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LA NATURALEZA

10 ESTA
DE ACUERDO
o el espejismo del progreso
ALBERT DELAVAL
LI IITUBILBZI
10 BSTI
DI ICUBBDO
o el espejismo del progreso
ALBERT DELAVAL

EDICIONES SINTESIS
TITULO DEL ORIGINAL
"La Nature n 'est pas d'acord " ou le mirage du pro gres 1970

TRADUCTORA
Sagrario Lopez

PORTADA
M.A.L.

1 a edición en castellano, Abril 1981


EDICIONES SINTESIS
Apartado 2763
Barcelona

I.S.B.N.: 84-85302-24-9
Depósito Legal: B-16310-1981
Impreso en España
PROLOGO A LA EDICION
EN CASTELLANO
ACTUALIDAD DE ESTA OBRA
DESPUES DE DIEZ AÑOS
DE SU PRIMERA APARICION

De 186 O a 19 70 el volumén de conocimientos


cientificos pudo haberse multiplicado por un millón,
e incluso se podria duplicar esta cifra; sin embar-
go, en toda esa enorme masa de información no ha
aparecido todavía la más mínima luz que pueda ate-
nuar la angustia de los hombres. La electrónica ha
desarrollado una trayectoria fulminante, aquello que
en un ordenador pesaba una tonelada en 1970, hoy
pesa un gramo, y los costes han variado en la misma
proporción. Los científicos están almacenando sobre
miriadas de minúsculas memorias, todos los conoci-
mientos adquiridos, y este inmenso caudal de conoci-
miento podrá estar en todo momento a disposición
de cualquier investigador. Sólo falta la idea directriz
que guie al explorador en esta impresionante inmen-
sidad, que éste grandioso dispositivo permita a cada
especialista acrecentar su eficacia en su especialidad.
Mientras tanto, la pasión por el análisis ilimitado
ha desviado a los cient ificos hacia una dirección
erronea. Los sabios se encuentran cotidianamente
apresados en dificultades inauditas, viven en cimas
accesibles sólo a ellos, y las ideas que permitirian sal-
10 ALBEH.T DELA VAL

var la especie humana no se hallan en esas alturas.sino


que están a ras de suelo:
... en la linea que va del protozoo al hombre,
todas las especies que nos preceden han asegurado su
perennidad y su potencialidad de progreso; cada una
de ellas se ha ido superando a si misma hasta casi ser
una especie superior. El hombre moderno es el here-
dero, beneficiario directo de esta larga serie de trans-
formaciones exitosas. La complejidad de la estructura
y el funcionamiento de un organismo humano, con un
cerebro de prodigiosas posibilidades, es del dominio
de lo supra-fantástico, de lo milagroso. La evolución
antes del hombre es un éxito deslumbrante. En cam-
bio, la evolución influenciada por el hombre nos con-
duce a marcha forzada hacia un fracaso inminente y
definitivo. Esta insoportable paradoja, infinitamente
dolorosa, debería llamar la atención de toda la huma-
nidad, porque si queremos detener el holocausto que
se cierne sobre la tierra y sus habitantes, necesitare-
mos saber que han hecho las otras especies hasta la
aparición del hombre y que no hacemos nosotros; nos
es necesario conocer los errores que cometemos y que
ellos no han cometido, nos hace falta comprender
porque ellos han triunfado y nosotros fracasamos.
En definitiva, no se trata de otra cosa más que
de actuar armonica y naturalmente como los anima-
les, sería sorprendente, si el hombre tomara esta deci-
sión, que no tuviera éxito en semejante empresa.
Es al mundo cient ifico a quien incumbe el pri-
mer impulso para este esfuerzo: solo se requiere un
mínimo de humildad y lucidez. Solo ellos poseen el
conocimiento necesario que les permitiría hacer acep-
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tar a los hombres, los pesados sacrificios que tendrán


que consentir si quieren asegurar la subsistencia de sus
niños.
Si los sabios no consienten en abandonar provi-
soriamente las abstracciones que hacen sus delicias, si
no acceden a bajar su mirada a la tierra, habrán deja-
do pasar la última chance de la humanidad.

LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO


propone respuestas a estos cuestionamientos. Este li-
bro data de diez años, a pesar de ello y de sus imper-
fecciones, es de candente actualidad.

Albert De/aval
MAYO de 1981
LA NATURALEZA
NO ESTA DE ACUERDO
EL HOMBRE ENTRE LA NATURALEZA
Y LO ARTIFICIAL

Los recientes descubrimientos relativos a los fó-


siles y los perfeccionamientos en los métodos de de-
terminación de la antiguedad han llevado a los espe-
cialistas a buscar muy lejos en el pasado, a más de
tres mil millones de años, la aparición de la vida en la
Tierra. Durante estos tiempos infinitos, la vida se ha
desarrollado, se ha transformado en condiciones
naturales. Después vino el hombre e introdujo en la
Tierra un hecho nuevo: lo artificial. Se han descubier-
to recientemente en Africa del Sur unas herramientas
de piedra parecidas a unos restos de fósiles de tipo
pre-humano que datan de unos dos millones de años
aproximadamente; estas herramientas constituyen los
objetos más antiguos que se conocen.
Durante los dos millones de años de la edad de
piedra, los progresos en la fabricación de las herra-
mientas se caracterizan por una extrema lentitud.
Para apreciar la primera aceleración del progreso hay
que esperar unos cuarenta mil años antes de nuestra
era. Tal vez corresponda a esta época la aparición del
hombre moderno.
A partir de entonces, las herramieritas se vuelven
cada vez más eficaces, complejas y elegantes. Parecen
16 ALBERT DELAVAL

ser el producto de una artesanía elaborada por hom-


bres muy dotados, que poseían además un sentido ar-
tístico elevado. El último perfeccionamiento de la
industria lítica prehistórica, el pulido de la piedra,
apareció tan sólo hace siete mil años.
Con estas herramientas de madera, de piedra y de
hueso, los seres pre-humanos al principio, y después
los hombres, no podían de ningún modo aportar mo-
dificaciones apreciables al medio ambiente, ni tampo-
co cambiar en mucho su existencia. El fuego, en cam-
bio, iba a modificar sus posibilidades. Los más anti-
guos vestigios de hogares están asociados con los res-
tos fósiles del hombre de Pekín, que vivía hace unos
cuatrocientos mil años. Las huellas de hogares descu-
biertas en otras partes del mundo son más recientes.
Dado que la prehistoria está sumergida en una
profunda oscuridad, es difícil saber que uso hacían
del fuego nuestros lejanos antepasados, y también
tener una idea de los estragos que han podido causar
a la Naturaleza con el fuego. Se puede decir que el
hombre ha hecho su primer paso decisivo hacia lo ar-
tificial el día en que utilizó el fuego para cocer sus
alimentos. Probablemente este procedimiento no se
generalizó -Y sobre todo no llegó a ser una costum-
bre cotidiana- hasta muy tarde.
Es abusivo deducir del descubrimiento de un
hogar, que los hombres que lo han encendido lo uti-
lizaban para cocer sus alimentos. Aún hoy subsisten
algunos poblados primitivos que no utilizan el fuego
con este fin. Entre el Orinoco y el Amazonas, en un
bosque hostil, viven varias tribus indias. Dos de ellas,
cuyos territorios son vecinos, tienen contactos fre-
cuentes. Los mariquitaras cuecen sus alimentos, los
guaharibos se los comen crudos. El explorador Alain
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 17

Gheerbrant cuenta que durante un vivac donde es-


taban reunidos miembros de estos dos grupos, los gua-
haribos miraban de una forma asqueada a los mari-
quitaras que hacían cocer su comida. Después, nos
relata esta confidencia de un jefe mariquitara: "Los
guaharibos son tres veces más numerosos que noso-
tros; es porque se comen cualquier cosa y nada les
hace daño". Esto vendría a probar que la cocción de
los alimentos no es una adquisición benéfica para la
humanidad.
Las numerosas observaciones hechas sobre los di-
ferentes grupos humanos que, en nuestra época, viven
aún en la edad de piedra, nos permiten deducir que,
durante la prehistoria, los hombres han vivido tan cer-
ca de la Naturaleza como cualquier otro animal, o
casi.
Los primeros cambios revolucionarios en la
manera de vivir de los hombres aparecen en el quinto
milenio antes de nuestra era, con los comienzos de
la agricultura y la cría de ganado, cuyas prácticas se
extendieron poco a poco a toda la Tierra habitada,
para llegar a ser casi generales en el tercer milenio,
al empezar el periodo histórico.
El proceso de la artificialización de la existencia
resultó al principio muy lento. Hace tan sólo un siglo
la mayor parte de la humanidad se componía de agri-
cultores que mantenían contactos estrechos y perma-
nentes con la Naturaleza. Hoy en día, en el mundo
occidental, la proporción de los cultivadores con res-
pecto a la población disminuye lentamente y tiende a
ser ínfimo.
Nuestros antepasados no entraron en lo artificial
sino con cierta prudencia, incluso con reticencia,
de todos modos con lentitud. Hoy en día, nos sumer-
18 ALBERT DELAVAL

gimos en lo artificial a toda velocidad. Introducimos


en nuestra forma de vivir más elementos nuevos en
un año que nuestros antepasados de la edad de bron-
ce en varios siglos. En la actualidad, estamos asistien-
do a una loca invasión de lo artificial en nuestra vida.
Hasta hace poco, las consecuencias de la intrusión
del hombre en lo artificial podían pasar desapercibi-
das. De unas decenas de años a esta parte se han vuel-
to palpables, inquietantes. Nuestra civilización apa-
rece como un intento de adaptarse, por parte del
hombre, a una existencia cada vez más artificial. ¿Es
posible esta adaptación? Una ley biológica inexorable
dice que una especie que no puede adaptarse a su
medio-ambiente se ve condenada a la extinción. Esta
desaparición puede tardar años, siglos o milenios,
pero es ineluctable. Es poco probable que haya un
acuerdo entre la adaptación y la desaparición.
¿Es capaz el hombre de adaptarse al medio arti-
ficial que está creando para vivir? Numerosos hechos
vienen a demostrar lo contrario.
LA DECADENCIA
DE LOS AUTOMATISMOS BIOLOGICOS
EN CONTACTO CON LO ARTIFICIAL

