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Al respecto, es necesario definir los términos “título” y “vicio”. Título tiene diversas
acepciones en el Derecho; así, puede referirse al documento que contiene un derecho, al
derecho en sí, etc. Sin embargo, la acepción que nos interesa es la relativa al acto jurídico
en virtud del cual se invoca una determinada calidad jurídica, es decir, la relación jurídica
existente. Y vicio está relacionado con los defectos que pueda tener el acto jurídico, como
no reunir los requisitos de validez establecidos en el artículo 140 del Código Civil.
Con relación a la ignorancia, la Real Academia Española la describe como la falta de
ciencias, letras y noticias, ya la ignorancia del derecho como el desconocimiento de la
ley, agregando que “a nadie excusa, porque rige la necesaria presunción o ficción de que,
promulgada aquella, han de saberla todos”. La doctrina la divide principalmente entre
ignorancia de hecho (el desconocimiento de una relación, circunstancia o situación
material, cuando tiene efectos jurídicos en el supuesto de llegar a saber la verdad quien
procedió ignorándola), e ignorancia de derecho (la falta total o parcial del conocimiento
de las normas jurídicas que rigen a determinado Estado). Así, la ignorancia de hecho o de
derecho sobre el vicio que invalida un acto jurídico configura la buena fe.
Sin embargo, no cualquier tipo de ignorancia puede ser asimilada a la buena fe; por
ejemplo, no podría alegarse el desconocimiento de la inscripción a favor de un tercero,
de un inmueble que se está poseyendo. Es por ello que el Código Civil (artículo 950)
establece que para adquirir por prescripción un bien inmueble, se necesitan cinco años de
posesión cuando media la buena fe y diez años cuando no la hay.
El error se define como un concepto equivocado, un juicio falso, y el Código señala que
puede ser de hecho (error facti) o de derecho (error iuris); el primero viene a ser el que
versa sobre una situación real, el proveniente de un conocimiento imperfecto sobre las
personas o las cosas, mientras que el segundo se refiere al desconocimiento de la
existencia de la norma, es decir, se equipara a la ignorancia de la ley; sin embargo, al
igual que la ignorancia, no cualquier error puede ser invocado como configurante de la
buena fe, no un error por negligencia, por ejemplo.
Conforme a lo expresado, podemos diferenciar el error de la ignorancia: el primero
constituye una idea equivocada de una cosa, mientras que la segunda consiste en la falta
de conocimiento.
De otro lado, creemos que el error de derecho o la ignorancia de las leyes no debería ser
una causal eximente, teniendo en cuenta el adagio latino “iuris non excusat” (la ignorancia
del Derecho no sirve de excusa); en efecto, ello no se condice con las normas registrales
del Código Civil que tienen como piedra angular el principio de publicidad de las
inscripciones que, al igual que la publicidad legal, resultan incompatibles con la buena fe.
Téngase en cuenta que justamente se crean los Registros Públicos para proteger a los
derechos reales inscritos y evitar así la clandestinidad en las transacciones.
Ahora bien, el artículo 201 del código establece que “el error es causa de anulación del
acto jurídico cuando sea esencial y conocible por la otra parte”, es decir, como afirma
Vidal Ramirez “no se protege al errante en cuanto se haya equivocado, sino en cuanto su
error haya sido advertido o haya podido serlo por la otra parte”
En efecto el articulo 906 no prevé los límites del error y de la ignorancia al producir la
buena fe, como señala Espin Casanovas “si la ignorancia resulta protegida en todo caso,
o tiene límite de no haber incurrido en culpa, al menos grave, por la omisión de toda
diligencia”, nosotros entendemos que la ignorancia debida a culpa grave, no se condice
con la relevancia de la buena fe.
En consecuencia, el error será relevante para la buena fe, cuando aquel, inducido por el
transmitente, produce equivocación en el poseedor adquiriente, determinando con ello un
conocimiento equivocado o el total desconocimiento de la realidad, por parte del
adquiriente.
Se excluye, de esta manera, la posibilidad de considerar a la negligencia o culpa del
adquiriente como causa de buena fe.
El Código Civil de 1936 se refería únicamente al error, que es la disconformidad entre la
realidad y la representación mental que se hace de ella. El Código no mencionaba la
ignorancia que es la ausencia total de representación mental. Es el desconocimiento de
una determinada realidad. En una interpretación amplia del concepto de error, podía
comprender· se también la ignorancia. Sin embargo, con el fin de evitar dudas, el Código
de 1984 ha incluido expresamente la ignorancia.
¿cualquier clase de error es justificatorio de la buena fe? Creemos que debe tratarse de un
error excusable, es decir, que tenga una determinada justificación. Hay que rechazar, por
consiguiente, el error inexcusable, imperdonable; el error atribuible a la negligencia o
imprudencia del poseedor. Es desde luego tarea de los jueces analizar cada caso en
particular, pero podría señalarse como error inexcusable aquel en que ha incurrido el
poseedor que pudo y debió conocer la situación de. hecho o de derecho en que se
desenvuelve su posesión.
Se plantea el problema del estado de duda. ¿Tiene buena fe el poseedor que duda sobre
su legitimidad? Quien duda no está seguro de algo. Este estado, sin embargo, no es
asimilable a la ignorancia o al error. Sólo éstos justifican la buena fe. Se sostiene
que en la medida en que el poseedor vacile y se interrogue acerca de su derecho, ha
perdido la pureza de la buena fe. La buena fe es, en términos metafóricos, como una
ceguera que cesa ante el más leve rayo de luz.
Parecería por la redacción del Código que solamente el error puede ser de hecho o de
derecho. Creemos sin embargo que esta interpretación no es correcta. También la
ignorancia puede ser de hecho o de derecho.
