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Las leyes modernas nos dicen que ya no hay castas en nuestras tierras, que no hay
realeza ni privilegiados, pero la realidad nos vive demostrando lo contrario. Esta es una
historia de amor que transcurre en un mundo regido por el dinero y las apariencias, en
donde los ricos se creen superiores a los pobres y en donde los pobres, por buenos que
sean, son víctimas de la falta de recursos.
La Arboleda era una típica chacra del sur de la provincia de Buenos Aires, situada en
Villa Esperanza, a varios Km. al noroeste de la ciudad de Mar del Plata. En una
excelente zona de pasturas, estuvo alguna vez rodeada de algunos de los mejores
Haras de caballos de carrera del país. Por supuesto, los difíciles años por los cuales
pasó la Argentina, la inestabilidad política y los eternos vaivenes económicos
tuvieron un gran efecto en la región y muchos de esos grandes establecimientos,
opulentos y gloriosos, vieron un final poco feliz. Así fue como estancias prósperas en
tiempos de la plata dulce se convirtieron en emprendimientos turístico-rurales y los
campos de cría de caballos se transformaron en cultivos de papa.
Sin embargo, la chacra subsistió a pesar de los inconvenientes y lo que en principio
se creó como un centro de entrenamiento ecuestre terminó siendo un lugar que
organizaba cabalgatas y días de campo para turistas nacionales y extranjeros con
pretensiones de ser gauchos por un día. Con eso y algunos pocos caballos que
recibían para pensionado y entrenamiento, la familia Benítez se las rebuscaba para
subsistir sin mayores privaciones.
Tomás Benítez era la cabeza de la familia. Alguna vez fue un jinete reconocido que
pudo haber llegado lejos en torneos, pero la falta de recursos no le permitió avanzar.
La equitación es un deporte carísimo. En sus años mozos, Tomás tuvo la suerte de
conseguir un sponsor, un estanciero con mucha plata y poco que hacer que buscaba
buenos jinetes para llevar sus caballos a los ranking nacionales y le fue bien por un
tiempo. Todo parecía que iba para adelante hasta que ocurrió la fatalidad. Tomás tuvo
una caída fea y una lesión en la espalda que le impidió volver a montar. El juicio fue
largo, pero la indemnización suficiente como para comprar una pequeña chacra cerca
de Mar del Plata a la que llamó La Arboleda. Por esos tiempos hacía poco se había
casado con Adela, conocida en el pueblo por su hermosura y su poca inteligencia.
Tomás cayó bajo los encantos de esta belleza de sólo 18 años a quien, por esas
fatalidades de la vida (y exceso de alcohol en una noche de calentura), embarazó y
con quien se vio obligado a casarse de apuro al ser enfrentado por la escopeta de su
nuevo ‘suegro’. En pocos años de matrimonio ambos produjeron las cuatro de las
chicas más preciosas que Esperanza y zonas aledañas hayan visto.
Benítez no solo tenía debilidad por las mujeres bonitas (aunque vivir en un pueblo
chico marcó de cierta forma el final de sus correrías) sino que además sentía una gran
pasión por los deportes ecuestres. Si corría y usaba montura (ya sea caballo de carne
y hueso o electrónico) le apostaba unos pesos a sus sedas. Y como es bien sabido, no
hay nada peor para un apostador que tener un hipódromo o un casino al alcance de la
mano. Podrán imaginarse los desastres de los cuales Tomás era capaz cuando se
escapaba para Mar del Plata y reventaba lo que tenía y lo que no en las mesas del
Provincial ².
A pesar de los vaivenes provocados por los vicios de Tomás, la familia continuaba
unida y luchando. Julieta, la mayor, tan bonita como inteligente, pudo recibirse de
veterinaria y consiguió un trabajo como asistente del veterinario de la zona. Elisa, la
segunda, de una belleza menos refinada que su hermana, pero con la misma tenacidad
y viveza, heredó de su padre el amor por los caballos y en sus cortos 20 años llevaba
adelante la ardua tarea de entrenar los pensionistas de la chacra. Las otras dos
hermanas salieron a la madre: hermosas –por lo menos una de ellas-, tontas y
perezosas. Catalina, la menor, de sólo 17 años, entre un novio y otro, todavía estaba
pensando como rendir las 11 materias que le faltaban para terminar la secundaria
mientras que María, la menos favorecida del lote, sin mayores ambiciones en la vida,
al menos había conseguido empleo como cajera del supermercado del pueblo.
Los caballos de La Arboleda no eran gran cosa. La mayoría eran los típicos criollos
mezclados de cabalgata que con un recado y un buen tuse hacían que los turistas se
sintieran como salidos de las páginas del Martín Fierro ³. Después estaban los petisos
para los chicos y algunas yeguas de cría que vieron mejores tiempos. Por lejos, en lo
que calidad se refiere, lo mejor que tenían los Benítez era Brisa, una potranca alazana
producto de una yegua de salto con uno de los mejores padrillos que tuvo una
estancia vecina. Pagaron fortunas por el servicio, pero valió la pena. Brisa era
hermosa y con excelentes aptitudes para saltar. Pero lo que tenía de linda, lo
redoblaba en rebeldía. Era caprichosa, desobediente y terca. Y para Elisa, tan terca
como su yegua, entrenarla para convertirla en una campeona se convirtió no solo en
una meta, pero también en un desafío.
Así fue como una chica con amor por los caballos del sur de la provincia de Buenos
Aires se encontró con la posibilidad única de trabajar con cuatro de los mejores
jinetes de Sudamérica. Lo que nunca imaginó esta chica es como este evento iba a
cambiar su vida.
— ¿Qué?— Carla espió por detrás del hombro de Elisa. — ¿Todavía no te los
aprendiste? ¡Mirá que son sólo cuatro!
—Obvio que me los sé, tonta, es imposible no conocerlos. Estos son los mejores
jinetes del país. Están entre los mejores de América. Del mundo.
Carla no era tan fanática del salto como su amiga, ni siquiera le gustaban demasiado
los caballos, pero como su padre era un renombrado veterinario de equinos de la zona
no tuvo más remedio que meterse en el tema. Así aprendió, a los ponchazos, y al final
le terminó gustando.
—No sabía que Darcy había vuelto al ruedo. — comentó Carla. —Hace más de un
año que no compite. Me contó mi viejo que el caballo nuevo que tiene es fabuloso. Es
más, dice que si hace una buena campaña este año puede formar parte del quipo
olímpico. Además, ese Darcy está re-fuerte.
Elisa puso cara de fastidio. No en vano llamaban a su amiga Carla la Calentona. Carla
siempre fue medio rapidita con los muchachos y no tenía ningún problema en
hacérselo saber a los demás. —Lo vi un par de veces por la tele, hace unos años,
montando una yegua tordilla.
En el camino, acerándose a la tranquera, apareció un gran trailer azul tirado por una
camioneta. Las chicas lo siguieron con la mirada.
—Miss D, creo que se llamaba. ¿No se enfermó justo cuando él se retiró? O al revés,
no me acuerdo.
La camioneta se estacionó cerca de los árboles y dos hombres descendieron de ella.
—Creo que sí. — Dijo Elisa mientras observaba como los dos hombres bajaban la
rampa del trailer. —¡Che, mirá eso! ¿No es divino?
—Mmmm, divino. — Carla miró con ojitos brillantes de lujuria.
—Y, mirá como camina. Qué clase tiene. Te juro que tiene el mejor posterior que vi
en mi vida.
—Un culo precioso. Para pellizcárselo.
Elisa soltó una carcajada. Obviamente no estaban hablando de lo mismo. — ¿De
quién hablás?
—De Guillermo Darcy, tonta. ¿Y vos?
— ¡Del caballo! ¡Obvio!
—Elisa, creo sos la única mina que se pone a mirar un caballo cuando delante al
jinete más hot del Sudamérica.
Elisa saltó fuera del corral y enfiló hacia los recién llegados. —Prefiero ver caballos,
son más confiables y mejores compañeros que la gente. Además, son más lindos de
mirar.
Carla la siguió. —Eso porque nunca tuviste a un papucho como Darcy adelante tuyo.
En cuanto lo tengas, te quiero ver.
Para cuando las chicas se acercaron a los jinetes, el Dr. Ramírez ya estaba haciendo
su primera inspección del caballo negro que sostenía Darcy. A su lado, Elisa
reconoció a la cara sonriente del que fue tapa de la última Equiworld Magazine,
Carlos Barrechea, quien estaba tratando de calmar a su yegua alazana.
Ramírez hizo las presentaciones.
—Señores, les presento a sus dos nuevas asistentes, Elisa y Carla. Trabajan con
caballos de salto desde chiquitas, así que no solo son bonitas y simpáticas pero
también muy capaces, je, je. — El pobre doctor tuvo toda la intención de ser
gracioso, pero nadie se rió. —Y esta que viene acá es Julieta, mi ayudante. Juli
también es veterinaria. Como verán, mejor atendidos no pueden estar.
Las tres chicas saludaron con unos sonrientes ‘holas’.
—Bueno, — dijo Ramírez, —a trabajar. Chicas, lleven los caballos a los establos.
Carla tomó la rienda de Sonata y la llevó hacia el edificio.
—Tuareg, ¿no?— Elisa iba a hacer lo mismo con el caballo negro, pero Darcy, quien
asintió con la cabeza, no le daba el cabestro.
Ella extendió la mano, esperando que se la diera, sintiéndose más que tonta. Muy hot
el hombre, pero un reverendo tarado. —¿Le saco las vendas?
Al final, Darcy le cedió el cabestro. —Sí.
Antes de que Elisa pudiera darle las gracias, Darcy se dio vuelta para decirle algo a
Carlos.
“Cerdo”, pensó Elisa encogiendo los hombros. “Andá a saber que le pasa.”Con
Tuareg detrás, Elisa marchó hacia los boxes en donde Carla estaba cepillando a
Sonata. No pudo evitar oír lo que Darcy le dijo a Carlos.
— ¿Estás seguro de que sabe lo que hace? Esa chica no tiene ni veinte años.
—Tranquilo, viejo, — dijo Ramírez con su aire campechano, —Elisa es toda una
experta.
—Además están bastante lindas, ¿no te parece? Algo me dice que acá la vamos a
pasar más que bien— agregó Carlos con la mirada fija en Julieta.
—Si me vine hasta acá fue para entrenar, no para perder el tiempo con jinetes de
segunda. Y te sugiero que vos hagas lo mismo.
Carlos, conocedor del temperamento hosco de su amigo, puso cara de miedo y luego
largó una carcajada. Darcy siempre se tomaba las cosas demasiado a pecho.
Lamentablemente para Darcy, el comentario no sólo fue oído por Carlos, sino
también por Elisa, quien no tuvo ningún reparo en correr hacia donde estaban las
chicas y repetírselo a Carla y a Julieta. Las tres se descostillaron de risa.
— ¿En serio dijo eso? ¡Qué salame!— Carla exclamó tan fuerte que Darcy y Carlos
se dieron vuelta para ver por qué se reían.
Sí, era obvio que lo escucharon.
Aunque más que deseosa de cuidar de uno de los mejores caballos que Elisa jamás
haya visto en su vida, le fue negado el placer de atender al magnífico Tuareg. Al
parecer, al jinete más hot de Sudamérica (según Carla) era bastante mezquino con su
montado, ocupándose él personalmente de sus necesidades. Bueno, casi todas, porque
la bosta no la juntaba ni loco. Mientras los demás jinetes dejaron en las chicas las
tareas más pesadas (cepillado y ejercitación con rienda) Darcy hizo todo él mismo.
Igual, Elisa no le quitó los ojos de encima durante la hora y pico de entrenamiento.
Tuareg era todo lo que ella siempre buscó en un caballo. Grande, fuerte, de un color
negro intenso y brillante, con líneas perfectas y una potencia increíble. Un desborde
de belleza y energía. La verdad es que Elisa nunca había visto un caballo tan bien
entrenado y a la vez tan espontáneo. Tuareg respondía perfectamente a los comandos
de voz, sin necesidad de tirones ni latiguillo. Cuando Darcy terminó el ejercicio,
llamó a su caballo a un alto y caminó hacia él, y Tuareg hizo lo mismo.
Aunque Elisa no pudo escuchar bien desde donde estaba, sintió que Darcy le
susurraba algo al caballo. En repuesta, Tuareg olfateó los bolsillos de su camisa y
recibió su recompensa de unas rodajas de zanahoria. Luego, después de una palmada
en el cogote de Tuareg, contentos con el resultado del ejercicio, jinete y caballo
partieron hacia los establos.
Una vez que Darcy se fue, Elisa se reclinó en la puerta del box de Tuareg.
—Ey, — Lo llamó.
El caballo la miró, pero no se movió.
—Che, vení. — Hizo ruido a besos, pero no obtuvo resultado. Es más, Tuareg giró en
el establo, dejándola frente a frente con su gran trasero negro.
Resignada, Elisa decidió no sociabilizar más con el animal. —Al final es cierto, —
suspiró, —todos los animales se parecen a su amo.
Los miembros faltantes del equipo llegaron durante la tarde. Eran nada más y nada
menos que Luisa y Teodoro Hurtado, jinetes renombrados de Buenos Aires. Con ellos
también llegó Carolina, hermana de Carlos Barrechea y de Luisa. Caro, como le
decían sus hermanos, no era parte del equipo, ni siquiera montaba, pero como no
tenía muchas cosas que hacer en la vida más que encontrar marido rico, no se iba a
perder la oportunidad de pasar unos meses confinada junto a Guillermo Darcy y
convencerlo de que ella era la mujer ideal para él.
A la mañana siguiente, bien temprano, Elisa estaba en La Reconquista dejando todo
listo para el primer día de entrenamiento en serio de caballos y jinetes. Le estaba
trenzando la cola a Tuareg cuando escuchó un suave silbido.
—Buen día, cabezota, — Dijo Darcy, acariciando el morro de su caballo. —
¿Dormiste bien? Yo tampoco. Nada como estar en casa. Pero hay que acostumbrarse,
es sólo por un tiempo. ¿Todavía no estás listo? El viejo nos va a matar.
—Estaba por ensillarlo, — apareció Elisa por detrás del caballo, —enseguida se lo
tengo listo.
—No, está bien, yo me arreglo, — respondió Darcy, algo sorprendido de verla.
Sin siquiera mirarla, Darcy entró al establo y sacó al caballo para ensillarlo. Para
cuando se fue, una furiosa Elisa ya lo había puesto al tope de su lista de los más
odiados.
Los primeros en ejercitarse fueron los Hurtado. Primero vino Teodoro con el
poderoso Gin Tonic. Teo, como le decían, no era un gran jinete, ni bueno ni malo,
promedio podría decirse. Elisa no podía entender como era parte de semejante
equipo. Aunque se decía por ahí que en pista era muy bueno, muy competitivo y su
montado, Gin Tonic, era realmente espectacular.
Luisa, por el contrario, era genial. Una excelente amazona, liviana como una pluma,
elegante, pero capaz de conducir al volátil Papillon con mano de hierro y una destreza
admirable.
Después vino Carlos –Charlie, como le decían los íntimos. Su fuerte era el Cross
Country, por lo rápido, muy decidido y talvez demasiado audaz para el salto
tradicional. Pero él y su yegua, la explosiva Sonata, eran un binomio ideal para esa
disciplina, imparables en la pista.
Para cerrar el día, entró Darcy con Tuareg y Elisa no tuvo ojos para otra cosa. Eran lo
máximo. Le tomó un tiempo encontrar las palabras exactas para describirlos –y
todavía se quedaba corta- ya que eran una perfecta combinación de gracia, estilo,
potencia y destreza. Magníficos. Caballo y jinete se complementaban perfectamente.
El caballo tranquilo y dócil que ella cepilló en el establo se transformó en una bestia
poderosa, casi imparable que respondía perfectamente a los comandos de su
conductor. Se comían la pista, pasando obstáculos con precisión casi matemática.
Una vez terminado el entrenamiento, Julieta revisó los caballos. Con el brote de
influenza en el Norte, ningún cuidado era demasiado. Todos pasaron rápido menos
Sonata, ya que Carlos no paró de hablar, distrayendo a Julieta con preguntas sobre la
zona, qué se podía hacer a la noche, donde se comía bien, si había cine en el pueblo y
sacándole algunos datitos personales tales como estado civil, signo del horóscopo,
número de celular, dirección, en fin, todo lo que podía saberse de una persona. No al
cuete le decían ‘Rapi-Charlie’.
Como correspondía, Elisa se ofreció para bañar a los caballos, pero, como siempre,
Darcy rechazó su oferta.
—Gracias, yo me arreglo.
“Este tarado no sabe decir otra cosa,” pensó Elisa suspirando. Pero la bronca no le
duró mucho cuando vio al dúo jugando con el agua. A Tuareg le encantaba bañarse y
su dueño le dio el gusto. Un cerdo ese Darcy, pero sin duda sabía como tratar a un
caballo.
¹Especie de loro verde muy común en las barrancas de los Ríos de la Plata y Paraná. Son conocidos por ser
extremadamente ruidosos y algo destructivos.
²El gran casino de Mar del Plata
³Por José Hernández. Narra a la vida del Gaucho en forma de payada
Capítulo 2
Los cuatro jinetes que en ese momento ocupaban La Reconquista, a pesar de provenir
de distintos ámbitos ecuestres, tenían algo en común: todos se habían hartado de las
políticas y corrupción de los grandes clubes para los cuales competían y unieron
fuerzas para formar un equipo propio con miras a competir en importantes torneos
internacionales como La Copa de las Naciones, el Campeonato Mundial de Salto y
los Juegos Panamericanos.
La idea de independizarse surgió en una noche en que los cuatro cenaron juntos
después de un gran torneo en el Highlands, el country club en donde vivían los
Hurtado. Allí se toparon con muchos problemas de organización y aunque los cuatro
obtuvieron buenos resultados, le dijeron basta a los clubes y formaron su propio
equipo. Así fue como Guillermo Darcy, Charlie Barrechea, Luisa Barrechea de
Hurtado y su marido Teodoro conformaron el Equipo ecuestre del Norte.
Los Hurtado ya estaban casados desde hace más de 10 años y el desgaste de ese
matrimonio se notaba a una legua de distancia. Teo era bastante aficionado al vino (y
whiskey, y ni hablar del Fernet con Coca-cola) y Luisa hacía obvio su desagrado
cuando su marido se pasaba de copas. Seguían juntos vaya a saber por qué, aunque
las malas lenguas decían que era porque ambos compartían su gran pasión por los
caballos y que, económicamente, a ninguno de los dos les convenía demasiado
separarse.
Sin lugar a duda los más talentosos del grupo eran Carlos y Darcy (a veces le decían
Billy, pero a él no le gustaba mucho). Ambos eran considerados los mejores jinetes de
su generación. Estaban rankeados internacionalmente, entre los 15 primeros de
Latinoamérica y ambos tenían aspiraciones de entrar al top 30 del ranking mundial.
Esa era la principal razón por la cual se vinieron hasta tan lejos, dejando atrás
obligaciones y familia, para concentrarse y entrenar y prepararse para una serie de
torneos internacionales que asegurarían su entrada a los primeros puestos del ranking
mundial y los clasificarían para eventos tan importantes como los Juegos
Panamericanos y los Olímpicos. Tenían el dinero, el talento y los caballos, sólo tenían
que adquirir la práctica internacional.
Obviamente, esto era imposible de lograr sin un buen coach que los preparara. Para
eso contrataron a unos mejores maestros de equitación, el Coronel Edmund Forster,
retirado del ejército Británico, que alguna vez fuera jinete olímpico y entrenador de
grandes campeones de salto. El viejo coronel estaba radicado en el país desde ya
hacía varios años (con una pensión en Libras, ¿a quién no le conviene vivir en
Sudamérica?) y normalmente viajaba alrededor del mundo armando recorridos –era
también considerado uno de los mejores armadores del mundo—y dando
conferencias. Cuando su amigo Darcy lo invitó para este ‘campamento’, el viejo
aceptó enseguida.
La primera semana en la Reconquista fue realmente agotadora. Sobre todo lo fue para
Elisa, quien arrancaba a la siete de la mañana en casa ayudando a su mamá con los
quehaceres, de ahí corría para La Reconquista para asistir al exigente equipo de
jinetes y montados. Luego, tipo 5, se volvía para la granja para echarle una mano a su
papá con los caballos. Ese sábado, día de turistas, ofició de guía de un grupo de
alemanes que les mandó la agencia. Por suerte fue un Tour de medio día, y aunque
Elisa no hablaba ni inglés ni alemán, se defendió bastante con el guía que oficiaba de
intérprete. Los teutones partieron rumbo a Mar del Plata después del asado y Elisa
pudo dormirse una buena siesta antes de prepararse para la gran salida del fin de
semana. Esa noche en Fortaleza, como era habitual el segundo sábado de cada mes,
cervezas 2 x 1 de 2 a 4 de la mañana.
En La Reconquista, los nuevos inquilinos estaban discutiendo las alternativas para
esa noche. Los Hurtado no tenían ganas de salir. Teo ya tenía un par de copas encima
y Luisa estaba con migraña, por lo que el debate quedó entre Carlos, Darcy y
Carolina. Darcy prefería cenar afuera, en un lugar tranquilo y limpio de preferencia,
mientras Carlos sugería un restaurante que le habían comentado era muy bueno. Ya
tenía planes para más tarde –que no compartió con sus compañeros--, porque Julieta
le había dicho de un lugar muy lindo para bailar y tomar algo llamado Fortaleza.
Carolina dejó claro que si Darcy iba, ella también. Jamás se perdería la oportunidad
de colgarse del brazo del el jinete más hot de Sudamérica.
—Dale, ché, — Carlos arengó a Darcy mientras le servían la comida en el único
restaurante medianamente decente del pueblo, —no está tan mal.
—No, la verdad que podría estar peor. Podría ser como el lugar a donde fuimos
cuando recién llegamos, el que tenía esas lámparas fluorescentes que también matan
bichos. — Le contestó su amigo.
—No tenía idea de que todavía existían esas cosas. Pero este lugar está lindo, me lo
recomendaron mucho. Mirá, — Carlos apuntó a la mesa. —Tienen manteles, están
limpios y las sillas son de fórmica, no de plástico. Un lujo. — Probó un bocado de su
milanesa y agregó. —Y esto está buenísimo. Ni mi vieja las hace tan ricas. Darcy
esbozó una sonrisa mientras cortaba su churrasco. —Tu mamá jamás cocinó en su
vida.
—Bueno, Amalia. — Carlos se rió, recordando la empleada doméstica que era como
su segunda madre.
Carolina tenía que concordar con Darcy. —Guillermo tiene razón. Este lugar es un
desastre. Nos hubiéramos ido directamente a Mar del Plata. O a Pinamar. Ahí seguro
que íbamos a encontrar un buen lugar para comer.
Aunque sólo por contradecir a Carolina, Darcy añadió, —Pensándolo bien, creo que
tenés razón, Carlos, la carne está muy buena. Y las papas fritas son de lo mejorcito
que he comido. Podríamos venir más seguido. No me atrae la idea de manejar una
hora hasta Mar del Plata para comer un bife.
— ¿Viste?— dijo Carlos divertido, —Yo sabía que te iba a gustar. Pero todavía falta
lo mejor.
Darcy levantó la vista hacia su amigo. Por el brillo que tenía Carlos en los ojitos,
intuyó enseguida a qué se refería. Polleras, seguramente, y más específicamente, la
veterinaria de la cual su amigo hablaba todo el día. —No me digas que…
Carlos puso su mejor cara de inocente y volvió a atacar su milanesa. —Quedamos de
encontrarnos después de cenar, en Fortaleza.
Su amigo le clavó una mirada de esas que fulminan insectos, como las lámparas
fluorescentes del restaurante del otro día. — ¿Por qué me suena a boliche ¹ de mala
muerte? Casi me imagino el cartel de la entrada: damas gratis, caballeros cinco pesos.
—Sos imposible, —Carolina le dijo a su hermano. —Mirá que te encanta ir a esos
lugares de porquería. Yo no voy ni loca.
— ¿Te pido un taxi para que te lleve de vuelta al campo? —le retrucó Carlos. —Creo
que en el pueblo hay dos. Tal vez tengas que esperar un poco.
—Te odio. —Le dijo Caro.
—¡Eh, ché, qué mala onda! Les va a encantar, van a ver.
Acercada la medianoche el trío arrancó para la ‘disco’ del pueblo, Carlos al volante,
Darcy suspirando resignado, Carolina medio horrorizada con el entorno. Llegaron
temprano y encontraron una mesita libre. Como había que consumir para estar
sentado, se pidieron unas cervezas. Fortaleza se fue llenando de a poco con la
juventud del lugar y algunos de pueblos cercanos que preferían el ambiente ‘menos
grasa’ de Villa Esperanza. Carlos tenía la vista clavada en la entrada, esperando la
aparición de las chicas y Darcy, inquieto, miraba a su alrededor con ceño fruncido.
Lo cierto es que el lugar no estaba tan mal, ahora que prestaba más atención. Siendo
también de pueblo chico de campo –pero educado en la gran ciudad y en el
extranjero--, Darcy, estaba acostumbrado a este tipo de ambientes. Nunca se sintió
muy atraído por la vida nocturna pero conocía la idiosincrasia pueblerina lo suficiente
como para saber que en estos pueblitos no había mucho más que hacer que salir a dar
la vuelta al perro ² o ir bailar los sábados a la noche. Para boliche de pueblo, éste
estaba bastante pasable.
No tuvieron que esperar mucho antes de que las chicas Benítez hicieran su entrada
triunfal. Primero entró Julieta, rubia y preciosa, como siempre. Le siguió Cata,
bastante provocativa con pantalones blancos y remera escotada y luego Elisa, muy
linda en una camisa blanca y unos jeans ajustados que le hacían una cola perfecta.
Carlos se paró y les hizo señas de que se acercaran. Las dos mayores lo hicieron
enseguida, mientras que Catalina se desvió hacia la barra en donde se encontraban
unos amigos.
—Qué lindo que pudieron venir, — dijo Carlos mientras las chicas se acomodaban.
— ¿Quieren tomar algo?
—Sí, gracias. — Respondieron al mismo tiempo.
La mesa era chiquita y la música estaba bastante fuerte, así que había que gritar al
oído para hacerse escuchar. Obviamente, Carlos se limitó a conversar con Julieta,
dejando a los otros tres para que se las arreglen solos. Darcy golpeteaba los dedos en
la mesa, Carolina inspeccionaba la fauna con cara de ‘y yo que hago acá’ y Elisa sólo
pensaba en como despegarse del grupo sin parecer grosera.
Al cabo de un rato, harta de la compañía y con ganas de tomar algo –el mozo nunca
vino--, Elisa se levantó y dijo. —Voy a buscar algo para tomar. ¿Alguien quiere algo?
Julieta pidió una Coca, Darcy apuntó a su cerveza a medio tomar y Carolina aceptó
una Sprite Zero. Elisa partió hacia la barra con los ojos de Darcy enfocados en su
trasero.
La joven volvió bastante rápido tras de hacer su pedido a un camarero. Se sentó
nuevamente al lado de Darcy, quien se acomodó un poco para darle espacio. Siendo
un tipo tan alto, con piernas y brazos largos, era bastante difícil que no se tocaran por
debajo de la mesa. El pobre lo intentaba, pero no había caso. Las piernas de la
inquieta Elisa rozaban constantemente con las suyas y no había forma de que su codo
no la tocara en el brazo de ella cada vez que levantaba su vaso de cerveza. Darcy
nunca fue muy conversador, pero todo este roce lo estaba poniendo medio tenso y su
habitual parquedad ya se había transformado en mutismo.
Carlos sacó a Julieta a bailar y Darcy se encontró con un dilema. Lo correcto sería
pedirle a Carolina, pero la idea de bailar con la hermana de su amigo no le era muy
atractiva. Apenas la toleraba y, sinceramente, no tenía ningunas ganas de darle el pie
para que pensara que le gustaba. Después estaba Elisa, a quien Darcy sí encontraba
más que atractiva pero con quien tenía una relación laboral de empleado-asistente
ecuestre –por no decir petisera. La pobre chica no tenía más de 20 años y no estaba
bien hacerle creer que un hombre como él podría interesarse en una chica como ella.
Pero, para su desgracia, Carolina lo puso en un brete aún mayor cuando lo tomó del
brazo y dijo …
— Muero de ganas de bailar. Te animás, Guillermo?
—Si nos levantamos, nos van a sacar la mesa. — Respondió él.
—Seguro que Elisa no va a tener problema en cuidarla.
— ¿Qué?— Elisa se sobresaltó al escuchar su nombre. Ni loca se quedaba
calentándoles la silla. —Me encantaría pero… ahí llegó una amiga. Vuelvo en un
minuto. — Y disparó para donde estaba Carla con unos amigos.
De ahí en más, Elisa bailó prácticamente toda la noche, volviendo a la mesa
ocasionalmente para descansar o tomarse una cerveza. En uno de esos momentos,
Carlos expresó su agrado por el lugar.
—La verdad que este boliche está buenísimo, no Billy? Tendríamos que venir más
seguido.
Elisa levantó una ceja. Siempre lo llamaban Guillermo.
—El viejo nos mataría. — Contestó Darcy.
—Además, sólo abre viernes y sábados, — dijo Julieta.
—Ché, ¿estará bien Carolina?— Carlos recién notó que su hermana no estaba. —Se
fue hace un rato.
—Ir al baño acá es un trámite. Hay sólo dos y a veces hay que hacer media hora de
cola.— Dijo Elisa para luego darle un sorbo a su cerveza. —Uh, que asco, está tibia.
— ¿Querés de la mía?— le ofreció Darcy.
—No gracias. — Ella le sonrió falsamente.
—Te busco una fría. — El insistió.
—Gracias, yo me arreglo. — Le dijo ella, usando una frase de él que francamente
detestaba.
Antes que él pudiera decir algo, Elisa se fue para la barra. Como ya era casi un
hábito, los ojos de Darcy recorrieron su figura de arriba a bajo, fijándose luego en el
culo perfectamente formado de su asistente. No se podía negar que la chica, aunque
algo bajita par su gusto, era muy linda. Y súper simpática. Desde que llegaron había
notado lo bien que le calzaban los pantalones –aunque casi siempre estaba enfundada
en bombachas de campo—y lo bien que venía de delanteras. Pero más allá de sus
obvios atributos físicos, lo que más le llamaba la atención de Elisa era su ingenio y
buen humor. Parecía que siempre tenía algo de que reírse o algún comentario
gracioso que hacer. Tenía una excelente mano con los caballos y siempre estaba bien
dispuesta. Era atenta y educada, con una sonrisa preciosa y esas pequitas en la nariz
que le llamaron la atención desde el principio. También le gustaban mucho sus ojos
almendrados que brillaban constantemente, con pestañas largas y oscuras como jamás
había visto. Pocas veces una mujer lo impactaba de esta forma, pero esta chica Elisa,
era muy interesante.
— ¿Qué estás pensando?— Preguntó Carolina luego de su excursión al baño.
— ¿Mmm?— Darcy no desvió los ojos que desde hace rato estaban admirando la
figura de Elisa.
— ¿Qué mirás que estás tan distraído?
Inmediatamente, Darcy bajó la mirada hacia su cerveza. —Nada. Viendo el lugar, la
gente.
—Te entiendo. — Suspiró ella. —Te gustaría estar en Buenos Aires, o en Londres,
disfrutando de una buena cena en mejor compañía.
—La verdad que no. El lugar no está mal, y la compañía es bastante entretenida. —
Darcy dirigió sus ojos nuevamente hacia Elisa, quien estaba a las carcajadas con unas
amigas.
Carolina vio a quien estaba mirando y se le cayó la sonrisa. Con semejante par de
tetas, como para que no se las miren. —No me imaginé que te gustaban así,
fortachonas.
—No seas ridícula. Elisa no es fortachona.
Justo lo que necesitaba, pensó Carolina, Darcy caliente con una piba del pueblo. Sin
más que decir, agarró la cerveza a medio tomar que dejó su hermano y se la bajó de
un trago.
Aunque ya estaba pronto a amanecer, Darcy todavía no podía conciliar el sueño. Raro
en él, porque después de tantas cervezas era de esperar que cayera redondo en la
cama. Pero no, cada vez que cerraba los ojos se le venía a la cabeza la imagen de
Elisa con esos pantalones ajustados y su sonrisa encantadora. No era la primera vez
que esto le pasaba desde su llegada al pueblo –el no poder dormir--, pero hasta ahora
no se había dado cuenta del porqué de su insomnio. Primero pensó que era por estar
lejos de casa, luego que eran nervios por el torneo para el cual se estaba preparando,
pero esta noche, al fin, logró darse cuenta de lo que le pasaba.
Le gustaba la chica, ¿y qué? Él era un hombre adulto y ella una mujer. Una mujer
muy atractiva y sexy. Era perfectamente lógico y natural aunque hacía tanto que esto
no le pasaba que tardó bastante en darse cuenta. ¿Cuándo fue la última vez que le
gustó una chica? Ya ni se acordaba, pero probablemente fue hace un par de años. Por
algún motivo, nunca encontraba a alguien de quien enamorarse y sus relaciones eran
generalmente superficiales y bastante pasajeras.
A la edad de veintinueve años, Guillermo Darcy era el prototipo de hombre reservado
y disciplinado que vivía su vida sin mayores altibajos ni grandes emociones. Un
aburrido, como diría su amigo Carlos. Darcy era talentoso, buen mozo, de buena
familia y cuantiosa fortuna. Un perfeccionista, muy orgulloso de su origen y logros.
Siempre apuntaba a lo mejor, era terriblemente exigente consigo mismo y esperaba la
misma excelencia de los demás. Esto siempre le causó problemas para relacionarse,
ya que no todos se imponen standards tan altos –a veces inalcanzables-- para sí
mismos ni están dispuestos a hacer tantos sacrificios o poner tanta dedicación y
esfuerzo para lograr algo. Porque la perfección –o al menos como Darcy la entendía--
no existe y el mundo no puede cambiarse. Luego de varios desencantos y
desilusiones, Darcy eligió el aislamiento, limitando su vida a su familia, unos pocos
amigos, su trabajo y sus caballos. Eso era todo lo que tenía y se sentía completamente
satisfecho con ello. Hasta ahora.
Esta noche había pasado algo que no le ocurría desde hacía mucho tiempo. Lo había
pasado realmente bien. Aunque no bailó ni fue abiertamente demostrativo como
Carlos –eso no cambiaría nunca, simplemente no era parte de su naturaleza— a su
manera, se divirtió mucho. Sacando a Carolina, todo estuvo agradable, la cena,
después en la disco, Elisa… Verla hizo que valiera la pena aguantarse a la hermana de
Carlos toda la noche. Talvez le hubiera gustado bailar un tema o dos, charlar con ella
un poco más, pero, de cierta forma, estaba contento de no haberlo hecho. Esa chica
no era para él. No era más que una chiquilina de pueblo de familia humilde y poco
futuro y no estaría bien hacerla sentir más de lo que era o darle un lugar que no le
correspondiera. Además, con un campeonato importante por delante, no quería
distraerse de sus objetivos. Y, por lo que le estaba pasando esta noche –jamás había
perdido el sueño por una mujer--, si no tenía cuidado, Elisa podría convertirse en una
distracción mayor. Porque sin duda era preciosa y simpática y con un cuerpo que
volvía loco al más cuerdo.
Darcy rodó en su cama y se acostó sobre su estómago mientras su cuerpo se ponía
tenso por pensamientos non sanctos de su ayudante y sus curvas. Sí que era preciosa,
y sexy y amaba a los caballos y seguramente montaba muy bien y …
—Es tu petisera, hombre,— se dijo a sí mismo. —Sacátela de la cabeza que a vos no
te va a montar.
Como si fuera tan fácil.
¹Disco, bar-
²Dar vuelta al perro – vieja costumbre de pueblo del interior, los sábados o domingos por la tarde los jóvenes daban
vueltas alrededor de la plaza principal del pueblo. Los varones iban en un sentido, las chicas en el contrario y se
intercambiaban miradas lánguidas y, de vez en cuando, formaban pareja.
Capítulo 3
A medida que pasaban los días, el entrenamiento se hacía más intenso. Los atletas
--caballos y jinetes-- comenzaron a sentir las consecuencias del esfuerzo físico y se
redoblaron los cuidados para evitar lesiones. Los equinos empezaron con fisioterapia,
elongaciones y masajes mientras que los que los conducían ya sufrían los típicos
trastornos físicos que acompañan la práctica de este deporte. Ampollas en las manos,
dolores de espaldas y contracturas de hombros. Sin embargo, como profesionales que
eran, no permitían que estos inconvenientes afectaran su desempeño. Luisa entrenó
todo un día con una ampolla gigante en la mano luego de batallar toda una mañana
contra su neurótico Papillon y Teodoro montó un día entero con resaca.
Hasta el excelente Tuareg tuvo desentendimientos con su jinete, a quien casi lanzó
despedido de su montura en un violento desvío frente a una valla. Si Darcy no se
cayó fue porque era un jinete extraordinario y pudo mantenerse en su montura
mientras su caballo corcoveaba. Estaban encarando una vertical a bastante altura y el
poderoso caballo, que ya venía mostrando señales de rebeldía desde temprano, se
empecinó en cambiar el paso antes de entrar al obstáculo. La velocidad no fue la
correcta y Tuareg dudo en el último segundo. Darcy lo incitó a seguir y la valla se les
vino encima. Tuareg se desvió para un lado, descolocando a su jinete. Por un instante
perdieron completamente el equilibrio y casi caen juntos al suelo. Darcy pudo reunir
al caballo y por muy poco evitó salirse de la montura o terminar seriamente golpeado
contra los postes. El incidente no estuvo falto de consecuencias, y si bien no sufrieron
colisiones, Darcy terminó el ejercicio con un fuerte tirón en la espalda.
Pero, como profesionales que eran, no iban a dejar que el caballo terminara su
entrenamiento con una desobediencia. Este tipo de vicios eran bastante difíciles de
corregir una vez instalados y el coronel, luego de preguntarle a Darcy si estaba bien
para seguir, le ordenó dar un par de vueltas para calmar al caballo. Saltaron el corral 3
veces y cuando estuvieron seguros que Tuareg había entendido quien mandaba, el
binomio pudo ir a descansar.
Elisa vio todo esto con ojos asombrados. La cara de dolor de Darcy era más que
evidente pero nunca se quejó y trabajó hasta el final. Cuando finalmente desmontó, le
dio las riendas a Elisa y le dijo que lo hiciera caminar a Tuareg hasta que se enfriara.
— ¿Estás bien?— Preguntó el coronel mientras Darcy se inclinaba hacia delante y
apoyaba las manos en las rodillas. —No te habrás movido un disco, ¿no?
—No creo. Me parece que es el lumbar, una visita al kinesiólogo y estoy bien.
—Voy a hacer venir a mi acupunturero de Buenos Aires. Andate a la cama y aplicate
calor. ¿Sabés que fue tu culpa, no?
—Si, ya sé, lo tendría que haber parado y empezado de nuevo. Creí que iba a poder
pero por lo visto calculé mal.
Ahí mismo, con Darcy dolorido por la lesión, el coronel conversó con su pupilo los
errores técnicos que cometió y que luego desencadenaron en el ‘accidente’. Darcy lo
escuchó atentamente y prometió trabajar sobre eso en la próxima clase. Elisa no
entendía cómo iba a hacer, ya que sabía lo que dolían esas lesiones y lo que se
tardaba en recuperarse. Pero a estos profesionales nada los detenía. Si se quebraban,
montaban enyesados y si el dolor era intenso, tomaban un par de analgésicos y
seguían adelante. Y para una chica que jamás podría acceder a siquiera ver este tipo
de clases, observarlos y aprender de ellos era todo un privilegio.
De esta lección comprendió la importancia de formar un equipo entre caballo y jinete.
Saltar a esa altura requería un alto grado de confianza mutua y la intensidad de ese
vínculo tenía impacto directo en el desempeño. Con esa desobediencia, Tuareg testeó
la confianza de su dueño y como castigo, no recibió las zanahorias que habitualmente
Darcy le daba después de cada práctica. Darcy estaba enojado y Tuareg se dio cuenta.
—Por suerte no te caíste. — Le dijo Elisa cuando él se acercó a desensillar su caballo.
—Te hubieras dado un golpe bárbaro.
—Tuve suerte. — Contestó Darcy, algo cortante.
Elisa levantó una ceja ante el casi exabrupto. Tampoco era para agarrárselas con ella.
Si casi se cayó, no era su culpa.
Darcy le sacó la brida al caballo y le puso un bozal. —Bañalo y atalo debajo de un
árbol. Tiene que meditar un poco acerca de lo que hizo.
Ni por favor, ni gracias, notó Elisa. Tomó la rienda y se llevó a Tuareg hacia la ducha.
Bajito, le dijo al animal, —Es un resentido. La próxima vez, hacé que se caiga. A ver
si así aprende a ser un poco más educado.
Detrás de ella, Darcy caminaba despacio hacia la casa, medio doblado por el dolor en
la espalda.
—Juli, me prestás unas gomitas para el pelo? Perdí las mías y con la humedad que
hay lo tengo hecho un desastre. Parezco el rey león. — Elisa entró al cuarto de su
hermana.
—Fijate en la cajita.
Elisa revolvió entre la bijou de su hermana hasta que encontró dos gomitas del mismo
color. —Che, cómo te colgaste con Carlos hoy.
—Sólo charlamos.
— ¡Ja! Claro. Por dos horas. El tipo está re-muerto por vos.
—No digas pavadas. — Juli se puso colorada. —Es así de atento con todo el mundo.
—Si, pero conmigo no se cuelga charlando toda la tarde. ¿Te gusta?
—La verdad que es un divino total, muy educado y súper simpático. Se nota que es un
chico de buena familia. Me contó que para ellos es un sacrificio enorme venirse hasta
acá y dejar todo para entrenar para estos torneos.
—Pueden pagarlo, ¿no?
—Plata no les falta. ¿Te imaginás la vida que deben llevar? Viajando por todos lados,
el desarraigo...
Elisa se rió ante la inocencia de su hermana. —Sí, un sacrificio bárbaro, viajar por el
mundo en primera clase, saltando en torneos, conocer a la realeza. Me encantaría
sacrificarme de esa manera. Sacrificio es lo que hacemos nosotras, Juli, que
laburamos como hormigas para ganar dos mangos. Ellos viven una vida de lujo que
más de uno envidiaría.
—Yo creo que debe ser agotador. Me contó Carlos que además de la inversión que
están haciendo para este torneo, tienen sponsors que los presionan por resultados.
También me dijo que tuvo que dejar su trabajo para venirse a entrenar acá y que
Darcy tuvo que posponer otras cosas para poder entrar en estos torneos. Tienen
prácticamente un año de gira por delante.
— ¿Qué, el jinete más hot de Sudamérica no puede hacer dos cosas al mismo tiempo?
—No seas mala. Darcy parece ser buena persona.
—Bueno, para mí no lo es. Me dijo que era una amazona de segunda. Ni siquiera me
vio montar.
—Fue sólo un comentario. Tratá de entenderlo.
—Jamás. — Respondió la tozuda Elisa.
Luego entrenar un par de semanas con buenos resultados, el coronel hizo un cambio
en los planes y anotó al equipo en una serie de torneos. Dos eran pruebas menores
organizadas por clubes chicos de la zona a los que concurrirían sólo para poner a los
jinetes en una mentalidad más competitiva. El tercer torneo era ‘El Nacional’, el
torneo más importante del país, organizado por el Club Hípico Argentino (CHA).
Competir en ‘el Nacio’, en el CHA había sido su objetivo inicial cuando aceptó
entrenar al equipo, pero hasta ahora el Coronel no estuvo seguro de que sus pupilos
estuvieran preparados para una prueba de esa envergadura. No es que dudara de las
capacidades de sus jinetes, sino que consideraba que binomios todavía no estaban a
punto como para afrontar semejante desafío. Darcy había tenido un buen desempeño
en ‘el Nacio’ hacía tres años, cuando todavía saltaba con Miss D, llegando hasta las
semifinales, pero la juventud de él y la inexperiencia de su yegua le impidieron llegar
más alto. Todos los creían los favoritos del año siguiente. Darcy hizo una excelente
campaña con Miss D toda la temporada y seguramente se habrían destacado en esa
prueba si no fuera por un repentino problema de salud que retiró a Miss D de las
pistas para siempre. Darcy se tomó su tiempo para encontrar otro caballo, así que
durante prácticamente dos años casi no se supo de él y dos ‘Nacionales’ pasaron sin
su presencia.
Elisa no podía estar más contenta con las novedades. Hacía mucho que no iba a un
torneo grande y la perspectiva de ir al ‘Nacio’ la ponía loca de felicidad. La última
vez que asistió fue con su papá, a la edad de once años, y no pudieron quedarse hasta
las finales porque perdían el ómnibus de vuelta a casa. No tenía muchas posibilidades
de viajar, la plata no alcanzaba así que esta era una oportunidad única: ¡iría a la
prueba más importante del país y estaría en el centro de la acción, ayudando a jinetes
de primera categoría!
En su entusiasmo por las competencias por venir, Elisa había pasado completamente
por alto el hecho de que el parco señor Darcy ya no se comunicaba con ella mediante
monosílabos, sino que ahora articulaba frases completas y a veces –muy pero muy de
vez en cuando- asomaba alguna sonrisa. Todo esto había quedado completamente
ajeno a sus sentidos (la verdad era que le importaba un cuerno si él le dirigía la
palabra o no), pero lo que sí había notado, y que además le irritaba bastante, era que
él siempre la observaba. Aunque ella no lo viera mirándola, Elisa sentía sus ojos
oscuros y penetrantes clavados en la nuca. Y si tocaba su caballo, peor, porque el tipo
no le sacaba la vista de encima. Se preguntaba qué era lo que le pasaba, porqué de
tanta desconfianza. Probablemente la creía inepta para realizar el trabajo, o talvez
suponía que ella le iba a hacer algo raro y perverso a su preciado Tuareg.
Pero a pesar de lo enervante y engreído que Darcy le parecía, reconocía sus méritos
como jinete. Él y Tuareg eran un par excepcional, mágico, y solo con verlos le hacía
darse cuenta de lo mucho que todavía tenía que aprender para ser la mitad de lo que
eran ellos.
— ¿Te vas a portar bien hoy?— Elisa le susurró cerca de la oreja mientras cepillaba
las crines de Tuareg. —Sabés que no podés hacer eso otra vez, aunque me hubiera
gustado ver a Darcy tragar un poco de tierra.
Luego de atender a Tuareg por un par de semanas, Elisa había sido gratamente
sorprendida por la dulzura y mansedumbre del caballo. Realmente lo quería mucho,
era dócil y juguetón y jamás le traía problemas. El dueño sí, pero el caballo, jamás.
Luego del cepillado, se agachó a revisarle los vasos y Tuareg, como hacía a veces,
giró la cabeza para olfatearle las nalgas.
Una vez limpiadas las ranillas, le recortó la barba y le peinó la cola. —Ahora sí que
estás presentable, — dijo dándole unas palmadas en el cogote, — ¿sabías que sos
precioso? Sí, claro que lo sabés, engreído. — Tuareg le olfateó los bolsillos de la
camisa. —No señor, azúcar no. Si me agarran, me matan. Pero seguro que él te va a
dar zanahorias después de entrenar, siempre te da, ¿Cómo es que te dice siempre?
—Cabezota.
Elisa se dio vuelta de golpe y vio a Darcy parado en la puerta del establo. “Mecacho,”
pensó para sí, “¿cuánto hace que está ahí?”
—Lo trimmeaste,— Darcy apuntó al hocico del caballo.
Por la cara que puso, Elisa dedujo que no le pareció bien. —Si.
—Muy prolijo. — Dijo él, bastante serio, mientras observaba las orejas,
perfectamente recortadas. Tuareg era un caballo bastante alto y Elisa era bajita, así
que supuso que no había sido una tarea fácil. —Te debe haber dado trabajo.
—La verdad que no, — respondió ella, sintiendo como el calor se le subía a la cara.
El muy tarado pensaba que era una idiota incompetente.
Darcy se sonrió al ver que ella se sonrojaba ante el cumplido. —Voy a empezar el
precalentamiento.
Al ver su sonrisa burlona, Elisa se enojó todavía más. Lo hubiera estrangulado con la
rienda si no fuera tan alto. —Ya se lo ensillo.
—Te ayudo. — Le ofreció él.
Esto sí que era toda una novedad, pensó Elisa para sí. Don Perfecto le iba a permitir
tocar a su venerado caballo. Lo iba a anotar en la agenda como el acontecimiento del
año.
Darcy le alcanzó la brida y fue por la montura. Para cuando volvió, Elisa todavía
estaba tratando de pasar la cabezada detrás de las orejas. Siendo petisa y Tuareg tan
alto, era difícil llegar arriba si el caballo levantaba la cabeza. Mientras que durante el
tuse el caballo había cooperado, ahora Tuareg no se mostraba muy colaborador. Se
paró en puntas de pie, pero era en vano, no alcanzaba. Darcy ya se estaba de vuelta
con la montura y la estaba mirando con una sonrisa torcida. Orgullosa como era, Elisa
no estaba dispuesta pasar papelones delante de él y se estiró toda para llegar hasta
arriba. No llegó.
—Dame que te ayudo,
Él se le acercó por detrás, acorralándola entre su cuerpo y el del caballo. No es que
estuviera tan cerca -o sí lo estaba- pero su proximidad hacía que a Elisa se le erizaran
los pelos de la nuca. Lo cierto es que podría mostrar un poco más de respeto por su
espacio personal ya que sentía el calor de su cuerpo cerca del suyo. Y eso que era un
día fresco. La colonia de Darcy era bastante fuerte y necesitaba aire urgentemente.
Mierda que el tipo olía bien.
—Listo, — dijo Darcy. —No te preocupes, a veces a mi también me lo hace.
Elisa tenía ganas de abanicarse la cara de tan acalorada que estaba. Ser alto tenía sus
ventajas.
Darcy ató al caballo al palenque y se fue a hablar con el coronel. Al verlo ir, Carla
corrió al encuentro de su amiga para chusmear acerca de lo que acababa de ver.
—¿Ché, qué le dijiste?
—¿Eh? —Elisa frunció el entrecejo.
—Don Perfecto sonrió. ¿Qué le dijiste para que se sonriera?
—Te estás imaginando cosas, no sonrío. Nunca sonríe.
—Sí que sonrió. Recién, cuando salía para el piquete. ¿No lo viste?
—No.
—¿De que charlaban? — Carla insistió, absolutamente segura de que Elisa era quien
había provocado esa inusual sonrisa en Darcy.
—No charlábamos. Ni cruzamos palabra.
—Yo los escuché.
—Si vos creés que intercambiar cuatro palabras es igual conversar, entonces no sabés
lo que es una conversación. — Respondió Elisa de mal talante.
— ¡Eh! ¡Tampoco es para que te pongas así!— Carla se rió, muy consciente de que a
su amiga era solo faltaba que la chusearan un poco para levantar temperatura. —No
es mal tipo.
—Por favor, Carla, es un cerdo.
—A mi no me parece, he conocido peores. Obviamente no es tan simpático como
Carlos, pero la verdad es que está re-fuerte, y con la pinta que tiene ¿para qué hablar?
Así puede ocupar su boca en actividades más placenteras.
Elisa ya estaba perdiéndole la paciencia. Nunca le había dicho a su amiga que era una
tremenda calentona, pero después de tantas pavadas ya lo tenía en la punta de la
lengua. —Si te gusta tanto ¿porqué no te lo invitas a salir?
—No me va a dar bola. Además, no es mi tipo, es como … no sé … como too much.
A Elisa se le escapó un suspiro de fastidio. —Es un idiota, eso es lo que es. Too much
idiota.
Carla largó la carcajada. —Mirá que sos enojona, nunca vas a conseguir novio si
seguís así.
— ¿Y quién dijo que quiero uno?
—Tendrías que hacer como tu hermana. — Carla apuntó hacia donde estaba Julieta
con Carlos. —Ella y Carlos se la pasan charlando. A él parece gustarle bastante.
— Cierto, ¿no?— Elisa inclinó la cabeza hacia un lado mientras observaba a la pareja.
—Espero que no sea uno de esos rompecorazones que se hacen los galanes para
después desaparecer.
—No parece ser del tipo, aunque una nunca sabe. Lo cierto es que a Juli no aparenta
gustarle mucho.
—Sí que le gusta.
—Bueno, podría demostrarlo un poco más, porque así, por lo que yo veo, no se nota
demasiado.
Elisa frunció el entrecejo. Esta Carla siempre daba la vuelta por el lado equivocado.
—Recién se conocen, ¿que pretendés que haga? ¿Que se lo lleve al cuartito de las
monturas para apretárselo?
—No seas ridícula. Pero que al menos parezca más dispuesta. Los tipos como Carlos
no abundan por acá. Soltero, con plata y buena pinta. Juli es muy linda, pero ¿sabés la
cola de minas que debe haber para tratar de enganchárselo? Si no le hace notar que
ella está interesada y sigue con esa cara de mosquita muerta, él va a pensar que no le
gusta se las va a tomar con el primer gato que se le cruce por el camino. Solo necesita
tronar los dedos y van a aparecer veinte minas dispuestas a hacerle sentir que es el
número uno.
— ¿Y si él sólo está pasando el rato? Sabemos que vino sólo por un par de meses. Le
va a romper el corazón.
—A veces hay que jugarse y correr el riesgo. Y, te aclaro que, por ése, — Carla
apuntó con el dedo a Carlos, que seguía de gran charla con Julieta, —vale la pena.
Elisa todavía no parecía convencida. —No sé …
—No digo que se le tire encima y le baje la bragueta, sólo que sea un poco más …
dada, histeriquear un poquito, sin pasarse de mambo, claro. Hacerle sentir que el es lo
máximo, cuánto le gusta y eso. Se van en un mes. Tiene que dejarlo calentito ahora,
porque una vez que se vaya… alpiste. Dejar pasar esta oportunidad sería realmente
estúpido.
—Las hermanas se van a poner como locas. Y Darcy también. Estoy segura de que no
les gustamos demasiado.
— ¿De dónde sacaste eso?
— ¿No viste cómo nos mira?
— ¿Nos? Elisa— Carla se rió— Pero si serás boba. Darcy no te saca los ojos de
encima. Te aseguro que no mira a nadie de la manera en que te mira a vos.
—Por supuesto. Me está controlando, no confía en mí.
Carla suspiró profundo. Elisa era la chica más obtusa que jamás había conocido. —
No seas ridícula.
— ¡Es obvio!— Elisa levantó las manos con exageración.
— ¿Por qué te empeñas tanto en verlo de la peor manera posible? ¿No será que te
gusta y te molesta que no se te haya tirado un lance?
—¿Qué te fumaste? — Elisa protestó enérgicamente.
—Reconocé que estás obsesionada con el tipo.
—Para nada. Es él el que siempre me persigue con esos ojitos de paranoico,
controlando todo lo que hago a ver si le hago algo a su maravilloso caballo y su
montura importada de la repu…
Los ojos de Carla se abrieron de par en par cuando vio que Darcy venía por detrás de
Elisa. —Ojo que ahí viene.
—¿Quién?— Ante la repentina advertencia, Elisa giró de golpe y casi choca contra el
pecho de Darcy.
—Me llevo a Tuareg. — Dijo él con una media sonrisa dirigida a Elisa. —Ya me toca.
Carla los miró a Darcy y a su amiga y se mordió el labio inferior para evitar reírse.
Elisa estaba colorada como un tomate y Darcy le pasaba tan cerquita que parecía que
la iba a chocar. Luego él desató el caballo y lo montó de un salto.
Elisa lo siguió con la mirada y se quedó con los ojos fijos en apuesto jinete, pensando
en todo lo que acababa de decirle su amiga. Darcy no era ni perfecto, ni estaba
muerto por ella, ni era too much. Y a ella no le gustaba para nada. Y tampoco estaba
obsesionada con él. No, para nada.
El domingo amaneció fresco y soleado y Elisa decidió que era hora de sacar un poco
a su yegua y entrenarla. Con tanto trabajo en la Reconquista y luego en casa casi no
había tenido tiempo de entrenarla. Al principio, Brisa le dio bastante trabajo. Estaba
recargada de energía y tuvo que darle media hora de trote con una soga larga para que
la yegua se sacara los nervios de encima. Después se la llevo para la calle, a un
descampado que había cerca y en donde había improvisado unas vallas con unos
postes montados sobre unas pilas de ladrillos. Era un lugar tranquilo y con sombra en
donde podía saltar sin ser molestada.
Luego de un par de vueltas para calentar, preparó los obstáculos a una altura media,
de manera que no presentaban demasiadas complicaciones. Hizo un par de giros
alrededor, luego encaró la yegua hacia las vallas y saltaron. Todo salió perfecto.
Repitió el ejercicio un par de veces y cuando Elisa estuvo segura de que Brisa había
entendido, se bajó para reacomodar los obstáculos. Esta vez los puso uno detrás del
otro, bastante seguiditos, imitando un corral doble. No demasiado alto, como para
que Brisa se fuera acostumbrando lentamente. Nuevamente hizo un par de giros
alrededor, y enfiló hacia la primera valla a un galope corto.
Esta vez fue un desastre. Brisa notó algo distinto, se puso tensa y cambió el paso
justo antes de entrar al primer obstáculo. Logró pasarlo, pero frenó antes del segundo
y al tratar de esquivarlo por un costado, tiró todo al piso.
Como estaba sola en el descampado, Elisa tuvo que desmontar para acomodar todo
de vuelta, cosa que hizo refunfuñando sin parar mientras Brisa mordisqueaba
nerviosa el árbol al que estaba atada. Volvió a montar –algo que le dio bastante
trabajo porque Brisa no paraba de dar vueltas-- e intentó repetir el ejercicio, pero esta
vez los resultados fueron aún peores. La yegua estaba más empacada, se volvió más
difícil de controlar y apuró el paso, y tiró todo otra vez. Elisa ya estaba por perder la
paciencia y abandonar cuando escuchó un …
—Vas demasiado rápido.
— ¿Qué?— Ella se dio vuelta para ver quien le hablaba.
Delante de sus asombrados ojos estaba Guillermo Darcy, montado en su espectacular
caballo negro. Detrás venían Carlos con Sonata y Carolina, a quien Hurtado le había
prestado a Gin Tonic.
—Estás yendo muy rápido— Repitió él.
Era obvio que la yegua estaba muy acelerada, Elisa ya sabía eso, pero no tenía fuerza
para frenarla. Es más, ya tenía una ampolla en la mano que le dolía bastante. Hizo su
mejor esfuerzo para contener su cara de fastidio ante la interrupción, pero no le salió
del todo bien. Para colmo de males, Darcy estaba desmontando y fue atar a Tuareg a
una rama, clara indicación de que no pensaba irse de ahí. ¿Qué era lo que pensaba
hacer? ¿Y qué cornos hacía Carolina con ellos?
Para empeorar las cosas, Darcy reacomodó los obstáculos. Sacó casi todos ladrillos y
apoyó los postes a unos 20cm del suelo.
—Tratá de ir más despacio,— le dijo muy calmadamente, —al trote, si es posible.
¿No tenés postes de tranqueo? —Darcy miró a su alrededor.
—No. — Contestó Elisa. Su yegua ha había pasado esa etapa desde hacía rato.
—Lástima. Eso le ayudaría a mejorar el ritmo. Podrías usar estos mismos, en el suelo.
Con 4 estaría bien.
—Quedará para la próxima.
—Supongo. — Él le sonrió. —Vamos, date una pasada.
Elisa miró a los demás. Ahora iba a tener que demostrar sus aptitudes delante del
jinete más hot de Sudamérica, Rapi-Charlie y la idiota de su hermana. A pesar de su
descontento, Elisa hizo lo que Darcy le sugirió. Obviamente que iba a ser más fácil
como él lo proponía, las vallas estaban más bajas, así que si salía bien no era porque
Darcy le estaba enseñando nada nuevo, sino porque los obstáculos presentaban menor
dificultad. Aunque la yegua tocó los palos, los pasó sin derribos.
—Temperamental, ¿no?— Darcy se acercó y le palmeó el cogote a la yegua. —Yo
creo que está un poco confundida, nada más. Y le falta un poco de esta estado físico,
reforzar la musculatura anterior. Deberías arrancar desde el suelo, o a 10 cm, como
para acostumbrarla a la combinación de dos obstáculos. Hasta que entienda, aunque
así debería poder hacerlo.
—Pero ya está saltando 60 cm. Sería como volver atrás.
—Es lo que yo haría. A veces hay que darles tiempo.
Elisa ya estaba lista para protestar cuando escuchó la voz de Carolina. —Hacele caso,
querida. Guillermo es un experto.
Sintiendo que la bronca le trepaba por el pecho, Elisa se mordió el labio para no
contestar. Solo faltaba que Carlos emitiera su opinión para hacerle perder la poca
paciencia que le quedaba. Darcy sostenía la rienda y en una voz suave le dijo,
—Probemos a 40 cm. Al trote, pero mantené algo de tensión en la rienda entrando al
obstáculo y rozala con el talón. Que sienta que la dirigís y que con vos no se juega.
Con algo de firmeza en la conducción va a andar bien, vas a ver.
Era fácil hablar de firmeza desde ahí abajo, pensó Elisa, ya con ganas de mandar al
supergrupo ecuestre al mismísimo carajo, pero igual tomó el consejo del jinete más
hot de Sudamérica e hizo lo que él le dijo. Esta vez salió perfecto.
Darcy se acercó sonriendo. —Eso estuvo muy bien. Podríamos probar más alto, si
querés, aunque yo seguiría a esta altura por un tiempo.
—Probemos— dijo Elisa sólo para contradecirlo —no cuesta nada.
Sin decir palabra, Darcy agregó un ladrillo más y le pidió que diera dos vueltas al
galope corto antes de encarar la valla. Cuando Elisa enfiló, escucho su suave ‘no te
apures’ y saltó. Otro salto perfecto.
Nuevamente, Darcy se acercó a hablarle. —Tiene que corregir la posición de la
cabeza, la lleva muy alta al entrar al obstáculo, pero con un poco de trabajo, eso es
fácil de arreglar. Te felicito, tenés una yegua preciosa. Tiene coraje y actitud, deberías
sentirte orgullosa.
—Gracias, — Elisa no pudo reprimir una sonrisa ante el cumplido. La verdad es que
cuando quería, el tipo era realmente agradable.
—Considerate una privilegiada, Elisa, — comentó Carolina. —hay gente que paga
fortunas para recibir clases de Guillermo.
—¡Qué honor!— Elisa dijo con un poco de sorna al ver la cara que Carlos revoleaba
los ojos ante la exageración de su hermana.
—Guillermo es el mejor jinete del país, — y mirando a su hermano, agregó, —No te
sientas ofendido, Charlie, pero es verdad.
—Gracias, Caro, no había necesidad de recordármelo—y dirigiéndose a Elisa, le dijo
–Elisa, menos mal que estaba Guillermo para ayudarte. Es mucho más paciente que
yo para explicar las cosas.
—Eso es porque hablás tan rápido como montás, Carlos—le retrucó Carolina. —En
cambio Guillermo lo hace a la perfección.
A Elisa tanto halago ya le parecía exagerado. ¿No se daba cuenta Carolina de lo
ridícula que sonaba? —¿En serio? No sabía que eso era posible. Todos cometemos
errores.
—Guillermo no, es perfecto— dijo Carolina.
—Nadie es perfecto— corrigió Darcy.
—No seas modesto, Billy. Jamás te he visto cometer un error o actuar de una manera
que no sea extraordinaria.
Aparentemente Carolina se había olvidado de la casi caída del otro día, aunque Elisa
tenía que reconocer que Darcy la había manejado excelentemente bien y que se
necesitaba mucha destreza para controlar ese tipo de incidentes. La respuesta que
Darcy le dio a la empalagosa condescendencia de Carolina sorprendió a Elisa.
Esperaba cierta arrogancia de él, pero nunca tanta.
—Por supuesto que cometo errores, pero trabajo duro para evitarlos. Trato de
superarme todos los días. Por eso soy tan bueno en lo que hago.
Elisa reprimió una carcajada. —Eso sonó algo vanidoso.
—Puede ser, pero es la verdad— él le respondió.
Entre dientes, Elisa murmuró un —por eso nos despreciás a todos.
En vez de contestarle con la misma saña con que ella lo trataba, Darcy bajó la vista
para luego subirla despacio y mirarla con una intensidad en los ojos que ella no pudo
entender.
—Nunca fui muy bueno para tratar con la gente.
Le sostuvo la mirada hasta que ella, nerviosa, se acomodó en la montura y se hizo la
distraída. En ese momento Carlos los interrumpió, preguntando para dónde convenía
salir a dar una vuelta. Elisa les indicó un camino arbolado más adelante, sin pozos ni
piedras, lindo y seguro para los caballos. Darcy montó a Tuareg y el trío de perdió
por detrás de los árboles, dejando sola a Elisa, pensando en qué cuernos quiso decir el
misterioso señor Darcy.
Capítulo 5
La mañana del primer torneo todos los integrantes del equipo estaban algo nerviosos.
Las chicas sobre todo, ya que era la primera vez que hacían un viaje así con los caballos
a su cargo. Tuareg, siempre dócil y manejable, no causó problemas al cargarlo en el
trailer, pero Sonata se hizo la difícil y todos temieron que se lesionara.
El viaje fue tranquilo, sin mucho tránsito en la ruta, lo que ayudó a que llegaran
temprano y tuvieran tiempo para instalarse. Por la mañana era el turno de las categorías
inferiores, alumnos de la escuelita de equitación y chicos y adolescentes de otros clubes.
Después vino un almuerzo de camaradería y por la tarde fue el turno de los mayores. Los
cuatro jinetes del Apocalipsis –como acostumbraba llamarlos Elisa—clasificaron sin
problemas. Este era un torneo menor y no había muchos jinetes de alto ranking que
pudieran hacerles sombra.
—¿Nervioso? — Elisa le susurró a Tuareg mientras verificaba cincha y correas antes de
las finales. —Yo estoy que tiemblo y eso que ni siquiera tengo que saltar. Lo que no
puedo entender es como él puede estar tan tranquilo.
Por supuesto que Tuareg no contestó, solo cerró los ojos, como adormilado, mientras ella
lo preparaba. Darcy apareció por detrás y realizó su inspección rutinaria de montura,
riendas y estribos, cosa que a Elisa siempre le enervaba. Pero hoy, a diferencia de otras
veces, no era su desconfianza la causa de su irritación, sino la total falta de ansiedad y
nerviosismo que el tipo demostraba ante las inminentes finales. Para Elisa, ese era un
comportamiento anormal. ¿Qué clase de persona se mantiene inmutable frente a la final
de un torneo, por más chico que sea? A ella le sudaban las palmas de las manos y le latía
el corazón con fuerza mientras que el señor Darcy se mantenía inmutable como si este
fuera un día como cualquier otro. O estaba dopado, o el hombre no tenía sentimientos.
Darcy se quedó un ratito, acariciando al caballo entre los ojos y susurrando cosas que
Elisa no pudo escuchar. Luego le lanzó una mirada a su asistente, se le asomó una
sonrisa y alejó al caballo para montar. Se fue antes de darle tiempo a ella a desearle
buena suerte.
Una vez en la pre-pista, Darcy se puso a dar vueltas, visualizando el recorrido en su
mente. Para el observador común, parecía concentrado en su rutina. Pero no lo estaba.
Su mente no encontraba foco en el torneo por venir y sus pensamientos divagaban entre
la sonrisa de su asistente y esos breeches beige que llevaba puestos. Que por cierto le
hacían muy linda cola. También se había hecho trenzas, que ayudaban a contener esos
rulos que a él le gustan tanto y la hacían ver juvenil y adorable, con esas pequitas tan
preciosas ...
Con un sacudón de cabeza, Darcy orientó sus pensamientos hacia el recorrido frente a él
e intentó, aunque sea por un momento, olvidarse de su asistente, sus pecas, nalgas y
trenzas o éste terminaría siendo el peor torneo de su vida. Trote, galope, algunos
obstáculos y listo. Si se focalizaba, todo iba a salir bien.
Ya acercándose su turno, un Darcy muy concentrado se puso en la entrada de la pista.
Como era habitual antes de competir, la adrenalina le empezó a subir y Tuareg comenzó
a moverse nerviosamente en su lugar. Eso es lo que amaba de su caballo, la conexión
que tenían y su energía y ganas de saltar. Cuando salía al ruedo, lo hacía con todo. Sólo
había que controlarlo de entrada, bajarle un poco la ansiedad y todo saldría bien.
—Parece nervioso. — Elisa apareció de la nada.
Darcy la miró un instante y luego levantó los ojos al marcador. El jinete que estaba en la
pista acababa de hacer un recorrido limpio en 2:34 minutos. Muy buen tiempo.
—¿Vas a hacer un recorrido impecable, no? — Elisa le preguntó al caballo. —Por
supuesto que sí, no vas tirar ni un solo obstáculo.
“La vertical”, pensó Darcy con los ojos en la pista. “Ese es mi mayor problema. Tengo 8
tiempos desde la curva y hay que cambiar de mano antes de encararla. Sólo tengo 6
segundos de margen y es poco tiempo.”El jinete siguiente ya estaba saltando. Dos
minutos más y entraba. Contó los tiempos de galope entre cada obstáculo y dibujó el
recorrido en su mente. Por supuesto que lo iba lograr, de hecho, ya lo había hecho antes,
varias veces, así que no había razón para preocuparse. Igual prácticamente no tenía
margen de tiempo.
En ese momento, sintió un golpe suave en su bota y miró para abajo, topándose con la
sonrisa radiante y los cachetes colorados de Elisa.
—Suerte. —ella le dio una palmadita en la bota.
Eso fue suficiente para que su concentración se fuera por un caño.
Ese día Darcy obtuvo el segundo lugar.
Gonzalo Colina llegó a la casa a las ocho en punto, tal como había convenido. Es más, el
ridículo hombrecito comentó que había llegado un rato antes, pero que se quedó
estacionado afuera hasta la hora pactada para no importunar a la familia llegando antes
de tiempo. A Gonzalo Colina le obsesionaba la puntualidad.
Se sentaron en el living, en donde por media hora y casi sin tomar aire, les contó los
pormenores de las 8 horas de viaje que le llevó hacer el recorrido entre La Carlota,
Córdoba, hasta Villa Esperanza, en el sur de la provincia de Buenos Aires. Así es como
supieron que la ruta 226 estaba bastante poceada y que el susodicho cruzó por lo menos
cuatro controles de caminos, y que había una panadería que hacía unas tortas negras
riquísimas saliendo de Saladillo. Hasta trajo una docenita para que las probaran.
De más estaba decir que Gonzalo estaba deslumbrado con la belleza de las chicas de la
casa y no dejó de resaltarlo una y otra vez. Las instalaciones también le parecieron
excelentes, a pesar de lo modestas que eran, cosa que también recalcó repetidamente,
para fastidio de los presentes.
—Tengo que felicitarlo por lo excelente de su plantel, Señor Benítez. — Reparó Gonzalo
antes de estoquearse la boca de comida durante la cena.
—Me podés tutear, Gonzalo, somos casi parientes. — Respondió Tomás.
Masticó rápido y se apuró a tragar para contestar. —Ah, si, por supuesto, Tomás. No
quería tomarme el atrevimiento sin tu permiso. Sin duda tenés unos ejemplares
maravillosos en esta hermosa finca.
—¿Te referís a los caballos? —Tomás no estaba muy seguro a qué ejemplares se refería,
y por las dudas preguntó, medio en chiste, medio en serio. Tal vez los halagos estaban
dirigidos a alguna de sus hijas y no a sus mediocres cuadrúpedos.
Gonzalo se hizo el sorprendido. —¡Por supuesto! En particular me interesa la yegua
alazana que vimos por último. Me encantaría verla moverse. ¿Qué edad tiene? ¿Qué
altura está saltando?
—Casi seis años. La estoy trabajando a un metro, pero todavía no en combinaciones. —
comentó Elisa.
—Oh, que loable, muchachita. Ambas tan jóvenes, por cierto. Es difícil encontrar esta
garra y técnica en alguien de tu edad. Me gustaría llevármela conmigo a la Rosa del
Carmen para entrenarla. Siempre estamos buscando nuevos campeones. Estoy seguro de
que a doña Carmen le va a encantar esponsorearla.
Antes de que alguien dijera algo, y al notar que su madre ya estaba asintiendo con la
cabeza, Elisa respondió con un tajante, —No gracias. La estoy entrenando yo.
—¡Y muy bien, de eso estoy seguro! ¿Tal vez podrían venirse las dos, que te parece? —
agregó Gonzalo con ojitos libidinosos.
—¡Buenísimo! — exclamó Adela, aferrándose a su antebrazo. —Me encanta la idea. Te
dije que Luli es una excelente entrenadora de caballos, ¿no? Estoy segura de que te
puede ayudar.
Gonzalo sonrió. —Luli, que lindo apodo. Me sentiría honrado de recibirte y poner a su
disposición nuestras excelentes instalaciones y campo de entrenamiento … Luli.
Tomás se aclaró la garganta. —No lo veo posible, pero gracias por la oferta.
Mencionaste a la Rosa del Carmen …
—Si, — respondió Guillermo con mirada de ensueño. —El Haras de mi maravillosa
patrona, Doña María del Carmen Figueroa Anchorena de Álzaga y Achával.
—En su momento, la Rosa del Carmen tenía los mejores caballos del país. —Observó
Tomás— Yo conocí al dueño, Benito Achával.
—¡El fallecido don Benito! ¡Qué pérdida para la hípica nacional! Aunque debo recalcar
que su viuda sigue su legado de manera impecable. Sin querer desmerecer el excepcional
trabajo de don Benito, hasta me atrevería a decir que la labor de Doña Carmen es todavía
aun mejor que la de su difunto esposo.
A esta altura, la familia preguntaba qué se había fumado, porque este tal Gonzalo no
paraba de alabar a su empleadora. Gonzalo siguió hablando.
—Y este trabajito que tenés, Luli querida. ¿No lo podés dejar? Nos haría falta alguien
con tu expertese.
—No quisiera. Es muy interesante.
—Las chicas están trabajando con un equipo internacional de jinetes que se están
entrenando acá cerca. — Adela se metió en la conversación. — Pero se quedan hasta el
Nacional. En cuanto se vayan te despacho a la nena y a la yegua para Córdoba.
Elisa miró horrorizada a su madre. Su papá se estaba mordiendo el labio para no reírse.
No podía creer que nadie la defendiera y que su madre hablara de ella como un bulto que
se puede despachar por carga.
—Estoy seguro de que algo se nos va a ocurrir. Después vemos. —dijo Tomás, para
calmar un poco a su aterrorizada hija. La pobrecita estaba blanca como un papel y
aunque este Gonzalo era buen candidato para burlarse, ya se estaba pasando de rosca.
Adela, en cambio, empecinada en lograr su objetivo, le guiñó el ojo a su invitado de
manera conspirativa. —Quedate tranquilo, Gonzalito, yo me encargo.
A Gonzalo se le hizo agua la boca. —Será un placer.
Esa noche Elisa se fue a la cama muy angustiada. La cena fue un desastre. Más allá de su
enojo con su mamá por tratar de venderla como mercadería barata y con su papá por no
hacer nada para callar a su esposa, lo que más deprimió a Elisa esa noche era la realidad
a la cual la había enfrentado la propuesta de ese tal Gonzalo Colina. Irse a Córdoba, a
trabajar con él era la única opción para cambiar su agobiante existencia. Acá no tenía
futuro. Villa Esperanza era un pueblucho de mala muerte que ofrecía pocas posibilidades
de progreso. La Arboleda no era más que una chacra de segunda con pretensiones de no
sé que, y en donde nadie se preocupaba ni se ocupaba de nada. Si se quedaba se iba a
quedar estancada para siempre y nunca iba a poder progresar y estudiar como había
hecho su hermana.
Por alguna razón a Julieta le fue más fácil, por lo menos al principio. Tomó la decisión
de estudiar veterinaria, consiguió un trabajito de medio tiempo para pagarse los gastos y
su papá la ayudó con algo de plata que consiguió luego de una buena racha en el casino.
Juli la remó bastante, y todavía la seguía peleando, pero al menos logró recibirse.
Pero el caso de Elisa fue distinto. Ya no había más plata cuando ella terminó la
secundaria, solo había deudas. Julieta nunca se ocupó mucho del manejo de la chacra,
mientras que Elisa, desde chiquita, fue la fiel ayudante de su papá en la ardua tarea
entrenar y mantener los caballos de La Arboleda. Su dedicación la había hecho
imprescindible a tal punto que si ella no lo hacía, no se hacía. Trabajaba de sol a sol y
nunca tenía recompensa. Ni siquiera era dueña del dinero que ganaba ya que con tantos
gastos y deudas, plata que ganaba, plata que le daba a su mamá para pagar cuentas.
Lo peor era que su único sueño en la vida –entrenar a Brisa y hacerla competir en
torneos de primera-- estaba lejos de concretarse. No podía dedicarle el tiempo que
necesitaba para entrenarla y su yegua se estaba volviendo cada vez más indócil e
indisciplinada. Así nunca lo iba a lograr. Estudiaba todo lo que podía en libros y
artículos, su papá le enseñó todo lo que sabía, pero Elisa tenía más que claro que sin
buenos maestros de equitación y tiempo para entrenar, nunca llegarían muy lejos, ni ella
ni su yegua.
Como corolario de tanta desgracia estaba su familia. Sin querer menospreciar a nadie, no
servían para nada. Con excepción de Julieta, a nadie le importaba demasiado la chacra.
Cata era una vaga asumida y al paso que venía nunca terminaría la secundaria. María,
bueno, María merecía un capítulo aparte ya que nunca se sabía en qué andaba. Iba a
trabajar a la mañana, volvía a la tarde y se encerraba en su cuarto todo el día a hacer no
sé que. A veces escribía en cuadernitos. No le gustaba salir y era muy poco
conversadora. Adela se llevaba el premio al desorden y la estupidez y generalmente se
pasaba el día gritándole a los demás y quejándose de su vida. Tampoco hacía nada para
arreglarla. Y después estaba su papá, a quien Elisa adoraba pero a quien ya no podía
entender. Estaba pero no estaba, se ocupaba pero a medias y a veces desaparecía y venía
con cara de pocos amigos, seguramente debido a alguna pérdida grande en el casino.
