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Contexto histórico No voy a hablar aquí de la historia de cada una de las cuatro leyes

representadas por las ecuaciones de Maxwell, ya que haré eso en cada capítulo correspondiente,
sino más bien del papel del propio Maxwell, dónde y cuándo aparecieron sus leyes y qué
transformaciones posteriores sufrieron para tomar la forma con las que las conocemos ahora. Sé
que esto puede parecerte un rollo y que quieres entrar en materia, pero creo que hacerlo así es,
en última instancia, más provecho- 6 Las ecuaciones de Maxwell so, y significará que recordarás
mucho mejor lo que aprendas después. Antes de que Maxwell entrara en escena ya conocíamos
muchas piezas del rompecabezas que él completaría; esas piezas habían sido obtenidas, a lo largo
de los siglos, por otros genios que irán apareciendo en este libro: Coulomb, Faraday, Ampère,
Ørsted... Sabíamos que existía algo denominado carga eléctrica, que había dos tipos y que ambos
sufrían una fuerza de atracción o repulsión con cargas eléctricas del mismo tipo o del contrario.
Sabíamos que esa carga eléctrica –a veces llamado fluido eléctrico porque se desconocía el hecho
de que estaba cuantizada, ni sabíamos aún de la existencia de protones o electrones–, al moverse
por el espacio, generaba corrientes eléctricas que era posible crear y mantener en el tiempo. La
electricidad era, cuando llegó Maxwell, un viejo conocido. Conocíamos también materiales, como
la magnetita, que formaban imanes naturales que, como las cargas, podían atraerse o repelerse.
Sin embargo, la fuerza que sufrían y ejercían las cargas no era la misma que sufrían y ejercían los
imanes. Como la electricidad, el magnetismo era un viejo conocido de la humanidad mucho antes
de que Maxwell hiciese su aparición.

Sin embargo, nos faltaban cosas; para empezar, nos faltaba darnos cuenta del pedazo de
rompecabezas que teníamos delante de los morros. Porque, como pasa tantas veces, algunos
pensaban que ya entendíamos muy bien tanto electricidad como magnetismo –cada uno por su
lado– y que no había más que pulir detalles. Sin embargo, se nos quedaron los ojos como platos
cuando en 1820 el danés Hans Christian Ørsted se dio cuenta de que una corriente eléctrica
creaba a su alrededor un campo magnético. Estaba claro que lo que antes creíamos que eran
cosas independientes –electricidad y magnetismo– no lo eran tanto. Al menos, tras Ørsted,
teníamos claro que no lo teníamos nada claro, lo cual es un progreso. Otro enigma de la época era
la luz: qué era realmente, cómo se propagaba, qué la generaba exactamente... pero claro, nadie
pensaba que este problema tuviera nada que ver con el otro. Eran, como digo, piezas de un puzzle
que ni siquiera sabíamos que existía como tal. De hecho, se ve aquí en cierto sentido el avance de
una ciencia incipiente: en un principio se descubren fenómenos. Luego se describen esos
fenómenos y se comprueba en varios lugares que existen y cómo suceden exactamente.
Posteriormente se pasa a clasificar esos fenómenos y crear un voca- 8 Las ecuaciones de Maxwell
bulario con el que referirse a ellos con cierta precisión y, si se trata de una «ciencia exacta»,
finalmente se pasa a cuantificar esos fenómenos con ecuaciones. Además, con ecuaciones o no,
llegada la madurez de la ciencia hace falta una descripción que englobe conjuntos de fenómenos y
los sintetice para crear, por fin, una teoría. Pero a mediados del XIX estábamos muy lejos de algo
así para el electromagnetismo. ¿O no?

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