón! Si fuera así, grandes cosas haría y los dos serían
felices.
Subió al auto y se fue.
***
8

Pasó un mes desde que María José empezó a trabajar


directamente con Maurice. Últimamente, había preferido
dejar a la niña con Arethusa en las mañanas, mientras ella
trabajaba. Era bastante agotador responder llamadas
mientras la niña lloraba.
Un día, Maurice pasó por ella. Se veía preocupado. María
José tomó su mano. Ya tenía tiempo que no lo veía así.
- ¿Pasa algo? - le preguntó cuando estaban en el
coche.
- No, cariño, no pasa nada.
- Amor...confía en mí. - Maurice suspiró.
205
- Aquí hacen un evento para los hombres que se van a
casar. Le llaman "despedida de soltero". Los amigos que
tengo aquí planean llevarme a un club nocturno y después
a una casa de citas. No quiero que pase nada malo ahí.
¿Sabes a lo que me refiero?
- Si, perfectamente. ¿Cuándo es?
- Esta noche.
Ambos callaron. María José no sabía que decirle. Sonaba
difícil pensar que Maurice pudiera estar con otra mujer
esta noche. No podía pensar en que alguien más usurpara
su lugar. Ya era sumamente difícil que fingiera su relación
con Regina. Miró a través de la ventana.
- Espera. Tengo una idea. - le dijo Maurice de pronto
- ¿Cuál? - preguntó María José, sin dejar de ver por la
ventana
- Lo que mis amigos quieren es que esté con otra
mujer que no sea Regina.
- ¿Y?
- ¿Me acompañarías?
- ¿Yo?
- Si, mi amor. Tú.
- ¿Te has vuelto loco? ¿Qué quieres que haga?
- En realidad, no mucho. Sólo que cumplas con tu
verdadero papel: el de mi esposa. Así, podremos besarnos
todo lo que queramos.
- Amor, no me sentiré cómoda.
- Anda, cariño. No puedes fallarme. No ahora.
206
- ¿Estás seguro? ¿Qué les dirás a tus amigos?
- Ya lo saben. ¿Lo olvidabas? Lo único que no saben
es que no nos hemos divorciado. Pero no se tienen que
enterar. Anda, preciosa. Nos divertiremos mucho.
- ¿Qué le dirás a Regina?
- No tiene porque enterarse.
- ¿Y si lo hace?
- Le diré que me acompañaste para evitar que hiciera
algo malo.
- Pero ¿y si piensa que tú y yo llegaremos a hacer
algo?
- No lo hará, porque aprovecharemos que Lukas ya
está de regreso. Podríamos ponerlo de excusa de que tu
fuiste con él.
- ¿Y sí irá con nosotros?
- Por supuesto que no. Sólo será una excusa para que
podamos estar juntos.
- Está bien, cariño. Pero si pasa algo ya será bajo tu
propio riesgo.
- Sabía que no me fallarías. Saldremos un poco antes
de la oficina para llevarte un centro comercial y compres tu
atuendo para esta noche. Nos la vamos a pasar muy bien.
Maurice y María José entraron al edificio. Trabajaron las
horas correspondientes, hasta que llegó la hora de la
comida. A comparación de otros días, Maurice abrió la
puerta de la oficina.

207
- No hay tiempo que perder. Iremos a comer y después
te llevaré por tu atuendo.
Después de comer, fueron directamente al centro
comercial. María José entró a varias tiendas pero nada le
llamaba la atención. Maurice la seguía, inspeccionando lo
que ella veía.
Después de ver muchos vestidos, María José vio uno que
le llamó la atención. Era uno corto, color blanco, strapless
y con un moño en la parte delantera.
- ¿Te gusta? - le preguntó a Maurice
- Te verías divina en él. Anda, pruébatelo.
María José lo hizo. Definitivamente era lo que estaba
buscando. El vestido se ajustaba perfectamente a su
cuerpo. Volvió a ponerse su ropa. Salió del probador.
Maurice la esperaba sentado en un banco.
- ¿Listo?
María José asintió. Maurice lo pagó. Juntos fueron hacia el
auto.
- ¿Qué te parece si te llevo a casa para que te arregles?
Así aprovecho también para hacer lo mismo. En cuanto
termine de arreglarme, pasaría por ti de regreso.
- Me parece perfecto. Gracias.
- A ti, por aceptar la invitación.
Llegaron a la casa de María José. Ella se bajó. Se despidió
de Maurice provisionalmente con un beso en los labios.
Entró a la casa.
- Mamá, amiga. Necesito ayuda. - dijo, entrando a su
habitación.
208
- ¿Qué sucede? - preguntó Julia, entrando tras ella.
- Iré con Maurice a su despedida de soltero. Necesito
cambiarme lo antes posible. No sé a qué hora pase por mí.
- ¿Cómo que iras con él a eso? - preguntó Arethusa.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Porque en el bar en el que trabajo han ido muchos
hombres y mujeres a festejar este tipo de cosas y no son
eventos muy agradables.
- Él me lo pidió. Al parecer quieren llevarlo a una casa
de citas. No sé que sea eso, pero parece que a él no le
agrado la idea. - María José se desvistió y se puso el
vestido nuevo. - ¿podrían ayudarme a subir el cierre? -
Arethusa se acercó y subió el cierre. - gracias. ¿Cómo
está mi hija?
- Está dormida. Es su siesta vespertina.
- ¿Podrían cuidarla en la noche?
- Yo trabajo en la noche - dijo Arethusa. - de hecho, ya
me tengo que ir. Que te vaya bien en tu cita. - se despidió
de María José y de Julia.
- No te preocupes. Yo la cuidaré. - dijo Julia
- ¿De verdad? Muchas gracias, mamá. No tengo como
pagárselos.
- ¿Estás segura de lo que harás? Maurice no
desaprovechará la oportunidad para hacerte todo lo que
no te ha hecho este tiempo.
- Lo sé. Pero no puedo dar vuelta atrás. Maurice
espera que lo acompañe. No puedo quedarle mal.
209
Lukas llegó a la casa. Al ver la puerta abierta, entró. Vio
que la puerta del cuarto de María José estaba entreabierta,
se asomó y se quedó estupefacto al ver a María José con
semejante atuendo. Parecía que los años no habían
pasado por ella. Se veía estupenda.
- Déjame decirte que te ves preciosa. - le dijo
repentinamente.
Ella lo vio y le sonrió. María José cambió sus aretes y sus
zapatos. Retocó el maquillaje. Roció un poco de perfume.
Acomodó su cabello.
- ¿Cómo me veo?
- Preciosa.

***
9

De pronto, escucharon que alguien tocó la puerta. Era


Maurice. Julia, al ver que María José todavía no estaba
lista, salió de la recámara para abrirle.
- Querida suegra. ¿Cómo estás?
- No tan bien como tú. Dichoso tu que puedes llevarte
de fiesta a mi hija.
- Aunque no creo que sea el mejor evento para ella,
creo que nos divertiremos mucho.
- Pasa, ya casi está lista.

210
- Gracias. ¿Puedo estar con mi hija un rato?
En ese momento, Andrea despertó y empezó a llorar.
- Claro. Podrías consolarla, mientras María José sale a
darle de comer.
Maurice sujetó a la niña con cuidado. Nunca le había
tocado arrullarla. Eso siempre lo hacía María José. Ahora
que la tenía ahí, entre sus brazos, llorando desconsolada,
no sabía que movimientos hacer para tranquilizarla.
Caminó de un lado a otro. Poco a poco, la niña se calmó y
empezó a jugar con los botones de la camisa de Maurice.
María José salió rápidamente de la habitación, pasando a
un lado de Lukas. Vio a Maurice y sonrió. Él al verla, la
examinó de pies a cabeza. Lucía bastante atractiva.
- ¡Vaya, vaya! Creo que estoy muerto. Estoy viendo
ángeles. - le dijo, besando su mejilla.
- Gracias, cariño. Pero no te puedes morir todavía. No
me puedes dejar sola.
- Lo sé. - miró de nuevo a su hija - creo que es igual
que su madre.
- Préstamela. Le daré de comer para que podamos
irnos.
Maurice hizo lo que María José le indicó. Ella descubrió
parcialmente su pecho y acercó a la niña. Una vez que
terminó, se acomodó de nuevo el vestido. Julia quitó a
Andrea de su regazo.
- ¿Estás segura que podrás cuidarla?
- Por supuesto. Tú encárgate de divertirte.
211
- Bueno, ¿nos vamos? - preguntó a Maurice.
- Por supuesto, cariño. Me dio mucho gusto verte,
suegra. Te la traeré de regreso mañana.
- ¿Mañana? - preguntaron las dos al mismo tiempo.
- ¿Crees que te iba a liberar tan rápido?
- Pero, amor, es mucho tiempo...
- Prometimos estar juntos toda la vida, ¿lo olvidabas?
Vámonos.
- Espera. Déjame ir por ropa para cambiarme mañana.
María José subió a su habitación. Sacó unas cuantas
cosas de vestir y las acomodó en una maleta. Cuando bajó,
se despidió de Julia, un tanto consternada. Lukas también
la veía un tanto frustrado. Parecía que se divertirían
mucho esa noche. No podía dejar de pensar en lo que
harían en esas horas. Pero él no podía hacer nada. Para
ella no era el amor de su vida.
Maurice cargó la maleta y la metió en la cajuela del auto.
Abrió la puerta del copiloto. Dejó entrar a María José.
Cerró la puerta y se metió al coche.
María José estaba confundida por lo que Maurice quisiera
hacer esta noche. Él podía ser capaz de todo, con tal de
tenerla a su lado.
- ¡Qué comience la fiesta! - exclamó Maurice, al
encender el auto.
- Amor, esto no está bien.
- ¿Por qué no?

212
- Porque aquí, en esta ciudad, tienes otra novia, con la
que pronto te vas a casar. ¿Qué pensarán de mí?
- Aquí y en cada parte del mundo eres mi esposa.
- Al menos me podrías decir qué más haremos aparte
de ir al bar
- Es una sorpresa que te encantará, amor. Te lo
prometo.

***
10

Llegaron al bar. Maurice dejó su auto en el valet parking.


Ayudó a María José a bajarse. Colocó su brazo alrededor
de la cintura de su amada, provocando que ella esbozara
una leve sonrisa.
Una vez que entraron, Maurice buscó con la mirada la
mesa de sus amigos, hasta que identificó a varios de ellos,
sentados al fondo del lugar. Rodeó la cintura de su esposa
con el brazo derecho y la llevó con él hasta las personas.
- Miren nada más quien ha llegado - dijo uno de ellos,
de cabello oscuro y nariz achatada. - el soltero más
codiciado de toda América.
- Creímos que te habías adelantado a la casa de citas
y que no ibas a venir.
- Y miren con que bombón viene - dijo otro más,
inspeccionando a María José de pies a cabeza
213
- ¿Recuerdan que ya conocían a mi esposa?
- ¡Cielo santo! No podría olvidarlo. No se ven mujeres
tan bellas en mucho tiempo - dijo uno de ellos. María José
se sonrojó.
- Pero ¿qué hacen ahí parados? ¡Siéntense!
Ambos se sentaron en las sillas que había frente a ellos.
María José se dedicó a observar el lugar. No sabía porque
se le hacía tan conocido.
- Entonces, este es el plan, amigos. Estaremos un rato
aquí, en el bar. Disfrutaremos de unos tragos y después
llevaremos a este bribón a que haga lo suyo con unas
cuantas damas en la casa de citas que está a la vuelta de
la esquina. ¿Entendido?
María José hizo una mueca de disgusto y Maurice soltó
una carcajada al verla.
- Temo decirles, amigos, que sólo podremos
acompañarlos en la estancia en el bar - dijo Maurice,
acariciando la espalda de María José
- Vamos, Maurice. Es de las últimas noches de libertad
que tendrás. Tienes que disfrutarla.
- Es que ya no soy libre. ¿Lo olvidaban? - dijo Maurice,
mirando a María José.
- ¿De qué hablas? - preguntaron todos al mismo
tiempo.
- Antes que nada, tendremos que hacer el juramento.
Tienen que prometer que lo que se diga y haga esta noche
no saldrá de boca de nadie.
- ¡Lo juramos!
214
Los demás bebieron de un tarro de cerveza.
- ¿Les ofrezco algo de tomar? - les preguntó una mujer,
cuya voz María José conocía bien. La volteó a ver y
comprobó su teoría.
- ¿Arethusa? ¿Qué haces aquí? - le preguntó,
mientras se levantaba.
- Aquí trabajo. ¿Lo olvidabas?
Claro, ahí se habían reencontrado. Ese bar era en el que
Maurice se había vuelto tan violento la última vez. Un
escalofrío recorrió el cuerpo de María José al recordar esa
escena.
- Con razón dijiste lo de las despedidas de soltero...
- Bien, amiga. Quiero un tarro de cerveza y uno para
María José también. - se apresuró a decir Maurice, para
evitar que María José siguiera recordando.
- ¿Puedo acompañarte? - le preguntó María José.
- Será mejor que te quedes con él. No le vayan a hacer
algo malo. Ya sabes, como pasó la última vez. No tardo.
Arethusa se alejó y María José volvió a sentarse.
- Nos tienes que contar eso de tu libertad. - dijo el
hombre de pelo castaño.
- Pues no sé si recuerden que la vez pasada les había
presentado a María José como mi esposa. - todos
asintieron - Pues déjenme decirles que lo sigue siendo. -
Los demás se quedaron callados.
- ¿Y Regina qué es? - se atrevió a decir uno de ellos.

215
- Palabras y fotografías. Esta mujer que está conmigo,
es con la que mantengo una alianza más grande. Ella es
mi verdadera esposa y es la madre de mi hija.
Los demás escupieron un sorbo de cerveza. Tosieron.
- ¿Ya tienen una hija? - preguntó el hombre de nariz
achatada.
- Ya y es la bebé más hermosa del mundo. ¿O no, mi
vida? - le preguntó a María José.
- Bueno, si se parece a su madre, es la niña mas
bonita del universo. - María José se ruborizó.
- Iré al baño, amor. No tardo.
- ¿Quieres que vaya contigo? - le preguntó,
acariciando su cadera.
- No, mi vida, ahora no.
Se fue al baño. De pronto, sintió el filo de varias miradas
clavadas en su espalda. Quizás en ese momento
experimentó lo que sentía un pez en un acuario, donde
acudían muchas personas a verlos. Se sentía fatal.
Entró al baño. Se miró al espejo. Parecía que las personas
que habían estado mirándola eran como pirañas que se
lanzaron directamente a sus pómulos. Estaba
completamente ruborizada. Esperó unos minutos a que
el color volviera a ser el mismo.
De pronto, otra mujer entró al baño. Era Arethusa.
- ¿Estás bien?
- Si, simplemente quería estar sola unos minutos.
- Maurice se está inquietando porque no sales.
216
- Creo que exagera las cosas.
- Quizá sea así, pero por ahora, lo único que queda
hacer es que disfrutes este momento, por más
desagradable que parezca. Tal vez, Maurice quiera hacer
algo después.
Arethusa abrió la puerta y la invitó a salir. María José salió.
Esperó a Arethusa y caminó con ella hasta la barra de
bebidas. Arethusa se pasó del otro lado y María José se
sentó en un banco frente a ella. De pronto, María José
sintió que alguien la abrazaba por detrás.
- ¿Qué pasa, preciosa? - preguntó Maurice, atrás de
ella.
- Me desagradan tus amigos.
- ¿Por qué? Sí son buenos muchachos.
- No me gusta que me vean así. - Maurice se sentó
junto a ella.
- ¿Así cómo? - tomó su mano.
- Como Tomasz me veía cuando estábamos juntos.
Un escalofrío recorrió a Maurice. Hubiese preferido no
recordar eso. Tenía que animar a María José para que no
tuviera miedo.
- No te harían nada, cielo. Primero muerto antes de
que te hagan algo. Vamos, estarás conmigo todo el
tiempo.
- ¿Me lo prometes?
- Te lo juro, amor

217
Maurice se levantó y le ofreció su mano para ayudarla a
levantarse. Ella lo miró sin moverse. Con aquel
movimiento sabía que le estaría entregando, quizá, de
nuevo su vida. Podría ser que no fuese el momento
indicado, pero sabía que deseaba con todo el corazón
poder estar junto a él toda su vida.
Maurice se acercó lentamente a ella. Quedaron juntos,
frente a frente. Él tomó las manos de la dama, las llevó a
su cintura, colocando después las suyas sobre los
hombros de su amada. Vio una chispa en la mirada de
María José. Entonces supo que era el momento. Sujetó su
rostro con firmeza y besó sus labios. Era la primera vez
que lo hacía en público desde que se habían reencontrado.
Cuando la soltó, ella acarició su rostro.
- ¿Qué pretendes hacer?
- Recuperar lo que es mío.
- No necesitabas hacer esto. No hay nada que
recuperar. No he dejado de ser tuya.
- Lo sé, pero quería asegurarlo.
María José se levantó y tomó la mano de Maurice.
Caminaron juntos hacia la mesa. Volvieron a sentarse
como antes. Frente a ellos había dos vasos grandes con
cerveza. Los amigos de Maurice estaban borrachos ya.
- ¡Salud por el festejado! - gritó el de cabello castaño.
- ¡Salud! - gritaron los demás, alzando sus copas y
chocándolas entre sí.
- Salud, preciosa - le dijo Maurice a María José y los
dos juntos brindaron.

218
Empezó a sonar la música. Maurice se levantó y sacó a
bailar a María José. Mientras los demás amigos seguían
bebiendo, la pareja bailaba sin cesar.
De pronto, todos los amigos se levantaron y fueron hacia
ellos. El de nariz achatada sacó su celular de la bolsa y
todos se juntaron de más. Maurice abrazó a María José y
ella se colgó de su cuello. Se tomaron varias fotografías en
las que ella posaba de diferentes formas, mientras que él
la mantenía firme contra su cuerpo.
En cuánto acabaron de tomar las fotos, los amigos de
Maurice se despidieron
- Bueno, amigo, si tu no quieres ir por chicas, nosotros
si. ¿Seguro que no quieres ir?
- Gracias, amigo, pero ya tengo a mi chica y creo que
no acabaremos pronto.
- Bien, entonces nos vamos. Fue un placer conocerla
de nuevo, señorita esposa de Maurice. - dijo uno de ellos,
el cual, estaba tambaléandose de lo borracho que estaba.
- María José, su nombre es María José.
- Hasta luego, María José, nos vemos el día de la boda.
Si irás ¿verdad?
- Ahí nos vemos - les dijo María José, despidiéndose
de cada uno.
Cuando todos estuvieron bastante lejos, Maurice les gritó
- No se les olvide el juramento.
Volvió a abrazar a María José. Siguieron bailando hasta
cansarse. Maurice vio la hora y supuso que ya debían salir

219
del establecimiento. "Vámonos" le susurró a María José.
Ella cargó su bolsa. Ahí había una nota que decía:
"Mi turno ya terminó, pero te veías tan divertida con
Maurice que no quise interrumpirte. Te veo en casa. Te
quiero: Arethusa"
Sonrió y guardó la nota.

***

11

Maurice volvió a sujetar su cintura. Salieron juntos del bar.


Maurice pidió el coche al valet. No desaprovechó la
oportunidad para volver a sujetar el rostro de su amada y
besar sus labios. En cuanto el coche llegó, Maurice abrió
la puerta del copiloto para que María José pudiera subir.
Una vez que comprobó que ya estaba dentro, cerró la
puerta y subió también al auto.
- ¿Te divertiste, amor?
- Bastante, cielo. Al principio, me sentía un poco
incómoda, pero con el paso de las horas, me sentí mas a
gusto.
- Que bueno, preciosa. Pero falta la mejor parte.
- ¿Qué es? - preguntó María José, impaciente
- Es una sorpresa, mi cielo. Te gustará.

220
María José no supo que decir. Maurice sabía que a ella le
gustaban mucho las sorpresas. Para no inquietarse vio la
hora en el reloj del tablero del auto. Las cuatro con
cuarenta y cinco minutos. La noche se le pasó rápido. No
tardaba en amanecer.
Maurice manejó varios kilómetros hacia el norte.
Realmente esperaba que le gustara la sorpresa a María
José. Aunque se le había ocurrido rápidamente y que no
había tenido tiempo de supervisar como había quedado,
confiaba en la buena voluntad de su hermana para hacer
las cosas.
Vio a lo lejos el campo. Había un viejo y descolorido
edificio. Se estacionó en la entrada. Se bajó del auto.
María José miró a su alrededor. Estaba todo despoblado.
Fuera de ese edificio, no había datos de civilización. Era
sólo campo. Maurice le abrió la puerta.
- ¿Qué hacemos aquí? - preguntó María José,
confundida, al leer el letrero de "hotel" que se colgaba de
una de las ventanas.
- Necesitamos dormir un poco. Tu sorpresa empieza a
las diez. No querrás estar somnolienta en esto ¿o si?
María José salió del auto. Caminaron juntos a la entrada
del edificio. Maurice se acercó a la recepción. Dijo unas
cosas en secreto a la recepcionista. La mujer le entregó
una llave. Maurice firmó unos papeles.
- ¿Por qué no me esperas en la habitación, mientras
bajo unas cosas del auto?
- ¿Necesitas ayuda?
- No, amor. Vamos. Espérame ahí. Ahorita te alcanzo.
221
Le dio la llave a María José. Ella subió unas viejas
escaleras. Ahí estaba su cuarto. Abrió la puerta
lentamente. Vio la cama que había en el centro. Estaba
cubierta de pétalos de rosas. También había un camisón
de tela casi transparente. Examinó lentamente el cuarto.
Fuera de la cama, había un sillón, un mueble y un baño.
Se quitó el abrigo que Maurice le había dado en el bar y lo
puso en el sillón.
Maurice abrió la puerta del cuarto. Vio a María José,
inspeccionando su alrededor.
- ¿Pasa algo, amor?
- ¿Qué significa esto, cielo?
- Bueno, mientras me estaba cambiando me acordé de
nuestra boda e hice algunos cálculos. Fue así como caí en
la cuenta de que hoy es nuestro primer aniversario de
casados. Aunque había algo más. No hemos consumado
nuestro matrimonio. Así que debía organizar una sorpresa
cuanto antes.
- No entiendo.
- Si, mi amor. A nuestra hija la concebimos una noche
antes de la boda. Desde esa noche no hemos tenido, ya
sabes... intimidad. Por eso quise organizar todo esto.
- ¿Y cómo lo hiciste, sí estuviste casi todo el tiempo
conmigo?
- Mi hermana me ayudó. Ella vino a traer las cosas
aquí. Además, ella organizó lo que vendrá al rato.
- ¿Y qué planeas hacer entonces? - preguntó
maliciosamente María José, acercándose a él.

222
- Muchas travesuras, amor. Pero primero, tienes que
cambiarte. Anda, cámbiate.
María José obedeció. Mientras tanto, Maurice se asomó a
ver el amanecer que se filtraba por la ventana. En cuánto
María José terminó de cambiarse, se asomó para ver qué
hacía Maurice. Ya tenía puesto el camisón. Sin embargo,
sentía un poco de vergüenza. Su cuerpo no era el que
Maurice estaba acostumbrado a ver. A pesar de que ya
había perdido la mayor parte de los kilos que subió
durante el embarazo, su figura se veía algo distinta.
Maurice seguía viendo a través de la ventana. Entonces,
María José salió y lo abrazó por detrás. Él volteó y la
examinó lentamente.
- Te ves divina.
- ¿Lo crees?
- Siempre lo he creído. Eres mi ángel. ¿Estás lista?
- Creo que sí.
Maurice la besó llevándola a la cama. Se acariciaron
lentamente, hasta que los minutos y segundos se
inmortalizaron en el cuerpo que formaban esas almas
enamoradas.
Terminaron extasiados. María José estaba sobre Maurice,
acariciando su pecho desnudo. En ese momento, el
celular de Maurice comenzó a sonar. Él imaginó de quien
se trataba. Y no se equivocó. Regina ya le había llamado
veintidós veces antes, esa era llamada número veintitrés
que le hacía. Maurice contestó, esperando una serie de
reclamos de su parte.

223
- ¿¡Dónde estás!? - le gritó furiosa - Llevó una hora
llamándote y no me contestas. Llame a tu casa y no
contestase ahí. Le llame a tus papás y dijeron que ahí
tampoco estabas. ¿Dónde diablos estás?
- Si no te calmas en este momento, no te diré nada. -
Regina se quedó callada. - Así está mejor. Fue mi
despedida de soltero. ¿Ya? ¿Contenta?
- No hiciste nada malo, ¿verdad? - preguntó Regina,
inquisitivamente - ¡Júramelo!
- No, no hice nada malo.
- Bien, entonces te quiero aquí en mi casa a las 4 de la
tarde en punto. Porque me van a hacer mi despedida de
soltera y es importante que estés aquí. Lleva a María José
contigo.
Regina colgó. Maurice instantáneamente tuvo un ataque
de risa. María José volteó a verlo, un tanto extrañada de
su comportamiento.
- ¿Qué te dijo Regina? - le preguntó María José, en
cuanto se le pasó el ataque.
- Que debemos ir a su despedida de soltera. - María
José hizo una mueca
- ¿Es obligatorio que vayamos?
- Supongo - dijo Maurice, - ¿vas a ir conmigo?
- Tengo que hacerlo. Quiero vigilarte de que no te
vayas a comportar extraño como lo hiciste ahorita. - dijo,
incorporándose un poco. Maurice vio la hora en su
teléfono. Ya se les estaba haciendo tarde.
- Bien, creo que es hora de irnos.
224
- ¿Tan rápido? - preguntó María José
- Te tengo otra sorpresa ¿lo olvidabas?
- Creí que esta había sido la sorpresa. - dijo,
levantándose parcialmente.
- No, mi amor. Hay otra más. - dijo Maurice,
levantándose de la cama.
- Creo que hoy fue mi día de suerte. - se vistieron
rápidamente.
Guardaron la ropa que habían usado la noche anterior
dentro de la maleta que había llevado María José.

***
12

Maurice la condujo de nuevo al auto. Pero antes de que se


subiera, Maurice la detuvo.
- ¿Qué pasa? - preguntó María José.
- Tu sorpresa está ahí - dijo, señalando la parte del
campo, que estaba del otro lado de la carretera.
Ahí había un globo aerostático, humeando sobre el pasto.
María José se quedó boquiabierta. Nunca había visto de
cerca un globo tan grande. Maurice tomó su mano y juntos
caminaron hasta donde estaba el globo. Él llevaba una
bolsa en la mano.
- ¿Lista para subir?
225
- ¿Vamos a subir?
- Si, vamos a dar un viaje en globo.
- Mi amor, no era necesario..
- Basta de palabras, subamos antes de que se haga
tarde.
La ayudó a subir. Después, pagó al cuidador del globo lo
que le correspondía. Subió al globo. Se sentó junto a
María José. Sacó unos sándwiches de la bolsa. Le dio uno
a María José y él se quedó con otro. Comieron, mientras
admiraban el paisaje.
- ¿Te gusta? - preguntó Maurice
- Mucho. Gracias, corazón. ¿Sabes? Estar en el aire
me recuerda a la aventura, cuando volábamos en el lomo
de las criaturas.
- Lo sé, justamente por eso escogí esta sorpresa. Y
teniéndote aquí, con este paisaje, quiero pedirte algo
especial.
- ¿Qué cosa, amor?
- Quiero que, cuando regresemos a la aldea, me
hagas un favor especial. Quiero renovar mis votos de
matrimonio contigo.
- ¿De verdad?
- Si, amor. Así, juntos, no habrá poder humano que
pueda separarnos. Además, podremos festejar la
renovación de votos y la boda. ¿Qué te parece?
¿Aceptas?
- Por supuesto que sí, cariño.
226
Se besaron varias veces. Pasaron varias horas volando
sobre aquel gran prado, hasta que llegó la hora de
regresar al lugar de donde partieron.
Maurice le ayudó a bajar. Regresaron al auto. Se subieron
y Maurice manejó de regreso a casa.
- ¿Te la pasaste bien, amor? - le preguntó Maurice.
- Si, mi vida. Bastante bien. Fue una noche mágica.
Gracias. Te debo tu regalo.
- Me lo diste hace rato, en el hotel, cielo.
- ¿Estás seguro?
- Por supuesto. - hizo una pausa - amor ¿crees que
pueda dormir ahorita un rato contigo? No quiero llegar al
"evento" tan desvelado.
- Claro que sí, amor.
Maurice manejó hasta la casa de Julia. Ella sacó sus
llaves. Entraron juntos a la casa. Julia y Arethusa estaban
en la cocina. La niña lloraba y ellas trataban de calmarla.
- Ya llegué, mamá. - dijo María José - ¿todo bien?
- Que bueno que llegas. La niña está sumamente
hambrienta. No podemos calmarla.
- No te preocupes, mamá. Ahorita le doy de comer.
Tomó a la niña entre sus brazos. Sonrió mientras le daba
de comer. Como no podría amarla, si era una niña
preciosa.
- ¿Cómo les va? - les preguntó Maurice a Julia y a
Arethusa

227
- No tan bien como a ti. ¿Cómo se la pasaron ayer? -
le preguntó Arethusa.
- Bastante bien. Mi esposa y yo tuvimos mucho de que
hablar esta noche. ¿O no, mi cielo?
- Demasiadas cosas. - dijo María José sin prestar
mucha atención. - ¿ya se fue Lukas?
- Ya, se fue poco después de que ustedes se fueran
anoche. Por cierto, habló tu "prometida", Maurice. - le dijo
Julia a Maurice.
- Que hoy es su despedida de soltera y que requiere
que vayas, amiga. No sé para qué, pero insistió mucho en
que fueras. - Maurice hizo una mueca. Realmente, se
estaba volviendo loca.
- Amor, ¿si puedo dormir un poco? - preguntó Maurice.
- Si, amor. Mi recámara es esta - dijo, señalando una
puerta.
- Gracias, mi vida. - Maurice entró al cuarto.
- Estuvieron juntos bastante tiempo, ¿eh?
- Si y fue de las mejores noches de mi vida.
Al ver que la niña ya se había dormido, se levantó del
sillón.
- Yo también dormiré un rato. Si necesitan algo, nos
despiertan
Entró al cuarto y acostó a su hija en la cuna. Vio a Maurice
acostado en su cama. Estaba boca arriba, roncando y con
un brazo extendido. María José lo acomodó para que ella
pudiera acostarse también. Durmieron unas horas hasta
que Julia los despertó para que fueran a la despedida.
228
****
En cuanto llegaron a la despedida, localizaron a Donna y a
Violeta. María José se fue a sentar con ellas, como lo
había hecho el día de la pedida de mano. Maurice la siguió,
inspeccionando el ambiente que se vivía a su alrededor.
Había un grupo de hombres con el torso desnudo y con
gorras en la cabeza bailándole a unas cuantas mujeres
que estaban ahí.
- ¿Qué está pasando? - preguntaron los dos, al mismo
tiempo.
- No lo sabemos. Pero lo mejor será que estén poco
tiempo. Presiento que las cosas no van a terminar bien. -
dijo Donna.
Regina, a lo lejos, los vio llegar. Se dirigió a la mesa en la
que se encontraban sentados. Maurice hizo una mueca de
disgusto. Suponía que le haría pasar un mal rato.
- Demos un aplauso al novio, que acaba de llegar - dijo
un hombre al micrófono.
Las asistentes, entusiasmadas, gritaron eufóricas. Maurice
se limitó a hacer un gesto con la mano en señal de
agradecimiento. Regina fue por él y lo obligó a ir con ella
dónde estaba una tarima que fungía como escenario.
Maurice miró a lo lejos a María José. Ella estaba nerviosa.
Tenía las dos manos juntas, recargadas en su barbilla. Lo
miraba, a la expectativa de qué le harían.
- Tome asiento, joven, que vamos a empezar con el
juego.

229
Maurice dudó en hacerlo. Echó una última mirada a María
José. Seguía a la expectativa. Regina lo obligó a sentarse.
El hombre que lo había incitado a pasar, le cubrió los ojos
con una venda. Regina comenzó a bailarle de manera
extraña. Mientras lo hacía, sujetaba fuertemente tanto el
pecho como los brazos de Maurice. Él permanecía inmóvil,
aunque hubiera querido gritar en varias ocasiones. María
José deseaba subir a rescatarlo. Odiaba ver como estaban
humillándolo de esa manera. Pero no podía hacerlo. Ante
la vista de todas aquellas personas, Maurice y ella ya no
tenían nada que ver. No se quería imaginar como
terminaría todo eso.
En cuanto Regina acabó, le quitaron la venda a Maurice.
Él bajó de la tarima y fue con María José. Ella, cuando
llegó Maurice, le sujetó su mano.
- Tranquilo, ya pasó, ya pasó.
Maurice le agradeció con una sonrisa. Lamentaba estar
ahí, porque si no lo estuviera, ya estaría entre sus brazos.

***
13

Regina estaba nerviosa. El tiempo había pasado rápido.