Un organismo vivo que ha evolucionado es un


conjunto de automatismos coordinados de gran com-
plejidad. Estos automatismos se dividen en dos grupos
distintos: los automatismos de comportamiento o
instintos, y los automatismos de la vida vegetativa.
En los animales, el comportamiento está domi-
nado por el instinto, y hay que remontarse hasta los
mamíferos superiores para encontrar una intervención
apreciable de la inteligencia en el comportamiento.
En cambio, en el hombre, el comportamiento está
casi enteramente bajo el control de la inteligencia.
Se puede dejar de lado, por el momento, la cues-
tión de saber si la sustitución del instinto por la inte-
ligencia es válida en todos los casos.
Todos los automatismos biológicos, sean relati-
vos a la vida de relación o a la vida vegetativa, se ba-
san en lo mismo: los genes. Los instintos de una ame-
ba, sus automatismos, tienen la misma naturaleza que
los de cualquiera de nuestras células.
La asociación de los instintos y de los automatis-
mos de cada una de nuestras células constituye nues-
tra vida vegetativa, un conjunto de procesos tan ex-
22 ALHEHT DELAVAL

traordinariamente complicados que decenas de miles


de investigadores, lanzados a su hallazgo y revelándo-
se desde hace siglos, y habiendo acumulado una enor-
me cantidad de conocimientos que ocupan más de
mil volúmenes, tan sólo han revelado una parte de sus
secretos.
Estos dos grandes milagros de la Naturaleza rela-
tivos a la transmisión hereditaria de todos los automa-
tismos de la vida vegetativa y de todos los automatis-
mos necesarios para la vida de relación, son la conse-
cuencia de un fenómeno más extraordinario aún: el
instinto conduce a la célula sexual macho hacia el
óvulo y, a partir de esta unión, se crea un organismo;
es una realización tan prodigiosa que está, de una for-
ma absoluta y probablemente definitiva, fuera de
nuestro entendimiento. Del óvulo fecundado, célula
única, va a nacer como consecuencia de innumerables
divisiones sucesivas, un ser vivo compuesto por miles
de miles de millones de células especializadas que se
han reunido para formar unos tejidos que cons-
tituyen unos órganos, que a su vez están agrupados en
sistemas. Se ignora todo de la fuerza que pone en
marcha estos extraordinarios fenómenos. Sólo sabe-
mos que todas las potencialidades, virtualidades y
posibilidades de un animal, desde la primera división
del huevo hasta su muerte, están contenidas en los
genes.
Tras diversas evaluaciones, se admite hoy como
una buena aproximación el que cincuenta mil millo-
nes de células constituyen un organismo humano
adulto. Cada una de ellas deja de ser un elemento ais-
lado que vive para sí misma. "Cada una de ellas reac-
ciona sobre todas las demás y todas las demás reaccio-
nan sobre ella." (Prof. G. Roussy y Dr. Mosinger.)
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 23

Las células animales, pertenezcan al tejido de un


organismo evolucionado o constituyan cada una de
ellas un ser distinto, tienen dimensiones del orden del
centésimo de milímetro y están establecidas según un
mismo plano. Esta cosa tan sumamente pequeña
constituye, por sí sola, un mundo fabulosamente
complejo. Hace menos de un siglo, se consideraba que
la célula se componía de una gota de gelatina viva que
contiene algunos elementos granulosos de los cuales
no se sabía nada, y de un núcleo del cual se sabía
que contiene los cromosomas. Desde principios de
siglo, los conocimientos acerca de la célula han au-
mentado considerablemente; sin embargo, hace sólo
veinte años que los progresos en microscopia y en
química han hecho avanzar la investigación a pasos
agigantados. Varios científicos han obtenido el
premio Nobel por sus trabajos sobre la célula y algu-
nos de ellos se han limitado a estudiar solo el núcleo.
Los trabajos publicados sobre la célula :-libros,
artículos de prensa, tesis y comunicados-, se calcu-
lan por cientos de miles. Sin embargo, esta célula de
una centésima de milímetro es todavía un mundo en
parte inexplorado.
Un organismo vivo es la coordinación de una in-
finidad de automatismos. Esta coordinación es tan
perfecta que ha permitido a numerosas especies repro-
ducirse durante millones de años; y no sólo reprodu-
cirse semejantes a sí mismas, sino también perfeccio-
narse mediante toques insensibles y transformarse en
especies superiores. La evolución es el paso continuo
de una perfección hacia una perfección cada vez más
grande. Estamos en una fase de la Evolución, y nin-
guna mente humana puede imaginar hacia que postre-
ra perfección, hacia que vertiginosa cumbre conduce
24 ALBERT DELA V AL

la evolución a la materia viva.


En tres millones de años el mundo inanimado ha
llegado a ser el mundo vivo que tenemos ante los
ojos, y aún le quedan a la Naturaleza miles de millo-
nes de años para perfeccionar este edificio.
Los automatismos de la vida de relación, el ins-
tinto, solo representan una pequeña parte de la suma
de los automatismos biológicos que constituyen un
ser vivo. Pero un organismo vivo es un todo y su per-
fección exige la perfección de todos sus elementos
constituyentes. Todos los errores de comportamiento
repercutirán sobre todos los demás automatismos.
Una vida vegetativa perfecta, es decir una salud per-
fecta, exige un comportamiento perfecto.
El hombre moderno, en su advenimiento, no ha
recibido cromosomas nuevos destinados especialmen-
te para él por la Naturaleza. Ha heredado la provisión
de cromosomas de los hombres-monos que le han pre-
cedido, unos cromosomas que resultan ser la sede de
modificaciones genéticas muy acertadas, es cierto,
pero mínimas. Al mismo tiempo, también ha here-
dado un comportamiento específico que no tiene
que ser muy diferente al de sus antepasados directos,
en lo que se refiere a la respiración, la alimentación,
el movimiento, el reposo, el sueño, la sexualidad ...
El hombre es, con mucho, el animal más avanzado
en el camino de la Evolución. Para llegar a esto ha
sido necesario que el comportamiento de los seres que
nos han precedido a lo largo de centenares de millo-
nes de años haya sido perfecto. El comportamiento
y todos los automatismos son la experiencia de la
vida, una experiencia adquirida a costa de un número
infinito de pruebas, de tests, de tanteos y de intentos
que ha llevado consigo, como sanción despiadada, la
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desaparición de todo lo que no es apto para vivir.


Nuestros genes encierran la memoria de todas las ex-
periencias logradas a lo largo de todos estos tiempos
infinitos. Contienen millones de informaciones. "El
núcleo de una célula humana contiene datos tan nu-
merosos como los de varias enciclopedias reunidas."
(John Pfeiffer, La ce/lúle). Tal vez tenemos en común
alguna célula con la primera alga aparecida en el océa-
no. Nuestra fisiología tiene mucho puntos en común
con la de los vegetales y aún más con la de los peces.
En cuanto a su fisiología, la mayoría de los mamífe-
ros tan solo difieren de la nuestra por algunos deta-
lles. La opoterapia se basa en estas similitudes, así
como las experiencias con los cobayas.
Clarke cree acertadamente que "un simple orga-
nismo humano es millones de veces más complejo que
la totalidad de la ciudad de Nueva York ... " (Arthur C.
Clarke, Perfiles del futuro). Este fabuloso milagro,
esta gigantesca suma de automatismos es el resultado
de un perfeccionamiento que dura -si contamos sólo
a partir de la aparición de la vida animal- en la Natu-
raleza, cientos de millones de años. La programación
de la vida se establece en función de elementos natu-
rales. La aparición de lo artificial en la tierra en
dosis apreciables data de algunos millares de años, y
nuestra zambullida en lo artificial casi integral en
varias decenas de años. La relación entre estos dos
lapsos de tiempo es, en el primer caso, del orden de
uno en cien mil, y, en el segundo caso, del orden de
uno en diez millones. De todas formas, el advenimien-
to de lo artificial en la tierra es extraordinariamente
reciente; acaba de producirse. ¿Qué pueden hacer
nuestros automatismos frente a elementos artificiales
que no tienen ninguna correspondencia en nuestra
2b ALBERT DELAVAL

memoria genética?
Lo artificial ha caído con extrema brutalidad
sobre un mundo que no estaba preparado para reci-
birle. La programación de la vida de un animal se ha
establecido desde siempre para una vida dentro de la
Naturaleza, desde que la vida animal existe. Nuestra
programación se ha perfeccionado, se ha enriquecido
con extrema lentitud: nuestros automatismos son vie-
jos de millones de años y para condiciones de vida
natural.
Una ley de cibernética, que no cuenta con nin-
guna excepción, dice que un automatismo sólo puede
cumplir su función si está situado en las condiciones
para las cuales ha sido concebido. Un automatismo es
una memoria totalmente desprovista de inteligencia.
Es absolutamente incapaz de enfrentarse con lo im-
provisto. En presencia de elementos o acontecimien-
tos artificiales, por consiguiente nuevos, se encuentra
desamparado. Todos nuestros automatismos fracasan
si están en contacto con elementos artificiales. Nues-
tras células, nuestros órganos, no son inteligentes y su
funcionamiento es independiente de nuestra inteli-
gencia. Es tan grande la complejidad de este funciona-
miento que, muchas veces, no llega a nuestro entendi-
miento. "Las células envuelven la comida con una
membrana. Esta envoltura está dotada de una parti-
cularidad maravillosa que consiste en absorber todo lo
que pueda ser benéfico para la célula y de rechazar lo
que no lo es." (John Preiffer, La Cellule). Esta parti-
cularidad es el instinto de la célula. El hecho de que
sepa escoger, entre las sustancias naturales, las que ne-
cesita y rechazar las que podrían perjudicarla es la
condición de su supervivencia y de la nuestra. La
célula tiene una memoria genética cien mil veces
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más antigua que la memoria de la humanidad, pero


está limitada a un número determinado de conoci-
mientos. ¿Quién se atrevería a creer que va a desen-
volverse en medio de los innumerables ingredientes
artificiales que le proponemos sin descanso a lo largo
de nuestra existencia, unos ingredientes con los cuales
nunca ha tenido contacto?.
Los médicos, en lo que les atañe, han reconocido
este fracaso de la célula y le han otorgado un nombre:
lo han llamado "patología de la terapéutica". El nú-
mero de especialidades farmacéuticas asciende casi a
10.000 únicamente en Francia. Un fuerte porcen-
taje de estas especialidades agrupa productos sin-
téticos que nunca han existido en la Naturaleza. El
comportamiento de nuestras células frente a estas
sustancias, con las cuales se encuentran por primera
vez, es un misterio para todo el mundo. Los médicos
intentan discernir sus efectos sobre el conjunto del
organismo, sin embargo, la interpretación de estos re-
sultados es muchas veces difícil. Además, siempre hay
una contrapartida perjudicial en los efectos que en
apariencia son los más favorables; esta contrapartida
es difícilmente previsible y mesurable. Un somnífero
actúa sobre la célula nerviosa y permite a un insomne
sustituir el sueño natural del que carece por un sueño
artificial. La acción favorable del somnífero es mani-
fiesta puesto que hace dormir, pero lo que es menos
manifiesto, son los daños que éste produce en la célu-
la nerviosa y, muy probablemente, en todas las de-
más células con las cuales está en contacto.
Una teoría ya antigua que no ha sido desmentida
nunca, dice que todas las enfermedades comienzan a
nivel de la célula. El uso de recetarios en medicina
está fuertemente teñido de empirismo. Recientemen-
28 ALBERT DELAVAL

