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En Estados Unidos conocemos a los Kennedy, los Bush y los Clinton. En la India, a los Nehru-
Gandhi. En Brasil decenas de familias políticas compiten en las elecciones estaduales. Todas ellas lo
hacen dentro de partidos políticos y construyen poder territorial. Pueden ser extensas, con muchos
parientes que ocuparon cargos políticos en un amplio período de tiempo, o estar compuestas por
apenas dos personas. Algunas desaparecen y pueden surgir otras nuevas. Y en Argentina, al igual
que en muchos países, las familias políticas existen en casi todos los partidos que se presentan a
elecciones.
Cuando se elige gobernador, hay dos elementos importantes para el análisis. El primero son
los propios partidos: en las provincias, los que disputan y ganan las elecciones no siempre coinciden
con los que participan a nivel nacional. Algunos partidos políticos provinciales tienen un largo
arraigo en el territorio, como el Movimiento Popular Neuquino (MPN). Otros, más recientes, se
forman a partir de una coalición de distintos espacios, como el frente Juntos Somos Río Negro o el
Frente Cívico por Santiago. Reflejan preocupaciones, alianzas y disputas que responden a cada
distrito: el peronismo no es el mismo en todas las provincias y tampoco Cambiemos lo es. El segundo
factor son las personas que compiten: los candidatos a gobernador muchas veces pertenecen a
familias políticas provinciales o son sus aliados, delfines o herederos. Y, en este sentido, no importa
tanto por qué partido se presentan sino qué significan para la provincia.
Las elecciones provinciales pueden parecer algo conocido, fácil de interpretar y de ubicar
en los movimientos y transformaciones que se ven en la política nacional. Pero apenas se empieza
a trabajar los datos de cada territorio con cierta profundidad, se ve que no se puede interpretar la
política provincial exclusivamente a partir de lo que sucede a nivel nacional ni se pueden sacar
conclusiones sobre la política nacional a partir de lo que ocurre en las provincias. Más bien, las
elecciones a gobernador suelen obedecer a dinámicas propias de cada distrito electoral. Eso no
quiere decir que los vínculos entre lo provincial y lo nacional no puedan ser intensos. Un candidato
presidencial con mucha popularidad puede ayudar a que un gobernador gane las elecciones, como
ocurrió en la elección de Gerardo Morales en Jujuy en 2015. También es común que ocurra lo
contrario, que los gobernadores apuntalen la elección de un presidente. De todos modos, la
intensidad de estos vínculos es la parte más conocida del tema, y por eso voy a centrarme en la
parte menos tenida en cuenta: las dinámicas de la política provincial.
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Cuando las provincias desdoblan sus elecciones y las separan de las nacionales, profundizan
la diferencia de lo que está en juego entre las dos votaciones: dejan en claro que hay dos arenas de
disputa y que los electores pueden votar de manera distinta en una y en otra. En este año en que
se renuevan gobernadores, legisladores provinciales, legisladores nacionales y autoridades
municipales, sólo cuatro provincias hicieron coincidir sus elecciones con las nacionales. En un
extremo tenemos a la provincia de Buenos Aires, muy atada a la política nacional por su proximidad
geográfica a la Capital y porque contiene a un tercio del electorado del país, y en el otro a San Luis,
que intenta diferenciarse de la política nacional sin importar cuál sea el gobierno de turno, y siempre
tiene una lógica de competencia política propia.
Esto me lleva al otro elemento importante para entender las dinámicas provinciales: las
familias políticas, una forma de organización de la política a nivel local que existe en la mayoría de
los distritos (incluyendo el de Buenos Aires) y en casi todos los partidos que compiten en elecciones
para gobernador. Así como los hijos de abogados muchas veces estudian abogacía o los hijos de
empresarios heredan la empresa familiar y se dedican a los negocios, también los hijos de políticos
heredan la vocación o el interés por la política. O este entusiasmo se contagia entre hermanos y
primos. Del mismo modo en que una empresa o un estudio de abogados pueden convertirse en un
emprendimiento familiar, la política también puede hacerlo.
