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UTL Jorge Benedetti representante a la cámara por Bolivar

Juan Pablo Lozano Amaya

Dentro de las funciones a desempeñar que corresponden a la pasantía, están la asistencia técnica
legislativa, el seguimiento a proyectos de ley, la compilación de información y redacción de
informes para la comisión y colaborar en lo referente a trámites dentro de la oficina, asistir a
las sesiones y realizar actas.

Las expectativas que corresponden al cargo no son más que la disposición de aprender la
encrucijada legislativa que entraña el congreso y el sistema político colombiano, no hay más
que nutrirme de la experiencia que ofrece el tramitar las leyes y elaborarlas. Por otro lado, se
podría decir que la asistencia a los debates en sesiones y plenarias, ayudarán a comprender
mucho mejor la realidad política y, en cierto modo, la realidad social, ya que, un aspecto de lo
social es su caracterización por parte de lo estatal; la versión oficial de los acontecimientos
sociales.

Comprender el juego político a través de la asistencia legislativa es importante por cuestiones


esenciales; primero que todo, las leyes son el máximo bastión organizativo; en segundo lugar,
Colombia sostiene una plétora de leyes que pueden entorpecer procesos de leyes entrantes y,
por último; tal parece que la política colombiana pretende solucionar todo con la expedición
de leyes. Lo anterior, responde al vicio legalista que ha venido incubando en la república desde
tiempos ancestrales, atender a esta situación conflictiva es un paso a seguir para reflexionar
sobre la naturaleza de las leyes en sí, es decir, ¿por qué existe ese vicio y qué es lo que lo ha
ligado al proceso político colombiano? En la práctica aspiro a calmar estas incógnitas.

INTRODUCCIÓN

La labor investigativa dentro de una unidad de trabajo legislativo (en adelante UTL), enmarca
ciertas dinámicas propias de un cubículo. El trabajo de lectura, análisis, compilación y
argumentación, se desenvuelven a través de una profunda investigación de fuentes limitadas.
El sustento de una ley, reposa en su pertinencia al mismo tiempo que ésta se determina por
medio de aquél bosquejo básico de la problemática.
El proceso legislativo siembra dudas no en su forma sino en su esencia. El porqué de una ley
emerge de una necesidad, percibida como tal, a través de la capacidad de escucha de los
responsables de la rama legislativa que, a su vez, son delegados por tal capacidad por las
personas que emiten tal necesidad, con la convicción, que aquellos sean receptores curiosos de
las inquietudes que aquejan a sus electores.

La estructura de la ley, entonces, persigue una circunstancia lineal, tal como fue recibida. La
síntesis de la fórmula legal, respondiendo a su doble variable, empobrece la situación que fue
aceptada como problemática.

Sin embargo, la ley no puede emitirse sin antes respaldarse de su correspondiente exposición
de motivos, la cual se elabora en las oficinas del representante receptor. El orden de los factores,
en este caso, puede tener injerencia en el resultado. Pareciera que la ley, se debate entre dos
preguntas que le otorgan sentido, el ¿cómo? o el ¿por qué? La primera; la dirige a modo de
solución intuitiva en la medida en que se accede a información, la segunda; la conduce a
encontrar las causas que la generan para así proponer una solución. Ambas, comparten la
misma deficiencia: no se puede saber sin recurrir a terceros.

El problema, no es del representante como tal, su residencia en el capitolio nacional lo invitan


a negociar las problemáticas que sus electores poseen, para obtener agilidad en otros aspectos
políticos. El verdadero problema radica en el carácter unitario de la república de Colombia.

El presente trabajo tenía como objeto principal la influencia de una ley en la transformación
cultural, pero, tal nivel de generalidad era contradictorio al problema en específico, dado que,
la ley muchas veces no corresponde siquiera a una sustancialidad cultural, lo que produciría
inutilidad o tal vez resistencia al imperio de la ley. La expedición de leyes a cargo del congreso,
plantea una situación de desventaja para las comunidades que se ven a merced de las
contemplaciones y discernimientos de 282 personas, envueltas en pugnas de poder, favores
políticos, filibusterismo, confusión en las comisiones, objeciones presidenciales, y un largo etc.