te, un autor americano ha descubierto que eran unas


200.000, las muertes causadas en U.S.A. por las in-
certidumbres ligadas al ejercicio de la medicina.
Como todos los animales cuyo habitat ha sido
modificado por el hombre, nosotros padecemos la
transformación de nuestro medio-ambiente. Según el
Dr. Deschambre "la enfermedad es la expresión de las
perturbaciones en las relaciones de nuestro organismo
con su medio-ambiente". El hecho de que nuestro
organismo no está en equilibrio con nuestro medio-
ambiente es una evidencia para la mayoría de noso-
tros. Y lo que es también una evidencia es que este
desequilibrio va en aumento.
El mundo científico constata, por supuesto, esta
inadaptación de la humanidad al modo de vivir que ha
escogido. La considera provisional y pretende que los
males causados por ella son el precio necesario
para conseguir una adaptación definitiva. En la enor-
me cantidad de conocimientos actuales no hay ningún
hecho en favor de esta teoría, que por otra parte nun-
ca ha hecho ningún intento de justificación. A no ser
que se considere como tal el ejemplo de las bacterias
y de los insectos. La adaptación de las bacterias y de
los insectos a lo artificial es, al contrario, la demostra-
ción más apremiante de la imposibilidad para el hom-
bre de beneficiarse con dicha adaptación.
Las bacterias van adaptándose a las sulfamidas y a
los antibióticos, hasta tal punto que estos medica-
mentos milagrosos podrían llegar a ser ineficaces en
un futuro no muy lejano. Una bacteria es un ser com-
plejo, pero a pesar de eso es incomparablemente
más simple que un organismo humano. El proceso de
adaptación de las bacterias es aproximadamente el
siguiente: sobre miles de millones de bacterias ataca-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 29

das por un producto químico, algunas, o incluso una


sola, favorecidas por una mutación, resisten a ese ve-
neno, sobreviven y transmiten su resistencia a su des-
cendencia. Dada la fabulosa capacidad de prolifera-
ción de estos microbios, y por poco que las condi-
ciones les sean favorables, la descendencia de una sola
bacteria llega a sumar de nuevo miles de millones al
cabo de algunos días. Así se crea un tronco que re-
siste a un medicamento determinado.
Hasta la última guerra mundial, la protección de
los cultivos y de las cosechas mediante insecticidas
minerales y vegetales parecía un hecho artesanal. Al
terminar la guerra, esta lucha entró en un era nueva
con el uso masivo de los nuevos insecticidas de sín-
tesis. Desde el principio, resultados instantáneos
y aparentemente alentadores dieron al hombre la
esperanza de que podría eliminar a sus enemigos más
tenaces, los insectos portadores de enfermedades y
destructores de cosechas. Veinte años de lucha exa-
gerada no han aportado ninguno de los resultados
esperados. El resultado de la guerra contra los insec-
tos es muy incierto. Ya antes de la última guerra
mundial se constataron en los insectos casos de adap-
tación a los insecticidas que se empleaban entonces.
La adaptación de los insectos a los nuevos productos
de síntesis es general. Requiere meses e incluso años.
El proceso de esta adaptación es el mismo que el de
las bacterias.
Los insectos y las bacterías aparecen al principio
de la evolución y tienen posibilidades evolutivas que
no se pueden comparar con las nuestras. Son la sede
de mutaciones mucho más numerosas que los anima-
les evolucionados. Estas mutaciones son como los bo-
letos de una inmensa lotería en la cual bastaría un
30 ALBERT DELAVAL

solo número vencedor para que la especie sobreviva a


una violenta agresión.

"El mundo de los insectos es el más asombroso


fenómeno de la Naturaleza, escribió el biólogo
holandes C. J Bríéger. Ahí nada es imposible; las
cosas más improbables ocurren corrientemente.
Cualquiera que entre profundamente en estos mis-
terios vive en un asombro perpetuo; sabe que allí
todo puede suceder, sobre todo lo imposible."
(citado por Raquel Carscn en Printemps silen-
cieux ).

Los insectos tienen una capacidad de prolifera-


ción tan elevada que cualquier especie podría, sin la
resistencia del medio-ambiente, cubrir toda la tierra
en pocos años. Algunos insectos desarrollan hasta do-
ce generaciones en una temporada, y la descendencia
de una hembra de esa especie podría teóricamente lle-
gar a miles de millones de individuos en algunos meses
En un insecto que resiste a un insecticida gracias a
una mutación genética, la resistencia del medio-
ambiente queda fuertemente atenuada. Sólo encuen-
tra como adversarios en los pocos insectos qye se han
salvado de la destrucción porque no han estado en
contacto con una dosis suficiente de veneno. Al cabo
de una o dos generaciones sólo quedan vivos los des-
cendientes de los mutados. Además, los predadores y
los pájaros en particular han sido eliminados por el
insecticida.
Para que una especie pueda adaptarse a un vene-
no, a uno sólo, es necesario que un individuo se salve,
gracias a mutaciones, de una hecatombe generalizada
y que la especie posea una gran capacidad de pro-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 31

liferación que le permita llenar rápidamente sus


huecos. Sacrifica a miles de millones de individuos,
pero asegura su perennidad. Este proceso tiene mucho
que ver con la adaptación. Puede ser utilizado por los
insectos tantas veces como sea necesario para resistir
a tantos venenos que se les impone. Y esto ya no está
al alcance de ninguna especie, y del hombre mucho
menos.
Para un insecto el medio-ambiente natural puede
limitarse a la planta en la cual vive y mediante la cual
vive, la única condición de vida nueva es el insecti-
cida con el cual se riega la planta. Por el contrario, las
modificaciones aportadas por el hombre a su propio
medio-ambiente y a su manera de vivir son innume-
rables. Para hacer una comparación más precisa entre
el caso del hombre y el de los insectos, podemos dejar
de lado los sufrimientos físicos y psicológicos que nos
impone la civilización y detenernos solamente en los
venenos que introducimos en nuestro medio-ambien-
te. Sumaríamos centenares, si no son millares. Las
condiciones artificiales que imponemos a los insectos
son de tipo mortal. Los tóxicos que la técnica
propaga en el aire que respiramos, en el agua que be-
bemos y en nuestros alimentos lo son en dosis peque-
ñas. Pero cada uno de esos tóxicos constituye sin em-
bargo un agresor para nosotros. Los insectos aseguran
su perennidad adaptándose, nosotros aseguramos
nuestra supervivencia gracias a nuestra gran resistencia
frente a los tóxicos. Para resistir esta prueba el orga-
nismo utiliza la inmunización, cosa que no tiene nada
en común con la adaptación. Es probable que por
cada veneno que absorbemos, de una manera u otra,
nuestro organismo responda mediante la producción
de anti-cuerpos específicos a ese veneno. La inmuni-
32 ALBERT DELA VAL

zacion es el resultado de los linfocitos y de los anti-


cuerpos que éstos fabrican. La inmunidad obtenida
así, eventualmente, es un carácter adquirido no trans-
misible a la descendencia y que sólo interesa al indi-
viduo. La adaptación es una característica de la espe-
cie, está escrita en los genes. La inmunización es una
resistencia a un tóxico, es una respuesta del organis-
mo a una agresión. Ninguna agresión es gratuita; para
enfrentarse con ella, el organismo debe sacrificar una
parte de su vitalidad. Es probable que resistencia a las
agresiones y vitalidad sean sinónimos. Desgraciada-
mente, las agresiones no sólo son responsables de la
disminución de la vitalidad del individuo que las pa-
dece, sino que tienen todavía una incidencia muchí-
simo mas grave: gran cantidad de ellas tienen reper-
cusiones nefastas sobre las células sexuales. Este per-
juicio genético no mejora en nada la resistencia a los
tóxicos que lo han provocado, sino que al contrario
introduce en el linaje una nueva tara hereditaria. En
las experiencias de genética sobre las plantas y los ani-
males, de 10.000 mutaciones provocadas, una o
dos son benéficas, todas las demás son nefastas y fre-
cuentemente catastróficas.
El hombre ha sido dotado por la Naturaleza de
una gran resistencia a las agresiones. Varios científi-
cos han escrito que el hombre es el más resistente de
todos los animales. Utilizando esta ventaja desde hace
milenios, y abusando de ella desde decenas de años, el
hombre ha entrado en el ciclo degenerativo
que conduce a la desaparición. Esta gran resistencia
que el hombre ha recibido decrece generación tras ge-
neración, con gran lentitud en la escala del tiempo hu-
mano, pero con gran rapidez en la escala del tiempo
geológico. Este proceso está marcado con la carac-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 33

terística de nuestra época, la aceleración.


En el fenómeno de adaptación de las bacterias y
de los insectos no hay huella de un argumento en fa-
vor de la adaptación del hombre a las condiciones
de vida que le impone la civilización. Al contrario, el
fallo de los automatismos biológicos situados en esas
mismas condiciones es confirmado por unos hechos
conocidos: el fracaso del instinto frente a lo artifi-
cial, la reacción de Kouchakoff, las enfermedades de
la adaptación, las taras contraídas durante la vida in-
trauterina.
EL FRACASO DEL INSTINTO

