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Locura, manía y melancolía

Al abordar la manía y la melancolía, es común encontrar que las personas tiendan a

relacionarlas sin reconocer las características que las diferencian. A pesar de su cercanía,

debemos resaltar que irónicamente sus síntomas tienen un vínculo que ubica a cada una de

sus partes en polos opuestos, como si se tratara de las dos caras de una misma moneda.

Sigmund Freud en 1917 logró concebir esta idea vanguardista que posteriormente

fundamentaría los principios teóricos de los llamados actualmente trastornos del estado de

ánimo, según la clínica psiquiátrica; específicamente del trastorno bipolar caracterizado por

sus episodios depresivos y maniacos. Este concepto lo podemos evidenciar en la frase

expuesta a continuación: “La peculiaridad más notable de la melancolía, la más

menesterosa de esclarecimiento, es su tendencia a volverse del revés de la manía, un

estado que presenta los síntomas opuestos”.

Según la formalización Freudiana, la melancolía es la vía oscura y patológica que

toma el sujeto frente a una pérdida omitiendo el trabajo del duelo. Aunque en ambos se

presentan desazón, empobrecimiento del yo y del mundo, exclusivamente en la melancolía

se expresan por medio de autorreprohes y autodenigraciones que el sujeto se complace en

compartir y de las que no siente vergüenza; estas no son más que críticas cargadas de afecto

desbordado dirigidas al otro que ya no está, aquel al que se perdió. Esta libido que ya no

tiene objeto toma un curso diferente y rebota sobre el ‘propio yo’ como en el efecto

boomerang. Entonces, se podría pensar que la ruta sana al proceso de pérdida se encamina

por medio de un duelo consciente, en donde el Principio de Realidad toma protagonismo

sobre el Principio de Placer.


Para aclarar sobre la distinción entre melancolía y manía, Freud (1917) propuso

ciertas características que corresponden a esta segunda categoría clínica, en la cual

identificó estados de alegría, júbilo o triunfo, y una fuerte tendencia a ejecutar gran

variedad de acciones sin un propósito definido. Esto resulta ser un comportamiento

contrario a lo antes expuesto en la melancolía, que sin embargo se presenta en conjunto con

ella. Aunque el autor no concluyó acerca de este fenómeno, planteó una hipótesis a partir

de las relaciones posibles entre el ‘yo’ y su ‘ideal’. En la melancolía gobierna severamente

el ideal del yo, también llamado la consciencia moral que se contrapone a su otra parte ‘el

yo’ y la critica; posteriormente esta se desvanece y oscila hacia los síntomas de la manía. A

este proceso Freud lo llamó la desazón clínica.

Por otra parte, Lacan propone una relectura del trabajo de duelo y le critica a Freud

que en este proceso no sea de consumar la pérdida del objeto sobre los recuerdos

idealizados, sino que se debe reconstruir el lazo con el objeto verdadero, también llamado

objeto a. Este término, objeto a u objeto del deseo es el que permite establecer diferencias

entre la manía y la melancolía.

Por su parte, en la melancolía el proceso de reversión de la libido no culmina y el

objeto supera la dirección del proceso. Así como la función del i(a), en el narcisismo, es

ocultar el objeto a, el sujeto necesita a través de su imagen alcanzar ese mando que fue

arrebato por a, y lo hace atacando su propia imagen, llegando así a su propia muerte. Es de

esta manera que se puede hablar de un triunfo de a, ya que el i(a) se ha disuelto y esta

disipación revela la dimensión real del objeto a.


En el otro extremo está la manía, en la cual ya no se habla de un triunfo del objeto

sino una no función de a. Aquí lleva al sujeto a la deriva de la cadena significante, lo lleva a

la metonimia (nombrar una cosa con el nombre de otra), es decir, el contenido por el

contenido. Como el objeto a no funciona, no hay un lastre o un peso que lo limite

remitiendo al sujeto sin cesar a un significante, luego a otro y a otro y así sucesivamente sin

detenerse en algo en particular.

Hemos señalado las herramientas que nos ofrecen Freud y Lacan para hablar de

manía y melancolía, sin embargo, estos dos autores nos remiten también a una relación

entre la manía y la locura, siendo Freud el primero en abordar esta relación, refiriéndose a

esta como una fiesta maníaca, la cual remite a la locura asociándola con desenfrenos y

excesos propios de esta fiesta. Lacan, por su parte, nos ofrece argumentos más sólidos para

explicar esta relación.

En un principio, aborda el término excitación maniaca vista como un síntoma y no

como una categoría clínica. Esta excitación se concibe como una energía desenfrenada, la

cual no posee un límite que regule su desborde y por ello se convierte en una excitación

mortal, llegando a perturbar lo imaginario hasta el punto de hincharlo o inflamarlo. Siendo

esto una particularidad que se presenta en la locura.

La locura se manifiesta como una alteración de la relación que tiene el sujeto frente

a la imagen de su cuerpo, lo que en ocasiones puede llevar a afectar al cuerpo en su

materialidad. Siendo lo anterior otro punto de encuentro en la locura y la manía, ya que ese

cuerpo desenfrenado también se presenta en la manía.


En síntesis, la sintomatología maniaca también se puede presentar en locura, de la

misma manera que las manifestaciones melancólicas guardan evidente relación con lo que

teoriza Lacan y Freud sobre la manía.

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