Por otro lado, aquél debate del estado unitario contempla todo lo referente al mismo imperio
de ley. No sólo su estancia de congruencia con la realidad, sino su aplicabilidad. La
constitución, no es por sí sola una norma, sino tiene que contemplar en su misma estructura los
mecanismos que la hagan posible. Así, a través de los distintos grados de verticalidad
gubernamental -nación, gobernación, municipio- se hace posible la ejecución de leyes con
criterio nacional.

El objeto central del presente trabajo, pretende ser un planteamiento acerca de la necesidad de
otorgar a las comunidades1 más autonomía legislativa, bajo el entendido de que éstas pierden
con el paso de cada legislatura, representación política comprometida con sus problemáticas, a
causa de las dinámicas propias del ejercicio político en la capital, o por una desafección hacia
el territorio del cual es proveniente el representante.

Como pregunta rectora: ¿Es oportuna, en el marco del proceso de paz, la autonomía legislativa
de las comunidades en Colombia? Las directrices de aquél cuestionamiento no son ofrecer un
modelo ni sugerir uno como deseable, sino desvirtuar el centralismo que somete a los diversos
territorios de Colombia al monopolio legal, la incomprensión cultural, las leyes redundantes
que entorpecen procesos a futuro, la inaplicabilidad social, etc.

Las diferentes conceptualizaciones de una independencia de comunidades, están


ejemplificadas prácticamente en el dilema federalismo o regionalismo, ambas, contemplan a
estas organizaciones bajo el rumbo de su funcionamiento interno. Las cualidades
administrativas, fiscales, judiciales y demás no serán el contenido sustancial en el presente
trabajo, puesto que se pretende indagar acerca de las leyes y la congruencia cultural de las
comunidades.

Sin embargo, se presenta como conflictivo un estudio de caso debido propiamente al trasfondo
del trabajo. No secuestrar a las comunidades ni sus realidades territoriales a partir de informes
desactualizados, sesgados, o simplemente reducir y sistematizar a cifras y tablas, las
problemáticas que éstas poseen. Hablar a partir de la experiencia dentro de una UTL, donde se
avanzaba en un proyecto de ley, sin saber siquiera las dinámicas sociales que no se registran
en los libros ni publicaciones académicas. Aquél, es de lleno el fundamento que impulsa a
justificar la autonomía legislativa en las comunidades del presente planteamiento.

1Se alude a comunidades porque no se pretende enmarcar la argumentación dentro del debate del
estado autonómico, estado regional o federalismo, debido a las múltiples concepciones que de estos
emergen a la luz de la organización territorial en Colombia, sin embargo, es necesario abordar dichas
perspectivas para comprender, en contraposición, la deficiente estructura unitaria del estado.
Consiguientemente, el momento actual de Colombia en el marco del proceso de paz, ha vuelto
a avivar el debate sobre la organización territorial, a vista de muchos expertos en el tema, es
fuente prima del conflicto armado en Colombia, por lo tanto, se hace imperante el
replanteamiento sobre cómo y quiénes se están pensando las comunidades en relación con la
nación.

Para tal fin, se realizó una investigación de carácter teórico acerca de los principios, ventajas y
problemas, que conlleva la forma centralista propia de Colombia, así como del estado región y
el federalismo para la coyuntura actual. Se atiende, en principio, de no recurrir a la falacia del
falso dilema, exponiendo como únicas y distantes las diversas formas de organización
territorial, dado que la integración, como se verá más adelante, de las entidades impuestas por
el estado unitario como los departamentos, son ya de por sí unidades que poseen criterios para
defender la autonomía2. Del mismo modo, se consulta sobre los posibles cambios al sistema
actual y los requerimientos que éstos necesitarían para su viabilidad.

COLOMBIA TERRITORIAL

Muchos han sido los debates en torno a la organización territorial interna del estado y las
lógicas que éstas siguen para su aplicación. Los esquemas unitario y federal en Colombia, a
pesar de la hegemonía del primero, se han repartido el trayecto organizativo del estado
mediante diferentes constituciones. Con la culminación trascendental de la constitución de
1886 (centralización política y descentralización administrativa), que abrió paso al legado
centralista de Colombia.

El estado unitario o simple, se define como aquél “[que] posee un solo centro de impulsión
política y administrativa, es decir aquél en el cual la soberanía se ejerce directamente sobre el
conglomerado social asentado sobre un mismo territorio” (Mesa, 1984, pág. 208).