La Ecología es la ciencia que trata de las rela-


ciones de un ser viviente con su medio-ambiente, es
decir con su entorno físico y con todo lo que vive a
su alrededor. La Etología trata del comportamiento
animal.
Durante siglos, estas dos ciencias afines sólo han
dado lugar a trabajos muy espaciados y considerados
entonces por el mundo científico como simples curio-
sidades. Desde hace veinte años, han experimentado
un desarrollo fulgurante, como si el hombre acabara
de comprender repentinamente que éstos representan
la parte más importante de la biología. Las cátedras
de Ecología y de Etología se van multiplicando en las
Universidades de todos los países del mundo, los cien-
tíficos que se dedican a estas disciplinas, los estudian-
tes que se preparan para ello se cuentan por millares.
A lo largo de los siglos pasados, los trabajos que se
referían a esto se contaban con los dedos. Esta explo-
sión es la consecuencia de la toma de conciencia re-
pentina por una parte de la élite intelectual del mun-
do y del peligro que su propio comportamiento pro-
voca en la humanidad. La vida del hombre no está
exenta de inquietud. Para nuestros antepasados, la
amenaza venía de la Naturaleza y de sus locuras mis-
teriosas, inexplicables. Hoy, todos los cataclismos
36 ALBERT DELAVAL

naturales han sido desmitificados, explicados y cata-


logados: algunos de ellos son previsibles. Sin embargo,
la inquietud humana no ha desaparecido. Es palpable
en la vida de cada día, y se expresa abiertamente en
la literatura y en la prensa. El hombre ya no teme la
Naturaleza, tiene miedo de sí mismo. Los peligros que
nos amenazan pues, sólo pueden venir de nuestros
propios errores. Por consiguiente, los científicos que
se han metido en el mundo casi inexplorado de la
Ecología y de la Etología, tienen la esperanza de des-
cubrir en él las leyes generales que se puedan aplicar
al mundo animal en su conjunto, del cual formamos
parte. El conocimiento de estas leyes podría permitir-
nos modificar nuestra manera de vivir en un sentido
favorable.
Una de las metas de estos investigadores es deter-
minar, en el comportamiento animal, que parte es
innata y cual es aprendida, o sea cual es la parte del
instinto y cual la de la inteligencia. Se deduce de
antiguas observaciones y de las más recientes que la
parte del instinto es fuertemente predominante, has-
ta exclusiva, en los insectos, en los peces, en los rep-
tiles. En la mayor parte de los animales, los huevos
son depositados por la madre en condiciones fa-
vorables para su eclosión, pero son abandonados por
los padres, que no tienen contacto con su descenden-
cia; de ahí, la imposibilidad de aprendizaje. Esto no
quiere decir que estos animales esten totalmente des-
provistos de inteligencia o que sean incapaces de
aprender, sino que, sencillamente, no necesitan apren-
der para vivir. Las jóvenes anguilas atraviesan el Atlán-
tico, desde el mar de los Sargasos hasta ríos europeos
o americanos, sin más guía que su instinto. Es un viaje
que no han hecho nunca y no hay anguilas adultas
LA NA TU RALEZA NO ESTA DE ACUERDO 37

para guiarlas, cosa que por otra parte no disminuiría


en nada el valor de esta hazaña.
Hay que llegar hasta los pájaros, y sobre todo has-
ta los mamíferos, para encontrar una intervención
apreciable de la inteligencia en el comportamiento,
especialmente en lo que se refiere al aprendizaje de
la caza en los carnívoros. Pero solamente en los pri-
mates, llega a ser importante la parte de la inteligen-
cia. Los simios jóvenes deben aprender a vivir en so-
ciedad, y reciben una verdadera educación que se ca-
racteriza sin embargo por un conformismo absoluto
y exento de cualquier innovación. En el comporta-
miento de los simios, el sector instintivo es aún con-
siderable, preponderante. En el hombre, al contrario,
la parte del instinto tiende a desaparecer; el com-
portamiento humano está casi exclusivamente bajo
el dominio de la inteligencia. El instinto es conside-
rado como un vestigio de bestialidad del cual debe-
mos deshacernos. Hoy se empieza a dudar del buen
fundamento de esta postura filosófico-biológica.
En la actualidad, algunos quieren ver manifesta-
ciones de inteligencia en la construcción de panales
de cera de la abeja, o en el tejido de la tela de la
araña... Atribuir al instinto la realización de estas
obras maestras les parecería peyorativo. ¿Tal vez, en
su espíritu, el instinto es una facultad inferior a la
inteligencia?
El instinto es la gran maravilla de la Naturaleza.
No existen, en nuestro vocabulario, superlativos a su
medida. Tiene una vertiginosa complejidad y sus in-
finitas sutilezas no llegan a nuestra inteligencia, a la
cual domina totalmente. El ornitólogo Roger Tory
Peterson escribe:
38 ALBERT DELA V AL

" ¿Aprende el pájaro a hacer su nido o acaso lo


construye según unos conceptos que le han sido
transmitidos de forma hereditaria? Nosotros igno-
ramos hasta que punto el pajarillo es capaz de ob-
servar el medio-ambiente en el cual ha nacido y
recordarlo. Un caso muy preciso nos hace re-
flexionar: una prole de tejedores, que comporta
cuatro generaciones criadas en cautividad, y sin
que se les presente la ocasión de disponer de los
materiales necesarios para la construcción de sus
nidos, ha engendrado una quinta generación que
ha sabido construir un nido de tipo absolutamen-
te clásico en cuanto se le ha dado la latitud."

Esta observación no es excepcional, sino sola-


mente característica, porque el instinto se ha manifes-
tado después de un "vacío" de cuatro generaciones,
lo cual excluye cualquier posibilidad de aprendizaje y
también porque el nido del tejedor es probablemente
el más perfecto de todos los nidos construidos por los
pájaros. Un hombre podría, después de unas semanas
de aprendizaje, realizar un nido de tejedor bien hecho
como el del mismo pájaro. Pero el hombre tiene dos
manos y un cerebro que pesa más de un kilo, y el
tejedor sólo tiene un pico, dos patas y un seso que
pesa un gramo. Para que el tejedor pueda, después
de haber observado el trabajo de un congénere, lograr
un nido perfecto la primera vez, le haría falta no sólo
la inteligencia, sino también una especie de genio del
cual no hay ejemplo en la especie humana.
El vuelo del pájaro es una de las cosas más sor-
prendentes de la Naturaleza. Se basa en una técnica
muy compleja y exige movimientos de una extrema
precisión. Los pájaros criados artificialmente desde
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 39

la eclosión del huevo, sin ningún contacto con sus


congéneres, han sabido volar tan bien y a la misma
edad que los pájaros de su misma especie que se han
criado de forma natural. Hay una diferencia entre el
vuelo indeciso del pajarillo y el vuelo perfecto del
pájaro adulto, pero se trata aquí, probablemente,
del perfeccionamiento automático de un automatis-
mo paralelo al desarrollo de los músculos y de las plu-
mas, y no de un aprendizaje que se basa en la obser-
vación y en la inteligencia.
El pájaro no ha estado provisto para aprender. Es
la especie quien ha aprendido en su lugar. Ella ha
aprendido a volar, a hacer un nido ... y este aprendiza-
je ha durado millones de años. El instinto es una pa-
ciencia infinita. El pájaro no necesita mucha inteli-
gencia, no tiene gran cosa que aprender; lo sabe casi
todo al nacer, todo lo que debe conocer para vivir su
vida entera en las mejores condiciones posibles. Sólo
necesita ser nutrido y ser protegido en su primera ju-
ventud y encontrarse después con las condiciones na-
turales que han conocido sus antepasados. El cuco,
criado por padres de otra especie, no tiene jamás
el más mínimo contacto con sus propios padres.
Sin embargo, conserva indefinidamente un comporta-
miento de cuco, y esto ocurre desde hace millares de
generaciones.
El científico francés Maurice Phusis enunció en
1928 una ley primordial que domina todo nuestro
drama y que lo explica: "Ante un elemento artificial,
cualquiera que sea, el instinto pierde instantáneamen-
te su potencia". El fallo de todos los automatismos
biológicos es solo una generalización de esta ley. El
instinto permite al animal actuar o reaccionar en unas
condiciones naturales muy determinadas cuyo núme-
40 ALBERT DELAVAL

ro es limitado. Cualquier condición nueva, que no


esté escrita en la programación de la vida de un ani-
mal deja a este desamparado. Sabe lo que tiene que
hacer en tal condición natural, pero se encuentra
desarmado frente a un elemento o acontecimiento
nuevo, desconocido por su especie. He aquí un ejem-
plo entre mil del fallo del instinto: un elefante de mar
ha muerto recientemente en un zoológico por haberse
tragado diversos objetos tirados por unos visitantes en
su depósito. Para este animal, todo lo que brilla en el
agua es un pez. Se ha encontrado en su estómago,
entre otras cosas, un trozo de vidrio y botellas.
El fracaso del instinto frente a lo artificial es una
ley absolutamente general y las excepciones que se
observan no dejan de ser la mayoría de las veces sim-
ples apariencias: unos investigadores dejaron colgar
un hilo sobre la tela de araña y el animal logró apartar
el hilo de su tela sin la menor dificultad. Estos bió-
logos han deducido de ahí que la inteligencia de la
araña le había dictado su conducta. A lo largo de
decenas de millones de años de existencia de la es-
pecie, las arañas han tejido su tela en la Naturaleza, en
la vegetación, y ha debido ocurrir muchas veces que
una liana vegetal cuelgue encima de su tela. La especie
araña ha aprendido a deshacerse de esas lianas y ahora
las arañas no saben hacer ninguna diferencia entre una
liana y un hilo artificial. Tratan a una como a otra, es
una feliz coincidencia.
Los científicos que, desde hace veinte años, es-
tudian el comportamiento animal, en particular los
que trabajan en laboratorio, es decir en unas condi-
ciones artificiales, han reunido gran cantidad de
observaciones que no son más que verificaciones de
la ley de Maurice Phusis. Han provocado, en los ani-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 41

males de la experiencia, un gran número de perturba-


ciones en el comportamiento y algunos de ellos ponen
en peligro la vida de los animales. La mayoría de estas
perturbaciones son idénticas a las que podemos en-
contrar en la especie humana.
La ciega sustitución del instinto por la inteligencia
es para la humanidad una aventura cuya solución es
extremadamente alarmente. Cuando nos encon-
tramos en unas condiciones de vida artificiales,
nuestros instintos no nos sirven de nada. Pero incluso
cuando estamos en unas condiciones naturales, la
mayor parte del tiempo, resistimos con nuestra
voluntad a cualquier solicitación instintiva. Este com-
portamiento es peligroso. Es responsable de los tras-
tornos resultantes del exceso de trabajo, por ejemplo,
y esto es una agresión manifiestamente nociva.
Si no tenemos ningún poder sobre los automa-
tismos de la vida vegetativa, podemos paralizar
cuando queramos todos nuestros automatismos de
comportamiento. Pero nuestro organismo ha sido
concebido de tal forma que debe obligatoriamente
poseer una perfecta armonía entre estos dos grupos
de automatismos. Esta armonía ha existido en la
Tierra hasta el advenimiento del hombre. Existe to-
davía en los animales salvajes cuyos "hábitats" no
hemos transformado.
La armonía entre los automatismos de la vida de
relación y los de la vida vegetativa es la condición
imprescindible para la perennidad de las especies. En
lo que se refiere a nosotros, hemos destruido esa
armonía. La ciencia del comportamiento que debería
reemplazar el comportamiento instintivo no existe.
Parece ser que el mundo científico oficial no tiene
conciencia de este hueco. Sin embargo, los científicos
42 ALBERT DELAVAL

etológicos de estos últimos veinte años han demos-


trado que cualquier error de comportamiento tiene
consecuencias patológicas. Entre el comportamiento
que provoca aberraciones en los animales de labora-
torio y el comportamiento humano dirigido por la
inteligencia y la voluntad, hay puntos comunes
puesto que producen los mismos efectos. ¿Acaso de-
bemos deducir de esto que la sustitución de la inteli-
gencia por el instinto no es válida en todos los casos?
Entre el comportamiento del hombre civilizado y el
del animal que vive en la Naturaleza hay un abismo
infranqueable. Al advenimiento del hombre corres-
ponde una rotura, una ruptura brutal en la cadena de
la Evolución. El comportamiento animal, que hasta
entonces estaba dirigido por el instinto casi exclusi-
vamente, pasa bruscamente a estar bajo el control casi
exclusivo de la inteligencia, en el hombre. Al código
de la vida natural, cuya primera ley fue promulgada
hace tres mil millones de años, el hombre las ha susti-
tuido por convenciones propias, dictadas por su ima-
ginación, su orgullo, su codicia ... Nadie ha demos-
trado nunca que esta sustitución fuera válida. Desde
siempre, el instinto es la característica esencial de la
vida. Ha presidido el nacimiento del primer ser
viviente. Con su única ayuda la Naturaleza ha creado
millones de especies, de las cuales algunas existen
todavía, apenas modificadas desde los primeros
tiempos. El instinto ha reinado de una forma absoluta
sobre la vida desde que hizo su aparición en la Tierra.
El es el que ha dado forma a todos los seres vivientes
en unas condiciones integralmente naturales.
La inteligencia es una facultad que ha llegado
tarde; bajo la forma eficaz que conocemos tal vez no
tenga más de cien mil años. Su papel en la existencia
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 43

de la mayoría de los seres es prácticamente nulo.


