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BOCADOS DE ORO Y LA LITERATURA SAPIENCIAL

EN TIEMPOS DE ALFONSO X

Antonio Rivera García


UCM

Bocados de Oro es una traducción de la obra creada a mediados del siglo XI por el
médico y filósofo sirio Abu l-Wafa al Musbashshir ibn Fatik (1019-1097)1. H. Knust,
por su similitud con las Partidas, considera que la traducción al castellano tuvo lugar a
finales del reinado de Alfonso X, en la década de 12602. La obra que hoy transcribimos
para la BSF fue impresa en Sevilla, en 1495, y suele llamarse también Bonium porque,
en contraste con el original árabe y la primera traducción, añade una introducción
protagonizada por el rey de Persia, Bonium. En dicha introducción se relata cómo este
rey parte hacia la India con el propósito de buscar la sabiduría, y cómo finalmente
manda “poner por escrito las palabras de los sabios filósofos” que ha aprendido durante
su viaje. Tal obra no es otra que los Bocados de Oro. Quizá lo más original de este libro
sea su estructura, pues cada uno de los capítulos está dedicado a uno de los grandes
filósofos de la Antigüedad. Pero el contenido de dichos capítulos, aparte de hacer
algunas referencias a la vida de los sabios, suele reducirse a una mera recopilación de
castigos o consejos similar a la que encontramos en otras obras de esa literatura
sapiencial cuya traducción promueve Alfonso X.

1
Según F. Gómez Redondo (Historia de la prosa medieval castellana I, Cátedra, Madrid, 1998, p. 455),
el físico sirio “se apropia de escritos de la baja antigüedad clásica, tamizados ya por Diógenes Laercio; la
versión castellana es, a su vez, traducida al latín a fines del siglo XIII por Giovanni de Procida para
formar su Liber philosophorum moralium aniquorum; de los textos castellanos sólo sobreviven
manuscritos del siglo XV.”
2
Ibíd., p. 457.
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Antonio Rivera García,
de Pensamiento Político Hispánico “Bocados de Oro” y la literatura sapiencial
en tiempos de Alfonso X.

De las obras gnómicas árabes que llegan hasta Occidente –escritas entre los años 750
y 850–, cabe mencionar Kalila wa Dimna (traducida al castellano con el nombre de
Calila y Dimna) de Abdallah Benalmocaffa y el Kitab adab al falasifa de Hunayn ben
Ishaq (el Libro de los buenos proverbios). La traducción del Calila e Dimna contiene
una de las principales colecciones de exempla castellanos de la Edad Media, aunque no
conoció gran difusión fuera del ámbito de la corte de Alfonso X. Otro texto reseñable de
origen oriental es el Sendebar o Libro de los engaños e los asayamientos de las
mugeres. La principal obra de la tradición gnómica oriental es el Sirr al-Asrar, conocida
en la Cristiandad como Secretum Secretorum (traducida al castellano como Poridat de
las poridades), que es, por lo demás, el texto medieval del que se conservan un mayor
número de manuscritos, de forma que fue más copiado que cualquier otro escrito
auténtico de Aristóteles. La autoridad del Estagirita le otorga a esta obra una dignidad
que difícilmente podía gozar un libro que entre sus páginas incluye saberes mágicos. A
través de esta obra se transmite a Occidente el ideal de realeza sapiencial asociado a
Alejandro, sobre el que nos extenderemos más adelante. Pero aún cabe mencionar otros
libros decisivos para la literatura sapiencial como el Libro de los doze sabios, Flores de
Filosofía o el Libro de los Cien Capítulos. En las páginas siguientes, con el objeto de
explicar las principales características de la literatura sapiencial castellana, aparecerán
fragmentos de todas estas obras, si bien privilegiaremos las citas de Bocados de Oro.

1. El saber en la literatura sapiencial promovida por Alfonso X

La legitimidad del rey sabio Alfonso X no sólo es tradicional, no se funda únicamente


en la herencia o linaje, sino sobre todo en el saber y en el dominio –de ahí la centralidad
del fecho de imperio– adquirido con él3. La aspiración del rey castellano a una realeza
imperial de prestigio pasaba por elaborar un saber en romance que fuera capaz de
asimilar toda la cultura musulmana y judía. Se comprende así que Márquez Villanueva

3
Probablemente, uno de los mejores retratos de este rey sabio lo encontremos en El libro de los judizios
(3a, 1-22): “[…] en este nuestro tiempo [Dios] nos denó dar señor en tierra conocedor de derechuría e de
todo bien, amador de verdat, escodriñador de sciencias, requiridor de doctrinas e de enseñamientos, qui
ama e allega a sí los sabios e los que s’ entremeten de saberes e les faze algo e mercet, porque cada uno
d’ellos se trabaja espaladinar los saberes en que es introducto, e tornarlos en lengua castellana a laudor e a
gloria del nombre de Dios e a ondra e en prez del antedicho señor, él qui es el noble Rey do Alfonso […]
qui sempre desque fue en este mundo amó e allegó a sí las sciencias e los sabidores en ellas e alumbró e
cumplió la grant mengua que era en los ladinos por defallimiento de los libros de los buenos filosofos e
provados.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 405).

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utilice el nombre mudejarismo para referirse a este programa4. Además de los libros
sobre astrología y otros saberes mágicos, es fundamentalmente la literatura sapiencial
que manda elaborar o traducir, la procedente de la cultura musulmana, la que mejor nos
puede proporcionar la imagen de un rey cuya legitimidad se funda en el saber.
La Ley XI del Setenario, la conocida como “Setenario mayor”, y que queda sin
terminar, es probablemente la mejor exposición de lo que significa el saber para Alfonso
X. Al comienzo se indica que el libro recibe el nombre de Setenario porque todas las
cosas tratadas “van ordenadas por cuento de siete”, y porque sale de siete razones
principales, si bien tan sólo se tratan cuatro: entendimiento, natura, sabiduría y razón.
Antepone el entendimiento a la naturaleza porque el primero es más noble. En la
literatura sapiencial, y especialmente en Bocados de Oro, la facultad del entendimiento
ocupa un lugar central y se convierte en una facultad que el buen gobernante, siempre
deseoso del bien de su pueblo, debe tener muy desarrollada5. Sin la operación del
entendimiento, que permite discriminar entre verdad y mentira6, no es posible gobernar,
pues la mentira es la raíz de todos los males y la verdad, la de todos los bienes. Para
explicar esto último, el autor de Bocados utiliza un encadenamiento de vicios y virtudes
que aparece a menudo en la literatura sapiencial para dar la impresión de un saber
cerrado7. Se trata, en suma, de seguir el seso verdadero y evitar actuar según el imperio
de la voluntad8. Por eso, los secretarios o consejeros al servicio del rey, aparte de

4
Cf. J. L. Villacañas, La formación de los reinos hispánicos, Espasa, Madrid, 2006, p. 619.
5
“E cómo es bien del pueblo cuando el su rey es de buen seso y sabio, y cómo es mal dellos cuando le
mengua una destas cosas” (Bocados de Oro [=BO]. Cito a partir de ahora por la edición de la BSF). En
otras obra, como en Poridat, se insiste también en la importancia del entendimiento para el gobierno y el
buen orden: “Sepades que el seso es cabeça de todo ordenamiento, e endereçamiento del alma, espeio de
las tachas.” (Pseudo Aristóteles, Poridat de las poridades [=P], en Secreto de los secretos, Poridat de
poridades, versiones castellanas del Pseudo-Aristóteles Secretum secretorum, Estudio y ed. H. O.
Bizzarri, Universidad de Valencia, Valencia, 2010, cap. 1, p. 109).
6
“Cuánto ha entre la verdad y la mentira? Y dijo: Cuanto ha entre el ojo y la oreja.” (BO).
7
“Por no usar hombre el señorío, así como debe, nasce envidia; y de la envidia nasce mentira; y de la
mentira nasce aborrescimiento; y del aborrescimiento nasce tuerto; y del tuerto nasce enemistad; y de la
enemistad nasce la lid; y la lid deshace la ley y estraga lo poblado. Por usar honbre el señorio como debe
nasce verdad; y de la verdad nasce el amor; y del amor nasce dar y defender; y con esto se mantiene la ley
y puéblase el reinado.” (BO). Y aun con más claridad encontramos esta cadena en Poridat: la mentira
lleva a la mestura, esta a la malquerencia, y sigue la cadena con el tuerto, el repartimiento, el odio, la
baraja, la enemistad y la lid (P, p. 109). La cadena que empieza con la verdad es la siguiente: verdad-
temor de Dios-justicia-compañía-franqueza-solaz-amistad-defensa (P, p. 110).
8
El mejor rey es el que somete su voluntad [“¿Cuál es el mejor rey? Y dijo: El que no es siervo de su
voluntad” (BO)] a su entendimiento: “Cuando quisiérdes hacer alguna cosa no sigas la tu voluntad, y
demanda consejo, ca por el consejo sabrás la verdad” (BO). En Poridat podemos leer: “Guardat uos de
conplir uestras uoluntantes, ca matar uos an, que por conplir omne todas sus voluntades uiene omne en
natura bestial que es cobdiciosa sin razon, e gozas el cuerpo ques corrompe, e pierdes el seso […]” (P, p.
110). Y también en Flores de Filosofía [=FF] (Cito por la transcripción de J. M. Lucía Megías del ms.

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sobresalir por su entendimiento (seso), deben anteponer la verdad a la voluntad o deseo


del rey9. Se insiste además en nuestra obra, en Bocados, que saber y seso deben ir
juntos10. “Saber sin seso” equivale a memorizar los dichos o castigos de los sabios, pero
sin tener la facultad suficiente para comprenderlos.
La literatura sapiencial suele distinguir entre el seso o entendimiento, que es un don de
Dios, y el saber que adquiere uno por sí mismo, como se dice una vez más en Bocados:
“Los sesos son donadios de Dios. Los saberes ganan los hombres por sí”. En Flores de
filosofía se asocia el entendimiento al objetivo final del gobierno real, allí donde se
afirma que “la mayor partida del seso es en saber bien llevar los omes”11. Y en el
capítulo anterior de esta misma obra, se utiliza varias metáforas para explicar que el rey
es la inteligencia de la cual depende que los corazones del pueblo se asemejen a la tierra
cultivada12.
Después del entendimiento, el Setenario aborda la naturaleza y muestra de dónde
nacen las cosas, cómo y de qué modo tales cosas obran sobre sí mismas, sobre otras o
cómo se deshacen. En tercer lugar nos habla de la sabiduría, que “faze venir a omne a
acabamiento de todas las cosas que ha sabor [deseo] de fazer e de acabar”. Añade que
los sabios distinguieron siete saberes a los que llamaron “artes”: “son maestrias sotiles e
nobles que fallaron por saber las cosas ciertamentre e obrar dellas según conviniese, tan
bien en las çelestialales como en las terrenales”13. Tales artes reciben la denominación
de liberales porque son propias de hombres libres y no dependen de una necesidad o
utilidad, como bien indica la General Estoria cuando aborda “las escuelas de los
saberes de Grecia”14.