2 La autonomía, plasmada en el art 1 de la constitución “Colombia es un Estado social de derecho,


organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades
territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en
el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. Tal
como afirma Morelli y Santofimio citando a Ferrando Badía, es más una autarquía dado que el
concepto de autonomía enmarca: “la esencia de la autonomía radica en la Facultad que tiene una
entidad pública de darse leyes en sentido material (que son diversas de las simples normas jurídicas)
destinadas a formar parte del ordenamiento jurídico estatal…la autonomía implica siempre
competencias legislativas” (Santofimio, 1992).
La filosofía de la unidad prevé al estado como una máquina u organismo, donde las partes están
en función del todo. Por tal motivo, la nación, por medio del instrumento constitucional,
yuxtapone su interés al local. Para tal fin, se establece la figura del departamento para
consolidar la unidad entre esferas sociales más pequeñas y reales, como los municipios, con el
destino de la nación (Santofimio, 1992).

Los departamentos, se pueden considerar construcciones artificiales impuestas por el estado


arbitrariamente, para garantizar la soberanía nacional. O , se consideran así mismo,
construcciones organizativas que parten de un punto de cercanía histórica y afinidad cultural
con las comunidades que los constituyen (achury, 2011).

Para encontrar una claridad dentro de las concepciones territoriales de Colombia, se hace
necesaria la revisión de la carta constitucional, junto con la relación que el congreso define
para las funciones de las diferentes entidades territoriales.

En el artículo 287, se plasma la esencia del departamento a través de las funciones a


desempeñar “Las entidades territoriales gozan de autonomía para la gestión de sus intereses, y
dentro de los límites de la Constitución y la ley. En tal virtud tendrán los siguientes derechos:
1; Gobernarse por autoridades propias, 2; ejercer las competencias que les correspondan, 3;
administrar los recursos y establecer los tributos necesarios para el cumplimiento de sus
funciones, 4; participar en las rentas nacionales”.

Así mismo, la LOOT (leo orgánica de ordenamiento territorial 1454) como ley reglamentaria
de dicho artículo, en el título III de competencias, enfatiza el hecho, de que incluso la voluntad
administrativa, está limitada por las decisiones de quién esté al mando de la nación, lo que se
traduce, de acuerdo a la idea fundante del gobierno regente, en este caso en su plan nacional de
desarrollo.

Tal autonomía, como se define arriba, no es más que una conexidad subrogada a las decisiones
gubernamentales, que involucran en el proceso decisional a las entidades territoriales, en la
medida que pueden ejercer el derecho al voto.
El fuero que representan, se desarrolla a partir de lineamientos a priori enmarcados dentro de
lo que los congresistas, junto con el presidente, dispongan. un claro ejemplo de ello, es el PND,
junto con otras disposiciones que otorga la constitución a estas entidades. Entonces, si la
constitución establece que el voto es programático y la democracia defiende la diversidad, los
gobernadores al igual que los alcaldes, están de antemano predispuestos o subyugados, al
alinearse a una visión de desarrollo impuesto por el orden nacional y no propio de la región, a
partir de un documento anterior a su elección popular.

Citando a Rodrigo Rivera, Achury dice sobre el centralismo:

“¿En qué consiste el sistema centralista? En que toda la institucionalidad que tenemos
en los territorios, en los departamentos, es una institucionalidad meramente
administrativa, sin competencias políticas. […] el poder que tienen esas autoridades a
nivel departamental, municipal y distrital es un poder simplemente administrativo, es
decir, un poder reglado, un poder sujeto a una partitura que a uno le escribe otro […]
solo pueden hacer aquello que expresamente les permite la ley, es decir, la ley es una
partitura para esas autoridades y esa partitura tiene un poder esclavizante.” (achury,
2011)

A propósito del voto, se hace entonces ilusoria la autonomía que plantea la constitución para
construir desde las regiones. Aquella participación democrática no es más que un placebo de
autonomía “ [la] libertad debe ir pareja con la independencia, pues de lo contrario no puede
tener respaldo popular” (Caballero, s.f.).

Para Colombia, aquél estado fue una revelación, la cual se remonta a épocas libertadoras,
Antonio Caballero parece sintetizar toda una historia y tal vez un destino de la realidad política
del país; cabe hacer mención de su naturaleza donde se cambian un par de palabras para matizar
de actualidad la referencia “La Patria Boba fue un vasto incesto colectivo. Todos eran ricos
propietarios de casas y negocios, de haciendas y de esclavos. Por eso querían mantener intacta
la estructura social de la Colonia: simplemente sustituyendo ellos mismos el cascarón de
autoridades virreinales venidas de España, pero sin desconocer al rey.” (Caballero, s.f.).
De acuerdo a lo anterior, afirma Satofimio que “las normas constitucionales y las
correspondientes leyes territoriales, obedecen aún a las arcaicas estructuras heredadas del
centralismo asfixiante de castas corruptas y generador de pobreza” (achury, 2011).

