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El canon hereje: La minificción

Hispanoamericana
Laura Pollastri
Universidad Nacional del Comahue,
Argentina
Los procesos de legitimación institucional de las formas literarias experimentan un
tortuoso camino hasta alcanzar el voto de la Academia para su admisión. Horizontes de
legibilidad, viabilidad de los corpus de trabajo, volumen de la producción literaria y
también el interés de investigadores y teóricos delimitan fronteras, deciden territorios y
trazan mapas sobre la totalidad de lo que comprendemos como literatura.

Sobre este vasto campo hay zonas oscurecidas por un muro de silencio que impiden la
cooptación de ciertas prácticas y textos frecuentes en la literatura latinoamericana y que,
sin embargo, son ignoradas de manera insistente por la crítica y la teoría producidas en
los centros hegemónicos de tránsito intelectual. Una de ellas es la que se refiere al
estudio de las formas breves de la narrativa –minificción--, de larga data en la
producción de nuestros escritores. A la minficción le ha costado todo un siglo de
producciones que atraviesan el tardío modernismo, las vanguardias, las neovanguardias,
la literatura de los 60 y esta posmodernidad periférica que vivimos, para ingresar en la
agenda académica como una manifestación literaria viable.

No obstante, en los últimos años se condensan acontecimientos que intentarían cubrir el


vacío teórico crítico suscitado en torno a la minificción. Es indudable que esta
circunstancia no surge de manera gratuita, y que su paulatina inclusión en la agenda
académica viene de la mano de circunstancias que sería necesario analizar: la aparente
ruptura de la ortodoxia genérica viene de la mano de otras prácticas heterodoxas. Si el
canon es un término que la sociedad secularizada incorpora para su empleo en el campo
de los estudios literarios, también contagia las formulaciones que intentan reflexionar
sobre su pertinencia. En el siguiente fragmento tomado de Nicolás Rosa, se advierte este
empleo religioso dentro del ámbito literario:

Y es probable que así sea, pues los poetas no establecen cánones, no participan
de las regulaciones ni de las reglas, en general las violan, establecen sectas, son
siempre heterodoxos, verdaderos separadores de la cofradía literaria,
verdaderos diablos, si nos atenemos a la etimología: dia-bolein. (Nicolá Rosa,
1999: 37)

La no pertenencia a un canon establecido habilita a ponderar algunas prácticas literarias


como diabólicas. Es en este marco que deseo repasar algunos acontecimientos
vinculados con la minificción.

Creo que hay que considerar dos etapas en el reconocimiento de la minificción


hispanoamericana: la que posibilita su legibilidad estética y aquélla que instaura su
legitimación institucional . Este doble movimiento se vincula con los procesos
intelectuales que establecen pautas en la producción, recepción y circulación de las
formas literarias. La esporádica emergencia de formas literarias responde a un lento
proceso y no es por la simple presencia de productores culturales y de un público lector
que las mismas adquieren legitimidad histórica. En este complejo entramado, me
interesa registrar el pasaje del microrrelato, microficción o minificción a una
modulación viable en el campo de los estudios literarios académicos –y también, en el
doble proceso en el que los escritores son pregnados por las convicciones de quienes los
estudian.

De la mano de textos de crítica y de teoría en torno al cuento, de revistas destinadas a su


difusión y de antologías, la minificción comienza a diferenciarse de la modulación
literaria que le da origen: el cuento.

Las revistas

Las revistas literarias constituyen uno de los campos más ricos para indagar los
fenómenos literarios y culturales de las diversas épocas. No es llamativo, entonces, que
la cuestión de la minificción más allá de producción de autores individuales, como
tópico de discusión, tema de taller literario y de concursos, surja como expresión en el
ámbito de revistas destinadas a la difusión de cuentos. La primera históricamente es El
cuento (Primera época: 1939, cinco números; Segunda época: 1964-1994) de México
que inicia un taller y un concurso permanente de microrrelatos. Edmundo Valadés,
su alma mater, fue uno de los focos de religación de los productores de este tipo de
texto: temprano antologista, crítico y lector empedernido que fomentó a lo largo de su
vida el estudio y la producción de minificciones. En Colombia, es Ekuóreo (Colombia,
primer número en Cali en febrero de 1980 y el último apareció en noviembre de 1992)
que nace impulsada por Harold Kremer y Guillermo Bustamante Zamudio, en el marco
de una juventud universitaria, que, “en su momento expresaba rebeldía no solo contra la
situación social del país sino contra los discursos estereotipados y retóricos, que se
expresaban en el quehacer literario” . En la Argentina, es Puro cuento (Argentina, 1986
- 1992) la destinada a la difusión de la minificción.