9428 de la BN de Madrid, en Memorabilia. Boletín de Literatura Sapiencial, n.º1, 1997,


http://parnaseo.uv.es.) se indica que la voluntad debe estar sometida al entendimiento: “sesudo es quien
vençe a su uoluntad” (FF, XXV).
9
Así se expresa BO: “E si el consejero del rey y el su físico siguen la su voluntad [del rey] en todas las
cosas, y recebirá daño en sus hechos y será sienpre enfermo y no podrá haber luenga fin ni buena”.
10
“El seso sin enseñamiento es tal como árbol que non lieva fructo” (BO). Lo mismo podemos leer en
Flores de Filosofía: “E si fuere su saber mas que su seso non se aprovechara de su seso njn de su saber.
Ca dizen que el saber sin seso es como el arbol sin fruto.” (FF, VIII).
11
FF, XXVI.
12
“Ca sabet que el cuerpo es como el regno, e el seso como el rey, e las maneras son como el pueblo,
pues si podier el rey mas que el pueblo enderesçarlo ha e gujarlo ha bien. E si podier el pueblo mas que el
rey puede se perder el pueblo e el rey puede se perder el pueblo e el rey, ca los corazones sin seso son
como la tierra yerma sin lavor, e los corazones con seso son como la tierra que es poblada de buenos
pobladores.” (FF, XXV).
13
Alfonso el Sabio, El Setenario, ed. e intr. K. H. Vanderford, Universidad de Buenos Aires, 1945, p. 29.
14
“Nos las avíe a oír non ombre libre que non fuesse siervo, nin omne que visquiesse por mester; la otra
porque aquellos que las oýen que avien a seer libres de todo cuidado e de toda premia que les otre

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Antes del Setenario, un texto tan esencial para la literatura sapiencial como el Libro
de Alexandre ya sostiene que los reyes, si quieren alcanzar la sapiencia, deben dominar
las artes liberales. Este asunto aparece en el contexto en que Alejandro se lamenta por
que los reyes de Grecia son “vasallos tributarios” de Darío y toma la resolución de
conquistar Asia y luchar contra el rey persa, para lo cual requiere los consejos de
Aristóteles, el filósofo que precisamente le enseñó las artes liberales. Las artes
proporcionan un saber que Alexandre denomina “clerezía”, y en el que sólo es superado
por su propio maestro Aristóteles15. Menciona primero las tres artes del trivium,
gramática, lógica y retórica, y luego las artes del quadrivium, la música, geometría y
aritmética, las cuales parece reunir en una sola, y la astrología16. En relación con las
artes liberales añade la medicina, pero falta, si las comparamos con el Setenario, la
metafísica, el arte que precisamente eleva Alfonso X a la cumbre de los saberes.
Esta última obra nos habla en primer lugar de las artes “de corazón”. En realidad,
comprime las tres materias del trivium en una “que es de fablar e mostrar todas las cosas
que es en sí, por qué fue fecha y que obra faze”. Una vez más el acuerdo es total con la
literatura sapiencial, y, en particular, con Bocados de oro, con un libro que otorga una
gran relevancia a las artes del trivium cuando señala que Aristóteles defendió a los
retóricos, versificadores y gramáticos porque proporcionaban instrumentos para guiar la
razón17.
Tras abordar las artes más directamente relacionadas con la política, el Setenario trata
las cuatro artes del quadrivium: aritmética, geometría, música y astrología. El autor del
Setenario conecta cada una de ellas con la divinidad. Aparte de los siete saberes
anteriores, añade dos más que solían estudiarse en la universidad: la medicina –
generalmente con el nombre de física– y la metafísica. La física, que tanta importancia
tiene en Bocados de Oro, pues entre los sabios que castigan se encuentran Hipócrates y

fiziesse, ca todo esto a mester qui aprende pora bien aprender.” (General Estoria, XXXIV, 193a, cit. en F.
Gómez Redondo, o. c., p. 28).
15
“Assaz sé clerezía quanto m’es menester,/fuera tú non es omne que me pudiés vençer;/conozco que a ti
lo devo gradeçer,/ que m’enseñest las artes todas a entender.” (Libro de Alexandre, Cátedra, Madrid,
2000, 39, p. 144).
16
“Sé de las siete artes todo su argumento;/ bien sé las qualidades de cad’un elemento;/ de los signos del
sol siquier del fundamento,/nos me podriá çelar quanto val’ un açento.” (Ibíd., 45, p. 145).
17
“Y algunos de los sabios de aquel tiempo así como Pitágoras y Pentágoras, tovieron por nada el saber
de los rectóricos, y de los versificadores y de gramáticos; y escarnescían de aquellos que se trabajaban
destas sciencias y decian que no eran necesarias en ninguna sapiencia, ca los gramáticos no son sino para
mostrar los mozos; y los versificadores hablan de vanidades y de mentiras; y los recotores son
halagadores de palabra. E cuando Aristótiles lo sopo hobo ende pesar y despecho, y anparó a los
gramáticos y a los versificadores y a los rectóricos y razonó por ellos.” (BO).

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Galeno, sirve “para acreçentar la vida e toller las enfermedades e los dannos quer
reçiben los omnes en ssus cuerpos naturalmiente o por ffuerza”18. Después de analizar
las partes de este arte, se sostiene que “en todas estas siete cosas se muestra el nombre
de Dios, que es natura que ordena todas las otras naturas” [natura ordenador].
Deja para el final la metafísica porque es la “más noble y sutil” de estas siete artes. Y
ello se debe a que por ella “se conocen todas las cosas según su natura, tanto las
espirituales como las temporales”19. La sabiduría, y especialmente la que proporciona la
más elevada de las artes, la metafísica, nos permite conocer a Dios. Nos parece que aquí
es clara la influencia de aquella filosofía política musulmana que situaba en primer
lugar el conocimiento de los principios metafísicos. Además, Alfonso X, al subrayar
que se debe aspirar a conocer la causa primera, el principio del que surge todo, hace
suya la definición de sabiduría que encontramos en el Picatrix20, obra de magia que
forma parte de las obras árabes que manda el rey traducir al castellano y latín, aunque
hoy sólo se conserva la versión latina. En realidad, la definición de sabiduría que
encontramos en esta obra mágica no es más que una copia de la definición
proporcionada por Alfarabi21. A diferencia del Setenario, el filósofo musulmán
distingue entre intelecto teórico e intelecto práctico, entre sabiduría y prudencia. Esta
distinción nos permitiría distinguir entre las obras de Alfonso X en las que el rey
patrocina el intelecto práctico o prudencia, las asociadas con la literatura jurídica y
sapiencial, y las que patrocina el intelecto teórico, y entre ellas las dedicadas a la
astrología y otros saberes ocultos.
El Setenario también sostiene que, como “los saberes son de Dios”, todo aquel que los
desprecia ofende a la divinidad. Se detiene en distinguir siete maneras de despreciar el
saber y establece una semejanza entre el saber y las monedas22, como hará Bruno Latini.
El saber, por lo demás, resulta inabarcable, tanto “como los granos de la arena del mar”
o las “gotas de la lluvia”23. En esta línea, el Libro de los buenos proverbios señala que

18
El Setenario, cit., XI, p. 36.
19
Ibíd., p. 38.
20
Picatrix, Marcelino Villegas, Orán, 1978, p. 5.
21
Al-Farabi, “Artículos de la ciencia política”, en Obras filosófico-políticas, Debate-CSIC, Madrid, 1992,
p. 116).
22
Onde, mostrando el ssaber de qué natura es e connosçiendo la ffuerça que ha en él, éste es Dios
nombrado e connoscido por el bien, assi commo por la moneda es connosçido el que la manda ffazer e la
tierra en que la ffazen [...]. Et las partes desta moneda son las artes e maestrías que los omnes buscan para
entender qué es ssabiduría e aprouecharsse della. Et por esa rrazón llamaron los antiguos a los ssaberes
moneda de Dios [...]” (El Setenario, cit., XI, p. 42).
23
Ibíd., p. 44.

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“la sapiençia es mucha y la vida del onbre es poca, pues aprender de la sapiençia cosa
que vos llegue lo poco alos mucho”24.
En cuarto lugar nos habla brevemente de la razón, que, entre otras cosas, aviva la
voluntad y aguza el entendimiento para aprender mejor los distintos saberes25.
Igualmente permite apreciar “la desigualdad de las cosas iguales”, es decir, sirve para
separar el bien del mal, “el tuerto del derecho”, la mentira de la verdad 26, etc.
Finalmente, el Setenario alude a que, para algunos sabios, la razón es el “espíritu de
Dios que ordena todas las cosas”, y por ello “diéronle tal semejanza que así como el
Spíritu Santo non cae sinon en cuerpo linpio, otrosí la razón no recibe sinon cuerpo
entendido”27. Esta última identificación la reencontramos en aquel fragmento de Flores
de Filosofía donde se dice que el saber es un don del sanctus spiritus28. Quizá la manera
sapiencial de entender el Espíritu Santo, tan estrechamente vinculado al alma del
mundo, no esté lejos de Alfarabi, del falasifa que empleaba las palabras “espíritu santo”
para denominar al intelecto agente29.

