Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
MANDALA
EDICIONES
© 2008, Mandala Ediciones
C/ Tarragona 23
28045 Madrid - España
Tel. +34 914 678 528
E-mail: info@mandalaediciones.com
Internet: www.mandalaediciones.com
Printed by Publidisa
I.S.B.N.:
Depósito Legal:
Dedicado a mi abuelo Alberto a quien no conocí.
El dijo que un libro era un tesoro por eso estoy seguro que se
alegraría de la riqueza que ahora poseo y que con él quiero
compartir, porque aunque nunca lo imaginara ha colaborado en
la edición de este libro y porque a pesar de todo él nunca dejó
de soñar.
Índice
Introducción
El abuso sexual infantil ........................................ 9
Primera parte
Consecuencias psicológicas .................................. 15
Autolesiones ....................................................... 15
Miedo ................................................................ 18
Amnesia ............................................................ 21
Comportamiento asociativo .................................. 25
Agresor sexual ................................................... 28
Indecisión .......................................................... 31
Suicidio ............................................................. 34
Vergüenza ......................................................... 37
Relaciones ......................................................... 41
Autoestima ........................................................ 45
Culpa ................................................................ 48
Desconfianza ...................................................... 55
Autorrevictimización ............................................ 58
Adicciones ......................................................... 63
Dualidad ............................................................ 67
Silencio ............................................................. 70
Ansiedad ........................................................... 72
Diferencia .......................................................... 76
Sexualidad ......................................................... 79
Victimismo ......................................................... 83
Rabia ................................................................ 85
Depresión .......................................................... 88
Fobias ............................................................... 90
Cadáveres ......................................................... 92
Testimonio de Arantxa ......................................... 94
Segunda parte
Consecuencias familiares ..................................... 111
Testimonio de Silencio ......................................... 122
Tercera parte
Consecuencias físicas .......................................... 129
Testimonio de Beatriz .......................................... 133
Cuarta parte
Consecuencias sociales ........................................ 139
Testimonio de Joan .............................................. 147
Quinta parte
Consecuencias en la infancia ................................ 153
Testimonio de Lorena .......................................... 157
Sexta parte
Consecuencias jurídicas ....................................... 161
Testimonio de Anabel .......................................... 164
Séptima parte
Las últimas consecuencias .................................... 181
Introducción - 11
su temprana iniciación, así como su prolongación en el tiempo
por espacio de bastantes años. A veces, muchos años, como es
el caso de quien escribe estas líneas. Bien, pues es en este punto
concreto donde surge la contradicción. Veamos.
Una persona que ha sufrido abusos desde los siete hasta los die-
ciocho años, ¿cómo la definimos? ¿Qué diremos de ella?, ¿que fue
abusada de los siete a los trece y violada de los trece a los diecio-
cho? Sería una manera de explicarlo, aunque en mi opinión dista
de ser la más acertada. Al fin y al cabo, estamos hablando de un
mismo hecho. Yo mismo he intervenido en programas de radio y
televisión, y una de las preguntas más comunes es la referida a
la duración de los abusos. Si quisiera ser estrictamente riguroso
con el concepto infancia, diría que sufría abusos desde los siete
hasta los doce años, más o menos. Y si me preguntaran si a los
doce años dejaron de abusar de mí, entonces debería contestar
que no. Pero claro, a partir de ahí, tampoco sabría muy bien qué
responder. En definitiva, los condicionantes del abuso pueden
prolongarse más allá de ese tiempo que convenimos en llamar
infancia, con lo cual, aunque la edad puede ser un factor que nos
permita poner fin a los abusos, también es bastante usual que no
sea así y que estos se dilaten en el tiempo hasta bien avanzada
la adolescencia, e incluso más allá. Este aspecto también tiene
su trascendencia en algo tan negativo para el sobreviviente como
es la culpa. Muchos son los que se han cuestionado su comporta-
miento, creyendo que podrían haber hecho mucho más de lo que
hicieron en su momento.
Introducción - 13
ser en modo alguno concluyentes, pero sí me parece oportuno
hablar de ellos, porque indican la tendencia. En este caso, la
participación ha sido de ciento cincuenta y un miembros, con el
siguiente resultado:
Autolesiones
Sí, podría hablar del dolor, abrir un apartado para dotarle del pro-
tagonismo que requiere, pero creo que se trata de un sentimiento
que va tan implícito en todas y cada una de nuestras secuelas y
de nuestra propia vida que terminaría cayendo en un exceso de
reiteraciones.
Primera parte - 17
No es fácil dar rienda suelta a todo ese dolor acumulado. Es,
como reconocemos todos los que lo padecemos, un motivo más
para sentirse estigmatizado y seguir ocultando el secreto que
nos mantiene en esa cárcel de dolor, silencio e incomprensión.
Sabemos que nadie entendería las razones que nos impulsan. Lo
único que conseguiríamos serían reproches y preguntas para las
que no tendríamos respuesta. Y si lo hiciéramos, las respuestas
no serían del agrado de nuestros desconcertados interlocutores.
¿Quién quiere oír: “Me autolesiono porque de niño mi padre, her-
mano, tío, abuelo o primo abusó sexualmente de mí”?
Podríamos decir que cada agresión lleva implícita una parte del
perdón; un único protagonista para dos papeles. Reproducimos
Primera parte - 18
Miedo
Primera parte - 19
controlaran nuestros actos. Lo que para otros no representa más
que una cotidianidad sin mayores contratiempos, para nosotros
es una realidad repleta de miedos absurdos que afectan la au-
toestima, la determinación, la seguridad y otros muchos aspectos
que interfieren negativamente en el desarrollo normal de nuestra
vida diaria.
absoluto.
Primera parte - 21
tuiciones, flashes o sospechas, algo en lo que profundizaremos a
continuación.
Primera parte - 23
en el mejor de los casos se tratará de un proceso angustioso en
el que siempre nos estarán acechando las sombras de la duda.