Faltaba un día para la boda. No podía creer que el tiempo
hubiera pasado tan rápido. Pensó que no alcanzaría a
llegar a este momento. Pero si lo había logrado. Y con un
hombre estupendo. Quizá le hubiese gustado que fuera
más cariñoso con ella. Pero, en realidad, no le importaba
230
mucho. Lo que de verdad le importaba era el poder llegar
al altar vestida de blanco, con un hombre que, al menos de
apariencia, pudiera ser un príncipe azul. Todo tenía que
salir perfecto. Esa iba a ser la boda del año. Todos
estaban al pendiente de los preparativos. De hecho,
Maurice y ella estaban en un estudio para una sesión de
fotos.
Maurice estaba aburrido. Todo ese teatro le parecía tan
absurdo. Lo que le tranquilizaba era que ya pronto se
terminaría. Ya no podía aguantar ni un segundo más. Lo
bueno es que tenía un plan para poder irse cuánto antes.
Cuando la sesión de fotos se terminó, Maurice se fue
hacia la puerta.
- Espera - dijo Regina, tomando su mano.
- ¿Si?
- ¿A dónde vas?
- A casa. Creo que los dos necesitaremos estar listos
para mañana.
- Tienes que llevarme a casa.
- Pensé que tu madre pasaría por ti.
- No está. No hay nadie en casa.
- Bien. Te llevo y me voy a mi casa.
Regina se decepcionó. Creía que eso funcionaría. Ese tipo
de frases, según sus amigas, le ayudaría a que estuviera
cercano a ella. Pero se equivocó. Una vez más. No
entendía porque él la evadía tanto. Según recordaba, con
María José era bastante cariñoso. Pero con ella pasaba
todo lo contrario. Ellas dos se parecían en algunas
231
facciones incluso. Pero en realidad, creía que Maurice
seguía teniendo relación con María José. Sospechaba
bastante. Pero no podía decir nada si no quería que
Maurice cancelara todo de último momento.
Se subieron al coche y se fueron. Maurice la dejó en su
casa, como había dicho.
- ¿Seguro que no te quieres quedar?
- Si. Tenemos que descansar. Nos vemos mañana.
- Quédate un rato. - Maurice hizo una mueca. - por
favor. No quiero estar sola. No me gusta quedarme en
casa por si me pongo mal. - Maurice hizo una mueca de
disgusto.
- Está bien. Sólo hasta que llegue alguien a casa.
Se bajaron del auto. Regina entró primero. Maurice lo
dudó unos minutos. Después la siguió.
- ¿Qué quieres hacer? Vemos una película, platicamos
un rato...- preguntó Regina.
- Lo que quieras hacer.
Lo guió al cuarto de televisión. Ambos se sentaron en el
sillón. Vieron una tras otra película. Regina se acercaba
cada vez más a Maurice, hasta que quedó sentada encima
de él. Besó sus labios y poco a poco se bajó más. Maurice
estaba temeroso. Esa faceta de Regina era la que más
odiaba. Prefería verla celosa, histérica o berrinchuda, a
que abrazándolo o besándolo como era aquel caso, pues
en esos casos siempre salía lastimado.
- ¿Qué haces? - preguntó Maurice, apartándola de su
cuerpo.
232
- No hemos tenido intimidad en ningún momento. Creo
que ya es hora de que la tengamos. - dijo abriendo la
camisa de Maurice, de un solo jalón, dejando a la vista su
musculoso pecho.
- Lo haremos mañana. - dijo, intentando cerrarse su
camisa.
Tocó sus labios. Salía sangre. Ya esperaba eso. Tenía
que remediarlo.
- Pero...
- Es hora de irme. Nos vemos mañana.
- Lo siento. No te vayas.
- Descansa.
Maurice salió de la casa.

***
14

En el coche, apagó el localizador de su celular. No quería


que supieran donde estaba. Pasó a su departamento.
Empacó todas sus cosas en una maleta. Después, se
cambió de camisa. No quería que María José lo viera así.
Una vez que vio que no faltaba nada, regresó al auto. Fue
directamente a casa de Julia. Justo cuando llegó, empezó
a llover fuertemente. Se armó de valor y bajó a tocar el
timbre. Sacó sus maletas de la cajuela y esperó a que
abrieran la puerta.
233
- ¿Quién será a esta hora? - preguntó Julia,
asomándose por la ventana - es Maurice, hija, abre. Se
está mojando.
- ¿Maurice? - se asomó también - Toma a la niña -
hizo que su madre cargara a la niña. Abrió la puerta. -
¿Qué haces aquí? - le preguntó a Maurice.
- Te explico adentro
Ambos entraron a la casa. Maurice dejó su maleta en el
piso y se sacudió lentamente lo mas que pudo.
- ¿Otra vez quiso ponerse romántica? - preguntó María
José, observando el labio herido de Maurice y las demás
marcas que había alrededor.
Él asintió sin agregar nada. Observó el gesto de María
José. No le agradaba nada. Una vez que fue a verla en el
mismo estado se lo había comentado.
- ¡Por Dios! Maurice estas empapado. ¿Traes una
muda de ropa? - dijo Julia, acercándose a ellos.
- Te traeré una toalla. - dijo María José.
- Traigo mi pijama. - María José se detuvo. - puedo
dormir aquí ¿verdad?
- Mañana te casas.
- Sólo me he casado una vez y con la mujer más
hermosa del mundo. - dijo, intentando abrazarla.
- No es gracioso.- dijo María José, apartándose de él
- ¿Si puedo?

234
- Esta bien. Entonces, sígueme. Tendrás que ducharte,
si no quieres enfermar. Además tengo que curarte. Otra
vez.
María José caminó rápidamente hacia el final del pasillo.
Volteó a ver si Maurice la seguía, pero cómo no lo hacía, lo
alentó.
- Vamos, sígueme - llegaron al cuarto de baño - Esa es
la llave de agua caliente - dijo María José señalando la
llave del lado izquierdo. - pero antes. - buscó unas cuantas
cosas que había en un pequeño mueble. Sacó unos
frascos en los que había un líquido transparente. - No te
muevas - le dijo a Maurice, humedeciendo un pedazo de
algodón con el líquido transparente.
Colocó un poco en el labio de Maurice. Aunque la sangre
ya estaba seca, serviría para que la costra no volviera a
caerse. Maurice gimió de dolor. Sujetó con fuerza la mano
de María José. Ella, al terminar, tiró el algodón en el bote
de basura y se lavó las manos.
- Gracias, preciosa. Te prometo que será la última vez
que tengas que hacerlo - María José sonrió .
- Te espero en el comedor. Dúchate bien.
María José salió de la habitación. Fue a la cocina. Ahí
estaba Julia con la niña en brazos.
- ¿Todo bien?
- Si. ¿Preparamos la cena?
María José colocó a la niña en una mesita especial que
tenían para ella. Entre las dos se dedicaron a preparar la
cena.

235
Maurice se apresuró a ducharse. Tenía que reunirse con
María José en la planta baja lo antes posible. Tenía que
contarle su plan. Estaba ansioso de que ella supiera que
por fin ya marcharían de aquella ciudad que tanto le
disgustaba. Al encontrarse con ellas, rodeó la cintura de
María José por detrás.
- ¿Cómo está mi adorada suegra? - preguntó Maurice,
abrazando posteriormente a Julia.
- Muy bien. Me da gusto que te quedes ésta noche con
nosotras.
- La verdad es que no quería pasar una noche más
lejos de mi esposa y de mi hija. Por eso me vine.
- ¿Y tu prometida?
- Ya hablaremos de eso en la cena. Tengo un plan
- Hola familia - dijo Arethusa, entrando a la casa.
- Hola amiga. ¡Qué gusto que llegaste temprano!
- Mi jefe me dio el día de descanso. Casi no había
gente en la cantina. Entonces me vine a casa. ¡Maurice!
Que sorpresa verte por aquí a estas horas.
- Maurice se quedara a dormir con nosotras. - dijo
María José, arrullando a su pequeña. Poco después la
llevó al cuarto para que pudiera dormir bien.
- Brillante idea. Creo que tramas algo de lo que no nos
hemos enterado. - dijo la ninfa, intentando leer la mente de
Maurice.
Los cuatro se sentaron a cenar. Maurice les platicó el plan.
- Mañana, seguiremos con lo de la "boda". Iremos tú y
yo, cariño, a la ceremonia, pondré cara de enamorado
236
cuando entre Regina, haré los votos y nos iremos a la
fiesta. Pero, un buen rato después de que haya
comenzado la fiesta, te despedirás de mí y de Regina,
excusándose de que el ruido afecta mucho a nuestra hija.
Me esperaré unos minutos para que no parezca tan
evidente que me fugué contigo, y saldré a "tomar un poco
de aire fresco". Mientras yo salgo, mi madre y mi hermana
se irán con ustedes. Me esperarán afuera del salón. Ahí
las alcanzaré. Ya que estemos juntos, nos marcharemos
al lugar que nos dijo Milenna. ¿Qué piensan?
- No lo sé. Suena muy complicado. - dijo María José
- ¿Por qué?
- Porque Regina no es tonta. No creerá el cuento del
ruido y a ti menos te creerá lo de aire fresco.
- Para eso están mi madre y Violeta. Ellas estarán en
la misma mesa que tú. Ya saben el plan y les indicarán
cuando es el momento para empezar a llevarlo a cabo.
Confía en mí.
- Además, tendríamos que ponernos de acuerdo entre
nosotras y aparte con Lukas.
- De eso no hay problema. Nosotras podríamos
esperarlos a determinada hora afuera del salón. Y
podríamos decirle a Lukas que haga lo mismo.- comentó
Arethusa
- ¿Estas seguro que quieres hacerlo? - preguntó María
José
- Si, cariño. Tú y yo debemos estar juntos por siempre,
sin nadie que lo impida y sin ocultarlo más tiempo.
Arethusa parecía fascinada con el plan.
237
- Bien entones ya está decidido. - Maurice asintió - Ya
saben que hacer entonces. - dijo Arethusa, haciendo un
ademán con la mano señalando los anillos.
Maurice se quitó el anillo del dedo. María José hizo lo
mismo. Los dejaron sobre la mesa. Unos segundos
después apareció la imagen de Milenna.
- ¿Qué sucede?
- Estamos listos. Mañana iremos al cuartel que
preparaste.
- Mañana, cuando vayan en camino, junten de nuevo
los anillos para que les muestre por dónde deben ir. Buena
suerte. - Desapareció.
- Bien, pues tenemos que estar listos para mañana.
Será un día difícil para todos.
- Lo sé. Será difícil no voltear a ver a María José
durante la ceremonia - dijo Maurice, sujetando una mano
de su esposa.
- Tú permitiste esto. - dijo ella, apartando su mano
rápidamente. - me iré a dormir. Buenas noches - se fue a
su habitación.
Maurice quedó con mal sabor de boca por aquel
comentario. No era el único que estaba cansado de esa
situación. Ella también lo estaba. Nada más que fingía
hacerse la fuerte. Ayudó a Arethusa y a Julia a recoger las
cosas del comedor. Cuando terminaron, preguntó.
- ¿Dónde dormiré?
- Con tu esposa. Claro. ¿Con quién más, sino?

238
Los tres se fueron a su respectiva habitación. Julia le
mostró cual era la habitación de María José. Maurice entró.
Ahí estaba ella, acostada en la cama con una sábana
cubriendo su cuerpo.
Él se acostó también, a un lado de ella. Cubrió su cuerpo
con la misma sábana que María José. La abrazó,
provocando que ella también lo hiciera. Por fin la tenía una
vez más así.

***
15

Andrea lloró a medianoche. María José despertó al oír a


su hija. Quitó la mano de Maurice de sí. Lo miró de reojo.
No dudaba que su madre le hubiese dicho que durmiera
con ella. No importaba. Extrañaba dormir con alguien más,
especialmente con Maurice.
Se levantó y le dio de comer a su hija. Poco después dio
vueltas en la habitación con la niña en brazos, para lograr
que se durmiera de nuevo.
Maurice se despertó al no sentir a María José a su lado. La
vio de pie y la examinó lentamente. Se había convertido en
una madre ejemplar. Sólo bastaba ver la forma en qué
miraba a la niña. Se levantó de la cama y comenzó a
masajear los hombros de su amada.
- Lamento haberte despertado - dijo María José.

239
- No importa. Me agrada verte así, en tu faceta
maternal. - María José se limitó a sonreír. - Ahora si no
podremos escondernos para manifestar cuánto nos
queremos, cielo
- Si, ya extrañaba eso. Aunque seguías viniendo, no
era lo mismo a que tenerte de lleno.
- Lo sé. Pero afortunadamente, no habrá nadie que
pueda separarnos ahora.
María José acostó nuevamente a la niña en la cuna.
Después, se sentó en el borde de la cama. Maurice la imitó
y se sentó junto a ella.
- Hoy llegaste más golpeado que nunca. - le comentó
de repente.
- Regina quería que tuviéramos....ya sabes. - María
José suspiró y se volteó. No quería que Maurice notara
que estaba enfadada.
- ¿Aceptaste? - le preguntó.
- Por supuesto que no. No hubiera podido hacerlo. -
dijo Maurice, girando el rostro de María José hacia si.
- Me alegra. Aunque por tu aspecto, parecía que sí
había pasado algo. - Maurice rió.
- Lo sé. No todas pueden ser tan cariñosas como tú. -
hizo una caricia en su rostro.
Maurice la besó. Ella le correspondió, teniendo cuidado de
no abrir la herida, al mismo tiempo en que recorría con
caricias los lugares en los que Maurice tenía moretones.
Ambos sonrieron.

240
- Gracias por ser parte de mi vida. Te amo tanto, mi
vida. - le dijo Maurice a María José.
- Gracias a ti, por seguir eligiéndome como el amor de
tu vida.
- Te seguiré eligiendo siempre...
María José sonrió. Poco después se acostaron y volvieron
a dormir.
***
16

El celular de Maurice sonó varias veces. Él y María José


se despertaron. Contestó la llamada. Era Donna.
- ¡Despierta! - le gritó Donna efusivamente.
- ¿Qué pasó mamá?
- Hoy es un gran día ¿no es así?
- Por supuesto. Al fin el gran día en que regresaremos
a casa.
- ¡Qué emoción! ¿Puedo hablar con María José?
- Te habla mi mamá. - le dijo a María José
- ¿Hola?
- Hola, querida nuera. ¿Ya te contó Maurice?
- Ya. Lo hablamos anoche
- Bien, entonces ¿qué te parece que vayamos por
ustedes para que no usemos tantos coches?
241
- No te preocupes. Estaremos bien. Me llevaré un
coche que alquilé para que no parezca evidente que nos
vamos juntas.
- ¿Estas segura?
- Si, además, Maurice trae su coche. Tal vez así sea
más fácil distribuirnos al final.
- Bien, entonces levántense ya. Tienen que estar listos
para "el gran día".
Ambas colgaron el teléfono. María José se estiró un poco;
después se levantó.
- Me ducharé para empezar a arreglarme. Si quieres,
desayuna con mi madre y con Arethusa mientras estoy
lista. - Maurice asintió
Se levantó de la cama.
- Maurice, está listo el desayuno. Vamos. - le avisó
Arethusa
Maurice salió de la recámara. Se sentó en una de las sillas
del comedor con Arethusa y Julia. Desayunaron
tranquilamente. Pronto, escucharon los pasos de unos
tacones cerca de ellos. Maurice volteó y ahí vio a María
José. Ahí estaba ella, luciendo el entallado vestido rosa
pálido que le correspondía por ser dama. Una tenue capa
de maquillaje estaba plasmada en su rostro. Su cabello
aun no estaba recogido como Regina lo había pedido,
pero se veía hermosa así.
- Mi niña, te ves preciosa. - dijo Julia, detrás de
Maurice.

242
- Preciosa es poco. Pareces un ángel. Mi ángel. - dijo
Maurice, cargándola.
- Cuidado, amor. El vestido aún no está
completamente firme - Maurice vio que el cierre del vestido
estaba abajo. Lo subió con precaución. María José sonrió -
¿Podrían ayudarme? - preguntó María José a Arethusa y a
Julia. - todavía necesito peinarme.
- Claro que si, hermosa. - dijo Arethusa - vamos,
siéntate.
- Me bañaré rápido. - dijo Maurice al percatarse que se
le hacía tarde
Se duchó. Mientras estaba bajo el agua, recordó lo
emocionado que estaba meses atrás por vivir este
momento con María José. Ese día había sido
especialmente preparado por los de la aldea para que
ellos dos estuvieran felices. Pero alguien se había
encargado de arruinar su día. ¿Quién podría haber sido
ese hombre? Varios nombres pasaron por su mente, pero
ninguno tenía sentido para cometer aquel acto. Pero la
imagen de alguien le dio la respuesta a su pregunta:
Tomasz. Terminó su ducha. Se vistió con el smoking
correspondiente. Pero, al momento de hacer el nudo de la
corbata, dudó. Salió del baño y fue a la sala. María José
seguía sentada, ahora sola con la pequeña Andrea en
brazos.
- ¿Estás listo, cielo? - preguntó María José,
inspeccionándolo con la mirada.
- ¿Me ayudarías?

243
- Por supuesto, amor. Ven. - Maurice se acercó. Con
una mano logró hacer correctamente el nudo de la corbata.
- listo.
- Gracias, preciosa - la besó. - ¿y las demás?
- Ya comenzaron a empacar todo lo que nos vamos a
llevar - Maurice se sentó a su lado.
- ¿Estás lista para llevar a cabo el plan?
- Si. Aunque no creo estar lista para ver a otra mujer
ocupando mi lugar.
- Ocupará un lugar que ya tuviste tu. Pero no usurpará
uno que sigues teniendo.
- ¿Cuál es ese lugar?
- Un lugar aquí - dijo, colocando la mano de María
José en su pecho.
Ella lo besó. Repentinamente, el celular de Maurice sonó.
- ¿Si?
- Hijo, ¿en dónde estás? Ya es hora. - dijo Donna del
otro lado del auricular.
- Sigo aquí con María José.
- ¿Qué esperas? Regina no tarda en llegar.
- ¿Ya es hora?
- Ya, hijo. Si no te apresuras, los planes se vendrán
abajo.
- Voy en camino. No tardo. - ambos colgaron
- ¿Todo bien?
- Ya es hora, preciosa.
244
- Bien, entonces vámonos.
- ¿Cómo nos vamos a ir? - preguntó Maurice
- Alquilé un coche para éste día. No podíamos ser tan
obvios.
- Bien, entonces me adelantaré a la iglesia. Te amo, no
lo olvides. - dijo Maurice, besó los labios de María José y
se fue.
Maurice subió su maleta al coche, sabiendo que la sacaría
no en la casa que había comprado con Regina, sino en
aquel hogar temporal. Vio una vez mas a María José.
Sonrió. Subió al coche, lo arrancó y se fue.

***
17

María José les ayudó a empacar algunas cosas.


- Hija, vete. Se te está haciendo tarde. Nosotras nos
encargamos de lo que falta.
- ¿Cómo se lo van a llevar?
- Lukas vendrá por nosotras en un rato. No te preocupes
por ello. Anda vete. Llévate el pañalero de la niña - le dijo
Julia
María José abrió una de las puertas traseras del auto.
Colocó a la pequeña Andrea en el asiento especial para
bebés. Al ver que estaba segura, se subió al auto y manejó
hasta la iglesia donde sería la "boda". Esa situación
245
comenzaba a afectarle. Trató de visualizar el momento
para estar preparada. Pero no podía hacerlo sin verse a
ella frente a Maurice, vestida de blanco y mirándolo con el
amor que le tenía. Pero, al mismo tiempo, sabía que era
necesario para poder regresar a casa. Esbozó una sonrisa.
Sonaba tan cerca aquel momento.
Llegó al templo. Ahí estaba Maurice con Donna, Violeta y
Eduardo. María José estacionó el coche unas calles atrás
del templo. Se bajó del auto, sacó a la niña del asiento y
caminó con ella hasta la entrada. En cuanto llegó al atrio,
Maurice sonrió.
- ¡Cuánto tiempo sin vernos! - exclamó María José
sarcásticamente. Lo abrazó.
- Lo sé, preciosa. - se acercó a ella - como si
hubiéramos dormido juntos - le susurró al oído. María José
sonrió.
- Cuñadita. ¿Cómo estás? ¡Pero mira que hermosa
esta mi sobrina! - dijo Violeta, cargando a Andrea.
- ¿Desde hace cuanto tiempo que no las vemos? ¿Un
mes? - preguntó Donna.
- Dos meses. - respondieron Maurice y María José al
mismo tiempo.
- ¿María José? ¿Eres tu? - preguntó Eduardo.
- Si, me da gusto verte.
- Pero...¿tú y mi hijo...? No impedirás nada ¿verdad?
- Mi nuera sería incapaz de hacer algo así. Porque si
sabes que su matrimonio es lícito ¿verdad? Ella no tiene
nada que perder hoy.
246
- Entonces ¿qué haces aquí?
- Regina me pidió que fuera su dama de honor. Por
eso estoy aquí. Y, como dijo mi suegra, no haré nada malo.
Estoy segura del amor que Maurice siente por mí.
- ¿Puedo tener a mi sobrina toda la ceremonia? -
preguntó Violeta, acariciando las mejillas de la niña.
- ¿Tu sobrina? - preguntó Eduardo, aun mas
confundido
- Después hablamos de eso. Es un tema largo. - le dijo
Donna
- ¿Si puedo? - volvió a preguntar Violeta.
- Eres dama también. No puedes entrar con la niña en
brazos. - le respondió Donna.
- Creo que mejor me quedaré con ella yo. No creo que
afecte mucho si entro o no con las demás.
- ¿Segura? - María José asintió.
- Ya llegó tu futura esposa. Compórtate decentemente
y no estés viendo cosas que no debes. - dijo Eduardo
viendo a María José.
Llevó a Maurice a la entrada del templo. María José se
metió y buscó lugar en una de las bancas.
El padre de Regina, Roberto, se bajó del auto y le abrió la
puerta a su hija. Regina descendió lentamente del
vehículo. Estaba pálida. Más que de costumbre. Parecía
demacrada. No se encontraba nada bien. Aunque, a pesar
de eso, se veía feliz.
Donna llevaba del brazo a Maurice. Se quedó con él,
mientras esperaban a que llegara Regina. Maurice vio de
247
reojo a María José y sonrió. Ella le sonrió para darle
ánimos. Aunque realmente, verlo ahí, la estaba matando
de la tristeza. La última vez que lo vio así, fue en su boda.
La ceremonia se llevó a cabo de manera tranquila, hasta
que el momento de las promesas llegó. Por unos instantes,
el rostro de María José suplantó el de Regina en la mente
de Maurice. Esto provocó que las promesas las hiciera
pensando, no en otra persona mas que en su amada. El
recuerdo de su boda permaneció en la mente de Maurice y
de María José en esos momentos. "Los declaro marido y
mujer" dijo el párroco. Con esta frase, unas lágrimas
rodaron por las mejillas de María José. Hasta ese
momento su boda con Maurice había sido perfecta. Le
hubiera gustado no llorar, pero le fue inevitable. Había
soñado tanto con ese momento y se había acabado muy
rápido.
Maurice besó rápido a Regina. Después, miró de reojo a
María José. Vio sus lagrimas y sintió pena. Deseaba tanto
que fuese ella quien estuviera frente a él. Regina y
Maurice se quedaron un tiempo mientras les tomaban
fotografías. Los demás salieron del templo.

***
18

Las personas que esperaban afuera aplaudieron. Varias


señoras se acercaron a felicitar a Maurice. En cuanto

248
María José vio que ya lo habían dejado de felicitar, se
acercó a él con su hija en brazos.
- Muchas felicidades, recién casado. - Maurice la
abrazó y la mantuvo varios minutos en sus brazos.
- No tienes de que felicitarme. Lo hubieras hecho
cuando nos casamos o aquel día que validamos nuestro
matrimonio.
- Mas vale que no lo repitas. Por ahora.
- Mi hermana y mi madre ya lo saben. La noticia les
causó una felicidad inmensa. Esperan que, ahora que
estemos juntos, le demos un hermanito a esta muñeca -
dijo, acariciando la mejilla de su hija.
- No te adelantes a lo incierto.
- Una fotografía por favor - dijo un hombrecito
sujetando una cámara. Maurice rodeó la cintura de María
José y ella colocó su mano izquierda en la espalda de
Maurice. Entre los dos cargaron a la niña. Flash. - muchas
gracias. - el hombre se alejó de ellos.
- Nuestra primera fotografía como familia...- dijo
Maurice a lo que María José se limitó a sonreír - ¿estás
lista?
- Si, lo estoy. Me adelantaré al salón
- Pero ¿quién se llevará mi coche?
- No lo sé. Acuérdate que llegué después de ti.
- No te preocupes por tu auto. Tu hermana y yo nos
iremos en él. - dijo Donna, colocándose detrás de María
José
- Entonces me voy
249
- Espera - dijo Maurice, abrazándola de nuevo para
decirle un secreto - ¿ya están listas sus cosas? - le susurró
al oído.
- Si. Ya está todo listo. Lukas pasará por mi madre y
por Arethusa en un rato. No te preocupes por ello.
- Bien. Nos vemos en un rato. - se acercó de nuevo a
su oído - te amo mas que nunca, no lo olvides - le susurró.
María José sonrió - toma - le dio su anillo de bodas -
cuídalo. No lo quiero perder.- lo guardó en su bolso.
María José se fue al auto alquilado. Acomodó a su
pequeña en el asiento para bebés del coche. Se subió y
empezó a manejar.
Maurice se acercó a Regina. Entre los dos saludaron a la
gente y los invitaron a seguir compartiendo con ellos la
dicha de su matrimonio. Cuando toda la gente se fue a sus
autos, Maurice llevó a Regina al coche que los llevaría
hasta el salón. La ayudó a subirse y después se subió.
- Todo estuvo maravilloso. Los invitados están
fascinados con la ceremonia. Además ya somos marido
y mujer. ¿No estás feliz?
- Mucho.
- Creo que María José también lo estaba. Tanto, que
lloró de la emoción - Maurice calló. Las lagrimas de María
José no habían sido de emoción, sino de pena. - ojalá que
encuentre a alguien más pronto. Es una mujer muy noble y
bella.
- Lo es. Conociéndola desde hace tanto tiempo, es
difícil no quererla por ese carácter tan lindo que tiene.

250
- ¿Sabes? Tengo un mal presentimiento y de una vez
quiero advertirte algo. Si tu me dejas, me mato. Por eso
quiero asegurarme de algo. Prométeme que nunca me vas
a dejar - dijo Regina, sujetando fuertemente la mano de
Maurice.
Maurice sintió cómo uno de los huesos de su mano hacía
crack. Le hizo la promesa a Regina. Pero eso no
cambiaría que, dentro de unas horas, estaría
demostrándole completa y enteramente su amor a María
José. Sintió un gran remordimiento porque rompería una
promesa, pero no debía cambiar el plan que había hecho.
Ella lo soltó y siguió hablando maravillas de la boda.

***
19

Antes de ir al salón, María José se desvió y manejó al


hospital. Tenía que despedirse de Letty y del doctor
Jiménez. Ambos se habían portado sumamente amables
con ella. Se bajó del auto y bajó a la niña también. Letty, al
verla, gritó de la emoción, como era su costumbre.
- ¡Miren nada más quien vino! ¡Qué gusto verte! Pensé
que como eras toda una ejecutiva, ya no te vería nunca
más.
- Que cosas dices. No podía dejar de venir. Menos
ahora.
- ¿Hay algo que quieras decir?
251
- Vine a despedirme. Me regresaré a mi tierra.
- ¿Cómo así? ¿Por qué te vas? - preguntó Letty, un
poco triste.
- Pues en ese lugar crecí. Extraño mucho mi tierra. Y,
además, prefiero que mi niña crezca allá. Es un lugar
mucho más tranquilo para ella.
- Bueno. Me escribes dónde es. Quiero ir a visitarte
algún día. No te olvides de escribirme de vez en cuando.
- Por supuesto que no. Por cierto, ¿se encontrará el
doctor?
- Si, está en su consultorio. Pasa.
María José le agradeció. Caminó hacia el consultorio del
doctor. Tocó la puerta. Él le abrió. Al verla, se alegró
bastante.
- María José, que gusto verte. Pasa.
- Gracias, doctor. Así estoy bien. Sólo quería
despedirme. Me regreso a mi tierra. - le dijo María José.
El doctor sintió como si le hubieran lanzado un balde de
agua fría. Definitivamente, esa era la peor noticia que le
hubieran podido dar. Había estado muy al pendiente de
ella a través de las redes sociales. Además, sabía que
estaba cerca de él. De vez en cuando, iba al edificio donde
trabajaba Maurice únicamente para verla salir. Pero ahora,
ya no la volvería a ver nunca más.
- ¿Cómo así?
- Prefiero que mi hija crezca allá. Es un mejor lugar
para vivir, lejos de todo el ruido de la ciudad. Sé que ella
será muy feliz allá.
252
- ¿Y tú? ¿Vas a ser feliz?
A María José tomó por sorpresa aquella pregunta. Por un
momento, supuso hacia donde iba el cauce de la
pregunta.
- Si, doctor. Seré muy feliz de estar en casa, una vez
más.
- Bueno, si vas a ser feliz, entonces vete. Será lo mejor.
- dijo el doctor, sentándose en su silla.
- Muchas gracias por todas sus atenciones. No tengo
como pagárselo.
- Bueno, si tienes cómo hacerlo. - le dijo el doctor,
frotando su barbilla. - Sólo prométeme que vas a estar
bien.
María José sonrió. Lo prometió. Dicho esto, se fue. Abrazó
a Letty, quien ya tenía los ojos llenos de lágrimas.
Después de esto, volvió a subir a la niña al auto. Se subió
ella. Arrancó en dirección al salón de fiestas. El doctor la
veía de lejos, despidiéndose del más grande amor que
pudo haber sentido por alguien.

***
20

Al llegar al salón, se percató de que,unas cuadras más


adelante, estaba estacionado el taxi de Lukas. Julia,
Arethusa y él estaban recargados en la pared de un
edificio. Él la miró y una sonrisa se plasmó en su rostro. Le
253
gustaba verla así, con un propósito firme, con la firme
convicción de cambiar algo. Ella sacó a la niña del
asiento trasero. Posteriormente, sacó la pañalera. Saludó
a sus amigos con un gesto. Tomó una bocanada de aire.
Entró con la niña en brazos al edificio en el que se
encontraba el salón. Buscó con la mirada la mesa en la
que se encontraban Donna y Violeta. Al localizarlas, fue a
sentarse con ellas. Violeta quitó su bolsa de una de las
sillas. Tal parecía que le estaba apartando un asiento.
María José echó un vistazo a la mesa de los novios, pero
no encontró a Maurice.
- No ha llegado - comentó Violeta.
- ¿Quién? - preguntó María José, volteando a verla.
- Mi hermano. - dijo, mirando a su alrededor.
- ¿Cómo supiste que era él a quien buscaba?
- ¿A quién más buscarías? No conocemos a nadie
aquí. - comentó Violeta, con cara de fastidio.
María José se acomodó en la silla, con tal de que tanto ella
como la niña estuvieran cómodas. Al cabo de unos
minutos llegó Maurice. De su brazo se sostenía Regina.
Maurice iba serio, inmutable, pacífico. En cambio, Regina
saludaba a todos los invitados con una sonrisa en el rostro.
Maurice siguió en su papel, hasta que su mirada se
encontró con la de María José. Sonrió. Ella también.
Deseaba tanto dejar a Regina ahí, ir por María José y
abrazarla. "Ya pronto, ya pronto" susurró para sus
adentros. Sabía que no debía verla, pero no podía evitarlo.
El conjunto musical empezó a tocar varias canciones.
Aparecieron unos meseros y empezaron a servir la comida.
Cuando vieron que ya habían servido a todos los de la
254
mesa, comieron. Los demás invitados parecían contentos.
Pero ni Violeta, ni Donna, ni María José lo estaban. En su
misma mesa, estaba Eduardo. Sonreía. Estaba contento
de que el futuro de su hijo ya estuviera resuelto. En ese
momento, Violeta volteó a ver a Maurice. Estaba mirando
a María José, cómo si estuviera ansioso de decirle algo.
- Cuñada, ve a mi hermano. - dijo, moviendo la mano
de María José, haciendo que ella lo volteara a ver.
Maurice la veía fijamente. María José le sonrió,
provocando que él hiciera lo mismo. Ambos alzaron la
copa que tenían frente a ellos e hicieron un ademán de
brindar.
- Tiene que disimular su impaciencia. Si no lo hace,
todo se vendrá abajo. - comentó María José.
- No creo que pueda.
- Yo me estoy muriendo de celos, sin embargo, lo
estoy disimulando.
- Tú eres una perfecta actriz.
- Bien. - dijo una voz en el micrófono. - es hora de que
los novios bailen el vals.
Maurice y Regina se pusieron de pie. Dieron un par de
vueltas al compás de la música. Había algo que no le
gustaba a Maurice. Esa canción se la había dedicado años
atrás a María José y desde ese entonces, era la melodía
que mejor los representaba. Ambos la cantaban sin cesar
siempre que estaban juntos. Ahora la bailaba con otra
mujer. Vio a María José. Ella parecía disgustada también.
Los padres de Regina se pusieron de pie y bailaron uno
con cada novio. Eduardo se puso de pie y le indicó a
255
Donna que era su turno. Maurice sujetó la espalda de su
madre y bailaron juntos.
- No mires tanto a María José. Te estás comportando
sumamente obvio.
- No puedo evitarlo. Quisiera que sea ella la que esté
conmigo.
- Lo sé, pero tu bien sabes que no es por mucho
tiempo.
Violeta llegó a ocupar el lugar de su madre.
- ¿Cómo ves a María José? - le preguntó Maurice.
- Esta incomoda por esta situación. No le agrada que
la estés viendo tanto tiempo.
- Se ve preciosa hoy, ¿qué esperaba?
- Que disimularas.
La canción terminó y varios invitados llagaron a bailar a la
pista. Al ver que Regina se había ido a saludar a unos
invitados, Maurice aprovechó la oportunidad para ir con
María José. Ella comenzó a darle de comer a Andrea para
evitar que Maurice se quedara mucho tiempo con ellas.
- Hola - le dijo Maurice, sentándose a su lado.
- Que tal. ¿Cómo se la está pasando el novio más
afortunado del mundo?
- A decir verdad, esa pregunta debí responderla hace
un año atrás. No hoy. - dijo, sujetando la mano de María
José en la que portaba su anillo de compromiso.
Ella se sonrojó. El fotógrafo que en el templo les había
tomado la foto se acercó a María José.
256
- Señorita, aquí tiene su foto. - María José sacó dinero
de su bolso y se lo dio.
Se dedicó unos minutos a ver la fotografía. Tanto Maurice
como María José sonreían, incluso parecía que Andrea
también estaba sonriendo. Los tres estaban tan felices en
la foto. Maurice también la vio y sonrió.
- Es la primera foto en la que lucimos como una familia
- Lo somos, ¿no es así?
Maurice sonrió. Poco después, vio que Regina lo estaba
buscando, por lo que dejó a María José en la mesa.