Las familias políticas no son una novedad. En Argentina existían antes de 1983 y después de
la transición a la democracia surgieron nuevas. Algunos de sus miembros se desempeñan como
gobernadores, otros ocupan bancas en las legislaturas provinciales o nacionales, también hay
intendentes, concejales, etc. Cuando usamos esta noción no nos referimos al nepotismo, es decir,
cuando un político electo designa a familiares en cargos no electivos (como ministrxs, secretarixs o
asesorxs). Se puede hablar de familias políticas cuando dos o más parientes ocupan cargos electivos,
ya sea simultáneamente o en un período anterior o posterior. Este es el mínimo; en el máximo,
varios familiares ocupan cargos electivos al mismo tiempo, antes y después, y en forma numerosa.
Y cuando miembros de una misma familia se suceden en el mismo cargo, estamos frente a una
dinastía política. Entonces, la diferencia entre una dinastía y una familia está en que en las dinastías
hay dos o más parientes que ocuparon el mismo cargo.
Las familias políticas no viven para siempre. A veces, una emergente reemplaza a otra, como
ocurrió en Corrientes, cuando los Colombi sucedieron a los Romero Feris. Otras, las sustituyen
políticos que no conforman una familia política. En San Juan, por ejemplo, Sergio Uñac reemplazó a
los Gioja y –hasta el momento- no desarrolló una propia. En todo caso, las familias políticas son
criaturas fluidas y cambiantes que ocupan un lugar central para entender cómo se organiza la
política provincial.
La pertenencia de un candidato a una familia política no le garantiza ser electo. Como las
familias políticas se desarrollan dentro de las reglas democráticas, no alcanza con designar un
sucesor a dedo. Los familiares tienen que seducir al electorado y ganar elecciones. Si bien portar el
apellido trae ventajas y empuje, no podemos suponer que los electores los van a votar solo porque
tienen algún parentesco con otro político que les cae bien. Las familias políticas no ganan las
elecciones a gobernador porque los votos de sus parientes se transfieran a ellos, sino porque logran
armar una estructura política con una fuerte base territorial. Donde sí resulta más fácil colocar a un
pariente y que sea electo es en una lista de candidatos a legislador. Un familiar no conocido puede
ocupar un lugar discreto en una lista y, a partir de su elección, desarrollar su carrera política o
contribuir al armado territorial del pariente que ocupa la gobernación, como hicieron los hermanos
del exgobernador de San Juan José Luis Gioja. Armar una familia les permite a los políticos estar en
muchos lugares a la vez y desarrollar un vínculo más fuerte con los votantes, pero no les asegura
una victoria electoral ante otros candidatos o ante familias políticas nuevas.
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De las familias políticas que compitieron y van a competir este año, quizá el caso más
llamativo sea el de los Rodríguez Saá en San Luis. Adolfo y Alberto desarrollaron una dinastía política
y gobernaron la provincia desde 1983, salvo en dos períodos. En febrero de este año estalló una
pelea abierta entre los hermanos que terminó en una ruptura. Alberto se quedó con la candidatura
del Partido Justicialista provincial y desafilió a su hermano Adolfo, que creó la Alianza Juntos por la
Gente. Para las elecciones, ambos se presentan como candidatos a gobernador por partidos
diferentes. La decisión de ir separados abre la posibilidad de que los votantes elijan al Rodríguez Saá
que más les guste o a un tercer candidato. Este escenario implica un riesgo muy importante: el
tercero es Claudio Poggi, el exgobernador que entró en la política provincial de la mano de los
Rodríguez Saá y que sólo se distanció de ellos cuando dejó la gobernación y quiso tener una base de
poder autónoma. En 2017, Poggi se alió con los radicales y experimentó con el sello Cambiemos.
Este año, Poggi se presenta con el partido Avanzar, que él mismo creó en 2016. En definitiva, la
elección a gobernador en San Luis se va a dar entre candidatos peronistas: dos hermanos y un
tercero que hasta hace muy poco era considerado parte de la “familia ampliada”.