Los pensamientos intrusivos del tipo “¿No me estaré inventado
todo esto para justificar algo para lo que no encuentro una mejor
explicación?” suelen estar a la orden del día.
Comportamiento asociativo
Primera parte - 25
útil y que se puede observar claramente durante la infancia. Pero,
como sucede en tantos órdenes de la vida, nada es, en esencia,
ni bueno, ni malo. Pero en nuestro caso, que a fin de cuentas es
lo que nos incumbe, parece haber una tendencia a dar con los
efectos no deseados de cualquier comportamiento. Y este no es
una excepción. El efecto sería la respuesta inadecuada ante el es-
tímulo o situación que estamos viviendo. ¿Por qué sucede esto?
Primera parte - 27
sión, pero mucho más habitual será que existan las expresiones
de amor y cariño. Ahora, imaginemos un escenario distinto al
anterior. En este caso, el agresor basó su estrategia —lo que
ocurre muy a menudo— en repetirle al niño cuánto le quiere y
que los abusos obedecen a ese amor especial que siente por él.
El niño es dependiente y necesita ser querido, y de eso se apro-
vecha el agresor, sobre todo si se trata de un familiar. Frente a
un mensaje de estas características, el niño termina por asociar
una situación horrible con que le digan lo mucho que le quieren.
Buena parte de los problemas de pareja surgen, precisamente,
por el desconcierto de uno de sus miembros ante la respuesta
extemporánea del otro tras una manifestación de cariño, lo cual
va unido a la total incapacidad de este a la hora de aportar una
explicación coherente para un comportamiento que ni él mismo
sabe a qué obedece.
Está claro que muy pocas personas se van a declarar libre y cons-
cientemente abusadores de niños y, además, con predisposición
para hablar de ello. Y claro, para un sobreviviente de ASI, dialo-
Primera parte - 28
Primera parte - 29
El hermano (hermana): 23%
El tío: 15%
El abuelo: 6%
Un conocido: 27%
Un extraño: 4%
No desees para los demás lo que no deseas para ti. Esa debería
ser la premisa que nos moviera a todos. Después de tanto su-
frimiento, tanto dolor y tanto miedo, lo más coherente sería que
nuestras acciones y pensamientos se encaminaran a lograr que
nadie tuviera que pasar por lo mismo. Y así sucede la mayoría
de las veces. Conozco cientos de personas abusadas para las que
semejante comportamiento resulta impensable. Pero deberemos
asumir que también existe el polo opuesto, y que en ambos casos
habrá que seguir buscando una explicación en los abusos que se
padecieron en la infancia.
Primera parte - 31
Indecisión
Primera parte - 33
bién podría interpretarse como una decisión. Paradójicamente,
la decisión de no decidir. Pero bueno, quizá ya nos estaríamos
metiendo en honduras demasiado filosóficas.
Suicidio
Cuando se habla de asuntos desagradables o circunstancias más
Primera parte - 34
No creo afirmar nada nuevo si digo que en esta vida existen po-
cas certezas, más allá de las que cada cual se construye o de las
que adquiere en los variados supermercados de creencias y reli-
giones. Quizá la muerte, como se suele decir, sea la certeza más
incuestionable e ineludible de todas. Y tampoco es esta una ma-
teria que sepamos manejar demasiado bien, así que una buena
parte de la humanidad prefiere aferrarse a la vida como si fuera
eterna. Nos imbuimos de realidades que den sentido a nuestra
existencia, aunque dichas realidades sean cualquier cosa menos
reales, y avanzamos ajenos al vacío que nos rodea. Sin entrar a
cuestionar su mayor o menor trascendencia, el caso es que nos
hace sentir vivos y a salvo. Pero ¿a salvo de qué? Obviamente, a
salvo de todo aquello que nos lleve a pensar que nuestra vida no
tiene ningún sentido. Necesitamos tener esa sensación, vivir en
ella, pues, de lo contrario, nuestra estabilidad emocional estará
en peligro. No todos hemos tenido la suerte de tenerla en todo
momento. A veces ocurren cosas que nos alejan de ese entorno
seguro. A veces, nos enfrentamos a ciertos hechos imprevisi-
bles y catastróficos; hechos que no buscamos, que no quisimos
y que derribaron nuestro muro de contención. Y eso sucedió en
la época donde menos podríamos esperarlo y donde menos pre-
paración teníamos para enfrentar hechos de semejante calibre:
Primera parte - 35
nuestra infancia.
Quienes nunca han visto peligrar ese muro tampoco suelen com-
prender a los estigmatizados, aquellos cuya historia les ha condi-
cionado hasta tal extremo la vida que su instinto de supervivencia
termina convirtiéndose en una tortura más que conviene superar,
y, en ocasiones, termina haciéndolo mediante el suicidio, una de
las secuelas más desconcertantes, complejas e inquietantes del
abuso sexual infantil.
Primera parte - 37
sexuales. Y si podemos recorrer este camino de la mano de otras
personas que estén en una situación parecida, tendremos mucho
ganado.
Vergüenza
Primera parte - 39
Es indudable que los efectos de semejante proceder son devasta-
dores. El resultado fue convertirnos en seres introvertidos, poco
sociables, incapaces de evolucionar en numerosos aspectos, te-
merosos, indecisos y que siempre hacían todo lo posible para
pasar desapercibidos.
Relaciones
Primera parte - 41
la idoneidad de dicho aprendizaje. Una vez más, para nuestra
desgracia, no fue ese nuestro caso. Una injerencia como el abu-
so sexual puede haber tenido efectos devastadores en nuestra
capacidad para relacionarnos de una forma adecuada y enrique-
cedora.
Primera parte - 43
depositar nuestros antiguos problemas.