La aparición de páginas literarias on line registra un importante acontecimiento. En el


ámbito de los estudios sistemáticos se destaca El Cuento en Red. El proyecto de la
revista se le ocurrió a Lauro Zavala en dicembre de 1998, y el primer número se colgó
el 15 de abril del 2000. Los primeros dos números contienen las ponencias del Primer
Coloquio Internacional sobre Minificción de 1998. Otra página en la red que hay que
recordar es justamente en la segunda mitad de la década de los 90, cuando Internet
comienza a ser un medio frecuentado por la comunidad universitaria latinoamericana.
En 1999 aparece por primera vez Ficticia (http://www.ficticia.com). Ficticia, ciudad de
cuentos e historias. Prohibida la entrada a poetas. Allí, en el sector Marina (la página
está concebida como una ciudad) se le destina un lugar al microrrelato .

En el campo de revistas de circulación académica hay que recordar que entre 1995-
1996, Carlos Paldao -para entonces editor de la Revista Interamericana de
Bibliografía de la OEA-, comienza a organizar un número dedicado al cuento breve que
finalmente sale a la luz en 1997 VOL.XLVI, 1-4 (1996): 147-169 (Número especial
sobre el microrrelato hispanoamericano). Esta revista incluye un importante sector
destinado a la antología: es importante señalar que los trabajos críticos se acompañan de
antologías de mayor o menor porte, en las que se intenta delimitar las fronteras de la
forma en el campo de la escritura. Claro está que en su intento canonizador, se someten
los límites del canon a la derivas del corpus y según sea el corpus de textos
seleccionados, serán los rasgos que se abstraigan como característicos de la forma. Lo
mismo sucede con Escritos disconformes. Nuevos modelos de escritura (Salamanca,
2004) que reúne los trabajos presentados en el II Congreso Internacional de Minificción,
Salamanca, 2002, más algunos aportes de investigadores que estuvieron ausentes en el
encuentro. Allí también el volumen se cierra con una antología que se extiende por unas
sesenta páginas donde aparecen representados diversos países de habla española.

Es central la tarea de Fernando Valls en España con la revista Quimera. Allí se le


encargó a Lauro Zavala la elaboración de un sector que incluyera estudios sobre
minficción. Así se organiza el Dossier central de los números 211-212, febrero 2002,
dedicado a “La Minificción en Hispanoamérica: De Monterroso a los Narradores de
Hoy” (11-78). Otro volumen, Nº 222, nov. 2002, incluirá el dossier sobre “El
microrrelato en español”. La revista incluye en la actualidad un sector destinado a la
difusión de la minificción.

Antologías

En el universo de las antologías se encuentran los primeros indicios en torno a la


diferenciación de estas formas. La de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares. Cuentos breves y extraordinarios (Buenos Aires: Losada) [Primera edición:
1953] es fundante y ejemplarizante. Lo es en el sentido de que todo antologista funciona
como crítico y superlector, y toda antología se vuelve un modelo de lectura. Del mismo
modo, una rápida lectura de los prólogos de las diversas antologías organizan un
recorrido sobre el temario vinculado con la minificción. Borges y Bioy afirman en su
prólogo:

Este libro quiere proponer al lector algunos ejemplos del género [narrativo], ya
referentes a sucesos imaginarios, ya a sucesos históricos. Hemos interrogado,
para ello, textos de diversas naciones y de diversas épocas, sin omitir las
antiguas y generosas fuentes orientales. La anécdota, la parábola y el relato
hallan aquí hospitalidad, a condición de ser breves (Borges y Bioy Casares,
1995: 7)

Si bien la antología no incluye exclusivamente textos latinoamericanos, se advierte por


una parte el recorte trazado en torno al “género narrativo”, ni menos aún, la presencia
del adjetivo “breve” del título.

Otra temprana antología es la de René Avilés Fabila publica en 1970: “Antología del
cuento breve del siglo XX en México” en el Boletín Nº 7, Comunidad Latinoamericana
de Escritores, México, seguida de la de Edmundo Valadés en 1976 El libro de la
imaginación. En su prólogo, Aviles Fabila apunta:

La importancia del texto mínimo no es poca: va aparejada a la confección de una


literatura moderna, cosmopolita, sin folklorismos, a veces fantástica, de severos
lineamientos estéticos (Aviles Fabila, 1970: 1); e indica más adelante:

A veces el cuento corto se emparenta peligrosamente con la prosa poética. No


en balde los trabajos de Arreola de Prosodia están incluidos en una antología
de poesía. Sinb embargo habría que deslindar terrenos y colocar a cada uno en
su sitio. El relato de mínimas extensiones no sólo es un ejercicio de síntesis,
sino también un bello ejemplo de lo que puede hacerse y decirse prescindiendo
de las grandes extensiones (Aviles Fabila, 1970: 1)