Desparramados arriba de la cama había varios papeles y folletos conteniendo planes de
carreras y universidades. Le gustaba Tecnología Agropecuaria, Radiología veterinaria,
técnico de laboratorio, farmacología, y otras carreras cortas relacionadas con animales.
Había varias facultades gratuitas a las que podía ir pero eso implicaría mudarse y
encontrar un trabajo para pagarse la comida y la vivienda.
Tal vez era mejor aceptar la propuesta de Colina, irse a Córdoba y ahorrar cada centavo
para poder estudiar. Aunque estaba a un par de horas de viaje de La Carlota, podría ir a
la Universidad Nacional de Córdoba en donde dictaban carreras en Ciencias
Agropecuarias, pero le costaba la idea de desprenderse de su familia. Su único consuelo
era que al menos, si se iba para Córdoba, el dinero que ganara no iría a parar a las
tragamonedas del casino o para pagar la nafta del Fitito rojo de su mamá.
Con un suspiro, se metió en la cama y apagó la luz.
Su vida era una porquería.
Gonzalo Colina estaba tan encantando con lo que La Arboleda tenía para ofrecer que
hizo de la chacra su lugar preferido durante su visita a la costa. Se venía desde Mar del
Plata todas las tardes a la hora del mate, con una bolsa de bizcochitos de grasa bajo el
brazo a charlar con Adela quien, aún más encantada con su presencia, aprovechaba la
oportunidad de oficiar de celestina y enganchar a este ‘partidazo’ con alguna de sus
hijas. De entrada, a Colina le gustó Julieta, pero la madre dio a entender que la nena ya
tenía candidato. Además, Julieta era más fácil de ubicar y si se le escapaba el tal Carlos
Barrechea siempre podía aparecer otro que la cortejara. Pero en cambio Elisa, esa sí que
le iba a dar trabajo, por el carácter que tenía, así que Adela redobló esfuerzos para
hacerle ver al tal Gonzalo las virtudes de su segunda hija. Colina vio la luz enseguida y
apuntó hacia su nuevo objetivo.
Así es como Elisa, al llegar a casa todas las tardes después de trabajar, tenía que
aguantarse al pesado de Gonzalo, que la seguía a sol y sombra, dándole charla todo el
tiempo y tratando de convencerla de que lo dejara llevarse a Brisa a Córdoba con él y
que ya que estaba, se viniera ella también. Mientras le miraba el escote, hablaba sin
parar de todo lo que podrían lograr juntos –como entrenadores, por supuesto—aunque
Elisa sospechaba su que su interés en ella estaban más relacionado con otras actividades
relacionadas con la ‘monta’ que tenían poco que ver con sus aptitudes como entrenadora
de caballos.
Pero la enervante presencia de Gonzalo Colina era sólo una de las tantas penurias que
Elisa tenía que soportar. El tiempo pasaba y la estadía del Equipo Ecuestre del Norte en
ya llegaba a su fin. En menos de un mes jinetes y caballos partirían para Buenos Aires
para competir en el Nacional y de ahí se embarcarían para Europa para saltar el circuito
de la Copa de las Naciones y Campeonato Mundial. Ya no los vería practicar, ni
cepillaría el brillante manto de Tuareg y su vida volvería a la tediosa rutina de trabajar en
la chacra y ver sus ahorros desaparecer día a día.
Sin embargo, todavía faltaban 3 semanas y un circuito más que saltar antes del esperado
viaje a Buenos Aires. Era un torneo al aire libre en Pinamar, que combinaba salto con
una carrera de endurance por la playa. A todos los miembros del equipo les fue bastante
bien, con excepción de Hurtado, que no pasó la primera ronda. Mientras Elisa y Julieta
caminaban por el club, se encontraron con un conocido.
—¡Chicas! ¡Pero qué gusto verlas! — las llamó un hombre de unos 30 años, que se
aproximaba con otro, bastante buen mozo.
—¡Daniel! —Julieta sonrió al ver a un viejo vecino. — ¡Cuánto tiempo!¿Qué hacés por
acá?
Daniel Lagos se acercó a darle un beso en el cachete a cada una. —Estoy de vuelta por el
pueblo, al menos por un par de meses. Mi hermano tuvo que llevar a la señora a Buenos
Aires para un tratamiento y me pidió que me quedara en el campo hasta que volviera.
Cuando oí que había un torneo hípico en la zona y me acerqué a ver. Supongo que
ustedes vinieron por lo mismo.
—¡Por supuesto! Estamos trabajando con un equipo que compite hoy. Se están
preparando para el mundial. — dijo Elisa.
—¿En serio? ¡Pero mirá que bien! —Daniel giró para presentarles al hombre que estaba
con él, un tipo alto, de pelo oscuro y una sonrisa muy entradora. —Les presento a un
amigo, Jerónimo Salas –Jero, para los amigos.
Intercambiaron saludos y continuaron con la conversación.
— ¿Vas a competir? — Jerónimo le preguntó a Elisa al ver que usaba breeches y botas de
montar.
Elisa lo miró de arriba abajo. No sólo era alto el hombre, sino bastante fachero. —Me
encantaría, pero no. Vinimos para asistir a un equipo de jinetes, el Equipo Ecuestre del
Norte, son bastante nuevos, se juntaron hace poco para ...
—Oí hablar de ellos.
— ¿Ah si?
— Si, yo …
En ese momento Elisa vio venir, por detrás de Daniel y Jerónimo, a Carlos y Darcy, que
venían de almorzar de la cafetería. Julieta les sonrió e hizo un gesto para que se
acercaran mientras le comentaba a Daniel las novedades del pueblo. Los dos hombres se
dieron vuelta para saludar, y algo muy raro sucedió. Darcy frenó en su lugar y Carlos, sin
darse cuenta de que su amigo se había quedado atrás, se acercó y extendió su mano para
saludar a los acompañantes de las chicas. Jerónimo miró a Darcy con una media sonrisa
y éste, sin avanzar un centímetro, le lanzó una gélida mirada. Elisa los observaba sin
entender que pasaba. Parecía que se conocían, pero ninguno de los dos amagaba a
saludar al otro. Los otros no prestaron atención y continuaron con su charla mientras a
Darcy se le subía el color a la cara y Jerónimo empalidecía. De repente Darcy se dio
media vuelta y se fue para donde estaban los caballos.
—Billy Darcy, — comentó Jerónimo al soltar el aire que obviamente estuvo
conteniendo. —qué chico es el mundo.
—Veo que se conocen.
Jerónimo se movió en su sitio. Parecía incómodo. —Sí, desde hace años.
Los otros enfilaron para la pista y Elisa y Jerónimo los siguieron unos pasos más atrás.
—Qué raro, —comentó Elisa. —Ni te saludó.
—Te preguntarás porqué.
—La verdad que sí, porque me pareció muy grosero de su parte el pegarse la vuelta así y
te dejara pagando.
—Te entiendo. Pero él es así. — Jerónimo dijo con la mirada perdida en el horizonte.
—Si, ya sé. No lo conozco desde hace mucho, pero lo suficiente para darme cuenta de
que nunca fue muy amable. Aunque jamás me imaginé que podía llegar a ser tan
maleducado.
Ya cerca de la pista, se quedaron parados a la sombra de un árbol, mirando a los que
competían. Jerónimo le preguntó a Elisa por Tuareg, más específicamente, si Darcy
todavía montaba el mismo caballo.
—Si, —dijo ella con entusiasmo. Es el caballo más lindo que vi en mi vida.
—Los vi saltar por televisión el año pasado. Es realmente excelente. Espero que tenga
mejor suerte con éste que la que tuvo con Miss D. — Había una mezcla de añoranza y
tristeza en los ojos de Jerónimo y Elisa se preguntaba qué le pasaba. —Y pensar que
pudo haber sido mía. Qué lástima lo que le pasó. Si Guillermo no hubiera sido tan …
—¿Tan qué?
Jerónimo suspiró y sacudió la cabeza, como dudando. —Es una historia larga y
complicada. Y bastante desagradable.
Si Jerónimo no hubiera parecido tan abatido, Elisa hubiera jurado que se estaba haciendo
el misterioso. Para no pasar por metida, respetó su silencio y no preguntó más, aunque la
carcomía la curiosidad. Igual no tuvo que esperar mucho, porque Jerónimo, al cabo de
un momento, puso primera y comenzó su trágico relato sin ningún tipo de inhibición ni
escatimar detalles.
—Justo Darcy, el padre de Guillermo, era mi padrino. Me quería mucho, la verdad que
era un gran tipo. Billy no tenía buena relación con su padre, así que te imaginarás que
nuestra cercanía sólo empeoró las cosas. Justo sabía que mi gran sueño era ser jinete
profesional y tener mi propio Haras así que, antes de morir, dejó un escrito en donde me
dejaba algo de dinero y algunos caballos para que yo pudiera empezar. Miss D era parte
del lote de caballos de primera línea de La Peregrina que yo iba a heredar, pero cuando
Guillermo se enteró que me quedaba con su yegua favorita, hizo lo imposible para anular
ese documento. Como siempre, obtuvo lo que quiso.
—¿Qué? —Los ojos de Elisa se abrieron como el Dos de Oro.
— Lo que escuchaste.
—Pero … no consultaste con un abogado?
—Vos sabés como es la justicia en este país. Con un poco de plata arreglás al juez y listo.
Y los Darcys son muy poderosos, dueños de prácticamente todo municipio. Además, la
ley de herencia es clara, no hay testamento que valga. Era más un tema de buena
voluntad y respetar la palabra de un moribundo que ejecutar un documento. Pero no
podés esperar ese tipo de conducta de Guillermo Darcy.
— ¡Es increíble!
—Parece, ¿no? Guillermo es un tipo jodido, muy rencoroso. Igual lo enfrenté y luché por
lo mío. Al final llegamos a un acuerdo, pero obviamente salí perdiendo.
— Me dejás helada. —Elisa no podía creer lo que escuchaba.
Jerónimo largó un dramático suspiro. —Lo que más me duele es que, de haber sido mía,
Miss D nunca se habría enfermado.
—Por favor me digas que la yegua se enfermó por culpa de él. ¿Qué le hizo? — preguntó
Elisa cada vez más angustiada.
—A Guillermo sólo le importa ganar. A veces, tiende a sobre ejercitar los caballos. Y
cuando se fatigan o no rinden como que él quiere, bueno … usa métodos menos
ortodoxos para mejorar su performance.
—¿Drogas? — ella preguntó por lo bajo.
Jerónimo desvió la vista. — Por favor, hablemos de otra cosa.
Elisa asintió y se quedaron un rato mirando a los concursantes. Un rato más tarde ella se
fue a atender a su equipo, ya que se acercaba su turno. Estaba tan choqueada con lo que
Jerónimo le había contado que no sabía qué hacer. Sabía que esas cosas pasaban, pero no
podía creer que una persona como Guillermo Darcy fuera capaz de hacer algo así, de
dañar a un inocente caballo simplemente para satisfacer su ambición de ganar, de ser el
número uno. Abrumada, no abrió la boca en toda la tarde.
Esa noche, una vez que volvieron a Esperanza, Elisa se fue directo al cuarto de Julieta
para contarle la triste historia de Jerónimo Salas y la verdad acerca del retiro de Miss D.
—¿Estás segura? —Preguntó Julieta, no tan crédula como su hermana. —Me suena
medio raro.
—¿Porqué habría de mentir? Estoy segura de que Jerónimo es sincero.
—Elisa, vos lo viste con tus propios ojos. Son los caballos más sanos que jamás vimos.
Además, vos sabés que este es un ambiente muy chico. Si fuera cierto, alguien se
hubiera enterado y lo habrían denunciado. Darcy nunca sería parte de un equipo así con
esos antecedentes.
—Vos sabés que se han escondido cosas peores, ¿no? ¿O te olvidás del caballo ese que
cayó muerto en plena carrera el año pasado?
—El turf es muy distinto, Eli. Además, con los controles anti-dopping que hay hoy en
día, es imposible que un tema así pase inadvertido. — Insistió Julieta.
—Perdoname, pero en el torneo de hoy no hubo antidoping.
—Pero en el Nacional va a haber, quedate tranquila.
—Eso no tiene nada que ver. Todo el tema de la enfermedad de Miss D fue bastante raro.
Nadie sabe bien que pasó, pero oí que la yegua se cayó y no se levantaba. Nunca más
volvió al ruedo. ¿Te parece normal? ¿Cómo podés explicar que una yegua perfectamente
sana, de un día para el otro, se enferme y desaparezca de las pistas?
—Hay miles de explicaciones. Influenza, tendinitis, una lesión … sabés bien el estrés
que a veces sufren estos caballos y que un simple golpe los puede retirar para siempre,
por eso somos tan cuidadosas cuando los atendemos.
—¿Te das cuenta de que estás concordando conmigo? Darcy la entrenó hasta el
agotamiento y cuando la yegua no pudo más, le dio algo para que siguiera.
Julieta revoleó los ojos. —Es imposible que Darcy esté drogando a su caballo. Yo me
habría dado cuenta.
Elisa no quería entender razón. —No digo que lo esté haciendo ahora, Tuareg no
necesita suplementos. Si le dan, con la energía que tiene, saldría volando. Pero eso no
quiere decir que Guillermo no lo haya intentado antes, con la otra yegua.
—Como no lo podés probar, va a ser mejor que te olvides del tema. Todavía le vas a
tener que ver la cara por dos semanas más y no creo que sea bueno ni para vos ni para mí
que sigas repitiendo esta historia. Cortala.
Pero Elisa no estaba dispuesta a abandonar su causa. Cruzó los brazos y dijo con
convicción. —Está bien, la corto, nadie me lo va a sacar de la cabeza. Te aseguro que
Darcy es capaz de cualquier cosa con tal de ganar.
Pueblo chico, infierno grande, diría el refrán y Villa Esperanza ardía como La Caldera
del Diablo. Todos se conocían, y como no había mucho que hacer, no faltaba más que
llegara un nuevo residente –temporal o definitivo-- o que alguna noticia no comprobada
se comentara para las novedades corrieran como reguero de pólvora. No había pasado
una semana de la llegada de Jerónimo Salas al pueblo que ya todos hablaban del
muchacho buen mozo que estaba parando en la chacra de la familia Lagos. Nadie sabía
bien que hacía por ahí ni cuánto se iba a quedar pero su mera presencia estimulaba la
especulación y lo hacía tema de conversación de la sobremesa de cuánto hogar con hija
casadera había en el pueblo.
A Salas se lo veía seguido por ahí, impecablemente pero modernamente vestido, muy
citadino él, cordial y entrador. Las chicas morían por él. A la gente le caía bien, distinto a
lo que provocaban esos jinetes ricachones que estaban ocupando La Reconquista y que
generalmente pasaban por el pueblo con aires altaneros y sin darle bola a nadie.
Elisa tuvo la buena fortuna de encontrarse con Jerónimo Salas un par de veces cuando
anduvo por el pueblo por encargue de su madre. De esos encuentros floreció una
amistad. Jerónimo fue invitado a La Arboleda a tomar mate, luego se apareció solito, sin
invitación, lo que propició un convite a cenar por parte de la casamentera Adela. A Elisa
le gustaba su compañía no sólo porque era muy simpático, sino también porque era un
excelente jinete y le daba muy buenos consejos para entrenar a Brisa.
—Es muy buena. Deberías considerar llevarla a torneos más importantes. — Dijo él.
—Creo que le falta bastante. — Le contestó Elisa, —todavía es muy indisciplinada.
—Eso se corrige con firmeza. A algunos caballos les hace falta mano dura. ¿Me dejás
probar a mí?
Elisa dudó un momento. —Si, por supuesto.
Una vez que Elisa se bajó de la yegua, Jerónimo ajustó los estribos y montó. Tenía buen
estilo, pensó ella al verlo galopar alrededor del piquete, no tan bueno como el de Darcy,
y mucha firmeza en la rienda. Brisa intentó retobarse un par de veces pero Jerónimo la
corrigió rápido y con mano bastante dura. Luego de unas vueltas, encaró un obstáculo.
Lo hizo bien así que le pidió que subiera la valla. Subieron un poco más, y luego otro
poco. Llegando al metro, Brisa se negó a saltar y se desvió en el último segundo. Ahí
empezó la batalla. Jerónimo no estaba dispuesto a dejárselo pasar y pegó una vuelta y
volvió a enfilar para la valla, esta vez dándole un sonoro fustazo en el costado para evitar
desobediencias. Brisa corcoveó un pare de veces, lo que le costó otro fustazo en la
paleta. Volvieron a encarar la valla, esta vez la saltó, pero dudando y golpeó el poste con
las manos. La hizo saltar un par de veces más, hasta que la yegua, bañada de sudor y con
la boca cubierta de espuma por los nervios y el esfuerzo, hizo todo lo que le pedía. A esa
altura Elisa rogaba para que se bajara y dejara de presionarla.
—Te lo digo en serio, Elisa. Es excelente. Ponete las pilas y entrenala como se debe.
—Si tuviera tiempo, lo haría. Pero con el trabajo …
—Te la podría trabajar yo, pero no sé cuánto tiempo me voy a quedar. Me encantaría
ayudarte.
Elisa no estaba muy segura de que le gustaba la técnica de ‘mano dura’ de Jerónimo. No
creía en el entrenamiento con castigo. —Gracias, pero creo que voy a seguir yo sola.
¿Vas a ir al Nacional? — preguntó mientas él desmontaba, lista para cambiar de tema.
—Casi seguro que si.
—Entonces nos vamos a encontrar. El doctor Ramírez nos invitó a la cena de gala.
—La verdad es que no pensaba ir a la fiesta, sólo iba a ver las pruebas, pero si ustedes
van, entonces voy. — Jerónimo le dijo con un pícaro guiño en el ojo. —hasta podemos
bailar un par de temas.
—Me encantaría. — le respondió ella, sonrojándose un poco.
Juntos caminaron hacia la caballeriza para desensillar a la yegua. —Es una lástima que
Guillermo esté ahí para arruinarme la noche. No tenía ganas de encontrármelo pero no
hay más remedio. Habrá que aguantarlo.
Ella suspiró. —No te hagas mala sangre, Jero, no vale la pena. Allá él con su conciencia.
Sos mejor que él, de eso no hay duda.
Él le puso la mano en el hombro en agradecimiento por las palabras de apoyo.
Los preparativos para el viaje a Buenos Aires comenzaron bien temprano en la mañana
del viernes anterior al torneo. Tenían unas largas seis o siete horas de viaje, dependiendo
del tránsito y no querían que los caballos lleguen cansados o estresados por lo que
planeaban salir cerca del mediodía para así llegar al anochecer y tener tiempo de
acomodar a los equinos en el lugar que tenían reservado. Al caer la noche estaban
cruzando las abarrotadas calles del centro de Buenos Aires. El fin de semana prometía
ser lindo y despejado y los porteños ya estaban emprendiendo el masivo éxodo hacia los
suburbios, contribuyendo aún más al caótico tránsito de la ciudad.
Para las chicas que no venían muy frecuentemente –especialmente Elisa y Julieta, que
sólo lo habían hecho dos veces en toda su vida—venir a la capital era toda una
experiencia. No se perdían detalle y se deslumbraban con las luces y el bullicio. La
caravana de cuatro vehículos guiados por la imponente camioneta Toyota de Guillermo
Darcy pasó Retiro y enfiló hacia los bosques de Palermo, hasta que llegaron al Club
Hípico Argentino en donde descargaron. Comieron una cena ligera y se fueron a la cama
temprano para así estar frescos y descansados para el día siguiente.
El Nacional era el evento hípico del año. Las instalaciones del CHA eran bastante
grandes pero al ser un torneo tan concurrido, estaban abarrotadas de gente, entre público,
concursantes, stands de productos ecuestres y prensa especializada. La gala que el club
ofrecía el sábado a la noche era un evento aparte. Los mayores exponentes de la hípica
latinoamericana estarían allí por lo que las chicas, además de la excitación por el torneo,
estaban ansiosas por asistir al gran baile de la noche y ser parte de esa fiesta.
El equipo tuvo un buen desempeño durante los rounds clasificatorios de la mañana, con
excepción de Hurtado que nuevamente tuvo problemas con su Gin Tonic. Los demás
avanzaron sin mayores inconvenientes. Por la tarde, el recorrido se hizo más corto y con
obstáculos más complejos y altos y empezaron a correr contra el marcador. Igualmente
clasificaron, Darcy y Carlos con 7 faltas y Luisa con 9 luego del derribo de una vertical.
Pasaron a un receso hasta las 4, en donde saltarían la ronda final de clasificatorias de las
clases superiores.
Darcy estaba precalentando cuando notó algo raro en el tranco de su caballo. Se acercó
hasta la cerca y le pidió a Elisa que llamara al Dr. Ramírez.
—¿Qué pasa? — preguntó el veterinario muy preocupado.
—Creo que está mancando. — respondió Darcy con consternación. —Parece ser la mano
derecha.
—Movelo un poco.
Con sólo verlos dar un par de pasos, el veterinario notó que algo alteraba el balance la
cabeza del caballo, no parecía serio, pero lo suficiente notorio como para preocuparlo.
Con un gesto, Ramírez le pidió que se acercara y se parara frente a él. Tuareg se detuvo
con su aplomo usual, sin aparentar lesiones.
—Bajate, quiero revisar los vasos.
Darcy bajó de un salto y siguió con el seño fruncido la inspección del veterinario. Los
tendones parecían estar bien. Elisa nunca había visto a Darcy tan angustiado y
preocupado, y de cierta forma compartía su ansiedad. Si algo le había pasado a Tuareg a
esta altura del torneo, sería una verdadera desgracia.
Ramírez levantó la mano derecha e inspeccionó el vaso con cuidado. —Mirá lo que
encontré, —dijo con una voz que mezclaba alivio con enojo.
—¿Qué? — Preguntó Darcy, estirándose para ver.
—Un vidrio. Es chico y lo tiene metido entre la herradura y la almohadilla. No lo cortó
mucho, pero si lo muevo, tengo miedo de que se le clave más hondo. Elisa, traeme por
favor el maletín que se lo voy a sacar.
A la orden del doctor, Elisa salió corriendo para la camioneta y trajo el maletín que le
pidió el Dr. Ramírez. Con mucho cuidado de no generar una herida más grande, el
veterinario retiró el punzante objeto y limpió la zona con Pervinox. Tuareg ni se inmutó.
—Listo el pollo. No pasó nada. Tiene un cortecito menor que ni siquiera sangra—
declaró el veterinario. Y mirando el pedazo de vidrio, agregó, —Voy a hablar con la
comisión organizadora. Es el Nacional, ché, no puede haber este tipo de cosas en los
piquetes. ¿Y si se lesionaba en serio?
Darcy suspiró aliviado. —Menos mal. Igual lo quiero ver en movimiento. ¿Elisa, te subís
por favor?
Los ojos de ella se abrieron de par en par. —¿Qué?
Pero Darcy ni siquiera le dio tiempo a reaccionar porque para cuando pudo volver a
respirar él ya estaba parado al su lado, inclinándose para levantarla y subirla al caballo.
Ella dobló la rodilla y Darcy la levantó sin esfuerzo.
—Esperá que te ajusto los estribos, están demasiado largos. —dijo él mientras lo hacía,
con movimientos rápidos.
Elisa se vio de repente sentada en la comodísima Toptani de Guillermo Darcy montando
el magnífico Tuareg en la pista de precalentamiento del Nacional, en el CHA. Su
corazoncito ecuestre estaba punto de estallar de emoción.
—Date una vuelta al trote. —Darcy le pidió.
Ella hizo lo que le pedía mientras una sonrisa de absoluta satisfacción le iluminaba el
rostro. Tuareg tenía el tranco más confortable que jamás había sentido. Ahora entendía
porque la cola de Darcy casi no se despegaba de la montura al andar. El caballo
prácticamente flotaba en el aire y ella flotaba con él. Sólo quería saltar una valla bajita,
una solita, nada más, y habría cumplido el sueño máximo de su vida.
—El caballo está perfecto, che, —dijo Ramírez. —no pasó nada.
Darcy estaba tan encantado con la cara de felicidad de su asistente y no quiso arruinar el
placer de ella ni el suyo. —¿Te animás a saltar aquel poste? — le preguntó a Elisa.
—Si, claro. —Ni que le hubiera leído el pensamiento, pensó Elisa con una sonrisa que
casi no le entraba en la cara.
—Al trote, y tenelo corto al pasarlo porque tiende a salir apurado.
Ella asintió y lo hizo. Era un poste a 40 cm, nada extraordinario, pero para ella, era un
sueño cumplido. Ya podía morir en paz.
Elisa aminoró el paso y caminó hacia donde estaban Darcy y el Dr. Ramírez. Una vez
ahí, pasó la pierna por arriba del cogote del animal y se deslizó sobre su trasero para
bajar. Darcy se había acercado para ayudarla y no había reparado en el poco espacio que
había quedado entre el caballo y él. Si respiraba un poco más profundo, lo tocaba con el
pecho.
—¿Todo bien, entonces? —preguntó él.
—Sí, todo bien. — contestó ella, algo nerviosa por estar acorralada entre Darcy y su
enorme caballo. Sentía la respiración de él en la cara y ya empezaba a acalorarse. No
tenía muchas opciones para donde salir, o lo empujaba o se escurría por un costado pero
no se animó a hacer ninguna de las dos cosas. Al ver que él no decía nada ni se corría
para darle espacio, sólo para romper el silencio, preguntó — ¿cuánto fue lo más alto que
lo saltaste?
—¿Cuánto medís? — le preguntó Darcy sonriendo de forma algo presumida.
— Uno cincuenta y cinco. —Si, medía poco más de un metro y medio, ¿y qué? Contra
sus uno noventa era prácticamente una enana. Elisa estaba muy orgullosa de su tamaño
no estaba dispuesta a dejarse intimidar por la formidable estatura del jinete más hot de
Sudamérica.
La sonrisa de él se amplió. —Una vez salté un desempate a uno cincuenta. Pero en casa
lo llevé casi hasta uno sesenta.
Elisa revoleó los ojos. “Qué arrogante! ¿Que espera, que me desmaye de
deslumbramiento?” —Uy, que bueno—contestó ella con un dejo de sarcasmo.
Los ojos de él se clavaron en los de ella y le sostuvo la mirada, como hechizado. Elisa no
se la esquivaba y lo miraba desafiante, pero a la vez un poco insegura. La sonrisa de
Darcy se fue cayendo lentamente mientras que sus ojos bajaban a los labios de ella para
observarlos con hambre y deseo. Sólo tenía que bajar la cabeza un poco para comerle la
boca a besos …
—¡Guillermo!
De repente Darcy se sintió tomado de un brazo y llevado hacia un lado, saliendo de su
transe de manera poco placentera. A esta altura ya había reconocido la voz de gallina
clueca de Carolina.
—Me enteré de lo que pasó. ¿Tuareg está bien, no está lastimado, no? — preguntó ella
con una preocupación casi teatral.
—No pasó nada. —respondió Darcy, fastidiado. Elisa, mientras tanto, se escapaba por un
costado.
Sin soltarle el brazo, Carolina se puso una mano en el pecho y exhaló dramáticamente.
—¡Menos mal! ¡Imaginate si pasaba algo! ¡Hubiera sido una tragedia!
—Por suerte, está bien. —Darcy intentó soltarse, pero la hermana de su amigo no lo
largaba.
Carolina miró a Elisa con aires de diva. —Elisa, querida, creo que el resto del equipo te
necesita, ¿Qué tal si vas a ayudarlos? Yo me quedo con Guillermo.
Elisa no era muy amiga de recibir órdenes de Carolina, pero la verdad es que no veía la
hora de irse de ahí. —Si, ya voy.
Se fue apurada y sobre todo muy confundida por lo que acababa de pasar con Darcy. De
no haber estado tan segura de que él la detestaba, hubiera jurado que el tipo estaba
caliente con ella.
Capítulo 7
Una vez finalizado el torneo del día, las chicas terminaron sus quehaceres con los
caballos y corrieron para el hotel para descansar un poco y prepararse para la gran gala
de la noche. Una vez vestida, Julieta le mostró a Elisa el resultado final.
—Estás preciosa. A Carlos le va a encantar.
—¿Te parece? —Preguntó Julieta mientras se miraba en el espejo. Llevaba un vestido
gris brilloso, bastante ajustado, con un escote interesante y tiras finitas que cruzaban en
la espalda. —¿no es demasiado escotado?
—No, te queda divino. Si no se te declara hoy, es un idiota.
—Es tan bueno y tan respetuoso. Me siento tan segura con él.
—Bueno, eso es mucho decir. Hoy en día los chicos son de lo peor.
—Carlos es distinto. Lo sé.
—Ojala, porque tenés un metejón de aquellos.
—Si, —Julieta suspiró, enamorada. —Creo que lo quiero, pero no sé que siente él, nunca
hablamos de lo que sentimos, ni siquiera nos besamos.
Elisa le mostró una sonrisa picarona. —Tal vez esta sea la noche, ¿no?
Carlos sintió fuertes golpes en su puerta y fue a abrir, insultando por lo bajo. Estaba
seguro de que era Darcy, porque ningún otro golpeaba así cuando se hacía tarde. Y si, ahí
estaba su amigo, apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y cara de
hartazgo.
—¿A quien le vas a romper la cara a patadas? — Preguntó el jinete más hot de
Sudamérica arqueando una ceja. Miró a su amigo de arriba abajo, confirmando lo que ya
había supuesto. Carlos todavía estaba a medio vestir.
Carlos se rió. Siempre lo enganchaba cuando diciendo estupideces. Pero se conocían tan
bien que ambos estaban acostumbrados. —Dijiste a las ocho.
Darcy sólo le mostró su reloj. Ocho y cuarto.
—¡Pero si hace un ratito eran siete!
—Si, claro. Tenés diez minutos o me voy por mi cuenta.
Su amigo le hizo un gesto para que entrara y mientras se ponía los zapatos, preguntó—
¿Cómo hacés para llegar temprano a todos lados? Estoy seguro de que tu cuarto está
ordenado.
Darcy sonrió al ver caos que era el cuarto de Carlos. —Impecable, como siempre.
—Y seguro que hasta te planchaste los calzoncillos. —Dijo mientras de abrochaba la
camisa.
—Y las medias también. —Con una palmada en la espalda, Darcy empujó a Carlos hacia
el pasillo y juntos dejaron del hotel.
La gala del Nacional era el evento social más importante del calendario hípico argentino.
Allí se definían sponsoreos, se cerraban ventas de los mejores caballos y se circulaban
los rumores más importantes del medio. Si había un caballo lesionado o un jinete en
decadencia, o alguna jugosa novedad que nadie quería que se supiera, el Nacional era el
lugar más indicado para desparramarla.
Darcy jamás se interesó demasiado por el costado político de su deporte y el chusmerío
entre sus socios. Mucho menos esta noche, cuando sus pensamientos no podían estar
más alejados de la equitación y sus protagonistas. Algunos conocidos lo saludaron e
intentaron entablar conversación con él, más que nada para interiorizarse de cómo
andaban sus planes de competir en el exterior, y Darcy, bastante distraído, contestó con
evasivas, sin dar datos precisos. Su mente estaba en otro lado. Desde que entró al salón
no hacía más que escudriñar el lugar en busca de la preciosa figura de su asistente.
Aparentemente la puntualidad de Elisa era peor que la de Carlos, porque, siendo
prácticamente 21.30 hs, la chica todavía no había llegado. Es sabido que las mujeres
siempre llegan tarde a este tipo de eventos, pero Darcy creía que se estaba pasando de la
raya. Estaba impaciente por verla, harto de escuchar a Carlos hablar de Julieta, y aún
más harto de Carolina, que se la pasaba criticando a cuanta persona se le cruzaba por
delante. Para colmo de males, un conocido le presentó a un tal Gonzalo Colina, quien
decía trabajar para su tía en la Rosa del Carmen y ahora lo seguía por todos lados
haciéndole preguntas acerca de su futura gira por Europa y un montón de temas acerca
de los cuales estaba menos que interesado en responder.
Así fue como, casi involuntariamente, sus pies lo llevaron hacia la entrada, y so pretexto
de ir a tomar aire, se quedó cerca del acceso al salón con la esperanza de ver a Elisa
llegar y talvez ayudarla con su abrigo o algo parecido. Recorrió la alfombra roja un par
de veces hasta que se dio cuenta de lo estúpido que se veía y evaluó las consecuencias de
su actitud. Si los veían juntos, todo el mundo iba a hablar de ellos. Elisa seguramente iba
a malinterpretarlo y pensar que él sentía algo por ella. Ya había sufrido un desliz por su
culpa y no podía permitirse otra patinada de ese tipo. Tenía que irse para adentro antes
de que fuera tarde.
Por lo visto ése no era su día (o noche), porque justo en el momento en que se daba
vuelta para irse vio a Elisa bajar del taxi junto con su hermana. Sus miradas se cruzaron
un segundo mientras él giraba hacia el salón. Casi vuelve sobre sus pasos a buscarlas,
pero ya se sentía bastante ridículo con sólo estar ahí parado, por lo que enfiló, erguido e
indiferente, hacia la sala de banquetes.
Mientras que Julieta ni se dio cuenta de lo que había pasado, a Elisa no se le escapó
detalle. Vio a Darcy caminado por la entrada, cruzó miradas con él y lo vio darse vuelta
y escaparse de ellas como si no fueran dignas de su compañía. A decir verdad, poco le
importaban sus desaires y ya estaba más que acostumbrada a sus groserías, pero le dolió
por Julieta, quien sí tenía un mejor concepto de él y sentía algo de aprecio por su
persona. Pero estaba decidida a pasarla bien. Dejando dolor y enojo a un lado, entró al
salón, lista para disfrutar de la noche.
El baile era formal. Los hombres vestían esmoking –con excepción de algún rebelde que
fue de traje—y las mujeres iban de largo y muy arregladas. Las más jóvenes se animaron
al corto por lo que Elisa no se sintió tan ‘sapo de otro pozo’ con su vestidito baloon de
satín que compró en el Kosiuko de Mar del Plata especialmente para esta ocasión. Como
era de esperar, Carlos enseguida se les acercó para charlar y no perdió el tiempo en
llevarse a Julieta para el buffet para servirle una copa. Carla no aparecía por ningún lado
así que pronto Elisa se encontró sola en el salón, sin saber que hacer, buscando a alguien
con quien conversar, más específicamente al buen mozo de Jerónimo Salas.
—¡Elisa! ¡Qué linda estás!
—¡Hola Daniel! ¡Que bueno verte! — Elisa suspiró, agradecida por la compañía.
—Te vi esta tarde por ahí, pero no quise interrumpirte porque sé que estabas trabajando.
Le fue muy bien a tu equipo. Qué buen caballo tiene Darcy este año. En mi vida vi nada
igual. Uno de los mejores binomios del día.
—Impresionante, ¿no? Tuareg es el mejor caballo que he visto. — respondió ella,
estirando el cuello para ver si Daniel había venido con su amigo. — ¿Y Jero? ¿No viene?
—Lamentablemente le surgió un compromiso y no pudo venir. — comentó Daniel
inclinando la cabeza para el lado en donde estaba Darcy hablando con unas personas,
dejándole claro a Elisa que era por él que Jerónimo no había venido. —Pero me juró que
mañana viene a ver las finales. Dijo que no se las pierde por nada.
—Eso espero, tenía ganas de verlo.
Carla, quien acababa de llegar, se les arrimó y los tres charlaron un rato más. Daniel se
excusó y fue a saludar a unos amigos, dejando a las chicas solas para que pudieran
conversar.
—Ché, ¿y tu festejante? ¿Dónde está? — preguntó Carla mientras se metía un canapé en
la boca.
—No pudo venir. Daniel me dijo que mañana sí va a estar. Lástima. —suspiró Elisa.
—¡Qué raro! Él y Daniel con carne y uña. Inseparables. Dos tortolitos, casi.
Elisa miró a su amiga con el ceño fruncido. ¿Qué quiso decir Carla con eso?
—¡Luli! ¡Mi pequeña, al fin te encontré!
—Ay, no, por Dios, — dijo Elisa entre dientes. ¿Qué hacía Gonzalo Colina ahí?
—Luli, chiquita, ya empezaba a pensar que te me habías perdido. — tomando su mano,
Gonzalo agregó. —Estás deslumbrante, hermosa. Me faltan adjetivos para describir lo
deslumbrante y hermosa que estás. ¿Y quién es tu preciosa amiga?
—Carla Ramírez, — dijo Elisa. —Carla es la hija del Dr. Ramírez, el veterinario de la
zona. Carla, Gonzalo Colina. Un amigo de la familia.
—Si, por supuesto, — respondió Gonzalo, avanzando para darle un beso en la mejilla a
Carla. —El Dr. Ramírez, cómo no lo voy a conocer. Prácticamente una eminencia en
medicina ecuestre. Encantado de conocerte, Carla.
Carla sabía que su papá era bueno, pero no era para tanto. —Gracias, un gusto.
No bien terminaron las presentaciones, Carla no tuvo peor idea que preguntarle a
Gonzalo en donde trabajaba y él, ni lerdo ni perezoso, hizo una amplia descripción de
sus tareas en el Haras La Rosa del Carmen, perteneciente a la ilustre Doña María del
Carmen Figueroa Anchorena de Álzaga y Achával, quien, casualmente, era la tía del no
menos ilustre Guillermo Darcy, a quien acababa de tener el enorme placer de conocer.
En ese momento la música se puso un poco más movida y Gonzalo lanzó la pregunta
que Elisa estaba rogando desde hacía rato no le hiciera.
—¿Bailamos, mi pequeña Luli? Creo que es hora de sacudir el esqueleto.
Elisa lo miró como si viniera de otro planeta. Darcy era un imbécil, pero este Gonzalo
Colina era un pelutodo atómico.
—No sé, — respondió ella mientras pensaba una buena excusa para salir de ahí.
—No acepto un no como respuesta. Desde que salí de casa que no pienso en otra cosa.
—dijo él, tomándole la mano.
Sin más se la llevó para la pista de baile y una vez en el centro, le puso la mano en la
cintura.
Estaban tocando música de salón, de esa que se baila junto pero no demasiado lenta ni
tampoco muy romántica. Pero justo en ese momento aceleraron el ritmo a una salsa y
Gonzalo, aparentemente en su elemento, se largó a intentar pasos más complicados y
caribeños que obviamente no sabía hacer. La llevaba de acá para allá, poniéndole cara de
Latin Lover, obligándola a hacer giros y dándole alguno que otro pisotón en los pies.
Como si la situación no fuera lo suficientemente vergonzosa, por el rabillo del ojo, Elisa
vio a Darcy, quien los miraba como divertido. Esto la hizo hervir de odio. Era lo que le
faltaba. Jerónimo no vino, la estaba pasando horrible, sacudiendo el esqueleto con un
completo imbécil y, como si esto fuera poco, el jinete más hot de Sudamérica se estaba
riendo de ella.
Terminada la canción, Elisa se escurrió de los brazos de Gonzalo con la excusa de ir al
baño. Él la miró desalentado, pero no dijo nada y mientras ella se iba para un lado,
Gonzalo se fue para el otro lado, a charlar con un grupo de conocidos. Elisa se fue
rapidito para adonde estaba Carla y la conversación prosiguió de la siguiente manera,
—¿Otra vez con ese cuento? — preguntó Carla, ya fastidiada. —Creo que me lo
constaste 100 veces.
—No, nunca te dije lo de la herencia que le negó a Jerónimo.
—Sí, me lo dijiste la vez pasada, por segunda vez. Y de nuevo te digo que no me lo creo
para nada. Además, si fuera cierto, es problema de ese Jerónimo, no tuyo. No te metas en
ese quilombo.
—Si Darcy es un droga caballos, es problema de todos. —Contestó Elisa, cada vez más
emperrada en su verdad.
—No veo como podés estar tan segura, ese tal Jerónimo salió de la nada y vos le creés
todo lo que dice como si fuera palabra santa. No sabemos quién es, ni de dónde viene.
Para mí lo está inventando.
—¿Porqué haría eso?
—Qué se yo, cada loco con su tema. A mí todo me parece muy raro. Yo que vos sería
más cuidadosa con lo que digo.
Elisa no pensaba dejarlo ahí, tenía que insistir. —Todo es más que lógico, la yegua se
enferma de la nada y …
Carla reboleó los ojos al cielo. —Ahí vamos de nuevo.
—…de repente la tienen que retirar, nadie sabe bien porqué, ni siquiera lo aclaran en …
—¿Sabés que me parece? — interrumpió Carla mientras le asomaba una sonrisa burlona.
— Yo creo que estás re-caliente con Darcy. Tanto que no podés pensar en otra cosa.
—¿Qué?
—Dale, admitilo, te gusta. Te la pasás hablando de él todo el día. Te entiendo, está para
comérselo. Pensándolo bien, creo que te vendrían bien un par de revolcadas con un
papucho como él, Eli. Se te irían esos pornocos de la frente.
—Sos una idiota. — Elisa se le retrucó, ofendida, llevándose la mano a la frente para
comprobar que no había nada raro allí. Hacía un montón que no le salían granos.
—¿Por? ¿Qué tiene de malo que te guste?
—¡Es que no me gusta! — Elisa pateó el suelo para dar énfasis.—Lo odio, ¿no te das
cuenta?
— ¿Cómo dicen? Ah, si, el odio al amor hay un paso …
—¿No me gusta, no entendés?
Carla vio a Darcy aproximándose y apenas tuvo tiempo de advertirle a su amiga. —
Hablando de Roma, tu galán se asoma.
—¿Jero? — preguntó Eliza, esperanzada.
Pero al darse vuelta, la desilusión volvió a golpearla ya que no era su querido Jerónimo
quien se acercaba, sino el mismísimo Guillermo Darcy.
—Elisa, Carla, –dijo él muy serio.
—Hola, Guillermo, — respondió Carla mientras Elisa se mordía el labio. —Te felicito
por hoy, estuviste muy bien.
—Gracias, — él asintió. Se aclaró la garganta y de golpe preguntó. —Elisa, ¿bailamos?
A Elisa se subió el color a la cara. Carla, al ver que su amiga no reaccionaba, le clavó el
dedo en la espalda y le dio un empujoncito para adelante. Elisa no tuvo más remedio que
aceptar.
Darcy enfiló para el centro del salón y Elisa lo siguió, no sin antes susurrarle a Carla un
— Esto es una pesadilla.
—No seas chiquilina. Más de una mataría por estar en tu lugar.
Una vez en la pista, Darcy y Elisa se pararon frente a frente, midiéndose de arriba a
abajo, estudiando como empezaban el baile. La música era lenta, para bailar junto. Darcy
estiró la mano y ella la tomó, un poco insegura, dando un paso adelante. Él le puso la
otra mano en la cintura y Elisa la apoyó la de ella sobre su pecho.
Empezaron a moverse al ritmo de la música, tensos, sin cruzar mirada. Darcy escurrió su
mano hacia el centro de su espalda y la distancia entre los dos se hizo más corta. Elisa
miraba para el costado y por momentos percibía que Darcy bajaba un poco la cabeza y
sentía su respiración el en pelo y en la oreja. Siempre le había gustado esa colonia que
usaba, pero esta noche era embriagante. Como para aliviar la tensión un poco, comenzó
el diálogo.
—Qué lindo salón. — Comentó Elisa, observando a su alrededor.
Darcy inclinó un poco la cabeza para mirarla, pero ella no le devolvió el favor. —Sí,
muy lindo.
—La organización del torneo me pareció excelente. Bueno, tal vez no tanto, por lo del
vidrio en la pre-pista, pero igual todo salió bien, ¿no te parece?
—Todo estuvo bien. —comentó Darcy mientras observaba con fascinación la perfecta
orejita de Elisa. Se repente sintió un fuerte impulso de bajar más la cabeza y saborear el
aterciopelado lóbulo entre sus labios. Afortunadamente pudo reprimirlo.
Elisa se mordió el labio. Dos veces dio pie para empezar una conversación y él sólo
respondió. No le costaba nada esmerarse un poco más. Fiel a su temperamento, lanzó la
primera piedra.
—Sos bastante callado, ¿no?
—Nunca fui muy conversador.
—Y menos cuando bailás.
—No bailo muy a menudo. — Respondió él, confundido ante el comentario.
Ella suspiró, liberando un poco de su creciente fastidio. Parecía que todo el mundo se
había puesto de acuerdo para arruinarle la noche. Estaba en la gala del Nacional por
primera vez en su vida y las cosas no podían salirle peor. Puso cara de aburrida y se dejó
llevar.
—¿De qué querés charlar? —Le preguntó él, de repente.
Elisa le lanzó una mirada. —De nada. Tenés razón, mejor quedémonos callados.
—Yo no dije que no quería hablar.
—Dijiste que no eras muy conversador y a mí no me gusta hablar por hablar. Al parecer
no podemos encontrar un tema interesante acerca del cual conversar así que tal vez lo
mejor que podemos hacer es quedarnos callados y disfrutar de la música.
Darcy se rió entre dientes. Las mujeres son las criaturas más difíciles de entender y esta
en particular se llevaba el premio. —Si es lo que preferís...
—No, es lo que vos preferís.
—Para que vamos a discutir si ya decidiste que es así. — él le sonrió.
Elisa se quedó pensando. Qué tipo raro. —¿Porqué? ¿No es así?
—¿Y a vos que te parece?
A esta altura, ella estaba más que confundida. Detestaba que le contestaran preguntas
con otras preguntas. Lo cierto es que él no parecía alterarse por nada, no importaba
cuanto lo chuseara. Decidió que lo mejor era guardar silencio y esperar que terminara el
tema.
—¿Cómo la estás pasando? — Preguntó Darcy. —Tengo entendido que es tu primer
Nacional. Es un buen evento, y en general la gala es entretenida. La comida no era mala.
—No, me pareció bastante buena.
—Me alegro. ¿El hotel bien? ¿Están cómodas?
—Sí, muy cómodas — le respondió ella con una tímida sonrisa.
La estruendosa voz del Dr. Ramírez los sacó de tema rápidamente. — ¡Guillermo y
Elisa! ¡Pero qué linda pareja hacen! ¿No te parece, vieja? —le preguntó a su esposa,
quien asintió con la cabeza.
—Gracias, — respondió una avergonzada Elisa.
—Una noche perfecta para el romance, ¿no? — agregó el doctor con mirada pícara.
—No lo creo, — retrucó Darcy, frunciendo ante la indiscreción del veterinario. Éste
prosiguió sin importarle.
—Cuidadito, cuidadito,¿eh? No se me hagan los loquitos. Tomás me encargó que vigilara
a sus chicas, como si no me bastara con Carla … esa chica me va a sacar canas verdes,
no sé a quien salió. Aunque hoy no me puedo quejar, se están portando todas bastante
bien, ¡ja, ja! Bueno, casi todas, porque una que yo sé anda por ahí, ‘confraternizando’
por con otros miembros del equipo.
Automáticamente, Darcy y Elisa giraron la cabeza hacia adonde apuntaba el doctor y
vieron la pareja a la cual se refería. Carlos y Julieta bailaban muy pegaditos, de manera
poco apropiada para un evento social de este tipo y mucho menos para los compañeros
de trabajo que eran. Justo en ese momento, Carlos no tuvo mejor idea que susurrarle algo
al oído a Julieta –algo subido de tono, probablemente, por las risitas de ella—y acercarla
un poco más para apoyarla en la pelvis mientras le rozaba los labios por el cuello. Julieta
tuvo el bueno tino de ponerle la mano en el pecho y alejarlo un poco, advertencia que,
afortunadamente, Carlos supo interpretar. Siguieron bailando como gente normal, y no
como dos animales en celo.
A Darcy la escena no le cayó nada bien y a esta altura estaba seguro de que Carlos estaba
borracho o aún peor, borracho y enamorado. Más allá del papelón que estaba haciendo
su amigo, mañana tenían que saltar las finales y seguramente los excesos de esta noche
iban a afectar su rendimiento. A veces la irresponsabilidad de Carlos lo sacaba de las
casillas. Dos meses se sacrificio y duro entrenamiento y una fortuna en gastos se irían a
la basura debido una calentura pasajera.
Elisa se aclaró la garganta para llamar su atención, ya que estaban parados, sin bailar, en
le medio de la pista. Darcy se dio cuenta de su distracción y tras una sonrisa forzada,
volvió a moverse con el ritmo de la música.
—Perdón, — le dijo, —me distraje.
—Está bien, — respondió ella, indiferente.
—ehmm… entonces, ¿la estás pasando bien? —preguntó, tratando de retomar la
conversación. —Digo, ¿te gustan este tipo de torneos?
—Si, me gustan. No solo puedo ver los caballos, también me dan la oportunidad de
conocer gente y hacer nuevos amigos.
—Que bien. — contestó Darcy, no muy seguro de para donde iba el tema.
—En Pinamar conocí a un amigo tuyo. Jerónimo Salas.
A Darcy se le transformó la cara. De repente se puso tan tenso que Elisa podía sentir los
músculos de su pecho endurecer contra su mano. —No es mi amigo.
—Bueno, un conocido tuyo. Es muy agradable y un buen amigo de la casa. Mi familia lo
aprecia mucho.
Él giró la cabeza hacia un lado y no dijo nada. Elisa sintió un dejo de satisfacción por
haber logrado incomodarlo. Algo de verdad tendría que haber en la trágica historia de
Jerónimo, o Darcy no se hubiera alterado tanto. Al cabo de un momento, él le dijo.
—Jerónimo tiene facilidad para relacionarse con la gente, pero en general las amistades
no le duran demasiado.
—¿En serio? — Le respondió ella, dando a entender en su tono que no le creía.
A esta altura, ninguno de los dos quería seguir bailando. Darcy la soltó de repente y le
agradeció por el baile. Elisa sólo le sonrió. Se fueron uno para cada lado, ambos
pensando que esta Gala del Nacional, que habían esperado tan ansiosamente por
semanas, se había convertido en una noche que preferían olvidar.
Capítulo 8
El estadio era pura adrenalina. En sólo una hora, empezaban a saltarse las finales del
Nacional, el principal evento del calendario hípico argentino y uno de los más
importantes de Sudamérica.
Todo era nerviosismo alrededor del campamento del Equipo Ecuestre del Norte. Tuareg
y Papillon estaban siendo preparados con extremo cuidado mientras Darcy y Luisa
hablaban con la prensa especializada. Luego de una mañana desastrosa producto de los
excesos de la noche anterior, Carlos fue eliminado y sólo los otros dos miembros del
equipo que seguían en carrera. Elisa nunca había visto a Darcy tan concentrado ni a
Tuareg tan inspirado. Sin duda fueron el mejor binomio del día, jinete y caballo
completamente en sintonía en cada prueba. Todo estaba saliendo perfecto, nada podía
salir mal, nada excepto por …
—¡Luli! ¡Luli! ¡Por fin te encontramos!
Elisa cerró los ojos y suspiró al reconocer la voz de su madre. Levantó la vista y vio a su
familia en pleno. Su mamá, su papá, Catalina y María. Sólo faltaba el perro.
—Qué sorpresa. — dijo ella con una sonrisa no del todo sincera.
—¿En dónde estabas metida? ¡Te buscamos por todos lados!
—En el otro pabellón, con los caballos.
—Muero de ganas de conocerlos. — dijo Tomás.
—Vamos, les muestro. — Les indicó Elisa, guiándolos hacia el otro pabellón.
Una vez en su campamento, Elisa le presentó a su familia los cuatro caballos que estuvo
cuidando por más de 2 meses.
—Así que este es el famoso Tuareg. —Tomás lo miró con ojo crítico. —Impresionante.
—Ayer lo monté un momento, pa, — le comentó ella. —no sabés lo que es. Es como
flotar en el aire.
—Me imagino. —Tomás sonrió ante la mirada de ensueño de su hija.
Adela se acercó a ver a Sonata más de cerca. —Ésta se parece a Brisa. O sea que tu
yegua bien podría estar saltando acá.
—No es tan fácil, mamá. Necesitan mucho entrenamiento.
—¿Y entonces qué esperás? ¿Te imaginás que bien nos iría si tuviéramos un caballo
saltando en el Nacional?
Elisa sabía que era en vano discutir con su mamá. Conocía bien sus propias limitaciones
y las de su yegua. Además, con tanto trabajo en la chacra, era imposible dedicarle a Brisa
el tiempo que necesitaba entrenarla al nivel de Sonata.
Se les acercó Julieta, y tras saludar a todos, vieron llegar a Carlos y a Darcy, que venían
del otro pabellón. Les presentaron los dos jinetes al resto de la familia.
—Me comentó Julieta que usted saltó este torneo. —Comentó Carlos, muy correcto.
Eso dio pie para que Tomás iniciara un largo y tedioso relato acerca sus tiempos como
jinete profesional, carrera que se vio interrumpida en forma abrupta debido al lamentable
accidente que le lesionó la espalda hacía unos diez años. Habló por casi diez minutos sin
interrupción, parando en ocasiones para que los otros metieran algún bocadillo.
—¡Menos mal que no se mató o se rompió el cuello! —exclamó Adela, muy dramática.
—Muy lindo esto de los caballos pero la gente se mata o queda en silla de ruedas. Como
el actor ese, que al final se terminó muriendo, pobre tipo. Aunque por lo menos tenía
plata para mantenerse. Pero nosotros no, nos ganamos el pan laburando. Le tuvimos que
hacer un juicio al caradura ese que lo contrató porque el muy cretino trató de lavarse las
manos y desentenderse del tema. Por suerte encontramos un buen abogado y con lo que
le sacamos nos pudimos comprar la chacra. ¡O no tendríamos en dónde caernos muertos!
Elisa y Julieta sí estaban muertas, pero de vergüenza. Su mamá estaba hablando de
accidentes ecuestres y juicios por accidentes ecuestres a dos jinetes que estaban a punto
de saltar un torneo a 1,50 m de altura, y que, además eran sus empleadores. Para bien –o
talvez para mal—Adela cambió de tema.
—Toda una vida montando caballos de estancieros amarretes para terminar lesionado y
perder todo. Ellos se llevaban los laureles y nosotros … nada. Al menos ahora tenemos a
Brisa, que parece ser buena, aunque Elisa lleva meses entrenándola y nunca llega a nada.
Con lo que cuesta mantenerla, mejor que empiece a saltarla de una buena vez, a ver si le
podemos sacar unos pesos.
—¿La yegua alazana que te vi montar aquél día? — Preguntó Carlos. —Parece ser muy
prometedora.
Fue Adela quién contestó. —¿En serio? ¿Te parece?
—Si, aunque sólo la vi un momento …
Adela apuntó hacia Sonata. —¿No te parece igual a la yegua que está ahí? Para mí son
idénticas. ¿Es tuya, no?
—Si, mía.
—¿Y, la pagaste muy cara?
Las cejas de Carlos se le subieron hasta el cuero cabelludo. —¿Perdón?
Las dos mayores de las Benítez sentían que iban a descomponerse en cualquier
momento. La falta de tacto de su mamá no conocía límites. —Si la pagaste cara. Te
pregunto porque siendo tan parecida a Brisa, es un punto de referencia.
Algo incómodo, Carlos respondió, —Considerando las aptitudes de Sonata, no creo
haberla pagado caro. Estaba saltando pruebas internacionales a 1,30 m cuando la
compré.
—¿Y cuánto te parece que podemos pedir por Brisa … yo creo que unos 20 o 30 mil no
estaría mal.
—¿Dólares? — Preguntó Carlos inocentemente, convencido de que la señora se refería a
la moneda Norteamericana. Para él, un caballo de menos de 30.000 dólares* pertenecía a
la categoría matungo.
A Adela se le iluminó la cara. —¿Podemos pedir veinte mil dólares? Por esa plata se la
tiro por la cabeza al primero que aparezca. ¡Es más, vendería a mis propias hijas por esa
cifra! — dijo con una carcajada.
El chiste no le hizo gracia a nadie. A Darcy y a Carlos se los veía bastante incómodos
con el tema de conversación. En eso sintieron las risotadas de Catalina, y al voltear a
verla, notaron que le estaba ofreciendo un chupetín a Sonata. La yegua estiró el cuello
hasta el límite de la rienda, desesperada por agarrarlo.
—¡NO! — gritaron al mismo tiempo Elisa, Julieta, Carlos y Darcy.
—Eh, loco, ¿qué les pasa? — Preguntó la sobresaltada Catalina.
—A vos que te pasa. —Elisa marchó hacia su hermana y le sacó el chupetín de la mano
con violencia. — ¿Cómo se ocurre darle eso? ¡Se puede ahogar con el palito!
—No sé porqué tanto problema. En casa les doy esto todo el tiempo a los caballos y
nunca pasó nada.
Elisa tenía ganas de asesinar a su hermana. Es más, no veía la hora de que toda su
familia se esfumara. Al final, fue Darcy el que le dio un corte al tema.
—Si nos disculpan, tenemos que prepararnos para las finales. — Dijo él muy serio.
—Sí, vámonos, — Tomás puso la mano sobre el hombro de su esposa, dando a entender
por su tono que se sentía ofendido por la forma en que estaban siendo despedidos. —Los
señores están por competir y por lo visto se están poniendo nerviosos. Suerte, que les
vaya bien.
Elisa sentía que el corazón le iba a explotar de ansiedad. De casualidad había conseguido
un espacio en las gradas y estaba ahí sentada, carcomiéndose las uñas, esperando la
última ronda de competidores. De los once finalistas, sólo quedaban cuatro jinetes en
carrera. Darcy había acumulado 11 faltas en todo el torneo, y estaba empatado con
Mariano Rivolta, un veterano jinete cordobés con varios Nacionales en su currículum.
Le seguían Luisa con 12 faltas y luego Esteban Fernández, con 15.
Los obstáculos del CHA eran famosos por su sensibilidad, armados con postes livianos y
apoyados sobre cuñas planas que hacían que se cayeran ante el menor roce. Los
finalistas tenían por delante un recorrido de ocho obstáculos de un metro cuarenta de
altura promedio, dispuestos de forma que si bien presentaban dificultades, no se
ocasionaban muchos derribos si el jinete hacía bien las cosas. El circuito empezaba con
un seto, luego un oxer, un corral doble, una paralela, un corral triple, una vertical, un
muro, una curva amplia hacia la última paralela, y por último, una altísima vertical.
Rivolta fue el primero en entrar, y ya sentía la presión de tener que marcar el paso del
resto. Los demás podrían relajarse o preocuparse según su desempeño. A un galope
pausado, pasó los obstáculos de manera meticulosa, tomándose su tiempo para no
cometer errores y contando los tiempos de galope exactos entre cada obstáculo.
Llegando la mitad del circuito aceleró un poco el paso, superó el muro sin dificultades,
se abrió en la curva para tomar la paralela por el centro, encaró hacia la vertical y voló
sobre los postes. Finalizó el recorrido en 1:32 minutos, sin causar derribos, obteniendo
tres faltas por exceder el tiempo reglamentario.
Le siguió Luisa quien, sabiendo que el tiempo era un factor decisivo, entró comiéndose
la pista. El apuro no le sirvió de mucho ya que éste le ocasionó un derribo en la vertical
del medio, generando así cuatro faltas que, si los demás no tenían buen desempeño, le
aseguraría un honroso segundo puesto.
Luego vino Fernández, a quien le ganaron los nervios. Hizo todo mal desde el principio
y terminó volteando 4 obstáculos, quedando así afuera de la competencia.
El último en entrar fue Darcy. A un galope corto, pasó delante de la casilla del juez y
obtuvo el permiso para seguir. Con una multitud siguiéndolo, Darcy arrancó a un ritmo
impecable, pasando los primeros 2 obstáculos sin inconvenientes. Si seguía así, bajaría el
tiempo del primer competidor y se aseguraría la victoria. En el estadio el silencio era tal
que Elisa sólo escuchaba los latidos de su propio corazón y los resoplidos de Tuareg con
cada tiempo de galope. Un Oh! Se escuchó cuando las patas de Tuareg rozaron el poste
de la salida del corral triple, pero éste no se cayó. Darcy miró por sobre su hombro para
ver si hubo derribo o no y al comprobar que todavía estaban en carrera, ajustó el ritmo
hacia el próximo obstáculo. Pasaron el muro, y el segundo que las patas de Tuareg
tocaron el suelo, en un movimiento completamente inesperado, Darcy giró al caballo
hacia su izquierda, cerrando así la curva hacia la paralela y, ganando preciosos segundos.
Avanzaron hacia la vertical, la pasaron sin tocarla y cargaron a galope tendido hacia la
meta. Cuando el marcador indicó 1:22 minutos, el estadio estalló en un aplauso.
Por primera vez en su vida, Elisa vio la sonrisa abierta y llena de dientes de Guillermo
Darcy. El jinete se paró en los estribos, palmeó el cuello de su caballo y levantó la mano
para saludar a la multitud, que lo vitoreaba a viva voz. Dio un par de vueltas alrededor
de la pista y, aún sonriendo, enfiló para la salida para saludar a sus contrincantes.
Elisa, sin poder contener su emoción, se lanzó por las escaleras y corrió hacia la pre-
pista. Por altoparlantes ya estaban anunciando a los ganadores.
‘1er lugar – Guillermo Darcy – Equipo Ecuestre del Norte
2do lugar – Mariano Rivolta– Club Hípico de Córdoba.
3er lugar – Luisa Hurtado – Equipo Ecuestre del Norte.’
Desde la pre-pista pudo observar como les daban los trofeos. Darcy recibió una gran
copa de plata y Tuareg lucía una roseta azul y blanca en su cabezada. Cumpliendo con el
protocolo, frente al destellar de los flashes de las cámaras, los jinetes saludaron a los
integrantes de la comisión directiva, los jueces y otros miembros jerárquicos del club.
Una vez terminadas las formalidades, salieron a la pre-pista, en donde al fin
desmontaron.
Pero el caos no terminó ahí. Darcy enseguida fue rodeado de gente que lo palmeaba, lo
felicitaba y le preguntaba cosas. Él respondía a todo con una sonrisa que casi no le
entraba en la cara.
—¡Lo lograste, cabezota! — Elisa se colgó del cuello de Tuareg mientras le caían
lágrimas de emoción. —Sos el mejor del mundo.
Mientras hablaba con un periodista, Darcy sintió que le sacaban las riendas de Tuareg de
la mano. Miró hacia un lado y vio a Elisa, lista para llevarse al caballo para el otro
pabellón. Sus ojos se fijaron en los de ella y por un instante fueron sólo ellos dos y nadie
más.
—Felicitaciones, — le dijo ella con una sonrisa radiante y ojos brillantes de alegría.
Él caminó hacia ella y se abrazaron tan fuerte que la levantó del suelo, ambos dejándose
llevar por la emoción del momento.
—Gracias, gracias por todo. — Darcy le susurró al oído. Le dio un beso en la mejilla y
finalmente la soltó, sosteniéndola cerca suyo mientras la veía con una mirada que podría
derretir un iceberg. Elisa sentía que el corazón le iba a estallar, estaba tan feliz que ni se
dio cuenta de que en los ojos de él había algo más que una simple emoción por la
victoria.
Pero no duró más de un segundo, ya que el coronel Forster lo tomó del brazo y se lo
llevó a saludar a otras personas. Carla apareció por un lado y juntas se fueron a llevar a
Tuareg y a Papillon hacia el campamento.
Darcy todavía sentía que flotaba en una nube cuando fue hacia los vestuarios a
cambiarse de ropa. Acababa de ganar el Nacional. El Nacional. No sólo era el campeón
de este torneo, sino que con esta victoria subía al cuarto lugar del ranking nacional.
En ese momento sintió que tanto sacrificio había valido la pena. Los meses de
entrenamiento, de esfuerzo y soledad finalmente habían rendido frutos. Sentía que ya
nada podía detenerlo y que estaba a un paso de alcanzar todos sus sueños. Se sentía
orgulloso de sí mismo y de su caballo. Tuareg era media tonelada de potencia y coraje,
de un temerario deseo de competir y saltar. Eran sin duda el mejor binomio de su
generación estaba convencido de que nadie podría superarlos.
Mientras caminaba, recordó su último Nacional, con Miss D, tres años atrás. Su yegua
había estado inspirada como nunca y juntos lograron algo que pocos binomios nuevos
consiguen: llegar a las semifinales. Pero fue la juventud de ella y la inexperiencia de él
lo que les impidió ganar el torneo. Igualmente fueron distinguidos como la revelación de
la competencia y todos les auguraban un excelente Nacional el año entrante.
Suspiró cuando recuerdos de tiempos más felices le vinieron a la mente, cuando no
estaba tan abrumado por preocupaciones y responsabilidades, cuando sólo era un
muchacho que quería saltar a caballo.
—¿Y, qué te parece? —le preguntó su padre.
—Es el pedazo de carbón más lindo que vi en mi vida. — le contestó Guillermo mientas
observaba a la pequeña potranca negra salir al campo por primera vez. Caminaba
nerviosa alrededor de su madre, Morena, la yegua zaina que había iniciado a Guillermo
en los torneos de alto handicup.
—¿Carbón? Va a ser tordilla, te lo aseguro, blanca como la luna llena.
Guillermo sonrió cuando la potranca, alerta a todo a su alrededor, detectó a las dos
criaturas extrañas que la observaban y olfateó el aire, intentando reconocer su aroma
en la brisa de la mañana.
—Vamos, elegí el nombre. — Le dijo Justo Darcy.
—Le dije a Justi que si no aprobaba matemática, le iba a poner su nombre a la primera
potranca de Morena. — respondió él. —¿Qué te parece ‘Niña Justina’?
—Tu hermana te va a matar— le advirtió su padre.
En ese momento, algo inestable sobre sus desproporcionadas patas, la potranca intentó
un galope por el campo. Arqueó el cuello e hizo un par de cabriolas con esa energía
torpe y adorable como sólo los potros de un día suelen tener. Orgullosa de sus
movimientos, con la cabeza y la cola erguidas, la potranca trotó hacia donde estaba su
madre, que ya estaba resoplándole para que volviera.
—Entonces se llamará Miss D.
Darcy sonrió con un dejo de tristeza, como siempre lo hacía cuando recordaba este
momento. “Papá tenía razón, terminaste siendo blanca como la luna llena.”
Ya nada era como entonces. Su padre ya no estaba, Justina andaba perdida por la vida y
Miss D ya no era su compañera de aventuras. No podía quejarse, todavía estaba viva,
aunque nunca se sabía bien hasta cuando. Ya estaba tan acostumbrado a la desgracia que
siempre que sonaba el teléfono y veía que era el número del Haras se preparaba para las
malas noticias. ¿Por qué nunca le duraba la felicidad?
Hacía más de tres años que andaba de aquí para allá, entre Londres y Buenos Aires,
luego en La Reconquista, escapándose de viejos fantasmas. Extrañaba la Peregrina,
tomar mate bajo el alero de la caballeriza, las largas cabalgatas por el campo
acompañado de sus perros, mirar las vacas pastar en el verde y la comida casera de doña
Palmira. Extrañaba su casa, su cama, leer en su sillón frente al hogar encendido en una
fría noche de invierno.
Sacudió la cabeza y descartó esos pensamientos. De nada servía añorar algo que no
podía ser cuando todavía tenía toda una odisea por delante. Lo mejor era dejar la
melancolía atrás y focalizarse en sus objetivos. En dos días partían para Europa, a saltar
una serie de torneos importantísimos. Ni siquiera tenía tiempo de hacerse una escapadita
para el campo ya que del CHA irían directamente al hotel del aeropuerto para terminar
con los trámites para embarcar los caballos. Su próxima parada sería Bruselas, en donde
saltaría el Campeonato Mundial y otros torneos satélites. De ahí seguía la Copa de las
Naciones. Hasta los juegos Olímpicos no pensaba dejar que nada lo detuviese.
De vuelta hacia el pabellón principal, Darcy se detuvo en un puesto de venta de
productos ecuestres en donde había visto unos zapatos de cuero que quería comprarle a
Tuareg, para proteger los cascos durante el viaje. Mientras los revisaba, por detrás del
panel divisorio con el otro stand, sintió voces conocidas y escuchó la siguiente
conversación;
—Contame como estuvo la fiesta. ¿Al final bailaste con Carlos? — se oyó la voz de
Adela.
—Un ratito nomás. — Respondió Julieta.
—¡Pero dale! —Carla respondió con una carcajada. — ¡Si apretaron toda la noche!
Elisa y Julieta le lanzaron miradas fulminantes.
—¿En serio? — preguntó la madre de las dos Benítez. —¡Contame, contame todo!
—No hay mucho que contar, ma. No pasó nada. Carla está exagerando.
—Juli, sabés que no hay tiempo que perder. Es ahora o nunca, ¿no se van en un par de
días?
—Pasado mañana.
—¡Con más razón! Tenés que enganchártelo antes de que se vaya a Europa. Andá a saber
lo que hace allá, vos sabés como son los hombres cuando están solos y de farra. Que
tenga algo de que acordarse mientras está lejos.
—¡Mama! — Julieta no podía creer que su propia madre le pidiera eso.
—Vos haceme caso. Aunque sea sacale la palabra de que se van a volver a la vuelta.
Sólo para que su madre parara de insistir, Julieta aflojó un poco. —No sé, no te prometo
nada, veo que hago. No sé para que, porque ni siquiera me gusta tanto.
—Bah, con la plata que tiene, ¿qué importa si te gusta o no?
Las voces se alejaron y del otro lado del panel, Darcy se quedó petrificado con la tarjeta
de crédito en la mano.
—Sólo efectivo. — dijo el chico que lo estaba atendiendo.
—¿Perdón? — se sobresaltó el jinete.
—Sólo efectivo. No tengo pos-net.
Darcy le mostró una sonrisa incómoda, dejó lo que iba a comprar sobre el mostrador y se
fue de allí rápidamente.
Los días que le sucedieron al Nacional fueron los peores días de la vida de Elisa. Tan
malos fueron que hasta superaron el dolor y la frustración que le provocó la venta de su
primer petiso para pagar una deuda de juego de su padre.
Todo comenzó a la mañana siguiente al torneo, cuando fueron al club a preparar los
caballos para el viaje y se dieron cuenta de que los integrantes del Equipo Ecuestre del
Norte ya se habían ido. Los planes eran reunirse todos alrededor de las 9 de la mañana
para desayunar en el club y festejar la victoria para luego cargar todo en los remolques y
partir hacia el aeropuerto. El Dr. Ramírez era el único que estaba al tanto del inesperado
cambio de planes –Darcy lo llamó a última hora de la noche-- y omitió decírselo a las
chicas hasta el día siguiente. Al parecer se enteraron de un problema con los papeles para
el lazareto y la aduana así que el equipo decidió salir antes del amanecer para terminar
con los trámites, hospedándose en Ezeiza hasta su partida el día siguiente.
Elisa estaba desilusionada y Julieta muy dolida. Había hablado por teléfono con Carlos
temprano la noche anterior y él no le mencionó nada de este cambio. Es más, habían
quedado en encontrarse a la mañana para darse un beso de despedida. Julieta estaba
confundida y no entendía porque le mintió de esa manera. Elisa, en cambio, se sentía
descartada, tratada como una empleaducha de cuarta que ni siquiera se merecía un
‘adiós piba, gracias por los servicios prestados’. Hubiera querido despedirse de Tuareg,
desearles buena suerte en Europa y, aunque sea por un día más, sentirse parte de ese
magnífico equipo. Pero esta partida tan repentina la hizo darse cuenta de lo poco que
significaba para ellos. Se sentía una basura y su estatus de ‘petisera’ de estos ricachones
orgullosos –por no decir oligarcas-- nunca le dolió tanto.
Las chicas cargaron sus cosas en el auto del Dr. Ramírez y emprendieron el largo camino
a casa. Pero allí, las cosas distaban mucho de mejorar, al menos para Elisa.
—Elisa, querida, al fin llegaste. —Le dijo Adela con una amplia sonrisa. —Mirá quien
vino a visitarte.
A Elisa se le revolvió el estómago. Lo único que quería era ir a su cuarto y llorar hasta
quedarse dormida, pero ahí, sentado en el sillón del living, estaba el pesado de Guillermo
Colina.
—Luli, mi pequeña, que gusto verte. La otra noche no pudimos despedirnos como se
debe. ¿Cómo estás? ¿Qué te pareció el torneo?
Elisa dejó su bolso en el suelo y no se movió.
—Yo me voy para la cocina que tengo la comida en el fuego. ¿Te sentás con Gonzalo un
ratito, Luli? — preguntó Adela haciendo un ademán para que su hija se acercara.
Gonzalo palmeó el almohadón junto a él mientras se le dibujaba una sonrisa picarona en
el rostro. Adela se fue diciendo un ‘pórtense bien, chicos’ que dejó más que preocupada
a Elisa.
—Que impresionante la victoria de Guillermo Darcy, ¿no? Doña Carmen me manifestó
el orgullo que sentía por el éxito de su sobrino. Hubiera querido estar allí para
aplaudirlo, pero tuvo que quedarse en Córdoba debido a compromisos previos.
Igualmente tengo entendido que hablaron por teléfono por la noche y le expresó sus más
sinceras felicitaciones por sus éxitos.
—Qué bien. — le respondió ella.
—Y vos, mi pichona, ¿cómo te sentís luego de haber sido parte de tan talentoso equipo?
Elisa se encogió de hombros y prefirió no responder. Sentía odio, frustración,
resentimiento y una sensación de abandono tan fuerte que le hacía saltar lágrimas de los
ojos.
Gonzalo levantó la mano y le dio un cariñoso pellizco en la mejilla. —Te entiendo,
ricurita, yo también me sentiría orgulloso. Bueno, basta de trabajo, hablemos de
nosotros.
A Elisa se le levantó una ceja. ¿Nosotros?
—Creo que a esta altura te habrás dado cuenta de la profunda admiración que siento por
vos. Sos una mujer preciosa, encantadora y creo que estamos listos para llevar nuestra
relación a otro nivel.
—¿Nuestra relación? — ¿De qué relación hablaba este pelotudo? Pensó Elisa, ya
empezando a preocuparse.
—Si, creo que tenemos algo especial.
—Me parece que estás confundido. — retrucó ella.
—No, para nada. Tengo todo muy claro. Pero te entiendo perfectamente. Sé como son
estas jovencitas de hoy, siempre haciéndose las difíciles y las desentendidas para atraer
la atención de los hombres.
—Te aseguro que éste no es el caso.
—¡Vamos, no seas tímida, Luli! Me encanta tu apodo, ¿sabés? —Él se rió de una manera
tan ridícula que en otro momento a Elisa le habría parecido gracioso. —Bueno,
empecemos por el principio. Un hombre llega a una edad en la que necesita una
compañera, una media naranja … --disculpá la metáfora ecuestre--, alguien con quien
saltar los obstáculos que le presenta la vida. Como ya sabés, soy un hombre ocupado,
con muchas responsabilidades y no tengo tiempo de andar por ahí, buscando a esa mujer
ideal. Mi puesto como entrenador oficial del Haras Rosa del Carmen me ha elevado a un
estatus muy importante, mis contactos en el ambiente son realmente extraordinarios y …
hmmm … me brinda un muy buen pasar. Talvez está mal que lo diga, pero,
modestamente, soy lo que se llamaría un buen partido.
—Te felicito. — Le respondió ella, mostrándole una sonrisa incómoda.
—Cuando te conocí me dije a mí mismo: ‘Esta chica es ideal para mí’. Tenés todo lo que
siempre busqué en una mujer: belleza, —dijo con un rápido vistazo a sus pechos—una
personalidad adorable y, uniendo lo útil a lo agradable, poseés una extraordinaria aptitud
para tratar a los animales. Sos lo que yo llamaría una mujer completa.
Elisa tragó saliva y no dijo nada.
Gonzalo le tomó la mano y avanzó hacia ella. Elisa retrocedió de inmediato. —Veo que
te quedaste sin palabras.
—No sé que decir.
—Decí que sí. — Él se adelantó un poquito más y ella se contrajo instantáneamente.
—¿Sí a qué? — Elisa sintió que le empezaban a transpirar las manos. Ya que quedaba
poco sillón pare retroceder y lo único que quería era irse corriendo de ahí.
—Sí a mi propuesta.
—No entiendo.
—Quiero que te vengas conmigo para el haras para que trabajemos juntos y formemos
nuestro propio dream team. Que seamos un equipo en todo sentido.
—Mirá, Gonzalo. — Elisa reculó hasta que chocó con el apoyabrazos del sillón. —Te
agradezco mucho la oferta, pero no. Estoy buscando trabajo más cerca de casa.
—¿Quién habló de trabajo? —él se rió de manera más que desagradable. —Creo que no
fui claro, pichona, así que voy a ir directo al grano. Sé que talvez lo mío suene un poco
precipitado, podemos ir despacio si es lo que vos querés, aunque yo creo que estamos
listos. ¡Al menos yo lo estoy! ¡Ja! Te propongo algo completamente distinto, mi Luli
adorada. Quiero que estemos juntos todo el tiempo, que trabajemos juntos y que
compartamos nuestras vidas. De esta forma mataríamos dos pájaros de un tiro. Te pongo
en la nómina de empleados del Haras con un sueldo razonable, te mudás conmigo, y así
combinaríamos nuestros salarios con un mínimo incremento en los gastos. De paso
entrenamos a tu yegua y la sacamos campeona. Hasta podría hacer que Doña Carmen la
sponsoree. Juntos seremos imparables. Una ecuación perfecta, ¿no te parece?
—No … la verdad es que no, no me parece.
Gonzalo frunció el ceño. Ahora era él el que no entendía.
—Creo que estás confundido, Gonzalo, en serio.
De repente, a él se le iluminó la cara. —Ah, ya entendí. Ni siquiera nos besamos, por eso
estás tan inquieta. Eso se arregla enseguida. —Gonzalo acercó su cara a la de ella
mientras fruncía su boca para darle un baboso piquito en los labios.
Elisa entró en pánico y se levantó del sillón de un salto. —No me entendés. No me
interesa irme a trabajar al Haras ni me interesa salir con vos. No quiero herir tus
sentimientos pero … lo cierto es que ni siquiera me gustás.
Gonzalo empalideció. Jamás había considerado esa opción. —Pero tu mamá me dijo que
…
—No sé que te dijo, pero por lo visto se equivocó.
—¿Qué? ¡No puede ser! ¡Adela! — llamó Gonzalo mientras Elisa se escapaba hacia la
puerta.
En eso entró Tomás y vio a su hija con cara de angustiada y a su esposa tratando de
calmar a Gonzalo Colina, que parecía muy nervioso. —Eli, llegaste, ¿cómo te fue en …
qué pasa?
—¿Qué pasa? — Adela respondió, muy enojada. —Pasa que Gonzalo le pidió a tu hija
irse a vivir a Córdoba con él y ella le dijo que no. ¿A vos te parece, con la malaria que
hay, rechazar semejante oferta?