Autoestima
Primera parte - 45
La autoestima funciona como un catalizador que indica nuestro
estado anímico. La interpretación que hagamos de nuestros ac-
tos, bien en sentido negativo o positivo, determinará nuestra ma-
nera de valorarnos e influirá en la forma de afrontar las nuevas
situaciones que se nos vayan planteando. Así pues, cuando la
baja autoestima se instala en nuestro comportamiento, se crea
una espiral de negatividad que dificulta la positiva resolución de
cada nuevo proyecto en el que nos embarquemos, así como tam-
bién le resta valor a cualquier logro que hayamos obtenido. Poco
a poco, se va minando cualquier expectativa, se van cerrando las
puertas a nuevas experiencias y terminamos llegando a la con-
clusión de que no servimos para nada.
Primera parte - 47
El universo infantil empieza a desintegrarse, quizá de repente,
quizá poco a poco. Tiene su importancia esa apreciación, pues
que ocurra de una u otra forma dependerá de si se trata de un
abuso intrafamiliar largamente planificado o si el abuso es per-
petrado por alguien ajeno a la familia. En este segundo caso,
podríamos referirnos con mayor probabilidad a un abuso repenti-
no y ocasional, ya que el menor no es tan accesible y el agresor
dispone de menos tiempo y oportunidades para llevar a cabo sus
abyectos planes. Por consiguiente, también existirán más posi-
bilidades de que, en una situación de esta índole, el niño pueda
confiar en sus padres y minimizar las secuelas del abuso.
Culpa
Primera parte - 49
vidad frente a una asimetría de poderes tan notoria, el placer
experimentado ocasionalmente, la sensación de haber sido noso-
tros quienes provocamos esa situación o bien no haber hecho lo
necesario para evitarlo. Todos estos aspectos, y probablemente
algunos más, determinarán el grado de culpabilidad que experi-
mentaremos en el futuro.
Primera parte - 51
Esta situación puede llevarnos a reafirmar nuestra decisión de
mantener el secreto y, en consecuencia, a seguir excitando nues-
tro atormentado sentimiento de culpa.
Primera parte - 53
mente habitual que el abuso vaya acompañado de un trato pre-
ferente hacia la víctima. Dicho así parece un tanto descabellado,
pero tiene su explicación. Debemos tener en cuenta que, en es-
tos casos, el abuso se lleva a término de un modo largamente
planeado y, por lo común, sin que intervenga la violencia física,
tan frecuente en otros tipos de maltrato. En un primer momento,
el menor se siente privilegiado por las atenciones especiales de
que es objeto. Cuando esto ocurre, no se es consciente del abu-
so, sino de una especie de privilegio, un juego o una muestra de
cariño, algo que el agresor ya se encarga de transmitirle. Esto no
pasa desapercibido para los demás hermanos, en caso de haber-
los, lo que puede degenerar fácilmente en una relación de celos
que dificultará cualquier resolución y que puede ser el origen de
futuros conflictos que nadie sabe cuándo surgieron ni por qué.
aunque casi nunca se apliquen, todo hay que decirlo. Ese factor
añadido de culpabilidad, que puede llevar a nuestro padre, tío,
abuelo o hermano a los tribunales, se cierne sobre nosotros hasta
convertirnos en seres perversos dispuestos a acudir a la ley para
vengarnos de todos. La víctima se convierte en verdugo. Mucho
tiene que ver la familia en todo esto. Ahora, todos pueden llegar
a parecer víctimas de nuestra ira descontrolada. Nuestra necesi-
dad de justicia se interpreta como venganza. A mí siempre me ha
parecido profundamente surrealista esta situación. Espero que
no me lo parezca sólo a mí.
Ahora bien, si hemos de ser realistas, las familias que tengan en-
tre sus filas a un abusado no deberían preocuparse en exceso por
sus posibles reacciones si alguna vez tuvieran que enfrentarse a
una revelación o incluso a una denuncia. Lo cierto es que muy
raras veces se llevan estos casos a los tribunales. Por un lado,
tenemos que se trata de un delito que no puede demostrarse
fácilmente, y menos aun después de tantos años; y por otro, y
en el mejor de los casos, o sea, en los de mayor gravedad, dicho
delito prescribe a los quince años.
Primera parte - 55
Nuestra percepción se modifica con rapidez, en algunos aspectos
más que en otros. Por lo que respecta al sentimiento de culpa,
aunque conscientemente sepamos que no deberíamos sentirla,
nos sigue afectando. A medida que vamos haciéndolo, aparecerá
otro sentimiento que actuará de contrapeso y que, en cierta ma-
nera, se convertirá en una necesidad. Casi todos hemos pasado
por ello y, por desgracia, casi todos nos hemos estrellado con-
tra un muro. Estoy hablando del reconocimiento. Para despren-
dernos de la culpabilidad, necesitamos que se reconozca que no
fuimos culpables. Necesitamos que desaparezca cualquier atisbo
de duda sobre quién fue el agresor y quién fue la víctima. Y la
familia, para nosotros, es uno de los actores principales de nues-
tro drama. Tanto es así que, durante un tiempo, no concebimos
otra salida, invirtiendo grandes dosis de tiempo y energía en una
batalla que pocas veces se gana. Al final, deberemos asumir que
la necesidad de ser reconocidos habrá de ser satisfecha mediante
otros cauces. Es, sin duda, un trance doloroso, uno más en nues-
tro proceso de recuperación.
Desconfianza
La empatía es una cualidad que casi todos los que hemos pade-
cido abusos hemos experimentado al hablar con alguien que ha
pasado por lo mismo o nos leemos en el foro unos a otros. En
términos generales, podríamos definir empatía como la capaci-
dad de ponernos en la piel de los demás. Esa sería una definición
genérica, pero quizás en nuestro caso habría que hacer algu-
nas puntualizaciones. Algunos hicimos un gran descubrimiento
al comprobar que había alguien más que pensaba y sentía igual
que nosotros. La mayoría nos veíamos como bichos raros, únicos,
como si no pudiera haber nadie con pensamientos, ideas y pro-
blemas como los nuestros.
suma importancia.