***
21

Pasaron un par de horas. Violeta se quedaba de vez en


cuando con María José, pero en ratos se iba a la pista de
baile. Seguía siendo tan buena bailarina como antes.
Donna, de vez en cuando, cargaba a Andrea para que
María José pudiera divertirse un poco. De repente, Andrea
lloró. María José la cargó y la llevó al baño para cambiarle
el pañal. Cuando terminó de envolver el pañal sucio, la
niña lloró de nuevo. La cargó y caminó de un lado a otro,
tratando de hacer dormir a su hija. Pero no funcionaba.
Violeta fue al baño al ver que María José se había tardado
mucho.
- ¿Todo bien?
- Ha estado llorando mucho. No sé qué pasa.
257
- ¿No será una señal? Ya ha pasado mucho tiempo...
- No lo sé. Nunca había tardado tanto en dormirse. -
Violeta se quedó unos minutos en silencio.
- Vámonos de aquí.
- Está bien. Dile a las demás. Ya es suficiente.
- Que empiece lo bueno...- Violeta se fue, sonriendo.
María José la siguió minutos después. Al ver que tanto
Donna como Violeta seguían sentadas, María José fue
con ellas.
- ¿Qué sucede? ¿No iban a ir ustedes con nosotros
ahorita?
- Cambio de planes. Nosotras saldremos con Maurice
para que no haya problemas. Nos esperarán en su auto y
nosotros los alcanzaremos en el de Maurice. Una vez que
los dos coches estén a la misma altura, tú y yo
cambiaremos de lugar. Tú te iras con mis hijos y yo me iré
con los otros. - dijo Donna.
- Bien. ¿Están seguras de lo que van a hacer?
- Si. Debemos regresar a casa.
- Bien. Las vemos al rato.
Simularon la despedida. María José se acercó con su hija
en brazos a la mesa de los novios. Tanto Regina como
Maurice se levantaron al verla.
- Amiga ¿cómo te la estás pasando? ¿Todo bien? -
preguntó Regina

258
- Si, amiga. Todo muy lindo. Pero tengo que irme. Mi
hija está harta del ruido y necesita descansar en silencio.
Sigue disfrutando la fiesta.
- ¿Vas a regresar?
- No creo. No sé cuanto tiempo tarde en dormirse mi
niña y no me gustaría dejarla sola en casa con mi mamá y
con Arethusa. No sé si se les presente algún
inconveniente. Diviértete mucho. Maurice, un placer -
abrazó primero a Regina y después a Maurice, quien la
retuvo mas tiempo.
- Te veo en unos minutos. Espérenme. - le susurró al
oído.
- Donna y Violeta te esperarán en la mesa. No tarden
tanto.
María José salió del salón, no sin antes mirar a Maurice. Él
la siguió con la mirada.

***
22

Al salir, María José se topó con una gran sorpresa. El


doctor Jiménez se encontraba platicando con Julia.
Arethusa y Lukas se encontraban escuchando la
conversación. Al verla, Julia se acercó a ella y la abrazó.
- El doctor insiste en que te quería ver una vez más. -
le susurró al oído
259
- Pero si ya me había despedido de él hace rato. -
respondió María José, un tanto intrigada.
- Si, pero dice que había algo que aún tenía que
decirte. Anda, dame a la niña. Acaba con esto de una
buena vez.
María José hizo lo que Julia le indicó. Cuando se percató
que Andrea ya estaba en brazos de Julia, se acercó al
doctor, que la miraba con cierta fascinación.
- Doctor, creí que ya nos habíamos despedido antes.
- Si, lo sé. Pero no podía dejar que te fueras sin que
escuches lo que tengo que decirte. - María José lo miró
confundida. - Sé que no esperabas que te dijera esto, pero
la verdad es que te amo. Desde el primer día que te vi,
sentí que había algo que me ataba a ti. Y poco después
supe que era amor. Sé que es un mal momento para
decírtelo. Pero no podía dejar que te fueras sin que lo
supieras. María José: te amo. No espero que me digas lo
mismo.
María José lo miró incrédula. Sabía que algún día tendría
que escuchar eso, pero no esperaba que fuera ese día
cuando lo tuviera que escuchar. De pronto, comenzó a
jugar con sus manos. No sabía cómo debía responder.
Todo parecía tan absurdo.
- Doctor...no sé que decir. Es muy gentil lo que acaba
de decir, pero lamento no poder corresponderle. Mi
esposo...yo...tenemos una familia. - el doctor se entristeció
al oír eso. - Lo lamento de verdad. No fue mi intención
darle algún tipo de esperanza de que entre nosotros
pudiera pasar algo más.

260
- Siempre dice lo mismo. No hay nada que se pueda
hacer al respecto. - dijo Lukas
- Pero, es que Maurice y yo llevamos muchos años
con esto. No puedo evitarlo.
- ¿Puedo abrazarte, aunque sea? - preguntó el doctor.
María José sonrió. Se acercó al doctor y lo abrazó. Él le
correspondió. ¡Cuántas veces soñó con ese momento en
el cuál pudiera tenerla entre sus brazos! Aunque la
situación no era favorable, el doctor se alegró de poder
rebasar el límite de lo profesional y poder dejar ver su lado
humano, cosa que nunca creyó que pasaría.
Al soltarla, el doctor se fue a su coche. Antes de arrancar,
le dedicó una última mirada a María José. Ella lo miraba
con cierta lástima. No soportó más esa situación. Se fue.

***
23

Una vez que se fue el doctor, esperaron recargados en el


coche. Diez, quince, veinte, cuarenta y cinco minutos. No
salían. Comenzaron a desesperarse.
- Le llamaré a Donna. Ya tardaron mucho. - dijo María
José marcando el número de su suegra. Timbró varias
veces. Contestó. - ¿qué pasa?
- Ya casi salimos. Maurice esta haciendo tiempo para
que a Regina se le olvide que acaban de marcharse.
261
Espera...- hizo una pausa - Maurice viene para acá. Ya
vamos en camino.- María José colgó.
- Tenemos que darnos prisa para no levantar
sospechas tan rápido. - dijo Arethusa, sujetando el brazo
de María José.
Maurice sujetó a Donna y a Violeta. Los tres caminaron
rápidamente a la salida. Maurice sentía como la adrenalina
recorría cada parte de su cuerpo. ¿Si los descubrían? Ya
no podrían estar juntos. Se subieron al auto y Maurice
manejó hasta quedar a la altura del coche de Lukas, que
estaba un par de cuadras adelante.
Estacionaron el coche. Los tres se bajaron y Maurice
abrazó a María José.
- Vámonos a casa.
- Ya no quiero estar aquí. - Maurice le sonrió
- Escuchen, mi esposa y yo tenemos que ir juntos por
lo de nuestros anillos.
- Iré con ustedes. - dijo Violeta.
- Si Violeta se va con ustedes, los demás cabemos
bien en un coche.
- Lo que queda por ahora es que nos sigan.
María José sujetó a su hija. La abrazó y la besó con todas
sus fuerzas. Después, se la entregó a Arethusa.
- Cuiden a mi niña.
- Sabes que no puede estar en mejores manos. Anda,
tu esposo te espera.

262
María José abrazó a Arethusa y a Julia. Volteó a ver a
Maurice. Estaba parado, con la mano en la manija de la
puerta, esperando a que su amada esposa se acercara
para abrirle la puerta. Así como estaba en ese momento,
estuvo la primera vez que le dio un "si". Esperaba que ella
le diera la pauta para abrir directamente las puertas de
su corazón, porque él ya tenía su corazón de par en par.
María José caminó hacia él tal como lo hizo aquella vez.
Maurice la abrazó.
- Quiero volver a entrar a tu corazón, como aquella
primera vez.
- Nunca saliste de él. - la besó tiernamente. Abrió la
puerta del coche y María José entró. Maurice corrió hacia
el otro lado y entró al carro.- dame mi anillo.
- Tienen que estar juntos para que Milenna nos de las
instrucciones para llegar. En cuanto estemos ahí, te lo
regresaré.
María José juntó los anillos y los colocó en el tablero del
auto. Un tenue rayo de luz salió de los anillos,
mostrándoles una línea recta.

***
24

Maurice manejó conforme la luz le guiaba. De rato en rato


miraba por el retrovisor para ver si los demás los seguían.

263
- Todo lo de hoy parecía sumamente falso. -opinó
Violeta
- Estoy de acuerdo. Ya estaba sumamente impaciente
para que terminara - dijo Maurice con tono molesto.
- No parecía. - refutó María José, algo molesta
también.
- ¿Por qué lo dices?
- Te veías sumamente feliz, tomándote fotos y
abrazándola.
- De hecho, para tu información, ella me abrazaba. Yo
no lo hubiera hecho.
- Pues dudo bastante que no hayas tenido nada que
ver en eso.
- Aunque lo dudes, es la verdad.
María José calló por unos minutos.
- ¿Volvió a lastimarte?
Maurice no respondió. No quería decirle lo ocurrido en el
coche. Al sentir el silencio de Maurice, lo examinó de pies
a cabeza. No podía ver mucho porque la camisa de
Maurice era de manga larga. Pero hubo algo que si pudo
ver: la mano de su amado. Maurice no la apoyaba del todo
en el volante. Y para todo lo que hacía, Maurice apoyaba
completamente ambas manos.
- ¿Qué te pasó en tu mano?
- Nada. Estoy bien. - dijo Maurice. ¿Cómo lo había
notado?

264
- Maurice, te conozco. Algo te pasó en la mano. Dime
qué es.
Maurice terminó por contarle todo lo que había pasado en
el auto. María José estaba aún más molesta. No sabía
cómo reaccionar ante aquella situación. Esa no era la
primera agresión que Regina le hacía a su marido. Había
algo de ella que le llamaba la atención. Tenía demasiada
fuerza para hacer ese tipo de cosas. Más que cualquier
enfermo. Ella conocía la mayor parte de las enfermedades
gracias a su trabajo en el hospital y no había visto a ningún
enfermo con esa clase de fuerza.
- ¿Quieres decir que esa mujer te lastimaba
constantemente? - preguntó Violeta, enojada.
- Si. No podía hacer, ni decir nada. Cualquier cosa
podía ser dicha en mi contra.
- ¿Desde cuando te hacía esto?
- Desde la pedida de mano.
- ¡No es posible! - gritó Violeta, enojada.
- Aunque he de decirte, amor, que hay algo que no
encaja aquí. - le dijo María José. - Me parece que te han
estado mintiendo estos meses.
- ¿Por qué lo dices? - preguntó Maurice.
- Un enfermo no tiene la fuerza necesaria para dejar
semejantes marcas en la piel de una persona. Mucho
menos para romperle un hueso. Las enfermedades, más
las que son de gravedad, provocan debilidad en el cuerpo
de la víctima. Y aparentemente, Regina tenía bastante
fuerza para estar enferma.

265
Maurice se dedicó a meditar sobre lo que María José
había dicho. Tenía sentido. Realmente, él nunca había
visto a Regina demasiado enferma. Siempre permanecía
en un buen estado. Salvo una que otra ocasión, que si iba
pálida o con ojeras en el rostro. No quiso decir nada al
respecto, pero lo que ella había dicho tenía cierta
coherencia.
Maurice siguió manejando en la dirección que mostraba la
luz. Pasaron varias horas. No veía el fin de ese trayecto.
Estaba oscureciendo. ¿Regina ya habría notado su
ausencia? Pensó en lo que le había dicho en el trayecto de
la iglesia al salón. No podría hacer nada malo. Seria una
tragedia peor que la que vivirá a partir de ese momento.
El celular de Maurice timbró varias veces. Era ella. María
José vio la pantalla del aparato. Sintió como su corazón
palpitaba más deprisa.
- Es Regina ¿verdad? - preguntó Violeta.
- Si, es ella.
- Deja que siga sonando. Pronto se desesperará y
dejará de llamar.
- ¿No tienes prendido el localizador de tu celular,
verdad?
- No. Mi mamá tampoco. Los desactivé antes de salir
de casa.
- Bien hecho, hermanita.
- ¿Qué esperabas? Esa mujer no es tan tonta y eso
hubiera sido lo primero que hubiera hecho.

266
- Ella también piensa igual que yo. - le dijo María José
a Maurice.
- Por eso somos mejores amigas y cuñadas. No
hubiera dejado que otra mujer se apropiara de mi
hermano.
- Sigue insistiendo. - dijo Maurice viendo su celular.
- Calma. Mientras no llame a mi cuñada esta bien.
Pasó más tiempo y después de llamar a Violeta y a Donna
sin recibir respuesta, Regina acudió a llamar a María José.
Seguro ella sabría donde estaba. Ella, al sentir su celular
vibrando dentro de su bolsa, lo sacó y revisó la pantalla.
- ¿Qué hago? Me está llamando a mí.
- Contesta, cuñada. No despiertes la duda en ella.
- ¿Si? - dijo María José descolgando el teléfono y
poniendo el altavoz para que Maurice y Violeta
escucharan.
- Disculpa ¿no sabes dónde esta mi esposo? Salió
hace rato y no ha regresado.
- No, amiga. Llegué hace rato mi casa y desde que me
fui, no he sabido nada de él. Creí que estaba contigo.-
mintió María José
- Estoy preocupada. Ni Donna, ni Violeta me
contestaron.
- ¿Ellas que tienen que ver en esto?
- Ellas salieron con él. - hizo una pausa -Pensé que
sabrías de él. Son tan buenos amigos que quizá te lo
habría dicho o habría ido a buscarte. Perdón.
267
- Mantenme al pendiente si sabes algo de él.
- Si sabes algo de él, también avísame.
Ambas colgaron. María José miró a Maurice pero él no le
correspondió. Siguió viendo fijamente la carretera.
- A quien dos amos sirve...
- ...con uno queda mal - dijeron al mismo tiempo
Violeta y María José.
- No es necesario que me lo digan. Lo sé.
- No parecía que lo supieras hace unos meses.
- ¿Y dejar que les hicieran daño? No podía permitirlo
- Te dije que no lo hicieras. - dijo Violeta.
- Esta bien. Lo admito. Hice mal. ¿Contentas? - las dos
tardaron en responder. - vamos, no se pueden enojar
conmigo dos de mis amores mas grandes. - María José
sonrió y puso su mano sobre la de Maurice otra vez.
- Prométeme que pensarás en ir a pedirle perdón a
Regina
- ¿Qué? Eso es absurdo
- Por favor...- rogó María José.
- Está bien. Aunque no estoy de acuerdo con eso.
Vieron de pronto una bifurcación en el camino. La luz los
guiaba a la derecha. Maurice condujo el coche en esa
dirección y Donna hizo lo mismo.

***

268
25

La calle terminaba en lo que parecía una vieja cabaña.


Estacionaron los coches. Todos se bajaron de los autos.
María José fue por su hija a su coche.
- Creo que te extrañó demasiado, mi niña. Estuvo
llorando un buen rato. - le dijo Julia.
- Gracias por cuidarla en el camino.
Cuando estuvieron juntos, fueron hacia la entrada de la
cabaña. Encontraron una carta en la puerta.
- Ahí dentro hay habitaciones para hacer su estancia
más cómoda. Cada quien tiene su propia recámara,
excepto Maurice y María José que dormirán en la misma,
con su hija. En cuanto estén todos juntos, vuelvan a juntar
los anillos para que les de instrucciones.
Miraron de nuevo la fachada de la cabaña.
- Vámonos. Nos equivocamos de lugar. - dijo Maurice
dirigiéndose a su auto.
- Espera... - dijo María José, sujetando el brazo de
Maurice - si esta la carta aquí, es por algo.
- ¿Qué sugieres?
- Que entremos. Vamos. - dijo María José, abriendo la
puerta.

269
Los demás siguieron a María José. Entraron a la cabaña y
de pronto, se llenaron de una sorpresa inmensa.

El retorno

270
1

En cuanto estuvieron adentro, se sorprendieron al ver que


era mas grande y más luminosa de lo que aparentaba por
fuera. Por dentro era una gran mansión. En el centro,
había unas majestuosas escaleras que conducían a un
nivel superior. Todo el suelo estaba tapizado con una
alfombra azul cielo y los muebles estaban hechos de
madera fina.
- Maravilloso. - dijo Violeta
- Vamos por las cosas para que podamos instalarnos.
- dijo Arethusa
Volvieron a salir. Sacaron las maletas de las cajuelas de
los autos. Cada quien entró de nuevo a la casa con su
respectiva valija. Maurice, al ver que María José estaba
lidiando con todas sus cosas, le ayudó a cargar algunas.
- Ya están distribuidas las habitaciones. - dijo Donna
desde la parte superior de casa.
- Pobre de aquel al que le toque dormir junto a ese par
de conejos. - dijo Violeta, sarcásticamente, viendo que le
había tocado entre Arethusa y su madre
- Ojalá que te toque a ti, hermanita.
- Te equivocas, hermano. Para mi fortuna, dormiré
junto a mi madre y a Arethusa - Maurice meneó la cabeza.
271
- Amor, espérame aquí. Subiré las cosas para que no
tengas que esforzarte. - le dijo a María José.
- Pero, amor, tu mano.
- Descuida. Puedo arreglármelas.
Maurice buscó habitación por habitación cual tenía inscrita
en la puerta su nombre. La encontró por fin. Estaba al final
del pasillo y había una cierta distancia con las demás
habitaciones. Milenna supo muy bien cual sería el
problema con ellos y lo solucionó bastante bien. Maurice
dejó las cosas adentro de la recamara.
Observó con cuidado los detalles que adornaban el cuarto.
La cama estaba en medio, y estaba rodeada de hojas de
árboles. Fuera de la cama, había un ropero y un pequeño
baño para que ambos lo usaran. Sin embargo, hubo algo
que le llamó mas la atención. Había una fotografía
enmarcada y colgada en la pared. Eran ellos dos, el día de
su boda. Era la foto que les habían tomado justo antes de
que la ceremonia empezara. Los dos sonreían, eran
felices.
Después de unos minutos de ver la foto, la descolgó y bajó
rápidamente de la habitación. Encontró a los demás
sentados en la sala. Junto a María José había un espacio
vacío. Maurice lo ocupó sin pensarlo. Besó la mejilla de su
esposa y la frente de su hija.
- ¿Qué traes ahí? - preguntó María José
- Míralo tu misma - dijo Maurice, mostrando la foto.
María José la vio. Sonrió.
- Está bellísima. Al menos alguien nos retrató ese día y
no nos dejó sólo recuerdos.
272
El celular de Maurice, de Violeta y de Donna vibró una vez
al mismo tiempo. Los tres lo revisaron al mismo tiempo.
Era un mensaje de Regina. "¿Dónde están?"
- Creo que no se dará por vencida hasta tener noticias
tuyas. - le dijo Violeta a Maurice.
- Ya lo noté. Necesito su ayuda. - le dijo a María José y
a Violeta. - vengan conmigo.
Julia tomó a su nieta en brazos para que María José
pudiera subir con él.
María José y Violeta siguieron a Maurice. Se encerraron
en la habitación de Maurice y María José. Maurice se
sentó en la cama. Frotó varias veces sus manos contra su
rostro, hasta que se relajó.
- Hermanita, necesito que grabes el mensaje que voy
a mandar a Regina. Toma - le dio su celular.
- ¿Qué quieres que yo haga? - preguntó María José.
- Quédate ahí. Serás mi inspiración para el mensaje.
Avísame cuando esté listo - le dijo a Violeta. Ella le hizo
una señal.
“Regina. ¿Qué te puedo decir? No quería hacerte esto,
pero no tuve otra opción. Ya no aguantaba esta situación.
Tienes que saber la verdad. Mi corazón siempre
perteneció a la misma mujer. Ella fue mi amiga, mi
consejera, mi confidente, pero también fue mi ferviente
enamorada, la única capaz de encender mis labios y mi
cuerpo y también la única capaz de acelerar mi ritmo
cardíaco con una sola mirada. En fin, ella es la dueña de
las llaves de mi corazón. Tenía que seguir entregándoselo.
Espero que algún día puedas perdonarme.”
273
Hizo una pausa y le indicó a su hermana que ya había
terminado. Violeta terminó de grabar y le entregó de nuevo
el celular. Maurice mandó el vídeo a Regina. Se quedó
unos minutos sentado en el borde de la cama. Violeta salió
de la habitación, dejándolos solos.
- ¿De verdad soy todo eso para ti? - preguntó María
José. Maurice sonrió y la atrajo hacia si.
- Eres eso y mas. Eres mi alter ego.
- Te amo.
- No mas de lo que yo te amo a ti. - la besó, mientras la
abrazaba con fuerza.
- Tengo que arreglar las cosas. - dijo María José,
sacando algunas cosas de la maleta - A pesar de que
estaremos poco tiempo aquí, todo tiene que estar en orden.
¿Me ayudas o prefieres ir con los demás?
- Iré con los demás. - dijo Maurice, levantándose de la
cama.
- Te alcanzo en cuanto termine.
Maurice optó por sentarse en la cama para esperarla. Se
quedó mirándola un buen rato. Todavía seguía sintiendo
las mismas ganas de tenerla a su lado, como la primera
vez. Quien los mandó a esa desquiciada ciudad pensó que
separándolos los mataría, pero estaba totalmente
equivocado: en realidad, los unió mas.
María José terminó de acomodar todo. Vio a Maurice.
Parecía loco, con esa sonrisa de enamorado postrada en
su rostro tan hermoso. Por lo que veía, ya no estaba
adolorido. Pero seguía sin apoyar bien la mano. Al

274
recordar lo que Maurice había dicho sobre lo que había
sucedido, volvió a molestarse.
- ¿Cómo te sientes? - preguntó María José, sujetando
la mano herida.
- Feliz de estar contigo sin tener que escondernos.
- Me refería a lo de tu mano. Pero concuerdo contigo.
Yo también lo estoy. Vamos abajo. Necesito conseguir un
botiquín para curarte.
Ambos bajaron las escaleras.

***

Al bajar, María José se percató de que Andrea estaba


sollozando. La buscó con la mirada. En la sala estaban
Arethusa y Julia tratando de calmar a la niña.
- Que bueno que llegas, hija. La niña ya está
impaciente.
- Lo siento. - se disculpó María José
María José se sentó entre Arethusa y Julia. Cubrió
ligeramente su hombro y a su hija. Acercó a la niña a su
pecho. La alimentó hasta que quedó saciada. Poco
después, quedó dormida en sus brazos. María José le hizo
275
un par de caricias en su rostro. Tras un rato, acomodó los
cojines de uno de los sillones, con el fin de crear una
barricada y poder acostar ahí a su hija. Al ver que estaba
lista, acostó a su pequeña.
Después se puso a buscar el botiquín con el que curaría a
Maurice. Lo encontró en la cocina de la casa. En cuánto
regresó a la sala, encontró a Maurice supervisando el
sueño de su hija. Acariciaba el rostro de la pequeña.
Conforme iba creciendo, Andrea se parecía más a él.
Hubiera querido que se pareciese más a su madre.
Realmente esperaba que su siguiente hijo tuviera mas
rasgos de María José.
Volteó, al ver que María José también observaba a la niña.
La veía la con ternura semejante a la de alguien que ama
a otro. Maurice sujetó la mano de María José. Ella lo miró.
Sonrieron en cuanto sus miradas se encontraron.
- Ven, vamos a sentarnos para que pueda curarte. - le
dijo María José
Él obedeció. María José encontró dentro del botiquín un
frasco con un contenido bastante peculiar. El líquido era
del mismo color que aquel que había usado para curar a
Maurice cuando Bruno lo golpeó fuera del pantano. No
dudó en usarlo. En cuánto la mano quedó cubierta del
líquido, la vendó. Maurice sintió un cosquilleo en la mano.
Arethusa y Julia anunciaron que la cena ya estaba lista.
Maurice se sentó junto a su esposa y tomó su mano.
Todos empezaron a comer.
- ¿No has sabido nada de Regina? - preguntó Violeta
- No. Me llamó cuando estaba con María José allá
arriba, pero no le contesté.
276
- Tu padre está desesperado. Nos ha estado llamando
también.
- ¿Le respondieron?
- No. Esperaremos a mañana para que esté más
tranquilo.
- Dudo que se tranquilice.
Un mensaje llegó al celular de Maurice. Era de Regina.
Una mueca apareció en su rostro.
- ¿Qué sucede?
- Es Regina.
- ¿Qué quiere?
- "¿Volviste con María José?" - Maurice leyó el
mensaje en voz alta. - ¿le contesto con la verdad?
- La herirían bastante. - opinó Lukas
- Opino lo mismo. Y si pasa esto, la matarías al
instante. - dijo Donna
- Además podría afectar los planes. - dijo Arethusa
- ¿Entonces?
- No le contestes. - dijo Julia. Maurice apagó su celular
y lo dejó a un lado suyo.
- Esperemos que no insista - dijo María José.
- Lo hará. Estoy segura. - dijo Donna.
- Por el momento, tenemos que esperar a que lleguen
los demás.
De pronto, se escuchó que alguien tocó la puerta. Todos
se miraron entre si. Se suponía que la casa era invisible,
277
salvo que fuera alguien de los que faltaban. Maurice se
levantó. Caminó lentamente hasta la puerta. Cuando se
encontró frente a ella, dudó unos minutos si abrirla o no.
Podía ser peligroso. Más si era algún intruso. Miró a María
José. Ella le dio el visto bueno para que abriera. Miró la
puerta una vez más. Finalmente, decidió abrirla. Ahí se
encontraba Christian, vestido de blanco como siempre. A
su lado estaba André, sonriente y bonachón. Maurice
sonrió al verlos frente a él.
- Bienvenidos a casa.
- Todavía no llegamos a ella. - dijo Christian. Los tres
sonrieron.
- Bien, entonces adelante.
Maurice los dejó pasar. Ellos no dudaron mucho tiempo y
entraron a la cabaña. Como los demás, admiraron
maravillados la magnitud interna de la casa. Miraron
después a los demás, que seguían sentados en la mesa.
Todos sonrieron.
- Hay un cuarto para cada quien. Si quieren, pueden ir
a dejar sus cosas, mientras preparamos mas cosas de
cenar. - les dijo Maurice
- ¡Gracias! No tardamos. - subieron las escaleras
rápidamente.
Maurice se dirigió a la cocina con el fin de preparar la cena
a sus amigos.
- Será mejor que vayas con él, cuñada. Nunca ha sido
bueno en la cocina. - le dijo Violeta a María José.
- Ojalá fuera bueno en todo lo que hace. - se levantó y
fue tras él.
278
Se detuvo en la puerta para inspeccionar lo que hacía
Maurice. Estaba buscando algo en el lugar donde se
encontraban los trastes. Cuando María José vio que sacó
un sartén, puso agua en el e intentó poner una tortilla en el
liquido, fue tras él e impidió que lo hiciera.
- Me encargo yo, cariño. - lo apartó de su camino y
empezó a cocinar.
- No cabe duda que me conseguí un estuche de
monerías. Aparte de ser la mujer mas hermosa del mundo,
es una persona noble, justa, excelente madre y cocinera,
es una esposa paciente y audaz, pero lo mejor de todo, es
que me ama por lo que soy y no por lo que tengo. - dijo
Maurice, abrazándola por detrás y acariciando lentamente
su vientre
- Dices todo eso porque me amas.
- Es la verdad. Aparte de que daría la vida por ti.
- Sabes que haría eso y mas por ti.
- En cuanto acaben todos los problemas que nos
rodean, viviremos felices en nuestro hogar de Corelia.
- Eso espero,cariño.
María José terminó de cocinar. Puso la comida en un plato
y se giró hacia Maurice para verlo. Al tenerlo frente a ella,
lo besó con dulzura. Salieron de la cocina. Christian y
André ya habían bajado y se encontraban mimando a
Andrea.
- Está preciosa la niña - dijo André al ver que Maurice y
María José los veían.
- Se parece mucho a ti, Maurice. - dijo Christian
279
- Es igual a él cuando tenía su edad - dijo Donna.
María José beso la mejilla de su amado.
- Entonces será la niña mas hermosa por el resto de
su vida. Aquí esta su comida, amigos.- dijo, colocando los
platos sobre la mesa.
- Gracias, la verdad estamos hambrientos. Fue un
largo viaje hasta acá.
- ¿Qué estuvieron haciendo estos meses?
- Trabajábamos en una carpintería.
- ¿Cómo supieron de nuestro paradero?
- Milenna se apareció encima de una mesa que
estábamos trabajando. Nos dio un mapa con las
indicaciones de como llegar. Nos pidió que nos
apresuráramos.
- Nos alegra que estén aquí.
- ¿Qué se supone que debemos hacer ahora?
- En Corelia habrá guerra en cuanto lleguemos allá.
Tenemos que estar todos juntos para lograrlo.
- Esperemos que no sea tan dura la guerra. No
deseamos morir otra vez. - dijo Christian.
- Tenemos que armar un plan para que ganemos.
- Es una buena idea, pero debemos estar todos para
lograrlo - dijo Violeta.
De pronto, Violeta sintió una mirada clavada en ella. Era
André. Parecía embobado. Su mirada era tan fuerte, como
la de Maurice, cuando veía a María José. Violeta sonrió.
Había conquistado a alguien donde menos esperaba.
280
Maurice se percató de esto. Intentó captar la atención de
André, pero María José lo impidió.
- Déjalos ser.
- Pero es mi hermana. No quiero que le haga daño.
- ¿No crees que tenga derecho a ser feliz, como lo
somos nosotros?
- Si, pero...
- Entonces deja que intente ser feliz con él.
Repentinamente, Maurice subió a su habitación. María
José lo siguió con la mirada. Los demás se percataron de
esto y guardaron silencio. María José se sentó junto a
Christian y cargó a su hija.
- ¿Todo bien? - preguntó Arethusa.
- Si. Me encargaré de eso mas tarde.
Siguieron hablando un par de horas mas, hasta que el
sueño comenzó a vencerlos.

***
3

Maurice despertó al amanecer. Vio a María José. Dormía.


Miró después la cuna de su hija. Estaba en la misma
posición que su madre. Se quedó unos minutos
admirándolas. Eran tan bellas. Parecía que, en ciertas
cosas, ambas eran idénticas. En cuánto la niña sonreía,
281
María José también lo hacía. Actuaban a la par. Maurice
se sentó al borde de la cama. Acarició la frente de María
José. Ella se movió lentamente. Pronto, despertó.
- Perdóname, cielo. No quería despertarte.
- No hay problema, cariño. Buenos días - lo besó.
- Con un comienzo así, será el mejor día de todos.
- Parece que te has vuelto mas cariñoso.
- Tengo que serlo. Fueron muchos meses separados. -
María José se levantó. - ¿a dónde vas, amor?
- Me ducharé rápido.
- ¿Necesitas ayuda?
- Sólo cuida a la niña. Si se despierta, trata de
consolarla mientras salgo.
- Como usted diga, mi capitán.
María José se acercó y lo besó. Entró rápido al baño.
Mientras esperaba a que saliera el agua caliente, escuchó
que la niña empezó a llorar desconsoladamente. Se había
olvidado que esa era su hora de comida. Se apresuró a
ducharse. Desde que Andrea nació, María José dependía
absolutamente de ella. Pero no le importaba. Valía la pena
sacrificar unos minutos de su tiempo para cuidar a su hija.
Terminó su ducha. Se secó rápidamente y colocó una bata
alrededor de su cuerpo. Salió del baño. Maurice cargaba a
Andrea e intentaba arrullarla, pero, con cada movimiento,
provocaba que llorara mas. María José lo detuvo. Le quitó
a la niña y después se sentó en la cama. Le dio de comer
a Andrea.

282
- ¿Cómo supiste que eso era lo que quería? - le
preguntó Maurice, sentándose a su lado.
- Soy su madre. He aprendido a saber lo que quiere.
La llevé en mi vientre durante nueve meses. Creo que
aprendimos a conectarnos.
- Enséñame a entender sus gestos.
- Tienes que percibirlos, amor. - en cuanto terminó de
comer Andrea, volvió a llorar - por ejemplo, ahorita lo que
quiere es que el cambie el pañal. Se siente incomoda.
- ¿Te ayudo?
- Pásame la pañalera.
Maurice se la dio. María José cambió cuidadosamente el
pañal sucio por uno limpio. Maurice simplemente no podía
dejar de mirarla maravillado. Entendía cada aspecto de su
hija y apenas habían pasado seis meses desde que
estaban juntas.
- Listo.
- Eres un ángel, cielo.
- Gracias, amor. ¿Podrías ir a ver si ya despertó
alguien más? Si quieres llévate a la niña.
- Ahora vuelvo. No tardo. Extráñame mucho, hermosa.
- Lo haré. - dijo María José sonriendo.
Maurice salió y cerró la puerta. María José se apresuró a
arreglarse. Escogió cuidadosamente su ropa. Se puso los
pantalones de mezclilla y la blusa rosa claro que Maurice
le gustaba verle. Secó su cabello. Lo dejó libre sobre sus
hombros y se dedicó a su rostro. Fue al baño. Ahí, pintó un
283
poco sus pestañas y delineó sus ojos. Usó un labial claro
para sus labios. Se examinó una vez que ya estuvo lista.
- Amor ¿puedo entrar?
- Si, cariño. - Maurice entró. La miró y sonrió.
- Estás preciosa.
- Gracias. - vio que no tenía a su hija en brazos -
¿dónde está Andrea?- Maurice tardó en responder y María
José comenzó a alterarse - ¿amor? ¿Dónde está mi hija?
- Mi hermana la tiene. - María José se relajó - y creo
que no la soltará en un buen rato. La adora.
- Lo sé. Es una buena tía. Bien. Ayudaré a hacer el
desayuno. ¿Vienes? - María José se dirigió hacia la puerta
de la habitación.
- Me ducharé.
- Adelante, cielo. Si no me encuentras aquí, estaré
abajo.
- Como digas, cielo.
María José lo besó muy cerca de los labios, provocando
que Maurice se quedara atónito unos minutos.
***
4

María José salió de la habitación y bajó a la cocina. Ahí


estaban Julia y Arethusa.
- Buenos días, hija. ¿Qué tal tu noche?
284
- Todo bien, gracias. ¿Han visto a mi cuñada?
- Esta afuera con tu hija.
- ¿No ha llegado alguien mas?
- Hasta ahora, no. - respondió Arethusa.
- ¡Cuñada! - entró gritando Violeta, un tanto asustada.
- ¿Qué sucede? - preguntó María José
- ¿Dónde está mi hermano?
- Se está duchando.
- ¡Ay amiga! Tengo miedo. Estamos en problemas.
- ¿Me puedes decir qué está pasando? - preguntó
María José, sujetando los hombros de su cuñada.
- Regina está afuera.
- ¿Qué? - preguntó, consternada.
Maurice bajó corriendo las escaleras.
- Estamos en problemas
- ¿Por qué? ¿Qué pasó? - preguntó María José, aún
más inquieta
- El localizador de mi celular. Se quedó prendido.
Cielos, el señor Rochefeller va a matarnos.
- Regina está afuera.
- Iré a verla. Quédate aquí por favor.
- No te dejaré solo. Iré contigo.
- Entonces en cuanto te indique, te reunirás conmigo.

