Sunteți pe pagina 1din 8

La filosofía y el conflicto

LA SOCIEDAD ENTRE CONFLICTOS Y ESPUERZO

Por: Henri BAH [1]

Los conflictos y la violencia son tan inherentes a la existencia que ya no aparecen como hechos
patológicos sino como datos normales con los que hay que lidiar. En efecto, los elementos se
desatan; las especies se devoran unas a otras; los hombres son violentos, abusan de su fuerza y
curan. Esta realidad parece un hecho natural hasta el punto de que sería pretencioso y
5 es absurdo buscar una solución, como si fuera un problema.

Sin embargo, la violencia y los conflictos han adquirido tal magnitud que constituyen para el
hombre un peligro y un grave problema que hay que solucionar adecuadamente. Para ser
adecuada, esta solución debe investigar las fuentes profundas. A este propósito, se ha creído
durante mucho tiempo que los conflictos entre los hombres cesan cuando surge la razón y que ésta
se impone e introduce
10 el orden, la negociación, la regla y el contrato. La realidad nos muestra, por desgracia, que la era
de la razón, «el estado positivo», es más bien el reino infernal de los conflictos de todo tipo, en
particular religiosos, étnicos, políticos y sociales. La razón desenfrenada lo ataca todo, lo violenta
todo e incendia todos los sectores. Anunciada como luz, la razón apareció
como la oscuridad, como la oscuridad. Es necesario decirlo, hoy más que ayer, la sociedad está en
crisis. es necesario
15 ¿Por eso estás desesperado?

¿Quién puede salvar aún este mundo si el ciclo de conflictos abarca todos los sectores,
comenzando por los medios políticos y religiosos, sin dejar de lado el de los intelectuales
convertidos en los barriles de resonancia de la política? ¿Dónde encontrar «los bolsillos de
resistencia» a los conflictos que puedan salvar al mundo?

20 Esta reflexión es una modesta contribución al intento de resolver los conflictos que desgarran al
mundo. Creemos que una «empatía» con el texto bergsoniano puede inspirar una
solución que, al mismo tiempo que sitúa la fuente profunda de estos conflictos, da la esperanza de
una posible humanidad. Siempre que todos acepten hacer este esfuerzo siempre renovado de cavar
hasta el fondo de sí mismos para encontrar al Otro ya no como producto de su cultura, sino como
25 Hombre simple y totalmente.

1. LA CULTURA O EL CULTO DEL RECHAZO DEL OTRO

El estudio de las fuentes de los conflictos y la búsqueda de las condiciones para resolverlos es,
ante todo, pensar en el hombre como autor, víctima y solución de esos conflictos. Por lo tanto, la
pregunta inaugural es quién es el hombre. Para hablar como Descartes, Qui suis-
30 ¿yo? » ¿quién crea los conflictos y quién sufre las consecuencias?

Todo el mundo está de acuerdo en que el hombre participa de una determinada razón, aunque las
determinaciones de esta razón difieran de un pensador a otro. Descartes, cuya fórmula parece más
conocida, decía yo, precisamente, sólo una cosa que piensa, es decir,
un espíritu, un entendimiento o una razón» [2]. Después de haber presentado al hombre como un
animal
35 político, Aristóteles añade y precisa que su carácter distintivo frente a todos los demás animales es
la palabra (logos) hecha para expresar lo útil y lo dañino, lo justo y lo injusto.
1
Hacer que el hombre asuma la responsabilidad de los conflictos es reconocer que la conciencia es
la causa principal de las disputas. Ahora bien, la conciencia misma no es más que la masa de
cultura que encierra y que la hace. En definitiva, la fuente de nuestros conflictos es
40 fundamentalmente en el principio y el funcionamiento de nuestras culturas. Hobbes podía percibir
esta verdad cuando sostenía que las tres causas principales de la disputa eran de naturaleza
humana: en primer lugar, la rivalidad; en segundo lugar, la desconfianza; En tercer lugar, el
orgullo» [3]. El hombre lleva a cabo la ofensiva ya sea por el beneficio, por la seguridad o por la
reputación:

45 Para las bagatelas, por ejemplo, para una palabra, una sonrisa, una opinión que difiere de la
suya o cualquier otro signo de mesjetismo, ya sea que ésta se refiera directamente a sí mismos, o
que se refleje en ellos, estando dirigida a sus padres, a sus amigos, a su nación, a su profesión, a
su nombre» [4].

