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Borrón y cuenta nueva
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Este libro va dedicado para todos aquellos que creen en la
magia de los sueños y a los que creyeron que este
proyecto se haría realidad. Dios los bendiga a todos.
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Nueva vida
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María José despertó con un fuerte dolor de cabeza. Estar
en ese pequeño apartamento, que se encontraba situado
en la zona más transitada de la ciudad, le había acentuado
el malestar de cada día. La primera vez que comenzó a
sentirse así, fue el primer día en que despertó dentro de
esa espantosa rutina.
Aún recordaba ese primer día con la misma claridad con
la que recordaba su vida en Corelia. Estaba tirada en el
suelo, en posición fetal y con el vestido de novia aún
puesto. Observó su alrededor, aterrada. Estaba en un
cuarto, que, por la decoración, parecía ser una sala.
“¿Maurice?” llamó una vez, sin recibir más respuesta que
su propio eco. Entonces, inspeccionó todo a su alrededor.
En la pequeña habitación contigua, encontró un gafete, en
el que estaba escrito su nombre con una foto suya,
señalando que era enfermera de un hospital. Entonces,
hizo memoria y se encontró con la sorpresa de que
recordaba también un estilo de vida en aquel lugar.
Misteriosamente, parecía como si tuviese dos vidas
completamente distintas. Pero no sabía porque...
Y a pesar de que ya habían pasado algunos meses
desde aquel momento, seguía sin explicarse que había
sucedido. Se sentó en la orilla de la vieja cama de tamaño
individual en la que dormía últimamente. Miró su vientre y
se dedicó a examinarlo para ver si no había aumentado su
tamaño. Nada. Aquel individuo que se encontraba
formándose en su interior aún seguía siendo muy pequeño
para producirle algún cambio en su exterior. Quizá, la
noticia de su embarazo no la sorprendió en lo absoluto,
pues, desde que Maurice y ella se comprometieron,
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pasaban más tiempo a solas y los encuentros íntimos no
tardaron en comenzar. Con el tiempo, estos se volvieron
mucho más frecuentes. Tarde o temprano, engendrarían
una nueva vida y, aunque Maurice casi no hablaba del
tema, la idea de tener un hijo lo emocionaba bastante.
Maurice... Pensar en él, en su sonrisa, en sus abrazos,
era algo que la llenaba de paz. Últimamente, pensaba
mucho en él. Lo echaba tanto de menos. Desde el día en
que los separaron no lo había visto, ni había vuelto a saber
de él. Quien iba a pensar en que aquel día, que prometía
ser el más feliz de sus vidas, en realidad sería uno de los
más trágicos.
Ansiaba con todo el corazón volverlo a ver para
abrazarlo, besarlo y darle la noticia de su embarazo. Ya lo
había planeado todo minuciosamente. Seguro se pondría
feliz.
Miró la hora. Se levantó rápidamente al ver que ya se le
había hecho tarde. Se vistió y salió corriendo del
apartamento.
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Cuando los vio bajar, hizo una mueca de disgusto y salió
de la casa, sin siquiera esperarlos.
Mauricio y Diana se subieron al auto y Eduardo arrancó a
toda prisa. Mauricio observaba, como de costumbre, los
rostros de las mujeres que caminaban en la acera o de las
que se encontraban en los demás autos, pero ninguno se
parecía al de aquella mujer que había visto en su sueño.
¿Acaso ella era la misteriosa mujer cuyo nombre
empezaba con MJ y que le había dejado esa nota?
En su mente, se vio plasmado aquel rostro y siguió
pensando en él, sin siquiera imaginarse que aquel día su
vida daría un giro de 180°.
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En cuanto terminó de recordar su vida anterior, miró a
María José a los ojos. Ahí estaba ella, confundida, sin
saber que era lo que le estaba pasando a su amado. Aún
tomaba su mano. Y por un momento no quiso soltarla.
Todo parecía tan confuso. No se encontraba tan arreglada
como solía estarlo en Corelia. Con el traje de enfermera,
parecía ser otra persona. Pero no eso no significaba que
dejara de ser una mujer hermosa. La observó lentamente
para contemplar su hermosura. Sin embargo, notó que
había algo extraño en ella. Se veía un poco pasada de
peso, cosa que era inusual en ella. Pero ¿de qué
importaba eso? Era ella. Maurice la abrazó con fuerza.
Como siempre, lo había salvado de seguir llevando una
vida miserable y vacía.
- Mi cielo...¿en dónde te habías metido cuando más te
necesitaba?
- Siempre he estado aquí, cariño. No sabes cuánto
tiempo te he estado esperando.
- Tenemos mucho de qué hablar, mi vida. Te he
echado de menos como no tienes una idea.
- Yo también. Y bastante. Me habías asustado cuando
dijiste que no me recordabas...
Maurice se separó un poco de ella e hizo una serie de
caricias en su rostro. Ya había olvidado cuán hermosa era.
Lucía divina. Como siempre. Sobre todo, porque el brillo
en sus ojos era aún más fuerte. Terminaron de recoger los
papeles del suelo y ambos se levantaron. Maurice no dudó
en abrazarla de nuevo.
- Amor, necesito llevar estos papeles abajo. ¿Me
acompañas?
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- Por supuesto. ¿Trabajas aquí?
- Si, soy enfermera. Vamos. Por aquí - le dijo,
señalando el elevador.
- Espera un segundo - le dijo, antes de que ella
presionara el botón.
- ¿Qué sucede?
Maurice le robó un beso, como los que comúnmente se
daban, sólo que este fue más duradero. María José
abrazaba a Maurice, sin importar que los papeles se
arrugaran. Él, en cambio, acariciaba su espalda, queriendo
recordar cuantas veces la había tenido así. Hubieran
seguido así un buen rato, de no haber sido porque María
José recordó que tenía que hacer la entrega de los
documentos.
- Cariño... - dijo, separándose de él.
- ¿Si? - preguntó, sin soltarla.
- Tengo que llevar esto.
- Lo siento - dijo, soltándola.
María José presionó el botón. Maurice tomó la mano de
María José que estaba libre. Cuando estuvieron abajo, él
recordó el evento y por un momento se sintió frustrado. No
hubiera deseado acompañarla, ya que, si su padre lo veía
lo obligaría a quedarse con él. Y, en efecto, eso pasó.
Apenas y Eduardo lo vio, caminando de la mano con María
José, lo llamó a gritos.
- ¿Con qué tu padre es el famoso multimillonario que
se dedica a hacer este tipo de cosas? - le preguntó María
José, al ver la cara de frustración de Maurice.
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- Así es.
- Quien lo diría. ¿Vamos? - le preguntó, haciendo un
ademán de querer ir en dirección a Donna y a Eduardo -
Quisiera saludar a mis suegros.
- Tal vez no sea una buena idea, cariño. - dijo Maurice,
deteniéndose.
- ¿Lo crees? - preguntó María José, imitando su
movimiento.
- Cariño, no sé qué efecto extraño nos causó el que
nos mandaran aquí, pero no fui el único que perdió la
memoria, como lo viste hace rato. Todos la perdimos.
- Yo no...
- Parece que fuiste la excepción, cielo. Sería poco
prudente que te acerques a ellos ahora. Déjame hablo con
ellos primero y ya después que pase lo que tenga que
pasar. Bien, tengo que ir con mi padre. ¿Dónde te busco?
- Estaré en pediatría.
- Ahí te veo en un rato, mi princesa - besó su mejilla y
se fue.
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Letty asintió y la siguió con la mirada. ¡Qué suerte tenía
esa muchacha!
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- ¿Dónde estabas hace rato? Tu padre estaba furioso -
le preguntó Diana a Maurice sin que Eduardo los
escucharan.
- Es ella, mamá... Es mi María José. Al fin la encontré.
- ¿De qué hablas?
- La mujer de mis sueños. Es ella, mamá. Y es la
dueña de mi anillo también.
- ¿La enfermera con la que estabas hace rato?
- Si, mamá. Es ella...
- ¿Ah si? ¿Desde cuándo la conoces? Según yo, no
tenías un gusto particular por las enfermeras.
- La conozco desde siempre.
- Y ¿por qué no me habías dicho nada de ella?
- Porque tú también la conoces.
- Tendría que verla de cerca para comprobar que es
cierto lo que dices
- Seguro la reconocerás. La estimabas bastante.
Diana sonrió. No sabía si su hijo decía la verdad o se
había vuelto loco de remate. Pero por un momento, se
alegraba de que, por primera vez en esos meses, su hijo
parecía realmente entusiasmado por algo. Al fin, alguien
había escuchado sus súplicas.
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En cuanto terminó el evento, Maurice empezó a buscar a
María José por todas partes. Necesitaba abrazarla una
vez más y si era posible, volverla a besar. Se dirigió al
lugar donde la había visto horas atrás. Subió corriendo las
escaleras. Buscó en todos los cuartos para ver cuál era el
indicado. Lo encontró, gracias a unas risas de niños que
empezaron a sonar. La puerta estaba de par en par. María
José les leía un cuento a los niños.
- Enfermera, hay un señor en la puerta. - dijo uno de
los niños al ver a Maurice, en el marco de la puerta.
María José apartó la vista del libro para ver de quien se
trataba. Cuando vio a Maurice, sonrió. Él le hizo una seña
para que saliera a su encuentro. Ella cerró el libro. 'Vuelvo
en un momento' les dijo a los niños. Colocó el libro en una
mesa. Salió de la habitación hasta estar frente a Maurice.
- ¿Tardarás mucho tiempo en salir del trabajo? - le
preguntó Maurice.
- No lo sé. Quizá por tu evento nos dejen salir un poco
antes.
- ¿Qué te parece si te rapto unas horas, saliendo de
aquí? - le preguntó, acariciando su rostro.
- ¿Para qué?
- No lo sé. Quizá para ir por ahí, platicar, mirar el cielo...
te he extrañado demasiado.
- Y yo a ti, cariño. Si quieres me comunico contigo en
cuanto ya esté en mi departamento.
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- No podré esperar tanto tiempo, mi vida. Quisiera
recuperar los días que hemos estado separados.
- Vamos, son sólo unas horas...
- Unas horas que serán eternas. Por cierto, amor, ¿te
encuentras bien? - le preguntó inspeccionándola de pies a
cabeza
- Bastante bien. ¿Por qué preguntas?
- Te ves un poco... hinchada. Y esa mirada no es
normal - dijo, mirando especialmente su vientre. María
José sonrió.
- Te lo digo después. Es una sorpresa. Bien, tengo que
seguir trabajando. Te veo al rato.
Maurice hizo una mueca de disgusto. En ese momento, el
doctor Jiménez se acercó a ellos y aclaró su garganta. Era
un doctor alto, de cabello castaño, barba perfectamente
delimitada, ojos color miel y piel clara. María José lo miró.
Parecía un tanto confundido. Incluso celoso.
- Éste evento se postergará más de lo planeado. No
tiene caso que sigas aquí. Podría hacerte daño. Puedes
irte a casa.
- ¿De verdad? ¿No quiere que me quede, doctor?
- Ya te he dicho mil veces que me hables de tú. Y sí,
ya te puedes ir. Ve por tus cosas. Aunque me gustaría que
me aceptaras el café que tanto tiempo te he invitado.
- ¿Daño? ¿A qué clase de daño se refiere? - le
preguntó Maurice a María José.
- ¿Y usted quién es? - preguntó el doctor Jiménez - No
es hora de visitas.
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- Lo siento doctor, ya había quedado de salir con él.
Por cierto, él es Maurice, es...
- Soy su esposo - se apresuró a decir Maurice,
estirando su mano.
El doctor la miró con recelo aunque después le
correspondió el saludo. Pensó que nunca aparecería.
- Vaya. No creí conocer nunca al dueño del corazón de
esta extraordinaria mujer. Que se diviertan. - dicho esto, se
fue.
- Bien, ¿nos vamos? - preguntó Maurice.
María José recogió su bolsa del cuarto donde se
encontraban los niños. Se despidió de cada uno de ellos,
prometiéndoles que les leería lo que seguía del cuento al
día siguiente. Volvió con Maurice, que estaba fascinado
mirándola. Entraron al elevador. María José presionó el
botón correspondiente.
- Por fin solos. Otra vez. - dijo Maurice sujetando la
barbilla de María José.
Sin embargo, las puertas del elevador se abrieron
repentinamente. María José salió deprisa. Maurice la
siguió. María José se dirigió con Letty, que seguía sentada
frente al escritorio. Se despidió de ella. En ese momento,
sintió como Maurice la abrazó por detrás. Ella sonrió al
sentir los brazos de Maurice alrededor de su cintura.
Maurice hizo que se girara lentamente hacia él. Diana
estaba a su lado, a la expectativa de quién era esa
misteriosa mujer que traía loco a su hijo desde hace
algunos meses.
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- ¿Te acuerdas de ella, mamá? - le preguntó a Diana,
haciendo que María José quedara frente a ella.
Donna se quedó mirándola fijamente un par de minutos.
Unos leves recuerdos venían a su mente, pero eran
demasiado vagos y no tenían coherencia entre sí. Miró a
Maurice, quien esperaba una respuesta. Al ver que no
lograba recordarla del todo, Maurice tomó la mano de
María José e hizo que tocara a Donna.
- Es un placer volver a verte - le dijo María José.
Al hacer contacto la mano de María José con la de Donna,
se produjo el mismo efecto que pasó con Maurice horas
atrás. Donna comenzó a recordar todo lo que había vivido
en su etapa anterior. Cuando terminó la cápsula de
recuerdos, abrazó a su nuera con mucha fuerza.
- Mi María José preciosa. Al fin te encontramos.
- Ahora tiene sentido el sueño que he estado teniendo
los últimos meses, mamá. Alguien quería que la
encontrara. Y al fin lo logré.
- ¡Qué alegría! Deberíamos festejarlo. Hagamos una
fiesta.
- ¿Ah sí? ¿Y con qué motivo?
- Con el motivo de que ya no eres el soltero más
codiciado de América. Lo organizaré perfectamente. Qué
felicidad que hayas aparecido, querida. Ya estaba
cansada de tanta vieja resbalosa que intentaba meterse
con mi niño
María José frunció el ceño, aparentemente celosa.
Maurice se limitó a sonreír. El comentario de su madre
había sido poco prudente. Como siempre.
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- Bien, haz lo que quieras. Pero, por ahora, es toda
mía.
María José lo miró, sin decir una sola palabra. ¿Qué era
todo ese teatro que estaban armando? Actuaban distinto a
lo normal. Como si la vida de esa ciudad los hubiese
cambiado.
- Bien, nos vamos. Si mi padre pregunta, dale
cualquier excusa. Esta tarde, estoy sólo para mí bonita y
no quiero que nadie nos moleste. - dijo Maurice rodeando
con su brazo la cintura de María José, a lo que ella se
limitó a sonreír, imaginándose las intenciones que tenía
Maurice.
- No lleguen tarde, hijo.
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Maurice miraba a María José cuando ella no se daba
cuenta. Su mundo cambió completamente con aquella
extraña aparición. Y, aunque estaba feliz de haberla
encontrado, había algo en su interior que le hacía sentir
incómodo. Había cambiado bastante en esos meses.
Tenía un nuevo estilo de vida que no se podía comparar
siquiera con el que llevaba en Corelia. Todo era distinto.
No sabía como cambiaría esto su nueva vida.
- Bien, mi princesa, ¿qué quieres hacer? ¿Vamos por
un café, un helado...? - le preguntó Maurice, deteniéndose,
al percatarse que ya habían dejado el hospital unas
cuadras atrás.
- Lo que tu elijas, mi vida. Pero antes, quisiera pasar a
mi departamento para cambiarme el uniforme.
- Haré lo que mi princesa me pida.
María José sonrió. Maurice pidió un taxi. En cuanto
ambos se subieron, María José le dio la dirección al taxista.
Al estar en marcha, se pusieron al corriente de lo que les
había sucedido en esos meses. María José no le dijo nada
del embarazo aún. Tenía que esperar a que llegaran al
apartamento para que lo supiera.
El taxi se detuvo frente al viejo y descolorido edificio donde
estaba el departamento de María José. Maurice se
apresuró a pagarle al chófer. Al bajarse, miró a su
alrededor, horrorizado. La zona no era exactamente
pintoresca. O al menos no era la clase de zonas que había
acostumbrado a frecuentar en aquella ciudad.
María José vio el gesto de Maurice. Debió imaginar que
estar allí no sería de su agrado. Para evitar que se echara
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a correr en cualquier dirección, lo tomó de la mano y lo
condujo al interior del edificio.
Entraron al departamento de María José. Maurice
inspeccionó el interior. Todo estaba en perfecto orden.
Aunque el espacio era reducido, no había una sola pieza
fuera de su lugar.
- Aguarda un segundo mientras me cambio. Por cierto,
- dijo María José tomando una bolsa de regalo que estaba
dentro de un pequeño mueble. - esto es para ti. Si quieres,
puedes abrirlo mientras estoy lista.
María José había preparado todo para que la sorpresa de
su embarazo fuera especial para Maurice. Desde que se
enteró de la noticia, había planeado todo minuciosamente.
En cuanto tuvo todo listo, lo único que le quedó por hacer
fue esperar el reencuentro.
María José entró a su recámara y cerró la puerta.
Ansiosamente, se movió de un lado a otro. Sacó unas
cuántas prendas y se las probó. Ninguna se le parecía lo
suficientemente buena para la ocasión. Optó por ponerse
una falda entallada, con la que apenas se le alcanzaba a
notar el embarazo, y una blusa, que era parte de la
sorpresa de Maurice. en la que estaba escrito el mensaje:
"voy a ser mamá". Se quedó mirando su figura en un
espejo de cuerpo completo, mientras aguardaba a que
Maurice terminara de ver la sorpresa.
Maurice se sentó en un sillón, con la bolsa entre las manos.
¿Qué estaría planeando María José? Ella no era como él.
No acostumbraba a darle sorpresas, pues nunca le
ocultaba las cosas cosas que sucedían o los regalos que
le hacía siempre se los daba sin envolver. Si le daba una
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sorpresa, significaba que era algo grande. Abrió
lentamente la bolsa. En ella, había una hoja de papel, en
la que había un mensaje escrito a mano. Era fácil
reconocer que era María José quien lo había escrito. Su
caligrafía era bastante peculiar.
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- Lo lamento - dijo colocándola nuevamente en el piso
- pero estoy muy emocionado. ¿Cómo supiste? - dijo,
sentándose al borde de la cama.
- Comencé a tener los síntomas. - dijo María José,
sentándose a su lado. - Tú me conoces y sabes que rara
vez me enfermo. Sin embargo, ahora me sentía diferente.
Entonces fue que comencé a sospechar. Fui a que me
revisaran y me confirmaron la noticia.
Maurice no dejaba de mirarla. Ahora, ya no sólo era el
amor de su vida, sino que muy pronto se convertiría en la
madre de su hijo, el cual, ahora sería la prioridad de
ambos. La besó tiernamente en los labios y después, su
vientre. María José sonrió. Al parecer la noticia le había
caído bastante bien.
- Esto tenemos que festejarlo. Ven, te invito a comer.
- Está bien, amor. Me cambio y nos vamos. - dijo María
José, tomando su playera de la parte de abajo para
quitársela y ponerse otra.
- Aguarda un momento. Aún no te la quites. - la detuvo
Maurice.
Maurice salió de la habitación, tomó su playera, se la puso
y entró de nuevo con María José, quien lo aguardaba
ansiosa.
- Te sienta bastante bien esa playera. - le dijo María
José.
- A ti también, amor. Aunque te confieso que en
realidad estoy ansioso por ver tu vientre crecer. - María
José sonrió.
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Maurice sacó su celular, abrazó a María José
acomodándose con tal de que se viera la playera de
ambos. Tomó una foto. Se dedicó a observarla unos
segundos. Sonrió.
- Ahora si, cariño. Muchas gracias.
Maurice salió del cuarto para que María José pudiera
cambiarse. Mientras tanto, subió su foto a las redes
sociales. No tardó en recibir un centenar de felicitaciones.
En efecto, era una noticia digna de elogio.
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María José sonrió. Regresaron a la estancia. Ahí se
dedicaron a depositar todos los vidrios en las bolsas de
plástico. Maurice le indicó que lo esperara mientras iba a
dejar la bolsa en el contenedor. María José caminó hacia
la sala, donde estaban Donna y Violeta, ya más tranquilas.
- No sé porque actúa así. Antes era distinto. - decía
Donna, con la mirada perdida.
- Siempre ha sido así, mamá. - le dijo Violeta. En su
voz se podía distinguir el rencor que le tenía a su padre.
- En la aldea era un buen hombre, pero cuando
llegamos aquí cambió por completo - dijo Donna, como si
no hubiera escuchado a su hija
- ¿Con que tú eres la novia de mi hermano? - dijo
Violeta, notando que María José estaba con ellas. María
José asintió. Violeta se levantó y extendió su mano. - Me
alegra que al menos alguien de esta casa pueda ser feliz,
aunque sea por unos instantes.
Cuando la mano de María José y la de Violeta tuvieron
contacto, las memorias regresaron a la mente de Violeta,
como un frenesí. Un escalofrío recorrió su cuerpo desde la
cabeza hasta los pies. Fascinada, abrazó a su cuñada con
júbilo.
- ¡Por fin! Ya era hora de que alguien viniera a
sacarnos de éste infierno. Y sé que eres tú quien nos
ayudará.
- Pero ¿cómo le haremos? Será inútil - dijo Donna,
secándose las últimas lágrimas que vertían de su rostro.
María José soltó a Violeta y se acercó a Donna. Sujetó con
fuerza sus manos, intentando pensar en alguna palabra
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que pudiera servirle de consuelo. Últimamente, ella
también había pensado en que tan difícil resultaría
regresar a la aldea. Y, por más que pensara en posibles
soluciones para regresar, ninguna era tan convincente.
- Bueno, basta de dramas, que hoy es un día para
festejar, ya que no cualquier día te enteras que llegará un
nuevo angelito a la familia. ¿Verdad, amor? - comentó
Maurice, que no había demorado en dejar las bolsas y
había escuchado todo, viendo que el rostro de María José
se tornaba un tanto melancólico.
- Es cierto. Muchas gracias por la noticia. Nos has
llenado de alegría a todos. - dijo Donna, sonriéndoles a
ambos.
Maurice sugirió un par de lugares en los que podían ir a
festejar. Tras mucho pensarlo, escogieron un restaurante
que estaba cerca de la zona. Pasaron varias horas riendo
y compartiendo anécdotas de su vida en la aldea.
En cuánto vieron que ya había oscurecido, decidieron
regresar a casa.
- ¿Por qué no te quedas con nosotros? - le insistió
Maurice a María José, quien se rehusaba a quedarse con
ellos.
- No quisiera causarles más molestias. Vamos, estaré
bien.
Maurice siguió insistiendo sin lograr convencerla. Por ello,
lo único que pudo hacer fue llevarla hasta su
departamento. Durante todo el trayecto, Maurice se
mantuvo tenso, rígido. Cuando llegaron, intentó retenerla
unos minutos más con él.
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- ¿No quieres quedarte conmigo? - le preguntó María
José.
- ¿Puedo? - María José sonrió
- Vamos. Veremos como nos acomodamos.
Maurice estacionó el auto en el primer lugar que encontró
disponible. Subieron al departamento. En cuánto entraron,
María José acomodó las cosas de la cama y se dedicó a
observarla detenidamente. Maurice entró a la recámara y
la abrazó por detrás.
- Hemos dormido en lugares más abruptos. El chiste
es estar juntos, como la primera vez.
María José sonrió. Maurice realizó una llamada telefónica
a su madre, avisándole que pasaría la noche fuera de
casa. Se quitó la camisa, el pantalón y los zapatos. María
José se puso la pijama. Se acurrucaron en la cama.
Maurice se dedicó a hacerle caricias en su rostro. Se
miraron fijamente a los ojos.
- Si tan sólo supieras...- le susurró María José
- Lo sé... te entiendo. Yo también te extrañé. Extrañé
tenerte así...
- ...tan cerca de mí...
- ...tan cerca del cielo...
- ...tan cerca del Paraíso...
Maurice besó la frente de su amada. Minutos después se
quedó profundamente dormida.
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- Me encantaría, pero tengo que ir. Además, hoy tengo
cita para ver cómo va progresando nuestro pequeño.
- ¿De verdad? ¿Por qué no me habías dicho?
- Todo ha sido tan rápido...- Maurice se levantó de la
cama y comenzó a quitarse la ropa - ¿qué haces?
- Iré contigo. De ahora en adelante, estaré siempre
contigo y con nuestro hijo - dijo, acercándose un poco a
ella. Se hincó e hizo una serie de caricias en el vientre de
María José. - Me ducharé. No tardo.
Se metió al baño. María José, en cambio, se sentó en el
borde de la cama, mirando fijamente la puerta del baño.
Maurice finalmente comenzaba a comportarse como el
hombre que era antes. Al final, sólo había sido cuestión de
pocas horas. Sonrió. Sin embargo, la sonrisa no le duró
mucho tiempo. Poco a poco, comenzó a recordar la aldea.
Sus colores radiantes en primavera, el olor a hierva
mojada durante las fuertes lluvias del verano, la brisa
otoñal y la calidez de su hogar durante el invierno. Suspiró.
A pesar de todo, no podía dejar de añorar su vida en la
aldea. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Al oír
que Maurice cerró la llave del agua, María José se levantó
de la cama y fue a al cocina a preparar el desayuno.
Maurice se vistió, aún adormilado. Por un momento,
pensó en volver a dormirse. No estaba acostumbrado a
despertarse tan temprano y menos después de haber
pasado una noche tan mala. Recordó el sueño que tuvo y
un escalofrío recorrió su cuerpo. A pesar de que
últimamente había tenido pesadillas casi todos los días,
éste sueño parecía bastante tétrico. En él, María José se
encontraba cubierta de sangre, mientras pedía ayuda a
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gritos. Maurice intentaba correr hacia ella para salvarla,
pero, a cada paso que daba, se alejaba aún más. En
cuanto pudo, tomó su mano, pero esto no ayudó en nada.
Al contrario. María José comenzó a desaparecer
lentamente, con una expresión de angustia en su rostro.
"Te amo", susurraba lentamente.
Otro escalofrío recorrió el cuerpo de Maurice. De tan sólo
recordarlo, volvía a inquietarse. No quería que aquel
sueño se volviera realidad como el que tuvo durante la
misión de las sirenas.
María José terminó de preparar el desayuno. Se dirigió de
nuevo a la recámara. Se quedó en la entrada al ver a
Maurice, sentado en el borde de la cama, con la mirada
perdida. Se acercó a él, se puso en cuclillas y tomó su
mano. Maurice reaccionó al sentir la mano de María José
sobre la suya. Al tenerla tan cerca, no dudó en acariciar su
rostro, que se encontraba lleno de preocupación.
- ¿Estás bien? - preguntó María José. Maurice sonrió.
- Si, mi amor. Sólo estaba...- vaciló al recordar su
sueño. No podía dejar que María José se enterara de su
sueño. Si lo hacía, se angustiaría y eso podría perjudicar
al bebé. -...pensando. - respondió por fin.
- Parecías preocupado...
- No es nada. Te lo prometo. Y bien, ¿ya vamos a
desayunar?
María José sonrió. Se levantó y lo guió al comedor. Juntos
desayunaron, mientras se contaban anécdotas de los
meses en los que estuvieron separados. María José se la
pasó casi todo el tiempo escuchando las palabras de
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Maurice. Las nauseas la estaban atacando una vez más.
Maurice se percató de ello. Constantemente, sujetaba su
mano y ella le sonreía en agradecimiento. Cuando
terminaron, María José se levantó y llevó los platos y
cubiertos sucios al fregadero.
- Vámonos, antes de que se haga más tarde. - dijo
María José.
Maurice la siguió cuesta abajo. Un hombre los miró desde
el pie de la escalera. En especial, se le quedó mirando
fijamente a María José, con una mirada de perversión. Era
el portero del edificio y desde que María José llegó a vivir
ahí, siempre la acosaba de alguna u otra forma. María
José se apresuró a avanzar para que el encuentro con
éste hombre no fuese a causar algún imprevisto entre él y
Maurice.
- ¿Qué tienes con mi esposa? - reclamó Maurice al
hombre, al percatarse que la estaba mirando de manera
un tanto perturbadora.
El hombre, al percatarse, esquivó la mirada de Maurice.
- Hey, mi amor, calma. Vámonos. Se hace tarde - le
dijo María José, caminando hacia la puerta, jalándole el
brazo a Maurice, para que no armara un alboroto.
Maurice caminó tras ella, no sin antes advertirle al hombre,
con una seña, que lo estaría observando.
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María José guió a Maurice al hospital. En el camino,
Maurice no dejaba de verla. El brillo en sus ojos se hacía
presente en cada momento. Cuando sus miradas se
cruzaban, su sonrisa se hacía más amplia. Maurice
imitaba su gesto, porque el verla así, le contagiaba la
alegría. Examinaba su vientre a cada instante. No se veía
abultado, porque aquel niño apenas había comenzado a
gestarse. Pero, a pesar de ello, su hijo les generaba una
emoción inmensa. Tanto, que el tiempo de gestación que
faltaba parecía eterno.
Al llegar al hospital, María José vio al doctor Jiménez en la
entrada, fumando un cigarro. Él no acostumbraba fumar.
Sólo lo hacía cuando estaba enojado, preocupado o
ansioso. Y ese día sí que estaba ansioso. A pesar de que,
desde un principio supo que no debía enamorarse de
María José, al final no pudo evitarlo. Y, cuando supo que
ella estaba esperando un hijo, su corazón saltó de gozo.
Sentía como si ese bebé fuera de él. Y ver su crecimiento
y desarrollo le producía una mezcla extraña de
sentimientos. Pero, como siempre le sucedía, algo
arruinaba su felicidad. Y ese algo, tenía nombre y apellidos.
El día anterior que los vio juntos, no pudo evitar ponerse
celoso. Ya sentía la batalla ganada. Pero ahora, Maurice le
llevaba la delantera por mucho. Cuando los vio llegar, su
corazón se llenó de pena. No debía seguir viéndolos.
Apagó el cigarro, aunque aún estaba a la mitad y entró al
hospital. Le señaló a Letty que, en cuanto llegara María
José, la hiciera pasar directamente.
Maurice y María José entraron al hospital. Caminaban
tomados de la mano. Maurice le contaba cosas graciosas
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a María José, por lo que ella reía a carcajadas. Letty, al
verlos, sonrió. Al fin, después de ver a María José tan triste
y melancólica durante esos meses, podía verla sonreír,
con un brillo de felicidad en su mirada. María José soltó a
Maurice y se acercó a Letty.
- Amiga, que gusto verte. ¿Qué novedades hay?
- Todo sigue igual que ayer. Por cierto, el doctor dice
que pases de una vez a tu consulta.
- ¿Ah si? Bueno, entonces vamos a entrar. - le hizo
una seña a Maurice, que se había quedado atrás
aguardando la señal. Maurice se acercó a ella y besó su
mejilla. - Nos vemos en un rato.
María José volvió a tomar la mano de Maurice y lo guió al
consultorio del doctor. Maurice caminaba junto a ella.
Nada más que ahora, miraba a su alrededor. Las personas
del hospital se volteaban para ver a María José. Su
presencia se imponía en el lugar. Ella saludaba a todos de
manera cordial. Los demás le correspondían el gesto.
En cuanto entraron al consultorio del doctor, María José lo
saludó amablemente, a lo que él únicamente se limitó a
ofrecerle su mano.
- Recuéstate, por favor - le dijo el doctor a María José,
señalando la cama del consultorio.
María José obedeció, dejándole a Maurice sus cosas. Él
se quedó de pie junto a ella, admirándola. El doctor
percibió esto y se puso aun más celoso. María José y
Maurice tenían una conexión especial, misma que se
reflejaba en sus miradas. Con esto, comprendió que quizá
no podría hacer nada para conquistarla.
49
María José alzó su blusa para que el doctor pudiera poner
el aparato en su vientre. Poco después, en la máquina se
comenzó a ver una pequeña forma. Maurice, emocionado,
sujetó la mano de María José con fuerza.
- ¿Ese es nuestro hijo?
- Si, amor. - dijo María José, con una sonrisa en el
rostro.
- Es hermoso...
Maurice sintió como el palpitar de su corazón se hacía
cada vez más rápido conforme más veía la figura del bebé.
Esa pequeña figura aún sin la forma fija de un bebé se
movía muy poco. De pronto, Maurice escuchó
atentamente. Un pequeño boom, boom se hacía presente
en el consultorio.
- ¿Ese es...? - preguntó Maurice, sin poder completar
la frase
- Su corazón - respondió el doctor de golpe.
Maurice miró a María José, quien lo miraba con dulzura.
Se acercó a ella y tomó su mano, gesto que fue
correspondido con una caricia. Ambos se dedicaron a
observar la imagen que se reflejaba en los rayos X,
mientras el doctor le daba unas recomendaciones a María
José. Sin embargo, ni ella ni Maurice le prestaban atención.
Al ver esto, el doctor permaneció en silencio y
repentinamente, apagó el aparato. Maurice y María José
se miraron, perturbados, por la reacción del doctor.
Maurice ayudó a María José a ponerse en pie.
El doctor Jiménez se sentó en el escritorio y escribió unas
cosas en una receta.
50
- Esto es lo que tienes que comer y tomar durante este
mes y medio. Recuerda que no puedes hacer mucho
esfuerzo ni tener emociones fuertes para que tu bebé no
sufra las consecuencias de ello.
- Le agradezco de corazón esto que está haciendo por
nosotros, doctor. ¿Es todo por hoy? - el doctor asintió.
María José se despidió del doctor, diciéndole que lo vería
en un rato más, mientras que Maurice se limitó a
despedirse con un movimiento de cabeza, gesto que el
doctor ignoró. Salieron del consultorio tomados de la
mano.
- Bien, amor. Tengo que trabajar.
- Iré a hacer algunas cosas, mientras estás aquí. Te
veo en un rato, preciosa. - Maurice se acercó a María José
y le susurró al oído - Te amo
María José le correspondió con un beso en la mejilla.
Maurice se marchó. A ratos, volteaba a verla. Ella le
sonreía. De pronto, cuando María José vio que ya iba a
cruzar la puerta, corrió para alcanzarlo. Maurice, al
percatarse, se detuvo. Cuando estuvieron frente a frente
de nuevo, María José lo abrazó con fuerza y lo besó.
- Sabía que no podía irme sin esto. - dijo Maurice,
haciéndole una caricia en el rostro. - Bueno, te dejaré
trabajar. Vengo por ti al rato.
Se despidieron. María José caminó hacia el escritorio
frente al cual estaba Letty observándola.
- Ay niña, tú sí que estás enamorada.
- Lo estuve, lo estoy y lo estaré siempre - dijo,
sonriendo.
51
Al poco tiempo, le ayudó a Letty a ordenar los papeles que
tenía en el escritorio, mientras le contaba cuál había sido
la reacción de Maurice con lo del embarazo.
***
14
52
dirigió a casa de sus padres. Allí encontró a Donna,
leyendo una revista de moda.
- Vaya, por fin apareces. Tu padre ha estado
preguntando por ti.
- ¿Está aquí?
- Si, está en su despacho. Dijo que, en cuanto llegaras,
fueras a verlo. Parece que es algo urgente. Así que date
prisa.
Maurice se dirigió al despacho de su padre. Entró sin
avisar. Ahí estaba él, con otro señor, de cabellera repleta
de canas, y postura un poco encorvada. Los dos vestían
de traje y jugaban ajedrez.
- Vaya, por fin nos alegras el día con tu presencia. -
dijo Eduardo, levantándose de su asiento. El otro hombre
imitó su acción - Hijo, él es el Sr. Rochefeller. Es dueño de
una importante empresa aquí en la ciudad. Y está
buscando a alguien que quiera trabajar para él. ¿Estarías
dispuesto a aceptar el puesto?
Maurice vaciló antes de responder. Su padre no proponía
algo sin esperar algo a cambio. Debía ser muy cuidadoso
en que era lo que debía aceptar.
- ¿A cambio de qué?
- Oh no, de nada - respondió el señor. - sólo necesito a
alguien de confianza y tu padre habla maravillas de ti.
- No lo sé. Tendría que pensarlo.
- Bueno, cualquier cosa, te dejo mi tarjeta. - le entregó
una tarjeta a Maurice en la que había un nombre escrito en
53
grandes letras, junto con un teléfono y un correo
electrónico. - Llámame cuando tengas una respuesta.
Maurice asintió. Se despidió de mano del señor y salió del
despacho. Por un momento, pensó en la propuesta. Era
bastante atractiva. Recordó cuantas maravillas había oído
de la empresa de aquel hombre que se encontraba con su
padre. De pronto, podía ser una buena oportunidad para
tener un trabajo que le pudiera dar lo necesario para
mantener a su mujer y a su hijo. Guardó la tarjeta en la
bolsa de su pantalón.
Subió a su recámara. Tomó una valija que tenía guardada
en su armario. Comenzó a guardar toda sus pertenencias,
hasta dejar todos los muebles vacíos. Bajó lo más deprisa
que pudo. Debía evitar que alguien lo viera y que tratasen
de impedir que se marchara.