285
Maurice salió de la casa. María José y Violeta se quedaron
en la entrada de la cabaña. Regina se encontraba viendo
el horizonte. Donna estaba frente a ella, pero al parecer no
la veía.
- ¿Qué sucede?
- No me ve.
Maurice recordó lo que la bruja había dicho. "La casa está
en una caja invisible".
- Eso es. Los que nos vamos a ir pudimos ver la casa
por el hechizo de la bruja pero los demás no pueden. Ella
no nos puede ver porque no marchará con nosotros.
- Aún así, creo que deberías tratar de hablar con ella.
- Creo lo mismo. Voy a salir.
- Espera. - dijo Violeta, alcanzándolo y sujetando su
brazo - Si sales así, podrías destruir el hechizo que puso la
bruja. Tienes que pensar en algo más.
- Tengo una idea. - le hizo una seña a María José. Ella
se acercó. - rodearemos el lugar y nos reuniremos con
Regina - María José le dio a la niña a Violeta. - no, cariño,
llévatela.
María José volvió a cargar a Andrea. Maurice tomó su
mano. Caminaron juntos a través del bosque. En cuanto
estuvieron cerca del paradero de Regina, Maurice detuvo
a María José.
- Espera aquí. Yo te indicaré cuando te acerques. - le
dijo Maurice, colocándola detrás de un árbol.
- ¿Estás seguro de lo que harás?

286
- No, pero es lo mejor para los dos. - Maurice la besó y
se alejó de ella. En cuanto estuvo cerca de Regina, respiró
hondamente. - ¿Regina? - ella volteó a verlo con lagrimas
en los ojos
- Maurice...- se acercó lentamente a él- ¿por qué?
- Lo lamento tanto, pero no tuve otra salida. Ya no
aguantaba mas vivir sin ella.
- ¡Pudiste haberlo dicho antes! No sabes con cuanto
anhelo esperé casarme con mi príncipe azul y ¿qué recibí
a cambio? Que mi esposo se largara con quien sabe que
mujer el día de la boda.
- Por eso estoy aquí, pidiéndote una disculpa.
- Ninguna disculpa vale mas que el daño que me
hiciste.
- Si hay algo que pudiera hacer para remediarlo, lo
haría.
- No creo que puedas hacerlo. ¡Me hiciste quedar en
ridículo!
- Creí que tus reclamos eran porque me amabas.
- ¿Crees que me hubiera casado con cualquiera?
- No lo sé. Nunca estuve seguro.
- ¡Vaya! No me imaginé escuchar eso de ti. Entonces,
si vas a decir la verdad, dila completa ¿quién es esa mujer?
- Maurice vaciló. No sabía que responder - ¡respóndeme!
¿Quién es ella? ¿Es María José? - Maurice calló una vez
mas. - ¡responde! Es María José ¿verdad? - al oír su
nombre, ella supo que no podían seguir ocultando la
verdad.
287
- Si, soy yo - respondió María José saliendo de su
escondite y colocándose junto a Maurice.
- ¿Cómo pudiste? Más bien ¿cómo pudieron mentirme?
Sabías cuanta ilusión sentía por todo esto.
- Lo lamento, pero fueron muchos meses en los que
estuve alejada del amor de mi vida.
- Además, no te mentimos del todo. Sabías que
estábamos casados.
- ¡Pero dijeron que se habían separado!
- Separado si, más no nos habíamos divorciado. Ella y
yo seguimos estando casados. No podíamos dejarnos por
esto. Menos por toda la historia que tenemos juntos.
Crecimos juntos, vivimos juntos desde que nacimos.
Nuestros padres eran buenos amigos entre si. Conforme
pasaban los años, el cariño de amistad se convirtió en
amor. - mientras hablaba, Maurice rodeó mas y mas con
su brazo a María José, provocando que ella lo imitara.
- Y fue casi desde aquel momento en el que yo
empezaba a corresponder sus sentimientos. Cada vez era
más difícil estar separados.
- En ese momento, el uno al otro le entregó las llaves
de su corazón. Y nos volvimos parte indispensable del otro.
Hemos estado separados mucho tiempo y ya no queremos
que pase esto. Menos ahora que tenemos a nuestra hija
de por medio.
Regina se afligió. Ella no pudo darle un hijo a Maurice y
por ello María José le había ganado la batalla. Observó
lentamente a la niña. Tenía muchos rasgos de él.

288
Realmente era una combinación entre Maurice y María
José. Si tan sólo ella le hubiera podido dar un hijo...
- Pero su matrimonio no puede ser válido. No lo han...
- ¿Consumado? Temo decirte que le rogué a María
José para que pudiéramos validar nuestra unión. Y, al final
de cuentas, ella aceptó. Entenderás que, ahora menos
que nunca, no podemos estar separados. La niña nos
necesita juntos.
- Y ¿qué pasará conmigo?
- Sé que encontraras a alguien que sepa valorarte.
Eres un gran ser humano. No quiero que te aferres a algo
que no puede ser. Mi esposa fue, es y será mi razón de
vivir. No podemos seguir separados.
- ¿Volveremos a vernos otro día? - le preguntó a María
José.
- No lo sé. Pronto partiremos a nuestro hogar. Pero
podremos mantenernos en contacto.
Regina dio media vuelta, subió a su auto y se fue sin decir
nada mas. Maurice soltó a María José y frotó varias veces
su rostro para ver si era real. Violeta y Donna se acercaron
a ellos. Habían estado escuchando todo.
- ¡Al fin! - Maurice cargó a María José.
- Con cuidado, cariño. Recuerda que estoy cargando a
la niña también.
- Hiciste bien, hermano. Ahora podrán ser felices
ustedes dos.
- Esto tenía que pasar algún día. Y ese día llegó al fin.

289
Maurice besó una y otra vez a María José. Violeta sujetó a
Andrea, quitándola de los brazos de María José. Ella, al
sentir sus brazos libres, abrazó fuertemente a Maurice.
Maurice volvió a cargarla pero ahora la llevó al interior de
la casa. Violeta y Donna los siguieron.
- ¡Somos libres! - gritó Maurice ya dentro de la casa,
aun con María José en brazos.
La bajó y volvió a abrazarla y besarla. Julia, que había
estado en su habitación, bajó las escaleras deprisa.
- ¿Qué pasó? - preguntó
- Le dijo la verdad a Regina - dijo Donna.
- Ahora mi esposa y yo podremos retomar nuestro
matrimonio sin escondernos.
- ¡Qué felicidad! - exclamó Julia, abrazando a la feliz
pareja.
- Hablando de buenas noticias, nosotros tenemos una
buena nueva para ustedes. - dijo Christian
- ¿Cuál es? - preguntó María José, sujetando la mano
de Maurice.
- Mientras hablaban con Regina, llegó alguien mas. -
dijo André
- Hola amigos. - les dijo Anne, bajando las escaleras.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto verte! - exclamó María José,
mientras corría a abrazar a Anne.
- Gracias por esperarme. Y, por cierto, felicidades por
su matrimonio.
- Gracias.
290
- Bueno compañeros, ya está listo el desayuno.
- Y creo que somos varios que tenemos hambre.
Se sentaron a la mesa. Todos comieron rápidamente.

***
5

Pasaron varios días en la cabaña. Los que faltaban


llegaron poco a poco. Ya eran tantos en la casa que
necesitaron alargar la mesa y más personas tenían que
estar cocinando al mismo tiempo. Maurice hizo una lista de
las personas que se habían aventurado. Tan sólo faltaban
Noah y Eduardo de llegar.
Uno de esos días, Maurice, María José, Violeta, André y
Andrea estaban en el jardín. Le estaban enseñando a
caminar a la niña. Después de un rato, Violeta cargó a su
sobrina y entre André y ella la hacían reír. Maurice y María
José se sentaron en la escalinata de la casa.
- Violeta adora a la niña - comentó María José
- Y parece que a él también. - dijo Maurice, señalando
a André.
- ¿Estás celoso? - le preguntó María José, sujetando
su mano.
- No más de lo que te celo a ti... pero si, lo estoy. - la
volteó a ver y le sonrió - tu eres la única capaz de mover
todas las emociones en mí.
291
- Sabes que es recíproco ¿verdad?
- Lo sé. - hizo una pausa breve. - Ya faltan sólo dos
personas de llegar. - continuó.
- Ya falta poco para irnos. Ansío tanto volver a mi
hogar.
- Yo no estoy tan ansioso. No quisiera que eso pasara.
- ¿Por qué, cielo?
- La sola idea de que pueda perderte me aniquila.
- Nada malo podrá pasarnos si estamos juntos.
- No te separes de mí nunca mas.
- No lo haré.
- ¡A cenar! - gritó Donna.
Los cuatro que estaban fuera se metieron rápidamente.
Cada uno ocupó su lugar correspondiente. Todos
comieron vorazmente pero María José se quedó mirando
un arreglo floral.
- ¿Qué es eso? - preguntó María José, al descubrir un
pedazo de papel que estaba entre el arreglo y la pared,
doblado en cuatro partes.
Se levantó a recogerlo y lo extendió para leerlo en voz alta.
"Estimados amigos:
Tienen que prepararse para luchar. En cuanto ustedes lleguen, la
lucha comenzará y no tendrán otra opción que pelear por defender
la aldea. Cada uno de ustedes tiene un poder especial en potencia que
se desarrollará plenamente en la pelea. Maurice y Lukas tendrán una
espada de fuego, que será capaz de traspasar rápidamente a los
292
enemigos y que incluso podrá matar a los seres mágicos que les
impidan cumplir su objetivo. María José será la carnada para que
puedan vencer al objetivo principal una vez que acaben con los
demás. Los niños serán capaces de usar el arco con las piedras
puntiagudas, que se multiplicaran estando en el aire y caerán
directamente al corazón de los enemigos. Toda mujer acompañará a
un hombre con un escudo de metal incapaz de ser traspasado por las
armas de los demás, así que podrán defenderse a ambos.
María José: tú te quedarás en la antigua choza donde ibas a vivir con
Maurice. Tomasz siempre da una vuelta por ahí, esperando a verte
una vez más. Ahí lo entretendrás unos minutos, hasta que los demás
lleguen por ambos. No te preocupes por tu hija, tu madre se hará
cargo de ella. Las dejaré en un lugar seguro. Arethusa cuidará a
Maurice para que no le suceda nada.
En cuanto salgan para acá, nos reuniremos en un punto intermedio.
Hasta entonces, Milenna."

Hubo un silencio abrumador en el comedor. Todos habían


bajado sus cubiertos. Maurice estaba a punto de estallar
en llanto. No podía permitirlo. No iba a poner a su esposa
como carnada.
María José estaba temblado de miedo. Sus recuerdos
comenzaron a palpitar en su memoria. Tan sólo pensar en
que volvería a ser presa de las garras de Tomasz le
atemorizaba bastante. La carta cayó al suelo.
- No voy a permitirlo. - dijo Maurice, levantándose para
abrazarla. - no dejaré que te hagan daño de nuevo.
293
- Tenemos que hablar con la bruja. Esto es un
problema bastante serio. - dijo Donna
- ¡Que si no! Van a matar a mi hija - dijo atemorizada
Julia.
- Eso no pasará. No lo permitiré - dijo Maurice.
- No lo permitiremos - corrigió Lukas. - somos varios
los que le tenemos un cariño muy especial a María José.
- ¿Qué proponen entonces? - preguntó Lina.
- Que mi hija se quede conmigo y con mi nieta. - dijo
Julia.
- Pero entonces Tomasz irá a buscarla con ustedes.
Entonces ahí también pondrían en peligro la vida de la
niña. Tiene que haber otra solución - dijo Anne.
- La única solución es aceptar lo que la bruja dice. -
dijo Ivanka
- Pero mi María José...- dijo Maurice, abrazándola con
mas fuerza.
- Tendrás que aprender a escabullirte, cuñada. - le dijo
Violeta
- ¿Cómo haré eso? - preguntó María José,
separándose un poco de Maurice.
- Si tratas de correr en todos los espacios de la casa,
le darás tiempo a mi hermano de llegar a rescatarte y
también evitarás que ese hombre te haga daño. Tendrás
que aprender a esquivar objetos. No te preocupes, te
entrenaré para que lo logres.
- Todos debemos entrenar para no morir en esto. - dijo
Lukas.
294
- Entonces, a partir de mañana, todos entrenaremos
sin parar. No descansaremos, más que para comer y
dormir. - indicó Maurice - vamos a descansar.
Todos acomodaron en silencio sus trastes sucios en la
trastera. María José cargó a la niña.
- Será mejor que la niña se quede conmigo esta noche.
- dijo Arethusa, quitándola de los brazos de María José - tu
esposo esta sumamente molesto. Esto no le vendrá bien a
la pequeña.
- Gracias, amiga.
Poco después, subieron a dormir.

**************************
Maurice dejó que María José entrara a la habitación.
Después azotó la puerta.
- ¡Me rehúso! ¡Me rehúso completamente! No dejaré
que ningún otro hombre te vuelva a tocar. ¡Eres mía!
¿Escuchaste? ¡Mía! - gritó furiosamente.
- Mi amor, ¿de qué hemos estado hablando? No te
dejes dominar por tus emociones.
- No me están dominando. Estoy bien, solamente me
rehúso a pensar que las manos de ese zángano te toquen
una vez mas.
- ¡Pero mírate como estas! Estás sumamente exaltado,
tus mejillas están más rojas que un tomate y te cuesta
trabajo respirar.

295
- Es que no te imaginas cuanto me duele pensar en
que es necesario que te vuelvan a dañar para salvar la
aldea. Me provoca, me incita, saca lo peor de mi.
- Ya oíste a tu hermana hace rato. Aprenderé a
escabullirme para que no me haga daño.
- Ya lo hizo una vez. Podrá hacerlo de nuevo.
- Pudo haber una segunda vez pero lograste impedirlo.
- Pero ahora no estaré contigo.
- Te daré tiempo para llegar. Para eso aprenderé a
escabullirme.
- Preferiría no arriesgarte.
- Estaré bien, mi amor.
- Pero te lastimará.
- No me dejaré lastimar. He aprendido a ser fuerte, a
defenderme. Para eso me sirvió estar en esta ciudad.
- No te creo.
- Si tan sólo supieras...
- ¿Qué debo saber?
María José se sentó en la cama. Maurice la imitó.

***
6

296
María José caminaba por las calles de un barrio peligroso
de la ciudad. Buscaba a Maurice o a alguien que le
indicara su paradero. Necesitaba que supiera de su
embarazo. Llevaba puesto unos shorts y una playera sin
mangas pues era lo único que había encontrado de ropa.
Estaba tan concentrada buscando a Maurice, que no
percibió que un hombre la seguía desde hace tiempo. Era
alto, musculoso y estaba bastante desaliñado y sucio. Su
barba canosa estaba sin afeitar y de él se desprendía un
olor desagradable. La mirada con la que veía a María José
no era muy amistosa. Parecía que la devoraría en
cualquier instante.
María José entró a un callejón demasiado oscuro, pero,
cuando intentó salir, se dio cuenta que el hombre la tenía
acorralada contra la pared. Los recuerdos de lo que había
pasado con Tomasz comenzaron a atormentarla.
- Hace tiempo que te vi y me pregunté que hacía una
mujer tan hermosa por estos rumbos. - dijo, sujetándola
mas y mas fuerte.
- Suéltame, por favor.
- No lo creo. Me gustaste demasiado. No se si te
parezca que pasemos un buen rato juntos.
- No quiero pasar buen tiempo. Estoy buscando a mi
marido.
- Lastima, quería que lo disfrutaras. No me queda de
otra que hacer las cosas por las malas.
- ¡Suéltame! Estoy embarazada.
- No le pasará nada al niño, te lo aseguro. Bien, ahora
¡a disfrutar!
297
El hombre levantó a María José, sin embargo, ella alcanzó
a patearlo varias veces, provocando que la soltara. En
cuanto estuvo libre, salió corriendo.
- ¡Regresa, maldita! - gritó el hombre, tratando de
hacer que regresara.
María José corrió aun mas rápido.

***
7

- Y así fue como lo perdí de vista. Ese día, fue cuando


encontré tu empresa, amor.
- Corazón, te arriesgaste demasiado y a mi niña
también.
- Debía encontrarte, cariño. Pero bueno, ahora
estamos juntos y ese día no pasó nada malo.
- Pero ahora te enfrentarás a tu agresor principal. -
Maurice se puso de pie y caminó en círculos - ya te hizo
daño una vez. Podrá hacerlo de nuevo.
- No permitiré que vuelva a agredirme. Esa vez, no
sabía que me haría daño. Ahora, sé a lo que me arriesgo y
tendré más cuidado. -
Maurice la miró de reojo. Ese día lucía mas hermosa que
de costumbre. Tenía que hacer algo para ayudarla a que
ese hombre no le hiciera nada. Pero ¿cómo podría hacerlo?
Dio varias vueltas a la habitación. Él podría ayudarle a
298
entrenar. Volvió a mirarla. Lo veía confundida, como si
quisiera hacer miles de preguntas a la vez. En efecto,
como lo había pensado antes, se veía hermosa. El cuello
en "V" de la blusa que traía puesta dejaba a la vista un
escote marcado, que ella trató de disimular con una
bufanda. Suspiró y una idea llegó a su mente.
- Empecemos tu entrenamiento, cariño.
Maurice se quitó la blusa y se lanzó encima de María José.
La besó una y otra vez. Con sus manos recorría el vientre
de María José, buscando el listón que sujetaba su blusa.
- Amor, no creo que esta sea la manera. - dijo María
José, sujetando con ambas manos el rostro de Maurice
- ¿Por qué no? - preguntó Maurice, bajando otra vez
para besar sus mejillas
- Porque tu eres el único hombre al que le permito
tocarme de esta forma. Si sigues haciendo esto, no podré
resistirme y te seguiré el juego. - Maurice levantó
parcialmente su cuerpo.
- ¿De verdad? - preguntó, anonadado.
- Por supuesto. Me siento incómoda si otro se me
acerca más de lo que debe. En cambio, contigo es
diferente.
- Eso me gusta. Pero ¿entonces cómo entrenarás, si
no es conmigo?
- No lo sé. Eso lo decidiremos mañana. - dijo María
José, acariciando el rostro de su amado. - Basta de
pláticas. Es hora de dormir. Mañana será un día pesado.

299
Maurice se levantó. Le permitió a María José que se
acomodara bien y ambos quedaron profundamente
dormidos.
***
8

María José corría a través de los bosques de Corelia. El


peligro estaba a punto de acecharla. Ella no lo podía
permitir. No podía permitir que le hicieran daño una vez
más. Tomasz la perseguía a pocos metros de distancia.
Su intención era clara: venganza. El palpitar de su corazón
era bastante rápido. Boom, boom, boom. Su trote era cada
vez mas lento. Sentía como la sangre subía y bajaba de
sus extremidades. Poco a poco, algunas partes de su
cuerpo se entumecieron, haciendo que sus pasos se
volvieran mas pesados.
No podía permitir que la alcanzara. Si lo hacía, todo se
vendría abajo. Ni siquiera podría mirar a Maurice a los ojos.
Se sentiría sumamente avergonzada. Además, Maurice
prometió que llegaría pronto. El terreno no le ayudaba a
María José. Había muchas rocas, raíces de árboles,
ramas caídas e imperfecciones en el suelo.
Después de mucho correr, no se fijó que había una gran
rama de árbol en el suelo. La pisó y cayó. Trató de
levantarse pero ya no tenía fuerzas. Tomasz no tardó en
alcanzarla. Al verla, se tiró al suelo, sobre ella, quedando a
menos de un centímetro de ella.

300
- ¿Creíste que te podías escapar de mi? - dijo,
sujetando fuertemente sus piernas.
- Suéltame, por favor.
- No... no lo haré. Esperé mucho tiempo para volver a
tenerte así. - bajó nuevamente.
La besó en cada parte de su cuerpo, sujetándole con
fuerza los brazos.
María José empezó a gritar fuertemente, clamando a
Maurice. Sus gritos eran cada vez más fuertes. No podía
tener a Tomasz tan cerca, rasgando sus ropas una vez
mas y dejándole marcas en su cuerpo como aquella
ocasión. Empezó a sudar. Tenía miedo. Mucho miedo.
Maurice despertó confundido, y, al verla tan agitada, la
abrazó fuertemente para lograr que se calmara. Sin
embargo, ella trataba de soltarse. Los brazos de Tomasz
se habían vuelto más suaves que la primera vez. ¿Qué
estaba pasando? El terror se mezcló con la confusión de
no saber porque ahora era tan cariñoso con ella.
Maurice la agitó fuertemente para lograr que despertara.
Aquel momento se parecía al de la prueba del prado. Ella
no podía volver en sí. Estaba en un trance bastante fuerte.
- Mi amor, calma. Estamos bien. Despierta, por favor.
Estarás bien
María José despertó lentamente. Examinó con la mirada
su alrededor, bastante asustada.
- ¿Dónde estamos? ¿Dónde está Tomasz?
- ¡Ay, cielo! - exclamó Maurice, al comprender de lo
que se trataba su sueño. - Tuviste una pesadilla.
301
Seguimos aquí, en la choza que nos preparó la bruja.
Todavía no regresamos a casa.
- Menos mal que sólo fue un sueño. - dijo María José,
tranquilizando su respiración.
- Calma, cielo. Estoy aquí para protegerte.
- Gracias, corazón. - dijo María José, secándose el
sudor de la frente.
- Pero mira cómo estás. Este nuevo reto te esta
afectando bastante.
- Trataré de que no me afecte más.
- No quieras parecer fuerte.
- Sé que no lo soy. Pero aprenderé a serlo.
María José se levantó y fue hacia la ventana.
- Mi niña, ¿qué sucede? - preguntó Julia, entrando de
golpe a la habitación.
- Tus gritos se escucharon por toda la casa. - dijo
Arethusa, entrando tras Julia.
Ambas fueron con María José y la abrazaron. Los gritos de
María José las habían despertado, haciendo que se
preocuparan de sobre manera. La conocían muy bien y no
le había pasado nada similar en todas las noches en las
que habían dormido bajo el mismo techo.
- Fue un mal sueño. Eso es todo.
- ¿Mal sueño? Ninguna pesadilla te había hecho gritar
de esa manera. Debió ser una muy mala.
- Era sobre Tomasz. - dijo Maurice, acercándose a
ellas.
302
- Mi niña...- dijo Julia, abrazándola más fuerte.
- No hay que permitir que le hagan daño, Maurice.
Tenemos que idear un plan más elaborado para que ella
no sufra las consecuencias. - comentó Arethusa.
- ¿Qué sugieres? - preguntó Maurice.
- No lo sé. No he podido dormir por pensar en una
solución factible.
- Lo que dijo Violeta es una buena solución -comentó
María José.
- Lo es, pero la cabaña donde vivirían no es muy
grande y tus esfuerzos por escabullirte serán inútiles en
algún momento. Tendremos que encontrar otra solución
para que puedas estar más segura.
- ¿Entonces ya no usaríamos la otra solución?
- Si. Usaremos dos al mismo tiempo.
- ¿Podrías encargarte de la segunda?
- Con gusto. Pronto se me ocurrirá una idea. Se los
aseguro.
- Creo que lo mejor será que traten de dormir. Mañana
será un día largo. - dijo Julia.
- Claro que si, mamá.
- ¿No quieres dormir conmigo esta noche? - le
preguntó Julia a María José.
- Estaré bien, mamá.
Julia besó la frente de su hija y se marchó a su habitación
rápidamente. Arethusa, en cambio, se quedó mirando un
poco la luna a través de la ventana. Sus pensamientos
303
confusos poco a poco se hicieron más claros. Las ideas y
posibles soluciones cobraban sentido en una sola.
- ¡Lo tengo!
- ¿Qué cosa? - preguntó María José.
- Mañana les digo. Mi idea es estupenda. - dijo,
saliendo de la habitación, mientras daba pequeños saltos.
- Creo que a muchos nos preocupas, cielo.
- Lo sé - María José suspiró.
- ¿Dormimos?
María José se acostó nuevamente. Con una seña, invitó
a Maurice a acostarse junto a ella. Él sonrió. Una vez en la
cama, colocó el brazo de María José alrededor de su
pecho. Ella se quedó dormida minutos después.

***
9

A la mañana siguiente, todos se reunieron para desayunar,


excepto Arethusa, que seguía en su alcoba.
- ¿Dónde está Arethusa? - preguntó María José a su
madre, mientras preparaban el desayuno.
- No ha bajado. - dijo Julia.
- ¡Qué extraño! Ella siempre es la primera en bajar.
- Dice que está preparando algo para ti.
304
- ¿Para mí?
- Dice que es para que ese hombre no te haga daño.
- Debe ser una muy buena idea.
Le ayudó a su madre a terminar de preparar el desayuno.
Todos comieron vorazmente. En cuanto acabaron,
salieron al jardín.
Se reunieron en círculo y Maurice tomó la palabra.
- Bien, vamos a empezar el entrenamiento. Cada
quien tiene que escoger una pareja del otro puesto para
que lleve el escudo. - una vez que todos estuvieron en
parejas, Maurice habló de nuevo. - por ahora, lucharemos
con ramas de árboles. Traten de hacer su mejor esfuerzo
para que podamos progresar.
María José se acercó a Maurice. Tomó su mano.
- Como Arethusa no está ahorita, me quedaré en su
lugar mientras sale.
María José se puso detrás de él. Cada quien tomó una
rama de árbol. Empezaron a practicar los enfrentamientos.
Cada uno, esquivaba lo mejor que podía los movimientos
que les llegaban. Aunque había veces en que resultaban
heridos en sus brazos o en la cara.
Maurice dejaba a María José de lado para evitar que la
hirieran, por lo que optó por dejarlo solo. Se sentó sobre la
escalinata de la entrada, con su madre y su hija. Allí se
dedicó a mirar a los demás. Parecían niños jugando con
espadas de madera. Se preguntaba si en unos días,
cuando estuvieran en la aldea peleando contra los
opositores, se verían así, tan felices.

305
- Mi niña.- le dijo de pronto Julia - ¿todo bien?
- Si, mamá. Estoy bien. Aunque estoy preocupada por
Maurice, por ti, por mi hija y por los demás. No quiero
experimentar lo que vivimos aquella vez. También estoy
preocupada por papá.
- Yo también hija. No sé cómo esté. Anhelo tanto
volver a verlo.
La niña lloró. María José la cargó y empezó a arrullarla.
Los demás dejaron de practicar. Maurice se acercó a
María José y le dio un beso. Violeta los vio.
- Cuñada, es tu turno. - le gritó Violeta.
- ¿Qué vas a hacer con ella? - le preguntó Maurice,
poniéndose frente a ella.
- Cariño, es por mi bien. - le dijo María José,
poniéndose de pie.
- Promete que no le harás nada malo - le dijo Maurice
a Violeta.
- Esta es sólo la prueba.
María José dejó a Andrea con Julia y se acercó a Violeta.
- Bien. Lukas, ven por favor. - Lukas se acercó. -
imagínate que él es Tomasz. Trata de moverte lo mas
rápido posible para evitar que te atrape.
Lukas se acercó a María José. Trató varias veces de
agarrarla, pero ella esquivó cada movimiento,
agachándose o corriendo de un lado a otro. Maurice la
veía, boquiabierto. Se había vuelto muy ágil, a pesar de
que tenía poco tiempo de haber dado a luz. Sí peleaba así
con Tomasz, podría vencerlo con facilidad. Aunque, lo que
306
decía Arethusa era cierto: la cabaña donde vivirían era
demasiado pequeña, más pequeña que el espacio donde
María José se estaba moviendo en esos momentos, pues
sólo estaba planeada para ellos dos.

***
10

De pronto, Maurice sintió una mirada fija en él. Volteó


ligeramente. Ahí estaba Eduardo con el pequeño Noah
tomado de la mano.
- Chicos, dejemos el entrenamiento por unos minutos -
les dijo a María José y a Lukas. - creí que no vendrían
nunca. - les dijo a su padre y al pequeño.
- ¡Lukas! - le gritó el pequeño. Noah corrió hacia él,
abrazándolo con fuerza.
- ¿Cómo está mi hermanito favorito, eh? Te extrañé
mucho.
- Hijo, necesito hablar contigo. - dijo Eduardo.
Parecía demacrado. Estaba desaliñado, sucio, olía mal, su
barba estaba sin afeitar y parecía haber usado su traje
varios días seguidos.
- ¿Qué sucede?
- Regina murió hace rato. Te dejó esto. - dijo, dándole
una carta. - quisiera pedirte una disculpa por lo que
ocasioné. No sabía que habías encontrado a María José
307
desde hace tiempo. Me dejé cegar por las cosas que se
vivían en este mundo. Lo verdaderamente valioso no es
visible para nuestros ojos. Tú tienes un gran tesoro, que es
tu esposa. María José, perdóname también tú. Quise
quitarte el amor, pero no me di cuenta que, entre más
trataba de separarlos, más los unía. Amor, hija, perdonen
ustedes también. Me alejé de todos por una ambición.
- No tienes porque disculparte. Ya te habíamos
perdonado desde hace mucho tiempo - dijo Donna,
acercándose a él. Lo besó.
- ¿Qué le sucedió a Regina?
- Se quitó la vida. Aparentemente, ella y su abuelo
estuvieron fingiendo lo de la enfermedad para que te
casaras con ella. El señor Rochefeller no ha querido dar la
cara al respecto.
Maurice miró a María José. Una vez más había acertado.
Ella intentó esbozar una sonrisa para animarlo, pero no
pudo. Esa situación era bastante lamentable. Maurice vio
que Eduardo veía a la niña con cierta fascinación.
- Papá, quisiera que conocieras a alguien.- Maurice le
hizo una seña a María José para que llevara a su hija con
él. Ella tomó a la niña del regazo de Julia. Caminó
lentamente hacia el lugar donde estaba Maurice. - esta
bebé, papá, es mi hija.
- ¿Tu hija? ¿Ya soy abuelo? - preguntó mirando
fijamente a la niña. - Maurice asintió - ¿Puedo cargarla?
- preguntó, emocionado.
María José miró a Maurice para buscar su aprobación. Él
le asintió con la cabeza. Eduardo la cargó rápidamente.
308
Era una niña completamente parecida a su padre. Podría
jurar que era idéntica a Maurice a esa edad. Tocó las
mejillas de la niña. Estaba muy bien cuidada. Cuanto
tiempo esperó para tener a una nieta entre sus brazos.
Maurice se la había dado y él no se había dado cuenta por
su orgullo.
- Está preciosa mi niña. Es un pequeño regalo muy
valioso. ¡Felicidades! Y gracias, hijo. Hay que cuidar de mi
nieta de ahora en adelante. ¿Y bien? ¿Qué hay que hacer?
Vamos a regresar a la aldea, ¿no?
- Si. Y vamos a pelear por nuestro hogar.
Maurice le explicó lo que decía en la carta. Eduardo
frunció el ceño. Parecía bastante complicado. Cuando
Maurice terminó, Eduardo caminó de un lado a otro. Tenía
que haber una solución para lograr la paz en la aldea sin
tener que pelear. Pero ¿cómo tendrían que hacerlo?
Alguien les guardaba tal grado de rencor que los había
mandado ahí, lejos de todo, lejos de su hogar.
- ¿No hay otra alternativa? ¿Debemos pelear?
- Si. No creo que haya otra opción factible.
- Vaya. Entonces tenemos que entrenar.
- Eso estábamos haciendo justo antes de que llegaran.
- Bien, entonces no hay tiempo que perder.
Donna se acercó a Eduardo y lo abrazó. Poco después se
colocó detrás de él. Siguieron entrenando como lo habían
estado haciendo. María José ocupó el lugar de Arethusa
de nuevo. Una vez que estuvieron lo suficientemente
hambrientos, entraron a la cabaña.

309
- Iré a ducharme. Creo que mi aspecto actual no es el
más agradable de todos. - dijo Eduardo.
- Nuestra habitación está junto a la de Violeta. - dijo
Donna.
Eduardo se apresuró a subir. Se duchó y aprovechó para
afeitarse aquella barba tan larga que tenía. Una vez que
creyó que estaba listo, bajó de nuevo. Cuando lo vieron,
se sentaron a la mesa.
***
11

María José subió a llevarle un plato de comida a Arethusa.