A estas antologías le siguen las de Juan Armando Epple, tenaz antólogo de estas
formas: Brevísima relación del cuento breve de Chile (Epple, Juan Armando, Santiago:
Lar, 1989), y su posterior ampliación y actualización: Cien microcuentos chilenos.
(Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 2002), así como el volumen realizado junto
con Heinrich: Epple, Juan Armando y James Henrich: Para empezar cien micro-cuentos
hispanoamericanos (Concepción: Ediciones Lar, 1990).

En el prólogo de su Brevísima relación, Epple menciona las dificultades de definición


del estatuto genérico del cuento para lo que ser ha debido confrontar con el universo de
la novela en el horizonte de comparación. Señala entonces la dificultad aún mayor en el
deslinde de “los rasgos diferenciadores de ese corpus de relatos de extremada
concentración formal llamado indistintamente ‘cuento corto’, ‘cuento breve’, ‘micro
cuento’ o ‘mini cuento’ ” (Epple, 1989: 7). No obstante, el crítico chileno señala:

Tributario de una amplia gama de expresiones narrativas (tanto de la tradición


oral como letrada) esta modalidad del discurso ficitico ha consolidado ya un
amplio corpus en la narrativa hispanoamericana, y no como expresión creativa
meramente ancilar (Epple, 1989: 7).

Otra antología fundamental en el avance de estas cuestiones es la de Harold Kremer, y


Guillermo Bustamante Zamudio, 1994, Antología del cuento corto colombiano,
(Colombia, Net Educativa), resultado del trabajo de espigado sobre las minificciónes
publicadas en Ekuoreo, privando el criterio nacional, puesto que se publican sólo las
colombianas. Es interesante advertir cómo las antologías comienzan su incursión en el
género desde el campo de las literaturas nacionales: México primero, luego Chile, ahora
Colombia –recientemente Violeta Rojo publicó su volumen La Minificción en
Venezuela. (Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2004).

En el sustancioso prólogo, Kremer y Bustamante Zamudio apuntan:

El cuento corto, cuento brevísimo, minificción o minicuento, es un género


literario cuyos orígenes se remontan al Lejano Oriente. Despreciado por unos y
alabado por otros ha logrado en el siglo XX un espacio propio, aún en
formación, que lo ubica al lado del poema y el cuento (Kremer y Zamudio,
1994: 13);

y más adelante señalan: “El cuento corto se alimenta del poema, del ensayo, de la
epístola, del relato, del cine, de la noticia periodística, de la tradición oral” ( Kremer y
Zamudio, 1994: 13).

Es muy interesante el fenómeno que se vincula con las últimas antologías producidas en
torno a la forma que se polarizan en el campo de antologías por páises, por
nacionalidades. La última de Lauro Zavala, Minificción mexicana enriquece el
panorama con aportes tomados de versiones de cronistas de Indias. En su prólogo,
Zavala señala:
Se han dejado de lado los antecedentes de a minificción escrita en lengua
española desde la Colonia hasta el siglo XIX. En esta historia será necesario
recuperar, además de los textos de los cronistas de Indias, escritores del
período colonial como Bernardo Couto (autor de la conocida “Mulata de
Córdoba”) y de los más destacados narradores, poetas y cronistas del siglo
XIX, como Kicrós, Amado Nervo y Manuel Gutiérrez Nájera (Zavala, 2004:
13-14)

El antólogo está planteando la cuestión de buscar las raíces del fenómeno, de hacer su
historia, de trazar, y tomo prestadas palabras de Rosa, la “geopolítica de las sucesiones
y herencias textuales” (Rosa, 1999: 30)..

Historias y preceptivas

El volumen fundante de esta práctica literaria en la modernidad es Ensayos y poemas


(1917) del mexicano Julio Torri. Es importante destacar que Pedro Henríquez Ureña,
una de las figuras faro en el México literario, señala a Alfonso Reyes en una extensa
carta datada en México, el 29 de octubre de 1913 --apretado diagnóstico del estado de
las letras mexicanas del momento y minucioso inventario—allí Henríquez Ureña
apunta: “Cuentos: Torri. El más original escritor joven”. Cuentos, dice, y hay que
revisar Ensayos y poemas (1917) para tratar de capturar los textos que se vinculan con
esta forma en el breve volumen.