Se subió al auto. Arrancó y manejó directamente hasta el
nuevo apartamento que había comprado. Al llegar,
estacionó el auto, sacó la maleta y fue directamente hasta
su nuevo hogar. Comenzó a guardar y a acomodar sus
pertenencias en los lugares correspondientes y después
se dedicó a observar como lucía todo. Al mirar la hora, se
percató que María José estaba por salir. Así que
rápidamente se fue al auto y condujo hasta el hospital.
***
15
54
María José estaba sumamente feliz. Las cosas estaban
marchando de maravilla, tanto con su embarazo, como
con su relación con Maurice. O al menos eso creía.
Aunque todo le parecía tan irreal y mágico, tenía un
presentimiento de que algo malo pasaría. Deseaba que su
presentimiento no fuese real, como lo había sido en
ocasiones anteriores...
Su turno se pasó tan rápido que apenas se había
percatado cuando la otra enfermera había llegado a
relevarla. El doctor últimamente creía que debía trabajar
menos tiempo, lo cual a María José le parecía absurdo,
pero no podía objetar nada al respecto.
En cuanto salió del hospital, se dio cuenta que ahí estaba
Maurice esperándola. Lo abrazó y lo besó. Maurice le
abrió la puerta del auto. María José se subió y esperó a
que Maurice hiciera lo mismo. En cuanto Maurice
comenzó a conducir, pudo darse cuenta que no iban hacia
ningún lugar conocido.
- Amor, ¿a dónde vamos?
- Es una sorpresa, amor. Te va a gustar.
En cuanto llegaron al edificio en el que Maurice había
comprado el apartamento, María José comenzó a dudar.
Al bajarse del auto, Maurice le tapó los ojos con ambas
manos.
- ¿Qué haces? - preguntó María José con una risa
nerviosa.
- Sigue mi voz.
Maurice guiaba a María José mediante la voz, mientras
tapaba sus ojos.
55
- Ya casi llegamos.
- ¿Dónde estamos?
- Ya lo veras. No seas impaciente. Te gustará.
Cuando vio que todo estaba listo, quitó sus manos del
rostro de su amada y se puso rápidamente delante de ella.
- ¡Sorpresa! - gritó entusiasmado.
- ¿Dónde estamos?
- Este lugar, mi vida, es nuestro nuevo hogar. ¿Te
gusta?
María José inspeccionó cada rincón del departamento. No
esperaba que tan pronto se mudaran. Maurice la seguía,
esperando una respuesta.
- Está hermoso. Muchas gracias. No tenías porque
hacerlo.
- Claro que tenía. Necesitábamos más tiempo para los
dos. Sé que desde que estamos en esta ciudad, alejados
de todos, ha sido difícil para ti acostumbrarte a todo esto.
Pero, ahora que estamos juntos, aprenderemos a rehacer
nuestras vidas.
- Amor, sé que te gusta mucho este lugar, esta vida
llena de lujos y comodidades. Pero no es lo que yo estoy
acostumbrada a vivir. Como dices, ha sido muy difícil para
mi acostumbrarme a esta vida, a estar lejos de mi familia,
del lugar que me vio crecer. Y ese lugar, es y será siempre
mi hogar. ¿Me entiendes?
- Si, amor. Pero mientras buscamos la solución,
necesitamos enfrentarnos juntos a este problema. Así,
encontraremos a todos los demás. Cree en mí.
56
María José esbozó una sonrisa, aunque no fue de alegría.
Él no quería marchar a la aldea. Había algo en su voz que
lo delataba. Maurice la abrazó. Pronto, encontró un tema
que podría animarla.
- Amor, un amigo cumple años hoy y hará un pequeño
festejo en un lugar por aquí. ¿Te gustaría acompañarme?
Sé qué a mis amigos les encantará conocerte. Además,
necesitamos divertirnos, pasar un tiempo agradable
juntos.
- ¿Con qué nuestros festejos en la aldea no cuentan?
- Esos fueron los mejores festejos. Pero me refiero a
celebrar algo con más gente. Anda, vamos. Nada más un
rato.
- Bien, me cambiaré para irnos a la cantina. No tardo,
princesa.
María José aprovechó para hacer lo mismo. Mientras
Maurice se cambiaba en el baño de la recámara principal,
María José se maquillaba. En cuanto Maurice salió del
baño, vio a María José sentada en el borde de la cama,
vestida con un conjunto negro y maquillada muy
sutilmente.
- ¿No traías puesto tu traje de enfermera?
- Si, pero siempre cargo una muda extra de ropa. -
Maurice sonrió
- Bien. ¿lista? - le preguntó.
María José trató de esbozar una sonrisa, pero sin duda no
pudo hacerlo. Esa situación la incomodaba bastante.
Nunca se había sentido igual con Maurice. Él la tomó de la
mano y besó su mejilla. Así, se fueron al festejo.
57
***
16
58
- Espera, cielo - dijo Maurice, sentándose rápidamente
- listo - dio un par de palmadas en sus piernas con el fin de
que ella se sentara ahí
- ¿No te lastimaré?
- Para nada, amor. Vamos.
María José obedeció a Maurice. Estando sobre sus
piernas, colocó su brazo alrededor del cuello de su esposo,
mientras que él acariciaba su espalda.
Una mujer se acercó a la mesa y habló:
- ¿Quieren que les traiga otra silla para que estén más
cómodos? - dijo, con tono amable
María José identificó la voz. Ella la conocía. ¿Cómo no
reconocer a aquella mujer que tanto lo había ayudado?
Recordó cada instante vivido con ella. La miró y tocó la
mano de la mesera. En un instante, ella también la
reconoció.
- ¿Arethusa? - preguntó María José, levantándose
rápidamente
Pero Arethusa no pudo responder. Seguía embobada con
los recuerdos que aparecían en su mente, recuerdos
desde que era fue creada como ninfa, como volaba por los
prados de Antión, como veía a las personas morir a causa
de las sirenas y como los encontró a todo el grupo con
Fanne y los otros chicos. Cuando acabaron de pasar por
su mente, ella sonrió y no pudo evitar abrazar a María
José, que seguía esperando respuesta, ahora ya de pie
frente a ella.
- Estaba cansada de esperar alguna señal sobre mi
procedencia y de pronto llegas tu y me demuestras que el
59
tiempo es perfecto cuando esperas lo suficiente. Gracias
por venir. Tenemos muchas cosas de qué hablar.
- Me alegra tanto volver a verte. Te extrañé mucho.
Creo que, ahora que te he encontrado, las cosas volverán
a ser antes.
- Por supuesto que si. Me da gusto que estén juntos.
-dijo mirando a Maurice - Bien, si no te importa, te la
robaré unos minutos, mientras disfrutas un buen rato con
tus amigos.
- ¿Para qué?
- Para que platiquemos. Hemos estado distanciadas
mucho tiempo y tenemos que ponernos al corriente de
todo lo que nos ha pasado hasta ahora.
- También tenemos que pensar en posibles soluciones
para regresar a casa.
- Eso es muy importante. Claro que si.
- Pero que no sea mucho tiempo el que me la quites.
Ya sabes que no me gusta estar sin ella ratos tan grandes.
- Lo sé. Prometo regresártela pronto.
María José besó los labios de Maurice y después siguió a
su vieja amiga a la barra de bebidas. Arethusa se pasó al
otro lado de la barra, mientras que María José se sentó
frente a ella.
- Me alegra haber encontrado a alguien de la aldea. La
verdad es que no es lo mismo convivir con las personas de
esta ciudad.
- En este país son pocos los que se preocupan de
corazón por los demás. A ninguno le importa ayudar a los
60
más desprotegidos sin recibir algo a cambio. Pero es muy
diferente si es alguien a quien quieren, por ellos si son
capaces de cruzar el cielo con tal de no dejarlos sin
amparo.
- Por eso quiero regresar a la aldea. Han pasado
varios meses desde que nos mandaron aquí. Y el bien
de todos, lo más conveniente es que regresemos pronto.
Pero Maurice parece que no quiere regresar.
- Lo supuse. Le ha ido bien económicamente. Sí
regresamos, lo perderá todo y tendrá que empezar desde
cero.
- Pero allá teníamos un patrimonio, una casa, a
nuestra familia. No teníamos que preocuparnos por nada.
Todo lo teníamos solucionado.
- No te preocupes, ahora que estamos juntas,
podremos encontrar la respuesta que nos lleve a casa.
Sólo tienes que tener paciencia. Con el viaje he perdido
mis instrumentos de magia y no se dónde conseguirlos
aquí. Además tengo que establecer una conexión con
Milenna y tendría que averiguar como lograrlo - María José
hizo una mueca de decepción que Arethusa alcanzó a
percibir - pero no te desanimes. Será difícil pero no
imposible. Sé cuanto te duele todo esto, pero será
momentáneo.
- Eso espero. Además, necesito encontrar a mi madre.
Quisiera estar con ella en esta etapa que estoy viviendo.
- Por el embarazo, ¿no es así?
- ¿Cómo lo supiste?
61
- Ya comienza a notarse. - María José le sonrió
meláncolicamente, mientras hacía caricias en su vientre.-
No te preocupes. Pronto las encontraremos. Lo prometo.
Ahora, pensemos ¿cual será la herramienta que nos
conecte con Milenna?
- Decía mi madre que, mientras estábamos en la
aventura, Milenna hizo que ambas nos conectáramos, yo
la vi a través de una luciérnaga y ella me vio a través de
una estrella.
- ¡Claro! Aunque tenemos que buscar un objeto que
haya sido fabricado en la aldea que nos permita establecer
una conexión. - hizo una pausa y miró a Maurice a lo lejos.
- bueno, luego seguimos pensando esto. Será mejor que
vayas con tu esposo. No ha dejado de verte desde que te
traje acá. Además está bebiendo mucho. Tal vez podrías
controlarlo.
- ¿Maurice bebe?- Arethusa asintió - Que extraño. En
la aldea no lo hacía.
- Míralo tú misma - dijo señalando a Maurice. María
José volteó y vio a Maurice bebiendo un gran sorbo de un
líquido amarillento. Suspiró.
- ¿Estarás aquí todavía?
- Aquí vivo. Aquí me puedes encontrar cuando gustes.
- Bien, iré un rato con Maurice y después regreso
contigo.
- No pierdas la fe. Saldremos de aquí y regresaremos
a casa.
María José le sonrió como muestra de agradecimiento,
se levantó y caminó hacia la mesa.
62
***
17
63
Mauricio siguió callado, aparentemente molesto. ¿Qué
estaba pasando? María José ¿pidiéndole un favor? Desde
qué la conoce, sólo en los casos extremos lo había hecho.
Algo estaba mal. Su respiración se volvió agitada. Había
pasado mucho tiempo desde que no se ponía así.
- Con una condición - respondió, aunque de manera
casi ininteligible.
- ¿Cuál?
- No vuelvas a dejarme. Nunca. ¿Oíste? Nunca. No
quiero que me dejes por nadie. No quiero estar separado
de ti en un solo momento. Quiero sentirte siempre junto a
mi. No quiero que hables con nadie que no sea yo. No
quiero que le sonrías a nadie que no sea a mi. No quiero
que veas a nadie que no sea a mi. Sea quien sea, hombre
o mujer. Quiero que dejes de trabajar también. ¿Me lo
juras?
- ¿Pero mi trabajo que tiene que ver en esto?
- Que tratas con doctores y muchos hombres más.
Incluso, está ese doctor que no deja de cortejarte.
- El doctor sólo es amable conmigo
- ¿Qué no ves que te ama y que está dispuesto a
hacer lo que sea por ti?
María José bufó. Ahora ambos estaban de pie, uno frente
al otro y estaban discutiendo a gritos, tanto que todo el bar
se había percatado de su pelea. Arethusa estaba a la
expectativa de los movimientos de Maurice, que se le veía
sumamente alterado.
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- Definitivamente estás ebrio. No puedo jurar nada así.
Es absurdo. - respondió María José, bajando el tono de
voz.
- Entonces piensas dejarme.
- ¡No! Jamás te dejaría. Pero piénsalo un momento. Lo
que pides es absurdo.
- No es absurdo. ¿Acaso es mucho pedir que seas
sólo mía?
- Maurice ¿qué esta pasando contigo? Nunca fuiste
así. - suspiró - ¿sabes algo? Me voy a casa. Llega cuando
estés tranquilo y sobrio. - María José caminó hacia la
puerta.
- Tú no te vas.
Maurice la jaló con fuerza del brazo y la llevó hacia si.
- ¿Qué haces? - le preguntó María José, confundida
- Tú te quedas conmigo. No dejaré que nadie se te
acerqué. ¿Entendido?
Dicho esto, la empujó, haciendo que estuviera a punto de
caer al suelo. Todos los que estaban en el bar
presenciaron la escena. Arethusa corrió hasta donde
estaba María José y evitó que llegara al suelo.
- Tranquila. No pasó nada
Maurice, al ver todo el alboroto, volteó y vio a su mujer,
sujetando su vientre, con la respiración entrecortada.
Intentó ir hacia ella para auxiliarla, pero varios hombres se
lo evitaron.
65
- ¡Estás enfermo! - le gritó María José a Maurice - ¡me
da asco ver en que te has convertido! ¡No quiero volver a
verte!
Maurice intentó evadir a los hombres para acercarse a ella,
pero Arethusa se lo impidió.
- No te atrevas a tocarla. ¿No la escuchaste? No
quiere verte.
- Es mi esposa. Esto no se puede quedar así. Tengo
que arreglarlo - dijo Maurice, intentando acercarse a María
José, pero Arethusa se resistía a dejarlo pasar.
- Si quieres intentar hacer algo, vuelve mañana,
cuando estés sobrio.
- ¿Qué pasará con ella?
- Yo me encargo de ella por ahora.
- Cariño, perdóname. No fue mi intención. - un hombre
se acercó a él y lo empujó lejos de ellas.
- Tranquilo, galán. Si te acercas a ella en el transcurso
de la noche, tendrás problemas con la policía. Ah y
agradece que no hemos llamado a los medios para que
hagan la nota de su estrella.
Maurice hizo una rabieta y salió del bar. Arethusa llevó a
María José a un cuarto afuera del bar.
- Vamos, siéntate. Te curaré.
- Así estoy bien. No me pasó nada grave. Lo único que
espero es que no le haya afectado al bebé.
- Por eso, lo mejor es que te sientes. - dijo Arethusa,
acercando una silla hasta María José. - estarás más
cómoda.
66
- Muchas gracias. Por todo.
- Para eso estamos. Será mejor que te quedes
conmigo estos días. No sabemos que pueda hacer
Maurice después de lo que pasó hoy.
- Nunca me había tratado así. No sé lo que sucedió.
Fue muy extraño. Pero lo más raro de todo es que, a pesar
de esto que pasó, no quiero que le pase nada. No quisiera
dejarlo solo esta noche. No sé que es capaz de hacer.
- Si no viene mañana, no dudo que regrese después.
Mientras tanto, debes estar tranquila. Si no lo estás, las
cosas empeorarán.
- ¿Dónde estamos? - preguntó María José observando
el cuarto.
- Aquí vivo desde hace meses, que pasó lo de...bueno
ya sabes que pasó.
- ¿De verdad?
Arethusa asintió moviendo la cabeza. María José se
levantó de la silla y caminó alrededor del cuarto,
observando todo lo que había ahí.
- No te preocupes. A pesar del tamaño, si cabemos las
dos. Bien, instálate, ponte cómoda. Iré a trabajar. Regreso
en un rato. No salgas. Tal vez Maurice siga por aquí.
María José hizo lo que Arethusa le dijo y se sentó en la
cama. Ella, al ver que se quedaba bien, sonrió y salió del
cuarto. María José entonces reflexionó sobre lo que
acababa de suceder, mientras daba ligeros masajes en las
partes en las que Maurice había presionado más fuerte.
Observó su vientre. No parecía que hubiese algo fuera de
lo normal. Entonces pensó en aquellos sucesos. El poder
67
que Maurice había adquirido en aquel lugar lo estaba
transformando en una bestia, tanto que fue capaz de herir
a lo que, hasta hace unos minutos creía, era lo más
importante de su vida.
Entonces, dedicó unos minutos a recordar su vida en la
aldea después de que regresaron de la aventura.
En cuanto regresaron, fueron nombrados reyes de la aldea.
Pero hay algo especial en esto. En esos momentos,
Maurice no cambió su actitud. Al contrario, se había vuelto
más dulce y tierno. Como en esos días, ella permanecía
sin memoria, Maurice no se despegaba ni un segundo de
ella, la llevaba a muchos lugares que habían sido testigos
de su amor y contaba cada detalle de lo que habían
pasado juntos.
Ahora que se habían encontrado nuevamente, era distinto.
Maurice se comportaba distante y frío. Ya no la besaba, a
menos que ella tuviera la iniciativa de hacerlo primero.
María José se levantó y caminó en círculos. ¿Qué hubiera
pasado si ella también hubiera perdido la memoria, como
los demás? Todo hubiera sido distinto. No regresarían
nunca a la aldea si no fuera por ella. Pero eso tendría que
ser una pista para encontrar a todos y para regresar. Sin
embargo, el recuerdo de Maurice invadió su mente de
nuevo. Si él no quería regresar, ella tendría que hacerse
cargo sola de su pequeño.
Se acomodó en la cama de tal manera que, cuando
Arethusa regresara, pudiera acostarse también. Minutos
después, durmió.
68
***
18
69
- Buenos días. ¿Terminaste muy tarde de trabajar
ayer?
- Si, hubo mucha clientela. Aparte, el lugar terminó
muy sucio y me tocó limpiarlo. ¿Dormiste bien?
- Si, muchas gracias. Me sentí como...- hizo una pausa
breve, un nudo en la garganta le impidió hablar por un
momento - ...en casa.
- Me alegra. Bien - dijo Arethusa, levantándose de la
cama - necesito comprar cosas para comer. Acompáñame.
¿Nos vamos? - Arethusa tomó una chamarra y la colocó
sobre su brazo
- Por supuesto. Nada más debo avisar que no iré a
trabajar hoy.
María José calzó sus zapatos. Después, le llamó por
teléfono a Letty para avisarle.
- ¿Si? ¿Qué pasó amiga?
- Amiga, ¿puedes avisar que no iré al trabajo hoy?
- ¿Todo bien, amiga?
- Tengo malestar por el embarazo. Es todo.
- No te preocupes, le avisaré al doctor en cuánto lo
vea.
María José agradeció a Letty y colgó. Se puso de pie y
junto a Arethusa, salieron del cuarto y entraron a la
cantina.
- No tardo, Eddie. Regreso en un rato. - le avisó
Arethusa a un hombre calvo y gordo que vestía una
playera negra y unos pantalones de mezclilla.
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- Un momento, muñeca. Alguien te busca. - le dijo el
hombre
- ¿Quién?
- El hombre que esta sentado ahí - dijo el hombre,
señalando a alguien en un rincón del establecimiento.
Las dos voltearon y vieron a Maurice sentado con una
botella de agua entre las manos. En cuanto las vio, se
levantó y corrió hacia María José, sin embargo, Arethusa
se colocó delante de ella.
- Pensé que no vendrías. - le dijo María José
- ¿Y saber que había traicionado la confianza de lo
mejor que me había pasado en la vida? Jamás. Tenemos
que hablar. - miró a Arethusa - a solas.
- ¿Cómo sabré si no le harás nada, como ayer?
- Puedes quedarte cerca, si quieres. Pero dudo que
algo malo pase.
- Eddie, ven. - y los dos se sentaron a unas mesas de
distancia.
Maurice caminó, un tanto nervioso, de un lado a otro.
Cualquier cosa podría haber sido usada a su favor o en su
contra.
- ¿Y bien? - preguntó María José, poniéndose delante
de él.
- Ven, sentémonos un rato - dijo Maurice separando
unos bancos de la mesa. María José se sentó y esperó a
que él lo hiciera. Estando frente a frente, Maurice volvió a
hablar. - No sé que debo hacer para que me perdones por
lo que hice ayer. Fui un idiota, lo sé. Estaba...
71
- ...borracho. Lo sé. - interrumpió María José
- Sabes que eres mi vida ¿verdad? - preguntó Maurice,
tomando su mano. María José sonrió. - En verdad, no
quería hacerte daño. Quisiera saber como puedo reparar
el daño que hice.
- Creo que lo mejor, por ahora, es que decidas que es
lo que quieres en verdad. Si quieres estar conmigo o no. Si
quieres quedarte conmigo y con el niño, marcharemos
juntos a la aldea, nuestro hogar. Si no, podrás quedarte
aquí y seguirás disfrutando de tus lujos. Porque el niño se
irá conmigo.
María José sentía un nudo en la garganta mientras estaba
pronunciando estas palabras, pero mantuvo la voz firme
para que Maurice no lo notara. Fue difícil decirle eso. Pero
sabía que era necesario para sanar su relación. No estaba
segura, pero tenía una corazonada de que escogería la
segunda opción. Durante unos minutos, permanecieron en
silencio.
Maurice no se atrevía a mirarla a los ojos. Ella tenía razón.
Algo estaba cambiando en él. Se estaba dejando llevar por
las cosas de ése mundo. Y ella no merecía actitudes como
la de la noche anterior. Tenía que reparar todas esas
conductas que lo alejaban de ella, para poder tener una
relación como la que tenían antes.
- Cariño...yo...- titubeó Maurice - quiero estar contigo.
Siempre he querido estarlo. Pero no creo estar listo para
retomarlo. No quiero volver a lastimarte. - dijo, mirando el
brazo de María José.
- ¿Y entonces que pasará?
72
- Dame tiempo. Y solucionaremos esto. Volveremos a
estar juntos como antes. Y así, juntos, regresaremos a la
aldea.
- Está bien. Entonces regresaré a vivir al antiguo
departamento. En cuánto estés listo, sabes donde
buscarme. Ahí, en el departamento, o en el hospital. Bien -
dijo María José poniéndose de pie. - tengo que irme.
Maurice titubeó. Se levantó también él. En lugar de haber
mejorado las cosas, las había estropeado. María José
notó que parecía indeciso.
- Sólo será un tiempo ¿no es así? - le preguntó
Maurice
- Es tu decisión - respondió María José
- Dejemos que sean dos días nada más. Si en dos
días siguen las cosas igual...- Maurice no pudo terminar la
frase. María José le sonrió e hizo una caricia en su mejilla.
- Se solucionarán. Ya lo verás.
María José caminó hacia Arethusa, pero Maurice tomó su
mano. Ella entendió la señal. Siempre hacía lo mismo.
Volteó a verlo y por inercia, lo besó. Él la sostuvo en sus
brazos un buen rato, como si quisiera retenerla consigo.
Por un arrebato, había abierto una brecha entre ambos.
Brecha que nunca debió existir. Debía regenerarse. Por
ella. Por su hijo. Por todos.
***
19
73
María José se secó unas lágrimas que brotaban de sus
ojos. Aquella situación era sumamente difícil. Lo que había
dicho en el bar era para poner a prueba a Maurice, pero
ahora veía que en realidad el prefería vivir ahí, que en la
aldea, lo cual le generó un malestar muy fuerte. Todos los
sueños que tenía con él parecían venirse abajo. Pero aún
así, no perdía la esperanza de que todo eso fuese un mal
sueño.
En cuanto llegaron al supermercado, Arethusa tomó un
carrito.
- Creo que debiste haberte cambiado antes de venir
aquí
- ¿Por qué?
- No traes muy buena cara.
- ¿Me acompañarás a mi departamento después de
aquí para que pueda cambiarme?
Arethusa asintió. Recorrieron el supermercado y en cada
pasillo tomaban varios productos.
En un pasillo, mientras ambas jugaban, María José, quien
iba distraída, chocó contra una empleada del lugar. Las
cosas que ambas traían en las manos cayeron al suelo.
"Lo lamento mucho" dijo María José, mientras trataba de
levantar todo. De pronto, su mano y la de la empleada se
tocaron, y fue entonces que los recuerdos en la mente de
ambas comenzaron a brotar.
Julia la miró a los ojos, comprendiendo todo lo que
sucedía a su alrededor que todavía no tenía respuesta.
¡Por fin pudo resolver el enigma sobre su hija! María José,
74
en aquellos ojos se vio reflejada a sí misma; su presente,
su pasado y su futuro de pronto se unían para formar lo
que ella era en esos momentos.
- ¿Mamá?
- Mi niña - dijo, acariciando su mejilla. - te extrañé
bastante, cielo. Te creí muerta hasta ahora, como en
aquellos tiempos. - vio a Arethusa, que las veía conmovida
detrás de María José. - ¿me esperarían unos minutos? Mi
turno acaba en media hora.
- Por supuesto, estaremos por aquí. Si no nos
encontramos, te esperamos en la salida. Me da mucho
gusto verte. - dijo Arethusa, ayudando a María José a
levantarse.
Las tres sonrieron. María José y Arethusa siguieron su
recorrido por el supermercado, pero ahora de manera más
lenta, para dar tiempo a que Julia terminara su turno.
Julia, mientras tanto, apresuraba todo el trabajo que tenía
pendiente.
Julia las esperaba en la salida. Se veía impaciente.
Arethusa y María José se miraron confundidas. Fueron
hacia ella y la saludaron.
- Creí que lo que sucedió había sido un sueño, mi niña
- dijo, abrazando a María José - pero ya estamos juntas de
nuevo. Por cierto, necesito que me acompañen a un lugar.
- Pero tenemos que dejar estas cosas en algún lugar.
- No se preocupen. Iremos en taxi al lugar que les digo
y después a casa para que podamos platicar con calma.
Julia caminó con el carrito de compras rápidamente.
Arethusa y María José se encogieron de hombros. No
75
entendían nada. Aún así, caminaron detrás de Julia. Las
tres esperaron unos minutos de pie hasta que llegó un taxi.
Subieron las cosas a la cajuela y después ellas entraron al
vehículo.
Julia dio unas indicaciones al taxista en secreto y el taxi
arrancó. María José miraba a través de la ventana a todas
personas que caminaban por la calle. Todos eran tan
distintos pero había algo que los unía: la desesperanza y
la pérdida. Y entonces se preguntó ¿acaso también ella se
veía así en esos momentos?
- Hija ¿y Maurice?
- No lo sé. Supongo que debe estar en su casa.
- Pensé que ya se habían encontrado.
- Así fue. Pero...no quisiera hablar de eso.
- ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Te hizo algo?
- Maurice y María José fueron a una cantina anoche a
festejar un cumpleaños. Como ahí trabajo y nos
encontramos, nos pusimos a platicar un rato. Cuando ella
regresó con Maurice, empezaron a discutir hasta que él la
empujó. Por poco cae. Afortunadamente, no pasó a
mayores- resumió la historia Arethusa.
- ¿De verdad hizo eso? - preguntó Julia, mirando a
María José pero ella no le hacía caso y seguía mirando a
la gente pasar. - déjame verte. - volteó el rostro de María
José hacia ella y la inspeccionó. Sin embargo, al ver las
marcas en el brazo de María José, un gemido de horror
salió de su boca. - pero...
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Arethusa apretó el brazo de Julia y le hizo una señal, con
la que ella comprendió que no era prudente hablar del
tema.
Julia calló entonces y se asomó por la ventana para ver si
ya habían llegado al lugar. Le indicó al taxista que habían
llegado, les dijo que bajaran las cosas. Entre las tres,
cargaron las bolsas del supermercado y las dejaron en el
pórtico de una casa anaranjada. María José le pagó al
taxista para que pudiera marcharse.
Julia les indicó que esperaran ahí, mientras sacaba las
llaves de su casa.
- Mientras encuentro las llaves, hija, platícame. ¿Has
ido al doctor últimamente?
- ¿Por qué preguntas? - preguntó María José,
sospechando que ya sabía algo de su embarazo
- Te ves algo diferente. No traes buen semblante.
- Es que tengo una noticia que darte.
- ¿Ah si? ¿Cuál es? - preguntó Julia, sacando las
llaves de su bolso.
- Estoy embarazada
En ese momento, Julia dejó caer las llaves y su bolsa de la
impresión. Volteó a ver a María José. Su vientre estaba
ligeramente abultado.
- ¿De verdad?
- Si, mamá. Vas a ser abuela
De la emoción, Julia la abrazó fuertemente, gritando de la
emoción.
77
- ¡Qué gran noticia! Es lo mejor que he escuchado en
estos meses. Sé que éste niño nos traerá mucha felicidad.
Vengan, entremos. Necesitamos ponernos de acuerdo
sobre que vamos a hacer ahora.
- ¿Qué haremos de que? - preguntó Arethusa,
entrando a la casa. María José entró tras ella.
- Necesitamos hacer algo para regresar a la aldea. No
podemos quedarnos aquí. No será bueno para el bebé.
Además tenemos que regresar a nuestro hogar. - dijo Julia,
entrando a una habitación
- Justamente de eso hablábamos ayer. Pero no se nos
ocurría nada. - comentó María José
- Debe haber un truco especial para regresarnos - dijo
Julia desde la otra habitación.
Cuando salió y las vio de pie, les indicó que se sentaran.
***
20
79
- Si. Dice que tiene algo importante que decirme.
Realmente, no sé para que sea. Pero insistió mucho en
venir y en saber como estaba el bebé.
- ¿No será que tienes un admirador más?
- No lo sé. Siempre ha sido muy atento conmigo.- dijo
María José jugando con su cabello. Arethusa y Julia se
miraron. - Pero no me puede ver así. Luzco fatal. ¿Dónde
está el baño? Aunque sea me lavaré la cara.
Julia la guió. Le mostró dónde estaba el desmaquiilante.
La dejó sola por un rato, mientras se lavaba la cara.
Mientras tanto, buscó unas cuantas prendas que le
pudieran quedar más o menos bien y se pudiera quitar lo
que traía puesto. Al encontrar algo, se lo llevó al baño.
María José miraba su reflejo en el espejo. Unos días antes
se encontraba feliz de haber encontrado a Maurice. Su
vida parecía estar resuelta. Pero en esos momentos, todo
parecía ser tan incierto como antes de encontrarlo. Quien
los haya mandado ahí estaba haciendo una muy buena
jugada para hacerlos retroceder.
Julia entró al baño. Le entregó las prendas. María José se
apresuró a cambiarse. El doctor no tardaría en llegar. No
podía dejar de pensar en qué pasaría si tan sólo pudiera
enamorarse de alguien más. Pero no podía hacerlo.
Siempre supo que su destino era estar con Maurice. Pero
había veces en que él no pensaba lo mismo.
Su celular comenzó a sonar. Contestó sin ver quien la
llamaba, pensando que era el doctor.
- ¿Si?
- ¿Amor?
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María José se quedó boquiabierta al escuchar la voz de
Maurice.
- ¿Maurice? ¿Eres tú? - preguntó María José, saliendo
del baño.
- Si, cariño. Soy yo. Quería saber cómo estabas.
- Estoy bien. ¿Tú lo estás?
- Si. Bueno...Relativamente. Te extraño.
- Nos vimos hace unas horas...
- Pero pensar que no nos veremos hasta en dos días,
me causa pesar.
- Nadie dijo que no podríamos vernos.
- Por eso te hablaba. Quisiera verte. Tengo tantas
cosas que contarte...
- ¡Pero si nos vimos hace un rato!
- Lo sé, pero hay una cosa que quisiera contarte en
persona. ¿Estás en el hospital?
- No...no estoy ahí.
- Entonces ¿estás en el apartamento?
- No, no estoy ahí.
- ¿Dónde estás?
María José dudó unos minutos en decirle. Por unos
momentos, no estuvo segura si eso sería bueno para él.
Debía ser cautelosa, pues no podría tomarlo a bien.
- ¿Amor?
- Si quieres te veo en una hora y media en mi
departamento.
81
- Me parece buena idea. Pero ¿estás bien?
- Si, amor. Lo estoy.
***
21
82
Pero ¿quién puede actuar con cordura, mientras la flecha
de Cupido está en su corazón?
Y ahí estaba, frente a ella. Lucía ligeramente pálida.
Parecía como si hubiera visto a un fantasma. Estaba
contrariada. Se acercó y le tendió la mano. María José le
correspondió el gesto, temerosa.
- Temí tanto que te hubiera pasado algo. Nunca
habías faltado a trabajar. Por eso, quería verte
personalmente, saber que estabas bien. Sólo quería...-
permaneció en silencio, al ver que sus palabras no
ayudaban - ¿estás bien? - María José asintió. - ¿puedo
revisarte?
María José se acercó. Se recostó en uno de los sillones. El
doctor examinó su vientre. Ya comenzaba a crecer.
Escuchó con su estetoscopio el latido del corazón de
María José. Latía con regularidad. Todo estaba en orden.
- Parece que todo está en orden. Cuéntame, ¿qué
síntomas tenías?
- Estaba un poco mareada. Y tenía muchas náuseas. -
mintió María José para que no dar explicaciones sobre lo
sucedido la noche anterior.
- Creo que es algo normal dentro del embarazo. No
hay nada de que preocuparse. Todo marcha bien con el
niño.
María José esbozó una sonrisa, aunque no le duró mucho,
porque recordó que probablemente volvería a estar sola.
El doctor percibió que había algo que estaba pasando por
lo que prefirió decir algo para animarla.
- Ya comienza a notarse tu vientre.
83
- ¿De verdad? - preguntó María José, mientras se
levantaba del sillón. El doctor asintió. Le ayudó a
enderezarse. - Vaya. - suspiró.
- ¿Puedo decirte algo? - ella asintió - así te ves
hermosa.
María José agradeció, con el rostro ruborizado. Miró a su
madre y a Arethusa. Estaban atentas, escuchando la
conversación. Había algo en él que les gustaba. Pero no
era lo que ellas estaban acostumbradas a ver con María
José. Se veía temeroso de acercársele. Se había sentado
a unos cuantos centímetros de ella. Y su postura se
encontraba tensa. Además, no podía entablar una
conversación más allá del embarazo. Se notaba a simple
vista que le costaba trabajo hacerle un pequeño cumplido
como el que le había hecho. Aunque, a pesar de todo ello,
se notaba que estaba loco por ella.
María José vio la hora. Tenía el tiempo justo para ir a su
departamento y verse con Maurice.
- Mamá, amiga, debo ir a mi departamento. Tengo...-
pensó por unos minutos y optó por no decirles nada de
Maurice. - que arreglar unas cosas.
- ¿Quieres que te acompañe? - preguntó Julia
- No, mamá, estaré bien.
- No tardes mucho, hija. Por cierto, antes de que te
vayas ¿se quedarán a vivir conmigo? - les preguntó a
Arethusa y a María José - Tengo dos habitaciones
disponibles.
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- Por mi no hay problema. - dijo Arethusa - el cuarto
me lo dieron a cambio de sueldo porque no tenía donde
vivir. Nada más tendría que ir por mis cosas.
- Me agrada la idea, entonces, aprovecharé para ir por
mis cosas
- Si quieres te llevo a tu departamento para que no
andes en transporte público. - le dijo el doctor.
- No es necesario. No quisiera causar alguna molestia.
- No es molestia. Es un honor para mí.
María José dudó por unos minutos. Si Maurice la veía con
el doctor se pondría furioso. Por lo que optó por irse sola.
- Entonces ¿te veo mañana?
María José asintió, con una sonrisa en el rostro. Se
despidieron. El doctor besó su mejilla, se subió a su auto y
se fue. María José y Arethusa acordaron en tomar el
mismo taxi.
***
22
86
- Y bien, esta es tu oficina. Y ella es Regina, tu
secretaria y mi hermosa nieta. Cualquier cosa que
necesites, puedes hacérselo saber.
- Un placer conocerlo. - dijo Regina, extendiéndole la
mano.
Él le correspondió su gesto, pero no le hizo mucho caso. Al
ver esto, ella se molestó. Ni siquiera la había visto.
Entraron a la oficina. Maurice examinó todo. Era un lugar
grande, con un escritorio, un sofá y dos sillas, una enfrente
y otra detrás del escritorio. Las paredes estaban pintadas
de azul claro. Maurice aprobó todo. Leyó su contrato
minuciosamente. Ahí vio que debía atenerse a todas las
reglas y clausulas del señor Rochefeller.
- ¿Qué tipo de reglas y cláusulas son?
- Oh, cosas sin importancia, con el tiempo las sabrás.
Maurice dudó por un momento. Eso no le daba buena
espina. Pero si no aceptaba el trabajo, no podría ayudar a
María José ni comprobarle que estaba cambiando. Firmó.
- Bien, mañana comienzas. Bienvenido a nuestro
equipo de trabajo.
Estrecharon las manos. Maurice se retiró. Al salir del
edificio, se sintió aliviado. Necesitaba decírselo a alguien.
No lo dudó por un segundo. Le llamó a María José. Al oírla,
recobró la alegría de vivir. Cuando colgó, se fue a la
cafetería más cercana y allí se dedicó a esperar la hora en
que se reencontraría con ella.
***
87
23
90
- Estoy seguro. Además, es algo provisional, mientras
encontramos la forma de regresar a la aldea. - María José
sintió un poco de alivio.
- ¿Y cuándo comenzarás a trabajar?