—Papá, por favor, decile. — Suplicó Elisa.
—¿Te ofreció trabajo? —le preguntó Tomás.
—Quiere que viva con él.
Por la cara que puso Elisa, Tomás entendió que la propuesta no había sido del todo
decente. —¿Qué le propusiste a mi hija vos? —Tomás increpó a Gonzalo, cerrando los
puños de manera amenazadora.
—Por favor, Tomás, no me malinterpretes. Lo mío es perfectamente honorable. ¡Hasta
estoy dispuesto a casarme con ella si es preciso! ¡Jamás le faltaría el respeto así a una
hija tuya, con lo amable que ha sido tu familia conmigo!
—¿Ves lo que te digo? — Adela se metió en el medio. —Hasta se quiere casar y esta
mocosa lo rechaza así como así. Tomás, tenés que convencerla.
El señor Benítez miró a su hija, que estaba temblando de los nervios. —Por lo visto,
Elisa no está de acuerdo. Si ella no quiere, no puedo obligarla a nada. Muchas gracias
Gonzalo, por tenernos en cuenta para tus proyectos, pero creo que no va a caminar. Va a
ser mejor que te vayas.
—¡No lo puedo creer! — exclamó Colina mientras caminaba hacia la puerta con paso
acelerado. —Es la situación más humillante de mi vida. Esto me pasa por involucrarme
con gente de cuarta. — Tomás le abrió la puerta y antes de salir, Gonzalo se paró y, con
desdén, miró a Elisa por sobre su hombro. —Cometiste el error de tu vida, nena. Todavía
sos joven como para tomar conciencia de lo que acabás de perder, pero ya te vas a
arrepentir. Dudo que se te vuelva a presentar otra oportunidad así en la vida. Si me
disculpan, el Dr. Ramírez me invitó a cenar. Esa sí que es gente de categoría. Buenas
tardes.
Gonzalo se fue dando un portazo y Elisa suspiró aliviada.
—¡Pero que pedazo de pelotudo! — Dijo Tomás. —Encima te amenaza antes de irse.
Que se vaya con los Ramírez, que ahí sí que van a ver como sacarle provecho a su visita.
Conociéndolo al viejo, el pobre idiota va a terminar la noche con la billetera vacía.
—¡No puedo creer lo que acabás de hacer! — Le gritó Adela a su marido. —¡Andá y
traélo de vuelta!
— ¿Qué? —Preguntó su marido.
—¡Que vayas ya a buscarlo!
—Ni loco.
—¡Si no vas a buscarlo ya mismo te juro que no vuelvo a hablarte en toda mi vida!
—¿En serio? Eso sería genial, mi querida. Es el favor más grande que nos podrías hacer
a todos. — Le contestó él mientras subía por la escalera hacia los dormitorios.
—¡Tomás, vení para acá que te estoy hablando!
—Dijiste por el resto de tu vida, Adela, ¡así que ni una palabra más! ¡No quiero volver a
escucharte hablar nunca más!
Adela se puso a llorar y Elisa corrió para su cuarto en donde se quedó encerrada hasta el
otro día.
Capítulo 10
Carla Ramírez siempre fue una chica práctica. Nunca tuvo grandes pretensiones en la
vida, por lo tanto jamás se preocupó demasiado por seguir una carrera y armarse un
futuro. Su sueño era encontrar un marido que la mantuviera y tener varios hijos; en
fin, vivir una vida simple y sin complicaciones. Su papá era un veterinario bastante
reconocido en la zona y en general la familia tenía un buen pasar. Vivía cómoda.
Hasta que llegara su tan soñado pretendiente, eso le bastaba. Pero las cosas no
siempre salen como uno quiere y los hombres de buen pasar no crecen en los árboles
y Carla, ya cerca de los 27 años, vio que se le acababa la juventud y que los hombres
de su edad que había en el pueblo –que valían la pena-- ya tenían pareja.
La vida de la familia Ramírez dio un giro inesperado cuando la madre de Carla
falleció de manera repentina. Así fue como la chica que siempre quiso una vida
simple, vio complicada su existencia cuando su papá se volvió a casar con una mujer
que sí tenía expectativas en la vida y no soportaba la pasividad y falta de ambición de
Carla. Sus dos hermanos varones eran una luz para los negocios y estaban muy
metidos en la compra-venta de ganado por lo que Carla empezó a sentirse desplazada
y presionada por no despegar del nido. Para que no estuviera en casa sin hacer hada,
su padre la obligaba a trabajar con él y no es que esto le molestara, sino que tratar con
vacas y caballos en el medio del campo o dentro del hipódromo no era lo suyo.
Fue así que cuando Gonzalo Colina apareció cabizbajo y taciturno después del
desaire de los Benítez, Carla vio una oportunidad para escapar de su aburrida
existencia y por sobretodo de la rompebolas de su madrastra. Bastó con ponerle la
mano en el hombro a Gonzalo y decirle cuánto lo sentía para que él se interesara en
ella y empezara a cortejarla. Carla se sintió atendida, querida. Gonzalo podía ser un
poco chapado a la antigua, algo presumido, pero la trataba como una reina y la hacía
sentir deseada. Intimaron rápido –Carla era famosa por su rapidez con los hombres,--
y se sentían cómodos el uno con el otro. Poco después vino la propuesta de trabajar y
vivir juntos y Carla ni lo dudó y empacó sus cosas para irse a Córdoba.
—¿Estás segura de lo que estás haciendo? — Preguntó Elisa, muy sorprendida de la
decisión de su amiga.
—Si, completamente.
—Carla, pensalo un poco. Apenas lo conocés.
—Ya pensé todo lo que tenía que pensar. Gonzalo es un buen tipo y nos llevamos re-
bien. Es súper atento. Acá no tengo posibilidades de progresar, Eli, y lo que me
ofrece es muy interesante. No quiero pasar el resto de mi vida cargando el maletín de
mi papá y esterilizando sus instrumentos. Me tiene podrida la gente que llama a las 2
de la mañana porque está pariendo una yegua o porque el pichicho mordió un sapo.
La esposa de papá me saca de quicio y mis hermanos me tratan como si fuera un
parásito. Al menos, con Gonzalo, puedo tener un proyecto de vida. Hasta me propuso
matrimonio, ¿lo podés creer? Por ahora viviríamos en la casa que le dan en el Haras,
que te comento está lindísima, aunque Gonzalo me comentó que está pensando en
comprar una casita para los dos y que quiere que nos casemos antes para que también
esté a nombre mío. Te juro que por primera vez en la vida siento que puedo contar
con alguien, que se preocupan por mí
—Bueno, si es así, les deseo lo mejor. Vos te lo merecés. — Elisa le sonrió
amablemente. No creía que todo fuera tan color de rosa como Carla lo pintaba. Para
ella, Carla simplemente estaba tratando de auto convencerse de que estaba haciendo
lo correcto.
—¿Me vas a venir a visitar? — preguntó Carla casi como una súplica. — Si voy a
extrañar a alguien, va a ser a vos.
—¿Te parece? Después de lo que pasó con Gonzalo …
Carla le tomó la mano con cariño. —No te preocupes, eso ya está olvidado. Si hay
algo que se puede decir de Gonzalo, es que no es rencoroso. Es más, está agradecido.
Dice que si vos no lo hubieras rechazado, él nunca se habría fijado en mí y se habría
pasado por alto a la mujer de su vida.
—Entonces si, los voy a visitar cuando me digan.
Durante los próximos dos meses, Elisa supo del Equipo Ecuestre del Norte por lo que
escuchaba por televisión y leía en las revistas hípicas que llegaban al pueblo. En
cable, por ESPN, siempre miraba los torneos de salto importantes, a veces en directo,
a veces en diferido y Elisa pudo ver a Darcy y a Tuareg saltando en algunos
concursos internacionales. Lo vio salir segundo en el campeonato Mundial de Jerez
para el varias veces campeón mundial y jinete Olímpico Karl Weber, de Alemania, y
también vio a Carlos obtener un honroso 3er puesto en una carrera cross country de
alto Handicap en Francia. Teodoro y Luisa también tuvieron excelentes desempeños,
llegando hasta las finales de varios concursos. Les estaba yendo muy bien en Europa.
El 4 de junio saltaban la tan esperada Copa de las Naciones. En este torneo, los
jinetes competían como equipo representando a su país. Debido a la diferencia
horaria, el cable transmitía en diferido a las 3 de la tarde, hora local. Los Benítez,
fanáticos como eran de la equitación, estaban listos frente al televisor y hasta
invitaron a algunos amigos y parientes para ver la prueba todos juntos. Daniel y a
Jerónimo aparecieron al llamado de Elisa y no faltaron sus tíos Marcela y Esteban
Girardi, que se vinieron especialmente desde Tandil para esta importante ocasión.
Los Girardi eran una pareja pisando los cuarenta, con 3 chicos en edad escolar, y en
general mantenían una relación muy cercana con los Benítez. Esteban era el hermano
menor de Adela y siguiendo con la tradición familiar, estaba vinculado a los caballos.
Junto con su esposa Marcela, quien heredó de su padre una buena cantidad de
hectáreas en Tandil, dirigían una escuelita de equitación para todas las edades.
Esteban era muy hábil para los negocios, con reputación de ser un tipo serio y
trabajador y su esposa Marcela venía de una familia tradicional de la zona. Si bien la
escuelita les daba muchas satisfacciones y los mantenía vinculados al hipismo, la
mayor fuente de ingresos del establecimiento la proporcionaban los pensionistas de
descanso –tanto de polo como de salto—y, por sobre todo, el turismo eco-rural y de
aventura, un boom en la región que contaba con el apoyo y el estímulo del Municipio.
El establecimiento ‘Arroyo de Piedra’ era famoso por las cabalgatas por las sierras, el
montañismo y los circuitos de trekking y ciclismo. El establecimiento fue cede del
Torneo Nacional de Endurance en un par de ocasiones y la pared de piedra de casi
40m de altura ubicada en la ladera norte del cerro que tenían dentro del campo era la
preferida de los escaladores que se estaban entrenando para mayores altitudes.
Marcela tenía un especial aprecio por sus sobrinas, sobre todo por las dos mayores, a
quienes consideraba chicas buenas, sensatas y responsables. Para ella siempre era un
placer recibirlas en casa o viajar a Esperanza a visitarlas.
—¿Y se fue así, sin decirle nada? — Preguntó Marcela luego de que Elisa le contara
como terminó la casi-relación entre Carlos y Julieta.
—Si, al final resultó ser un cretino.
—Pobre Juli, estaba tan ilusionada. Por lo que me comentó por teléfono, parecía ser
una buena persona. En fin, uno nunca sabe. Mejor que se lo saque de la cabeza y siga
con su vida. Julieta es una chica preciosa, no le va a costar nada encontrar alguien
que la quiera.
Elisa suspiró dramáticamente. —Eso espero. Mamá también cuenta con eso. No ve la
hora de que todas nos casemos nos vayamos de casa.
—No le hagas caso. Sabés como es tu mamá. No lo dice con malas intenciones.—
Marcela miró a su sobrina con una sonrisa picarona. —¿Y ese tal Jerónimo? Es muy
agradable y lo veo bastante interesado en vos.
A Elisa le brillaban los ojitos. —Lindo, ¿no? Pero no pasa nada. Somos amigos.
—¿Cómo se conocieron?
La pregunta dio pie para que Elisa empezara a contarle la historia de Jerónimo y su
relación con el anterior empleador de ella, el controvertido Guillermo Darcy.
Llegando al final del cuento, Marcela se dio cuenta de que Elisa le tenía poco aprecio
al Sr. Darcy y aunque su desagrado hacia él no parecía ser del todo infundado, sí le
resultaba un poco exagerado. Igualmente escuchó atenta, poniéndole un filtro de
razón al exacerbado resentimiento de Elisa hacia su anterior patrón y al final terminó
simpatizando un poco con el pobre Jerónimo, aunque algunos detalles del trágico
racconto le resultaran poco creíbles.
—Te soy sincera, Elisa. Todo ese cuento me parece muy raro. La Peregrina es un
Haras de excelente reputación, y Guillermo Darcy es una persona muy reconocida en
el ambiente. Me parece imposible que haya hecho algo así.
—Vos sabés como es esto, Marce. Pasan más cosas raras de lo que uno se imagina.
—Ya lo sé. Sin ir más lejos, un vecino nuestro contrató un domador para amansar una
potranca y cuando se la trajo de vuelta, luego de 4 meses de doma, la probaron en el
campo y la yegua andaba de lo mejor. Cuando la tratan de montar a los pocos días,
empezó a corcovear como loca. Al parecer, el tipo no la pudo domar, y con tal de
cobrar, la dopó para que pareciera mansa. El pobre muchacho que la montó casi se
quiebra un brazo. Igual, me parece rarísimo. —Agregó Marcela. —Conozco gente
que tiene cierta relación con Darcy, que lo han tratado en varias oportunidades y
siempre me han hablado muy bien de él. Es más, me han comentado que la
enfermedad de la yegua lo afectó mucho y que estuvo a punto de retirarse.
—Seguro que se sentía culpable.
—Voy a tratar de averiguar algo. Este verano seguramente me mandarán caballos de
descanso y tal vez alguien sepa más del tema.
—¡Ya empieza! — Gritó Adela. —¡Apurate con el pochoclo, Luli!
—¡Voy! Elisa tomó la bandeja y corrió para el living en donde estaban todos reunidos.
La primera media hora de transmisión era una recopilación de los momentos más
importantes del día anterior al evento. Los cuatro miembros del Equipo Ecuestre del
Norte –el equipo Argentino, para ese campeonato—clasificaron para las rondas
finales de la Copa Toyota de las Naciones. El Torneo se saltaba al aire libre, en un
recorrido que era a la vez hermoso y complicado. Las finales empezaban a 1,40m y, a
medida que se iban eliminando jinetes, se subirían hasta 1,50m o más.
Luego de 2 rondas, sólo quedaban 5 jinetes en carrera, dos de los cuales eran
argentinos: Guillermo Darcy y Carlos Barrechea. Los otros eran Rodrigo Paença de
Brasil, Karl Weber de Alemania y Colin Fitzwilliam, de Inglaterra. Weber tuvo un par
de derribos al entrar, lo que lo sacó de la competencia casi inmediatamente. Carlos,
más medido que de costumbre, mantuvo corta a su explosiva Sonata e hizo un
recorrido limpio, pero cometió un par de errores técnicos que le generó 3 faltas. Si los
otros causaban derribos, sería el ganador individual del torneo.
Le siguió Darcy. Con sólo verlo, el corazón de Elisa saltó de emoción. Vestía el
clásico saco rojo, casco y botas negras y tenía una discreta escarapela celeste y blanca
en la solapa. Estaba más buen mozo que nunca y cada vez que le hacían un close-up a
ella le revoloteaban mariposas en el estómago.
—No se puede negar que es bueno. —Comentó Esteban. —Y el caballo es precioso.
¿Es tan lindo como se ve por la tele?
—Mucho más impresionante personalmente. — respondió Julieta, todavía un poco
compungida luego de ver a Carlos en pantalla. A pesar de todo, le deseaba lo mejor.
Darcy salió de pista luego de un recorrido impecable de 1:41 minutos. Su victoria
dependía del desempeño del siguiente competidor.
Rodrigo Paença, de Brasil, un maestro de maestros, entró al ruedo montando un
poderoso padrillo blanco. Con una destreza y técnica impecable, hizo todo bien desde
el principio. Elisa ya empezaba a sentir, con un dejo de dolor en el pecho, que era el
ganador del concurso. Cruzó los dedos, rezó para que tirara el último poste, pero no,
terminó con un recorrido limpio. Pero cuando el cronómetro mostró 1:55 minutos, no
pudo reprimir el grito de alegría. Darcy era el ganador individual del torneo y
acababa de darle importantísimos puntos a su equipo. Si las cuentas no le fallaban, la
Argentina, por primera vez en su historia, acababa de coronarse Campeona de la
Copa de las Naciones.
En la casa todos estaban aplaudiendo y vitoreando. Todos menos Jerónimo, que no
pudo reprimir un comentario sarcástico en contra de su ex amigo.
—Ganó otra vez. Ni me quiero imaginar el tamaño que debe tener su ego en este
momento.
Elisa miró por sobre su hombro, no muy de acuerdo con el exabrupto. Darcy era lo
que era, pero este era un triunfo más que merecido. Y el hecho de que esto hiciera que
el país ganara este importantísimo campeonato internacional lo hacía aún más
meritorio.
Las cámaras se enfocaron en Darcy, quien estaba aguardando el resultado en la pre-
pista, junto a Carlos, ambos montados en sus respectivos caballos. Elisa lo vio
relajarse lentamente y una amplia sonrisa se le dibujó en el rostro al saberse ganador.
En su mirada había orgullo y felicidad, pero también pudo discernir algo más, esa
enorme satisfacción que se siente cuando meses de esfuerzo y sacrificio se ven
recompensados, cuando el tan deseado objetivo es finalmente alcanzado. Sin duda,
Darcy trabajó muy duro para llegar a este punto y se merecía cada segundo de su
éxito.
El programa estaba editado, así que de esa imagen pasaron directamente al podio, a la
entrega de premios. Por primera vez en la historia, la Argentina era la campeona de la
Copa de las Naciones y un jinete argentino, Guillermo Darcy, se proclamaba el
ganador individual del torneo. Elisa no podía estar más orgullosa de su país y de este
extraordinario equipo del cual todavía se sentía parte. Los cuatro jinetes subieron a
recibir el premio por su nación y luego se entregaron los trofeos individuales. Darcy
recibió una enorme copa de plata y Carlos obtuvo un excelente tercer puesto.
Como los demás se alejaron para tomar el café en la mesa, Elisa se quedó sola frente
al televisor viendo el cierre de transmisión. Las cámaras estaban haciendo un paneo
de podio y sus alrededores y ella miraba fascinada la euforia del festejo, sonriendo al
ver a Carlos descorchar la enorme botella de champagne y sacudirla con fuerza,
bañando a todos los presentes con un carísimo Dom Pérignon. Mientras el locutor
hacía el cierre, pudo observar como la gente se acercaba a saludar a los ganadores, a
los fotógrafos corriendo de acá para allá y a una rubia alta y despampanante colgada
del cuello de Darcy.
¿Y ésa quien era?
Capítulo 11
Dos semanas pasaron y Elisa seguía inmersa en su tediosa rutina. Estaba decidida a
estudiar una carrera, aunque tenía dudas acerca de cual. Le interesaba la producción
animal y lechera, hasta dictaban una tecnicatura en la Universidad de Mar del Plata,
pero no estaba del todo convencida ya que quería hacer algo más relacionado con
reproducción en grandes animales. Tal vez algo más relacionado con la inseminación
y transferencia embrionaria, y encontró distintos lugares en donde dictaban cursos
bastante cerca de su casa, pero eran bastante caros y muchos de ellos eran de
posgrado. Si quería seguir ese rumbo, iba a tener que encontrar la forma de pagarlo y
mientras siguiera amarrada a la Arboleda y su mediocridad, eso iba a ser imposible.
A Jerónimo lo veía de vez en cuando, ya que andaba atareado por ahí, haciendo vaya
a saber qué. Iba y venía de Mar del Plata todo el tiempo, a veces viajaba a Buenos
Aires y dejaba bien en claro qué es lo que hacía. Elisa no terminaba de entenderlo. La
pasaban bien juntos, a veces flirteaban, hasta se encontraron un par de veces en el
boliche y bailaron casi toda la noche –Jerónimo era un genio bailando-- pero después,
cuando venía a verla, no pasaba nada. Lo bueno es que la ayudaba mucho con Brisa y
gracias a sus instrucciones la yegua había hecho buenos progresos.
Una tarde, luego de que Jerónimo pasara un rato a tomar mate y a ver como entrenaba
la yegua, Elisa recibió un llamado de su tía, quien le contó algunos trascendidos
acerca de la extraña enfermedad de Miss D.
Lo único claro de todo el asunto era que nadie sabía exactamente qué había pasado.
Marcela supo por una persona que estuvo en el torneo que la yegua amaneció en el
suelo y que no se levantaba. Se hablaba de una fuerte intoxicación o algún caso raro
de lesión interna. Unos días más tarde Miss D fue llevada a la Peregrina y nunca más
se supo de ella.
Elisa se quedó con un sabor amargo en la boca después de la conversación. Si bien su
tía le dijo que eran todos trascendidos no confirmados y que nadie sabía a ciencia
cierta qué había pasado, ella creía que había un fondo de verdad en la historia que le
contó Jerónimo. Sólo le restaba probar que fue Darcy quien drogó a la yegua. No
sabía que iba a hacer con esa información una vez que la obtuviese, pero el sólo
hecho de conocer la verdad (o lo que ella suponía era la verdad), le hacía hervir la
sangre de bronca. Era un hecho imperdonable.
Todavía no se había recuperado del llamado cuando el teléfono volvió a sonar. Esta
vez era Carla, y tampoco transmitía buenas noticias.
—¡Luli! ¿Como estás?
—Re bien, — Elisa mintió un poquito. —¿Y vos?
—Mas o menos. Me patiné en la ducha el otro día y me disloqué la muñeca.
—¿Qué? ¡Ay Carla! ¡Qué mala suerte!
—No es para tanto. La verdad que no fue grave, pero tengo para 20 días de yeso.
—Pobre. Con todo el trabajo que tenés. Bueno, al menos ahora podés descansar un
poco. — Elisa trató de darle ánimo.
—Justo de eso te quería hablar. Tenemos 6 caballos que terminar para el final de la
temporada y estamos con poco personal. ¿No tenés ganas de venirte a darnos una
mano?
Elisa dudó un poco. —No sé, ¿te parece? Después de lo que pasó …
—Elisa, por favor no seas tonta. Ya te dije que no pasa nada con Gonzalo, ya se
olvidó del tema. Dale, venite, así también me acompañás un poco. Acá estoy un poco
sola y estar todo el día con Gonza me aburre un poco.
Era la primera vez que Elisa oía de recién casados aburridos y queriendo compañía.
—Bueno, está bien. El lunes me tomo el micro para allá.
Carla le explicó como llegar y Elisa se fue directamente para al cuarto a preparar su
bolso. Un tiempo fuera de casa le iba a venir muy bien.
Para principios de julio, Elisa ya estaba instalada en la casita de los Colina, una
cabaña estilo alpino que el Haras Rosa del Carmen disponía para el entrenador en
jefe. Estaba completamente equipada, tenía 3 dormitorios y un living confortable, con
una gran salamandra de hierro fundido que calentaba la casa de manera muy
agradable. También tenía un jardín con una quinta y un invernadero en donde
cultivaban vegetales (Gonzalo era fanático de la horticultura) y un gallinero en el
fondo que los proveía de huevos y pollo fresco. Chupamedias como era, Gonzalo
siempre mandaba una canasta de verduras y productos de granja a la casa principal
para que su honorable patrona, Doña María del Carmen Figueroa Anchorena de
Álzaga y Achával tuviera productos frescos y de primera calidad para preparar sus
opíparas cenas.
Los Colina la recibieron muy bien y Elisa enseguida se sintió en casa. Le encantaba
el lugar. El establecimiento estaba en una zona netamente sojera y el paisaje era
mayormente plano –La Rosa del Carmen ocupaba unas 1,200 hectáreas en límite
oeste de la pampa húmeda cordobesa--, y yendo hacia el lado de Rio Cuarto, los
campos empezaban a quebrarse y aparecían esos arroyitos de piedra tan pintorescos y
unos montes de chañares y sauces que le daban un aspecto encantador.
Elisa se entregó al trabajo apenas llegó. Con seis caballos para entrenar, se la pasaba
sentada en una montura. Por suerte, el trabajo más pesado estaba a cargo de los
mozos de establo, que hacían la limpieza de boxes, cepillado y el mantenimiento de
los equipos, por lo que Elisa se podía concentrar en montar y entrenar. Los caballos
no sólo eran excelentes, sino también eran tratados como lo que eran: animales
superiores de alta competición. Gonzalo podía ser un perfeccionista y un tremendo
rompe-pelotas, pero había que reconocerle que el tipo sabía lo que hacía. No se le
escapaba detalle y sabía como dirigir a la gente. Nunca en su vida Elisa había visto
instalaciones tan meticulosamente cuidadas ni una caballada de esa calidad. La Rosa
del Carmen era, sin duda, un establecimiento de primera con caballos de primera.
Por lejos, la pupila favorita de Elisa era Miriñaque, una yegua colorada con las 4
patas blancas y un barrilete blanco en la frente que era un placer montar y entrenar.
Era dócil, pero con un espíritu incansable. Le gustaba trabajar y saltar con sólo un par
de semanas de entrenamiento, Elisa sentía que había hecho más progresos con
Miriñaque que luego de meses de batallar contra Brisa.
La patrona de la estancia, Doña María del Carmen Figueroa Anchorena de Álzaga y
Achával era lo que llamarían una señora ‘paqueta’ que hablaba con ese tono afectado
tan típico de la clase alta argentina. Parecía que tenía una papa en la boca. Tenía
rasgos agradables y seguramente fue muy bonita en su juventud, pero sus facciones
estaban algo endurecidas por la excesiva exposición al sol y el clima duro del campo.
La señora era reconocida por su fortaleza y dirigía su estancia con eficiencia y
rectitud. Su gente la respetaba y la apreciaba. Era lo que se llamaría una estanciera de
ley. Cuando era más joven acostumbraba montar por el campo moviendo rodeos con
la peonada y supervisaba el pesaje de la cosecha al pie de la balanza. Ahora, más
apaciguada por los años, se dedicaba a cultivar su jardín y a criar sus caballos de
salto, cediéndole la dura tarea de dirigir la explotación agrícola-ganadera a sus
administradores. Igualmente nada se hacía sin consultarle. En la Rosa del Carmen no
se podaba una planta si la señora no lo autorizaba primero.
—¿Y decís que tu papá montaba? — Doña Carmen volvió su atención hacia la joven
muchacha que los Colina habían contratado para ayudarlos con los caballos. De
entrada le pareció demasiado joven, pero luego de charlar un rato se dio cuenta de
que era poseedora de una personalidad fuerte y vivaz.
—Si, Doña Carmen, verá usted, el papá de Elisa era un renombrado jinete de Buenos
Aires allá por los ‘80. Tengo entendido que trabajó con los principales Haras de la
costa. — Gonzalo se apuró en hablar. Había iniciado las presentaciones hablando
largo y tendido del breve currículum de Elisa y como no quería que nada saliera mal
durante esta primera reunión con la patrona, prefirió contestar él mismo a todas las
preguntas.
—¿En cuáles? —preguntó la señora. —Me suena mucho el apellido Benítez, aunque
es bastante común, si vamos al caso. Había un tal Benítez que trabajó los caballos de
los Montero. Muy buen entrenador, pero ellos están más para el norte de Buenos
Aires, no en la costa.
—No creo que sea mi papá. Él se retiró hace unos 10 años, pero mientras aún
montaba se dedicó más a competir que a entrenar los caballos de otros.
—Es muy común. Ahora hay muchos establecimientos que contratan jinetes
profesionales para llevar sus productos a los principales circuitos. Se alcanzan valores
mucho más altos de venta según el desempeño y experiencia que tengan sus caballos.
Es por eso que nosotros nos esmeramos tanto en darles a los nuestros el mejor
entrenamiento. Generalmente tenemos lista de espera de compradores. Pero antes
quiero estar segura de que no se me está escapando un verdadero campeón. No
quisiera que un caballo superior sea desperdiciado en circuitos menores.
—Por supuesto, Doña Carmen, tiene que tener mucho cuidado de a quien le vende sus
excepcionales productos, no vaya a ser que un caballo suyo vaya a parar a las manos
incorrectas, se perdería …
Doña Carmen lo hizo callar con un ademán mientras se dirigía a Elisa nuevamente.
—¿Toda tu familia está vinculada a los caballos?
—No toda. En realidad somos mi papá, mi hermana mayor y yo los que estamos en el
tema. Mi hermana Julieta es veterinaria de equinos. Está recién recibida y hace
prácticas en el hipódromo de Mar del Plata.
—Y el establecimiento de tu padre ¿exactamente a que especialidad de la equitación
se dedica?
—Más que nada tenemos pensionistas de descanso, tanto de polo como de salto.
Durante la temporada hacemos algo de turismo, organizamos cabalgatas y esas cosas.
A veces damos clases de equitación, pero no tan seguido como antes.
Doña Carmen puso cara de desagrado. Esa era la típica suerte de los establecimientos
chicos que no podían afrontar los gastos como los grandes Haras ni competir con la
superioridad genética de sus productos. Al final terminaban reconvirtiéndose para
poder sobrevivir.
—Hoy se ha puesto de moda esto de las estancias convertidas en emprendimientos
turísticos o desarrollos inmobiliarios. Esto es lo que pasa cuando las familias no se
unen para conservar el patrimonio y fraccionan los maravillosos campos de sus
ancestros para venderlos al mejor postor. Los que compran rara vez mantienen esas
instalaciones históricas. Eso ha hecho que se pierdan verdaderas joyas de nuestro
patrimonio histórico y cultural. Cuando pienso que el casco de la estancia Pereyra
Iraola es hoy un country club¹, se me ponen los pelos de punta.
—¡Cuánta razón tiene, Doña Carmen! — acotó el siempre obsecuente de Gonzalo. —
Eso ha hecho que se pierdan grandes Casonas, como la Escondida y La Postrera,
aunque el castillo afortunadamente sigue en pie, y muy bien mantenido por cierto,
para el disfrute de todos aquellos que transitan la ruta hacia la costa.
La señora sonrió al recordar la historia del llamado Castillo de Guerrero,
originariamente de Don Martín de Álzaga, pariente lejano suyo, un impulsor de la
ganadería en el país y de su esposa Felicitas Guerrero de Álzaga, la joven viuda y
heredera de su enorme fortuna, quien fuera brutalmente asesinada por un pretendiente
despechado. ¡Si sus paredes hablaran!
—Tengo entendido que la capilla Santa Felicitas se ha restaurado. Algún día de estos
voy a pasar, aunque sea para dejarle unas flores a tan noble dama. Hasta hicieron una
película de su vida.
Elisa escuchaba atentamente a Doña Carmen. Por momentos la señora le parecía
ridículamente pomposa, pero también le resultaba interesante. A Elisa siempre le
gustó la historia, los cuentos de malones y cautivas, las leyendas de aparecidos, de
amores contrariados, de estancieros de la Belle Epòque que viajaban a Europa y
embarcaban su propia vaca para que a sus niños no les faltara su vaso diario de leche
fresca durante el cruce del Atlántico. Y la Rosa del Carmen era exactamente eso, una
parte de la historia de la provincia. En su biblioteca había libros únicos, en sus
muebles se habían sentado presidentes y gobernadores, en sus tierras, se labró un
país.
—Y, ¿qué te pareció la vieja? — Carla le preguntó a su amiga una tarde mientras
volvían para la casa después de trabajar con los caballos.
—Un personaje. Tiene pinta de ser una persona difícil, pero igual me cayó bien. —
respondió Elisa.
—A veces se pone un poco pesada. Tiene esos delirios de matriarca, de castas locales
y oligarquías, pero no es mala. Vos sabés como es la gente de plata, sobre todo los de
cuna. Se creen que porque sus tátara-tátara-bisabuelo vino en un carro tirado por
bueyes y luchó contra los indios, son los dueños de la provincia.
—Y lo peor que la mayoría perdió todo porque sus herederos fueron una manga de
vagos que se dedicaban al juego y a despilfarrar la plata de sus padres. —Elisa se rió.
—Aunque tengo que reconocer que doña Carmen ha sabido administrar muy bien su
patrimonio. La estancia es un lujo.
—Oí decir que la hija es un haz para los negocios. Es abogada. Y la madre sabe como
explotar el campo. Los caballos se venden en fortunas, y lo que no se usa para
pastoreo está sembrado con soja y maíz. Y vos sabés bien la plata que deja eso. —
Mientras caminaban, Carla cambió de tema. —Che, nunca me dijiste como te fue con
Jerónimo. ¿Al final salieron o no?
Elisa puso cara de desilusión. —No. Pero somos bastante amigos. Lo nuestro es más
platónico.
Carla aprovechó la oportunidad para expresar su opinión acerca de Jerónimo. —A mí
siempre me pareció raro. Es más, para mí, es maricón.
Elisa largó una carcajada. —¡Estás loca! ¿De dónde sacaste eso?
—¿No notaste como se viste? Hasta combina la hebilla de los zapatos con la del
cinturón. Además, su relación con Daniel siempre me pareció medio rarita. Es más,
Daniel también me parece que patea para el otro arco. —Carla hizo un ademán con la
mano muy común en los gays. —La hermana me contó que de chico jugaba con sus
muñecas.
—Son amigos, Carla. — Elisa descartó completamente la posibilidad. De repente,
miró hacia la casa y vio estacionada una enorme camioneta Toyota negra, y enseguida
la reconoció. —¿Che, esa no es la camioneta de Guillermo Darcy?
—Parece, ¿no? Debe ser, porque Gonzalo me comentó que Darcy venía a pasar unos
días en casa de su tía.
—¿Porqué no me dijiste? —La voz de Elisa subió una octava.
—Se me habrá pasado.
—¡Pero Carla! ¡Me tendrías que haber avisado!
A Carla se sorprendió ante el repentino nerviosismo de su amiga. —¿Porqué te ponés
así?
—¿Así cómo?
—Así de histérica. ¿Te pone nerviosa que Darcy esté acá?
—¿Se queda mucho tiempo?
—Qué sé yo. Gonzalo me dijo que generalmente viene para seleccionar los productos
que salen a la venta en el remate anual del Haras. Creo que es copropietario de varios
caballos.
Elisa revoleó los ojos con fastidio. Una vez que encontraba un lugar lindo en donde
estar, se aparecía este tipo para arruinarle la vida. —No lo puedo creer.
—No veo cuál es el problema.
—¡Que no lo soporto!
Carla no pudo reprimir una sonrisa divertida. —Creo que estás exagerando un
poquito.
En eso vieron a Gonzalo venir corriendo por el camino, agitado y llamándolas a los
gritos.
—¡Carla! ¡Por fin te encuentro! ¿En dónde estabas?
—Estaba yendo para casa.
—No sabés quien viene a visitarnos. ¡Guillermo Darcy! Vino con el primo, Ricardo
Figueroa, otro sobrino de Doña Carmen. Me acaban de llamar avisándome de su
llegada. ¡Apurate que la casa es un desastre!
Carla miró como su marido pegaba la vuelta y corría para poner orden en su vivienda
ante del arribo de los ilustres visitantes. Sin inmutarse, dejó que Gonzalo se ahogara
en su propia ansiedad. No le quedaba claro de qué es lo que tenía este tal Guillermo
Darcy, ya que su presencia parecía causar una histeria colectiva. Elisa estaba inquieta
como una ardilla y Gonzalo corría por todos lados como gallina degollada.
—¡Qué raro! — dijo Carla. —Recién llega y viene a nuestra casa. ¿Porqué será? No
creo que sea para verme a mí o a Gonzalo. Estoy segura de que ni se debe acordar de
su nombre.
—¿Qué querés decir? — Elisa estaba confundida.
—Por favor, Luli, no te hagas la tonta. —Carla le lanzó una mirada sugestiva.
—¿La podés cortar? Me tenés harta con eso.
Carla suspiró y no dijo nada más. Elisa era sin duda la chica más obtusa que había
visto en su vida.
La casita de los Colina fue un revuelo por un buen rato. Gonzalo corría por todos
lados acomodando cosas y quejándose por la desprolijidad de su esposa mientras que
Carla, a pedido de él, horneaba unos brownies de cajita para recibir a los visitantes.
Pero los señores se hicieron rogar y no se mostraron esa tarde, lo que provocó una
discusión entre Carla y Gonzalo en la cual éste último confesó que no entendió bien
si venían ese mismo día para la hora del té o si se encontraban directamente en la
caballeriza a la mañana siguiente, después del desayuno. Elisa, a quien no le había
caído muy bien la noticia de la llegada del benemérito señor Darcy, esperó toda la
tarde con un nudo en el estómago y prácticamente no pudo dormir de los nervios que
le provocaban el hecho de volver a encontrarse con él después de tanto tiempo.
El tan temido encuentro se produjo a la mañana del día siguiente, frente a la
caballeriza. Los primos aparecieron a ver como vareaban y enseguida fueron
abordados por el pelmazo de Gonzalo, quien los saludó efusivamente. Darcy estuvo
parco como siempre. Su primo, en cambio, era mucho más cordial y simpático.
—Así que vos sos la famosa Elisa. — Dijo Ricardo con una sonrisa muy entradora.
—Oí hablar mucho de vos.
—Espero que bien. — Elisa miró de reojo a Darcy ya que no entendía en dónde
Ricardo pudo haber oído de ella.
—Por supuesto. Guillermo me contó que trabajaste con el hace unos meses y mi tía
también me habló bien de vos. Está contenta con tu trabajo.
—Me alegro. — Ella le sonrió tímidamente.
—Creo que esta es la parte más entretenida de la equitación. O por lo menos la que a
mí más me gusta. —prosiguió Ricardo. —Los torneos no me atraen demasiado. A mí
me gusta mucho más la crianza y el entrenamiento. Encontrar el caballo perfecto para
el jinete adecuado y abrirles el camino para que compitan.
Los ojos de ella fueron de un primo al otro. Por lo visto tenían una sociedad
interesante.
—¿Cuánto hace que viniste? — Darcy le preguntó con el ceño fruncido.
—Dos semanas, más o menos. Carla me pidió que viniera a ayudarla un poco. Con el
yeso no puede hacer mucho. —A Elisa todavía no se le habían ido las palpitaciones
que empezaron el momento que él se acercó a saludarla. Aunque se negaba a
admitirlo, el tipo estaba más hot que nunca. Tenía el pelo más largo y una barba de
tres días –de esas que se dejan a propósito—lo que le daba un look más salvaje e
infinitamente más sexy.
Darcy volteó a ver a Carla y le mostró una sonrisa amable. —Qué mala suerte tuviste.
Al menos te tocó en invierno. Creo que no hay cosa peor que tener un yeso en verano.
Carla se rió. —No te puedo decir porque es el primero que tengo. Igualmente es un
fastidio. Pero ya pronto me lo sacan. Creo que la semana que viene.
Él volvió a dirigirse a Elisa con la misma cordialidad. —¿Y cómo anda todo por allá?
¿Todo bien?
Elisa no entendió a qué se refería con ‘todo’. Darcy se relaciono prácticamente con
nadie durante su estadía en La Reconquista así que supuso preguntaba por su
hermana. —Julieta está re-bien, gracias.
—Que bueno.
Él se la quedó mirando y ella largó el comentario que tenía en la punta de la lengua
desde que supo de su llegada a la Rosa del Carmen. —Se fueron muy repentinamente
el verano pasado. Todos quedamos bastante sorprendidos.
Darcy se movió incómodo en el lugar. —Surgió un problema y tuvimos que irnos
antes de tiempo.
—Si, claro. —Replicó Elisa en un tono un poquito sarcástico.
Él la miró con el ceño fruncido y ella le levantó una ceja mientras le mostraba una
sonrisa poco sincera. La cosa se puso un poco tensa entre ellos y fue Ricardo el que
rompió el hielo con un simpático comentario dirigido a Elisa.
—Me encanta que haya más gente en lo de la tía. A veces es un embole ² estar acá,
Carmen se puede poner un poco pesada y ya conocés a Guillermo, nunca habla
demasiado. Pero estoy seguro de que esta visita va a ser mucho más entretenida.
—Eso espero. —Le dijo ella, no del todo de acuerdo con la afirmación.
Los primos eran visitantes frecuentes de los entrenamientos, a veces juntos, a veces
separados y observaban atentamente el progreso de cada uno de los pupilos. No
estaban más de un par de horas a la mañana y a la tarde, a veces se quedaban por solo
diez minutos por caballo. Ricardo participaba más, hacía algunas observaciones y de
vez en cuando se quedaba un rato más a charlar con Gonzalo y los entrenadores
después de cada sesión, cambiando opiniones acerca de cada animal en particular.
Darcy rara vez abría la boca o se dirigía a ellos, pero Elisa sabía que hacía
observaciones ya que no era inusual que, después de algún entrenamiento
problemático, bajara una nueva instrucción de Doña Carmen pidiendo que se
modificara alguna cosa. Conociendo el estilo de Darcy, Elisa enseguida reconocía su
técnica en la nueva directriz. Esto obviamente sólo alimentaba su enojo y empeoraba
el ya pobre concepto que Elisa tenía de él. La hacía sentir que no eran lo suficiente
buenos como para recibir instrucciones suyas y que él la estaba rebajando un escalón
más en su escala de jerarquías.
La primera semana pasó de esta manera, sin mayores encuentros entre ella y Darcy. A
veces él se iba para Buenos Aires –o a donde fuera—y no reaparecía hasta un par de
días más tarde. Ricardo hacía lo mismo, aunque él sí era un poco más comunicativo
sobre su paradero. Generalmente eran viajes de negocios a la capital o al Haras de la
familia, el prestigiosísimo ‘El Mangrullo’, del cual era el administrador, situado al
Norte de la Provincia de Buenos Aires.
Ocasionalmente Doña Carmen solicitaba información de primera mano e invitaba a
Gonzalo y su gente –Carla y Elisa, nomás-- a tomar el té en la casona. Esto ocurría
aproximadamente una vez por semana. A Elisa le gustaban estas tertulias, le parecían
didácticas, aunque a veces las acotaciones de Gonzalo, que rayaban en el servilismo,
le erizaban los pelos de la nuca. La de la semana en curso coincidió con que ambos
sobrinos de Doña Carmen estaban en la casa por lo que éstos se sumaron a reunión.
Arrancaron como siempre, con Gonzalo y su informe. Esta vez, Darcy hizo
observaciones directas sobre cosas que había visto y no estuvo de acuerdo. Dio un par
de consejos, con ese modo conciso y cortante que a Elisa le chocaba tanto. Tenía
razón, pero ella sentía que hubiera sido más productivo si todo eso se comentaba in
situ, con el caballo y en jinete en pista y corregirlo en el momento, no cuando ya
habían terminado.
Una vez discutido todo lo referente al trabajo, la conversación giró en torno a lo
social. A Doña Carmen le encantaba hablar –especialmente de ella misma—y empezó
con sus historias de la vieja oligarquía cordobesa y bonaerense. A veces era
interesante oírla, a veces no tanto. En esta oportunidad el tema era la jardinería y los
vericuetos que padecieron los fundadores de la estancia para traer los centenarios
árboles de la Rosa del Carmen desde Europa y que fueron cargados desde el Puerto
de Buenos Aires en carros tirados por bueyes para conformar su maravillosa arboleda.
Habló de la dificultad de ciertas especies en adaptarse al clima de la región y para
cuando entró en el tema del nuevo jardín inglés que estaba armando en el parque,
Elisa ya estaba harta de tanta estupidez que se excusó para ir al baño. De ahí se fue
directo al salón contiguo –la sala de trofeos y fotos—y se detuvo a mirar la colección
de fotografías y distinciones que había recibido la estancia en sus más de 100 años de
historia.
—¿Impresionante, no? — Se le acercó Ricardo mientras ella observaba una foto de un
toro Shorthon, gran campeón en La Rural, en 1934.
—Me encanta esta habitación. Estas fotos antiguas me fascinan. ¿Y esa medalla? —
Ella apuntó hacia una medalla de oro de los juegos Panamericanos.
—Es una copia. La mandó el propietario del caballo después de la victoria. Fue la
primera medalla de oro obtenida por un producto nacido en el Haras.
Elisa continuó recorriendo la habitación, absorbiendo todo lo que veía. Había muchos
trofeos, algunos de equitación, otros de ganadería, pergaminos y fotos de señoras con
vestidos largos yendo al hipódromo y de gente elegante en vehículos de principio del
sigo XX. En una pared, ya con fotos a color, Elisa se interesó por un grupo de
imágenes familiares.
—¿Éste sos vos? — Elisa apuntó a una fotografía de 6 chicos al borde de una laguna.
Uno de ellos, el mayor, sostenía un pejerrey de la cola, mostrándolo como un trofeo.
—Si, y aquél es mi hermano mayor, Eduardo. El otro es mi hermano Pablo, mi
hermana Marisa, Guillermo y mi prima Anita, la hija de Carmen. Somos todos los
primos del lado Figueroa. Sólo falta Justina, la hermana de Guillermo, que en ese
momento era un bebé de meses.
—Guillermo era re-flaquito. — dijo ella con asombro.
—Ahí tendría unos nueve años. No sabés como le tomábamos el pelo por eso. Esas no
fueron épocas fáciles para él y nosotros no ayudábamos en nada, creeme. Lo
fastidiábamos todo el tiempo. Pero cuando echó cuerpo, nos hizo callar a todos.— Se
rió entre dientes. —Armábamos unos despelotes bárbaros cuando estábamos todos
juntos. Era muy divertido.
—¿Y ahora se juntan muy seguido? —Elisa notó que en la foto todos sonreían menos
Darcy. Ya era amargo desde chiquito.
—No tanto como antes. Para eventos familiares y esas cosas. Estamos desparramados
por distintos lugares y a veces las obligaciones nos mantienen alejados. Pero con
Billy nos vemos bastante cuando los dos estamos en el campo. Igual con Annie,
aunque ella vive en Buenos Aires. Es la abogada de la familia y la representante de
Guillermo.
—¿Representante?
—¿Suena raro, no? — Se rió Ricardo. —Un jinete de salto con un agente. Decidieron
que ella lo representaría cuando salió el primer sponsoreo grande. Uno no se lo
imagina, pero este deporte está muy profesionalizado. Ahora que Billy empezó a
competir en Europa y está enfocado a los Panamericanos y los juegos Olímpicos,
necesita que alguien se ocupe del aspecto comercial así el puede focalizarse en
deporte en sí. Ana es capaz de sacar plata hasta de las piedras, te aseguro.
Elisa sonrió algo incómoda. ¡Qué lejano estaba todo eso de su mundo! Sus problemas
pasaban más por como hacer para comprarse un celular nuevo y estos tipos se
focalizaban en quien les financiaría su próxima gira por Europa.
—¡Ricardo! — Se oyó la voz de Doña Carmen, —¿no estarás fumando, no?
—No tía. — le respondió.
—Mejor así, ya te dije mil veces que en la casa no se fuma pero nunca hacés caso.
Mostrale a Elisa los trofeos de la estancia. ¡Le van a interesar mucho!
Ricardo revoleó los ojos y Elisa soltó una risita ante su cara de fastidio. En ese
momento, Darcy, aparentemente tan harto de su tía como ellos, se les unió en la sala
de trofeos.
—¿Huyendo de la tía? —Ricardo le preguntó con sorna.
—Al menos no me escapo para fumar a escondidas. ¿No estás un poco grandecito
para eso?
—Muero por un pucho. Hoy Carmen está más densa que nunca.
Darcy sonrió de manera traviesa. —Se habrá olvidado de tomar la pastilla.
Elisa los dejó que hablaran y caminó hacia la otra pared del cuarto, a ver fotos de
hipismo. Darcy estaba en varias de ellas. Algunas eran de campeonatos en Chile y
Brasil, otras en torneos nacionales de primera línea, como el del Haras el Capricho,
en donde al parecer Darcy ganó un primer puesto. Le llamó la atención una en
particular, en la que él tendría unos 15 años, saltando una valla que superaba los
1,20m. Como no quería que la encontrara admirando fotos suyas –no había razón
para seguir alimentado su ya sobredimensionado ego-- dio un paso atrás para dirigirse
al otro lado de la habitación, en donde estaban las fotos de ganadería. No llegó muy
lejos porque enseguida chocó contra el cuerpo de un hombre (alto y firme) y en
seguida supuso que era Darcy, ya que éste tenía la mala costumbre de acercarse
sigilosamente por detrás y sorprenderla.
Efectivamente era él, ya que al girar se topó con el susodicho frente a frente, parado
muy cerquita suyo. Elisa se sobresaltó (estaba en realidad más cerca de lo que
suponía), él le sonrió ampliamente y masculló un ‘perdón’ mientras daba un paso
atrás para darle espacio. Ella le devolvió la sonrisa y se escapó por un costado.
—Que buenas fotos, —dijo ella cuando estuvo a una distancia razonable de él.
—Gracias.
—¿Qué edad tenías en esa? —Elisa apuntó a la que estuvo mirando hacía un
momento.
—Quince. — Le respondió Darcy.
—¿Y ya competías a uno 1,30?
—Aha.
—Hay que tener coraje. — comentó ella. —Yo todavía me achico cuando paso el
metro.
Darcy le sonrió. —Vamos, no te hagas la modesta. Montás mucho mejor de lo que
nos querés hacer creer.
Elisa se ruborizó un poco. —No es para tanto.
—Tendrías que tener un poco más de confianza en vos misma.
—Si fuera tan fácil. — le retrucó ella.
—No es tan difícil.
Ella levantó una ceja desafiante. —Para vos. A algunos de nosotros, simples mortales,
hay cosas que nos cuestan un poquito, ¿sabés?
Ricardo largó una carcajada. — ¡Por fin alguien lo hace callar! Bien Elisa, Guillermo
siempre se sale con la suya ya era hora de que alguien lo pusiera en su lugar.
Darcy miró a su primo de manera poco amistosa.
—Dale, Guillote. Sólo porque a vos no te cuesta, no quiere decir que a los demás les
sea igual de fácil. Aunque mejor no sigamos hablando de él, Elisa, —Ricardo le
advirtió, — la modestia no es su fuerte.
—Ya sé, — Elisa respondió con una risita. —No te olvides que trabajé con él por un
par de meses.
—No me digas que tenés alguna anécdota jugosa para contarme. Por favor, decime
que hizo, muero por saber.
—¿Le digo o no le digo? —Elisa miró a Darcy.
—No te tengo miedo. — le respondió él mientras la observaba con una sonrisa
plácida y seductora.
A Elisa se le secó la boca de repente ante la mirada intensa del jinete más hot de
Sudamérica. El apodo que le puso Carla nunca fue más merecido. —Como ya sabés,
—ella se dirigió a Ricardo, — tu primo no es muy conversador, pero te aseguro que
allá llevó ese comportamiento al extremo. Ni te cuento esa noche en el boliche
cuando fuimos a bailar …
Ricardo levantó una mano. —Pará un cachito. ¿Dijiste un boliche? ¿Mi primo fue a
bailar a un boliche? ¿Qué hicieron para que fuera, lo drogaron?
—No me preguntes cómo llegó ahí, porque ya estaba con Carlos y su hermana
Carolina cuando nosotras llegamos. Se bajó dos cervezas y se pasó la noche entera
atornillado a la silla prácticamente sin decir palabra.
—No me extraña en lo más mínimo. Siempre fue un poquito antisocial.
—Eso no te lo voy a negar. — agregó Elisa.
—¿Se pusieron de acuerdo para gastarme ³? — retrucó Darcy, más divertido que
molesto con la tomada de pelo. —Porque, si vamos al caso, yo también tengo cosas
para contar.
Ricardo murmuró un ‘uy, mirá como tiemblo’ mientras que Elisa cruzó los brazos
sobre su pecho y lo miró con ojos desafiantes.
—Nos amenazó, Ricardo, —dijo Elisa, sonriéndole a Darcy de forma provocativa. —
¿Y ahora que hacemos?
Darcy le devolvió la sonrisa. —¿Vas a malinterpretar cada cosa que digo?
—¿Porqué, no es así?
—Por lo visto, vos ya decretaste que sí. — La sonrisa de él se amplió aún más. —A
mí me parece que te gusta hacerte la enojada.
Elisa soltó una carcajada. Por lo visto la tenía bien calada. Darcy se contagió de la
burbujeante alegría de ella y se rió como rara vez lo hacía.
Los ojos de Ricardo iban uno a otro. Era divertido ver como se sacaban chispas. Elisa
parecía estar provocándolo todo el tiempo y él se dejaba provocar. Si no lo conociera
tan bien, hasta diría que Darcy estaba flirteando con ella. Si ese era el caso --aunque
lo dudaba, simplemente no era su estilo-- sabía que el asunto nunca pasaría a
mayores. Como buen ingeniero, su primo era un tipo estructurado y su vida se regía
por normas rígidas, de una lógica precisa. Lo blanco era blanco y lo negro, negro. No
le gustaba sacar ventaja de la gente ni jugar con los sentimientos ajenos. Jamás se
metería con una empleada de su tía. Y mucho menos con una chiquilina como Elisa,
por más atractiva que la encontrara.
—¿Chicos, quieren otra ronda de té? —Se oyó la voz de Doña Carmen. —Vengan
para acá que salieron scons calentitos.
El llamado le puso punto final al encuentro. Ambos hombres hicieron un ademán con
la mano para que Elisa caminara adelante y ella los guió hacia la sala. Se sentaron a
la mesa y así terminó la tarde.
(¹) El casco de la estancia Pereyra Iraola es hoy la sede social y salón de fiestas de ‘Estancia Abril’. Les recomiendo ver las fotos de esa increíble
mansión. Las caballerizas, de 1000m2, son ahora el Club House.
(²) aburrimiento, un plomazo.
(³) gaste: crítica un poco burlona
Capítulo 12
Darcy no faltó a ningún entrenamiento en los días siguientes. Se hizo una escapada a
Buenos Aires, pero fue sólo por un día y estuvo de vuelta al día siguiente para ver a
Elisa entrenar a Miriñaque. Era una mañana fría de julio, de esas que congelan el
agua de los bebederos y ni Elisa ni la yegua tenían un buen día. Tampoco Gonzalo, ya
que mandaba una instrucción contradictoria tras otra. Todo estaba saliendo mal y
faltaba poco para que Elisa perdiera la paciencia y lo mandara a freír churros.
Gonzalo se ponía histérico cuando las cosas no salían como él quería y vociferaba de
tal forma que sacaba a todos de quicio.
—¿No entendés? —Gonzalo le gritó. —En cuatro tiempos. Lo tenés que hacer en
cuatro tiempos.
Elisa resopló molesta. Ya era bastante difícil concentrarse con Darcy mirándola fijo
todo el tiempo y ahora Gonzalo le gritaba como si fuera una estúpida. Hacía media
hora que estaban tratando de saltar un poste a 60 cm y no hacían más que voltearlo.
Ella no estaba segura, pero, a su criterio, había que hacer tres tiempos de galope antes
de saltar el obstáculo. Con cuatro llegaba demasiado encima de la valla. Pero eso
había que hacérselo entender a Gonzalo, quien estaba obsesionado con que eran
cuatro. Lo peor es que Miriñaque se estaba hartando de tanta repetición y ni siquiera
le interesaba el ejercicio. Ya golpeaba el poste de vicio.
Al milésimo derribo, Darcy cruzó la cerca y se les unió en el picadero. Lo primero
que hizo fue darle una zanahoria a la yegua. Ésta la comió con entusiasmo. Luego le
miró las manos a Elisa y notó que las tenía moradas por el frío.
—¿No tenés unos guantes? — le preguntó.
—No uso.
Él se sacó los que llevaba puestos y se los alcanzó.—Tomá, tenés las manos heladas.
Elisa le agradeció con una sonrisa incómoda y se los puso. Le quedaban enormes,
pero eran muy calentitos.
Cuando Elisa estuvo lista, le pidió que diera un par de vueltas a la pista en sentido
contrario al que venían haciéndolo. Cuando la yegua se relajó –y Elisa también- les
pidió que retomaran el ejercicio, pero cuidando de hacer tres tiempos antes de llegar a
la valla. Esta vez salió perfecto.
Gonzalo se deshizo en halagos mientras Darcy se acercaba a Elisa y palmeaba el
cuello de la yegua.
—Eso estuvo mejor. Muy bien, Elisa.
—Gracias. Llevate los guantes, ya no los necesito. —hizo un ademán para sacárselos.
—No, quedátelos. Otro día me los devolvés. — él le respondió con una media sonrisa.
Dicho eso, Darcy pegó la vuelta y se dirigió a su puesto tras la cerca para reunirse
con su primo, mientras que Gonzalo seguía repitiendo sin cesar lo genial que era
tener Maestro de equitación como Guillermo Darcy compartiendo su inmensa
sabiduría con ellos. Desde su montura, Elisa pudo ver que Ricardo le hacía un
comentario, sonriendo con picardía. Darcy se mordió el labio y bajó la mirada, como
haciéndose el distraído. Pero Ricardo no parecía darle tregua con el asunto y al final
Darcy le dio un empujón amistoso para que parara. Los dos se rieron.
“Probablemente estén riéndose del idiota de Gonzalo.” Pensó Elisa. Pero su
apreciación no podía estar más equivocada, ya que el tema de conversación de ambos
hombres no tenía nada que ver con Gonzalo Colina.
Ese sábado Elisa prefirió quedarse en La Rosa del Carmen en lugar de tomarse el
micro para Esperanza. El panorama en casa le resultaba bastante desalentador. Julieta
iba a estar casi todo el fin de semana en el hipódromo porque había carreras. A María
le tocaba cubrir la caja en el súper y por Cata se enteró que sus padres no andaban en
su mejor momento. Al parecer se peleaban como perro y gato. Era un fin de semana
precioso con un sol radiante, ¿así que para que ir a sufrir allá si acá estaba más que
tranquila? Carla y Gonzalo se fueron a visitar a la madre de él que vivía en Córdoba
Capital y Elisa tenía toda la casa para ella. Hizo un poco de orden, limpió su cuarto y
se fue para el jardín delantero a leer el libro que le prestó Doña Carmen al solcito de
la tarde. Tan absorta estaba en su novela que ni siquiera notó que alguien había
llegado y la estaba observando.
—Hola. —dijo una voz masculina que ella conocía muy bien.
Elisa se sobresaltó. —No te oí llegar.
Darcy le sonrió tranquilamente. Apoyó el hombro en el tronco del árbol y cruzó una
pierna delante de la otra, muy relajado. La vio de arriba abajo y ella se acomodó en el
banco y se pasó la mano por el pelo, de repente sintiéndose desprolija e incómoda
bajo la mirada penetrante de él. Vestía unas bombachas de campo y un sweater que
vio mejores momentos y él, para variar, estaba impecable en un pulóver y unos
pantalones de corderoy que le calzaban perfecto.
Ella se dio cuenta de que él no pensaba irse por el momento. Tampoco decía nada, así
que una vez más se tomó el trabajo de encontrar tema de conversación.
—Te vi en televisión saltando la Copa de las Naciones. Te felicito. Estuviste muy
bien. — su tono fue por demás inexpresivo.
—Gracias. —respondió él y se quedó callado.
Elisa se empezó a ponerse nerviosa. ¿Para que venía si no pensaba decir nada?— ¿Y
Carlos? ¿Cómo anda? Hace rato que no sé nada de él.
—Está bien, supongo. Hablamos por teléfono un par de veces, pero no nos vemos
desde que volvimos de Europa.
—¿Entonces está en Buenos Aires?
—No tengo idea. La última vez que hablé con él estaba en su casa, pero ahora no te lo
podría asegurar.
Como Elisa no tenía idea de dónde era eso, seguía con la misma duda. —Todos nos
preguntamos qué pasó que decidieron irse así, tan de golpe. Nos hubiera gustado
despedirnos como se debe.
—Si. Como ya te dije, surgió un imprevisto.
Nuevamente se hizo un silencio. Ya cansada de no tener de qué hablar, Elisa le clavó
los ojos, como esperando que él dijera algo, pero cuando el señor se quedó callado,
volvió a centrar su atención en el libro que tenía en la mano. Al cabo de un momento,
Darcy se acercó y se sentó junto a ella en el banco.
—¿Qué estás leyendo? — Preguntó él, interesado.
—Orgullo y Prejuicio. Me lo prestó tu tía.
Él se inclinó hacia delante para ver la tapa. Un clásico de la literatura inglesa. Se lo
hicieron leer en el colegio, cuando estuvo en Inglaterra, pero no recordaba bien la
trama, sólo que era una novela romántica para mujeres. —¿Y, te gusta estar acá?
—Si, mucho. Aprendí un montón trabajando con Gonzalo. —Elisa se acomodó en el
banco para que su pierna no rozara la de él.
—Me alegro. Mi tía está contenta con el progreso que están haciendo. Lo hacés muy
bien.
—Gracias.
—Me enteré que te caíste el otro día.
Elisa se puso colorada cuando él mencionó la caída que tuvo unos días atrás.
Afortunadamente Darcy y Ricardo no estuvieron ese día para ver el show.
—Por suerte no pasó nada. Uno de los caballos más jóvenes se puso a corcovear y
perdí el equilibrio. Caí parada, ni siquiera me golpeé.
—Menos mal. Esas caídas son bravas. Tuve una no hace mucho y te aseguro que
todavía me duele cuando me acuerdo.
—¿En serio? — a ella se le escapó una sonrisa maliciosa. ¿Así que el jinete más hot
se Sudamérica se cayó de su maravilloso corcel? ¿Al final Tuareg se dio el gusto de
tirarlo?
Él se rió.—¿Viste cuando hacés todo mal? Bueno, fue uno de esos días. Fue durante
un entrenamiento en Bruselas. Tuareg tropezó frente de la valla, y cuando lo traté de
levantar, salimos uno para cada lado. Como aquél día en La Reconquista, cuando casi
me caigo, pero esta vez no me pude sostener en la montura. A veces creo que Tuareg
lo hizo sólo para darse el gusto de tirarme al menos una vez.
Elisa notó que a él se le subía el color a los cachetes, como si le diera vergüenza
hablar de sí mismo. Se rió, sorprendida de que los dos pensaran lo mismo. —¿Te
golpeaste mucho?
—No tanto. Bueno, un poco. Me fisuré dos costillas cuando golpeé contra los postes,
pero me recuperé rápido, por suerte. Para cuando salté la copa de las Naciones ya
estaba bien.
A Elisa se le borró la sonrisa de la cara. De repente se lo imaginó cayendo sobre un
poste de madera, desde una gran altura y no le pareció nada gracioso.
Darcy se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas. No dijo más nada por
un momento y Elisa también se quedó callada. Al rato él volvió a romper el silencio.
—Carla parece estar feliz con Gonzalo. Qué loco, ¿no? Casarse así, tan rápido.
—Era lo que los dos querían.
—Debe ser divertido vivir y trabajar juntos.
Elisa pensó en sus padres y lo mal que se llevaban. —A ellos les funciona. Yo no sé si
yo podría hacer lo mismo. A veces es bueno tener un poco de independencia.
—Y vos sos una chica independiente. — él la miró por sobre su hombro.
Elisa se puso colorada. —Más o menos.
Darcy se mordió el labio y volvió a ver hacia delante. —No parece que extrañaras
mucho tu casa.
Por mucho que quería a su familia, Elisa tenía claro que su casa no era exactamente
un hogar dulce hogar. —A veces extraño un poco, sobre todo a Julieta. Pero en
general me adapto rápido a cualquier lugar, sobre todo si me gusta.
—Por lo visto, este te gusta.
—Si.
Darcy empezó a mover la pierna, golpeando el talón en el suelo de manera rápida y
nerviosa. Estaba inquieto y de repente se enderezó y se reclinó hacia atrás en el banco
que compartían. La miró fijo y le dijo,
—Entonces te gustan las estancias grandes, como ésta. Digo, no te molestaría pasar
un tiempo en una.
Elisa frunció el ceño, un poco confundida con el rumbo de la conversación. —
Supongo que no. ¿Pero a quién no le gustaría vivir en un lugar como éste? Es un
verdadero paraíso.
Él se la quedó mirando, como estudiándola y por un momento Elisa pensó que iba a
decir algo más. Pero no, no dijo nada, sólo tomó aire y lo largó despacio, como si
algo le preocupara. De repente, se levantó.
—Me tengo que ir. Me están esperando. Nos vemos otro día.
—Chau, nos vemos. — Le respondió ella.
Darcy se fue hasta el camino y al llegar al portón giró para verla y le sonrió una
última vez. Después siguió hacia la casa, cabizbajo y pensativo. Elisa lo siguió con la
mirada hasta que desapareció de su vista.
Todo le parecía muy raro. Que él se viniera hasta ahí, y la conversación que tuvieron,
toda esa estupidez de si le gustaría vivir en una estancia. Como si ella pudiera elegir
en dónde vivir. ¿En qué planeta vivía este tipo? ¿No sabía que la gente pobre no
puede elegir?
Pero estos raros encuentros no terminaron ahí ya que, al día siguiente, por la tarde, se
volvieron a ver, esta vez en el campo, andando a caballo. Elisa sacó a Miriñaque a
recorrer la cañada y ahí se lo encontró a Darcy, montando a Hércules, un caballo que
estaba en descanso.
—Qué casualidad. — le dijo él.
—Sí.
Darcy suspiró sonriente y miró a su alrededor. —Es un día precioso. Ideal para
montar por el campo.
—Aha. No sabía que se podía sacar este caballo. Pensé que estaba en descanso por
una tendinitis.
—No. Lo hicieron saltar en cuánto torneo hubo este año y terminó estresado. Es un
caballo excelente, lo tuve en La Peregrina unos cuántos meses preparándolo para el
nuevo dueño. Cuando empezó a competir fuerte se dieron cuenta de que sufre mucho
el transporte. Un par de meses en el campo le van a hacer bien.
Él se le acercó y ladeó su caballo al de ella. Elisa no recordaba haberle pedido que la
acompañara.
—Me gusta mucho esa yegua. Es la mejor del lote. — Darcy observó al animal de
arriba abajo.
—¿Te parece?
—Me la quedaría. La esperaría un par de años, a ver como se desenvuelve en pista.
Eso era fácil de decir, viniendo de alguien que se podía dar ese lujo.
—¿Cuándo te volvés a tu casa?
—La otra semana. Carla ya está recuperada y no me necesitan tanto. —Elisa lo miró
sin entender bien que le pasaba. Hoy estaba inusualmente comunicativo y pronto
llegó a la conclusión que lo prefería callado.
—¿Y qué pensás hacer?
—Probablemente buscar un trabajo cerca de casa hasta que pueda retomar los
estudios.
Darcy se mostró interesado. —¿Qué estás estudiando?
—Nada todavía. Quiero seguir producción agropecuaria, pero los lugares en donde la
dictan me quedan muy lejos de casa.
—Oí que en la Tecnológica de Pergamino es un buen lugar para cursar. Es una ciudad
preciosa.
—También la dictan en Córdoba. — le contestó Elisa.
Si, eso era cierto, pero la Universidad de Córdoba quedaba mucho más lejos de donde
él vivía.
— Y en la Pampa. También en Mar del Plata, pero con otro programa.
Darcy frunció el ceño. Cada vez más lejos. Seguramente ahora iba a decir que
prefería estudiar en La Quiaca.
—No sé que hacer. — Comentó Elisa. —En Madariaga dan unos cursos de
transferencia embrionaria en bovinos. Son cortos y podría hacer algo el segundo
semestre. Tal vez empiezo por ahí.
—Tengo ganas de armar un laboratorio para transferencia embrionaria en equinos en
el Haras. Tal vez, cuando te recibas, puedas venir a trabajar conmigo. —Le dijo con
una sonrisa más que encantadora.
Elisa sabía que no lo decía en serio, pero igual se sintió halagada. —¡Me encantaría!
En cuánto esté listo, llamame.
—Por supuesto.
Anduvieron por ahí un poco más hasta que ella miró la hora y le informó que pegaba
la vuelta.
—Ya se hace tarde, tengo que volver.
—Bueno.
—Chau.
—Chau. — él le respondió y se quedó mirando como ella galopaba de vuelta a la
casa.
Eran casi las tres de la mañana y no podía dormir. Ya estaba cansado de todo esto, de
despertarse enroscado en las sábanas, transpirado y tieso como adolescente de 16
años que sueña con debutar con una chica. No había noche en que visiones de Elisa
no se treparan en su almohada, invadiendo su mente de sueños cargados de erotismo
que le resultaban a la vez seductores y frustrantes. Se le aparecía desnuda, se metía
entre sus sábanas, lo besaba y lo montaba con frenesí para luego abandonarlo cuando
la culminación estaba a sólo un suspiro. Él trataba de seguirla, pero nunca parecía
alcanzarla. Sus pies eran raíces que entraban en lo profundo de la tierra, anclándolo a
un sinfín de responsabilidades y obligaciones que le impedían ir tras ella. Al final,
ella se marchaba, dejándolo sólo e insatisfecho, deseando lo que él se negaba a tomar.
Darcy cerró los ojos y metió su mano dentro de sus boxers en un intento fútil de
apaciguar su exaltada masculinidad. Esto se estaba poniendo tan ridículo que ya ni
siquiera entendía sus propias excusas. ¿Qué le impedía tenerla? ¿A qué le tenía
miedo? La Copa de Las Naciones ya había pasado y todavía faltaba un año para los
Panamericanos. Si quería, podía tener todo, su trabajo, una mujer, sus medallas. Todo.
Sólo era cuestión de organizarse.
Pasó sus dedos sobre la carne endurecida y Elisa nuevamente se coló en su mente,
transformando ardor en agonía. Hacía tiempo que no se tocaba pensando en ella.
Desde Europa, para ser más preciso, la noche siguiente a ganar la Copa cuando,
eufórico por la victoria y con algunas copas de más, se rindió a sus pasiones. No
permitió que volviera a ocurrir –bueno, tal vez alguna que otra vez-- pero nunca muy
seguido. Elisa era más que una simple calentura y él la respetaba demasiado como
para usarla como objeto de una fantasía sexual. Pero hoy su libido no le daba tregua –
ella no le daba tregua-- y sabía que no encontraría descanso si no liberaba un poco de
esa presión que sentía adentro y que le quemaba las entrañas.
Murmurando un insulto ante su propia debilidad, dejó la cama de un salto y se fue
hacia el baño. Se metió en la ducha y se masturbó bajo un chorro de agua casi
hirviendo.
Capítulo 13
*Telo: motel, hotel en donde las parejas se hospedan por turnos de dos horas.
Capítulo 14
Elisa estaba un estado de agitación tal después de que Darcy se marchó que no sabía
que hacer. Estaba furiosa, indignada, ofendida, dolida … le faltaban adjetivos para
describir cómo se sentía. Se fue para el cuarto, se tiró en la cama y empezó a temblar.
Darcy gustaba de ella. No, no sólo gustaba, estaba loco por ella. Tan loco como para
invitarla a cenar y a pasar un ratito en una hostería en la ruta. ¿Quién se creía que era
ese imbécil? ¿Por quién la tomó? La trató de mocosa maleducada, de empleaducha de
cuarta y de gato que se cree todo lo que le prometen.
Lo odiaba.
Rodó en la cama y abrazó la almohada.
¡Qué bien besaba!
Darcy entró a la casa por la puerta de servicio y se fue directo hacia su cuarto.
Lo habían rechazado. La mocosa de porquería acababa de rechazarlo. Nunca en su
vida lo habían rehusado así. Caminaba de un lado al otro con el estómago revuelto,
recordando todas y cada una de las palabras hirientes de Elisa. Lo trató de oligarca,
engreído e inescrupuloso.
—¿Así que Jerónimo estuvo diciendo boludeces de mí? — se dijo a sí mismo. —
Bueno, ahora va a saber quién es Jerónimo Salas.
Encendió su laptop y abrió un documento de Word. Escribió por horas, contando
cosas que ya había dejado atrás hacía tiempo y que hubiera preferido no recordar.
Finalmente, poco antes del amanecer, exhausto, se fue a la cama.
Se quedó recostado mirando al techo hasta que el sueño lo venció y sus ojos
empezaron a cerrarse.
¿El jinete mas qué?
Elisa se despertó con jaqueca. Pensó que para la mañana se iba a sentir mejor pero
no, se sentía como el traste. Iban a entrenar a la tarde para evitar el barrial de la pista
y como no tenía ganas de ver a nadie, se calzó las botas de goma, se puso una
campera gruesa y se fue a caminar.
Darcy se despertó cuando el sol le pegó en la cara. No habría dormido más de 2 horas
y se sentía agobiado. Tenía que irse de ahí. Ya no soportaba el encierro ni estar cerca
de ella. Se pegó una ducha, imprimió la carta y salió para el campo.
Contra todo pronóstico, el día siguiente amaneció soleado. Era un día hermoso. Cielo
claro, temperatura agradable, los pajaritos cantaban alborozados al sol de la mañana.
Hermoso. ¿A quién le importaba este soleado y hermoso día? ¡Que se callen esos
pajaritos de mierda! Tanto a Elisa como a Darcy les parecía el peor día de sus vidas.
Era como despertarse con resaca después de una noche de excesos, necesitaban algo
para sacarse el malestar y el dolor aunque sabían bien que nada lo curaría.
La última persona que Elisa esperaba encontrar en el campo era a Guillermo Darcy.
Pero ahí estaba, el muy inoportuno. Lo vio de lejos y pegó la vuelta para escaparse
pero él la vio y fue a buscarla.
—Elisa. —Darcy la llamó.
—¿Qué? — le respondió, no de la mejor manera.
—Me gustaría que leyeras esto, si no te moleta. — le entregó la carta.
Ella se mantuvo estoica mientras tomaba las hojas de papel prolijamente dobladas. —
Bueno.
—Gracias.
Darcy se dio media vuelta y se fue de allí.
Elisa soltó el aire que estaba conteniendo. Se sentía orgullosa de su reacción. Ni
pestañeó. Abrió la carta y, al ver que era larga, buscó un lugar en donde sentarse para
leer.
Elisa
Esta carta no tiene el propósito de molestarte o repetir las declaraciones que ayer te
parecieron tan insultantes. Los dos pasamos un momento desagradable y aunque
quisiera olvidarme de lo que pasó, me siento en la obligación de escribirte para
aclarar un par de puntos que surgieron durante nuestra discusión y que considero
fueron acusaciones injustas.
Antes de empezar, debo advertirte que esta carta contiene información de carácter
privado y que no quisiera llegara a oídos de otras personas. Confío en tu discreción.
Durante nuestra discusión, me culpaste de separar a Carlos de tu hermana. Es
cierto, pero no lo hice con la intención de lastimar a nadie.
Elisa cerró la carta, indignada ante su arrogancia. ¿Quién puede suponer que la
separación de dos personas enamoradas no es dolorosa? Sólo un idiota. Volvió a abrir
la hoja y continuó leyendo.
Carlos y yo somos amigos desde hace mucho tiempo y lo conozco muy bien. Es un
poco cándido con sus sentimientos y tiende a involucrarse en relaciones pasajeras
que no siempre terminan de la mejor manera. Cuando estuvimos en La Reconquista,
noté que le interesaba tu hermana, pero como no hizo nada al respecto, supuse que
no era nada serio, sólo uno de sus acostumbrados metejones que nunca llegan a
nada. No fue hasta la gala del Nacional que me di cuenta de que se estaba
enamorando. Por otro lado, Julieta no daba señales de estar interesada en Carlos,
hecho que fue confirmado por una conversación que escuché de casualidad en donde
ella le confesó a tu madre que Carlos no le gustaba demasiado.
Elisa releyó ese párrafo. ¿Había entendido bien? ¿Darcy, como si fuera el oráculo de
los dioses, había determinado lo que sentían Carlos y Julieta con sólo mirarlos?
Me mantuve al margen del asunto hasta el final del torneo. Esté de acuerdo con su
conducta o no, es su vida y Carlos puede hacer con ella lo que quiera. Pero viendo
los resultados que obtuvo en el Nacional debido a los excesos de la noche anterior,
me vi en la obligación de hablar con él. Teníamos compromisos que cumplir y no
podía permitir que tirara todo por la borda por una relación que ni siquiera había
empezado. Tal vez lo considerarás frío y materialista de mi parte, pero tanto los
miembros del equipo como los sponsors invertimos mucho esfuerzo y dinero en esa
gira por Europa y no quería que todo ese sacrificio fuera en vano. También me
pareció injusto para tu hermana, que se iba a quedar esperando a un hombre que
talvez se olvidaría de ella en un par de semanas. Lo único que hice fue pedirle a
Carlos que se concentrara en la gira y estableciera sus prioridades. No sentí que
estuviera perjudicando a nadie ya que Carlos y Julieta ni siquiera estaban en una
relación. Al final, fue Carlos quien sugirió que nos fuéramos a primera hora, para
evitar tentaciones. Dijo que prefería llamar a Julieta a la vuelta, una vez liberado de
sus compromisos. Tengo que confesar que accedí inmediatamente, no sólo ‘separarlo
de tu hermana’, como vos dijiste, sino para poner un poco de distancia entre
nosotros y protegerme de la irresistible atracción que sentía hacia vos.
Ella se mordió el labio. El muy cobarde separó a dos personas enamoradas sólo para
escaparse de ella. Grandísimo cretino.
Sé que no tendría que haber permitido que mis intereses personales influyeran en las
decisiones de otras personas, pero lo que está hecho, hecho está y no puede
cambiarse. Si lastimé a tu hermana, me disculpo. Con respecto a Carlos, no sé
porqué no llamó a Julieta a su regreso, pero tengo entendido que en este momento
está pasando por una situación personal complicada que le está absorbiendo todo su
tiempo.
—Bueno, por lo menos admitís que son una basura. — Elisa dobló la carta y caminó
hacia la casa, enojada por todo lo que había leído, pero también sintiendo un dejo de
satisfacción por tener tanto poder sobre el todopoderoso Guillermo Darcy.
Cuando pasó frente a la caballeriza no pudo más de curiosidad y se metió en el
galpón en donde guardaban el heno y las raciones. Se sentó sobre un fardo de alfalfa
y continuó leyendo.
Hay otro tema que necesita ser aclarado y es mi vínculo con Jerónimo Salas. Me
acusaste de haberle quitado algo y de arruinarle la vida. También mencionaste tener
otras razones para detestarme. No estoy seguro a qué te referías con eso así que
supongo que, como es su hábito, Jerónimo estuvo contando mentiras sobre mí. Sólo
para que entiendas de quién estamos hablando, te voy a contar quién es en realidad
Jerónimo Salas.
El padre de Jerónimo fue el mayordomo de la estancia de mi familia. Era un buen
hombre, honrado y trabajador. Lamentablemente, Humberto falleció en un accidente
en el campo cuando uno de los potros en doma le pegó una patada en el pecho que le
provocó un ataque cardíaco. Mi padre se sintió muy afectado por su muerte. Su gran
amigo y mano derecha había perdido la vida mientras trabajaba para él y se sintió
obligado con su familia. Fue así como Jerónimo, su único hijo, pasó a ser un
miembro más de mi familia. Fuimos a los mismos colegios y teníamos las mismas
cosas.