Los adultos eran quienes sabían qué nos convenía en todo mo-
mento. Los adultos decidían qué estaba bien y qué estaba mal.
Entonces, ¿qué lugar le corresponde al abuso?, ¿era por nuestro
Primera parte - 57
bien?, ¿porque nos querían?, ¿había que presuponer que las de-
mostraciones de cariño estaban asociadas a un comportamiento
sexual? Por desgracia, el niño no está capacitado para encontrar
las respuestas a semejante rompecabezas, y aun así, está obliga-
do a encontrar una salida satisfactoria, una salida que le permita
seguir adelante.
Autorrevictimización
Primera parte - 58
Primera parte - 59
nuestro entorno familiar no entienda o no comparta nuestra ne-
cesidad de hacer lo que hacemos, y llegan a ponerse en nuestra
contra de una manera frontal. Así pues, lo que para nosotros ya
era un paso extremadamente difícil, de este modo pasa a ser
una nueva tortura, o lo que es lo mismo, un nuevo episodio de
revictimización.
Primera parte - 61
Durante la niñez nos sucedió algo terrible. Alguien debía asumir
las culpas por todo aquello. En nuestra limitada percepción infan-
til, no veíamos que el adulto manifestara ni el más pequeño atis-
bo de culpa. Sin embargo, todo indicaba que allí había muchas
culpas que asumir; de otro modo, no nos sentiríamos tan malos,
tan raros, tan solos… ¿Quién era el culpable entonces?, ¿noso-
tros? Debió ser así. No había otra explicación ni nadie que nos la
pudiera dar. De ahí a pensar que nos merecíamos cualquier cosa
que nos ocurriera sólo había un paso. Sin darnos cuenta, empeza-
mos a actuar de un modo inconsciente, pero premeditado, donde
se reafirmaban nuestras percepciones victimistas de la realidad
distorsionada en la que nos habíamos instalado. Así pues, ya de
adultos, si por ejemplo nuestra pareja nos maltrataba, volvía a
quedar confirmada una vez más nuestra condición de víctima.
Ya nada podía hacerse para modificar el destino y aceptábamos
cualquier cosa que este nos trajera, y así lo seguimos haciendo,
sin ser conscientes de que, en realidad, somos nosotros quienes
estamos propiciando este destino gris y sin expectativas del que
tanto nos quejamos.
Adicciones
Primera parte - 63
vez parecen ser más las actividades susceptibles de convertirse
en conductas adictivas, lo que no es de extrañar, pues más allá
del hecho en sí, la consideración debe hacerse basándonos en
el uso y el resultado que obtengamos de ellas. Más que unas u
otras adicciones en particular, este es el aspecto que me interesa
investigar, y me interesa, como es fácil adivinar, porque las con-
ductas adictivas tienen mucha relación con los abusos sexuales
en la infancia.
Primera parte - 65
ponerle un problema.
Primera parte - 67
La personalidad se va forjando a lo largo de la vida, siendo la in-
fancia un período esencial en el que se establecen las bases que
nos permitirán alcanzar los objetivos que nos propongamos en
el futuro. En el mejor de los casos, que puede ser casi cualquier
caso excepto el nuestro, todo aquello que uno pueda llegar a ser
en un momento determinado siempre nos sitúa en un punto del
camino, porque en realidad no existe esa meta última que, una
vez alcanzada, servirá para definirnos de un modo inequívoco.
Primera parte - 69
nes. El día menos pensado, cualquier suceso imprevisto desmo-
ronará lo que nos costó tanto tiempo construir.
Siempre hay algo que nos impulsa a ocultar lo que estamos sin-
tiendo; es como si rompiendo este esquema corriéramos el pe-
ligro de volvernos terriblemente vulnerables, como estar desnu-
dos y saber de la fealdad de nuestro cuerpo y de nuestra alma.
¿Quién querrá saber de nosotros cuando se descubra el monstruo
que llevamos dentro? El silencio nos aleja cada vez más de la
verdad, distorsionando nuestra percepción de lo que nos rodea y
de nosotros mismos.
Primera parte - 71
¿Y qué ocurre cuando por fin rompemos esa barrera? ¿Qué sucede
cuando tomamos la decisión de no estar encadenados nunca más
al silencio? Ocurre que nos encontramos tambaleantes, como un
niño que empieza a dar sus primeros pasos. Temerosos, indeci-
sos. Pero aun así, esta es la única forma de alcanzar una nueva
conciencia, una nueva perspectiva que nos hará comprender que
hay un vasto territorio para conquistar y que vamos a tener que
luchar por él. A veces, lo haremos con miedo, y otras veces,
con un apasionamiento desmesurado, lo que puede conducirnos
a perder las perspectivas y la razón de lo que defendemos, pero,
sea como sea, debemos seguir adelante.
Ansiedad
Primera parte - 73
era un niño. Si la gente supiera lo extraña que suena esta frase
para muchos de nosotros, se sorprendería tanto como yo lo hice
a mis treinta y ocho años, edad en la que empecé a derribar mi
particular muro de autonegación. Así es, me costó meses acep-
tarlo. Yo era consciente de que algo me había pasado, es cierto,
pero mi mente no lo asimilaba, y sobre todo, no quería hacerlo.
Lo sabía perfectamente, pero jamás lo pensaba. Cuando le po-
nes palabras a lo que te ocurre, tu realidad se modifica; ponerle
palabras significa enfrentarse a ello y asumir las implicaciones
de ser un sobreviviente de abusos sexuales, y eso es algo para
lo cual, al menos en mi caso, no estaba preparado. Pero ahora
sé que uno no puede esperar eternamente a sentirse preparado.
Eso no funciona así. Hay que actuar, hacer las cosas, como sea.