Recién en 1971, Luis Leal señala en el imprescindible Historia del cuento


hispanoamericano: “Si bien Torri no puede ser considerado como un verdadero
cuentista, prosas como “El celoso”, “La cocinera”, “Los unicornios” y “Gloria Mundi”
ya apuntan hacia el cuento contemporáneo según lo practican Arreola, Monterroso y
Cortázar” (Leal, 1971: 73).

La primera cuestión que hay que considerar es que la minificción surge ligada al destino
del cuento. Registro la primera mención destacable a esta modulación específica en este
volumen crítico-histórico de la mano de Luis Leal en su Historia del cuento
Hispanoamericano (2º edición ampliada, México, 1971) donde se hace mención con
referencia a la obra de Arreola:

En el mismo Confabulario total incluye Arreola lo que él llama Prosodia, serie


de veintinueve prosas poéticas cortas que no son ensayos, pero tampoco
cuentos. Algunas, como “El diamante”, son verdaderas alegorías. Otras (“El
mapa de los objetos perdidos”, por ejemplo) ya apuntan hacia un nuevo género,
el mini cuento, hoy de moda entre los jóvenes cuentistas. (Leal, 1971: 115)

Si bien se advierte en el temprano siglo XX el surgimiento de modulaciones breves de


la narrativa, que de la mano de los experimentos modernistas primero, y vanguardistas
después aparecen con insistencia en la literatura hispanoamericana, es recién en los años
50 que su regularidad en la producción de narradores hispanoamericanos suscita un
fenómeno considerable en nuestra literatura. En una cronografía que instale la presencia
y productividad de la minificción hispanoamericana como modelo escriturario
diferenciado hay que instalar dos nombres: el de Juan José Arreola y el de Jorge Luis
Borges. Tanto Arreola como Borges permiten la lectura de la brevedad como praxis
literaria al margen de lo menor.
Varios años después del volumen de Leal, en 1985, se publica el volumen de Gabriela
Mora: En torno al cuento. De la teoría general y de su práctica en
Hispanoamérica (Madrid: Porrúa Turranzas, 1985) que en la primera parte (entre las
páginas 29-34) incluye el subtítulo: “El cuento brevísimo”. Allí Mora comenta la
antología de Irving Howe e Ileana Wiener Howe: Short Shorts. An Anthology of the
Shortest Stories (1983) en el que desde la perspectiva de la narrativa en lengua
española, lo que se incluye como Short Shorts son textos que consideraríamos lisa y
llanamente cuentos –uno de los parámetros, el de la extensión, cubriría un máximo de
unas dos mil quinientas palabras, extensión que comportan algunos de los cuentos más
destacables de la literatura hispanoamericana . No obstante, lo que se advierte es el
avance hacia nuevas modulaciones para las que los tratadistas carecen de denominación.
Mora acota: “La tendencia de hoy es preferir los términos relato o prosa de ficción,
evitando el nombre cuento, pareciera seguir esta dirección.” (Mora, 1985: 33). Es
interesante el hecho de que en los campos de legitimación, sean antologías y estudios en
lengua inglesa los que instalan la problemática de la minificción como cuestión
atendible. Este proceso de contagios se puede registrar en la revista Puro cuento (Puro
Cuento, Septiembre/Octubre 89, Buenos Aires, 1989), y a propósito de la aparición del
volumen Sudden Fiction (1986) de Robert Shapard, y James Thomas (eds). Allí se
señala la falta de estudios que trabajen el fenómeno. Si bien estos estudios existían, su
escasa circulación hace que los trabajos en otras lenguas incentive la búsqueda en
nuestro propio territorio.

Uno de los más tempranos y agudos estudiosos del tema, David Lagmanovich, ha
publicado un importante volumen sobre el tema en 1999: Microrrelatos. Buenos Aires-
Tucumán: Cuadernos de Norte y Sur. [1ª reimpresión: 2003]. Este trabajo que reúne sus
aportes a los estudios de la forma, Lagmanovich propone una denominación general de
microtexto en los que incluye desde los haiku, hasta los “casos” de tradición oral, las
sentencias, las “greguerías” de Ramón Gómez de la Serna, entre otros, y concluye:
“Este siglo XX que está a punto de terminar se inclinó hacia la formas breve, la falta de
redundancia, la economía de medios expresivos, el cuidado de la palabra: en suma,
hacia el microtexto. Y avanza:

Si a todos los microtextos en prosa los llamamos microrrelatos, entramos en un


campo de extendida confusión que nos impedirá definir adecuadamente las
características del objeto de estudio. En cambio, si entre los microtextos en
prosa seleccionamos aquellos –que por otra parte parecen ser mayoría”—en los
que se cumplen losprincipios báscios de la narratividad, y a éstos los llamamos
microrrelatos, habremos dado un paso importante para delimitar la especie
literaria a la que pertenecen (Lagmanovich, 1999: 73-74)

En el II Congreso Internacional de Minificción, en Chile 2004, Lagmanovich avanzó


más sobre esta idea, señalando otro recorte más: el de minificción, que se ubicaría entre
el minitexto y el microrrelato; dentro del campo amplio de la minficcción hay textos
narrativos y textos que no lo son. El microrrelato sería la minificción narrativa.