Aquella democratización, hizo de las regiones y departamentos una luz que alumbraba hacia el
centro cada que la voluntad constitucional solicitaba el sufragio nacional y retornaba al averno
una vez finalizado. Las entidades territoriales, ahora son para los congresistas y el presidente
fortines políticos, no con la población, sino con las élites locales que que venían de tiempo
atrás estableciéndose y cooptando, gracias a la reciprocidad de los supremos, las instituciones
públicas. Tal como dice Gutiérrez Sanín “La relación entre el estado colombiano y las élites
regionales está caracterizada por un modelo de intermediación; es decir, hay un centro que
coordina y gobierna a las regiones a través de las élites regionales y locales” (Konrad Adenauer
Stifttung, 2010).

Por otro lado, queda aún el innegable hecho de la realidad social y política en Colombia,
enmarcada principalmente por el conflicto armado, donde los grupos armados aprovechan estas
faltas de autonomía regional, para hacerse de las instituciones públicas. Se sigue del estado
unitario su descentralización. A mediados de los 80´s, Colombia dio paso a hacia la asignación
de facultades administrativas para las entidades medias de la rama ejecutiva (los
departamentos), lo que condujo a una penetración sistemática de los actores armados ilegales
a las estancias político-administrativas de las entidades territoriales, gracias en parte, a las bajas
condiciones de seguridad policial y militar en los municipios (Fabio Sánchez, 2006). Sin
embargo, la ausencia estatal y el clientelismo armado no son los únicos componentes de aquella
filtración de sus instituciones, también la baja administración de justicia del territorio junto con
en el orden general de regalías y el sistema general de participaciones, por lo que, los
municipios más “desarrollados” presentaban mayor permeabilidad de los actores armados, y
los menos, de la mano de élites locales, levantaban su propia jurisdicción.

El conflicto armado colombiano, se podría resumir en su esencia, al abandono estatal, la falta


de garantías mínimas de supervivencia campesina y represión al reclamar derechos. En pocas
palabras, la carente gobernabilidad que ha tenido el estado colombiano a lo largo de su historia,
ha producido brotes de violencia en el territorio. Creyendo a Bogotá el Monserrate colombiano
que haría las veces de panóptico en el país, el sueño constitucional se quedó sin cobertura. En
épocas de la independencia estadounidense se planteaba la discusión sobre la necesidad de una
carta de derechos sin un brazo que las defienda. Ante la teoría el pragmatismo.

Aquél problema vive aún en las contradicciones que presenta en su estructura la constitución,
ya que, “ [la] constitución escrita podía darse por bien servida si lograba conformar un Estado
dotado de poder, y a la vez con poder limitado que sirviera de medio para que cada generación
resolviera los problemas de su época y alcanzara los fines que la sociedad se fijara a través del
sistema de representación política” (Rodriguez, 2001).

En ese orden de ideas, la relación de la constitución con su objeto a reglamentar, ha quedado


en suma inconcluso. Demás formas de organización estatal se han propuesto a lo largo de la
historia para poder brindar la oportunidad a las comunidades de hacerse con su futuro. El
federalismo y el regionalismo han sido los más aclamados por diferentes sectores de la
academia.

Sin embargo, no hay un modelo perfecto, la síntesis de los que ahora son o pudieren ser es vital
para la organización del estado. Muchas voces se alzan en pro de una versión radical y total de
la organización estatal.

La cuestión federal en Colombia ha sido un tema de debate desde los anales de la historia, con
el amargo recuerdo que dejó la patria boba y la guerra grande como la describe Antonio
Caballero, junto con las consecuencias de los aduladores de Santander y Bolívar, marcó el
temor en el bienestar de las élites tanto nacionales como locales.

La experiencia de los Estados Unidos de Colombia, se replantea hoy día, bajo el entendido de
las limitaciones coyunturales de la época, alegando que hoy día se hace necesario emprender
la campaña federal para la confrontación del mundo globalizado y las corrientes post-modernas
que tiene un gran impacto de reivindicación social.