No importa la forma en que se rompa el círculo vicioso, lo impor-
tante es que por fin se rompa. Después, ya se irán poniendo las
cosas en su sitio. Y, sin duda, estamos mucho más preparados de
lo que creemos.
ción.
Primera parte - 75
tante desproporcionada y está fuera de contexto. Es decir, cuan-
do necesitamos liberar esa tensión, lo hacemos casi de un modo
instantáneo, incontrolado, y sin que el motivo aparente justifique
en absoluto nuestro comportamiento. Estas situaciones, además,
se producen con las personas más allegadas, lo que provoca no
pocas discusiones. Y tal y como ocurre en tantos otros ámbitos
de nuestra vida, no sabemos cómo resolverlo ni cómo darle una
explicación que contenga un mínimo de coherencia.
Tal vez pueda parecer que todo esto es mucho más sencillo. Eso
nos gustaría creer a todos. Recuerdo perfectamente los días pos-
teriores a la revelación de mi gran secreto. Ya cerca de los cua-
renta años, podríamos considerar que era una persona suficien-
temente madura como para evaluar mi situación de un modo
objetivo. Bueno, pues al parecer, no lo era tanto. Lo cierto es que
me costó bastantes meses asociar muchas de mis secuelas con
el hecho de haber padecido abusos sexuales. Jamás se lo había
contado a nadie, casi me atrevería a decir que no me lo había
contado ni a mí mismo. Lo que quiero decir es que no me había
enfrentado a mi situación en ningún momento, ni con el pensa-
miento. No se trataba de un problema de amnesia, sino más bien
de algo demasiado perturbador para siquiera darle cabida en mis
pensamientos, así que opté por no pensar jamás en ello. Pero,
como decía antes, esto no me libraría en absoluto de las secue-
las. Y entre ellas, la ansiedad, sin duda.
La ansiedad es un elemento bastante pertinaz. Quizá sea uno de
los que durante más tiempo nos acompaña, incluso después de
haber revelado nuestro secreto y estar en un franco proceso de
recuperación.
Diferencia
Primera parte - 77
nes emocionales, si se quiere, pero lo hicimos, y el caso es que
no teníamos ningún interés en ser diferentes, a pesar de ser así
como nos hemos sentido siempre, sufridores de una diferencia
que nunca buscamos sentir y que nos desvivimos por ocultar a
los ojos del mundo.
Sexualidad
Considerando que las secuelas de las que hablamos provienen
de los abusos sexuales padecidos en la infancia, parece lógico
suponer que la sexualidad, en su sentido más amplio, ha de ser
un terreno abonado para todo tipo de problemas.
Primera parte - 79
relaciones sexuales en algo poco o nada gratificante.
Las secuelas relacionadas con el sexo van desde las dudas acer-
ca de nuestra orientación sexual, pasando por la anorgasmia, la
vaginitis o la promiscuidad, hasta la ausencia total de relaciones
sexuales.
Soy gay: 3%
Soy lesbiana: 5%
No tengo preferencias: 6%
No tengo vida sexual: 12%
Soy heterosexual: 74%
Los recursos de la mente humana para afrontar y asimilar los
abusos sexuales no nos permiten establecer pautas unificadas
basadas exclusivamente en la relación causa y efecto. La rela-
ción entre esta experiencia traumática y la afectación en nuestra
futura sexualidad es manifiesta y comprobable en casi todos los
casos; sin embargo, también es distinta en cada uno de ellos.
Primera parte - 81
sería descabellado deducir que las mujeres, implícitamente, de-
berían experimentar un cierto rechazo hacia ellos en su opción
sexual. Pero no es menos cierto que los hombres también nos
encontramos en la misma situación, porque también nosotros
fuimos agredidos mayoritariamente por otros hombres; así pues,
estaríamos enfrentados a un mismo dilema. Si nos ceñimos a
esta hipotética y un tanto simplista teoría, cabría esperar que el
rechazo a la opción sexual masculina se reforzara más, si cabe,
y nuestra inclinación hacia el sexo femenino aumentara. Pero lo
cierto es que no sucede así. Las dudas están presentes por igual
en hombres y mujeres, y si me tuviera que decantar por unos u
otras, diría que somos los unos quienes manifestamos más du-
das. La conclusión, en definitiva, es que no parece que el sexo del
agresor sea un factor determinante para escoger una determina-
da opción sexual. A lo sumo, podríamos aventurar que el abuso
sexual incrementa nuestras dudas y tal vez refuerce, aunque no
necesariamente manifestándose de un modo explícito, una orien-
tación sexual predeterminada, independientemente del sexo del
agresor y el de la víctima.
Primera parte - 83
Victimismo
Primera parte - 85
nos apartamos del origen ninguna respuesta puede saciar nues-
tra búsqueda. Pero seguimos buscando. Es como si los abusos
padecidos nos hubieran legitimado para exigir una compensación
permanente e ilimitada por los daños sufridos. ¿Y quien paga?
Desgraciadamente cualquiera que esté a nuestro lado. Existen
otras vías que nunca hemos querido explorar, y desde luego tie-
nen poco que ver con sentirse víctima.
Rabia
La rabia no es un sentimiento extraño para los sobrevivientes de
abuso sexual infantil. Otra cosa distinta es que se manifieste, y
en caso de hacerlo, que lo haga adecuadamente.
Nuestra rabia tiene particularidades que la convierten en un ele-
mento difícil de manejar y de expresarse de un modo natural; es
decir, de ubicarse y manifestarse con respecto al sujeto u objeto
causante.
Primera parte - 87
A veces, inocentemente, queremos creer que, cerrando los ojos,
dejará de existir lo que está frente a nosotros, pero no es así;
la rabia no desaparece; siempre nos acompaña, agazapada, en-
mascarada, y aunque ya no podamos asociarla a su verdadero
origen, o incluso hayamos olvidado por completo su origen, se-
guirá a nuestro lado. Actuará como un volcán que entra en erup-
ción en los momentos menos oportunos, generando confusión e
incomprensión tanto en nosotros como en las personas que nos
rodean.