¿Podemos hablar de inteligencia en las plantas? Sin
embargo, el mundo vegetal muestra tanto ardor en
vivir como el mundo animal, y lo consigue igual de
bien. Es probable que la inteligencia exista, a nivel
de huellas, en cualquier animal que posea una sesera
rudimentaria, tal vez simplemente un rudimento de
sistema nervioso. Algunos investigadores han inten-
tado en vano medir la inteligencia; han buscado una
unidad de inteligencia sin ningún éxito. No podemos
decir pues que el hombre es tantas veces más inteli-
gente que tal animal. Cualquier animal que sea capaz
de ser adiestrado, que sea capaz de aprender algo es
obligatoriamente inteligente, Se ha pensado que el
animal más inteligente es el perro, otras veces que es
el zorro, el caballo, el elefante, la orca, o el
delfín ... Hoy se está de acuerdo en dejar el premio al
chimpancé. Ahora bien, no es importante saber si
somos diez o quince veces más inteligentes que este
simio, lo que nos distingue de él de manera expresa,
es nuestra eficacia. Ningún animal, por muy inteli-
gente que sea, puede crear el menor elemento artifi-
cial. La inteligencia tiene un tope de eficacia, y
cuando se pasa de este tope, se pasa de un mundo a
otro, del mundo de lo natural al mundo de lo arti-
ficial.
La inteligencia en la Tierra sólo se manifiesta con
la aparición del hombre, pero se manifiesta con brus-
quedad y violencia. En un lapso de tiempo extrema-
damente corto, transforma completamente las condi-
ciones de vida de una gran parte del mundo animal y
vegetal. En los animales que viven en la Naturaleza, el
instinto y la inteligencia parecen convivir en perfecta
armonía. En el hombre, la inteligencia está en con-
44 ALBERT DELAVAL

flicto con el instinto. El hombre pretende reemplazar


todos los instintos por la inteligencia. Es decir que se
priva de una experiencia inmemorial y la sustituye
por unas innovaciones cuyas consecuencias desco-
noce. Es un poco como si un recién-nacido precoz,
pero aún sin criar, pretendiera gobernar a su gusto la
existencia de toda su familia.
En el nombre, el papel de la educación es el de
reemplazar el comportamiento instintivo por unas
costumbres convencionales, es decir, reemplazar siem-
pre, o casi siempre, lo natural por lo artificial. En los
primates, la educación tiene como fin el enseñar a
los jóvenes a integrarse en una sociedad que vive en la
Naturaleza. Los instintos de los simios están "canali-
zados", pero no están sustituidos por un comporta-
miento artificial. En ellos el comportamiento es
siempre natural, ya sea innato o aprendido. En el
hombre, el comportamiento está fuertemente impreg-
nado, cada vez más, de lo artificial. Este conflicto
entre el instinto y la inteligencia es un fenómeno anti-
natural. Se encuentra en la humanidad entera, en
grados diversos.
Un pensador pesimista pero clarividente ha dicho:
"Estamos a medio camino entre el instinto y la razón,
hemos perdido uno, pero nunca alcanzaremos el
otro". Podríamos intentar ser razonables y utilizar
nuestra inteligencia para buscar nuestros instintos
perdidos.
LA ALERGIA

Unos médicos han denominado a la urticaria


extraña enfermedad. Este calificativo es aplicable a
todas las manifestaciones alérgicas. Se caracteriza por
el hecho siguiente: frente a lo que cree ser agresión, o
bien frente a una agresión real, pero mínima, que sólo
podría causarle daños omisibles, el organismo alérgico
reacciona con una violencia tal que ésta es la que
representa el verdadero peligro. La alergia es una en-
fermedad creada enteramente por el organismo que se
asusta frente a un peligro más o menos imaginario. He
aquí un comportamiento de lo más extraño.
La alergia es una enfermedad que va en aumento.
El Dr. Salmanoff da las siguientes cifras en Secrets et
Sagesse du Corps. "En 19 l O, se han contado en Ale-
mania unos cien casos de rinitis alérgica; en 1922,
un millón doscientos mil; en 1937, de cuatro a cinco
millones. Durante la primera guerra mundial el
número de reclutas exceptuados por asma era de un
2,6 por ciento; durante la segunda un 12 por ciento.
Actualmente (en 1958), un l O por ciento de lapo-
blación de Estados Unidos padece de forma contí-
nua enfermedades alérgicas ( 15 millones). Unos
treinta o cuarenta millones han tenido, por lo menos
una vez, una crisis de alergia y se ven obligados ha
estar siempre alertas."
El Dr. Therond, en L 'Allergie, réalité ou illusion
48 ALBERT DELAVAL

blologique, 1944, nos da las siguientes estadísticas


para Estados Unidos, según Vaugham:

-más de seis millones de polínicos,


-más de tres millones de asmáticos,
-tres millones que sufren migrañas,
-cuatro millones de personas afectadas por la urti-
caria,
-cuatro millones de alérgicos de las vías digestivas,
-seiscientos mil eczematosos.

"Las estadísticas de las compañías de seguro


americanas creen que sesenta millones de ciuda-
danos americanos han padecido o padecerán trastor-
nos alérgicos menores, que doce millones de ellos
serán suficientemente afectados como para acudir a la
consulta del médico, y además que un 45 por ciento
de las familias americanas tienen por lo menos un
caso de enfermedad alérgica característica."
Un especialista dijo en 1944, con ocasión de
una charla en la radio, que cuatro millones quinientas
mil personas padecen de alergia en Francia.
El profesor Halpern escribe en Réalités (abril de
1966): "En Francia existen unas ochocientas mil
personas para las cuales la alergia ocasiona un gran
handicap en la vida".
En Estados Unidos, la alergia se situaría en el
tercer puesto de las causas de mortalidad, después de
las enfermedades cardio-vasculares y el cáncer.
En este país hay más de tres mil médicos especia-
lizados en la alergia. En todas las partes del mundo, el
número de especialistas va en aumento. Los labora-
torios farmacéuticos crean de manera contínua nume-
rosos productos destinados a combatir este mal.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 49

Todos estos esfuerzos reunidos no impiden que la


alergia se extienda cada vez más. Como a varias enfer-
medades más, se la ha dado el nombre de "mal del
siglo".
Hoy, el mecanismo de la alergia es bien conocido
por los alergólogos, exceptuando el fenómeno de la
sensibilización que no deja de ser un misterio. Lo que
se sabe de manera cierta es que el número de sensibi-
lidades progresa constantemente.
Cuando una substancia natural o artificial, el alér-
geno, penetra en un organismo predispuesto a la aler-
gia, por las vías respiratorias o digestivas, por la piel,
provoca en el organismo la formación de unos anti-
cuerpos destinados a combatirla. Después, a cada con-
tacto de este alérgeno con el organismo sensibilizado,
se produce un conflicto entre el alérgeno y los anti-
cuerpos, y este conflicto es el que producirá histami-
na en el órgano donde el alérgeno habrá penetrado.
La histamina provoca la contracción de los
músculos lisos, que lleva consigo la disminución del
diámetro de las arterias, de las arteriolas, de los
bronquios ... la histamina hace que los capilares se
vuelvan permeables al plasma sanguíneo. El primer
efecto explica, por ejemplo, la dificultad de respirar
que caracteriza una crisis de asma, el segundo explica
la secreción abundante de la fiebre de heno, el edema
de la crisis de urticaria.
Esta explicación está esquematizada, pero no es
necesario conocer el mecanismo de la alergia para
comprender que esta enfermedad es la consecuencia
de un error del organismo, el cual utiliza mal sus
medios de defensa y de inmunización. Se puede com-
parar este organismo con una nación que movilizaría
todo o parte de su ejército al anunciarse que un ban-
so ALBERT DELAVAL

dido ha atravesado una de sus fronteras, o simple-


mente un individuo sospechoso, y enviaría su ejer-
cito del aire para bombardear la zona donde ha
penetrado.
Tratándose de un alérgeno artificial, se puede
decir que la alergia es la consecuencia de una confu-
sión de los medios de defensa del organismo frente a
lo artificial, puesto que este estado se caracteriza por
la enorme desproporción entre la causa y el efecto,
entre el ataque y la respuesta. En este caso, el orga-
nismo no sabe qué actitud tomar frente a una subs-
tancia que no conoce, frente a la cual su experiencia
es nula. En este caso, es en efecto un producto creado
por el hombre el responsable de la alergia.
Cuando se trata de una substancia natural; ¿acaso
hemos de pensar que es consecuencia de un error de
la naturaleza? Una teoría que podemos exponer aquí
supone que la sensibilización frente a un elemento na-
tural se produce cuando este elemento se encuentra
accidentalmente asociado con un elemento artificial.
Después, el organismo sensibilizado reacciona de la
misma manera, tanto si los dos elementos se pre-
sentan juntos o separados.
Esta posibilidad de alergia frente a unas sus-
tancias naturales que manifiestamente no son tóxicas,
mediante un producto tóxico que se interpone, da a
la alergia una coherencia, una lógica, una unidad que
antes no tenía. Y ésta hace que toda la culpabilidad
recaiga sobre el hombre. Si esta explicación no es
buena, los alergólogos deberían buscar otra, antes de
sospechar que la Naturaleza ha escondido en las
fresas, en el polen, etc ... unas sustancias que tal vez
sean nocivas para la pobre humanidad.
Hay que decir que todos estos especialistas son
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO SI

concientes del paralelismo que existe entre la pro-


gresión de la alergia y los progresos de nuestra civili-
zación materialista. Sólo les falta el deseo o el tiempo
para llevar este razonamiento hasta el final. Irreme-
diablemente, llegarán a la conclusión de que la
alergia consagra el fracaso de nuestro sistema neuro-
vegetativo endócrino frente a lo artificial, ya sea
provocado directamente por un elemento artificial o
por una substancia natural que actúa en unas condi-
ciones artificiales.
Si no, ¿cómo podríamos explicar este asombroso
absurdo de un organismo extraordinariamente perfec-
cionado que se destruye a sí mismo porque tiene
miedo a un agresor irrisoriamente insignificante?
LA REACCIÓN DE KOUCHAKOFF