Al principio éramos muy unidos pero a medida que pasaban los años, nos fuimos
distanciando. Hice parte de la secundaria en un internado en Inglaterra, volviendo a
casa sólo para las vacaciones. Para cuando regresé a la Argentina, a los 17 años, los
dos habíamos cambiado mucho y quedaba poco de esa vieja amistad. Igualmente,
por un tiempo y sólo para complacer a mi papá, compartimos un departamento en el
centro de Buenos Aires mientras cursábamos el CBC para la facultad. Pero a
Jerónimo no le interesaba mucho estudiar y se dedicó a parrandear con la tarjeta de
crédito que le pagaba mi padre. Se la pasaba en el Casino de Puerto Madero y en el
Hipódromo. No acostumbro juzgar a la gente por sus inclinaciones sexuales, pero
tengo que aclarar que, cuando mi padre se dio cuenta del despilfarro y le cortó los
fondos, Jerónimo encontró otra manera de conseguir dinero: se hizo ‘escort’ de
señores mayores. Vivió un tiempo más conmigo hasta que la situación se hizo
insostenible y le pedí que se fuera.
Una de las pocas cosas que teníamos en común cuando crecimos fue nuestra pasión
por la equitación. De muchachos, viajábamos juntos a todos lados y competíamos en
los mismos torneos. Esto hizo que Jerónimo se vinculara al ambiente de la hípica y
estableciera buenos contactos. Aún cuando estuvo alejado de la familia, se lo veía
aparecer de vez en cuando en los torneos, generalmente haciendo algún tipo de
intermediación o saltando productos de algún haras. Como bien sabrás, la
equitación es un deporte caro, que en general reúne a gente de muy buen poder
adquisitivo, ideal para una persona ambiciosa como Jerónimo. Supe que estaba
entrenando caballos para un establecimiento en Entre Rios perteneciente a unos
amigos míos y que le estaba yendo bien. Me alegré por él y pensé que al fin había
encontrado su camino.
Pero no le duró mucho ya que luego de un tiempo me enteré de que lo querían
despedir por darle suplementos no permitidos a los caballos. Siendo Jerónimo
prácticamente un miembro de la familia, los dueños me llamaron para pedir mi
opinión. El tema se manejó con discreción y sólo lo supimos unos pocos. No le dije
nada a mi padre ya que en ese momento había sido diagnosticado con un cáncer de
estómago y no quería ocasionarle más disgustos. Después de eso, Jerónimo
desapareció por un tiempo así que pensé que al fin me había librado de él.
Lamentablemente estaba equivocado, porque, un tiempo más tarde, Jerónimo
reapareció y de la peor manera.
¡Esto no podía ser cierto! ¡Jerónimo no pudo haber inventado semejante mentira!
Elisa pensó indignada, aunque en el fondo, ya empezaba a sentirse como una estúpida
por creerse todo lo que le contó Jerónimo.
Continué compitiendo, esa era mi mayor satisfacción. Miss D ya estaba lista para las
grandes ligas y volví al ruedo con todo. Ganamos prácticamente todos los torneos
que saltábamos.
Un fin de semana, siendo el cumpleaños de mi hermana, mandé a Miss D en el
trailer con mi asistente y yo viajé al día siguiente, para el torneo. Cuando llegué, la
yegua estaba enferma y no se levantaba. Nadie entendía bien que pasaba. Al cabo de
dos días logramos que se parara. La pude llevar de vuelta al campo, le hicimos más
estudios y cuando tuvimos los resultados descubrimos que tenía una lesión cardiaca
severa causada por un cocktail de tranquilizantes, estimulantes y anabólicos.
Martín Yepes, mi asistente, me terminó confesando que había visto a Jerónimo la
noche anterior al concurso y que le pidió ver a Miss D. Aparentemente los dos tenían
algún tipo de relación. Jerónimo dijo que le iba a dar una inyección para doparla un
poco porque necesitaba que perdiera. Estaba intermediando la venta de un caballo y
seguramente iba a obtener mejor precio si ganaba el torneo. La dosis fue altísima y
Miss D resultó ser hipersensible, lo que provocó una violenta reacción.
Después de eso, no quise saber más nada con la hípica local. Me fui a Inglaterra a
estudiar y a perfeccionarme en equitación.
Elisa casi podía sentir su dolor. Si todo esto era verdad, había cometido el error de su
vida.
Hace poco más de un año, mi primo Ricardo me convenció para que volviera. Tuareg
ya estaba listo para empezar y decidí probar suerte una vez más. Espero que ahora
puedas comprender porqué soy tan celoso de mi caballo. No era nada personal en
contra tuyo, nunca desconfié de vos ni pensé que fueras incapaz de hacer tu trabajo,
todo lo contrario. Siento mucho que mi conducta te haya dado esa impresión y te
pido perdón por hacerte sufrir. No fue mi intención lastimarte.
Esta es la verdad en lo que respecta a Jerónimo. Desconozco qué mentiras te contó y
porqué te eligió a vos para desparramarlas, pero intuyo que fue motivado por un
deseo de venganza hacia mi persona por considerarme el responsable de sus
infortunios económicos. Si tenés alguna duda en relación a este tema, podés
preguntarle a Ricardo, él está al tanto de todo.
Sólo me falta agregar que, a pesar de lo que pasó anoche, todavía sigo creyendo que
sos la persona más hermosa que conocí en mi vida.
Te deseo lo mejor
G.D.
Capítulo 15
—¡Elisa, por fin llegaste! ¿En dónde te metiste? — Preguntó Carla, preocupada por
su amiga.
—Salí a dar una vuelta.
—No sabés quienes estuvieron acá. Guillermo y Ricardo. Pasaron a saludar. Parece
que Guillermo se tenía que volver para el haras y Ricardo un compromiso en Buenos
Aires. Preguntaron por vos y te dejaron saludos. Por lo visto Darcy aprendió modales
mientras estuvo en Europa ya esta vez se dignó a venir a despedirse.
—Psé. — Elisa no quería tocar el tema. —Me voy a recostar un rato. No me siento
bien.
—¿No te estarás enfermando? Hace un par de días que estás así.
—Creo que me estoy por indisponer, debe ser eso. — dijo antes de marchar para su
cuarto.
—¡Te aviso cuando esté lista la comida! — le gritó Carla.
Al día siguiente, los Colina más Elisa fueron requeridos en la casa grande para tomar
el té. Doña Carmen no dio lugar a negativas. Parece que la señora, ahora que sus
adorados sobrinos no estaban, tenía síndrome de abstinencia de compañía y pretendía
que su entrenador y su familia pasaran más tiempo con ella.
El tramo desde la casa de los Colina a la de Doña Carmen fue una tortura para Elisa.
Gonzalo hablaba de Darcy todo el tiempo. Carla comentaba acerca de Darcy y Elisa
reconocía todos y cada uno de los puntos en los cuales se había encontrado con él
durante su estadía en la Rosa del Carmen. Estaba segura de que una vez en la casa, la
vieja también iba a hablar de Darcy. No importa cuánto tratara de olvidarlo, siempre a
su alrededor había algo que le recordaba a él.
Así que estaba loco por ella. Era por eso que siempre se la pasaba mirándola, ¡el
imbécil estaba loco por ella! Pero ni siquiera saber de su admiración servía para
calmar la bronca que sentía por dentro. Todas cosas que le dijo, lo que le hizo a
Julieta, era imperdonable. No podía creer que le había aconsejado a su amigo que se
olvidara de su hermana para proteger una inversión. ¿Qué clase de persona hace eso?
Sólo un materialista de porquería como Darcy. Con toda la plata que tenía, todavía
quería más. Seguramente ganaba una fortuna con los sponsoreos. ¿Y a quién le
importaba cuánto ganaba? A ella seguro que no. Pero lo que dijo acerca de Jerónimo,
eso no pudo haberlo inventado, tenía que ser cierto. ¡Ay por Dios! ¡Jerónimo era gay!
¡Recién caía en eso! ¿Cómo pudo ser tan tonta? ¡Le estuvo haciendo ojitos a un tipo
que no sólo era gay, sino que también era prostituto de viejos verdes! ¡Hasta Carla
notó que había algo raro y ella nunca quiso darse cuenta!
Por lo visto, Darcy tuvo una vida bastante triste. ¿Y qué? No era problema de ella.
¿Cuántos años tenía? No estaba segura. Veintinueve. Sí, veintinueve, lo había leído
en una revista ecuestre. Recordaba muy bien el artículo. Decía ‘Guillermo Darcy, de
29 años, acaba de ganar la prestigiosa Copa de las Naciones. Un importantísimo
logro para la hípica nacional.’ Debajo de la nota había una foto espectacular de él.
Casi se desmaya cuando la vio. Si tenía 29, entonces su padre murió cuando él tendría
unos 25 o 26 años. Qué joven, pobre. Le dio pena. Un momento. No tenía porqué
sentir pena cuando él la había insultado de arriba abajo después de meterle la lengua
hasta las amígdalas. Pero había que reconocer que el tipo besaba bien. Muy bien. Y
tenía un lomo espectacular y era alto y buen mozo y estaba loco por ella …
—Elisa …
—¿Eh? —Elisa recién se daba cuenta de que estaban parados en el living-room de
doña Carmen y que Carla le estaba hablando.
—Si querés té o café.
—Café, gracias.
—Qué distraída que está esta chica últimamente. —Comentó Doña Carmen haciendo
un ademán para que tomen asiento.
—Hace un par de días que no se siente bien, —dijo Gonzalo. — Sepa usted
disculparla.
—No hay problema. — respondió la señora. — Tal vez te vendría bien tomarte unos
días libres, Elisa, así visitás a tu familia.
—Gracias, pero me vuelvo a casa este viernes.
—¿Cómo que te volvés? — protestó doña Carmen. —¡Los caballos todavía no están
listos! Supuse que te quedabas por lo menos un mes más.
—Carla ya está bien y mi papá me necesita en casa. Creo que es hora de que vuelva.
Doña Carmen no parecía muy contenta con la decisión, pero no dijo más nada al
respecto. Gonzalo hizo un comentario acerca de sus sobrinos y a la señora se le
iluminó la cara. Eran la luz de sus ojos.
—Son un encanto. Ricardo es tan bueno y Guillermo … que te puedo decir, estoy tan
orgullosa de él. Es el hijo que nunca tuve.
—¡Por cierto! — Gonzalo se sumó al coro de halagos. —Sus sobrinos, en especial
Guillermo …
—Es un muchacho tan dedicado y sensible. Si vieran cómo cuida a su hermana. ¡Y la
pasión que le pone a su deporte!
—Si, re sensible, — Elisa dijo por lo bajo.
—Está muy apegado a esta estancia y a mí. Lamentablemente se tuvo que volver
antes de tiempo, es un hombre muy ocupado, con muchas obligaciones. Estaba tan
callado esta mañana. Seguro que ya está extrañando.
Elisa tomó un sorbo de café. Si la vieja supiera la razón por la cual Darcy estaba tan
silencioso...
—Pasamos unos veranos maravillosos acá en la estancia cuando era chico. — De
repente, los ojos de Doña Carmen se llenaron de lágrimas. —Prácticamente lo crié yo
después de que murió mi hermana. Fue tan repentino, una tragedia para la familia.
Pobre Guillermo, tenía apenas 9 años. Lo que sufrió ese chico, ah. —sacó un
pañuelito de la manga y se secó los ojos. —Disculpen.
A Elisa se le hizo un nudo en la garganta cuando recordó la foto de los seis chicos al
borde de una laguna y la tristeza en los ojos de Darcy. Nadie se animó a decir nada y
la señora continuó con su historia.
—Pero lo superó y se convirtió en este extraordinario hombre que ustedes conocen.
Es un luchador, jamás se deja caer. No podría estar más orgullosa de él.
—Cuánta razón tiene, Doña Carmen, — acotó Gonzalo. — Su sobrino es un ser
excepcional. Tan respetado en el ambiente ecuestre …
Elisa ya no quería escuchar más nada. Sólo quería irse a casa.
Darcy no era el tipo de persona que tomaba bien el rechazo o que aceptara un ‘no’
como respuesta. Ser rehusado por una chica sin consecuencia en la vida no le había
caído nada bien y le estaba costando mucho superarlo. Los primeros días después del
incidente se aisló del mundo. Se encerró en su departamento de Puerto Madero,
desconectó el teléfono y apagó el celular, no porque alguien lo fuera a llamar, nunca
nadie lo llamaba, pero lo hizo por las dudas. Compró un par de botellas de vino e
intentó ahogar sus penas en alcohol. No era un gran tomador, así que para el final de
la primera botella ya estaba descompuesto del estómago. Luego de tres días de
abandono y autocompasión se bañó, se afeitó y decidió seguir con su vida.
Era tiempo de volver a casa.
El paisaje fuera del vidrio era gris y triste. La lluvia le daba un aspecto melancólico
que estaba a tono con la pesadumbre que sentía en su propio corazón. Por fin volvía a
casa.
Elisa dobló la carta y miró por la ventana. Darcy gustaba de ella. Por eso el parársele
tan cerquita, el baile en la gala, los encuentros casuales, esas visitas raras a la casa de
Carla. ¡La estaba cortejando! Ella se quejaba de Cata, pero tenía que reconocer que
ella también era una tremenda despistada. ¡Era obvio! ¡Carla se lo dijo mil veces!
¿Por qué seguía pensando en él? ¡Si no lo soportaba!
Si no hubiera sido tan despectivo en su declaración, seguramente se habría sentido
halagada. El todopoderoso, multimillonario y super buen mozo Guillermo Darcy
estaba loco por ella. El jinete más hot de Sudamérica la deseaba.
Elisa cerró los ojos y se mordió el labio al darse cuenta de lo que le había dicho. ¡No
podía creer que le lo llamó así en su cara!
La camioneta Toyota avanzaba por la ruta a 150 km por hora. Manejaba como en un
limbo, mirando pero no viendo, ajeno a todo, abrumado por sus propias emociones.
¿Qué clase de mujer rechaza a un hombre como él? Una que no tiene idea de la vida
y no sabe lo que se está perdiendo. Todavía no entendía cómo seguía pensando en
ella. Elisa no era nada. Nada. Un día, ella se iba a dar cuenta de lo que se perdió, de a
quien rechazó, y ese día, ella iba a volver suplicándole que …
Una sombra se cruzó delante de la camioneta y Darcy clavó los frenos. El vehículo
empezó a derrapar e hizo un trompo. Las ruedas chillaban y el mundo giraba
frenético a su alrededor. Cerró los ojos y pensó que era el final. La Toyota por fin se
detuvo y Darcy se encontró en el carril opuesto al que venía, mirando en la dirección
contraria.
Sudaba frío. No le había pasado nada. Abrió la puerta y vomitó sobre el pavimento.
Elisa había huido de Córdoba para buscar desahogo y protección en su hogar, pero
eso fue lo último que encontró cuando llegó a casa. La Arboleda era un desastre.
Probablemente siempre haya sido así y ella se había negado a verlo hasta ahora, ya
que la dejadez y desidia que dejó al partir todavía estaba ahí, instalada para nunca
irse.
Su madre era … su madre. Era vulgar, ruidosa y manipuladora. Ni bien Elisa entró a
su casa, Adela la abrazó efusivamente y pidió que le contara todo lo que pasó en
Córdoba. Diez minutos más tarde ya ni la escuchaba y empezó a preguntarle cuánto
le habían pagado. Le pidió plata, ya que, aparentemente, las finanzas venían de mal
en peor. De repente Adela se puso a llorar y le confesó sentirse sola y abrumada por
las obligaciones. Elisa no sabía que creer y sólo pudo mirarla con preocupación.
Catalina, su hermana más chica, se había convertido en un verdadero parásito. Vivía
de tirada en un sillón sin hacer nada y desde que terminó la secundaria el año anterior
que pensaba qué hacer de su vida. Todavía tenía materias para rendir pero ni siquiera
las estaba preparando. Su única preocupación era mantener sus uñas pintadas y
encontrarse con su noviecito de grasiento flequillo rolinga¹. Cata jamás fue muy
brillante, pero hasta el más tonto puede ser algo con un poquito de esfuerzo. Y su
hermana era de las que no se esforzaban.
María era la ‘nerd’ de la familia. Todos le decían la autista, porque vivía absorta en su
mundo. No ayudaba mucho en casa, tampoco le gustaban los animales así que ni se
acercaba a los caballos. Al menos había tenido la decencia de conseguir un trabajo y
se pagaba su ropa y sus salidas. Ahora se le había ocurrido que quería convertirse en
escritora y hasta se había comprado una computadora usada para comenzar su
primera novela. No molestaba, pero su aporte era nulo.
Su padre la desconcertaba. Cuando lo vio, a Elisa se le cayó un ídolo. Sabía bien que
ella lo había subido a un pedestal sin que él hubiera hecho mucho mérito, pero ahora
que veía todo con otros ojos, esa fantasía del papá genial que ella se había inventado
se le hizo insostenible. Estaba más indolente y cínico que nunca, pero había algo más.
Prácticamente no estaba en casa y desaparecía sin decir a dónde iba. Volvía
malhumorado y no hablaba con nadie. Eso volvía loca a su madre, quien empezaba a
increparlo con su pasado de jugador y le pedía explicaciones. El tema de discusión
era siempre el mismo: la plata que no alcanzaba. Él la trataba como si estuviera loca o
la ignoraba. Era un círculo enfermo que parecía nunca acabar.
Sin dudas, la que más sufrió su ausencia fue Julieta, quien tuvo que aguantar ella
solita el caos de la casa. Su escape era su trabajo y se pasaba horas en el hipódromo y
visitando pacientes para no ahogarse en la desidia de la Arboleda. Estaba agotada y
desmotivada por ser la única que hacía algo por sacar esa granja adelante.
Esa misma noche, Elisa se fue hasta el cuarto de su hermana mayor para contarle
todo lo que había ocurrido durante su estadía en la Rosa del Carmen. Empezó por el
tema más jugoso: la propuesta indecente de Guillermo Darcy.
—¿En serio te dijo eso? — Julieta no pudo reprimir una sonrisa. —¡Qué animal!
—¿Viste? No se puede creer. Pero lo puse en su lugar rapidito. Tendrías que haber
visto como le cambiaba de color la cara cuando lo mandé al cuerno.
—¡Me imagino! ¡Y tan serio que parece! Además, es un tipo grande. ¿Qué se le habrá
pasado por la cabeza para decirte algo así?
—Aparentemente, lo vuelvo loco. — Se rió Elisa. Era embriagante saber que tenía
tanto poder sobre un hombre del calibre de Guillermo Darcy
—Ya veo. — Julieta largó una carcajada.
—¿Quién se lo hubiera imaginado?
—No te tires abajo, Elisa. Carla te dijo mil veces que Guillermo gustaba de vos.
Recuerdo que te quejaste de eso un par de veces. No entiendo porqué estás tan
sorprendida.
—No me lo tomé en serio. Mirala a Carlita, resultó ser una vidente.
—¿Y a vos te gusta? — Julieta preguntó con una mirada sugestiva.
Elisa se puso colorada. —El tipo está re-fuerte, no te lo voy a negar.
Su hermana no contestó y la siguió viendo con cara de ‘vamos, confesá’.
—No es mi tipo. Es ‘too much’, como diría Carla. — Elisa trató de hacerse la
superada. —Pero ya no pienso tan mal de él. La carta que me escribió me ayudó a
verlo de otra manera. Me di cuenta de que me ensañé con él sin razón.
—¿Te escribió una carta?
—Si, me la entregó al día siguiente. En la carta me pidió disculpas y me explicó
algunas cosas que surgieron durante la discusión. —Elisa se puso seria. —¿Viste todo
ese cuento de Jerónimo, lo de la herencia y la yegua drogada? Bueno, parece que no
fue así como Jero lo contó.
Julieta se dio cuenta de que su hermana había sacado el tema a relucir, probablemente
en el momento menos oportuno y no de la mejor manera. —No me digas que lo
enfrentaste con eso. Yo jamás le creí una palabra a Jerónimo.
—Medio que se lo tiré en la cara en plena pelea. Ahí todo se fue al cuerno y la
discusión se puso fea. —Elisa terminó de contarle lo ocurrido con Miss D y la verdad
acerca de Jerónimo.
—Vaya a saber que le dio a la yegua. Debe haber sido una flor de mezcla. — Julieta
suspiró profundo. Se la veía agotada.
—Estas re cansada. ¿Mucho trabajo?
—Bastante. Me estoy ganando en derecho de piso así que me tocan los turnos más
pesados. También tomé guardias dos veces por semana en una clínica veterinaria de
Mar del Plata. Quiero independizarme un poco del Dr. Ramírez. Yo hago el trabajo y
él cobra.
—Me encanta el auto que te compraste. —Elisa sonrió. Estaba orgullosa de que su
hermana haya podido ahorrar para comprarse el Renault 11 que usaba para
movilizarse.
—Gracias. Le tengo que hacer unas cositas, pero me lleva y me trae, eso es lo que
importa. No sabés como me costó juntar la plata. Igual tuve que dar un anticipo y el
saldo lo pago en cuotas. Acá la cosa está bravísima y el dinero no alcanza para nada.
Mamá se pone como loca. El otro día llamaron del banco por la cuota de la hipoteca.
Parece que no se paga desde hace un par de meses.
Eso preocupó a Elisa. —Noté que está un poco tenso el asunto.
—Ya vendrán tiempos mejores. —Julieta se quedó pensativa un momento. —Che, así
que Jerónimo es gay. Pero mirá vos. Siempre me pareció un poco rara esa amistad
que tenía con Daniel, pero nunca me imaginé eso.
—Te juro que me sentí una estúpida cuando leí la carta. Y pensar que creí que me iba
a invitar a salir.
—Le puede pasara cualquiera, che, no te pongas así. —Julieta miró de reojo a su
hermana y se rió. —Bueno no a cualquiera.
—Gracias.
—Basta de pavadas. Ahora contame bien como se te declaró Guillermo.
Elisa sonrió y empezó a relatarle a su hermana cuan ardientemente la admiraba el Sr.
Darcy.
En pocos días, Elisa ya había vuelto a la rutina habitual de la casa, sólo que ahora
tenía un objetivo en mente. Estaba decidida a anotarse en la facultad y empezar a
cursar Producción Agropecuaria. Sus opciones eran Pergamino y Mar del Plata y ya
se había contactado con ambas facultades para ver como iniciaba el trámite. Luego
hizo una llamada a la agencia de turismo y les preguntó si tenían algún contingente en
camino. Durante su ausencia, nadie se había ocupado de ese tema y se perdieron
importantes ingresos que provenían de los turistas. Como la temporada recién
empezaba, era crucial afianzar la relación con la agencia. Negoció la tarifa y
consiguió dos grupos para el fin de semana. También se suscribió a un portal en
Internet que ofrecía servicios turísticos rurales. El arancel iba a ir para la casa, pero
los turistas dejaban muy buenas propinas, y esas iban a parar a los ahorros de Elisa.
No era mucho, pero ayudaba.
También se puso firme con Brisa. La estadía en Córdoba le había dado más técnica de
trabajo y disciplina. Se lo tomó como una obligación y trabajaba con la yegua todos
los días, pasara lo que pasara. Con mano firme y constancia, Brisa empezó a mejorar
a un ritmo tan rápido que hasta se animó a anotarla en un torneo al mes siguiente.
Por suerte su papá había contratado a un chico para ayudar con el trabajo más pesado
de la granja. Federico tenía 17 años, era poco instruido pero muy trabajador. Venía de
una familia muy humilde de campo adentro y era el tercero de 6 hermanos. Era muy
agradable y Elisa estaba agradecida de tener alguien que le diera una mano, porque su
papá estaba más borrado que nunca.
—Tomás, — Adela llamó a su esposo cuando éste llegó a casa. —¿En dónde estabas?
¡Son casi las diez! ¡Te esperamos para cenar y ni apareciste! ¿Por que no llamaste
para avisar que no venías?
Su marido ni contestó.
—Mañana vienen turistas, hay que preparar todo y mirá a la hora que llegás. ¡Así
nunca nos va a ir bien!
—Elisa ya está de vuelta y Federico puede ayudarla. No me rompas las bolas.
Tomás se fue para la cocina, con Adela gritándole detrás. Discutieron mientras él se
recalentaba la cena, Adela quejándose y su marido ignorándola. Cuando
Tomás volvió a la mesa con su plato de comida, se dirigió a Elisa.
—Vendí a Rosita.
A Elisa se le cayó el alma al piso. —¿Porque?
Ya está vieja y necesitamos lugar para los pensionistas de verano. Con la sequía que
hubo va a haber poco pasto.
Rosita era la yegua de paseo que tenían. Era muy mansita, ideal para los nuevos
estudiantes o turistas que no sabían andar a caballo. Y no era tan vieja.
—Rolando la quiere para sus chicos. Le saqué buena plata.
Elisa no dijo nada y se lo quedó mirando. Ya habían vivido algo parecido varios años
atrás, cuando su papá desarrolló una adicción terrible al juego y hacía de todo para
conseguir dinero. Sólo esperaba que su próximo objetivo no fuera Brisa porque eso sí
sería una catástrofe.
Tomás terminó de comer y le entregó a Elisa una revista. —Ah, mirá lo que encontré.
La revista con la cobertura del Campeonato mundial y la Copa de las Naciones.
El corazón de Elisa empezó a latir con fuerza. En la tapa de la revista Mundo
Ecuestre estaba la foto más espectacular de Guillermo Darcy, montando a Tuareg,
que ella haya visto en su vida.
No perdió un segundo y se fue volando a su cuarto a sentarse en la cama y devorarse
la revista. Era una edición especial super gruesa dedicada a los principales eventos de
la hípica mundial y por sobre todo, el hombre que se había apoderado de sus sueños.
Sentía palpitaciones cada vez que daba vuelta una página y veía una foto más de él.
La tapa solamente era para provocar un infarto. Era una foto de ¾ de perfil de Darcy
reclinado sobre el cuello de Tuareg, tomada muy de cerca –o con un gran
teleobjetivo-- con los brazos estirados acompañando el arco, saltando un obstáculo
que ella recordaba estaba en el centro de la pista. Se lo veía concentrado,
seguramente calculando la distancia hacia la próxima valla, a bordo de un Tuareg
muy alerta, con una actitud que decía ‘La copa es mía’.
Elisa contó 12 fotos que mostraban a Darcy. En varias se lo veía saltando en distintas
etapas de los concursos. Había ganado uno de los torneos y salido segundo en el otro,
así que también estaban las fotos reglamentarias de la entrega de premios, tanto
individuales como por equipos. También había una de él solo con Tuareg durante un
descanso y un par de fotos más informales. El equipo Argentino también tuvo un
destaque debido a sus excelentes logros. No era habitual que un equipo sudamericano
tuviera tan buen desempeño y eso les generó buena prensa.
Dos artículos le interesaron mucho. El primero era una nota de dos páginas a los
integrantes del Equipo Ecuestre del Norte en donde contaban como se surgió el
equipo y los inconvenientes que tuvieron que sortear para poder hacer esa gira.
Hablaron de la falta de apoyo gubernamental –aunque viajaron representando a su
país— y la dedicación y sacrificio personal que significaba competir a ese nivel. El
otro artículo estaba dedicado al ganador individual de la Copa de Las Naciones. Le
temblaban las manos mientras leía.
Elisa cerró la revista, sintiéndose tan orgullosa que casi no cabía dentro de sí misma.
Este hombre estaba loco por ella
¹ Flequillo rolinga: Es difícil de explicar – googleen imágenes ‘flequillo rolinga’ y van a entender.
Capítulo 17
Las semanas pasaron y Elisa seguía abocada a sacar la granja adelante y encaminar su
vida. Entrenaba a Brisa todos los días, vareaba a los pensionistas y organizaba las
cabalgatas, que ahora venían con más frecuencia. Hasta arregló con unos vecinos
cercanos para que les dejaran usar un antiguo palomar que tenían dentro de la
propiedad para hacer los asados campestres. A los gringos les encantaba eso. Se puso
a estudiar un poco de historia de la región y les contaba cuentos de malones y lo
sacrificado que había sido la colonización de esa zona. No hablaba bien el inglés ni
ellos el castellano, pero con ayuda de la guía y algunas señas, se entendían. Las
propinas, generalmente en dólares o euros, se hicieron mucho más altas.
Pero toda esa actividad no hizo que desaparecieran los problemas de la casa. Siempre
estuvieron ahí, aunque Elisa se haya negado a verlos por años. Despacito y paso a
paso, su familia se estaba desmoronando. Adela estaba más ciclotímica y obsesiva
que nunca. A veces Elisa sentía fastidio, otras veces le daba pena. Era obvio que su
mamá sufría el desdén de su marido y se sentía sola y fracasada pero Elisa no tenía
tiempo (ni ganas) de ocuparse del tema. Cata era como una vegetal improductivo y
María estaba en su mundo por lo que Adela se la pasaba quejándose y torturando a
sus hijas por no ser lo que ella había soñado.
También desaparecían cosas. No tenían mucho, pero algunas cosas de valor tenían y
éstas iban desapareciendo una a una, como el recado antiguo que tenían en el galpón
y que un día no estuvo más. El primero que fue puesto en la mira por este tema fue
Federico, pero Tomás lo desestimó pronto. Eso hizo sospechar a Elisa, que enseguida
sumó dos más dos y llegó a un alarmante resultado: Cosas faltando + un papá ausente
y malhumorado = apuestas.
Su único escape eran las visitas al campo de sus tíos cada vez que podía. Pasar un
tiempo en Córdoba le enseñó que a veces venía bien tomarse un respiro de la casa y
la familia, sobretodo cuando las cosas se ponían densas en La Arboleda. Cuando no
venían turistas, Elisa se tomaba el micro a Tandil y visitaba a Marcela y Estaban y se
daba el lujo de interactuar, aunque sea por uno o dos días, con gente con sentido
común.
Ese fin de semana sus tíos recibían un grupo de Buenos Aires, fanáticos de los
deportes extremos. Eran 2 matrimonios y algunos amigos más, obviamente gente de
plata, como Elisa pudo apreciar por los vehículos en que se trasladaban. Ni bien
llegaron, cargaron los arneses, se calzaron las botas de montañismo y se partieron
rumbo a la pared de piedra caliza que había en la propiedad. Algunas de las mujeres
del grupo, no tan amantes de escalar como sus conyugues, volvieron al mediodía a
almorzar mientras ellos se colgaban de la roca. Comieron liviano –todas se cuidaban
mucho—y se sentaron al sol a broncearse un poco. No molestaron para nada y eran
muy amables, lo que ayudó a revertir la mala impresión que Carolina y Luisa le
habían dejado a Elisa de las mujeres de clase alta. Una de ellas, Romina, no tan
adepta al sol como sus amigas, se acercó a Elisa y Marcela a tomar mate con ellas en
la galería.
La conversación fue amena. Romina era abogada y hacía muy poco que se había
casado. Tanto a ella como a su joven marido le gustaban mucho los deportes y eran
locos por el ski. Los dos corrían y ella también hacía Pilates. Elisa estaba agotada
sólo de escucharla.
—Me gusta mucho la equitación, — comentó Romina cuando Elisa le contó a qué se
dedicaba, — pero no la practico. Me gusta más tener los pies sobre la tierra. ¡O las
tablas! — se rió. —Tengo un amigo que es fanático de ese deporte. Es uno de los
jinetes más top del momento. Salta por todo el mundo y es bastante reconocido. Tal
vez lo oíste nombrar, Guillermo Darcy.
El corazoncito de Elisa se aceleró al escuchar su nombre. —Claro que lo conozco,
trabajé con él cuando se preparaba para la gira europea. También me lo crucé este
invierno en Córdoba, en la estancia de la tía. Entrené sus caballos por un par de
meses.
—¡Ay, que divertido! — Romina parecía encantada. —¿Decime, no es un divino?
Elisa tragó saliva. Su tía, quien estaba al tanto del rechazo que alguna vez sintió por
Darcy, la estaba mirando a ver con qué se despachaba. —Es muy agradable.
—No lo veo desde que se fue a vivir a Inglaterra la segunda vez, hace como tres o
cuatro años. De más chicos nos veíamos más seguido y nos hicimos bastante amigos.
Pasé unos veranos espectaculares en la Peregrina cuando mi tía salía con el padre de
él. Billy era algo tímido al principio, pero después de que soltó un poco, nos
llevábamos re bien. Si estuviste en Córdoba este invierno seguro conociste a Ricardo
Figueroa, su primo.
—Si, también lo conocí.
—Richard es un sweetie total, ¿no te parece? Es novio de mi mejor amiga, Vicky
Peña. Me los encontré la vez pasada cenando Las Cañitas y la pasamos bárbaro. Los
voy a llamar a ver si nos vemos todos juntos uno de estos días.
Elisa sonrió, algo incómoda. En eso se oyeron los gritos de las amigas de Romina.
—¡Romi! ¡Traenos unos mates que nos estamos deshidratando!
—Ya les cargo un termo y se los alcanzo, — Dijo Marcela.
—Dale, — Romina se levantó y les hizo una seña con la mano, —vénganse así
seguimos charlando.
Marcela se fue para la cocina y Elisa la siguió para ayudarla a preparar la bandeja con
el mate y las galletitas para las invitadas.
—¡Pero qué chico es el mundo! — exclamo Marcela mientras llenaba el termo de
agua caliente. —conoce a Guillermo Darcy.
—Aha. — respondió Elisa, acomodando algunos bizcochitos en una canastita.
—Habló muy bien de él. Parece apreciarlo mucho.
—Psé.
—Tal vez Jerónimo exageró un poquito. Yo no creo que haya sido tan así como me
contaste.
—Jerónimo mintió, tía. Fue todo mentira. —Elisa tomó la bandeja y salió para el
jardín.
Elisa se sentía renovada cuando volvió a casa. Pudo charlar con su tía el tema de
Darcy y, sin entrar en detalles, limpió la reputación que ella misma se había
encargado de ensuciar. También había sacado buenas ideas del establecimiento de sus
tíos que creía sería interesante aplicar a La Arboleda. Ambos lugares no se podían
comparar en dimensión e instalaciones, pero se dio cuenta de que podía mejorar
mucho el servicio que ella prestaba con muy poco esfuerzo.
Pero la paz no duró mucho. Cuando llegó encontró a su mamá y Cata llorando a
mares. María estaba encerrada en su cuarto y su papá estaba a los gritos.
—¿Qué pasó? — Elisa le preguntó a Julieta, que estaba pálida como una hoja de
papel.
Tomás, hecho una furia, fue quien contestó, —¿Que qué paso? Adiviná que pasó. La
atorranta* de tu hermana está embarazada. Eso pasó.
Los ojos de Elisa se abrieron como dos platos. —¿Qué?
Catalina escondió la cara en el pecho de su madre. —Mami, decile que no me grite
más.
—Tomás, basta,¿no ves que la chica está nerviosa? ¡Le va a hacer mal!
Elisa miraba estupefacta como su papá se paseaba por la sala como un león
enjaulado. —Decime en donde está el pibe ese que lo voy a matar. ¡Decime ya en
donde está el mugriento de tu novio que lo voy a moler a patadas!
Catalina rompió en sollozos y Adela la abrazó fuerte para consolarla. —No te
preocupes, bebé, ya lo vamos a arreglar.
—¿Qué vas a arreglar? ¡Tu hija acaba de cagarse la vida! ¡Se embarazó del parásito
ese y ahora nosotros nos vamos a tener que hacer cargo del pibe! Voy a la casa a
buscarlo. Ese pendejo de mierda va a tener que hacerse responsable de esto. Gratis no
la va a sacar.
—¡No! — Gritó Cata. —¡No vayas! ¡Rodo no tiene nada que ver, él no es el padre!
—¿Qué? — Dijeron todos al mismo tiempo.
—No es de Rodolfo.
Hubo un silencio sepulcral. Hacía varias semanas que el tal Rodolfo no aparecía por
ahí, pero como Cata no comentó nada, todos suponían que el noviazgo seguía firme.
—¿Y entonces, de quién es? — Preguntó Tomás, todavía enojado, pero ya no tan
furioso. Se estaba resignando.
—De Federico. — dijo Catalina en una voz chiquitita.
—¿Federico? — Preguntó Elisa. La única que no parecía tan sorprendida era Adela,
que aparentemente sospechaba que pasaba algo entre su hija y el jornalero.
—No lo puedo creer, — Tomás se pasó la mano por el pelo. — Encima que le pago,
se acuesta con mi hija.
—¡No es su culpa! — Cata ya no daba más. —Es rebueno y nos queremos, basta de
decirme esas cosas!
Tomás tomó aire despacio. —Voy a ver como arreglo esto. Andá para tu cuarto, no te
quiero ver hasta mañana.
Adela puso el brazo alrededor de los hombros de Catalina y la acompañó a su
habitación, susurrándole despacito que todo iba a salir bien. Tomás salió de la casa,
Julieta había desaparecido y Elisa se quedó sola en la sala.
Ahora el comentario de Darcy acerca de su familia no le parecía tan desacertado.
* Atorrante: vago, sin domicilio. En mujeres, también significa chica fiestera o fácil.
Capítulo 18
Una preciosa mañana de octubre enmarcó el regreso de Elisa a las pistas de salto.
Hacía un par de años que no competía y esta era la primera vez que lo hacía sin la
supervisión de su papá o un profesor de equitación. Estaba aterrorizada.
Con la ayuda de Federico, pudo cargar a Brisa en el trailer sin mayores
complicaciones. El Hípico de Mar del Plata no quedaba muy lejos, a unos 90 km de
su casa, así que arregló con un vecino que tenía camioneta y remolque para que la
llevara y la fuera a buscar a cambio de pagarle el combustible. Estaba un poquito
preocupada de tener que dejar la chacra en día de turistas, pero su papá y Federico
prometieron encargarse de todo. Una vez que estuvo todo listo, salió para la ruta.
El torneo en el que iba a competir era bastante concurrido. No sumaba puntos para el
ranking nacional, pero sí tenía relevancia regional y a nivel provincia. Concursaban
muchos juveniles y jinetes mayores tratando de ganar experiencia. El público, en su
mayoría, estaba conformado por la familia de los participantes. A pesar de lo nerviosa
que estaba, Elisa obtuvo buenos resultados. Se clasificó para la una segunda roda y
terminó cuarta de 8 competidores. Estaba contenta de haber hecho un buen papel con
su propia yegua y varias personas se le acercaron a felicitarla. Todo parecía estar
saliendo bien, hasta que se le apareció alguien a quien no tenía ningunas ganas de ver.
—Eli, ¿qué gusto verte!
Elisa se dio vuelta al escuchar una voz conocida. Era Jerónimo Salas. —Hola, ¿cómo
estás?
—Muy bien. — él sonrió.
—¿Qué hacés por acá? — No se la veía muy contento de verlo.
—Vine a mirar un poco. Andaba por la zona.
—Qué bien. — Elisa mostró poco interés.
—Te vi saltando. Estuviste muy bien.
—Gracias.
—Oí que estuviste por Córdoba. ¿Cómo te fue? Sé que Carmen Achával puede ser
una persona un poco difícil así que me preocupé cuando me enteré que estabas ahí.
—La verdad es que me fue bárbaro. El lugar es lindísimo y aprendí mucho.
—Me alegro, — respondió él, ya no tan sonriente al notar una distancia y frialdad
inusual en Elisa.
—¿Adiviná a quién me encontré allá? — Ella tiró la bomba.
— ¿A quién?
— A Guillermo Darcy. Pasó unos días ahí con su primo Ricardo Figueroa. En realidad
estuvieron casi un mes, claro que no se quedaron ahí todo el tiempo de corrido, iban y
venían, pero los vis bastante seguido.
—¿A si? Te compadezco. —le dijo, dando pie para que ella iniciara las críticas. Pero
Elisa no le dio el gusto.
—¿Por?
Jerónimo levantó una ceja. —Hasta donde yo sé, no te lo bancás.
Elisa sonrió con falsa dulzura. —Las cosas cambian.
—No me digas que Guillermo cambió después de la gira Europea. Estaba seguro de
que iba a volver más engreído que nunca.
—No creo que haya cambiado mucho, él es como es, pero al conocerlo mejor, me di
cuenta de que no es para nada lo que yo suponía.
Si Jerónimo entendió el mensaje, se hizo bien el boludo. —Guillermo siempre fue
bastante apegado a su tía. Annie, la hija, manejó todo el tema de la herencia.
Elisa se dio cuenta de que intentaba llevar la conversación al tema de siempre y ella
se mantuvo callada, no dándole pie para que continuara. Luego de un rato, Jerónimo
se dio cuenta de que el asunto no daba para más y se despidió de ella.
—Me tengo que ir. Fue muy lindo verte. — le dio un beso en la mejilla. Elisa se dio
vuelta y se fue para las gradas a esperar a sus tíos, que prometieron venir a almorzar
con ella. No escuchó a Jerónimo murmurar …
—Así que Richard y Billy se hicieron un sándwich de Elisa. Debe haber sido un lindo
ménage à trois.
Un rato más tarde llegaron Marcela y Esteban. Ya era casi la hora de almuerzo así que
enseguida se fueron para la cantina. Mientras comían, charlaron de lo siguiente.
—Todavía no entiendo cómo no te animaste a competir antes. Lo hiciste muy bien.
Me encantó tu yegua. — comentó Esteban.
—Recién ahora está empezando a rendir. Igual, creo que todavía le falta un poco. —
le respondió Elisa.
—Vas por buen camino. En poco tiempo la vas a poder llevar a avanzados.
—¿Te parece?
—Tenés que tenerte más confianza, Elisa. Sos mejor de lo que creés.
Elisa sonrió, recordando algo parecido que Darcy le dijo poco tiempo atrás. —Tengo
que practicar más.
—Eso depende de vos, — dijo Marcela. —Hoy que te vimos competir, me di cuenta
de que no tenemos buenos caballos para la escuelita. Necesitamos uno o dos como
Brisa para nuestros alumnos. Los que tenemos están bien para dar clase, pero creo
que deberíamos tener algo un poquito mejor para los alumnos más adelantados. Sería
lindo verlos lucirse en un torneo.
—No la vendo, — dijo Elisa, un poco en chiste, un poco en serio.
—¡Ya se! —Se rió Esteban. —No te estaba tratando de convencer, aunque si un día te
decidís, no tenés más que llamarme. Y si alguna vez, por algún motivo, no tenés más
lugar en donde tenerla, vos sabés bien que podés contar con nosotros.
Su sobrina le mostró una sonrisa cariñosa. —Sí tío, ya sé.
—Como te decía, — continuó Marcela, —estamos en la búsqueda de caballos.
Teníamos ganas a San Antonio de Areco para el Día de la Tradición y después ir a
visitar algunos establecimientos de zona norte. ¿Tenés ganas de acompañarnos?
—¡Por supuesto! — Elisa estaba encantada.
—Mirá que nos quedaríamos varios días. Mi prima, que vive en Arrecifes, nos invitó
a quedarnos en la casa. — Marcela le dijo.
—No hay problema. Siempre quise ir a la fiesta de Areco y nunca tuve la
oportunidad.
—Es lindísima, te va a gustar mucho. También mandé mails a varios Haras de la zona
y algunos ya me confirmaron que se pueden ir a visitar. Hay un par que están fuera de
nuestro alcance, pero igual me gustaría conocerlos, aunque sea sólo para chusmear un
poquito.
—¿Cuáles? — Elisa estaba tan entusiasmada con el viaje que quería saber todo.
—Hasta ahora, me contacté con El Mangrullo, La Peregrina, Tucu-Tucu y …
Con sólo oír el nombre del establecimiento de Darcy, el corazón de Elisa empezó a
latir con tanta fuerza que ya no podía escuchar lo que decía su tía. Iría a La Peregrina!
Capítulo 19
Por la mañana, Elisa y sus tíos dieron una vuelta por Arrecifes para conocer el
pueblo. Almorzaron en una parrilla y cerca de las 14 hs tomaron la Ruta 8 hasta
Duggan, en donde salieron a un camino vecinal que los llevó hasta La Peregrina.
Elisa se quedó boquiabierta cuando llegaron a la estancia. Ni en sueños se hubiera
imaginado algo tan lindo. Cruzaron una doble tranquera de la entrada y avanzaron
casi medio kilómetro por un camino enmarcado por grandísimos robles europeos. Se
veían algunos caballos pastoreando en el verde y adentrando más en el campo, había
ganado Hereford. A su derecha, rodeada de un inmenso parque, impecablemente
mantenida, estaba la casa principal de estilo colonial, de color blanco, con techos de
teja que avanzaban formando una ancha galería que se extendía por todo el frente.
Tenía unos tinajones de barro con geranios al lado de las columnas y el resto de
parque era sobrio, con un cantero principal de agapantos y salpicado aquí y allá con
arbustos decorativos en flor.
Pasaron la casa y, siguiendo las indicaciones que le habían dado a Marcela, fueron
hasta la caballeriza, unas cuadras más adelante. Era más que una simple caballeriza.
Era casi un centro ecuestre. Allí estaban los establos propiamente dichos, las
viviendas para el personal, una pista de entrenamiento digna de club hípico y un poco
más alejado, el pabellón de maternidad y yeguas con cría. También había un enorme
tinglado en donde se estoqueaban los fardos de alfalfa y de paja y los galpones para
granos, herramientas y equipos. Más allá del alambrado estaban los campos de
pastoreo y siembra. Unas 200 hectáreas estaban destinadas a los caballos y el resto
era básicamente una explotación agrícola-ganadera. En el lugar se respiraba paz y
serenidad y Elisa casi pudo imaginarse a Darcy entrenando su caballo o recorriendo
el campo en una tarde de verano. La Peregrina era un verdadero paraíso.
Estacionaron a la sombra de una hilera de eucaliptos y enseguida salió a recibirlos
Anselmo Reynoso, el encargado del campo. Era un hombre de unos cuarenta y cinco
años, de aspecto rústico y con aire campechano, vestido con bombachas de campo,
camisa y una boina gris en la cabeza. Su esposa Palmira era el ama de llaves de la
casa y los dos trabajaban para la familia Darcy desde hacía casi 25 años. Anselmo
empezó como peón cuando Humberto Salas era el capataz y en la estancia conoció a
Palmira, una joven maestra que daba clases en la escuelita que había dentro de la
propiedad. Al fallecer la señora, Palmira fue contratada como niñera de los hijos del
Sr. Darcy y Anselmo, debido a su capacidad y honestidad, fue ascendido a capataz
luego de la muerte del padre de Jerónimo. El cariño que sentían por su actual patrón
era evidente en cada palabra que decían.
Mientras recorrían, se les sumaron 3 perros que correteaban alrededor de ellos. Uno
era una cruza con pastor alemán, otro parecía un mestizo de labrador y el tercero era
un inquietísimo Jack Russel llamado Tito. Anselmo contó que eran los perros del
señor Guillermo y más el chico era un excelente cazador de roedores. Con tanto
grano estoqueado, nada más efectivo que un perro ratonero.
—En aquél potrero están las yeguas preñadas y paridas. —Anselmo les apuntó a un
corral un poco más adelante. —Ya deben quedar dos o tres por tener cría, nomás.
—¿Las tienen siempre a campo? — Preguntó Esteban. Era una ventaja si los caballos
no estaban acostumbrados a estar en boxes, se ahorrarían el trabajo de aclimatarlos.
—En general todos los caballos están en el campo durante el día y los entramos
durante la noche, salvo los que están compitiendo o en entrenamiento intensivo. Esos
están a box todo el día.
Caminaron a lo largo de los boxes, mirando los caballos uno por uno. Cada tanto
Anselmo les apuntaba a uno que estaba a la venta. Entre ellos, Elisa se encontró con
una vieja conocida.
—¿Miriñaque? ¿Qué hacés acá?
—El señor Guillermo la trajo desde Córdoba, de la casa de su tía. La está preparando
para saltar el año que viene. ¿La conoce?
—Sí, — le sonrió Elisa. —La entrené cuando estuve en la Rosa del Carmen durante el
invierno. Trabajé allá un par de meses.
—¿Entonces también lo conoce al señor?
Elisa asintió con la cabeza. —Trabajé con él durante el verano, antes de que se fuera
a Europa.
—Pero mire que casualidad. — Anselmo respondió animado. — El señor se vino muy
conforme de la costa. A él no le gusta mucho sacar al Tuareg del campo si no es para
competir, pero me contó que allá los atendieron muy bien.
—Para nosotros fue una muy buena experiencia. — Elisa sonrió ampliamente.
—Me alegro que le haya servido. Da gusto verlo trabajar al patrón. Mire que hace
años que cuido los caballos de la familia, pero le juro que nunca vi a nadie hacer las
cosas que hace el Guillermo con sus caballos.
—¿Está en casa ahora? — Marcela preguntó lo que Elisa moría por averiguar.
—No, en el Mangrullo. Estuvo toda la semana de viaje y se fue directo a la fiesta de
aniversario de sus tíos. Pero ya debe estar al caer. Avisó que volvía para la tarde.
A Elisa se le hizo un nudo en el estómago y de repente le dieron ganas de irse de ahí
cuanto antes. Pero sus tíos estaban más que a gusto y no paraban de hacer preguntas.
—¿Y ahora están compitiendo? — Marcela le preguntó a Anselmo.
—Este mes se tomaron un descanso. Anduvieron de allá para acá todo el año, pero
por suerte ahora que terminó la gira el señor se está afincando en la casa. Se lo
extraña mucho cuando no está.
—Debe ser agotador viajar tanto. — Comentó Esteban. —Tanto para el señor Darcy
como para el caballo.
—Y sí. Volvieron muy cansados de Europa. Todo eso queda muy lejos y competían
casi todos los días. El Tuareg está parado hace un mes, sólo lo vareamos para que no
pierda estado. Pero ya en estos días empiezan a entrenar para el torneo en el Capricho
y los Juegos Panamericanos así que se le terminan las vacaciones.
—Me encantaría ver a Tuareg. —dijo Esteban, — ¿se puede?
—¡Pero como no! — sonrió Anselmo. —Ya se lo saco para que lo vean.
Anselmo tomó una cabezada y avanzó hacia un box un poco más adelante. Silbó y
enseguida Tuareg asomó su cabeza negra.
—¡Hola cabezota! ¿Cómo estás? — Elisa se acercó a acariciarle el morro.
—Lo voy a soltar en el piquete así estira un poco las patas. —dijo Anselmo mientras
le ponía la cabezada. —Ahí lo van a poder ver bien. Vení, negrito.
Una vez suelto dentro del piquete, Tuareg se fue directamente al centro y empezó a
escarbar la tierra. Cuando estuvo bien revuelta, se echó al suelo y se dio una
revolcada.
—Son todos iguales, — se rió Marcela. —Un minuto en la tierra y se revuelcan.
—Y este es el más cochino de todos. — Anselmo sonrió. —Vengan, que les muestro
el resto.
Rumbearon para el otro pabellón, y al tomar la vereda, Elisa notó que tenía una de las
zapatillas desatadas. Se agachó para atarse el cordón, perdiéndose por un segundo de
ver la camioneta Toyota negra que avanzaba por detrás de los árboles hacia los
establos. El viento venía del otro lado, así que tampoco oyó el motor y sólo se percató
de que pasaba algo cuando los tres perros, que iban siguiendo a Anselmo, pasaron
como tiro por al lado suyo, corriendo en dirección al edificio de oficina. Uno de los
perros ladró y recién ahí Elisa sintió el ruido de una puerta de un auto cerrándose. Se
paró, se dio vuelta y lo vio.
La sensación de irrealidad que Elisa sentía era tal que todo parecía ocurrir en cámara
lenta. Vio a Darcy abrir la puerta trasera de la camioneta y bajar un gran bolso que se
echó al hombro. Vestía jeans, una camisa blanca y el pelo un poco revuelto por el
viento. Los perros saltaban excitados a su alrededor y Darcy les sonreía mientras los
llamaba a la calma. Tito, el JR, luego de un par de brincos, salió corriendo para donde
estaba Elisa y los ojos de Darcy lo siguieron hasta que el perrito se detuvo delante de
ella, a unos 15 metros de donde él estaba. Por unos segundos se la quedó mirando con
una cara que delataba una enorme sorpresa.
—Hola. — Finalmente le dijo.
—Hola. — Respondió Elisa, ya con el corazón latiéndole a un ritmo menos alocado.
Los dos vieron al suelo, después hacia un lado y sus miradas se volvieron a cruzar.
—¿Qué hacés por aca? — Darcy le preguntó mientras intentaba una sonrisa que
nunca lo fue.
—Vinimos a ver caballos. — Elisa sintió que se estaba poniendo colorada.
—Ah. —se hizo una pausa. — ¿Con quién?
—Con mis tíos.
—Ah. — Darcy volvió a mirar al suelo, sin saber que decir. Levantó la vista y le
preguntó. —¿Todo bien?
—Si. — Ella suspiró, tratando de recobrar la calma. — ¿Vos?
—Bien, gracias. ¿Llegaste hace mucho?
—Hace un rato. Anselmo nos estaba mostrando los establos.
—Ah. ¿Y vieron algo que les guste?
—En realidad recién empezamos. Estábamos yendo para el otro pabellón y se me
desató el cordón de la zapatilla. — Ni bien dijo eso, Elisa se sintió como una
estúpida. No podía creer que lo tenía adelante y estaba hablando de su calzado.
—Yo acabo de llegar, estuve afuera.
—Si, me comentaron. —Ella le sonrió.
A Darcy ya se le habían acabado las ideas. Tragó saliva mientras intentaba pensar en
algo que decir, pero no, estaba demasiado atónito como para hilvanar algo coherente.
Tomó aire y dijo,
—Permiso, tengo que dejar algo en la oficina. — Pegó media vuelta y se fue para un
cuartito situado en la punta del establo.
—Chau. —Elisa le dijo a la nada enfrente de ella.
No pasó ni medio minuto antes de que Anselmo viniera caminando apurado, con los
Girardi siguiéndolo.
—¿Vino Guillermo? — Preguntó el encargado cuando vio la camioneta estacionada.
Elisa se sobresaltó. —Si, se fue para allá.
— Enseguida vuelvo. — Anselmo fue detrás de Darcy, dejando a Elisa sola con sus
tíos.
—¿Ese era Guillermo Darcy? — Fue Marcela quien preguntó.
Elisa seguía petrificada. — Sí.
—¡Mi madre, que alto es! — Dijo con admiración. Esteban la miró de reojo.
—Sí. — respondió Elisa.
—¿Qué te dijo? — Marcela seguía insistiendo.
—Me dijo ‘hola’ y preguntó como estaba.
La tía notó que había algo raro en su sobrina. —¿Elisa, estás bien?
—Sí, perfecto. —mintió descaradamente. —¿Qué tal si nos vamos? No me parece
correcto interrumpir cuando el patrón está en casa, al final, no vamos a comprar nada,
¿no?
Pero sus tíos no podían estar más en desacuerdo. —Me encantaría conocerlo.
Quedémonos un ratito más. Siempre es bueno hacer contactos.
Por un momento, Elisa los odió, siempre tan simpáticos y abiertos a socializar con el
que se les cruzara por adelante. Quería irse de ahí lo antes posible, quería que se la
tragara la tierra, quería que … ay, ahí venía Darcy otra vez. ¿Y ahora que iba a hacer?
Un minuto a solas hizo maravillas para que el patrón del campo recobrara la
compostura, y ya estaba de vuelta para saludar a los visitantes con aplomo y soltura.
—Buenas tardes, bienvenidos. — le dio la mano a Esteban y a Marcela. — Guillermo
Darcy.
Los Girardi se presentaron y enseguida entraron en conversación.
—Me comentó Elisa que están buscando caballos.
—Si, — respondió Esteban. —Tenemos una escuelita de equitación en Tandil y
buscamos algo mejor para que monten nuestros estudiantes avanzados.
—Se vinieron de lejos, entonces. — Darcy sonrió. —Vamos a tener que encontrarles
algo como para que el viaje valga la pena.
—En realidad vinimos a Areco a ver la Fiesta de la Tradición y ya que estábamos nos
quedamos unos días en la zona para ver caballos. — comentó Marcela. — Tengo una
prima que vive en Arrecifes y estamos parando en su casa.
—¿Arrecifes? Un pueblo precioso. Voy bastante para aquél lado ya que compramos
todos rurales para la estancia allá, en lo de Ustáriz.
—¿En serio? — Marcela estaba encantada. —¡Es el marido de mi prima!
—Qué chico es el mundo. — dijo Darcy mirando de reojo a Elisa, que estaba muda,
con los ojos que iban de él hacia sus tíos y de vuelta a Darcy. —Cuéntenme qué les
mostró Anselmo así no les hago perder el tiempo.
—Todavía no vimos ningún caballo en particular, solo dimos una vuelta por los
establos.
—¿Entonces no vieron a Solsticio? — Darcy le preguntó a Anselmo. —Ese es un
buen caballo para alguien que está dando los primeros pasos en torneos. Es dócil y
está muy bien entrenado, ideal para una escuelita. Lo estaba guardando para mis
sobrinos, pero si alguien lo puede llevar a circuitos, mejor. Siempre es bueno tener
caballos del Haras en pista.
—Todo dependerá de las condiciones, — Esteban comentó.
—No creo que ese vaya a ser el problema, mientras sea conveniente para ambas
partes.
Esteban asintió. —Entonces vamos a verlo.
Sin que Darcy dijera nada, Anselmo se fue para el box a buscar a Solsticio. Ya era
hora de vareo así que había un par de caballos trabajando en el picadero, y uno de los
muchachos se llevó Solsticio para uno de los piquetes para calentarlo un poco con la
rienda larga.
—¿Qué te parece, Elisa? —Esteban le preguntó a su sobrina mientras observaba el
caballo con ojo crítico.
—Me gusta, es muy lindo.
—¿Cuanto está saltando? — Ahora le preguntó a Darcy.
—Trabaja a 1.20 sin problemas. ¿A qué altura están saltando tus chicos?
—Los más avanzados recién se están llegando al metro.
—Ahora lo llevamos a la manga, —Darcy dijo. — Ahí lo van a poder ver saltar
suelto.
Darcy le dio indicaciones al muchacho para que llevara a Solsticio al corredor y que
ajustara las vallas a 1 metro. Todos se fueron detrás de él. Esteban y Darcy
caminaban adelante, Marcela y Elisa unos pasos más atrás.
—Guillermo Darcy es un encanto de persona. No entiendo como te pudo haber caído
tan mal cuando lo conociste.
Elisa se sonrojó un poco. — Está bastante cambiado. Se lo ve mucho más relajado.
Antes no era tan … así.
Marcela sonrió con picardía. Había notado las miradas que Darcy le echaba a Elisa e
intuía que había algo más entre esos dos de lo que Elisa dejaba traslucir. —Qué
interesante, ¿no? Que cambie así, de repente, justo cuando se vuelven a encontrar
después de tanto tiempo.
—Vaya a saber qué le pasa. —la sobrina se hizo la desentendida.
La tía intentó sonsacarle más. —Por ahí es porque se siente más a gusto en el campo,
en su propia casa. Me imagino lo estresado que debe haber estado, pobre, con una
gira internacional por delante, entrenado todos los días. ¡Debe haber sido agotador!
—Puede ser. — Elisa intuía para donde iba el tema. Marcela tenía alma de
casamentera.
—O talvez tiene otros intereses en mente, ¿no te parece? Algo o alguien que lo motiva
a ser más amable.
Reprimiendo una sonrisa, respondió. —Por supuesto, te quiere vender un caballo.
Marcela largó una carcajada que hizo que los hombres se dieran vuelta para ver de
qué se reían las dos mujeres que caminaban detrás. Los ojos de Darcy se cruzaron
con los de Elisa y él le sonrió, haciendo que a ella se le llenara de mariposas el
estómago. Esteban le hizo un comentario y él volvió a mirar hacia delante, dejándola
con ganas de volver a ver sus ojos oscuros y su sonrisa compradora.
Se quedaron un rato al costado de la manga, viendo como el caballo saltaba. Elisa se
quedó impresionada con lo bien entrenado que estaba. Darcy luego pidió que lo
ensillaran así lo podían ver trabajar montado. Mientras tanto Marcela y Esteban se
fueron hacia la pista principal, dejando a Elisa y a Darcy solos un momento.
—¿Vieron las yeguas? Están allá, en el campo. — Darcy apuntó.
—No, no las vimos.
—Vení que te muestro. Así conocés a Miss D.
—Dale.
Caminaron juntos por un camino bajo la sombra de una hilera de álamos hacia los
alambrados que limitaban el campo abierto. Soplaba un aire fresco y se sentía el ruido
de las hojas y a algún benteveo cantando por ahí. Darcy caminaba con las manos en
los bolsillos, Elisa de brazos cruzados. Ninguno de los dos parecía muy cómodo y
cada tanto intercambiaban miradas seguidas de sonrisas nerviosas. Llegaron a un
doble cerco y se reclinaron en la tabla del alambrado exterior. Las yeguas pastoreaban
a pocos metros.
—Aquella blanca, grandota es Miss D. Con suerte viene.
Darcy le silbó y varias de las yeguas levantaron las cabezas y movieron las orejas,
localizando el sonido.
Muchas estaban con cría al pie y no les prestaron demasiada atención. Algunos
potrillos se acercaron un poco más a verlos, pero enseguida volvieron con sus madres
y continuaron con sus juegos. Miss D se los quedó mirando por debajo de su larga
crin, de repente se sacudió para espantar los bichos que revoloteaban a su alrededor y
siguió comiendo.
—Parece que hoy no tiene ganas. — Darcy se sonrió.
—¿Ya la hiciste tener cría?
—No, no me animo cruzarla. Tengo miedo de que le pase algo. Pero le vamos a sacar
óvulos para hacer transferencia embrionaria.
Elisa se dio cuenta que tocó un tema delicado y prefirió cambiarlo.
—Me comentó Anselmo que pensás ir a los Panamericanos.
—Primero tengo que clasificar. Sumé muchos puntos este año, pero como estuve en
Europa, me perdí varios torneos clasificatorios. Así que me queda lo que resta del año
y medio del que viene para juntar los puntos necesarios. Carlos está en la misma
situación. Estamos hablando con otros jinetes para ver si podemos conformar un
equipo y viajar todos juntos. Vamos a tener que competir por toda Sudamérica. Por
suerte, esta vez tenemos un poco más de apoyo del gobierno. Es bueno tener alguien
del hipismo en la comisión directiva del comité olímpico nacional.
—Estoy segura de que vas a clasificar sin problemas.
—Eso espero.
Ya de vuelta en el picadero, vieron saltar a Solsticio. Los Girardi estaban más que
interesados en el caballo y ahí mismo Esteban empezó a preguntar costo y
condiciones de venta. Darcy, muy cordialmente, los invitó a continuar con la
negociación en la casa, mientras tomaban un café. Llamó al ama de llaves desde el
celular y le avisó que iría con visitas. Se subieron a los autos y partieron hacia la
casona blanca de La Peregrina.
Capítulo 21
Si Elisa había quedado prendada del campo, la casa hizo que se enamorara
perdidamente de La Peregrina. Era grande, pero tan acogedora que daban ganas de
quedarse para siempre. Los ambientes eran amplios y luminosos, con puerta ventanas
que daban a la galería, decorados con muy buen gusto, mezclando muebles modernos
con otros más campestres y rústicos. Darcy los hizo entrar por el living principal y los
guió a una sala de estar más pequeña e íntima, con sillones floridos y colores cálidos,
situada en el lado oeste de la casa y desde donde se apreciaba la puesta del sol. El
ama de llaves, una señora regordeta con cara de buena gente, apareció a recibirlos.
—¿Buenas tardes, qué les sirvo? Tenemos té, café, mate, o si prefieren les puedo
servir algo fresco.
Todos optaron por un cafecito.
Antes de irse para la cocina, intercambió algunas palabras con su patrón.
—¿Alguna novedad? — preguntó él.
—Nada, todo estuvo tranquilo esta semana.
—Me dejé un bolso en la oficina de los establos. ¿Le pedís Anselmo que lo traiga
cuando venga para acá, por favor? Tengo algo de ropa para lavar y mi tía te mandó
unas cosas que quedaron de la fiesta.
—¿Y? ¿Cómo estuvo? — Palmira preguntó entusiasmada.
—Bárbara, había como 300 personas.
—Recién llamó Justina avisando que ya está en camino para acá. ¿No se venían
juntos?
—Fue con su auto así que no la esperé. Cuando salí todavía estaba durmiendo, así que
arreglé con la seguridad del Mangrullo para que la acompañara hasta la ruta. Avisale
a Anselmo que mande a uno de los muchachos hasta el puente para que la espere.
Prefiero que no haga ese tramo sola.
—Le aviso. — Palmira lo miró de arriba abajo, frunciendo el ceño ante su delgadez.
No es que estuviera tan flaco, pero era obvio que a ella le hubiera preferido verlo más
un poco más rellenito. —¿No te dieron de comer en casa de tu tío?
—Comí bien, no te preocupes.
—Bueno, — Ella le palmeó el brazo cariñosamente, — atendé a las visitas. Después
hablamos.
Elisa, que los estuvo observando todo el tiempo, enseguida miró para otro lado y se
hizo la distraída cuando vio que terminaban la charla. Le llamó la atención la
familiaridad con la que Darcy trataba a su gente y cómo lo apreciaban. Palmira lo
trataba como a un hijo. Para que no pareciera que lo estuvo espiando, se puso a
caminar por la sala a mirar las cosas que había por ahí. Se acercó a un aparador
grande y macizo en donde había un montón de fotografías familiares. Le gustó una de
Guillermo con una nena de unos 8 años en la que los dos estaban muy sonrientes,
sentados en el suelo al lado de un árbol de navidad. Junto a esa había una en la que él
vistiendo un smoking y a su lado estaba la rubia alta y despampanante que Elisa vio
colgada de su cuello durante la transmisión de la Copa de las Naciones.
Ya estaba especulando con quién podía ser y qué tipo de relación tendría con Darcy
cuando sintió una presencia detrás suyo. Se dio vuelta y se lo encontró de frente.
—Me encanta tu casa. Es preciosa, te felicito. — Dijo Elisa dando un paso al costado
para poner un poco de distancia entre los dos.
—Gracias.
Trago saliva. No quería que él pensara que estaba ahí por algún motivo en especial o
que podía tener algún tipo de interés en volver a verlo, así que quiso dejar claro que
su encuentro fue puramente casual.
—Suponíamos que no estabas en el campo cuando decidimos venir. En realidad sólo
queríamos mirar un poco, ver los caballos, no era nuestra intención molestar a la
familia.
—No es ninguna molestia. Yo no tenía planeado llegar hasta más tarde así que, por
suerte, coincidimos.
—Sí, por suerte. — Elisa sonrió nerviosa.
Se hizo una pausa incómoda.
—¿Qué te pareció la fiesta de Areco, es la primera vez que venís? — él le preguntó.
Ella asintió. —Sí. Me gustó muchísimo. Fui un par de veces a la de Madariaga, pero
esta me pareció espectacular.
—Cada tanto voy, pero este año no pude. Justo coincidió con una fiesta muy grande
en el Mangrullo y no podía faltar. Es el aniversario de mis tíos y esta vez cayó en fin
de semana.
Elisa sonrió y no dijo nada.
—¿Y qué se siente volver a las pistas?
—¿Qué? —Las cejas de Elisa se arquearon alto en su frente.
Él frunció el ceño, confundido. — ¿No competiste hace poco en Mar del Plata?
—¿Cómo sabés?
Se movió incómodo en su lugar. —Estoy suscripto a una lista de hipismo y me
llegaron los resultados por mail. Vi tu nombre y supuse que eras vos.
—Ah.
—Felicitaciones.
Ella sonrió. Había sacado un cuarto puesto en un torneo de morondanga en el interior
del país y el jinete más hot de Sudamérica, Campeón de la Copa de las Naciones y
Subcampeón mundial había reconocido su nombre entre el montón y la estaba
felicitando. ¡Qué linda caricia para su ego!
—Gracias, pero no es para tanto. Fue un cuarto puesto, nomás.
—¿Montaste la yegua que te vi entrenar aquél día?
—Si, a Brisa. Fue su primera salida a un torneo.
—Entonces mucho más merecido. Un cuarto puesto en la primera salida es mucho
más difícil. Me alegro por vos.
Elisa se puso colorada y no supo qué decir. Por suerte, la llegada de una empleada
cargando una bandeja con café con masitas la salvó de seguir conversando.
Caminaron hacia el sofá y se sentaron con los otros.
Mientras tomaban el café, Esteban sacó el tema de Solsticio y las condiciones de
venta. Darcy lo esquivó muy cordialmente y sugirió iniciar negociaciones en otro
momento. Para él, éste era un encuentro social y prefirió no arruinar el clima
hablando de dinero. Elisa estaba gratamente sorprendida con su amabilidad y
simpatía para con ella y su familia. Era obvio que cuando quería, Darcy podía ser
encantador –y endiabladamente seductor—y demás era un excelente anfitrión.
Luego de un rato, llegó la hermana de Guillermo. Elisa esperaba encontrarse con la
rubia alta y despampanante de la foto y así apaciguar sus incipientes celos, pero no, la
chica que apareció era bastante distinta y lo único que tenían en común con su ahora
archienemiga era que las dos eran altas.
Justina Darcy era delgada, con largo cabello color caramelo, típica niña rica, muy
bonita, pero sin la presencia impactante de su hermano mayor. Era muy vivaz y
espontánea y enseguida entró en conversación con los invitados.
—¿Desde Tandil? — les preguntó a los Girardi cuando mencionaron en donde vivían.
—¡Qué lejos!
—No es tanto. Hoy con las autopistas todo es más cerca.
—¿Vos también vivís en Tandil? —Le pregunto a Elisa.
—No, en Villa Esperanza. Queda sobre la 74, pero más para el lado de Pinamar, cerca
de Ruta 2.
Las cejas de Justina se arquearon y la cara se le iluminó, como si se hubiera dado
cuenta de algo importante. — ¿Vos sos la misma Elisa que trabajó con mi hermano
cuando estuvo en la Reconquista?
Elisa enseguida miró a Darcy, quién se movió incómodo en su asiento. —Sí. Soy yo.
—Y también estuviste en lo de la tía Carmen, en invierno ¿no?¡Que divertido! ¡No
me digas que lo viniste a visitar!
—En realidad nos encontramos de casualidad y los invité a tomar un café a la casa. —
Darcy se apuró a decir. —Elisa vino con sus tíos para la fiesta de Areco y de paso
vinieron a ver caballos ala estancia. Por poco ni nos vemos.
—Ah. — Justina miró a su hermano y se mordió el labio al darse cuenta que talvez
había metido la pata. Y girando hacia las visitas, agregó. — Qué bueno que
coincidieron, ¿no? Hubiera sido una lástima sino.
Esteban comentó sobre la buena fortuna de haberse encontrado en los establos y
cómo eso abrió las puertas para la compra de Solsticio. Mientras tanto, Elisa
elucubraba acerca de las implicancias de lo que había dicho Justina. Era obvio que
Darcy le había hablado de ella. ¿Qué tanto sabía Justina acerca de lo que pasó en la
Rosa del Carmen? ¿Sabía que su hermano estaba (o estuvo) loco por ella, que la
había besado, invitado a un telo y que ella lo había mandado a la mismísima
miércoles? La duda la estaba carcomiendo.
—¿Hasta cuándo se quedan? — Preguntó Darcy.
—Hasta el jueves. — respondió Marcela.
—¿Qué tal si se vienen a comer mañana? —propuso él. —Justi se queda unos días
más y mañana vienen Carlos, Carolina y los Hurtado a cenar a casa. Sería lindo que
nos acompañaran. Almorzamos y se quedan hasta la cena. Así les muestro todo el
campo y charlamos de Solsticio. Si no tienen otros compromisos, por supuesto.
—Me encantaría, — respondió Marcela. —Pero mañana hay un almuerzo en casa de
mi prima, es el cumpleaños y supongo que estaremos casi toda la tarde. ¿Elisa,
porqué no te venís vos? Te podemos traer a media mañana y nos venimos para la
cena.
—¡Genial! — dijo Justina y Elisa se puso pálida.
—Yo la puedo ir a buscar. No hace falta que se vengan hasta acá. — Se ofreció Darcy
—Bueno, este …— Elisa se movió en su sillón.
—Dale, venite. Mi hermano hace los mejores asados del mundo. No te lo podés
perder.
Elisa suspiró y sonrió. —Bueno, vengo.
Las visitas se quedaron un rato más. Los hermanos Darcy los acompañaron hasta el
auto y se quedaron en viendo hasta que se perdieron de vista en el camino.
—Que amor de gente. Me parecieron divinos. —Comentó Justina mientras iban hacia
la casa.
—Si, son muy agradables.
—Así que ella es Elisa. Mirá vos.
Darcy miró a su hermana con cierta desconfianza. Si bien parecía que Justina vivía en
una nube de gases, era muy perceptiva y el tonito casual que estaba usando le dio a
entender que algo se traía entre manos.
—Sorry si metí la pata, pensé que te había venido a visitar.
—No problem, sweetie.
Justina sabía que se estaba haciendo el desentendido. —Que embole si no se hubieran
encontrado, ¿no?
Él se encogió de hombros.
—Yo no creo en la casualidad, ¿sabés? Para mí que se vieron porque tenía que ser,
como cuando te la encontraste en lo de Carmen. —dijo con cierto misticismo. — Es
el destino.
—No digas pavadas. —Darcy la miró de reojo y vio ojitos brillantes y juguetones de
su hermana.
Al ver que había aflojado un poco, Justina atacó con todos los cañones. —Te gusta,
¿no?
—¿Qué?
Ella se empezó a reír. —¡Te gusta, admitilo! La mirás con ojitos de enamorado.
—Cortala, Justina. —No pudo evitar que se le escapara una media sonrisa. Justina
tenía un don especial para hacerle perder la seriedad y sonsacarle cosas que no quería
decir.
Su hermana lo tomó del brazo y empezó a saltar en el lugar. —¡Contame todo!
¡Contame qué pasó en Córdoba! ¿Cuando la invitás a salir? Tenemos que armar algo.
¡Ya sé! Hacemos así: mañana, ni bien terminamos de comer, digo que me duele la
cabeza o algo, así los dejo solos y …
—Ni se te ocurra. — se puso serio. —No quiero que crea que la estoy presionando ni
nada por el estilo. Sólo somos amigos. Ni siquiera eso, conocidos. Dejemos que las
cosas evolucionen solas, como tiene que ser.
—Mirá que sos amargo. Tenés que aprender a relajarte. Así nunca vas a conseguir
novia.
—Estoy bien así.
Justina levantó una ceja y puso su brazo alrededor del de él mientras caminaba
despacio por la galería. —Sorry, pero no estás bien así. Cada día estás más
caracúlico. Además, te estás poniendo viejo y necesitás a alguien que te cuide. Con la
facu, nunca estoy en casa y no podés seguir así, solo por la vida.
Él no contestó.
—Y Elisa me parece la mujer ideal para vos. Es simpática y alegre –como yo--, pero
parece tener carácter y no se va a dejar manejar por un neurótico control freak como
vos.
Darcy se rió entre dientes. —¿Un qué?
Ella revoleó los ojos. —Además, tienen algo muy importante en común. Se pasa el
día andando a caballo, igual que vos, así que ya tienen qué hacer con el 90% de su
tiempo. No me digas que no serían la pareja perfecta. Guillermo, Elisa y sus
caballitos.
—Creo que te olvidaste un detalle, Justi, y es que yo le tengo que gustar a ella.
Justina largó una carcajada. —¿Qué? ¡Billy, por favor! No conozco a una mujer,
joven o vieja, que te haya visto y que no se haya enamorado de vos. Todas mis
amigas están enamoradas de vos. Palmi está enamorada de vos. El otro día Mechi me
preguntó si tenías novia y cuando le dije que no me pidió que le hiciera pata para
engancharlos. Te juro, para mí, Elisa está muerta por vos. No paraba de mirarte y se
ponía colorada cada vez que le hablabas. Hay onda, te lo aseguro.
—¿Te parece? — él preguntó en un tono esperanzado y tardó un segundo en darse
cuenta de que había caído como un estúpido en la trampa de su hermana. Justina ya
estaba festejando.
—¡Sabía que te gustaba! ¡Estás enamorado de Elisa! No voy a parar hasta que la
invites a salir. ¡Voy a contarle a Palmira que mi hermano tiene novia!
Justina salió corriendo para la cocina y Darcy detrás de ella. —¡Justina! ¡Vení para
acá!
Capítulo 22
Elisa se quedó dormida esa mañana. El culpable era Darcy, por supuesto, porque se
quedó pensando en él toda la noche y prácticamente no pudo dormir. Finalmente,
cuando pudo conciliar el sueño, soñó con él y no se podía despertar. Cuando abrió los
ojos eran las más de las nueve y saltó de la cama sólo para encontrarse con que
Andrea, la hija de 15 años de la prima de Marcela, estaba en el baño. Parece que la
mocosa le gustaba quedarse media hora adentro de la ducha, haciendo no se qué.
Recién pudo entrar a ducharse a las diez menos cuarto y no tuvo tiempo para mucho.
Darcy había quedado en venir alrededor de las diez, así que Elisa tuvo que correr
como loca para estar lista a tiempo.
—Me encanta esta remera, ¿me la prestás para hoy? — Preguntó Andrea mientras
miraba una remera blanca que sacó del bolso de Elisa.
—Si, dale, no hay problema. —Elisa se calzó los pantalones y tomó el cepillo para
desenredarse el pelo. No iba a tener tiempo de secarlo.
—¿Vas a ir así? — la chica la miró de arriba abajo.
—¿Qué tiene de malo? — Llevaba unos jeans, una musculosa blanca y arriba una
camisa verde agua de mangas cortas que ella consideraba le quedaba muy linda.
—Nada, pero vas a comer a la estancia de los Darcy. Yo iría más arreglada. Digo,
nomás.
—Llevo algo para cambiarme para la cena. Ahora vamos recorrer el campo, así que
mejor ponerme algo cómodo.
—Ese Guillermo Darcy está refuerte. Es medio viejo, pero igual. —Andrea dijo de
manera casual mientras se tiraba en la cama.
—Psé. — Elisa se hizo la desententida.
—Y el auto que tiene está bárbaro.
—Aha.
—Apurate porque mi mamá lo va a volver loco.
—¿Qué? — A Elisa casi se le cae el cepillo de la mano. — ¿Está acá? ¿Por qué no me
avisaste?
—Te dije cuando entré, no me habrás escuchado. Llegó hace un ratito.
—Ay, por Dios, me quiero matar ...