- Mañana mismo.
- Te irá bien, estoy segura. - dijo María José, con una
sonrisa en el rostro. - Bien, amor, tengo que empacar.
- ¿Te irás a vivir conmigo? - preguntó Maurice
entusiasmado.
- Me temo que no. Aún.
- Entonces, ¿a dónde te irás?
- Encontré a mi madre. Y me mudaré con ella,
mientras nos estabilizamos.
María José se levantó del sofá y fue a la habitación
contigua. Empacó todas sus cosas. Maurice se levantó y la
miró desde el marco de la puerta. Parecía que ya lo había
perdonado, pero había algo en su actitud que era diferente.
No esperaba menos. Ella se percató de que Maurice la
estaba mirando. Cuando terminó, examinó a su alrededor
para ver si no se le había olvidado nada. Al ver que no
había dejado nada, fue con Maurice. Él salió con ella del
departamento, ayudándole a cargar una de las maletas.
Cuando bajaron las escaleras, Maurice le preguntó:
- ¿No quieres que te lleve a casa de tu madre?
- En realidad, vengo en taxi. - dijo, señalando el auto,
en el que se encontraban Arethusa y Lukas.
- Bien, ¿te puedo ver mañana? - preguntó Maurice, un
tanto desanimado.
91
- Si, mi amor. Será un placer. - le dijo María José con
una sonrisa en el rostro.
Se despidieron con un beso en los labios. Maurice esperó
a que María José se subiera al auto. Al ver que Lukas
arrancó, Maurice también arrancó.
***
24
94
En ese momento, el celular de María José sonó. Ella se
apresuró a contestar la llamada.
- ¿Si?
- Amor, soy yo.
- Hola cariño.
- ¿Me podrías abrir la puerta? Estoy afuera de casa de
tu madre.
María José se asomó por la ventana y, en efecto, estaba el
coche de Maurice estacionado enfrente de la casa.
Terminó la llamada y le abrió la puerta.
- ¡Amor! Que sorpresa. ¿Cómo...?
- ¿...supe que estabas aquí? La verdad es que las
seguí. - María José hizo una mueca de disgusto. - no pude
evitarlo. Me preocupaba la idea de no saber si te
encontrabas bien o no.
- No te preocupes cielo. Estaré bien - María José,
viendo que Maurice se subía al auto de nuevo, lo detuvo. -
Espera. ¿Quieres quedarte a cenar?
- ¿Puedo? - María José asintió y le indicó que la
siguiera.
Entraron al comedor. Maurice las observó. Arethusa, Julia,
y Lukas. Vaya, no lo había reconocido.
- Siéntate, Maurice. Tenemos que hablar contigo.
- ¿Qué sucede? - preguntó, obedeciendo la orden de
Arethusa.
- Necesitamos que nos prestes tu anillo de
compromiso.
95
- ¿Para qué lo quieren?
- Necesitamos ver sí causa el mismo efecto que el de
tu esposa.
Maurice se lo quitó y se lo dio a Arethusa. Ella espero a
que hiciera alguna reacción pero no obtuvo resultado
favorecedor.
- María José préstame también el tuyo.
María José hizo lo que le pidió. Una vez que tuvo los dos
anillos, los juntó. Repentinamente, una luz casi los ciega.
Arethusa vio a través de la luz. Ahí estaba Milenna,
tratando de llamar su atención.
- Escúchenme bien. Un poderoso hechizo recae sobre
ustedes y he estado intentando romperlo, pero todos los
esfuerzos son inútiles. Necesito algo de ustedes para que
pueda funcionar.
- ¿Qué es?
- Que se mantengan todos unidos. Y que traten de
encontrar a los demás que se fueron.
- Pero ¿cómo sabremos quien falta?
- Las criaturas están en la aldea, igual que Antonio.
Necesitan encontrar a los demás que fueron a la aventura
con ustedes.
- Pero el único que sobrevivió fue Noah - alegó
Arethusa.
- Los demás renacieron, igual que tu familia, Maurice.
El único que se quedó aquí fue Tomaz. Les he preparado
una guarida para que puedan regresar a la aldea. Lo único
que tienen que hacer por ahora es encontrar a los demás.
96
En cuanto estén juntos, vuelvan a juntar los anillos. Hasta
entonces.
***
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98
Dilema entre el ser de ahí o ser de allá
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1
100
Un día, María José llegó al edificio donde trabajaba
Maurice. Al llegar, María José se percató de que Regina
tenía un semblante bastante demacrado.
- Querida, ¿te encuentras bien? - le preguntó María
José.
- Me temo que no. Desde hace unos días me he
sentido mal. Hoy me hicieron unos análisis. Será cuestión
de esperar para ver que dicen los médicos. Tengo miedo
de que vaya a ser algo grave.
María José se limitó a hacerle una caricia en la espalda.
Por las cosas que había visto en el hospital, deseaba
realmente que no fuera a ser algo de lo que estaba
pensando.
El embarazo de María José marchaba de maravilla. Su
vientre crecía y crecía. Maurice se dedicaba a cuidarla
mientras estaban en casa, dedicándose a ver cada uno de
sus movimientos y de sus comidas. Con esto, procuraba
que ella hiciera el menor esfuerzo posible. Donna, Violeta,
Julia y Arethusa los visitaban frecuentemente, llevando en
cada visita cosas nuevas para el bebé. Todo marchaba de
maravilla. O al menos eso creían.
***
2
102
Y entonces Eduardo no supo que responder. El trato que
tenía con el señor Rochefeller era que Maurice iba a
casarse con Regina a cambio de que él le diera trabajo.
Esto lo hizo, pensando en que lo que había entre Maurice
y María José se pasaría rápido. Pero ahora, parecía
incluso imposible poderlos separar. Sin embargo, tenía
que hacer algo si no quería que el señor Rochefeller se
encolerizara e hiciera algo en su contra.
- Pero se ve muy sana...- replicó Eduardo
- Le detectaron una enfermedad crónico-degenerativa.
Llegará un punto en el que...- su voz se quebró y no pudo
seguir hablando.
- Tendremos que hablar con Maurice y forzarlo. Tiene
que haber alguna forma.
- Eso es...
El señor Rochefeller colgó. Su idea era brillante. Llamó a
Maurice para decirle que debía ir a la oficina de inmediato.
Él, después de la llamada quedó extrañado. Se
encontraba sentado junto a María José en la sala de su
departamento. Esperaban a Violeta y a Donna para ir a
comer. Era sábado. No debía ir a la oficina en fines de
semana. Había algo raro en su llamada. María José, que
estaba a su lado, le tomó su mano.
- ¿Pasa algo? - le preguntó
- Tengo que ir a la oficina. - respondió Maurice,
jugando con su celular. - me acaba de llamar el jefe para
pedirme que vaya. No sé para qué.
- ¿En sábado? - Maurice asintió, sin despegar la
mirada del celular. - debe ser un asunto muy importante
103
para pedirte que vayas. Date prisa, no querrás que te
esperen mucho tiempo - dijo María José, poniéndose de
pie.
- Pero, amor, ya había quedado de ir con ustedes.
- Ya será en otra ocasión. No te preocupes por eso.
Habrá más días. - dijo María José con una sonrisa en el
rostro, mientras lo esperaba en la puerta.
A Maurice no le quedó más remedio que irse. Le tomó la
palabra a María José. Se levantó del sillón. Fue por un
suéter y por las llaves de su auto. Antes de salir, se
despidió de María José con un beso en los labios.
***
***
106
María José, en cuanto Maurice se fue, se dedicó a esperar
a Donna y a Violeta. Tenía un mal presentimiento de esa
reunión urgente. Maurice nunca había tenido la necesidad
de ir a la oficina en fin de semana. Nunca. Ni siquiera
cuando tenía mucho trabajo pendiente. Había algo que no
le gustaba de aquella situación. Y más, porque Maurice le
había comentado que debía atenerse a las reglas de su
jefe. Era un tanto extraño que le pidiera que acudiera en
sábado a la oficina siendo que justamente el día anterior le
habían entregado los resultados de sus análisis a Regina.
María José se había percatado de que Regina miraba de
una forma muy sospechosa a Maurice. Había algo muy
raro ahí.
Estaba nerviosa. Sabía que debía tranquilizarse. Más
ahora, por el bebé y con las amenazas que tuvo las
primeras semanas. Pero no podía evitarlo. Todo lo que
tenía que ver con Maurice la ponía muy nerviosa. El hecho
de que él fuera un hombre muy sistemático, hacía que
cualquier cambio de rutina, la tuviera en pánico. No quería
pasar por otra amenaza sola. Lo único que la consolaba
era que tenía a su disposición al doctor Jiménez, el cual le
había dicho un centenar de veces que ante cualquier
anomalía no dudara en llamarlo.
Alguien llamó a la puerta. Debían ser Donna y Violeta.
Miró su reloj. Habían llegado quince minutos después de la
hora acordado. La impuntualidad siempre fue una
característica propia de ellas. Se dispuso a abrirles pero
de pronto, un dolor en el vientre comenzó a atormentarla.
"No otra vez" pensó, mientras se sujetaba el vientre. Gritó
de dolor ante la presencia de un espasmo.
107
- María José, hija, ¿estás bien? - preguntó Donna al
otro lado de la puerta.
Con mucho esfuerzo, logró abrir la puerta. Donna, al verla
sujetando su vientre y con un gesto de dolor postrado en
su rostro, le sostuvo la mano.
- Por favor, llamen a mi médico. Estoy teniendo otra
amenaza.
- Claro - dijo Donna - Violeta, tú llámalo, yo llevaré a
María José a su cuarto para que pueda recostarse. - le
indicó Donna a su hija.
Ella tomó el celular de María José y le llamó al doctor
Jiménez. Él, al ver que en la pantalla indicaba que era de
María José de quien procedía la llamada, contestó de
inmediato.
- María José, ¿todo bien?
- No soy María José, doctor, soy su cuñada. Mire,
María José comenzó a sentirse mal y me pidió que le
llamara. Dijo algo de que tenía una amenaza.
El doctor frotó sus sienes. "Voy en camino" replicó a
Violeta. Ella le envió la ubicación al doctor para que
supiera llegar. Al poco rato, le llamó a Arethusa y a Julia
para que también estuvieran ahí. A los pocos minutos llegó
el doctor. Lucía preocupado. Violeta lo llevó directamente
al cuarto donde estaba María José con Donna. El doctor
examinó a María José y le preguntó por sus síntomas. Ella
le especificó cada uno de ellos. El doctor le dio un
medicamento para que se le pudiera calmar el dolor.
108
- Afortunadamente, no pasó a mayores. Sólo fue una
alerta. Pero sabes que debes tener muchos cuidados para
que no haya otro riesgo u otra amenaza. ¿Entendido?
María José asintió. Julia y Arethusa llegaron en ese
momento. Entre ellas y Donna le preguntaron algunas de
sus dudas al doctor.
***
5
***
113
En la recámara, María José se puso la pijama y se acostó.
Al ver que Maurice se quedaba en la puerta, observando
todos los movimientos que hacía, le hizo un gesto para
que fuera a acostarse con ella. Él le sonrió y se acercó a
ella. Se sentó en el borde de la cama, del lado en el que
estaba acostada María José.
- Vamos, acuéstate conmigo. - le dijo María José,
jalándolo hacia ella.
- Tengo que acabar con unos pendientes. Pero
duérmete tú y ahorita te alcanzo.
- Me hubieras dicho antes, cariño. - dijo María José,
incorporándose - así podía hacerte compañía.
- No te preocupes, cielo. Sólo haré un par de llamadas.
- ¿Estás seguro? ¿No quieres que vaya contigo?
- Descuida. No tardaré mucho.
Maurice le besó la frente. Ella sonrió y lo vio salir de la
habitación. En cuanto vio que cerró la puerta, se levantó y
salió de la habitación para escuchar la conversación.
Maurice le marcó al señor Rochefeller. Él contestó al
instante.
- ¿Y bien? ¿Qué has pensado?
- No puedo aceptar la propuesta, señor. Mi familia está
antes que cualquier cosa.
- Bien, entonces sabrás cuál es la consecuencia de
esa decisión.
- Lo sé. Soy consciente de ello. Por lo mismo, el lunes
pasaré a firmar mi renuncia.
114
- ¿Estás seguro de ello? Se vienen muchos gastos
para ti. ¿Ya tienes otro empleo en mano?
- Aún no. Apenas buscaré un nuevo empleo.
- Hagamos algo. No tienes porque renunciar ahora.
Mientras encuentras otro trabajo, puedes seguir
trabajando en la empresa. Esto es para que no te
abandones tan pronto al desempleo.
Maurice agradeció el gesto. Aunque presentía que no
dejaría el asunto de Regina en paz. En cuanto colgó, vio a
María José frente a él, a unos cuantos metros de distancia,
con los brazos cruzados. Esperaba una respuesta.
Maurice tragó saliva. Sabía que era el momento de
contarle todo.
- Amor, debías estar recostada...
- ¿De qué propuesta hablabas y por qué ibas a
renunciar?
- Oh, no es nada, cielo. Es un malentendido.
María José se dio cuenta rápidamente de que Maurice le
había mentido e hizo una mueca de disgusto.
- ¿Por qué me mientes? Nunca lo habías hecho
antes...
Maurice frotó sus sienes. No debía darle más vueltas.
María José comenzaba a molestarse y eso no era bueno
para ella ni para el bebé.
- Está bien, amor. Te lo diré. Pero antes, quiero que te
tranquilices. No quiero que pase algún otro incidente como
el que pasó hace rato. Vamos a la recámara para que
puedas estar recostada mientras te cuento.
115
Maurice la condujo a la recámara de nuevo. María José
caminaba, aún con los brazos cruzados. ¿Qué estaba
pasando? Maurice nuevamente se comportaba extraño. Y
eso no le agradaba. Desde el principio de su noviazgo,
cuando aún eran unos niños, habían prometido nunca
mentirse ni ocultarse nada. Y ese día, Maurice había roto
esas dos condiciones.
Al estar en la habitación, Maurice hizo que María José se
recostara de nuevo. Él se sentó en el borde de la cama y
comenzó a jugar con la mano de María José. Ella lo
miraba inquisitivamente, esperando la explicación
pertinente. Maurice la miró. Tomó aire y comenzó:
- Verás, el señor Rochefeller, mi jefe, me mandó llamar
para decirme lo de Regina. Pero, me pidió algo particular. -
hizo una pausa. No sabía cómo continuar su relato. Bajó la
mirada e hizo caricias en las manos de María José. Ella le
alzó el rostro
- ¿Qué te pidió?
- Quería que me casara con Regina.
María José sintió como si una daga le hubiera partido el
corazón a la mitad. Esa propuesta era absurda. ¿Cómo
podía ser que le pidieran a su esposo que se casara con
otra mujer? Era una locura realmente.
- ¿Y es eso lo que acabas de rechazar? - Maurice
asintió, sin levantar la mirada. - Ay mi amor. Me lo hubieras
dicho desde el principio. Entre los dos hubiéramos podido
encontrar una solución. No había necesidad de que
mintieras o de que lo ocultaras. Desde el día en que me
pediste que fuera tu esposa, aceptamos que seríamos
ahora uno solo. ¿O acaso lo olvidaste?
116
- Por supuesto que no, cielo. Pero tenía miedo de que
fuera a resultar peor. No quería que volvieras a tener una
crisis y que nuestro pequeño fuese a sufrir las
consecuencias. Esto era por tu bien y por el de nuestro
pequeño.
- ¿Sabes? Esto que pasó con la amenaza, fue porque
tenía miedo de que te fuesen a exigir algo que no pudieses
cumplir.
- Y tu presentimiento se convirtió en verdad. Pero
escúchame bien: jamás te cambiaría por otra mujer.
Jamás. Soy todo tuyo.
- Pero ¿qué harás con el trabajo?
- Tendré que conseguir otro. Mientras tanto, podré
seguir trabajando ahí.
- Pero ¿eso no será un riesgo de que te quieran
obligar a algo que no quieras?
- Eso supongo, pero no tengo otra opción. No quiero
que ni a ti, ni a mi hijo les falte nada. Bien, mi amor. Es
hora de descansar.
Maurice se desvistió frente a María José y se colocó la
pijama. Después se recostó junto a ella, le dio un beso y
se durmieron.
***
7
117
María José tardó en conciliar el sueño. Lo que le contó
Maurice la dejó preocupada. Su teoría de que alguien
quería separarlos estaba cobrando más fuerza. Fuera
quien fuera, estaba tentando muy fuerte a Maurice. Quizá
lo estaba haciendo en su punto más débil. Tenía miedo de
que fuese a sucumbir ante la menor provocación. No
dudaba de lo que sentía hacia ella. Dudaba de que
ocuparan ese amor para separarlos. El ingenio de la
mente de aquella persona que quería separarlos era muy
grande. Maurice se movió en unas cuantas ocasiones,
pero nunca soltó la mano de María José. Se aferraba a ella.
Poco después, puso su cabeza sobre el pecho de María
José y su brazo sobre el vientre. Susurraba unas cuantas
cosas ininteligibles. Comenzaba a inquietarse. Ella le hizo
una serie de caricias en el pelo para tranquilizarlo. Él
seguía susurrando, pero ahora podía entenderle. Repetía
varias veces "te amo" y "nunca te dejaré sola". Ella le
susurró lo mismo. Maurice volvió a moverse y se acomodó
en la cama.
Poco después, se despertó. Y ahí la vio, también
despierta.
- Amor, ¿estás bien?
- Si, mi amor. No podía dormir. Eso es todo.
- ¿Segura? - María José asintió - bien. Entonces me
quedaré despierto contigo hasta que puedas dormir.
Ella sonrió. Se quedaron platicando un rato. Después de
unas horas, ambos se quedaron dormidos.
***
118
8
120
El señor hizo una seña. Los hombres dejaron el celular
de María José en el sillón, junto a ella. Maurice pudo ver
su gesto de terror.
- Bien, entonces organizaré todo para que hagas la
pedida correspondiente y para que empecemos con los
trámites pertinentes.
El señor salió de la oficina de Maurice. Él se apresuró a
tomar su celular. Al ver que la videollamada con María
José había terminado, volvió a llamarle por medio de una
llamada de voz. María José le contestó de inmediato
- ¿Amor? - le dijo ella. Maurice la conocía. Ella estaba
llorando. Se escuchaba asustada.
- Mi vida, ¿estás bien? ¿Te hicieron algo?
- Tengo miedo, mi amor. Mucho miedo.
- Tranquila, corazón. Si sigues así, tendrás otra
amenaza. Iré a verte en seguida. No desesperes. Estoy
contigo en un rato.
Maurice colgó y salió de la oficina corriendo. Bajó al
estacionamiento. Manejó tan rápido cómo le fue posible
para llegar cuanto antes al departamento.
***
9
123
El hombre que sujetaba a María José de las manos
cambió de postura y puso su brazo alrededor del cuello de
María José, como queriendo estrangularla. María José
estaba muy asustada. El hombre llamado Carl puso el
cuchillo al ras de su vientre. "Mi hijo", pensó María José,
aún más aterrada. Vio a Maurice a través del celular. Y de
pronto, sabía de que se trataba el asunto. Lo querían
obligar a que se casara con Regina. Y escogieron la peor
manera. Escuchó toda la conversación entre su esposo y
el señor Rochefeller. Por un momento, pensó en decirle
que no aceptara. Pero tenía miedo por su hijo. Ella no
importaba, el que de verdad importaba era ese pequeño
que llevaba en sus entrañas. Maurice lucía desesperado.
Quería decirle que no tuviera miedo, que todo estaba bien.
Pero no podía hablar del terror. Y efectivamente, su temor
de que Maurice cometiera alguna tontería, se había hecho
realidad, al ver que Maurice aceptaba el trato con tal de
que ella y su hijo estuvieran a salvo.
Los hombres que la tenían sometida, la aventaron al sillón,
en cuanto el señor Rochefeller dio la orden. De pronto,
sintió un poco de alivio. El líder le aventó el celular a un
lado en cuanto Maurice pidió que la dejaran. Los hombres
se fueron del departamento, no sin antes decirle cosas
obscenas a María José. Ella no los escuchó, así como
tampoco quería seguir escuchando lo que decía Maurice.
Acababa de echar todos sus planes a la basura, por el
simple hecho de protegerlos. Sus ojos comenzaron a
empañarse de lágrimas. ¿Qué haría ahora? No podían
regresar a la aldea sin Maurice. Y él ahora tendría que
esperar a que pasara lo peor con Regina para poder estar
con María José como marido y mujer.
124
Su celular timbró. Vio en la pantalla. Maurice. Por una
parte, se alegraba de que pudiera hablar con él. Su voz la
tranquilizaría, aunque fuese por unos instantes. Mientras
estaban hablando, trató de que su voz estuviera firme,
aunque no lo logró muy bien. Deseaba tanto verlo. Poder
estar en sus brazos y que le prometiera que todo estaría
bien. La tranquilizó el hecho de que Maurice fuera a verla.
Pero seguía preocupándole qué haría ahora...
***
10
126
En cuanto terminó, la condujo al coche. Metió la valija en la
cajuela. En cuanto ayudó a María José a que subiera al
auto, se subió él también. Una vez dentro, apagó su
celular. No quería que nadie supiera donde dejaría a María
José.
El ambiente del trayecto a casa de Julia estaba tenso.
Maurice no dijo ni una sola palabra. Estaba sumamente
nervioso. Jamás se hubiera imaginado que tan pronto
tuvieran que pasar por una situación en la que corrieran
peligro. ¡Si tan sólo hubieran muerto todos de una buena
vez en la aventura de las sirenas!
Al llegar a casa de Julia, vieron que ella iba llegando
también. “Justo a tiempo”, pensó Maurice. Se bajaron del
auto. Al verlos, Julia hizo un gesto de sorpresa. ¿Ellos ahí?
¿No se suponía que María José no debía salir de casa?
- ¡Qué gusto verte hija! ¿Está todo en orden? -
exclamó Julia, abriendo los brazos para abrazar a María
José. Ella no desaprovechó la oportunidad y se echó a
llorar en sus brazos - ¿qué sucede? ¿Por qué estás así?
¿Pasó algo? - preguntó, separándola un poco de sí.
- ¿Podemos hablar adentro? - preguntó Maurice,
sacando la valija del auto.
Julia asintió. No sabía que estaba pasando. Pero el
aspecto que llevaba María José no era muy bueno. Una
vez adentro, se sentaron en la sala. Maurice le explicó a
Julia lo que había sucedido con detalles. Ella lo escuchaba,
horrorizada, sin poder creer lo que oía. Incluso creía que
se trataba de una mentira. Constantemente, miraba a
María José. Estaba pálida. El susto le había caído mal.
127
- Y queríamos saber, si María José se podría quedar
contigo estos meses, mientras se soluciona todo el
conflicto. Después, veremos que se puede hacer.
- Por supuesto que sí. No hace falta preguntar.
Conmigo, mi hija y mi nieto estarán a salvo. No tienes
porqué preocuparte.
- Gracias, de verdad. Procuraré que no les falte nada
para que nadie esté en apuros por eso. Además, vendré a
verlas a diario para ver como están. - dijo Maurice,
sujetando la mano de su amada.
Tanto Julia, como María José asintieron. Maurice les
comentó que ya debía retirarse. Se levantaron del sillón.
María José sujetó con fuerza las manos de su amado. Por
unos momentos, él la miró. En su rostro, había pena y
angustia. La abrazó con fuerza. "Todo estará bien, mi cielo.
Ahora, estaremos más unidos que nunca. Te amo", le
susurró al oído. Con las últimas palabras se le quebrantó
la voz. Ambos lloraron en el hombro del otro. No podían
renunciar tan fácil a estar cerca del otro. Menos de la
manera en como había sucedido. Estuvieron un rato así.
Casi no tenían momentos como ese, pero eso servía para
unirlos más.
Al momento de despedirse, Maurice la besó en los labios.
Al soltarse, le hizo una caricia en el rostro. Ella se limitó a
esforzarse por sonreír. Pero fue un intento fallido. Sus
facciones se encontraban lo suficientemente contraídas
como para que el gesto espontáneo de la sonrisa pudiera
salir.
Maurice no podía seguir viéndola. Por lo que se subió al
auto y se fue, no sin antes mirarla de nuevo.
128
***
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- Hubo un problema con Maurice, ¿no es así? -
preguntó la ninfa, acercándose a ellas. Se sentó en el
borde de la cama, junto a María José.
- ¿Cómo supiste? - preguntó ella
- Lo intuí. Se suponía que no debías salir de casa y
que debías estar en reposo absoluto. Si ahora estás aquí,
es por algo. ¿Por qué no me lo cuentas de una vez?
María José hizo lo que Arethusa le pidió. Mientras estaba
narrando lo que había sucedido, en un par de ocasiones
su voz se quebrantó. Entonces, Arethusa y Julia le daban
ánimos, ya fuese haciéndole una caricia en la espalda o
sujetando su mano. Una vez que terminó de contar lo
sucedido, Arethusa se levantó y comenzó a caminar de un
lado a otro. También sospechaba de que hubiese algo o
alguien detrás de esa situación.
- Pues tendremos que esperar a ver como se
soluciona este problema. No sabemos si podamos
regresar sin Maurice. Tendríamos que preguntarle a
Milenna.
- Pero para preguntarle necesitamos el anillo de
Maurice. - intervino María José
- ¿Lo tiene él? - María José asintió. - Maldición. ¿No
dijo cuando volvería a venir?
- Dijo que estaría viniendo diario.
- Entonces tendremos que esperar hasta mañana. Por
lo pronto, espero que esto termine pronto. Lo único que
nos queda hacer es seguir buscando a las demás
personas que faltan.
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- Llevamos buscando tres meses y no hemos
encontrado a nadie más. - refutó María José.
- Tenemos que intentarlo. Así nunca regresaremos a
Corelia. - Arethusa miró a María José. Tenía cara de
cansancio. - No te desanimes. Saldremos de esta. Pronto
estaremos en los inmensos prados de Corelia. ¿Te lo
imaginas?
María José se imaginó a sí misma paseándose en las
praderas, en las colinas, en los montes y lagos. Todo ahí
era tan bello. Por un momento, su corazón sintió paz y
tranquilidad. Arethusa tenía razón. Tenían que salir de ese
problema, como lo habían hecho antes.
El celular de María José timbró. No se imaginaba quien
podría ser. Vio la pantalla. El doctor Jiménez. Por un
instante no quiso contestar. No quería saber nada del
doctor en esos momentos. Pero el hecho de que no
tomara la llamada, sería un mal gesto de su parte.
- ¿Si?
- ¿Cómo sigues? - preguntó el doctor
instantáneamente.
- Ya mejor, gracias.
- ¿Puedo pasar a revisarte?
- Tal vez en otra ocasión, doctor. Ahorita no estoy en
condiciones de ver a nadie.
- Bien, te marco en la semana para ver que día puedo
ir a verte.
María José agradeció el gesto. Por unos instantes, odiaba
que tanto él, como Lukas insistieran tanto en estar con ella.
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Era muy molesto y la hacía sentir culpable por no poder
corresponder a sus sentimientos de la forma en que ellos
querían. Pero ¿qué más podía hacer?
***
12
***
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136
El señor Rochefeller le colgó. Maurice aventó el celular a
un lado. Maldijo entre dientes lo que estaba sucediendo.
Lo ideal hubiera sido que se hubieran regresado a
Corelia cuando todo esto empezaba. Pero tenía que
dejarse impulsar por esa maldita ambición. Por un
momento, recordó la imagen de María José, el día que le
pidió matrimonio. Se veía tan hermosa ese día. Lo único
que le quedaba hacer ese día era visualizar en el rostro de
Regina a su amada María José. Y así, las cosas
funcionarían.
Se bañó y se puso lo más elegante posible, tal como lo
había hecho el día que le pidió matrimonio a María José.
Recordó la sonrisa que se pronunció en su rostro cuando
él le pidió que estuvieran juntos toda la vida. Y entonces,
en ese momento, él sonrió. Recordar que ella era tan feliz,
lo motivaba a seguir luchando por ella.
Se dirigió al restaurante que le había indicado el señor
Rochefeller. Pidió una mesa para dos. Ahí, esperó a que
llegara Regina. Esperó diez, quince, treinta, cuarenta y
cinco minutos, hasta que llegó. Llevaba puesto un vestido
fucsia. A pesar de que había enflacado bastante los
últimos días, seguía teniendo muy buen cuerpo. Era lo
único que podía elogiar de ella. En cuanto lo vio sonrió.
Se sentó en el asiento de enfrente de Maurice. Él esbozó
una sonrisa, aunque fue demasiado fingida.
- ¡Qué gusto que me hayas invitado! Soy tan feliz de
estar aquí contigo.
- Yo también estoy contento - fingió Maurice - aunque
en realidad, te mandé llamar para otro asunto.
- Si, escucho. Soy toda oídos.
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- Fíjate que me estoy separando de María José.
- ¿De verdad? Pero, si se veían tan felices juntos...
- Surgieron unos cuantos problemas entre nosotros
que desafortunadamente no tienen arreglo. Pero digamos
que no puedo estar solo por mucho tiempo. y es por eso
que se me ocurrió pedirle a una mujer tan hermosa como
tú que si quería ser mi esposa.
Maurice sacó una caja con un anillo que había comprado
antes de irse al restaurante.
Maurice trató de ser lo más romántico posible, pero con
Regina no le salía serlo. Por más que tratara de
imaginarse a María José en el rostro de Regina, era inútil.
Deseaba que Regina no fuese a declinar la propuesta,
aunque a juzgar por su gesto de alegría y de sorpresa, no
lo haría. Sólo deseaba que no se estropearan las cosas.
No deseaba que su esposa real y su hijo fuesen a sufrir las
consecuencias de aquella decisión.
- Ay, Maurice, eres tan lindo. Por supuesto que si
quiero casarme contigo. Soñé tanto este momento...Te
prometo que seré la mejor esposa del universo. Anda,
pónme el anillo. - Maurice se lo puso - Que mañana
comenzaré a presumirlo por todas partes. Soy tan feliz. Mil
gracias. Bien, me tengo que ir. Que tengo que empezar a
contactar con las agencias que planean las bodas.
Nuestra boda será la mejor boda del año. Nos vemos
mañana en la oficina.
Y sin despedirse ni de beso ni de abrazo, se fue. Maurice
se quedó consternado por el hecho. No le importaba él. De
hecho, iba a ser su objeto para cumplir su objetivo. Se
sintió fastidiado. Y ahora, tenía miedo de que su María
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José se enterara antes de que él pudiera contarle. Tenía
tanto miedo...
***
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- Así es.
- ¡Qué bien! Porque me pidió matrimonio y...acepté.
Y como era de esperarse, María José sintió un golpe en el
pecho. Como si le hubieran dicho que habían matado a
alguien. O como si alguien la hubiera golpeado
fuertemente.
- ¡Pero si apenas lo conoces!
- Ay amiga, pero es el sueño que he tenido toda mi
vida. No podía esperar más. Además, por mi enfermedad
no tengo el tiempo suficiente de buscar a mi príncipe azul.
Pero estoy tan feliz. Quisiera celebrar esto. ¿Podemos
hacer algo para festejar mi compromiso?
- Lo hablamos después.
María José colgó. Se sintió tan triste. Recordó su pedida
de mano, las pistas, la canción que Lukas estaba
cantando en ese momento... Todo había sido mágico.
¿Cómo le habría pedido matrimonio a Regina? ¿Habría
sido tan tierno y romántico como lo había sido con ella?
¿O simplemente lo había dicho así, sin chiste? Se levantó
de la cama y caminó en círculos. alrededor de la
habitación. Creía estar lista para escuchar esa noticia,
pero en realidad no lo estaba. No pensaba que fuera a
pasar tan rápido.
De pronto, recibió otra llamada. Era Maurice. Contestó.
- Ya me contaron lo de tu compromiso. Muchas
felicidades, Maurice - le dijo María José, con la voz
quebrantada.
- Supuse que ya sabrías. Pero, cariño, no es como lo
piensas. Sabes que te sigo amando, ¿verdad? - María
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José le respondió que si, aunque lo estuviera dudando. -
Prometí amarte el resto de mi vida, y no pretendo morir sin
cumplir esa promesa. Te amo y te amaré por siempre. No
sabes cuánto daría por estar ahí contigo, poder abrazarte,
besarte...
- Yo también quiero estar contigo...
- Hagamos algo, ¿quieres? En cuanto acabe mi turno
iré contigo. Pero tendrás que aguantarte, mi vida. Porque
pretendo apapacharte por las horas en las que hemos
estado separados. - María José rió.
- Está bien, acepto el trato. Pero ¿qué le dirás a
Regina?
- No tiene porque enterarse. - dijo Maurice,
maliciosamente.
- Muy bien, eso me agrada. Te esperaré con ansias.
Se despidieron y ambos colgaron. María José se bañó y
se arregló lo más que pudo. Quería que Maurice recordara
porque se había enamorado de ella. En cuanto estuvo lista,
se dedicó a esperar a que llegara la hora de salida de
Maurice.
***
15
***
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- Eso habla bien de él. Aunque esperemos que esa
muchacha no quiera absorberlo demasiado.
María José calló nuevamente. No quería decirle que ella
también pensaba lo mismo. Recordó las veces en que
había ido a ver a Maurice a la oficina. Regina no le quitaba
los ojos de encima a Maurice. Y se ponía en poses
extrañas cuando estaba frente a él. Maurice parecía no
hacerle caso, pero en una ocasión si le comentó, entre
risas, que su actitud era extraña. Por lo que María José no
se preocupaba al respecto. Pero ahora, tenía miedo de
que lo fuera a celar demasiado.
De pronto, escucharon que alguien tocaba la puerta.
"Debe ser Maurice", le dijo María José a Julia. Se apresuró
a ir a la puerta. En efecto, no se equivocó. Cuando abrió,
vio a Maurice recargado en la pared. Se había quitado la
corbata y el saco. Lo observó de pies a cabeza. La camisa
se ajustaba perfectamente a su musculoso cuerpo, al igual
que el pantalón. Maurice también la observó. Por eso le
encantaba avisarle que iría a verla. Siempre se esmeraba
en lucir perfecta. Aunque también prefería verla al natural,
no dudaba que cuando se arreglaba se veía más hermosa
que nunca.
- Mi amor - dijo Maurice, abrazándola fuertemente - te
extrañé tanto. Dormir solo ya no es lo mismo.
- Lo sé, cariño. Yo también te he extrañado muchísimo.
Me haces...
Maurice la besó tiernamente, sin dejarla terminar de hablar.
María José lo abrazó con fuerza. Él le correspondió. Pero
se detuvo de pronto, ya que sintió un golpe en el interior
del vientre de su amada.
147
. ¿Qué fue eso, amor? - preguntó Maurice, asustado.
- ¿Qué cosa?
- Sentí un golpe dentro de tu vientre
- Fue nuestro pequeño. Desde qué llegaste, no ha
dejado de moverse. Le agradas bastante.
- No más de lo que tú a mí, cariño. - Maurice la besó
una vez más - ¿entramos?
María José lo dejó entrar. Él esperó a que María José
cerrara la puerta. En cuánto lo hizo, volvió a abrazar.
- ¿Estás sola, mi amor?
- No, está mi madre conmigo. - dijo María José. Al oírlo,
Julia salió de la cocina para ir a saludarlo.
- Hijo, qué gusto me da que hayas venido.
- No podía no hacerlo. Tengo que estar al pendiente
de mis amores - dijo, acariciando el vientre de María José
- Me alegra. Siéntense, chicos. En un momento está la
comida.
Ambos le hicieron caso a Julia. Maurice se colocó muy
cerca de ella. Tomó su mano y comenzó a hacerle caricias.
Ella lo miró. Se veía relajado. Prefería verlo así, que como
lo vio el día anterior. Suponía que debía estar pasándola
difícil por lo de Regina.
- ¿Sabes? - preguntó Maurice - estar contigo es
mucho más llevadero.
- ¿Ah si? ¿Por qué lo dices? - preguntó María José.
Sabía de qué iba a hablar Maurice, por lo que tomó una
bocanada de aire para estar lista.
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- No lo sé. - dijo Maurice, agachando la mirada
María José comprendió que había algo que él quería
decirle, pero que no se animaba a decir. Le levantó la cara
y la giró hacia si para que pudiera verlo de frente.
- ¿Hay algo que quieras decirme?
Maurice sonrió. María José lo conocía mejor de lo que
esperaba.
- Nada, es sólo que lo que pasó anoche fue muy
desagradable. No podía dejar de pensar en ti mientras
hacía lo que mi jefe me había ordenado.
- ¿Fuiste tan romántico como lo fuiste conmigo? - dijo,
acariciando el rostro de Maurice.
- Jamás. No hubiera podido hacerlo. Romántico y
cariñoso sólo puedo hacerlo contigo. - María José se
sonrojó.
- Me imagino que es por costumbre.
- No es costumbre. Es amor verdadero. Y sólo lo
siento hacia ti. - dijo, acariciando la barbilla de María José.
Ella sólo se limitaba a sonreír.