El Dr. Kouchakoff, médico ruso emigrado, em-


pezó en Francia, en 1928, y continuó en Suiza, en
1932, una larga serie de experimentos sobre la alimen-
tación humana. Publicó sus conclusiones acerca del
tema en Lausanne en 1937 ("Nouvelles lois de l'ali-
mentation humaine", Memoires de la Société Vau-
doise de Sciences Naturelles, vol. 5, nº 8, Lausanne,
1937).
Este descubrimiento, que debería haber sido acla-
mado, ha pasado casi completamente inadvertido.
A mediados del siglo pasado, el famoso patólogo
Wirchov había observado que el núrriero de glóbulos
blancos en la sangre aumenta en el transcurso de la di-
gestión. Este fenómeno fue entonces calificado
normal desde el punto de vista fisiológico.
El Dr. Kouchakoff demostró que un alimento co-
cido provoca siempre la multiplicación de los glóbulos
blancos en la sangre, y que un alimento crudo no la
provoca nunca. Esta conclusión es resultado de varios
millares de experimentos proseguidos durante años y
realizados en muchas personas y en él mismo.
Antes que él, médicos, biólogos y algunos filóso-
fos se habían ya preguntado si teníamos derecho a
cocer nuestros alimentos. Tenían un razonamiento
parecido a éste: una semilla cruda está viva; puesta en
54 ALBERT DELA V AL

el suelo, da vida a una planta. Una semilla cocida se


pudre en la tierra, está muerta. No puede haber dife-
rencia más grande entre dos cosas que la que existe
entre la vida y la muerte. Esta diferencia máxima,
absoluta... ¿acaso no tiene importancia cuando se
aplica a nuestros alimentos?
Nuestra inteligencia no parece capaz de dar una
respuesta satisfactoria a esta pregunta. Nuestros
automatismos lo hacen en su lugar. Nuestro orga-
nismo considera al alimento cocido como un agresor,
contra el cual moviliza uno de sus medios de defensa
más preciados. Desde hace varios centenares de gene-
raciones el hombre cuece sus alimentos. Después de
este considerable lapso de tiempo, no se ha adaptado
de ninguna forma a la alimentación cocida y hoy
reacciona contra ella como lo hizo por primera vez,
hace ya millones de años. Este rechazo para adaptarse
a lo artificial después de varias decenas de siglos de
inconciente perseverancia, es un hecho de capital
importancia, y deberíamos tener gran interés en to-
márnoslo en serio. Todas las observaciones que se
puedan hacer sobre el hombre son siempre deplora-
blemente breves. En las mejores condiciones, se li-
mitan a tres o cuatro generaciones. El descubrimien-
to del Dr. Kouchakoff es la conclusión de un gigan-
tesco experimento sobre el hombre, comenzado en
la prehistoria.
Los experimentos del Dr. Kouchakoff consis-
tían en hacer tomar un alimento a un individuo y
extraer una gota de sangre, para recuento globular
con diferentes intervalos. Después de la absorción
de un alimento cocido, el Dr. Kouchakoff obtenía
los resultados siguientes:
LA NATUKA LEZA NO ESTA DE ACU EKLJO 55

-Al principio: 7 .000 glóbulos blancos por mm3


-5 minutos después: 8.000 glóbulos blancos por
mm3
-10 minutos después: 10.000 glóbulos blancos
por mm3
-30 minutos después: 13 .000 a 14.000 glóbulos
blancos por mm 3 .

Siendo así, el número de glóbulos blancos pasa a


duplicarse en media hora. Y vuelve sólo a la constante
de 7 .000 al cabo de dos horas. El arco reflejo que
constituye este fenómeno tiene su punto de partida
en la boca. Si un alimento cocido es masticado y no
tragado, todo sigue transcurriendo como si el alimen-
to hubiera sido absorbido. El Dr. Kouchakoff ha bus-
cado a partir de que temperatura de cocción los ali-
mentos provocan la multiplicación de los glóbulos
blancos. Ha encontrado unas cifras que varían de 77º
para algunos frutos, a 87º para el agua y la leche y
hasta 97º para otras frutas y oleaginosas.
Mezclando, en ciertas condiciones, alimentos
crudos y alimentos cocidos se puede evitar la reacción
de Kouchakoff, la cual es imposible de evitar mez-
clando conservas con alimentos crudos.
Las células que están en número excesivo durante
el transcurso de la digestión son las polinucleares.
Estas células móviles tienen un papel esencialmente
fagocitario. Se encargan, entre otras cosas, de luchar
contra los microbios que han penetrado en el orga-
nismo. Este sistema de defensa, solicitado sin razón
varias veces al día, debe inevitablemente disminuir.
Podría radicar aquí una de las causas de nuestra gran
vulnerabilidad frente a las infecciones. Además, cada
individuo posee un capital de resistencia en el que se
56 ALBERT DELAVAL

recogen todos los medios de defensa del organismo.


El efecto Kouchakoff disminuye pues la resistencia
del organismo ante todas las agresiones.
Algunas enfermedades infecciosas provocan tam-
bién la multiplicación de glóbulos blancos: los
monocitos para la tuberculosis, los eosinófilos para las
parasitosis intestinales y la alergia ... La reacción de
Kouchakoff se encuentra así directamente asociada
con la patología.
La leucemia es una enfermedad que progresa. La
reacción de Kouchakoff también. Hace cincuenta
años, los niños tenían caramelos cinco o seis veces al
año. Hoy en día, en todas las clases de la sociedad, en
Occidente, los comen de diez a quince veces al día.
Cualquiera que sea el tiempo de inhibición de este
fenómeno, se le solicita así permanentemente durante
el día, es decir durante catorce o quince horas de las
veinticuatro. También lo es por parte de los adultos:
el agua pura sólo es utilizada como bebida en los
países fuertemente subdesarrollados. En Occidente, es
sustituida por gran cantidad de bebidas que provienen
de la industria, ya sean alcoholizadas o no, pero todas
muy sabrosas y calificadas de naturales por sus fabri-
cantes; sin embargo, todas sin excepción provocan la
reacción de Kouchakoff. Y hay grandes posibilidades
de que el contacto del humo del tabaco con las mu-
cosas de la boca la provoquen igualmente. Cabe notar
que incluso hay adultos que se despiertan por la
noche para beber o fumar.
El descubrimiento del Dr. Kouchakoff ha sido
hecho probablemente in extremis. Ahora las frutas
y verduras que encontramos en el mercado han reci-
bido insecticidas y han sido tratados después de la
cosecha a fin de conservarlos. Los productos del mar
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 57

que podemos comer crudos han sido tratados con


antibióticos. Cuando sabemos que los alérgenos
actuan mediante dosis del orden de una diezmilésima
de gramo, nos podemos preguntar cómo reacciona
nuestro organismo frente a los productos químicos
que acompañan a nuestros alimentos crudos, incluso
cuando no lo descubrimos mediante el gusto.
Es un hecho casi seguro que esta multiplicación
de los glóbulos blancos ocurre como una pura pérdida
y que, como en el caso de la alergia, se trata de un
fallo de nuestros automatismos frente a lo artificial.
Los glóbulos blancos no ayudan en nada a la digestión
de los alimentos cocidos. Es de notar, sin embargo,
que la reacción sanguínea de Kouchakoff no es un
fenómeno alérgico. No implica una sensibilización
general y nadie puede sustraerse a ella.
¿Cómo consiguen nuestros órganos digestivos
transformar en materia viviente los alimentos muertos
que le proporcionamos? Hay aquí un campo de inves-
tigaciones apasionantes para los dietistas algo curio-
sos. Lo que se puede afirmar ya es que el esfuerzo que
se les exige no es gratuito. Nuestro organismo debe
obligatoriamente extraer de sus reservas lo que necesi-
ta para superar este esfuerzo.
La alimentación cocida es una doble causa de la
disminución de la vitalidad: por la reacción sanguínea
y por el esfuerzo suplementario que impone al orga-
nismo.
Actualmente, todo transcurre como si el descubri-
miento del Dr. Kouchakoff fuera ignorado por la
medicina. Incluso es posible que los médicos no
hayan oído hablar nunca de él. El informe de Kou-
chakoff, publicado en las mismas condiciones que el
de Mandel, deberá tener el mismo destino. En cuanto
58 ALBERT DELA V AL

al gran público, la multiplicación de los glóbulos


blancos significaría, si la conociera, algo bastante abs-
tracto. Además, acusar a una institución tan antigua
como la cocina de que amenaza nuestra salud es, para
la mayoría, una idea irracional.
LAS ENFERMEDADES DE ADAPT ACION

El Dr. Hans Selye ha estudiado las consecuencias


de las agresiones sobre los organismos vivos.O> Ha
colocado algunos animales experimentales en condi-
ciones análogas a aquellas en las cuales nos encontra-
mos nosotros mismos frecuentemente, a lo largo de
nuestra existencia, y ha reproducido, en los cobayos,
enfermedades idénticas a las que se constatan corrien-
temente en la especie humana.
Sus experimentos han sido llevados a cabo de tal
forma, que se puede sacar de ellos informaciones sin
duda válidas para el hombre. Ha puesto de manifiesto
el papel que cumplen, en estas enfermedades, la agre-
sión y las modificaciones que conlleva en el organis-
mo que la padece. Ha mostrado que a los daños cau-
sados por el agresor se suman los que el organismo se
causa a sí mismo defendiéndose.
Un organismo que padece una agresión desarrolla
medios de defensa que pueden clasificarse en dos
grupos distintos. El primer grupo abarca respuestas
específicas del agresor; el segundo, respuestas no espe-
cíficas, que son siempre las mismas en todas las agre-
siones, cualquiera que sea el agresor.
Como respuesta a un ataque microbiano, por
ejemplo, el organismo multiplica las células fijas y
móviles que se encargan de luchar contra los micro-
bios; fabrica anticuerpos, que son elementos cuyo
papel consiste en destruir los microbios y las toxinas.
62 ALBERT OELAVAL