Al final, lo que nos queda es una rabia interior que no está foca-
lizada en nada específico. Hace tiempo que perdimos cualquier
referencia. Ahora, sólo permanece esa sensación desconectada
e indiferente a la realidad, una sensación autodestructiva que se
dirige al mundo, al destino y, principalmente, a nosotros.
A menudo, casi sin darnos cuenta, hacemos uso de esa rabia en
nuestras relaciones interpersonales. Existe una cierta ambiva-
lencia en nuestro comportamiento, una tendencia a pasar de un
extremo a otro. Podemos adoptar, la mayor parte de las veces,
una actitud de sumisión ante ciertos acontecimientos y, en otras
ocasiones, dejar salir ese monstruo que tratamos de mantener
encadenado en las catacumbas de nuestro corazón. El proble-
ma es el mal manejo que hacemos de estas situaciones, ya que
nuestra actitud sumisa va ligada al miedo, a la incapacidad de
enfrentarnos a la vida, a la sensación constante de peligro y a
otras muchas cuestiones que en su momento no pudimos resol-
ver. Resumiendo: sólo nos sentimos relativamente cómodos con
aquello que nos es muy familiar, y sólo en este restringido cam-
po de acción podemos sentir la suficiente seguridad como para
relajarnos y permitir, sin darnos cuenta, que aparezca de vez en
cuando el monstruo. Traduciéndolo a lo cotidiano, diríamos que
la rabia es mucho más probable que se manifieste en entornos
conocidos y seguros que en cualquier otro ámbito donde nuestra
vulnerabilidad esté en juego. Lo paradójico, una vez más, es que
el resultado siempre es inverso a nuestras necesidades reales. Por
poner ejemplos, digamos que ante una injusticia laboral, vamos
a ser incapaces de reaccionar y acataremos con sumisión lo que
se nos imponga. Y por el contrario, ante una situación familiar in-
trascendente, podemos tener una reacción desproporcionada de
la que, poco después, es probable que nos arrepintamos. Y ni en
un caso, ni en el otro vamos a ser capaces de dar una explicación
coherente a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.
Depresión
Depresión es una palabra que está en boca de todos. Cualquier
Primera parte - 88
Primera parte - 89
mos y que, con frecuencia, pensamos que no nos afectaron. Pero
cuando abrimos la caja de los truenos, comprobamos que el pre-
tendido control no era más que una tapadera bastante menos só-
lida de lo que queríamos creer. Y por otra parte, también hay que
decir que los intentos de suicidio, en las personas que padecimos
ASI, son preocupantemente elevados, lo cual deja patente que
no es tan difícil, a veces, caer en una depresión, cuyo desenlace
no puede ser más drástico.
Primera parte - 91
SI, es una de las cuatro emociones primarias con las que nace el
individuo, junto con el dolor, el amor y la rabia. El miedo forma
parte de nuestro sistema de alarma, y como tal, actúa en nuestro
beneficio ante situaciones inesperadas o peligrosas. No obstante,
cuando se desvincula del peligro real y termina generando res-
puestas inadecuadas ante peligros imaginarios, entonces volve-
mos a estar hablando de fobias.
Primera parte - 93
seguir adelante sin volver a pensar en los abusos durante años,
pero nuestros sentimientos y muchas de las secuelas asociadas
al abuso también seguirán adelante con nosotros, formando par-
te de nuestro bagaje con independencia de que pensemos en ello
o no. El recuerdo del abuso no es una condición sine qua num
para sufrir las consecuencias del mismo.
Quizá no soy yo quien te hable hoy, quizá sea esa niña asustada
que desde dentro grita “Socorro” e implora ser rescatada de una
vez por todas. Quizás es que la coraza tras la que se ha escondido
durante tantos años le pesa hoy tanto que suplica que alguien le
ayude a arrancarla de su cuerpo y la arroje por fin a la hoguera.
Primera parte - 95
sabía que existía…, el dolor y la sensación de vergüenza es tan
brutal que, de alguna manera, el niño muere; muere porque de
repente deja de ser un niño. Nunca, nunca más volverá a sentirse
un niño.
Yo tenía ocho años cuando sucedió por primera vez. Mi alma in-
fantil quedó recostada para siempre sobre un sofá en una fría
tarde de invierno. Ella se sentó allí, feliz e ingenua, cargada de
la alegría y esa chispa infantil que sólo se tiene cuando eres un
niño y tu único deseo es vivir. Después…, sólo quedaba miedo,
desconcierto, vergüenza, pánico…
Primera parte - 97
no, y sin embargo, necesitaba tanto descansar…
Recuerdo que olvidé cómo era la niña que había en mí. Recuerdo
que dejé de ser quien era para convertirme en un ser que odiaba
y despreciaba. Recuerdo cómo me fui alejando de todo el mundo
que quería por el temor a que descubrieran a la persona que vivía
tras aquella coraza que poco a poco iba construyendo.
Él decía que me amaba, que cada noche rozaba con sus dedos
una foto que tenía de mí, lo que me hacía sentir un asco tremen-
do. Decía que le había devuelto las ganas de vivir. Decía que era
lo que más quería en este mundo y que nadie podía saberlo por-
que no lo entenderían. Entonces, me preguntaba si yo también le
amaba. Titubeante frente a su insistencia, y sintiéndome como la
misma escoria, le decía que sí.
Primera parte - 99
golpes en el pecho de alguien sin rostro que soporta mi rabia con
entereza hasta que sólo lloro, lloro y lloro; y alguien me abraza y
al oído me susurra: “Tranquila, ya pasó todo”, y de repente…, la
paz. Pero la niña creció, creció con el sollozo y la rabia contenida
en su pecho, y aún espera…, aún sueña que un día…, mi sueño…
Tenía trece o catorce años cuando supe que no podía más, cuan-
do supe que tenía que elegir entre vivir o morir, y supe que no
podía continuar si él seguía ahí. Y elegí vivir.