La minificción, la academia y los congresos

Un acontecimiento importante en la denominación del fenómeno viene de la mano de


Dolores M. Koch, quien presenta en el Congreso XX del Instituto Internacional de
Literatura Iberoamericana (IILI), celebrado en Austin, Texas, en junio de 1981, su
trabajo: “El micro-relato en México: Torri, Arreola y Monterroso”, trabajo fundante que
será publicado en Hispamérica X, 30 (1981) 123-130. Esta es la primera vez que
registro la denominación “micro-relato” para esta escritura.

En los años 90 se concentran un conjunto de acontecimientos que instalan la cuestión


del microrrelato dentro de los intereses académicos . En 1998, de la mano de uno de los
más pertinaces estudiosos del tema, Lauro Zavala, se realiza el Primer Coloquio
Internacional sobre Minificción, que tuvo lugar en la Ciudad de México los días 17 y 18
de agosto de 1998. En 2002 se realizó el II Congreso Internacional de Minificción en
Salamanca, esta vez de la mano organizativa de Francisca Noguerol, y el en Valparaíso,
el III Congreso Internacional de minificción en agosto de 2004.

Es importante destacar que por primera vez en el año 2004 se incluyó en el temario del
Congreso Internacional del Instituto de Literatura Iberoamericana, “Fronteras de la
literatura y de la crítica”, Poitiers, bajo el tópico “Límites de la escritura: el micro-
relato”, en esa oportunidad Juan Armando Epple organizó una mesa con especialistas en
el tema.

Una última circunstancia que deseo apuntar se vincula con el área editorial. En este
sentido se orienta el proyecto coordinado por Henry González Martínez, coordinador
del convenio U.P.N. (Colombia) – UAM (Xochimilco, México) a través de la cual se
crea la serie La Avellana cuyo propósito es “constituirse en una respuesta positiva a la
dispersa producción minicuentística hispanoamericana” (González Martínez, 2000: 10).
Este convenio se propone realizar una antología de minificción hispanoamericana que
incluya a Argentina, Venezuela, México y Colombia. Ya han sido publicadas la de
Colombia: Henry González: La Minificción en Colombia (Bogotá: Universidas
Pedagógica Nacional, 2000) y la de Venezuela, Violeta Rojo: La Minificción en
Venezuela. (Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2004).

Por otro lado, la creación de la Editorial Thule: el 6 de Julio de 2004, en la FNAC de


Madrid, Thule Ediciones presenta Micromundos, su primera colección exclusivamente
destinada, como se afirma en su página web <http://www.thuleediciones.com> al
microrrelato y la literatura breve. Los volúmenes, de cuidada edición están impresos en
papel sintético y son completamente impermeables. Como ellos afirman: “Son libros
para leer en los momentos de relajación: en la playa, en la piscina o en la bañera…”. Ya
se han editado cuatro títulos: Con tinta en sangre (Madrid: Thule Ediciones, 2004), una
reedición del volumen de Juan Armando Epple (Chile, Mosquito Ediciones,
1999), Todo tiempo futuro fue peor de Raúl Brasca (Madrid: Thule Ediciones,
2004), Andanada de Luis Britto García (Madrid: Thule Ediciones, 2004) y Del aire al
aire de Rogelio Guedea (Madrid: Thule Ediciones, 2004).