Sin duda Hobbes no dice claramente que es la conciencia la que actúa en esta
50 ofensiva bélica. Esta actitud de la conciencia es una consigna de la cultura que naturalmente nos
dispone a la ofensiva.

Para eliminar todo equívoco con el fin de no derramar en la ideología de la jerarquización de las
culturas que desemboca en la distinción entre pueblos «civilizados» y pueblos «salvajes»,
digamos que la cultura aquí debe entenderse en el sentido de civilización, es decir, que se trata de:

55 «Un complejo conjunto de fenómenos sociales, de naturaleza transmisible, que presentan un


carácter religioso, moral, estético, técnico o científico, comunes a todas las partes de una vasta
sociedad, o a varias sociedades en relación». [5]

¿Por qué la conciencia se identifica con la cultura? Cómo la cultura nos dispone al
conflicto?
60 El orden social imita con mucho el orden natural. Por eso el hombre está unido a la sociedad
como la abeja a la colmena. «Los miembros de la sociedad se comportan como células de un
organismo» [6]. «Toda fenomenología de la conciencia» revela que al principio no es
que una realidad en potencia, una conciencia sublimada, es decir, aún no convertida. Este poder
sólo llega al Acta bajo el impulso de la sociedad. La conciencia convertida en acción,
65 es decir maduro no es más que el fruto, el producto de la sociedad, de la cultura. Decir que toda
conciencia es conciencia de algo es afirmar que contiene la cultura que la hizo ser. En efecto,
nuestra palabra, nuestras creencias, nuestros principios de vida, nuestros valores, incluso nuestro
visión del mundo, son sólo la expresión de nuestra educación, digamos de nuestra cultura. Somos
más de la sociedad que de nosotros mismos. Nuestro equilibrio depende de nuestra unión a la
70 sociedad. Por lo tanto, no hay conciencia fuera de los valores culturales.

Ahora bien, estos valores que fundamentan nuestro valor individual o colectivo acaban por
convertirse en nuestra Identidad. El «yo» no es más que la suma de los valores que expresa. Ya lo
sabemos, el primero
deseo de toda conciencia, de toda identidad es imponerse al Otro negándolo. Naturalmente,
estamos dispuestos a jugar al «superhombre». Consciente o inconscientemente, «la
75 voluntad de poder» anima a cada uno de nosotros. El «yo» que no tiene tal vocación está
condenado a la muerte. Morir es no existir, mucho menos vivir. Lo que más tememos es la
muerte. Este miedo motiva gran parte de nuestra energía. ¡Hay que luchar a muerte para no morir!

Así nace el conflicto entre los hombres. En realidad, este conflicto es un conflicto de culturas que
se
80 rechazan, se niegan porque no toleran la menor diferencia. Lo que odio del otro, por lo que lo
encuentro extraño y extraño es fundamentalmente la suma de los valores que se supone que debe
generar: su lenguaje, su ideología política, su religión, su forma de comer, de reír, de

2
Vestirse, alojarse, etc. A la inversa, el otro me odia por los mismos motivos. En la conciencia de
cada uno, el mal es el otro. A menudo se ha pensado que esta actitud sólo es propia de
85 la cultura occidental. Sin embargo, es el carácter natural de toda cultura. Lévi-strauss señaló que
«esta actitud de pensamiento, en nombre de la cual se rechaza a los «salvajes» fuera de
la humanidad es precisamente la actitud más distintiva y distintiva de estos salvajes. [7]
Hacia finales del siglo XX, el problema se resolvió con el fenómeno de la mundialización
90 o de la mezcla de culturas que algunos políticos e intelectuales se han hecho defensores.
El fracaso de tal solución es evidente porque en esta «cita del dar y del recibir»,
cada cultura ha permanecido dura y opaca como una monada sin puerta ni ventana. O cuando
intentan «abrazarse», siempre hay una cultura (la que tiene una idea empujada de su identidad)
que termina devorando al otro. ¡Y ella grita victoria! Finalmente se impuso al final de este
95 conflicto que no decía su nombre. Bergson dice con razón que nuestras sociedades,
independientemente de su nivel de desarrollo, siguen siendo sociedades cerradas:

« La sociedad cerrada es aquella cuyos miembros se mantienen entre sí, indiferentes al resto de
los hombres, siempre dispuestos a atacar o a defenderse, sujetos finalmente a una actitud de
combate». [8]

Si a menudo hay conflictos en el seno de una misma sociedad, es porque en realidad no tiene
100 cultura pero de las culturas. El conflicto nace de la menor diferencia entre estas culturas. Si una
sociedad se identifica con su cultura, se podría decir que aquí no hay una sociedad, sino
sociedades. No negamos la comunidad de rasgos fundamentales entre las culturas de algunas
sociedades. Pero muy generalmente, el «mismo», lo que es idéntico, incluso homogéneneo, no
molesta a la conciencia. Eso le parece normal. En lo que se detiene y en lo que se mete es esto
105 que es heterogéneo, diferente, por pequeño que sea. Es, pues, una actitud reduccionista la que
habla, por ejemplo, de la cultura africana, de Côte d'Ivoire o de la wê. [9] Ya se puede observar
que en el seno de un mismo clan o de un mismo grupo étnico, que aparentemente tienen la misma
costumbre, sectores de la cultura como el tótem, los funerales divergen haciendo aún del otro el
extraño, lo extraño, incluso el extranjero. La xenofobia, el racismo, el nazismo, el terrorismo, el
tribalismo, el
110 fanatismo y fundamentalismo religioso, etc. son sólo la expresión diversificada de este conflicto
de valores culturales.

Los filósofos del contrato pensaban que el establecimiento de un poder común que pudiera
sostener a los hombres en respeto podía resolver el problema. Parecen olvidar que la política
misma, como forma de organización y de gestión de la sociedad, es un aspecto de la cultura. Qui
115 más aún, es cada vez más el campo de explosión mismo de este conflicto de culturas.

2. EL RETROGRADO DE LA POLÍTICA: DE LA COMPETENCIA AL CONFLICTO.

Todos nuestros conflictos, que tengan un carácter religioso, étnico, económico o social, son
120 principalmente conflictos políticos. La política es un ejercicio, un juego que engloba y supera con
creces el de otras actividades. La concordia dentro de un Estado y su relación pacífica con los
demás Estados, así como lo contrario de estas situaciones, dependen del desarrollo de su juego
político.

Decimos que la política es un juego porque hace que los individuos compitan o
125 un grupo de individuos que en principio no son enemigos, sino adversarios. Si la democracia
finalmente ha triunfado sobre los demás regímenes, es precisamente porque da cuenta del espíritu
de competencia en la política.

3
Lamentablemente, el juego político experimenta un movimiento retrógrado debido al hecho de
que los políticos llegan allí con su masa de cultura, y con ella su principio de rechazo de la
diferencia.
130 El adversario es visto como un enemigo. No es raro oír eslóganes del tipo «que no está conmigo
está contra mí». La diferencia ideológica lleva a la lucha a muerte. Todos rechazan la derrota en el
campo de la política porque creen que la derrota es sinónimo de muerte. Por lo tanto, hay que
luchar por todos los medios contra el otro para matarlo a riesgo de morir.