El día que decidí poner fin a aquello, pensé, convencida y segura,
que era el final de una trágica historia. De verdad, pensaba que
volvería a recuperar mi vida a partir de aquel instante. Recuerdo
la cara de alegría que puso cuando, al abrir la puerta de su casa,
me encontró allí. Sonrió de oreja a oreja y dijo que se alegraba
por verme aparecer sola y por propia voluntad. No entré. En la
misma puerta, le dije que sólo iba para decirle que nunca, nunca
jamás volvería a tocarme. Y él… lloró. Lloró como un crío, y me
pidió perdón, me repitió mil veces que nunca quiso dañarme,
que me quería con locura. Y lo dejé allí, llorando como un niño.
Aún no entiendo por qué lloró. El pecho me latía con fuerza y con
satisfacción. Por primera vez en varios años, había hecho algo
que me hacía sentir no bien, sino increíblemente bien. Sentí que,
después de eso, podía comerme el mundo. Y, de verdad, creí que
podría recuperar mi vida.
ca. ¡LO HABÍA HECHO, POR FIN, LO HABÍA HECHO! Y sólo habían
bastado unas palabras. ¿Por qué no lo había hecho antes? No
podía encontrar la respuesta a esa pregunta, y aún hoy, no sé si
puedo, Simplemente, no pude. Estaba paralizada, anulada por el
miedo, hipnotizada…
Y luché, luché con todas mis fuerzas. Eso nadie me lo puede re-
prochar. Poco a poco, aprendí a disfrutar de cada momento boni-
Primera parte - 104
Fue mi primera relación la que hizo saltar todo por los aires: el
primer beso. Y con él…, el olor, el sabor, las imágenes, los re-
cuerdos. Y entonces, por primera vez, lo conté. Se lo conté a él,
se lo conté a mi mejor amiga y se lo conté a la persona que más
confiaba en el mundo, la persona que en los últimos años me
había animado a vivir, a quererme, a ser feliz. La persona gracias
a la cual había seguido adelante. La única persona a la que le
dejaba mirarme a los ojos y no me asustaba. Doblaba mi edad,
y pensaba que de nuevo me ayudaría a encontrar el camino. No
lo hizo. Con un simple “Esto me supera”, desapareció de mi vida
para siempre. Ya no quiso volver a verme. Creo que fue enton-
ces cuando me sentí como la misma mierda, como si el cartel
de “CULPABLE” ocupara toda mi frente. Nunca en mi vida me he
sentido más sola y abandonada. En aquellos días, empezó una
especie de proceso de autodestrucción y compasión. Empecé a
beber; lo hacía sola, en mi habitación, sentada en el suelo y apo-
yada en la pared. Nadie se enteró jamás. Me emborraba con mis
amigos y provocaba imágenes patéticas. En alguna de aquellas
borracheras, confesé mis pecados. No recuerdo lo que conté; iba
demasiado borracha; sin embargo, sí recuerdo la respuesta de un
amigo: “Si querías conmoverme, no sólo no lo has conseguido,
además, me has aburrido. Lo siento por aquella niña, pero tú no
Cada vez los momentos malos son muchísimo menos que los
buenos. Cada vez ocupan una parte más pequeña de mi vida,
pero a veces, de repente, y sin avisar, se despierta en el pecho
un dolor, una punzada aguda que me quita el aire y siento que
me ahogo. Dura unos días, y no hay nada en el mundo que pue-
da aliviar ese dolor. Roza lo insoportable y aguanto porque he
aprendido que se pasa; sólo hay que esperar. Antes, cuando ve-
nía, fingía, nadie lo notaba. Podía haber estado llorando toda la
tarde, que por la noche recibía a mis amigos con la mejor de mis
sonrisas. Pero supongo que la energía, al igual que una batería,
también se agota. Y ya no me queda energía para disimular.
Mi autoestima aún se tambalea. Es como si mi cerebro y la ima-
gen que tengo de él fueran por caminos separados. Siempre con-
vivo con esa sensación de no ser capaz. No me creí capaz de
acabar el COU y estuve a punto de abandonar, a pesar de que
saqué una media de notable. No me veía capaz de aprobar un
examen cuando estudié Trabajo Social, y a pesar de sacar las
mejores notas de la clase, siempre pensaba que era suerte, y
que el siguiente lo suspendería, porque yo no podía ser capaz.
Siempre he sido la más rápida en los cursos, y siempre he ido por
delante, y nada, absolutamente nada, me borra la sensación de
que yo no soy capaz.
más y más sola, y te alejarás más y más del mundo. Una y otra
vez, sentirás deseos de ocultarte tras tu máscara, porque cada
vez que asomes la cabeza, te dañarán”.
Parece ser que hay ciertas cosas en la vida para las que uno
nunca está preparado. Sin embargo, esas cosas suceden. Y por
desgracia, ocurren más a menudo de lo quisiéramos. Y no sólo en
ese tipo de familias que parecen servir como tranquilizantes para
nuestra conciencia, situándonos al otro lado de la barrera y exi-
miéndonos de toda culpa. Sucede —y, además, mayoritariamen-
te— en familias que nadie dudaría en calificar como normales.
¿Por qué existen tantas dificultades para hacer frente a una si-
tuación que, por si quedara alguna duda, está tipificada en el
Código Penal con bastantes años de cárcel? Los cimientos de al-
gunas familias se asientan en un sutil entramado de cuestiones
no habladas ni pactadas explícitamente. Hay ciertas cosas que
no pueden ni deben ocurrir. Pero ocurren, y cuando lo hacen,
llega el caos. Para evitarlo, la única salida es mantenerlo oculto a
cualquier precio, aunque el precio sea abandonar a su suerte al
puertas afuera, sino que sucede otro tanto puertas adentro, mo-
tivo por el cual es imposible solucionar este tipo de conflictos.