En este rápido recorrido se puede advertir que junto a la práctica diabólica de los
escritores que como Julio Torri, Juan José Arreola, Augusto Monterroso, Alfonso
Reyes, Jorge Luis Borges, Marco Denevi y muchos otros que pujaban en el avance y
desarrollo de modulaciones de la cuentística latinoamericana, surgen revistas y
antologías que colectivizan l fenómeno y lo legitiman, ampliándolo más allá de las
producciones individuales. Esto produce la paulatina diferenciación de la forma en la
generación de diversos corpus.
La lectura comparada de los prólogos de las antologías que luego se sucedieron,
delimitan un conjunto de rasgos que trazan fronteras y definen mapas. Sin lugar a
dudas, fue importante en el proceso la publicación de antologías en lengua inglesa, cuyo
campo de difusión es, desde luego, mucho más amplio que el de nuestras producciones.
Ellas incentivaron aún más el desarrollo de estudios sistemáticos de este fenómeno en
nuestra lengua. Paralelamente, historiadores y preceptistas del cuento fueron
demarcando zonas de pertenencia y zonas de exclusión. Por otra parte, no hay que dejar
de reconocer el doble proceso de influencia que se ha generado entre escritores y
lectores; por un lado, escritores noveles que encontraban en diversas revistas espacio
para sus minficciones (tal es el caso por ejemplo de Raúl Brasca); por otro, que
incentivados por la demanda, comenzaron a producir sistemáticamente este tipo de
textos . Es indudable que la presencia de un mercado lector y editor asegurado, resulta
seductora para el escritor profesional. Pero fueron, sin lugar a dudas, los encuentros
académicos nucleados en congresos los que le han terminado por legitimar la presencia
de la forma. Dicho de otro modo, es recién a fines de los noventa cuando se condensan
los elementos que organizan la canonización del proceso.¿Qué razones acompañan este
tardío reconocimiento? Intentaré algunas respuestas.

El surgimiento de la minificción es un fenómeno enraizado en las prácticas modernas de


escritura vinculadas con el fragmento –que tienen sus orígenes en el romanticismo
teórico de Jena— y en las prácticas modernas de lectura. Surge íntimamente ligado al
cuento y a las modulaciones breves de la narrativa –la fábula, el bestiario, la alegoría en
general –a las que se unen modulaciones discursivas típicas del siglo XX –como las
frecuentadas en los medios masivos de comunicación. Sin embargo, su extensa
trayectoria en el siglo los lleva a recorrer un destino ligado a las prácticas de lectura
posmodernas. Puesto que no podemos olvidar que los procesos de canonización son
procesos de lectura y que la “discusión sobre el canon es básicamente universitaria”
(Rosa, 1999: 38), hubo que esperar a la organización de un horizonte de legibilidad
dentro de la academia, de este ripo de producciones. Es en este campo en el que lo
fragmentario, la extrema brevedad y hasta lo menor se transforma en un modo de acceso
al texto que permite a antólogos y críticos organizar recorridos en los que la totalidad
original en la que se insertan los textos ha perdido vigencia. De este modo, si bien la
escritura de minificciones pertenece al mundo moderno y a la percepción moderna de la
literatura, su acceso al espacio canónico viene de la mano de los hallazgos de la
posmodernidad. Por ello es que a lo largo del siglo se coló entre volúmenes de cuentos
con vocación iconoclasta: paradoja de estar fuera del canon pero necesitar de él para su
existencia; de enfrentarse a la norma, pero necesitarla para hacer patente su práctica
subversiva. Su invisibilidad durante casi tres cuartas partes del siglo pasado en el
ámbito académico, se contesta con la evidencia de los últimos años. Es entonces cuando
la minificción se vuelve legible como una forma diferenciada. Los 90 concentran la
atención con una producción sistemática y continua de minificciones por un lado; por el
otro, se apura el armado de genealogías y mapas que revisan hacia atrás en la búsqueda
de los orígenes, y por otro, repasa y relee desde una perspectiva diversa volúmenes que
inicialmente no han sido leídos como conteniendo minificciones: tal es el caso
de Cartucho de Nellie Campobello, leído como minficción integrada; o La feria de Juan
José Arreola; o la inclusión en antologías de minificción de episodios de novelas
como Terra Nostra de Carlos Fuentes; vale decir, la de la minificción no sólo se vuelve
una modalidad de escritura sino también una estrategia de lectura. Hasta bien avanzados
los años 80, éramos unos pocos los que estábamos trabajando en el estudio de estas
formas: un grupo mínimo que advierte tempranamente la presencia sistemática de
modulaciones diferentes dentro de la narrativa breve. Quienes desde dentro de la
academia trabajábamos en investigaciones sobre el tema, nos veíamos obligados a
defender la pertinencia de nuestro corpus de estudio ante mentores de las clasificaciones
y las preceptivas en las que estas formas se volvían resistentes.

El fin de siglo puso sobre el tapete la presencia de las desclasificaciones, de la


subversión de los géneros, la heterogeneidad, aún cuando América Latina es el territorio
de lo heterogéneo por excelencia desde sus orígenes. Si América en los 60 fue entendida
como el espacio de la palabra por excelencia, del que surge esa narrativa que coloca la
novela latinoamericana en las bibliotecas del mundo; en los 80 lo que comienza a
ponerse en evidencia es que, en palabras de Lazlo Scholz:

Lo que yo encuentro de relevancia en la narrativa moderna de América Latina


es justamente el hecho de que ha surgido, despues de la presencia secular del
verbalismo, una veta mayor donde desaparecen las retóricas de antes, y han
pasado a desempeñar un rol destacado los distintos procesos que van contra el
Verbo y optan por la reducción, la omisión, la elipsis. ( En Jitrik, 1996: 285)

En el insidioso espacio entre la omisión y la letra, la minificción arma su narrativa.