Elisa corrió hacia la ventana y vio la camioneta Toyota estacionada en la calle. El
corazón le latía como loco y ya estaba empezando a transpirar. Se fue para la cómoda
y tomó un delineador de ojos –Andrea le había estado usando los cosméticos y se los
dejó todos tirados por ahí—y se maquilló un poquito. Se puso desodorante, se miró
una vez más al espejo para chequear que todo estaba en su lugar y bajó por la
escalera, mochila en mano.
Cuando lo vio parado en el living, se le hizo un nudo en el estómago. Vestía de
manera muy informal, con unos jeans lavados y una chomba azul marino un poco
gastado que le quedaba muy bien y lo hacía ver aún más alto. Siempre lo había visto
en camisas de mangas largas bastante flojas al cuerpo o con ropa de invierno y ahora
que llevaba mangas cortas y ropa más entallada, Elisa notó los brazos musculosos y
bronceados. Si bien Darcy era delgado, sin duda tenía un excelente estado físico. Este
iba a ser un día largo y difícil.
—Hola, — le dijo cuando llegó al pie de la escalera. —Disculpá la tardanza.
Los ojos de él recorrieron su figura. Se le escapó una sonrisa de apreciación. —No
hay problema, recién llego.
—Bueno, vayan chicos, — dijo Marcela. — No los quiero demorar más. Además
tenemos un montón que hacer. Nos vemos a la noche.
—Nos vemos. — Respondió Darcy mientras se acercaba a saludar a la dueña de casa.
—Un gusto conocerla.
—Encantada, que la pasen lindo
Salieron para la calle y Darcy se ofreció a cargar la mochila de Elisa.
—No pesa nada. Sólo traje una muda de ropa para hoy a la noche, como para estar un
poco más arreglada.
Él le sonrió y destrabó las puertas de la Toyota con el control remoto.
—Dame que la pongo atrás, — Darcy le dijo mientras abría la puerta trasera. —así
vas más cómoda.
Elisa iba a decir que no hacía falta, que estaba bien, que el auto era enorme y que ella
y su mochila cabían perfectamente en el asiento delantero, pero prefirió no empezar
con discusiones tontas y lo dejó tomar la mochila y ponerla en el asiento trasero.
Mientras lo hacía, él murmuró algo acerca de haber ido a buscar la carne y algunas
cosas para el asado de la noche y que por eso había bolsas y paquetes en el asiento.
Se sentaron en la camioneta y Darcy la puso en marcha.
—¿Todo listo, entonces? —él le preguntó. —¿No te olvidás de nada?
Ella hubiera jurado que le sintió un leve temblequeo en la voz, pero no estaba segura
de si fue él o ella que estaba tan nerviosa que no escuchaba bien. El corazón le latía
con tanta fuerza que le retumbaba en los oídos.
—Supongo que no. Vamos. Si me falta algo llamo a mi tía y le pido que me lo traiga
esta noche.
Cuando iba poner la camioneta en cambio para salir, Darcy miró para el lado de Elisa
y frunció el ceño, como si viera algo raro. Ella empezó a preocuparse porque no sabía
qué iba a hacer. De repente sintió un golpeteo en el vidrio de su puerta y saltó casi
hasta el techo del susto. Giró la cabeza y vio a su tía con unos anteojos oscuros en la
mano.
Quiso bajar el vidrio, pero no sabía cómo. No estaba acostumbrada a un auto con
levanta vidrios eléctrico y éste tenía como 4 botoncitos distintos que no sabía para
que eran. Tocó uno y trabó las puertas. Darcy se reclinó por delante de Elisa y se
estiró para abrirle la ventanilla a Marcela desde la consolita del acompañante. Siendo
alto y de brazos largos llegó perfecto y Elisa contuvo la respiración durante toda la
maniobra, sobre todo cuando los dedos de él rozaron su mano en el apoyabrazos.
— Te olvidaste los anteojos. — le dijo Marcela.
—Gracias, — él los agarró.
Elisa suspiró en cuanto Darcy abandonó su espacio personal. El día ni siquiera había
empezado y ya habían tenido un encuentro cercano del primer tipo.
Arrancaron y Darcy tomó el camino de salida del pueblo, hacia la ruta. Estuvieron
callados un rato. Elisa estaba tan nerviosa que empezó a sentir calor y abrió la
ventanilla (ahora sabía cual era el botoncito). Iban por la ruta a una velocidad
considerable y el viento empezó a revolverle el pelo. Cerró la ventanilla.
—¿Preferís que ponga el aire acondicionado? — él le preguntó.
—No, estoy bien. Cerré un poco por el viento.
—Lo pongo en ventilación. Todavía tenés el pelo mojado y te puede hacer mal.
Elisa se sintió un pan de manteca derritiéndose en una sartén tibia. Era lo más dulce
que había escuchado en su vida. —Bueno, dale.
Darcy prendió el aire y lo reguló al mínimo. Con los vidrios cerrados, el silencio
dentro de la camioneta era aún más intenso. Pensó en poner la radio, pero no tenía
ganas de ponerse a buscar una estación potable. El CD que estaba puesto tampoco le
pareció apropiado. No tenía idea de cuales eran las preferencias musicales de Elisa
pero dudaba que a ella le gustara mucho escuchar jazz instrumental. Seguramente le
gustaba el Reggaeton y esas cosas que escuchaba Justina. De repente se sintió viejo y
tonto. Suspiró y siguió manejando en silencio.
—¿Vamos a salir a caballo? — preguntó ella al rato.
—Si te parece bien, podemos salir ahora a la mañana y volvemos para el almuerzo,
tipo dos. Mejor ir más temprano ya que tal vez para la tarde hace demasiado calor.
—Bueno. — exhaló. —No traje las botas de montar, vine en zapatillas.
—No te preocupes, en casa hay. También tenemos polainas. No son tan calurosas y te
protegen bien las piernas.
—Bueno.
—Si no tenés ganas, lo podemos dejar, no te sientas obligada …— el dijo al ver que
ella no parecía muy entusiasmada con la salida.
—No, está bien, me encantaría salir a montar por el campo. No lo hago muy seguido
y la verdad es que me encanta …— Qué bien, ahora parecía una tonta a la que le
‘encantaba’ todo.
Darcy tomó aire y lo largó despacio. Esto se le estaba haciendo cada vez más difícil.
No era nada fácil estar cerca de ella y actuar normalmente, como si no estuviera
locamente enamorado, como si nunca hubiera pasado nada entre ellos y si a eso le
sumaba el hecho que ella parecía no estar del todo cómoda, la cosa se complicaba aún
más.
—¿Justina viene con nosotros? — preguntó Elisa de la manera más casual posible.
“No, por Dios, me volvería loco,” pensó él. —No creo. No anda muy seguido a
caballo. Cuando llego le pregunto.
“Todo un día sola con él,” suspiró Elisa, “¿cómo voy a sobrevivir a esto?”
—¿Qué? — él le preguntó de repente.
—¿Eh? — Ella se sobresaltó. ¡Estaba segura de que no había hablado en voz alta!
—Nada — Darcy exhaló y volvió los ojos hacia el camino. —Me pareció que … no
importa.
Para alivio de ambos, ya estaban cruzando la tranquera de entrada al campo. Pasaron
por la casa a preguntarle a Justina si quería acompañarlos pero la menor de los Darcy
gentilmente declinó la invitación. Estaba chateando con las amigas y organizando las
salidas de la semana.
Volvieron al auto y partieron para los establos en donde los esperaba Anselmo con los
caballos ensillados --Tuareg y Miriñaque-- ambos con monturas inglesas cubiertas
con mullidos cueros de oveja.
—Supuse que querrías volver a montar a Miriñaque. ¿O preferís a Solsticio? Así lo
probás y les comentás a tus tíos. Lo ensillamos en un minuto — Le dijo Darcy.
—No, Miriñaque está bien. Qué lindos estos corderitos. — Elisa apuntó a los cueros
sobre las monturas
—Son más cómodos. Estaba por ponerle recado pero no sabía si estabas
acostumbrada o no.
Ella sonrió. No podía imaginarse a Tuareg con un recado a lomo ni a Darcy
montando sobre uno. Siempre lo consideró tan ‘inglés’. —No te hacía hombre de
recado.
Él le mostró una media sonrisa. —¿Viste? No soy tan acartonado como parezco.
“¿Así que el señor Darcy puede reírse de sí mismo?” Pensó Elisa, divertida. Sin duda
era una novedad. No respondió y levantó la pierna para poner el pie en el estribo y
subir. Con los jeans ajustados era imposible lograrlo.
—Esperá que te ayudo. — Darcy se le acercó. Ella dobló la rodilla y él la levantó sin
esfuerzo. Una vez sentada en la montura, le ajustó los estribos. — ¿Así está bien?
—Perfecto.
Darcy montó su caballo y salieron para el campo. Le llamó la atención lo bien que
Tuareg se manejaba en las tranqueras –Darcy las abría y cerraba montado—lo que le
hizo pensar que el binomio salía al campo con cierta frecuencia. No era usual que los
caballos de salto en entrenamiento intensivo salieran al campo. Generalmente
pasaban el día confinados a box para evitar lesiones y accidentes.
—Miralo al Tuareg, qué camperito. — dijo Elisa de buen humor. — No me lo
imaginaba tan ducho con las tranqueras. Además, está re-tranquilo, nada que ver con
los concursos.
—Le gusta mucho andar por el campo. Alguna vez lo he metido entre las vacas y se
desenvuelve bastante bien. Estas salidas ayudan mucho a reducir el estrés. Pero ahora
tengo que ser más cuidadoso. Ya empezamos a entrenar fuerte y no puedo
arriesgarme a que se lastime.
Al jinete también se lo veía muy relajado así que Elisa supuso que Darcy también
debe haber estado muy estresado durante su estadía en la Reconquista. Tal vez por
eso era tan serio y cortante. Parecían dos personas distintas. ¿Cómo pudo haberlo
juzgado tan mal?
—Me llamó la atención ver a Miriñaque acá.
—Le compré a mi tía su parte y me la traje. Es muy buena. Calculo que para fin del
año que viene ya estará lista para ir a pista. —respondió él.
—¿Tanto? Está saltando un metro sin dificultad. —Para Elisa, Miriñaque estaba más
que preparada.
—Para mi le falta un poco de madurez y seguridad. También algo de técnica. No está
lista para tanta presión.
Ella asintió. Darcy lo veía desde una óptica completamente distinta a la de ella. Para
él, un caballo que iba a concursos lo hacía para ganar torneos de Grand Prix, no para
pasearse por un club chico y tal vez volverse con una medallita dorada. Él pensaba en
concursos internaciones, juegos Panamericanos y Olímpicos. Sus aspiraciones y
metas eran completamente distintas a las de ella, al igual que sus recursos. Por
primera vez pudo entender, sin rencores ni envidias estúpidas, las enormes
diferencias que los separaban.
—¿Le estás entrenando vos?
—No, uno de los muchachos. No la monté todavía.
En realidad, aunque la yegua le parecía excepcional, Darcy la había comprado sólo
por Elisa. Le recordaba a ese tiempo en La Rosa del Carmen y la había adquirido con
la esperanza de que algún día Elisa la volviera a montar. Nunca se imaginó que ese
día iba a llegar, y mucho menos que el formidable evento iba a tener lugar en su
propia casa, con los dos recorriendo la estancia juntos.
Elisa se quedó callada, pensando porqué un hombre que tenía tantos caballos de
primera línea se había comprado uno que no pensaba montar. ¿Tal vez porque podía
darse ese lujo?
—¿Vivís acá todo el tiempo? — preguntó al rato.
—Tanto como puedo pero no todo lo que quisiera. Este año me la pasé viajando y la
gira europea me tuvo 3 meses fuera de casa. Tengo otras obligaciones que no puedo
descuidar y que me tienen de acá para allá. No es fácil.
“¿Qué otras obligaciones?” Pensó Elisa. ¿Negocios? ¿Trabajo? ¿Una novia, tal vez?
Sintió una sensación rara en el pecho. Conocía sus secretos más íntimos, pero nada
acerca de su vida cotidiana.
—Te quedaste callada, — él comento suavemente, —¿todo bien?
Ella suspiró. —Si, re-bien. ¿Cuántos caballos tenés acá en la estancia?
—Unos setenta, entre yeguas de cría, caballos en entrenamiento y los caballos de
trabajo en el campo. Le estamos dando fuerte a la ganadería y tenemos algunos
criollitos para lidiar con las vacas.
—La estancia parece ser enorme.
—Son unas2000 hectáreas. —al ver la cara de admiración de Elisa, agregó. —Pero no
todo es campo útil. Tenemos como 300 has de bañado. También sembramos bastante.
Habrá unas 800 hectáreas dedicadas a cultivos. El haras es bastante nuevo. Mi abuelo
lo empezó pero fue mi papá quien hizo la mayoría de las cosas. Mi mamá era una
excelente amazona y él armó todo esto para ella. Yo mejoré y agregué algunas
cositas, pero la mayoría fue hecha por él.
Elisa recordó al chico de 9 años de la fotografía, con mirada triste y pensó en esa
madre que nunca lo vio crecer y convertirse en un renombrado campeón internacional
de salto. Sintió que se le estrujaba el corazoncito de emoción.
—¿Así que lo hizo por tu mamá? — para ella, no había nada más romántico que eso.
—Si. Los Figueroa son los que tienen tradición en el hipismo, no los Darcy. Al morir
mamá, papá dejó todo, pero cuando vio que yo seguía sus pasos, retomamos el haras
juntos. Lástima que no vivió para ver todo esto terminado.
—Bueno, — Elisa bromeó un poco para darle más ligereza a la charla. —Darcy o
Figueroa, por lo visto lo llevás en los genes.
Pasaron un monte de eucaliptos –la última sombra, comentó Darcy—y cruzaron un
alambrado para salir al campo abierto. Avanzaron sobre una pastura natural, de pastos
más rústicos y altos, hacia una quebrada. Al final, Elisa pudo ver un arroyo pluvial y
el famoso bañado al que se refirió Darcy. La inmensidad alrededor de ellos era
avasalladora. No había nada cientos de metros a la redonda, ni siquiera un tala ¹
solitario o una tapera ² abandonada.
—Contame como vas con los estudios. ¿Ya decidiste que vas a hacer? — él le
preguntó.
—Producción Agropecuaria, en Mar del Plata.
Darcy se mordió el labio. Bastante lejos. Había tenido la esperanza de que se viniera
para el lado de Pergamino en donde habría sido más fácil encontrarse. Ahora sólo les
quedaban los torneos como posible lugar (casual) de encuentro.
—Bueno, llegamos. — dijo luego de descender la quebradita hasta el agua. El arrollo
estaba bajo así que el bañado no estaba inundado. — Este es el límite norte de la
Peregrina, del otro lado del arroyo, en aquel alambrado.
Elisa miró a su alrededor y sintió el silencio del campo. Corría una brisa agradable y
no se sentían los ruidos de la civilización. El lugar era bellísimo, vasto y sereno y se
le ocurrió que Darcy era un poco como su estancia, sólido, noble, un poco solitario,
pero con un dejo de misterio.
Darcy desmontó y Elisa se vio obligada a hacer lo mismo. Estaban realmente solos en
el medio de la nada y su mentecita paranoica de chica de barrio enseguida empezó a
elucubrar escenarios desagradables. Este era el mismo hombre que confesó estar loco
por ella, que le había robado un beso de lengua y que le había propuesto llevarla a un
hotel para hacerle el amor en un turno. Este hombre le doblaba en tamaño y Elisa
sabía que estaría indefensa si intentaba algo. Suponía que no, pero no pudo evitar
sentir un poco de miedo.
Él se le acercó y abrió la riñonera que llevaba en la cintura, buscando algo en su
interior. Elisa miró desconfiada hasta que vio el frasco de repelente que él
gentilmente le ofreció. Se roció el producto encima y giró para que Darcy le ayudara
a protegerse la espalda contra los mosquitos que no daban tregua. Luego él se puso en
los brazos y ella le devolvió el favor, rociando repelente sobre su amplia espalda.
Darcy guardó el frasco con un suspiro y se quedó callado mirando al suelo, pensativo.
Elisa empezó a ponerse nerviosa y sugirió que volvieran. Él asintió, pero no se movió
de su lugar. No decía nada y ella, cada vez más aprehensiva, giró para ir a montar a
Miriñaque, pero Darcy la tomó del brazo y la hizo volverse hacia él. Elisa se preparó
para lo peor. Pensó que se le iba a tirar encima para arrancarle la ropa y hacerle el
amor en el pajonal. De repente la fantasía no le pareció tan desagradable y sintió un
cosquilleo entre las piernas. Darcy la soltó, tomó aire y dijo.
—Elisa, quisiera disculparme por lo que pasó en Córdoba. —la miró con ojos
intensos.
—No, está bien, no hace falta, — ella le respondió agitada mientras se volvía otra vez
hacia la yegua. No quería tener esta conversación en este momento, en este lugar. Se
sentía demasiado desprotegida.
—Por favor, escuchame. —la detuvo suavemente del brazo para que no se escapara y
la soltó enseguida. En su tono había algo de súplica. —Estuve mal y te falté el
respeto. No sé que me pasó. Lo que te dije … no fue mi intención decirte todas esas
cosas, no era lo que realmente sentía. Te juro, no quise lastimarte ni insultarte de esa
manera. Por favor, perdoname.
Elisa estaba sorprendida y abrumada por su confesión. Se lo veía realmente
arrepentido y no sabía qué decir. Él se la quedó mirando, como esperando respuesta y
al final tuvo que contestar. Por suerte, no le tembló la voz.
—Guillermo, está bien, en serio. No pasó nada. A mi también se me fue la mano, con
lo de Jerónimo y eso. Los dos nos equivocamos. Ya está, olvidémonos de todo y
miremos para adelante.
Darcy sonrió como si le hubieran sacado un enorme peso de encima. —Gracias.
Montaron los caballos y emprendieron el camino de vuelta a la casa.
Los dos sentían que ese día habían superando un enorme obstáculo.
²Boluda
Capítulo 24
Ya era noche cuando los viajeros llegaron a La Arboleda. Hacía calor y había mucha
humedad, lo contribuyó a aumentar la sensación de opresión y desprotección que
sentía Elisa. La casa era una desolación. Tomás no estaba, Adela estaba bajo efecto de
los dos Alplax que se había tomado, María se había encerrado en el cuarto y Federico
y Cata ya estaban en la cama. Sólo quedaba Julieta despierta para recibir a los recién
llegados y contarles las novedades. Se la veía triste y abatida.
Los Girardi se quedaron esa noche en La Arboleda. Al ver que Tomás no volvía, no
quisieron dejar a las chicas solas. Partieron para Tandil a la mañana y prometieron
mantenerse en contacto para ayudarlas en todo lo que necesitaran.
—Juli, se me ocurre que no me estás contando todo, ¿es así?
—No quise hablar delante del tío. No es algo que quisiera que sepan. Ya tuvieron
suficiente con éste lío.
—¿Qué pasó?
—Llegó una carta documento del banco. No se paga la hipoteca desde hace unos de
meses y van a empezar un juicio ejecutivo.
—¿En serio?
—Mirá, — Julieta tomó la carta. — acá está.
Elisa leyó el texto. —¿Cómo podemos adeudar tanto si sólo se deben 6 meses?
—Calculá que hay intereses, punitorios, y cualquier otra cosa más que se les ocurra.
Prácticamente duplica la deuda. Es un banco, Luli, si pagás fuera de término te
cargan hasta por respirar. Si no pagamos ahora en etapa prejudicial, va a haber que
sumarle las costas.
—¿Y ahora que vamos a hacer?
—Voy pedir que nos refinancien. No tenemos un buen historial de pago, así que no sé
cómo me va a ir. Supongo que me van a pedir un adelanto. Yo tengo algo de plata y
puedo pedir un poco más, pero no sé si va alcanzar. Tal vez tenga que vender el auto.
O el Fitito de mamá, no sé.
—Entonces no nos va dar para pagarle a Jerónimo y recuperar a Brisa. — Elisa sintió
una opresión en el pecho.
Julieta enseguida entendió la angustia de su hermana. —No te preocupes, lo vamos a
solucionar. Tenemos que hacerlo, porque sino van a volver.
Elisa asintió y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Guillermo, le estaba comentando a Carlos cuánto extraño la temporada de
competencias. Era tan lindo cuando nos juntábamos en los torneos. — Carolina se
acercó a la parrilla y le puso la mano en el brazo al asador.
—Caro, los caballos necesitaban un descanso. Ya estamos por retomar. — Comentó
Carlos.
—Por supuesto. Tuareg es demasiado valioso como para fatigarlo. ¿No?
La pregunta estaba dirigida a Darcy, quien ni siquiera molestó en contestar.
—Lástima que Elisa no se pudo quedar a cenar, — dijo Carlos, —me hubiera gustado
saludarla.
—¿Qué? — preguntó Carolina. — ¿Elisa estuvo acá? ¿Elisa Benítez, la petisera de La
Reconquista?
Darcy se mordió el labio inferior para no contestar lo que estaba pensando. La
repentina partida de Elisa ya lo había ofuscado bastante, pero la llegada de Carolina y
sus comentarios sarcásticos lo habían puesto de un humor de perros.
—Si, la misma— Carlos respondió con un dejo de irritación hacia su hermana. No le
gustaba que hablara así. —Guille me comentó que vino a ver caballos a La Peregrina.
Se iba a quedar a cenar pero parece que pasó algo en la casa y se tuvieron que volver
antes de tiempo.
—Já, como si pudiera pagar uno de tus caballos, Guillermo. Están completamente
fuera de su alcance.
—Cortala, Caro, — dijo Carlos. —No tenés idea de lo que estás hablando.
—Por favor, Charly. Sabés bien que esa gente no puede acceder a un caballo de
primera línea como los de La Peregrina.
Justina se acercó a darle un vaso de vino tinto a su hermano. Darcy podía ser el tipo
más paciente y tolerante del mundo, pero cuando llegaba a su límite, era un tanto
explosivo. Notó como su humor había cambiado cuando se fue Elisa y por la cara que
tenía ahora, era mejor aliviar la presión antes de que la cosa se pusiera fea.
—Vino con sus tíos, que tienen un establecimiento en Tandil. Gente amorosa,
estuvieron ayer con nosotros. Probablemente hagamos negocios con ellos. —
Comentó Justina.
—Mirá vos. — Carolina mantuvo su sonrisa. —Al menos estos parientes son gente de
más categoría, porque el resto, es de terror.
Darcy se tomó un sorbo de vino y apretó la mandíbula. Pinchó un chorizo con fuerza,
haciendo saltar el líquido en su interior, imaginándose que era el ojo de Carolina. Le
gustó la sensación.
—Y pensar que en su pueblo era considerada una belleza. Decime, Justi, ¿tenía el
pelo hecho un nido de caranchos como siempre?
—Tiene un pelo precioso. Me encantan los rulos. — respondió Justina.
—Tengo entendido que a tu hermano también. —Carolina no pensaba parar con el
tema. —En algún momento te pareció bonita, ¿no Guillermo? Recuerdo que no le
sacabas los ojos de encima cuando estábamos en La Reconquista.
—Sigo pensando lo mismo. Elisa es la mujer más hermosa que vi en mi vida. —La
respuesta de Darcy vino directa y concisa.
Carolina había logrado hacerle decir algo que sólo la heriría a ella. El momento se
puso tenso y Luisa y Justina aunaron fuerzas para alejar a Carolina de Darcy y calmar
un poco los ánimos. Luisa mencionó un nuevo local de ropa en Patio Bullrich y
Justina le comentó acerca de sus nuevas sandalias de Sarkany.
El celular de Darcy empezó a sonar y él se alejó un poco del grupo para atender la
llamada.
—Comisario Brandoni, gracias por llamar. — dijo al ver el identificador.
—Señor Darcy. Escuché su mensaje. No le respondí antes porque estuve en un
procedimiento. ¿Algún problema? ¿Todo bien con su familia? Nosotros por acá no
tenemos novedades desde hace rato.
—Si, por suerte todo está tranquilo por este lado. Lo llamo por otro tema. Unos
amigos míos tuvieron un inconveniente y me gustaría darles una mano. Recibieron
amenazas y están muy preocupados.
—¿Amenazas de que tipo?
—Algo relacionado con el juego.
Se hizo un silencio. —Feo ambiente, pero los hay peores. ¿Son de la zona?
—No, están cerca de Mar del Plata.
—Soy muy amigo del jefe de la departamental del Partido de la Costa. Déme datos
más precisos y me pongo a trabajar. Vamos a ver qué podemos hacer por ellos.
Darcy le dio el nombre de los Benítez y le habló de Jerónimo Salas. No era mucho,
pero el comisario Brandoni prometió averiguar más y ponerse en contacto con él en
cuanto tuviera novedades. Ya con esa tranquilidad, Darcy pudo relajarse y disfrutar
un poco más la cena con sus amigos.
La casa de La Arboleda no era muy grande, pero era cómoda y acogedora. Era una
construcción bastante antigua, de ambientes amplios, con algunos problemitas de
humedad y una manutención que dejaba un poco que desear, pero que no le quitaba
confort. El cuarto preferido de Elisa era una piecita que daba al oeste, chiquita pero
con una gran ventana en la que su madre, anos atrás, se dedicaba a la costura. En ese
cuarto, cuando sus hijas todavía eran chicas, les hacía vestidos y les tejía saquitos
para que siempre estuvieran arregladitas para salir. Con el tiempo y a medida que las
chicas crecían, Adela fue abandonando el gusto por la costura y el tejido y la
habitación pasó a ser una pieza de planchado y en general de depósito de cuanta cosa
inservible había en la granja que no pertenecía al galpón.
De chica, a Elisa le fascinaba venirse a este cuarto a ver a su madre coser y jugar con
las canastitas con encajes en donde se guardaban los hilos y los ovillos de lana.
Lamentablemente, Adela no cosía desde hace años.
Elisa abrazó sus rodillas y miró por la ventana. La luna estaba en cuarto menguante y
las sombras de los árboles se proyectaban largas y lúgubres sobre el jardín. Era
durante la noche cuando se sentía más desvalida y sola, cuando el futuro parecía más
siniestro. Se sentía ahogada por los problemas, con la sensación de que las cosas
nunca iban a mejorar.
—Eli, acá estás, — Julieta abrió la puerta. —te busqué por toda la casa.
—¿Qué pasa?
—Nada, estaba preocupada. ¿Estás bien? —Las luces estaban apagadas y prefirió no
prenderlas. Se sentó junto a su hermana en la oscuridad y le frotó la espalda. —Todo
se va a poner bien pronto. Vas a ver, —Julieta trató de darle ánimo. — Papá estuvo
hablando con Esteban. Parece que lo va a ayudar con algo de plata y vamos a
recuperar a Brisa en un par de días.
Elisa se encogió de hombros.
—No es sólo eso lo que te tiene tan mal, ¿no?
—No.
—Contame, ¿qué es?
—¿Te acordás cuando me llamaste para contarme lo que había pasado?
—Sí. Me volví loca llamándote y no tenías señal.
—¿Sabés en donde estaba?
—Marcela me comentó que te habían invitado a un campo, pero, la verdad, estaba tan
nerviosa que no le entendí nada.
—Estaba en La Peregrina, la estancia de Guillermo Darcy.
—¿En serio?
—Nos había invitado a pasar el día y como Marcela no podía, me pasó a buscar y
almorcé con él y la hermana.
—Pero, ¿no estaban peleados? ¿Te invitó al campo a pesar de eso?
—Si, y fue súper amable y atento y además me pidió disculpas por lo que pasó en
Córdoba.
Julieta sintió vergüenza. — ¿O sea que está enterado de todo?
Elisa se secó una lágrima que le corrió por la mejilla. —Le tuve que decir, Juli. Me
puse a llorar delante de él y me preguntó que me pasaba. No le pude mentir.
—¿Y qué te dijo?
—¿Qué me puede decir? Más que un ‘lo siento mucho’ y ‘¿te puedo ayudar en algo?’
no puede decir. Y sé que el ofrecimiento fue por mera cortesía, nada más.
—Y suponés que nunca más va a querer tener algo con vos, ¿no?
—¿Qué hombre decente querría?
Ocho días pasaron desde aquél fatídico día en La Peregrina en el cual Elisa recibió el
llamado de Julieta contándole la última desgracia familiar. Fueron ocho días de
angustia e incertidumbre, de escuchar a Adela lamentarse y de presiones por parte del
banco. Elisa sabía que su tío Esteban estaba llevando el tema de Jerónimo pero el
secreto entre él y su papá era tal que nadie sabía bien qué pasaba. Tampoco nadie se
animaba a preguntar. Elisa temía lo peor ya que, por lo que tenía entendido, hasta el
día anterior, su tío no había podido cerrar ningún tipo de trato con Jerónimo y su
gente.
—¡Luli! ¡Luli! — Catalina se acercó corriendo a los establos en donde Elisa estaba
ayudando a Federico con los quehaceres.
—¿Qué pasa? — Preguntó Elisa.
—El tío arregló todo. ¡Mañana traen a Brisa!
Elisa estaba choqueada.—¿En serio? ¿Quién te dijo? ¿Cómo hicieron? ¡Contame!
—No tengo idea, — Cata estaba tan excitada que casi no podía hablar. —Papá está
hablando con tío Esteban ahora. Se alejó cuando se dio cuenta de que estaba
escuchando, pero por lo que entendí, la traen mañana. Vení, — tomó a su hermana de
la mano, — ¡vamos para casa que papá seguro nos va a contar!
Elisa, Catalina y Federico se fueron hasta la casa a enterarse de las últimas
novedades. En cuanto entraron, vieron a Tomás con una sonrisa.
—Ya está, Elisa, mañana traen a Brisa a casa.
—Pero … ¿cómo fue? Qué pasó? Hasta ayer a la tarde no se sabía nada …
—Tu tío arregló con Jerónimo. Ya está. Se terminó.
—¿Así de fácil? — Elisa no quería parecer desconfiada, pero todo se había resuelto
demasiado rápido como para no darse cuenta de que faltaba información.
Tomás hizo un gesto para que lo acompañara a la cocina a hablar los dos solos.
—Esteban pagó la deuda. — Dijo Tomás, bastante serio.
—Y vamos a tener que devolverle la plata. — contestó Elisa.
—¿Vamos? No. Voy a tener que devolverle la plata, Luli. Es mi deuda y pienso
pagarla.
—Todos te vamos a ayudar. — Elisa estaba tan contenta que se puso a saltar en el
lugar. —¡Ay, Pa! ¡Voy a tener a Brisa de vuelta!
Tomás sonrió, contagiado por su alegría. Elisa le dio un beso en la mejilla y corrió a
contarle las novedades a Julieta.
Eran las seis de la mañana y Elisa ya estaba en pie. Desayunó y se fue directamente
para los establos a empezar con los quehaceres mientras esperaba el arribo de Brisa.
No tenía idea en que horario la iban a traer, pero igual se quedó esperando afuera toda
la mañana.
Acercándose el mediodía, vio un trailer avanzando por el camino. Iba despacio, como
quien no está seguro de a donde va. Frenó en la tranquera y un señor se bajó a
preguntar,
—Señorita, ¿sabe en donde queda la granja La Arboleda?
—Es acá. — Respondió Elisa.
—Entonces este caballo es para usted. — Le dijo con una sonrisa.
Elisa abrió la tranquera y le indicó en donde descargar. Federico ya estaba
aguardando con una cabezada en la mano. El señor bajó la rampa y, asistido por Fede,
descargaron a la yegua.
—Listo. — Dijo el hombre.
—Muchas gracias, —respondió Elisa. — ¿Cuánto le debo?
—Nada, ya me pagó el otro señor.
—¿Esteban Girardi? — preguntó ella, convencida de que su tío lo había contratado.
Si fue así, pensaba devolverle el dinero.
—No, Guillermo Darcy. Le hice transportes anteriormente.
Se quedó ahí parada, sin saber que decir. El señor la saludó, dio la vuelta con su
camioneta y se fue por el camino.
Elisa quedó en estado de shock después de la información que recibió del chofer que
trajo a Brisa. Estaba tan sorprendida que prácticamente no habló por el resto del día,
ni siquiera durante el almuerzo, cuando toda la familia reunida a la mesa festejó el
regreso de la yegua. En lo único en que podía pensar era en llamar a su tía y
preguntarle qué tenía que ver Darcy con la recuperación de Brisa.
Llamó a Marcela por la tarde, pero no estaba en casa. Probó un par de veces al celular
y no se pudo comunicar, lo que era de esperar, ya que en general no había buena señal
en el campo. Intentó una vez a la noche, pero el teléfono le dio ocupado un rato largo.
Ya después se hizo demasiado tarde. Recién tuvo suerte al día siguiente, a media
mañana.
—¡Marce! ¿Cómo estás?
—¡Eli! ¿Brisa llegó bien? Ayer no pudimos comunicarnos. El teléfono andaba para la
mona.
—Si, llegó de lo más bien.
Charlaron un poco de temas intrascendentes, hasta que Elisa no pudo más y preguntó,
—¿Qué tiene que ver Guillermo Darcy con la vuelta de Brisa?
Se hizo un silencio en la línea.
—Marcela, ¿estás ahí?
—¿Cómo te enteraste?
—Se le escapó al chofer de la camioneta. Le pregunté cuanto le debía y me dijo que
ya le habían pagado. Cuando pregunté quién, me dijo Guillermo Darcy.
—Se suponía que no tenías que enterarte.
—Bueno … como ya me enteré, ¿me podrías contar?
Marcela suspiró. —No quiero hablar de esto por teléfono. ¿Por qué no te venís este
fin de semana? ¿Recibís turistas en casa?
—No, este finde no. Voy para allá.
—Dale, te esperamos. Un besote.
La visita a Tandil, si bien fue muy enriquecedora, sólo sirvió para confundir aún más
a Elisa. Guillermo Darcy, el hombre al que ella había rechazado y a quien acusó
injustamente, acababa de salvar a su familia. Aún teniendo todos los motivos para
despreciarla, exponiéndose a vaya a saber qué peligro, había enfrentado a su gran
enemigo, y la había ayudado desinteresadamente, sin esperar siquiera una expresión
de gratitud.
¿Por qué lo hizo? Su corazón le decía que lo había hecho por ella, pero eso sonaba
tan vanidoso y presumido. ¿Cómo iba a hacer una cosa semejante por alguien que lo
había tratado tan injustamente?
Era doloroso saber que estaba endeudada hacia un hombre que nunca recibiría
recompensa alguna por su generosidad. Abrió su celular y buscó su número. Se quedó
mirando la pantallita hasta que se apagó sola. No podía llamarlo, le daba demasiada
vergüenza. ¿Qué le iba a decir? Un ‘gracias por todo’ le parecía impersonal e
insuficiente. Él se merecía más que eso y ella nunca podría dárselo.
Elisa cerró el celular y dejó escapar un suspiro tembloroso. Era hora de aceptar que
Guillermo Darcy estaba completamente perdido para ella. Un hombre como él nunca
aceptaría tener algo que ver con la hija de un adicto al juego.
Esa navidad Elisa pudo ver a su familia de otra manera. Cada vez que los miraba, esa
sensación de no pertenecer que había nacido al volver de Córdoba se hacía más
intensa. Se sentía sapo de otro pozo. No quería ser como ellos y a veces era una
simple espectadora de la triste realidad de la Arboleda.
Su padre se había olvidado de su deuda el momento que fue paga. Estaba yendo a
Jugadores Anónimos y dado el primer paso hacia su recuperación, pero Elisa no se
hacia demasiadas ilusiones. Tomás no podía administrar dinero, se lo prohibía su
terapia, y eso le agregó más peso a la carga que Elisa y Julieta ya venían soportando.
Con Adela no sólo no se podía contar, sino que a veces restaba en vez de sumar. De
las quejas pasaba al ataque desenfrenado y se ponía obsesiva e irritable. Elisa a veces
dudaba de que estuviera cuerda del todo.
Salvo Julieta, sus hermanas eran más una carga que una ayuda. María estaba tan
abocada a escribir su ‘gran-novela-gran’ que redujo su horario laboral en el
supermercado. Se pasaba horas en casa dándole al teclado de la computadora,
escribiendo su ópera prima de ciencia ficción erótica y no se ocupaba de nada.
Debido a la reducción en sus ingresos, ya no disponía de fondos para aportar al
mantenimiento de la casa, lo que acordó el presupuesto general de la granja. Cata
seguía inmersa en su habitual letargo, sólo que ahora, producto de su embarazo,
ayudaba menos y generaba más gasto ya sea por cuestiones médicas o por su enorme
apetito.
Tanto Elisa como su hermana mayor recibieron una gran lección de esta experiencia.
No podían seguir eternamente en esa casa, tenían que levantar vuelo y armar su
propio futuro. No eran del tipo que abandona a su familia cuando más las
necesitaban, pero sabían que no podían hacerse cargo de todos eternamente. Su meta
inmediata era superar este mal momento y ayudar a su familia a salir del pozo. Pero
una vez que las cosas se acomodaran, tenían que despegarse de ese círculo enfermo
que las estaba consumiendo. Si querían progresar y ser alguien en el mundo, debían
decirle adiós a La Arboleda.
Capítulo 26
¹A diferencia de otros países latinoamericanos, en la Argentina no se acostumbra usar dos apellidos (el del padre seguido del de la
madre). Esto usualmente sólo ocurre entre familias de apellido muy común, para diferenciarse (González, Pérez) o entre familias
muy tradicionales, para demostrar el linaje.
²Quilombo al revés.
³Careta. Aquél que tiene mucho, mucho y le gusta hacer ostentación de lo que tiene.
El año nuevo pasó sin penas ni gloria en casa de los Benítez. Fue un año nuevo más,
sólo con el agregado de Federico, quien pasó las fiestas junto a su nueva familia.
Brindaron con sidra, comieron pan dulce y garrapiñada y se sentaron en la galería a
ver los fuegos artificiales que tiraban los vecinos. Había sido un año difícil para el
campo, al paro rural le siguió una impresionante sequía y el agro no estaba en su
mejor momento, así que los cohetes eran bastante pobrecitos, a tono con la estrechez
que padecía la familia.
Pero había un lado positivo. Ya estaban empezando las vacaciones y esto les
incrementó el flujo de turistas hacia la chacra. Venían menos extranjeros pero mucho
turismo de Buenos Aires y de la costa dispuesto a pasar un día de campo. Aunque las
propinas eran menores y la tarifa más baja, igual sumaba. Elisa no entendía como
podían querer salir a andar a caballo con casi 30 C de temperatura, pero ¿quién era
ella para discutirles? Sólo rezaba para que no se le insolara nadie y tener que llevarlo
al hospital de urgencia.
Generalmente por la tarde, cuando ya estaba liberada de sus actividades en la chacra,
Elisa se metía en la casa a sentarse un rato frente al ventilador a charlar con Catalina,
que estaba dando sus primeros pasos en el tejido. Cata ya manejaba bastante bien el
crochet y ahora, con la ayuda de su madre, estaba aprendiendo a dominar arte de tejer
con dos agujas. El intento de Elisa de olvidarse de Darcy había fallado
completamente, así que no le quedaba otra que buscar distracciones que la ayudaran a
dejar atrás sus penas de amor no correspondido (¿o más bien perdido por su propia
estupidez?). Ver a su hermana tejer y destejer el mismo saquito lila una y otra vez era
un buen pasatiempo. A veces se les sumaba Federico y Elisa se reía un rato con ellos.
Eran como chicos. En realidad eran dos chicos. Se peleaban por el control remoto,
discutían por tonterías y en los términos más que infantiles y después estaban
acurrucados haciéndose mimos.
—Bueno, ¿qué te parece? — Preguntó Catalina, mostrándole lo que sería la espalda
del saquito lila.
—Está muy lindo, me gusta el color. —Respondió Elisa. —Y si es varón, ¿se lo vas a
poner igual? Es color de nena.
—Mejor que sea nena. — Cata miró su obra con ojo crítico. —Está torcido, ¿no?
—Está perfecto Cata. Cuando lo planches se endereza.
—Voy a empezar la parte de adelante. Le tengo que preguntar a mamá cómo se hace
el cuellito.
—Si te sale bien, te pido que me tejas uno. Me gusta ese color.
—Dale, pero más vale que te lo pongas, no me lo hagas tejer si no lo vas a usar.
Elisa tomó una revista y se sentó en el sillón a leer. —Obvio que sí, yo te compro la
lana.
Se quedaron en silencio, Catalina tejiendo y Elisa leyendo mientras en la televisión
pasaban uno de esos programas de chismes de verano. Era lo mismo de siempre, las
obras de teatro de Mar del Plata, vedettes sacándose los ojos, quién salía con quién y
juegos en la playa. Nada demasiado interesante.
—Che, Luli, ¿no es ése el tipo con quien trabajabas? El alto, medio amargo.
Elisa levantó la vista y lo vio. Guillermo Darcy estaba en la televisión. Parpadeó y
seguía ahí.
Su cara llenaba la pantalla. Se lo veía concentrado, como a punto de competir. Luego
mostraron el frente de una pick up importada. La cámara se enfocó en las patas de un
caballo negro –Tuareg—que pisoteaba el suelo ansiosamente, listo para salir. Se oyó
el rugido del motor, la cámara se alejó y mostró al binomio y a la camioneta en la
línea de partida de lo que parecía ser una carrera de cross country. Luego de un
disparo, los contrincantes arrancaron y corrieron lado a lado hasta que llegaron a una
bifurcación.
El dinamismo del comercial era increíble. Se alternaban imágenes de la camioneta
cruzando diversos terrenos y de Darcy y Tuareg sorteando obstáculos naturales. En
un despliegue de agilidad, potencia y destreza, la camioneta y el binomio travesaron
arroyos, volaron sobre cercos y corrieron a campo traviesa para llegar juntos a la
meta.
Elisa seguía sin respirar cuando leyó en la pantalla.
Elisa tomó aire y recuperó sus facultades mentales. Su único pensamiento era ‘¿estará
en Youtube?
Capítulo 27
Ese viernes por la tarde La Arboleda fue bendecida con la presencia de las cuatro
chicas Benítez en casa. En general coincidían a la noche, para la cena, ya que María
trabajaba en el súper y Julieta estaba siempre ocupada con sus pacientes. Era raro
verlas a todas juntas un día de semana por la tarde. Hacía calor y estaban en el living,
la habitación más fresca de la casa, tomando aire frente al ventilador. Elisa miraba la
televisión junto a Catalina, María escribía en su cuadernito y Julieta se estaba
pintando las uñas de los pies.
—¿Qué les parece ‘Invasión de Babilonia 3’? —María le preguntó a sus hermanas.
—¿De qué estás hablando? —Preguntó Catalina.
—Del título de mi libro.
—Creo que hay una serie llamada Babilonia 3 o 5 o algo parecido. — observó Elisa.
María frunció el ceño. Iba a tener que cambiarle el nombre. —¿Epsilon 7?
—¿Es la historia que me contaste, la de las vírgenes amazonas de no sé que planeta
que son invadidas por los hombres del planeta Vergus? — Preguntó Catalina y a Elisa
se le escapó un bufido.
—Sí, la misma, pero no son del planeta Vergus. Vergus es el nombre del sistema solar.
Las vírgenes amazonas viven en el planeta Orgas. Batallan por su vida y su virtud
hasta que al final se ponen de acuerdo. Es un acuerdo muy ardiente.
—¿Pero … cómo se reproducían éstas vírgenes amazonas? Porque si son todas
vírgenes y no hay hombres en el planeta, no entiendo como nacieron. —La mente
técnica de Elisa le impedía comprender ese razonamiento.
—Ese no es el punto, Luli, —retrucó María, —El tema es que no encuentro un buen
nombre para mi novela.
—O sea que las vírgenes de Orgas van a ser ‘invadidas’ por los hombres de Vergus.
Van a dejar de ser vírgenes amazonas después del acuerdo, ¿no? — Julieta acotó
sugestivamente. —Los ‘Vergus’ les van a provocar un gran ‘Orgas’.
—Algo de eso hay. — Respondió María, muy seria.
—Y porqué le querés poner Epsilon o Babilonia si el planeta se llama Orgas? —
Preguntó Elisa.
—Porque Orgas es el 7mo planeta del sistema solar Epsilon. —María respondió con
evidente fastidio. Ya empezaba a hartarse de que sus hermanas le encontraran un pero
a todo.
Catalina pensó un momento y dijo. — Galaxia Caliente.
María lo analizó por un instante y lo anotó en su cuadernito. —No está mal. También
puede ser Galaxia Ardiente.
Elisa sacudió la cabeza. Seguramente había mil novelas con el mismo nombre.
—¡No! — dijo Cata entre risitas. —¿Qué tal ‘Empome Galáctico’?
Elisa miró a Catalina y le guiñó el ojo. —A mí me gusta ‘La Conquista del Agujero
Negro’.
—¡El Monte de Vergus! — Julieta se sumó a la diversión. María revoleó los ojos.
—O ‘Las Argollas de Saturno’. —agregó Catalina. Todas se rieron.
—El planeta se llama Orgas. — protestó María. Sus hermanas nunca la tomaban en
serio.
—¿Orgas, Vergus, cuál es la diferencia? —preguntó Elisa, descostillándose de la risa.
Tres de las hermanas se reían de lo lindo. La cuarta –que además era el objeto de la
burla—se mantenía seria.
—¡Clímax Cósmico! — Julieta dijo entre carcajadas.
—¡Anales Galácticos! — Elisa hizo otro aporte y todas explotaron de la risa.
—Son unas idiotas. —Maria refunfuñó.
—¡Basta! — Catalina cayó de lado en el sillón tomándose la panza. —¡Cállense, que
me hago pipí!
María resopló enojada. —No puedo creer que encima que les pido consejo, me toman
el pelo. Son una manga de inmaduras. Olvídense de estar en la dedicatoria cuando lo
publique.
Llamaron a la puerta y María se levantó a ver quién era. Ya no aguantaba a sus
hermanas burlándose de ella y de su historia. Cuando abrió, se encontró con dos
caballeros de buena presencia.
—¡Polvo Estelar! —se oyó la carcajada de Elisa proveniente del living.
El más alto levantó una ceja. —Buenas tardes. ¿Se encuentra Elisa?
—Y Julieta, — dijo el otro señor.
María les sonrió plácidamente. Ya había pensado la perfecta venganza. —¡Luli! ¡Te
buscan!
—¿Quién? — preguntó Elisa, en pleno jolgorio.
—El tipo que está en todas las páginas de tu álbum de fotos sobre hipismo. Y su
amigo pregunta por Julieta.
Las cejas de joven alto se arquearon en su frente.
—¡Ja! — se rió Elisa. —Qué bueno lo tuyo. ¡Porqué no dejás la creatividad para tu
novela?
—¿Cómo era su nombre, señor? — María preguntó en voz alta para que sus hermanas
escuchen. Le guiñó el ojo, para que entrara en su juego. Él le sonrió.
—Guillermo Darcy. — dijo fuerte y claro.
—Y Carlos Barrechea, — Carlos se sumó.
Se oyó un grito ahogado y a alguien insultando por lo bajo. Le siguieron pasitos
apresurados por todas partes. Alguien se tropezó contra algo y se sintió caer líquido al
suelo.
—Adelante, pasen. — María se corrió para que entraran.
Los pasos se aceleraron. Para cuando llegaron al living, vieron a Julieta sacándose la
servilleta de papel que usó para separarse los dedos de los pies mientras se pintaba las
uñas y a Elisa arrodillada en el piso secando el agua que se había derramado. Cata
había desaparecido.
—Hola. — dijo Julieta, calzándose una hojota.
—Hola. —Elisa saludó lo más dignamente que pudo.
—Si llegamos en mal momento, podemos pasar más tarde. — Comentó Carlos al ver
el desorden. A él tampoco se lo notaba muy sereno.
—No, por favor, está todo bien. — Julieta se apuró a decir.
—Hola, — Darcy se acercó a Elisa y extendió su mano para ayudarla a levantarse.
—Gracias, — ella la tomó mientras sostenía el trapo mojado en la otra. En cuanto
estuvo de pie y lo soltó, ambos se miraron las manos mojadas y se las secaron en sus
respectivos pantalones.
—¿Quieren pasar? Digo, ¿quieren sentarse? — les preguntó Julieta mientras María
subía por las escaleras.
Los dos hombres se sentaron en el sillón, las chicas en las sillas cercanas. Nadie
hablaba y sólo intercambiaban sonrisas nerviosas.
—Andábamos por la zona y decidimos pasar a saludar, — Carlos rompió el silencio.
—¿Ustedes todo bien?
—Bárbaro, ¿ustedes? —respondieron las dos al mismo tiempo.
—Bien, gracias. Guille tiene que ver un emprendimiento por la zona, así que … nos
vinimos para ver eso y también para hacer un poco de playa. No es que sólo vinimos
a descansar, bueno, sí, pero también vinimos por trabajo. Las dos cosas. — Carlos se
dio cuenta de lo ridículo que sonaba y pidió refuerzos a su amigo. —¿No, Guillermo?
Darcy se aclaró la garganta. —Si, también por trabajo.
—Ah. — Julieta sonrió.
Elisa estaba tan nerviosa que no levantaba la vista. Sentía la mirada intensa de Darcy
clavada en ella y no sabía que hacer. Nadie se relajaba y la conversación era una
sucesión de preguntas tontas y breves seguidas de respuestas todavía más breves.
Pronto no aguantó más y se levantó de su silla.
—¿Quieren tomar algo? ¿Café? ¿Té? ¿Algo fresco? Creo que hay jugo. Sino, preparo.
—Café está bien, ¿Guillermo?
—Si, café, gracias.
Elisa se escapó para la cocina y Julieta se quedó con los visitantes. —Qué lindo que
pudieron pasar. ¿Están parando en un hotel?
—No. Guillermo tiene casa en Pinamar. — Carlos moría de ganas de invitarlas a salir,
pero no se animó. Habían venido en la camioneta de Darcy así que dependía de él
para movilizarse y no podía decir nada si su amigo no lo sugería primero. Empezó a
rezar para que se avivara y dijera algo.
—Mirá que bien. ¿Es grande?
—Es cómoda. — Respondió Darcy con su habitual parquedad.
Nuevamente se hizo silencio. Elisa apareció con una bandeja con café y algunas
galletitas que encontró en la alacena. Ya tenían un par de días así que rezó para que
no estuvieran húmedas. Apoyó la bandeja en la mesita ratona frente al sillón y Darcy
enseguida se inclinó hacia delante para tomar la taza que ella le estaba alcanzando.
Sus dedos rozaron los de ella al agarrar el platito. Le sonrió y Elisa se puso colorada
y desvió la mirada casi inmediatamente. Él no supo como interpretarlo así que bajó la
vista y no la miró más.
—¿Y cuánto tiempo se quedan? —Preguntó Julieta.
—Hasta el domingo. — Respondió Darcy.
—Ah, que poco tiempo.
—Sí, — Carlos miró a su amigo. Esperaba que él diera el pie para invitarlas a salir,
pero no decía nada. Al final, se animó. —Si van por aquel lado podríamos juntarnos a
tomar algo, ¿Vos que decís, Guille?
A Julieta se le iluminó la cara. —Me encantaría. ¿Qué te parece, Elisa?
Darcy asintió y miró a Elisa, esperando su respuesta.
—¿Eh? — la pregunta la tomó completamente desprevenida. Estaba tan nerviosa. —
Si, claro. Estaría bien.
Justo cuando empezaban a relajarse, tuvieron la mala suerte de que apareciera la
persona que tenía el don de poner tenso al más calmo.
—¡Hola, hola! ¡Pero qué sorpresa! ¡Miren quienes vinieron a visitarnos! ¡Qué gusto
verlos nuevamente! ¿Qué los trae por acá? — Adela se apareció por el living.
Los caballeros se levantaron a saludar a la dueña de casa. Adela, al ver que el
candidato de la nena había reaparecido, no cabía dentro de sí misma de alegría. Se
apoltronó en una silla, decidida a hacer lo posible para que esta vez se engancharan.
—Vinieron a Pinamar por el fin de semana y pasaron a saludar. — Julieta respondió a
la pregunta de su madre.
La cara de Adela se iluminó aún más. Nadie se hacía una hora de viaje desde la costa,
un fin de semana, sólo para saludar a un conocido. Ahí seguramente había interés, lo
intuía.
—¿En Pinamar? — la Sra. Benítez se dirigió a Carlos. —¿Tenés casa ahí?
—No, es de Guillermo. Estamos parando en su casa.
—Ah. — Adela miró al otro hombre con un dejo de desdén. Por más millonario que
fuera, el señor Darcy no tenía interés en una de sus hijas (al menos que ella supiera) y
no perdería su tiempo con él. Se dirigió nuevamente a Carlos. —¿Contame, estás
entrenando?
—Paramos un poco por el calor, pero ya en febrero retomamos fuerte. En marzo
tenemos una serie de torneos importantes.
—¡Qué dedicación la tuya! — Era obvio que Adela estaba excluyendo al otro jinete
de la conversación. —Elisa también entrena a su yegua todos los días, pero no ha
logrado mucho que digamos. La llevó a un torneo y salieron cuartas.
—Te felicito. — Carlos le sonrió a Elisa. —Tal vez, en el futuro, nos encontremos en
el circuito.
—Si, — Elisa respondió tímidamente. — con suerte, nos vemos.
—¿Sabés que casi perdemos a Brisa, la yegua alazana? —Adela continuó. —La
robaron hace poquito. Pero por suerte la recuperamos enseguida. Te juro, fue un
disgusto tremendo. Me dan palpitaciones sólo de acordarme.
Darcy se movió incómodo en su lugar y Elisa se puso blanca como un papel. Carlos
no entendía nada y prefirió no preguntar.
—Bueno. — Carlos anunció al ratito. — creo que es hora de irnos.
—Qué lástima, tan temprano. —Adela se levantó y se acercó a saludarlos. —Bueno,
chicos, fue un gusto verlos … a los dos. Me voy para la cocina y los dejo que se
despidan de las chicas. Pásense cuando quieran, son bienvenidos. ¡Chausito!
Julieta suspiró. Esto no estaba saliendo nada bien. Su mamá no sólo había arruinado
el clima sino que ahora se iba a quedar con la oreja pegada detrás de la puerta
escuchando el resto de la conversación.
—Bueno, entonces ¿cómo quedamos? — Preguntó Carlos mirando a Julieta con ojitos
enamorados.
—¿Con qué?
—Con la salida. ¿Qué hacemos?
Julieta miró a su hermana y luego a Darcy y a Carlos. Se encogió de hombros. —No
sé, digan ustedes.
—¿Vos que decís? — Carlos buscaba quórum y le preguntó a su amigo.
Al final, Darcy cayó en que si alguien iba a tener que decidir, iba a tener que ser él,
porque obviamente Carlos no se animaba. —¿Mañana? Podríamos ir a tomar algo a
la tarde.
—¡Excelente! — dijo Carlos. —¿Qué les parece si nos encontramos en el UFO Point?
Tipo 6, así no hay tanto lío. ¿O prefieren que las vengamos a buscar?
—Estoy con auto, — respondió Julieta. —No se molesten.
Elisa se movió incómoda. Carlos sugirió el parador de playa más in de Pinamar. ¿Qué
se iba a poner?
—Entonces quedamos así, a las seis, allá. Mañana. — Sonrió Carlos.
Los renombrados jinetes del Equipo Ecuestre del Norte se levantaron y las chicas los
acompañaron hasta la puerta. Se quedaron viendo hasta que la Toyota se perdió en el
camino.
—Que lindo que pasaran a vernos, ¿no te parece? —Julieta le preguntó a su hermana.
—Si.
—Carlos estaba re bronceado. ¿Habrá estado de viaje?
—Puede ser. — Elisa no estaba tan a gusto como su hermana. Darcy prácticamente ni
la miró en todo el rato que estuvo.
—Debe haber estado afuera. Aunque ellos entrenan bajo el sol. O tal vez tiene casa
con pileta. Quién sabe. Me pareció muy amable de su parte el venirse hasta acá a
saludar. Es casi una hora de viaje hasta Pinamar y nos invitaron a tomar algo mañana
así que … igual no me voy a hacer ilusiones. Son ave de paso. Ya aprendí.
Elisa la miraba con una cara me mezclaba incredulidad con sorna. Julieta estaba
divagando.
—Cortala, Elisa. No va a pasar nada. Es mejor si pienso en él sólo como un amigo y
nada más.
—Si, dale. Tu amiguito Carlos. — Elisa se rió.
Julieta suspiró. —¿Te parece que esta vez puede andar?
—No tengo la menor duda.
Diez días después de la visita de los jinetes del Equipo Ecuestre del Norte, Carlos y
Julieta ya estaban en firme noviazgo. Él la llamaba todas las noches y se venía para la
costa de jueves a lunes para pasar más tiempo con ella. No tardaron mucho en
intimar, ya en la primera visita de Carlos se fueron para la casa de Darcy en Pinamar
e hicieron el amor toda la noche. El plan era llevar a Julieta a cenar, luego a tomar un
café y tomarse las cosas con calma pero en cuanto la fue a buscar a la casa y se
metieron en el auto, se agarraron como dos garrapatas. Una vez saciada la calentura,
abrazados en la cama, hablaron de todo. Carlos confesó sus indecisiones de antaño y
pidió disculpas. Le contó acerca de sus dudas estúpidas, de su dificultad para
comprometerse y prometió cambiar. También le contó a Julieta porqué no reapareció
antes, lo del fallecimiento de su padre –con quien nunca tuvo una gran relación--, la
batalla legal con sus hermanas por los bienes y cómo eso hizo que se demorara aún
más volver a buscarla. Julieta habló de su dolor al sentirse despreciada y la
suposición de que Carlos nunca la quiso. Prácticamente no dejaron la cama durante
todo el fin de semana.
Elisa, aunque feliz por la suerte de su hermana, no podía superar la tristeza que le
consumía el corazón. Sentía que todo estaba mejorando a su alrededor, que las cosas
iban para adelante, todo salvo ella. Julieta encontró al hombre de su vida, María su
vocación y Cata estaba formando una familia. Todos tenían algo especial mientras
que ella se hundía en el letargo. Su vida era limpiar establos y darles vuelta a la soga
a los caballos hora tras hora, día tras día. Todo era una reverenda porquería.
La mañana del día once le entró un llamado al celular de un número bloqueado. Con
la mala suerte que tenía, seguramente ni siquiera era para ella.
—¿Hola, hablo con Elisa Benítez?
—¿Sí, quién es?
—Mi nombre es Ana María Vallejos. Me gustaría encontrarme con vos un momento
para hablar de un tema muy importante.
—¿Cuál? — Elisa frunció el ceño. ¿Quién era esta mujer?
—GuillermoDarcy.
Elisa se quedó callada.
—¿Hola? ¿Estás ahí?
—Sí.
—¿En dónde podemos encontrarnos? Estoy en el ServiClub del cruce de Ruta 2 y la
74. Me puedo acercar hasta el pueblo.
—No, está bien. Yo voy para allá. Llegaré en unos 30 minutos.
—Te espero.
Cerró el celular y se quedó parada un momento. ¿Quién era esta mujer y que quería?
¿Qué tenía que ver ella con Guillermo Darcy?
A Elisa la carcomía la duda. Le pidió prestado el auto a su mamá (a cambio de dejarla
usarlo le pidió que le pusiera nafta) y salió para la ruta con un nudo en el estómago.
Darcy caminaba por las paredes después de la llamada. Su relación con su prima
siempre fue muy cercana, eran como hermanos y la quería muchísimo, pero Ana era,
y él lo tenía muy claro, terriblemente impetuosa. En la familia era famosa por sus
locuras y aunque la adultez la había apaciguado un poco, cuando ella y su madre se
ponían de acuerdo para lograr algo, eran un peligro. Su llamada y sorpresiva visita lo
preocupaban.
Dos horas cuarenta y cinco minutos después de la llamada, le avisaron de la guardia
del edificio que tenía visitantes. Las autorizó a subir. Cuando abrió la puerta del
departamento, se encontró con su tía y su prima, sonrientes como niños que reciben
un montón regalos en navidad. Las miró con cara de pocos amigos.
—¡Hola, bombón! — Ana le dio un beso en la mejilla y entró al departamento sin
mayor ceremonia.
—¿Cómo estás, mi precioso? — Doña Carmen hizo lo mismo.
Las Achával empezaron a dar vueltas por el apartamento.
—¡Te quedó divino! Me encanta la vista que tenés. Amo Madero, es una paz total. —
Ana observaba los veleros amarrados en Dique 4 a través del enorme ventanal. —
¿Vos que opinás, Ma?
—Está lindo. Pero no cambio el campo por nada. — respondió su madre.
Darcy se las quedó mirando de brazos cruzados, esperando que empezaran a hablar
del tema que las había hecho recorrer 400km sólo para charlar con él. Como no
decían nada concreto, sólo miraban la decoración del departamento, tuvo que
preguntar.
—Bueno, ¿van a hablar o no? ¿Qué hacían en Villa Esperanza?
Ana sonrió y depositó su espléndida figura en el comodísimo sillón de Fradusco. —
Fui a conocer a Elisa.
Sintió que le temblaban las rodillas. —¿Que hiciste qué?
—Lo que escuchaste. Me encantó. Me pareció una chica divina, con un carácter muy
especial, fuerte y segura de sí misma. Mamá tiene razón. Es ideal para vos, justo lo
que necesitás.
—Estás loca. Y vos también, tía, no puedo creer que fuiste con ella. ¿Cómo se les
ocurre hacer una cosa así?
Doña Carmen se sentó junto a su hija. —Ay, por favor, no seas tan dramático.
¿Querés saber que pasó o no?
—Francamente, me da miedo. — Darcyse apoltronó en el sillón frente a ellas.
Las dos se rieron. Ana empezó su relato. —Bueno, te cuento. La llamé y la cité en el
Serviclub de Ruta 2. Llegó bastante rápido, como en veinte minutos …
—Annie, — Darcy interrumpió, fastidiado. — Por favor, ahorrame los detalles sin
importancia.
—Está bien. —suspiró. —Le hice la psicológica. Sin decirle nada en concreto, la hice
confesar que vos le gustás.
Darcy tuvo una sensación muy desagradable en el estómago.—Ana, te voy a matar, te
juro. No podés hacer eso.
—Ya me lo vas a agradecer. El tema es, y mamá no me deja mentir, que Elisa está
loca por vos. Tanto, que cuando le pedí que no te viera más, se negó rotundamente y
hasta me acusó de desconsiderada.
Ese comentario hizo que se le subiera el color a la cara. Ahora estaba enojado. —¿Le
pediste que hiciera qué?
Ana le dio poca importancia. —Te gusta, no lo niegues más. Lo que está hecho,
hecho está. Ahora tenemos que ver qué hacemos.
—No vamos a hacer nada. —Darcy retrucó enseguida. —Es mi vida, ¿se acuerdan?
Ya estoy un poco grandecito para que me digan cómo tengo que vivirla.
—Mirá, — Ana empezó. —Vos sabés que yo te quiero mucho y que nunca me meto
en tus cosas, pero esto no da para más. Estuviste hecho un trapo por meses y cuando
Richard me contó que era por esta chica Elisa …
Darcy se reclinó hacia atrás en su sillón y sacudió la cabeza. Otro primo que tenía que
matar. —Ricardo es un bocón. Lo voy a estrangular. ¿Qué te dijo?
—No mucho, sólo que te habías enamorado pero que creías que ella te odiaba o algo
así. Bueno, no te odia. Elisa está enamoradísima de vos. ¿Qué pensás hacer al
respecto?
Si bien Darcy consultó a Ana en su carácter de abogada antes de encontrarse con
Jerónimo, nunca mencionó que este tema estaba relacionado con Elisa. Lo único que
le dijo era que estaba ayudando a unos amigos.
— Es complicado, Ana. Hay cosas que ustedes no saben.
Carmen le habló con ternura. —No pueden ser tan malas.
—No te imaginás. — Darcy resopló.
—¿Qué? ¿Tan mal te fue cuando la viste esta última vez?
—Fue un desastre. — Darcy apoyó los codos en las rodillas. —Todo lo que pudo salir
mal, salió pésimo. No pude hacerla sentir más incomoda. A veces creo que yo hago
todo mal a propósito, para arruinarlo.
Ana bufó divertida. —Y, si vas con esa cara de agreta ¹ que siempre tenés, no podés
pretender que la pobre chica se sienta cómoda. En serio, Billy, sos el tipo de hombre
que intimida a cualquiera y digamos que tu Elisa no tiene mucho mundo. ¿Qué edad
tiene? Parece ser jovencita.
—No estoy seguro, debe tener veintiuno o veintidós años. — Él se encogió de
hombros.
—Es una criatura. Supongo que ni siquiera le diste la oportunidad de relajarse un
poco.
—Si fuera tan fácil. — Suspiró.
—Mirá, — Ana adoptó una postura más formal. —Soy abogada. Vivo de solucionar
conflictos. Pero antes que nada soy mujer. Estoy segura de que la pobre chica esta
enamoradísima de vos pero se siente completamente intimidada por todo lo que sos y
representás. Pensá un poco, Billy, sos Guillermo Darcy, tenés toda la facha ² del
mundo, sos multimillonario, campeón mundial de salto,
—Subcampeón.
— … el soltero más codiciado del planeta después del príncipe William …
—Eh, —protestó. —No es para tanto.
Ana prosiguió. —¿Tenés idea de lo difícil que es relacionarse con alguien así? Más
para una chica de campo de 21 años que no tiene idea de la vida.
Darcy la miró con incredulidad. Para él, Elisa era temeraria. —Eso es imposible.
—Ponete en su lugar, Billy. Trabajó para vos y para mamá. Ya eso es suficiente como
para incomodar a cualquiera. La pobre no debe saber qué hacer.
Él frunció el ceño y se puso a pensar en todas las cosas que pasaron entre él y Elisa,
desde que la conoció hasta el beso en Córdoba y luego el problema con Jerónimo.
Desde un principio no fueron más que malentendidos y momentos llenos de tensión.
Ya estaba desanimado de tanto tratar y que todo siempre saliera tan mal. Suspiró y
sacudió la cabeza.
—No sé que hacer, Ana. Te juro que no sé. Cuando todo viene tan de revés, es porque
no tiene que ser.
—No me vas a aflojar ahora, — Ana insistió. —Billy, te quiere, ahora lo sabés. No
podés abandonar sin haberlo intentado. No serías vos.
Darcy no dijo nada, pero era obvio que lo estaba pensando.
Su prima no le dio tregua. —Prácticamente no te conoce. Dale una oportunidad. Date
a vos mismo la oportunidad. Vos sabés que cuando querés, podés. Andá a verla y
conquistala. Si te mostrás tal cual sos y te sacás la careta de amargo que siempre le
ponés a los demás, se va a enamorar de vos en un segundo.
—¿Qué te dijo que te hizo suponer que yo le gusto?
Madre e hija sonrieron de oreja a oreja. Misión cumplida. Si ya estaba pidiendo
precisiones, era porque lo estaba considerando seriamente. Uno de los mayores
enemigos de Darcy era su mente estructurada, pero una vez que se superaba esa
barrera y entendía otro tipo de lógica, veía la luz enseguida.
—Básicamente me dijo que si ibas, ibas a ser más que bienvenido y que saldría con
vos si se lo proponías. Está loca por vos, creeme.
Exhaló y se relajó en su asiento. —Voy a ver que hago.
Ana sonrió contenta. —No lo pienses demasiado porque alguien va a aparecer
primero y te la va a robar.
Darcy le mostró una media sonrisa que no era exactamente de felicidad. —Deberían
sacarte el título. Estoy segura de que lo que hiciste viola alguna ley.
—No sería la primera vez. — Su prima soltó una carcajada. —Me voy para casa.
Quedamos con Maxi que llevábamos a mamá a cenar afuera esta noche. ¿Querés
venir?
—Hoy no, dejame digerir esto tranquilo. Queda para la próxima.
—Chau, bombón, — Ana le dio un beso en la mejilla. —Contame como te fue
después, ¿eh?
Él sólo levantó una ceja. Su tía lo saludó con un beso y algunas recomendaciones de
cómo conducirse con Elisa que él no escucho demasiado. Las dos mujeres se fueron
del departamento y siguieron conversando en el ascensor.
—¿Te parece que va a ir a verla? — Doña Carmen le preguntó a su hija.
—Mamá, conozco bien a mi primo. Te aseguro que mañana a primera hora sale para
allá.
Elisa estaba en un estado de desolación tal luego de su encuentro con la RayD que no
pudo parar de llorar. Se fue del Serviclub y lloró todo el trayecto a su casa. Una vez
ahí, se fue corriendo para el cuarto y se encerró a llorar hasta que se quedó dormida.
Guillermo Darcy estaba comprometido. O algo parecido, no estaba segura, pero le
quedó claro que estaba en una relación con otra mujer. Y no con cualquiera, sino con
la mujer más hermosa y elegante que Elisa jamás haya conocido. Parecía una modelo
de alta costura. Elisa sabía que no podía competir contra eso, no porque ella no se
considerara bonita, sino porque esta tal Ana Vallejos era lo opuesto a ella. Elisa era
bajita, con más curvas, de pelo oscuro y ondulado y con pecas en la nariz. Además
prejuzgó y agredió a Darcy en el pasado, algo que la RayD seguramente jamás hizo.
¿Qué hombre la preferiría a ella por sobre esa diosa de 1,70m del altura?
Sin embargo, Darcy la quiso en algún momento. No, no sólo la quiso sino que estuvo
loco por ella, así que talvez su relación con la RayD no era tan especial como ella
dijo. ¿Pero si no lo era, por qué le dio ese anillo? Talvez Darcy quería tirarse una
última canita al aire antes de formalizar el compromiso y la eligió a ella. Elisa
revoleó los ojos ante su tremenda estupidez. Lo estaba prejuzgando nuevamente.
Darcy no era ese tipo de hombre, ya había tenido suficientes pruebas de su nobleza y
caballerosidad como para seguir pensando tan mal de él. Así que, tal vez, las cosas no
eran como la rubia alta y despampanante las pintaba y Darcy sí prefería a las petisas
pulposas sobre las diosas de piernas largas y perfectas.
Pero como Darcy se había marchado para no volver, todo este razonamiento se fue
por un caño. Ya habían pasado casi dos semanas desde su visita no se sabía nada de
él. Todos los días, Elisa miraba su número grabado en el celular y pensaba en
llamarlo, pero jamás juntó coraje para hacerlo. Se sentía miserable.
El viernes, al día siguiente de la visita de Ana Vallejos, Elisa se levantó agotada y se
arrastró hasta el baño. Cuando se vio al espejo, se horrorizó. Tenía los ojos hinchados,
el pelo hecho un nido de caranchos y marcas de la almohada cruzándole la cara. No
podía seguir así. Tenía que seguir con su vida y olvidarse de Guillermo Darcy.
Hizo los quehaceres y se fue para el pueblo a ver al dentista para una limpieza y
control. Una buena. Tenía la boca perfecta, ni una caries. Era libre para besar a quien
quisiera. Pero no tenía a nadie a quien besar. Maldito Guillermo Darcy.
Cuando llegó de vuelta a casa vio el auto de Carlos estacionado en la entrada. Ahora
iba a tener que aguantarse a su increíblemente feliz hermana y al divino de su novio y
hacer de cuenta de que todo estaba genial cuando tenía el corazón hecho pedazos de
tanto extrañar a Guillermo Darcy. Malditos todos.
—¡Eli, por fin llegaste! — Julieta dijo alegremente. —¿En dónde estabas? Te llamé al
celu.
—Me quedé sin batería. Anoche me olvidé de car ... — Elisa llegó al living y se
quedó petrificada. Carlos no vino solo. Sentado en el sillón, estaba Guillermo Darcy.
Carlos y Darcy se pusieron de pie para saludarla. Ella se acercó tímidamente y le dio
un beso en la mejilla a cada uno. Si alguien dijo algo, no lo escuchó porque el
corazón le latía tan fuerte que no oía nada.
—Te estábamos esperando. Los chicos vinieron a pasar el fin de semana largo a
Pinamar y Guillermo quería saludarte. Estábamos arreglando para salir todos juntos
esta noche. — Comentó Julieta. —¿Podés o tenés algo que hacer?
—¿Eh? — El corazón de Elisa casi se le salta del pecho. — N-no, no tengo nada
planeado.
—Genial. Nos vamos para allá tipo 9, ¿te parece bien, Charly? Tengo que pasar por el
consultorio, pero me libero temprano. — dijo Julieta.
Quedaron en encontrarse en un restaurante de Sushi en Pinamar, a las 9. Elisa ya
estaba estresada. No entendía qué pasaba. No sabía qué pensar. A Darcy se lo veía
más o menos relajado, lo vio sonreír un par de veces, pero no parecía del todo
cómodo. O tal vez sí, no estaba segura ya que ella estaba demasiado nerviosa como
para sacar conclusiones claras.
¿Había hablado él con la RAyD? Si habló, ¿por qué estaba acá, invitándola a cenar
afuera? ¿La estaba invitando o simplemente se acopló a la salida de Carlos y Julieta?
La incluyeron, así que era una doble cita. Doble cita, que antiguo. Ya nadie usaba ese
término. ¿Cómo le decían ahora? No sabía. ¿Si Darcy se le insinuaba, qué iba a
hacer? ¿Qué haría si no? ¿Qué cuernos se iba a poner?
Al final, optó por una blusita blanca no demasiado escotada y una pollera por sobre la
rodilla que todos le decían le quedaba muy linda. Se dejó el pelo suelto, sujeto hacia
atrás con una vincha. Una vez lista, se quedó mirando su imagen en el espejo. Suspiró
profundo y rezó para que Dios la ayude.
Al parecer Julieta se había contagiado de la impuntualidad de Carlos, ya que llegaron
al restaurante unos 15 minutos tarde. Elisa odiaba dejar a la gente esperando. Darcy y
Carlos estaban en la barra cuando llegaron, tomando una cerveza, relajados y de buen
humor. Julieta hizo el chiste de haber llegado tarde en venganza por todas las veces
que Carlos la hizo esperar y él se mató de la risa. Así arrancó la noche.
El restaurante era muy lindo. Era sobrio, con un estilo oriental minimalista. Comieron
con palitos, algo a lo que ni Julieta ni Elisa estaban demasiado acostumbradas y los
hombres se encargaron de enseñarles. Esto propició situaciones muy divertidas en las
que todos se rieron mucho y también generó varios acercamientos entre Elisa y Darcy
ya que él, solícitamente, le sostuvo la mano mientras le explicaba la técnica para
manejar los palitos. De no ser por la rubia alta y despampanante de sus pesadillas,
esta habría sido una noche perfecta para Elisa.
En cuanto salieron del restaurante, vino la sugerencia obligada por parte de Carlos.
—¿Che, tienen ganas de ir a bailar?
Julieta contestó un alegre ‘¡Dale!’, Elisa un dudoso ‘no sé’ y Darcy un rotundo ‘no’.
Los cuatro intercambiaron miradas. Si Elisa no iba, eso quería decir que Julieta tenía
que volverse al pueblo a llevar a su hermana a casa y no tenía ningunas ganas de
perderse de ir a bailar con su novio.
Darcy se aclaró la garganta. —¿Por qué no van ustedes? Yo puedo llevar a Elisa a
casa, si ella quiere, por supuesto.
—¿En serio no te molesta, Guillermo? — Julieta le preguntó a Darcy y luego miró a
su hermana. —¿Luli, no tenés problema?
—No, — Elisa sonrió, nerviosa. — Vayan tranquilos. Diviértanse.
—No te preocupes, — le respondió Darcy. —yo la alcanzo.
Se despidieron en la puerta del restaurante. Carlos y Julieta se fueron en el auto de
ella y Darcy guió a Elisa hasta su camioneta. Soplaba una brisa marina fresca y,
aunque estaban en pleno verano, la temperatura había bajado mucho.
—¿Tenés frio? — Darcy notó que Elisa tenía los brazos cruzados sobre el pecho,
como tratando de no tiritar.
—No, estoy bien. — ‘sólo estoy entrando en pánico’ se dijo a sí misma.
Le sonrió y le abrió la puerta del vehículo para que subiera. Cuando se sentó en su
asiento de conductor, Darcy se quedó callado un momento, puso la llave en la
ignición, pero antes de encender el motor, preguntó,
—¿Tenés ganas de ir a tomar un café? O podemos ir a tomar un helado.
La estaba invitando a tomar algo. Elisa sintió que se ponía colorada. Por suerte estaba
oscuro dentro del auto. —Café, gracias.
Darcy puso en marcha la camioneta y salieron hacia un café/bar muy lindo que había
cerca de la playa. Era el típico bar para ‘levantar’, íntimo, oscurito, con mesitas
chicas, sillones para reclinarse y velitas en las mesas como única iluminación. Había
mucha gente, pero por suerte se desocupó una mesa enseguida y pudieron sentarse.
Una camarera les tomó su orden –un café irlandés para Darcy y un cortado para Elisa
— y se quedaron callados un momento. Él hizo algunos comentarios del lugar y Elisa
asintió, intentando ser simpática. No podían relajarse y al cabo de un rato, Elisa no
pudo más y soltó lo que tenía atorado en la garganta desde hacía tiempo. Estaban ahí
sentados, él estaba siendo súper atento y amable y no podía seguir haciendo de cuenta
que no sabía lo que había pasado.
—Guillermo, — empezó luego de un suspiro. — Quiero agradecerte lo que hiciste
por mi familia.
Él se la quedó mirando como si no entendiera.
—Sé que recuperaste a Brisa y que ayudaste a mi papá con ese problema que tuvo con
Jerónimo. Supongo que debe haber sido un gran trastorno para vos y quiero que sepas
que realmente aprecio lo que hiciste.
Para Darcy fue como si le hubieran tirado un baldazo de agua fría en la cabeza.
—Lamento mucho que te hayas enterado de esto, — dijo después de una pausa muy
intensa. — seguramente te sentirás muy incómoda. Nunca pensé que tus tíos te
contarían. Quedamos en que no se lo diríamos a nadie.
Al ver que Darcy parecía molesto, Elisa puso su mano sobre la de él para calmarlo.
—Por favor, no pienses mal. Ellos no me contaron. Me enteré por el chofer de la
camioneta que trajo a Brisa. Dijo que vos lo habías contratado. Llamé a mi tía y la
volví loca hasta que me contó todo. Te quiero agradecer en nombre de toda mi
familia. Aunque ellos no saben una palabra de esto, te lo agradeceremos eternamente.
Darcy se quedó callado un momento, mirando sus manos. Tomó aire, la miró y dijo,
—Ellos no tienen nada que agradecerme. Lo hice por vos, Elisa. Sólo por vos.