La ignorancia y el error de hecho se presentan cuando el poseedor desconoce o está
equivocado res· pecto de determinados elementos fácticos que rodean su posesión. Así,
por ejemplo, el poseedor puede ignorar o desconocer que el verdadero titular de la
posesión ha fallecido, o que el lote de terreno que está comprando corresponde en realidad
a una manzana distinta. Se trata entonces de un error en los hechos. Pero el poseedor
puede también desconocer o estar equivocado respecto del derecho. Así ocurre cuando
ignora las normas legales existentes o cuando cree que ellas regulan de manera distinta la
situación que se presenta. Esto último ocurre, por ejemplo, cuando el poseedor se
considera legítimo titular porque cree equivocadamente que la ley lo llama a heredar
cuando legalmente el heredero es otro. Hay en este caso error en cuanto a lo dispuesto
por el derecho.
El Código Civil de 1936 fue precursor en cuanto al error de derecho. Aún hoy, los
Códigos general· mente no amparan la ignorancia y el error de derecho como causales
eximentes y, por tanto, como justificatorios de la buena fe. Al contrario, la ley se presume
siempre conocida y por esto el adagio dice que la ignorancia de la ley no excusa de su
cumplimiento. Sin embargo, en este caso excepcional la ignorancia y el error de derecho
son eximentes. Nos parece justificada esta disposición en un país como el nuestro de
escasa, o en todo caso deficiente, información jurídica
Por tanto, será poseedor de mala fe quien, a título de dolo, ejerce una posesión que se
sabe ilegitima; pero que también lo será, cuando, al darse cuenta de que en realidad su
posesión era ilegitima, el poseedor actúe con culpa al ser consciente de que su título está
viciado; sin embargo, al haber sobrevenido dicha situación no modifica su buena fe
inicial, pero si determinara su duración.
Asimismo, es necesario señalar, a efectos de definir la posesión ilegítima de mala fe, que
la Exposición de Motivos del Código Civil referida al artículo en comentario indica que
“en otros códigos la tipificación de la mala fe no ha sido abandonada a la interpretación
contrario sensu como lo efectúa este artículo, sino que se establece específicamente que
la posesión de mala fe tiene dos orígenes: la falta de título o el conocimiento de los vicios
que lo invalidan; así lo prescribe el artículo 806 del Código mexicano, antecedente del
artículo 67 de la Ponencia”. El Código argentino va más allá: define al poseedor de mala
fe en su artículo 2771 (“el que compró la cosa hurtada o perdida, a persona sospechosa
que no acostumbraba vender cosas semejantes, o que no tenía capacidad o medios para
adquirirla”); establece los derechos del poseedor de mala fe (ser indemnizado de los
gastos necesarios hechos en la cosa, retener la cosa hasta ser pagado de ellos, repetir las
mejoras útiles, etc.) e incluso se pone en el caso de la mala fe de las corporaciones o de
las sociedades, indicando que la posesión de estas será de mala fe cuando la mayoría de
sus miembros sabía la ilegitimidad de ella.
La Academia se refiere a la mala fe como la malicia o temeridad con que se hace algo o
se posee o detenta algún bien. Cabanellas la toma como la conciencia antijurídica de
obrar.
A tenor de lo expresado, y teniendo en cuenta que lo legítimo es lo ajustado a ley, se
puede concluir que la posesión ilegítima es de mala fe cuando el poseedor tiene la
convicción íntima de que su actuar no es conforme a derecho, pudiendo definirse -
evidentemente- con una interpretación en contrario del artículo 906.
LA CONSECUENCIA QUE SE INFIERE DE LA NORMA QUE CONTIENE EL
ARTICULO 906
El hecho del error o de la ignorancia crea un vicio en el titulo; inexorablemente conlleva,
al poseedor, a un estado de ignorancia de la existencia de aquel vicio en la realidad y que
pervive través del tiempo; sin embargo, el poseedor se encuentra en un estado de creencia
respecto de la legitimidad de su derecho.
En efecto, se deduce de dicha situación ambivalente dos consecuencias que el poseedor
posee de buena fe, y que su posesión es ilegítima.
Veamos:
1. El código señala “cuando los poseedores creen la legitimidad de su derecho
posesorio”, es decir, que tiene la convicción absoluta de que su derecho es
infalible, sin embargo, esto último es solo aparente, porque en la realidad no existe
tal cuota de legitimidad y, por tanto, es relativo su derecho alegado. Luego aquel
poseedor es de buena fe y posee como tal, desde el momento en que aprecia, o
sea, el de la adquisición de la posesión, y subsiste la buena fe como una presunción
relativa.
2. La posesión es legitima al no existir correspondencia entre el poder ejercitado y
el derecho alegado, o sea, existe equivocación en el contenido del derecho
transmitido, haciendo aparente su ejercicio mediante la formalidad de la
abstracción del título, a su vez, fuente de la buena fe del poseedor, quien ha
adquirido con la conciencia de la validez de aquel título.
Luego, la buena fe solo se da cuando existe posesión ilegitima, así lo establece el
código al referirse que “la posesión ilegitima es de buena fe cuando el poseedor cree
en su legitimidad”, contrario sensu, la posesión ilegitima será de mala fe, cuando el
poseedor tiene plena consciencia de que su posesión es ilegítima.
Avendaño, J.. (1986). La posesión ilegítima o precaria. THEMIS, I, pp.59-62.
Montenegro, J.. (2009). Posesión Ilegítima De Buena Fe. 2009, de Law&Iuris
Sitio web: https://lawiuris.wordpress.com/2009/04/20/posesion-ilegitima-de-
buena-fe/