Maurice besó su mejilla. Pero a comparación del beso que
le había dado a Regina horas atrás, este era más cálido,
más sencillo y sincero. María José le sonrió y lo llevó hacía
si para abrazarlo. Él no puso resistencia y recostó su
cabeza en el pecho de María José. Ella se dedicó a
hacerle caricias en la espalda.
- Ya está la comida - anunció Julia.
Maurice se incorporó. Se levantó rápidamente y ayudó a
María José a que ella se levantara también. Ambos se
149
sentaron a la mesa. En esos momentos, llegó Arethusa y
se sentó a comer con ellos.
***
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- ¿Qué está pasando en la aldea? -preguntó María
José, angustiada.
- La están haciendo trizas. Por eso necesito que todos
regresen cuanto antes. Pronto ya no quedará nada.
Alguien viene. Apresúrense. No tarden mucho tiempo.
Cuando estén listos, vuelvan a juntar los anillos.
La llama se apagó, dejando un trozo de papel en el suelo.
Julia lo recogió y se lo entregó a Arethusa.
- Son las indicaciones para llegar a la casa en el
bosque. - dijo Arethusa, al ver la dirección y un pequeño
mapa.
- Están destruyendo nuestro hogar - dijo María José,
angustiada
- No creo que la destruyan por completo. No son tan
tontos como para acabar con ella. Quienquiera que sea,
tiene un plan y está llevándolo a cabo perfectamente. Por
lo pronto, nos queda esperar a que la pequeña criatura
llegue al mundo. - dijo Arethusa
- No creo poder esperar tanto.
- Amor, ya estás en la recta final. Además, el tiempo se
pasa bastante rápido.
- Es verdad, hija. No puedes arriesgar tu vida y la de la
niña.
- Mientras pasa el tiempo, continuaremos con nuestra
vida cotidiana de este lugar.
- Bien. Si no queda de otra. - dijo María José con una
mueca de disgusto.
152
- Vamos, amor. No será tan malo. Además, estaremos
esperando a nuestro pequeño.
- O pequeña. - dijo María José
- Cierto. Aún no lo sabemos. ¿Cuándo crees que nos
digan?
- Ya deberían decirlo en la próxima cita.
- ¿Y cuándo es, por cierto?
- Debe ser por estos días. Le preguntaré al doctor.
María José le escribió un mensaje de texto al doctor
Jiménez para preguntarle, al que él le respondió en
seguida, como si estuviera esperando tener noticias suyas.
El doctor respondió que debía ir a consulta al día siguiente,
pero que pasaría con otro doctor, pues él estaba en el
congreso. María José recordó que el doctor le había
avisado, y se sintió culpable.
- ¿Y bien?
- Debo ir mañana.
- Está bien. Pasaré por ti para llevarte.
- No es necesario, estaré bien.
- Déjame hacerlo, ¿si? Estoy ansioso por saberlo.
María José cedió. Maurice se quedó toda la tarde con ellas.
Pero, cuando se percató que el sol estaba por ocultarse,
decidió irse.
- ¿Nos veremos mañana? - preguntó María José,
acompañándolos a la salida.
- Por supuesto, amor. - Maurice la abrazó - te amo. Me
preocupas.
153
- Estaré bien, cariño. Te amo más. - lo besó y lo
despidió desde la puerta.
***
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que ella es el amor de mi vida y estar así no creo que nos
venga bien a ninguno de los dos.
- ¿Y qué haremos con los planes de regresar a Corelia?
¿Se acabaron?
- Justamente, hace rato hablábamos de ello.
Esperaremos a que nazca el bebé para irnos. Así no
arriesgaremos la salud de María José, ni la del bebé.
- Entonces, ¿seguirás con los planes de la supuesta
boda?
- Por lo pronto, si.
- Pero hijo, serás muy infeliz.
- Prefiero ser infeliz unos meses, a ser infeliz el resto
de mi vida. No quiero que le hagan daño a mi esposa. Si
supieras la angustia que sentí al verla nuevamente al
borde de la muerte, entenderías a que me refiero.
Donna lo miró con ternura. Maurice estaba al borde del
llanto. Ella lo abrazó. No le gustaba verlo sufrir de esa
manera. Pero tenía razón. La vida de María José corría
peligro. Y nada bueno saldría de eso si ahora se negaba.
En cuánto lo dejó más tranquilo, se marchó. Y Maurice
volvió a quedarse solo. En cuanto se fue a la cama, se
llevó consigo el portarretratos donde estaba su foto con
María José. Se colocó la pijama, se metió a las cobijas y
metió el portarretratos. Así, abrazando la foto, imaginó que
se trataba de María José y quedó profundamente dormido.
***
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- Ya te dije que no tenía batería. ¿Cómo quieres que te
responda si mi celular no tiene pila?
- ¿Te estás burlando de mí?
- En absoluto - dijo Maurice, viendo al ordenador.
- Quiero decirte que debes estar a mi disposición
cuando yo te necesite.
- No soy tu títere. - respondió Maurice, algo molesto.
No quería responderle así, pero no pudo evitarlo.
- Bien, pues sí no eres un títere, al menos compórtate
como el prometido que eres y pasa un segundo conmigo
siquiera.
- ¿A qué quieres llegar con esto?
- Hay una cita muy importante a la que ambos
tenemos que ir. Y no quiero que faltes. Por ningún motivo.
- ¿Cuándo es?
- Hoy en la tarde. - Maurice maldijo entre dientes. La
cita médica de María José.
- ¿Cuánto va a durar?
- Un par de horas.
- Está bien. Lo haré con tal de que dejes de hacer tu
teatrito en mí oficina.
Regina salió furiosa. En cuanto se fue, Maurice aprovechó
para enviar un mensaje de texto a María José, avisándole
lo ocurrido. Ella, al leerlo, le respondió: "¿Puedes hablar?".
Maurice sonrió. Ella siempre tan atenta con él y su estado
de ánimo. "Por ahora no. Regina está afuera. No quiero
que escuche nada. Veré si puedo pasar a verte rápido,
158
antes de ir con Regina. Necesito verte. Aunque sea un
rato". María José, al leerlo, quedó preocupada. Esa era
una relación demasiado enfermiza. Lo que la consolaba
era que la suya no era así. "Está bien. Te esperaré con
ansias." respondió María José, acompañándolo con un
símbolo de corazón. Maurice sonrió al verlo.
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- basta. Suficiente. No me gusta que te pongas así. Y lo
sabes.
Maurice se tranquilizó. Le ayudó a incorporarse. Ella lo
abrazó, para ayudarle a calmarse. En cuanto vio que
estaba tranquilo, le preguntó sobre lo que había sucedido
con Regina. Él le contó todo. María José lo escuchó,
atenta. Sabía que eso pasaría pronto.
- Te lo juro, amor. Se puso frenética. - le dijo Maurice,
con cara de fastidio.
- Y entiendo que lo haga. Si a mí me hubieras hecho lo
mismo, me hubiera puesto igual o peor. - le dijo María José
sujetando su mano.
- Contigo es diferente...
- ¿Ah si? ¿Por qué tendría que ser diferente?
- Porque tu te preocupas por mí. Regina no. Ella sólo
se preocupa por sí misma y porque su evento salga bien.
- Así son las cosas en una boda, cielo.
- Pues que yo recuerde, tú nunca te pusiste así. -
María José sonrió.
- Porque sabía que todo saldría bien porque nos
tendríamos el uno al otro.
- Ese es el problema con Regina. Ella sólo quiere
lucirse. No le importo yo, ni nadie. Sólo quiere ser el centro
de atención. Y eso no está bien, porque el matrimonio es
de dos, no de una sola persona.
- Pero ese no es un matrimonio como tal. Lo sabes,
¿verdad?
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Maurice sonrió. Vio la mano de María José que estaba
sobre la suya. Aún tenía puesto su anillo.
- Lo sé. Realmente, estoy casado con la mujer más
hermosa del universo entero.
María José rió. Especialmente, porque ese día no se había
esmerado suficiente en su arreglo personal. Tenía su
cabello recogido en un chongo mal hecho, y aún no se
había maquillado. Sólo traía un poco de labial en los
labios.
- Lo dices el día que luzco fatal.
- Porque para mí siempre luces preciosa.
María José besó la mejilla de Maurice. En ese momento, el
celular de Maurice sonó. Era Regina. Volvió a fastidiarse.
- ¿Ves lo que te digo? Está loca...
- No digas eso, cariño. Contesta, anda.
Maurice obedeció. Contestó a regañadientes. Puso el
altavoz para que María José escuchara la conversación.
- ¿Qué sucede?
- ¿Me puedes explicar en dónde te metiste?
- Tuve que salir de urgencia. En un rato regreso a la
oficina.
- Nada de en un rato. Te quiero aquí ahora. Mi abuelo
quiere verte.
- Está bien. Ahorita voy para allá.
Colgó. Miró a María José. Parecía divertida con lo que
acababa de escuchar. Maurice respiró hondo. Antes de
que pudiera decir algo, María José se levantó.
161
- Vamos, amor. Tienes que irte.
- ¿Puedo venir a verte al rato?
- Siempre puedes venir. Nada más falta que tu jefa te
deje - dijo María José, entre risas. Maurice bufó.
- ¿Sabes que es lo que más me pesa de esta situación?
Que no podré acompañarte a tu cita médica.
- No te preocupes, cariño. Te mantendré al tanto
- ¿Segura? - María José asintió. - De cualquier modo,
le pediré a mi madre que te lleve a la cita.
- No es necesario, cielo. Me acompañarán mi madre y
Arethusa.
- Pero, para que no tengan que gastar en taxis. Vamos,
déjame consentirte con eso.
- Está bien.
- Hablaré con mi madre para que pase por ustedes en
un rato. Me llamas en cuánto sepas el sexo del bebé.
- Lo haré. - dijo María José, acompañándolo a la
puerta. Lo examinó rápidamente. No podía irse así. - Amor,
espera. - María José lo detuvo. Limpió el labial que estaba
alrededor de los labios de Maurice y le ayudó a fajarse la
camisa dentro del pantalón. - Listo. Así no levantarás
sospechas.
Maurice se despidió de ella con un beso en la mejilla.
***
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21
164
estacionar el auto. ¡Cuánto extrañaba ese lugar! Letty la
vio a lo lejos y corrió hasta donde estaba para abrazarla.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto verte! ¡Te hecho mucho de
menos aquí!
- Yo también te extraño mucho amiga. Si supieras
cuanto extraño venir aquí todos los días.
- Pero es para cuidar de ese pequeñito que llevas
dentro. Por cierto, ¿cómo va el embarazo?
- Bien, con algunos problemitas, pero bien.
- ¿Vienes a cita? - María José asintió - déjame ver si el
doctor Arellano está disponible. Ya ves que el doctor
Jiménez está en un congreso.
- Si, me lo comentó.
Letty fue a un consultorio. Mientras tanto, María José y sus
acompañantes esperaron sentadas. Mientras Letty
preguntaba, varios pacientes del hospital iban y venían.
Muchos de ellos reconocían a María José y la saludaban
cordialmente. Otros, le preguntaban por el embarazo. Ella
les respondía siempre con una sonrisa. Letty se acercó a
ella y le dijo que ya era su turno para pasar a consulta.
María José y sus acompañantes entraron con ella.
El doctor las saludó cordialmente. Revisó el expediente de
María José y las anotaciones que el doctor Jiménez había
hecho. Después, procedió a conectar las máquinas. Puso
los cables correspondientes en el vientre de María José.
En la computadora del ultrasonido se veía la figura del
bebé.
- Viene muy bien el bebé. No se le ve ningún
problema.
165
- Doctor, ¿cuándo podremos saber si es niño o niña? -
preguntó María José.
- Pues ahorita ya. Como lo veo, estás esperando a una
linda y hermosa niña.
María José se entusiasmó. Una niña. De ahora en
adelante tendría una cómplice de alegrías y travesuras. Un
par de lágrimas rodaron por sus mejillas. El doctor le hizo
las recomendaciones pertinentes. Julia y Donna
bombardearon de preguntas al doctor sobre los cuidados
que tenía que tener María José.
Salieron del hospital y fueron a comer para festejar.
***
22
***
23
170
***
24
172
- Que tu futura "esposa" va a hacer de la pedida de
mano un espectáculo - dijo Violeta, un tanto molesta.
- Ya van varios medios de comunicación que informan
que estarán al pendiente.
- Creo que ya habíamos hablado al respecto. Ella está
organizando todo. No puedo interferir en ello.
- Pero todo será un caos.
- No tengo alternativa.
- Pudiste haber dicho que no.
- ¿Y dejar que mataran a mi hija y a mi María José? No,
no podía dejar que pasara eso. La vida de ellas me
importa más que cualquier otra cosa
- Pero hermano...
- Dejemos que los planes marchen como deben. -
interrumpió Maurice. - Esperemos que pronto acabe todo.
Violeta y Donna hicieron un gesto de desaprobación.
Maurice se levantó y miró la ventana. Ellas se quedaron
con él, ayudándole con sus pendientes para que pudiera
acabar con el trabajo.
En cuanto acabaron con todo el trabajo, bajaron al
estacionamiento. Donna había dejado su auto junto al de
Maurice.
- Si quieren adelántense a casa de Regina. Tengo que
pasar por María José antes.
- ¿Ella irá? - preguntó Donna, extrañada
- Órdenes de la jefa - dijo Maurice con tono de burla.
- Pero nosotras no sabemos dónde vive Regina.
173
- Cierto. Yo tampoco sé. Espérenme aquí. Iré a
preguntar.
Maurice volvió a subir. Fue a la oficina del señor
Rochefeller. Tocó. Él abrió.
- Justamente a ti te quería ver.
- Me dijo Regina que hoy sería su pedida de mano. Y
quería saber dónde va a ser.
El señor anotó en unas hojas la dirección
- Aquí está la dirección y lo que tienes que decir al rato.
Si no logras aprendértelo, inventa algo para que tengas
que leerlo. Lo que importa es que no cambies nada de lo
que está escrito ahí.
Maurice asintió. Volvió a bajar. Donna y Violeta lo
esperaban recargadas en el auto.
- Listo. Ésta es la dirección. - se la mostró a Violeta.
Ella lo copió en su celular. - nos vemos ahí.
- ¿No quieres que vayamos nosotras por María José?
- Por ahora no. Quiero estar con ella un rato.
***
25
177
- Ve a sentarte con mi madre y mi hermana. En unos
minutos, me reuniré con ustedes - le dijo Maurice a María
José.
Ella hizo lo que Maurice le pidió. En cuanto llegó donde
ellas estaban, las saludó. Donna quitó su bolsa de una silla
para que su nuera pudiera sentarse. Una vez sentada,
buscó a Maurice con la mirada. Lo encontró junto a Regina.
Esperaba que la abrazara o se portara cariñoso con ella.
Pero pasaba todo lo contrario. Estaba distante con ella,
como si la quisiera evitar a toda costa. Ni siquiera le dirigía
una mirada de cariño. Justo cuando iba a pedir la mano,
volteó a ver a María José. Ella le hizo un gesto de buena
suerte.
Maurice y Regina subieron a una tarima, junto con una
señora y un señor, que suponía que eran los papás de
Regina.
- Bueno, ya que llegó el novio, vamos a proceder con
lo que nos ha reunido aquí. - dijo Regina al micrófono que
estaba en la parte central de la tarima
- Buenas tardes a todos. Voy a sacar mi apuntador
para que no se me vaya a olvidar nada. - dijo Maurice,
sacando el papel que había guardado en la bolsa de su
pantalón. Los invitados rieron.
Maurice leyó el discurso. De vez en cuando hacía una
pausa para mirar a los invitados, especialmente a María
José. Ella le devolvía la mirada con una sonrisa. En cuanto
terminó de leer, los padres de Regina le dieron su
aprobación. "¿Qué clase de padres aprobaban que su hija
se casara con un completo extraño?" se preguntó María
José en sus adentros. Miró a Donna y a Violeta. Parecía
178
que pensaban lo mismo, pues tenían cara de pocos
amigos. En ese momento, Regina besó a Maurice. María
José se volteó. Ver eso la había puedo celosa. Ambos
bajaron de la tarima. Regina estuvo paseándose a lo largo
del jardín. Mientras que Maurice se limitó a irse a sentar
junto a María José. Iba con gesto de dolor. Su boca estaba
sangrándole.
- ¿Qué pasó? - preguntó María José, preocupada.
- Me mordió mientras me besaba.
- Ven, te curaré - dijo María José, tomando un hielo y
envolviéndolo en una servilleta. - Siéntate, para que estés
a mi altura.
Él hizo lo que María José le indicó. Ella colocó la servilleta
en la herida de Maurice. Él gimió de dolor. Aunque por un
momento, agradeció que María José fuera enfermera.
El resto del evento transcurrió en calma. Maurice la pasó
casi todo el tiempo en la mesa de Donna, Violeta y María
José. De vez en cuando, Regina lo mandaba llamar, pero
era únicamente para que les tomaran fotos. Pero para él
era mejor estar con ellas que con Regina. La mordida de
labio le había dolido bastante. María José nunca le habría
hecho eso. Ni siquiera en los momentos de intimidad. Era
muy tierna con él. Sólo bastaba ver como lo veía cuando
hablaba, cuando reía o cuando estaba haciendo cualquier
cosa.
En cuánto terminó todo, Maurice se despidió del señor
Rochefeller y de los papás de Regina.
- Bien hecho, muchacho. - le dijo el señor, a lo que
Maurice se limitó a sonreír.
179
Regina se acercó a María José.
- Ahora si. Quería pedirte un favor muy especial. Sé
que tu y mi prometido, independientemente de lo que hubo
entre ustedes, siempre han sido muy buenos amigos. Por
eso era importante que estuvieras aquí. Y por lo mismo,
quería pedirte si podrías ser una de las damas de honor en
la boda.
María José volteó a ver a Maurice, que estaba detrás de
Regina.
- ¿Tú que opinas? ¿Quieres que lo sea? - le preguntó
a Maurice.
- Con tal de que estés ahí, me encantaría.
- Está bien. Acepto.
- Bien, entonces te mando a tu celular las
especificaciones del vestido.
María José asintió. Se despidió de Regina. Posteriormente,
Maurice procedió a hacer lo mismo. Regina quiso besarlo
en los labios nuevamente, pero Maurice se limitó a besarle
la mejilla. No quería que volviera a morderlo. Hecho esto,
se fueron. Maurice procedió a abrirle la puerta del auto a
María José. En cuanto ambos estuvieron en el auto,
Maurice la llevó a casa de Julia.
Al llegar, le ayudó a bajarse del auto. María José se dirigió
hacia la puerta de la casa. Ya estaba atardeciendo.
Maurice la siguió.
- Gracias por ser tan buena compañera. - le dijo
Maurice, colocándose frente a ella.
- Gracias a ti por invitarme siempre.
180
- Sabes que siempre te preferiré ante todo. ¿Si te dije
que te ves preciosa?
- Me parece que no. - dijo María José, sonrojándose.
Maurice procedió a besarla. Se quedaron mirando
fijamente por unos segundos.
- ¿No te lastimé? - preguntó María José, mirando el
labio herido.
- No, mi amor. Nunca lo harías. - dijo Maurice,
acariciando la mejilla de su amada.
- Ven, vamos adentro para que te suture la herida.
- No hace falta. Lo prometo. Estaré bien.
- No puedo verte así. Déjame hacerlo, por favor.
- Está bien, pero con una condición. - María José lo
miró consternada - que me dejes tomarme una foto
contigo.
María José sonrió. Maurice se colocó detrás de ella. La
abrazó por encima del vientre abultado. Tomó varias fotos.
En cuanto estuvo listo, entraron a la casa. María José
procedió a coser la herida. Cuando estuvo listo, Maurice
se retiró.
181
La decisión debe ser tomada
182
1
183
- Arethusa, vámonos al hospital. Mi nieta ya está a
punto de nacer.
Arethusa salió corriendo de su habitación. Llamó a una
ambulancia. Entre las dos, la ayudaron a levantarse. Un
espasmo fuerte aturdió a María José. Gritó.
- Calma, mi niña, calma. Estarán bien.
- Avísenle a... Maurice... que mi hija. ya va a... nacer...
- dijo con mucho esfuerzo María José.
- Ahorita le avisamos. Lo que importa en este
momento es que nazca bien.
- ¿Estarán conmigo en el parto, ¿verdad?
- Si, mi amor. No te dejaremos sola. Arethusa, avísale
a Donna y a sus hijos que mi nieta ya va a nacer.
- Con gusto.
Arethusa avisó a los tres por medio de un mensaje de
texto. La ambulancia llegó. Los paramédicos ayudaron a
María José a subir al automóvil. Arethusa y Julia subieron
tras ella.
Donna, Violeta y Maurice recibieron el mensaje de
Arethusa al mismo tiempo. Maurice tenía insomnio. Estaba
preocupado por María José. En cuanto recibió el mensaje
de Arethusa, supo el porqué de su preocupación. Le llamó
a su madre y a su hermana para avisarles. Le
respondieron que ya les habían avisado. Los tres se
cambiaron la pijama por ropa para salir. Maurice pasó por
ellas a su casa. Se subieron al auto de Maurice. Él le llamó
a Arethusa.
- ¿Si?
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- ¿Llevarán a mi esposa al hospital dónde estuvo
trabajando?
- Así es. Apresúrate a llegar para que puedas entrar al
parto.
Maurice colgó. Manejó rápidamente al hospital. María José
sentía como su hija estaba esforzándose por salir de su
cuerpo. "Calma, mi niña, calma" repitió las palabras de su
madre para su hija. El dolor la atormentaba más y más. El
chófer de la ambulancia procuraba manejar lo más rápido
posible, esquivando los coches que estaban en su mismo
carril.
Llegó al hospital. Los paramédicos la bajaron y la llevaron
hasta un quirófano. Arethusa y Julia fueron detrás de ella.
Letty las vio llegar y fue a llamar al doctor Jiménez.
- Doctor, María José acaba de llegar. Ya es hora de
que dé a luz.
- Prepara el quirófano y el instrumental ¡rápido!
Letty hizo lo que el doctor le pidió. El doctor se levantó
rápidamente de su silla, se cambió rápidamente por su
atuendo de cirugía y corrió al quirófano.
Maurice, Donna y Violeta llegaron minutos después. Los
tres corrieron a buscar a María José. A lo lejos, vieron a
Arethusa y a Julia. Maurice se adelantó a verlas.
- Ya estamos aquí. - dijo Violeta, sofocada.
- Bien. Tenemos que ver quién entrará con ella.
- Quiero que mi madre esté conmigo, igual que
Arethusa. - habló María José con mucho esfuerzo.
- ¿Puedo entrar también? - preguntó Maurice.
185
- No te gusta... verme... sufrir...
- No me importa. Quiero estar contigo.
- Haz lo que quieras. Decídete pronto, que ya no...
puedo... más...
Maurice se sintió de pronto, demasiado presionado. Sabía
que su obligación era ver nacer a su hija, pero
efectivamente no le gustaba verla así. Pero la sensación
de ansiedad de querer conocer a su pequeña tan pronto
como saliera del cuerpo de María José, le hizo tomar la
mano de su esposa y susurrarle al oído "no te fallaré.
Estoy contigo".
***
2
191
- Porque ella está sola. No tiene a nadie que la cuide,
que la proteja.
- Yo tampoco tengo a nadie. Aun así, nunca me has
apoyado.
- Tienes a tus padres, a tus hermanos...
- Pero no te tengo a ti. - lo interrumpió.
- Puedes estar sin mí tranquilamente.
- Pero vas a ser mi esposo y tienes que estar conmigo
siempre. ¿Oíste? ¡Siempre!
- No puedo creerlo. Es imposible hablar contigo. - dijo
Maurice enfadado.
Se marchó de la casa de Regina inmediatamente.
Regina intentó ir tras él, pero Maurice ya había arrancado
el coche y ya había manejado una distancia considerable.
Maurice, desde el día que le pidió matrimonio, se
comportaba sumamente extraño. La evadía a cada
instante y no era nada cariñoso con ella. Siempre que
estaban juntos, él estaba distraído y mirando cosas en su
celular. Regina temía que se arrepintiera de casarse con
ella. ¿Qué pensarían sus familiares y amigos? Sería una
tragedia. Tenía que retenerlo.
***
4
192
Maurice manejó rápidamente al hospital. Aquella situación
lo estaba asfixiando. Tenía que acabar con eso, antes de
que algo peor pudiese suceder.
Bajó rápidamente del auto y corrió al cuarto. Ahí estaban
Julia y Arethusa con María José, sentadas en el borde de
la cama. María José tenía a la niña en brazos. Le daba
de comer.
- ¡Amor! - exclamó María José. - ¡qué bonita sorpresa!
- ¿Cómo te sientes, preciosa?
- Ya mejor, cariño, gracias.
- Vamos por algo de comer, aprovechando que
Maurice está aquí contigo. - dijo Julia levantándose.
- Claro, mamá. Gracias.
Arethusa y Julia salieron de la habitación.
- ¿Todo bien? - preguntó al verlo tan extraño.
- Si, preciosa.
- Algo te pasa. Te conozco.
- No es nada.
- Cariño, dime. Puedes confiar en mí, ¿lo olvidabas?
- Lo sé, preciosa. Simplemente estoy harto de todo
este mundo. De tener que vivir teniendo que dar
explicaciones a los demás.
- Sabía que no estabas bien. Ya casi nos vamos.
Resiste un poco mas. Muy pronto estaremos en casa.
193
- ¿Sabes? - preguntó Maurice, cambiando de tema -
Ahora que recuerdo, no tuvimos fiesta, noche de bodas,
luna de miel, ni todas esas cosas.
- Lo sé. Todo fue tan rápido.
- Cuando regresemos, hay que planear todo una vez
más.
- ¿De qué hablas?
- ¡Claro! Esa no fue una boda para nosotros. Fue la
simulación.
- Pero, amor. No es necesario.
- ¿Por qué no? Todos los invitados se quedaron con
ganas de festejar nuestra unión. Incluso yo quería seguir
con la fiesta y todas esas cosas.
- Tal vez podamos festejarlo después. Tu y yo y bueno
- dijo, mirando a su hija - ahora con la niña.
- La niña...es cierto. Aún no tiene nombre. ¿Has
pensado alguno?
- Muchos, pero necesitamos hablarlo.
Ambos se quedaron pensando unos minutos. Después,
comenzaron a hablar sobre varios nombres que le
quedarían bien a su hija. Pero ninguno les parecía
adecuado. Hasta qué Maurice tuvo una idea que le gustó.
- ¿Qué te parece Andrea? - preguntó
- Me gusta. - miró a su hija - Andrea... Esta bien. Se le
queda el nombre.
- Princesa, tenemos que hacer algo para festejar
nuestra boda.
194
- Me parece buena idea, cielo. Sólo si es la fiesta.
- Pero, te suplicaré que no te obsesiones con la idea
de que sea la fiesta del año y esas cosas.
- ¿De qué hablas? Cuándo nos casamos, los demás
se encargaron de organizar todo. Yo no tuve que ver. Casi.
- Eso me gusta. ¿Sabes algo más?
- ¿Qué cosa?
- Te amo.
- No necesitas decírmelo. Esta niña lo demuestra
claramente.
Maurice se sentó más cerca de María José. La abrazó
suavemente. Hizo una caricia en su mejilla y después
acarició la frente de su hija. Andrea. María José tenía
razón. La niña era un regalo por darse tanto amor.
- Aún así, no creo que haya sido una unión válida.
- Los dos dimos el "si, acepto". Hicimos nuestra
alianza y nos dimos nuestro primer beso como esposos.
- Pero quisiera repetirlo una vez más.
- Ya habrá ocasión de ver eso. Por el momento,
tenemos que regresar a la aldea. Ya nació Andrea. Creo
que podremos marchar hoy mismo.
- Calma. Tienes que estar completamente repuesta
para poder regresar. Además, tengo un plan.
- Está bien, cariño. Pero que sea rápido. Ya no quiero
seguir en este mundo.
- Te lo prometo.
195
- Tenemos buenas noticias. - dijo Arethusa, mientras
ella y Julia entraban al cuarto.
- Mañana podrás regresar a casa con nosotras.
- ¿De verdad?
- No presentaste ninguna complicación, y tu hija
tampoco.
- ¡Qué alegría!
- Bien, pues mañana temprano vendré por ustedes
para llevarlas a casa.
- No es necesario, amor. Podemos irnos en taxi.
- Déjame consentirlas, aunque sea un poco.
Al día siguiente, las llevó a la casa. En cuanto estuvieron
frente a la casa, Maurice estacionó el coche. Se bajó
rápidamente y ayudó a María José a cargar a la niña,
mientras bajaba del coche. Entraron juntos a la casa.
- Hogar, dulce hogar. - dijo Maurice.
- No estamos en casa, amor - le dijo María José.
- Lo sé, pero por el momento, este es tu hogar.Platicaron
un par de horas, antes de que Maurice tuviera que
marcharse.
***
5
196
Pasaron varias semanas. Maurice iba a visitarlas diario.
De vez en cuando, Violeta y Donna también iban, pero sus
visitas eran menos frecuentes que las de Maurice.
Un día, Maurice estaba en la casa de María José. Jugaba
con su hija, como era su costumbre. Sin embargo, su
celular comenzó a sonar. Vio la pantalla. Era el señor
Rochefeller. Por un momento, pensó en rechazar la
llamada, pero si no lo hacía tendría consecuencias graves.
- ¿Si? - contestó
- Necesito que consigas una secretaria urgentemente.
Tengo que darle la incapacidad a mi nieta cuantos antes.
Su enfermedad ya no la deja trabajar.
- Vaya. Que terrible noticia. - calló - No se preocupe,
señor, ya sé quien podría ser mi nueva asistente - dijo,
mirando a María José.
Colgó. María José lo miró, confundida. No sabía de lo que
hablaba y porque la veía así.
- Tienes un nuevo trabajo, amor. - le dijo Maurice
- ¿De verdad quieres que sea tu secretaria?
- Claro que si, amor. Así será un buen pretexto para
estar juntos más tiempo.
- Pero quiero estar más tiempo con mi hija. Además,
aún tengo mi trabajo en el hospital. No me gustaría
perderlo.
- Has estado mucho tiempo con ella las últimas
semanas. Y por lo del trabajo, podrías renunciar.
- No será suficiente el tiempo que una madre quiera
estar con su hijo.
197
- Bueno, si quieres, puedes llevártela al trabajo.
- ¿Seguro? No he visto bebés en el edificio.
- Porque a los niños los dejan en la guardería. Pero a
nuestra pequeña podrías tenerla dentro de la oficina. Nada
más tendría que trasladar tu escritorio adentro de mi
oficina para que no tengamos problemas.
- Pero, cariño. Pronto nos marcharemos a la aldea.
- Será un trabajo provisional. Tengo un plan ¿lo
olvidabas?
- Está bien. Pero quisiera empezar el lunes. Estoy un
poco adolorida aún.
- ¡Qué alegría! No te arrepentirás, cielo.
- ¿Me prometes que será poco tiempo?
- Te lo juro. El lunes paso por ti para irnos.
***
6
198
La examinó lentamente. Tenía una falda entallada y una
blusa holgada. No parecía que hubiera tenido un bebé
semanas atrás. A pesar de que tenía maquillado el rostro,
se veía demacrada.
- Un poco. La niña estuvo llorando toda la noche.
María José besó los labios de Maurice.
- Te dejaré salir antes para que puedas descansar.
- Gracias, amor. - Maurice inspeccionó la casa
- ¿Dónde está mi suegra? ¿Y Arethusa?
- Fueron a trabajar. Creo que llegarán a la misma hora
que yo.
- Bien. ¿Nos vamos?
María José agarró la pañalera de la niña. Maurice la guió
hasta el auto. Abrió la puerta del copiloto para que ella
pudiera subirse. Ella subió con un poco de esfuerzo.
Seguía estando un tanto adolorida por el parto.
Maurice manejó a la oficina, cuidando no saltar baches
bruscamente por María José. Una vez que llegaron,
Maurice metió el auto al estacionamiento. Le ayudó a bajar
a María José. Entraron al edificio lentamente. Maurice le
indicó que iría a arreglar unas cosas en la oficina.
Siguieron caminando. Se detuvieron frente a un elevador.
Maurice presionó un botón y esperaron a que llegara.
- ¿Sabes? Lo único que me desagrada de este edificio
es que tiene cámaras de seguridad por todos lados. - le
dijo a María José, acariciando su rostro
- ¿Y eso que tiene de malo?
199
- Que contigo trabajando a mi lado, será difícil
resistirme a darte un beso. - le susurró al oído.
- Para todo hay tiempo, corazón.
Subieron al elevador. Una vez que estaban en la oficina de
Maurice, él le abrió la puerta. Ahí había dos grandes
escritorios de madera, un sofá de cuero y otras dos
puertas. En medio de los dos escritorios había una carriola
para la niña. La ventana reflejaba la luz del sol. Encima de
uno de los dos escritorios había una caja de cartón con
varios utensilios.
- Este es tu escritorio, amor. Aquí te dejaron todas las
cosas que vas a ocupar.
Maurice la abrazó con fuerza. María José lo alejó un poco.
- Recuerda que hay cámaras de seguridad.
- Lo sé. Pero eso no significa que no pueda abrazar a
mi "mejor amiga". - acarició suavemente su mejilla - Bueno,
vamos a trabajar. - le dijo, tomando su mano.
- ¿Qué tengo que hacer? - le preguntó María José, al
tiempo en que llevaba a su hija de regreso a la cuna.
- Tienes que llevar mi agenda, responder las llamadas,
pasar a la gente conmigo, acompañarme a las juntas, en
fin, ser mi dama de compañía. - el teléfono sonó - adelante,
cielo.
María José respondió la llamada. Las horas pasaron. Ella
arregló la agenda de Maurice, que estaba bastante
desordenada. De cuando en cuando, Andrea se
despertaba y lloraba. María José, para no incomodar a
Maurice la cargaba y trataba de que durmiera tan pronto
como fuese posible.
200
Cuando llegó la hora de comida, Maurice se levantó de su
silla.
- Bien, amor. No hace falta que te quedes más tiempo.
Usualmente, nadie llama a estas horas, así que solamente
perderías el tiempo. Mejor ve a casa para que puedas
descansar un rato.
- ¿Estás seguro que no quieres que me quede?
- Completamente. Puede ser que mañana si te
requiera más tiempo. Pero ahora no es necesario.
- Muchas gracias, corazón. Me iré a casa entonces.
- Te llevaría pero digamos que Regina está un poco
insistente en que pasemos más tiempo juntos.
- Está bien. Pediré el taxi. ¿Te veré más tarde?
- Por supuesto. Como todos los días.
Maurice la abrazó y besó su mejilla. "Te amo" se
susurraron mutuamente al oído. María José cargó la
pañalera de la niña. Salió. Esperó su taxi en la acera. Una
vez que pasó uno vacío, lo detuvo y se subió.
***
202
- Tendré que renunciar. Mi esposo necesita una
asistente personal y me pidió que si podía ser yo. No podía
decirle que no. Él confía en mí. Además, pronto
regresaremos a nuestra ciudad natal y no quisiera seguir
encariñándome con este lugar que tantas cosas buenas
me ha dado.
- Ay amiga. Te vamos a extrañar mucho aquí. Nos vas
a hacer falta. Pero, si es por un bien mayor, entonces
quédate tranquila. Y mientras te vas, no dejes de visitarnos.
Necesitamos saber que estás bien.
María José sonrió, tratando de esconder lo difícil que le
parecía decir adiós. Fue con el director del hospital. Le
comentó su situación. El director, aunque a regañadientes,
le aceptó la renuncia. Se despidió y se fue.
Volvió a subirse al taxi. Lukas manejó hasta casa de Julia.
Una vez ahí, se apresuró a bajar del coche para abrirle la
puerta del auto.
- ¿Te debo algo? - le preguntó María José, abriendo su
bolsa
- No, no te preocupes. Esto corre por cuenta de la
casa.
María José sonrió. Ambos entraron a la casa de Julia.
Lukas observó cada detalle. La primera vez que fue no se
había percatado de lo que había ahí. Todo era bastante
sencillo.
- ¿Mamá?
- ¿Si?
- Ya estamos aquí. - dijo, colocando la pañalera en el
sillón.
203
- ¿Cómo se portó mi nieta hermosa? - preguntó,
saliendo de la cocina.
- De maravilla, como siempre.
Julia se detuvo a la mitad del camino al ver a Lukas. Al ver
esto, María José sonrió.
- Mamá, no sé si recuerdes a Lukas. Vino hace unos
meses aquí a la casa. Fue uno de los sobrevivientes de la
aventura.
- Si, lo recuerdo. ¿Cómo estás?
- Muy bien, señora, muchas gracias.
- ¿Y Maurice, hija? Pensé que vendría a comer
- Tenía un compromiso con su futura esposa y tenía
que arreglarlo.
- ¿Futura esposa? ¡Pero si ustedes están casados!
- Es una larga historia.
- Bien, ¿tienen hambre? Ya está lista la comida.
- Gracias, mamá. Por cierto, ¿dónde está Arethusa?
- Sigue en el trabajo. Parece que ahora tenía que estar
más tiempo ahí.