El corazón de Elisa empezó a latir fuerte. No supo qué decir. Él le sonrió tímidamente
y ella sintió que se derretía en su silla. Le devolvió la sonrisa.
Hablaron un rato largo, como hasta las 2 de la mañana. Se contaron cosas de sus
vidas –trivialidades cotidianas—que ninguno sabía del otro. Lentamente, empezaron
a conocerse y, por primera vez, se sintieron cómodos y a gusto el uno con el otro.
Darcy era obviamente un tipo tranquilo y Elisa estaba impresionada con su fortaleza,
inteligencia y buen humor –siempre lo consideró un amargo— y él quedó prendado
de su vivacidad, entusiasmo y espontaneidad.
En el camino a La Arboleda arreglaron para verse al día siguiente, a la noche, a cenar.
Aparentemente Carlos y Julieta tenían planes para ir a un concierto de rock en la
playa y Darcy no tenía ganas de sumarse al descontrol que generalmente acompañan
a tipo de recitales. Tampoco quería estar siempre en el medio de su amigo y su novia
y aunque Carlos estaba parando en su casa, Darcy quería dejarles la zona libre. Elisa
recibía un contingente de turistas ese sábado y calculaba que se desocupaba para las
seis de la tarde. Quedaron en que él pasaba a buscarla alrededor de las ocho.
Se despidieron con un beso en la mejilla. Elisa no pensó en la RayD en toda la noche
y Darcy sonrió todo el camino a su casa.
Los preparativos para la gran noche empezaron al caer la tarde. Darcy se levantó al
mediodía (se había acostado alrededor de las 4 de la mañana), almorzó algo ligero y
salió a correr por la playa cuando bajó un poco el sol. Julieta trabajaba en el
hipódromo hasta las seis, así que Carlos se entretuvo con su amigo hasta que se hizo
la hora de ir a buscarla. Una vez solo en la casa, Darcy se pegó una ducha, se afeitó y
se preparó para su salida con Elisa.
Aunque pareciera increíble, a pesar de haber corrido casi 10 km, Darcy todavía estaba
inquieto. La última vez que estuvo así de ansioso se estaba enfrentando el cronómetro
de la Copa de las Naciones. Y tanto nerviosismo tenía razón de ser, ya que,
recapitulando el historial que tenían él y Elisa, era lógico que sintiera un poco de
aprehensión. Las cosas siempre tendían a salir mal entre ellos y por algún motivo u
otro, terminaban separados o peleados.
Mientras se abotonaba la camisa, recordó las palabras de su prima Ana. Mostrarse tal
cual era, conquistarla, sacarse la careta de amargo. Sin duda era un buen consejo,
aunque todavía no sabía cómo iba a hacer para lograrlo. Ana tenía razón, Elisa era
muy joven, con mucho menos mundo que él y era su responsabilidad hacerla sentir a
gusto. No tenía que presionarla. La noche anterior la habían pasado bien –salvo por la
parte en que surgió el tema de Jerónimo—y si quería que las cosas progresaran, iba a
tener que tener paciencia y avanzar con cuidado.
—Mujeres. — Darcy suspiró. —Deberían venir con manual de instrucciones.
En La Arboleda, Elisa estaba igual de nerviosa. A pesar de haberse acostado casi a las
4 de la mañana, se levantó temprano para recibir a los turistas que vinieron para una
cabalgata. Comieron un asado y se fueron a media tarde, lo que le dio tiempo a
recostarse un rato y descansar para la salida de la noche. Aunque durmió un poco, la
preocupación no la permitió relajarse del todo.
Se estaba preparando para salir con Guillermo Darcy. El ganador de la copa de las
Naciones, dueño de la famosa estancia La Peregrina, súper buen mozo, millonario
Guillermo Darcy. El jinete mas hot de Sudamérica. Y ella era simplemente Elisa
Benítez. Las diferencias abismales que existían entre ellos nunca fueron tan …
abismales. Darcy era un hombre hecho y derecho, de casi treinta años, con fortuna y
mundo, medía 1,90 de estatura y ella no era más que una chica de pueblo de veintidós
años recién cumplidos y cuya experiencia con el sexo opuesto se limitaba besos
apasionados con algún noviecito de la secundaria. Nunca en su vida Elisa se sintió tan
joven, más pueblerina y tan petisa.
Pero esta no era su única preocupación. También estaba la rubia alta y
despampanante. Si esta invitación a salir significaba algo –Elisa suponía que él
todavía tenía interés romántico en ella—el tema Ana Vallejos y su relación con él iba
a tener que aclararse. Porque por más enamorada que estuviera de Guillermo Darcy,
Elisa Benítez no estaba dispuesta a ser una de sus ‘libertades’.
Darcy pasó a buscarla a las ocho y cuarto. Tomás y Adela no estaban en casa pero
Catalina sí estaba y se encargó de tomarle el pelo a Elisa acerca de su salida –la
segunda noche consecutiva—con Guillermo Darcy. Eso sólo ayudó a ponerla más
nerviosa y para cuando él llegó, Elisa no veía la hora de irse de La Arboleda.
En cuanto la vio, Darcy sonrió y le dijo que estaba muy linda. Elisa agradeció con
mariposas revoloteándole en el estómago. Se había esmerado mucho y estaba
contenta de que él lo hubiera notado. Vestía un pantalón de raso negro muy ajustado,
una musculosa color manteca y un saquito color acero. Se puso sus sandalias más
altas ya que él le llevaba una cabeza y no quería parecer una enana al lado suyo.
Darcy también estaba muy buen mozo, con un pantalón claro y una camisa celeste.
Realmente, cuando Carla lo había catalogado como hot, se había quedado corta.
Salieron para la ruta. Estaban un poco tensos así que no hablaron demasiado.
—¿Qué tenés ganas de cenar? — Darcy preguntó mientras manejaba.
Elisa se encogió de hombros. —No sé, elegí vos.
Él pensó un momento. —Hay un restaurante nuevo en Cariló. Me dijeron que se
come bien, ¿tenés ganas de ir ahí?
—Dale, vamos. — ella sonrió.
—Es más tranquilo allá. Con este tema de las vacaciones, es un caos.
—Si, la gente se enloquece. Encima es sábado, sale todo el mundo.
Darcy pensó que decir y no se le ocurrió nada. Suspiró. Esto no iba a ser fácil.
—¿Hasta cuándo te quedás en la costa? — Elisa le preguntó.
—Calculo que hasta el martes. No hice planes concretos. Tengo este emprendimiento
acá cerca que quiero ver y además estoy de vacaciones, así que no tengo presiones
para volver todavía.— En realidad, la duración de su estadía dependía de la salida de
esta noche. Si las cosas no resultaban bien, se volvía enseguida.
—Pensé que ya estabas entrenando.
—Ya empecé, pero a un ritmo más lento. Hace demasiado calor para los caballos.
Pero ya en febrero arranco fuerte.
Elisa preguntó por Justina y Darcy le dijo que se había ido a Punta del Este con unas
amigas. Para cuando llegaron al restaurante, ya estaban un poco más relajados.
La cena fue muy agradable. Pudieron charlar sin tensiones y se rieron mucho. Darcy
podía ser divertido cuando quería y Elisa estaba llena de energía. Se pusieron de
acuerdo en qué pedía cada uno, así podían probar lo del otro. Elisa era loca por las
pastas y él prefirió carnes rojas. Darcy le convidó un trozo de su jugoso ojo de bife –
le dio de comer en la boca—y Elisa compartió sus sorrentinos rellenos de ricota y
nuez.
Después de cenar, Darcy sugirió ir a caminar por la costanera. A Elisa le encantó la
idea, a pesar de su creciente nerviosismo. Los movimientos de él se hacían cada vez
más obvios. En dos oportunidades le tomó la mano sobre la mesa, una vez le tocó la
mejilla luego de un comentario gracioso y le apoyó la mano en la espalda durante
todo el trayecto del restaurante hasta la calle. En cualquier momento venía el beso,
Elisa lo intuía.
Caminaron por la vereda del lado del mar. Soplaba una fuerte brisa marina y se sentía
el ruido de las olas. La noche estaba despejada, con una luna llena grande y limpia. El
momento no podía ser más perfecto, ideal para el romance. Se pararon a ver el mar y
Elisa se cruzó de brazos sobre el pecho, un poco por frío, pero más como mecanismo
de defensa. Por momentos, él se le acercaba y la tocaba en la espalda y podía sentir la
electricidad fluyendo entre ellos. Darcy la hizo girar hacia él.
—¿Estás bien? ¿Tenés frío? — le preguntó mientras le frotaba los brazos
afectuosamente.
—Estoy bien. — lo contempló con ojos grandes.
Se miraron fijo en silencio, con esa mirada hipnótica que dos personas sostienen
antes de besarse por primera vez, cuando se contrae el estómago de anticipación y
todo desaparece a su alrededor, y sólo existen ellos dos y una fuerza invisible que los
atrae como imanes. Darcy dio un paso adelante, levantó una mano y la apoyó en el
cuello de Elisa, los dedos acariciando su nuca, la otra bajó a su cintura y se deslizó
suavemente hacia su espalda. Elisa le sostuvo la mirada, con el corazón latiéndole
fuerte, los labios entreabiertos, conteniendo la respiración. Él bajó la vista a su boca y
la miró a los ojos nuevamente, como pidiendo permiso. Ella no dio señales de no
querer, todo lo contrario, lo estaba esperando con la cara levantada hacia él, lista para
recibirlo. Lo vio venir y cerró los ojos.
Fue en ese momento cuando todo se fue a pique. Antes de que los labios de él tocaran
los suyos, se le apareció la cara de Ana Vallejos y Elisa puso un freno al acercamiento
apoyando la mano en el pecho de Darcy y dando un paso atrás.
Sorprendido y por demás incómodo, Darcy retrocedió y se pasó la mano por el pelo.
—Perdoname, Guillermo. — Elisa se disculpó. — Pero no puedo hacer esto.
—Te entiendo, disculpame vos. Pensé que … no importa. ¿Querés que te lleve a tu
casa?
La verdad es que no quería. Elisa quería que la besara hasta dejarla sin aire, como esa
tarde en Córdoba. Quería sentir el calor del cuerpo de él contra el suyo, perderse en
su boca, embriagarse en su colonia. Quería abrazarlo y comérselo a besos. Pero no
podía.
Elisa sacudió la cabeza. —No, no quiero. Lo que quiero … no sé lo que quiero.
Bueno, sí sé, pero no puedo tenerlo.
Obviamente, Darcy no la entendió y se la quedó mirando.
Suspiró. Iba a tener que ser más directa. ¿Por qué era siempre todo tan difícil entre
ellos?
—Hoy la pasé bárbaro, fue una de las noches más lindas de mi vida. Todo salió
perfecto y eso me da mucha bronca porque me encantaría que siguiéramos viéndonos,
pero vos tenés novia y yo no quiero ser la …
—¿Qué? — él la interrumpió, atónito.
—Tu novia vino a verme.
La expresión en la cara de Darcy era indescriptible. Al principio no sabía de qué
estaba hablando Elisa, pero enseguida ató cabos y dedujo que Ana había tenido algo
que ver en tamaña confusión.
—Yo no tengo novia. — le aclaró en seguida.
—Pero …— Elisa se lo quedó mirando. Parpadeó. —Ana Vallejos me dijo que …
—¿Ana te dijo que estábamos de novios? — Si fue así, iba a estrangular a su prima.
Con sus propias manos.
Elisa no sabía que decir. Había tal incredulidad en su voz que empezó a dudar de su
propia información. O Darcy era un excelente actor, o estaba realmente sorprendido.
En segundos, recapituló todo lo que le dijo Ana Vallejos y se dio cuenta de que había
metido la pata hasta el caracú. Ana nunca había dicho que estuvieran de novios.
Habló de una relación muy especial, mostró su anillo de compromiso, le pidió que se
alejara de Darcy, pero jamás dijo que ella era su novia. Nuevamente lo había
prejuzgado y sacado conclusiones basada en supuestos y medias verdades. Hizo La
Gran Jerónimo otra vez. Sintió que se le bajaba la sangre de la cabeza.
Darcy todavía esperaba una aclaración. Como Elisa no decía nada, tuvo que hablar él.
En su tono había algo de angustia y mucha frustración.
—Elisa, te juro, no tengo novia. No sé de donde sacaste eso, pero no es verdad. Yo sé
que hice todo mal desde el principio, pero desde que te escribí esa carta que estoy
intentando cambiar, demostrarte que …— sacudió la cabeza, tratando de encontrar
las palabras correctas. Suspiró profundo y al final lo dijo. — Todavía sigo enamorado
de vos. Pero si vos no querés saber nada conmigo, decimelo y te prometo que nunca
más vuelvo a molestarte.
Se miraron frente a frente, él con ojos suplicantes, ella con asombro. La respuesta de
Elisa vino de repente y de forma tan inesperada que sorprendió a ambos. Sin decir
palabra, dio un paso adelante, lo tomó de la cara con ambas manos y lo besó en la
boca. Darcy tardó un par de segundos en reaccionar pero cuando lo hizo, lo hizo con
todo. La envolvió con sus brazos y la trajo contra su cuerpo, besándola con hambre y
pasión hasta que los dos saciaron su sed del otro. El beso se hizo más suave, más tibio
y sensual y al final se soltaron, los dos felices de haber sobrepasado este último
obstáculo.
Él le acarició la mejilla cariñosamente. —Supongo que esto quiere decir que me
creíste.
Elisa se mordió el labio. —¿Me perdonás? No sé porque pensé eso. En realidad
Ana… no me dijo nada de eso, yo entendí mal y me hice toda la película.
La trajo contra su pecho y la abrazó con ternura. —Por lo menos ya está aclarado.
Se acomodó en sus brazos. Era tan calentito. — ¿Quién es Ana Vallejos?
Darcy se apartó un poquito para mirarla a la cara, pero mantuvo los brazos a su
alrededor. —Es mi prima Ana, la hija de mi tía Carmen. Se llama Ana Achával de
Vallejos. Te juro que yo no tenía idea de que iba a venir a verte, me enteré cuando
vino a verme anteayer a la tarde y …
—¿Es tu prima? — Los ojos de Elisa se abrieron como el dos de oro. No podía creer
que, durante meses, se estuvo torturando con la rubia alta y despampanante,
imaginándose los peores escenarios y sufriendo por una historia que ella misma había
inventado y todo este tiempo era la prima de Darcy.
Él levantó una ceja, preocupado por la expresión que tenía Elisa en la cara. —¿Qué
pasa? ¿Qué te dijo?
—Nada, — Elisa apoyó la cabeza en su pecho otra vez. —Nada. Un montón de
pavadas.
—Bueno, —Se rió. — De algo sirvió, ¿no? Acá estamos, por fin.
—Sí, al fin. — ella levantó la cara hacia él y Darcy le dio un beso.
Caminaron por la costanera, abrazados y sonrientes, sin decir nada por un rato,
disfrutando del calor del otro. Darcy puso su brazo alrededor de los hombros de Elisa,
ella el suyo en su cintura. Había otras parejas recorriendo también el espigón, grupos
de chicos en la playa cantando alrededor de fogones y a veces se sentían las risotadas
de los jóvenes celebrando el verano. Era sin duda una noche mágica.
Al rato se pegaron la vuelta. Elisa estaba agradecida ya que las sandalias altas le
estaban haciendo doler los pies. Iba a tener que acostumbrarse a usar tacos altos.
Darcy era tan alto, además le gustaba verse bien para él. Se rió al pensar cómo todo
había cambiado en solo media hora.
—¿Qué? — él la miró al sentir que se reía.
—Nada. — ella se encogió de hombros. —Pensaba, nomás, en qué rápido que
cambiaron las cosas.
Darcy se rió entre dientes. —¿Ya era hora, no? Después de tantas idas y venidas, por
fin llegamos a entendernos.
Elisa se mordió el labio. —Y pensar que hasta ayer pensé que nunca te volvería a ver.
—¿Y por qué pensaste eso?
Se encogió de hombros. —Qué sé yo, ese día que viniste estabas tan callado y no me
mirabas. Creí que no querías tener nada que ver conmigo.
—Si me vine fue para verte.
—¿En serio? — Elisa sentía que se derretía de amor.
—Bueno, para ser sincero, también le estaba haciendo la pata a Carlos. Ya era hora de
reunirlo con tu hermana, a ver que pasaba. Sabía que él tenía ganas de ver a Julieta y
supuse que no se animaba. Así que le di un empujoncito. Pero la principal razón para
venir a la costa era para ver como estabas.
—Lástima que no fuiste más comunicativo. Parecías enojado y no supe que hacer.
Pudimos haber solucionado esto antes.
Darcy la miró de reojo. —¿Así que yo fui poco comunicativo? Si mal no recuerdo, no
abriste la boca en todo el día. Ni me mirabas. De haber sabido que tenías algún tipo
de interés en mí, hubiera hecho algo.
—¿Y qué te hizo cambiar de idea?
—La visita de Ana. Después de que se juntó con vos, viajó directo a Buenos Aires a
hablar conmigo. Me contó que hablaron y me convenció para que viniera a verte. Me
dio a entender que yo te gustaba y que aceptarías salir conmigo si te lo proponía.
Elisa se puso colorada al recordar la conversación. —¿Qué mas te dijo?
—No mucho. Me dio unos consejitos y me ayudó a ver las cosas de otra manera.
Carmen vino con ella así que me tuve que bancar ¹ a las dos tratando de arreglar mi
vida. Ayer la quería matar, pero ahora le estoy agradecido. Creo que no estaría acá
ahora de no ser por ella.
—¿Qué, no hubieras venido? — preguntó con algo de aflicción en la voz.
—Probablemente sí, pero no tan rápido. La verdad es que no sé que hubiera pasado.
Llegaron a la camioneta y Darcy le abrió la puerta para que subiera. Elisa agradeció
su galantería con una sonrisa coqueta. Hicieron casi todo el viaje hasta la Arboleda en
silencio, intercambiando miradas y sonrisas ocasionales, como dos enamorados que
recién se conocen.
Ya en la chacra, él apagó el motor de la camioneta para despedirse.
—Carlos dijo de almorzar todos juntos mañana. ¿Te parece bien? Después podríamos
ir un rato a la playa.
—Me encantaría. — Ella le sonrió.
—¿Te paso a buscar cerca del mediodía? Me parece que esta noche Julieta se quedaba
en casa con Carlos.
—Dale, pasá. — Llegaba la hora de despedirse y a Elisa ya le saltaba el corazoncito
en el pecho. Pensaba en cómo sería este beso, si iba a ser intenso como el primero o
si sólo iba a ser un casto besito de despedida.
—Te mando un texto cuando estoy saliendo. — Darcy le acarició la mejilla.
—Bueno.
—Entones, — se acercó un poco, — será hasta mañana.
Elisa también se le acercó un poquito. Notando una cierta timidez en ella, Darcy fue
bastante prudente. Sus labios rozaron los de ella con suavidad para luego inclinar la
cabeza hacia el otro lado y besarla con un poco más de pasión, pero siempre
midiendo de no excederse. Hubiera querido saborearla entera, recorrer sus curvas,
despertar el ardor de su cuerpo, pero sabía que todavía no era el momento. Aún
cuando Elisa abrió su boca en el beso, se cuidó de no invadirla, logrando que amor y
ternura predominaran por sobre el deseo.
Cuando se separaron finalmente, los dos sonreían como tontos enamorados.
¹ Bancar = aguantar
Capítulo 30
En La Arboleda, las cosas nunca eran sencillas. Aunque Elisa ya era mayor de edad,
dos días seguidos llegando a altas horas de la madrugada, en compañía de un hombre,
era suficiente para generar sospechas. Las miradas de suspicacia de Tomas se
agudizaron cuando Elisa anunció que no almorzaría en casa sino que saldría con
Julieta, el novio de esta y Guillermo Darcy. Adela la miró con una sonrisita de ‘me
huele a romance’ y no presentó objeciones, todo lo contrario, estaba más que
encantada. Tomás no dijo nada, pero no parecía del todo cómodo con el nuevo
pretendiente de su hija. Sus hermanas se reían entre ellas y hacía comentarios
mordaces referentes a odios previos que Elisa había sentido por quien hoy la vendría
a buscar. Cuando Darcy llegó, Elisa estaba ansiosa por irse de casa.
Con el clan entero mirando, la joven pareja se saludó con un casto beso en la mejilla.
Dijeron sus adioses y salieron para Mar del Plata.
—¿Dormiste bien? — Él le preguntó, manejando por la ruta.
—¿Sí, vos?
—Di vueltas un rato, pero al final me dormí.
—Hablé con Juli. Están en la confitería del hipódromo.
—Si, ya sé, Carlos me mandó un mensaje de texto.
Elisa se mordió el labio. Había un tema que la estaba preocupando pero no quería
arruinar el clima entre los dos. Igualmente, no pudo con su genio y al final, preguntó:
—¿Vos tenés un primo que se llama Eduardo Figueroa Anchorena, no? El hermano de
Ricardo.
—Si, es el hermano mayor. ¿Por?
—El otro día, cuando fui al banco, lo mencionaron. El Rural de Desarrollo. Tenemos
una hipoteca ahí.
Él se quedó pensativo un momento. —Ese banco pertenece al grupo. ¿Porqué, pasó
algo?
Elisa se dio cuenta de que se estaba enroscando en un tema que no tenía que ver con
ellos y que, a decir verdad, ya estaba solucionado. No tenía sentido discutirlo ahora.
Se encogió de hombros y trató de sonar despreocupada. —No, me llamó la atención
nomás. No es un nombre común.
—Es más común de lo que te imaginás. — Le sonrió.
Obviamente, vivían en mundos muy distintos. Él vivía rodeado de apellidos ilustres,
ella los leía en los libros de historia o en los carteles de las calles. —¿Cuándo te
volvés?
—Me voy a tomar esta semana de vacaciones. Por ahí me hago una escapada a
Buenos Aires en algún momento, para solucionar unos temas, pero sería un viaje
corto. Pensé en ir y volver en avión, en el día, para no perder tanto tiempo
manejando.
Elisa suspiró contenta. ¡Se quedaba una semana en la costa!
Llegaron al hipódromo y se fueron hasta la confitería de no socios, en donde los
esperaban Carlos y Julieta. Darcy hizo la mayoría del trayecto con la mano apoyada
en el hombro de Elisa, pero él tomó un poco más de distancia al ingresar a la
confitería. No era el tipo de hombre que está todo el día agarradito de su novia o
besuqueándola. Elisa tampoco se sentía tan en confianza como para estar tomándolo
de la mano. Además, no sabría cómo reaccionar si él la besaba en público.
Probablemente se sentiría un poco incómoda ya que todavía no hacían 24 horas que
estaban ‘saliendo’.
Se sentaron y pidieron algo de comer. Como Julieta estuvo fuera de casa todo el fin
de semana, Elisa no tuvo tiempo de contarle que salió dos veces con Darcy. Para su
hermana, no había pasado nada más entre ellos desde que él la llevó a casa la otra
noche. Pero Julieta no tardó en darse cuenta de que pasaba algo entre la otra pareja.
De a ratos se miraban, se sonreían y miraban rápido para el otro lado. Darcy a veces
se inclinaba para hablarle más cerca a Elisa y ella se movía inquieta. Sabiendo que
alguna vez los dos tuvieron un fuerte encontronazo, Julieta ejerció su rol de hermana
mayor y quiso averiguar qué pasaba.
—Voy al baño. ¿Venís, Eli?
Elisa estaba un poco sorprendida por lo abrupto del pedido pero accedió. —Bueno.
Carlos las observó mientras se iban. —Cosa rara. Las mujeres siempre van al baño
juntas. Nunca voy a entender por qué.
—Probablemente a hablar de cosas que no pueden decir delante nuestro. — Le
respondió su amigo.
—¿Y qué se pueden decir que ya no sepan? Son hermanas. Están juntas todo el día.
Darcy se encogió de hombros. No pensaba responder a eso.
Ahí es cuando Carlos notó algo raro. —¿Qué pasa?
—¿Con qué?
—Te pusiste colorado.
—No seas ridículo. — Carlos vivía en la luna, pero justo ahora tuvo que bajarse.
—Dejame de joder, Billy. Acá pasa algo.
—No pasa nada.
—¿Qué hiciste anoche?
—Salí con Elisa. — No pudo reprimir una media sonrisa.
Carlos soltó una carcajada. —¡No me dijiste nada! Sos un turro. Con razón ayer
andabas dando vueltas por la casa, haciéndote el boludo, esperando que yo me fuera.
¿Y? ¿Cómo te fue?
—Re bien. — La sonrisa de Darcy se amplió.
—Me imagino, tenés cara de enamorado. ¿Quién diría? Mi amigo el caracúlico
saliendo con la hermana de mi novia. Dale, che, contame.
—Forget it. —Darcy fue terminante.
—Bueno, al menos decime si hubo onda, si ‘congeniaron’. — Carlos dijo con una
miradita sugestiva.
—Sí, hubo onda. Eso es todo lo que te voy a contar.
Carlos le palmeó la espalda con entusiasmo. —Me parece bárbaro. Me alegro por los
dos, che.
—Gracias.
Tal como lo había prometido, Darcy se quedó toda la semana en la costa, con
excepción de un solo día en que viajó a Buenos Aires a atender unos asuntos. Carlos
también se quedó así que las chicas Benítez pudieron pasar más tiempo con sus
pretendientes y afianzar su relación con ellos. Las dos estaban ocupadas durante el
día y, por lo general, se veían a la tardecita y para cenar, a veces las parejas solas, a
veces los cuatro juntos.
Darcy se había propuesto hacer las cosas bien con Elisa, dejar que las cosas
evolucionen sin apuros ni tensiones, y se auto-impuso ciertas normas. Nunca llevaba
a Elisa a su casa de Pinamar si no había alguien más, para que no se sintiera
incómoda o presionada porque estaban solos. En general, salían a pasear en lugares
públicos, tomaban algo y la llevaba de vuelta a casa. Era muy cuidadoso de en donde
ponía sus manos. Así, lentamente, la relación creció basada en la confianza.
Pero las cosas buenas no duran para siempre y las vacaciones de los jinetes del
Equipo Ecuestre del Norte pronto llegaron a su fin. Ambos jóvenes tenían
obligaciones que cumplir y su rutina de entrenamiento que comenzar. Por mucho que
les pesara a las dos parejas, se tenían que separar.
Su último día en la costa, Darcy llevó a Elisa a cenar a un lugar tranquilo y los dos
pasaron una velada muy agradable. Él tenía un viaje largo por delante y fue con sus
cosas cargadas en el baúl, listo para salir a la ruta en cuanto dejara a Elisa en su casa.
Se despidieron en el auto.
—Voy a tratar de venir el viernes que viene. Te llamo y te confirmo. — Darcy le
acarició el pelo.
—Bueno. —Ya se le estaba estrujando el corazoncito. Se había acostumbrado tanto a
verlo todos los días que no se imaginaba lo que iba a ser no estar con el.
—Es sólo una semanita.
Ella asintió. Los dos intentaban no parecer afectados por la inminente separación pero
no les estaba saliendo muy bien.
—Bueno, — él suspiró. — Nos vemos en unos días.
Elisa se acercó para saludarlo y se encontraron a medio camino. El beso fue largo e
intenso, aunque duró menos de lo que hubieran querido.
—Te llamo mañana. — él le prometió.
—Mandame un texto en cuanto llegues. Así me quedo tranquila de que llegaste bien.
—Va a ser de madrugada.
—No importa.
Se dieron otro beso. Elisa se bajó del auto y Darcy tomó el camino. Para cuando llegó
a la ruta principal, ya se estaban extrañando.
Capítulo 31
Pasaron uno, dos, tres, cuatro días. Para el quinto, Darcy ya se estaba poniendo
inquieto. Hablaba con Elisa todas las noches, pero no era suficiente. Quería verla y
tocarla, quería besarla. A la madrugada del jueves, la ansiedad no lo dejó dormir y
bajó a la cocina casi a las seis, a tomar un café antes de irse a entrenar. Dominga, una
de las empleadas, se sorprendió de verlo ahí.
—Buen día, señor. Ya le preparo el café y se lo llevo al comedor.
—Buen día, Dominga. No te preocupes, lo tomo acá.
—¿Le hago unas tostadas?
—No gracias, café solo. No tengo hambre.
Dominga puso el agua a hervir y, discretamente, fue a avisarle a Palmira que el señor
estaba levantado. No era usual verlo tan temprano, estaba un poco ojeroso, así que
creyó prudente comentarle este hecho al ama de llaves. A Palmira le gustaba tener
todo bajo control en la casa.
Dicho y hecho, Palmira se apareció a los diez minutos.
—¡Buen día! —Palmira dijo alegremente. —¿Te caíste de la cama?
—No es tan temprano. — Él frunció el ceño.
—Son las seis. Nunca te vemos antes de las siete. ¿No podés dormir?
—Me desvelé y ya que estaba, me vine a desayunar. Así arranco temprano.
Palmira fue a prepararle el café y cortó un poco de pan para hacerle unas tostadas. El
pan fresco todavía no había sido horneado. —¿Querés comer unos huevos revueltos?
— preguntó con cara de desagrado. El patrón había tomado la costumbre de
desayunar huevos y cosas por el estilo cuando vivió en Europa, cosa que a ella no le
gustaba nada. Prefería los desayunos criollos: mate cocido con leche y rebanadas de
pan de campo untadas con abundante manteca y mermelada o dulce de leche.
—Dame un café, nomás, no tengo hambre.
Un minuto más tarde, Palmira le sirvió su café con tostadas, mermelada, manteca,
unos bizcochos de grasa y ya que estaba, galletitas dulces.
—Para que me preguntás si vas a hacer lo que vos querés? — Darcy protestó. Palmira
siempre trataba de engordarlo como pavo para navidad.
—Comé que estás hecho un palo. — Se sentó con él a la mesa. —Bueno, ahora me
vas a contar qué tenés que no podés dormir.
—Nada, ya te dije, me desvelé.
Se quedó callada un momento. Lo conocía demasiado bien como para no darse
cuenta de que algo le andaba pasando. Volvió de la costa con una sonrisa en la cara,
hablaba con esta chica por teléfono todos los días y estaba inquieto e inapetente.
Seguramente sufría de mal de amores.
— ¿Mañana te vas para la costa?
Darcy tomó un sorbo de su café. —Sí, calculo que saldré después de mediodía.
—¿Te gusta mucho por allá, no? Antes no ibas tan seguido.
—Sí.
—Debe haber algo allá que te llama a ir. La chica esta que vino la otra vez es de por
ahí cerca, ¿no?
Él se sonrió y tomó una tostada que untó con un poco de manteca. Su ama de llaves
no iba a parar hasta hacerle decir lo que quería escuchar. —Sí, vive cerca.
—Ah. ¿Cómo era que se llamaba? ¿Isabel?
—Elisa.
—Cierto, Elisa. Qué lindo nombre. ¿Y te la encontraste en esos días que anduviste por
la costa?
—Carlos está de novio con su hermana, salimos un par de veces.
—Mirá que bien. Me pareció una buena chica. Muy agradable y despierta.
No dijo nada y mordió su tostada.
—Una chica así tendrías que buscarte, de campo, sencilla. Te vendría bien una novia.
A Darcy se le escapó una sonrisa. Tomó un sorbo de café para disimularla.
Palmira fue directo al grano. —¿Y cuándo se casan?
Él casi se atora con su café. — Palmi, recién nos estamos conociendo, falta bastante
para eso.
—¿Entonces estás de novio con ella?
—Estamos saliendo, nada más. — él la corrigió.
—No entiendo esas cosas nuevas. Estás de novio o no estás de novio. Mirá, más vale
que hagas algo, yo no te puedo cuidar para siempre. Es hora de que sientes cabeza. Y
esta chica Elisa es buena para vos, nunca te vi tan contento como cuando volviste de
la costa.
Darcy suspiró. —No es tan fácil. Tiempo al tiempo.
—¿Por qué no te vas ahora para allá así la ves? Se nota que la extrañás. Dale, te va a
hacer bien.
—No puedo, tengo que entrenar. Sabés que tengo un torneo grande en unas semanas.
Palmira le puso la mano en el hombro. Era como un hijo para ella y verlo así,
sufriendo de tanto extrañar a su amor, le partía el corazón. —Ya sé que podemos
hacer. Le voy a avisar al Anselmo que te vas para allá a entrenar temprano, que te
tengan listo al Tuareg. Hacés lo que tenés que hacer y te vas para la costa a ver a tu
Elisa. Un día menos de entrenamiento no te va a hacer hada.
Él la miró un instante. Sorpresivamente, le levantó de la mesa y le dio un beso en la
mejilla. —Te veo más tarde.
—¿Te preparo un bolso? — Palmira le preguntó mientras se iba.
Darcy se paró en la puerta y le sonrió. —Dale.
Para Elisa, la semana había sido tan dura como para su enamorado. Los primeros días
flotaba en una nube de amor y deslumbramiento, pero a medida de que pasaba el
tiempo, empezó a extrañarlo. Él la llamaba todos los días al celular, hablaban un buen
rato, se mandaban mensajitos de texto, pero a veces se cortaba o ella no tenía crédito
para contestarle y eso la frustraba mucho. Tenía ganas de verlo, abrazarlo,
acurrucarse bajo su brazo mientras charlaban de sus cosas.
Brisa, a tono con la desazón y creciente mal humor de su dueña, eligió ese jueves
para fastidiar a Elisa. Estaba incontrolable pero Elisa, empeñada en sacarla adelante,
no abandonó la sesión de entrenamiento.
—Sostenela un poco más fuerte, Elisa. — le dijo su padre.
—Hoy está imposible. — Ella refunfuñó desde la montura. —No sé qué le pasa.
Tomás sintió un ruido en el camino y giró para ver quien entraba a la chacra. Conocía
bien esa camioneta Toyota negra.
—Mirá quién viene, tu noviecito.
Elisa ya se había dado cuenta del arribo de Darcy. —No es mi noviecito.
—Bueno, como le digan. —Tomás se encogió de hombros. Darcy ya estaba bajando
del auto y acercándose a saludarlo. Se dieron la mano.
—Buenas tardes, ¿cómo le va? — dijo el joven.
—Señor Darcy, qué sorpresa. ¿Qué lo trae por acá?
Darcy miró a Elisa y le sonrió. — Pasé a saludar.
—No sabía que venías. — Ella sonrió desde la montura.
—Yo tampoco. — le respondió él.
Tomás intervino en la conversación. —Por lo visto, todos estamos sorprendidos con
su presencia. Elisa tiene que terminar de entrenar la yegua. Si no le molesta esperar
un ratito …
—No hay problema.
Con ambos hombres mirándola fijo, Elisa no pudo sentirse más presionada. Y no sólo
era eso, la preocupaba sobremanera el hecho que no fueran a congeniar o que su
padre se despachara con algún comentario mordaz hacia el hombre que
desinteresadamente había ayudado a toda la familia. Su relación con Darcy era muy
nueva y ya habían sufrido demasiados contratiempos y malentendidos como para
sumarle la desaprobación o la censura de Tomás por un noviazgo que ni siquiera lo
era.
—Vamos, Elisa, — dijo su padre. —Movela un poco al galope. Primero por el borde
y después por el centro, para hacerla cambiar de mano.
Empezó a dar vueltas en círculos. Brisa tenía problemas para cambiar la mano en el
galope y los primeros movimientos no salieron bien. Elisa resopló y lo intentó de
nuevo.
—Temperamental, ¿no? — Tomás le dijo al joven.
—Tiene carácter.
—Es un poco rebelde y explosiva.
—Es joven. — respondió Darcy en voz baja. —Hay que saber llevarla.
—Sin duda. No cualquiera puede con ella.
Darcy intuía que el hombre mayor no estaba hablando de la yegua, sino de la joven
amazona que la estaba montando. —Todo se logra con paciencia y esfuerzo. Sólo es
cuestión de dedicarse y comprometerse.
Tomás lo miró con suspicacia. —Se lo anda viendo mucho por acá últimamente.
El joven asintió.
—Y supongo que lo vamos a ver más seguido en el futuro.
—Si no es molestia …— respondió Darcy, cauteloso.
—No, para nada. — dijo, como quien no quiere la cosa.
Darcy dirigió la vista hacia Elisa. Se la veía tensa en la montura y eso repercutía en la
yegua. Sin duda Elisa era buena, realmente buena, y muy tenaz, pero si no se
concentraba y era clara en sus instrucciones, nunca iba a obtener el resultado que
quería.
—Perdón, — Darcy se dirigió a su ‘suegro’, apuntando hacia Elisa. —¿Me permite?
—Andá y decile lo que está haciendo mal. — Tomás lo tuteó por primera vez. El
joven le había demostrado que podía manejarlo sin problemas, así que era hora de ver
como se desenvolvía con la cabeza dura de su hija. —Tal vez a vos te haga caso. Yo
la lo intenté mil veces y nunca me escucha.
Darcy cruzó el cerco y caminó hacia el centro de la pista. Le hizo una seña a Elisa
para que se acercara. Ella resopló, un poco por cansancio, otro poco por fastidio. No
sabía si estaba lista para recibir otra clase de equitación de él y, por lo visto, venía a
dársela.
—¿Cómo estás? — La yegua estaba toda transpirada, con espuma en la boca, señal
que hacía rato que estaban luchando una contra la otra. No quería ni imaginarse en
qué estado estaban las manos de Elisa.
—Bien, ¿vos?
Darcy se encogió de hombros y tomó las riendas. —Se la ve muy bien. Aunque está
muy agitada.
Suspiró. —Me está dando un trabajo bárbaro. Mirá, — le mostró. —tengo una
empolla en la mano.
Él observó la enrojecida palma de la mano de Elisa. Justo lo que pensó. No era una
sesión de entrenamiento, sino una batalla de poderes. —Después vemos eso. Con un
beso y una Curita vas a estar bien. —le respondió con una media sonrisa muy
seductora.
Elisa se puso colorada. Su papá los estaba mirando.
—¿Tenés otra embocadura?
Ese comentario la sorprendió. —¿Qué, esta está mal?
—Tal vez con una distinta ande mejor. — Observó la boca de la yegua con ojo crítico.
¿Cómo hizo para darse cuenta? —Si, hay más en el cuartito. Vamos.
Elisa le avisó a su papá que iban a cambiar la embocadura. Tomás asintió y se fue
para la casa.
Mientras caminaban, ella montada, él a su lado, Darcy le explicó las funciones de los
diferentes tipos de bridas y el porqué del cambio en este caso. Elisa escuchó
atentamente. Si bien él lo hacía sonar como un consejito entre amigos –que dulce, no
quería mandonearla--, ella lo capitalizó como una enseñanza proveniente de jinete
más hot de Sudamérica.
Una vez cambiada la brida por una más adecuada, volvieron a la pista a continuar con
el entrenamiento. Darcy le dio algunas indicaciones acerca de cómo controlar a la
yegua y bajo su supervisión y guía, la clase terminó siendo muy productiva. Mientras
desensillaban, le explicó algunos ejercicios para que Brisa hiciera durante la semana.
—No la saltes por ahora. Repetí los ejercicios que te di hasta que salgan perfectos.
—pero …— Elisa protestó, — ¡eso sería como volver atrás! Si no la empiezo a saltar,
nunca va a estar lista.
—No la apures. Primero tiene que aprender a trabajar con distintas manos, después
viene lo otro. Si lo básico no sale bien, lo que sigue va a salir igual de mal.
Elisa resopló, irritada. —Está bien.
—¿A ver esa mano? — Darcy le dijo con una media sonrisa.
—Me duele. — ella puso trompita.
Él le besó la palma. Federico andaba por ahí, sino le hubiera comido la boca a besos.
—No seas maricona.
Elisa se rió y le pegó cariñosamente en el brazo. —¿Qué te hizo venir tan
sorpresivamente?
—Tenía ganas de verte.
Ella casi se derrite de ternura. —¿En serio?
Darcy se acercó y le puso las manos en la cintura. —Aha.
A Elisa le encantaba cuando flirteaban así. — ¿Siempre sos tan impulsivo?
Se hizo el que pensaba un poco. —Mmmm. No siempre. Sólo cuando la recompensa
es interesante.
Elisa se mordió el labio inferior, ajena al efecto afrodisíaco que este gesto tenía en su
novio. —¿Y cuál sería tu recompensa en este caso?
Estaba por besarla cuando apareció Federico. —¿Baño a la yegua?
La joven pareja se sobresaltó y se separaron inmediatamente.
—Si, por favor, — le dijo Elisa, bastante agitada.
Cuando Federico desapareció de la vista, Darcy invitó a Elisa a cenar esa noche
afuera. Ella aceptó gustosa.
—¿Te paso a buscar tipo nueve?
—Dale, así tengo tiempo de ducharme y cambiarme.
No había moros en la costa, así que le dio un beso rápido.
Darcy aprovechó que tenía unas horas libres y se fue para la casa de Pinamar a dejar
sus cosas y hacer algunas compras para el fin de semana. A las nueve en punto estaba
de vuelta para buscar a Elisa. Iba que a tener que controlarle las cubiertas a la
camioneta ya que se había tomado la costumbre de manejar muy rápido. Eran unos de
400 km entre su casa y la de ella y la única forma de acortar el viaje era aumentando
la velocidad. Hoy había hecho el viaje en 3 horas. Mientras manejaba hacia La
Arboleda, miró el cuenta kilómetros de su vehículo y especuló acerca de cuántos
kilómetros le llevaría este cortejo. No pensaba en meses, sino en kilómetros. Desde
que se reencontraron en La Peregrina, había recorrido unos 5000km por Elisa.
Llevaba diez días y 2000km de noviazgo. La comparación le pareció graciosa.
Cenaron en el pueblo. Cuando la llevó a casa, en el auto, Darcy le dio algo que le
había traído para ella. Una Blackberry.
Elisa se la quedó mirando sin saber que decir. No podía aceptar un regalo semejante.
—Guillermo, te agradezco mucho, pero no puedo …
—A veces es imposible comunicarme a tu número.
Tenía razón, su celular era una porquería, nunca captaba señal, la pantallita andaba
mal y nunca tenía crédito para llamarlo, pero eso no quería decir que iba a aceptar un
regalo tan caro.
—Si, ya sé, — Elisa suspiró. —Pero …
Darcy habló con tranquilidad, no dándole demasiada importancia al tema. —Elisa,
tengo un plan corporativo. En la empresa nos las dan por cantidad y las llamadas
interflota son sin cargo. Ya te grabé todos los números de casa así tenés como
ubicarme, cuando quieras y sin preocuparte de si tenés crédito o no. También podés
levantar mails desde acá. Si querés, te la hago configurar.
Al final, aflojó. La Black estaba buenísima. Tenía cámara, video, MP3 y todos los
chiches. Cata se iba a poner súper celosa.
—Gracias, — sonrió y le dio un beso en los labios.
—¿Qué tenés ganas de hacer mañana? Carlos me avisó que se viene este fin de
semana así que hasta el sábado estamos solos.
Si esto era una insinuación para ir a pasar la noche con él, tenía que dejar claro que
no pensaba hacerlo. Aunque lo dijo de manera tan casual, sin entonaciones sugestivas
ni miradas ardorosas que no sabía que pensar. El pobre manejaba cientos de
kilómetros para venir a verla y ella se le hacía la difícil y ponía trabas para que no
estuvieran a solas. No quería que pensara que desconfiaba de él, aunque tampoco
podía dar a entender que se acostaría con él tan fácilmente. ¡Qué difícil era esto!
—A la mañana tengo bastante que hacer. Calculo que para las 3 o 4 de la tarde ya
estaré libre. Podríamos ir a tomar algo o a cenar. ¿Te parece bien? El sábado a la
mañana vienen turistas y que me tengo que levantar temprano.
—Bueno. Cenamos en el pueblo así no te traigo tan tarde a casa. — le dijo él con una
sonrisa.
Elisa exhaló aliviada. Fue más fácil de lo que pensó.
Sin presiones, se repitió él, una y otra vez. No tenía que presionarla. Casi la invita a
quedarse a dormir en su casa de Pinamar –cuartos separados, traerla temprano a la
mañana—pero no se animó. Y por la cara de alivio que Elisa puso, fue más que
prudente.
—Entonces hasta mañana. — le dijo finalmente.
Se dieron un beso largo y sensual, lleno de callados ‘te quieros’ y ‘te voy a extrañar’
mientras que esos sentimientos que nacen sólo cuando el amor es verdadero se
apoderaron de sus corazones por primera vez. Sin duda lo de ellos era amor, sólo
faltaba que se dieran cuenta.
Capítulo 32
El fin de semana pasó volando y Elisa Benítez y Guillermo Darcy tuvieron que
separarse una vez más. Él partió rumbo a su casa el domingo después del mediodía
para retornar el viernes siguiente por la tarde. Tenía un torneo importante en Brasil en
dos semanas y, por mucho que extrañara a Elisa, tenía que dedicarle más tiempo a su
deporte. Forster se instaló en La Peregrina por tres días para trabajar ciertos puntos de
su entrenamiento y para cuando Darcy volvió a la costa, estaba bastante cansado.
Cenaron afuera, la llevó temprano a su casa y se fue a Pinamar a dormir.
Carlos también se había venido a la costa el fin de semana a ver a su novia así que
Julieta fue con su auto y de paso llevó a Elisa. Llovía, y los cuatro decidieron
quedarse en casa. Hicieron pastas y almorzaron los cuatro juntos. A la hora de la
siesta, Carlos y Julieta se fueron al cine y dejaron a la otra pareja sola un rato. Darcy
puso una película.
—¿Querés tomar mate? — Ella le ofreció mientras miraban la tele.
—No gracias. —él se frotó los ojos.
—Tenés cara de cansado. —Lo miró, preocupada.
—Anoche no dormí bien. Me dolía la espalda. Forster vino a darme clase y me dejó
hecho un trapo. Estuvimos tres días dándole sin parar.
—¿Con Tuareg?
—Tuareg y 3 caballos más. Estoy preparando un caballo nuevo para tener de backup
por si le pasa algo al negro. Es excelente, pero me tuvo a maltraer toda la semana.
Quedé de cama.
—Pobrecito, — Elisa le dio un beso y le frotó el pecho afectuosamente. —¿Y cómo
se llama tu nuevo caballo?
—Backup.
Ella se rió. — ¿Tu caballo de backup se llama Backup? ¡Qué creativo! ¿Quién le puso
ese nombre?
—Ricardo. Tuvo un arranque de inspiración. — Darcy le sonrió. Al rato estaba
bostezando.
—¿No querés recostarte un rato?
—No, mi amor, —dijo cariñosamente, acariciándole la espalda. — estoy bien.
Le dijo ‘mi amor’ y Elisa sintió que el corazón le estallaba de felicidad. Le dio un
beso en la mejilla y se acomodó en su abrazo. Un par de minutos más tarde, Darcy
dormía como un tronco.
Para cuando Carlos y Julieta volvieron, con pizzas y cervezas, Darcy ya se había
despertado de su siestita y él y Elisa estaban cómodamente charlando en el sillón,
relajados y de buen humor. No hicieron mucho, sólo hablaron de temas que nunca
habían discutido antes, se tomaron unos mates y se dieron unos besos ‘tranqui’. Para
qué sufrir si Darcy sabía que no iba a pasar nada. Bastante difícil era tenerla tan cerca
y controlar su virilidad cuando la encontraba tan endemoniadamente sexy y atractiva.
Elisa tenía algo especial que lo volvía loco, una mezcla de inocencia y sensualidad en
donde un gesto tan intrascendente como morderse el labio o acomodarse el pelo
lograban erotizarlo. Moría de ganas de besar sus pechos y sentir la suavidad de la piel
pero sabía que si empezaba, no iba a parar hasta llevarla a su cama para hacerle el
amor hasta caer rendido. Por eso ni siquiera lo intentaba. Adoraba su candor y esa
alegría que siempre desplegaba cuando estaban juntos, quería que le tuviera
confianza, que se sintiera cómoda con él y no quería arruinarlo con una movida
apresurada. Elisa no daba señales de querer dar ese paso todavía por eso simplemente
anulaba la idea de seducirla cuando estaban juntos, a solas. Después, solo en su cama,
dejaba volar la imaginación.
Era tarde cuando Darcy finalmente llevó a Elisa su casa. Lloviznaba y él manejaba
callado y concentrado en el camino. Elisa lo contemplaba en silencio desde su
asiento, especulando en qué estaría pensando. A veces, este hombre era un misterio.
Hoy había sido un día especial para los dos, en donde tuvieron momentos muy
íntimos (no pero no físicamente íntimos) y charlaron de cosas más personales.
Hablaron de la carta que Darcy le escribió y él confesó haber crecido y madurado
mucho luego de la reprimenda que recibió de Elisa esa tarde de lluvia en la Rosa del
Carmen. Sintió que, por primera vez, él se abrió totalmente. Después se puso
romántico y la besó. Aunque era obvio que se estaba controlando, fue muy intenso.
Estaban solos y sabía que, de haber querido, pudo haber ido un poco más lejos, pero
no, se comportó como un caballero. Eso es lo que más valoraba y adoraba de él,
cómo la respetaba y se acomodaba a sus tiempos. Aunque eso no quería decir que sus
caricias y sus besos no la volvían loca de ardor. Todavía le duraba el calor y el
cosquilleo entre las piernas, tanto la erotizaba su cuerpo y su sonrisa seductora. A
veces, el solo hecho de mirarlo le ponía piel de gallina y le hacía fantasear cómo sería
hacer el amor con él. ¿Tenía idea Darcy de lo sexy que era?
Ahora manejaba en silencio y distante cuando todo lo que ella quería era tenerlo
cerca, sentir el calor de su cuerpo, abrazarlo y hablar y ser el centro de su mundo
como lo fue esta tarde. Cada día se le hacía más difícil separarse de él cuando se
terminaba el fin de semana. ¡Lo amaba tanto!
Y sí, fue en ese momento en que se dio cuenta de cuánto lo amaba. Hasta ahora, lo de
ella había sido obsesión, locura, lujuria tal vez, pero fue en ese momento se dio
cuenta de que para ella esto era amor, del más puro y verdadero, tan intenso que le
encendía el corazón. Sentía que no podría vivir sin él. Su duda era, ¿y él que sentía?
Sabía que él la quería, alguna vez confesó estar enamorado, pero de ahí a amarla tan
intensamente como ella lo amaba a él, había una gran diferencia.
—¿Todo bien? — Darcy notó que ella lo estaba observando.
—Si, todo bien.
Él estiró el brazo para acariciarle la mejilla. Elisa le tomó la mano, le dio un besito y
la sujetó sobre su regazo. Así hicieron el resto del trayecto hasta su casa.
Llegaron a la Arboleda y Darcy apagó el auto. Se dijeron las buenas noches con besos
tibios y tiernos. La despedida se alargó, haciéndose más intensa y profunda. A veces
él iba un poquito más lejos y jugueteaba con su lengua, le acariciaba las costillas y
rozaba el borde inferior de sus pechos y cuando ella empezaba a soltarse y entraba en
calor, se retraía. Era frustrante desearlo tanto y que él no la tomara. Tal vez la
pregunta era, ¿qué haría si lo hacía?
Cuando finalmente se separaron, Elisa estaba sin aliento. Darcy la miró a los ojos y
dijo …
—Te amo, Elisa.
Estaba demasiado aturdida como para responder. Se lo quedó mirando con ojos
grandes y él sonrió ante su cara de estupor.
—Te acompaño hasta la puerta.
Caminaron juntos hasta el umbral, tomados de la mano, ella flotando en una nube, él
mirándola con curiosidad. A Elisa le hubiera gustado cachetearse para salir de su
letargo y decir algo, pero su cerebro se negaba a funcionar. Sólo podía pensar en sus
palabras, sus labios tibios y húmedos besándola sin parar y todo su cuerpo
encendiéndose con sus caricias. Puso la mano en el picaporte de la puerta, pero él la
detuvo antes de que la abriera.
—Una cosita más.
La trajo hacia él y le dio un beso de esos que hacen temblar las rodillas. La besó y la
besó, con hambre y pasión, buscando y encontrando, como jamás lo había hecho
hasta ahora. No le importó si sentía el despertar de su ardor presionándola en el
estómago, tenía que hacerle saber cuánto la deseaba. Ella se dejó besar y tocar, se
dejó apoyar y si no respondió más fue porque ya no le quedaba energía.
—Hasta mañana. —la dejó ir.
Elisa no podía pensar, mucho menos hablar. Apenas podía mantenerse en pie.
—¿Estás bien? — preguntó, divertido.
Ella asintió, pero no atinó a moverse. Darcy le abrió la puerta y la empujó hacia
adentro de la casa.
Arriba, en el dormitorio principal, un padre miró el reloj y frunció el ceño. Era
tiempo de hablar con su hija.
Capítulo 33
Darcy exhaló la tensión que se le venía acumulando en la boca del estómago. Siendo
un tipo tan estructurado y formal, sabía que esta noche estaba dando un gran paso en
su relación con Elisa. Ser invitado a comer a casa de sus padres no era un tema
menor, significaba que era aceptado dentro del núcleo familiar y merecedor de su
confianza. También lo obligaría a compartir más tiempo con gente que una vez
despreció como inferiores.
Jamás pensó que lo de ellos iba a crecer tan rápido, que iban a pasar de salidas a
tomar algo a amor verdadero en tan poco tiempo. Si bien se conocían desde hace un
año, se establecieron como pareja hacía sólo tres semanas. Pero habían pasado tantas
cosas juntos y vivido emociones tan intensas que era lógico que el vínculo se
fortaleciera de tan rápidamente. Él la amaba con locura y, aunque Elisa todavía no le
había confesado su amor con palabras, estaba seguro de que ella lo quería de la
misma manera.
—¿Nervioso? — Carlos rompió el silencio.
—No, para nada. — Darcy mintió descaradamente.
Su amigo lo pescó al vuelo. —Vamos, che, no es para ponerse así. No son los juegos
olímpicos, sólo vas a cenar por primera vez a casa de tu novia.
—Vos no tendrás problema en llegar tarde a todos lados, pero a mi me revienta. Ya
vamos 15 minutos atrasados.
—Nadie llega temprano a una cena familiar, sólo vos. Así que relajate. La comida ni
siquiera va a estar lista. Estuve en esta misma situación miles de veces.
—¿Miles? ¿Tantas novias tuviste?
—Bueh, no tantas. Pero siempre, por alguna razón, me llevaban a conocer a los
padres enseguida. Se ve que tengo el perfil de ‘yernito modelo’.
“¿Y él no daba ese perfil?” Se preguntó, levantando una ceja.
—Tranquilo, hombre. Sólo tenés que comer todo lo que te sirven y halagar a la dueña
de casa. Con eso, te ganás el corazón de tu suegra y tenés la puerta abierta para hacer
cualquier cosa.
—Comer y halagar. Lo voy a tener en cuenta. — Se rió entre dientes.
—No hay por qué preocuparse. Los Benítez son gente normal. Salvo María, que es
medio rara, y Adela, que cada tanto se despacha con alguna huevada, pero el resto
son re-piolas.
Darcy suspiró profundo. Iba a ser una noche muy larga.
Si Darcy estaba nervioso, Elisa estaba al borde del ataque de histeria. Justo cuando
quería que todo estuviera perfecto, cuando quería demostrarle a su novio que su
familia no era tan mala, la casa era un desorden total. Imperaba el olor a estofado;
Cata y Fede venían peleándose desde la mañana y no paraban de gritarse. Adela
rezongaba porque tenía miedo de que no le alcanzara el postre y María estaba enojada
porque había tanto ruido que no podía escribir.
El otro motivo que la tenía más que nerviosa, uno más importante que cualquier otro,
era la declaración de amor que recibió de Darcy. Habían pasado 20 hs, 32 minutos y 8
segundos desde que él le dijo que la amaba y la había besado hasta dejarla idiotizada
y ella todavía tenía ganas de darse patadas en el trasero por haber sido incapaz de
contestar. Seguramente él pensaba que era una tonta inocente que nunca fue besada
en su vida. Al menos hoy, cuando hablaron por teléfono y él hizo un comentario
picaresco acerca de estar tirado en la cama, relajándose después de una ducha, y Elisa
pudo responder algo que no recordaba (tan agitada estaba sólo de imaginárselo
desnudo) pero que lo hizo reír. Pero esta vez iba a ser distinto. Le iba a demostrar
quien era realmente Elisa Benítez (una tonta inocente que nunca fue besada en su
vida).
Nota:
La disposición de los comensales en la mesa es la siguiente:
Uno en cada punta de la mesa, Tomás y Adela Benítez
A la derecha de Adela; María, Carlos y Julieta
A su izquierda: Catalina, Federico, Elisa y Darcy
Los pretendientes llegaron y la familia en pleno se reunió para recibirlos. Para los
Benítez, sobre todo para Adela, era el gran-acontecimiento-gran. No cualquiera en el
pequeño pueblo podía jactarse de tener dos hijas de novias con dos jinetes millonarios
de Buenos Aires y Adela no pensaba dejar pasar la oportunidad de lucirse ante los
‘festejantes’ y el resto de la comunidad. Estacena iba a ser algo de lo que todo el
pueblo se iba a enterar.
La señora Benítez podía tener muchos defectos, pero si había algo que manejaba
bien, era la cocina. Sus ravioles caseros con estofado eran famosos en la región y con
eso agasajó a los candidatos de las nenas. Hasta Darcy, que no era muy fanático de
las salsas que se cocinaban por tres horas, comentó lo ricos que estaban.
La conversación rondó entre caballos, equitación y temas similares. Los jóvenes
agasajados –con bastante modestia y discreción-- tuvieron que dar cuenta de en
dónde vivían y sus actividades laborales a la dueña de casa. Adela quería saber todo y
hubo que contarle.
Si Elisa amaba a su hombre, esa noche el sentimiento llegó al punto de la idolatría.
Aunque Darcy no era del tipo que rebosa de alegría, estuvo simpático, conversador y
reaccionó muy sobriamente y con buen humor a los comentarios fuera de lugar de su
nueva ‘suegra’.
—Contame, Guillermo, — Adela siguió con su cuestionario. —¿Tu familia, está
también relacionada con el campo y los caballos?
—La mayoría, sobre todo por el lado de mi mamá. La Peregrina, El Mangrullo y La
Rosa del Carmen están asociados en la cría de caballos. En cuanto a los Darcy, tengo
un primo polista, pero es el único.
Algo que dijo Darcy hizo que se le pararan las antenas a Adela. —¿La Rosa del
Carmen?
—Si, la estancia de mi tía Carmen Figueroa de Achával.
—¿No es ahí en donde estuviste trabajando este invierno, Elisa? — Adela le preguntó
a su hija.
Elisa se achicó en su asiento. —Sí.
—Qué casualidad. — comentó Adela.
Darcy asintió. —Fue una grata sorpresa encontrármela allá cuando viajé a Córdoba.
—¿También estuviste ahí? — Adela estaba sorprendida. —No me dijiste que lo
habías visto a Guillermo cuando estuviste allá, Luli.
—Se me habrá pasado. — Su hija respondió bajito.
Adela sonrió de oreja a oreja. —Seguro que fue ahí donde nació el romance, ¿no?
Elisa se puso colorada. Por suerte fue Darcy quién contestó.
—No exactamente, pero sin duda nos ayudó ver las cosas de otra manera. A mí, por lo
menos.
—Y a Luli también. Porque cuando recién empezó a trabajar con ustedes en La
Reconquista, no los soportaba. —la dueña de casa largó uno de sus comentarios
desubicados. A veces no tenía filtro. —Bueno, a vos sí, Carlos, pero al resto, no los
podía ni ver.
Carlos soltó una carcajada y Darcy giró para ver cómo Elisa se ponía morada de
vergüenza. Le tomó la mano sobre la mesa y se la apretó suavemente, demostrándole
que no se sentía ofendido. Es más, le pareció gracioso. Aparentemente, él fue el único
que no se dio cuenta de cuánto lo detestaba.
—La verdad, — Adela prosiguió, —es que esto de los caballos ya me cansó. Es de lo
único de lo que se habla en esta casa. Por suerte María encontró una vocación distinta
y con ella puedo hablar de otras cosas. Aunque mucho no habla, te comento.
Elisa frunció el ceño. ¿De qué vocación hablaba? Ser cajera de un supermercado de
pueblo no era exactamente una carrera profesional. De repente, sintió correr un frío
por la espalda. Su mamá de la ‘otra’ vocación de su hermana.
Se hizo un silencio en la mesa y Adela continuó, orgullosa como gallina rodeada de
polluelos. —¿Sabías que quiere ser escritora? Está escribiendo su primera novela. —
El comentario fue dirigido a los jinetes estrella del Equipo Ecuestre del Norte.
Los ojos de Darcy fueron de María a Carlos, quien miró a Julieta, quien levantó las
cejas y miró a Elisa, quien no pudo aguantar y bajó la vista, mordiéndose el labio.
Tomás se estaba aguantandola risa. Fue María quien rompió el silencio.
—Ay, mamá, por favor, — dijo con falsa modestia. —No soy escritora todavía.
Recién estoy empezando.
Habiendo notado las reacciones de todos en la mesa, Darcy intuyó que pasaba algo
raro. Lo correcto sería hacer algún comentario, le estaban hablando directamente, y
no quería pasar por maleducado o arrogante así que murmuró un —que bien— y
siguió comiendo.
María parecía ansiosa de discutir el tema. Carlos no tuvo peor idea que comentar al
respecto.
—Ah, sí, Juli me contó. Ciencia ficción ¿no? — Carlos pegó un salto en la silla
cuando Julieta lo pateó por debajo de la mesa. La miró con cara de ‘¿qué pasa?’
María sonrió, feliz de que alguien hubiera demostrado interés. — Exactamente.
Como bien dijiste, Carlos, estoy escribiendo una novela de ciencia ficción. Para mí es
una experiencia realmente fascinante y enriquecedora.
—Me imagino. — Dijo Carlos mirando a Julieta de reojo.
—No sabés, — María no pensaba abandonar el tema. —El momento creativo es tan
efímero. Desde hace semanas que vengo devanándome los sesos para encontrar el
título adecuado, pero no viene a mí.
Catalina se tapó la boca con una servilleta para no soltar una carcajada llena de
ravioles. Federico, para disimular que se había atorado, le palmeó la espalda.
—Tal vez ustedes puedan ayudarme. — María propuso.
Elisa y Julieta intercambiaron miradas de pánico. María estaba pidiendo ayuda para
intitular su novela de ciencia ficción (erótica).
—No sé, — Carlos se movió incómodo en su silla. —la verdad es que nunca me
atrajo mucho el género, mi onda era más Harry Potter. Pero Guillermo seguro te
puede ayudar. De chico era fanático de la Guerra de las Galaxias.
Todos los ojos se enfocaron en el ganador de la Copa de las Naciones. María no
perdió tiempo.
—Te cuento de que se trata …
—María, — Elisa trató de frenarla. — No me parece que …
Pero María hizo caso omiso y comenzó una breve descripción de la ridícula trama.
Elisa estaba muerta de vergüenza, Adela escuchaba embelezada y Darcy se mantuvo
estoico durante todo el relato.
—Qué … interesante, es tan … distinto. — comentó Darcy al finalizar la exposición
de María. Era lo único que se le ocurrió que no sonaba ofensivo.
—¿En serio? — La tercera de las Benítez estaba tan contenta de tener audiencia
nueva que no podía parar.
—Eh … sí. —Darcy miró a Carlos, que estaba colorado de tanto aguantarse la risa. Ya
se iba a vengar.
—Se me ocurrió este título, a ver que te parece. — María dijo con un ademán. —La
invasión de Epsilon 7. Cata me sugirió ‘Galaxia Caliente’, pero me gusta más el otro.
Es más fino.
El joven tragó saliva, incómodo como pocas veces en su vida. La mitad de la mesa
estaba conteniendo la risa, la otra mitad lo miraba fijo, esperando su respuesta. Lo
peor es que se le había ocurrido un nombre y no sabía si decirlo o no.
Decidió arriesgarse. Total, ya estaba metido en el baile. —Y qué tal ‘La conquista …
“Ay no,” pensó Elisa, mordiéndose el labio, “no del agujero negro”.
—… de la séptima luna? —Darcy completó su sugerencia.
Los ojitos de María brillaban de felicidad. Elisa miró a su novio con asombro.
—Pero Orgas es un planeta. — Saltó Catalina.
—Lo puedo cambiar. — María la hizo callar enseguida. Por fin alguien en esa mesa
entendía su arte y no pensaba perder esta oportunidad de discutirlo con él. —
Escuchame, Guillermo, por casualidad no tenés conocidos en editoriales y eso, ¿no?
Elisa decidió que había sido suficiente. —Ma, ¿qué tal si servimos el postre? Vení,
María, ayudame a levantar la mesa.
—Luli, — dijo su madre mientras las tres iban para la cocina. —Dejame que yo sirvo
el flan, ustedes siempre lo rompen todo.
Los demás se quedaron sentados, intercambiando miradas de alivio. Tomás le palmeó
el brazo a Darcy.
—Pibe, te admiro. Tenés unos nervios de acero.
Darcy sonrió y finalmente se relajó en su silla. —Es lo más raro que me pasó en mi
vida, le juro.
Empezaron a reírse y no pararon hasta que llegó el postre.
Afortunadamente, la velada siguió sin más discusiones literarias. Los más jóvenes se
fueron a ver la televisión en el dormitorio –Cata estaba cansada—y los invitados, sus
novias y los dueños de casa se quedaron tomando café en el living. Llegó la hora de
irse y las chicas acompañaron a sus pretendientes al auto.
—¿La pasaste bien? — Elisa preguntó mientras caminaban abrazados hacia el
vehículo.
—Si, bárbaro. — Darcy dijo sinceramente. A pesar de todo el tema de la novela, se
había divertido mucho.
—Creí que me moría cuando María te contó lo del libro.
Él se rió entre dientes. — Fue raro, no te lo niego. Pero creo que salí airoso, ¿no?
—De primera. El título que le sugeriste estuvo buenísimo. No sabía que tenías ese
talento oculto.
Ya estaban al lado de la camioneta y Darcy la giró hacia él y la acorraló entre su
cuerpo y el vehículo. La copa de vino que tomó lo había relajado bastante y se sentía
desinhibido.
—Tengo muchos talentos ocultos, te aseguro. — Le sonrió con picardía. Elisa,
sonriente, se le colgó del cuello.
Darcy la acercó hasta que el cuerpo de Elisa se reclinó completamente contra el de él
y la besó de lleno en la boca.
Aunque dentro de lo que se consideraría socialmente aceptable, uno de sus ‘talentos’
la estaba apoyando en este momento. Elisa se empezó a poner nerviosa ya que podían
verlos desde la casa. Por suerte, él notó su incomodidad y la soltó enseguida.
—Otro día me los mostrás. — Ella le dijo, mirando de reojo a la casa.
Darcy entendió el mensaje y le acarició la mejilla. —Con todo gusto.
Elisa sonrió y dijo, en broma. —Muero por descubrirlos. Si son tan buenos como el
título de la novela que elegiste hoy …
Él se rió con ganas. —Al menos suena mejor que ‘Polvo Estelar’, ¿no te parece?
Abrió la boca, sorprendida. —Cómo sabías que …
Darcy abrió la puerta de la camioneta. —Nos vemos en la semana. Por ahí me hago
una escapada antes de salir para Rio.
—Dale, — sonrió de par en par. —Sería bárbaro.
Le dio un beso de despedida, casto pero no del todo, de salón, digamos, y arengó a
Carlos para que se despegara de Julieta. Subieron al auto y partieron rumbo a Buenos
Aires.
Capítulo 34
Elisa estaba esperando a su enamorado ansiosamente. Darcy le dijo que llegaría cerca
del mediodía para darle una clasecita de equitación y pasar un rato juntos antes de
volverse para el campo para prepararse para su viaje a Brasil. Había quedado en venir
el día anterior, pero le comentó a Elisa que tuvo que hacer un trámite en Buenos Aires
que lo obligó a posponer su visita un día. Sintió un vehículo en el camino, una
camioneta, pero no era la de él. La de Darcy era una Hilux doble cabina negra, y esta
era cerrada, tipo SUV, gris clara, igual a la de la propaganda que él hizo para la tele.
Así que cuando la camioneta entró al campo y su novio emergió del vehículo, se
quedó boquiabierta.
—Hola, mi amor. — Él la saludó, pero Elisa no se dio cuenta.
—¿Y esto? — ella le preguntó.
—¿Te gusta? —Darcy sonrió.
Federico vino volando a ver la nueva camioneta. —¡Fa, loco, está buenísima!
Darcy hizo un gesto para que su ‘cuñadito’ se sentara a dentro. Federico no perdió
tiempo y se acomodó en el asiento y tocó todos los botoncitos. Lo primero que
encendió fue la radio.
—Pero … pero …—Elisa todavía no razonaba demasiado. — ¿Y tu otra camioneta?
—Me la cambiaron por esta. Está linda, ¿no? Recién entran al país. Ayer tuve que ir a
buscarla a la concesionaria, por eso no pude viajar antes.
—Pero … pero …
Tomás también se acercó a ver el vehículo. — ¿Te gusta viajar con estilo, no? Se la
ve muy cómoda.
—Adentro es muy parecida a la otra. — Darcy no le dio mucha importancia.
—Te felicito, che, — Tomás lo palmeó en la espalda y se fue para la casa junto con
Federico.
Pero a Elisa no le cabía en la cabecita el hecho de que su novio hubiera cambiado de
auto así porque sí, sin aviso o planificación y, aparentemente, sin motivo razonable.
Le parecía un derroche completamente innecesario, un poco ostentoso y, sobre todo,
tan fuera de su alcance.
—¿No te gusta? — Darcy notó que ella se quedaba mirando el auto.
—Sí, pero no entiendo porqué la cambiaste. —respondió ella. —Tu otra camioneta
era nueva.
—Ya tenía casi dos años y más de 100.000km. No era nueva.
Al lado de la F100 modelo 84 que tenían los Benítez, cualquier auto era nuevo. —
¿Vos cambiás el auto todos los años?
Él la observó, frunciendo el seño. No entendía qué tenía de malo. —Bueno … no,
generalmente cada dos años, pero en este caso, tuve que cambiarla. Es parte de mi
contrato.
En ese momento, a Elisa le vinieron a la mente las palabras que leyó en una revista
pocas semanas atrás y se dio cuenta de cómo venía la mano. ‘Ha renovado su
sponsorship con la Toyota en lo que se considera el
contrato de patrocinio más alto jamás firmado en el
ámbito ecuestre.’ De repente, se sintió tonta y muy peleadora.
—Está muy linda. — Sonrió con carita de culpable.
Darcy le devolvió la sonrisa. —¿Querés dar una vuelta?
— Dale, vamos.
Él le dio las llaves. —Manejá vos.
Elisa no perdió tiempo y se las sacó de las manos.
Elisa no tenía demasiada práctica en manejar vehículos doble tracción, pero con la
guía de su novio, pudo dirigir, sin mayores dificultades, a la poderosa camioneta a
través de una cañada en donde decidieron meterse para probar las supuestas aptitudes
todo terreno de la nueva Toyota de Darcy. Sonrientes después de su ‘aventurita’,
volvieron a La Arboleda para una lección de equitación que fue beneficiosa tanto para
Elisa como para su yegua. Aunque Elisa insistía en que quería pasar a una nueva
etapa, Darcy seguía firme en que no había que apurar al equino.
La clase tuvo que ser interrumpida cuando el cielo se cubrió con unos nubarrones
oscuros y se sintieron algunos relámpagos. Era muy común en esa zona que
ocurrieran tormentas eléctricas y como el pronóstico había anunciado lluvia para esa
tarde, la joven pareja prefirió terminar el entrenamiento y desensillar antes de que los
sorprendiera el agua. Elisa estaba metiendo a Brisa en su box justo cuando cayeron
las primeras gotas.
Había una buena distancia entre la casa y los establos, así que Darcy y Elisa buscaron
refugio en el galpón, que estaba mucho más cerca. Allí también podrían estar a solas,
ya que Federico, el único que todavía andaba por ahí, corrió para la casa en cuanto
empezó a llover. Era prácticamente imposible que alguien viniera a molestarlos y
sabiendo que este sería su último momento a solas antes del viaje de Darcy a Brasil –
en donde se quedaría una semana— el galpón lleno de heno en una tarde de lluvia era
el lugar perfecto para una despedida romántica.
—Se largó feo. — Comentó Darcy mientras observaba el chaparrón desde el interior
del galpón. Se sentía tronar por todas partes.
—Acá las tormentas son así. Empiezan de golpe y nunca se sabe cuando terminan. —
Elisa se acomodó un poco la ropa. No se había mojado mucho, pero lo suficiente
como para que la remera se le pegara en algunas partes del cuerpo, sobre todo en las
que más atrae la atención de los hombres.
—Voy a esperar a que pare un poco para irme. Prefiero no salir a la ruta con esta
lluvia. —Darcy se le acercó. Notó la remera mojada de Elisa, pero hizo su mayor
esfuerzo para no bajar la vista a los pezones erectos de su novia. Igualmente, la
mirada se le escapó un par de veces.
No podían hacer más que esperar. Se sentaron en unos fardos de alfalfa que había en
el galpón a ver como caía la lluvia. Él le puso el brazo alrededor de los hombros y
ella se apoyó contra él.
—Te voy a extrañar la semana que viene. — Elisa suspiró dramáticamente
—Yo también. — Darcy le dio un beso en el pelo.
—¿Pudiste entrenar para el torneo? ¿Estás preparado?
—Trabajamos fuerte esta semana. Forster vino a darme clases y pulimos algunas
cosas. Espero que todo salga bien.
—Te va a ir bien, estoy segura. — Elisa se reclinó un poco para mirarlo. —Me
acuerdo de cuando estábamos en La Reconquista. Me encantaba mirar como
entrenabas. Siempre estabas tan concentrado.
—No siempre. — Él se rió. —Por momentos lograbas distraerme.
Ella sonrió ampliamente. —¿En serio?
—Trataba de no pensar en vos todo el tiempo, pero no me salía muy bien. — La miró
y le acarició la mejilla. — Me gustabas muchísimo y eso me daba mucha bronca
porque creía que me hacías peder el foco. Entonces empecé a ignorarte. Soy un
idiota, ¿me perdonás?
Elisa le frotó la pierna, cariñosamente. —No hay nada que perdonar. Los dos nos
equivocamos. Yo también me porté bastante mal. No pensemos en el pasado.
— A veces me pongo a pensar cómo hubiera sido todo si no hubiese sido tan terco y
te hubiera invitado a salir desde el principio. Creo que nos hubiéramos ahorrado
muchos disgustos.
—¿Te parece? — Ella frunció el ceño, no muy convencida.
—¿Vos creés que no?
—No sé. Creo que nos hubiéramos matado antes de empezar. Los dos cambiamos
bastante desde entonces.
Darcy se rió. —Probablemente. No me aguantabas, tu mamá me lo confirmó la otra
noche.
Elisa lo pellizcó en el costado y él respondió al ataque tomándola de la cintura y
recostándola sobre el heno. Empezó a hacerles cosquillas en la panza y a darle besos
en la oreja y el cuello. Ella se reía, se retorcía y se arqueaba, a veces esquivándolo ‘de
mentirita’, pero la mayoría del tiempo para darle más acceso a sus labios traviesos.
En el juego de la seducción entre un hombre y una mujer suelen haber movidas que,
aunque inocentes, pueden llegar a ser peligrosas, especialmente cuando las partes no
tienen la misma experiencia. Elisa era indudablemente la parte más ingenua de esta
pareja y en eso justamente residía el peligro. Era como jugar al gato y al ratón, ella se
escapaba para que él la corriera. Y cuando él la tenía entre manos, el forcejeo
juguetón propiciaba aún más el contacto físico entre los dos y alimentaba su ardor. El
retoce pronto se transformó en abrazo, los pellizcos en caricias, las risitas en besos
apasionados.
—Me volvés loco, sabés? — Darcy empezó a desparramar besos suaves a lo largo de
su cuello.
—Ya me lo dijiste alguna vez. — Elisa respondió entre suspiros.
A él se le escapó una risa baja y gutural. Por lo visto, Elisa iba a tomarle el pelo con
eso por el resto de su vida. Era bueno que pudieran reírse del pasado que los hizo
sufrir tanto.
Como quien no quiere la cosa, Darcy puso el muslo entre las piernas de ella y deslizó
la mano por debajo de la remera para acariciar la aterciopelada piel del abdomen de
su novia. Elisa contuvo el aire un momento, se le puso la piel de gallina, pero no se
retrajo ni dio señas de molestarse. Ya más confiado, él avanzó, sin prisa pero sin
pausa, hasta el elástico del corpiño.
Si bien el busto de Elisa no era virgen al tacto masculino, nada de lo que ella había
vivido anteriormente se parecía a esto. La última vez que estuvo en una situación
parecida con un muchacho fue hace un par de años con un noviecito quien, en un
arranque de calentura, mientras se besaban en un rincón oscuro en Fortaleza, le palpó
una teta a través de la camisa. Ella lo dejó hacer un rato y aunque el contacto logró
excitarla, no duró demasiado ni fue la gran cosa. Fue un más un juego entre jóvenes
controlados por sus hormonas que un encuentro apasionado entre un hombre y una
mujer. Pero esto era distinto, muy distinto. Darcy la estaba tocando y besando como
nadie jamás lo había hecho antes y lograba despertar en ella sensaciones y emociones
que nunca había experimentado. Y aunque le gustaba, no sabía bien cómo manejarlo.
Reaccionaba casi involuntariamente, suspirando y moviéndose de manera más que
seductora.
Motivado por el seductor contoneo de su novia, Darcy no tardó en llegar a su
objetivo. Primero la masajeó el seno por sobre el algodón para luego correr la copa
del corpiño y tomarlo de lleno en su mano.
—Elisa, tenés unos pechos hermosos. — Darcy le murmuró al oído mientras su
pulgar despertaba la punta del pezón.
Sus palabras hicieron que le corriera un calor por todo el cuerpo. En boca de otro, el
comentario hubiera sonado sucio y libidinoso pero él lo dijo con sincera admiración,
y eso la excitó muchísimo. Por primera vez sintió el orgullo de sentirse deseada y
comprendió el poder que tenía sobre su hombre. Guillermo Darcy la amaba y creía
que tenía unos pechos hermosos. Él la deseaba con locura. Y ella lo deseaba a él.
Sentía escalofríos y empezó a transpirar. Estaba acalorada y húmeda entre las piernas
y sentía que perdía el control de sus propias reacciones.