Catamarca tiene una de las dinastías políticas que más sobrevivió en el tiempo: la familia
Saadi. Vicente Leónidas Saadi, el fundador de la familia, fue electo gobernador por primera vez en
1949 y por segunda en 1987, pero falleció en el cargo. Su hijo Ramón Saadi fue el primer gobernador
después de la transición a la democracia (1983-1987) y gobernó la provincia nuevamente entre 1988
y 1990. Su otro hijo, Luis Saadi, es legislador provincial. Su sobrina, Lucía Corpacci Saadi, fue electa
gobernadora en 2011, reelecta en 2015 y este año se presenta nuevamente como candidata, ya que
Catamarca tiene reelección indefinida. Pero los Saadi no fueron la única dinastía política que tuvo
Catamarca después de 1983. Arnoldo Castillo, que había sido gobernador de facto durante la
dictadura, fue electo gobernador por la UCR entre 1991-1995 y 1995-1999. En 1999 lo sucedió su
hijo, Oscar Castillo, que gobernó la provincia hasta 2003. Catamarca es un claro ejemplo de que las
familias y dinastías políticas existen en casi todos los partidos políticos que compiten en elecciones
en el país.
En las elecciones del 12 de mayo en Córdoba, el gobernador peronista Juan Schiaretti fue
reelecto. Compitió contra el diputado Mario Negri y el intendente de la ciudad de Córdoba Ramón
Mestre. Mestre pertenece a una familia política radical. Su padre, también llamado Ramón, fue
intendente de Córdoba entre 1983 y 1991 y gobernador entre 1995 y 1999. Mestre hijo intentó
seguir el camino del padre, pero quedó en tercer lugar en las elecciones. Schiaretti también armó
una familia política, aunque reducida: su esposa, Alejandra Vigo, es diputada nacional.
En Santa Cruz también hay una familia política que logró traspasar las fronteras provinciales
y llegar a la presidencia: los Kirchner. Néstor gobernó la provincia entre 1991 y 2003, mientras
Cristina Kirchner era diputada y senadora. Luego él fue presidente. Cuando Cristina era presidenta,
Néstor fue diputado. Con la elección de Alicia Kirchner como gobernadora, los Kirchner se
convirtieron en una dinastía provincial. Todo indica que Alicia Kirchner irá por la reelección en
octubre de este año. La familia política también incluye a Máximo Kirchner, hijo de Cristina y Néstor
Kirchner.
La familia política de los Urtubey, en Salta, está compuesta por dos hermanos emparentados
con otra familia política peronista, los Mera Figueroa. Juan Manuel concluirá su tercer mandato
como gobernador en diciembre de este año, mientras que su hermano Rodolfo es senador. Urtubey
no puede volver a reelegirse como gobernador y todavía no se sabe quiénes competirán por el
cargo. Por el momento, el futuro de esta familia política es incierto.
Otras dos provincias que históricamente tuvieron dinastías políticas no eligen gobernador
este año: Santiago del Estero y Corrientes.
¿Qué nos dicen las elecciones a gobernador que ocurrirán en los próximos meses? En primer
lugar, que la competencia provincial no es un reflejo de lo que sucede a nivel nacional. Tiene
dinámicas propias, que se acercan en algunos aspectos y se alejan en otros. Si bien no son un reflejo,
las elecciones provinciales tienen consecuencias importantes a nivel nacional, porque los
gobernadores tejen apoyos que pueden ayudar a que un candidato u otro gane una elección
presidencial. En segundo lugar, que en muchas provincias compiten partidos o frentes políticos
provinciales diferentes a los que vemos a nivel nacional y que reflejan alianzas propias de cada
territorio. Y también que un mismo sello partidario –por ejemplo, Cambiemos- puede no
representar lo mismo en una provincia que en otra. Algo similar ocurre con el peronismo, que
históricamente estuvo dividido entre el peronismo de las provincias periféricas y el de las provincias
más grandes. Hoy, la división se da entre el peronismo federal y el kirchnerismo. En tercer lugar,
que en muchas elecciones a gobernador se pone en juego la supervivencia de viejas familias políticas
y el surgimiento de nuevas. Esta continuidad de la política de familias se pone nuevamente a prueba
en estas elecciones.
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Jacqueline Behrend es doctora en Ciencia Política por la University of Oxford, Reino Unido. Profesora de la
Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín e investigadora del CONICET (Argentina)