Los tres se dirigieron a la cocina. Se sentaron a la mesa.
Mientras comían, María José le explicó como estaban los
papeles ahora y lo que les dijo la bruja a través de la llama
de fuego. Lukas parecía confundido. Aquello era más
complejo de lo que parecía.
- Y entonces ¿cuándo marcharemos a la aldea?
204
- Cuando Maurice lo crea oportuno. Parece que tiene
un plan.
- Espero que podamos marchar pronto. -miró su reloj -
hablando de marchar, ya debo de irme. ¿Puedo venir a
visitarte más tarde?
- Por supuesto.
María José lo acompañó a la puerta. Se despidieron.
Lukas se quedó mirándola unos minutos. Seguía siendo
realmente bella. ¡Cuánto deseaba ser él el dueño de su
corazón! Si fuera así, grandes cosas haría y los dos serían
felices.
Subió al auto y se fue.
***
8
207
- No hay tiempo que perder. Iremos a comer y después
te llevaré por tu atuendo.
Después de comer, fueron directamente al centro
comercial. María José entró a varias tiendas pero nada le
llamaba la atención. Maurice la seguía, inspeccionando lo
que ella veía.
Después de ver muchos vestidos, María José vio uno que
le llamó la atención. Era uno corto, color blanco, strapless
y con un moño en la parte delantera.
- ¿Te gusta? - le preguntó a Maurice
- Te verías divina en él. Anda, pruébatelo.
María José lo hizo. Definitivamente era lo que estaba
buscando. El vestido se ajustaba perfectamente a su
cuerpo. Volvió a ponerse su ropa. Salió del probador.
Maurice la esperaba sentado en un banco.
- ¿Listo?
María José asintió. Maurice lo pagó. Juntos fueron hacia el
auto.
- ¿Qué te parece si te llevo a casa para que te arregles?
Así aprovecho también para hacer lo mismo. En cuanto
termine de arreglarme, pasaría por ti de regreso.
- Me parece perfecto. Gracias.
- A ti, por aceptar la invitación.
Llegaron a la casa de María José. Ella se bajó. Se despidió
de Maurice provisionalmente con un beso en los labios.
Entró a la casa.
- Mamá, amiga. Necesito ayuda. - dijo, entrando a su
habitación.
208
- ¿Qué sucede? - preguntó Julia, entrando tras ella.
- Iré con Maurice a su despedida de soltero. Necesito
cambiarme lo antes posible. No sé a qué hora pase por mí.
- ¿Cómo que iras con él a eso? - preguntó Arethusa.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Porque en el bar en el que trabajo han ido muchos
hombres y mujeres a festejar este tipo de cosas y no son
eventos muy agradables.
- Él me lo pidió. Al parecer quieren llevarlo a una casa
de citas. No sé que sea eso, pero parece que a él no le
agrado la idea. - María José se desvistió y se puso el
vestido nuevo. - ¿podrían ayudarme a subir el cierre? -
Arethusa se acercó y subió el cierre. - gracias. ¿Cómo
está mi hija?
- Está dormida. Es su siesta vespertina.
- ¿Podrían cuidarla en la noche?
- Yo trabajo en la noche - dijo Arethusa. - de hecho, ya
me tengo que ir. Que te vaya bien en tu cita. - se despidió
de María José y de Julia.
- No te preocupes. Yo la cuidaré. - dijo Julia
- ¿De verdad? Muchas gracias, mamá. No tengo como
pagárselos.
- ¿Estás segura de lo que harás? Maurice no
desaprovechará la oportunidad para hacerte todo lo que
no te ha hecho este tiempo.
- Lo sé. Pero no puedo dar vuelta atrás. Maurice
espera que lo acompañe. No puedo quedarle mal.
209
Lukas llegó a la casa. Al ver la puerta abierta, entró. Vio
que la puerta del cuarto de María José estaba entreabierta,
se asomó y se quedó estupefacto al ver a María José con
semejante atuendo. Parecía que los años no habían
pasado por ella. Se veía estupenda.
- Déjame decirte que te ves preciosa. - le dijo
repentinamente.
Ella lo vio y le sonrió. María José cambió sus aretes y sus
zapatos. Retocó el maquillaje. Roció un poco de perfume.
Acomodó su cabello.
- ¿Cómo me veo?
- Preciosa.
***
9
210
- Gracias. ¿Puedo estar con mi hija un rato?
En ese momento, Andrea despertó y empezó a llorar.
- Claro. Podrías consolarla, mientras María José sale a
darle de comer.
Maurice sujetó a la niña con cuidado. Nunca le había
tocado arrullarla. Eso siempre lo hacía María José. Ahora
que la tenía ahí, entre sus brazos, llorando desconsolada,
no sabía que movimientos hacer para tranquilizarla.
Caminó de un lado a otro. Poco a poco, la niña se calmó y
empezó a jugar con los botones de la camisa de Maurice.
María José salió rápidamente de la habitación, pasando a
un lado de Lukas. Vio a Maurice y sonrió. Él al verla, la
examinó de pies a cabeza. Lucía bastante atractiva.
- ¡Vaya, vaya! Creo que estoy muerto. Estoy viendo
ángeles. - le dijo, besando su mejilla.
- Gracias, cariño. Pero no te puedes morir todavía. No
me puedes dejar sola.
- Lo sé. - miró de nuevo a su hija - creo que es igual
que su madre.
- Préstamela. Le daré de comer para que podamos
irnos.
Maurice hizo lo que María José le indicó. Ella descubrió
parcialmente su pecho y acercó a la niña. Una vez que
terminó, se acomodó de nuevo el vestido. Julia quitó a
Andrea de su regazo.
- ¿Estás segura que podrás cuidarla?
- Por supuesto. Tú encárgate de divertirte.
211
- Bueno, ¿nos vamos? - preguntó a Maurice.
- Por supuesto, cariño. Me dio mucho gusto verte,
suegra. Te la traeré de regreso mañana.
- ¿Mañana? - preguntaron las dos al mismo tiempo.
- ¿Crees que te iba a liberar tan rápido?
- Pero, amor, es mucho tiempo...
- Prometimos estar juntos toda la vida, ¿lo olvidabas?
Vámonos.
- Espera. Déjame ir por ropa para cambiarme mañana.
María José subió a su habitación. Sacó unas cuantas
cosas de vestir y las acomodó en una maleta. Cuando bajó,
se despidió de Julia, un tanto consternada. Lukas también
la veía un tanto frustrado. Parecía que se divertirían
mucho esa noche. No podía dejar de pensar en lo que
harían en esas horas. Pero él no podía hacer nada. Para
ella no era el amor de su vida.
Maurice cargó la maleta y la metió en la cajuela del auto.
Abrió la puerta del copiloto. Dejó entrar a María José.
Cerró la puerta y se metió al coche.
María José estaba confundida por lo que Maurice quisiera
hacer esta noche. Él podía ser capaz de todo, con tal de
tenerla a su lado.
- ¡Qué comience la fiesta! - exclamó Maurice, al
encender el auto.
- Amor, esto no está bien.
- ¿Por qué no?
212
- Porque aquí, en esta ciudad, tienes otra novia, con la
que pronto te vas a casar. ¿Qué pensarán de mí?
- Aquí y en cada parte del mundo eres mi esposa.
- Al menos me podrías decir qué más haremos aparte
de ir al bar
- Es una sorpresa que te encantará, amor. Te lo
prometo.
***
10
215
- Palabras y fotografías. Esta mujer que está conmigo,
es con la que mantengo una alianza más grande. Ella es
mi verdadera esposa y es la madre de mi hija.
Los demás escupieron un sorbo de cerveza. Tosieron.
- ¿Ya tienen una hija? - preguntó el hombre de nariz
achatada.
- Ya y es la bebé más hermosa del mundo. ¿O no, mi
vida? - le preguntó a María José.
- Bueno, si se parece a su madre, es la niña mas
bonita del universo. - María José se ruborizó.
- Iré al baño, amor. No tardo.
- ¿Quieres que vaya contigo? - le preguntó,
acariciando su cadera.
- No, mi vida, ahora no.
Se fue al baño. De pronto, sintió el filo de varias miradas
clavadas en su espalda. Quizás en ese momento
experimentó lo que sentía un pez en un acuario, donde
acudían muchas personas a verlos. Se sentía fatal.
Entró al baño. Se miró al espejo. Parecía que las personas
que habían estado mirándola eran como pirañas que se
lanzaron directamente a sus pómulos. Estaba
completamente ruborizada. Esperó unos minutos a que
el color volviera a ser el mismo.
De pronto, otra mujer entró al baño. Era Arethusa.
- ¿Estás bien?
- Si, simplemente quería estar sola unos minutos.
- Maurice se está inquietando porque no sales.
216
- Creo que exagera las cosas.
- Quizá sea así, pero por ahora, lo único que queda
hacer es que disfrutes este momento, por más
desagradable que parezca. Tal vez, Maurice quiera hacer
algo después.
Arethusa abrió la puerta y la invitó a salir. María José salió.
Esperó a Arethusa y caminó con ella hasta la barra de
bebidas. Arethusa se pasó del otro lado y María José se
sentó en un banco frente a ella. De pronto, María José
sintió que alguien la abrazaba por detrás.
- ¿Qué pasa, preciosa? - preguntó Maurice, atrás de
ella.
- Me desagradan tus amigos.
- ¿Por qué? Sí son buenos muchachos.
- No me gusta que me vean así. - Maurice se sentó
junto a ella.
- ¿Así cómo? - tomó su mano.
- Como Tomasz me veía cuando estábamos juntos.
Un escalofrío recorrió a Maurice. Hubiese preferido no
recordar eso. Tenía que animar a María José para que no
tuviera miedo.
- No te harían nada, cielo. Primero muerto antes de
que te hagan algo. Vamos, estarás conmigo todo el
tiempo.
- ¿Me lo prometes?
- Te lo juro, amor
217
Maurice se levantó y le ofreció su mano para ayudarla a
levantarse. Ella lo miró sin moverse. Con aquel
movimiento sabía que le estaría entregando, quizá, de
nuevo su vida. Podría ser que no fuese el momento
indicado, pero sabía que deseaba con todo el corazón
poder estar junto a él toda su vida.
Maurice se acercó lentamente a ella. Quedaron juntos,
frente a frente. Él tomó las manos de la dama, las llevó a
su cintura, colocando después las suyas sobre los
hombros de su amada. Vio una chispa en la mirada de
María José. Entonces supo que era el momento. Sujetó su
rostro con firmeza y besó sus labios. Era la primera vez
que lo hacía en público desde que se habían reencontrado.
Cuando la soltó, ella acarició su rostro.
- ¿Qué pretendes hacer?
- Recuperar lo que es mío.
- No necesitabas hacer esto. No hay nada que
recuperar. No he dejado de ser tuya.
- Lo sé, pero quería asegurarlo.
María José se levantó y tomó la mano de Maurice.
Caminaron juntos hacia la mesa. Volvieron a sentarse
como antes. Frente a ellos había dos vasos grandes con
cerveza. Los amigos de Maurice estaban borrachos ya.
- ¡Salud por el festejado! - gritó el de cabello castaño.
- ¡Salud! - gritaron los demás, alzando sus copas y
chocándolas entre sí.
- Salud, preciosa - le dijo Maurice a María José y los
dos juntos brindaron.
218
Empezó a sonar la música. Maurice se levantó y sacó a
bailar a María José. Mientras los demás amigos seguían
bebiendo, la pareja bailaba sin cesar.
De pronto, todos los amigos se levantaron y fueron hacia
ellos. El de nariz achatada sacó su celular de la bolsa y
todos se juntaron de más. Maurice abrazó a María José y
ella se colgó de su cuello. Se tomaron varias fotografías en
las que ella posaba de diferentes formas, mientras que él
la mantenía firme contra su cuerpo.
En cuánto acabaron de tomar las fotos, los amigos de
Maurice se despidieron
- Bueno, amigo, si tu no quieres ir por chicas, nosotros
si. ¿Seguro que no quieres ir?
- Gracias, amigo, pero ya tengo a mi chica y creo que
no acabaremos pronto.
- Bien, entonces nos vamos. Fue un placer conocerla
de nuevo, señorita esposa de Maurice. - dijo uno de ellos,
el cual, estaba tambaléandose de lo borracho que estaba.
- María José, su nombre es María José.
- Hasta luego, María José, nos vemos el día de la boda.
Si irás ¿verdad?
- Ahí nos vemos - les dijo María José, despidiéndose
de cada uno.
Cuando todos estuvieron bastante lejos, Maurice les gritó
- No se les olvide el juramento.
Volvió a abrazar a María José. Siguieron bailando hasta
cansarse. Maurice vio la hora y supuso que ya debían salir
219
del establecimiento. "Vámonos" le susurró a María José.
Ella cargó su bolsa. Ahí había una nota que decía:
"Mi turno ya terminó, pero te veías tan divertida con
Maurice que no quise interrumpirte. Te veo en casa. Te
quiero: Arethusa"
Sonrió y guardó la nota.
***
11
220
María José no supo que decir. Maurice sabía que a ella le
gustaban mucho las sorpresas. Para no inquietarse vio la
hora en el reloj del tablero del auto. Las cuatro con
cuarenta y cinco minutos. La noche se le pasó rápido. No
tardaba en amanecer.
Maurice manejó varios kilómetros hacia el norte.
Realmente esperaba que le gustara la sorpresa a María
José. Aunque se le había ocurrido rápidamente y que no
había tenido tiempo de supervisar como había quedado,
confiaba en la buena voluntad de su hermana para hacer
las cosas.
Vio a lo lejos el campo. Había un viejo y descolorido
edificio. Se estacionó en la entrada. Se bajó del auto.
María José miró a su alrededor. Estaba todo despoblado.
Fuera de ese edificio, no había datos de civilización. Era
sólo campo. Maurice le abrió la puerta.
- ¿Qué hacemos aquí? - preguntó María José,
confundida, al leer el letrero de "hotel" que se colgaba de
una de las ventanas.
- Necesitamos dormir un poco. Tu sorpresa empieza a
las diez. No querrás estar somnolienta en esto ¿o si?
María José salió del auto. Caminaron juntos a la entrada
del edificio. Maurice se acercó a la recepción. Dijo unas
cosas en secreto a la recepcionista. La mujer le entregó
una llave. Maurice firmó unos papeles.
- ¿Por qué no me esperas en la habitación, mientras
bajo unas cosas del auto?
- ¿Necesitas ayuda?
- No, amor. Vamos. Espérame ahí. Ahorita te alcanzo.
221
Le dio la llave a María José. Ella subió unas viejas
escaleras. Ahí estaba su cuarto. Abrió la puerta
lentamente. Vio la cama que había en el centro. Estaba
cubierta de pétalos de rosas. También había un camisón
de tela casi transparente. Examinó lentamente el cuarto.
Fuera de la cama, había un sillón, un mueble y un baño.
Se quitó el abrigo que Maurice le había dado en el bar y lo
puso en el sillón.
Maurice abrió la puerta del cuarto. Vio a María José,
inspeccionando su alrededor.
- ¿Pasa algo, amor?
- ¿Qué significa esto, cielo?
- Bueno, mientras me estaba cambiando me acordé de
nuestra boda e hice algunos cálculos. Fue así como caí en
la cuenta de que hoy es nuestro primer aniversario de
casados. Aunque había algo más. No hemos consumado
nuestro matrimonio. Así que debía organizar una sorpresa
cuanto antes.
- No entiendo.
- Si, mi amor. A nuestra hija la concebimos una noche
antes de la boda. Desde esa noche no hemos tenido, ya
sabes... intimidad. Por eso quise organizar todo esto.
- ¿Y cómo lo hiciste, sí estuviste casi todo el tiempo
conmigo?
- Mi hermana me ayudó. Ella vino a traer las cosas
aquí. Además, ella organizó lo que vendrá al rato.
- ¿Y qué planeas hacer entonces? - preguntó
maliciosamente María José, acercándose a él.
222
- Muchas travesuras, amor. Pero primero, tienes que
cambiarte. Anda, cámbiate.
María José obedeció. Mientras tanto, Maurice se asomó a
ver el amanecer que se filtraba por la ventana. En cuánto
María José terminó de cambiarse, se asomó para ver qué
hacía Maurice. Ya tenía puesto el camisón. Sin embargo,
sentía un poco de vergüenza. Su cuerpo no era el que
Maurice estaba acostumbrado a ver. A pesar de que ya
había perdido la mayor parte de los kilos que subió
durante el embarazo, su figura se veía algo distinta.
Maurice seguía viendo a través de la ventana. Entonces,
María José salió y lo abrazó por detrás. Él volteó y la
examinó lentamente.
- Te ves divina.
- ¿Lo crees?
- Siempre lo he creído. Eres mi ángel. ¿Estás lista?
- Creo que sí.
Maurice la besó llevándola a la cama. Se acariciaron
lentamente, hasta que los minutos y segundos se
inmortalizaron en el cuerpo que formaban esas almas
enamoradas.
Terminaron extasiados. María José estaba sobre Maurice,
acariciando su pecho desnudo. En ese momento, el
celular de Maurice comenzó a sonar. Él imaginó de quien
se trataba. Y no se equivocó. Regina ya le había llamado
veintidós veces antes, esa era llamada número veintitrés
que le hacía. Maurice contestó, esperando una serie de
reclamos de su parte.
223
- ¿¡Dónde estás!? - le gritó furiosa - Llevó una hora
llamándote y no me contestas. Llame a tu casa y no
contestase ahí. Le llame a tus papás y dijeron que ahí
tampoco estabas. ¿Dónde diablos estás?
- Si no te calmas en este momento, no te diré nada. -
Regina se quedó callada. - Así está mejor. Fue mi
despedida de soltero. ¿Ya? ¿Contenta?
- No hiciste nada malo, ¿verdad? - preguntó Regina,
inquisitivamente - ¡Júramelo!
- No, no hice nada malo.
- Bien, entonces te quiero aquí en mi casa a las 4 de la
tarde en punto. Porque me van a hacer mi despedida de
soltera y es importante que estés aquí. Lleva a María José
contigo.
Regina colgó. Maurice instantáneamente tuvo un ataque
de risa. María José volteó a verlo, un tanto extrañada de
su comportamiento.
- ¿Qué te dijo Regina? - le preguntó María José, en
cuanto se le pasó el ataque.
- Que debemos ir a su despedida de soltera. - María
José hizo una mueca
- ¿Es obligatorio que vayamos?
- Supongo - dijo Maurice, - ¿vas a ir conmigo?
- Tengo que hacerlo. Quiero vigilarte de que no te
vayas a comportar extraño como lo hiciste ahorita. - dijo,
incorporándose un poco. Maurice vio la hora en su
teléfono. Ya se les estaba haciendo tarde.
- Bien, creo que es hora de irnos.
224
- ¿Tan rápido? - preguntó María José
- Te tengo otra sorpresa ¿lo olvidabas?
- Creí que esta había sido la sorpresa. - dijo,
levantándose parcialmente.
- No, mi amor. Hay otra más. - dijo Maurice,
levantándose de la cama.
- Creo que hoy fue mi día de suerte. - se vistieron
rápidamente.
Guardaron la ropa que habían usado la noche anterior
dentro de la maleta que había llevado María José.
***
12
227
- No tan bien como a ti. ¿Cómo se la pasaron ayer? -
le preguntó Arethusa.
- Bastante bien. Mi esposa y yo tuvimos mucho de que
hablar esta noche. ¿O no, mi cielo?
- Demasiadas cosas. - dijo María José sin prestar
mucha atención. - ¿ya se fue Lukas?
- Ya, se fue poco después de que ustedes se fueran
anoche. Por cierto, habló tu "prometida", Maurice. - le dijo
Julia a Maurice.
- Que hoy es su despedida de soltera y que requiere
que vayas, amiga. No sé para qué, pero insistió mucho en
que fueras. - Maurice hizo una mueca. Realmente, se
estaba volviendo loca.
- Amor, ¿si puedo dormir un poco? - preguntó Maurice.
- Si, amor. Mi recámara es esta - dijo, señalando una
puerta.
- Gracias, mi vida. - Maurice entró al cuarto.
- Estuvieron juntos bastante tiempo, ¿eh?
- Si y fue de las mejores noches de mi vida.
Al ver que la niña ya se había dormido, se levantó del
sillón.
- Yo también dormiré un rato. Si necesitan algo, nos
despiertan
Entró al cuarto y acostó a su hija en la cuna. Vio a Maurice
acostado en su cama. Estaba boca arriba, roncando y con
un brazo extendido. María José lo acomodó para que ella
pudiera acostarse también. Durmieron unas horas hasta
que Julia los despertó para que fueran a la despedida.
228
****
En cuanto llegaron a la despedida, localizaron a Donna y a
Violeta. María José se fue a sentar con ellas, como lo
había hecho el día de la pedida de mano. Maurice la siguió,
inspeccionando el ambiente que se vivía a su alrededor.
Había un grupo de hombres con el torso desnudo y con
gorras en la cabeza bailándole a unas cuantas mujeres
que estaban ahí.
- ¿Qué está pasando? - preguntaron los dos, al mismo
tiempo.
- No lo sabemos. Pero lo mejor será que estén poco
tiempo. Presiento que las cosas no van a terminar bien. -
dijo Donna.
Regina, a lo lejos, los vio llegar. Se dirigió a la mesa en la
que se encontraban sentados. Maurice hizo una mueca de
disgusto. Suponía que le haría pasar un mal rato.
- Demos un aplauso al novio, que acaba de llegar - dijo
un hombre al micrófono.
Las asistentes, entusiasmadas, gritaron eufóricas. Maurice
se limitó a hacer un gesto con la mano en señal de
agradecimiento. Regina fue por él y lo obligó a ir con ella
dónde estaba una tarima que fungía como escenario.
Maurice miró a lo lejos a María José. Ella estaba nerviosa.
Tenía las dos manos juntas, recargadas en su barbilla. Lo
miraba, a la expectativa de qué le harían.
- Tome asiento, joven, que vamos a empezar con el
juego.
229
Maurice dudó en hacerlo. Echó una última mirada a María
José. Seguía a la expectativa. Regina lo obligó a sentarse.
El hombre que lo había incitado a pasar, le cubrió los ojos
con una venda. Regina comenzó a bailarle de manera
extraña. Mientras lo hacía, sujetaba fuertemente tanto el
pecho como los brazos de Maurice. Él permanecía inmóvil,
aunque hubiera querido gritar en varias ocasiones. María
José deseaba subir a rescatarlo. Odiaba ver como estaban
humillándolo de esa manera. Pero no podía hacerlo. Ante
la vista de todas aquellas personas, Maurice y ella ya no
tenían nada que ver. No se quería imaginar como
terminaría todo eso.
En cuanto Regina acabó, le quitaron la venda a Maurice.
Él bajó de la tarima y fue con María José. Ella, cuando
llegó Maurice, le sujetó su mano.
- Tranquilo, ya pasó, ya pasó.
Maurice le agradeció con una sonrisa. Lamentaba estar
ahí, porque si no lo estuviera, ya estaría entre sus brazos.
***
13
***
14
234
- Esta bien. Entonces, sígueme. Tendrás que ducharte,
si no quieres enfermar. Además tengo que curarte. Otra
vez.
María José caminó rápidamente hacia el final del pasillo.
Volteó a ver si Maurice la seguía, pero cómo no lo hacía, lo
alentó.
- Vamos, sígueme - llegaron al cuarto de baño - Esa es
la llave de agua caliente - dijo María José señalando la
llave del lado izquierdo. - pero antes. - buscó unas cuantas
cosas que había en un pequeño mueble. Sacó unos
frascos en los que había un líquido transparente. - No te
muevas - le dijo a Maurice, humedeciendo un pedazo de
algodón con el líquido transparente.
Colocó un poco en el labio de Maurice. Aunque la sangre
ya estaba seca, serviría para que la costra no volviera a
caerse. Maurice gimió de dolor. Sujetó con fuerza la mano
de María José. Ella, al terminar, tiró el algodón en el bote
de basura y se lavó las manos.
- Gracias, preciosa. Te prometo que será la última vez
que tengas que hacerlo - María José sonrió .
- Te espero en el comedor. Dúchate bien.
María José salió de la habitación. Fue a la cocina. Ahí
estaba Julia con la niña en brazos.
- ¿Todo bien?
- Si. ¿Preparamos la cena?
María José colocó a la niña en una mesita especial que
tenían para ella. Entre las dos se dedicaron a preparar la
cena.
235
Maurice se apresuró a ducharse. Tenía que reunirse con
María José en la planta baja lo antes posible. Tenía que
contarle su plan. Estaba ansioso de que ella supiera que
por fin ya marcharían de aquella ciudad que tanto le
disgustaba. Al encontrarse con ellas, rodeó la cintura de
María José por detrás.
- ¿Cómo está mi adorada suegra? - preguntó Maurice,
abrazando posteriormente a Julia.
- Muy bien. Me da gusto que te quedes ésta noche con
nosotras.
- La verdad es que no quería pasar una noche más
lejos de mi esposa y de mi hija. Por eso me vine.
- ¿Y tu prometida?
- Ya hablaremos de eso en la cena. Tengo un plan
- Hola familia - dijo Arethusa, entrando a la casa.
- Hola amiga. ¡Qué gusto que llegaste temprano!
- Mi jefe me dio el día de descanso. Casi no había
gente en la cantina. Entonces me vine a casa. ¡Maurice!
Que sorpresa verte por aquí a estas horas.
- Maurice se quedara a dormir con nosotras. - dijo
María José, arrullando a su pequeña. Poco después la
llevó al cuarto para que pudiera dormir bien.
- Brillante idea. Creo que tramas algo de lo que no nos
hemos enterado. - dijo la ninfa, intentando leer la mente de
Maurice.
Los cuatro se sentaron a cenar. Maurice les platicó el plan.
- Mañana, seguiremos con lo de la "boda". Iremos tú y
yo, cariño, a la ceremonia, pondré cara de enamorado
236
cuando entre Regina, haré los votos y nos iremos a la
fiesta. Pero, un buen rato después de que haya
comenzado la fiesta, te despedirás de mí y de Regina,
excusándose de que el ruido afecta mucho a nuestra hija.
Me esperaré unos minutos para que no parezca tan
evidente que me fugué contigo, y saldré a "tomar un poco
de aire fresco". Mientras yo salgo, mi madre y mi hermana
se irán con ustedes. Me esperarán afuera del salón. Ahí
las alcanzaré. Ya que estemos juntos, nos marcharemos
al lugar que nos dijo Milenna. ¿Qué piensan?
- No lo sé. Suena muy complicado. - dijo María José
- ¿Por qué?
- Porque Regina no es tonta. No creerá el cuento del
ruido y a ti menos te creerá lo de aire fresco.
- Para eso están mi madre y Violeta. Ellas estarán en
la misma mesa que tú. Ya saben el plan y les indicarán
cuando es el momento para empezar a llevarlo a cabo.
Confía en mí.
- Además, tendríamos que ponernos de acuerdo entre
nosotras y aparte con Lukas.
- De eso no hay problema. Nosotras podríamos
esperarlos a determinada hora afuera del salón. Y
podríamos decirle a Lukas que haga lo mismo.- comentó
Arethusa
- ¿Estas seguro que quieres hacerlo? - preguntó María
José
- Si, cariño. Tú y yo debemos estar juntos por siempre,
sin nadie que lo impida y sin ocultarlo más tiempo.
Arethusa parecía fascinada con el plan.
237
- Bien entones ya está decidido. - Maurice asintió - Ya
saben que hacer entonces. - dijo Arethusa, haciendo un
ademán con la mano señalando los anillos.
Maurice se quitó el anillo del dedo. María José hizo lo
mismo. Los dejaron sobre la mesa. Unos segundos
después apareció la imagen de Milenna.
- ¿Qué sucede?
- Estamos listos. Mañana iremos al cuartel que
preparaste.
- Mañana, cuando vayan en camino, junten de nuevo
los anillos para que les muestre por dónde deben ir. Buena
suerte. - Desapareció.
- Bien, pues tenemos que estar listos para mañana.
Será un día difícil para todos.
- Lo sé. Será difícil no voltear a ver a María José
durante la ceremonia - dijo Maurice, sujetando una mano
de su esposa.
- Tú permitiste esto. - dijo ella, apartando su mano
rápidamente. - me iré a dormir. Buenas noches - se fue a
su habitación.
Maurice quedó con mal sabor de boca por aquel
comentario. No era el único que estaba cansado de esa
situación. Ella también lo estaba. Nada más que fingía
hacerse la fuerte. Ayudó a Arethusa y a Julia a recoger las
cosas del comedor. Cuando terminaron, preguntó.
- ¿Dónde dormiré?
- Con tu esposa. Claro. ¿Con quién más, sino?
238
Los tres se fueron a su respectiva habitación. Julia le
mostró cual era la habitación de María José. Maurice entró.
Ahí estaba ella, acostada en la cama con una sábana
cubriendo su cuerpo.
Él se acostó también, a un lado de ella. Cubrió su cuerpo
con la misma sábana que María José. La abrazó,
provocando que ella también lo hiciera. Por fin la tenía una
vez más así.
***
15
239
- No importa. Me agrada verte así, en tu faceta
maternal. - María José se limitó a sonreír. - Ahora si no
podremos escondernos para manifestar cuánto nos
queremos, cielo
- Si, ya extrañaba eso. Aunque seguías viniendo, no
era lo mismo a que tenerte de lleno.
- Lo sé. Pero afortunadamente, no habrá nadie que
pueda separarnos ahora.
María José acostó nuevamente a la niña en la cuna.
Después, se sentó en el borde de la cama. Maurice la imitó
y se sentó junto a ella.
- Hoy llegaste más golpeado que nunca. - le comentó
de repente.
- Regina quería que tuviéramos....ya sabes. - María
José suspiró y se volteó. No quería que Maurice notara
que estaba enfadada.
- ¿Aceptaste? - le preguntó.
- Por supuesto que no. No hubiera podido hacerlo. -
dijo Maurice, girando el rostro de María José hacia si.
- Me alegra. Aunque por tu aspecto, parecía que sí
había pasado algo. - Maurice rió.
- Lo sé. No todas pueden ser tan cariñosas como tú. -
hizo una caricia en su rostro.
Maurice la besó. Ella le correspondió, teniendo cuidado de
no abrir la herida, al mismo tiempo en que recorría con
caricias los lugares en los que Maurice tenía moretones.
Ambos sonrieron.
240
- Gracias por ser parte de mi vida. Te amo tanto, mi
vida. - le dijo Maurice a María José.
- Gracias a ti, por seguir eligiéndome como el amor de
tu vida.
- Te seguiré eligiendo siempre...
María José sonrió. Poco después se acostaron y volvieron
a dormir.
***
16
242
- Preciosa es poco. Pareces un ángel. Mi ángel. - dijo
Maurice, cargándola.
- Cuidado, amor. El vestido aún no está
completamente firme - Maurice vio que el cierre del vestido
estaba abajo. Lo subió con precaución. María José sonrió -
¿Podrían ayudarme? - preguntó María José a Arethusa y a
Julia. - todavía necesito peinarme.
- Claro que si, hermosa. - dijo Arethusa - vamos,
siéntate.
- Me bañaré rápido. - dijo Maurice al percatarse que se
le hacía tarde
Se duchó. Mientras estaba bajo el agua, recordó lo
emocionado que estaba meses atrás por vivir este
momento con María José. Ese día había sido
especialmente preparado por los de la aldea para que
ellos dos estuvieran felices. Pero alguien se había
encargado de arruinar su día. ¿Quién podría haber sido
ese hombre? Varios nombres pasaron por su mente, pero
ninguno tenía sentido para cometer aquel acto. Pero la
imagen de alguien le dio la respuesta a su pregunta:
Tomasz. Terminó su ducha. Se vistió con el smoking
correspondiente. Pero, al momento de hacer el nudo de la
corbata, dudó. Salió del baño y fue a la sala. María José
seguía sentada, ahora sola con la pequeña Andrea en
brazos.
- ¿Estás listo, cielo? - preguntó María José,
inspeccionándolo con la mirada.
- ¿Me ayudarías?
243
- Por supuesto, amor. Ven. - Maurice se acercó. Con
una mano logró hacer correctamente el nudo de la corbata.
- listo.
- Gracias, preciosa - la besó. - ¿y las demás?
- Ya comenzaron a empacar todo lo que nos vamos a
llevar - Maurice se sentó a su lado.
- ¿Estás lista para llevar a cabo el plan?
- Si. Aunque no creo estar lista para ver a otra mujer
ocupando mi lugar.
- Ocupará un lugar que ya tuviste tu. Pero no usurpará
uno que sigues teniendo.
- ¿Cuál es ese lugar?
- Un lugar aquí - dijo, colocando la mano de María
José en su pecho.
Ella lo besó. Repentinamente, el celular de Maurice sonó.
- ¿Si?
- Hijo, ¿en dónde estás? Ya es hora. - dijo Donna del
otro lado del auricular.
- Sigo aquí con María José.
- ¿Qué esperas? Regina no tarda en llegar.
- ¿Ya es hora?
- Ya, hijo. Si no te apresuras, los planes se vendrán
abajo.
- Voy en camino. No tardo. - ambos colgaron
- ¿Todo bien?
- Ya es hora, preciosa.
244
- Bien, entonces vámonos.
- ¿Cómo nos vamos a ir? - preguntó Maurice
- Alquilé un coche para éste día. No podíamos ser tan
obvios.
- Bien, entonces me adelantaré a la iglesia. Te amo, no
lo olvides. - dijo Maurice, besó los labios de María José y
se fue.
Maurice subió su maleta al coche, sabiendo que la sacaría
no en la casa que había comprado con Regina, sino en
aquel hogar temporal. Vio una vez mas a María José.
Sonrió. Subió al coche, lo arrancó y se fue.
***
17
***
18
248
María José vio que ya lo habían dejado de felicitar, se
acercó a él con su hija en brazos.
- Muchas felicidades, recién casado. - Maurice la
abrazó y la mantuvo varios minutos en sus brazos.
- No tienes de que felicitarme. Lo hubieras hecho
cuando nos casamos o aquel día que validamos nuestro
matrimonio.
- Mas vale que no lo repitas. Por ahora.
- Mi hermana y mi madre ya lo saben. La noticia les
causó una felicidad inmensa. Esperan que, ahora que
estemos juntos, le demos un hermanito a esta muñeca -
dijo, acariciando la mejilla de su hija.
- No te adelantes a lo incierto.
- Una fotografía por favor - dijo un hombrecito
sujetando una cámara. Maurice rodeó la cintura de María
José y ella colocó su mano izquierda en la espalda de
Maurice. Entre los dos cargaron a la niña. Flash. - muchas
gracias. - el hombre se alejó de ellos.
- Nuestra primera fotografía como familia...- dijo
Maurice a lo que María José se limitó a sonreír - ¿estás
lista?
- Si, lo estoy. Me adelantaré al salón
- Pero ¿quién se llevará mi coche?
- No lo sé. Acuérdate que llegué después de ti.
- No te preocupes por tu auto. Tu hermana y yo nos
iremos en él. - dijo Donna, colocándose detrás de María
José
- Entonces me voy
249
- Espera - dijo Maurice, abrazándola de nuevo para
decirle un secreto - ¿ya están listas sus cosas? - le susurró
al oído.
- Si. Ya está todo listo. Lukas pasará por mi madre y
por Arethusa en un rato. No te preocupes por ello.
- Bien. Nos vemos en un rato. - se acercó de nuevo a
su oído - te amo mas que nunca, no lo olvides - le susurró.
María José sonrió - toma - le dio su anillo de bodas -
cuídalo. No lo quiero perder.- lo guardó en su bolso.
María José se fue al auto alquilado. Acomodó a su
pequeña en el asiento para bebés del coche. Se subió y
empezó a manejar.
Maurice se acercó a Regina. Entre los dos saludaron a la
gente y los invitaron a seguir compartiendo con ellos la
dicha de su matrimonio. Cuando toda la gente se fue a sus
autos, Maurice llevó a Regina al coche que los llevaría
hasta el salón. La ayudó a subirse y después se subió.
- Todo estuvo maravilloso. Los invitados están
fascinados con la ceremonia. Además ya somos marido
y mujer. ¿No estás feliz?
- Mucho.
- Creo que María José también lo estaba. Tanto, que
lloró de la emoción - Maurice calló. Las lagrimas de María
José no habían sido de emoción, sino de pena. - ojalá que
encuentre a alguien más pronto. Es una mujer muy noble y
bella.
- Lo es. Conociéndola desde hace tanto tiempo, es
difícil no quererla por ese carácter tan lindo que tiene.
250
- ¿Sabes? Tengo un mal presentimiento y de una vez
quiero advertirte algo. Si tu me dejas, me mato. Por eso
quiero asegurarme de algo. Prométeme que nunca me vas
a dejar - dijo Regina, sujetando fuertemente la mano de
Maurice.
Maurice sintió cómo uno de los huesos de su mano hacía
crack. Le hizo la promesa a Regina. Pero eso no
cambiaría que, dentro de unas horas, estaría
demostrándole completa y enteramente su amor a María
José. Sintió un gran remordimiento porque rompería una
promesa, pero no debía cambiar el plan que había hecho.