Los dos tenían más que claro que esa tarde no iba a pasar nada. Darcy nunca la
tomaría en un galpón, con su familia a pocos metros de distancia, y con tan poco
tiempo para seducirla y hacerle el amor. Para él, hombre experimentado y de mundo,
esto no era más que un precalentamiento de lo más inocentes, tanto que, a pesar de
tener una erección, había reprimido sus ansias de frotarse contra ella.
Pero para Elisa la cosa era muy distinta y ella sí sentía que a estaba a punto de pasarle
algo que no iba a poder controlar. La tensión entre sus piernas crecía
exponencialmente y si él no paraba de presionar el muslo contra su pubis, algo iba a
estallar y pronto. Y si Darcy se daba cuenta, iba a ser vergonzoso.
—Es que yo nunca …. Yo … nunca me … — Dijo con voz trémula.
—¿Nunca qué? — él sonrió mientras depositaba tiernos besos su perfecta orejita.
—Yo no … nunca me tocaron así.
—¿No? —Más que sorprendido, Darcy sonó divertido y redobló sus esfuerzos sobre
el pecho de Elisa. Empezó a fantasear con tomar el delicioso pezón entre sus labios,
mamar de sus pechos, tantear el calor mojado de su sexo. Descartó estos
pensamientos inmediatamente, era demasiado tentador y, por el momento, se
conformó con saborear el lóbulo de la oreja.
—Yo nunca estuve así con nadie, yo …todavía no … ah. — Elisa no sabía bien qué
decir. En realidad, no podía pensar, mucho menos enunciar algo coherente.
Darcy tardó un momento en procesar sus palabras, tan compenetrado estaba en sus
menesteres. Primero supuso que Elisa estaba diciendo que nunca la habían tocado con
tanta pericia y eso lo hizo sentir orgulloso. Pero pronto ató cabos y dedujo que la cosa
venía por otro lado, que el ‘nunca estuve con nadie’ tenía un significado más literal.
Nadie la había tocado. O sea, nadie había jugado estos juegos casi inocentes con ella,
lo que quería decir que nunca nadie se había aventurado a ir más lejos, y eso le hizo
llegar a la sorprendente conclusión de que Elisa era …
Paró toda caricia y presión sobre áreas pudendas y levantó la cabeza para mirarla a
los ojos. Elisa tenía la piel enrojecida y respiraba de forma rápida y errática. Estaba
transpirada. En ese momento recordó un montón de reacciones que tuvo otras veces
que estuvieron juntos, su cara de anonadada cuando la besó aquél día en Córdoba, su
timidez al tocarlo, y cómo siempre, de alguna manera, mantenía su cadera alejada de
la de él cuando se abrazaban. Elisa era virgen.
Darcy sacó la mano de su busto, apartó su muslo de entre sus piernas y se alejó un
poco. Estaba … desconcertado.
A esta altura Elisa se ya se había dado cuenta de todo lo que había dicho y a qué
conclusión había llegado su novio. Por supuesto que algún día iba a decirle que era
virgen, pero estaba esperando a que la relación estuviera más afianzada o que por lo
menos se presentara la posibilidad de tener sexo. El hecho de que él se diera cuenta
así de fácil, sin que ella dijera nada, la hizo sentir vulnerable y muy expuesta. Sintió
vergüenza y giró la cabeza hacia un lado, esquivándole la mirada.
Gentilmente le sostuvo el mentón y la hizo girar hacia él. —Elisa. — le dijo con
suavidad.
Ella no se animaba a levantar la vista.
—Elisa, por favor mirame.
Suspiró y levantó los ojos.
—Mi amor, — le dijo con ternura. —no te pongas así. Te amo muchísimo y esto sólo
me hace amarte y respetarte más.
Elisa sonrió tímidamente. —¿En serio?
—Por supuesto.
Él se acercó para darle un beso en los labios, suavecito, como para que ella se sintiera
cómoda y tranquila.
Había parado de llover, y un rato más tarde se fueron para la casa.
Esa noche, Elisa se quedó recostada en la cama, pensando en lo que había pasado esa
tarde. El interludio en el galpón la había dejado bastante movilizada, no sólo por la
involuntaria y muda confesión de su virginidad sino por el abanico de sensaciones
que Darcy, con sólo algunas caricias, había despertado en ella. Lo que más la
maravillaba era su reacción, con qué ternura la trató y lo gentil que fue. La hizo sentir
cómoda en su incomodidad. Parecía increíble que éste fuera el mismo hombre que,
pocos meses atrás, le robó un beso y la invitó a pasar la noche en un hotel en la ruta.
Sonriendo, recordó lo que ocurrió después en la cocina, cuando le preparó un café
antes de que Darcy se volviera para su casa. Estaba esperando que hirviera el agua, de
espaldas a él, todavía un poco avergonzada como para mirarlo a la cara. Darcy no
decía nada, sólo la miraba de brazos cruzados, reclinado en la mesada, con esa
sonrisa súper sexy que a ella la volvía loca. Eso la puso más nerviosa, tanto que tuvo
ganas de pegarle. Al final, no aguantó más y le pegó en el brazo, suavecito, con el
puño cerrado. ¿Y qué hizo él? Se rió, el muy turro. Una risa suave y sexy. ¿Había
dicho sexy otra vez? Sí, sexy, porque él lo sabía perfectamente lo sexy que era y
abusaba de su sex appeal, haciéndola poner nerviosa con sólo mirarla. Después del
puñetazo, Darcy la abrazó. Elisa trató de zafarse pero él no la dejó y le frotó la
espalda hasta que ella le puso los brazos alrededor de la cintura. Le dio un beso en el
cual mezcló dulzura con pasión, para que ella supiera que, a pesar de desearla tanto,
estaba dispuesto a respetar su inocencia. Eso bastó para que Elisa se sintiera cómoda
nuevamente y todo fue perfecto a partir de ahí.
Federico entró a la cocina y los tres charlaron un rato hasta que Darcy emprendió el
viaje de vuelta a casa.
Esa noche, Elisa meditó largo rato en lo que realmente quería de su vida. En una
semana se iba a anotar en la facultad. En un mes empezaría a cursar en Mar del Plata,
a 100 km de su casa. Iba a tener casi dos horas de viaje, de ida y de vuelta, 3 días a la
semana. No sabía cómo iba a hacer cuando Darcy viniera ya que en un par de
semanas, él empezaba la campaña para clasificar para los Panamericanos e iba a tener
que viajar por toda América. También estaban los torneos locales. Iban a tener que
organizar agendas y fabricar el tiempo para estar juntos. No podrían verse todos los
fines de semana. ¿Cuánto tiempo iba a aguantar él esto de venirse, tomar mate, darse
besitos inocentes y después manejar 400 km de vuelta a su casa? Dudaba que por
mucho tiempo. Y, probablemente, ella tampoco. Hoy, hablando mal y pronto, había
quedado recaliente después de sus caricias y aunque sabía que no iba a pasar nada, se
quedó con ganas de más.
Elisa amaba a Darcy con locura y tenía más que claro que él era el hombre de su vida.
A pesar de todavía no sentirse del todo cómoda con la idea de tener sexo, sabía que
cuando lo hiciera, iba a ser con él y nada más que con él. Por primera vez empezó a
ansiar que ese momento llegara.
Varias cosas pasaron en La Arboleda la semana que Darcy estuvo en Brasil. Elisa se
anotó en la facultad, Julieta anunció su intención de sumarse al plantel veterinario de
un centro de rehabilitación y fisioterapia para equinos en Solís, Pcia. de Buenos Aires
y María renunció al supermercado para dedicarse de lleno a su novela. También
recibieron una llamada del centro en donde Tomás se trataba por su adicción al juego.
Toda la familia asistía con regularidad como apoyo al tratamiento y uno de los
coordinadores detectó algo raro en Adela. Aparentemente, los desplantes e
incoherencias de la Sra. Benítez tenían un fundamento. Todavía tenían que hacerle
estudios, pero suponían que tenía un trastorno de la personalidad que la hacía hablar
sin pensar y le provocaba esas reacciones tan exageradas que a veces tenía. El centro
no trataba ese tipo de patologías, simplemente les avisaron ‘de onda’ y les sugirieron
que empezara una terapia especializada. Por suerte no parecía ser grave.
Probablemente Adela había padecido este trastorno toda su vida y aún así llevado una
vida normal, pero el cuadro se vio complicado debido al estrés que le provocó la
última crisis financiera de La Arboleda. Así que ahora, a la ausencia de su novio, el
trabajo en la granja, la terapia de Tomás, la ida de Julieta, el embarazo de Catalina y
la novela de María, Elisa tenía que sumarle el tratamiento de Adela. Empezaba a
sentirse abrumada por los problemas.
Darcy llegó de Brasil el martes siguiente por la tarde y se fue directo para el campo a
ver como estaba todo. Tuvo obligaciones que cumplir, trámites que hacer y recién
pudo irse para la costa a ver a Elisa el sábado por la mañana.
Elisa lo vio llegar y corrió a saludarlo.
—¡Te extrañé muchísimo! — Elisa se le colgó del cuello. Estaba a punto de llorar,
pero se contuvo.
—Yo también, mi amor. — Darcy sonrió ante tanta efusividad. Elisa se había
agarrado con tanta fuerza que no la podía separar de su cuerpo.
Al final ella lo soltó y caminaron abrazados hasta la casa. Darcy había traído unos
regalitos de compromiso para la familia y otro un poco más importante para Elisa,
que le iba a dar más tarde, cuando estuvieran a solas. Los Benítez en pleno (menos
Julieta, que estaba en Pinamar con Carlos) vinieron a saludarlo y lo bombardearon
con preguntas sobre su viaje. Había ganado el Gran Premio y uno de los torneos
adyacentes así que tenía bastante para contar. No tuvo más remedio que quedarse a
almorzar ya que Adela y Tomás fueron muy insistentes.
La joven pareja recién pudo liberarse para las 3 de la tarde, hora en la que partieron
para la casa de Darcy en Pinamar.
—¡Por fin! — exclamó Elisa. —No veía la hora de irme.
—¿Semana complicada? — Él le sonrió mientras manejaba.
—Ni te imaginás.
—Yo también tengo algunas novedades. Contame las tuyas primero.
—Bueno. — Elisa se acomodó en su asiento y puso primera. —Empecemos por la
buena. Me anoté en la facu. ¡Empiezo a cursar el mes que viene!
A Darcy le corrió un frío por el cuerpo. Se había olvidado completamente de los
planes de estudio de Elisa y luchó para mantener su sonrisa. —Qué bien.
Elisa estaba tan excitada que no se dio cuenta de que a él le cambió la cara. Le contó
que cursaría en Mar del Plata y que, a pesar de tener un buen tirón en micro, ya tenía
todo resuelto. Había un colectivo que hacía el trayecto casi sin paradas, no salía caro
y sólo tardaba una hora veinte minutos de viaje. Ya estaba coordinado con Federico
cómo iban a repartirse el trabajo en la granja. Elisa seguiría encargándose de los
turistas de fin de semana –no podía resignar ese ingreso— e iba a pedirle a María que
se ocupara de tomar la posta en la administración de la casa.
Aunque Justina le había advertido a Elisa lo ‘cuida’ que podía ser su hermano, no
tenía ni idea de a los extremos que podía llegar. Además de tener dificultadas para
hablar de sus cosas, su novio era extremadamente posesivo, sobre protector y muy
territorial. Un hombre con todas las letras. Así que mientras ella hablaba alegremente
de sus estudios, él evaluaba escenarios y buscaba soluciones. No le gustaba mucho
esto de que Elisa tuviera un viaje tan largo, por ruta, con vaya a saber quién
manejando. No le parecía seguro. Él sabía bien que estudiar no era sólo asistir a
clases, demandaba mucho compromiso personal y eso les robaría tiempo y energía
para estar juntos. También estaban sus torneos, que iban a reducir notablemente su
tiempo libre para estar con ella. Pero su mayor preocupación residía en un tema
completamente distinto. La facultad estaba llena de jóvenes alzados que sólo
pensaban en conquistar a las chicas y su virginal y súper sexy novia sería uno de sus
objetivos. Llámese anillo de compromiso y cinturón de castidad, algo iba a tener que
hacer para proteger lo suyo y marcar territorio. Elisa tenía dueño --perdón, tenía
novio-- y eso debía quedar claro ante el resto.
—¿Y tus novedades, cuáles son?
La pregunta lo tomó desprevenido. Tanto, que en vez de contarle las novedades con
suavidad, las largó de golpe. —Me voy a Chile en 2 semanas y después a Sudáfrica,
al Circuito de Johannesburgo.
A Elisa se le abrieron los ojos de par en par. —¿Qué?
Darcy trató de arreglar la metida de pata. —Perdoname, no te lo quería decir así.
Estuve armando el programa del año. Tengo más de 10 Torneos grandes para
participar antes de fin de año. Si quiero ir a los Panamericanos, voy a tener que saltar
todos los clasificatorios.
Elisa suspiró. —Bueno, no tenemos otra alternativa, ¿no?
—Al parecer, no. — Darcy esbozó una sonrisa no del todo sincera. Las alternativas
que a él se le ocurrían (llevarse a Elisa con él) no eran viables por el momento.
—Ya nos vamos a acomodar. — Ella exhaló, resignada.
—Eso espero. — Se quedó callado un momento. — Te traje algo de Brasil. Está en el
bolsillo de mi campera.
Re-contenta, Elisa se estiró por entre los asientos y tomó una cajita que estaba en
donde él le había indicado. Rompió el envoltorio en mil pedacitos.
—¡Es divino! — exclamó al ver un collar de turquesas de diferentes tamaños,
engarzados en una cadena de plata. Era una hermosura y súper moderno.
—¿En serio te gusta? — Él sonrió, contagiado de su alegría. —La vendedora me dijo
que era la última moda. Soy medio inútil para estas cosas.
—¡Gracias, gracias, gracias! —le puso los brazos alrededor del cuello y le cubrió la
cara de besos. —Me encanta.
Entre risas, Darcy hizo lo posible para mantener el auto en el camino.
El día para la partida de Darcy para Sudáfrica finalmente llegó. Las despedidas,
aunque sea por poco tiempo, nunca son amenas y el último día que pasarían juntos
Elisa y Darcy estuvo lleno de tensiones. Darcy estaba nervioso en el torneo por venir
y eso lo hizo un poco distante y más parco de lo habitual. Había perdido peso y se lo
veía estresado. A Elisa la consumían la ansiedad y la preocupación y estallaba sin
motivo. Durante el almuerzo discutieron por una tontería y aunque hicieron las paces
enseguida, nunca podían llegar a relajarse.
—¿Estás nervioso por el viaje? — Ella le preguntó mientras lo acompañaba a su auto.
—Un poco. —Darcy confesó.
—Todo va a salir bien. — Trató de darle ánimo.
Darcy suspiró. —Eso espero. Tuareg y sonata viajan bien el avión, pero para los otros
dos caballos es el primer viaje. Puede pasar cualquier cosa.
—Perdoname por el exabrupto de hoy. No sé que me pasa. —Ella se mordió el labio.
Él le acarició la mejilla. —Está bien, mi cielo, yo también estoy un poco intolerante.
A veces me pongo así antes de un torneo grande.
—Cuidate mucho mientras estés allá.
—Te lo prometo. — Él sonrió.
—Así que nada de accidentes, caídas y costillas rotas, ¿sabés? — Elisa dijo en voz
firme.
—Sí, querida. — respondió en broma.
—Lo digo en serio. Y ojo con las chicas.
—¿Las chicas? — se le arquearon las cejas.
—Eso del jinete más hot de Sudamérica. Vos me entendés.
¿Así que Elisa era celosa? Quién lo diría. —¿Debería yo pedir lo mismo?
—Me porté bien toda mi vida. Unos días más no me van a cambiar. — Ella retrucó.
Darcy se acercó y le susurró al oído. —me parece que es hora de que cambiemos eso
y nos portemos mal, ¿no te parece?
Elisa sintió un calor que le recorría todo el cuerpo. Era la primera vez que él
insinuaba directamente el tema de tener sexo. Sintió una mezcla de anticipación y
nerviosismo.
—Bueno, ya me tengo que ir. Te voy a llamar todas las noches. — él le dijo.
—Bueno. — ella asintió con los ojos llenos de lágrimas.
—Portate bien.
Ella asintió. —Cuidate mucho.
Se dieron un beso ruidoso y él se subió a su auto. Serían dos semanas muy largas.
—¡Julieta! ¡Elisa! ¡Vengan para acá que ya empieza! — Catalina llamó a sus
hermanas. —¡Se lo van a perder!
—¡Ahí voy! — Elisa bajó corriendo las escaleras. Hoy transmitían el torneo de
Johannesburgo por ESPN. Darcy le contó que le habían hecho una entrevista para la
televisión, no era en directo, sino grabado hacía 4 días, y no podía perdérselo.
Las cuatro chicas Benítez se acomodaron frente al televisor. Hasta Adela, que estaba
en la cocina preparando la cena, se acercó a verlo.
La transmisión comenzó con una síntesis de todos los torneos que conformaban el
Circuito de Johannesburgo. Luego pasaron a los principales momentos del primer
evento, a 1,20 de altura. A Elisa se le llenó del mariposas el estómago cuando vio a
Darcy, súper concentrado, ganar esta prueba con 0 faltas. Pasaron imágenes del cross
country, en donde Carlos estuvo magnífico y Darcy obtuvo un honroso 4to premio.
Los jinetes pasaban a toda velocidad así que no pudieron ver mucho en detalle, pero
Julieta pudo deleitarse al ver a su enamorado recibiendo el primer premio en esa
disciplina. Otro jinete local, Martín Estrada, tuvo un gran desempeño en la otra
prueba de salto, afianzando la supremacía del equipo argentino en todo el torneo.
Mostraron un poco de dressage, partes de la carrera de resistencia y finalmente las
imágenes de la South African Silver Cup, prueba en la que Darcy tuvo una soberbia
actuación. Estuvieron impecables, él y Tuareg y Elisa no podía sentirse más orgullosa
de ellos. Terminada la parte de los torneos, mostraron un par de caídas y rodadas que
ocurrieron durante el circuito y a Elisa se le contrajo el estómago sólo de pensar que
su novio pudo haber sido uno de los accidentados que se llevaban en ambulancia.
El programa era originalmente en inglés y no estaba traducido literalmente, sino
comentado en español por reporteros deportivos especializados en equitación que
oficiaban de intérpretes de la locución original. Hablaban en un español muy ‘de
Miami’ y a oídos de Elisa sonaban rarísimo. La comentarista latina empezó abriendo
la nota de esta manera.
—Aquí vemos a la periodista Cindy Towsend, de ESPN, transmitiendo desde
Sudáfrica, para la cobertura del Circuito Ecuestre de Johannesburgo. Lo que
veremos hoy es la carrera de resistencia en donde los participantes recorrerán un
trayecto de ocho millas con obstáculos. Cindy nos cuenta que el equipo Argentino ha
liderado la mayoría de las pruebas de este torneo, algo que no nos sorprende luego
de la extraordinaria actuación de estos jinetes en el Campeonato Mundial de
Hipismo y La Copa de las Naciones. La dominancia de los argentinos en este deporte
es digna de destaque.
—Así es, —dijo el otro comentarista. —Los argentinos tienen gran tradición en el
hipismo, sobre todo en el polo, en donde son líderes indiscutidos a nivel mundial.
Por lo visto, ahora han expandido su talento como jinetes a las demás disciplinas
ecuestres.
—Sin dudas han logrado conformar un equipo excepcional para este torneo, tanto
jinetes como caballos. Darcy ya ha ganado dos eventos de este circuito y su
compañero de equipo y amigo personal, Carlos Barrechea rompió el cronómetro
anteayer en el cross country. Hoy todos apuntan a Darcy y a su fantástico Tuareg
como los favoritos.
La reportera empezó a moverse y Elisa pudo ver a Sonata atada a un árbol. El
corazón le empezó a latir con fuerza a reconocer a su novio y a Carlos charlando un
poco más alejados.
—Guillermo ganó esta prueba también, —Elisa le dijo a sus hermanas. —Me lo contó
el otro día.
La locutora continuó con su narración.
—Ahora veremos a Cindy entrevistando a Carlos Barrechea y Martín Estrada,
también del equipo argentino. Luego viene Guillermo Darcy, quien tengo entendido
fue un poco esquivo de darnos esta nota, pero que finalmente accedió a hablar con
nuestra reportera.
—Y vale la pena acotar que Cindy estuvo muy contenta de obtener esta exclusiva.
¡Pronto verán ustedes cuánto la afectó esta entrevista!
Los traductores se rieron y Elisa no entendió nada. ¿Por qué se vio tan afectada la
reportera de Sudáfrica?
Primero habló Martín Estrada y luego le tocó el turno a Carlos. Fue rarísimo escuchar
su voz en el fondo hablando en inglés y por encima el doblaje del traductor. Julieta
estaba muy feliz de verlo y comentó con sus hermanas lo buen mozo que se veía.
Terminada la entrevista, hubo un breve corte de edición y Cindy reapareció con
Darcy parado a su lado. Elisa sintió que se derretía al verlo en pantalla. Vestía ropa de
endurance, una camisa blanca y breeches blancos. Estaba serio –como siempre-- y en
cámara parecía más alto, sus hombros más anchos y se lo veía más hot que nunca.
—Che, que fuerte que está. — Dijo Catalina. —Ya sé que es tu novio, pero igual.
Elisa la hizo callar. Ya empezaba la entrevista.
—Guillermo, cuéntanos acerca de tu increíble victoria días atrás. —La traductora
replicó la pregunta de Cindy.
—Nos fue muy bien a todo el equipo. — Respondió el locutor por sobre la voz en
inglés de Darcy.
—Sé que estás siendo modesto, — las risitas de Cindy se perdieron en la traducción,
pero se la notaba agitada frente al jinete más hot de Sudamérica. —¿Dime, te has
entrenado mucho para llegar a este punto?
—Si. — tradujo el locutor y luego hizo una acotación personal. —Es obvio que al
señor Darcy no le gusta dar entrevistas. Fue bastante breve en sus respuestas.
—Saliste primero en la prueba de 1,20 y cuarto en cross country. Eres uno de los
favoritos para la prueba de hoy. ¿Cómo te sientes al competir en disciplinas tan
distintas y con tanta exigencia física?
—La de hoy es una prueba dura, sobre todo para el caballo. Pero estamos
preparados.
—Tienes sin duda un caballo magnífico, poderoso y versátil. — Cindy lo miraba
como obnubilada y la locutora/traductora hizo un comentario acerca de la buena
apariencia del entrevistado. Luego tradujo, —Guillermo, me he enterado que te han
nominado para ser el Jinete del año. ¿Es esto cierto?
Él levantó una ceja y el locutor dijo, —Aparentemente el Sr. Darcy no sabía que este
título existía. ¡Y yo tampoco!
Por debajo de la locución se escuchaban las risitas nerviosas de Cindy. A la traductora
le pareció gracioso como Cindy sostenía el micrófono con una mano y con la otra
jugaba con los botones de su blusa. —Has tenido una impresionante campaña el año
pasado en Europa. ¿Demanda esto mucho sacrificio? ¿Te entrenas muy duro? —
aquí la locutora hizo otra acotación acerca de la eficacia periodística de Cindy. —
parece que nuestra corresponsal en Johannesburgo está teniendo problemas con su
concentración, es la segunda vez que le pregunta al Sr. Darcy sobre su
entrenamiento.
—Y él parece estar perdiendo la paciencia. ¿Ves como la mira? — contestó el otro
narrador.
Y sí, Darcy la miraba a Cindy con cara de fastidio. Pero la periodista igual siguió con
su interrogatorio.
—Y dime, Guillermo, luego de obtener estos magníficos resultados, ¿esperas tener
igual desempeño en los próximos eventos? ¿Cómo te sientes al competir en la
prestigiosa South African Silver Cup? ¿Crees que estás a la altura de las
circunstancias?
Al decir eso, Cindy apoyó su mano en el antebrazo de Darcy. Era obvio que ella creía
que él estaba a la altura, pero vaya a saber de qué circunstancia. Darcy le lanzó una
mirada fulminante y corrió su brazo.
Elisa estaba boquiabierta. No sabía que decir. Fue Catalina la que reaccionó primero.
—¡Perra atorranta! ¡Se lo esta tratando de levantar! ¡Luli, esa tipa está manoseando a
tu novio!
Julieta y María empezaron a las carcajadas ante el exabrupto de Cata, Elisa estaba
levantando temperatura. Una total desconocida estaba toqueteado a su novio y
flirteando con él en cámara. De no haber estado a miles de kilómetros de distancia (y
en diferido) hubiera ido hasta allá para sacarle los ojos de las cuencas a esa tal Cindy
qué-sé-yo-cuánto.
Hasta los traductores de ESPN se estaban riendo de la falta de control de Cindy
Towsend y su obvio deslumbramiento con el jinete argentino. Igualmente, siguieron
con la locución.
—Aquí Cindy tuvo algunos inconvenientes para elaborar su pregunta en forma
coherente, pero básicamente le preguntó a Darcy cuáles considera serán sus mayores
desafíos en la prueba de hoy.
—Y él respondió que en endurance, lo importante era el ritmo, no la velocidad.
También mencionó las dificultades propias del circuito.
Cindy terminó la entrevista y Darcy se retiró mientras ella hacía el cierre de la nota.
No hubo traducción literal de esta parte, los locutores sólo se rieron y explicaron a la
audiencia la razón de sus risas.
—Al parecer nuestra corresponsal se ha visto muy afectada por su entrevistado, ya
que mencionó estar algo acalorada y dijo Tindy Towsend en lugar de Cindy en el
cierre. Entiendo su distracción, ¡Darcy es un hombre muy atractivo!
El conductor masculino se rió del comentario. —Es cierto. Hasta hace poco el rostro
de Darcy era desconocido fuera del ambiente ecuestre, pero desde que filmó ese
comercial para la Toyota ha alcanzado fama mundial, sobre todo entre las damas.
He oído que está entre los 10 deportistas más sexys del mundo, junto con David
Beckham y Cristiano Ronaldo.
—¿En serio, Luli? — vino la pregunta inmediata de Catalina. —¿En serio es el
hombre más sexy del mundo?
—No, tonta, — contestó María. —de los deportistas. No es como Brad Pitt y esos. Y
te digo, Guillermo me parece mucho más buen mozo que Ronaldo porque es más
natural y menos agrandado, pero nunca le va a ganar porque ser jinete no da tanta
‘chapa’ como ser jugador de fútbol.
Las Benítez empezaron a discutir quién era más sexy que quién mientras Elisa
observaba la pantalla en estado hipnótico. Lo único que le faltaba. Las mujeres de
todo el mundo admirando a su novio. Sus hermanas cuestionando los méritos de
Darcy para formar parte de esa lista. Pronto habría videítos de él en youtube y
millones de fans ‘ratoneándose ¹’ y haciendo comentarios desubicados –por no decir
libidinosos-- sobre sus atributos. Ya no era el jinete más hot de Sudamérica, ¡estaba
entre los 10 deportistas más sexys del mundo!
—¡Miren, quién vino! ¡ya sos una celebridad nacional! — exclamó Tomás cuando vio
bajar a Darcy de su camioneta. —Felicitaciones, estuviste muy bien.
Darcy sonrió con una mezcla de orgullo y modestia. Estaba muy satisfecho con sus
logros pero le incomodaba que lo felicitaran tanto o que lo rotularan de ‘celebridad’.
—Gracias.
Elisa se le colgó del cuello y se abrazaron fuerte. La familia Benítez en pleno había
salido a saludarlo así que fueron lo más discretos posible en este reencuentro. Pasaron
a la casa, se acomodaron en el sillón y Darcy contó sus experiencias en Sudáfrica,
narrando por casi media hora sus aventuras y desventuras en el continente negro. De
las dos semanas que estuvo allá, fueron 11 días de competencia intensa. Participó en
5 eventos, de los cuales ganó 3, siendo uno de ellos la prestigiosísima South African
Silver Cup. También les contó del safari fotográfico que hicieron en uno de los pocos
días libres que tuvieron en donde vieron todo tipo de animales salvajes. El viaje fue
agotador, pero muy gratificante.
Carlos llegó un poco más tarde y la familia se sentó a comer toda junta. No faltó la
tomada de pelo a Darcy por la entrevista que le hicieron y los avances que sufrió por
parte de la reportera de televisión. Él no había visto la nota todavía, pero confirmó
nunca haberse sentido más incómodo en toda su vida. No era muy amante de las
cámaras y esta repentina notoriedad y exposición no le agradaban demasiado.
Aunque se lo veía de buen humor, Elisa percibía su cansancio. Era obvio que había
dormido poco, que todavía estaba estresado por el torneo y sufría los efectos del largo
viaje en avión. No veía la hora de estar a solas con él, abrazarlo y llevárselo lejos de
todos para cuidarlo y mimarlo.
Carlos y Julieta no perdieron tiempo y se fueron para Pinamar luego del almuerzo.
Elisa esperaba que su novio hiciera lo mismo para así estar un poco a solas en su casa
de la costa pero él no dio el pie y tuvo que quedarse en casa. Lo que ella no sabía era
que Carlos le había pedido a Darcy que se demorara un poco, así él y Julieta tenían
tiempo de ‘ponerse al día’ con sus cosas (léase tener sexo desenfrenado).
Los Benítez retomaron sus tareas, dejando a la pareja sola en el living.
—En dos semanas viene el torneo en Estancia El Carpincho. —Darcy comentó. —Es
un evento de dos días con puntaje para los Panamericanos. Me encantaría que
vinieras conmigo. Así pasamos un poco más de tiempo juntos.
Elisa sintió que se le aceleraba el pulso. Ir al torneo en El Carpincho significaba
quedarse a dormir allá. O sea, hotel. Los dos en un hotel. Solos.
—Carlos y Julieta también van. —Darcy agregó enseguida. Al ver que ella no decía
nada y lo miraba con cara de duda, tuvo que aclarar. —Y vas a tener tu propia
habitación, por supuesto. Pero confirmame con tiempo porque tengo que hacer la
reserva. No hay muchos hoteles en el pueblo y como es un torneo grande va a estar
todo repleto.
Se puso colorada. Le dio un poco de vergüenza haber desconfiado así, sin motivo, (o
talvez el ser tan mojigata?) pero más la avergonzó el hecho de que él se haya dando
cuenta.
—Perdoname. — Suspiró. —no quise …
—Está bien, mi cielo. — Darcy le acarició la mejilla. —Te entiendo.
Elisa sonrió. —Me encantaría ir al torneo. En serio.
—Genial. Mañana hago la reserva. —Darcy sonrió con picardía. —Sería un trastorno
si no hay habitación para vos, ¿no? Te tendrías que venir a dormir a mi cuarto y yo
tendría que cederte mi cama y dormir en el piso, o dormir en el auto y …
Le dio cuenta de que le estaba tomando el pelo y le dio un codazo en el costado. —
Basta.
Él se acercó a hablarle al oído. —No te preocupes, corazón, no va a pasar nada hasta
que vos lo decidas. —aunque no pudo con su genio y agregó, —pero eso no quiere
decir que no te desee con locura.
Le dio un beso en la oreja y subió una mano por sus costillas para tocarle un pecho. A
Elisa se le puso la piel de gallina. En eso sintieron pasos y se separaron
inmediatamente. Elisa se dio cuenta de que no podían seguir ahí. Después de tres
semanas de no verse, quería un poco más de intimidad.
—Vení que te quiero mostrar algo. — Elisa se levantó y lo tomó de la mano.
Darcy la siguió. — ¿A dónde me llevás?
—Ya vas a ver.
Caminaron por el pasillo hacia el fondo de la casa, a un lugar en donde podrían estar
tranquilos sin que nadie los molestara.
Elisa le explicó en dónde estaban. —Esta es la piecita de planchado. Acá se guarda
todo lo que no sirve para nada pero que nadie quiere tirar. Antes era el cuarto de
costura y tejido de mi mamá, pero, como verás, no teje desde hace años. Me
encantaba jugar acá de chica.
—Está lindo. — Darcy miró con curiosidad a su alrededor. Había de todo en ese
cuartito pero, a pesar de estar abarrotado de cosas, en su desorden, estaba ordenado.
Elisa buscó en una de las bolsas y sacó una prenda de adentro. —Mirá lo que tengo
para vos. Lo tejí yo. Bueno, Cata me ayudó un poco, pero la mayoría lo hice yo.
—¿Me tejiste un sweater? —La voz le flaqueó un poquito. Nunca nadie jamás le
había tejido nada y estaba realmente emocionado.
Ella estaba orgullosa. —Saqué las medidas de un sweater que Juli me trajo de tu casa
de contrabando. —Apoyó el sweater contra su pecho y lo observó frunciendo el ceño.
—Espero que te quede bien. Estás más flaco.
—Gracias, mi cielo, es precioso. — Se inclinó para darle un beso cortito en los labios.
Ella lo miró con ternura y puso los brazos alrededor de su cuello. —Te extrañé
mucho, ¿sabés? Muchísimo.
Darcy le envolvió la cintura y la sostuvo contra su pecho. Se quedaron abrazados. —
Yo también te extrañé. Pensaba en vos todo el día, soñaba con tenerte ahí, conmigo,
quería …
Volvieron a besarse, ya sin miedo a interrupciones. Luego de tres semanas de
separación, de abstinencia de besos y abrazos, no podían apartar sus bocas ni sus
cuerpos y dieron rienda suelta a su pasión. Sentían un hambre feroz que no se saciaba
con nada. Darcy avanzó sobre ella hasta que la cola de Elisa golpeó contra la mesa y
ella se sentó arriba para darle lugar entre sus piernas.
La cosa se puso caliente muy rápido. Cayeron cosas al piso y la mesa empezó a
rechinar ante tanta sacudida. Fue Darcy el que decidió ponerle un freno al acalorado
intercambio; había un límite que no quería cruzar y se le estaba poniendo doloroso.
Casi sin aliento, se separó del cuerpo de ella.
—Vení para acá. — Ella no estaba dispuesta a terminar la diversión y lo atrajo
nuevamente.
—Elisa, — habló con frustración. —No soy de piedra.
—¿Epa, es para tanto? — Ella se rió, una risita baja y sensual. Su propio ardor no la
dejaba darse cuenta de que estaba jugando con fuego.
Darcy le tomó una mano y la apoyó directamente sobre el bulto en sus pantalones. Se
la sostuvo ahí un momento para que tomara consciencia de de lo que le estaba
haciendo.
—Sí, es para tanto.
Elisa se sorprendió ante su franqueza, pero más por su estado de excitación. Lo que
tocó era grande y muy duro.
—Mejor vamos para el living, ¿no? — dijo ella, con carita de culpable.
—Me parece lo mejor. Andá que yo voy en un momento.
Elisa se dio cuenta de que él necesitaba un momento a solas para recuperar la
compostura y se marchó para el living a esperarlo.
Capítulo 37
—¿Qué te pasa, Eli, que estás tan callada? — Preguntó Julieta mientras manejaba.
—Nada, — Elisa se encogió de hombros, —que ésta va a ser la última vez que
vayamos juntas a algún lado, que ya no vas a estar más en casa.
— ¿Porqué decís que va a ser la última?
—Qué se yo, vas a estar reocupada con tu nuevo trabajo y te vas a vivir con Carlos …
seguramente de ahora en más ustedes van a viajar juntos y no nos vamos a ver tan
seguido como antes. Por favor no pienses que no estoy contenta por vos, pero … te
voy a extrañar mucho.
Julieta suspiró profundamente. Se mudaba con Carlos la semana siguiente y sabía lo
angustiada que estaba su hermana. Por alguna razón u otra, pospuso esta
conversación hasta el último momento. Pero ya era hora de charlarlo con Elisa.
—Yo también te voy a extrañar. A todos en casa. Pero ya nos vamos a acomodar, ¿no?
—Eso espero.
—Y vos también tenés a tu novio y ya pronto empezás las clases. Cuando entres en
ritmo no vas a tener tiempo de extrañarme.
Este era otro punto de preocupación para Elisa. —No sé como voy a hacer con eso.
Tengo miedo de que Fede y María no puedan con las cosas y …
—Elisa, — Julieta fue firme. —Es hora de que se hagan cargo de algo. No podemos
darles de comer en la boca el resto de su vida.
—Guillermo dice lo mismo, que van a aprender a ser responsables en la medida que
tengan obligaciones.
—Tiene razón. — agregó Julieta, sonriendo. —Y volviendo a lo otro, nos vamos a ver
más seguido de lo que creés. Nuestros novios no sólo son excelentes amigos, sino
también compañeros de equipo y viajan juntos a todos lados. Me gusta esto de poder
acompañar más a Carlos a sus torneos y creo que vos deberías hacer lo mismo con
Guillermo. No está bueno esto de que viajen solos todo el tiempo.
Elisa dejó escapar un dramático suspiro. —A mi también me gustaría acompañarlo
más, pero …
—¿Pero qué?
—Primero está el trabajo en la granja. No me voy a poder escapar todos los fines de
semana.
—Eso se arregla. —Julieta sabía que había algo más.
La hermana menor tuvo que confesar. —Además, me da como … cosa. No sé como
explicarte. Siento que todavía no estamos listos para muchas cosas, que nos falta
conocernos y no sé que pasaría si …
Ya que Elisa no se animaba decirlo, Julieta fue directo al grano. —¿Es porque todavía
no se acuestan?
Elisa levantó las cejas. ¿Era tan obvio? —… bueno, está eso y … ustedes tardaron
mucho en … vos sabés?
—No. Para ser franca, Fue en la primera salida juntos. Del restaurante directo a la
cama.
Elisa sonrió. Julieta y Carlos eran como dos conejitos. —Y pensar que todos te tenían
como la recatadita de las Benítez. Resultó ser todo lo contrario.
—¿Qué horror, no? —Rió Julieta. — Pero no nos tomes como parámetro. Lo que
funciona para una pareja no necesariamente camina para otra. Ustedes se lo están
tomando con calma y eso es bueno. Todavía sos chica. No te apures ni te dejes
presionar.
—Guillermo es muy bueno. Me tiene mucha paciencia en ese sentido.
— ¿Quién lo hubiera dicho, no? Después de lo que te dijo en Córdoba, uno hubiera
esperado que se te tirara encima, pero resultó ser un sweetie. Aunque vaya a saber
cuándo tiempo más aguanta. No tiene pinta de ser del tipo de hombre que se banca
mucho el celibato.
—¿Te parece?
—Elisa, —Julieta dijo entre risas. —los hombres sólo piensan en una cosa.
Las palabras de Julieta sólo sirvieron para alimentar las dudas de Elisa. ¿Por cuánto
tiempo más iba a poder aplazar la decisión de acostarse con Darcy sin que se
resintiera la relación? ¿A qué le tenía miedo? El sexo es parte de cualquier relación
adulta y sin lugar a dudas, lo de ellos era una relación adulta. Se amaban con locura y
se les estaba haciendo cada vez más difícil contenerse. Talvez era hora de dar ese
paso de una vez por todas.
El Carpincho era una estancia privada perteneciente a la familia Estrada, con gran
tradición en equitación, situada en la zona de Bolívar, en el centro de la Provincia de
Buenos Aires. Varios años atrás fue sede de un campeonato mundial de hipismo y,
habiendo mantenido la infraestructura de ese concurso, una vez al año cedía su
espacio para la realización de un torneo de alto handicup.En esta ocasión, con los
Panamericanos tan cerca, los Estrada redoblaron la apuesta y trajeron un armador
olímpico para darle a la prueba nivel internacional. Los primeros puestos obtendrían
puntos clasificatorios para los Juegos Panamericanos y aquellos que estaban en
carrera no se lo podían perder.
Carlos y Darcy habían llegado temprano para poder disfrutar el día antes de
concursar. Ese día se haría la prueba de salto y el domingo se corría una carrera de
cross country de 3 km con obstáculos por los campos de la estancia. Aunque Martín
Estrada –su compañero de equipo—los había invitado a quedarse en la casona de la
estancia, los jinetes optaron por el hotel, en donde podrían estar más relajados con sus
respectivas novias, sin la presión de ser huéspedes de la familia.
Las Benítez hicieron su arribo a media mañana. Dejaron el auto en el área de
estacionamiento y caminaron hasta el lugar en donde sus novios habían instalado su
campamento. Desde lejos, Elisa divisó a Darcy charlando con Carlos y otras
personas. Al ver que llevaba el sweater que le había tejido atado en los hombros
sintió que el corazón le estallaba de felicidad.
Aunque no le fue fácil, Elisa pudo contener las ganas de correr a su encuentro y
colgársele del cuello. Como estaban acompañados por otras personas, las dos parejas
fueron bastante cautas en el saludo –un piquito y un abrazo, nomás-- aunque era
obvio que morían de ganas de comerse a besos. Junto con Darcy y Carlos estaban
Martín Estrada y su padre Roberto, renombrado empresario y ex jinete internacional.
No daba para andar besuqueándose delante de ellos.
Carlos hizo las presentaciones y se quedaron hablando por un rato. Tanto los Estrada
como los ex integrantes del equipo Ecuestre del Norte eran gente poderosa y
‘políticamente influyente’ de la hípica local y Sudamericana y tenían mucho de que
conversar, especialmente con los Panamericanos tan cerca. Ese día, de la mano de su
novio, Elisa dio los primeros pasos dentro de ese mundo de elite y poder.
Una vez liberados de compromisos, las dos parejas rumbearon hacia la pista a ver las
categorías inferiores. Caminaban relajados y hablando de sus planes para el fin de
semana cuando sintieron una voz conocida llamándolos.
—¡Carlos! ¡Guillermo! ¡Chicos! ¡Hola!
Era Carolina Barrechea.
—Caro, ¿qué hacés por acá? —Carlos estaba más que sorprendido de encontrarse a su
hermana en ese lugar. Le había mencionado un par de semanas atrás que él y
Guillermo iban a competir en el Carpincho, pero jamás se imaginó que Carolina iba a
aparecérseles así como así.
—Vine a verlos competir, como en los viejos tiempos. ¿No es genial? — Los saludó a
los dos con un efusivo beso en la mejilla.
—Si, genial. — Carlos miró a su amigo de reojo y se encogió de hombros. Darcy
puso su habitual cara de piedra.
Carolina detectó la presencia de Julieta y su hermana.
—¿Juli, cómo estás? — Dijo Carolina para luego agregar, sin mucho entusiasmo. —y
Elisa, veo que también viniste.
Las saludó con esos besos falsos que son más una apoyada de cachete contra cachete
con ruido a beso que beso en sí. Carolina sabía que Julieta vendría –también que
estaba de novia con su hermano y que pronto se mudarían juntos—pero no tenía idea
de que Elisa y Darcy estaban en una relación. Es más, le parecía tan imposible que ni
siquiera lo sospechaba. Pero lo que sí tenía bien claro era que él alguna vez sintió
admiración por ciertos atributos de Elisa (por lo visto le gustaban petisas y pulposas)
y eso bastaba para poner todos sus sentidos en alerta máxima. Vino al Carpincho con
un propósito y no pensaba dejar que nadie interfiriera en sus planes de conquistar al
jinete más hot de Sudamérica.
Carolina no perdió tiempo y se paró al lado de Darcy mientras le daba charla a
Julieta. Tenía que hacerse la simpática con la novia de su hermano y al mismo tiempo
mantener a Darcy alejado de Elisa. Pero lo ella suponía sería una tarea fácil resultó
ser bastante complicado. No lograba mantener la atención de Darcy por más de un
par de minutos y en cuanto ella se distraía, él enseguida se daba vuelta para hablar
con la mocosa.
—¿Qué tal si vamos a almorzar? — finalmente sugirió Carolina. Talvez, en la mesa,
iba a poder hacer que él se focalizara en ella.
—Es un poco temprano, —respondió Carlos. — ¿Vos que decís, Guillermo?
—Mejor comer ahora. La cafetería va a ser un caos más tarde.
Los cinco caminaron hasta la carpa en donde se servía el almuerzo. Carolina
enseguida se colgó del brazo de Guillermo y lideró la conversación, siempre
intentando, aunque muy sutilmente, excluir a Elisa. Los demás simplemente se
dejaron llevar, ninguno tenía ganas de entrar en discusiones. Era un día precioso y
estaban de muy buen humor.
Elisa nunca soportó demasiado a Carolina, pero hoy le estaba siendo inusualmente
paciente. Es más, le divertía ver como se desesperaba por obtener la atención de un
hombre que nunca le dio nila hora. Aunque le daba un poco de pena –bueno, no tanto
—ansiaba que llegara el momento en que Carolina se diera cuenta de que estaba
haciendo el ridículo y entendiera que estaba luchando una causa perdida. Darcy, así
fuera la única mujer sobreviviente de este mundo, jamás tendría algo con ella.
Ya en la carpa, buscaron mesa y tuvieron que tomar una de seis para estar más
cómodos. La hermana de Carlos no podía permitir que Elisa y Darcy se sentaran
juntos, tenía que asegurarse un sitio a su lado, así que estaba atenta a todos sus
movimientos, lista para abalanzarse sobre la silla contigua a la de él.
Lo que ella no sabía era que Darcy se había dado cuenta de sus intenciones el
momento que la vio llegar. Estaba seguro de que Carolina estaba esperando que él se
sentara para inmediatamente apoltronar su trasero huesudo al lado suyo. Y, si
dependía de él, esto no iba a suceder.
Darcy, gentilmente, apartó una silla de un extremo de la mesa y se la ofreció a
Carolina. Elisa lo miró perpleja. Una cosa era aguantarse a la hermana de Carlos en el
medio de ellos como día jueves pero otra muy distinta ser segunda en las atenciones
de su novio. Mientras Elisa enfurecía, Carolina parecía que iba a explotar de
satisfacción. Ninguna de las dos se esperaba lo que vino después.
Como caballero que era, Darcy ajustó la silla y le preguntó si estaba cómoda, a lo que
Carolina respondió con un efusivo ‘sí, Guillermo querido, sos un divino’. Cuando
estuvo seguro de que no se levantaría de su asiento, Darcy dio la vuelta alrededor de
la mesa para sentarse en la otra punta, contra la ventana, lo más lejos posible de la
hermana de su amigo. Acomodó una silla para que Elisa se sentara a su lado mientras
que Carlos y Julieta se sentaron justo enfrente a la otra pareja, dejando a Carolina
sola en la punta opuesta.
A pesar del traspié, Carolina no abandonó su cruzada. Durante toda la comida,
aunque sin mucho éxito, intentó acaparar la atención de Darcy. Cada vez que él
hablaba con Elisa, lo interrumpía. No pasó mucho antes de que los comensales
comenzaran a fastidiarse y lo que empezó como un juego divertido, al menos para
Elisa, se transformó en irritante.
—Ay, Carlos, no sé como podés comer tanto. — Comentó Carolina cuando su
hermano se sirvió la segunda porción de papas fritas. —Te va a caer mal.
—¿Qué tal si vos te comés tu lechuguita y me dejás de romper? — retrucó, apunto de
perder la paciencia. Carolina estaba tan pesada que hasta él se estaba hartando.
—Sólo te estoy cuidando. — le respondió ella con mirada angelical. —Julieta, vas a
tener que prestarle atención a eso. Carlos no se cuida con la comida.
—¿En serio? — preguntó Julieta. —Mirá que en general no come cosas pesadas.
Carolina apuntó al plato de ensalada de Darcy. —Tendría que ser más como
Guillermo, que siempre come liviano antes de competir. Es tan cuidadoso con su
dieta. ¿No Guillermo?
Darcy se encogió de hombros y miró al plato de Elisa, que ostentaba una buena
porción de vacío jugoso y un par de trozos de molleja asada.
—Esas mollejitas tienen buena pinta. — Darcy le dijo a Elisa.
Ella levantó una ceja. —no podés, estas por competir.
—Una solita, dale, no seas mala. — Darcy sonrió de manera seductora.
—Bueno, una sola.
Delante de la horrorizada mirada de Carolina, Elisa pinchó una molleja con su
tenedor y le dio de comer a Darcy en la boca. Él se tomó su tiempo en masticar, cosa
que hizo con vista fija en los ojos de Elisa, quien le sonreía de manera provocativa.
Después él le robó un segundo trozo y ella, en represalia, le sacó un poco de ensalada.
Juguetearon un poco con el plato del otro y al final terminaron compartiendo la
comida.
Cuando salían de la carpa, Carolina sintió que alguien la llamaba. Era Marina
Urquiza, vecina del country club de los Hurtado y alguien muy ‘in’ de la sociedad
bonaerense. Se acercó a saludarla y por un momento le perdió el rastro a Darcy.
La charla empezó con los temas superficiales de costumbre, preguntaron por sus
familias, etc. Marina le preguntó si Carolina estaba ahí acompañando a su hermano, a
lo que ésta respondió,
—Sí, claro, por supuesto, soy como su amuleto. Aunque también vine por Guillermo.
No quiero dejarlos tan en banda, ¿sabés? Se la pasan de aquí para allá y hay que
cuidarlos.
—¿Guillermo Darcy?
—Por supuesto. —Carolina suspiró. — Somos amigos desde hace tanto y bueno,
ahora que nos estamos ‘entendiendo’ quisiera acompañarlo más en sus viajes.
La que no entendía nada era Marina. Mientras Carolina hablaba de su ‘aparente’
relación con Darcy, lo que sucedía delante de sus ojos contradecía la información que
recibía. Guillermo Darcy estaba parado fuera de la carpa con una chica en una actitud
más que amistosa. No estaban a los arrumacos ni nada parecido, pero ciertamente
había ‘onda’. Ella y Carolina no eran grandes amigas –en realidad eran apenas
conocidas—y no tenía porqué involucrarse pero, por lo que veía, o Carolina se estaba
inventando una fantasía (lo que no sería raro) o Guillermo Darcy, lisa y llanamente, la
estaba engañando en su propia cara. Decidió ser directa.
—Mirá, Caro, no quiero meterme en tu vida ni sé que clase de relación tenés con
Guillermo, pero sea cual fuera, te dirías que tengas más cuidado, porque me parece
que tu chico se está ‘entendiendo’ con otra.
Carolina giró y –horror, horror—vio a la pareja charlando al sol, mirándose con ojos
embelezados. Se rieron de algo y él le acarició la mejilla mientras que ella apoyaba la
mano en su antebrazo. Giraron hacia el otro lado, Darcy le puso la mano en el
hombro a Elisa y así caminaron hacia la pista central.
En menos de dos minutos Carolina despachó a Marina (a esta altura le importaba un
comino si era ‘in’ o ‘out’) y corrió tan rápido como sus sandalias taco chino le
permitieron. Los otros ya le habían sacado bastante ventaja y para cuando los alcanzó
en el campamento, estaba sin aire.
Carlos y Julieta se habían acomodado en unas reposeras y Darcy estaban estaba
desplegando un par más, para él y Elisa mientras su novia se entretenía dándole unas
zanahorias a los caballos. Carolina apareció como una tromba, agitada y con los pelos
al viento y él no tuvo otro remedio que ofrecerle una de las reposeras para que se
sentara. La aceptó gustosa.
Sólo habían traído 4 sillas y estaban todas ocupadas ya que Darcy se había sentado.
Elisa se quedó parada, sin saber que hacer. Carlos y Julieta –como siempre—estaban
en su mundo, Carolina la miraba desde su silla con una sonrisa burlona y Darcy
simplemente la miraba sin decir nada.
Esto bastó para hacerle subir la temperatura. Las estupideces de Carolina ya la tenían
harta. Y aunque no quería agarrárselas con Darcy, también se estaba hartando de la
pasividad de su novio. Sabía que con sólo un gesto de él, Carolina se dejaría de joder
para siempre, pero no, el señor Darcy era reservado y parco y no pensaba hacer nada
para desalentar a la señorita Barrechea y dejar claro que estaban en una relación. Por
lo visto, iba a tener que ser ella quien desasnara a la cargosa de Carolina.
Sin embargo, fue Darcy quién finalmente le dio un corte al asunto y lo hizo de forma
directa y bastante inesperada. Miró a Elisa de arriba abajo y, sonrisa seductora
mediante, se palmeó el muslo e inclinó la cabeza hacia un lado, ofreciéndole un lugar
mucho más cómodo en donde descansar su precioso culito.
—Vení, mi amor, —dijo fuerte y claro. —sentate acá conmigo.
Ni lerda ni perezosa, una sonriente Elisa se acomodó en su falda. Pero la cosa no
terminó ahí. Darcy se reclinó hacia delante e hizo lo que moría por hacer desde que se
encontraron a la mañana. La besó en la boca, largo y sensual y le importó un carajo si
a alguien le molestaba. Estaba besando a su novia y punto.
Al rato, Carolina Barrechea recordó que tenía algo que hacer. En Esquel.
La fiesta terminó pasada la medianoche. Los jinetes tenían una prueba de cross
country al día siguiente así que se fueron directamente al hotel a descansar. Carlos y
Julieta partieron rumbo a su habitación y Darcy acompañó a Elisa a la suya.
Ya en la puerta, la cosa se puso un poco tensa. Darcy no le sacaba los ojos de encima
y Elisa no podía poner la llave en la cerradura. Se sentía una estúpida hasta que él,
galantemente, tomó la llave y abrió sin problemas.
—Bueno, — dijo Elisa con ojos grandes y corazón palpitando fuerte. —Será hasta
mañana.
—Hasta mañana. — respondió él.
Los dos estaban en el umbral, mirándose fijo. Él no se iba y ella no lo invitaba a
pasar.
—Sólo quiero darte un beso de buenas noches. —Darcy le dijo con mirada casi de
súplica.
Aun convencida de que era una imprudencia, Elisa asintió y se corrió para dejarlo
entrar. — Sí, claro, pasá. Sólo un momento, ¿sabés?. Ya es tarde y … eso.
Darcy no dijo nada y cerró la puerta detrás de él. Miró hacia la cama y luego a Elisa,
lo que la hizo sentir todavía más intranquila. Al cabo de un par de minutos, se le
acercó un poquito y murmuró un —Buenas noches, mi amor. Hasta mañana. — antes
de darle un beso suave y cortito en los labios.
La volvió a besar otra vez más con la misma ternura. Fue Elisa quien agregó un tercer
beso y de ahí en más, comenzó una danza sensual de lenguas ansiosas y caricias
ardientes. Elisa se le colgó del cuello y Darcy la tomó de las nalgas, pegando su
cuerpo contra el de ella. Terminó reclinándola contra pared y vino el inevitable paso
siguiente, que era levantarla para que ella enroscara las piernas alrededor de sus
caderas. De ahí sólo podía ir hacia adelante y hacia arriba y eso fue exactamente lo
que hizo, encastrando su pelvis en la de ella.
A Elisa se le escapó un gritito cuando sus partes más sensibles apoyaron de lleno en
miembro erecto de Darcy. Lo sentía por todos lados, abajo, encima y alrededor, sus
labios quemaban su piel, su aliento la dejaba sin aire y la presión en su sexo era tal
que ya no la podía contener. Se sostuvo como pudo, acompañó el vaivén de sus
caderas y al acercarse en el clímax, dejó escapar los primeros gemidos de placer.
Alcanzó la ola y se aflojaron las piernas y pronto empezó a derretirse en sus brazos.
Estaba entregada y si él quería tomarla ahí, en ese momento, no presentaría
objeciones.
Pero su enamorado era un hombre de palabra, y aún en un estado de total excitación,
no cruzó esa línea. Aunque tenía más que claro que este no sería un viaje de a dos,
Darcy sabía bien hasta dónde quería llevarla. Quería sentir el placer de sentirla acabar
en sus brazos y siguió presionando en el lugar correcto hasta que la sintió gemir e
insistió hasta que la sintió aflojarse como una muñeca de trapo, agitada y transpirada.
Fue ahí cuando se sintió al borde de un abismo al que no quería caer. Con un gruñido,
y un frustradísimo ‘no puedo más’ apartó un poco sus caderas y la dejó deslizarse por
la pared hasta que Elisa pudo pararse sobre sus temblorosas piernas. Luego de un
jadeante ‘hasta mañana’ se retiró del cuarto para buscar alivio en el suyo.
En cuanto Darcy se fue, Elisa se apoyó contra la pared mientras se acomodaba el
vestido. —Wow.
¹ Zarpado – exagerado o que dice o hace cosas fuera de lugar, a veces subidas de tono.
Capítulo 38
Las mañanas nunca fueron el fuerte de Elisa, solía despertarse un poco gruñona, y
esta en particular no era una de sus mejores. Había dormido mal ya que luego de tan
ardiente beso de buenas noches había quedado un poquito … excitada y le costó
conciliar el sueño. Habían quedado en juntarse a las 9 para desayunar –a las 10
empezaba el concurso—y siendo casi las 9.30, mientras bajaba la escalera hacia la
cafetería del hotel, se preparaba para la reprimenda de los otros por haber demorado
al equipo.
Se sorprendió mucho cuando no los vio en el salón como esperaba. Sólo estaba Darcy
y, aparentemente, recién llegado ya que el mozo le estaba tomando el pedido. Tenía el
pelo mojado, los ojos un poco hinchados y cara de mal dormido. Por lo visto, ella no
fue la única afectada por el acalorado interludio.
—Buen día, —Elisa lo saludó con una tímida sonrisita.
—Buen día. — Él le devolvió la sonrisa.
Lo correcto sería preguntarle si había dormido bien, pero Elisa prefirió obviar el tema
ya que eso podría traer a colación los eventos de la noche anterior y no estaba muy
segura de querer discutirlo. Se sentó a la mesa y le pidió al mozo un café con leche y
unas tostadas con manteca y mermelada.
—¿Dormiste bien? — Darcy le preguntó.
Aparentemente, su novio no pensaba dejarlo pasar. Tuvo que mentir. —Si, re bien.
¿Vos?
—Más o menos. — Él se encogió de hombros. — me costó dormirme.
Elisa no pudo con su genio y acotó, —Me imagino. Se te veía un poquito tenso
cuando te fuiste. ¿Habrá sido por eso que no descansaste? Digo, yo, con el concurso y
eso, es lógico que te pongas tenso, ¿no?
Sin levantar la vista de su tostada, él le respondió en tomo más que casual. —Si,
claro, el concurso… a veces eso me pone tenso. Igual, no fue nada que una ducha fría
no pudiera arreglar. A vos, en cambio, se te veía por demás relajada cuando me fui,
como que te temblaban las piernas, será por eso que dormiste tan bien, ¿no?
Dicho esto, Darcy le clavó la mirada y se quedó esperando una respuesta. Elisa se
ruborizó enseguida. Acababan de cantarle ‘falta envido’, y en esta jugada, era mejor
irse ‘al mazo’ ¹.
—Bueno, no estaba tan relajada como vos creés. —replicó a la defensiva.
—¿Qué, te quedaste con ganas de más? — Él sonrió con provocación. —Porque, te
cuento, que yo me quedé con las ganas.
Los ojos de Elisa se abrieron como el dos de oro. No podía creer que le estaba
diciendo esto así, directamente, en la mesa del desayuno.
—No … eh … lo que pasa es que …
Él levantó una ceja, decidido a no dar tregua. Estaba completamente de acuerdo con
la decisión de no tener sexo, había sido consensuada, pero eso no quería decir que
sería un tema tabú entre ellos. Lo que pasó, pasó y no pensaba pasarlo por alto.
—Bueno, no me mires así, yo no tengo la culpa de que … mirá, si no te quedaste es
porque no quisiste. Nadie te echó. —Elisa intentó justificarse. —Me hubieras
preguntado y no hubiera tenido problemas en …
—¿Segura?
Elisa se mordió el labio. No estaba segura. No sabía que hubiera hecho si él proponía
quedarse y dormir juntos. Pero de lo que sí estaba segura es que no de anoche no fue
justo para él. Ella obtuvo su placer, pero él se quedó a medio camino.
—Mirá, — Darcy se le acercó. — Si anoche no me quedé con vos, es porque no era lo
que yo quería para nuestra primera noche juntos. Un par de horas no me hubieran
bastado para hacerte el amor como quiero y como creo que vos te merecés. Así que
sólo te di una muestra, como para que vayas viendo de qué se trata., Va a ser mejor
que te prepares porque la próxima no te dejo escapar tan fácilmente. ¿Estamos?
Ella sólo asintió, sintiéndose más mojigata que nunca.
Él le sonrió con ternura. No quería presionar, pero Elisa tenía que comprender que,
como hombre, él también tenía necesidades que estaba posponiendo por ella.
—No me diste mi beso de buenos días. Te prometo que va a ser más tranqui que el de
anoche.
Elisa sonrió de oreja a oreja y le dio un beso en los labios. —Buenos días, mi amor.
Desayunaron bastante apurados ya que no tenían demasiado tiempo. Aunque sabían
que el concurso se demoraría un poco en empezar, Darcy no era del tipo al que le
gustaba llegar tarde a un torneo.
—Vamos, ya es la hora. — Dijo, levantándose de su silla.
—¿Y Carlos y Juli? — Elisa preguntó preocupada.
—Qué se yo. Estarán en su cuarto. — Se encogió de hombros. Conociendo a Carlos y
Julieta, o estaban teniendo sexo desenfrenado, o se quedaron dormidos luego de una
noche de sexo desenfrenado. No es que les tuviera envidia, para nada, pero luego de
su coitus interruptus de la noche anterior, no estaba de humor para esperarlos.
—Pero … pero … Carlos va a perder el turno.
—Tal vez eso le enseñe un poco de puntualidad. Son las diez menos cinco y
quedamos en encontrarnos a las nueve.
Darcy ya estaba enfilando para la calle y Elisa se apuró a seguirlo.
—¿Pero … los vas a dejar?
—Pueden ir en el auto de Julieta.
Elisa estaba indignada. ¿Qué clase de amigo deja a su compañero de equipo en
banda? — No puedo creer que abandones a tu amigo así como así, si Carlos pierde el
turno va a ser por …
Darcy frenó de golpe y giró para mirarla. Por la cara que tenía, el comentario no le
gustó demasiado. Hasta ese momento Elisa no se dio cuenta de lo que dijo y recién
ahí tomó consciencia de que acaba de juzgar y condenar a su novio por la
informalidad de Carlos. Cerró la boca y se lo quedó viendo con cara de ‘ups, me
mandé una cagada’.
Y como si eso fuera poco, Darcy la desafió a terminar la frase. —¿Decías?
Puso su mejor carita de inocente. Se había metido en este embrollo ella solita y ahora
tenía que arreglarlo. —No, nada. Por quedarse dormido. ¡Qué irresponsable!
Darcy se la quedó mirando un momento y soltó una carcajada. —Sos terrible. Me
volvés loco. Primero me dejás tan caliente que me tengo que dar una ducha fría y
después sacás conclusiones sin pensar. Y lo peor es que me encanta que hagas eso, así
cuando te das cuenta de que metiste la pata, puedo aprovecharme de tu
arrepentimiento cuando ruegues que te perdone.
Elisa no pensaba rogar. Se cruzó de brazos. —¿Qué pretendés, que te pida perdón de
rodillas?
A él le pareció gustar la porque la sonrisa se le amplió aún más. —Estaría bueno. No
ahora porque acá en la calle queda feo, pero algo vas a tener que hacer para
recompensarme por la paciencia que te tengo.
—Así que esperas una recompensa. — Elisa levantó una ceja. —¿De que tipo?
—No sé, seguramente algo se te va a ocurrir. —Le sonrió con picardía.
Ella se mordió el labio y lo miró por debajo de pestañas seductoras. ¿Así que
pretendía una recompensa? Bueno, en realidad se la merecía, le tenía muchísima
paciencia. Se le acercó despacito, como una gata insinuante. —A ver si esto te gusta
…
Le echó los brazos al cuello y se paró en puntas de pie mientras apoyaba su pecho
contra el de él.
—¿Qué tal un beso?
Él le puso las manos en la cintura y la sostuvo contra él. —Mmm. No creo, ese
comentario me dolió mucho.
Elisa dejó que sus labios rozaran los de él. Aunque sonreía de manera placentera y la
dejaba avanzar, no cooperaba demasiado, así le pasó la lengua por el labio superior,
muy suavecito. Lo sintió suspirar y apoyar una mano en su nalga, que apretó con
gentileza. Ahora cadera contra cadera, Elisa siguió jugueteando con su boca,
provocándolo son labios y lengua impertinentes. Se dieron unos besos para nada
castos.
—Así no vale, estás jugando sucio. —Darcy le dijo con voz ronca. Como si lo de la
noche anterior no bastara, ahora se estaba dejando seducir en medio de la calle. Era
un masoquista.
—Y a vos te encanta. ¿No? — Elisa ronroneó mientras apretaba su cuerpo contra el
de él.
—Te juro, Elisa, — exhaló, un poquito frustrado. —Cuando te agarre, no respondo de
mí.
Ella soltó una risita divertida. Se besaron otra vez. El motivo de la discusión quedó en
el olvido.
—Esta juventud de hoy, — pasó una señora refunfuñando. —Porqué no se irán a
hacer esas chanchadas a otra parte. Seguro son Porteños ² que vienen para el torneo.
Siempre tan maleducados.
Ante tal comentario, los enamorados se separaron de inmediato.
—Vamos, mi amor, — Darcy abrió la camioneta. —Se hace tarde.
Mientras Elisa se acomodaba en su asiento, Darcy tomó su celular y marcó el número
de su amigo.
—¿A quién llamás? — Le preguntó.
—A Carlos. Lo llamé como cuatro veces antes de que bajaras pero tiene el movi
apagado. Esperame un momento que vuelvo y le pido al conserje que lo despierten.
—¿Te parece? — Elisa frunció el ceño. —Dejalos, así aprenden. Siempre hacen lo
mismo.
Darcy se rió. —Sos de lo peor, en serio.
Las carreras de Cross Country tienen generalmente entre 3 y 5 km, los obstáculos no
son altos, pero se sitúan estratégicamente de acuerdo a la topografía del terreno,
dándole a esta carrera de resistencia la dificultad propia de un camino accidentado
por vallas, espejos de agua y desniveles. El obstáculo más difícil de la prueba era el
No. 22, poco antes de la meta. Estaba situado justo a la salida de una curva que
seguía a una rampa de descenso muy pronunciada de casi 2 m de altura que requería
muchísima destreza para ser pasada sin accidentes. Los jinetes tenían escasos 20
mpara acomodar el paso antes de encarar una lomada con un cerco a 60 cm al que le
sucedía una pequeña laguna situada medio metro más abajo. Todo pasaba en cuestión
de segundos así que se requerían buenos reflejos, excelente equilibrio y gran
concentración para no caerse. Ese día, hasta que Carlos entró al circuito, sólo 4
jinetes pudieron pasarlo con éxito.
Elisa esperaba a su novio en la meta junto con Carlos y Julieta. Le habían prestado
unos prismáticos por lo que pudo ver parte del recorrido que hizo hasta que lo perdió
detrás de un monte de álamos que había en el medio del camino. A diferencia de
Carlos, que arremetió con todo y logró el mejor tiempo de la prueba, Darcy se tomó
las cosas con más calma. Igualmente iba bien, y si no cometía ningún derribo, debido
a la cantidad de faltas que sumaron los demás jinetes, obtendría una buena
calificación en esta competencia.
Pero eso no hizo que Elisa dejara de preocuparse. Varios jinetes comentaron lo
pesado y resbaloso que estaba el camino y sobre todo las peripecias del 22. Por más
cuidadoso que fuera Darcy, la equitación era un deporte que tenía sus riesgos y los
accidentes en este tipo de carreras eran bastante frecuentes y por demás peligrosos.
Darcy ya estaba encarando el obstáculo 22. Subió la loma, saltó el cerco y cuando
Tuareg entró a la laguna, perdió estabilidad y cayó pesadamente al agua.
Por lo que Elisa vio desde donde estaba, fue una caída fea. No sólo porque venían de
una altura considerable, que sumada a la del caballo era de más de 2 m, sino también
porque el cuerpo de Darcy giró y cayó delante de Tuareg y pudo haber sido pisoteado
mientras estaba en el agua. Los que estaban alrededor del obstáculo fueron a asistirlo
enseguida y, afortunadamente, aunque ensopado, Darcy se levantó por sus propios
medios y aparentemente ileso. Sólo se frotó un poco el hombro y volvió a montar
para terminar su recorrido.
—Elisa, — dijo Carlos, — prestame los binoculares.
Ella se los dio enseguida y se lo quedó mirando muy preocupada.
—Juli, — agregó. —Andate hasta primeros auxilios y deciles que estén atentos. Me
parece que le pasa algo a Guillermo.
—¿Por qué, que viste? — Elisa se sintió desfallecer.
—Conduce con una sola mano. Tal vez se lastimó o algo.
Ese fue el minuto más largo de la vida de Elisa. El binomio venía a toda carrera y
Carlos no sabía si Darcy –si es que estaba lesionado—iba a poder parar al caballo.
Cruzaron la meta y Carlos y otros intentaron cerrarle el paso a Tuareg para hacerlo
bajar la velocidad mientras Darcy lo frenaba desde arriba como podía.
En cuanto se detuvieron, fueron rodeados por el equipo de emergencias que
supervisaba el evento. Darcy desmontó de un agitadísimo Tuareg y se inclinó hacia
delante y se tomó el hombro, como si estuviera dolorido. El médico le preguntaba
cosas y él parecía un poco aturdido. Al cabo de un par de minutos, Darcy, Carlos y el
equipo de primeros auxilios se fueron para la carpa enfermería.
Elisa se quedó parada sin saber qué hacer mientras Julieta se ocupaba de Tuareg hasta
que se enfriara.
Pasaron quince minutos y Elisa ya estaba entrando en pánico. Seguramente no era
grave, ya se lo habrían llevado en ambulancia de serlo, pero el no saber cómo estaba
su novio y qué había pasado exactamente la angustiaba muchísimo. En eso sale
Carlos y le pide que entre a la carpa.
—¿Qué pasó? ¿Guillermo está bien?
—Si, — Carlos le sonrió. —quedate tranquila, no le pasó nada. Tiene un par de
magullones nomás. Están revisándolo por las dudas. Pero ya está reclamando tu
presencia. Al final, resultó ser un pollerudo.
Elisa tomó aire y se armó de coraje al entrar. No sabía con qué se encontraría. Y su
aprensión resultó ser justificada ya que en cuanto entró y lo vio se le fue el alma al
piso. Darcy estaba sentado en la camilla, sin botas y sin camisa, todo mojado, con un
gran hematoma en el hombro izquierdo y cara de estar dolorido. No dijo nada cuando
la vio, sólo sonrió y le hizo señas para que se acercara.
—Ay, mi amor, — Elisa dijo con voz temblorosa, — ¿estás bien?
—Si, no pasó nada. — él trató de tranquilizarla. Notó que tenía los ojitos brillantes de
aguantarse el llanto.
El médico se acercó con gasa embebida en Pervinox para terminar de limpiarle el
hombro. No tenía cortes, sólo algunos raspones que no parecían serios.
—No estamos tan seguros. Yo le sacaría una radiografía. No parece tener nada roto,
pero la clavícula podría estar fisurada. Lo podemos trasladar al pueblo …
—Estoy bien. — Darcy retrucó enseguida. — En cuanto vuelva a Buenos Aires voy al
traumatólogo.
—Es decisión suya. Acá tiene un analgésico, por las dudas. Es bastante fuerte, le
aconsejo tomarlo con algo en el estómago. Y hágame caso, —insistió, — sáquese una
placa.
—Si, gracias. — Darcy tomó el blister que le entregaba el doctor y se lo entregó a
Elisa.
No se discutió más el tema y el médico se alejó de la pareja. Darcy puso su brazo
alrededor de la cintura de Elisa y ella se reclinó y le acarició el pelo mojado. Ya se le
caían las lágrimas.
—Ey, — Darcy le sonrió con ternura. —Estoy bien, no me pasó nada.
Fue ahí cuando Elisa se dio cuenta de que él la estaba consolando a ella, cuando
debería ser al revés. Se secó los cachetes y tomó aire para sacarse la angustia de
encima.
—Estás helado. — le dijo. — ¿Dónde está tu camisa?
—Ahí, —apuntó, — está mojada. Carlos fue hasta el hotel a buscarme ropa seca para
cambiarme.
Elisa buscó una manta que había en la carpa y se la puso sobre los hombros. Darcy se
sobresaltó un poco cuando tocó la zona lastimada.
—¿Te duele?
—No mucho. Tuve caídas peores.
Le acarició la cabeza con dulzura. Era obvio que le molestaba y se la estaba
aguantando. —Al final, no sos tan pollerudo como dijo Carlos. —dijo en broma,
intentando animarlo. — Te diste un golpe bárbaro y ni te quejás.
—Mejor que aquél no diga nada. — Darcy sonrió. — cuando se cayó en Francia
mariconeó una semana entera por un moretoncito.
Se quedaron ahí un rato más, haciéndose caricias, hasta que Carlos llegó con una
muda de ropa seca. De ahí se fueron para la sede del torneo, en donde se celebraría la
entrega de premios a los ganadores. Carlos obtuvo el primero puesto y Darcy, a pesar
de su caída, estuvo entre los diez primeros.
Aunque su novio insistía que estaba bien, Elisa se dio cuenta de que no era así. El
dolor se le notaba en la cara. La molestia se hizo más intensa cuando el cuerpo se le
enfrió y tuvo que tomarse un analgésico. Una vez recibidos los trofeos y cumplidas
las formalidades, partieron rumbo al hotel.
Carlos y Julieta se fueron para su cuarto para armar los bolsos, Elisa acompañó a
Darcy al suyo. Como esperaban, Carlos desordenó todo cuando buscó una muda de
ropa seca para Darcy.
—Qué quilombo hizo, — comentó Elisa al ver la ropa tirada por toda la cama. Carlos
había dado vuelta el bolso para buscar un pantalón, una remera y un par de zapatillas.
Darcy no contestó así que se dio vuelta para mirarlo. Se estaba frotando el estómago
y estaba blanco como un papel. Parecía que iba a devolver en cualquier momento.
—¿Te sentís bien? — se le acercó, preocupada.
—Me parece que el analgésico me cayó mal. Tengo el estómago vacío y …
Hizo una arcada y Elisa lo sostuvo y lo hizo sentar en la cama. —Quedate ahí que en
la cartera tengo unos Tostis.
—No tengo hambre …— Darcy intentó protestar.
—Dale, comé uno. — Elisa le dio una tostadita de agua de un paquetito que se había
llevado el día anterior del restaurante.
A regañadientes, Darcy se comió un par mientras Elisa se sentaba junto él en la cama
y le frotaba la espalda.
—¿Mejor?
—Si, gracias. Ya se me pasó. Parecía que tenía un calambre dentro del estómago.
—¿Porqué no te recostás un rato antes de salir? Te va a hacer bien dormir un poco.
Darcy le sonrió con cansancio. —¿Te quedás conmigo?
Ella ni lo dudó. Y no tenía nada que ver con el sexo, sabía que no pasaría nada. Él la
necesitaba y no pensaba abandonarlo.
—Por supuesto. Esperá que acomodo un poco esto …
—Dejá todo así, — Darcy hizo la ropa a un lado. Se sacó las zapatillas y recostó en la
cama, totalmente vestido. —Después rearmamos el bolso.
Elisa buscó una frazada en el armario y se acostó al lado de su novio. Se quedaron
dormidos casi enseguida.
Al cabo de una hora, Darcy se despertó bastante descansado y sin molestias
estomacales. El analgésico estaba haciéndole efecto a pleno y el hombro casi no le
dolía.
Enseguida notó que no estaba solo en la cama. Elisa yacía a su lado profundamente
dormida, abrazándolo con un brazo y una pierna, el rostro muy cerca del suyo,
compartiendo la almohada. Se la quedó mirando un rato, disfrutando del calorcito que
le daba, y le dio un beso suavecito en los labios.
—Eli, despertate.
Elisa ni se movió. Intentó otra vez.
—Elisa, mi amor, es hora de irnos.
Esta vez ella hizo un par de ruidos, y se dio vuelta para el otro lado refunfuñando un
—Ya voy, ma.
Darcy sonrió y se acomodó detrás del cuerpo de ella, siguiendo su contorno, haciendo
‘cucharita’. La palmeó en la cola.
—Vamos, mi cielo. Hora de levantarse.
Elisa abrió los ojos, un poco desorientada y giró para verlo. Parpadeó un par de veces
antes de darse cuenta de lo que pasaba.
—Me quedé re-dormida. ¿Te sentís mejor?
—Mucho mejor. El hombro ni me duele.
—Tenés mejor cara.
—¿Descansaste bien? — Darcy le hizo unas caricias en la cintura.
—Re bien. Me vino bien esta siestita. —Elisa respondió desperezándose contra el
cuerpo de él.
Empezaron un juego de besos y abrazos que al principio fueron tiernos e inocentes
pero que pronto se dejaron llevar por el deseo, bocas ardientes y movimientos
sensuales, dejando a un lado sentido común y abocándose de lleno a la seducción y al
descubrimiento.
La lesión en el hombro, aunque casi no dolía, le dificultó a Darcy hacer ciertos
movimientos. Igualmente eso no le impidió meter la mano debajo de la blusa de Elisa
y palpar sus pechos turgentes y dibujar círculos alrededor del ombligo. Ella se animó
a hacerle caricias más íntimas, a tocar la fina piel debajo de la cintura de sus
pantalones o enroscar una pierna alrededor de él mientras Darcy se apoyaba en ella.
Para facilitarle un poco las cosas, Elisa lo hizo tenderse de espaldas y se reclinó
contra su cuerpo mientras ella tomaba el liderazgo en los besos. Atravesó una de las
piernas arriba de su pelvis y empezó a frotar su entrepierna, excitándolo aún más.
Darcy se entregó a su dominio, se dejó provocar, quiso más y la instó a subirse arriba
de él.
Habían pasado a un plano completamente distinto, ya no era un juego de seducción
sino un preámbulo amoroso. Ondulaban uno contra el otro, sexo contra sexo, lenguas
desvergonzadas, labios hambrientos. Ambos sabían lo que querían y ninguno estaba
dispuesto a dar marcha atrás a lo que habían comenzado. Había llegado la hora de
consumar su amor.
Por respeto a su enamorada, antes de comenzar a desvestirla, Darcy expresó sus
deseos carnales en voz alta, como para que no queden lugar a dudas de sus
intenciones.
—Elisa, quiero hacerte el amor. Ahora.
La respuesta de ella, fue directa y silenciosa. Se sentó derecha y comenzó a
desabrocharse la blusa.