Como afirmó José Diaz en su presentación de la colección Micromundos de Thule
ediciones en Chile: “a los que no leen por falta de tiempo, a los que no leen por pereza,
a los que no leen, a los que no” . En el espacio de esta negación se inserta el lugar de
legitimación de la minificción: la negación de lo establecido, la negación de la norma, la
negación del canon en el trazado de sus mapas que, sin embargo, fabulan la historia de
su propia construcción, pergeñan identidades y enarbolan pertenencias para trazar su
geopolítica en los márgenes como una práctica hereje de escritura, de lectura y de
estudio.

BIBLIOGRAFÍA

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VALADÉS, Edmundo, 1976. El libro de la imaginación
ZAVALA, Lauro (Selección, prólogo y notas). 2003 . La minificción mexicana,
México: Universidad Autónoma de México.

i Estas denominaciones las tomo de Irlemar Chiampi, en el estudio que realiza sobre
Modernidad y barroco --Barroco y modernidad. México: FCE, 2000-- en las que habla
de los momentos que sucedieron en la modernidad para la recuperación del barroco.
Estas denominaciones me parecen las más propicias para registrar el fenómeno del
estudio y difusión de la minficicción hispanoamericana.

ii Tiene una tirada de 300 ejemplares escritos a máquina. Aunque aparentemente la


mueve un espíritu juguetón, hay también un enfrentamiento con el canon vigente. A
partir del número 2 pasó a subtitularse: “Ekuóreo. Revista de minicuentos”.

iii Un estudio de las tres revistas mencionadas en relación a la minficción, asi como de
Ficticia se encontrará en mi “Del papel a la red: lugares de legitimación de la
minificción” en Actas de 7º JORNADAS NACIONALES DE INVESTIGADORES EN
COMUNICACIÓN. “Actuales desafíos de la Investigación en Comunicación. Claves
para un Debate y Reflexión Transdisciplinaria”. Red Nacional de Investigadores en
Comunicación. General Roca, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad
Nacional del Comahue, 13 al 15 de noviembre de 2003. CD Rom, ISSN: 1515-6362.

iv Esta influencia se recoge de manera decisiva al revisar, por ejemplo, el prólogo de la


antología de Raúl Brasca y Luis Chitarroni (comp.): Antología del cuento breve y
oculto (2001). Los antologistas hacen eco, punto por punto, del prólogo de Bioy y
Borges. Sobre este punto, consúltese mi “Piezas de un rompecabezas: ficción breve y
fragmento en la literatura hispanoamericana” en las Actas del III Congreso
Internacional de Minficción, Valparaíso, 2004, en prensa, donde hago un estudio
comparado de los prólogos de ambas antologías.

v Publicada por José Luis Martínez bajo el título: “Evolución de las letras, el
pensamiento y las artes en México de 1900 a 1913. La exposición de “Savia Moderna”
de 1906” en José Luis Martínez: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña.
Correspondencia 1907-1914, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, pp.220-231.
La cita a continuación corresponde a la página 230.

vi En 1972 Enrique Anderson Imbert publica Teoría y técnica del cuento donde destina
un capítulo, el cuarto, “Entre el caso y la novelas: hacia una poética del cuento”. Allí
menciona la forma caso –que creo se acercaría a lo que denominamos minificción--,
pero sus definiciones oscurecen el panorama sobre los estudios en torno al microrrelato;
en realidad adpota la terminología de André Jolles (Einfache Formen, 1929), pero la
vacía de contenido.

vii Entre las antologías en lengua inglesa, algunas de las que se pueden consultar son: la
revista TriQuarterly (Evanston, Illinois) 35 (Winter 1976), que contiene las “Minute
Stories”; Irving Howe and Ilana Wiener Howe (ed.). 1982. Short Shorts: an Anthology
of the Shortest Stories. Boston: David R. Godine; Robert Shapard and James Thomas
(eds.). 1986. Sudden Fiction: American Short Short Stories. Layton, U.T.: Gibbs M.
Smith; Robert Shapard & James Thomas, Sudden fiction international: Sixty short-short
stories. Introduction by Charles Baxter. New York: Norton, 1989; James Thomas,
Denise Thomas and Tom Hazuka, eds., Flash fiction: Very short stories. New York:
Norton, 1992; Jerome Stern, Micro fiction: an anthology of really short stories. New
York: Norton, 1996.