Ella lo soltó y siguió hablando maravillas de la boda.
***
19
***
20
***
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- Si, amiga. Todo muy lindo. Pero tengo que irme. Mi
hija está harta del ruido y necesita descansar en silencio.
Sigue disfrutando la fiesta.
- ¿Vas a regresar?
- No creo. No sé cuanto tiempo tarde en dormirse mi
niña y no me gustaría dejarla sola en casa con mi mamá y
con Arethusa. No sé si se les presente algún
inconveniente. Diviértete mucho. Maurice, un placer -
abrazó primero a Regina y después a Maurice, quien la
retuvo mas tiempo.
- Te veo en unos minutos. Espérenme. - le susurró al
oído.
- Donna y Violeta te esperarán en la mesa. No tarden
tanto.
María José salió del salón, no sin antes mirar a Maurice. Él
la siguió con la mirada.
***
22
260
- Siempre dice lo mismo. No hay nada que se pueda
hacer al respecto. - dijo Lukas
- Pero, es que Maurice y yo llevamos muchos años
con esto. No puedo evitarlo.
- ¿Puedo abrazarte, aunque sea? - preguntó el doctor.
María José sonrió. Se acercó al doctor y lo abrazó. Él le
correspondió. ¡Cuántas veces soñó con ese momento en
el cuál pudiera tenerla entre sus brazos! Aunque la
situación no era favorable, el doctor se alegró de poder
rebasar el límite de lo profesional y poder dejar ver su lado
humano, cosa que nunca creyó que pasaría.
Al soltarla, el doctor se fue a su coche. Antes de arrancar,
le dedicó una última mirada a María José. Ella lo miraba
con cierta lástima. No soportó más esa situación. Se fue.
***
23
262
María José abrazó a Arethusa y a Julia. Volteó a ver a
Maurice. Estaba parado, con la mano en la manija de la
puerta, esperando a que su amada esposa se acercara
para abrirle la puerta. Así como estaba en ese momento,
estuvo la primera vez que le dio un "si". Esperaba que ella
le diera la pauta para abrir directamente las puertas de
su corazón, porque él ya tenía su corazón de par en par.
María José caminó hacia él tal como lo hizo aquella vez.
Maurice la abrazó.
- Quiero volver a entrar a tu corazón, como aquella
primera vez.
- Nunca saliste de él. - la besó tiernamente. Abrió la
puerta del coche y María José entró. Maurice corrió hacia
el otro lado y entró al carro.- dame mi anillo.
- Tienen que estar juntos para que Milenna nos de las
instrucciones para llegar. En cuanto estemos ahí, te lo
regresaré.
María José juntó los anillos y los colocó en el tablero del
auto. Un tenue rayo de luz salió de los anillos,
mostrándoles una línea recta.
***
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263
- Todo lo de hoy parecía sumamente falso. -opinó
Violeta
- Estoy de acuerdo. Ya estaba sumamente impaciente
para que terminara - dijo Maurice con tono molesto.
- No parecía. - refutó María José, algo molesta
también.
- ¿Por qué lo dices?
- Te veías sumamente feliz, tomándote fotos y
abrazándola.
- De hecho, para tu información, ella me abrazaba. Yo
no lo hubiera hecho.
- Pues dudo bastante que no hayas tenido nada que
ver en eso.
- Aunque lo dudes, es la verdad.
María José calló por unos minutos.
- ¿Volvió a lastimarte?
Maurice no respondió. No quería decirle lo ocurrido en el
coche. Al sentir el silencio de Maurice, lo examinó de pies
a cabeza. No podía ver mucho porque la camisa de
Maurice era de manga larga. Pero hubo algo que si pudo
ver: la mano de su amado. Maurice no la apoyaba del todo
en el volante. Y para todo lo que hacía, Maurice apoyaba
completamente ambas manos.
- ¿Qué te pasó en tu mano?
- Nada. Estoy bien. - dijo Maurice. ¿Cómo lo había
notado?
264
- Maurice, te conozco. Algo te pasó en la mano. Dime
qué es.
Maurice terminó por contarle todo lo que había pasado en
el auto. María José estaba aún más molesta. No sabía
cómo reaccionar ante aquella situación. Esa no era la
primera agresión que Regina le hacía a su marido. Había
algo de ella que le llamaba la atención. Tenía demasiada
fuerza para hacer ese tipo de cosas. Más que cualquier
enfermo. Ella conocía la mayor parte de las enfermedades
gracias a su trabajo en el hospital y no había visto a ningún
enfermo con esa clase de fuerza.
- ¿Quieres decir que esa mujer te lastimaba
constantemente? - preguntó Violeta, enojada.
- Si. No podía hacer, ni decir nada. Cualquier cosa
podía ser dicha en mi contra.
- ¿Desde cuando te hacía esto?
- Desde la pedida de mano.
- ¡No es posible! - gritó Violeta, enojada.
- Aunque he de decirte, amor, que hay algo que no
encaja aquí. - le dijo María José. - Me parece que te han
estado mintiendo estos meses.
- ¿Por qué lo dices? - preguntó Maurice.
- Un enfermo no tiene la fuerza necesaria para dejar
semejantes marcas en la piel de una persona. Mucho
menos para romperle un hueso. Las enfermedades, más
las que son de gravedad, provocan debilidad en el cuerpo
de la víctima. Y aparentemente, Regina tenía bastante
fuerza para estar enferma.
265
Maurice se dedicó a meditar sobre lo que María José
había dicho. Tenía sentido. Realmente, él nunca había
visto a Regina demasiado enferma. Siempre permanecía
en un buen estado. Salvo una que otra ocasión, que si iba
pálida o con ojeras en el rostro. No quiso decir nada al
respecto, pero lo que ella había dicho tenía cierta
coherencia.
Maurice siguió manejando en la dirección que mostraba la
luz. Pasaron varias horas. No veía el fin de ese trayecto.
Estaba oscureciendo. ¿Regina ya habría notado su
ausencia? Pensó en lo que le había dicho en el trayecto de
la iglesia al salón. No podría hacer nada malo. Seria una
tragedia peor que la que vivirá a partir de ese momento.
El celular de Maurice timbró varias veces. Era ella. María
José vio la pantalla del aparato. Sintió como su corazón
palpitaba más deprisa.
- Es Regina ¿verdad? - preguntó Violeta.
- Si, es ella.
- Deja que siga sonando. Pronto se desesperará y
dejará de llamar.
- ¿No tienes prendido el localizador de tu celular,
verdad?
- No. Mi mamá tampoco. Los desactivé antes de salir
de casa.
- Bien hecho, hermanita.
- ¿Qué esperabas? Esa mujer no es tan tonta y eso
hubiera sido lo primero que hubiera hecho.
266
- Ella también piensa igual que yo. - le dijo María José
a Maurice.
- Por eso somos mejores amigas y cuñadas. No
hubiera dejado que otra mujer se apropiara de mi
hermano.
- Sigue insistiendo. - dijo Maurice viendo su celular.
- Calma. Mientras no llame a mi cuñada esta bien.
Pasó más tiempo y después de llamar a Violeta y a Donna
sin recibir respuesta, Regina acudió a llamar a María José.
Seguro ella sabría donde estaba. Ella, al sentir su celular
vibrando dentro de su bolsa, lo sacó y revisó la pantalla.
- ¿Qué hago? Me está llamando a mí.
- Contesta, cuñada. No despiertes la duda en ella.
- ¿Si? - dijo María José descolgando el teléfono y
poniendo el altavoz para que Maurice y Violeta
escucharan.
- Disculpa ¿no sabes dónde esta mi esposo? Salió
hace rato y no ha regresado.
- No, amiga. Llegué hace rato mi casa y desde que me
fui, no he sabido nada de él. Creí que estaba contigo.-
mintió María José
- Estoy preocupada. Ni Donna, ni Violeta me
contestaron.
- ¿Ellas que tienen que ver en esto?
- Ellas salieron con él. - hizo una pausa -Pensé que
sabrías de él. Son tan buenos amigos que quizá te lo
habría dicho o habría ido a buscarte. Perdón.
267
- Mantenme al pendiente si sabes algo de él.
- Si sabes algo de él, también avísame.
Ambas colgaron. María José miró a Maurice pero él no le
correspondió. Siguió viendo fijamente la carretera.
- A quien dos amos sirve...
- ...con uno queda mal - dijeron al mismo tiempo
Violeta y María José.
- No es necesario que me lo digan. Lo sé.
- No parecía que lo supieras hace unos meses.
- ¿Y dejar que les hicieran daño? No podía permitirlo
- Te dije que no lo hicieras. - dijo Violeta.
- Esta bien. Lo admito. Hice mal. ¿Contentas? - las dos
tardaron en responder. - vamos, no se pueden enojar
conmigo dos de mis amores mas grandes. - María José
sonrió y puso su mano sobre la de Maurice otra vez.
- Prométeme que pensarás en ir a pedirle perdón a
Regina
- ¿Qué? Eso es absurdo
- Por favor...- rogó María José.
- Está bien. Aunque no estoy de acuerdo con eso.
Vieron de pronto una bifurcación en el camino. La luz los
guiaba a la derecha. Maurice condujo el coche en esa
dirección y Donna hizo lo mismo.
***
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Los demás siguieron a María José. Entraron a la cabaña y
de pronto, se llenaron de una sorpresa inmensa.
El retorno
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recordar lo que Maurice había dicho sobre lo que había
sucedido, volvió a molestarse.
- ¿Cómo te sientes? - preguntó María José, sujetando
la mano herida.
- Feliz de estar contigo sin tener que escondernos.
- Me refería a lo de tu mano. Pero concuerdo contigo.
Yo también lo estoy. Vamos abajo. Necesito conseguir un
botiquín para curarte.
Ambos bajaron las escaleras.
***
***
3
282
- ¿Cómo supiste que eso era lo que quería? - le
preguntó Maurice, sentándose a su lado.
- Soy su madre. He aprendido a saber lo que quiere.
La llevé en mi vientre durante nueve meses. Creo que
aprendimos a conectarnos.
- Enséñame a entender sus gestos.
- Tienes que percibirlos, amor. - en cuanto terminó de
comer Andrea, volvió a llorar - por ejemplo, ahorita lo que
quiere es que el cambie el pañal. Se siente incomoda.
- ¿Te ayudo?
- Pásame la pañalera.
Maurice se la dio. María José cambió cuidadosamente el
pañal sucio por uno limpio. Maurice simplemente no podía
dejar de mirarla maravillado. Entendía cada aspecto de su
hija y apenas habían pasado seis meses desde que
estaban juntas.
- Listo.
- Eres un ángel, cielo.
- Gracias, amor. ¿Podrías ir a ver si ya despertó
alguien más? Si quieres llévate a la niña.
- Ahora vuelvo. No tardo. Extráñame mucho, hermosa.
- Lo haré. - dijo María José sonriendo.
Maurice salió y cerró la puerta. María José se apresuró a
arreglarse. Escogió cuidadosamente su ropa. Se puso los
pantalones de mezclilla y la blusa rosa claro que Maurice
le gustaba verle. Secó su cabello. Lo dejó libre sobre sus
hombros y se dedicó a su rostro. Fue al baño. Ahí, pintó un
283
poco sus pestañas y delineó sus ojos. Usó un labial claro
para sus labios. Se examinó una vez que ya estuvo lista.
- Amor ¿puedo entrar?
- Si, cariño. - Maurice entró. La miró y sonrió.
- Estás preciosa.
- Gracias. - vio que no tenía a su hija en brazos -
¿dónde está Andrea?- Maurice tardó en responder y María
José comenzó a alterarse - ¿amor? ¿Dónde está mi hija?
- Mi hermana la tiene. - María José se relajó - y creo
que no la soltará en un buen rato. La adora.
- Lo sé. Es una buena tía. Bien. Ayudaré a hacer el
desayuno. ¿Vienes? - María José se dirigió hacia la puerta
de la habitación.
- Me ducharé.
- Adelante, cielo. Si no me encuentras aquí, estaré
abajo.
- Como digas, cielo.
María José lo besó muy cerca de los labios, provocando
que Maurice se quedara atónito unos minutos.
***
4
285
Maurice salió de la casa. María José y Violeta se quedaron
en la entrada de la cabaña. Regina se encontraba viendo
el horizonte. Donna estaba frente a ella, pero al parecer no
la veía.
- ¿Qué sucede?
- No me ve.
Maurice recordó lo que la bruja había dicho. "La casa está
en una caja invisible".
- Eso es. Los que nos vamos a ir pudimos ver la casa
por el hechizo de la bruja pero los demás no pueden. Ella
no nos puede ver porque no marchará con nosotros.
- Aún así, creo que deberías tratar de hablar con ella.
- Creo lo mismo. Voy a salir.
- Espera. - dijo Violeta, alcanzándolo y sujetando su
brazo - Si sales así, podrías destruir el hechizo que puso la
bruja. Tienes que pensar en algo más.
- Tengo una idea. - le hizo una seña a María José. Ella
se acercó. - rodearemos el lugar y nos reuniremos con
Regina - María José le dio a la niña a Violeta. - no, cariño,
llévatela.
María José volvió a cargar a Andrea. Maurice tomó su
mano. Caminaron juntos a través del bosque. En cuanto
estuvieron cerca del paradero de Regina, Maurice detuvo
a María José.
- Espera aquí. Yo te indicaré cuando te acerques. - le
dijo Maurice, colocándola detrás de un árbol.
- ¿Estás seguro de lo que harás?
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- No, pero es lo mejor para los dos. - Maurice la besó y
se alejó de ella. En cuanto estuvo cerca de Regina, respiró
hondamente. - ¿Regina? - ella volteó a verlo con lagrimas
en los ojos
- Maurice...- se acercó lentamente a él- ¿por qué?
- Lo lamento tanto, pero no tuve otra salida. Ya no
aguantaba mas vivir sin ella.
- ¡Pudiste haberlo dicho antes! No sabes con cuanto
anhelo esperé casarme con mi príncipe azul y ¿qué recibí
a cambio? Que mi esposo se largara con quien sabe que
mujer el día de la boda.
- Por eso estoy aquí, pidiéndote una disculpa.
- Ninguna disculpa vale mas que el daño que me
hiciste.
- Si hay algo que pudiera hacer para remediarlo, lo
haría.
- No creo que puedas hacerlo. ¡Me hiciste quedar en
ridículo!
- Creí que tus reclamos eran porque me amabas.
- ¿Crees que me hubiera casado con cualquiera?
- No lo sé. Nunca estuve seguro.
- ¡Vaya! No me imaginé escuchar eso de ti. Entonces,
si vas a decir la verdad, dila completa ¿quién es esa mujer?
- Maurice vaciló. No sabía que responder - ¡respóndeme!
¿Quién es ella? ¿Es María José? - Maurice calló una vez
mas. - ¡responde! Es María José ¿verdad? - al oír su
nombre, ella supo que no podían seguir ocultando la
verdad.
287
- Si, soy yo - respondió María José saliendo de su
escondite y colocándose junto a Maurice.
- ¿Cómo pudiste? Más bien ¿cómo pudieron mentirme?
Sabías cuanta ilusión sentía por todo esto.
- Lo lamento, pero fueron muchos meses en los que
estuve alejada del amor de mi vida.
- Además, no te mentimos del todo. Sabías que
estábamos casados.
- ¡Pero dijeron que se habían separado!
- Separado si, más no nos habíamos divorciado. Ella y
yo seguimos estando casados. No podíamos dejarnos por
esto. Menos por toda la historia que tenemos juntos.
Crecimos juntos, vivimos juntos desde que nacimos.
Nuestros padres eran buenos amigos entre si. Conforme
pasaban los años, el cariño de amistad se convirtió en
amor. - mientras hablaba, Maurice rodeó mas y mas con
su brazo a María José, provocando que ella lo imitara.
- Y fue casi desde aquel momento en el que yo
empezaba a corresponder sus sentimientos. Cada vez era
más difícil estar separados.
- En ese momento, el uno al otro le entregó las llaves
de su corazón. Y nos volvimos parte indispensable del otro.
Hemos estado separados mucho tiempo y ya no queremos
que pase esto. Menos ahora que tenemos a nuestra hija
de por medio.
Regina se afligió. Ella no pudo darle un hijo a Maurice y
por ello María José le había ganado la batalla. Observó
lentamente a la niña. Tenía muchos rasgos de él.
288
Realmente era una combinación entre Maurice y María
José. Si tan sólo ella le hubiera podido dar un hijo...
- Pero su matrimonio no puede ser válido. No lo han...
- ¿Consumado? Temo decirte que le rogué a María
José para que pudiéramos validar nuestra unión. Y, al final
de cuentas, ella aceptó. Entenderás que, ahora menos
que nunca, no podemos estar separados. La niña nos
necesita juntos.
- Y ¿qué pasará conmigo?
- Sé que encontraras a alguien que sepa valorarte.
Eres un gran ser humano. No quiero que te aferres a algo
que no puede ser. Mi esposa fue, es y será mi razón de
vivir. No podemos seguir separados.
- ¿Volveremos a vernos otro día? - le preguntó a María
José.
- No lo sé. Pronto partiremos a nuestro hogar. Pero
podremos mantenernos en contacto.
Regina dio media vuelta, subió a su auto y se fue sin decir
nada mas. Maurice soltó a María José y frotó varias veces
su rostro para ver si era real. Violeta y Donna se acercaron
a ellos. Habían estado escuchando todo.
- ¡Al fin! - Maurice cargó a María José.
- Con cuidado, cariño. Recuerda que estoy cargando a
la niña también.
- Hiciste bien, hermano. Ahora podrán ser felices
ustedes dos.
- Esto tenía que pasar algún día. Y ese día llegó al fin.
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Maurice besó una y otra vez a María José. Violeta sujetó a
Andrea, quitándola de los brazos de María José. Ella, al
sentir sus brazos libres, abrazó fuertemente a Maurice.
Maurice volvió a cargarla pero ahora la llevó al interior de
la casa. Violeta y Donna los siguieron.
- ¡Somos libres! - gritó Maurice ya dentro de la casa,
aun con María José en brazos.
La bajó y volvió a abrazarla y besarla. Julia, que había
estado en su habitación, bajó las escaleras deprisa.
- ¿Qué pasó? - preguntó
- Le dijo la verdad a Regina - dijo Donna.
- Ahora mi esposa y yo podremos retomar nuestro
matrimonio sin escondernos.
- ¡Qué felicidad! - exclamó Julia, abrazando a la feliz
pareja.
- Hablando de buenas noticias, nosotros tenemos una
buena nueva para ustedes. - dijo Christian
- ¿Cuál es? - preguntó María José, sujetando la mano
de Maurice.
- Mientras hablaban con Regina, llegó alguien mas. -
dijo André
- Hola amigos. - les dijo Anne, bajando las escaleras.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto verte! - exclamó María José,
mientras corría a abrazar a Anne.
- Gracias por esperarme. Y, por cierto, felicidades por
su matrimonio.
- Gracias.
290
- Bueno compañeros, ya está listo el desayuno.
- Y creo que somos varios que tenemos hambre.
Se sentaron a la mesa. Todos comieron rápidamente.
***
5
**************************
Maurice dejó que María José entrara a la habitación.
Después azotó la puerta.
- ¡Me rehúso! ¡Me rehúso completamente! No dejaré
que ningún otro hombre te vuelva a tocar. ¡Eres mía!
¿Escuchaste? ¡Mía! - gritó furiosamente.
- Mi amor, ¿de qué hemos estado hablando? No te
dejes dominar por tus emociones.
- No me están dominando. Estoy bien, solamente me
rehúso a pensar que las manos de ese zángano te toquen
una vez mas.
- ¡Pero mírate como estas! Estás sumamente exaltado,
tus mejillas están más rojas que un tomate y te cuesta
trabajo respirar.
295
- Es que no te imaginas cuanto me duele pensar en
que es necesario que te vuelvan a dañar para salvar la
aldea. Me provoca, me incita, saca lo peor de mi.
- Ya oíste a tu hermana hace rato. Aprenderé a
escabullirme para que no me haga daño.
- Ya lo hizo una vez. Podrá hacerlo de nuevo.
- Pudo haber una segunda vez pero lograste impedirlo.
- Pero ahora no estaré contigo.
- Te daré tiempo para llegar. Para eso aprenderé a
escabullirme.
- Preferiría no arriesgarte.
- Estaré bien, mi amor.
- Pero te lastimará.
- No me dejaré lastimar. He aprendido a ser fuerte, a
defenderme. Para eso me sirvió estar en esta ciudad.
- No te creo.
- Si tan sólo supieras...
- ¿Qué debo saber?
María José se sentó en la cama. Maurice la imitó.
***
6
296
María José caminaba por las calles de un barrio peligroso
de la ciudad. Buscaba a Maurice o a alguien que le
indicara su paradero. Necesitaba que supiera de su
embarazo. Llevaba puesto unos shorts y una playera sin
mangas pues era lo único que había encontrado de ropa.
Estaba tan concentrada buscando a Maurice, que no
percibió que un hombre la seguía desde hace tiempo. Era
alto, musculoso y estaba bastante desaliñado y sucio. Su
barba canosa estaba sin afeitar y de él se desprendía un
olor desagradable. La mirada con la que veía a María José
no era muy amistosa. Parecía que la devoraría en
cualquier instante.
María José entró a un callejón demasiado oscuro, pero,
cuando intentó salir, se dio cuenta que el hombre la tenía
acorralada contra la pared. Los recuerdos de lo que había
pasado con Tomasz comenzaron a atormentarla.
- Hace tiempo que te vi y me pregunté que hacía una
mujer tan hermosa por estos rumbos. - dijo, sujetándola
mas y mas fuerte.
- Suéltame, por favor.
- No lo creo. Me gustaste demasiado. No se si te
parezca que pasemos un buen rato juntos.
- No quiero pasar buen tiempo. Estoy buscando a mi
marido.
- Lastima, quería que lo disfrutaras. No me queda de
otra que hacer las cosas por las malas.
- ¡Suéltame! Estoy embarazada.
- No le pasará nada al niño, te lo aseguro. Bien, ahora
¡a disfrutar!
297
El hombre levantó a María José, sin embargo, ella alcanzó
a patearlo varias veces, provocando que la soltara. En
cuanto estuvo libre, salió corriendo.
- ¡Regresa, maldita! - gritó el hombre, tratando de
hacer que regresara.
María José corrió aun mas rápido.
***
7
299
Maurice se levantó. Le permitió a María José que se
acomodara bien y ambos quedaron profundamente
dormidos.
***
8
300
- ¿Creíste que te podías escapar de mi? - dijo,
sujetando fuertemente sus piernas.
- Suéltame, por favor.
- No... no lo haré. Esperé mucho tiempo para volver a
tenerte así. - bajó nuevamente.
La besó en cada parte de su cuerpo, sujetándole con
fuerza los brazos.
María José empezó a gritar fuertemente, clamando a
Maurice. Sus gritos eran cada vez más fuertes. No podía
tener a Tomasz tan cerca, rasgando sus ropas una vez
mas y dejándole marcas en su cuerpo como aquella
ocasión. Empezó a sudar. Tenía miedo. Mucho miedo.
Maurice despertó confundido, y, al verla tan agitada, la
abrazó fuertemente para lograr que se calmara. Sin
embargo, ella trataba de soltarse. Los brazos de Tomasz
se habían vuelto más suaves que la primera vez. ¿Qué
estaba pasando? El terror se mezcló con la confusión de
no saber porque ahora era tan cariñoso con ella.
Maurice la agitó fuertemente para lograr que despertara.
Aquel momento se parecía al de la prueba del prado. Ella
no podía volver en sí. Estaba en un trance bastante fuerte.
- Mi amor, calma. Estamos bien. Despierta, por favor.
Estarás bien
María José despertó lentamente. Examinó con la mirada
su alrededor, bastante asustada.
- ¿Dónde estamos? ¿Dónde está Tomasz?
- ¡Ay, cielo! - exclamó Maurice, al comprender de lo
que se trataba su sueño. - Tuviste una pesadilla.
301
Seguimos aquí, en la choza que nos preparó la bruja.
Todavía no regresamos a casa.
- Menos mal que sólo fue un sueño. - dijo María José,
tranquilizando su respiración.
- Calma, cielo. Estoy aquí para protegerte.
- Gracias, corazón. - dijo María José, secándose el
sudor de la frente.
- Pero mira cómo estás. Este nuevo reto te esta
afectando bastante.
- Trataré de que no me afecte más.
- No quieras parecer fuerte.
- Sé que no lo soy. Pero aprenderé a serlo.
María José se levantó y fue hacia la ventana.
- Mi niña, ¿qué sucede? - preguntó Julia, entrando de
golpe a la habitación.
- Tus gritos se escucharon por toda la casa. - dijo
Arethusa, entrando tras Julia.
Ambas fueron con María José y la abrazaron. Los gritos de
María José las habían despertado, haciendo que se
preocuparan de sobre manera. La conocían muy bien y no
le había pasado nada similar en todas las noches en las
que habían dormido bajo el mismo techo.
- Fue un mal sueño. Eso es todo.
- ¿Mal sueño? Ninguna pesadilla te había hecho gritar
de esa manera. Debió ser una muy mala.
- Era sobre Tomasz. - dijo Maurice, acercándose a
ellas.
302
- Mi niña...- dijo Julia, abrazándola más fuerte.
- No hay que permitir que le hagan daño, Maurice.
Tenemos que idear un plan más elaborado para que ella
no sufra las consecuencias. - comentó Arethusa.
- ¿Qué sugieres? - preguntó Maurice.
- No lo sé. No he podido dormir por pensar en una
solución factible.
- Lo que dijo Violeta es una buena solución -comentó
María José.
- Lo es, pero la cabaña donde vivirían no es muy
grande y tus esfuerzos por escabullirte serán inútiles en
algún momento. Tendremos que encontrar otra solución
para que puedas estar más segura.
- ¿Entonces ya no usaríamos la otra solución?
- Si. Usaremos dos al mismo tiempo.
- ¿Podrías encargarte de la segunda?
- Con gusto. Pronto se me ocurrirá una idea. Se los
aseguro.
- Creo que lo mejor será que traten de dormir. Mañana
será un día largo. - dijo Julia.
- Claro que si, mamá.
- ¿No quieres dormir conmigo esta noche? - le
preguntó Julia a María José.
- Estaré bien, mamá.
Julia besó la frente de su hija y se marchó a su habitación
rápidamente. Arethusa, en cambio, se quedó mirando un
poco la luna a través de la ventana. Sus pensamientos
303
confusos poco a poco se hicieron más claros. Las ideas y
posibles soluciones cobraban sentido en una sola.
- ¡Lo tengo!
- ¿Qué cosa? - preguntó María José.
- Mañana les digo. Mi idea es estupenda. - dijo,
saliendo de la habitación, mientras daba pequeños saltos.
- Creo que a muchos nos preocupas, cielo.
- Lo sé - María José suspiró.
- ¿Dormimos?
María José se acostó nuevamente. Con una seña, invitó
a Maurice a acostarse junto a ella. Él sonrió. Una vez en la
cama, colocó el brazo de María José alrededor de su
pecho. Ella se quedó dormida minutos después.
***
9
305
- Mi niña.- le dijo de pronto Julia - ¿todo bien?
- Si, mamá. Estoy bien. Aunque estoy preocupada por
Maurice, por ti, por mi hija y por los demás. No quiero
experimentar lo que vivimos aquella vez. También estoy
preocupada por papá.
- Yo también hija. No sé cómo esté. Anhelo tanto
volver a verlo.
La niña lloró. María José la cargó y empezó a arrullarla.
Los demás dejaron de practicar. Maurice se acercó a
María José y le dio un beso. Violeta los vio.
- Cuñada, es tu turno. - le gritó Violeta.
- ¿Qué vas a hacer con ella? - le preguntó Maurice,
poniéndose frente a ella.
- Cariño, es por mi bien. - le dijo María José,
poniéndose de pie.
- Promete que no le harás nada malo - le dijo Maurice
a Violeta.
- Esta es sólo la prueba.
María José dejó a Andrea con Julia y se acercó a Violeta.
- Bien. Lukas, ven por favor. - Lukas se acercó. -
imagínate que él es Tomasz. Trata de moverte lo mas
rápido posible para evitar que te atrape.
Lukas se acercó a María José. Trató varias veces de
agarrarla, pero ella esquivó cada movimiento,
agachándose o corriendo de un lado a otro. Maurice la
veía, boquiabierto. Se había vuelto muy ágil, a pesar de
que tenía poco tiempo de haber dado a luz. Sí peleaba así
con Tomasz, podría vencerlo con facilidad. Aunque, lo que
306
decía Arethusa era cierto: la cabaña donde vivirían era
demasiado pequeña, más pequeña que el espacio donde
María José se estaba moviendo en esos momentos, pues
sólo estaba planeada para ellos dos.
***
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309
- Iré a ducharme. Creo que mi aspecto actual no es el
más agradable de todos. - dijo Eduardo.
- Nuestra habitación está junto a la de Violeta. - dijo
Donna.
Eduardo se apresuró a subir. Se duchó y aprovechó para
afeitarse aquella barba tan larga que tenía. Una vez que
creyó que estaba listo, bajó de nuevo. Cuando lo vieron,
se sentaron a la mesa.
***
11
***
13
316
Cargó a su hija, aún dormida. Bajó las escaleras y salió de
la casa. Para su sorpresa, Arethusa ya estaba con ellos,
pero no la había alcanzado a ver porque se encontraba de
pie, junto a Julia, en la escalinata de la entrada.
- Creí que nunca bajarías. Necesito hablar contigo.
Pero después lo haremos. - le dijo Arethusa.
- ¿Ya está listo?
- Ya. Sólo necesito las huellas de Maurice para evitar
cualquier incidente con él, cuando llegue a rescatarte.
- Bien. ¿Cómo va el entrenamiento?
- Parece que bien. Aunque deberían de tomarlo con
más seriedad. En la aldea, no creo que sea tan gracioso
ver cómo matan a toda la gente frente a sus narices.
- ¿Y Maurice...?
- Por él no te preocupes. Tengo la táctica perfecta para
protegerlo. Llegará intacto a tu lado.
- Pero la táctica no te afectará ¿verdad?
- Lo dudo. Peores cosas han tratado de matarme.
Estaré bien, créeme.
Maurice vio que María José ya había bajado. Dejó su rama
en el suelo y corrió a abrazarla.
- ¿Todo bien, mi cielo? - se separó un poco de ella
para poderla mirar.
- Todo bien, amor - le respondió María José,
acariciando sus mejillas.
317
- Ya me dijo Arethusa lo de tu atuendo.
- ¿Y qué te parece?
- Que te verás hermosa, como siempre. - María José
sonrió.
- Hablo en serio, cariño.
- Y yo también hablaba en serio. - al ver que María
José esperaba otra respuesta, sonrió - es una idea
grandiosa. De hecho, Arethusa va a tomar mis huellas
dactilares para que, cuando termine la aventura, pueda
seguir abrazándote, aun con el traje puesto. - besó sus
labios delicadamente.
- Gracias, cielo - le dijo María José, acariciando su
rostro. Miró a Arethusa. - ¿Cómo ves el entrenamiento?
- Parece que todavía les falta bastante.
- ¿Crees que puedas ayudarlos?
- Por supuesto. Ocuparemos los días que sean
necesarios para entrenar como se debe.
- Entonces no hay tiempo que perder. Te escuchamos
- dijo Maurice, haciendo que los demás se detuvieran y
pusieran atención a Arethusa.
- Bien. Creo que lo que han estado haciendo no es la
mejor forma de entrenar. Aunque, me agrada su idea de
pelear todos juntos. Pero lo que debemos hacer es aplicar
combates individuales.
- ¿Para qué servirá esto? - la interrumpió Eduardo.
- Para que cada quien pueda salvar su vida. -
respondió, un tanto irritada. Al ver que no la volverían a
318
interrumpir, continuó hablando - necesito que formen
parejas.
Lukas se puso frente a Maurice; Christian, frente a André;
Francesco, frente a Bruno y Romeo, frente a Eduardo.
- Lukas y Maurice, ustedes serán los primeros.
Los dos se apartaron de los demás. Ambos tomaron de
nuevo su rama. "Adelante" les dijo Arethusa. Lukas fue el
primero en atacar. Apuntó su rama directamente al
estómago de Maurice, pero él alcanzó a esquivar.
Pelearon con bastante fuerza. Parecía que Lukas quería
vengarse de algo.
- ¿Qué te sucede? - preguntó Maurice, saltando
rápidamente.
- Nada fuera de lo común. ¿Por qué? - preguntó Lukas,
golpeando a Maurice en el pecho.
- Estás peleando sumamente bien. Mejor que hace
rato.
- Tenemos que pelear como si estuviéramos en la
batalla final ¿no?
- Si, pero tú estás peleando excesivamente bien. Creo
que pretendes vengarte por algo que yo no sepa. -
Maurice lo atacó en el brazo.
- ¿Lo crees?
- Estoy casi convencido.
- ¿Según tú, por qué es?
- Porque yo tengo a María José. Y ella me ama más
que a nadie en el mundo.
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- Te equivocas. Hay alguien a quien ama más que a ti.
- ¿Quién es, según tú?
- Tu hija. - Maurice se distrajo, al ver a María José con
la pequeña Andrea en brazos.
Lukas tenía razón. Desde que esa pequeña llegó a sus
vidas, María José era distinta. La mayor parte de los
mimos que hacía eran para su hija. Muy pocos eran para
él.
Lukas lo atacó en el pecho, provocando que cayera al
suelo. Arethusa se acercó a él y le ayudó a levantarse.
- Procura estar más concentrado la próxima vez. Si te
distraes como lo haces ahora, no podré ayudarte.
- Lo siento.
María José dejó a la niña en brazos de su madre. Se
acercó rápidamente a Maurice. Lo inspeccionó
lentamente.
- Amor, ¿estás bien? - le preguntó, acariciando su
rostro. - ¿no te hizo daño?
- No, cariño. Estoy bien.
- ¿Qué pasó? ¿Por qué te distrajiste de esa forma?
- Porque te estaba viendo. - María José sonrió.
- Creo que la próxima vez me quedaré dentro de casa.
- Prefiero que te quedes afuera.
- Les recomiendo que hablen en otro lugar. Están
obstruyendo el campo de entrenamiento. - les dijo
Arethusa, incitándolos a moverse.
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Ambos caminaron hacia donde estaba Julia. Maurice
abrazó a María José por detrás, pero ella ya se encontraba
cargando a la niña. Por más que trataba de no pensar en
las palabras de Lukas, la simple idea de que su esposa
pudiera querer a alguien más que a él, causaba estragos
en su mente. ¿Qué debía hacer sí esa teoría era cierta?
¿Marcharse? ¿O simplemente quedarse, como idiota,
viendo como se queda sin el amor de su vida?
Estaba claro, él quería tener un hijo. Pero no sabía que
eso le quitaría el amor de la mujer a la que había amado
toda su vida. "No, no debo ser idiota" pensó "ella me
enamoró con esa sonrisa. Tiene que haber algo con lo que
recupere su amor por mí".
De pronto, hizo que se girara. Acarició lentamente sus
labios. Ella esbozó una sonrisa, algo que él amaba ver.
Llevó su cuerpo contra el suyo. ¡Tantas veces la había
tenido así! Pero los motivos para abrazarla nunca eran los
mismos. Besó su mejilla.
Se sentaron juntos en la escalinata. Ahí, Maurice tomó su
mano como era su costumbre. Vieron como peleaban
Romeo y Eduardo. A pesar de su edad, Maurice vio que su
padre poseía una destreza poco común, lo cual le llamó
bastante la atención. Sin embargo, una vez más, por una
distracción, Romeo venció a Eduardo, dejándolo en el
suelo.
Arethusa hizo una mueca de disgusto. Se cruzó de brazos.
Donna se acercó y le ayudó a levantarse.
- ¡Los que siguen! - gritó Arethusa.
Maurice recargó su cabeza en el hombro de María José. Al
parecer, no estaba funcionando el entrenamiento. Vio a
321
Arethusa. Sus gestos demostraban cierta molestia.
Maurice suspiró. El ambiente se estaba poniendo tenso.
No recordaba lo que se sentía estar así.
Christian volteó hacia atrás y de pronto, se fue de lado.
- ¡No! ¡No! Recuerden: tienen que estar concentrados.
Así no podrán ganarle a nadie, ¿Acaso quieren morir? -
gritó Arethusa, furiosa.
- Por supuesto que no...- respondió André,
levantándose del suelo.
- Entonces manténganse concentrados en su objetivo.
- los reprendió Arethusa - ¡los que siguen!
Arethusa colocó sus manos en su sien. Masajeó varias
veces, mientras intentaba calmarse. Una vez que estuvo
mas tranquila, cruzó sus brazos y se dedicó a ver como
peleaba la siguiente pareja.
Maurice miró fastidiado. Parecía inútil. Sintió que no valía
la pena todo el esfuerzo que hacían.
María José colocó su brazo alrededor de los hombros de
Maurice. Se veía cansado y aburrido. Por un momento, se
compadecía de él. Estaba haciendo eso de la aventura
porque ella se lo había pedido. Hasta aquel momento, no
creía que estuviera completamente seguro de querer
marcharse. Incluso ella, ahora que sabía los riesgos que
debía tomar para regresar, comenzaba a dudar sobre si lo
que hacía era correcto o no.