2. La transmisión del saber y el problema del esoterismo

Muchos de los libros pertenecientes al género sapiencial parten, más allá de que sea
realmente éste su origen, de la siguiente estructura narrativa: un rey, como el Bonium
del Bocados de Oro, encarga a un gran sabio elaborar uno de estos escritos con el fin de
dejarlo a sus descendientes30. Y es que la literatura sapiencial concede gran importancia

24
Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 455.
25
Según El Setenario (cit., XI p. 46), la razón es “commo la lunbre entre las tiniebras; ca ella alunbra el
entendimiento e ffaz connosçer la natura e ssabe ciertamiente las cosas e demuéstralas, rrazonando,
departiendo lo que sse muestra por ssignifficança, e ordena los ffechos, cada uno o deve, e dales
acabamiento commo convyene.”
26
Puede recordar a la definición que proporciona del “seso” el Libro de los buenos proverbios: “faze
conosçer la materia de los saberes y departe las semejanças unas d’otras y de los dictamientos y de los
saberes.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 452).
27
El Setenario, cit., XI, pp. 46-47.
28
La referencia al Espíritu Santo podemos encontrarla en la edición de Flores de H. Knust (en Dos obras
didácticas y dos leyendas, Sociedad de Bibliófilos Españoles, Madrid, 1878): “E por ende aprender el
saber, ca en aprendiéndolo faz’ omne servicio a Dios. E todo omne que fabla en saber es tal como el que
alaba a Dios. E el saber es dono que dio sanctus spiritus.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 270;
cursiva, A.R.).
29
Aunque el Espíritu Santo que menciona Al-farabi (“Libro de la Política”, en Obras filosófico-políticas,
cit., p. 7) no sea el equivalente cristiano, sino del islámico término ‘aql (intelecto), cabe preguntarse si
Alfonso X utiliza intelecto en este sentido. Cf. El Setenario, cit., XI, p. 47.
30
El Calila e Dimna [=CD] también tiene esta estructura, como puede apreciarse en el siguiente
fragmento: “Et era filósofo a quien él más amava. Et mándole que respondiese a ellas capítulo por
capítulo et respuesta verdadera et apuesta, et que le diese enxenplos et semejanzas, et por tal que viese la

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a la necesidad de comunicar el saber –que tan útil puede ser para el buen gobierno–
mediante la redacción de libros.
Entre las obligaciones del buen rey se halla la transmisión del saber a su pueblo31,
hasta el punto –como leemos en el Libro de los Cien Capítulos– de que peca quien se
niega a comunicar el saber y lo guarda para sí mismo32. La efectiva comunicación
requiere el dominio de las artes del trivium, de las necesarias para expresar los
conocimientos de la mejor manera. Pues a menudo, con el fin de facilitar la transmisión,
estas obras aparecen como una recopilación de sentencias, dichos o aforismos que
aspiran a ser fórmulas fáciles de recordar. Bocados de Oro resume perfectamente cómo
debe ser expresado el saber: “Y porque aquella sapiencia es más noble que todas las
cosas, ha de ser dicha en la mejor razón que pueda ser, y con las más apuestas palabras
y más breves, y sin yerro y sin enbargamiento”. Como nos recuerda Curtius, aunque la
brevedad y la concisión practicadas en la Edad Media ya eran aconsejadas por diversos
autores clásicos, desde Isócrates hasta Quintiliano, los autores medievales daban mayor
importancia a la brevedad porque estaba conectada con las fórmulas bíblicas33.
Dada la importancia que alcanza la obligación de transmitir el saber, se comprende
que Alfonso X adquiera, en algunos prólogos de sus libros, la condición de rey que
rescata saberes antiguos y los entrega, como si fuera un nuevo Salomón, a los hombres
entendidos de las siguientes generaciones34. La necesidad de rescatar el saber perdido y

çertedunbre de su respuesta, et que lo ayuntase en un libro entero por que lo és tomase por castigo para sí,
et que lo dexase después de su vida a los que d’él desçendiesen.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p.
193).
31
“Mandó a todo el pueblo que tomasen aquellos escriptos, et que los leyesen et rogasen a Dios que les
diese graçia con que los entendiesen; et dioles aquellos que eran más privados en la casa del rey. Et el uno
de apuestos escriptos es aqueste libro de Calila et Dina.” (Ibíd.).
32
“Lo que omne sabe si non lo muestra a otros e non obra con ellos como deve es muy grand pecador por
ello” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 438). Lo mismo se indica al comienzo del Libro de Alexandre
(cit., 1, p. 129): “[…] deve de lo que sabe omne largo seer,/si non, podrié en culpa e en riebto caer.”
33
E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media Latina (2), FCE, México, 1999, p. 685. Añade Curtius
que “hay una sola fuente antigua para la doctrina medieval: la crítica de Platón a la sofística. En el Fedro
(267b), Sócrates dice que Tisias y Gorgias inventaron el arte de expresarse sobre un objeto ya de manera
concisa, ya en forma interminable […]” (Ibíd., p. 689).
34
En el prólogo del Libro de las cruces podemos leer: “Siempre se esforçó de alumbrar et de abivar los
saberes que eran perdidos al tiempo que Dios lo mandó regnar en la tierra”; “Onde este nostro señor […]
qui tantos et diversos dichos de sabios viera, leyendo que dos cosas son el mundo mientre son escondidas
no prestan nada, et es la una seso encerrado que non se amostra, et la otra thesoro escondido en tierra, el
semejando a Salomón en buscar et espaladinar los saberes, doliéndose de la pérdida et la mengua que
avían los ladinos en las scientias de las significaciones sobredichas, falló el Libro de las cruces […]” (Cit.
en F. Gómez Redondo, o. c., p. 409). Y en la Estoria de España también se indica que uno de los deberes
del rey es buscar y conservar los saberes: “[…] porque las artes de las sciencias et los otros saberes, que
fueron fallados pora pro de los omnes, fuessen guardados en escripto, porque non cayessen en olvido et
los sopiessen los que avíen de venir […]” (Ibíd., p. 388)

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transmitirlo a las futuras generaciones, resulta, no obstante, compatible con el


esoterismo de la filosofía, ya que las verdades no deben ser escuchadas –como no se
cansa de aconsejarnos Bocados35– por los necios. Los libros, especialmente aquellos
que contienen disciplinas peligrosas del estilo de la astrología y la magia, sólo deben ser
conocidos por los hombres entendidos o sabios36, ya que tales conocimientos pueden
llegar a ser muy peligrosos si caen en manos de los ignorantes. A este respecto la
literatura sapiencial, del Setenario a los Bocados, trata de combinar ambas obligaciones:
si, de una parte, no debe enseñarse a hombres de escaso entendimiento y razón, ni, por
supuesto, debe utilizarse para mentir y obrar con maldad; de otra, tampoco ha de
guardarse tanto el saber transmitido por los filósofos, que luego resulte imposible
comunicarlo a quien puede aprovecharse lícitamente de él37.
La obligación de ocultar las verdades filosóficas a la multitud es otro de esos rasgos
propios de la filosofía musulmana y judía que asume la corte de Alfonso X. Basta
comparar esta filosofía con la escolástica de un Tomás de Aquino, para advertir que
dicho esoterismo no es uno de los fundamentos de la filosofía cristiana. Es más, el
Aquinate parte de la convicción de que Dios considera útil revelar ciertas verdades
naturales o hacerlas accesibles a la razón de cualquier ser humano38.
La literatura sapiencial entiende de dos maneras distintas el secreto. Ciertamente, es
necesario para proteger el saber de los necios, como podemos leer en el prólogo de

35
Sirvan estos dos fragmentos, pertenecientes a Bocados de Oro, de muestra: “No cuentes las cosas de la
sapiencia ante hombre necio, que es como la bestia que lieva oro o plata y no sabe nada de la su nobleza,
mas siente la su pesadunbre solamente. Otro tal es el necio que no siente nada de la sapiencia sino el
lacerío que lieva por ella, y no entiende su nobleza”; “E el que vieda el saber al que es para ello, vieda
Dios el su provecho en este mundo y en el otro; e non lo vieda sinon el necio de poco saber, e si non es de
poco saber es de vil voluntad y envidioso”.
36
Así podemos leerlo en el prólogo del Libro de la ochava esfera: “Et por ende nós, el rey D. Alfonso
sobredicho, cobidiciando que las grandes virtudes et maravillosas que Dios puso en las cosas que él fizo,
que fuessen conoscidas et sabudas de los omnes entendudos, de manera que se pudiessen ajudar d’ellas
[…]” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 603).
37
El Setenario, cit., XI, p. 45. Algo parecido expresa Bocados de Oro: “Quien muestra lo que sabe de
enseñamiento a los buenos crescerá por ellos la necedad de los malos. E el que vieda el saber al que es
para ello, vieda Dios el su provecho en este mundo y en el otro; e non lo vieda sinon el necio de poco
saber, e si non es de poco saber es de vil voluntad y envidioso.”
38
Cf. E. L. Fortin, “Santo Tomás de Aquino”, en L. Strauss y J. Cropsey (comps.), Historia de la filosofía
política, FCE, México, 1996, p. 245: “No menos revelador […] es el hecho de que las razones que
Maimónides había invocado para justificar el ocultar las verdades filosóficas a la multitud pudiese ser
utilizado por Santo Tomás de Aquino para mostrar, en cambio, por qué, además de las verdades
sobrenaturales, Dios había considerado útil revelar ciertas verdades naturales o verdades que fuesen
accesibles a la sola razón humana y a la experiencia […]. La categoría canónica de que disfrutaba la
filosofía en el mundo cristiano ayuda a explicar al mismo tiempo por qué Santo Tomás de Aquino pudo
descartar como innecesario o improcedente el esoterismo […]”.

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en tiempos de Alfonso X.

Poridat de las poridades39, en donde Alejandro debe tener este tratado en “poridat, ca el
que descubre su poridat non es seguro que mal damno nol en venga”. Aristóteles le
desvela los secretos militares una vez que el gran rey jura que los mantendrá en
secreto40. Quizá la mejor manera de ocultar la verdad a los necios consiste en escribir,
como se dice en Bocados41, de una manera extraña (oscura o entre líneas). A este
respecto el Calila e Dimna advierte que “si el entendido alguna cosa leyere d’este libro,
es menester que lo afirme bien, et que entienda lo que leyere, et que sepa que ha otro
seso encubierto; ca si non lo sopiere, non le terná pro lo que leyere”42. La lectura
esotérica está unida, por lo demás, a un hombre juicioso que no se conforma con admitir
lo que escucha43. Don Juan Manuel, en el prólogo de la Crónica abreviada, asume esta
concepción del saber dirigida sólo a los iniciados. Para ello utiliza la imagen,
procedente de la tradición oriental y que ya encontramos en Bocados de Oro44, del saber
cercado de tales muros que impiden el acceso de los necios o ignorantes.
Al mismo tiempo, el secreto adquiere la dimensión de instrumento del gobernante. El
rey, si quiere serlo, si aspira a convertirse en dueño de sí mismo, no debe revelar a los
demás sus secretos45: “que el que mete su poridad –leemos en la Segunda Partida– en
poder de otro, fazese su siervo; e quien la sabe guardar, es señor de su corazon, lo que
conviene mucho al rey”46. Mas, aunque no se pueda pensar el señorío y el gobierno sin
la necesidad de guardar secretos, el vasallo nunca ha de tenerlos para su señor.