Se acercó a la puerta y escuchó ruidos extraños.
- Amiga ¿estás bien? - preguntó María José del otro
lado, temiendo que le estuviera pasando algo malo.
- Si, amiga. Pasa. - María José obedeció.
Vio ahí un maniquí con un catsuit. Era una pieza que
consistía en un pantalón y una blusa de corte en "v" de
color negro. María José lo miró con detenimiento. No tenía
nada fuera de lo común. Parecía lo suficientemente
normal.
- ¿Para quién es?
- Es para ti.
- ¿Para mí? - preguntó María José, sorprendida.
- Si. Es un vestuario especial. Ven, necesito tomarte
tus medidas. - María José obedeció, una vez más.
310
- ¿Para qué sirve?
- Estoy trabajando eso. Cuando Tomasz intente
tocarte, este traje lanzará toques y transmisiones
eléctricas, que, a la larga, acabarán por matarlo. Creo que
así podrás estar más tranquila si Maurice llega a tardar.
- Amiga, no tengo como pagártelo...
- Por ahora, no te muevas - dijo la ninfa, sacando una
cinta métrica de un cajón.
Midió cada parte del cuerpo de María José y, cuando no
coincidían las medidas que había puesto en el traje, hacía
una seña y automáticamente el vestuario se hacía más
grande o más pequeño. Cuando terminó, examinó a María
José y después el traje.
- Listo. Nada más tendrías que probártelo cuando esté
terminado.
- Gracias. Te dejo la comida. Come. - dijo María José.
- Si, amiga. Entrenen. Que ya escuché que llegaron
los que faltaban. Necesitamos organizarnos para marchar
lo más pronto posible.
María José se sentó en el borde de la cama. Parecía que
le habían echado una cubeta de agua helada. Pensar en
marchar ahora ya le parecía sumamente inquietante. Creía
que ya estaba lista para cualquier peligro, pero, en
realidad, no lo estaba. Tenía miedo. A pesar de que ahora
tendría el traje que estaba diseñando la ninfa y que se
había dado cuenta que era más ágil de lo que creía, se
sentía insegura de lo que fuese a pasar con Tomasz.
- Aunque no lo creas, sé cómo te sientes. Sé lo que se
siente tener miedo, de no saber lo que pasará contigo o
311
con la gente que más amas. Lo sé muy bien. Al parecer
por eso me mandaron aquí, con ustedes. Hay algo en la
aldea que yo temo perder.
- ¿Qué cosa? - preguntó María José, viéndola
sorprendida.
- Mis hermanas viven ahí. No sé sí ya las hayan
capturado o aniquilado.
- Creí que no había más como tú.
- Las hay. Cuando aquellas criaturas llegaron a mi
territorio, destruyeron todo lo que había allí. Todo. Pero
mis tres hermanas y yo logramos escapar. Ellas se
refugiaron en una aldea que habitaba sobre las copas de
los treantes, pero yo, en mi afán de querer rendir justicia a
mi pueblo, fui a inspeccionar la zona. Fue así como
encontré a Fannert. Creo que el resto de la historia ya lo
sabes.
- Pero ¿qué pasó con tus hermanas?
- Poco después de haber regresado a la aldea, cuando
estábamos preparando tu boda con Maurice, llegaron.
Durante esos meses, la felicidad se apropió de mí. Hasta
que nos mandaron a todos aquí.
- ¿Crees que estén bien?
- Eso espero. No quisiera haber estado alejada de ella
el día de su muerte.
María José se quedó callada. Se levantó de la cama.
- Voy con los demás. ¿Vienes?
- Adelántate. Los alcanzaré al rato.
María José salió de la habitación.
312
***
12

Maurice la esperaba al pie de la escalera, con su hija en


brazos. La niña lloraba desconsoladamente. María José se
apresuró a bajar las escaleras.
- Nuestra hija tiene hambre, amor.
- Préstamela. Le daré de comer.
Maurice se la dio. María José se fue a sentar a la sala.
Maurice la siguió y la miró durante unos minutos.
- ¿Qué tienes, amor? - le preguntó, hincándose frente
a ella.
- Nada, mi vida. Estoy fatigada.
- ¿Quieres que te traiga algo de comer? No has
comido aún.
- Ahorita voy por algo, amor. No tengo mucha hambre.
- ¿Y eso, cariño?
- No lo sé.
- Eso no está bien. Tendremos que revisarte. ¡Julia!-
María José puso su mano sobre la boca de Maurice.
- Lo veremos luego ¿si? Por favor.
- ¿Estás segura?
- Completamente, cielo. Estoy bien.
313
Maurice le robó un beso. Ella sonrió después de que la
soltó.
- ¿Qué decía la carta de Regina? - le preguntó María
José.
- Traía unas fotos. La cámara de seguridad de la
empresa captó un momento en el que te di un beso. Otra,
de la despedida de soltero que nos tomaron cuando nos
besamos. En fin.
- ¿Nada más traía fotos?
- No. Decía que ella estaba ciega al no querer ver la
verdad. Que se moría feliz de haberme dejado con el
verdadero amor de mi vida. Lástima, se lo explicamos pero
creo que no lo entendió muy bien.
María José se dio cuenta que la niña ya se había dormido.
Se levantó con su hija en brazos y subió a su habitación.
Maurice, sigilosamente, la siguió.
Cuando vio que ya había acostado a la niña en su cuna,
abrazó por detrás a María José.
- ¿Sabes que eres lo más importante para mí? - María
José sonrió.
- Lo he sabido siempre.
- Y ¿por qué no me dejas demostrártelo como se debe?
- María José dio media vuelta.
- Amor, ya hemos hablado de esto.
- Lo sé, pero no hemos tenido encuentros desde
aquella vez del globo y del bar. Ya es tiempo.
- Tal vez podríamos hacerlo después, cuando
lleguemos a la aldea.
314
- Ahí podría ser demasiado tarde.
- ¿Por qué?
- Porque quizá después dejes de amarme como lo
haces ahora.
- Pero si sabes que eso no pasará nunca. Si no te
amara como lo hago hoy, sería porque te amo aun más.
- Creo que tienes miedo.
- ¿Y por qué tendría que tenerlo?
- No lo sé. No me gustaría saberlo en estos momentos.
Sólo quiero demostrarte que te amo. - dijo, besando su
mejilla suavemente. Sólo quiero estar contigo. Cariño,
quiero que Tomasz sepa quien manda.
- Hablas como si fuera un trofeo.- dijo María José,
apartándose de él, molesta.
- Vamos, amor, no te enojes. Sabes que lo que hago
es para protegerte. Me preocupas demasiado y tengo
miedo de que algo malo pueda llegar a pasarte.
- Arethusa ya está trabajando en eso. No tienes
porque preocuparte.
- ¿Estás segura? - María José asintió - Está bien.
Confío en ti. Vamos con los demás.
- Te alcanzo ahorita, cielo.
- ¿Estás segura?
- Quisiera quedarme un rato con la niña.
Maurice se acercó a ella. Acarició sus mejillas y la besó.
Salió de la habitación. Bajó las escaleras. De pronto, sintió
culpa por no haberle preguntado a María José que era lo
315
que le sucedía. Parecía ausente. Rara vez optaba por
quedarse sola, como en esos momentos. Antes de salir de
la casa, se quedó de pie, mirando las escaleras. ¿Debía
subir para ver que le pasaba a su esposa? ¿Y si en
realidad necesitaba estar a solas? Quizá lo mejor en esos
momentos era estar listo para la batalla para poder
protegerla después. Salió de la casa y se unió a los demás
en el entrenamiento.
María José se dedicó a mirar a su hija. Era un pequeño
sueño hecho realidad. No podía imaginarse lo que sería
de esa pequeña criatura sin el calor de su madre. Sabía
que Tomasz le haría daño y que aquella situación acabaría
en desgracia.
Tenía miedo. Por todo. Quizá porque esta aventura sería
más riesgosa. Quizá porque el dolor volvería a hacerse
presente en su vida. No era un dolor como el que tuvo
cuando nació su pequeña Andrea. Sabía que ese dolor
terminaría en algún momento y que daría fruto a algo
mejor. Sin embargo, el otro sufrimiento, el que estaba por
vivir, no sabía si perduraría por el resto de sus días.
Ahora, no sólo temía por su vida y por la de Maurice, sino
por la de todos los demás.
Se levantó y vio a través de la ventana. Ahí seguían todos,
peleando con ramas de árboles como si fueran juguetes.
Deseaba tanto que todo fuese una broma, un mal néctar
del cual no tuvieran que beber nunca.

***
13

316
Cargó a su hija, aún dormida. Bajó las escaleras y salió de
la casa. Para su sorpresa, Arethusa ya estaba con ellos,
pero no la había alcanzado a ver porque se encontraba de
pie, junto a Julia, en la escalinata de la entrada.
- Creí que nunca bajarías. Necesito hablar contigo.
Pero después lo haremos. - le dijo Arethusa.
- ¿Ya está listo?
- Ya. Sólo necesito las huellas de Maurice para evitar
cualquier incidente con él, cuando llegue a rescatarte.
- Bien. ¿Cómo va el entrenamiento?
- Parece que bien. Aunque deberían de tomarlo con
más seriedad. En la aldea, no creo que sea tan gracioso
ver cómo matan a toda la gente frente a sus narices.
- ¿Y Maurice...?
- Por él no te preocupes. Tengo la táctica perfecta para
protegerlo. Llegará intacto a tu lado.
- Pero la táctica no te afectará ¿verdad?
- Lo dudo. Peores cosas han tratado de matarme.
Estaré bien, créeme.
Maurice vio que María José ya había bajado. Dejó su rama
en el suelo y corrió a abrazarla.
- ¿Todo bien, mi cielo? - se separó un poco de ella
para poderla mirar.
- Todo bien, amor - le respondió María José,
acariciando sus mejillas.
317
- Ya me dijo Arethusa lo de tu atuendo.
- ¿Y qué te parece?
- Que te verás hermosa, como siempre. - María José
sonrió.
- Hablo en serio, cariño.
- Y yo también hablaba en serio. - al ver que María
José esperaba otra respuesta, sonrió - es una idea
grandiosa. De hecho, Arethusa va a tomar mis huellas
dactilares para que, cuando termine la aventura, pueda
seguir abrazándote, aun con el traje puesto. - besó sus
labios delicadamente.
- Gracias, cielo - le dijo María José, acariciando su
rostro. Miró a Arethusa. - ¿Cómo ves el entrenamiento?
- Parece que todavía les falta bastante.
- ¿Crees que puedas ayudarlos?
- Por supuesto. Ocuparemos los días que sean
necesarios para entrenar como se debe.
- Entonces no hay tiempo que perder. Te escuchamos
- dijo Maurice, haciendo que los demás se detuvieran y
pusieran atención a Arethusa.
- Bien. Creo que lo que han estado haciendo no es la
mejor forma de entrenar. Aunque, me agrada su idea de
pelear todos juntos. Pero lo que debemos hacer es aplicar
combates individuales.
- ¿Para qué servirá esto? - la interrumpió Eduardo.
- Para que cada quien pueda salvar su vida. -
respondió, un tanto irritada. Al ver que no la volverían a
318
interrumpir, continuó hablando - necesito que formen
parejas.
Lukas se puso frente a Maurice; Christian, frente a André;
Francesco, frente a Bruno y Romeo, frente a Eduardo.
- Lukas y Maurice, ustedes serán los primeros.
Los dos se apartaron de los demás. Ambos tomaron de
nuevo su rama. "Adelante" les dijo Arethusa. Lukas fue el
primero en atacar. Apuntó su rama directamente al
estómago de Maurice, pero él alcanzó a esquivar.
Pelearon con bastante fuerza. Parecía que Lukas quería
vengarse de algo.
- ¿Qué te sucede? - preguntó Maurice, saltando
rápidamente.
- Nada fuera de lo común. ¿Por qué? - preguntó Lukas,
golpeando a Maurice en el pecho.
- Estás peleando sumamente bien. Mejor que hace
rato.
- Tenemos que pelear como si estuviéramos en la
batalla final ¿no?
- Si, pero tú estás peleando excesivamente bien. Creo
que pretendes vengarte por algo que yo no sepa. -
Maurice lo atacó en el brazo.
- ¿Lo crees?
- Estoy casi convencido.
- ¿Según tú, por qué es?
- Porque yo tengo a María José. Y ella me ama más
que a nadie en el mundo.
319
- Te equivocas. Hay alguien a quien ama más que a ti.
- ¿Quién es, según tú?
- Tu hija. - Maurice se distrajo, al ver a María José con
la pequeña Andrea en brazos.
Lukas tenía razón. Desde que esa pequeña llegó a sus
vidas, María José era distinta. La mayor parte de los
mimos que hacía eran para su hija. Muy pocos eran para
él.
Lukas lo atacó en el pecho, provocando que cayera al
suelo. Arethusa se acercó a él y le ayudó a levantarse.
- Procura estar más concentrado la próxima vez. Si te
distraes como lo haces ahora, no podré ayudarte.
- Lo siento.
María José dejó a la niña en brazos de su madre. Se
acercó rápidamente a Maurice. Lo inspeccionó
lentamente.
- Amor, ¿estás bien? - le preguntó, acariciando su
rostro. - ¿no te hizo daño?
- No, cariño. Estoy bien.
- ¿Qué pasó? ¿Por qué te distrajiste de esa forma?
- Porque te estaba viendo. - María José sonrió.
- Creo que la próxima vez me quedaré dentro de casa.
- Prefiero que te quedes afuera.
- Les recomiendo que hablen en otro lugar. Están
obstruyendo el campo de entrenamiento. - les dijo
Arethusa, incitándolos a moverse.

320
Ambos caminaron hacia donde estaba Julia. Maurice
abrazó a María José por detrás, pero ella ya se encontraba
cargando a la niña. Por más que trataba de no pensar en
las palabras de Lukas, la simple idea de que su esposa
pudiera querer a alguien más que a él, causaba estragos
en su mente. ¿Qué debía hacer sí esa teoría era cierta?
¿Marcharse? ¿O simplemente quedarse, como idiota,
viendo como se queda sin el amor de su vida?
Estaba claro, él quería tener un hijo. Pero no sabía que
eso le quitaría el amor de la mujer a la que había amado
toda su vida. "No, no debo ser idiota" pensó "ella me
enamoró con esa sonrisa. Tiene que haber algo con lo que
recupere su amor por mí".
De pronto, hizo que se girara. Acarició lentamente sus
labios. Ella esbozó una sonrisa, algo que él amaba ver.
Llevó su cuerpo contra el suyo. ¡Tantas veces la había
tenido así! Pero los motivos para abrazarla nunca eran los
mismos. Besó su mejilla.
Se sentaron juntos en la escalinata. Ahí, Maurice tomó su
mano como era su costumbre. Vieron como peleaban
Romeo y Eduardo. A pesar de su edad, Maurice vio que su
padre poseía una destreza poco común, lo cual le llamó
bastante la atención. Sin embargo, una vez más, por una
distracción, Romeo venció a Eduardo, dejándolo en el
suelo.
Arethusa hizo una mueca de disgusto. Se cruzó de brazos.
Donna se acercó y le ayudó a levantarse.
- ¡Los que siguen! - gritó Arethusa.
Maurice recargó su cabeza en el hombro de María José. Al
parecer, no estaba funcionando el entrenamiento. Vio a
321
Arethusa. Sus gestos demostraban cierta molestia.
Maurice suspiró. El ambiente se estaba poniendo tenso.
No recordaba lo que se sentía estar así.
Christian volteó hacia atrás y de pronto, se fue de lado.
- ¡No! ¡No! Recuerden: tienen que estar concentrados.
Así no podrán ganarle a nadie, ¿Acaso quieren morir? -
gritó Arethusa, furiosa.
- Por supuesto que no...- respondió André,
levantándose del suelo.
- Entonces manténganse concentrados en su objetivo.
- los reprendió Arethusa - ¡los que siguen!
Arethusa colocó sus manos en su sien. Masajeó varias
veces, mientras intentaba calmarse. Una vez que estuvo
mas tranquila, cruzó sus brazos y se dedicó a ver como
peleaba la siguiente pareja.
Maurice miró fastidiado. Parecía inútil. Sintió que no valía
la pena todo el esfuerzo que hacían.
María José colocó su brazo alrededor de los hombros de
Maurice. Se veía cansado y aburrido. Por un momento, se
compadecía de él. Estaba haciendo eso de la aventura
porque ella se lo había pedido. Hasta aquel momento, no
creía que estuviera completamente seguro de querer
marcharse. Incluso ella, ahora que sabía los riesgos que
debía tomar para regresar, comenzaba a dudar sobre si lo
que hacía era correcto o no.
De pronto, su mente se transportó años atrás.

***
322
14

María José y Maurice se encontraban jugando en un


riachuelo. Él le lanzaba agua, mientras María José trataba
de cubrirse con ambas manos.
- ¡Eres una gallina! - le dijo Maurice, divertido, mientras
trataba de abrazarla.
- ¡Claro que no! - refutó María José, alejándose de él.
- Entonces deja de huir y dame un abrazo. - dijo,
estirando los brazos.
- No me harás nada ¿verdad?
- Claro que no. Sólo quiero un abrazo tuyo.
María José se acercó a él. Sujetó sus manos. Lo miró a los
ojos durante unos segundos. Había una chispa en su
mirada, como si alguien hubiese puesto dinamita ahí
dentro y la hubiese hecho estallar. Esa luz no era de
malicia. Ella conocía muy bien cuando quería hacer algo
maliciosamente. Sonrió y lo abrazó.
- ¿Me quieres? - le susurró Maurice al oído.
- ¿Qué si te quiero? ¿Qué pregunta es esa? ¡Por
supuesto que sí! Eres una de las personas más especiales
que hay en mi vida. - dijo María José, alejándose un poco
de él, sin quitar sus brazos de su torso.
- Entonces podrías hacerme un favor especial.
323
- ¿Cuál es?
- ¿Quisieras...? - hizo una pausa. Sintió, súbitamente,
que el gallina era él.
- ¿Qué cosa?
- ...¿s-s-ser....? - tartamudeó. Maurice parecía
sumamente nervioso. De pronto, comenzó a sudar a
chorros.
- Maurice, creo que en el tiempo que tenemos de
conocernos, nunca te habías puesto así. Anda, no te
pongas nervioso, no va a pasar nada malo. Dime ¿qué
quieres que sea?
- Es que tengo miedo de que te enojes y me dejes de
querer.
- Por más grave que sea, nunca me enojaría contigo y
mucho menos te dejaría de querer. Eres el hombre más
especial de mi vida, claro, después de mi padre. Vamos,
¿qué quieres que sea? - callaron unos minutos.
Maurice respiró hondamente para tranquilizarse. Tenía
que hacerlo de una buena vez.
- ¿Q-qui-quisieras ser mi novia? - habló por fin.
María José se quedó boquiabierta. Simplemente no
esperaba una propuesta similar en un buen tiempo.
Maurice era muy tímido. No tenía muchos amigos. Sólo
tenía otro amigo tan cercano como lo era ella, pero la
mayoría de las veces prefería estar a solas con ella. Casi
siempre, con ella era bastante desenvuelto. Podían hablar
de cualquier cosa que se pudieran imaginar. Incluso, su
forma de pasar el tiempo era un tanto diferente a lo que la
mayor parte de la gente se podía imaginar. Si no se
324
encontraban trepados en algún árbol, estaban sentados
admirando algún paisaje, o simplemente se quedaban
viendo al cielo, acostados sobre la hierba.
Tenían muchos años de conocerse. Pero en los últimos
meses, María José empezó a sentir algo más por Maurice.
No sabía que era exactamente, pero con el paso del
tiempo, se volvía más difícil estar sin él. Era como si
alguien le hubiera puesto un imán que la mantuviera cerca
de él.
Ahora lo tenía frente a ella, impaciente, temeroso, nervioso,
esperando una respuesta. La que fuera.
- ¿Y-y bi-bi-bien? - tartamudeó Maurice.
- Deseaba tanto que este momento que llegara. ¿Qué
te puedo decir? ¡Qué alegría! Por supuesto que sí. Si
quiero ser tu novia. - Maurice suspiró, aliviado.
- ¡Por fin! ¿Puedo? - preguntó, acariciando sus labios.
María José sonrió.
- Cuando quieras hacerlo, no me pidas permiso. Sólo
hazlo.
- Aunque quiero advertirte que no soy muy bueno.
Contigo, sería mi primer beso.
- Igual para mí sería el primero. Tú mejor que nadie
sabe que no ha habido alguien más. Bueno ¿qué
esperas?
Maurice sonrió. Se acercó a ella. Sintió su respiración tan
cerca. Empezaron a agitarse. Juntaron sus labios. Los
movieron al compás del viento que rozaba sus cuerpos.
María José se sujetaba fuertemente a él, un tanto insegura.
Al ser la primera vez que hacía algo similar, no sabía que
325
proseguía. Ahora, aquellos brazos debían convertirse en
su fortaleza y esos labios, su hogar.
Al soltarla, ambos sonrieron.
- ¿Sabes algo? - preguntó Maurice.
- ¿Qué cosa?
- Creo que con el tiempo todo el cariño que sentía por
ti se convirtió en amor. Por eso no quiero que te separes
nunca de mí. Contigo me siento pleno, me siento en paz.
- Nunca nos vamos a separar. Lo prometo.
- ¿Qué te parece si festejamos con nuestros papás?
Seguramente les dará mucho gusto escuchar ésta noticia.
María José sonrió. Sujetó su mano. Maurice vaciló. Le
parecía extraño tener que caminar así con ella. Tendría
que pasar bastante tiempo para que se acostumbrara a
verla como novia. Pero sabía que ya era tiempo de romper
la barrera entre el amor y la amistad.
Al llegar de nuevo a la aldea, fueron directamente a casa
de María José. Allí estaban Julia y Antonio, sentados en el
sofá. Julia tejía un suéter y Antonio leía periódico.
- Mamá, papá, ya regresamos. - dijo María José,
soltando a Maurice.
- ¿Cómo les fue? - preguntó Julia, levantando la vista
para verlos.
- Mejor que nunca. ¿Les dices tú o les digo yo? - le
preguntó María José a Maurice.
- No lo sé. Como tu prefieras.

326
- ¿Decirnos qué? - preguntó Antonio, dejando el
periódico a un lado.
- Maurice me pidió que fuera su novia.
- ¿Y? - preguntó Julia, ansiosamente
- Y le dije que sí. - Antonio se levantó, molesto.
- ¿Qué cosa? - preguntó, acercándose a ellos. - nada
mas déjame decirte una cosa, muchacho. Si mi hija
derrama una sola lágrima por tu culpa, te las verás
conmigo.
- Ya basta, Antonio. Nuestra hija ya no es una niña - lo
reprendió - Mis niños ¡qué alegría! Es una muy buena
noticia. - abrazó a Maurice y a María José - ¿Tus papás ya
lo saben?
- Aún no.
- Bien, pues ¿qué esperas para decirles? Ve rápido.
Aquí te esperamos. - María José iba a ir con él pero Julia
la detuvo. - tú te quedas. Necesitamos hablar contigo.
Maurice miró a María José con una expresión de disgusto.
Ella lo alentó a irse. En cuanto estuvo fuera de la casa,
sonrió. Corrió efusivamente hacia su hogar.
Al entrar, vio a Violeta dibujando en un cuaderno.
- ¡Hermana! ¡hermana! ¡Lo hice! - gritó, saltando frente
a ella.
- ¿Qué hiciste? - preguntó, sin prestar mucha atención
a su hermano.
- Le pedí a María José que fuera mi novia. - Violeta
dejó lo que estaba haciendo y lo miró sorprendida.
327
- ¿De verdad?
- Si, hermana. ¡Lo hice!
- ¿Qué hiciste que? - preguntaron Donna y Eduardo,
mientras salían a toda prisa de la casa.
- Le pedí a María José que fuera mi novia ¡y aceptó!
- ¡Qué buena noticia! - exclamó Donna. - tenemos que
festejarlo.
- No se diga más. Vamos con mi nuera. - dijo Eduardo,
incitándolos a ir hacia la casa de María José.

***
15

- ¿Amor? - preguntó Maurice, poniendo su mano frente


a la mirada perdida de María José - ¿estás bien?
María José volvió a su realidad y vio que Maurice la
observaba con cierta fascinación.
- Sí, mi vida. Gracias.
- Estabas muy pensativa...
- Estaba recordando viejos tiempos.
- ¿Ah si? ¿Cuáles?
- Cuando nos hicimos novios. ¿Recuerdas? - Maurice
sonrió.

328
- Por supuesto. No podría olvidarlo. Vaya que me
pusiste nervioso ese día.
- Lo recuerdo. Fue la primera vez que te vi sudar y
temblar de miedo. - ambos rieron.
- ¿Qué esperabas? No quería perderte.
- Aunque te hubiera dicho que no, no me hubieses
perdido.
- Pero me iba a sentir incómodo contigo.
- ¿Incómodo?
- Si, cariño. Temía que no fueras a tenerme la misma
confianza que antes. Y quizá no hubiera podido resistir a
darte un beso.
Maurice sujetó la barbilla de María José, acercando el
rostro de la dama al suyo. La besó suavemente.
- Creo que te tomaste muy en serio aquella vez de no
pedirme permiso.
- Lo sé. Es que me encantas.
- Y tú a mí. Nunca lo dudes. Eres el hombre más
especial de todos.
Maurice sujetó la mano de María José, provocando que
ella sonriera. En efecto, esas últimas palabras de María
José desvanecieron en él todas las dudas. No fueron las
palabras que usó, ni el tono en que las dijo, sino aquella
sinceridad que las acompañaba. Lukas quería que la
cizaña se apoderara de él. Pero no sería posible sin que
aquella sinceridad de María José siguiera presente.
- Bien, creo que lo mejor es que descansen un poco.
En un rato seguirán practicando. - dijo Arethusa,
329
masajeándose nuevamente la sien. - ustedes dos, vengan
conmigo - les dijo a Maurice y a María José.
Los dos la siguieron al interior de la cabaña. Subieron las
escaleras y entraron al cuarto de la ninfa. Maurice vio el
atuendo que usaría María José. En efecto, era bastante
elegante y provocativo.
- ¿Estás segura que va a funcionar? - preguntó
Maurice, desconfiado.
- ¿No me crees? Compruébalo tu mismo antes de que
tome tus huellas. - lo retó Arethusa.
Maurice tocó el traje, pero no tardó mas que una fracción
de segundo en retirar su mano porque los choques
eléctricos eran muy fuertes.
- No tenían que ser tan fuertes. - dijo, masajeando la
mano afectada.
- Es necesario que lo sean. Al final de cuentas, no
sabemos qué tan resistente sea su adversario.
- ¿A qué te refieres? - preguntó María José
- Parece ser que los que revivieron tienen más fuerza
de lo normal. Por eso, hice que los choques fueran tan
fuertes.
- ¿A ti no te hacen nada?
- No. - Arethusa sonrió.- como fui yo quien elaboró el
traje, mis huellas ya están marcadas en él. Ahora,
préstame tus manos. - Maurice las extendió.
Arethusa hizo aparecer una especie de molde con un
líquido viscoso dentro. Puso las dos manos de Maurice en

330
la cera. Las huellas aparecieron en diferentes partes del
vestuario y desaparecían segundos después.
Cuando terminó de marcar las huellas en el vestuario, hizo
desaparecer el molde.
- Ahora, pruébatelo. - le dijo a María José, dándole el
traje.
- Amor, ¿podrías esperar afuera? - le preguntó a
Maurice
- Pero cariño...
- Por favor. Sólo será un momento.
Maurice salió de la habitación. María José se apresuró a
quitar su ropa y a probarse el traje. Se quedó unos minutos
mirando su imagen en el espejo que tenía Arethusa en su
habitación. Lucía fenomenal. Arethusa era magnífica
haciendo ese tipo de cosas. Era un vestuario bastante
llamativo. Se fijaba tan bien en su cuerpo, que parecía ya
estar adherido a él.
Mientras seguía mirándose, Maurice volvió a entrar a la
habitación y se quedó observando a María José,
boquiabierto. Estaba divina.
- Muchas gracias, amiga. Está increíble. - dijo María
José, con una sonrisa en el rostro.
Vio a Maurice y su sonrisa se pronunció aún más. Estaba
satisfecha con el trabajo de la ninfa. Con ese traje,
Tomasz no podría herirla más. Maurice se aceró a ella y
tomó su rostro entre sus manos. La examinó una vez más
de arriba abajo. Sonrió. Besó la frente de su esposa y ella
tomó sus manos.

331
- Intenta abrazarla. - le dijo Arethusa.
Él siguió la indicación de la ninfa. Rodeó la cintura de
María José con ambos brazos, un tanto temeroso de que
algo malo le fuese a suceder. Pero no hubo nada. No sintió
toques o algún tipo de corriente eléctrica queriendo
atacarlo. Sólo sintió las mismas ganas de tener su cuerpo
junto al suyo. Palpó cada parte que estaba cubierta por el
traje. Pero siguió sin sentir nada.
- ¡Grandioso! - exclamó Maurice.
- Bien. Ahora sólo queda esperar a que los demás
estén listos para que podamos marchar.
- Creo que deberías bajar a entrenar, cielo.
- ¿Y qué harás tú?
- Me cambiaré y después bajaré con ustedes. Vamos.
Necesitas entrenar.
Maurice volvió a besar su frente. Se marchó, volteando de
vez en cuando para ver a María José.
- Creo que se volverá loco en cuanto termine todo esto
y estén solos. - dijo Arethusa.
- Lo sé. Eso me preocupa.
- ¿Por qué razón?
- Ya debía haber tenido mi periodo en estos días, pero
no. Y nunca me había retrasado, salvo la vez en que me
embaracé de mi hija.
- ¿Temes estar embarazada de nuevo?

332
- Así es. Si estoy esperando otro hijo, ya no estaría
arriesgando mi vida únicamente, sino la de otra criatura
que no tiene la culpa.
- Es muy pronto saber si estás embarazada. Sólo han
pasado un par de semanas desde que tuvieron intimidad.
No dejes que Maurice se entere de tus sospechas. Siento
que duda de irnos. Sí se entera, se rehusará a que nos
marchemos.
- Bien. No le diré nada. Tú tampoco le digas.
- Cuenta con ello. Vamos, cámbiate. Te espero abajo.
La ninfa salió de la habitación. María José se levantó y se
vio de perfil. En efecto, no podía afirmar que estaba
embarazada. Su vientre seguía estando sumamente plano.
Cuando se embarazó de Andrea le pasó lo mismo. En
realidad, notó que estaba embarazada por los síntomas.
Tendría que esperar a que pasara el tiempo para percibir
los síntomas.
Se cambió. Volvió a poner el traje en el maniquí en el que
había estado trabajando Arethusa. Lo examinó desde otro
ángulo. No se imaginaba que pudiera pasar. Simplemente
no podía hacerlo.

***
16

Fue a su recámara para inspeccionarse. Sus mejillas


estaban bastante coloradas. Había algo diferente en su
333
mirada. Algo que tenía cuando estaba embarazada de
Andrea. Era un brillo destellante. ¿Sería cierta su teoría y
dentro de su vientre cargaba una nueva vida? La idea la
llenaba de ilusión. Pensar que le daría un hermano a su
pequeña hija le daba más razones porque vivir. Presionó
fuertemente su vientre. "Sí es que estás viviendo en mí, te
prometo que no te dejaré sola. Nunca." Se cambió
rápidamente de ropa. Volvió a revisar su vientre. Normal.
No había cambios.
Pasó una semana desde aquel día. Maurice peleaba con
Lukas. María José se quedaba dentro de la cabaña para
no distraer a Maurice. Sin embargo, ese día optó por salir
para tomar un poco de aire fresco. En cuanto él la vio,
sonrió y dejó que Lukas lo derribara una vez más.
- ¡Maurice! - gritó Arethusa, fastidiada
- Lo siento. Pero ver a esta hermosura me distrajo por
completo.
- Mas vale que en la aldea te concentres bien si
quieres llegar a rescatarla de tu enemigo. - le dijo Arethusa,
lo que provocó que un escalofrío recorriera el cuerpo de
Maurice.
Se acercó a María José y la abrazó. "Llegaré a rescatarte,
como un caballero a su princesa en peligro" le susurró al
oído, a lo que ella se limitó a sonreír. La soltó. La miró
fijamente. Seguía sonriendo. Pero era una sonrisa inusual.
¿A qué se debía?
- Bien, vamos a cenar. Parece que el hambre no les
viene bien. - dijo Julia. - ¿me acompañas, hija?