viii Por razones de espacio, no puedo detenerme en los trabajos de investigación


vinculados con el tema, subsidados por instituciones académicas y de investigación
científica. Apunto aquellos que me incluyeron: mi tesis doctoral en la Universidad de
La Plata una beca de Inciación a la Investigación subsidiada por el CONICET, 1984-
1986: "La narrativa de Juan José Arreola" dirigida por el Dr. David Lagmanovich,
buena parte de esta investigación estaba orientada al estdio del microrrelato. Luego,
entre 1988 y 1990 investigué con otra beca de la misma institución “Hacia una poética
de las formas breves en la actual narrativa hispanoamericana: Julio Cortázar, Juan José
Arreola y Augusto Monterroso", nuevamente dirigida por el Dr. David Lagmanovich.
Codirigí con Lagmanovich dos investigaciones –subsidiadas por la Secretaría de
Investigación de la Universidad Nacional del Comahue-- sobre la narrativa de
vanguardia y sus proyecciones; entre 1993 y 2000; en la cual hubo una concentración de
estudios sobre minificción. Finalmente, entre 200 y 2003 dirigí: “El relato breve
hispanoamericano del siglo XX”, y en la actualidad dirijo la investigación “Escrituras
descentradas”, subsidiada también por la UNCo, con un equipo de investigación que
constra de ocho miembros. Uno de los objetivos centrales es explorar la minificción en
las letras hispanoamericanas .

ix Retomo las palabras liminares de Ana María Shua que inauguran Casa de Geishas:
“En 1984 publiqué La sueñera, mi primer libro de cuentos brevísimos. Ese libro tuvo
pocos lectores, pero muy calificados, y recibió de ellos halagos y alabanzas. El
entusiasmo de esos lectores fue lo que me decidió a volver a intentar el género. (Casa de
Geishas, 7). Indudablementre, en el proceso de interacción entre lectores y autor la
recurrencia no parte de una acto contestatrio sino de la conciencia en la productividad
de un escritor profesional. Esto mismo me afirmó en una charla con Pablo Urbanyi, él
me confesó que él escribía sin saber que eso que hacía eran microrrelatos; luego, Lauro
Zavala lo convocó a escribir minficciones en torno a “El dinosaurio” de Augusto
Monterroso, y finalmente terminó escribiendo microrrelatos a conciencia.

x En 1982, Hugo Verani organiza una sesión en la reunión anual de la MLA (Modern
Language Association of America). La reunión total se realizó del 26 al 29 de diciembre
de 1982, y tuvo lugar en Los Angeles. La mesa organizada por Verani se titulaba: “El
fragmento como texto en la narrativa hispanoamericana”. De los participantes, cuatro,
dos presentaron trabajos vinculados con la minificción: Wilfrido H. Corral “Notas sobre
el fragmento como texto en Hispanoamérica” y David Lagmanovich: “Lo fragmentario
en Falsificaciones de Marco Denevi”. Ambos nombres aparecen vinculados con el
estudio crítico de la minificción.

xi Todavía recuerdo con simpatía un par de anécdotas que paso a comentar. Había sido
invitada por la Universidad de Münster, Alemania, en 1992; entonces presenté una
conferencia sobre el microrrelato. El cátedratico del Romanisches Seminar, al finalizar
mi exposición, acotó con estupor: “¡Pero eso no figura en la Poética de Aristóteles!”
como forma de desacreditar la validez de mi objeto de estudio. Asimismo, recuerdo la
fuerte resistencia que tuve en la Universidad del Comahue, cuando quise publicar un
artículo sobre “El dinosaurio” de Augusto Monterroso. Formaban el Comité Editorial
todos los profesores regulares del Departamento de Letras; entre ellos, Martín Prieto
(alguien que a pesar de estar estrechamente vinculado con el Diario de Poesía de
Rosario, una publicación de avanzada y muy aguda), tomó el relato de Monterroso
como boutade. Finalmente, y luego de una ardua defensa de la pertinencia de mi objeto
de estudio contra los encendidos detractores, el artículo fue publicado y se puede leer en
la Revista de Lengua y Literatura Nro. 6 (noviembre 1989), Neuquén, Departamento de
Letras, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional del Comahue; 65-69. Su título
es “Una casi inexistente latitud: “El dinosaurio” de Augusto Monterroso”.

xii El trabajo presentado por José Díaz en el III Congreso Internacional de Minificción,
Valparaíso, 2004. Se puede consultar
en http://www.letrasdechile.cl/modules.php?name=News&file=article&sid=741, de allí
extraigo la cita.

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