En el fondo, el juego político ha perdido su calidad porque los hombres ya no lo consiguen con el
135 preocupación por simpatizar, en el sentido profundo del término, pero para luchar en el sentido
propio del término.
Lamentablemente, la cultura también ha actuado aquí. Si es verdad que «la violencia física
aparece a lo largo de la historia de la humanidad como medio ordinario de lucha política» [10], es
precisamente porque la cultura, que consideramos como principal responsable, es inherente a la
sociedad. La magnitud de estos conflictos varía según la complejidad de los problemas o intereses
140 (lucha por la tierra, las riquezas naturales, los bienes materiales, el prestigio social, búsqueda de
identidad, lucha por salvar a su dios, etc.) y los medios de combate (instrumentos de la técnica),
pero hay de todos modos conflicto, es decir violencia. Lo que ha faltado a la humanidad no son
los coloquios, los acuerdos de paz y de no agresión, y mucho menos la creación de organismos
internacionales o nacionales de paz; es esta «epopeya», esta puesta entre paréntesis, en el sentido
145 husseriano del término, de nuestra cultura, este descenso hasta el fondo de uno mismo para
resaltar los valores humanos que nos hacen simpatizar unos con otros.

3. EL ALMA MÍSTICA Y EL ADVENIMIENTO DE LA HUMANIDAD

Si el campo político es más visible en los conflictos que desgarran el mundo, es necesario
150 reconocer que la resolución de estos conflictos no depende de las instituciones. Esos conflictos no
requieren una solución política. Piden un esfuerzo más que moral, pero místico. Este esfuerzo
debe consistir en que cada uno trabaje en profundidad, cave en el fondo, trascienda el yo social
para simpatizar con el yo profundo.

Partimos de una idea generalmente aceptada: el hombre es un ser consciente.


155 Pero si hacemos lo que nos corresponde, debemos reconocer que el hombre es dualidad. Esta
dualidad se basa en esta confrontación incesante entre el yo superficial, es decir, la conciencia
social y el yo profundo o la conciencia humana. De sus relaciones constantes y delicadas
emana la unidad de la persona. El yo profundo es en nosotros el representante de la humanidad
mientras
el yo social es la voz de la sociedad y de su cultura. Si el yo superficial desarrolla la solidaridad
160 social y su corolario de rechazo del Otro, el yo profundo invita a la fraternidad humana.
Así, si cada uno hiciera este esfuerzo para llegar al yo profundo que está dentro de él pero que
está cubierto por la capa cultural, todas nuestras diferencias se desvanecerían. Porque el yo
profundo nos hace partícipes de la comunidad humana. Es esta comunidad a la que Henri Bergson
desea fervientemente en ambas fuentes, y a la que llama sociedad abierta. No se trata, pues, de
constituir
165 una comunidad de todos los hombres en el sentido de un conjunto de individuos yuxtapuestas. En
tal comunidad, los hombres simplemente viven «juntos», pero no viven unos cuadrados con otros
cuadrados. En la sociedad cerrada, la de las culturas, los hombres viven juntos, es decir, en una
homogéneneidad espacial, pero con total indiferencia de unos hacia otros.
Es como una granja donde criaríamos juntos pollos, ovejas y
170 conejos. Tal existencia o coexistencia sería la de un régimen de exterioridad radical en el que la
indiferencia es la norma. Esta indiferencia es un signo de que cada uno se mantiene firme y
firmemente en sí mismo, aunque compartan el mismo espacio. Si nuestras culturas nos
contrapuestas, es precisamente porque ya nos adaptan a este estilo de vida espacial. Mi sociedad
se delimita primero en un espacio bien dado. Más allá de este espacio todo es diferente, al
175 menos espacial y menos extranjero. Por lo tanto, la conciencia social es una conciencia espacial.
Ahora bien, el espacio