La multiplicación de las células fagocitarías de la


sangre, de la linfa y del tejido conjuntivo es una res-
puesta específica al ataque microbiano en general; la
producción de anticuerpos en una respuesta más es-
pecífica aún, ya que. a cada microbio patógeno le
corresponde un anticuerpo determinado que sólo es
activo contra el microbio considerado.
De forma paralela a esta defensa específica contra
la agresión microbiana, el organismo reacciona de una
manera no específica, y esto tiene como consecuencia
varias modificaciones orgánicas; he aquí las tres glán-
dulas suprarrenales, una disminución del volumen del
sistema limfático y una ulceración del estómago y del
duodeno. A esta reacción no específica, el Dr. Seyle
la ha denominado "Stress".
El "Stress" siempre está presente en un organismo
objeto de agresión, ya sea provocada por el frío,
el calor, un enfriamiento, una quemadura de sol, el
"surmenage" físico o intelectual, la falta de sueño,
una hemorragia, el ruido, los venenos alimenticios,
drogas, una vacuna, aire contaminado, la falta de aire,
los excesos alimenticios y su carencia, la deshidrata-
ción, el alcohol, el tabaco, las radiaciones ionizantes
como las de los rayos X, una quemadura, una opera-
ción, la anestesia, las enfermedades parasitarias, bac-
terianas o virósicas, las preocupaciones, la pena, los
remordimientos, la ansiedad, la angustia, el miedo, la
cólera ...
Contra el frío, el organismo se defiende contra-
yendo los vasos capilares de la piel y reduciendo así la
circulación periférica aproximadamente a la quinta
parte de lo normal. La piel puede enfriarse sin daño
alguno hasta cierto punto. La sangre refluye en el in-
terior del cuerpo, el cual conserva de esta manera su
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 63

calor central más facilmente. Después interviene el


escalofrío, que es un movimiento muscular que pro-
duce calor, pero que también es, probablemente, el
primer aviso de peligro, la primera reacción orgánica
percibida por el animal, que recurre a su instinto de
comportamiento, el que lo incita a moverse, a ponerse
a cubierto del viento ... Los animales de pelaje poseen
unos músculos diminutos que erizan los pelos, de tal
manera que aumenta el espesor de la piel y su eficacia
contra el frío. Es este reflejo tan remoto el que pro-
voca en nosotros la carne de gallina. Todos estos
medios de defensa y otros más, son específicos en la
agresión por el frío; pero no aparecen en las <lemas
agresiones, no forman parte del "Stress".
Un conjunto de síntomas, siempre asociados,
constituyen lo que los médicos llaman un síndrome.
El síndrome del "stress", inflamación de las suprarre-
nales, contracción de los vasos y de los órganos linfá-
ticos, ulceración del estómago ... , ha sido denominado
por el Dr. Delye "síndrome general de adaptación"
(S.G.A.), porque cree que caracteriza un intento de
adaptación por parte del organismo frente a la agre-
sión.
Cuando un organismo es sometido a una agresión
permanente, pero no lo suficientemente violenta
como para poner en peligro de forma inmediata su
vida, el síndrome general de la adaptación se desarro-
lla en tres fases:
- La reacción de alarma, en el transcurso de la
cual se producen precisamente los síntomas del
"Stress"; esta fase es de corta duración;
La fase de resistencia, durante la cual los sínto-
mas del "Stress" desaparecen. Esta fase, en
la cual el organismo se mantiene a distancia
64 ALBERT DELAVAL

del agresor, tiene una duración muy variable;


puede contarse en días, meses, años y decenios.
Durante todo este periodo, la resistencia del
animal frente al agresor es superior a la normal;
- El estado de agotamiento, en el cual volvemos
a encontrar los síntomas de la reacción de
alarma, es un agotamiento, que puede ser de-
finitivo y llevar consigo la muerte, o bien que
precede a una regeneración si el organismo es
sustraído con tiempo a la agresión.
El Dr. Selye colocó un centenar de ratones en una
cámara fría donde la temperatura se aproximaba al
punto de congelación. "Gracias a su pelaje, toleraban
perfectamente este tratamiento, aunque durante las
primeras cuarenta y ocho horas mostraron signos ca-
racterísticos de reacción de alarma, lo que constata-
mos haciendo la autopsia de diez animales al terminar
el segundo dia: todos presentaban las suprarrenales
hipertrofiadas, desprovistas de grasa, un timo contraí-
do y úlceras en el estómago.
"Al mismo tiempo, cuarenta y ocho horas des-
pués de haberlos metido en la cámara fría, retiramos
de ahí otros veinte para estudiar su resistencia frente
a las bajas temperaturas. Se les sometió a una tempe-
ratura aún más - baja junto a congéneres que ha-
bían vivido hasta entonces en una temperatura nor-
mal, y tuvimos que constatar que los animales que ya
habían padecido la reacción de alarma en un ambien-
te frío resistían mejor frente a una temperatura muy
baja.
"Cinco semanas más tarde, un nuevo grupo fue re-
tirado de la cámara fría. En ese momento, los ratones
se habían adaptado muy bien a la vida de baja tempe-
ratura, y se encontraban en el estadio de resistencia
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 65

del S.G .A. Cuando se les sometió a la prueba siguiente


(medio-ambiente por debajo de 0° ), sobrevivieron a
unas temperaturas frente a las cuales unos animales
no preparados no hubieran resistido nunca. Eviden-
temente, su resistencia había sobrepasado el nivel
normal.
"Sin embargo, tras varios meses de vida en un am-
biente frío, la resistencia adquirida desapareció y el
estadio de agotamiento hizo su aparición. Estos rato-
nes fueron incapaces de sobrevivir más tiempo en la
cámara refrigerada, con un aire moderadamente frío,
donde habían vivido tanto tiempo con una perfecta
salud desde el principio de la experiencia ...
"Bien entrenada, la capacidad de adaptación
puede servir con un propósito determinado, pero fi-
nalmente se consume; sus recursos se agotan.
"No es lo que yo esperaba. Pensé que una vez
acostumbrado a vivir en un ambiente frío, el animal
sería capaz de resistir indefinidamente a las bajas tem-
peraturas ...
"Se ere fa que nada, a no ser la falta de a limen to,
podría oponerse a una resistencia continua al frío.
"La observación ha mostrado que las cosas no son
así. Unas experiencias análogas revelaron entonces
que la misma falta de adaptación adquirida se produ-
ce en los animales sometidos durante grandes perio-
dos a un ejercicio muscular muy intenso, o a la acción·
de drogas tóxicas, o bien a la de otros agresores ... "
Así pues, una agresión continua tiene como con-
secuencia una disminución considerable de la longevi-
dad. Los ratones de la experiencia citada habrían pro-
bablemente vivido unos cuantos meses más en unas
condiciones más o menos normales.
El hombre también es propenso a agresiones con-
66 ALBERT DELAVAL

tinuas: "surmenaje", alcohol, tabaco, ruido, por ejem-


plo. La lección que debe sacarse de las experiencias
del Dr. Seyle adquiere ya una importancia capital.
Pero las agresiones múltiples de corta duración a las
cuales nos somete la civilización también tienen con-
secuencias nefastas. Provocan una reacción de alarma.
Durante esta reacción, las glándulas suprarrenales
derraman en la sangre un exceso de hormonas. El Dr.
Selye ha mostrado, apoyándose en numerosos expe-
rimentos, que esta superabundancia hormonal es la
causa directa de gran cantidad de enfermedades no
específicas, cuyo origen era hasta entonces un mis-
terio: hipertensión, enfermedad de los riñones, del
corazón y de los vasos, artritismo, algunas formas de
reumatismos, enfermedades nerviosas y mentales,
transtorno sexual, alergia ...
"El microbio no es nada, el terreno lo es todo", es
la frase que más se cita en la literatura médica de vul-
garización del siglo veinte. El "Stress", al disminuir la
resistencia del organismo, es decir del terreno, favore-
ce inevitablemente la infección. Por consiguiente, no
existe probablemente ninguna enfermedad humana
que no tenga relación con él.
Desde 1936, época en la cual el Dr. Selye publicó
el primer esbozo de sus teorías, decenas de millares de
artículos, folletos y libros han sido escritos acerca del
Stress por médicos de todos los países. Esta cantidad
nos puede dar una idea de la importancia que el
mundo médico concede a los trabajos del Dr. Selye.
Esta importancia no es sobrevalorada. Se buscaría en
vano, en la historia de la medicina, un descubrimiento
que haya dado, conociendo la enfermedad, un paso
hacia adelante tan prodigioso.
Sin embargo, las teorías del Dr. Selye tienen una
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 67

laguna: no tratan los límites de las agresiones. He


aquí un animal de sangre caliente de las regiones tem-
pladas: acaso puede decirse que padece una agresión
del calor cuando la temperatura asciende de 25 a 26º
y, de una forma inversa, que padece una agresión del
frío cuando ésta baja de 26 a 25°. Si esta variación es
lo suficientemente lenta, el animal no la percibe (po-
demos hacer el experimento nosotros mismos con la
ayuda de un termómetro.). Sus automatismos biológi-
cos hacen lo que sea necesario para que sus órganos
internos conserven una temperatura uniforme y el
animal no tiene consciencia alguna de esta termosta-
sia. Evidentemente, no hay aquí ninguna agresión.
No hay Stress. Pero, ¿dónde empieza la agresión? Po-
demos definir sus límites sólo en relación con la adap-
tación, y para esto hay que empezar por una defini-
ción de la adaptación.
El Dr. Selye nos brinda las cinco definiciones si-
guientes:
l. "La evolución que ha transcurrido durante mi-
lenios, desde las formas elementales de vida
hasta los seres vivos más complejos, es la más
grande aventura de la adaptación conocida y ha
influido considerablemente en nuestra manera
de pensar sin que podamos hacer nada para re-
mediarlo. Somos lo que somos y, le guste o no
le guste, el hombre no puede cambiar nada de
lo que ha heredado."
2. "Podría ser que el recién-nacido reciba de sus
dres una cantidad de energía de adaptación que
puede conservar cautelosamente a lo largo de
una existencia monótona y tranquila, o que
puede desperdiciar a lo largo de una vida frené-
tica, tal vez más colorida y excitante. De todas
68 ALBERT DELAVAL

formas, él es quien regulará sus desgastes de


energía sobre el capital heredado, el cual tiene
sus límites."
3. "Pero hay otro tipo de evolución que tiene un
papel dentro de cada individuo a lo largo de su
vida, desde su nacimiento hasta su muerte: se
trata de su adaptación a las vicisitudes de la
existencia cotidiana."
4. "El diccionario de Webster define la adaptación
biológica como 'la modificación de un animal o
de una planta (o de sus partes u órganos) para
ajustarse mejor a las condiciones de su am-
biente'."
5. "He escrito, en el prólogo de 'Stress' (Acta
Inc., Monreal, 1940), con un espíritu algo filo-
sófico y sin pretender dar una definición: La
posibilidad de adaptarse es sin duda el rasgo
más distintivo de la vida.
"Para mantener la independencia y la indivi-
dualidad de las unidades naturales, ninguna de
las grandes fuerzas de la materia inanimada
puede lograrlo tan bien como esta prontitud y
esta adaptación al cambio que llamamos vida, y
cuya pérdida significa la muerte. Sí, tal vez
haya incluso un cierto paralelismo, en cada
animal, en cada hombre, entre el grado de vita-
lidad y la capacidad de adaptación."
Hay una contradicción, por una parte entre las
dos primeras definiciones, y las otras tres, por otra
parte. En las dos primeras, se nos presenta a la adapta-
ción como un capital hereditario. Las otras tres nos
dan a entender que el hombre puede, a lo largo de
su vida, adaptarse a algunas condiciones de existen-
cia. Se trataría entonces de una adaptación adquirida,
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 69