334
María José asintió y la siguió hasta la cocina. Julia preparó
unas hamburguesas para los demás. Pronto, María José
percibió que algo se revolvía en su estómago con fuerza.
Había una guerra en su interior, provocando que las
náuseas se hicieran más y más fuertes. ¿Qué estaba
pasando? No se había sentido así desde...
Por un momento, evitó pensar en el tema. No podía dejar
que el temor y la angustia se apoderaran de ella. En un día,
estaría de regreso en casa y así podría cuidar a su hija y,
si existía, al ser que llevaba en su interior.
"No debiste tener relaciones con Maurice, sabiendo el
riesgo que tenías" susurró una voz en su interior. Pero
¿qué más podía hacer? No podía dejar a un lado su
matrimonio por cuidarse. Además, él comenzaba a
sentirse desplazado por su pequeña hija. Parecía que
estaba en líos.
Julia vio que María José estaba sumamente pálida y que
parecía tener náuseas.
- Hija, no te ves muy bien. ¿Pasa algo?
- Todo está bien, mamá.
- ¿Estás segura?
De pronto, las náuseas se hicieron presentes con más
intensidad que antes. Tan grande fue su malestar, que tan
pronto como pudo, subió corriendo las escaleras, entró a
su habitación, cerró la puerta del baño y vomitó cuanta
comida había en su vientre. Julia, preocupada, la siguió y,
al ver que estaba hincada frente al retrete, vaciándose por
completo, se hincó con ella y le ayudó a levantarse.
- No estás bien. Dime ¿qué sucede contigo?
335
- Nada.
- Nunca habías vomitado, siempre fuiste una joven
muy sana. Sólo vomitabas cuando... - Julia hizo una
pausa.
- ¿Cuándo me embaracé? - completó María José
- Pero...- respondió Julia, sentándose en la cama, un
tanto consternada - ¿cómo? Tu hija tiene pocos meses
de haber nacido. ¿Cuántos...?
- Tiene dos meses. - se apresuró a responder María
José, intuyendo lo que su madre quería preguntar. - pero
no es un hecho que esté embarazada de nuevo. Sólo son
suposiciones nuestras. - se sentó a su lado.
- Tendrían que revisarte entonces. No podremos
marchar si es que estás esperando a un nuevo hijo.
- No debemos alterar los planes. Será mejor dejarlo
para después de la batalla.
- Pero ¿y si te llega a pasar algo? Arriesgarías también
a esa criaturita.
- No creo que me pase nada malo. Estaré bien. Lo
prometo.
- ¿Estás segura? - María José se levantó
- Lo estoy.
- Bien. Entonces recuéstate un rato. Más vale que
reposes estos días mientras nos vamos. Iré con los demás.
- la tomó del brazo y la obligó a recostarse en la cama.
- ¿Mamá?
- ¿Si?
336
- Maurice no debe enterarse de esto. Todo se vendría
abajo.
- Está bien. Quédate ahí y no te muevas.
- No lo haré.
Julia salió de la habitación. María José se levantó
parcialmente y tomó la fotografía del día de su boda.
Observó su rostro y el de Maurice. Aunque parecían estar
nerviosos, se les veía alegres. Esto no era por las sonrisas
que tenían en sus rostros, sino por el brillo de su mirada.
Ese brillo era el mismo que ella vio en el rostro de Maurice
el día en que aceptó ser su novia, en el día en que se
reencontraron, en el día en que se comprometieron, en el
día en que se casaron y en el día en que le anunció la
llegada de su pequeña hija.
Y, por coincidencia quizá, ella había visto reflejado el brillo
de su propia mirada en los ojos de Maurice. Quizá, ella se
haya visto en muchos espejos a lo largo de su vida, pero
una cosa le era clara: el espejo en el que más le gustaba
verse eran los ojos de Maurice.
María José se sentía sumamente afortunada porque
desde muy temprana edad supo lo que era el verdadero
amor, aunque al principio lo haya considerado como
amistad. Y su fortuna era mayor, porque Maurice, su
Maurice, la había elegido a ella, sólo a ella. No había otra
mujer para él. Desde un principio, fueron el uno para el
otro. Incluso ambos trataron de buscar otros amores, pero
al final del camino, se habían dado cuenta que era
indispensable que ambos estuvieran juntos, que su
necesidad del otro era más grande que cualquier otra
cosa.
337
Ahora que podían ver su amor reflejado en una pequeña
criatura, tan inocente y tan tierna, ambos sabían que no
podría haber algo mejor. Y aunque ella suponía que
estaba esperando un nuevo hijo y que estaba a punto de
cometer la locura de enfrentarse a un acosador demente,
no podía negar que se sentía sumamente plena de tener a
sus dos, posiblemente tres, amores en su vida.
No se dio cuenta que ya había caído en un profundo
sueño.
***
17

- ¿Maurice? ¿Dónde estás? - preguntaba María José,


mientras buscaba a través del laberinto de rosas.
El evento de la aldea estaba bastante aburrido. Y María
José sabía que Maurice ya estaba desesperado porque
había dejado de tomar su mano y se frotaba
constantemente el rostro. De pronto, lo vio levantarse e
irse hacia el jardín. Lo vio alejarse hacia dentro de una
especie de laberinto de rosas, por lo que se levantó de su
asiento y lo siguió.
Siguió llamándolo sin recibir respuesta. Le parecía extraño
que no le respondiera y que mucho menos dijera alguna
palabra. ¿Estaría bien? ¿Le habría pasado algo? El
corazón comenzó a palpitarle tan rápido como el aleteo de
una mariposa. "¡Maurice! ¡Responde algo, por lo que más
quieras!" gritó desesperada, pero sólo recibió su propio
eco como respuesta. Comenzó a correr a lo largo del
338
laberinto. La angustia se convirtió lentamente en
adrenalina. De pronto, sintió que una mano se posó sobre
su hombro, provocando que ella se detuviera por
completo.
- ¿Amor? - le preguntó Maurice, preocupado.
Sin embargo, cuando se volteó, vio que realmente estaba
Tomasz frente a ella, con una sonrisa malévola y una
mirada perversa fijas en ella.
Intentó correr hacia la salida del laberinto pero sus pasos
se volvían cada vez más pesados. "¡Maurice!" gritó, pero
no salía voz de sus entrañas. Sólo le quedaba seguir
corriendo, pues Maurice la había abandonado. Otra vez.
Se sintió sofocada. Había mucho humo a su alrededor.
Sintió que se asfixiaba lentamente, suavemente. Ya no
tenía aire a su alrededor. Todo se convertía en belleza, en
color y en sueño. Al encontrar la salida del laberinto, vio
que el camino se terminaba allí. Frente a ella, no había
nada más que fuego. Tomasz volvió a tomarla del brazo.
La aventó al suelo, provocando que se raspara los brazos
y las piernas.
En un intento desesperado, María José se arrastró y se
lanzó al fuego. Allí dentro, se sintió libre de todo peligro, de
todo sufrimiento; se sintió en paz.

***
18

339
En cuanto Maurice escuchó los gritos desde su habitación,
subió corriendo. Sin embargo, parecía que alguien había
atracado la puerta. Cuando logró abrirla, vio a María José
tendida en el suelo, con sangre brotando de sus fosas
nasales y con las rodillas y codos raspados. La cargó y la
recostó en su cama. Intentó hacerla despertar, pero ella no
respondía, seguía inconsciente. Maurice comenzó a
angustiarse. La movió bruscamente pero ella aún no
despertaba. Otra vez se encontraba en un trance bastante
fuerte.
- ¡Despierta, cariño! ¡Por favor! - gritaba Maurice,
agitando violentamente a María José.
- ¿Qué sucede? - preguntó Arethusa, entrando de
pronto.
- ¡Mírala! No sé que le sucedió. Hace rato no tenía
nada. Se encontraba bien. Y ahora, ahora, no despierta.
- Quítate de mi camino. - le dijo, moviéndolo a un lado
de la cama.
Arethusa se hincó a un lado de la cama. Tomó la mano
izquierda de María José. Masajeó lentamente su muñeca.
Pocos segundos después, María José despertó,
sobresaltada. Tardó un par de minutos en reaccionar.
Miraba fijamente al horizonte, confundida. ¿Dónde estaba
todo el fuego? ¿Y Tomasz?
Maurice se abalanzó sobre ella, llenándola de mimos por
creerla muerta.
- ¡Mi amor! Ya me habías preocupado. - dijo Maurice,
besando las manos de María José.
- Maurice, ¿podrías traer algo para que pueda curarla?
340
- Pero...
- Por favor. Necesito preguntarle unas cosas para
saber qué fue lo que sucedió aquí. - Maurice vaciló,
después salió rápidamente de la habitación en busca del
botiquín. - ahora bien. Dime ¿qué fue lo que pasó?
- Me quedé dormida y de pronto, ya no podía despertar.
Ya no podía regresar en mí misma.
- ¿Soñaste con algo? - María José asintió con la
cabeza - ¿qué fue lo que soñaste?
María José le contó con detalle la persecución por el
laberinto, la cara de Tomasz, la huida y por último, el fuego.
Arethusa se quedó unos minutos pensativa. Se sentó en el
borde de la cama, al lado de María José. Maurice entró a
la habitación y le dio el botiquín a Arethusa. Ella la curó
despacio, concentrada en sus pensamientos más que en
lo que estaba haciendo.
- Me preocupaste bastante, cariño. Creí que te había
pasado algo grave.
Pero María José no le respondió. Su sueño pareció tan
real. Es más, creía que estaba recordando su primera vez
con él. Pero ¿por qué había resultado herida si fue un
sueño?
- ¿Qué fue lo que pasó? - preguntó Maurice.
- Un sueño. - dijo Arethusa, sin dejar de curar a María
José.
- Sí fue un sueño, ¿por qué está así?
- Aún no lo sé. Estoy tratando de averiguarlo. - dijo
Arethusa, levantándose de la cama.
341
- No te preocupes, no creo que vuelva a pasar. - dijo
María José, incorporándose un poco.
- No te levantes, cielo. Más vale que reposes un poco.
- Ya estoy mejor, gracias. No es necesario que me
quede aquí. ¿Dónde está mi hija?
- La tiene mi hermana. ¿Estás segura que quieres
bajar?
- Si, estoy segura.
Sin embargo, al ponerse de pie, se mareó y volvió a
caerse en la cama. Aún seguía teniendo la sensación de
caer al fuego. Maurice sujetó su cintura para mantenerla
erguida en la cama.
- No estás bien, amor. Vamos, quédate acostada.
- Pero quiero ver a mi hija...
- Ahorita voy por ella y la traigo para que la veas.
Arethusa ¿podrías quedarte con ella unos minutos?
En cuanto Maurice salió de la habitación, Arethusa volvió a
sentarse junto a ella.
Guardó silencio. Arethusa se levantó y empezó a caminar
en círculos. Parecía confuso. Por unos instantes, habían
sacado de María José de sí y la habían llevado a la aldea.
Había alguien que quería provocarle miedo. Sin embargo,
no creía que María José sucumbiera tan fácilmente y
menos si se tratase de un sueño.
- ¿Qué me está pasando? - le preguntó María José.
- A ti nada. Simplemente te están usando para retrasar
esto.
342
- ¿Quiénes?
- Los invasores de la aldea.
- ¿Y por qué a mí?
- Porque tú mueves todo el ambiente. Y tú tienes el
poder en tus manos para dar un no. Si logran convencerte
a ti, podrán seguir destruyendo todo.
- Entonces ¿qué debo hacer?
- Resiste. No hay nada mejor que hacer. Aunque debo
advertirte que las amenazas serán cada vez más fuertes. -
María José suspiró.
- Está bien. Lo haré. ¿Cuándo nos iremos?
- Mañana mismo. No puedo permitir que sigas
exponiéndote a este peligro.
- ¿Estás segura?
- Completamente. Así que, es mejor que tú también te
prepares.
- Listo, cielo. Aquí está nuestra hija. - dijo Maurice,
entrando de golpe, con la niña entre sus brazos - y creo
que necesita cambio de pañales.
- Iré con los demás. Sí te sientes mal, avísame y
subiré de nuevo.
- Muchas gracias, amiga.
Arethusa esbozó una ligera sonrisa, no precisamente de
alegría, sino de nervios. Más tarde salió. Maurice colocó a
la niña sobre la cama. María José tomó fuerzas para
levantarse. Realmente se sentía sumamente débil, pero
debía mostrarse fuerte para no alarmar a Maurice. Se
343
levantó de la cama y le ayudó a su esposo a cambiar el
pañal de la niña.
En cuanto acabaron, María José la tomó entre sus brazos
y la arrulló para que pudiera dormirse. Maurice hizo
caricias en el rostro de su esposa. Algo andaba mal con
ella, pero no querían decírselo. Debía averiguarlo lo antes
posible.
- ¿Qué pasa contigo, preciosa?
- Nada fuera de lo común.
- Primero pierdes el apetito, te quedas dormida de la
nada y en cuanto despiertas de tu siesta apareces con
moretones y sangre en la nariz. Eso no es normal en ti.
- Es simplemente cansancio.
- No te creo.
- Prometiste que me tendrías confianza ante todo y
ahorita estás dudando de mí.
- No es que dude de ti, amor. Pero me preocupas. No
quiero que te pase nada malo.
- Tú también me preocupas. Pero estoy segura que
estaremos bien y podremos vivir siempre juntos, como lo
hemos soñado por todos estos años.
- ¿Me prometes que estás bien?
- Te lo prometo, cariño.
Maurice besó su mejilla. Ella lo abrazó con las pocas
fuerzas que le quedaban. Él lo percibió y la cargó.
- ¿Qué haces?

344
- No has comido nada en todo el día. Necesitas comer.
No me gusta verte así. Estás tan pálida que pareces un
fantasma.
- Está bien. Pero agárrame fuerte. Tengo a nuestra
hija en brazos.
- No tiene porque preocuparse, dulce damisela. La
tengo perfectamente agarrada.
Maurice bajó con ella las escaleras y los encontró a todos
sentados en la sala. Prestaban atención a Arethusa, que
se encontraba de pie en medio de todos.
- ¡Vaya! No pensé que fueran a bajar. - dijo Arethusa,
al notar que Maurice los veía de pie con María José en
brazos.
- ¿Pasa algo? - preguntó Maurice
- Nos decía Arethusa que mañana nos vamos a la
aldea.
- ¿Qué cosa? - preguntó Maurice, a punto de tirar a
María José. Ella se aferró a él para evitar caer al suelo.
- Creo que ya están listos para irnos.
- Pero... - se acercó a Arethusa - ...mi esposa no está
bien.
- Tal vez lo que necesite es regresar a casa. Han sido
muchos meses lejos de su verdadero hogar.
- ¿Crees que sea lo mejor?
- Absolutamente. Es necesario para todos. Incluso
para ti.

345
- Bien. ¿Podrías cuidar de que mi esposa coma
mientras escucho a Arethusa? - le dijo a Julia.
- Ven, mi niña. No puedes escuchar esto.
Maurice la bajó cuidadosamente. Violeta quitó a la niña de
entre sus brazos. Julia la jaló hacia la cocina. María José
los volteó a ver a todos. Estaban bastante concentrados
escuchando a la ninfa. Ella quería escuchar también los
planes. Se quedó mirando un rato enfrente de la puerta de
la cocina. Sin embargo, su madre, que no quería
angustiarla más, la llevó hacia dentro. Se quedó un rato de
pie, recargada contra la pared. Seguía sintiéndose débil.
- ¿Me vas a decir que fue lo que pasó? - le preguntó
Julia, colocándose frente a ella.
María José se quedó pensando en su sueño. La miró a los
ojos. Esperaban una respuesta, como un gendarme
espera a su pelotón al salir a la guerra. Se mostraban
inquisidores, implacables, pero al mismo tiempo francos y
tiernos.
- Me quedé dormida y tuve una pesadilla.
- No creo que haya sido una simple pesadilla. Maurice
dijo que te encontró tirada con sangre en la nariz.
- No lo sé. Pero, sea lo que sea, quiero que termine
pronto. Mi vida se está convirtiendo en un infierno. - Julia
se acercó a ella y rodeó sus hombros.
- No me gusta oírte hablar así. Ya mañana acabará
todo. Vamos, siéntate y come algo. Necesitarás fuerzas.
María José se sentó. Su madre colocó un plato de comida
frente a ella y no dudó en devorar cada bocado. A pesar
de que ya tenía varios días en los que no apetecía nada e
346
incluso llegaba a vomitar lo poco que comía en el día, en
esos momentos sentía un hambre feroz.
Julia la observaba sorprendida. No podía creer que su hija
estuviese tan hambrienta si antes la había visto vomitar de
asco. Había algo mal en ella. No lo dudaba. Pero ¿qué
podría ser? De los pocos padecimientos que tuvo a lo
largo de su vida, nunca vio alguno con el que ella tuviera
síntomas similares. Alguien la había poseído. O más bien,
algo se había metido en ella. Tenía que ayudar a
sacárselo, a quitárselo de encima para que pudiera vivir
tranquila.
María José terminó de comer, dejó su plato sucio en el
fregadero y salió de la cocina. Julia la siguió, quedamente.
- ¿De qué hablan? - preguntó María José, sentándose
junto a su esposo.
- Estábamos haciendo los planes para mañana. - le
respondió Violeta
- ¿Y bien? ¿Qué hay que hacer? - preguntó, ansiosa.
- En cuanto lleguemos, tú viajarás con Maurice y lo
cuidarás durante unos minutos, mientras yo me encargo
de dejar las cosas de su casa lo más dispersas posibles
para que puedas moverte con facilidad. En cuanto les dé
una señal, se irán a la vivienda. Ahí harás lo tuyo.
- ¿No hay posibilidad que me quede con ella? -
preguntó Maurice, acariciando la mano de su amada.
- Ya habíamos hablado de eso. Te necesitan afuera.
Además, entre más rápido termines con la batalla, más
pronto podrás ir con ella.

347
- Pero estaré preocupado por ella. ¿No ves cómo
está?
- Arethusa tiene razón, cariño. Ya habíamos hablado
de esto. Estaré bien. Además, con el traje que confeccionó
todo saldrá bien.
- Pero...
- Hermano ¿prometiste confiar en tu esposa no es así?
- Si, pero...
- Entonces confía en lo que ella te dice.
- Confío en ella, pero no en lo que puedan hacerle.
- Hagamos una cosa. Habrá dos personas que se
quedarán cerca de tu casa por cualquier inconveniente
que llegue a pasar. - dijo Lukas
- Ahora bien, ¿quién se encargará de eso? - preguntó
Donna
- Si quieren, me puedo quedar yo - dijo Christian
- Y yo - dijo Anne.
- Bien. Ustedes se encargarán de supervisar la casa
desde un punto en el que no puedan verlos. - dijo Arethusa
- Y si hay algún peligro ¿cómo se comunicarán con
nosotros? - preguntó Maurice
- Con esto - dijo la ninfa, mostrando dos pares de
auriculares que apenas podían percibirse por su poco
color. - cada uno tendrá unos de estos, que estarán
conectados conmigo. Si llegasen a ver algo fuera de lo
común, avísenme y Maurice y yo llegaremos en seguida. -
les dio sus auriculares correspondientes.
348
- ¿Cómo nos iremos a la aldea? - preguntó Eduardo
- Apareció esto hace rato - dijo Julia, dándole a la ninfa
un viejo caldero de metal.
- ¿No tenía una nota? - preguntó Arethusa,
inspeccionando el objeto.
- Está adentro.
Arethusa sacó un trozo de papel arrugado. Lo desdobló y
leyó su contenido.

En este caldero deberán viajar a la aldea cuando estén listos. La


fórmula para encogerlos a todos es que se tomen de las manos y
griten a la par "escarabajos chillones y morados". Los espero
ansiosamente. Dense prisa.
- Vaya medio de transporte. - dijo Ivanka
inspeccionando de reojo el caldero
- No creo que sea muy cómodo - dijo André
- Además se ve sucio - dijo Lina, asqueada
- Vamos chicos, serán sólo unos minutos - los
reprendió Maurice
- Y ¿cómo vamos a caber todos ahí? - preguntó Anne
- No lo sé. Es sumamente extraño. - dijo Arethusa.
Tras una pausa siguió hablando - Entonces, mañana a
mediodía nos reuniremos todos juntos afuera.
¿Entendido? - preguntó. Todos asintieron - vamos a
dormir para recargar fuerzas.

349
Todos subieron las escaleras. Maurice tomó la mano de
María José. Estaba fría. Rara vez pasaba esto. Percibía
algo en ella que no estaba bien. La querían quitar de su
lado. Se la estaban llevando. Tenía que detenerlos. Fuese
quien fuese.

***
19

Al entrar a la habitación, María José acostó a su hija en su


cuna. Se quedó unos minutos mirando como dormía. Su
respiración era acompasada, como si pareciese que no se
inmutaba ante nada, ante ningún peligro, ante ninguna
adversidad. Había sido cuidada a medida de que ningún
peligro pudiese pasarle. Ante esa atmósfera de miedo y de
tensión, la pequeña niña había permanecido apacible,
inmutable, serena. ¡Cuánto deseaba María José estar en
el lugar de su hija!
Maurice se acercó a ella. Colocó sus manos sobre los
hombros de su querida María José. De pronto, sintió
compasión por ella. Quería ser fuerte, pero parecía que se
debilitaba lentamente. Eso era lo que la enfermaba. Tenía
que lograr que se sintiera segura.
- He estado pensando muchas cosas, cariño. - dijo
Maurice, rompiendo el silencio que había entre los dos
- ¿Qué cosas? - preguntó María José, sin prestar
mucha atención. Maurice hizo que quedara de frente a él.

350
- Que tu y yo necesitamos un buen descanso. De todo.
- Lo sé, cielo. Ya mañana acabaremos con todo esto y
podremos vivir en paz.
- Te noto afligida. Cuéntame, ¿qué está pasando? - la
jaló para que se sentara junto a él en la cama.
- No es nada, cariño - dijo, sentándose a su lado,
acomodando una y otra vez su cabello, un tanto inquieta.
- Deja de fingir. Algo te pasa y eso me preocupa.
- Es sólo que...
De pronto, algo hizo que se detuviese. Sí le decía lo que
estaba ocurriendo, se pondría frenético y se rehusaría a
marchar.
- ¿Qué cosa? - preguntó Maurice ansioso
- Que tengo miedo de perderte. Pensar en ello, me
angustia y me desgarra por dentro. - reveló María José.
Aunque no era todo lo que le preocupaba, así podría
evadir la pregunta de Maurice.
- Mi vida... - la abrazó. - no me pasará nada. Debo
estar bien para poder rescatarte. Viviremos los tres juntos
en paz. Y ¿sabes que es lo mejor?
- ¿Qué cosa?
- Que, a partir de mañana, empezaremos a planear la
llegada de un hermanito para nuestra pequeña.
María José sonrió y lo abrazó más fuertemente. "¡Si tan
sólo supieras mi presentimiento!" pensó repentinamente.
Pero no podía saberlo. Ahora menos que nunca. Besó la

351
mejilla de Maurice y se levantó para ir al baño a
cambiarse.
Él la observó alejarse. Pensar que toda esa angustia que
ella sentía era por él lo tranquilizaba un poco. Pero no le
gustaba que se angustiara a tal grado de enfermarse y
tener alucinaciones con esto.
Se puso la pijama, como era su costumbre. Observó
aquella habitación. Esa sería la última noche que
dormirían ahí. Esa recámara había presenciado sus
primeras noches como "recién casados". Se acercó al
tocador y vio la foto de su boda. Sus sonrisas eran
pronunciadas y estaban llenas de emoción. Él sujetaba la
cintura de la dama, mostrándole a todos que la quería
tener a su lado por siempre. En cambio, ella lo abrazaba,
queriendo mostrar que no lo soltaría nunca más.
María José salió del baño y al verlo de pie, con la foto
entre las manos y con una sonrisa de melancolía en el
rostro, caminó hacia él y besó su mejilla. Maurice dejó la
fotografía en su lugar y la abrazó.
- No me abandones nunca, cariño - le susurró al oído.
- Sabes que eso no pasará. Sí entré en tu vida, fue
para permanecer en ella para siempre - le dijo María José,
separándose de él para poder mirarlo a los ojos.
- No dejes que te hagan daño mañana.
- Todo saldrá bien. Lo prometo.
Maurice permaneció unos minutos admirando su rostro.
Ella tomó sus manos con fuerza, como si fuera la última
vez que lo hiciera.
- Eres tan bella, mi amor.
352
- Gracias, amor. Tu también eres hermoso.
Se besaron durante un largo rato. Tras un rato, Maurice le
indicó que ya era hora de dormir. Desacomodó las cobijas
y la llevó a acostarse. La arropó, como si fuera una niña
pequeña, y después, se acostó junto a ella. Durmieron
tomados de la mano, acción que tenían bastante tiempo
sin hacer.
***
20

El sol empezó su trayecto cuesta arriba. Maurice se


despertó repentinamente al escuchar que alguien tocaba
la puerta de su habitación. Para su sorpresa, María José
no estaba a su lado. "¿Amor?" la llamó.
- Cielo, estoy afuera. ¿Ya estás listo? - preguntó María
José, del otro lado de la puerta
- Acabo de despertar.
María José entró en la habitación para comprobar que no
mentía. Lo vio allí, parcialmente recostado. Hizo una
mueca de disgusto. Maurice la inspeccionó de pies a
cabeza. Ya traía puesto el traje que le había
confeccionado Arethusa.
- Bueno, amor. Apúrate. Te estamos esperando. - se
dispuso a salir cuando Maurice se paró rápidamente de la
cama
- Espera, cielo. - se acercó a ella.
- ¿Qué pasa?
353
- ¿Y mi beso de buenos días?
María José sonrió y lo besó. Posteriormente, salió del
cuarto. Maurice se duchó rápidamente y se vistió. En
cuanto estuvo listo, salió de la habitación y se incorporó al
grupo, que estaba en el jardín de la casa. Se colocó al lado
de María José y vio que su traje tenía un cinturón negro.
Entre el cinturón y el traje estaba su foto de casados.
Ella al verlo, sonrió.
- ¿Dónde está nuestra pequeña? - preguntó Maurice,
viendo que su amada no la tenía en brazos.
- Está con mi madre. Recuerda que ella la protegerá
mientras nosotros peleamos.
Maurice se estremeció. Vio a Julia. En efecto, tenía a la
niña en brazos, la cual, no dejaba de mirarlos. Maurice
rodeó la cintura de María José con un brazo. La hora de la
batalla final había llegado sin que apenas pudieran
percibirlo. La hora en que debía poner lo mejor de sí
mismo para salvar a su aldea y al amor de su vida estaba
a punto de pasar.
Arethusa se colocó al centro.
- Bien. Hagan todos un círculo y tómense de las
manos.
Maurice y María José se acercaron a los demás. Lukas
tomó la mano de María José que quedaba libre. Así, Noah
tomó la otra mano de Lukas; Ivanka, la de Noah; Christian,
la de Ivanka; Lina, la de Christian y así sucesivamente,
hasta que Donna tomó la mano de su hijo. Arethusa puso
el viejo caldero en el centro y después se colocó entre
María José y Lukas.
354
- A la cuenta de tres, gritaremos lo que la bruja dijo.
¿Entendido?¿Están listos? - todos asintieron con la
cabeza - uno...dos... y...
- ¡Escarabajos chillones y morados! - gritaron todos al
unísono.
De pronto, sintieron como los árboles y el pasto se hicieron
más grandes. Al ver que habían quedado del tamaño del
caldero, se juntaron aún más y una fuerza los jaló hacia
dentro del artefacto. Uno por uno, fueron metidos al
caldero y al estar dentro, el utensilio empezó a volar a una
velocidad demasiado rápida.
Maurice vio que a su espalda había un pequeño hoyo. A
través de él, vio que aquella ciudad en la que vivieron ese
año apenas y parecía un gran punto negro. Pronto, sintió
nostalgia de lo que dejó en aquel lugar. Allí, podría darle
una vida estable a su pequeña hija y a su amada sin tener
que preocuparse. Incluso ahí no tendría que ponerla en
riesgo, como lo haría en unos minutos. Por unos instantes,
quiso parar el caldero, pero sabía que lo hecho, hecho
estaba.
María José recargó su cabeza en el hombro de Maurice.
La verdadera angustia se apoderó de ella. Esta angustia
es aquella capaz de aniquilar a una persona de un solo
golpe, dándole un knock-out instantáneo, fumigante, letal.
"Por Dios, ahora no" pensó. Un ataque de taquicardia la
atacó súbitamente. Escuchaba todos los sonidos que
había a su alrededor, desde el murmullo rápido del viento,
hasta las conversaciones de los demás. Todo parecía
junto y revuelto. Arethusa tomó su mano y empezó a
masajear nuevamente su muñeca, al ver que comenzaba
a palidecer. Pronto, se reanimó. Le sonrió a la ninfa en
355
señal de agradecimiento. Sin embargo, la angustia seguía:
persistía incesante.
Vio a Julia. La niña comenzaba a llorar. Julia intentaba
calmarla, pero a cada movimiento, la niña lloraba más y
más. María José deseaba consolarla entre sus brazos,
pero quizá en esos momentos, ella necesitaba más que la
consolaran. Además, con su traje podría causarle un daño
a su pequeña.
Pronto, el caldero cayó al suelo. Rodó varias veces, hasta
haberlos expulsado a todos de su interior. Una vez afuera,
volvieron a su tamaño normal. Examinaron la zona.
Estaban afuera de la choza de la bruja. Arethusa tocó la
puerta. La bruja les abrió rápidamente.
- Me alegra bastante que ya hayan llegado. Pasen,
pasen. No hay tiempo que perder.
Todos entraron al pequeño hogar. Los que no habían
entrado antes se horrorizaron al ver el lúgubre aspecto.
- Ya casi está todo listo. Los esperaba unas horas más
tarde. Aún así, es bueno que hayan llegado a esta hora.
Así podremos hablar de su plan de ataque, porque tienen
uno ¿no es así?
Arethusa le contó los detalles del entrenamiento y cual era
su estrategia para vencer. La bruja asintió al ver que le
habían hecho caso con respecto a María José y observó el
traje minuciosamente.
- ¿Y si funciona? - preguntó la bruja, un tanto
desconfiada
- Pruébalo tu misma, si quieres. - la retó Arethusa

356
La bruja se acercó a María José y por un momento dudó
de hacerlo. Sin embargo, segundos después, le tocó el
brazo. Todos se quedaron a la expectativa, esperando la
reacción de la bruja. Lentamente, la cara de Milenna pasó
de la indiferencia al sufrimiento y a la agonía. Cuando
sintió que ya no podía seguir resistiendo, quitó su mano y
la puso sobre algo que parecía ser una bolsa con hielo.
- ¿Qué le hiciste a ese maldito traje? - le preguntó
Milenna a Arethusa, molesta por la reacción que le había
causado
- Le puse electricidad para que sea más fácil que mate
a su oponente.
- Vaya potente hechizo que usaste. Bien. Habrá un
grupo de personas que van a ayudarles. Me parece que no
tardan en llegar. Les pedí que vinieran antes.
Alguien tocó la puerta con fuerza. Todos se asustaron, por
creer que se tratara de algún intruso. Milenna lanzó una
expresión inentendible y les ordenó que se quedaran
quietos en una esquina. El suspenso se hizo más fuerte.
Todos sentían como sus corazones latían al ritmo de los
tambores en una banda. Pum, pum. Los golpes eran más
frecuentes. Milenna se acercó a la puerta y se detuvo ahí,
con una escopeta en la mano.
- ¿Quién está ahí? - preguntó la bruja, con voz ronca.
- Somos nosotros. - dijo la voz de una niña, que, de
pronto, Lukas reconoció. Era su hermana, la pequeña
Emily.
Todos respiraron tranquilos. Milenna abrió la puerta y un
buen número de personas entraron a la choza. Milenna
357
volvió a lanzar el hechizo inentendible sobre los recién
llegados y les pidió que se acercaran. Julia alcanzó a ver a
Antonio entre la muchedumbre que acababa de entrar y se
abrió paso entre la gente para poder estar cerca de él. En
cuanto él la vio, también hizo lo mismo. Se abrazaron.
Lukas también corrió a abrazar a su hermana menor.
Fue uno de los reencuentros más emotivos de la historia.
Las lágrimas entre los que se volvían a encontrar no se
hicieron esperar. Ese el ciclo: todo vuelve a su cauce, a su
inicio, a su punto de partida. El mito del eterno retorno se
había vuelto realidad. Una vez más. Aunque los que
volvían a verse no eran los mismos. Habían cambiado.
Traían consigo algo diferente. A pesar de que su diferencia
con el pasado era mínima, existía en ellos. Y es que cada
día, cada año, cada segundo es vital para la supervivencia.
Ya decía Heráclito que nadie puede bañarse en el mismo
río dos veces porque las aguas nunca serán las mismas.
Ya ninguno de ellos podía ser el mismo. No debía ser el
mismo. Nadie se los hubiese perdonado.
Antonio se acercó a María José con afán de abrazarla,
pero ella tomó sus manos para evitarlo.
- ¿Qué sucede? ¿No te alegra verme?
- Demasiado, papá. Pero no es recomendable que me
abraces.
- ¿Por qué no?
- Porque mi traje produce ciertos estragos fatales. Es
para vencer a nuestros enemigos. - Antonio hizo una
mueca de disgusto.

358
- ¿Y esa niña tan hermosa? - le preguntó a Julia, en
cuanto vio a Andrea.
- Es tu nieta. - le respondió Maurice, tomando la mano
de María José.
- ¿Mi nieta? ¿Su hija?
- Así es. Es hermosa, ¿no lo crees?
- Déjame cargarla. - le dijo a Julia.
Parecía que estaba al borde del llanto. Le habían dado
una noticia maravillosa en un momento un tanto
inoportuno. Al tener a la niña en brazos, sintió una oleada
de sentimientos encontrados. En esa pequeña criatura se
reflejó la imagen de María José recién nacida. El tiempo
había pasado demasiado rápido y los cambios fueron aún
más imperceptibles al paso de los años.
- Bien, basta de pláticas. No nos queda mucho tiempo.
¿Están listos? - preguntó Milenna. Todos asintieron - bien.
Lo que queda es ponernos de acuerdo. Los que se
quedaron aquí defenderán por el frente norte y los que se
fueron, por el sur. Lukas, tú serás el encargado de ir a
recuperar la alcaldía. Maurice y María José, ustedes se
encargarán del mayor rufián. Tanto en la alcaldía como en
su antigua choza, habrá gente que los estará esperando
para ayudarles a luchar.
- También habrá dos personas custodiando la choza
mientras Maurice llega a rescatar a María José. - intervino
Arethusa.
- Bien pensado. ¿Tienes alguna herramienta con la
que se puedan comunicar, por si llega a haber algún
inconveniente?
359
- Ya está solucionada esa parte. Cada uno de ellos ya
tiene sus herramientas para comunicarse conmigo.
- Has hecho un buen trabajo. Te felicito. - le dijo la
bruja, dándole una palmada en la espalda.- Me temo que
es hora de irse. Ya no tardan en comenzar su festejo de
cada viernes. Esta es su oportunidad para atacar. Si no lo
hacen ahora, después será demasiado tarde.
- Pero ¿y nuestras armas? - preguntó Maurice.
- Lo lamento. Casi lo olvidaba.
Milenna buscó en un ropero viejo y polvoriento las armas.
Sin embargo, tardó varios minutos en encontrarlas. Tenía
muchas cosas guardadas en ese viejo armario, que sintió
que nunca encontraría lo que buscaba y que los había
hecho regresar en balde. El pánico se apoderó de ella al
sentir que todo su plan había fallado por culpa de su
descuido. Pronto, vio que algo resplandecía en un rincón.
El alivio volvió a ella, al ver el brillo de una de las espadas.
Las sacó y las entregó a cada uno de los que iban a
pelear. En cuanto todos tuvieron la suya, empezaron a
salir.
María José se acercó a Julia.
- Ustedes se quedarán aquí ¿verdad?
- Al parecer sí. - respondió Julia.
María José acarició las mejillas de su pequeña. Unas
lágrimas brotaron de sus ojos. Debía dejarle algún
recuerdo de ella, por cualquier cosa que llegase a suceder
aquel día. Se miró. Llevaba la medalla que Julia le había
dado colgando en su cuello. Se la quitó y la puso en las

360
manos de su hija. Cuando Julia vio esto, lanzó un quejido
de dolor.
- ¿Qué haces? - preguntó Julia, tomando la mano de
su hija.
- Si algo me llegase a pasar, quiero que mi niña tenga
un recuerdo de su madre.
- La niña te necesita. No puede vivir sin ti.
- Para eso estás tú. Te harás cargo de mi hija por mí.
- Pero... quiero volver a verte. - dijo Julia, con la voz
casi quebrantada.
- Cuídate mucho, mamá. Y cuida a mi hija. Las amo a
las dos con todo mí ser. No lo olvides y no hagas que mi
niña lo olvide.
María José besó las manos de Julia y la frente de su
pequeña. Se volteó rápidamente para no verla a los ojos.
- ¿Hija? - intentó retenerla.
Sin embargo, no volteó, sino que se alejó tan rápido como
pudo. Las lágrimas brotaban de aquellas tres
generaciones. Julia lloraba por el porvenir de su hija, de su
pequeño retoño. María José, por aquella insólita
despedida. Andrea, por un súbito cólico que comenzó a
aturdirla. Las tres tenían dos sensaciones mezcladas:
temor y dolor.
Milenna tomó del brazo a Julia y la llevó a una especie de
ático.
- En cuanto acabe todo esto, vendré por ustedes - le
dijo la bruja.
- ¿Y si viene alguien?
361
La bruja lanzó sobre ellas el mismo hechizo que les había
lanzado a todos, momento atrás.
- Así nadie podrá verlas.
- ¿Estás segura?
La bruja asintió y salió de la habitación. Julia se acomodó
en un viejo sillón amarillo. Acarició el rostro de su nieta,
provocando que minutos después se quedara dormida.
Viendo esto, la recostó en su pecho para que estuviera
más cómoda. La observó, mientras los recuerdos volvían a
su mente.
El tiempo había pasado de manera casi imperceptible. Su
María José había crecido. Siempre había sido una niña
bastante fácil de cuidar. Cuando estaba en casa, leía
algún libro u observaba alguna planta. Y cuando estaba
fuera, estaba con Maurice en algún lugar cercano. Su
fortuna fue verla crecer en una inmutable felicidad. Creía
tenerla a su lado por muchos años, hasta que partió con
Maurice a esa extraña aventura. Ahí realmente sintió su
supuesta pérdida, tal como lo sintió minutos atrás.
¿Volvería a verla después, cuando todo aquello hubiera
terminado?