4
se divide y se separa. Tampoco se trata de esta solidaridad que se ha hecho demasiado vaga:
aquella con la que «los cosmopolitas se jactan de amar a todos para tener el derecho de no amar a
nadie» [11]. Es una ósmosis de las conciencias, que han triunfado sobre la conciencia social,
produciendo la alegría del descubrimiento humano y que no podemos encerrar en un tiempo
180 y en un espacio cerrado. Hacemos un llamamiento a esta identidad de mí, que se basa en el
principio activo de la participación a largo plazo. Porque la duración es este principio dinámico
que teje silenciosamente las conciencias entre sí, y que, aunque ahora su heterogeneidad, las une
unas a otras. Los mantiene en una unidad coloreada y viva en la que las conciencias se entrelazan
y simpatizan en el sentido profundo del término. Las organizaciones internacionales no podrán
185 no conducir a estas relaciones entre hombres. Hay una diferencia entre las Naciones Unidas y la
sociedad abierta, no sólo de grado, sino sobre todo de naturaleza. El caso es que por el yo
profundo se revela el poder creador del hombre, el que lo conecta intuitivamente con la fuerza
misteriosa que anima el universo. Con tal alma mística, nuestras diferencias ya no constituyen
barreras, obstáculos sino heterogeneidades que
190 contribuyen al enriquecimiento de todo lo que es el flujo humano; al igual que los sonidos
variados producen la hermosa melodía.

Lo que se dice aquí no es una simple vista de la mente, mucho menos una metafísica pura.
Creemos que la solución adecuada a estos conflictos, que de hecho son signo de «olvido del ser»,
no existe en ningún otro lugar más que en el retorno al ser. Pero el ser no es nada más que esta
195 alma mística en cada uno de nosotros. Por lo tanto, nuestra solución no es religiosa, sino mística.
Esta solución está al alcance de todos, sólo exige un esfuerzo excepcional, no para elevarse en las
nubes, sino para cavar en el fondo de uno mismo. Aquí yace el alma mística que nos abre a la
humanidad y contiene todas nuestras diferencias y diferencias.

CONCLUSION

200 Los conflictos que minan al mundo son, en cierta medida, conflictos de identidad. La identidad no
es lo que es inmediatamente idéntico, es decir, lo que es homogéneneo. Es sobre todo lo que
constituye nuestra originalidad; lo que siendo inconmensurable con los demás quiere una
heterogeneidad que participa del impulso de vida que anima a todos los seres y los une. Las crisis
son consecuencia de una revalidación de esta identidad, es decir, su reducción a la
homogéneneidad
205 cultural que nos opone a otras identidades culturales. La solución a esta crisis debe consistir
naturalmente en un retorno a nuestra verdadera identidad que, lejos de oponernos, nos invita a la
simpatía: el alma mística.

5
BIBLIOGRAFÍA

BERGSON, Henri, Las dos fuentes de la moral y la religión, París, PUF, 1995, -

____________El pensamiento y el movimiento, París, PUF, 1993.

GAXIE, Daniel, La democracia representativa, París, CLEFS, 1996.

KONAN KOUASSI, Ernest, «Identidad, identificación y conflictos entre los estudiantes africanos
en Francia», en los anales de la Universidad de Abidján, T.XVI, 1983.

ELLUL, Jacques, autopsia de la revolución, París, calmann-lévy, 1969.

____________________________________________________________

NOTAS EN BAS DE PAGE

[1] Departamento de Filosofía, U.F.R. Comunicación, Universidad de Bouaké, Costa de Marfil.

[2] DESCARTES, Meditaciones, París, Flammarion, 1979, p..83.

[3] HOBBES, Leviatán, París, Flammarion, 1990, primera parte, cap. XIII.

[4] ibidem

[5] LALANDIA, André, vocabulario técnico y crítico de la filosofía, París, PUF, 1988, Vol II.

[6] BERGSON, Dos sources, París, PUF, 1995, p.6.

[7] LEVI-STRAUSS, Claude, La mentalidad primitiva, París, Alcan, p.20.

[8] BERGSON, op. cit. p.283.

[9] Grupo étnico del oeste de Costa de Marfil.

[10] GAXIE, Daniel, La democracia representativa, Montchrestien, CLEFS, 1996, pág.11.

[11] ROUSSEAU, Contrato social, París, pleyade, 1966, pág.286.

Etiopías n° 72. Literatura, filosofía, arte y conflictos. Primer semestre de 2004.

Barin Artículo publicado en http://ww.refer.sn/ethiopiques. ]

S-ar putea să vă placă și