Con las drogas, sentía que podía ser otra persona, que podía
cambiar el mundo entero. Creía ingenuamente que mi vida iba
a mejorar, que iba a ser feliz otra vez. Entonces, nada me pre-
ocupaba y el dolor desaparecía. Mi realidad era otra, pero con el
tiempo fue tanta la adicción que ya no era capaz de pensar en
otra cosa. Ya no podía vivir sin ellas. Tanto fue así que nada me
importaba; me dejó de importar hasta mi hermano, que es a
quien más quiero en este mundo. Lo dejé a un lado, anteponien-
do las drogas a él, a mí misma, a todo.
Y aquí estoy. Hace varios meses que dejé mi antigua vida, pero
aún hay cosas que en ciertas ocasiones no me dejan continuar…
¡Son tantos recuerdos, cicatrices y secuelas! Sufro de ataques
de pánico, obsesiones, a veces depresiones, pesadillas… No he
vuelto a tener sexo y veo difícil que algún día me anime a volver
a tocar a un hombre o a dejarme tocar. Tengo sentimientos de
culpa, escucho voces en mi cabeza, tengo fobias y dolor, echo de
menos a mi hermano, a mi país, a mis amigos, a mi gente… Me
encantaría seguir estudiando, pero aquí no puedo darme esos
lujos; aquí tengo que trabajar, trabajar y arreglármelas sola. El
precio que he tenido que pagar ha sido muy elevado.
A veces, pienso que hubiera estado bien tener algún tipo de edu-
cación religiosa. Cuando se está tan vacía, una busca desespera-
damente algo a lo cual aferrarse, pero, a falta de eso, me aferro
a mi música y a mis libros, que, aunque suene extraño, me han
sacado de muchas.
Después, hay otros daños físicos, los que se producen con pos-
terioridad a la violación y que tienen que ver con la cotidianidad,
con esa vida normal que siempre hemos anhelado. En esa vida
está la obligación de callar, de disimular tu dolor, de fingir que no
pasa nada, el sufrimiento que soportas en soledad, esa constante
y enfermiza situación que vives a diario…
La piel tan seca hace que se me resquebraje por cosas tan sen-
cillas como quitarme un jersey o coger un vaso. Hay temporadas
que tengo que vestirme y desvestirme con guantes si quiero no
manchar la ropa de sangre.
sufren casi exclusivamente las niñas. No hay más que ver las ci-
fras que acabo de señalar en el párrafo anterior para comprobar
que los hombres también estamos expuestos, y mucho, a pade-
cer esta lacra.
Hay otras falsas ideas, absurdas diría yo, como las que señalan
que es el menor quien provoca el abuso, o que, en todo caso,
podría evitarlo. Esto forma parte de un imaginario retrógrado y
machista que, quiero creer, está más cerca de la extinción que de
otra cosa. De lo que no hay duda es que estas excusas son las
que suelen utilizar los agresores cuando se les interroga y se les
piden cuentas por el delito cometido.
Una sociedad mejor empieza por una mejor infancia de todos sus
miembros, y el abuso sexual es un verdadero atentado contra el
futuro de todos.
Testimonio de Joan
Este será el segundo libro que escriba sobre el abuso sexual in-
fantil y llevo ya unos cuantos años ocupándome de este asunto,
incluso con presencia en los medios escritos y hablados, un paso
inconcebible apenas unos años atrás. Pero lo que antes era im-
pensable, ahora son peldaños por los que, con mayor o menor
esfuerzo, voy ascendiendo. Y cada vez paso más tiempo mirando
hacia arriba que hacia abajo.
El peso del tiempo y del olvido te hunde cada vez más, y a veces
sólo la más absoluta desesperación es la que te permite encon-
trar una puerta, una puerta que no es más que el inicio de un
largo camino repleto de obstáculos, pero, al fin y al cabo, un ca-
mino hacia la libertad.
El niño nació sano y guardo ese día como el más feliz de mi vida.
Después del nacimiento, nos trasladamos a vivir a nuestra ciu-
dad, Tudela, aunque lo hicimos a la casa de una abuela de él. Allí
permanecimos unos meses, hasta que arreglaron nuestra casa
definitiva, una casa de su propiedad que estaba rehabilitando.
El niño era muy guapo cuando nació. Sigue siendo muy guapo.
Siempre ha estado muy ligado a mí. Ha sido un niño sensible y
cariñoso. Nunca ha sido rebelde; todo lo contrario: siempre dócil
que cerrar los ojos y contar hasta diez. Luego, debían quitarse
los pijamas y jugar a la trompetilla, que consistía en chuparle el
pene a su padre como si se tratara de un chupachup. Se tocaban
los tres, y papá les enseñaba cómo debían tocarle a él y cómo
debía tocarle a la niña.
Desde ese momento, cayó sobre mis hombros un gran peso que
me rompió por dentro y por fuera. Necesitaba dar explicaciones a
las palabras del niño y no me podía creer que realmente hubieran
sucedido esos juegos. Necesitaba aferrarme a algo que me diera
esperanzas de que no había sucedido. Seguro que había alguna
explicación. Me dije a mí misma que no podía ser. Además, era
niño, y los niños no eran abusados.
no le iba a quitar los pantalones y que tan solo se los subiría por
la parte de los talones. Así lo hice, y cuando ya llegué a la zona
de las rodillas le dije que tenía que bajarle un poco los pantalones
para seguir poniendo la pomada, pero que luego se los subiría y
no le pondría el pijama.
Hoy ha llegado del juzgado una petición, por parte del padre de
mi hijo, en la que se indica que se reinicien las visitas y que se
cambie de psicólogo al niño, y se alega la no aceptación del re-
curso por parte del Supremo, cuando lo cierto es que yo no tengo
contestación alguna del Supremo, por lo tanto, y al menos de
momento, no es oficial.