De pronto, su mente se transportó años atrás.
***
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14
326
- ¿Decirnos qué? - preguntó Antonio, dejando el
periódico a un lado.
- Maurice me pidió que fuera su novia.
- ¿Y? - preguntó Julia, ansiosamente
- Y le dije que sí. - Antonio se levantó, molesto.
- ¿Qué cosa? - preguntó, acercándose a ellos. - nada
mas déjame decirte una cosa, muchacho. Si mi hija
derrama una sola lágrima por tu culpa, te las verás
conmigo.
- Ya basta, Antonio. Nuestra hija ya no es una niña - lo
reprendió - Mis niños ¡qué alegría! Es una muy buena
noticia. - abrazó a Maurice y a María José - ¿Tus papás ya
lo saben?
- Aún no.
- Bien, pues ¿qué esperas para decirles? Ve rápido.
Aquí te esperamos. - María José iba a ir con él pero Julia
la detuvo. - tú te quedas. Necesitamos hablar contigo.
Maurice miró a María José con una expresión de disgusto.
Ella lo alentó a irse. En cuanto estuvo fuera de la casa,
sonrió. Corrió efusivamente hacia su hogar.
Al entrar, vio a Violeta dibujando en un cuaderno.
- ¡Hermana! ¡hermana! ¡Lo hice! - gritó, saltando frente
a ella.
- ¿Qué hiciste? - preguntó, sin prestar mucha atención
a su hermano.
- Le pedí a María José que fuera mi novia. - Violeta
dejó lo que estaba haciendo y lo miró sorprendida.
327
- ¿De verdad?
- Si, hermana. ¡Lo hice!
- ¿Qué hiciste que? - preguntaron Donna y Eduardo,
mientras salían a toda prisa de la casa.
- Le pedí a María José que fuera mi novia ¡y aceptó!
- ¡Qué buena noticia! - exclamó Donna. - tenemos que
festejarlo.
- No se diga más. Vamos con mi nuera. - dijo Eduardo,
incitándolos a ir hacia la casa de María José.
***
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328
- Por supuesto. No podría olvidarlo. Vaya que me
pusiste nervioso ese día.
- Lo recuerdo. Fue la primera vez que te vi sudar y
temblar de miedo. - ambos rieron.
- ¿Qué esperabas? No quería perderte.
- Aunque te hubiera dicho que no, no me hubieses
perdido.
- Pero me iba a sentir incómodo contigo.
- ¿Incómodo?
- Si, cariño. Temía que no fueras a tenerme la misma
confianza que antes. Y quizá no hubiera podido resistir a
darte un beso.
Maurice sujetó la barbilla de María José, acercando el
rostro de la dama al suyo. La besó suavemente.
- Creo que te tomaste muy en serio aquella vez de no
pedirme permiso.
- Lo sé. Es que me encantas.
- Y tú a mí. Nunca lo dudes. Eres el hombre más
especial de todos.
Maurice sujetó la mano de María José, provocando que
ella sonriera. En efecto, esas últimas palabras de María
José desvanecieron en él todas las dudas. No fueron las
palabras que usó, ni el tono en que las dijo, sino aquella
sinceridad que las acompañaba. Lukas quería que la
cizaña se apoderara de él. Pero no sería posible sin que
aquella sinceridad de María José siguiera presente.
- Bien, creo que lo mejor es que descansen un poco.
En un rato seguirán practicando. - dijo Arethusa,
329
masajeándose nuevamente la sien. - ustedes dos, vengan
conmigo - les dijo a Maurice y a María José.
Los dos la siguieron al interior de la cabaña. Subieron las
escaleras y entraron al cuarto de la ninfa. Maurice vio el
atuendo que usaría María José. En efecto, era bastante
elegante y provocativo.
- ¿Estás segura que va a funcionar? - preguntó
Maurice, desconfiado.
- ¿No me crees? Compruébalo tu mismo antes de que
tome tus huellas. - lo retó Arethusa.
Maurice tocó el traje, pero no tardó mas que una fracción
de segundo en retirar su mano porque los choques
eléctricos eran muy fuertes.
- No tenían que ser tan fuertes. - dijo, masajeando la
mano afectada.
- Es necesario que lo sean. Al final de cuentas, no
sabemos qué tan resistente sea su adversario.
- ¿A qué te refieres? - preguntó María José
- Parece ser que los que revivieron tienen más fuerza
de lo normal. Por eso, hice que los choques fueran tan
fuertes.
- ¿A ti no te hacen nada?
- No. - Arethusa sonrió.- como fui yo quien elaboró el
traje, mis huellas ya están marcadas en él. Ahora,
préstame tus manos. - Maurice las extendió.
Arethusa hizo aparecer una especie de molde con un
líquido viscoso dentro. Puso las dos manos de Maurice en
330
la cera. Las huellas aparecieron en diferentes partes del
vestuario y desaparecían segundos después.
Cuando terminó de marcar las huellas en el vestuario, hizo
desaparecer el molde.
- Ahora, pruébatelo. - le dijo a María José, dándole el
traje.
- Amor, ¿podrías esperar afuera? - le preguntó a
Maurice
- Pero cariño...
- Por favor. Sólo será un momento.
Maurice salió de la habitación. María José se apresuró a
quitar su ropa y a probarse el traje. Se quedó unos minutos
mirando su imagen en el espejo que tenía Arethusa en su
habitación. Lucía fenomenal. Arethusa era magnífica
haciendo ese tipo de cosas. Era un vestuario bastante
llamativo. Se fijaba tan bien en su cuerpo, que parecía ya
estar adherido a él.
Mientras seguía mirándose, Maurice volvió a entrar a la
habitación y se quedó observando a María José,
boquiabierto. Estaba divina.
- Muchas gracias, amiga. Está increíble. - dijo María
José, con una sonrisa en el rostro.
Vio a Maurice y su sonrisa se pronunció aún más. Estaba
satisfecha con el trabajo de la ninfa. Con ese traje,
Tomasz no podría herirla más. Maurice se aceró a ella y
tomó su rostro entre sus manos. La examinó una vez más
de arriba abajo. Sonrió. Besó la frente de su esposa y ella
tomó sus manos.
331
- Intenta abrazarla. - le dijo Arethusa.
Él siguió la indicación de la ninfa. Rodeó la cintura de
María José con ambos brazos, un tanto temeroso de que
algo malo le fuese a suceder. Pero no hubo nada. No sintió
toques o algún tipo de corriente eléctrica queriendo
atacarlo. Sólo sintió las mismas ganas de tener su cuerpo
junto al suyo. Palpó cada parte que estaba cubierta por el
traje. Pero siguió sin sentir nada.
- ¡Grandioso! - exclamó Maurice.
- Bien. Ahora sólo queda esperar a que los demás
estén listos para que podamos marchar.
- Creo que deberías bajar a entrenar, cielo.
- ¿Y qué harás tú?
- Me cambiaré y después bajaré con ustedes. Vamos.
Necesitas entrenar.
Maurice volvió a besar su frente. Se marchó, volteando de
vez en cuando para ver a María José.
- Creo que se volverá loco en cuanto termine todo esto
y estén solos. - dijo Arethusa.
- Lo sé. Eso me preocupa.
- ¿Por qué razón?
- Ya debía haber tenido mi periodo en estos días, pero
no. Y nunca me había retrasado, salvo la vez en que me
embaracé de mi hija.
- ¿Temes estar embarazada de nuevo?
332
- Así es. Si estoy esperando otro hijo, ya no estaría
arriesgando mi vida únicamente, sino la de otra criatura
que no tiene la culpa.
- Es muy pronto saber si estás embarazada. Sólo han
pasado un par de semanas desde que tuvieron intimidad.
No dejes que Maurice se entere de tus sospechas. Siento
que duda de irnos. Sí se entera, se rehusará a que nos
marchemos.
- Bien. No le diré nada. Tú tampoco le digas.
- Cuenta con ello. Vamos, cámbiate. Te espero abajo.
La ninfa salió de la habitación. María José se levantó y se
vio de perfil. En efecto, no podía afirmar que estaba
embarazada. Su vientre seguía estando sumamente plano.
Cuando se embarazó de Andrea le pasó lo mismo. En
realidad, notó que estaba embarazada por los síntomas.
Tendría que esperar a que pasara el tiempo para percibir
los síntomas.
Se cambió. Volvió a poner el traje en el maniquí en el que
había estado trabajando Arethusa. Lo examinó desde otro
ángulo. No se imaginaba que pudiera pasar. Simplemente
no podía hacerlo.
***
16
334
María José asintió y la siguió hasta la cocina. Julia preparó
unas hamburguesas para los demás. Pronto, María José
percibió que algo se revolvía en su estómago con fuerza.
Había una guerra en su interior, provocando que las
náuseas se hicieran más y más fuertes. ¿Qué estaba
pasando? No se había sentido así desde...
Por un momento, evitó pensar en el tema. No podía dejar
que el temor y la angustia se apoderaran de ella. En un día,
estaría de regreso en casa y así podría cuidar a su hija y,
si existía, al ser que llevaba en su interior.
"No debiste tener relaciones con Maurice, sabiendo el
riesgo que tenías" susurró una voz en su interior. Pero
¿qué más podía hacer? No podía dejar a un lado su
matrimonio por cuidarse. Además, él comenzaba a
sentirse desplazado por su pequeña hija. Parecía que
estaba en líos.
Julia vio que María José estaba sumamente pálida y que
parecía tener náuseas.
- Hija, no te ves muy bien. ¿Pasa algo?
- Todo está bien, mamá.
- ¿Estás segura?
De pronto, las náuseas se hicieron presentes con más
intensidad que antes. Tan grande fue su malestar, que tan
pronto como pudo, subió corriendo las escaleras, entró a
su habitación, cerró la puerta del baño y vomitó cuanta
comida había en su vientre. Julia, preocupada, la siguió y,
al ver que estaba hincada frente al retrete, vaciándose por
completo, se hincó con ella y le ayudó a levantarse.
- No estás bien. Dime ¿qué sucede contigo?
335
- Nada.
- Nunca habías vomitado, siempre fuiste una joven
muy sana. Sólo vomitabas cuando... - Julia hizo una
pausa.
- ¿Cuándo me embaracé? - completó María José
- Pero...- respondió Julia, sentándose en la cama, un
tanto consternada - ¿cómo? Tu hija tiene pocos meses
de haber nacido. ¿Cuántos...?
- Tiene dos meses. - se apresuró a responder María
José, intuyendo lo que su madre quería preguntar. - pero
no es un hecho que esté embarazada de nuevo. Sólo son
suposiciones nuestras. - se sentó a su lado.
- Tendrían que revisarte entonces. No podremos
marchar si es que estás esperando a un nuevo hijo.
- No debemos alterar los planes. Será mejor dejarlo
para después de la batalla.
- Pero ¿y si te llega a pasar algo? Arriesgarías también
a esa criaturita.
- No creo que me pase nada malo. Estaré bien. Lo
prometo.
- ¿Estás segura? - María José se levantó
- Lo estoy.
- Bien. Entonces recuéstate un rato. Más vale que
reposes estos días mientras nos vamos. Iré con los demás.
- la tomó del brazo y la obligó a recostarse en la cama.
- ¿Mamá?
- ¿Si?
336
- Maurice no debe enterarse de esto. Todo se vendría
abajo.
- Está bien. Quédate ahí y no te muevas.
- No lo haré.
Julia salió de la habitación. María José se levantó
parcialmente y tomó la fotografía del día de su boda.
Observó su rostro y el de Maurice. Aunque parecían estar
nerviosos, se les veía alegres. Esto no era por las sonrisas
que tenían en sus rostros, sino por el brillo de su mirada.
Ese brillo era el mismo que ella vio en el rostro de Maurice
el día en que aceptó ser su novia, en el día en que se
reencontraron, en el día en que se comprometieron, en el
día en que se casaron y en el día en que le anunció la
llegada de su pequeña hija.
Y, por coincidencia quizá, ella había visto reflejado el brillo
de su propia mirada en los ojos de Maurice. Quizá, ella se
haya visto en muchos espejos a lo largo de su vida, pero
una cosa le era clara: el espejo en el que más le gustaba
verse eran los ojos de Maurice.
María José se sentía sumamente afortunada porque
desde muy temprana edad supo lo que era el verdadero
amor, aunque al principio lo haya considerado como
amistad. Y su fortuna era mayor, porque Maurice, su
Maurice, la había elegido a ella, sólo a ella. No había otra
mujer para él. Desde un principio, fueron el uno para el
otro. Incluso ambos trataron de buscar otros amores, pero
al final del camino, se habían dado cuenta que era
indispensable que ambos estuvieran juntos, que su
necesidad del otro era más grande que cualquier otra
cosa.
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Ahora que podían ver su amor reflejado en una pequeña
criatura, tan inocente y tan tierna, ambos sabían que no
podría haber algo mejor. Y aunque ella suponía que
estaba esperando un nuevo hijo y que estaba a punto de
cometer la locura de enfrentarse a un acosador demente,
no podía negar que se sentía sumamente plena de tener a
sus dos, posiblemente tres, amores en su vida.
No se dio cuenta que ya había caído en un profundo
sueño.
***
17
***
18
339
En cuanto Maurice escuchó los gritos desde su habitación,
subió corriendo. Sin embargo, parecía que alguien había
atracado la puerta. Cuando logró abrirla, vio a María José
tendida en el suelo, con sangre brotando de sus fosas
nasales y con las rodillas y codos raspados. La cargó y la
recostó en su cama. Intentó hacerla despertar, pero ella no
respondía, seguía inconsciente. Maurice comenzó a
angustiarse. La movió bruscamente pero ella aún no
despertaba. Otra vez se encontraba en un trance bastante
fuerte.
- ¡Despierta, cariño! ¡Por favor! - gritaba Maurice,
agitando violentamente a María José.
- ¿Qué sucede? - preguntó Arethusa, entrando de
pronto.
- ¡Mírala! No sé que le sucedió. Hace rato no tenía
nada. Se encontraba bien. Y ahora, ahora, no despierta.
- Quítate de mi camino. - le dijo, moviéndolo a un lado
de la cama.
Arethusa se hincó a un lado de la cama. Tomó la mano
izquierda de María José. Masajeó lentamente su muñeca.
Pocos segundos después, María José despertó,
sobresaltada. Tardó un par de minutos en reaccionar.
Miraba fijamente al horizonte, confundida. ¿Dónde estaba
todo el fuego? ¿Y Tomasz?
Maurice se abalanzó sobre ella, llenándola de mimos por
creerla muerta.
- ¡Mi amor! Ya me habías preocupado. - dijo Maurice,
besando las manos de María José.
- Maurice, ¿podrías traer algo para que pueda curarla?
340
- Pero...
- Por favor. Necesito preguntarle unas cosas para
saber qué fue lo que sucedió aquí. - Maurice vaciló,
después salió rápidamente de la habitación en busca del
botiquín. - ahora bien. Dime ¿qué fue lo que pasó?
- Me quedé dormida y de pronto, ya no podía despertar.
Ya no podía regresar en mí misma.
- ¿Soñaste con algo? - María José asintió con la
cabeza - ¿qué fue lo que soñaste?
María José le contó con detalle la persecución por el
laberinto, la cara de Tomasz, la huida y por último, el fuego.
Arethusa se quedó unos minutos pensativa. Se sentó en el
borde de la cama, al lado de María José. Maurice entró a
la habitación y le dio el botiquín a Arethusa. Ella la curó
despacio, concentrada en sus pensamientos más que en
lo que estaba haciendo.
- Me preocupaste bastante, cariño. Creí que te había
pasado algo grave.
Pero María José no le respondió. Su sueño pareció tan
real. Es más, creía que estaba recordando su primera vez
con él. Pero ¿por qué había resultado herida si fue un
sueño?
- ¿Qué fue lo que pasó? - preguntó Maurice.
- Un sueño. - dijo Arethusa, sin dejar de curar a María
José.
- Sí fue un sueño, ¿por qué está así?
- Aún no lo sé. Estoy tratando de averiguarlo. - dijo
Arethusa, levantándose de la cama.
341
- No te preocupes, no creo que vuelva a pasar. - dijo
María José, incorporándose un poco.
- No te levantes, cielo. Más vale que reposes un poco.
- Ya estoy mejor, gracias. No es necesario que me
quede aquí. ¿Dónde está mi hija?
- La tiene mi hermana. ¿Estás segura que quieres
bajar?
- Si, estoy segura.
Sin embargo, al ponerse de pie, se mareó y volvió a
caerse en la cama. Aún seguía teniendo la sensación de
caer al fuego. Maurice sujetó su cintura para mantenerla
erguida en la cama.
- No estás bien, amor. Vamos, quédate acostada.
- Pero quiero ver a mi hija...
- Ahorita voy por ella y la traigo para que la veas.
Arethusa ¿podrías quedarte con ella unos minutos?
En cuanto Maurice salió de la habitación, Arethusa volvió a
sentarse junto a ella.
Guardó silencio. Arethusa se levantó y empezó a caminar
en círculos. Parecía confuso. Por unos instantes, habían
sacado de María José de sí y la habían llevado a la aldea.
Había alguien que quería provocarle miedo. Sin embargo,
no creía que María José sucumbiera tan fácilmente y
menos si se tratase de un sueño.
- ¿Qué me está pasando? - le preguntó María José.
- A ti nada. Simplemente te están usando para retrasar
esto.
342
- ¿Quiénes?
- Los invasores de la aldea.
- ¿Y por qué a mí?
- Porque tú mueves todo el ambiente. Y tú tienes el
poder en tus manos para dar un no. Si logran convencerte
a ti, podrán seguir destruyendo todo.
- Entonces ¿qué debo hacer?
- Resiste. No hay nada mejor que hacer. Aunque debo
advertirte que las amenazas serán cada vez más fuertes. -
María José suspiró.
- Está bien. Lo haré. ¿Cuándo nos iremos?
- Mañana mismo. No puedo permitir que sigas
exponiéndote a este peligro.
- ¿Estás segura?
- Completamente. Así que, es mejor que tú también te
prepares.
- Listo, cielo. Aquí está nuestra hija. - dijo Maurice,
entrando de golpe, con la niña entre sus brazos - y creo
que necesita cambio de pañales.
- Iré con los demás. Sí te sientes mal, avísame y
subiré de nuevo.
- Muchas gracias, amiga.
Arethusa esbozó una ligera sonrisa, no precisamente de
alegría, sino de nervios. Más tarde salió. Maurice colocó a
la niña sobre la cama. María José tomó fuerzas para
levantarse. Realmente se sentía sumamente débil, pero
debía mostrarse fuerte para no alarmar a Maurice. Se
343
levantó de la cama y le ayudó a su esposo a cambiar el
pañal de la niña.
En cuanto acabaron, María José la tomó entre sus brazos
y la arrulló para que pudiera dormirse. Maurice hizo
caricias en el rostro de su esposa. Algo andaba mal con
ella, pero no querían decírselo. Debía averiguarlo lo antes
posible.
- ¿Qué pasa contigo, preciosa?
- Nada fuera de lo común.
- Primero pierdes el apetito, te quedas dormida de la
nada y en cuanto despiertas de tu siesta apareces con
moretones y sangre en la nariz. Eso no es normal en ti.
- Es simplemente cansancio.
- No te creo.
- Prometiste que me tendrías confianza ante todo y
ahorita estás dudando de mí.
- No es que dude de ti, amor. Pero me preocupas. No
quiero que te pase nada malo.
- Tú también me preocupas. Pero estoy segura que
estaremos bien y podremos vivir siempre juntos, como lo
hemos soñado por todos estos años.
- ¿Me prometes que estás bien?
- Te lo prometo, cariño.
Maurice besó su mejilla. Ella lo abrazó con las pocas
fuerzas que le quedaban. Él lo percibió y la cargó.
- ¿Qué haces?
344
- No has comido nada en todo el día. Necesitas comer.
No me gusta verte así. Estás tan pálida que pareces un
fantasma.
- Está bien. Pero agárrame fuerte. Tengo a nuestra
hija en brazos.
- No tiene porque preocuparse, dulce damisela. La
tengo perfectamente agarrada.
Maurice bajó con ella las escaleras y los encontró a todos
sentados en la sala. Prestaban atención a Arethusa, que
se encontraba de pie en medio de todos.
- ¡Vaya! No pensé que fueran a bajar. - dijo Arethusa,
al notar que Maurice los veía de pie con María José en
brazos.
- ¿Pasa algo? - preguntó Maurice
- Nos decía Arethusa que mañana nos vamos a la
aldea.
- ¿Qué cosa? - preguntó Maurice, a punto de tirar a
María José. Ella se aferró a él para evitar caer al suelo.
- Creo que ya están listos para irnos.
- Pero... - se acercó a Arethusa - ...mi esposa no está
bien.
- Tal vez lo que necesite es regresar a casa. Han sido
muchos meses lejos de su verdadero hogar.
- ¿Crees que sea lo mejor?
- Absolutamente. Es necesario para todos. Incluso
para ti.
345
- Bien. ¿Podrías cuidar de que mi esposa coma
mientras escucho a Arethusa? - le dijo a Julia.
- Ven, mi niña. No puedes escuchar esto.
Maurice la bajó cuidadosamente. Violeta quitó a la niña de
entre sus brazos. Julia la jaló hacia la cocina. María José
los volteó a ver a todos. Estaban bastante concentrados
escuchando a la ninfa. Ella quería escuchar también los
planes. Se quedó mirando un rato enfrente de la puerta de
la cocina. Sin embargo, su madre, que no quería
angustiarla más, la llevó hacia dentro. Se quedó un rato de
pie, recargada contra la pared. Seguía sintiéndose débil.
- ¿Me vas a decir que fue lo que pasó? - le preguntó
Julia, colocándose frente a ella.
María José se quedó pensando en su sueño. La miró a los
ojos. Esperaban una respuesta, como un gendarme
espera a su pelotón al salir a la guerra. Se mostraban
inquisidores, implacables, pero al mismo tiempo francos y
tiernos.
- Me quedé dormida y tuve una pesadilla.
- No creo que haya sido una simple pesadilla. Maurice
dijo que te encontró tirada con sangre en la nariz.
- No lo sé. Pero, sea lo que sea, quiero que termine
pronto. Mi vida se está convirtiendo en un infierno. - Julia
se acercó a ella y rodeó sus hombros.
- No me gusta oírte hablar así. Ya mañana acabará
todo. Vamos, siéntate y come algo. Necesitarás fuerzas.
María José se sentó. Su madre colocó un plato de comida
frente a ella y no dudó en devorar cada bocado. A pesar
de que ya tenía varios días en los que no apetecía nada e
346
incluso llegaba a vomitar lo poco que comía en el día, en
esos momentos sentía un hambre feroz.
Julia la observaba sorprendida. No podía creer que su hija
estuviese tan hambrienta si antes la había visto vomitar de
asco. Había algo mal en ella. No lo dudaba. Pero ¿qué
podría ser? De los pocos padecimientos que tuvo a lo
largo de su vida, nunca vio alguno con el que ella tuviera
síntomas similares. Alguien la había poseído. O más bien,
algo se había metido en ella. Tenía que ayudar a
sacárselo, a quitárselo de encima para que pudiera vivir
tranquila.
María José terminó de comer, dejó su plato sucio en el
fregadero y salió de la cocina. Julia la siguió, quedamente.
- ¿De qué hablan? - preguntó María José, sentándose
junto a su esposo.
- Estábamos haciendo los planes para mañana. - le
respondió Violeta
- ¿Y bien? ¿Qué hay que hacer? - preguntó, ansiosa.
- En cuanto lleguemos, tú viajarás con Maurice y lo
cuidarás durante unos minutos, mientras yo me encargo
de dejar las cosas de su casa lo más dispersas posibles
para que puedas moverte con facilidad. En cuanto les dé
una señal, se irán a la vivienda. Ahí harás lo tuyo.
- ¿No hay posibilidad que me quede con ella? -
preguntó Maurice, acariciando la mano de su amada.
- Ya habíamos hablado de eso. Te necesitan afuera.
Además, entre más rápido termines con la batalla, más
pronto podrás ir con ella.
347
- Pero estaré preocupado por ella. ¿No ves cómo
está?
- Arethusa tiene razón, cariño. Ya habíamos hablado
de esto. Estaré bien. Además, con el traje que confeccionó
todo saldrá bien.
- Pero...
- Hermano ¿prometiste confiar en tu esposa no es así?
- Si, pero...
- Entonces confía en lo que ella te dice.
- Confío en ella, pero no en lo que puedan hacerle.
- Hagamos una cosa. Habrá dos personas que se
quedarán cerca de tu casa por cualquier inconveniente
que llegue a pasar. - dijo Lukas
- Ahora bien, ¿quién se encargará de eso? - preguntó
Donna
- Si quieren, me puedo quedar yo - dijo Christian
- Y yo - dijo Anne.
- Bien. Ustedes se encargarán de supervisar la casa
desde un punto en el que no puedan verlos. - dijo Arethusa
- Y si hay algún peligro ¿cómo se comunicarán con
nosotros? - preguntó Maurice
- Con esto - dijo la ninfa, mostrando dos pares de
auriculares que apenas podían percibirse por su poco
color. - cada uno tendrá unos de estos, que estarán
conectados conmigo. Si llegasen a ver algo fuera de lo
común, avísenme y Maurice y yo llegaremos en seguida. -
les dio sus auriculares correspondientes.
348
- ¿Cómo nos iremos a la aldea? - preguntó Eduardo
- Apareció esto hace rato - dijo Julia, dándole a la ninfa
un viejo caldero de metal.
- ¿No tenía una nota? - preguntó Arethusa,
inspeccionando el objeto.
- Está adentro.
Arethusa sacó un trozo de papel arrugado. Lo desdobló y
leyó su contenido.
349
Todos subieron las escaleras. Maurice tomó la mano de
María José. Estaba fría. Rara vez pasaba esto. Percibía
algo en ella que no estaba bien. La querían quitar de su
lado. Se la estaban llevando. Tenía que detenerlos. Fuese
quien fuese.
***
19
350
- Que tu y yo necesitamos un buen descanso. De todo.
- Lo sé, cielo. Ya mañana acabaremos con todo esto y
podremos vivir en paz.
- Te noto afligida. Cuéntame, ¿qué está pasando? - la
jaló para que se sentara junto a él en la cama.
- No es nada, cariño - dijo, sentándose a su lado,
acomodando una y otra vez su cabello, un tanto inquieta.
- Deja de fingir. Algo te pasa y eso me preocupa.
- Es sólo que...
De pronto, algo hizo que se detuviese. Sí le decía lo que
estaba ocurriendo, se pondría frenético y se rehusaría a
marchar.
- ¿Qué cosa? - preguntó Maurice ansioso
- Que tengo miedo de perderte. Pensar en ello, me
angustia y me desgarra por dentro. - reveló María José.
Aunque no era todo lo que le preocupaba, así podría
evadir la pregunta de Maurice.
- Mi vida... - la abrazó. - no me pasará nada. Debo
estar bien para poder rescatarte. Viviremos los tres juntos
en paz. Y ¿sabes que es lo mejor?
- ¿Qué cosa?
- Que, a partir de mañana, empezaremos a planear la
llegada de un hermanito para nuestra pequeña.
María José sonrió y lo abrazó más fuertemente. "¡Si tan
sólo supieras mi presentimiento!" pensó repentinamente.
Pero no podía saberlo. Ahora menos que nunca. Besó la
351
mejilla de Maurice y se levantó para ir al baño a
cambiarse.
Él la observó alejarse. Pensar que toda esa angustia que
ella sentía era por él lo tranquilizaba un poco. Pero no le
gustaba que se angustiara a tal grado de enfermarse y
tener alucinaciones con esto.
Se puso la pijama, como era su costumbre. Observó
aquella habitación. Esa sería la última noche que
dormirían ahí. Esa recámara había presenciado sus
primeras noches como "recién casados". Se acercó al
tocador y vio la foto de su boda. Sus sonrisas eran
pronunciadas y estaban llenas de emoción. Él sujetaba la
cintura de la dama, mostrándole a todos que la quería
tener a su lado por siempre. En cambio, ella lo abrazaba,
queriendo mostrar que no lo soltaría nunca más.
María José salió del baño y al verlo de pie, con la foto
entre las manos y con una sonrisa de melancolía en el
rostro, caminó hacia él y besó su mejilla. Maurice dejó la
fotografía en su lugar y la abrazó.
- No me abandones nunca, cariño - le susurró al oído.
- Sabes que eso no pasará. Sí entré en tu vida, fue
para permanecer en ella para siempre - le dijo María José,
separándose de él para poder mirarlo a los ojos.
- No dejes que te hagan daño mañana.
- Todo saldrá bien. Lo prometo.
Maurice permaneció unos minutos admirando su rostro.
Ella tomó sus manos con fuerza, como si fuera la última
vez que lo hiciera.
- Eres tan bella, mi amor.
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- Gracias, amor. Tu también eres hermoso.
Se besaron durante un largo rato. Tras un rato, Maurice le
indicó que ya era hora de dormir. Desacomodó las cobijas
y la llevó a acostarse. La arropó, como si fuera una niña
pequeña, y después, se acostó junto a ella. Durmieron
tomados de la mano, acción que tenían bastante tiempo
sin hacer.
***
20
356
La bruja se acercó a María José y por un momento dudó
de hacerlo. Sin embargo, segundos después, le tocó el
brazo. Todos se quedaron a la expectativa, esperando la
reacción de la bruja. Lentamente, la cara de Milenna pasó
de la indiferencia al sufrimiento y a la agonía. Cuando
sintió que ya no podía seguir resistiendo, quitó su mano y
la puso sobre algo que parecía ser una bolsa con hielo.
- ¿Qué le hiciste a ese maldito traje? - le preguntó
Milenna a Arethusa, molesta por la reacción que le había
causado
- Le puse electricidad para que sea más fácil que mate
a su oponente.
- Vaya potente hechizo que usaste. Bien. Habrá un
grupo de personas que van a ayudarles. Me parece que no
tardan en llegar. Les pedí que vinieran antes.
Alguien tocó la puerta con fuerza. Todos se asustaron, por
creer que se tratara de algún intruso. Milenna lanzó una
expresión inentendible y les ordenó que se quedaran
quietos en una esquina. El suspenso se hizo más fuerte.
Todos sentían como sus corazones latían al ritmo de los
tambores en una banda. Pum, pum. Los golpes eran más
frecuentes. Milenna se acercó a la puerta y se detuvo ahí,
con una escopeta en la mano.
- ¿Quién está ahí? - preguntó la bruja, con voz ronca.
- Somos nosotros. - dijo la voz de una niña, que, de
pronto, Lukas reconoció. Era su hermana, la pequeña
Emily.
Todos respiraron tranquilos. Milenna abrió la puerta y un
buen número de personas entraron a la choza. Milenna
357
volvió a lanzar el hechizo inentendible sobre los recién
llegados y les pidió que se acercaran. Julia alcanzó a ver a
Antonio entre la muchedumbre que acababa de entrar y se
abrió paso entre la gente para poder estar cerca de él. En
cuanto él la vio, también hizo lo mismo. Se abrazaron.
Lukas también corrió a abrazar a su hermana menor.
Fue uno de los reencuentros más emotivos de la historia.
Las lágrimas entre los que se volvían a encontrar no se
hicieron esperar. Ese el ciclo: todo vuelve a su cauce, a su
inicio, a su punto de partida. El mito del eterno retorno se
había vuelto realidad. Una vez más. Aunque los que
volvían a verse no eran los mismos. Habían cambiado.
Traían consigo algo diferente. A pesar de que su diferencia
con el pasado era mínima, existía en ellos. Y es que cada
día, cada año, cada segundo es vital para la supervivencia.
Ya decía Heráclito que nadie puede bañarse en el mismo
río dos veces porque las aguas nunca serán las mismas.
Ya ninguno de ellos podía ser el mismo. No debía ser el
mismo. Nadie se los hubiese perdonado.
Antonio se acercó a María José con afán de abrazarla,
pero ella tomó sus manos para evitarlo.
- ¿Qué sucede? ¿No te alegra verme?
- Demasiado, papá. Pero no es recomendable que me
abraces.
- ¿Por qué no?
- Porque mi traje produce ciertos estragos fatales. Es
para vencer a nuestros enemigos. - Antonio hizo una
mueca de disgusto.
358
- ¿Y esa niña tan hermosa? - le preguntó a Julia, en
cuanto vio a Andrea.
- Es tu nieta. - le respondió Maurice, tomando la mano
de María José.
- ¿Mi nieta? ¿Su hija?
- Así es. Es hermosa, ¿no lo crees?
- Déjame cargarla. - le dijo a Julia.
Parecía que estaba al borde del llanto. Le habían dado
una noticia maravillosa en un momento un tanto
inoportuno. Al tener a la niña en brazos, sintió una oleada
de sentimientos encontrados. En esa pequeña criatura se
reflejó la imagen de María José recién nacida. El tiempo
había pasado demasiado rápido y los cambios fueron aún
más imperceptibles al paso de los años.
- Bien, basta de pláticas. No nos queda mucho tiempo.
¿Están listos? - preguntó Milenna. Todos asintieron - bien.
Lo que queda es ponernos de acuerdo. Los que se
quedaron aquí defenderán por el frente norte y los que se
fueron, por el sur. Lukas, tú serás el encargado de ir a
recuperar la alcaldía. Maurice y María José, ustedes se
encargarán del mayor rufián. Tanto en la alcaldía como en
su antigua choza, habrá gente que los estará esperando
para ayudarles a luchar.
- También habrá dos personas custodiando la choza
mientras Maurice llega a rescatar a María José. - intervino
Arethusa.
- Bien pensado. ¿Tienes alguna herramienta con la
que se puedan comunicar, por si llega a haber algún
inconveniente?
359
- Ya está solucionada esa parte. Cada uno de ellos ya
tiene sus herramientas para comunicarse conmigo.
- Has hecho un buen trabajo. Te felicito. - le dijo la
bruja, dándole una palmada en la espalda.- Me temo que
es hora de irse. Ya no tardan en comenzar su festejo de
cada viernes. Esta es su oportunidad para atacar. Si no lo
hacen ahora, después será demasiado tarde.
- Pero ¿y nuestras armas? - preguntó Maurice.
- Lo lamento. Casi lo olvidaba.
Milenna buscó en un ropero viejo y polvoriento las armas.
Sin embargo, tardó varios minutos en encontrarlas. Tenía
muchas cosas guardadas en ese viejo armario, que sintió
que nunca encontraría lo que buscaba y que los había
hecho regresar en balde. El pánico se apoderó de ella al
sentir que todo su plan había fallado por culpa de su
descuido. Pronto, vio que algo resplandecía en un rincón.
El alivio volvió a ella, al ver el brillo de una de las espadas.
Las sacó y las entregó a cada uno de los que iban a
pelear. En cuanto todos tuvieron la suya, empezaron a
salir.
María José se acercó a Julia.
- Ustedes se quedarán aquí ¿verdad?
- Al parecer sí. - respondió Julia.
María José acarició las mejillas de su pequeña. Unas
lágrimas brotaron de sus ojos. Debía dejarle algún
recuerdo de ella, por cualquier cosa que llegase a suceder
aquel día. Se miró. Llevaba la medalla que Julia le había
dado colgando en su cuello. Se la quitó y la puso en las
360
manos de su hija. Cuando Julia vio esto, lanzó un quejido
de dolor.
- ¿Qué haces? - preguntó Julia, tomando la mano de
su hija.
- Si algo me llegase a pasar, quiero que mi niña tenga
un recuerdo de su madre.
- La niña te necesita. No puede vivir sin ti.
- Para eso estás tú. Te harás cargo de mi hija por mí.
- Pero... quiero volver a verte. - dijo Julia, con la voz
casi quebrantada.
- Cuídate mucho, mamá. Y cuida a mi hija. Las amo a
las dos con todo mí ser. No lo olvides y no hagas que mi
niña lo olvide.
María José besó las manos de Julia y la frente de su
pequeña. Se volteó rápidamente para no verla a los ojos.
- ¿Hija? - intentó retenerla.
Sin embargo, no volteó, sino que se alejó tan rápido como
pudo. Las lágrimas brotaban de aquellas tres
generaciones. Julia lloraba por el porvenir de su hija, de su
pequeño retoño. María José, por aquella insólita
despedida. Andrea, por un súbito cólico que comenzó a
aturdirla. Las tres tenían dos sensaciones mezcladas:
temor y dolor.
Milenna tomó del brazo a Julia y la llevó a una especie de
ático.
- En cuanto acabe todo esto, vendré por ustedes - le
dijo la bruja.
- ¿Y si viene alguien?
361
La bruja lanzó sobre ellas el mismo hechizo que les había
lanzado a todos, momento atrás.
- Así nadie podrá verlas.
- ¿Estás segura?
La bruja asintió y salió de la habitación. Julia se acomodó
en un viejo sillón amarillo. Acarició el rostro de su nieta,
provocando que minutos después se quedara dormida.