***

21

362
Maurice tomó la mano de María José al ver que salía de la
choza de Milenna. Con la otra mano, le secó las lágrimas
que bajaban por sus mejillas. Después de esto, corrieron
tras los demás. Al llegar al centro, se escondieron detrás
de un arbusto.
Arethusa, atenta a la situación, les dijo en voz baja:
- En cuanto yo les diga, empezará el ataque. ¿Están
de acuerdo? - todos asintieron
Observaron con calma la situación. Había miles de
hombres bebiendo, dándose fuertes palmadas entre sí,
bailando unos con otros, entre otras cosas. Todo esto les
parecía grotesco. María José se sentía indignada al ver
como estaban tratando su hogar. Lo habían vuelto un bote
gigantesco de basura. Las casas y las tiendas habían
perdido sus colores. Ahora eran grises completamente. Ya
casi no había plantas y árboles y las pocas que había
estaban secas. ¡Y pensar en cuanto tiempo les había
costado cuidar cada rincón de su hogar! Ahora lo habían
estropeado.
De pronto, alguien habló más fuerte. Era Tomasz. María
José reconocía su voz con facilidad. Nadie puede olvidar
la voz de quien alguna vez lo dañó.
- Hoy se conmemora un gran día ¿no es así? -
preguntó, entre tragos y risas
- ¿Por qué? - le gritó un hombre desde el otro lado
- Porque hoy se cumplen un año y medio en que esos
miserables nos dejaron el control de la aldea. Es una
noticia maravillosa que merece que sigamos festejando.
- ¡Ahora! - les indicó Arethusa.
363
- Eso ya lo veremos - dijo Maurice, saliendo de su
escondite.
Tomasz palideció al verlo. No esperaba que regresaran. El
hechizo que el camaleón había hecho parecía ser muy
potente.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó, un tanto confuso
- Vine a recuperar lo que es nuestro.
- No hay nada suyo aquí - lo retó - ¡Ataquen! - les gritó
Tomasz a sus amigos
Pero todos sus amigos ya estaban demasiado borrachos
para mantenerse en pie. Entonces, los recién llegados
supieron que ya había llegado la hora de atacar. Sacaron
sus espadas y empezaron a degollar gente. Tomasz, al ver
lo que estaba pasando, huyó.
Maurice corría de un lado a otro con María José a su lado.
Nunca habían pasado por algo similar. Ambos sentían
demasiada adrenalina en su interior, pues sabían que
quizá nunca volverían a vivir algo igual. Ni siquiera cuando
se embarcaron a la aventura de las sirenas se habían
sentido así. Pero ¿qué diferencia había entre las dos
aventuras, si parecían tener el mismo objetivo? Quizá, era
el hecho de que en esa nueva misión, sus contrincantes
eran de la misma condición que ellos, lo que parecía ser
más fácil a grandes rasgos. Ahora, dependía de su fuerza
corporal completamente. Ya no dependía únicamente de
su fuerza de voluntad, sino de lo que habían podido
entrenar. Aunque le estaban causando la muerte a otros
individuos, sentían cierta paz al creer que lo estaban
haciendo por defender un ideal.

364
Sin embargo, esta fascinación les duró poco rato, ya que
Arethusa llamó a María José. La hora de enfrentarse a su
mortal enemigo había llegado. Su corazón latía
fuertemente. Ese momento debía ser clave para que
entregasen la aldea lo más pronto posible. No podía fallar.
Aunque sentía como el miedo se apoderaba de cada
milímetro de su piel, tenía que armarse de valor. Al final de
cuentas, sabía que no todo podía ser miel sobre hojuelas.
Debía haber algo que arruinara la paz en su vida. Le indicó
a Maurice que ya era hora. Él también se estremeció.
Maurice le rodeó la cintura con la mano izquierda, mientras
que con la derecha seguía matando gente.
Llegaron hasta el lugar donde estaba Arethusa. Juntos,
corrieron hasta la choza que Maurice había construido.
Pum, pum, pum. Sus corazones latían como estruendos
en medio del mar. Pronto, María José sería acorralada
como un ratón por su presa. A pesar de que ya sabía cuál
sería su misión especial, no se sentía preparada aún.
Nadie podría sentirse preparado para un momento en el
que quizá la muerte arrebate el aliento de la vida y lo lleve
consigo. Y es que son pocos los que, por voluntad propia
se presentan ante la Parca y le piden que los lleve a
cambio de que más personas puedan seguir sus caminos
de vida.
María José vio la choza a lo lejos. Realmente, pocas veces
la había visto a la luz del día. Maurice siempre la llevaba a
verla cuando era de noche. ¡Era divina! Pero un
pensamiento fugaz pasó por su mente: en esos momentos
ya debía estarla habitando. Los tres deberían estar
viviendo ahí, sin que hubiese amenaza alguna. Una ola
melancolía la recorrió de pies a cabeza. Sin embargo, no
365
podía darle el privilegio de sentirse mal a quien los
estuviera controlando. Si había aceptado esa clausula, la
acataría tranquila y serena, con la firma convicción de que
no se saldrían con la suya. Resistiría a ello. Y volvería a
ser feliz como antes.
Llegaron a la puerta de la cabaña. María José respiró
hondamente. Maurice la sujetó fuertemente.
- Escúchame bien: tienes que resistir a esto. Volveré
por ti. Lo prometo. Mientras tanto, quédate tranquila. Nada
malo va a sucederte. En cuestión de un abrir y cerrar de
ojos, volveré a estar contigo.
- Está bien, cariño. Te lo prometo. Cuídate mucho
también tú. No quiero perderte. Te amo, cielo.
- No más de lo que yo a ti.
Maurice la estrechó fuertemente contra sí, como nunca lo
había hecho y quizá como nunca lo volvería a hacer. Ella
acarició la espalda de su amado. Él quizá estaría más
nervioso que ella, o incluso más presionado. Pero¿cómo
podía hacer para tranquilizarlo, si ella estaba igual?
En cuanto se soltaron, Maurice tomó su rostro entre sus
manos y, a comparación de otras veces, sólo se dedicó a
acariciarlo y a observarlo lentamente. Pocas veces había
dedicado unos minutos a grabar aquel rostro en lo más
profundo de su ser. ¿Por qué? Porque estaba tan
acostumbrado a verla diario, que no lo creía necesario. Sin
embargo, ahora que no sabía que pasaría con ambos,
creía que era el mejor momento para hacerlo.
Ella se acercó a él. Lo besó tiernamente. Quizá fue un
momento demasiado efímero a comparación de los otros
366
roces que sus labios habían tenido. Pero fue el que más
grabado se quedaría en su memoria, más que el rostro,
más que el abrazo o más que haberla tocado.
Al soltarse, María José dirigió una leve sonrisa a Maurice y
se alejó de él, instalándose en el porche de la cabaña.
Maurice dejó su brazo estirado unos minutos, esperando a
que ella regresara, pero no lo hizo. María José seguía
firme en su objetivo.
Arethusa, que se había quedado cerca de ellos, se acercó
a María José. Le tomó las manos de forma nerviosa.
- Ten mucho cuidado, amiga. No queremos que te
hagan daño.
- Lo tendré. No te preocupes. Cuida a mi marido, te lo
suplico.
Arethusa la abrazó con fuerza. En esa joven había
encontrado algo que quizá no hubiese encontrado en un
humano cualquiera: una amistad sincera. Debía hacer lo
imposible para llegar a tiempo, justo a tiempo. Incluso un
segundo de demora podría arruinarlo todo.
- Vámonos, Maurice. Ya no hay tiempo que perder.
- Te quiero mucho, amiga. - le dijo María José,
tomando su mano.
- Yo también, amiga. Ten mucho cuidado.
Ambas se soltaron. María José se quedó mirando como se
alejaban hacia el centro de la aldea. Suspiró. Al menos
tenía el buen presentimiento que llegarían antes de que
cualquier tragedia llegase a pasar. Tomó una bocanada de
aire y la soltó casi de inmediato. Suspiró otra vez.

367
***
22

Entró a la choza. Vio que los muebles estaban llenos de


polvo. Observó las paredes. Los finos detalles de flores
estaban trazados delicadamente con pincel. En las
escaleras, había relieves de ondas y de hojas. Maurice se
había esforzado bastante en construir y arreglar su casa.
Era divina. Recordó cuantas veces, mientras a ella le
medían el vestido, o la llevaban a que supervisara las
cosas de la boda, Maurice se quedaba en ese lugar a
construir y adornar su nuevo hogar. Era lo que tantas
veces habían soñado. Pero como siempre, les habían
estropeado sus planes.
Conforme iba caminando alrededor de la casa, se
percataba de que alguien había estado entrando en ella.
Había alrededor de cien botellas de cerveza tiradas en el
piso, más otros envases de bebidas alcohólicas en los
muebles de la cocina. Parecía que alguien visitaba aquel
lugar con frecuencia. Pero ¿con qué motivo? Ellos no eran
personas conflictivas que se entrometieran en la vida de
los demás. O al menos ella creía.
Por estar observando las cosas que había en la casa, no
se percató que ahí estaba Tomasz, siguiéndola
sigilosamente. La veía con la misma mirada depravada de
siempre. ¡Cómo no podía hacerlo! Si aquella vestimenta la
hacía lucir fenomenal. Cada día, cada mes, cada año se
368
volvía más atractiva. ¿Cuánto tiempo había pasado desde
la última vez que la tuvo tan cerca? ¿Dos años? Era ya
bastante tiempo. En realidad, de todas mujeres a las que
les había hecho lo mismo, María José era la que le seguía
causando las mismas emociones. Normalmente, con las
otras mujeres, se le pasaba después de consumar el acto.
Pero con María José había pasado lo contrario. Con ella
había aumentado el deseo. No sabía, a ciencia cierta, que
tenía ella que lo había vuelto loco, pero de que había algo
que la ataba a ella, lo había. Ahora, sólo tenía una
obligación: gozar aquel momento.
En cuanto ella se detuvo a contemplar una fotografía,
Tomasz la jaló del brazo y la puso frente a él.
- Por fin, amor mío. ¿Me extrañaste?
- ¿Qué-qué ha-haces aquí? - preguntó María José
titubeando, al ver que la tenía tomada del brazo y no le
pasaba nada.
- Esperar a que este maravilloso reencuentro pasara.
¿No estás feliz?
- ¡Suéltame! - gritó, soltando su brazo de un golpe.
- ¡Jamás! Han pasado dos años desde la única y
última vez que nos divertimos. ¿Acaso crees que te dejaría
ir tan fácilmente?
Sin embargo, al volverla a agarrar, comenzó a retorcerse
de dolor. ¿Qué estaba pasando? Nunca había sentido un
dolor similar. Ni siquiera el día que las rocas del río
destrozaron cada miembro de su cuerpo. La soltó por un
instante para tratar de aliviar su sufrimiento. Ella
aprovechó para escapar. Corrió de un lado a otro, mientras
369
Tomasz intentaba atraparla. Parecía ser bastante ágil. Eso
le costaría bastante trabajo. Debía conseguir la forma de
mantenerla tranquila, mientras él hacía lo suyo. ¿Cómo lo
lograría? La última vez la tenía sometida contra un árbol,
pero ahora, ella no se dejaba someter. Se había vuelto
más fuerte.
María José estaba aterrada. Las imágenes del primer
ataque pasaban por su mente, como si las estuviera
viviendo de nuevo, aunque no estaba cerca de él. Ahora,
ella parecía tener cierta ventaja en aquella temible escena.
Sin embargo, parecía que estaba reviviendo las caricias
sucias y que aquellos labios estaban rosando de nuevo
por su piel. No podía dejar que ese momento volviese a
suceder. No debía permitir que Tomasz volviera a abusar
de ella, como lo había hecho aquella vez.
Intentó salir de la cabaña, pero Tomasz volvió a tomarla
del brazo y la llevó hacia sí. La acorraló y la recostó sobre
la mesa.
- No te escaparás de mí. No voy a dejarte ir hasta calmar
éste deseo que me está matando.
Dicho esto, la besó, mordiendo fuertemente los labios de
María José. Ahora, era ella quien sangraba. María José
tenía que hacer algo para librarse de él. Así que terminó
por patearlo en la entrepierna, en sus partes íntimas.
Tomasz lanzó un alarido y la dejó libre.
- Eso es lo que tú crees.
Se bajó de la mesa. Subió corriendo al siguiente piso.
Tenía que encontrar un buen escondite para librarse de él.
Encontró, de pronto, un pequeño hueco en el armario. No
sabía si cabría ahí dentro. Pero debía intentarlo, si no
370
quería caer presa en los brazos de aquel hombre. Se
metió. Allí esperó la siguiente jugada, mientras trataba de
limpiar la sangre que se vertía de su labio.

***
23

Maurice y Arethusa corrían rápidamente a través del


bosque. Sentían que el tiempo se les iba y que su misión
no se iba a completar. La adrenalina les subía a cada parte
del cuerpo, obligándolos a no detenerse. Cualquier
segundo valía oro. Arethusa sintió que algo le brotaba en
la espalda. Le dolía. Pero eso no le impedía seguir
corriendo, al contrario, la hizo apresurar el paso.
Al no sentir más dolor, volteó a ver su espalda y vio que
tenía de nuevo sus grandes y majestuosas alas.
- Maurice, detente. - le ordenó.
- ¿Qué sucede? - al ver las alas, sonrió - ¡genial!
- Dame la mano.
Se la dio. Lo jaló rápidamente. Emprendió el vuelo hacia
arriba. Maurice estaba impresionado por la fuerza tan
repentina que había adquirido la ninfa. Vio hacia abajo. En
todas partes había manchas rojas y cadáveres degollados
o mutilados. Habían estado haciendo un buen trabajo. Sin
embargo, aún les faltaba mucho por hacer. No podían
darse por vencidos tan rápido. No sabían en qué momento

371
los demás comenzarían a contra atacar. Por ahora, ellos
tenían ventaja. Pero aún no podían cantar victoria.
Aterrizaron en el centro de la aldea. Maurice se apresuró a
desenvainar su espada al ver que un grupo de hombres se
acercaba a ellos. Peleó con uno, con otro y con otro más.
En cuanto acabó con ese grupo de hombres, peleó contra
otro más. No sabía de donde habían surgido tantos
hombres. Hasta donde recordaba, no habían llegado
tantos pobladores a Corelia, en cuanto ellos regresaron.
Eran mucho menos de los que contínuamente aparecían.
Parecía que se habían multiplicado.
A lo lejos, alcanzó a ver a Lukas, peleando furiosamente
contra una multitud. Volteó a otro lugar y vio a André. Así,
lentamente pasó lista de cada uno de sus hombres. No
había muerto nadie de los suyos. Eso le tranquilizaba un
poco. Pero ¿qué no había varios de ellos que tenían que
quedarse en la alcaldía luchando? ¿Qué estaba pasando?
¿Por qué se encontraban ahí? No podría averiguarlo en
ese momento. Debía seguir peleando contra sus
enemigos.
Siguió peleando lentamente. Esa batalla parecía no tener
fin. A cada rato aparecían más y más hombres, lo que le
impedía alzar la mirada. Sin embargo, en cuanto miró de
reojo hacia un extremo del prado, vio algo raro en un árbol.
Había un relieve poco común en el tronco. No es que
conociera todos los árboles que había en la aldea, pero la
mayoría de ellos tenían la misma forma en sus troncos.
Sin embargo, en ese tronco,había algo que sobresalía
prominentemente. Un mal presentimiento lo invadió.
- Arethusa, hay algo en aquel árbol.

372
Ella lo vio. En efecto, ningún otro árbol tenía un relieve
similar. Lo observó detalladamente hasta que vio que era
el viejo camaleón traidor. Le resultó bastante extraño que
estuviera ahí. Estaba tramando algo contra ellos. Debía
detenerlo cuanto antes. Pensó en varios hechizos, pero
ninguno le resultaba lo suficientemente potente para poder
acabar con él de una vez por todas. "Has cualquier
hechizo que te salga realmente del corazón" le susurró
una voz en su interior. Era Milenna. Entonces, el hechizo
nació en lo más profundo de su ser.
- ¡Destructo! - gritó lanzando una roca hacia el árbol
La roca atravesó aquel prado donde se encontraban,
dejando en el trayecto a muchos hombres de los
opresores muertos. Golpeó el árbol donde se encontraba
el camaleón y se escuchó un alarido de dolor. El camaleón
volvió a su color natural y percibieron que se encontraba
partido a la mitad.
Al ver que el animal se encontraba ya muerto, a los que
habían invadido la aldea se les abrieron los ojos, puesto
que el reptil los tenía bajo un hechizo hipnótico que les
impedía distinguir entre lo bueno y lo malo. Viendo todo el
daño que habían causado, imploraron su perdón.
Maurice y su grupo se detuvieron ante los clamores.
- ¿Cómo sabremos que no es una trampa? - preguntó
Maurice, aun con un hombre sujeto de los brazos.
- El reptil ese se encargó de atraernos a todos hacia sí,
con una extraña poción. Así quedamos hipnotizados.
Maurice se quedó interrogándolos. Tenía que encontrar el
fundamento de todo aquello que había causado tanto mal.
373
Mientras Maurice preguntaba, Arethusa recibía un
mensaje en su oído.
- Arethusa, soy Anne. Se ve que está pasando algo
extraño en la cabaña. María José no ha dejado de gritar en
un buen tiempo. Dense prisa antes de que algo malo pase.
- Entendido, vamos para allá. Maurice - le dijo,
jalándolo del brazo - vámonos, tu esposa está en peligro.
- Lukas, encárgate de cuidar de que no hagan nada
malo. Voy a rescatar a mi damisela.
Sujetó la mano de Arethusa. La ninfa abrió sus alas y
emprendió el vuelo cuesta arriba.

***
24

Milenna, junto con Lukas y otros hombres se dirigieron a la


alcaldía. A Lukas le extrañaba mucho que se dirigieran
hacia allá. Por el poco tiempo que llevaba viviendo allí, se
dio cuenta que aquel lugar a donde se dirigían era el más
pacífico de toda la aldea. Realmente, ahí no hacían
absolutamente nada por alterar el orden de la aldea.
Pocas veces vio a más de diez hombres ahí dentro.
- ¿Por qué nos dirigimos hacia allá? - le preguntó a la
bruja
- Porque tomaron las instalaciones de la aldea y tienen
como rehén a Erline. No quiero imaginar todo lo que le han
hecho al pobre hombre.
374
En cuanto estuvieron frente al edificio, observaron a través
de la ventana de aquella choza. Ahí, vieron a un buen
grupo de hombres con Erline en el centro. El camaleón
traidor se encontraba sobre uno de los hombres más altos,
contemplando el espectáculo. Sujetaban a Erline del poco
pelo que le quedaba y le metían la cabeza en un balde con
agua hirviendo.
- ¿Quién es tu rey? - le preguntaban burlándose.
- Yo tengo cuatro reyes que regresarán por mí y por mi
aldea.
- ¡Ellos se largaron y los dejaron aquí!
- Pero van a volver. Estoy seguro que no tardan en
llegar y los van a echar a todos ustedes de aquí.
- ¿Por qué no admites de una buena vez que nosotros
nos hemos convertido en tus superiores?
- ¡Porque jamás lo serán! Mis reyes vendrán y
acabarán con ustedes.
- Llevas casi dos años diciendo lo mismo y no han
regresado tus reyes.
- Y no regresarán nunca porque los mandé muy lejos,
a un lugar de muerte y perdición. Más te vale que no los
esperes de pie, te vas a cansar. - dijo el camaleón.
Todos rieron a carcajadas. Cuando estaban a punto de
meter la cabeza de Erline a la cubeta, Lukas desenvainó la
espada y dio un paso al frente.
- Temo decirles, señores, que se equivocan. Hemos
regresado para recuperar lo que nos han arrebatado. Así
que más les vale rendirse ahora por las buenas.
375
- Ustedes no nos van a mandar. ¡Aquí mandamos
nosotros!
- Bien, pues, ya que no nos dejan más remedio, ¡al
ataque!
Empujó a Erline hacia otro lugar y empezó a aniquilar
hombres. Los que venían con Lukas lo imitaron. El
camaleón, al ver que su plan resultó fallido, intentó huir,
sin embargo, Milenna lo detuvo con un hechizo.
- ¿Con que querías huir?
- Tú no podrás detenerme, vieja bruja.
Mientras los otros se dedicaban a luchar con espadas y
palos, el camaleón y Milenna se dedicaron a pelear por
medio de hechizos.
El reptil poco a poco fue debilitándose, mientras que
Milenna ganaba más fuerza cada vez. El camaleón no
lograba explicarse como era que lo estaban derrotando si
últimamente había estado practicando el mayor tiempo
posible. Pasaba días y noches revisando hechizos nuevos
y ensayando los que aún le fallaban. Sin embargo, ahora,
una vieja le estaba ganando la batalla. No podía permitirlo.
Debía lograr vencerla. Pero ¿cómo? Si estaba gastando
todos los recursos que le quedaban. Repasó rápidamente
todos los hechizos que sabía, hasta que pronto encontró el
ideal.
- ¡Desíntrega!
Milenna, que se encontraba distraída, no percibió el
hechizo que había recibido, hasta que sus manos y pies
se empezaron a convertir en cenizas. Poco a poco, todo

376
su cuerpo se volvió polvo. Pero aún quedaba su espíritu
rondando en aquel lugar.
- ¡No! - gritó Lukas al ver que sólo quedaba la
vestimenta de la bruja en el piso
- Sigue luchando. Aquí estoy, dentro de ti - dijo la bruja
en el interior de Lukas.
El camaleón, débil aún, hizo uso de su camuflaje para
moverse hasta el punto donde se encontraban los demás
peleando. Lukas, al ver que ya habían acabado con los
hombres que había en la alcaldía, liberó a Erline. Ambos
improvisaron una espada para el pequeño hombre.
Así, todos juntos se dirigieron al campo donde estaban
peleando todos.
El camaleón se posó en un árbol. Allí se dedicó a
contemplar la batalla. Estaba perdiendo. Eso le llenó de
furia. No podía dejar que los derrotaran. Al menos no tan
rápido. Esos hombres eran unos idiotas. Les había
advertido una y otra vez que no debían ponerse
semejantes borracheras, porque no sabían si en algún
momento necesitaban luchar. Pero nunca le hacían caso.
Tomasz confiaba plenamente en él. Le había hablado
maravillas de los conjuros que había aprendido. Y Tomasz
se dejaba sorprender con facilidad. Tremendo idiota. Por
ello, todos sus hombres estaban siendo aniquilados.
Tenían como líder al más cretino y estúpido de todos.
Tenía que pensar en algo para poderle dar un giro a la
batalla y que sus hombres pudieran tomar ventaja.
El espíritu de Milenna vio que el camaleón estaba entre los
árboles y percibió que planeaba atacarlos a todos.
Entonces rápidamente se salió del cuerpo de Lukas y fue
377
hacia el cuerpo de Arethusa. Ahí le dio la orden y se puso
feliz al ver como había funcionado tan bien su consejo.
Sin embargo, ahora le quedaba proteger a María José.
Fue hasta su choza por Julia y Andrea. Le pareció
maravilloso ser un espíritu. Ahora podía moverse con más
agilidad que antes.
Entró a la choza. Fue al ático. Las encontró dormidas.
Despertó a Julia con sigilo.
- ¿Qué sucede? - preguntó Julia, consternada,
buscando a Milenna con la mirada. Sin embargo, no vio a
nadie.
- No hay tiempo que perder.
- No te veo. ¿Dónde estás?
- Deshicieron mi cuerpo y ahora sólo soy un espíritu.
Por eso puedes oírme pero no puedes verme. Apresúrate,
que tenemos que ir por tu hija.
Julia se levantó rápidamente al oír esto. Sujetó bien a su
nieta.
- Ahora necesito que sigas mi voz. Iremos a la choza
de tu hija pero tomaremos unos atajos.
Julia asintió. La bruja iba diciéndole hacia donde girar.
En el camino, se encontraron con Arethusa y con Maurice,
que iban volando sobre los árboles.
- ¡Maurice! - le gritó Julia, al verlo.
- ¿Qué hacen aquí? - le preguntó Maurice
- Fue Milenna por nosotras. ¿Qué está pasando?

378
- No lo sabemos, pero tu hija está en peligro. Ahorita
vamos a salvarla.

***
25

María José estaba acurrucada en el hueco que había


encontrado en el armario. Su respiración era cada vez más
acelerada. Eso no estaba funcionado. Debía actuar cuanto
antes. Pero ¿qué debía hacer? Cualquier cosa podría
resultarle contraproducente. Escuchó los pasos de
Tomasz en la escalera. ¿Qué haría ahora?
- No te escondas. Sé que estás ahí. Si no sales ahora
mismo, te irá mucho peor. Te lo aseguro.
María José aguantó la respiración para evitar darle una
pista de su paradero. Las pisadas se acercaron aún mas.
Su corazón latía tan rápidamente que sentía que la
delataría en cualquier momento.
Tomasz movió las cosas del armario, hasta que por fin la
encontró. Lucía tan hermosa cuando estaba asustada, que
apenas y le dio tiempo de compadecerse de ella. Vio sus
grandes ojos llenos de miedo y angustia mirándolo
fijamente. Esperaban que él se apiadara de ella. Pero, por
desgracia no podría hacerlo. Aún le dolía el golpe que le
había dado. Deseaba que eso no fuera a afectarle al
momento de tomarla nuevamente.

379
María José lo miró furtivamente. Ahora si, todo había
fallado. Lo único que le quedaba por hacer era esperar a
que Maurice llegara rápido. Pero ¿cómo podría pedírselo,
si ni siquiera tenía los medios?
- Fue una mala idea que hayas intentado esconderte,
preciosa. Ahora, temo decirte que toda la compasión que
pude haber sentido por ti, se ha esfumado. -la sacó del
armario jalándola fuertemente del brazo.
- No, Tomasz por favor, no lo hagas...
- Me engañaste y me cambiaste por otro. - la abrazó
colocándola fuertemente contra su pecho.
- Pero bien sabías que siempre amé a Maurice. Nuca
te engañé.
- Eso no cambiaba mi esperanza porque alguna vez
me amaras. Pero no pasó. Te largaste con ese animal. Lo
preferiste a él. - rodeó cuidadosamente el cuello de la
dama con ambas manos
- No podía evitarlo. Mi amor por él siempre ha sido
infinito e inagotable. No podía evitar seguir queriéndolo.
Así como tampoco puedo hacerlo ahora. Él es mi todo.
Lamento tanto haberte dado esperanzas de que alguna
vez pudiera amarte a ti. Amo a Maurice como jamás podría
amar a alguien más.
- No puedo aceptar eso. Debes amarme a mí. ¿Me
entiendes? ¡Sólo a mí! - la besó, mientras apretaba con
más fuerza el cuello de la joven.
Ella comenzó a sentir como la respiración le faltaba. Así
que mordió a Tomasz para que soltara sus labios. Era lo
único que le quedaba por hacer en esos momentos, si
380
deseaba seguir con vida. Él la soltó completamente. Ella
comenzó a gritar al recordar que Anne y Christian estarían
cerca y que le avisarían a Arethusa cualquier peligro.
Tomasz sintió de pronto, como todas sus fuerzas se
habían agotado. "Ese camaleón inútil no pudo hacer nada
bien" pensó, al recordar como el reptil le había prometido
que sería el más fuerte de todos. Sus labios sangraban.
Los gritos de María José comenzaban a aturdirle. Debía
pararlos. A toda costa.
- ¡Cállate ahora! - le gritó estrellándola contra un
espejo de cuerpo completo.
María José sintió como de su cabeza escurrían chorros de
sangre. Eso le había dolido bastante. "Maurice ¿dónde
estás cuando te necesito?" pensó. ¿Por qué tardaba tanto
en llegar? Ese hombre estaba a punto de matarla.
A pesar de que estaba un poco mareada, corrió al otro
lado de la habitación. Tomasz la alcanzó y sujetó su
cintura. Pero los toques eléctricos de su traje se volvieron
más fuertes y él no podía resistirlos. Entonces regresó al
espejo y tomo un gran trozo de vidrio que se había
desprendido. Lentamente, se acercó a María José,
amenazándola. Llegó un punto en el que no podía escapar.
Se encontraba acorralada entre un mueble y la pared. La
cabeza le sangraba. Se sentía muy mal. Sentía como
pronto se desvanecería y ese hombre haría con ella lo que
quisiera. Estaba completamente loco. Incluso más loco
que antes. Había enfermado por su culpa y ya no podía
remediarlo. Lo vio a los ojos. Estaban girando en
diferentes órbitas. En cuanto menos lo imaginó, él se
aventó hacia su cuerpo.

381
María José no alcanzó a percibir más. Tomasz volvía a
acariciarla como lo había hecho aquella vez. Sus
movimientos eran más violentos. En cuanto vio que
Tomasz había terminado, sólo sintió con el vidrio se
incrustó fuertemente en su vientre. Tomasz lo había
logrado. Había acabado con ella. Sus ojos se dirigieron a
la puerta, de dónde vio entrar a Maurice, a Arethusa y a
Julia, con su hija.
- ¡Alto! - gritó Tomasz al verlos.
Tenía a María José sujeta del vientre herido y con la otra
mano se encontraba sujetando el vidrio contra el pecho de
la joven. Los toques eléctricos lo estaban matando. Pero
no debía dejar que se notara. Así acabarían con él en un
abrir y cerrar de ojos.
Maurice vio la herida de María José y como ella tenía la
mirada agonizante, en busca de auxilio. Tenía que
quitársela rápidamente, antes de que aquel hombre
acabara con ella.
- ¡Suéltala!
- No lo haré. Ella es mía.
- No resistirás mucho tiempo. Suéltala.
En efecto, la potencia de los toques era cada vez más
fuerte. Ya no sabía que hacer. Sentía su espíritu salir de
nuevo de su cuerpo. Y eso no era lo que deseaba.
Realmente, no lo deseaba así. Pero no le quedaba de otra.
Era algo inevitable. Lo único que lo consolaba era que
ahora ella se iría con él.
- Con que la quieres ¿eh?
- Dame a mi esposa en este instante.
382
- Ahí tienes a tu esposa.
Tomasz le incrustó el vidrio en el pecho, justo a la altura
del corazón. María José soltó un alarido de dolor. Tomasz
la dejó caer y después trató de huir. Sin embargo, Maurice
se abalanzó contra él, realmente furioso. Le había querido
quitar a su esposa. Pero no lo lograría. Tomó otro trozo de
vidrio y lo apuñaló varias veces con él. Arethusa se acercó
a María José antes de que cayera al suelo y sujetó su
cuerpo con fuerza. La sangre le chorreaba por todos lados.
Estaba sumamente herida. Tenía que actuar cuanto antes,
pues se encontraba agonizando. La inspeccionó para ver
por donde comenzaría a curar. Sin embargo, pudo notar
que las heridas eran muy graves. No tardaría ni un minuto
en morir.
- Vamos, amiga, resiste.
- Ya no puedo más, amiga. Estoy destruida. Cuida a mi
hija. Te lo suplico. Por piedad. No quiero que se quede sin
una figura materna.
- ¿Y qué pasará con los demás?
- Cuídalos a todos.
- Hija, hija mía. Por favor. No te rindas, princesa.
- Mamá... mi hija... no quiero que me vea morir. Llévala
a otra parte. Sé una buena abuela con ella. Críala como
me criaste a mí. Enséñale el valor de la amistad y del amor.
Confío en ustedes. Sé que harán un buen trabajo con mi
pequeña. Ámenla y no dejen que se olvide de mí ni de
cuanto la ame.
- Cuenta con ello, pequeña. Pero trata de resistir un
poco más. - le dijo Arethusa.
383
- Maurice, Maurice. - le llamó al verlo furioso arrematar
contra el cuerpo de Tomasz.
Él, quien acababa de apuñalar a Tomasz al menos unas
veinte veces, se acercó rápidamente. Sujetó sus manos.
Había llegado demasiado tarde. Y no podría remediarlo.
- Amor, amor mío. No me dejes solo. ¡Me prometiste
que estarías a mi lado por siempre.
- Y lo estaré. Ahora te cuidaré desde una dimensión
celestial. Cuida a nuestra hija, cielo. Te necesita a ti mas
que a nadie. Quiérela como me quisiste a mí. Prométeme
que la vas a cuidar, que no permitirás que le pase nada
malo.
- No puedo hacerlo, mi cielo. Te necesita tanto como te
necesito yo. Por favor, quédate conmigo. No puedo
quedarme sin ti un momento.
- Pronto encontrarás a alguien quien te ame tanto
como yo lo hice.
- Pero como tú no hubo, ni habrá ninguna mujer.
- Lo harás. Sé que serás un buen padre para nuestra
pequeña. Por favor, prométeme que vas a cuidarla y que
no vas a hacer nada malo. Por favor. Te lo suplico.
- Te lo prometo...
- Eso es lo que quería escuchar antes de irme. Te amo,
mi amor. Recuerda que en mi corazón viviste siempre y en
él te quedaste hasta este momento en que dejará de latir.
Dicho esto, expiró. Maurice, en un ataque de histeria,
lanzó un grito de horror.