39
“Pensat en sus palabras encerradas con la manera que sabedes de mi e entenderlo edes legera miente,
pero non çerré tanto sus poridades si no por miedo que non caya my libro en manos de omnes del mal sen
e desmesurados que sepan de lo que no mereçen nin quiso Dios que lo entendiessen, que yo faría grant
trayción en descubrir poridat que Dios me mostro.” (P, pp. 104-105).
40
“E agora quiero uos lo descobrir e mostrar a pleyto que lo tengades en poridat.” (P, p. 142).
41
El hombre más recto es el que “mejor dice lo que tiene en el corazón. Y el que más lo dice en el lugar
quel conviene, y el que lo dice más breve y más extraño.” (BO. Cursiva, A.R.).
42
CD, cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 190.
43
“El omne entendido deve sienpre sospechar en su asmamiento et non creer a ninguno, maguer
verdadero sea et de buena fama, salvo de cosa que le semeje verdat. Et cuando alguna cosa dudare, porfíe
et non otorgue fasta que sepa bien la verdat […]” (Ibíd.).
44
En Bocados de Oro, uno de los castigos de Aristóteles a Alejandro dice lo siguiente: “Sabida cosa es
que la sapiencia a aquellos que la aman non conviene de gela hacer perder. Pues bien es que les hagamos
libros por do la aprendan, y los que la desaman no la puedan aprender por estos mesmos libros. Ca por
cuanto son grandes huirán; ca yo cerqué la sapiencia de fuertes muros de guisa que no se entremetan en
ella los necios, y ordenéla de tal ordenamiento que la entenderán los sabios, y no se aprovecharán della
los que la desaman.” (Cursiva, A.R.).
45
Sobre esta cuestión también se extienden los Bocados de Oro: “- E dijo: El que guarda la poridad es
sesudo, y el que la descubre no ha seso. - E dijo: Conviene al hombre que encubra la poridad, y el que la
encubre maguer que non le es dicha, por poridad es le más agradecido. - Y dijo: Encobrir la poridad es
noble cosa del ánima. - E dijo: Cuando la poridad no te cabe en tu corazón, menos cabrá en corazón de
otro.”
46
Segunda Partida, V, XVI, Monfort Benito, Valencia, 1767, p. 34 [puede consultarse esta edición en la
BSF].

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Asimismo, la lealtad de los buenos consejeros implica el deber de no desvelar las


poridades de su superior47. Este tema se halla relacionado con otro tópico de la
literatura sapiencial, el de que –como podemos leer en diferentes capítulos de Bocados–
mejor es callar, ocultar lo que se sabe, que decir palabra errada o comunicarla a los
necios48. Por este motivo Aristóteles dijo finalmente que “mas sabio es el que njega lo
que sabe que el que muestra lo que non sabe”49.

3. El fin supremo del saber: la escala hacia Dios

La literatura sapiencial no se entendería si no tenemos en cuenta que la finalidad del


saber coincide con la revelación, con el conocimiento de Dios, que debe traducirse en
las obras necesarias para lograr la salvación eterna. El entendimiento, que es un don de
Dios, no sólo sirve para guiarse en este mundo, sino también para acceder al otro 50. Por
eso podemos leer en Bocados de Oro que “este mundo es pasaje para el otro mundo,
pues el que guisa en él todo lo que ha menester para el camino, es seguro de non pasar
por los trabajos que otros pasan”. El Espéculo señala igualmente que del saber proceden
todos los bienes y, por lo tanto, es la vía más segura para conocer a Dios y obrar bien51.
Si el saber coincide con el conocimiento de lo más excelso, lo relativo a la divinidad,
resulta inevitable concluir que es un fin en sí mismo y uno de los mayores premios que
se pueda alcanzar, como de este modo tan claro indican los Bocados: “No conviene al
que demanda la sapiencia que la demande por haber galardón y precio por ella, mas

47
“Ni digas tu poridad sinon al que te la guardare.” (BO).
48
Sobre este asunto podemos leer en Bocados innumerables castigos: “Más seguro es el hombre por
callar que por hablar, ca por el mucho hablar puede el hombre caer en grande yerro. E dijo: Esto no
acontece al que sabe lo que habla, mas el necio yerra quier hable poco quier hable mucho”; “E dijo: La
pro del callar es mayor que la pro del hablar, y el daño del hablar es mayor que el daño del callar”; “E
dijo asimesmo: Más vale en los hombres el callar que hablar con necios, y apartarse que allegarse a los
malos”; “Por el callar es seguro hombre de se no arrepentir”; “Y dijo: Conviene de saber la hora en que es
bueno el callar, y la hora en que es bueno el hablar”, etc.
49
FF, XXXIX.
50
“Ca sabet –nos dice el autor de FF (XXV)– que el seso es gujador del cuerpo en este mundo e del alma
en el otro. E quando dios quiere toller su merçed algund pecador lo primero que le faze tuelle le el seso
[…]”.
51
“Bien assí como del saber vienen todas las cosas e los bienes e los proes que pueden seer, otrossí del
non saber vienen todos los males e todos los daños e por esso lo llaman nesçidat. El por el saber conosçe
omne a Dios e entiende cómo lo á de amar e de guardar, otrossí conosçe las otras cosas e sabe lo que á de
fazer a cada una […] E por el non saber yerra el omne contra Dios en non conosçerle nin saberle guardar,
e yerra otrossí contra todas las otras cosas, ca non entiende que á de fazer a ninguna d’ellas […]”. Y
prosigue con un fragmento que nos recuerda el comienzo de la Metafísica de Aristóteles: “E pues que los
omnes codiçian naturalmiente saber todas las cosas e más aquellas que son a su pro […]” (Espéculo, I, I,
xi, cit. en F. Gómez Redondo, o. c., pp. 342-343; cursiva, A.R.).

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conviene que la demande por lo que ha della porque es mejor que todas las otras
cosas”52. Galardón tan elevado no puede ser algo que alcance el individuo por sí mismo,
sin la intervención de la divinidad. Por esta causa no olvida añadir el texto que con el
saber se rinde servicio y se alaba a Dios. En realidad, el sabio desarrolla un don del
Espíritu Santo, el cual, como ya hemos comentado, parece confundirse en estas obras
con el intelecto agente que, a semejanza de la “candela”53, alumbra la razón.
Esta concepción del saber no está más cerca de la filosofía cristiana que de la
musulmana y judía. En ambos casos, la filosofía, el saber, debe ser compatible con la
Ley revelada o la buena creencia. Para la literatura sapiencial, el conocimiento, en la
medida que es una escalera que nos lleva hacia Dios, hacia el paraíso, debe ir unido a la
religión verdadera54. El problema surge cuando el “buen seso” no está al servicio de la
divinidad o cuando el saber resulta contrario a la revelación, y, en consecuencia, se
traduce en malas obras. Por eso, el Libro de los buenos proverbios insiste como los
Bocados en que deben aprenderse los saberes honrados y altos, aunque no se saque de
ellos ningún provecho temporal, pues ya sabemos que son un fin en sí mismo55.
Ello no significa que no deban hacerse públicas las creencias erróneas: cuanto mejor
se conozcan, mejor se podrán combatir. Este el motivo por el cual Alfonso X piensa que
la traducción de la Escala de Mahoma, al facilitar el conocimiento de la ley islámica, de
la vida de Mahoma y de su ciencia, sirve para combatir con mayor fundamento la
religión islámica56. Pero también se da a conocer esta literatura con el fin de rescatar –y
de este modo facilitar la conquista espiritual del infiel– aquello que sea verdad y común

52
En la misma línea se expresa este otro fragmento de Bocados: “El que aprende el saber por la nobleza
del saber, no lo deje porque no gana nada por él. E el que no lo aprende por la su nobleza, déjelo por otra
cosa en que ha mayor ganancia”.
53
La semejanza empleada en Bocados, Flores de Filosofía y otros textos sapienciales entre el saber y la
lumbre de la candela nos conduce también al Espíritu Santo, que a menudo es presentado como la luz que
ilumina el entendimiento. Veamos algunas muestras de aquella semejanza: “El saber es lumbre del seso,
pues pugna en alumbrar el tu seso”; “La sapiencia es lumbre y claridad de la vista de los corazones de los
entendimientos”; “Toma el saber por candela por toda tu vida” (BO). O, para citar otra obra: “el saber es
como la candela, que quantos quieren ençienden en ella e se alunbran della. E non vale menos njn
mengua por ende mas que si non ençendiese en ella mas que uno solo. E el mejor saber del mundo es el
que tiene pro al que lo sabe. Esto paresçe lunbre de la fe […]” (FF, IX).
54
“E el que non es de buena creencia quando mas abondado es de saber atanto es peor e mas dañoso […]
e el buen seso si es metido en obra que sea seruiçio de dios es bien. E sinon quanto fuese mas bueno
atanto es peor”. “En aprendiendo con el saber faze ome servjçio a dios […] Pues con el saber gana ome el
paraíso” (FF, cap. VIII).
55
“Y otrosí non conviene –escribe el autor de el Libro de los buenos proverbios– ni es enseñamiento de
seer omne entregado de aprender los saberes los que l’es mester pora aprovecharse d’ello, si no aprenda
los saberes ondeados y altos, maguer non se aproveche d’ellos.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p.
453).
56
Ibíd., p. 238.

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a la fe cristiana. En este sentido deben leerse las leyes XII-LXVI del Setenario, las
cuales contienen una especie de tratado de las falsas creencias, esto es, de las religiones
que carecen del recto y verdadero entendimiento57. Más allá de que los hombres de otras
creencias tengan una fe errónea, el Setenario se esfuerza en subrayar las semejanzas con
la cristiana58, y en adaptar y encauzar el saber pagano a la verdad revelada por Cristo.
Así, los descubrimientos astrológicos de Ptolomeo se corresponden en el fondo con las
visiones de San Juan en el Apocalipsis.
En relación con el saber que está unido a las buenas creencias y sirve para llegar a
Dios, se encuentran todos aquellos castigos de la literatura sapiencial que afirman la
superioridad del fin del alma sobre los plurales fines del cuerpo. Debemos tener en
cuenta que la filosofía política musulmana de Alfarabi, el cual como sabemos pretende
conciliar el pensamiento antiguo con la revelación, distingue entre el régimen óptimo y
los regímenes imperfectos de acuerdo precisamente con el criterio de los fines: los más
perfectos asumen el objetivo de conocer los verdaderos principios metafísicos que
tienen su origen y meta en Dios. Es de este modo lógico que, para Alfarabi como al
parecer para el Calila e Dimna, la política coincida con la religión en el cuidado del
alma, y no tanto del cuerpo. Esta idea se encuentra en la definición de política que nos
proporciona el falasifa cuando alude a la semejanza y diferencia entre el oficio de
gobernante y el de médico (físico)59, comparación que, por lo demás, ya estaba en
Aristóteles60. Próximo a este pensamiento se halla la tradición de la literatura sapiencial,
como prueba el fragmento del Calila e Dimna que afirma la superioridad de la ley o el
gobierno de las almas sobre la medicina que se ocupa del cuerpo61.