La prenda fue descartada enseguida y Darcy se incorporó un poco para deshacerse de
su chomba. Elisa lo ayudó gustosa y descendió nuevamente sobre él para besarlo
mientras él, con la mano sana, le desabrochaba el corpiño y lo sacaba de en medio. La
hizo levantarse nuevamente, tenía que verla y que tocarla y por fin se dio el gusto de
acariciar los pechos desnudos, de besarlos, de libar de sus pezones y hacerla gemir de
ardor y de placer. No satisfecho con eso, bajó las manos a su cintura y comenzó a
desprenderle los pantalones.
Pero la suerte no estaba con ellos. Cuando Darcy pudo meter la mano dentro y tomar
una nalga, golpearon a la puerta.
—Guillermo, hora de irnos.
Era Carlos Barrechea.
Elisa se irguió sobresaltada y lo miró con ojos asustados.
—No te puedo creer. —Darcy dijo por lo bajo.
—¿Guille, me oís? — Carlos insistió.
Darcy murmuró un epíteto de lo más inapropiado, que hizo reír a Elisa. Los
enamorados intercambiaron miradas, la de él llena de frustración, la de ella,
resignada.
—Tal vez, si no decimos nada, se va. — Elisa murmuró.
Darcy sacudió la cabeza. Conocía a su amigo.
—¿Guillermo, estás bien? — Ya había preocupación en la voz de Carlos. Pronto
tiraría la puerta abajo.
—¡Si, estoy bien! — Darcy ladró de vuelta. —¿Qué pasa?
—Eh …— Carlos dudó un poco. — ¿estás con … Elisa?
—¡Si!
—Sorry, hermano. No quise interrumpir, pero son casi las seis y tenemos que
volver.
Suspiró. No tenía caso. El clima ya se había arruinado y esto no era algo que quería
hacer a los apurones. Miró a Elisa y sonrió con tristeza.
—Nos tenemos que ir.
Elisa asintió y buscó su ropa.
—En diez bajamos, Carlos. — Darcy le gritó a su amigo.
Se vistieron en silencio y luego Elisa ayudó a Darcy a preparar su bolso. Antes de
dejar la habitación, Darcy se acercó a abrazarla.
—¿Estás bien? Te quedaste callada.
Ella le sonrió, pero no se la veía muy feliz. Estaba un poco movilizada por todo lo
que había pasado ese día, el accidente, casi hacer el amor con él pero y ahora tendrían
que separarse otra vez. Sentía que se le venía en mundo encima, que nada era como
ella quería que fuera.
—Si, estoy bien. Pensé por un momento que … no sé, que íbamos a estar juntos todo
el tiempo y vos ya te vas y … supongo no tenía que ser.
Darcy le acarició la mejilla. —Quedará para la próxima. Igual, nos vemos en la
Peregrina para Pascuas, ¿no?
Los ojos de Elisa brillaron de felicidad. —Si, por supuesto.
¹ En el juego del Truco Argentino (con naipes españoles), cuando un jugador canta ‘Falta Envido’, y oponente ‘quiere’ (acepta) el que
tiene las mejores cartas, gana toda la partida. Irse ‘al mazo’ es darla por perdida sin mostrar las cartas, o sea, acobardarse.
—¿Ma, viste mi remera blanca? ¡La que tiene un dibujo de una mariposa! — Elisa
gritó desde el cuartito de planchado.
Adela se acercó mientras se secaba las manos en su delantal de cocina. —¿No está
acá? Me pareció haberla visto hoy temprano cuando saqué la ropa de la soga. ¿No la
tendrá María?
—Si la tiene, la mato. La lavé ayer para llevármela hoy a La Peregrina.
—A ver …— Adela buscó entre el canasto de ropa recién lavada. Con cuatro hijas
mujeres y un yerno casi adolescente, la cantidad de ropa que se lavaba en esa casa por
día era muchísima. En medio de la parva encontró lo que buscaba su hija. —Mirá,
acá está.
—Gracias, mami. — Elisa dobló prolijamente la remera.
La madre suspiró y se sentó en una de las sillas. —Van a ser unas Pascuas tranquilas
sin vos ni Juli en casa.
—Yo también los voy a extrañar. —le sonrió a su mamá.
—La casa está tan quieta. Desde que empezaste el colegio y tu hermana se mudó con
Carlos … ya no es lo mismo.
Elisa trató de darle ánimo. —Ay, mamá, no digas eso. Ya va nacer el bebé de Cata y
vas a estar tan ocupada que ni vas a tener tiempo de acordarte de que no estamos.
La cara de Adela se iluminó. —Nunca me imaginé que sería abuela tan joven. ¡No
veo la hora de que llegue ese bebé! Y después vendrán los tuyos y los de Julieta.
Maria … bueno … espero que algún día siente cabeza, no sé que hombre la va
aguantar con esos libros raros que escribe.
—A alguien va a encontrar, quedate tranquila.
—¿A qué hora dijiste que te venía a buscar Guillermo?
—Alrededor del mediodía. Quiero tener el bolso listo temprano, como para no andar
corriendo. —Elisa siguió acomodando la ropa que pensaba llevarse. Dobló las
prendas que acababa de planchar y apiló la ropa interior.
—Te llevás unas cuantas cosas. Ni que te fueras para siempre. —Adela comentó en
tono de broma. Ahí apilada estaba la mitad de la ropa de su hija.
—Me voy por cinco días y no sé si Guillermo tiene planeado ir a algún lugar elegante
o no. Mejor prevenir, no quiero ponerme todos los días lo mismo ni andar
desarreglada. Tampoco quiero andar molestando para lavar mi ropa allá.
—No seas tonta. Me imagino que Guillermo tiene personal de sobra, una lavandería y
esas cosas. Siempre se lo ve tan impecable que seguro lo atienden como un rey en la
casa.
Elisa suspiró. —Seguramente. El mundo de él es tan distinto al nuestro. La casa es
tan grande, tiene un ama de llaves, jardinero, empleados, personal de seguridad,
empresas …a veces todo eso me asusta un poco.
Adela puso su mano sobre la de su hija. —Te vas a desenvolver como una reina, mi
cielo. Si un hombre como Guillermo se enamoró de vos, es porque sos una chica
extraordinaria. Un poquito peleadora a veces, pero tenés un corazón de oro. Sé vos
misma, y todos te van a adorar como te adora tu novio.
—Gracias, ma. — Elisa sonrió con los ojitos radiantes de alegría.
—Estoy tan contenta por vos y Julieta. No pudieron encontrar hombres mejores para
compartir su vida. Tanto Guillermo como Carlos son chicos de primera, tan correctos
y de buena familia. Lo único que me pesa de todo esto es que cuando se casen te vas
a ir a vivir tan lejos y que no nos vamos a ver como antes.
—No digas eso, mami. Son tres horas de viaje, nomás. — el color se le subió a los
cachetes cuando su mamá mencionó el matrimonio. —Además, ¿quién dice que nos
vamos a casar? No hace cuatro meses que estamos de novios. Tal vez en un par de
meses nos peleemos y no nos volvamos a ver nunca más. Uno no sabe las vueltas de
la vida.
Adela se rió de la ingenuidad de su hija. —Eli, mi amor, ustedes están tan
enamorados que todavía no entiendo como todavía no se fueron a vivir juntos. Son el
uno para el otro, de eso no me cabe duda.
Darcy llegó pasado el mediodía, un poco más tarde de lo pactado debido a demoras
en la ruta. Saludó a los Benítez y respondió de muy buen humor a los ‘cuidame a la
nena’ y ‘que la pasen lindo, chicos’ que le impartieron los padres de su novia. Lo
invitaron a almorzar, invitación que declinó para no demorar el regreso y junto con
Elisa emprendió el largo camino a La Peregrina.
Cuando salieron a la ruta, Elisa le echó los brazos alrededor del cuello y le dio un
beso ruidoso en el cachete. —Estoy recontenta de haber venido.
—Yo también de que vengas. —Él intentó devolver el beso sin perder el control del
vehículo. — Cuando venía para acá me llamó Carlos. Me dijo que no pueden venirse
esta noche, que vendrían recién mañana a mediodía. Parece que se les complicó
porque Julieta tiene una cirugía y no sabía bien a qué hora terminaba.
A Elisa se le cayó un poco la sonrisa de la cara, pero no del todo. —Está a full con el
trabajo, la tienen de acá para allá. Qué raro que no me llamó para avisarme.
—Debe estar ocupada.
—¿Así que vamos a estar solitos?
—¿Te molesta?
Elisa sonrió. —No, para nada.
—Esta noche pensaba hacer un asado, pero para nosotros dos no vale la pena. Le
puedo pedir a Palmira que prepare algo, o nos podemos ir a cenar al pueblo. ¿Qué
preferís?
Lo pensó por un momento. —Mejor nos quedamos en la casa, ¿no te parece?
—Me parece bárbaro. — A Darcy le gustó la idea. Así tendrían más tiempo para el
romance.
Llamó a su ama de llaves y le dio nuevas instrucciones para la cena. A Elisa le gustó
que también le pidiera que prendiera el hogar del living-room y las salamandras.
Aunque no hacía mucho frío, a la noche refrescaba y más aún en el campo, en donde
el clima era más destemplado. Además, los hogares a leña encendidos siempre le
daban a los ambientes un tono más romántico.
Durante el camino, la pareja hizo planes para los cinco días que pasarían juntos.
Hablaron de cabalgatas, un viaje a Capilla del Señor a ver una fiesta tradicional por
las Pascuas y tal vez ir a Luján a probar las exquisiteces del restaurante de las
misioneras de L’eau Vive. En ningún momento tocaron el tema sexo ni se mencionó
en donde dormiría Elisa. No es que lo dieran por sentado o que lo estuvieran
desechando, sino que prefirieron no discutir algo que podría incomodar a uno o a
otro. Los dos querían dejar que las cosas fluyeran naturalmente, sin presiones ni
apuros.
Llegaron al campo unas tres horas más tarde. Palmira los esperaba con mate,
bizcochitos y otras delicias pero antes de sentarse en la galería, Darcy acompañó a
Elisa al dormitorio para que dejara sus cosas y se refrescara después del viaje.
—Bueno, este es tu cuarto.
—Ah. — Elisa se quedó parada en la puerta con una sensación muy rara en el
estómago. Era una mezcla de desilusión y alivio, esperaba que él fuera quien tomara
la iniciativa pero al mismo tiempo le gustó poder elegir, que no le estuviera
imponiendo nada. ¿Se animaría ella a dar el primer paso o ésta era una simple
cortesía de él para quedar bien y preparar el terreno? ¿Por qué siempre tenía que
sobre analizar todo y llegar a la peor conclusión? Ya había decidido ir con la marea, y
era hora de hacer exactamente lo que se había propuesto.
—El mío está allá, al final del pasillo. — Darcy apuntó a la última puerta del lado de
enfrente.
Elisa sonrió ampliamente. Su novio tenía una sonrisita traviesa dibujada en la cara
que daban ganas de comérselo a besos.—Bueno, ya sé en donde encontrarte.
Él no dijo nada. Llevó el bolso hasta una silla y le mostró en donde estaba el baño.
Elisa nunca se imaginó que su dormitorio tendría baño en suite.
—Espero que estés cómoda. Si necesitás algo no dudes en decirme.
—No creo, es un cuarto precioso. —Dijo, mirando alrededor.
—Era el cuarto de mi abuela, cuando venía a La Peregrina. Le hicimos unos arreglos
hace poco, pero básicamente está como era entonces. ¿Querés que te mande a alguien
para que te ayude a desarmar el bolso?
—No hace falta. Gracias.
—Bueno, te dejo un minuto para que te acomodes. Te espero afuera, así tomamos
unos mates.
—Dale.
La tarde pasó rápido. Se sentaron en la galería a tomar mate y caminaron un rato por
el parque, abrazados, mirando el caer del sol. Cenaron la rica comida que les preparó
Palmira y luego se fueron para el living room a charlar un rato. Se acercaba la hora de
ir a la cama y a Elisa ya le estaba empezando a revolotearle el estómago, tanto que se
levantó del sillón en donde estaban sentados y se puso a recorrer la habitación, a
mirar retratos y otros objetos que tenían poco de interesante pero que ayudaban a
distraerla un poco.
Darcy no tardó en seguirla. Se paró detrás de ella y le masajeó los hombros antes de
inclinarse un poco para darle un beso en la oreja.
—¿Y Justina? — Elisa preguntó de repente. —¿Por dónde anda?
Él se irguió enseguida. —En Punta del Este, con unas amigas.
—Ah.
Elisa siguió mirando fotos. Darcy pronto retomó sus caricias, tomándola de la cintura
y deslizando las manos hacia su estómago para atraerla más hacia él.
— ¿Este quién es? Se parece a vos.
Esta vez no la soltó, es más, la respuesta vino entremezclada con besos suaves
aplicados en la delicada piel del cuello de su novia. —Mi papá. Dicen que nos
parecemos mucho, aunque soy un poco más alto.
Ella suspiró y se reclinó contra su pecho. De nada servía resistirse, es más, no
pensaba hacerlo y aceptó los besos y caricias inclinando la cabeza hacia un lado y
cubriendo las manos de él con las suyas.
Los labios de él eran como brasas que la iban encendiendo lentamente. La hizo darse
vuelta y sus bocas se unieron en un beso largo y hambriento que lejos de saciarlos,
sólo aumentaba el deseo que sentían el uno por el otro.
En eso, suena el celular de Darcy y los enamorados se separaron de mala gana. Lo
atendió tras murmurar un insulto.
—¿Qué pasa? — casi le ladró a quien osó interrumpirlo.
Elisa pudo ver como el enojo se transformaba en preocupación. La conversación fue
breve y terminó con un ‘enseguida voy para allá’ de su novio.
—Perdoname, me tengo que ir un momento, — Darcy suspiró, resignado. —Uno de
los caballos tuvo un cólico y no encuentran al veterinario. Anselmo dice que no es
nada serio, que ya está pasando, pero mejor ir a ver qué pasa.
—¿Querés que te acompañe? — Preguntó Elisa.
Él sonrió. Aparecerse con Elisa en los establos a esa hora de la noche daría que hablar
al personal y no quería exponerla a eso. — Prefiero que te quedes en la casa, si no te
molesta.
—Entonces te espero. — Ella le devolvió la sonrisa. —Voy a estar en mi cuarto.
Él le acarició la mejilla con ternura. —No tardo, te lo prometo.
Si bien el caso no era grave, Darcy se demoró casi una hora en volver. La casa estaba
a oscuras y al no ver luz por debajo de la puerta de Elisa, fue directo a su cuarto a
lavarse un poco y sacarse la camisa, que olía a establo. Estaba ansioso, inquieto y
antes de hacer algo impulsivo –como ir al cuarto de Elisa y meterse en su cama--
caminó hacia la ventana, se reclinó contra la pared y se puso a observar inmensidad
de la noche.
Esta era, sin duda, una noche hermosa. El cielo estaba limpio y lleno de estrellas y la
luna en creciente, casi llena, blanquecina en su ascenso, daba algo de claridad a los
jardines de la Peregrina. Por un momento, su mente se distrajo con las supersticiones
camperas que acompañan a los cambios de luna, cómo el astro influenciaba la
planificación de la siembra, la poda de frutales, decidía servicios y desencadenaba
pariciones. El plenilunio era sinónimo de fecundidad, de siembra, de noches
románticas entre enamorados. Ésta era una noche para amar y ser amado, para
compartir y abrazar. Era una noche para hacerle el amor a la mujer que deseaba con
locura.
Entrelazado en los sonidos de la noche, oyó un murmullo que no tardó en identificar,
—Guillermo …
Elisa estaba nerviosa. La repentina ida de Darcy le había dado un poco de tiempo
para relajarse, para prepararse, pero aún así no podía aplacar la ansiedad que le
estrujaba el pecho. Fue al baño, se lavó la cara y los dientes y observó su reflejo en el
espejo por un largo rato, buscando imperfecciones, pensando los cambios enormes
ocurridos en los últimos meses, cambios que Darcy trajo aparejados consigo poco
más de un año atrás, cuando llegó a la Reconquista. Por primera vez sentía que su
vida tenía un sentido, que seguía un rumbo, que los sueños de su infancia, que hasta
no hace mucho le parecían inalcanzables, estaban cada día más cerca. Estaba
descubriendo un mundo nuevo de la mano de él y no veía la hora de seguir
recorriéndolo.
Fue a la habitación y tomó el camisón que compró para esta noche. Era de un fino
algodón, blanco con un detalle bordado en el escote, sencillo y puro, tal vez un poco
ingenuo, como ella. Se desvistió, se lo puso, y se acercó a la ventana, a admirar la
luna que asomaba sobre la arboleda del jardín. Con la luz apagada, se dejó envolver
por la magia de esa noche preciosa, llena de ensueño, hecha para abrazar, para
fundirse en el calor de los brazos del hombre que amaba.
Sintió el ruido de un auto acercándose a la casa y supo que Darcy ya estaba de vuelta.
Oyó sus pasos en la escalera, en el pasillo y sintió un poco de tristeza, más bien de
soledad cuando él de dirigió directamente a su cuarto. ¿No sabía que lo estaba
esperando? Tal vez pensó que estaba dormida y no quiso molestarla. O no, tal vez se
estaba preparando para golpear su puerta en un momento.
Pasaron cinco minutos y nada. Esto sólo aumentó la sensación de vació que venía
creciendo desde que él la dejó sola en la casa y Elisa se dio cuenta de que no quería
esperar más, que quería estar con él y así, descalza, vestida en su sencillo camisón
blanco, salió al pasillo y fue directamente a su cuarto y abrió la puerta sin golpear.
Vio su figura recortada en la ventana, iluminado por una tenue luz blanca que se
filtraba por el vidrio, y esperó a que él notara su presencia. Pero eso no ocurrió, él
siguió perdido en sus pensamientos, hechizado por la luna casi llena que trepaba por
el cielo del campo.
—Guillermo …
Darcy se dio vuelta al oír su nombre. Vio la figura de Elisa en la oscuridad y quiso
decir algo, pero no le salía la voz. Se había quedado mudo al verla en su habitación,
descalza y vistiendo un camisón blanco cortito que hacía volar su imaginación. Era
tan angelical como tentadora, inocencia y seducción, niña y mujer.
—No te escuché entrar. — Dijo finalmente, con el corazón latiéndole fuerte en el
pecho.
—Te estaba esperando. —Ella respondió en una voz suave. —No te di un beso de
buenas noches y como no pasaste a … saludarme, quise venir a dártelo.
Darcy se le acercó lentamente. —Me ganaste de mano. Estaba por ir a tu cuarto a
saludarte, pero quise cambiarme antes. Olía a establo.
Elisa notó que estaba sin camisa y al tenerlo más cerca, con sus ojos acostumbrados a
la oscuridad, pudo distinguir los planos y sombras de sus músculos del pecho, el vello
oscuro que bajaba por su estómago, el cinturón del jean desabrochado. Se le hizo
agua la boca.
Darcy también estaba ensimismado el cuerpo de ella. De cerca, el camisón mostraba
más de lo que cubría y supo que no llevaba corpiño al ver como los pechos jóvenes y
firmes tensaban el delgado algodón. Sintió el despertar de su sexo y un revoloteo en
el estómago que lo hicieron acercarse un poco más.
—¿Buenas noches, entonces? — preguntó en voz baja.
Elisa sonrió y se adelantó hasta que estuvieron a un par de centímetros de distancia.
Se paró en puntas de pie y suspiró un —Como vos digas, mi amor, —antes de besarlo
en la boca.
El beso se alargó y sus cuerpos se fundieron en un abrazo que dejaba más que claro
que sería no era un simple beso de buenas noches.
—Elisa, — Darcy se apartó un momento. — Si pensás irte, mejor que lo hagas ahora,
porque después no te voy a dejar ir.
—Me quiero quedar acá con vos.
No pudo haber sido más clara. Comprendido el mensaje, Darcy no perdió tiempo y se
puso manos a la obra. La besó, largo y profundo, le acarició suavemente el cuerpo,
reconociendo curvas de manera íntima y sensual. Pronto se deshizo del delgado
camisón y la trajo contra su cuerpo para besarla y abrazarla como sólo los amantes lo
hacen. Pensó en preguntarle una vez más si estaba segura, pero se dio cuenta de que
no tenía sentido ya que Elisa estaba desprendiéndole el pantalón con dedos ansiosos.
Se lo quitó rápidamente y así, casi desnudos, se tendieron en la enorme cama a
continuar con las atenciones que los acercaban cada vez más a la consumación de su
amor.
Darcy sabía que la primera vez de una mujer podía ser dolorosa así que fue
especialmente cuidadoso. Se tomó su tiempo en acariciarla y en despertar su ardor.
No sólo quería complacerla sino también tomar placer en ella y lentamente comenzó
un juego amatorio que la hizo contonearse y suspirar por más. Besó sus labios, libó
de sus pechos y deslizó su boca lentamente por la suave piel del abdomen,
excitándola con labios y lengua. Mordisqueó su cintura hasta llegar a la inquieta
cadera para quitarle esa diminuta tanga y así tenerla desnuda y abierta en su cama,
como la venía soñando desde hacía meses. Al deshacerse de la prenda la besó en el
ombligo, luego más abajo en donde nacía el monte de Venus y hubiera seguido hasta
probar su sexo si Elisa no hubiese apretado las piernas y suspirado un tímido ‘no’ que
lo hizo darse cuenta de que ella todavía no estaba lista para esto.
Así retomó el camino de subida y se dedicó a besar sus pechos y mientras jugaba con
sus pezones, le acarició las piernas, masajeando el muslo hasta llegar al lugar que sus
labios no habían podido tocar. Esta vez ella lo dejó proseguir y se abrió a un toqueteo
que empezó suave y discreto pero que rápidamente se hizo más desvergonzado y
sexual cuando Darcy, sin reparos, deslizó los dedos entre sus pliegues y desparramó
su humedad, alistándola para su ingreso.
—Tocame, Elisa, por favor,— le suplicó al oído mientras la frotaba con anhelo.
Elisa no yacía pasiva. No hacía más que arquearse y acariciarle la cabeza a Darcy
mientras él la acercaba cada más a su placer. Ante este pedido, ella deslizó una mano
por el cuerpo de él y tomó el miembro erecto que asomaba por la abertura de sus
boxers. Sus bocas se unieron en un beso ansioso y voraz. Ella lo tocó con cierta
timidez al principio para luego empuñarlo con seguridad y firmeza, acompañando al
ritmo que imponían sus caderas. Así siguieron un tiempo, dándose placer con sus
manos hasta que Darcy la llevó hasta donde él quería y la sintió ponerse tensa con la
llegada de su clímax. Percibió sus latidos y, loco de excitación, se apartó para quitarse
los boxers y buscar protección. Más listo que nunca, se acomodó entre sus piernas y,
por fin, ingresó a la oscuridad virginal de su sexo.
El paso fue rápido y si Elisa sintió algún malestar, no lo hizo saber. Darcy prosiguió
con delicadeza, a un paso lento, mirándola a los ojos, dándole besos suaves en la cara
y en el cuello mientras esperaba que ella se amoldara a él. Sin embargo y a pesar de
sus esfuerzos, ya sea por inexperiencia o nerviosismo, Elisa no pudo relajarse del
todo y entregarse completamente al goce. Estaba tensa y eso le generó un poco de
incomodidad. Por suerte Darcy era un hombre ducho en el arte de amar y el roce y la
presión que ejercía sobre un área extremadamente sensible le generaron otro tipo de
tensión, de esas que hace que una mujer se arquee contra el cuerpo del hombre amado
y Elisa pudo lograr un pequeño clímax. Lo sostuvo firme entre sus piernas y,
acompañando sus jadeos, lo incitó a ir más rápido, más profundo hasta que lo hizo
perder el control y Darcy, finalmente, cayó rendido sobre ella.
Una vez recuperado el aliento, Darcy se elevó para apoyarse en un codo y así dejarla
respirar. Acercó una mano para acariciarle el pelo y la besó suavemente en los labios.
—¿Estás bien? — Darcy le preguntó con ternura.
Ella asintió y se sonrieron.
Así comenzó esa noche de luna casi llena, de mares y de sudor, de sábanas
enroscadas en los cuerpos de dos enamorados que finalmente se entregan a sus
pasiones. Siguieron despiertos casi hasta el amanecer, probando nuevos placeres,
hasta que finalmente los venció el sueño y se durmieron muy juntos, acunados por el
cansancio que sólo llegan después de una larga noche de amor. Estaban felices como
pocas veces lo habían sido.
Capítulo 40
La luz del día tiñe las cosas con otro color y lo que en la oscuridad fue romántico y
sensual, por la mañana se convierte en … raro. Los amantes que yacían adormecidos
no estaban acostumbrados a compartir el lecho con otra persona y, por más grande
que fuera la cama, terminaron enredados el uno en el otro. Darcy era de esos que se
agarran a lo que tienen al lado –ya sea almohada o mujer desnuda—y Elisa, de sueño
pesado y malhumores matutinos, no hacía más que empujarlo para sacárselo de
encima. Así se despertaron, uno con la libido en alta, buscando placeres mañaneros,
la otra a los codazos. En cuanto se dieron cuenta de lo que pasaba, empezaron los
pudores, especialmente del lado de Elisa, quien se encontró como Dios la trajo al
mundo, con una mano sosteniéndole un pecho, otra tomándola firmemente de la
cadera mientras un apéndice masculino le rozaba las nalgas.
Más que su desnudez, a Elisa le preocupaba su aspecto. Estaba segura de que su
melena se asemejaba a un nido de caranchos y dudaba de la frescura de su aliento.
Olía a sexo, se sentía pegoteada. Quería ir al baño a asearse un poco pero no se
animaba a salir de la cama por pudor a que él la viera.
Su novio, por su parte, en lugar de darle espacio, la tenía apretada contra sí, sin
intenciones de soltarla. Presa de instintos de lo más primitivos, no podía evitar
frotarse contra el cuerpo de ella, aún sabiendo que la hacía sentir incómoda. En su
sopor, sólo pensaba en postergar el desayuno y descargar nuevamente su libido en el
cuerpo de Elisa. Sexo y comida, eso quería, en ese orden. Aparentemente, los tres
encuentros de la noche anterior, en lugar de aplacar su virilidad, la habían exaltado y
ni siquiera las patadas que Elisa le dio en sus sueños lograron disuadirlo.
Ya más despiertos, se miraron y se sonrieron, ambos con cara de haber tenido lindos
sueños. Darcy masculló un buen día y la besó en el hombro. Elisa se desperezó en su
abrazo, empezando a tomarle el gustito a esto de despertarse juntos. Era muy
agradable
—¿Dormiste bien? — él le preguntó con voz ronca.
—Re bien. — le respondió tras un suspiro.
—Sos preciosa cuando recién te despertás. —Darcy le acarició el costado. Estaba
desaliñada como era de esperarse, pero absolutamente hermosa, con ese brillo
especial en la piel que tienen las mujeres después de hacer bien el amor.
—Mentira. —retrucó. —Debo parecer un esperpento.
La besó en la oreja. —Jamás.
Empezó a prepararla para hacer el amor otra vez, aunque no era necesario, estaba más
que lista. Apartó las cobijas, exponiendo sus cuerpos desnudos a la luz del día. Elisa
no se sintió incómoda y se animó a ver lo que la noche no quiso mirar. Le gustó ver
como él reverenciaba y tomaba deleite en su cuerpo, qué hacía para excitarse y
excitarla y aprendió los juegos sensuales de los amantes. Se sintió más mujer que
nunca.
Cuando finalmente se apartaron, Darcy se fue directo para la ducha. Al salir, con el
pelo mojado una toalla alrededor de la cadera, Elisa ya tenía puesto el camisoncito
blanco y la diminuta tanga que Darcy ya tenía ganas de arrancarle con los dientes.
—Estoy muerto de hambre. — Darcy anunció con una sonrisa.
—Yo también. ¿Qué hora es?
—Casi la una, un poco tarde para desayunar. ¿Querés que almorcemos directamente?
—Antes que nada me quiero dar una ducha. — Le respondió Elisa.
—¿Y porqué no te bañás acá? —le ofreció.
—No, prefiero hacerlo en mi cuarto, así me ya me visto. — dijo y enfiló para la
puerta.
Él la detuvo enseguida. —No pensarás salir así.
—¿Por? ¿Qué tiene de malo?
—Eso … se transparenta todo. Te puede ver cualquiera en el pasillo.
Ella se rió. —No seas ridículo. No debe haber nadie caminando por ahí.
—No importa, pueden aparecer en cualquier momento. No quiero comentarios dando
vuelta entre el personal. — retrucó con autoritarismo. —Así no salís.
Elisa cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Y entonces qué hago? ¿Me quedo acá
encerrada el resto del día?
Darcy no pudo evitar sonreír con picardía. La idea de pasar todo el día en la cama le
era por demás atractiva. —Estaría bueno, ¿no?
Elisa lo lanzó una mirada mortífera. —Claro, porque eso no va a dar qué hablar. Ni
me imagino lo que habrán dicho hoy que no bajamos a desayunar.
Él se dio cuenta de su propia estupidez y suspiró resignado. —Está bien. Pero ponete
una de mis camisas. Así, si alguien aparece, estás un poco más cubierta. Me encanta
ese camisoncito, pero … preferiría que nadie más te viera usándolo.
Ella se le acercó para deslizar un dedito impertinente alrededor del borde de la toalla.
—¿Por eso me lo sacaste tan rápido anoche?
Aunque a Darcy le encantaba el coqueteo, tenía otras necesidades que satisfacer. —Te
juro, que si no tuviera tanta hambre, te lo sacaba de nuevo.
Ella soltó una risita divertida y corrió hacia el vestidor de él a ver qué se ponía. Buscó
entre las camisas hasta encontrar una que le gustaba, como si fuera a usarla el resto
del día. Mientras curioseaba dentro del armario y Darcy se vestía, algo le llamó la
atención.
—¿Y esto? — Elisa levantó un cabestrillo de neoprene azul intenso con tiras de
sujeción, para inmovilizar el brazo. Era por demás ortopédico.
—Ah, eso. — Darcy le dio poca importancia. —Lo usé para el hombro después de la
fractura.
Elisa alzó las cejas, sorprendida. Estuvieron casi 10 días sin verse después del
accidente, pero hablaron todos los días por teléfono y lo único que Darcy dijo acerca
de la lesión era que le dolía un poquito.
—Nunca me dijiste que te fracturaste. Es más, me dijiste que no era nada.
—Bueno, no me fracturé exactamente. — respondió, tratando de arreglar la metida de
pata. — Cuando me saqué la placa el médico me dijo que tenía fisurada la clavícula.
No fue nada serio, pero tuve que usar esa cosa por unos días.
—¿Y porqué no me dijiste?
—Se me habrá pasado.
Ella lo miró con escepticismo.
—¿Qué? —puso cara de inocente. —No me mires así, es cierto, además, creo que
anoche quedó más que claro que estoy bien, ¿no? ¿O querés te lo demuestre de
nuevo? Porque no tengo ningún problema en cargarte al hombro y llevarte a la cama
otra vez. Así vas a ver que no tengo nada roto.
—Ese no es el problema, sino que no me dijiste.
—¿Y qué hubieras hecho?
La pregunta la sorprendió porque realmente no sabía. —Bueno, no sé, darte apoyo
moral desde casa. O tal vez venirme un poco antes a cuidarte, no tengo idea. Lo que
me molesta es que no me lo hayas dicho.
—Sorry. — le sonrió, listo para dar el tema por finiquitado. —tenés razón, pero me
pareció que no tenía sentido preocuparte. Es más, me recuperé tan rápido que en un
par de días ya me había olvidado.
Elisa no le creyó demasiado, no parecía demasiado arrepentido, pero no tenía sentido
seguir discutiendo.
Se puso la camisa y juntos se asomaron al pasillo. Miraron para ambos lados para ver
si había alguien merodeando y, tras un chirlo sonoro que Darcy le dio a Elisa en la
cola, ella corrió para su cuarto a ducharse.
Pasaron el día juntos. Por la tarde se hicieron una escapada al pueblo a hacer unas
compras para la Semana Santa. A Darcy ya no le importaba el que dirán y hacían caso
omiso a las sonrisas que intercambiaba el personal cada vez que los veían besándose
y a los arrumacos. Estaban felices y nada les importaba.
Por la tarde recibieron otra llamada misteriosa de Carlos, que avisó que él y Julieta no
llegarían para la cena, que los aguardaran a para almorzar los cuatro juntos el Viernes
Santo. Darcy, de muy buen humor, lo reprendió un poco por su impuntualidad
patológica y lo amenazó con no volver a hacer pescado asado si no venían, aunque,
en realidad, estaba más que contento de tener más tiempo a solas con Elisa.
Se fueron a la cama temprano, como era de esperarse. Darcy acompañó a Elisa a
buscar su bolso, ambos dando por sentado que ella se instalaría en el cuarto de él
hasta su regreso a casa. Hicieron el amor y se quedaron charlando un rato largo,
abrazados en la cama.
—No puedo creer que hayamos esperado tanto para esto. —dijo Elisa mientras le
acariciaba el brazo. Ahora que había probado las delicias del sexo, sentía que era algo
de lo que no podría prescindir.
—Al principio no quería presionarte, no te notaba demasiado cómoda conmigo y
quise darte tiempo. Pero después, cuando me enteré que eras virgen, la cosa cambió
completamente.
—¿Ah si? ¿Por qué?
Darcy sonrió entre dientes. —Te vas a reír de mí.
—Te juro que no.
—Vas a decir que soy chapado a la antigua, pero me gustaba eso de tener una novia
virgen.
Elisa sonrió con ternura. —Me gusta que seas un poquito anticuado. Es lindo sentirse
cuidada y protegida. ¡Pero creo que esto me gusta mucho más! —Se rió y le dio un
sonoro beso en la mejilla.
—De haber sabido te hubiera traído acá mucho antes. Pero se me había metido en la
cabeza que quería casarme con una virgen y estaba decidido a proteger tu virtu …
Ni bien las palabras salieron de su boca, Darcy se dio cuenta de lo que acababa de
decir. Se miraron y notó que la sonrisa de Elisa había desaparecido de su rostro. Se la
veía … sorprendida y trató de arreglarla.
—Por favor no me malinterpretes, todavía quiero casarme con vos, aunque ya no seas
virgen, porque al final de cuentas, fui yo quién …
Los ojos de ella se abrieron de par en par. No estaba preocupada por cómo la pérdida
de su virginidad pudo haber afectado su relación, sino por que Darcy ya estaba
pensando en el matrimonio a sólo cuatro meses de estar juntos.
—¿Te querés casar conmigo? — Elisa no podía salir de su asombro.
Darcy levantó una ceja, no entendiendo bien a qué venía la pregunta. —¿Me lo estás
proponiendo?
—¡No! Digo, no es que no quiera pero … nunca hablamos de casarnos.
—Elisa, salimos desde hace cuatro meses, no me pareció oportuno. Pero quedate
tranquila que desde que te vi por primera vez, supe que eras el amor de mi vida.
Quiero que estemos juntos para siempre.
Si eso bastara para hacer derretir a una mujer, entonces Elisa sería una mancha
húmeda y amorfa sobre el colchón. Lo miró con tanto amor que él se animó a
preguntarle …
—Bueno, entonces, ¿qué te parece la idea?
El corazón le latía con tanta fuerza que Elisa sentía que iba a saltarle del pecho.¡ No
podía creer que le estaba por proponer matrimonio!
—¿Qué idea? — preguntó, por las dudas, no vaya a ser lo hubiera malinterpretado.
Darcy sabía que estaba precipitando las cosas, que tal vez era demasiado pronto, pero
no pudo con su genio y lo dijo. —De casarnos. ¿Te gustaría? ¿Querés ser mi esposa?
—Claro que sí, mi amor, claro que sí. — se le llenaron los ojos de lágrimas.
Se besaron y se encendió nuevamente la llama del deseo. Darcy la trajo sobre él pero
Elisa estaba tan ansiosa que casi no le da tiempo a ponerse el condón. Era como si
ella no se sintiera completa sin él, tenía que tenerlo dentro. Se amaron con
desenfreno, casi con ferocidad, hasta que cayeron, sin aliento y transpirados, uno
encima del otro. Él le acarició la espalda mientras Elisa descansaba sobre su pecho,
los dos cayendo en esa modorra que generalmente viene después del sexo intenso.
—No me diste tiempo a darte el anillo. — le dijo en un murmullo somnoliento.
Eso bastó para despertarla. Se irguió hasta quedar sentada sobre él. —¿Me comprase
uno anillo? ¿Cuando? ¿A ver?
Cuidando de no correrla, Darcy maniobró su brazo para extraer la cajita que tenía
guardada en la mesita de luz. La abrió y le mostró a Elisa el contenido. —Te lo
compré en el viaje a Sudáfrica, cuando visitamos una mina de diamantes. Lo hice
engarzar cuando volví a Buenos Aires.
Elisa otra vez se sintió a punto de llorar al ver como Darcy deslizaba el anillo en el
dedo anular de su mano izquierda. ¡Estaban comprometidos!
—Es precioso. — le dijo finalmente y se inclinó hacia adelante para besarlo. —Te
amo, mi amor.
Darcy la abrazó fuerte. —Yo también te amo muchísimo, mi cielo.
A la mañana siguiente, aún después de tan intensa noche, sabiendo que Carlos y
Julieta podrían aparecer en cualquier momento, los enamorados prefirieron levantarse
temprano y fueron desayunar en el comedor, como corresponde. Ahí los encontró la
otra pareja, haciéndose ojitos y saciando sus otros apetitos con las delicias que había
preparado Palmira.
Las parejas se saludaron. Enseguida vino una explicación no muy clara de Carlos
dando los motivos por los cuales no vinieron antes, que no coincidió en nada con las
excusas que anticipó por teléfono. Pero antes de que pudiera terminar, Julieta, casi
saltando de moción, no se aguantó más y le mostró a Elisa el anillo que tenía en el
dedo.
—Mirá lo que me dio Carlos. ¡Nos comprometimos ayer! ¡Nos vamos a casar!
Elisa soltó un chillido, abrazó a su hermana y vino su inevitable —¡Nosotros
también! ¡Mirá el que me dio Guillermo!
Más gritos y besos por parte de las chicas y abrazos y palmadas en la espalda entre
los hombres, orgullosos y felices con sus decisiones.
—¿A ver? — Julieta inspeccionó el anillo de su hermana. Era grande y redondo, de
un brillo extraordinario, engarzado en platino. El suyo era igualmente grande, un
poco más cuadrado, montado en un aro de oro.
Las chicas se retiraron para contarse los detalles de las respectivas propuestas de
matrimonio, muchos de los cuales no se podían contar (coincidentemente ambas
ocurrieron en la cama, después de hacer el amor), y aunque omitieron bastante,
fueron igualmente verborrágicas. Los hombres quedaron sentados a la mesa, sin decir
mucho. Carlos rompió el silencio con habitual desenfado.
—Che, ¿cuántos polvos te echaste en estos dos días?
Darcy, que estaba tomando un trago de jugo, casi lo excreta por la nariz. —Carlos,
sos un animal.
Su amigo soltó una carcajada. —¿Por? Jamás te vi tan bien, tan … relajado. Se nota
que te faltaba una revolcada. Y a Elisa también, pero ahí prefiero no opinar. Decime,
¿no estuve fenómeno? ¿No me merezco una felicitación?
Darcy levantó una ceja mientras se limpiaba con una servilleta. —Creo haberte
felicitado por tu compromiso con Julieta.
—No, boludo, no por eso. Por dejarte el camino libre. Me imaginaba que ustedes
andaban con ganas de concretar —la verdad, es que no entiendo como aguantaste
tanto— y que supuse que si se quedaban solos, bueno, que te ibas a decidir de una
vez por todas. Así que le dije a Juli que viniéramos un par de días más tarde y de
paso, ya que estábamos, le pedí que se casara conmigo. Me salió redondo. Ustedes
finalmente hicieron lo suyo y todos nos comprometidos. ¿No soy un genio?
Su amigo no pudo evitar reírse. La capacidad que Carlos tenía para simplificar las
cosas que era francamente envidiable. —Sí, la verdad que sí.
—Era lo mínimo que podía hacer, después de todas las veces que me bancaste para
que me quedara solo tu casa con Julieta. Hasta te quedaste en lo de los Benítez toda
una tarde. Te la debía.
Darcy sonrió en agradecimiento. —Gracias. Estuviste bárbaro.
Carlos se acomodó en su asiento, satisfecho de que su plan haya tenido éxito. —
Bueno, dale, contame, al final, ¿cuántos fueron?
Obviamente, no obtuvo respuesta.
El domingo de Pascuas amaneció soleado, con una temperatura muy agradable. Las
dos parejas pasaron la mañana en la galería, las chicas hablando, los hombres
preparando las cosas para el asado del medio día. Darcy recibió una llamada de su
hermana para desearle felices Pascuas y él, ya que estaba, le contó las últimas
novedades. Los gritos de Justina casi se escuchan a través del Río de la Plata. Cuando
su hermano se cansó de tanta euforia, le pasó el celular a Elisa, quien se encargó de
responder a las inquietudes de la menor de los Darcy acerca de posibles fechas y
planes de casamiento. No había mucho que decir, pero las futuras cuñadas acordaron
en encontrarse a la vuelta de Justina para empezar a organizar lo que ya auguraba ser
un gran evento. No todos los días se casaba un Darcy (tampoco eran tantos) y Justina,
fanática de las grandes fiestas, estaba dispuesta a hacer del casamiento de su hermano
la boda del año.
Llegando la hora del almuerzo, Elisa y Julieta se fueron a la cocina a preparar las
ensaladas. No había servidumbre por las Pascuas, y aprovecharon ese rato a solas
para conversar un poco.
—¿Qué te pasa que andás tan callada, Eli, preocupada por lo del casamiento? No le
des bola a Justina, hacé la fiesta como vos quieras.
Elisa sonrió, un poco nerviosa. —No, no es eso. Falta un montón, ni siquiera fijamos
fecha, así que eso no me preocupa para nada.
—¿Entonces? — insistió Julieta.
—Es que … —Elisa soltó un suspiro dramático. —Haber pasado estos días con
Guillermo … la pasé tan lindo. Además, él se va a quedar solo acá y …
—¿Y?
—Y que hoy me vuelvo a casa y … ya sé que tengo que ir a clases y a ayudar en casa
pero sé que me va a costar un montón esto de separarnos por tantos días y vernos los
fines de semana. Si antes era difícil, ni me imagino lo que lo voy a extrañar ahora,
después de pasar tanto tiempo juntos.
—¿Y vos que querrías hacer?
—Tengo que volver a casa, Juli.
—¿Porqué?
—Cómo porque. Porque tengo obligaciones en casa, tengo que ir a la facultad …
—Pedís el pase y listo.
—Sabés que no puedo hacer eso. ¿Quién se va a ocupar de la granja?
—Elisa, no es tu obligación sacar adelante esa granja. Creo que estás en edad de hacer
tu vida y pensar en tu futuro.
—Sí, pero no me puedo borrar de casa así como así.
—Son grandecitos. ¿Qué pensás hacer cuando te cases? ¿Viajar a La Arboleda dos
veces por semana para varear caballos? Es una locura.
—Al menos les voy a dar tiempo de organizarse.
Julieta la miró con escepticismo. —Conociéndolos, te van a tener ahí hasta el último
momento y después te van a llamar a la luna de miel para que les resuelvas las cosas.
Vos me contaste que corriste como loca durante diez días para poder escaparte para
Semana Santa. Y aún dejando todo organizado, Federico tuvo que hacerse cargo del
grupo de turistas porque papá no estuvo, como siempre.
Elisa se quedó callada, pensando.
—Mirá, Eli, — su hermana habló con la seriedad del caso. — Irme de casa fue lo
mejor que me pasó hasta ahora. Y no porque Carlos sea como es, porque la verdad es
que es un fenómeno en todo sentido, sino por todo lo que crecí profesionalmente y
como persona. Por primera vez puedo ocuparme de mis cosas, de mi futuro, hacer lo
que a mí me hace feliz. Ya lo hablamos una vez, Elisa. Si nosotras siempre nos
ocupamos de ellos, ellos nunca van a hacerse cargo de sus vidas. Esa granja no es tu
responsabilidad. No tomes tus decisiones en base a eso.
—Siento que los estaría abandonando. — A Elisa se le llenaron los ojos de lágrimas.
— Además, Guillermo nunca mencionó nada de vivir juntos, así que tal vez ni
siquiera se le cruzó por la cabeza.
—¿Lo charlaron?
—Eso tendría que nacer de él, ¿no te parece? No puedo invitarme yo misma a vivir en
su casa cuando se me dé la gana.
—Te propuso casamiento y vos aceptaste. Eso quiere decir que quieren estar juntos
por el resto de sus vidas. Lo único que hay que definir es cuando.
La hermana menor seguía con dudas. —¿Vos decís que me tengo que quedar?
—Eso lo tenés que decidir vos. Primero tenés que tener claro lo que vos querés hacer.
—Si hay algo de lo que estoy segura, es de que no quiero separarme más de él, Juli.
Siento que me falta el aire cuando no está.
—Entonces, no es tan difícil. Chárlenlo, Elisa, empiecen a funcionar como pareja.
En eso, entró Carlos a la cocina, avisando que estaba listo el asado, que se apuraran
con las ensaladas. Elisa vio como le daba un beso (de lengua) a Julieta y escuchó
cuando le susurró algo de salir enseguida después del almuerzo para ‘ir dormir la
siesta en casa’. Por el tono que usó y las risitas de su hermana, sería una siesta
bastante movida. Le pareció injusto que Julieta tuviera todo y ella nada. Pero también
tenía claro que lo de Julieta era fruto de su propio esfuerzo y de decisiones bien
tomadas. Tal vez era tiempo de tomar las riendas de su vida.
Los Benítez los recibieron con la alegría natural que una familia siente cuando uno de
los suyos vuelve a casa después de una ausencia. María saludó y se fue para su
cuarto, Adela era toda euforia, Cata y Fede se atoraban contando las novedades y
Tomás metía un bocadillo cuando los demás le daban un respiro.
—¡Ay, Luli, no sabés cómo te extrañé! — la madre arrancó, muy efusiva. —Desde
que se fue tu hermana … bueh, para que te voy a contar, ya sabés. Esta Julieta ni
siquiera llama, pero con el trabajo y Carlos, supongo que no debe tener tiempo de
acordarse de nosotros. Pero igual, ¡siento que ya se olvidó de su familia! ¿La viste
bien? ¿Y Carlos, está contento? ¿Te dijo cuando nos vienen a visitar? ¡Tengo tantas
ganas de verla!
—Eh … no me comentó nada. —Elisa miró a su mamá con un poco de preocupación.
Estaba hiperventilada. Aparentemente, no estuvo tomando la pastilla.
—¡Bueno che, cuéntenme todo! No sabés, Guillermo, muero por conocer tu casa, me
dijeron que es preciosa. Te quedás a cenar, ¿no?
Darcy miró de reojo a Elisa. —Si, claro.
—Hay rosca de Pascuas que compramos en la panadería. Está buenísima. Dale,
siéntense que les hago unos mates y así me cuen …
—¿Y ESE ANILLO? — se escuchó el grito de Catalina por sobre la voz de Adela.
Elisa se puso colorada como un tomate. Darcy le puso la mano en el hombro y,
orgulloso, anunció,
—Le pedí a Elisa que se casara conmigo. Estamos comprometidos.
Las reacciones fueron de lo más variadas. Adela gritó como una desaforada, a
Federico se lo veía contento, Cata estaba sorprendidísima y Tomás miraba con recelo.
Los besaron, abrazaron y palmearon. La familia se sentó a la mesa y todos
bombardearon a la pareja con preguntas. Cuando se calmó un poco, Tomás se levantó
de la mesa y se fue para afuera y Darcy lo siguió para tener una charla a solas con su
suegro.
Tomás lo vio venir y le mostró una sonrisa irónica. —Veo que no te andás con
vueltas, pibe. No perdiste tiempo.
Darcy se mantuvo estoico, el tono de Tomás no era muy amigable. —Disculpe,
Tomás, pero mi intención era hablar con usted antes que nadie. Desde hace rato que
pensaba pedirle la mano de Elisa, pero las cosas se precipitaron un poco este fin de
semana.
—Mirá, Guillermo, te voy a ser sincero. Esto va demasiado rápido para mi gusto. No
por vos, sos un hombre de bien, pero por Elisa. Sé que no le va a faltar nada y que la
vas a cuidar como nadie, pero es chica, y no sé si está lista para algo tan serio. En la
vida hay etapas que hay que cumplir. Elisa todavía tiene que terminar la facultad,
tiene que madurar, vivir la vida, salir a divertirse con chicas de su edad. El
matrimonio es algo serio y Elisa todavía es una criatura.
—Eso lo tengo más que claro. Aunque creo que está subestimando a Elisa. Es joven,
pero no es ninguna criatura. La he visto hacerse cargo de cosas que una chica de su
edad nunca debería haber enfrentado. Al menos, conmigo, podrá desligarse de ciertas
obligaciones que la estaban abrumando y hacer lo que realmente quiere.
—Ah, si, lo que pasó el año pasado. — Tomás asintió en un tono más apesadumbrado.
— Ella y Julieta sacaron esta granja adelante. Quiero que sepas que no me olvido del
compromiso que tengo con vos. Pagaste mi deuda y quiero que sepas que te voy a
devolver cada centavo.
—Lo que hice fue para solucionar una injusticia y no tiene nada que ver con lo que
estamos discutiendo hoy. No me debe nada.
—Si, te debo mucho. Prácticamente salvaste a mi familia. Pero vos tenés razón, eso
no tiene que ver con lo que estamos hablando ahora. Hoy me preocupa la felicidad de
mi hija.
—Lo único que quiero es hacerla feliz.
—No quisiera que deje de estudiar.
—No está en sus planes dejar de estudiar. Es más, le va a resultar mucho más fácil.
No va a tener que preocuparse por cómo va a costearse la carrera.
—Y vas a tener que tenerle paciencia. Por mucho que se quieran, casi ni se conocen y
aunque parezca que es muy madura por las cosas que ha vivido, es más chica que lo
que vos te imaginás.
Darcy asintió. —Quédese tranquilo.
—¿Y cuándo piensan casarse?
—No hablamos de fechas todavía. Estimo que para fin de este año.
—Bueno, mientras tanto, van a tener tiempo de conocerse mejor. Aunque con esto de
verse solo los fines de semana y tus viajes, no sé cómo van a hacer hacer. Esto de
noviar a distancia, es bueno por un lado, mantiene viva la llama, pero no les da
mucho tiempo para estar juntos.
—Justamente de eso quería hablarle. Con Elisa tenemos otros planes. Pero creo que
sería mejor que lo charláramos con ella y con Adela.
Tomás entrecerró los ojos. Esto le gustaba todavía menos. —Vamos para adentro.
Los hombres entraron a la casa y se sentaron en la mesa del comedor. Tomás les pidió
a Catalina y a Federico que los dejaran solos un momento.
—¿Qué pasa? — preguntó Adela, no entendiendo bien el porque del pedido.
—Parece que los chicos tienen un anuncio que hacer. — Dijo Tomás, muy serio.
Adela se puso la mano en el pecho. — ¡Ay, Luli, no me digas que estás embarazada!
—¡No mamá! — Elisa se puso colorada.
Darcy tomó la posta, hablando en tono firme y calmo. —Elisa y yo tomamos la
decisión de irnos a vivir juntos.
Se hizo un silencio mientras los padres procesaban la información.
—¿Cuando? — preguntó Tomás con desconfianza.
—Ahora. — Darcy respondió con tranquilidad.
—¿Están seguros de lo que están haciendo?
—Si, papá, estamos seguros. — Le respondió Elisa.
—Para mí están apresurando las cosas, pero si es lo que quieren, no soy quien para
meterme. Sólo me queda desearles suerte.
Elisa sabía que su papá no estaba de acuerdo con su decisión, pero era lo que ella
quería y no pensaba dar vuelta atrás. —Gracias, pa.
Era de esperarse una cierta frialdad en la Tomás, pero la reacción de Adela sorprendió
a todos, tanto por su coherencia como por su forma de expresarse.
—Miren, chicos, —empezó con una serenidad inusual en ella, — es su vida y los dos
tienen edad suficiente como para hacerse cargo de sus decisiones. Con amor y
respeto, todo se logra, y si hay algo que ustedes tienen de sobra, es eso mismo, así
que tienen la felicidad casi asegurada. Quiéranse siempre como ahora, cuídense
mutuamente y van a tener una vida maravillosa. Si tengo que darles un consejo, es
que no se apuren. Yo me casé muy jovencita y tuve a mis hijas enseguida. Primero
disfrútense ustedes, vivan la vida a pleno y hagan todas esas cosas que yo no pude
hacer, como viajar y ver el mundo; que los hijos vengan más tarde. Bueno, —
suspiró, — sólo me queda desearles lo mejor. ¡Albricias!
—Gracias, mami, — dijo Elisa mientras se le escapaba una lagrimita.
Darcy, también con ojos brillantes de emoción, se levantó a darle un beso en la
mejilla a su suegra. —Gracias, Adela.
—Bueno— la radiante suegra se secó sus propias lágrimas de alegría. —¿Qué
hacemos? ¡Esto hay que festejarlo!
—Los invito a todos a cenar afuera. —Darcy sonrió.
Capítulo 42
La visita a la Tecnológica de Pergamino no fue del todo fructífera. Como Elisa había
cursado tan poco en Mar del Plata, no podía pedir el pase de una facultad a otra. En
Pergamino, las clases habían empezado hacía más de 2 meses, por lo que ya había
perdido el primer semestre. La única alternativa que le quedaba era inscribirse para
comenzar a cursar de cero el semestre siguiente, lo que no era una mala idea teniendo
en cuenta el inminente viaje a Estados Unidos acompañando a su novio en la gira por
el país del norte. No había mucho por hacer más que retirar los formularios de
inscripción para más adelante así que hizo algunas averiguaciones sobre horarios y
documentación necesaria para inscribirse.
—Vas a necesitar un auto. — Darcy comentó camino de vuelta a la Peregrina.
—¿Te parece? — Elisa le preguntó. — ¿No hay un micro que me lleve desde el
pueblo hasta Pergamino?
—No sé. Y aunque lo hubiera, no vas a ir en colectivo.
—¿Por?
—Porque no, Elisa. — No cabía en su mente que su mujer viajara en transporte
público, ya fuera a la facultad o a cualquier otra parte.
A ella tampoco le atraía mucho la idea de ir en colectivo, no conocía la zona y el viaje
era bastante largo, pero no se sentía cómoda con la idea de disponer uno de sus
vehículos para sus cosas personales.
—Bueno, uso una de las camionetas del campo.
Él frunció el ceño. —Las camionetas son para trabajar, las usan los empleados. Vos
necesitás tu propio auto, tu autonomía.
Elisa lo miró asombrada al darse cuenta de que hablaba en serio, de que en realidad
pensaba comprarle un auto especialmente para ella. —¿Me vas a comprar un auto?
¿Para mí sola?
—¿Porqué me mirás así? Es lógico. Tenés que tener un vehículo. ¿Qué auto te gusta?
No podía creer que le estaba preguntando que tipo de auto quería. No sabía qué
contestar. A pesar de que vivían juntos y de que él la había presentado como la
‘señora de la casa’ al personal (no usó ese vocablo, pero dejó claro que ella tenía
autoridad para hacer y deshacer ‘a piacere’ en La Peregrina), Elisa todavía no se
sentía ni su mujer ni la dueña de casa y mucho menos en posición de ser beneficiaria
de semejante regalo. Una cosa era una notebook, y otra era un auto.
—No sé, — dudó, — algo chiquito.
—¿Como un Gol, o un 306? ¿No preferís algo un poco más grande? Yo había pensado
en un Corolla, más práctico para la ruta, además, como tengo contrato con la Toyota,
algo podemos arreglar.
Elisa estaba pensando en algo parecido al Fitito de su mamá y él pensaba en un
Toyota Corolla. Recién caía en cuenta de que ya no era más Elisa Benítez, chiquilina
de pueblo de novia con un jinete de Buenos Aires sino que era la futura esposa de
Guillermo Darcy, hombre de nombre y fortuna, el jinete más hot de Sudamérica,
dueño de la Estancia la Peregrina e icono de su deporte. Informalmente, era la señora
Darcy y el sólo pensar todo lo que eso implicaba la asustaba muchísimo.
—Como quieras, —sonrió, incómoda. —No sé nada de autos. Fijate vos.
Darcy sonrió y asintió. La iba a sorprender con un auto fabuloso.
—¿Qué hay de cenar, Palmira? — Elisa apareció en la cocina una tarde después de
pasar la tarde en los establos. Le gustaba charlar con Palmira, era una señora muy
cariñosa y amable. Siempre le contaba anécdotas de Darcy cuando era chico y eso la
ayudaba a conocerlo más. Darcy estaba ahora en el escritorio, poniéndose al día con
mails y temas de sus empresas y no quería distraerlo de sus otras obligaciones.
—Preparé una carne al horno con papas. También ensalada. Al Guillermo le gusta
mucho la verdura. Si fuera por él, viviría a lechuga y fruta, pero así no va a engordar
nunca así que yo le preparo cosas más suculentas, para que eche cuerpo. De chico era
tan flaquito que daba pena.
—Yo lo veo comer bien, — Elisa se robó trozo de tomate de la ensaladera. —Tiene
buen apetito y no está tan delgado como antes.
—Eso porque está tranquilo y enamorado, — Palmira sonrió. — Desde que se puso
de novio con vos que se cuida mucho más. Pero ya vas a ver, cuando esté cerca de
algún torneo grande, no come nada. ¡A veces ni habla! Nunca fue de decir mucho,
pero cuando está nervioso, es mucho más callado.
—Cuando lo conocí el año pasado era bastante huraño, era imposible sacarle más de
dos palabras juntas. Todos pensábamos que tenía algún problema.
—Ese viaje lo tuvo a mal traer por meses. Extraña mucho la casa y cuando está lejos
por tanto tiempo, eso lo pone mal. Además, — el ama de llaves sacudió la cabeza con
pesar, —pasaron cosas feas por esos días y el pobre Guillermo estuvo muy
preocupado. Pero todo salió bien, gracias a Dios.
Elisa supuso que hablaba del tema de Miss D. No estaba segura si Palmira conocía el
trasfondo real de la historia, por lo que prefirió no decir nada.
—¿Justina viene seguido al campo?
—No tanto. Ahora que está más grandecita anda siempre ocupada por ahí, con sus
estudios y sus amistades. Es un sol, esta Justina, pero tan alocada. A veces no se da
cuenta de lo mucho que su hermano se preocupa por ella. Por eso estoy tan contenta
de que te hayas venido para acá, que se van a casar. Guillermo necesita a alguien que
lo cuide. Él nos cuida a todos desde hace tanto y ahora que te tiene a vos, siento que
por fin va a estar bien.
Elisa sonrió afectuosamente. — ¿Cómo era de chico? Guillermo no habla mucho de
su infancia.
—La mamá murió cuando él era chico …
—Sí, ya sé, cuando nació Justina.
—Fueron tiempos muy tristes, pero salimos todos adelante. Guillermo siempre fue un
chico muy bueno, muy educado, aunque la muerte de su mamá lo afectó mucho.
Después el papá lo mandó a Inglaterra, a estudiar. Durante ese tiempo sólo lo
veíamos durante el verano, para las vacaciones. Creció un poco desarraigado, el
pobrecito, hasta que un día, Doña Carmen tuvo una discusión muy fuerte con en el
señor Darcy y dijo que quería traerlo de vuelta. Guillermo era el hijo de su única
hermana y no quería que se criara solo, en el exterior, que si él no lo quería en su
casa, que ella se lo llevaría para Córdoba.
—¿Y el padre qué dijo?
—En esa época el señor andaba de novio con una señora de la sociedad y no le
prestaba demasiada atención a los chicos. La discusión quedó ahí y el señor y Carmen
se distanciaron por un tiempo. Pero cuando Guillermo llegó para esa navidad, más
alto que su padre y con una sombra en el bigote, el señor se dio cuenta de lo que se
estaba perdiendo. Así que en cuanto terminó el colegio, Guillermo se lo trajo para
acá. Fue una alegría tan grande tenerlo de vuelta. Pronto empezó la facultad y a
competir. Ganaba cada torneo en que se presentaba. Su papá estaba tan orgulloso de
él. Al poco tiempo el señor se enfermó y bueno … ya te imaginarás el resto de la
historia. Guillermo tuvo que hacerse cargo de todo, de la estancia, de su hermana.
Uno no se imagina tanta responsabilidad en un muchacho tan joven, pero él lo asumió
con entereza, con ese temple de acero que Dios le dio. Los Darcy son así, luchadores,
gente de una gran nobleza, a veces pasan por altaneros, por esa alcurnia inglesa que
tienen, pero tienen un gran corazón, como ya habrás visto. Decile a Guillermo que
algún día te cuente la historia de cómo llegaron a estas tierras. Es de película.
—¿Qué es de película? — se oyó la voz de Darcy entrando a la cocina.
—La historia de cómo tu tátara abuelo conoció a tu tátara abuela. A los tiros.
—¿En serio? — Elisa levantó las cejas.
Darcy sonrió al recordar la historia algo novelesca del primer Darcy llegado a la
Argentina. —Esto era un poco como el lejano oeste en aquella época. Eran todos un
poco pistoleros.
—Contame.
—Otro día. — Sonrió Darcy. —Recién hablé con mi tía María Elena. Nos invita a
almorzar este sábado en El Mangrullo. Van a estar todos. ¿Tenés ganas de ir? Así
conocés a la familia.
Elisa sintió un revoloteo en el estómago. Finalmente conocería a los Figueroa
Anchorena, dueños, entre otras cosas, de la Estancia el Mangrullo. —Si, claro.
Vamos.
Darcy notó un creciente temor en los ojos de Elisa. —No tengas miedo, mi amor, son
gente normal. El tío puede ser un poco hosco, pero nada del otro mundo. Si pudiste
conmigo, eso no te va a costar nada.
Ella soltó una risita y le echó los brazos al cuello. Le divertía ver como Darcy se reía
de sí mismo. —No fue para tanto, resultaste ser mucho más buenito de lo que
parecías.
—¿Viste que no soy tan malo? No sé porqué me hacen mala fama. — Darcy la abrazó
contra él.
—Bueno, al principio te hacías el difícil.
—Si mal no recuerdo, yo no era el único.
Empezaron a los arrumacos ahí en la cocina. El personal ya se estaba acostumbrando
a verlos a los besos por todos lados, por lo general se hacían los distraídos, pero
Palmira, romántica incurable, no pudo contener un suspiro felicidad por el hombre al
que quería como un hijo.
Al sentirse observada, la pareja tomó algo de distancia y se dirigió al comedor, donde
fue servida la cena.
La llegada a El Mangrullo fue una causa más de deslumbramiento para Elisa. Si bien
ya se estaba acostumbrando a los lujos y comodidades que venían aparejadas con su
novio, nunca se hubiera imaginado que la estancia de sus tíos fuera tan magnífica. La
mansión de estilo Tudor, situada un par de kilómetros campo adentro, rodeada de un
inmenso parque diseñado por Carlos Thays¹, parecía salida de un libro de fotografías
de lugares famosos. Seguramente hasta aparecía en alguno de ellos. Tenía un
importante lago a un lado de la casa y, por lo que pudo apreciar desde lejos,
instalaciones impecables tanto para ganadería como para la cría de caballos.
Los Figueroa eran, como se diría por ahí, gente ‘linda y paqueta’, como esos
personajes de la sociedad y la farándula que aparecen retratados en revistas fashion
como ‘Hola’ y ‘Gente’, hermosos, bien vestidos, siempre sonrientes y divertidos
como si no tuvieran problemas en la vida. Enseguida que se asomaron se les acercó
María Elena Bosch de Figueroa, tía de Darcy, anfitriona impecable, de modales
refinados y una belleza que aún se mantenía a pesar de los años. Su esposo Roberto
Figueroa Anchorena, el patriarca de la familia, impresionaba por su altura y ceño
adusto, los saludó con algo de severidad. Los herederos de la fortuna, los cuatro
hermanos Figueroa, eran una mezcla de ambos padres, en apariencia y temperamento.
Eduardo, el mayor, el menos apuesto y más serio de los cuatro era, por lo que Elisa
pudo entender, la cabeza financiera del grupo. Le seguía Pablo, un hombre por demás
atractivo y seductor (más que Ricardo), con fama de conquistador que no tenía
reparos en hacer obvia su admiración por las mujeres, ni siquiera aún delante de su
esposa. Tercero venía Ricardo, el único soltero del lote, encantador como siempre y
Marisa, bonita y poseedora de una gran simpatía, de aire alegre y despreocupado.
Completando el cuadro de familia perfecta estaban los cónyuges de los casados, la
novia de Ricardo y varios niños que correteaban por ahí supervisados por sus madres
y una niñera.
La pareja fue recibida de manera muy afectuosa y enseguida se pusieron a charlar, las
mujeres alrededor de la mesa, los hombres algo alejados del parloteo.
—¿Elisa, me contaron que vos también montás? —Marisa encaró a la recién llegada.
—Si. Antes preparaba caballos de salto y polo. También organizaba cabalgatas y ese
tipo de cosas.
—Que bueno que tengan eso en común, — comentó Pilar, la esposa de Eduardo. —
El entrenamiento olímpico puede ser muy duro y si a los dos les gusta, les va a ser
mucho más fácil.
—¡Y mucho más divertido! — rió Victoria, la novia de Ricardo. — En esta familia,
cuando se ponen a hablar de caballos, no paran, así que siempre es bueno estar en
tema.
—No te preocupes, — le respondió Elisa. —En casa es de lo único que se habla. Mi
papá era jinete, mi hermana es veterinaria de equinos y yo entreno caballos así que te
imaginarás que somos bastante monotemáticos.
Pilar prosiguió en tono amable. —Billy está muy dedicado a su carrera deportiva y va
a necesitar todo tu apoyo ahora que se acercan los Juegos. Va a tener que viajar
mucho y le va a venir bien tu compañía.
—No sé cómo vamos a hacer con eso. — Elisa respondió con algo de preocupación.
—Mi idea es empezar la facultad el semestre que viene. Ya perdí este y no quisiera
perder más tiempo.
—¿Que estudias?
—Quiero ser técnica agropecuaria y especializarme en inseminación artificial.
Se hizo un silencio y las mujeres se la quedaron mirando. Elisa no sabía si era porque
no aprobaban su decisión de seguir una carrera tan poco convencional para mujeres o
si simplemente la consideraban una profesión completamente irrelevante.
Seguramente todos ellos tenían doctorados y maestrías en carreras clásicas, como
abogacía e ingeniería y una tecnicatura agraria no les parecía que estaba a su altura.
—Veo que te gusta todo lo relacionado con el campo. — Marisa rompió el silencio.
—A mi se me dio por estudiar ahora, de más grande. Empecé un curso de decoración
de interiores. También hago gym y yoga. Ahora que los chicos van al jardín, necesito
algo con qué entretenerme. Siempre me divirtió mucho la deco y el arte, así que me
dije … ¿por qué no? Hasta estamos pensando en poner un negocio con una amiga.
De ahí la charla pasó al nuevo proyecto de Marisa –que al parecer variaba año a año
—y las otras alabaron su decisión de emprender este negocio con una tal Malala
Ezcurra, muy reconocida en el ámbito de la decoración de fiestas. Por lo visto, Marisa
no era la intelectual de la familia.
Al rato anunciaron que el almuerzo estaba servido y se dirigieron al interior de la
casa. Fue una reunión entretenida, todos estaban de muy buen humor, especialmente
luego de un par de copas de vino.
—Contame, Billy, — preguntó Roberto, — ¿cuándo piensan casarse?
—No fijamos fecha todavía, — respondió Darcy. —En realidad, todo es muy reciente
y no tenemos nada planeado.
—Va a ser mejor que empiecen. Vos sabés que esas cosas llevan tiempo y tenés
muchos compromisos por delante. No vaya a ser que tu casamiento caiga en medio de
los Juegos Olímpicos o el Mundial Ecuestre. Te va a ser difícil concentrarte.
—Dudo que se superpongan, pero cuando lo decidamos, te aviso. — Darcy miró a
Elisa, quien seguía la conversación atentamente. Le guiñó un ojo y ella le sonrió.
—Papá, — Ricardo se metió en la conversación, —dejalos que hagan su vida.
Pero Roberto no estaba dispuesto a pasarlo por alto. — Hay oportunidades que no
deben perderse. Los principales jinetes internacionales están con problemas con sus
caballos. Mariskal no se recuperó de su lesión y Ellie Waterstone está recorriendo
Europa en busca de un nuevo montado.
—No sabía que la lesión de Mariskal fuera tan grave. —Comentó Darcy.
—Tiene una distensión de ligamentos. Y aunque se recupere, no va a llegar para los
clasificatorios de los juegos Olímpicos. Va a estar parado por lo menos 3 meses y si
no consigue un buen caballo de reemplazo, se va a perder todos los torneos de alto
Handicup de Europa.
—El agente de Ellie me llamó para preguntarme si Tuareg estaba a la venta. —
Ricardo acotó con seriedad. — Hasta me hizo una oferta. Como habrá sido de alta
que casi me tiembla la voz al decirle que no.
Elisa notó el intercambio de miradas entre los primos. Sabía que eran copropietarios
de Tuareg y de muchos otros caballos, pero todavía no entendía bien cómo
funcionaba la sociedad familiar. Por lo visto, Roberto opinaba acerca de los torneos a
saltar –¿sería uno de sus sponsors?—y Ricardo rechazaba ofertas varias veces
millonarias sin consultarle a su primo.
—No te quejes, — Darcy sonrió. —que le estás por vender otro caballo y a muy buen
precio.
—Es cierto. —Ricardo se rió entre dientes. —Desde que ganaste la Copa de las
Naciones los productos del Haras se cotizaron muchísimo. Y a los americanos les
encanta gastar, no me iba a perder esta oportunidad de hacer un buen negocio.
—Es por eso que no quiero que descuides tu carrera, Billy, tanto vos como Tuareg
están pasando por un gran momento. —Roberto insistió en el tema. —Son la mejor
publicidad que el haras puede tener. Después del circuito en Estados Unidos, podrías
irte unos meses a Europa, saltar el Olimpia y los otros torneos grandes, como el de
Frankfurt y el de Francia. Para cuando lleguen los clasificatorios, nadie va a poder
hacerte sombra.
—Dejame pensarlo, — Darcy respondió con serenidad. — Tengo que hablarlo con
Elisa primero ya que esto también va a afectar su vida.
Elisa sintió cómo todas las miradas de la mesa se enfocaban en ella. No supo qué
decir, así que no dijo nada, solamente sonrió. Nunca se sintió tan presionada y
suponía que esto no era nada comparando con las presiones que Darcy debía sufrir
todos los días.
—Me parece bien. —El patriarca Figueroa dio el asunto por terminado. Conocía a su
sobrino, no era hombre que dejara pasar una buena oportunidad. — Pero, por favor,
Billy, de ahora en más, tené más cuidado cuando compitas en torneos locales. Por
más divertido que sea el cross-country, si vas a romperte un hueso, ¡que sea en un
torneo que valga la pena!
Todos se rieron. Así continuó la velada, amena y distendida. Al levantarse de la mesa,
Roberto se cuidó de quedarse atrás y llamó a su sobrino para que se le acercara para
intercambiar un par de palabras en privado.
—Veo que lo tuyo con esta chica es algo serio.
Darcy asintió y no dijo nada.
—Jovencita. ¿Qué edad tiene?
—Veintidós.
—Si, muy jovencita. María Elena tenía esa edad cuando nos casamos.
El sobrino hizo silencio.
—Es una muchachita muy agradable, tiene carácter. Sabe llevarte. Carmen tenía
razón, ideal para voz.
Darcy sonrió, satisfecho. No porque necesitara su aprobación, pero para él era
importante que su familia aceptara a Elisa. Todo marchaba viento en popa.
Esa noche, ya de vuelta en casa, Elisa salió del baño y se metió en la cama junto a su
novio. —Me encantó tu familia, son divinos.
—A ellos también les caíste muy bien. —Darcy le respondió, sosteniendo el libro
estaba leyendo.
Elisa se acurrucó cerca de él.— ¿En dónde puedo estudiar inglés por esta zona?
—Creo que hay un par de profesoras en el pueblo, no estoy seguro.
—Pilar me sugirió que aprendiera. Tiene razón, si vamos a viajar tanto, va a ser mejor
que estudie o voy a estar re-perdida. No entiendo una palabra.
—Me parece excelente.
—Además, como ya perdí este semestre, va a ser mejor que haga algo, ¿no?
Darcy notó un dejo de desánimo en su voz. —Te va a venir bien para tu carrera
también. Es un idioma muy útil. Podemos hacer venir una acá, para que te dé clases
varias veces por semana.
—Si, supongo. — suspiró Elisa. —Nunca me contaste la historia del primer Darcy en
la Argentina.
Él cerró su libro y le puso el brazo alrededor de los hombros. —Es un poco
novelesca. George Darcy era un aventurero, un hombre muy hábil, ingeniero de los
ferrocarriles ingleses que vinieron a principio del siglo XX. Provenía de una buena
familia algo venida a menos, así que además de aventuras por estos suelos, vino a
buscar fortuna.
—Por lo visto, lo logró. No le fue para nada mal en la Argentina.
Él se rió por lo bajo. — De eso no hay duda. Digamos que además de su talento, tuvo
un buen golpe de suerte. Lo de él era la construcción y a eso apuntaba una vez que
hubiera terminado su contrato con el ferrocarril. Quería armar una empresa
constructora. Pero un día, mientras recorría los campos haciendo la agrimensura para
el trazado de las vías, se encontró cara a cara con la escopeta de mi tátara abuela, que
estaba lista para volarle los sesos.
—¿En serio? — Elisa preguntó, sorprendida.
—Ella estaba con unos peones, siguiendo a unos cuatreros que le habían robado una
decena de vacas la noche anterior. Lo increpó y él, como buen inglés, ni se inmutó,
hizo un ademán y se presentó como si nada. Pero en eso, uno de los peones ve
movimiento detrás de los arbustos, aparecen un par de vacas corriendo y reconocen el
ganado robado. Parece que los cuatreros estaban escondidos por ahí cerca. Salieron a
perseguirlos e intercambiaron unos tiros. Nadie salió herido, pero fue bastante
violento.
—¿Y ahí nació el romance?
—No, según el diario de mi tatarabuelo, no se llevaron bien al principio. Él la
describió como una muchacha rústica que montaba como un hombre y supuso que era
de la servidumbre de la estancia. Aunque, por lo visto, le gustaron sus ojos, los
describió como grandes y vivaces, de un hermoso color avellana. Se volvieron a
encontrar un par de veces cuando empezaron a pasar las vías por los campos de la
familia Oviedo. Ella acostumbraba pasar a caballo con la peonada y apenas cruzaban
saludo. Él no sabía quién era y la trataba con desdén, lo que hizo que ella lo tachara
enseguida de arrogante. Finalmente fueron presentados cuando la comitiva inglesa
fue invitada a un baile formal en la estancia. Ahí se enteró de que la indómita
muchacha de los hermosos ojos color avellana era nada menos que Josefina Oviedo,
la joven heredera las 15.000 hectáreas más fértiles que jamás haya visto.
—Ay, no me digas que se casó por conveniencia. Me estaba gustando toda esta
historieta del aventurero engrupido y la muchacha impertinente que al final resulta
ser millonaria. — Elisa se acomodó y le acarició el pecho.
—Porque … ¿te suena conocida? — Darcy levantó una ceja. Con algunas salvedades,
como la falta de fortuna de Elisa, esta historia se parecía a la de ellos.
Elisa levanto la vista y le sonrió. —La habré visto en mil películas. Pero siempre se
casan por amor.
—En esta también, supongo. Además de inmensamente rica, Josefina era muy bonita,
y le sobraban pretendientes. Pero el viejo Oviedo tenía otros planes para su hija. La
quería casar con un Figueroa, la otra familia poderosa de la zona, y unir fortunas.
¿Quién podía adivinar en esa época que esto no sería posible hasta cuatro
generaciones más tarde?
—Las vueltas que tiene la vida, ¿no?
—En síntesis, por esas circunstancias de la vida, la pareja pasó del odio al amor
apasionado. Oviedo no pudo luchar contra eso y cambió la fortuna Figueroa por la
alcurnia de los Darcy. Al morir Oviedo, el matrimonio se hizo cargo de la estancia.
Darcy era muy hábil para los negocios y firme en su deseo de iniciarse en al
construcción, fundó la empresa que todavía tenemos. Los Darcy, como diría Justina,
pasaron a ser re-top, y, consistentes con el esnobismo de la época, pasaban largas
temporadas en Europa. Es más, hasta se tomaron por costumbre hacer que sus hijos
nacieran en Inglaterra, para no perder el linaje extranjero, cosa que hicieron por un
par de generaciones.
—¿O sea que sos inglés? Me parecía, por el acento.
Darcy frunció el ceño. —Yo no tengo acento.
—Ahora no tanto, pero cuando te conocí se te notaba mucho más.
—¿En serio?
Elisa se mordió el labio. —Vas a pensar que era una resentida. Al principio me
molestaba que tuvieras acento inglés cuando era obvio que vivías acá desde vaya a
saber cuándo.
—En realidad, es al revés. Nací acá y viví mucho tiempo allá. Mi abuelo rompió con
la tradición y mi papá nació en la Argentina. Igual no pudo con su genio y me mandó
a estudiar a Inglaterra, en donde hice la secundaria. Tanto Justi como yo mantuvimos
la doble ciudadanía, es más cómodo para viajar a ciertos países ya no necesitamos
visa.
Un bostezo de Darcy les hizo recordar que ya era tarde. Se recostaron frente a frente
y se dieron un beso de buenas noches. Todo hubiera terminado ahí si él no le hubiera
puesto la mano en una de las nalgas de Elisa, que comenzó a acariciar con suavidad.
El beso se hizo más profundo y sensual y Elisa se le aproximó aún más, para enroscar
una pierna alrededor de la cadera de él, abriendo camino para acercamientos aún más
íntimos. Rodaron por entre las sábanas y demás está decir que no se durmieron hasta
mucho más tarde. Ya recuperarían el sueño perdido al día siguiente con una buena
siestita, de esas en las que se duerme poco.
¹ Carlos Thays, el paisajista y arquitecto diseñador de los bosques de Palermo, el Jardín Botánico y el hipódromo de San Isidro. Su discípulo, Benito
Carrasco fue quien diseñó el parque de la Estancia Villa María, en la cual me inspiré para describir a El Mangrullo.