Viendo esto, la recostó en su pecho para que estuviera
más cómoda. La observó, mientras los recuerdos volvían a
su mente.
El tiempo había pasado de manera casi imperceptible. Su
María José había crecido. Siempre había sido una niña
bastante fácil de cuidar. Cuando estaba en casa, leía
algún libro u observaba alguna planta. Y cuando estaba
fuera, estaba con Maurice en algún lugar cercano. Su
fortuna fue verla crecer en una inmutable felicidad. Creía
tenerla a su lado por muchos años, hasta que partió con
Maurice a esa extraña aventura. Ahí realmente sintió su
supuesta pérdida, tal como lo sintió minutos atrás.
¿Volvería a verla después, cuando todo aquello hubiera
terminado?
***
21
362
Maurice tomó la mano de María José al ver que salía de la
choza de Milenna. Con la otra mano, le secó las lágrimas
que bajaban por sus mejillas. Después de esto, corrieron
tras los demás. Al llegar al centro, se escondieron detrás
de un arbusto.
Arethusa, atenta a la situación, les dijo en voz baja:
- En cuanto yo les diga, empezará el ataque. ¿Están
de acuerdo? - todos asintieron
Observaron con calma la situación. Había miles de
hombres bebiendo, dándose fuertes palmadas entre sí,
bailando unos con otros, entre otras cosas. Todo esto les
parecía grotesco. María José se sentía indignada al ver
como estaban tratando su hogar. Lo habían vuelto un bote
gigantesco de basura. Las casas y las tiendas habían
perdido sus colores. Ahora eran grises completamente. Ya
casi no había plantas y árboles y las pocas que había
estaban secas. ¡Y pensar en cuanto tiempo les había
costado cuidar cada rincón de su hogar! Ahora lo habían
estropeado.
De pronto, alguien habló más fuerte. Era Tomasz. María
José reconocía su voz con facilidad. Nadie puede olvidar
la voz de quien alguna vez lo dañó.
- Hoy se conmemora un gran día ¿no es así? -
preguntó, entre tragos y risas
- ¿Por qué? - le gritó un hombre desde el otro lado
- Porque hoy se cumplen un año y medio en que esos
miserables nos dejaron el control de la aldea. Es una
noticia maravillosa que merece que sigamos festejando.
- ¡Ahora! - les indicó Arethusa.
363
- Eso ya lo veremos - dijo Maurice, saliendo de su
escondite.
Tomasz palideció al verlo. No esperaba que regresaran. El
hechizo que el camaleón había hecho parecía ser muy
potente.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó, un tanto confuso
- Vine a recuperar lo que es nuestro.
- No hay nada suyo aquí - lo retó - ¡Ataquen! - les gritó
Tomasz a sus amigos
Pero todos sus amigos ya estaban demasiado borrachos
para mantenerse en pie. Entonces, los recién llegados
supieron que ya había llegado la hora de atacar. Sacaron
sus espadas y empezaron a degollar gente. Tomasz, al ver
lo que estaba pasando, huyó.
Maurice corría de un lado a otro con María José a su lado.
Nunca habían pasado por algo similar. Ambos sentían
demasiada adrenalina en su interior, pues sabían que
quizá nunca volverían a vivir algo igual. Ni siquiera cuando
se embarcaron a la aventura de las sirenas se habían
sentido así. Pero ¿qué diferencia había entre las dos
aventuras, si parecían tener el mismo objetivo? Quizá, era
el hecho de que en esa nueva misión, sus contrincantes
eran de la misma condición que ellos, lo que parecía ser
más fácil a grandes rasgos. Ahora, dependía de su fuerza
corporal completamente. Ya no dependía únicamente de
su fuerza de voluntad, sino de lo que habían podido
entrenar. Aunque le estaban causando la muerte a otros
individuos, sentían cierta paz al creer que lo estaban
haciendo por defender un ideal.
364
Sin embargo, esta fascinación les duró poco rato, ya que
Arethusa llamó a María José. La hora de enfrentarse a su
mortal enemigo había llegado. Su corazón latía
fuertemente. Ese momento debía ser clave para que
entregasen la aldea lo más pronto posible. No podía fallar.
Aunque sentía como el miedo se apoderaba de cada
milímetro de su piel, tenía que armarse de valor. Al final de
cuentas, sabía que no todo podía ser miel sobre hojuelas.
Debía haber algo que arruinara la paz en su vida. Le indicó
a Maurice que ya era hora. Él también se estremeció.
Maurice le rodeó la cintura con la mano izquierda, mientras
que con la derecha seguía matando gente.
Llegaron hasta el lugar donde estaba Arethusa. Juntos,
corrieron hasta la choza que Maurice había construido.
Pum, pum, pum. Sus corazones latían como estruendos
en medio del mar. Pronto, María José sería acorralada
como un ratón por su presa. A pesar de que ya sabía cuál
sería su misión especial, no se sentía preparada aún.
Nadie podría sentirse preparado para un momento en el
que quizá la muerte arrebate el aliento de la vida y lo lleve
consigo. Y es que son pocos los que, por voluntad propia
se presentan ante la Parca y le piden que los lleve a
cambio de que más personas puedan seguir sus caminos
de vida.
María José vio la choza a lo lejos. Realmente, pocas veces
la había visto a la luz del día. Maurice siempre la llevaba a
verla cuando era de noche. ¡Era divina! Pero un
pensamiento fugaz pasó por su mente: en esos momentos
ya debía estarla habitando. Los tres deberían estar
viviendo ahí, sin que hubiese amenaza alguna. Una ola
melancolía la recorrió de pies a cabeza. Sin embargo, no
365
podía darle el privilegio de sentirse mal a quien los
estuviera controlando. Si había aceptado esa clausula, la
acataría tranquila y serena, con la firma convicción de que
no se saldrían con la suya. Resistiría a ello. Y volvería a
ser feliz como antes.
Llegaron a la puerta de la cabaña. María José respiró
hondamente. Maurice la sujetó fuertemente.
- Escúchame bien: tienes que resistir a esto. Volveré
por ti. Lo prometo. Mientras tanto, quédate tranquila. Nada
malo va a sucederte. En cuestión de un abrir y cerrar de
ojos, volveré a estar contigo.
- Está bien, cariño. Te lo prometo. Cuídate mucho
también tú. No quiero perderte. Te amo, cielo.
- No más de lo que yo a ti.
Maurice la estrechó fuertemente contra sí, como nunca lo
había hecho y quizá como nunca lo volvería a hacer. Ella
acarició la espalda de su amado. Él quizá estaría más
nervioso que ella, o incluso más presionado. Pero¿cómo
podía hacer para tranquilizarlo, si ella estaba igual?
En cuanto se soltaron, Maurice tomó su rostro entre sus
manos y, a comparación de otras veces, sólo se dedicó a
acariciarlo y a observarlo lentamente. Pocas veces había
dedicado unos minutos a grabar aquel rostro en lo más
profundo de su ser. ¿Por qué? Porque estaba tan
acostumbrado a verla diario, que no lo creía necesario. Sin
embargo, ahora que no sabía que pasaría con ambos,
creía que era el mejor momento para hacerlo.
Ella se acercó a él. Lo besó tiernamente. Quizá fue un
momento demasiado efímero a comparación de los otros
366
roces que sus labios habían tenido. Pero fue el que más
grabado se quedaría en su memoria, más que el rostro,
más que el abrazo o más que haberla tocado.
Al soltarse, María José dirigió una leve sonrisa a Maurice y
se alejó de él, instalándose en el porche de la cabaña.
Maurice dejó su brazo estirado unos minutos, esperando a
que ella regresara, pero no lo hizo. María José seguía
firme en su objetivo.
Arethusa, que se había quedado cerca de ellos, se acercó
a María José. Le tomó las manos de forma nerviosa.
- Ten mucho cuidado, amiga. No queremos que te
hagan daño.
- Lo tendré. No te preocupes. Cuida a mi marido, te lo
suplico.
Arethusa la abrazó con fuerza. En esa joven había
encontrado algo que quizá no hubiese encontrado en un
humano cualquiera: una amistad sincera. Debía hacer lo
imposible para llegar a tiempo, justo a tiempo. Incluso un
segundo de demora podría arruinarlo todo.
- Vámonos, Maurice. Ya no hay tiempo que perder.
- Te quiero mucho, amiga. - le dijo María José,
tomando su mano.
- Yo también, amiga. Ten mucho cuidado.
Ambas se soltaron. María José se quedó mirando como se
alejaban hacia el centro de la aldea. Suspiró. Al menos
tenía el buen presentimiento que llegarían antes de que
cualquier tragedia llegase a pasar. Tomó una bocanada de
aire y la soltó casi de inmediato. Suspiró otra vez.
367
***
22
***
23
371
los demás comenzarían a contra atacar. Por ahora, ellos
tenían ventaja. Pero aún no podían cantar victoria.
Aterrizaron en el centro de la aldea. Maurice se apresuró a
desenvainar su espada al ver que un grupo de hombres se
acercaba a ellos. Peleó con uno, con otro y con otro más.
En cuanto acabó con ese grupo de hombres, peleó contra
otro más. No sabía de donde habían surgido tantos
hombres. Hasta donde recordaba, no habían llegado
tantos pobladores a Corelia, en cuanto ellos regresaron.
Eran mucho menos de los que contínuamente aparecían.
Parecía que se habían multiplicado.
A lo lejos, alcanzó a ver a Lukas, peleando furiosamente
contra una multitud. Volteó a otro lugar y vio a André. Así,
lentamente pasó lista de cada uno de sus hombres. No
había muerto nadie de los suyos. Eso le tranquilizaba un
poco. Pero ¿qué no había varios de ellos que tenían que
quedarse en la alcaldía luchando? ¿Qué estaba pasando?
¿Por qué se encontraban ahí? No podría averiguarlo en
ese momento. Debía seguir peleando contra sus
enemigos.
Siguió peleando lentamente. Esa batalla parecía no tener
fin. A cada rato aparecían más y más hombres, lo que le
impedía alzar la mirada. Sin embargo, en cuanto miró de
reojo hacia un extremo del prado, vio algo raro en un árbol.
Había un relieve poco común en el tronco. No es que
conociera todos los árboles que había en la aldea, pero la
mayoría de ellos tenían la misma forma en sus troncos.
Sin embargo, en ese tronco,había algo que sobresalía
prominentemente. Un mal presentimiento lo invadió.
- Arethusa, hay algo en aquel árbol.
372
Ella lo vio. En efecto, ningún otro árbol tenía un relieve
similar. Lo observó detalladamente hasta que vio que era
el viejo camaleón traidor. Le resultó bastante extraño que
estuviera ahí. Estaba tramando algo contra ellos. Debía
detenerlo cuanto antes. Pensó en varios hechizos, pero
ninguno le resultaba lo suficientemente potente para poder
acabar con él de una vez por todas. "Has cualquier
hechizo que te salga realmente del corazón" le susurró
una voz en su interior. Era Milenna. Entonces, el hechizo
nació en lo más profundo de su ser.
- ¡Destructo! - gritó lanzando una roca hacia el árbol
La roca atravesó aquel prado donde se encontraban,
dejando en el trayecto a muchos hombres de los
opresores muertos. Golpeó el árbol donde se encontraba
el camaleón y se escuchó un alarido de dolor. El camaleón
volvió a su color natural y percibieron que se encontraba
partido a la mitad.
Al ver que el animal se encontraba ya muerto, a los que
habían invadido la aldea se les abrieron los ojos, puesto
que el reptil los tenía bajo un hechizo hipnótico que les
impedía distinguir entre lo bueno y lo malo. Viendo todo el
daño que habían causado, imploraron su perdón.
Maurice y su grupo se detuvieron ante los clamores.
- ¿Cómo sabremos que no es una trampa? - preguntó
Maurice, aun con un hombre sujeto de los brazos.
- El reptil ese se encargó de atraernos a todos hacia sí,
con una extraña poción. Así quedamos hipnotizados.
Maurice se quedó interrogándolos. Tenía que encontrar el
fundamento de todo aquello que había causado tanto mal.
373
Mientras Maurice preguntaba, Arethusa recibía un
mensaje en su oído.
- Arethusa, soy Anne. Se ve que está pasando algo
extraño en la cabaña. María José no ha dejado de gritar en
un buen tiempo. Dense prisa antes de que algo malo pase.
- Entendido, vamos para allá. Maurice - le dijo,
jalándolo del brazo - vámonos, tu esposa está en peligro.
- Lukas, encárgate de cuidar de que no hagan nada
malo. Voy a rescatar a mi damisela.
Sujetó la mano de Arethusa. La ninfa abrió sus alas y
emprendió el vuelo cuesta arriba.
***
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376
su cuerpo se volvió polvo. Pero aún quedaba su espíritu
rondando en aquel lugar.
- ¡No! - gritó Lukas al ver que sólo quedaba la
vestimenta de la bruja en el piso
- Sigue luchando. Aquí estoy, dentro de ti - dijo la bruja
en el interior de Lukas.
El camaleón, débil aún, hizo uso de su camuflaje para
moverse hasta el punto donde se encontraban los demás
peleando. Lukas, al ver que ya habían acabado con los
hombres que había en la alcaldía, liberó a Erline. Ambos
improvisaron una espada para el pequeño hombre.
Así, todos juntos se dirigieron al campo donde estaban
peleando todos.
El camaleón se posó en un árbol. Allí se dedicó a
contemplar la batalla. Estaba perdiendo. Eso le llenó de
furia. No podía dejar que los derrotaran. Al menos no tan
rápido. Esos hombres eran unos idiotas. Les había
advertido una y otra vez que no debían ponerse
semejantes borracheras, porque no sabían si en algún
momento necesitaban luchar. Pero nunca le hacían caso.
Tomasz confiaba plenamente en él. Le había hablado
maravillas de los conjuros que había aprendido. Y Tomasz
se dejaba sorprender con facilidad. Tremendo idiota. Por
ello, todos sus hombres estaban siendo aniquilados.
Tenían como líder al más cretino y estúpido de todos.
Tenía que pensar en algo para poderle dar un giro a la
batalla y que sus hombres pudieran tomar ventaja.
El espíritu de Milenna vio que el camaleón estaba entre los
árboles y percibió que planeaba atacarlos a todos.
Entonces rápidamente se salió del cuerpo de Lukas y fue
377
hacia el cuerpo de Arethusa. Ahí le dio la orden y se puso
feliz al ver como había funcionado tan bien su consejo.
Sin embargo, ahora le quedaba proteger a María José.
Fue hasta su choza por Julia y Andrea. Le pareció
maravilloso ser un espíritu. Ahora podía moverse con más
agilidad que antes.
Entró a la choza. Fue al ático. Las encontró dormidas.
Despertó a Julia con sigilo.
- ¿Qué sucede? - preguntó Julia, consternada,
buscando a Milenna con la mirada. Sin embargo, no vio a
nadie.
- No hay tiempo que perder.
- No te veo. ¿Dónde estás?
- Deshicieron mi cuerpo y ahora sólo soy un espíritu.
Por eso puedes oírme pero no puedes verme. Apresúrate,
que tenemos que ir por tu hija.
Julia se levantó rápidamente al oír esto. Sujetó bien a su
nieta.
- Ahora necesito que sigas mi voz. Iremos a la choza
de tu hija pero tomaremos unos atajos.
Julia asintió. La bruja iba diciéndole hacia donde girar.
En el camino, se encontraron con Arethusa y con Maurice,
que iban volando sobre los árboles.
- ¡Maurice! - le gritó Julia, al verlo.
- ¿Qué hacen aquí? - le preguntó Maurice
- Fue Milenna por nosotras. ¿Qué está pasando?
378
- No lo sabemos, pero tu hija está en peligro. Ahorita
vamos a salvarla.
***
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379
María José lo miró furtivamente. Ahora si, todo había
fallado. Lo único que le quedaba por hacer era esperar a
que Maurice llegara rápido. Pero ¿cómo podría pedírselo,
si ni siquiera tenía los medios?
- Fue una mala idea que hayas intentado esconderte,
preciosa. Ahora, temo decirte que toda la compasión que
pude haber sentido por ti, se ha esfumado. -la sacó del
armario jalándola fuertemente del brazo.
- No, Tomasz por favor, no lo hagas...
- Me engañaste y me cambiaste por otro. - la abrazó
colocándola fuertemente contra su pecho.
- Pero bien sabías que siempre amé a Maurice. Nuca
te engañé.
- Eso no cambiaba mi esperanza porque alguna vez
me amaras. Pero no pasó. Te largaste con ese animal. Lo
preferiste a él. - rodeó cuidadosamente el cuello de la
dama con ambas manos
- No podía evitarlo. Mi amor por él siempre ha sido
infinito e inagotable. No podía evitar seguir queriéndolo.
Así como tampoco puedo hacerlo ahora. Él es mi todo.
Lamento tanto haberte dado esperanzas de que alguna
vez pudiera amarte a ti. Amo a Maurice como jamás podría
amar a alguien más.
- No puedo aceptar eso. Debes amarme a mí. ¿Me
entiendes? ¡Sólo a mí! - la besó, mientras apretaba con
más fuerza el cuello de la joven.
Ella comenzó a sentir como la respiración le faltaba. Así
que mordió a Tomasz para que soltara sus labios. Era lo
único que le quedaba por hacer en esos momentos, si
380
deseaba seguir con vida. Él la soltó completamente. Ella
comenzó a gritar al recordar que Anne y Christian estarían
cerca y que le avisarían a Arethusa cualquier peligro.
Tomasz sintió de pronto, como todas sus fuerzas se
habían agotado. "Ese camaleón inútil no pudo hacer nada
bien" pensó, al recordar como el reptil le había prometido
que sería el más fuerte de todos. Sus labios sangraban.
Los gritos de María José comenzaban a aturdirle. Debía
pararlos. A toda costa.
- ¡Cállate ahora! - le gritó estrellándola contra un
espejo de cuerpo completo.
María José sintió como de su cabeza escurrían chorros de
sangre. Eso le había dolido bastante. "Maurice ¿dónde
estás cuando te necesito?" pensó. ¿Por qué tardaba tanto
en llegar? Ese hombre estaba a punto de matarla.
A pesar de que estaba un poco mareada, corrió al otro
lado de la habitación. Tomasz la alcanzó y sujetó su
cintura. Pero los toques eléctricos de su traje se volvieron
más fuertes y él no podía resistirlos. Entonces regresó al
espejo y tomo un gran trozo de vidrio que se había
desprendido. Lentamente, se acercó a María José,
amenazándola. Llegó un punto en el que no podía escapar.
Se encontraba acorralada entre un mueble y la pared. La
cabeza le sangraba. Se sentía muy mal. Sentía como
pronto se desvanecería y ese hombre haría con ella lo que
quisiera. Estaba completamente loco. Incluso más loco
que antes. Había enfermado por su culpa y ya no podía
remediarlo. Lo vio a los ojos. Estaban girando en
diferentes órbitas. En cuanto menos lo imaginó, él se
aventó hacia su cuerpo.
381
María José no alcanzó a percibir más. Tomasz volvía a
acariciarla como lo había hecho aquella vez. Sus
movimientos eran más violentos. En cuanto vio que
Tomasz había terminado, sólo sintió con el vidrio se
incrustó fuertemente en su vientre. Tomasz lo había
logrado. Había acabado con ella. Sus ojos se dirigieron a
la puerta, de dónde vio entrar a Maurice, a Arethusa y a
Julia, con su hija.
- ¡Alto! - gritó Tomasz al verlos.
Tenía a María José sujeta del vientre herido y con la otra
mano se encontraba sujetando el vidrio contra el pecho de
la joven. Los toques eléctricos lo estaban matando. Pero
no debía dejar que se notara. Así acabarían con él en un
abrir y cerrar de ojos.
Maurice vio la herida de María José y como ella tenía la
mirada agonizante, en busca de auxilio. Tenía que
quitársela rápidamente, antes de que aquel hombre
acabara con ella.
- ¡Suéltala!
- No lo haré. Ella es mía.
- No resistirás mucho tiempo. Suéltala.
En efecto, la potencia de los toques era cada vez más
fuerte. Ya no sabía que hacer. Sentía su espíritu salir de
nuevo de su cuerpo. Y eso no era lo que deseaba.
Realmente, no lo deseaba así. Pero no le quedaba de otra.
Era algo inevitable. Lo único que lo consolaba era que
ahora ella se iría con él.
- Con que la quieres ¿eh?
- Dame a mi esposa en este instante.
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- Ahí tienes a tu esposa.
Tomasz le incrustó el vidrio en el pecho, justo a la altura
del corazón. María José soltó un alarido de dolor. Tomasz
la dejó caer y después trató de huir. Sin embargo, Maurice
se abalanzó contra él, realmente furioso. Le había querido
quitar a su esposa. Pero no lo lograría. Tomó otro trozo de
vidrio y lo apuñaló varias veces con él. Arethusa se acercó
a María José antes de que cayera al suelo y sujetó su
cuerpo con fuerza. La sangre le chorreaba por todos lados.
Estaba sumamente herida. Tenía que actuar cuanto antes,
pues se encontraba agonizando. La inspeccionó para ver
por donde comenzaría a curar. Sin embargo, pudo notar
que las heridas eran muy graves. No tardaría ni un minuto
en morir.
- Vamos, amiga, resiste.
- Ya no puedo más, amiga. Estoy destruida. Cuida a mi
hija. Te lo suplico. Por piedad. No quiero que se quede sin
una figura materna.
- ¿Y qué pasará con los demás?
- Cuídalos a todos.
- Hija, hija mía. Por favor. No te rindas, princesa.
- Mamá... mi hija... no quiero que me vea morir. Llévala
a otra parte. Sé una buena abuela con ella. Críala como
me criaste a mí. Enséñale el valor de la amistad y del amor.
Confío en ustedes. Sé que harán un buen trabajo con mi
pequeña. Ámenla y no dejen que se olvide de mí ni de
cuanto la ame.
- Cuenta con ello, pequeña. Pero trata de resistir un
poco más. - le dijo Arethusa.
383
- Maurice, Maurice. - le llamó al verlo furioso arrematar
contra el cuerpo de Tomasz.
Él, quien acababa de apuñalar a Tomasz al menos unas
veinte veces, se acercó rápidamente. Sujetó sus manos.
Había llegado demasiado tarde. Y no podría remediarlo.
- Amor, amor mío. No me dejes solo. ¡Me prometiste
que estarías a mi lado por siempre.
- Y lo estaré. Ahora te cuidaré desde una dimensión
celestial. Cuida a nuestra hija, cielo. Te necesita a ti mas
que a nadie. Quiérela como me quisiste a mí. Prométeme
que la vas a cuidar, que no permitirás que le pase nada
malo.
- No puedo hacerlo, mi cielo. Te necesita tanto como te
necesito yo. Por favor, quédate conmigo. No puedo
quedarme sin ti un momento.
- Pronto encontrarás a alguien quien te ame tanto
como yo lo hice.
- Pero como tú no hubo, ni habrá ninguna mujer.
- Lo harás. Sé que serás un buen padre para nuestra
pequeña. Por favor, prométeme que vas a cuidarla y que
no vas a hacer nada malo. Por favor. Te lo suplico.
- Te lo prometo...
- Eso es lo que quería escuchar antes de irme. Te amo,
mi amor. Recuerda que en mi corazón viviste siempre y en
él te quedaste hasta este momento en que dejará de latir.
Dicho esto, expiró. Maurice, en un ataque de histeria,
lanzó un grito de horror.
384
- ¡No! - gritó fuertemente. - ¡Otra vez no! Arethusa,
Arethusa, sé que tu podrás ayudarla. Lo hiciste la vez
pasada. Haz que reviva. Por favor. Te lo suplico.
Pero la ninfa no reaccionaba. Tenía en sus manos el
pedazo de espejo con el que Tomasz le había quitado la
vida a María José y veía fijamente el espejo del que
habían quitado el vidrio.
- ¿De dónde sacaste ese espejo? - le preguntó a
Maurice.
- ¿Qué? Vamos, ahora no es tiempo para responder.
¡Revive a mi esposa!
- ¡Necesito saber de donde sacaste ese maldito
espejo!
- No lo sé. Me lo regalaron, quizá.
- ¿Quién fue? - preguntó la ninfa, un tanto alterada
- ¡No lo sé! - Maurice caminó en círculos a través de la
habitación. - me lo enviaron envuelto y me pareció correcto
ponerlo aquí. Ahora salva a mi esposa.
- ¿Qué no ves? Este espejo es el que estaba en el
castillo de la prueba final de la aventura con las sirenas.
- ¿Y eso que tiene que ver?
La ninfa volteó el espejo y le mostró una inscripción en la
parte inferior del marco. "Quien a causa de este espejo
muera, su alma no debe ser retornada al cuerpo".
Maurice cayó de rodillas en el suelo. Se cubría la cabeza
con ambas manos, queriendo forzar al dolor a no salir.
Lloró, quizá por no haber llegado a tiempo y por haber
dejado que ese asqueroso gusano acabara con su amada.
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Volteó a ver el cadáver de su amada. Había golpes en su
rostro. Había sufrido bastante antes de morir. Arethusa se
hincó junto a Julia y el cadáver de María José. Sujetó una
de las manos de la muerta. Por primera vez en muchos
años pudo llorar por lo que estaba viviendo. Julia presionó
a la pequeña Andrea, queriendo arrullar a su hija.
386
Paraíso
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1
***
2
391
***
3
393
Maurice derramó más lágrimas. ¿Por qué? ¿Por qué ella?
No podía dejar de pensar en ello. Arethusa se acercó a él.
Lo abrazó dulcemente. Él se aferró a ella con fuerza. Era
verdad pues, que necesitaba uno de esos. Su María José
era la encargada de dárselos, pero, al no estar viva, no le
importaba quien le abrazara. Julia se acercó a ellos y tomó
una de las manos de Maurice.
- Ella te amaba. ¿Lo sabías? - Maurice asintió - y
nunca dejó de hacerlo. Aunque últimamente no lo
demostrara mucho, eras su adoración. No te dejes vencer
por la tristeza.
Maurice sólo se limitó a sonreír. No podía hacer más en
aquel momento. Su herida estaba más abierta que nunca.
Y no sabía cuanto tiempo tardaría en sanar.
***
4
***
5
***
6
398
tercera mujer no era parecida a ninguna mujer de las que
habían sobrevivido, sino a...
Vio el cadáver una vez más. Seguía intacto. Entonces no
podía ser María José ¿o si? Observó lentamente a aquella
mujer que venía con ellas. Era igual de hermosa que su
esposa y traía unas alas de ángel. Vio como caminaba con
elegancia y un porte magnífico. Tan sólo al ver eso, quedó
fascinado. Era un ángel. No podía esperar otra cosa.
Vio como entró con las demás en la cabaña. Se quitó de la
ventana y corrió a la puerta para verla. Se quedó
estupefacto al ver que se trataba de su esposa, vestida
completamente de blanco y con esas grandes y
majestuosas alas detrás. Sonrió de emoción. Las lágrimas
corrían por sus mejillas como un río en su caudal.
- Amor mío...gracias, gracias. Gracias por no dejarme
solo.
- Amor, espera. - le dijo María José, deteniéndolo
antes de que la besara.
- ¿Qué pasa?
- Amor, sigo estando muerta.
- Pero te estoy viendo y te puedo tocar.
María José señaló el cadáver. Maurice volteó a verlo.
Estaba sumamente confundido con eso que estaba
pasando. La mujer que tenía enfrente se veía sumamente
real, pero el cadáver también lo parecía.
- Entonces ¿qué está pasando?
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- Soy un ángel, amor. Y seré la encargada de cuidarte
de aquí a la hora en que me tengas que acompañar a esta
dimensión en la que estoy ahora.
- Entonces llévame. Llévame de una buena vez
contigo.
- Eso no será posible, amor. Tienes una misión
todavía.
- ¿Cuál es?
- Nuestra hija te necesita. No debes dejarla sola.
- Pero ¿y tú?
- Yo estaré junto a ustedes. Cada vez que me
necesiten, vendré a verlos. Ahora, comienza a
desempeñar tu papel de padre y ve por tu hija.
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Dime.
- Quiero besarte una vez más. No me impedirás
¿verdad?
Ella se acercó a él, con una sonrisa en el rostro. Acarició
sus mejillas con tanta suavidad, que apenas pudo
percibirlo. Lo besó con dulzura. Él la mantuvo unos
minutos contra sí. Acaricio sus mejillas, sus brazos, su
espalda.
- ¿Qué debo hacer ahora?
- Has lo que te indique tu corazón. Debo irme. Cuida a
nuestra niña.
María José se esfumó rápidamente. Se escucharon unos
golpes en la puerta. Era Violeta. Traía a la niña en brazos.
400
Maurice la cargo, abrazándola. Era tan parecida a su
madre.
- Tenemos que darle sepultura a mi amada.
- Me encargaré de eso. No te preocupes.
- Procura que todo salga a la perfección
Maurice subió las escaleras. Ahí seguían Julia y Arethusa.
Observaban el cadáver inerte. Julia sujetaba la mano del
cuerpo. Arethusa, en cambio, no quería acercarse a la
cama. Le resultaba difícil tener contacto con ese pedazo
de lo que algún día fue María José.
- Necesito su ayuda. - dijo Maurice
- ¿Qué sucede? - preguntó Arethusa
- Mi niña necesita un cambio de pañal y pues yo...no
aprendí a hacerlo.
Julia lo miró compasivamente. Soltó el cuerpo. Tomó a la
niña entre sus brazos y la dejó en la cama. Realizó el
cambio de pañal tan rápido que Maurice quedó
sorprendido. María José aún no era tan ágil. Julia cargó a
la niña y la meció por unos minutos. Era tan dulce como su
hija cuando tenía su edad.
- Tendrás que construirle su cuna- opinó Julia - no creo
que esté cómoda en tu cama
- Y después tendrás que construirle una habitación
para que tenga su propio espacio.
Maurice sólo asintió. Eran bastantes cosas las que tenía
que hacer. Al menos ahora podría estar ocupado en algo.
Horas más tarde, llegaron Donna y Violeta, vestidas de
negro.
401
- ¿Ya está todo listo? - preguntó Maurice, al verlas en
el umbral de la puerta
- Sólo falta arreglarla.
- Bien, hagan lo que sea necesario. Es toda suya. - les
dijo.
Posteriormente, salió de la habitación con la niña en
brazos.
Entre las cuatro mujeres se dedicaron a transformar la
imagen del cadáver. Arethusa quitó el traje con cuidado,
pues todavía estaba hechizado y las demás podrían
resultar afectadas. En cuanto el traje estuvo fuera, Violeta
colocó un vestido de seda. Entre Julia y Donna
maquillaban el rostro de la difunta para resaltar sus
facciones, mientras que Arethusa destruía el traje que
había confeccionado.
***
7
***
8
403
Lukas, que se encontraba a un lado del ataúd, abrió la caja
para que Maurice pudiese colocar el cadáver dentro.
Maurice miró de nuevo el cuerpo. Besó la mano que
portaba el anillo de compromiso. Quitó el anillo del dedo y
lo guardó en su pantalón. Al menos podría tener un
recuerdo material de ella. Dejó el cuerpo dentro del ataúd.
Lukas lo cerró.
Ambos cargaron la caja hasta donde Violeta les indicó.
Poco a poco, un buen número de personas se les sumaron
detrás. Todos caminaban con la mano en el corazón, pues
en las cosas que se hacen con el corazón nadie puede
regir tiempos o espacios, simplemente, todo pasa por un
bien mayor.
Entraron al cementerio de la aldea. En el centro, había un
gran hoyo que varios hombres se dedicaron a cavar. Los
que traían el ataúd lo dejaron en el agujero. Maurice se
quedó unos minutos abrazado a la caja. Se rehusaba a
perder a su amada. No quería que se pudriera aquel
cuerpo tan perfecto que tantas veces se dedicó a amar por
segundos y horas. Se rehusaba a perderá la mujer que
tantos "te amo" le dijo.
Pronto, sintió un abrazo por detrás. Ninguna persona de
las que se encontraba ahí sabía lo mucho que amaba que
hicieran eso más que...
Volteó. Ahí estaba su María José, vestida de ángel.
Maurice soltó el ataúd y la abrazó con tal fuerza que la tiró
al piso.
- No me creías que estaría cuidándote y vigilándote,
¿verdad? - preguntó María José, acariciando el rostro de
Maurice.
404
- Simplemente, me parecía imposible.
- Debes aprender a confiar en mí. Ahora más que
nunca.
- Lo haré. Te lo juro.
La besó una y otra vez. De pronto, ella lo apartó un poco.
- ¿Amor?
- ¿Qué pasa preciosa?
- ¿Me dejarías levantarme? - le preguntó, apartándolo
un poco
Maurice se levantó y la ayudó a ponerse de pie. Juntos,
vieron cómo el ataúd con el cuerpo inerte iba bajando
lentamente en el hoyo. Entre varios hombres se dedicaron
regresar la tierra a su lugar. Maurice en ningún momento
soltó a María José, por temor a que se marchara.
Julia se acercó a ellos con la pequeña Andrea en brazos.
La niña lloraba. Al parecer, parecía ser una reacción por el
ambiente fúnebre que se vivía en ese momento. María
José la tomó entre sus brazos. Buscó algún lugar donde
pudiera sentarse. Encontró un tronco caído. Se sentó y
comenzó a arrullarla con una melodía suave. Maurice la
seguía. Pero, al ver que se sentaba en el tronco, se quedó
a unos metros de distancia. En cuánto la niña se quedó
dormida, regresó con Maurice. Él la esperaba, un tanto
impaciente.
- Cárgala. - le dijo María José
- Pero ¿no le pasará nada? - preguntó, un tanto
indeciso.
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María José le sonrió, con compasión. Aquella situación lo
tenía bastante perturbado, tanto, que ya había olvidado
cuantas veces había cargado a Andrea y que esta parecía
feliz.
- Por supuesto que no. Ya lo has hecho antes. ¿Lo
olvidabas? Vamos. Hazlo
Maurice hizo una cuenca con sus brazos y María José la
colocó ahí. Entre los dos, admiraron a la niña por unos
minutos. Maurice la mecía con cierta torpeza y María José
le ayudaba a hacer sus movimientos más ligeros.
- Te quedarás más tiempo con nosotros, ¿verdad? - le
preguntó Maurice.
- Lo mejor será que los deje un tiempo a solas. -
Maurice agachó la mirada para evitar que María José lo
viera triste. Ella sonrió. - Prometo regresar a verlos en la
noche - le dijo María José alzando la mirada de Maurice.
- ¿De verdad lo prometes?
María José asintió. Maurice acomodó a la niña en un solo
brazo y con el otro llevó hacia sí a María José. La abrazó
con fuerza. Al soltarla, ella besó su mejilla y emprendió el
vuelo cuesta arriba.
***
9
407
- Me pidió que te diera esto. - dijo Erline, entregándole
un sobre.
María José lo recibió, un tanto sorprendida. Llevaba
observando a Maurice varios días y nunca lo había visto
hacer algo similar. Abrió el sobre. Dentro, contenía una
hoja, doblada a la mitad. Era una carta que Maurice le
había escrito. Erline se fue y María José se dedicó a leer la
carta:
"Mi cielo, sabes que te amo con toda mi alma. En cuánto leas esta carta, quiero
que vayas volando tan rápido como puedas hacia la colina que está cerca del lugar
donde te pedí que fueras mi novia. Es muy importante que vayas. Sé que quizá te
estarás preguntando de qué trata todo esto. Lo único que puedo decirte al respecto
es que se trata de una sorpresa. Te encantará. Estoy seguro. Ahora, vuela ya.
Que te espero ansioso."
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María José se encontraba realmente conmovida ante esto.
Que Maurice haya querido prometer eso, resultaba
realmente increíble. No sólo quería seguir amándola en
esa vida, sino que, cuando muriera y se convirtiera en un
ángel como ella, la seguiría amando. Muchas veces, creía
que su amor se acabaría en algún momento, pero no.
Ahora trascendería más allá de la frontera de la muerte y
de cualquier abismo. María José acarició el rostro de su
amado. Besó los labios de Maurice.
- ¿Eso se toma como un sí? - preguntó Maurice
- Por supuesto. ¿Sabes que mi promesa será el
amarte y protegerte siempre? Hasta que tengas tus
propias alas.
Maurice sonrió. La abrazó con fuerza. Ella le correspondió,
aunque su abrazo fue más delicado. Caminaron por el
pasillo que se formaba entre las dos columnas hasta que
llegaron al altar. Julia dejó que Andrea fuera con María
José. Al ver que su hija se dirigía a ella, María José la
recibió con los brazos abiertos.
Empezó la celebración. Maurice abrazó a María José y ella
recargó su cabeza en el hombro de Maurice. En cuánto
terminó, Maurice la besó. Ella, en cambio, lo cargó y lo
llevó volando hasta la nube más alta. Lo recostó en la
superficie de la nube y se colocó sobre él.
- Te amo - le dijo Maurice
- No más de lo que yo a ti. De aquí a la eternidad.
Tras esto, Maurice la besó. Y vivieron juntos, amándose y
siendo felices por toda la eternidad.
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***
Epitafio
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Y un tanto más de amor en la mirada.
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