57
“Porque non avían entendimiento derecho de conosçerle verdaderamientre, llegando por conosçençia
verdadera al lugar o él era, por esso caíen todos en estos yerros […] Et non tan solamientre por la ley
vieja nin por los dichos de los sabios e de las profetas, mas aun segunt natura de los çielos e de las otras
cosas spirituales, queremos provar que la nuestra santa Fe es ley derecha e crençia verdadera […]” (Ibíd,
p. 323).
58
Por ejemplo, los que adoraban a la Tierra lo hacían “a semejança d‘esta santa ley que Dios avíe a dar
en el mundo”, pues “querían tanto mostrar como que orassen a Santa Maria; ca ello ovo en sí siete cosas a
semejança de la tierra.” (Ibíd., p. 325).
59
“El político y el médico tienen en común sus dos operaciones, pero se diferencian por los objetos de sus
respectivas artes, pues mientras que el objeto de aquél son las almas, el objeto de éste son los cuerpos.”
(Al-Farabi, “Artículos de la ciencia política”, en Obras filosófico-políticas, cit., p. 98). La comparación
del oficio real con el de médico se encuentra en otras obras del filósofo musulmán como “El libro de la
religión” (Ibíd., p. 85).
60
Et. Nic., 1103a, 17-18.
61
“Et por ende fallé que las obras del otro siglo son las cosas que librar a los omnes de sus enfermedades.
Et fallé que la enfermedad del alma es la mayor enfermedad. Et por eso despreçié la física et trabágeme
de la ley, et ove ende sabor, et dubdé en la física, et non fallé en sus escrituras mejoría de ninguna ley.”
(CD, cit. en F. Gómez Redondo, o. c.., p. 194).

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En otras ocasiones, el sabio o el filósofo, que tan unido se halla al gobierno en la


literatura sapiencial, realiza una actividad semejante a la del médico, de modo que los
buenos castigos proporcionados por los libros se parecen a las medicinas que sanan los
cuerpos62. Asimismo, en Bocados, prosiguiendo la tradición que concilia la filosofía con
la ley revelada, leemos que el sabio es un “físico de la ley” que, aparte de sanar a los
demás63, de prescribirles los consejos adecuados para llevar una vida recta, debe creer
en la ley y ser buen físico de sí mismo, es decir, debe llevar una vida virtuosa. Todo ello
favorece el pensamiento de que, en el mejor régimen político, no se impone la teoría de
las dos espadas. Más bien, el rey es un sabio que actúa conforme a la ley revelada y
ordena la vida espiritual de sus súbditos.

4. Dichos unidos a fechos

Ya hemos apuntado más arriba que el saber, un don de la divinidad, ha de traducirse


en buenas obras, es decir, el sabio debe hacer “lo que el saber le manda”64. A este
respecto decía Flores de filosofía que “el saber sin obrar es como arbol sin fruto”65. La
unión de sabiduría y obra nos puede recordar una vez más al pensamiento de los
falasifa, a la filosofía musulmana, para la cual el primer grado en excelencia no lo
ocupa el filósofo o sabio sino el profeta, esto es, aquel hombre que no se conforma con
la individual y pura contemplación y quiere que su saber sirva para ordenar la ciudad y
mejorar a los ciudadanos. Ello nos permitiría comprender este fragmento del Sendebar:

62
“El entendimiento de los libros de la su filosofía et el saber que Dios puso en ellos son los cuerpos, et
que la melezina que en ellos dezía son los buenos castigos et el saber; et los muertos que resuçitavan con
aquellas yervas son los omnes necios que non saben cuándo son melezinados en el saber, et les fazen
entender las cosas et esplanánolas aprenden e aquellas cosas que son tomadas de los sabios; et luego, en
leyendo, aprender el saber et alunbran sus entendimientos.” (Ibíd., pp. 192-3).
63
Los Bocados de Oro apuntan al rey-filósofo cuando indican que “el sabio es físico de la ley, y cuando
el físico no puede sanar a sí, ¿cómo podrá sanar a otro?”. Y añaden: “Así como estuercen de la
enfermedad los enfermos por la física, así estuercen los torticeros por las leyes”. Algo parecido
encontramos en el Libro de los buenos proverbios: “El sabio es físico de la ley, e el aver es enfermedad
de la ley. Quando vieres que el trae mal a sipse, ¿Cómo puede melezinar a otre?” (Cit. en H. O. Bizzarri,
“Las colecciones sapienciales castellanas en el proceso de reafirmación del poder monárquico (siglos XIII
y XIV)”, en Cahiers d’Études Hispaniques médiévales, n.º 20, 1995, p. 40).
64
“Con el saber conoce ome el bien e la merced que le dios faze conociendo la gradescer la ha. E
gradesçiendola merecer la ha, la mejor cosa que puede aver en el sabio es que faga lo que el saber le
manda […]” (FF, VIII).
65
FF, IX. Como era de suponer algo muy parecido encontramos en los Cien Capítulos: “Cuando fuer’ el
seso del omne más que el su saber, aprovechase á del su seso e de su saber; e si fuer’ su seso menos que
su saber es como árbol sin fruto.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 437).

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“no es así como vós dezides qu’el mayor saber en el mundo ay es decir”66. Los
conocimientos deben transformarse en pautas de conducta con las que gobernar y guiar
a los demás y a sí mismo. Esta cuestión, la necesidad de unir “sabiduría de dicho” a
“sabiduría de fecho”, e incluso la de juzgar a los hombres más por sus obras que por sus
dichos67, es subrayada a lo largo de los Bocados de Oro. La sabiduría, si está basada en
buenas creencias, ha de conducir a buenas obras que hagan al hombre merecedor de la
recompensa eterna. La relación entre dichos y fechos es resumida por este castigo de
Bocados: “Non seas sabio solamente de palabra, mas sey sabio de hecho; que la
sapiencia de dicho y no de hecho finca en este mundo; y la sapiencia que es de hecho
aprovecharte ha en el mundo fincable”. El gran Alejandro –como indica Poridat– es el
perfecto ejemplo de un rey en el que se produce una armonía entre palabra
(pensamiento) y acción: “por su buen seso et por su buen conseio [fizo Alixandre los
grandes fechos] que fizo ganar las tierras e los regnos e auer sennorio sobre todos los
reyes et fazer su mandado por todo el mundo”68. No era otro el objetivo de Alfonso X:
lograr que su obra política se correspondiera con todos esos dichos que contenían los
libros que mandó elaborar o traducir.

5. La religión sincrética del rey

Para el gobernante que adopta el modelo musulmán-judío de rey filósofo y profeta, no


cabría la metáfora de las dos espadas porque no puede asumir una efectiva separación
entre el orden espiritual y el temporal. Sólo la sociedad cristiana es gobernada por dos
poderes y códigos distintos, cada uno con su esfera de competencia, y, más allá de las
evidentes tensiones, relativamente libre de la intervención del otro. En cambio, la ley
revelada al profeta lo abarca todo, de tal manera que resulta inconcebible una esfera de
actividad en la que la razón prescriba algo ajeno o incompatible con la ley divina. Esta
concepción podría ser convergente con la visión de Alfonso X como emperador de la
causa gibelina que aspira a intervenir en la esfera espiritual, y como rey-filósofo que
66
Cit. en Ibíd., p. 232.
67
En Bocados podemos leer: “No conviene juzgar al hombre por sus dichos sinon por sus obras”; “Prueba
al hombre por sus obras y non por sus dichos. Y hay muchos hombres que son malas sus obras y son
buenos sus dichos”; “La palabra sin obra es como el crescimiento del río que hace sopesar en sí a los
hombres y no aprovecha”; “Non te cumple la palabra mientra pudieres hacer la obra”; “Prueba al hombre
por sus obras y non por sus dichos. Y hay muchos hombres que son malas sus obras y son buenos sus
dichos”; “La sapiencia es poder obrar por el saber”, etc.
68
P, p. 101.

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pretende una religión sincrética. Desde este enfoque, el monarca castellano acaba
adoptando una posición semejante a la del rey-profeta que detenta la espada espiritual.
Sólo entonces podemos comprender el significado último del Setenario, en donde el
rey, tras decir que “otra ley non ha nin puede ser verdad sinon” la cristiana, manda que
todos los hombres de otras creencias, y no sólo los de su señorío, “esta ley tengan e
obedescan e non otra”, “ca entendemos que por aquí serán quitos de pecado e ganarán
amor de Dios. Ca sé ciertamente que si bien se arrepentieren, serán perdonados del
yerro que l’ fezieron”69.
Sin embargo, los prólogos de la Segunda Partida y del Espéculo se muestran
favorables a la metáfora de las dos espadas70. ¿Debemos leer entre líneas? ¿No querría
Alfonso X parecerse a los reyes antiguos que, como se indica en la Segunda Partida,
también regían las cosas espirituales? Lo cierto es que puede apreciarse cierta
contradicción entre las ciencias y artes mudéjares patrocinadas por el rey castellano, que
llevan a una concepción de la monarquía contraria a la doctrina de las dos espadas, y sus
esfuerzos por conseguir que el Papa, quien ante todo exigía sumisión en el ámbito
espiritual, le reconociera como emperador.
El Setenario puede ser un buen ejemplo de la religión sincrética a la que seguramente
aspiraba el rey castellano. Esta obra, que comenzó a redactarse después de 1270 para
defender la política imperial, pero que sólo debió acabarse al final de la vida del rey, ya
en Sevilla, se presenta como un tratado sobre la fe católica en el que no faltan los
elementos cabalísticos y la magia de las estrellas y de los números. Como es habitual,
Alfonso X se sirve de fuentes musulmanas y judías, y de dichos de sabios y profetas.
Entre las fuentes de este libro, cabe mencionar la Escala de Mahoma (Halmaereig o
Amochrch, “quier decir el ssubimiento”) que el mismo rey mandó traducir. También
encontramos fuentes latinas como el “Comentario al sueño de Escipión de Cicerón”
salido de la pluma de Macrobio71, y por el que la Edad Media conoció un pasaje de
aquella obra de Cicerón, la República, que se había perdido. Quizá en contra del propio
filósofo romano, Macrobio situaba la contemplación y el saber cosmológico y teórico

69
Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 324.
70
“El Nuestro Señor Jhesu Christo cuando subió a los çielos dexó dos espadas en la tierra, la una que
tajase en lo espiritual e la otra en lo tenporal, e éstos son los dos poderes, el uno que dio a Sant Pedro en
tanto que fue en este mundo e después fincó en los apostóligos […]. E el otro poder en razón de lo
tenporal dio al rey que feziese justiçia e derecho.” (Espéculo, Libro IV, cit. en F. Gómez Redondo, o. c.,
p. 342).
71
Cf. J. L. Villacañas, o. c., pp. 666 ss.