Afirma Suelt Cock citando a Elazar “[que] el mundo se encuentra ante un cambio de paradigma,
es decir, del que representaba el Estado-Nación como modelo estatal esencial-mente moderno,
al que encarnan las federaciones, modelo político en principio más adaptado a las necesidades
que plantean la diversidad y complejidad del mundo contemporáneo” (Cock, 2008).
Aquella preocupación se respalda de los actuales acontecimientos que tienen lugar en los
lugares de Europa donde hay brotes separatistas dentro de los estados unitarios. Cabe resaltar,
que Colombia no es ajena a una situación por el estilo, pero sí con matices particulares, dado
que algunos reclamos son de carácter departamental, tal sea el caso de Antioquia, o bien
regional, como el caso del Caribe. Si bien son movimientos que tiene poco crecimiento en el
apoyo popular como también poco recorrido de argumentación cultural, histórica y política,
son movimientos de largo aliento, que con el paso del tiempo pueden conllevar a dinámicas
más comprometidas con la autonomía del territorio.

A pesar de las incipientes huestes federalistas en Colombia, las réplicas en cuestiones puntuales
sobre su inconveniencia sí han tenido una gestación más temprana. En la oscilatoria retórica de
Florentino Gonzales frente al asunto de si Colombia debía ser federad o centralista, se pone en
primer punto la disparidad de las diferentes densidades poblacionales del territorio, pues ¿cómo
harían regiones o departamentos que contengan al Amazonas, Guainia, Meta? Con una vasta
extensión territorial y desproporcional habitabilidad poblacional. (Cuellar, 2009).

Por otro lado, la disparidad fiscal de las regiones, las pondría a merced de corporaciones de la
presente coyuntura y las mono producciones económicas, afectando positiva o negativamente
al territorio en cuestión. Aquella desventaja, convertiría a las regiones, bajo el panorama
colombiano, en un rico sustento de las empresas de explotación ambiental, poniendo en la
balanza el crecimiento para el soporte fiscal con la sostenibilidad.

En contraste, aquella cuestión impulsaría a la ciudadanía a buscar formas alternas de comercio


sin detrimento de su pertenencia como unidad autónoma. Aquella visión que postula la
“inmadurez” de las regiones para decidir sobre su futuro, es típico del pensamiento paternalista
y civilizatorio que heredó el centro de la aristocracia fundadora. Por el contrario, se ha
registrado a lo largo de la república, cómo el estado en beneficio de la nación se enriquece con
el detrimento particular. En un caso concreto, la práctica del fracking por mandato de interés
nacional, junto con un largo etc.

Lo mismo se replicaría con la cercanía de la toma de decisiones del poder político a la


ciudadanía, las dinámicas propias ya de un estado autónomo, cerrarían brechas entre la veeduría
que se pierde en el todo nacional, y centraría la atención en la administración de recursos.
El estado Regional por su parte, franquea las críticas que le hicieron al federalismo en su
momento, su carácter regional dividiría al país en territorios que compartirían dinámicas
comerciales en común, para fomentar cierta especialidad gracias al apoyo mutuo de los
municipios que la componen.

Se establece la cercanía cultural propia de un ambiente que condiciona las formas de relación
e impulsaría el desarrollo paralelo de las comunidades que lo componen.

COLOMBIA NACIONAL

Independientemente del sentido que se le otorgue al departamento, toca esclarecer primero


cuáles son esas instancias de identidad nacional que conducen a los habitantes de los diferentes
territorios colombianos a pensarse como una nación. Si desde los primeros pasos de la república
como independiente, las élites colombianas fijaron su mirada en Europa en síntoma expreso de
optimismo para crear el mito de la autenticidad colombiana.

“A los pueblos de Hispano-colombiano no les ha llegado todavía el momento de los estudios


fuertes, por la sencilla razón de que la inmensa masa popular no tiene aún la noción general del
progreso europeo. Hasta tanto que esa masa no haya recibido la infusión elemental de luz y
fuerza que necesita para emprender su marcha (porque hoy no se marcha, sino que se anda a
tientas) el mejor servicio que se le pueda hacer es el de la simple vulgarización de las ideas
elementales. Después vendrá el tiempo de Los trabajos laboriosos y profundos.” (Martinez,
1995). Así declaraba la ideología civilizadora liberal a través de José María Samper, además
de la idea que se presentaba como el deber de volver humano lo no humano, se desmeritaba el
impulso cultural que los distintos territorios colombianos poseían.