384
- ¡No! - gritó fuertemente. - ¡Otra vez no! Arethusa,
Arethusa, sé que tu podrás ayudarla. Lo hiciste la vez
pasada. Haz que reviva. Por favor. Te lo suplico.
Pero la ninfa no reaccionaba. Tenía en sus manos el
pedazo de espejo con el que Tomasz le había quitado la
vida a María José y veía fijamente el espejo del que
habían quitado el vidrio.
- ¿De dónde sacaste ese espejo? - le preguntó a
Maurice.
- ¿Qué? Vamos, ahora no es tiempo para responder.
¡Revive a mi esposa!
- ¡Necesito saber de donde sacaste ese maldito
espejo!
- No lo sé. Me lo regalaron, quizá.
- ¿Quién fue? - preguntó la ninfa, un tanto alterada
- ¡No lo sé! - Maurice caminó en círculos a través de la
habitación. - me lo enviaron envuelto y me pareció correcto
ponerlo aquí. Ahora salva a mi esposa.
- ¿Qué no ves? Este espejo es el que estaba en el
castillo de la prueba final de la aventura con las sirenas.
- ¿Y eso que tiene que ver?
La ninfa volteó el espejo y le mostró una inscripción en la
parte inferior del marco. "Quien a causa de este espejo
muera, su alma no debe ser retornada al cuerpo".
Maurice cayó de rodillas en el suelo. Se cubría la cabeza
con ambas manos, queriendo forzar al dolor a no salir.
Lloró, quizá por no haber llegado a tiempo y por haber
dejado que ese asqueroso gusano acabara con su amada.
385
Volteó a ver el cadáver de su amada. Había golpes en su
rostro. Había sufrido bastante antes de morir. Arethusa se
hincó junto a Julia y el cadáver de María José. Sujetó una
de las manos de la muerta. Por primera vez en muchos
años pudo llorar por lo que estaba viviendo. Julia presionó
a la pequeña Andrea, queriendo arrullar a su hija.

386
Paraíso

387
1

La escena de dolor que se veía en ese momento era


conmovedora. El espíritu de María José salió del cuerpo,
como lo había hecho en la prueba final de las sirenas y se
puso detrás de Maurice. Lo abrazó. Pero él no podía
sentirla. Estaba ensimismado en su dolor. La había
perdido para siempre. Todo había sido culpa, por no
insistir en quedarse con ella todo ese tiempo. Se acercó al
cadáver. Lo cargó y lo colocó sobre la cama. Acarició sus
labios, sus mejillas, su sien ensangrentada. Siguió
haciendo caricias por todo su cuerpo, hasta llegar a su
pecho, donde estaba la herida que le había dado muerte.
388
Era justo en el corazón, porque a ella, con su noble
carácter, no podrían herirla tan profundamente, sin que se
le olvidara horas más tarde.
Se acostó sobre el cadáver herido. Arethusa y Julia se
sentaron al borde de la cama, llorando silenciosamente.
Se escucharon pisadas en las escaleras. Lukas y el resto
de los vencedores estaban en la puerta, confundidos al
verlos así.
- ¿Qué pasó aquí? - preguntó Lukas al ver el cadáver
de Tomasz en el suelo. - Si ya mataron a ese rufián, ¿por
qué están así?
- No creo que quieras saber.- musitó Maurice, con la
voz quebrantada.
- ¿Por qué no? ¿Qué hizo? ¿Por qué María José está
así?
- ¡La mató! ¡La mató! - gritó Julia. - Mató a mi hija.
Antonio se abrió paso entre los que estaban en la puerta.
Vio la sangre y la cabeza ensangrentada del cadáver de
María José. Se sentó junto a Julia, abrazándola. Lloró en
silencio con ella.
Lukas se dejó caer de rodillas al suelo. La noticia le había
impactado profundamente. María José, la mujer a la que
había considerado el amor de su vida, o mejor dicho su
amor imposible, estaba tendida en la cama, inconsciente e
incolora. No tenía ya sueños, ilusiones o razones para
sonreír. No tenía ya sentimientos, emociones o pasiones.
Era un cuerpo inerte y ensangrentado, que alguna vez
tuvo el espíritu de la mujer más dulce del mundo entero.
No era más que espíritu. Había dejado la pesadez y
389
visibilidad de un cuerpo por convertirse en un espíritu
liviano e invisible
- ¿Por qué nos hiciste esto? ¿Por qué? - preguntó
Lukas, al acercarse al cadáver.
Dicho esto, se sumó al llanto de los demás, sujetando una
de las manos del cadáver vacío.

***
2

El espíritu de María José, que seguía ahí, observando la


escena, intentó responderle a Lukas, pero de su boca no
salían palabras. No podía pronunciarlas. Se sintió mal, de
pronto.
- No te sientas mal. Esto debía pasar algún día - le dijo
una voz al espíritu de María José. Volteó la mirada para
ver quien le estaba hablando, y, al darse cuenta que se
trataba de Milenna, se sorprendió.
- Milenna ¿cómo es que tu si puedes escucharme?
- A mi me pasó lo mismo que a ti. A mi también me
mataron. No hay de que preocuparse. Maurice aprenderá
a vivir sin ti.
- ¿Cómo lo sabes?
- Estuve analizando todas las posibilidades para que
pudieran despojar la aldea de esos canallas. Entonces, me
di cuenta que alguno de los dos tenía que morir para que
390
resultara el plan. Los dos eran bastante fuertes. Tenía que
recurrir a las cartas para desarrollar entonces un plan. Y
¿sabes que fue lo que pasó?
- ¿Qué cosa?
- Tanto la bola de cristal como las cartas me
presagiaban este momento. Aunque poco tiempo después,
la bola me mostraba a tu hija, ya mayor, y a Maurice
felices caminando por las praderas.
- ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que Maurice
me olvide?
- Nunca te olvidará. Pero te llevará dentro de sí. El
amor verdadero puede empezar, pero nunca verá su fin.
Quien ama de verdad, aprenderá a mantener viva la llama
del recuerdo de su verdadero amor. Y de eso, tendrás que
encargarte tu, ahora en tu nueva vida. Es hora de irnos.
- ¿A dónde vamos?
- ¿No quieres volar con esas alas tan bonitas que te
han regalado?
María José volteó ligeramente para ver su espalda. De ella,
brotaban unas grandes y majestuosas alas de ángel. Por
un momento, se dispuso a arrancar el vuelo, pero volteó a
ver a los demás.
- ¿Qué pasará con ellos? - le preguntó a Milenna
- Déjalos sanar su dolor. Ya se acostumbrarán a vivir
sin ti. Pero para eso, necesitan tiempo.
María José los miró con melancolía. Pero Milenna tenía
razón. Abrió las alas y salió volando con la bruja al lado.

391
***
3

El silencio se volvió áspero, pesado y abrumador en


aquella habitación. Nadie se atrevía a decir una palabra.
Las horas pasaron lentamente en aquel umbral de dolor.
El crepúsculo alumbraba pesadamente la habitación. Una
ligera lluvia cayó sobre los prados y valles de Corelia,
llevándose toda la sangre que había sido derramada.
Maurice seguía con el mismo dolor atormentando su
corazón. Había tomado la fotografía de su boda y la
apretaba contra su pecho con fuerza.
Los hombres que habían entrado en la choza, salieron
lentamente con el paso de las horas, dejando únicamente
a Maurice, a Julia y a Arethusa acompañando el cadáver
de María José. Violeta se acercó a Maurice con la niña en
brazos.
- Nos llevaremos a la niña a la casa mientras vemos
que haremos con el cuerpo de María José
Pero Maurice no dijo una sola palabra. Seguía estupefacto
viendo el cadáver de su esposa. Donna jaló a Violeta del
brazo. Ambas se fueron.
Julia y Arethusa limpiaron la sangre del cuerpo de María
José. Maurice sólo las observaba. En esos momentos,
reafirmó la idea que le había surgido cuando la vio muerta
a las afueras del castillo: aun muerta se veía hermosa.
Varias veces le había dicho que parecía un ángel, pero
nunca se imaginó que se iba a convertir en uno tan rápido.
392
Deseaba tanto tenerla a su lado una vez más para poder
sentir su abrazo. Ya no lloraba. Pero la pena seguía
invadiéndolo. ¿Por qué había tenido que morir ella y no él?
¿Por qué debía quedarse en aquel mundo cruel y vacío?
Si no tuviese a su pequeña hija de por medio, ya se
hubiese dado un tiro. Pero ahí estaba la pequeña. Y le
prometió a su María José que la cuidaría. Ahora ella debía
ser su vida.
- ¿Qué haremos con ella, Maurice? - preguntó Julia.
- Debemos enterrarla. El cuerpo comenzará a
descomponerse en poco tiempo. - opinó Arethusa.
- Está bien. La enterraremos. Pero será mañana.
Quiero tenerla a mi lado una noche más.
- ¿Estás seguro?
- Completamente. Quiero sentirla junto a mí una noche
más, mientras asimilo su pérdida.
- ¿Te molestaría si nos vamos a nuestras casas? -
preguntó Julia.
- Al contrario. Creo que será mejor que ustedes
también asimilen la muerte de mi esposa.
- No harás nada malo ¿verdad? - le preguntó
Arethusa.
- Tengo a mi pequeña. Y le prometí a mi María José
que cuidaría de ella. Debo cumplirle mi promesa. Aunque
eso no quita mi deseo de volver a verla despierta.
- Ella está en una dimensión distinta a la nuestra.
Apuesto lo que sea a que está mejor que nosotros ahorita.

393
Maurice derramó más lágrimas. ¿Por qué? ¿Por qué ella?
No podía dejar de pensar en ello. Arethusa se acercó a él.
Lo abrazó dulcemente. Él se aferró a ella con fuerza. Era
verdad pues, que necesitaba uno de esos. Su María José
era la encargada de dárselos, pero, al no estar viva, no le
importaba quien le abrazara. Julia se acercó a ellos y tomó
una de las manos de Maurice.
- Ella te amaba. ¿Lo sabías? - Maurice asintió - y
nunca dejó de hacerlo. Aunque últimamente no lo
demostrara mucho, eras su adoración. No te dejes vencer
por la tristeza.
Maurice sólo se limitó a sonreír. No podía hacer más en
aquel momento. Su herida estaba más abierta que nunca.
Y no sabía cuanto tiempo tardaría en sanar.

***
4

Lo dejaron solo, en la penumbra de la noche. Ahí la tenía,


a su lado. Ya no tenía sangre, ni dolor. Pero tampoco tenía
vida. Se había esfumado. Se acercó al cuerpo vacío.
Volvió a hacer caricias alrededor de aquel cadáver a quien
tantas veces amó en el pasado. Intentó besar sus labios,
pero ya no le respondían: permanecían inmóviles. Los
tocó. Estaban fríos. Miró la fotografía de su boda que
había dejado en una silla. Vio la sonrisa alegre de María
José en aquella foto. Volvió a mirar el cadáver. Los labios
seguían intactos. Volvió a acercarse al cadáver. Los ojos
394
estaban cerrados, resguardados por el peso de los
párpados. Pero no era porque estuvieran soñando con
nuevas aventuras o con planes a futuro, sino porque no se
abrirían más.
Se acostó a su lado. Sujetó con fuerza sus manos.
Estaban frías, igual que sus labios.
- Esto sólo tu me lo podrás responder. ¿Por qué, amor
mío? ¿Por qué tuviste que ser tu, pudiendo ser alguien
más? - no recibió respuesta - no sé cuidar tan bien a
nuestra pequeña como lo hacías tú. ¿Qué pasará si fallo y
le hago algo malo? ¿Me lo perdonarías? - siguió sin
respuesta - vamos, amor. Me haces sentir solo. Pero ¿es
que ahora en realidad estoy solo?
Como vio que no recibiría respuesta, sollozó ante el
vientre de su amada. Pasaron las horas y se quedó
profundamente dormido sujetando la mano de María José,
como ella lo había hecho en alguna ocasión.

***
5

Al día siguiente, Arethusa y Julia regresaron a la choza


donde estaban Maurice y el cadáver de María José. La
noche había sido larga para todos.
Arethusa pasó toda la noche en vela. No podía soportar
que su hechizo hubiese salido mal. Eso la atormentaba por
completo. Sin embargo, al pasar las horas, la duda sobre
395
que era lo que había pasado realmente en aquellos
momentos surgió súbitamente. Invocó un hechizo nuevo,
que le permitió reconstruir los hechos de aquellas horas.
Efectivamente, su hechizo sobre el traje había salido bien.
Pero ¿por qué no había acabado con él? Hizo muchas
deducciones, entre ellas, que María José tuviese miedo en
aquellos momentos y Tomasz no flanqueara en ningún
momento.
Al distraerse, volteó hacia un viejo candelabro de plata.
Ahí estaba María José, sentada con las piernas cruzadas.
Le sonrió al ver que la miraba.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto! - le exclamó, con una sonrisa en
el rostro.
María José bajó del candelabro para estar a su altura. No
había perdido su buen porte.
- Me da mucho gusto verte. ¿Ya estás mejor? - le
preguntó a la ninfa, después de abrazarla.
- Ahora lo estoy. A mi también me da mucho gusto
verte. Tus alas están maravillosas. ¿Funcionan bien?
- De maravilla. Me alegra que ahora si puedas verme.
Llevo aquí un buen rato. Vine para acá tras dejar a
Maurice bien dormido en casa.
- Creo que le haces falta. - María José hizo una mueca
de melancolía.
- Lo sé. Pero esto no puede remediarse. ¿Verdad?
- Parece que no.
- Entonces lo único que quedará es que te hagas
cargo de él.
396
- Es consciente que tu hija necesita de él. Por eso no
ha hecho nada malo.
- Lo sé. Lo repitió varias veces anoche. También me
cercioré que ella estuviera bien. Los he cuidado a todos
desde las alturas.
- Eso es muy noble de tu parte.
- Milenna también ha hecho rondas, pero se cansa
muy rápido. Su edad no le ayuda.
- ¿Milenna murió?
- Si. Ese camaleón maldito la hizo trizas. Todavía está
buscando partes de su cuerpo que le hacen falta.
Arethusa hizo una mueca de disgusto. Esa noticia no la
esperaba en lo absoluto. Ahora sabía la razón por la que la
había escuchado en su interior cuando mató al camaleón.
María José se dio cuenta de que era lo que estaba
pensando. La abrazó de nueva cuenta.
- ¿Sientes mis abrazos? - le preguntó a la ninfa
- Los siento. Creo que ahora lo hago porque tengo la
mente más despejada. Deberíamos intentar con tu madre,
para ver si ella también puede verte.
- Me parece una buena idea ¿vamos?
Ambas desplegaron sus alas. Salieron volando de la
cabaña, con dirección a la de Julia. Aquello parecía ser
una competencia, ya que, cuando María José aceleraba el
paso, Arethusa se apresuraba para alcanzarla y viceversa.
Al llegar, vieron a Julia en el pórtico, con una fotografía
entre sus manos. La sujetaba con fuerza, como si quisiera
que no se escapara de sus brazos. Ambas aterrizaron
397
frente a ella. Julia las vio, sorprendida de ver a su hija
frente a ella con esas grandes alas.
- ¡Hija! ¡Hija! - Se abrazaron. - ¿cómo puede ser esto
posible? ¡Te vimos morir ayer!
- Estoy muerta, mamá, si eso es lo que preguntas. -
una lágrima rodó por la mejilla de Julia. - pero eso no
significa que no me quedaré con ustedes. Los cuidaré
ahora más que nunca.
- Pero prométeme que estarás bien
- Lo estaré, mamá. No hay problema. Soy un ángel
ahora.
Julia volvió a abrazarla para sentir su calidez.
- Tenemos que ir con Maurice. No he ido a ver si está
bien. - dijo María José, preocupada.
Arethusa y María José se dispusieron a arrancar el vuelo
pero entonces Julia les señaló que ella no tenía alas para
volar como ellas. Entonces ambas caminaron junto a Julia.

***
6

Llegaron de pronto a la cabaña de Maurice. Él estaba


asomado a través de la ventana. Al verlas venir, se sintió
tranquilo al no quedarse solo mas tiempo con el cadáver.
Pero vio algo inusual en ellas. Eran tres mujeres. Pero la

398
tercera mujer no era parecida a ninguna mujer de las que
habían sobrevivido, sino a...
Vio el cadáver una vez más. Seguía intacto. Entonces no
podía ser María José ¿o si? Observó lentamente a aquella
mujer que venía con ellas. Era igual de hermosa que su
esposa y traía unas alas de ángel. Vio como caminaba con
elegancia y un porte magnífico. Tan sólo al ver eso, quedó
fascinado. Era un ángel. No podía esperar otra cosa.
Vio como entró con las demás en la cabaña. Se quitó de la
ventana y corrió a la puerta para verla. Se quedó
estupefacto al ver que se trataba de su esposa, vestida
completamente de blanco y con esas grandes y
majestuosas alas detrás. Sonrió de emoción. Las lágrimas
corrían por sus mejillas como un río en su caudal.
- Amor mío...gracias, gracias. Gracias por no dejarme
solo.
- Amor, espera. - le dijo María José, deteniéndolo
antes de que la besara.
- ¿Qué pasa?
- Amor, sigo estando muerta.
- Pero te estoy viendo y te puedo tocar.
María José señaló el cadáver. Maurice volteó a verlo.
Estaba sumamente confundido con eso que estaba
pasando. La mujer que tenía enfrente se veía sumamente
real, pero el cadáver también lo parecía.
- Entonces ¿qué está pasando?

399
- Soy un ángel, amor. Y seré la encargada de cuidarte
de aquí a la hora en que me tengas que acompañar a esta
dimensión en la que estoy ahora.
- Entonces llévame. Llévame de una buena vez
contigo.
- Eso no será posible, amor. Tienes una misión
todavía.
- ¿Cuál es?
- Nuestra hija te necesita. No debes dejarla sola.
- Pero ¿y tú?
- Yo estaré junto a ustedes. Cada vez que me
necesiten, vendré a verlos. Ahora, comienza a
desempeñar tu papel de padre y ve por tu hija.
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Dime.
- Quiero besarte una vez más. No me impedirás
¿verdad?
Ella se acercó a él, con una sonrisa en el rostro. Acarició
sus mejillas con tanta suavidad, que apenas pudo
percibirlo. Lo besó con dulzura. Él la mantuvo unos
minutos contra sí. Acaricio sus mejillas, sus brazos, su
espalda.
- ¿Qué debo hacer ahora?
- Has lo que te indique tu corazón. Debo irme. Cuida a
nuestra niña.
María José se esfumó rápidamente. Se escucharon unos
golpes en la puerta. Era Violeta. Traía a la niña en brazos.
400
Maurice la cargo, abrazándola. Era tan parecida a su
madre.
- Tenemos que darle sepultura a mi amada.
- Me encargaré de eso. No te preocupes.
- Procura que todo salga a la perfección
Maurice subió las escaleras. Ahí seguían Julia y Arethusa.
Observaban el cadáver inerte. Julia sujetaba la mano del
cuerpo. Arethusa, en cambio, no quería acercarse a la
cama. Le resultaba difícil tener contacto con ese pedazo
de lo que algún día fue María José.
- Necesito su ayuda. - dijo Maurice
- ¿Qué sucede? - preguntó Arethusa
- Mi niña necesita un cambio de pañal y pues yo...no
aprendí a hacerlo.
Julia lo miró compasivamente. Soltó el cuerpo. Tomó a la
niña entre sus brazos y la dejó en la cama. Realizó el
cambio de pañal tan rápido que Maurice quedó
sorprendido. María José aún no era tan ágil. Julia cargó a
la niña y la meció por unos minutos. Era tan dulce como su
hija cuando tenía su edad.
- Tendrás que construirle su cuna- opinó Julia - no creo
que esté cómoda en tu cama
- Y después tendrás que construirle una habitación
para que tenga su propio espacio.
Maurice sólo asintió. Eran bastantes cosas las que tenía
que hacer. Al menos ahora podría estar ocupado en algo.
Horas más tarde, llegaron Donna y Violeta, vestidas de
negro.
401
- ¿Ya está todo listo? - preguntó Maurice, al verlas en
el umbral de la puerta
- Sólo falta arreglarla.
- Bien, hagan lo que sea necesario. Es toda suya. - les
dijo.
Posteriormente, salió de la habitación con la niña en
brazos.
Entre las cuatro mujeres se dedicaron a transformar la
imagen del cadáver. Arethusa quitó el traje con cuidado,
pues todavía estaba hechizado y las demás podrían
resultar afectadas. En cuanto el traje estuvo fuera, Violeta
colocó un vestido de seda. Entre Julia y Donna
maquillaban el rostro de la difunta para resaltar sus
facciones, mientras que Arethusa destruía el traje que
había confeccionado.

***
7

Al ver que ya estaba lista, llamaron a Maurice para que les


ayudase a cargarla. Él, al recibir la orden, vaciló. Ahí
estaba ella, con su belleza en todo su esplendor. Debía
cargarla, pero no encontraba las fuerzas para hacerlo. Le
resultaba inaceptable tener que deshacerse de aquel
cuerpo que le había regalado los mejores momentos de su
vida. Deseaba quedarse con ella sin tener que pensar en
que estuviera muerta. Pero no sería posible. Se acercó a
402
la cama. Por un momento, pensó en decirles que no lo
haría. Sin embargo, sabía que debía hacerlo, pues no
tendría otra oportunidad para tenerla entre sus brazos otra
vez. Sujetó la espalda de su amada, al igual que sus
piernas. La levantó con delicadeza. Ya no pesaba lo
mismo. ¡Cuántas veces la había tenido así! Ninguno de los
dos parecía inmutarse por el daño que podía causarle al
otro, pues eran momentos que durarían sólo un instante.
Ahora, en ese momento, Maurice deseaba con todo su
corazón que todo lo que estaba sucediendo en esos
momentos formara parte de la peor pesadilla de su vida.
Deseaba tanto que la mano de María José que colgaba al
lado suyo estuviera, en realidad, sujeta a su cuello o a sus
hombros, como lo hacía otras veces. Pero no sucedió.
Aquella mano estaba caída. Y lo seguiría estando.
- ¿A dónde la tengo que llevar? - preguntó Maurice con
la voz ahogada entre las lágrimas que corrían por sus
mejillas
Violeta lo abrazó. Debía sentirse realmente terrible. Lo
guió hasta afuera de la choza, donde ya habían puesto el
ataúd. Maurice se estremeció al ver aquella caja frente a él.
Pensó por unos minutos en que él debía de ser colocado
ahí en lugar de su esposa. Pero los papeles no podían ser
invertidos. Ya no había vuelta atrás.

***
8

403
Lukas, que se encontraba a un lado del ataúd, abrió la caja
para que Maurice pudiese colocar el cadáver dentro.
Maurice miró de nuevo el cuerpo. Besó la mano que
portaba el anillo de compromiso. Quitó el anillo del dedo y
lo guardó en su pantalón. Al menos podría tener un
recuerdo material de ella. Dejó el cuerpo dentro del ataúd.
Lukas lo cerró.
Ambos cargaron la caja hasta donde Violeta les indicó.
Poco a poco, un buen número de personas se les sumaron
detrás. Todos caminaban con la mano en el corazón, pues
en las cosas que se hacen con el corazón nadie puede
regir tiempos o espacios, simplemente, todo pasa por un
bien mayor.
Entraron al cementerio de la aldea. En el centro, había un
gran hoyo que varios hombres se dedicaron a cavar. Los
que traían el ataúd lo dejaron en el agujero. Maurice se
quedó unos minutos abrazado a la caja. Se rehusaba a
perder a su amada. No quería que se pudriera aquel
cuerpo tan perfecto que tantas veces se dedicó a amar por
segundos y horas. Se rehusaba a perderá la mujer que
tantos "te amo" le dijo.
Pronto, sintió un abrazo por detrás. Ninguna persona de
las que se encontraba ahí sabía lo mucho que amaba que
hicieran eso más que...
Volteó. Ahí estaba su María José, vestida de ángel.
Maurice soltó el ataúd y la abrazó con tal fuerza que la tiró
al piso.
- No me creías que estaría cuidándote y vigilándote,
¿verdad? - preguntó María José, acariciando el rostro de
Maurice.
404
- Simplemente, me parecía imposible.
- Debes aprender a confiar en mí. Ahora más que
nunca.
- Lo haré. Te lo juro.
La besó una y otra vez. De pronto, ella lo apartó un poco.
- ¿Amor?
- ¿Qué pasa preciosa?
- ¿Me dejarías levantarme? - le preguntó, apartándolo
un poco
Maurice se levantó y la ayudó a ponerse de pie. Juntos,
vieron cómo el ataúd con el cuerpo inerte iba bajando
lentamente en el hoyo. Entre varios hombres se dedicaron
regresar la tierra a su lugar. Maurice en ningún momento
soltó a María José, por temor a que se marchara.
Julia se acercó a ellos con la pequeña Andrea en brazos.
La niña lloraba. Al parecer, parecía ser una reacción por el
ambiente fúnebre que se vivía en ese momento. María
José la tomó entre sus brazos. Buscó algún lugar donde
pudiera sentarse. Encontró un tronco caído. Se sentó y
comenzó a arrullarla con una melodía suave. Maurice la
seguía. Pero, al ver que se sentaba en el tronco, se quedó
a unos metros de distancia. En cuánto la niña se quedó
dormida, regresó con Maurice. Él la esperaba, un tanto
impaciente.
- Cárgala. - le dijo María José
- Pero ¿no le pasará nada? - preguntó, un tanto
indeciso.

405
María José le sonrió, con compasión. Aquella situación lo
tenía bastante perturbado, tanto, que ya había olvidado
cuantas veces había cargado a Andrea y que esta parecía
feliz.
- Por supuesto que no. Ya lo has hecho antes. ¿Lo
olvidabas? Vamos. Hazlo
Maurice hizo una cuenca con sus brazos y María José la
colocó ahí. Entre los dos, admiraron a la niña por unos
minutos. Maurice la mecía con cierta torpeza y María José
le ayudaba a hacer sus movimientos más ligeros.
- Te quedarás más tiempo con nosotros, ¿verdad? - le
preguntó Maurice.
- Lo mejor será que los deje un tiempo a solas. -
Maurice agachó la mirada para evitar que María José lo
viera triste. Ella sonrió. - Prometo regresar a verlos en la
noche - le dijo María José alzando la mirada de Maurice.
- ¿De verdad lo prometes?
María José asintió. Maurice acomodó a la niña en un solo
brazo y con el otro llevó hacia sí a María José. La abrazó
con fuerza. Al soltarla, ella besó su mejilla y emprendió el
vuelo cuesta arriba.

***
9

Pasaron unos meses desde la muerte de María José. Ella,


con el tiempo, se fue alejando poco a poco para que
406
Maurice pudiera superar su duelo. Pero, cada vez que
llegaba a ver cómo estaban, Maurice se ponía peor
cuando se despedían. Esa situación le afectaba
demasiado. Había noches en las que María José tenía que
quedarse hasta en la madrugada esperando a que
Maurice se durmiera. Entonces, ella podía marcharse a
ver cómo estaban los demás. Una vez intentó ausentarse
por un mes. Cuando volvió a verlo, Maurice se abalanzó
sobre ella y no pudo dormir durante una semana, temiendo
que se volviera a ausentar por grandes cantidades de
tiempo.
Con el tiempo, lograron reconstruir la aldea, pues Tomasz
y sus secuaces la habían destruido por completo. Cada
quien ayudaba a poner todo en el lugar que estaba antes.
Cuando terminaron, cada quien regresó a su rutina de
antes. Maurice había conseguido un empleo que le
agradaba más que el que tenía en la empresa del señor
Rochefeller. Esto, le ayudaba para mantenerse distraído
por un cierto tiempo. Mientras tanto, Julia y Donna
cuidaban de la pequeña Andrea, quien aprendió a caminar
y a hablar rápidamente. Cuando esto pasó, María José
estaba ahí, para compartir esos momentos con ellos.
Un día, María José se dirigió a la cabaña para estar un
rato con Maurice y con la niña. Pero, para su sorpresa, no
estaban ahí. En el pórtico, estaba Erline.
- Que bueno que llegas. Te estaba esperando
- ¿Pasa algo? ¿Dónde están Maurice y mi hija?
- La niña está con Donna.
- ¿Y Maurice?

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- Me pidió que te diera esto. - dijo Erline, entregándole
un sobre.
María José lo recibió, un tanto sorprendida. Llevaba
observando a Maurice varios días y nunca lo había visto
hacer algo similar. Abrió el sobre. Dentro, contenía una
hoja, doblada a la mitad. Era una carta que Maurice le
había escrito. Erline se fue y María José se dedicó a leer la
carta:

"Mi cielo, sabes que te amo con toda mi alma. En cuánto leas esta carta, quiero
que vayas volando tan rápido como puedas hacia la colina que está cerca del lugar
donde te pedí que fueras mi novia. Es muy importante que vayas. Sé que quizá te
estarás preguntando de qué trata todo esto. Lo único que puedo decirte al respecto
es que se trata de una sorpresa. Te encantará. Estoy seguro. Ahora, vuela ya.
Que te espero ansioso."

María José se extrañó de que Maurice le hubiera escrito


eso. Por un momento, el temor de qué Maurice fuese a
hacer algo malo se apoderó de ella. Por ello, hizo lo que
Maurice le indicó en la carta y voló tan rápido como pudo.
Al llegar a la colina, se percató que todos los habitantes de
la aldea se encontraban ahí. No faltaba nadie. Incluso,
Erline, con quien había estado minutos atrás, ya estaba
ahí. Todos iban vestidos de fiesta. Estaban sentados en
unas sillas que estaban divididas en dos columnas. De
frente a las columnas de sillas estaba un altar cubierto por
un mantel blanco. Parecía que iba a haber una celebración.
Al pie de estas columnas, estaba Maurice, vestido de traje.
Al verla llegar, sonrió.
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- Cielo ¿qué está pasando aquí? - preguntó María
José confundida.
- ¿Recuerdas que fue lo que te pedí el día que
volamos en globo?
María José se quedó callada unos minutos tratando de
recordar. Recordaba bien que estuvieron en el bar, que
después se fueron al hotel viejo y descuidado de la
carretera y que tras eso, volaron en el globo. Pero no
recordaba que le había dicho. Maurice, al ver que ella se
esforzaba en vano, sonrió.
- Te pedí que si podíamos renovar nuestro matrimonio.
¿Lo olvidabas?
María José lo recordó y se sintió tranquila por unos
minutos, aunque no sabía a ciencia cierta si eso sería
posible, ahora que ella era un ángel.
- Por supuesto que no, cariño. Pero el matrimonio es
entre personas que siguen vivas. Dudo mucho que siga
siendo válido ahora que...
- Bueno, yo sigo vivo. - interrumpió Maurice. - y
prometí que te amaría hasta que mi corazón dejara de latir.
Hasta cierto punto, sigue siendo válida esa parte. Me
parecía buena idea que hiciéramos esto, más que nada
para renovar la promesa de amarnos por siempre. Nada
más que ahora no sería hasta que nuestros corazones
dejen de latir, sino que se volvería un "amarnos toda la
eternidad". Mi princesa, quiero amarte por siempre, no
sólo en un momento tan pasajero como es la misma vida.
Quiero amarte siempre. Quiero seguir amándote más allá
de la muerte. ¿Aceptas que haga esto por ti?

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María José se encontraba realmente conmovida ante esto.
Que Maurice haya querido prometer eso, resultaba
realmente increíble. No sólo quería seguir amándola en
esa vida, sino que, cuando muriera y se convirtiera en un
ángel como ella, la seguiría amando. Muchas veces, creía
que su amor se acabaría en algún momento, pero no.
Ahora trascendería más allá de la frontera de la muerte y
de cualquier abismo. María José acarició el rostro de su
amado. Besó los labios de Maurice.
- ¿Eso se toma como un sí? - preguntó Maurice
- Por supuesto. ¿Sabes que mi promesa será el
amarte y protegerte siempre? Hasta que tengas tus
propias alas.
Maurice sonrió. La abrazó con fuerza. Ella le correspondió,
aunque su abrazo fue más delicado. Caminaron por el
pasillo que se formaba entre las dos columnas hasta que
llegaron al altar. Julia dejó que Andrea fuera con María
José. Al ver que su hija se dirigía a ella, María José la
recibió con los brazos abiertos.
Empezó la celebración. Maurice abrazó a María José y ella
recargó su cabeza en el hombro de Maurice. En cuánto
terminó, Maurice la besó. Ella, en cambio, lo cargó y lo
llevó volando hasta la nube más alta. Lo recostó en la
superficie de la nube y se colocó sobre él.
- Te amo - le dijo Maurice
- No más de lo que yo a ti. De aquí a la eternidad.
Tras esto, Maurice la besó. Y vivieron juntos, amándose y
siendo felices por toda la eternidad.

410
***

Epitafio

Fue el tiempo mejor de lo que pudo suceder,


La trascendencia se pauta con cada paso,
Con cada suspiro, con cada sueño roto,
Y por uno que llegó a su realización.

Estos sueños van al cielo,


envueltos en un globo de cristal,
Algunos son frágiles y se rompen en el camino,
Otros guían el paso del globo hasta hacerlo llegar al cielo.

No importa la acción, si no tuvo trasfondo:


Queda vanamente impregnada de efimeridad.
Pero, si se dotó de bienestar y de plenitud,
Se quedará en la memoria eterna del corazón del mundo.

En el cielo están todas las personas que,


A sabiendas de su condición,
Siempre tuvieron un poco de alegría en corazón

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Y un tanto más de amor en la mirada.

Por mi parte, dejaré que el que está leyendo juzgue


- pero que juzgue verdaderamente -
La presente obra llegada a su fin,
Y que atesore alguna enseñanza en la memoria del
corazón.

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