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por encima de las actividades políticas. Desde luego, la línea platónica de la filosofía
musulmana que subyace a la literatura sapiencial nos permitiría comprender la razón de
esta preferencia. Pues, para Platón, la superioridad de la teoría suponía también la
obligación de que esta última se tradujera en praxis, de que sirviera para lograr la
ordenación perfecta de la respublica.
José Luis Villacañas sostiene que la finalidad de esos saberes antiguos y orientales
(musulmanes y judíos) es apologética en sentido cristiano, ya que Alfonso X trataba de
rescatar todo aquello que fuera compatible con el cristianismo. La religión del rey era la
más afín a las tres religiones, así como la más adecuada a “un emperador y verdadero
vicario de Cristo” que asumía el magno y mesiánico proyecto de intentar reunir a
cristianos, musulmanes y judíos de su reino. Y es que, aunque los de otras creencias
anduvieran errados, en la General Estoria reconocía que “muchas buenas palabras e
ciertas e con razón dixieron en el fecho de la Biblia e en los otros saberes. E grandes
sabios fueron e son aun hoy en aquella que ellos dixieron”. “Esta opción –sostiene
Villacañas– hubiese impulsado la formación de un cristianismo hispánico, diferente del
mozárabe, pero específicamente sincrético de las tres grandes religiones monoteístas,
con elementos cosmológicos, sapienciales y mágicos notables”. La figura del monarca
que promovía esta religión obedecía entonces a la “de un filósofo-rey que retaba la
autoridad de Roma con su saber propio”, y que, en contraste con lo declarado en otros
textos, “rompía el camino que Europa había emprendido hacia la división de las dos
espadas” 72.
La literatura sapiencial era afín a todo este proyecto del rey. La ciencia mudéjar
impulsada por Alfonso X llevaba la impronta de aquella filosofía musulmana que
vinculaba la religión a la figura del rey-filósofo. Tal filosofía era, por supuesto, la de
Alfarabi, la de quien había sostenido que “el oficio real, del que procede la religión
virtuosa, está subordinado a la filosofía”. Las artes de las que se servía el gobernante, la
dialéctica y la retórica, eran además de gran utilidad para que todos los ciudadanos, y no
sólo los filósofos, comprendieran y aceptaran las opiniones suministradas por la
religión73. La teología y el derecho eran las ciencias que suministraban el mayor número
de razonamientos dialécticos y retóricos para la formación de aquellos ciudadanos que
no podían acceder al conocimiento filosófico.

72
Ibíd., pp. 670-671.
73
Al-Farabi, “Libro de la religión”, cit., pp. 78-79.

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Nadie mejor que Alfarabi para explicar la estrecha conexión entre filosofía, gobierno
y religión. En su opinión, la ciencia política enseña que el filósofo ha de imitar a Dios y
establecer en las ciudades y naciones un orden, un universo, que tenga en cuenta sus
diferentes grados o clases de elementos. Por eso, el gobernante de la ciudad virtuosa
debe “conocer la filosofía teórica de manera completa, porque sólo desde ella puede
ocuparse de aquella organización que Dios Altísimo ha establecido en el universo, de
manera que pueda imitarlo”74.
El rey-filósofo de los falasifa muestra un gran parecido con el rey del Setenario, con
el que eleva la metafísica a la más noble de las artes liberales. Además, todo ello no se
puede realizar sin que “haya en las ciudades una religión común por la que estén unidas
sus opiniones, creencias y acciones y por la que sus grupos adquieran armonía,
vinculación, estructura, mutua ayuda y cooperación por medio de las acciones de ellos,
a fin de que consigan el objetivo buscado, que es la felicidad última”75. Prosiguiendo
esta línea de pensamiento, la literatura sapiencial insiste en que la felicidad más perfecta
está unida a la recompensa proporcionada por una religión que, en nuestra opinión,
coincide con ese cristianismo sincrético fomentado por Alfonso X, por un rey que es la
más perfecta encarnación del rey sabio y profeta de las tradiciones mudéjares.

6. Legitimidad carismática: el saber es mejor que el linaje y las riquezas


materiales

Es razonable que un rey, cuya legitimidad se fundaba en su sabiduría o filosofía,


patrocinara la traducción y elaboración de toda una serie de obras pertenecientes a la
denominada literatura sapiencial, en las cuales se establecía la superioridad del saber
sobre el linaje: “Sabet que el ensenamjento es el seso como el guarnjmjento ala espada.
E creet bien que el ensenamjento es manera del seso, e mas vale ensenamjento en
lugares que linaje”76. Desde el punto de vista de la legitimidad de la monarquía, esto
significaba que la legitimidad carismática proporcionada por la sabiduría era superior a
la tradicional. La idea de que la nobleza espiritual no dependía del nacimiento o linaje

74
Al-Farabi, “Libro de la política”, en Obras filosófico-políticas, cit., p. 9.
75
Al-Farabi, “Libro de la religión”, cit., p. 93.
76
FF, VIII. Lo mismo se repite en FF, XXXVII (“e el buen entendimiento escusa un linaje”) y en el Libro
de los Cien Capítulos: “más vale enseñamiento que linaje, ca el omne bien enseñado conocerlo han
cuantos lo vieren por su enseñamiento, e non lo conocerán por su linaje si non gelo muestran o non gelo
fazen saber.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 436).

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era un tópico clásico, cultivado por la sofística, por los Eurípides, Aristóteles (Retórica,
II, xv, 3), Menandro o Séneca, que “los siglos XIII y XIV dieron nueva vida”77.
Siguiendo esa inspiración clásica, los autores medievales señalaban, por un lado, que
no basta el linaje para hacer al hombre noble78; y, por otro, que los hombres carentes de
linaje para ser señores, pueden, sin embargo, comportarse como tales si poseen sus
virtudes, y, en primer lugar, la sabiduría del filósofo: “el que ha el saber –leemos en
Bocados– mucho es alto maguer sea vil”79. Esta misma obra, pero también otros textos
tan relevantes como el Libro de los buenos proverbios, nos presenta al filósofo por
excelencia, Aristóteles, como una magnífica prueba de la superioridad del seso sobre la
nobleza de origen. Pues mientras el hijo del monarca Resuta, Nitaforios, tiene un escaso
entendimiento y no retiene las enseñanzas de Platón, el pequeño huérfano y criado del
rey, el Estagirita, sí aprovecha el magisterio del filósofo80. Y en el mismo Setenario,
cuando se alude a la condición del infante Alfonso como heredero, se antepone al linaje
la merced que ha recibido de Dios81, de quien como sabemos proceden todos los dones,
empezando por el de la sabiduría. Por lo demás, un infante que en el Setenario casi
aspira a ser un rey-profeta, forzosamente debe anteponer la gracia divina sobre la sangre
dinástica, así como la legitimidad carismática sobre la basada en la continuidad
ordinaria y tradicional del gobierno.
Bocados de Oro señala que el saber no sólo es mejor que el noble nacimiento, sino
también que las riquezas temporales82. Son numerosas las fuentes sapienciales que

77
E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media Latina (1), FCE, México, 1999, p. 260. Aunque quizá
no sea el caso de la literatura sapiencial castellana, en esa nueva actualidad del tópico influye, según
Curtius, “el paso de los ideales de la nobleza caballeresca a los de la burguesía urbana” en Florencia, en la
Inglaterra de Chaucer, etc.
78
En los Bocados de Oro podemos leer a este respecto: “Ca el heredamiento noble no hace al hombre
noble, mas el hombre noble hace el heredamiento noble que ante era vil, y por usar buena vida y hacer
derecho al pueblo, es bueno”. Por eso “mejor es el vil sin pecado que el noble castigado dellos”, y “la
sapiencia es honra de quien no ha linaje”. Todo lo cual no impide que el Bonium siga concediendo gran
importancia al linaje: “La nobleza del linaje ayuda a hacer fruto al saber”.
79
“Ca en quatro cosas se enseñora el que non ha derecho de ser señor la vna es el saber […]” (FF, IX).
80
“Y porque veáis –escribe el autor de Bocados– todos cuán noble cosa es el saber, ved agora que muy
poco le empesció a Aristótiles la bajeza de su linaje […]. Ved amigos cuám poco valió hoy a mi hijo el
linaje de donde desciende, y cuánto le empesció la muchedumbre de la necedad que hoy se mostró en él”.
En la misma línea se expresa el Libro de los Buenos Proverbios: “Por el seso es la ventura de los omnes,
ca non por linage. Aprís de Platón el filósofo la filosofía que es cabeça de todos los saberes e los
enseñamientos buenos; es el fructo de los entendimientos y conclusos de los sesos.” (Cit. en F. Gómez
Redondo, o. c., p. 449).
81
“Nós, don Alfonso […] señor heredero, primeramiente por la merçet de Dios, después por derecho
linaje […]” (Cit. en Ibíd., p. 310).
82
Entre otros, podemos mencionar a este respecto los siguientes castigos de Bocados: “Mejor es el que
finca con el saber que el que finca con el haber, e hace más fincar la su nombradía que acabase el haber y

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atribuyen al pueblo el haber, la adquisición de riquezas o bienes materiales, y a la


minoría, a gobernantes, consejeros y filósofos, el conocimiento necesario para dar leyes
y hacer justicia83. Al mismo tiempo se afirma la superioridad de la sapiencia sobre las
riquezas (“mas vale saber que aver, ca el saber guarda a ome”), y, en consecuencia, se
dice que el valor real de cada uno, y en especial el de los reyes, depende de su sabiduría,
y no de sus tesoros84. De ahí que la distinción jerárquica entre bienes materiales y bienes
espirituales se corresponda finalmente con la diferencia entre pueblo y rey, esto es, con
la afirmación de la suprema potestad del rey sobre sus súbditos.