Desde Santa Fe se ha creído que la independencia ha sido fruto revolucionario de las élites
capitalinas a plenas luces de sus deberes patrios. La verdad es que aquella, fue más una
independencia por correspondencia y una nación coordinada por el sistema de encomiendas a
lomo de mula.
Los debates esenciales para denotar que Colombia posee una identidad nacional no se pueden
fijar a través de las utopías que planteaban los políticos de la época. Ya historiadores como
Colmenares, Jaime Jaramillo y Alfonso Múnera, establecen que las castas colombianas estaban
lejos de poder concretar el proyecto nacional por diversas causas: sus debates entre la herencia
de las instituciones de la Colonia para ejercer desde cero la administración del país, la falta de
una filosofía clara que sostuviera la idea de nación, la evidente marginalidad de las regiones
que dificultaba el nexo con las élites locales, la estrellada geografía y la carencia de vías de
acceso, los cesarismos que agobiaban cada persona con poder, el infranqueable interés de
castas, la idea racista entre criollos y mestizos etc (Gonzales, 2001).

Los inicios después de las convulsiones administrativas que generaron las cruentas guerras
civiles, fueron marcados por tendencias marcadamente europeas en la idea de un país, las
aplanadoras del progreso se postularon como necesarias y por debajo de ellas todo lo que la
cultura cortesana no demostrara como preponderante para la sociedad.

Es particularmente complicado abarcar el tema de la nación actual, especialmente en Colombia.


Si se detalla bien, podría constar de del imaginario creado a partir de los medios de
comunicación y la forma como aquella imagen se convierte en posibilidad cognitiva para
creernos lo que vemos, o ser fundamentalmente de valores caballerescos que tengan que ver
con el honor y el triunfo de nuestros exponentes en cualquier disciplina, o constar solamente
de del uso de una camiseta para ver los partidos de la selección y no quitársela después hasta
que finalicen los noticieros con las últimos avances de la operación libertad de Guaido.

Pueden ser muchos los motivos y razones para decir que se pertenece a Colombia por… Y el
punto esencial es ese, que no es de mayor relevancia la ubicación geográfica que se posea sino
a qué clase de Colombia se está perteneciendo.

Por otro lado, si se habla de pertenencia no se puede confundir con un micro sentido nacional,
como suele hacerse. El entorno en el cual el humano tiene su desarrollo, es fundamental para
la simbolización de un espacio propio, no sólo en cuestiones sentimentales, sino en aspectos
semióticos de entendimiento hacia la realidad en la cual ha estado sometido.
La semiosfera, es una cualidad del mundo cognoscitivo donde la realidad se vuelve tangible y
el carácter semiótico de diferentes símbolos pierde interpretación y se vuelve, por decirlo así,
trascendente. Ya no hay cabida para otras interpretaciones. En palabras más, sintetiza Lottman
“La semiosfera es el espacio semiótico fuera del cual es imposible la existencia misma de la
semiosis”. (Lotman, 19961, pág. 12).

Aquello cobra sentido cuando se comprenden las brechas abismales entre regiones con
dinámicas específicas, en éste caso, muchas marcadas por el conflicto armado.

CONCLUSIONES

A partir de la homogenización de la estructura estatal, se han perpetuado la incomprensión de


las zonas a las cuales éste planea determinar. El centralismo ha sido para muchos un cruel
desenlace que han tenido que soportar las regiones sometidas a las interpretaciones del
capitolio nacional junto con la casa de Nariño.

Comprender las realidades va más allá de los informes anuales del DANE sobre el estado de
cosas de las entidades territoriales. Tampoco significa emprender campañas con hordas de
antropólogos, sociólogos o quién haga sus veces. La autonomía legislativa es algo que ofrece
a las regiones la capacidad de gestar sus destinos.

La desconcentración legislativa presenta un sinfín de contrargumentos válidos y en cierta


medida verdaderos, pero sería la misma lucha con el tiempo que la “descentralización de
largo aliento” ha tenido.

El problema de la idea nacional lleva a creer a Colombia homogénea, un país que sólo tiene
una vocación y un objeto en sí. Se desconoce por tanto, que tal nación es una ilusión, no hay
una cultura compartida, hay vestigios de una Colombia socialmente dividida que consta de
arribas y bajos.
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