7. El rey-filósofo en la literatura sapiencial

Buena parte de la literatura sapiencial está dirigida al rey y tiene como fin que se
convierta, gracias a las enseñanzas recibidas, en un sabio85. Haciéndose eco de esta
doctrina, el prólogo del Libro de las cruces expresa que un pueblo es más noble que
otro cuando el buen gobierno está unido al cultivo de las ciencias, o en otras palabras,
cuando es gobernado por un rey-filósofo86. Nuestra obra, Bocados de Oro, es una de las
que con más claridad expone que el rey filósofo debe tanto cultivar las ciencias y

finca el saber”; “La sapiencia y buena nombradía son mejores que el haber, porque el haber puédese
hallar en los locos, y la sapiencia y la buena nombradía no se puede hallar sino en los hombres buenos”;
“No ha en el mundo mejor haber que el seso, ni más fuerte pobreza que la necedad”; “Más feo es haber
mengua de seso que de haber”.
83
Desde Bocados o Poridat a la Segunda Partida se indica a menudo esta relación. Bocados declara en el
pasaje del octógono, al que haremos referencia en una nota posterior, que el haber se obtiene del pueblo
(“el haber ayúntase del pueblo”). Lo mismo se dice en los Cien Capítulos: “No está bien el rey sin omnes,
e non se pueden governar los omes sin aber; e el aver ayúntase de la labor de las tierras; e non puede
labrar sin pueblo […]. E el aver es ganancia que ayunta el pueblo.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p.
433).
84
“Sabida cosa es que los rreyes juzgan la tierra e el saber juzga a ellos […] Ca sabet que el preçiamjento
de cada vn ome que es segund su saber.” (FF, IX). Algo muy parecido encontramos en el Libro de los
Cien Capítulos: “más val’ saber que aver, ca el saber guardarte ha e el aber has lo tú de guardar; e el saber
es señor e judgador, e los reyes judgan la tierra e el saber judga los reyes.” (Cit. en F. Gómez Redondo, o.
c., p. 438).
85
Por ejemplo, el CD acaba con la presentación de un rey-sabio que sí ha aprovechado los consejos o
castigos expuestos en capítulos anteriores: “E dixo el filósofo: […] ca en ti es acabado el saber et el seso
et el sufrimiento et la mesura et el tu perfecto entendimiento. Ca en tu consejo non ha falla nin en tu dicho
yerro nin tacha, et as ayuntado en ti esfuerzo et mansedumbre.” (Cit. en Ibíd., p. 210).
86
“Digo que la razón por que dizen de los pueblos et de las yentes que fulana yente es más noble que
fulana otra son dos cosas: La una es que ayan decrietos et leyes et que se guíen por señorío et per
regnado. Et la otra es que ayan scientias et saberes. E aquellos en que se cumplen estas dos cosas que se
guíen por señorío et por ley, et que se entrametan de estudiar en las scientias et en los saberes, et ovieren
scientia et señorío, por derecho ellos serán llamados nobles.” (Cit. en Ibíd., p. 412).

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enseñarlas a su heredero87, como buscar “filósofos, hombres letrados y estudiosos de


cuyas cabezas dependa la vigilancia del buen estado y regimiento del reino”. Este rey-
filósofo ya no necesitará abusar de la fuerza porque tendrá muy desarrollada la facultad
de la imaginación –que en su máximo grado se halla en el profeta– y será capaz de
persuadir a sus súbditos: “El rey sabidor –leemos nuevamente en Bocados– allega con
mansedumbre y con halago lo que no allega con braveza y con soberbia, y propriamente
vive con los buenos”. Lo cual no obsta para que se tenga al monarca –como podemos
leer en Poridat– gran reverencia, “miedo e uerguença”88. Por este motivo, el monarca
debe guardar con los súbditos una distancia adecuada y no hacerse familiar, es decir, no
debe mostrarse a menudo a su pueblo y, en todo caso, aparecer “de lejos”. Unido
siembre a dicha reverencia se halla el temor del rey que, como el temor de Dios89, es
uno de los factores esenciales para que los vasallos obedezcan90. Es más, en Poridat
leemos que, para lograr la sumisión, este miedo resulta más eficaz que las armas91.
El rey de la literatura sapiencial es sobre todo un rey-juez que logra imponer la
obediencia de la ley, pues sin ella no es posible conservar el reino 92. Los filósofos
sostienen a este respecto que “la primera cosa que conviene a todo rey es guardar todos
los mandamientos de su ley”, y mostrar al pueblo su capacidad para mantener
firmemente la ley93. Justicia no es más que “fazer derecho e toller el tuerto e pesar
derecho e medir derecho e un nonbre que ayunta muchas maneras buenas” 94. En
cambio, cuando el rey no hace justicia, su gobierno corre peligro, pues –como señalan
los Bocados– ya no reina sobre el corazón de unos súbditos que desean que Dios les
conceda otro señor95. Son numerosas las similitudines o metáforas empleadas para

87
“Pues conviene al rey que muestre sciencias a su hijo, e estas sciencias serán causa en cómo se sostenga
su reino. E bienaventurados se podrán decir los tales reyes que a la sabiduría se dieren, por cuya cabeza y
gobernación la república se ha, y debe regir y gobernar.” (BO).
88
P, p. 114.
89
Según Bocados, el temor de Dios es “la mejor sapiencia”, pues “el comienzo de temer hombre a Dios
es piedad”.
90
En Bocados se indica que “temer el pueblo al rey es mejor que temer el rey al pueblo; y obedecer al
rey es en dos maneras en lo temer y en lo amar.”
91
P, p. 116.
92
Sobre este asunto podemos citar estos castigos de Bocados: “El rey que hace su reinado siervo de la
ley, él debe ser rey”; “Trabaja de confirmar la ley, ca en ella yace el temor de Dios”; “Con ordenamiento
de palabra se mantiene la ley, y por el mantenimiento de la ley se mantiene el reino, y por el
mantenimiento del reino se puebla el mundo.”
93
P, p. 111.
94
P, p. 120.
95
Dos castigos de Bocados recogen esta idea: “E si el rey hiciere derecho y justicia apoderarse ha de los
honbres, y si hiciere tuerto y fuerza mostrarle han que es su rey, mas sus corazones demandan otro que

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subrayar la estrecha relación existente entre rey y justicia. Se dice así que son hermanos,
o que el rey justiciero es como la lluvia para la tierra. La justicia es la piedra angular
necesaria para lograr el régimen perfecto, el mejor orden. Ello se expresa con un
símbolo, el del octógono de la justicia, que es una figura tomada de la literatura política
sasanida (en alguno textos se atribuye al rey persa Ardasir), y que, aparte de en Bocados
de Oro, encontramos en diversas obras sapienciales como Poridat o el Libro de los Cien
Capítulos96.
Otra de las cuestiones fundamentales unidas a este modelo de realeza, tiene que ver
con la relación del rey con sus consejeros y ministros. Ante todo, el rey sabio debe
rodearse de hombres que amen la filosofía. Si Alejandro es el gran ejemplo de rey-
filósofo, su maestro, Aristóteles, es el perfecto consejero, el único alguacil que podía
estar a la altura de este monarca. El filósofo es quien proporciona los proverbios,
aforismos, sentencias y ejemplos97 que necesita el príncipe para gobernar a sus hombres.
De ahí que abunde en estos libros (Disciplina clericalis, Libro de los doze sabios,
Bocados de Oro, etc.) el método pedagógico del ayuntamiento de filósofos, esto es, el
consistente en la reunión de sabios consejeros que ofrecen sus enseñanzas al monarca.
Por ejemplo, la Disciplina clericalis nos cuenta que treinta y dos filósofos, aunque
luego sólo se coloque en el texto sentencias de ocho, se reúnen en torno a la sepultura de
oro de Alejandro y con sus dichos expresan la vanidad de la gloria mundana. El Libro
de los doze sabios concluye buena parte de sus capítulos con aforismos o sentencias de

reine sobre ellos”; “El rey que hace justicia y derecho reina en las voluntades de sus pueblos, y el que
hace tuerto y fuerza al su reinado demandan a Dios quien sobre ellos reine”.
96
La metáfora del octógono se encuentra en este fragmento de Bocados de Oro: “El mundo es valladar, y
el valladar es el reinado, y el reinado mantiénese por las leyes, y las leyes establécelas el rey, y el rey es
pastor y mantiénese por la caballería, y la caballería mantiénese con el haber, y el haber ayúntase del
pueblo, y el pueblo es siervo de la justicia, y por la justicia se mantiene y se enderesza el mundo”. Quizá
los ocho lados de la figura son más claros en Poridat, en donde se indica lo siguiente: 1. El mundo es un
huerto (vergel): 2. Su fruto es el reino; 3. El reino supone la defensa del juicio o de la ley. 4. El juicio es
el rey. 5. El rey es guardador y lo ayuda la hueste; 6. La hueste es ayudado y le ayuda el haber; 7. El
haber es riqueza y la ayunta el pueblo. 8. El pueblo son siervos, “e fizo los siervos la justicia. La justicia
es amada e con ella se endereza todo el mundo” (P, p. 122). En resumen, los ocho lados son:
Mundo/reino/ley o juicio [en los Cien Capítulos se habla de ley en lugar de juicio, pero desde nuestro
punto son equivalentes]/ rey/caballeros (hueste)/Riqueza/pueblo/justicia. Según Poridat en este octógono
se resume todo el libro: “Pues pensat en el pensamiento uerdadero e con entendimiento sotil et
entenderedes ayna todas uuestras faziendas. E cuando dix en este libro luenga miente et esplanada miente,
todo yaz en esta figura consumado et abreuiado.” (P, p. 121).
97
Según Bocados de Oro, “los filósofos son sabios y sesudos y entendidos, y dellos aprenden toda buena
sapiencia y todo buen proverbio y todo buen enjemplo”. Esta definición del filósofo se repite en otros
libros sapienciales como el Libro de los buenos proverbios: “los filósofos son los sabios sesudos y
entendidos, y d’ellos aprenden toda la buena sapiençia y todo buen seso y todo buen proverbio y todo
enxiemplo bueno […].” (Cit. en F. Gómez Redondo, o. c., p. 447).

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los filósofos que le dan título al libro. Y la obra que hoy publicamos, el Bonium, no es
más que una recopilación de castigos y consejos atribuidos a los grandes filósofos de la
Antigüedad.
El filósofo es también el consejero que debe permanecer siempre al lado del rey para
ayudarle en las tareas de gobierno. Aunque el modelo de realeza coincida con el del rey-
filósofo, esto no impide que el príncipe, antes de tomar cualquier decisión, deba
consultar con estos sabios consejeros. Actúa según la ley, nos dice el Calila e Dimna,
“el rey que demanda consejo a los filósofos”98. La necesidad de estos servidores se debe
a que las obras de los reyes son “muchas et han menester muchos omnes”99. En Poridat
se dice incluso que, cuando se trate de un asunto secreto, ha de pedirse opinión a varios,
sin que un consejero sepa la opinión del otro. Fuera de la obvia necesidad de que sean
sabios o filósofos los consejeros, la lealtad (la “fieldad e lealtad”100) es la otra virtud que
nunca debe faltar. El buen consejero, entre los cuales es preciso mencionar a los
escribanos porque redactan las cartas del rey y conocen sus poridades101, se parece al
verdadero amigo de la filosofía antigua, esto es, a ese raro hombre a quien se le puede
confiar un secreto102. El género sapiencial también advierte contra los consejeros que
son malos, bien porque carecen de seso suficiente, bien –y suele ser esto más importante
y peligroso– porque dan un fin pecaminoso a su saber. Bocados de Oro se dirige en
muchos castigos contra el mezclador o mesturero, esto es, contra el consejero mentiroso
y cizañero103. Pero es quizá el Calila e Dimna la obra que nos ofrece el mejor ejemplo
de falso consejero, Dyna, que se dedica a sembrar la discordia en la corte del rey león.
El mal privado, el sabio envidioso, soberbio y cizañero, una de las obsesiones de la
literatura medieval, se convertirá siglos más tarde en el protagonista central de algunos
de los más célebres dramas barrocos.

98
Cit. en Ibíd., p. 208.
99
Cit. en Ibíd., p. 209.
100
P, p. 135. Bocados dice a este respecto que “conviene al rey que conosca a los que asechan a él y
ponga a cada uno de ellos en su lugar segund su seso y su saber y su lealtad”. Además, “el que sirve
lealmente merece haber buen galardón por ello”.
101
El autor de Poridat escribe que “los escriuanos sabe uestras poridades […]. E si pudieredes que sea
uestro escribano e uestro aguazil sera meior uuestra fazienda e mas en poridat” (P, pp. 131-132). El poeta
árabe Abenhayún, en un poema donde celebra la hermosura de su amada, hace referencia al cuidado con
que guarda el escribano los secretos del rey: “[…] Mi padre es escribano de los reyes y, cuando me he
acercado a él para demostrarle mi amor filia, temió que descubriese el secreto de lo que escribía […]”
(Cit. en E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media Latina (1), cit., p. 482).
102
Cf. J. Derrida, Políticas de la amistad, Trotta, Madrid, 1998.
103
“El mezclador –leemos en Bocados– o miente a aquel a quien dice la mezcla o es traidor del
mezclado”.

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8. Alejandro, el paradigma de rey-filósofo

Terminamos nuestro estudio con Alejandro Magno, la figura histórica que adquiere
mayor relevancia –e incluso número de páginas– en Bocados de Oro. En este libro, pero
también en buena parte de los tratados sapienciales, Alejandro se convierte en el modelo
de rey-filósofo104 y de emperador que consiguió grandes conquistas gracias a su saber.
En la literatura castellana el gran texto consagrado exclusivamente al rey macedonio
como modelo de príncipes es el ya mencionado Libro de Alexandre, la obra escrita a
comienzos del siglo XIII por encargo de Fernando III, con el propósito de que sirviera a
la formación del joven infante Don Alfonso. Constituye una buena muestra de la
popularización de la imagen de un discípulo perteneciente a la realeza, Alejandro, que
adquiere la sapiencia gracias a la educación recibida de un maestro y filósofo como
Aristóteles. Con este libro se abre el género de los espejos de príncipes y de las obras
didácticas escritas en lengua romance que mezclan la herencia hispánica y las
influencias orientales y occidentales. Concretamente, el Libro de Alexandre coloca tal
espejo después de aquel fragmento –ya comentado al principio de este estudio– en que
Alejandro señala que conoce las siete artes necesarias para adquirir la sabiduría, y antes
de que emprenda su conquista de Asia y la lucha contra Darío. Es en este momento, y
con motivo del consejo solicitado a Aristóteles, cuando el autor nos ofrece un auténtico
regimiento de príncipes. El texto castellano conoce la tradición sapiencial alejandrina a
través de la principal versión romance de Historia de Proeliis105. Nos referimos al
Roman d’Alexandre (ca. 1177) del normando Alejandro de Bernay, que tanta
importancia concede a la educación de Alejandro y a sus exploraciones científicas.

104
El siguiente fragmento de Bocados de Oro refleja muy bien la capacidad de este monarca: “E cuando
ellos oyeron estas sus razones, maravilláronse de las sus razones y del su seso y del su grande
entendimiento, y de cómo pensó en lo que no pensaron los reyes que fueron antes que él […]”. La
exaltación de Alejandro en esta obra culmina con un dato proporcionado por la fisiognómica, otro de esos
saberes cercanos a la heterodoxia que encontramos en los libros patrocinados por el rey castellano: “Y
díjole Aristótiles: - De cierto sé yo que tú serás grande rey, ca la tu natura lo muestra y la fación del tu
rostro”.
105
La Historia de Proeliis es una reelaboración datada a fines del siglo X –y realizada por León, un
arcipreste de Nápoles– de la Vita Alexandri del Pseudo-Calístenes, la cual representa la tradición más
orientalizante y difundida de la figura legendaria de Alejandro. Pseudo-Calístenes escribe sobre un rey,
hijo de un mago egipcio, que adquiere el dominium mundi por sus grandes y sabios conocimientos. Antes
de la Historia de Proeliis, sólo encontramos en el De ordine palatii del arzobispo Hincmar de Reims la
alusión a Alejandro como símbolo del “rex sapiens et forti”. Cf. en M. A. Rodríguez de la Peña, “La
realeza sapiencial y el ciclo del Alexandre medieval: tradición gnómica y arquetipos políticos en el
occidente latino (siglos XII y XIII)”, en Historia, instituciones, documentos, n.º 26, 1999, p. 476.

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Aunque menores, tampoco faltan en la obra hispana las influencias del célebre
Alexandreis de Chatillon.
En la General Estoria, un tratado perteneciente al grupo de los promovidos por
Alfonso X, Alejandro aparece como modelo de emperador. Entre otras cosas, se subraya
su engendramiento maravilloso, esto es, los signos que anteceden a su nacimiento; su
buena formación en las artes liberales, que fueron enseñadas por los más grandes
filósofos106; y la excelencia filosófica que le condujo a “los quiciales del cielo”.
Asimismo, la General Estoria establece un claro vínculo entre el rey macedonio y Julio
César, el conquistador, precisamente, de Alejandría. Dos emperadores, en cualquier
caso, cuyo ejemplo va a tener muy presente Alfonso X.
La legendaria figura del rey Alejandro Magno se va a convertir en la Edad Media, y
particularmente en Castilla, en el arquetipo del “rey sabio o entendido”, del Rex
Litteratus. En esta imagen desempeña, como comentábamos, un papel muy importante
las enseñanzas que recibe del príncipe de los filósofos, Aristóteles. Encarna el ideal
medieval de unión de fortitudo y sapientia que, en cierto modo, está relacionado con la
diferencia entre potestas y auctoritas. Curtius nos ha explicado que la coincidencia de
valor y sabiduría es otro lugar común de la Antigüedad, cuya evolución se puede seguir
desde la Ilíada hasta la Eneida. Ya en la Edad Media, Isidoro de Sevilla, en sus
Etimologías, sostiene que los héroes –los reyes carismáticos, ante todo– son “los
hombres que por su sabiduría y su valor se hacen merecedores del cielo”. Entre los
reyes heroicos y amigos de la cultura, Curtius no cita a Alfonso X, pero sí a Federico II
de Sicilia, que “heredero de la ciencia árabe […], se rodea de sabios, cortesanos y
funcionarios árabes, protege a los poetas musulmanes y colecciona libros arábigos para
la Universidad de Nápoles”. Enseguida el paralelo sapientia-fortitudo pasará a los
espejos de príncipes, y, más tarde, a aquellos tratados cortesanos del Renacimiento que
se centran en el ideal, tan fundamental para el siglo de Oro español, de las armas y las
letras107.
Según George Cary, los litterati medievales promocionaban la imagen sapiencial de
Alejandro porque permitía demostrar, gracias a su relación con Aristóteles, la necesidad
que tenían los reyes de un tutor, así como la conveniencia de rodearse de un círculo de

106
“Aprendiera de Aristótil e de Calisten e de Maximene, filósofos de Athenas, las artes liberales.” (Cit.
en F. Gómez Redondo, o. c., p. 770).
107
E. R. Curtius, Literatura europea y Edad Media Latina (1), cit., pp. 253 ss.

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sabios y de animar a los príncipes a instruirse108. Ahora bien, como nos informa
Rodríguez de la Peña, la figura de Alejandro no suscitaba tanta unanimidad como las de
Arturo o Carlomagno. Este es el caso de R. de Blois, quien denigraba al macedonio y
elevaba a Carlomagno y Arturo a paradigmas de monarcas justos. O el de Egidio de
París, que, en su Karolinus, proponía sólo a Carlomagno como ejemplo de buen rey. Se
comprende así que acerca de la leyenda de Alejandro encontremos en la Edad Media
dos fuentes antagónicas, y que por ello se produzca –en palabras de Pedro Abelardo–
una dissonantia hystoriographum.
En la literatura sapiencial castellana de origen musulmán domina desde luego la visión
positiva de Alejandro. La semilla de la leyenda medieval del Alejandro sabio, la de que
su éxito militar se debía al genio intelectual y a las enseñanzas de Aristóteles, surge en
Siria y Persia en los siglos VIII y IX, cuando escribas nativos al servicio de los califas
reafirmaron la tradición bizantina frente a sus señores árabes109. Esta leyenda se vierte
en el libro Sirr al Asrar –más tarde traducido al latín con el título de Secretum
secretorum, y al castellano con el de Poridat de las poridades– escrito en el siglo IX por
encargo del califa abasí Al-Mamun, que encarga a su secretario nestoriano, Yahya ibn al
Batriq, la recuperación del legendario libro sobre la política que Aristóteles había
concebido para Alejandro. Ahora no es el momento de tratar la evolución de este
apasionante libro sapiencial, pero sí queremos insistir para concluir que Bocados de Oro
pertenece a esta tradición cultural musulmana. Una tradición sin la cual tampoco
podemos entender la concepción de la monarquía que tiene Alfonso X el sabio, el rey
que, como ya hemos comentado, cuestiona una doctrina tan esencial para la cristiandad
occidental como la doctrina de las dos espadas.

108
G. Cary, The Medieval Alexander, Cambridge U. P., 1956, p. 106. Cit. en M. A. Rodríguez de la Peña,
o. c., p. 465.
109
Ibíd., p. 486.

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