que no sería en ningún caso transmitida a su des-


cendencia. Usar la misma palabra para dos cosas
tan fundamentalmente diferentes lleva consigo una
terrible confusión en las ideas, y es esta confusión
la que ha impedido al Dr. Selye sacar de sus trabajos
todas las conclusiones necesarias.
Las dos primeras definiciones están de acuerdo
con las leyes de la herencia y las teorías de la Evolu-
ción, que hoy en día son admitidas por el mundo
científico, en su totalidad desde que sus últimos
detractores desaparecieron hace algunos años. La
adaptación es exclusivamente una cuestión de genes.
Una modificación de la adaptación sólo puede ob-
tenerse mediante una modificación genética, una
mutación. Algunas mutaciones se producen de forma
natural entre las especies, pero son raras. Cuando un
individuo goza de mutación favorable, la transmitirá
a toda su descendencia, cuyas posibilidades de
supervivencia y de progreso se verán aumentadas.
Estas posibilidades se verán al contrario disminuidas
por una mutación desfavorable. Este proceso de evo-
lución de la adaptación no se manifiesta, en la Natura-
leza, si no es con extrema lentitud, por lo menos en
los animales superiores.
La adaptación no es una facultad que el animal
adquiere a lo largo de su vida, es un conjunto de
posibilidades que recibe al nacer, que forman parte
de su patrimonio hereditario, que están grabadas en
sus genes y que el animal posee como algo en común
con todos los individuos de la especie ( o de la raza).
La adaptación es la condición sine qua non de la Vi-
da. Una especie mal adaptada está destinada a desapa-
recer en un plazo más o menos largo. La adaptación
es algo específico de la especie, debe ser considerada
70 ALBERT DELAVAL

como un porcentaje al cual cada individuo puede


adaptarse un poco. También es específica de un habi-
ta t. Ningún animal es capaz de vivir en cualquier
región de nuestro planeta. Lo único que podríamos
preguntarnos acerca de un león abandonado en el
hielo es el hecho de saber si su agonía durará varios
días o varias semanas. Un oso polar llevado al Kala-
hari no estaría tampoco en unas condiciones mucho
más favorables.
Entre un habitat específico y un habitat mor-
talmente hostil, existen todos los matices posibles
y todos los grados de daños correspondientes, para
un animal que abandona su ambiente natural.
El animal está adaptado a la naturaleza de su habi-
tat bosque, pradera, desierto, llanura, montaña,
isla, continente, lago, pantano, río, océano. Está
adaptado a cierta cantidad de movimiento, de repo-
so, de sueño, y tal vez a cierta cantidad y cualidad de
traumatismos; está adaptado a una comida especí-
fica. De la misma manera, está adaptado a las varia-
ciones de los elementos que componen el clima de
su habitat: temperatura, presión atmosférica, hume-
dad, viento, luz, sol, ruido ...
Pero esta adaptación sólo es válida entre unos
determinados límites de estas variaciones. Mientras
no se sobrepasen estos límites, el organismo puede
hacer frente sin ningún daño a todas las modificacio-
nes del medio exterior, sólo se trata de simples regu-
laciones fisiológicas. A la variación de un elemento
determinado corresponde una respuesta del orga-
nismo específico de este elemento. En la agresión,
a la respuesta específica del organismo se añade
una respuesta no específica, que siempre es la misma
en todos los casos. Hay una antinomia entre las pala-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 71

bras "adaptación" y "agresión", y entre los estados


que representan. Hay una frontera entre la agresión
y la adaptación y, por muy imprecisa que sea, ahí
está. La agresión empieza donde acaba la adaptación.
La primera conclusión que puede sacarse de la
experiencia citada más arriba es que los ratones no
están adaptados para vivir bajo una temperatura
próxima a 0°, puesto que mueren a causa de ella,
y de una muerte prematura. Esta experiencia de labo-
ratorio está hecha en unas condiciones artificiales, y
hay que interpretarla teniendo en cuenta estas condi-
ciones. En la Naturaleza, los ratones saben acondi-
cionar su nido para protegerse del frío; ahí viven en
grupo y su propio calor mantiene dentro una tempe-
ratura a la cual sí están adaptados. Un ratón puede
salir de su nido con tiempo frío durante un tiempo
limitado, y con la condición de que se mueva. Los
ratones de la experiencia seguramente empezaron por
moverse para luchar contra el frío, pero en algún mo-
mento tuvieron que pararse, descansar y en ese
momento es cuando padecieron la agresión del frío.
La agresión del frío no es factor que pueda defi-
nirse con cifras. La acción del frío sobre un organis-
mo está condicionada por unos factores externos:
viento, lluvia, sol, humedad, etc ... y por unos factores
internos: estado de frescura o de fatiga, edad, debili-
tación, etc ... Unicamente el instinto puede dictar al
animal la conducta que debe seguir para evitar la
agresión y, en las especies que han sobrevivido duran-
te millones de años, se debe admitir que el instinto
ha cumplido perfectamente su papel. En la Naturale-
za, sólo puede caer en falta ante unas causas acciden-
tales y excepcionales como, por ejemplo, un invierno
particularmente frío.
72 ALBERT DELAVAL

Todas las experiencias del Dr. Selye son un in-


tento para hacer vivir a unos animales fuera de los
límites de la adaptación. Por esto mismo, son las
experiencias biológicas más importantes que pueda
uno imaginarse, porque son una réplica fiel de nues-
tros propios intentos de civilización. Lo que los
hombres entienden por civilización, desde siempre, es
esencialmente la manifestación de una voluntad por
salir de sus límites de adaptación, de liberarse de las
leyes fijadas por la Naturaleza. Las experiencias del
Dr. Selye son unos intentos de vida contra la Natura-
leza. Llevan consigo la muerte muy prematura de
todos los animales sometidos a la prueba. El mundo
médico y científico se ha puesto de acuerdo para
reconocer de manera unánime que el hombre ya no
muere nunca de vejez, sino que siempre muere
prematuramente de una enfermedad. La vejez
humana es siempre artificial.
Algunos investigadores han intentado determinar
la longevidad real del hombre, aquélla que la Natura-
leza le ha dado. Se han basado en diferentes conside-
raciones, particularmente en el estudio de numerosos
casos conocidos de longevidad excepcional. Se deduce
de sus trabajos que la cifra más probable es superior
a ciento cincuenta años.
Genéticamente estamos adaptados a unas condi-
ciones de vida muy determinadas, que ignoramos.
En primer lugar, estamos adaptados a un habitat y no
a uno cualquiera, por cierto. Según Darwin, Maurice
Phusis y varios científicos más, nuestro habitat es-
pecífico se sitúa bajo los trópicos. Al abandonarlo,
ya hemos violado una ley natural. Estamos adaptados
a una alimentación específica y no sabemos cual es,
y este hecho excluye cualquier posibilidad de salud
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 73

perfecta. Estamos adaptados para una vida física


activa. Acerca de esto, hoy en día hay unanimidad
para afirmar que violamos las leyes de la Naturaleza
y se han hecho varias proposiciones para remediar
este estado de cosas. Ahora bien, hay aquí una in-
compatibilidad absoluta entre la vuelta a unas condi-
ciones de vida naturales y nuestras concepciones
como civilizados.
La adaptación genética ante unos esfuerzos
musculares intensos sólo es, al nacer, una posibilidad
que debe ser desarrollada mediante un comportamien-
to específico de caracter innato o aprendido. Los
monos son los animales más próximos a nosotros,
y el estudio de su comportamiento en la Naturaleza
nos puede ser de una gran utilidad. Este estudio
fue emprendido hace unos veinte años por varios
científicos. El resultado de sus observaciones es que
los monos jóvenes pasan gran parte de su tiempo
jugando, no sólo durante su infancia, sino también
durante toda su adolescencia. Los monos llegan en-
tonces a la edad adulta con un sistema muscular
perfectamente formado y adaptado a todos los es-
fuerzos que deberán asumir en el transcurso de su
existencia. La vida de los jóvenes monos es tranquila.
Los hijos de los hombres pasan la mayor parte de
su tiempo de juventud en los bancos de la escuela,
y algunos lo siguen haciendo más allá de su adoles-
cencia. Para todos, las horas de juego son raras,
algunas veces inexistentes. Los estudios que se
imponen a los niños y a los adolescentes son cada vez
más largos y arduos; cada año, durante seis meses
viven con el temor de suspender un examen. Ningún
joven llega a la edad adulta sin haber conocido nu-
merosas preocupaciones.
74 ALBERT DELAVAL

El concepto que tenemos del deporte, la compe-


tición, se basa en la ignorancia del stress que tenemos
debido a la fatiga. Cuando un animal joven se cansa
de jugar, se para, obedece a su instinto. Cuando un
hombre joven, inscrito en una competición, está
cansado, sigue con su esfuerzo, obedece a su volun-
tad. El objetivo del entrenamiento de los deportistas
es conseguir la superación de éstos, es decir sobrepa-
sar sus posibilidades naturales, lo cual significa salir
de los límites de la adaptación. Este entrenamiento
se puede comparar al que el Dr. Selye impone a sus
animales de laboratorio. La gran diferencia, afortuna-
damente, es que la experiencia no fue llevada hasta
sus límites.
Un mínimo esfuerzo físico es un imperativo
fisiológico, incluso para los adultos, y, para muchos
de ellos, este mínimo no es alcanzado. La respiración
está ligada, en cierta medida al esfuerzo muscular
y a la insuficiencia de movimientos podría corres-
ponder una carencia de oxígeno.
Cada ser humano, al nacer, tiene unas posibilida-
des físicas que necesitan ser desarrolladas. Tiene dere-
cho a cierto grado de perfección física determinado
por sus genes. La educación de los niños, tal como
se practica hoy en día, se opone a que se logre este
resultado. Es de temer que los esfuerzos que se exi-
gen a numerosos trabajadores manuales sobrepasen
sus posibilidades físicas normales.
Estamos adaptados al frío y al calor, pero ¿hasta
qué límites? Hemos inventado unos artífices -ropas
y calefacción- que nos permiten vivir bajo cualquier
clima. Pero nuestra piel se encuentra privada, de esta
forma, durante la mayor parte del año, de aire y de
luz, y nuestros pulmones de aire puro. ¿Qué daños
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 75

provocan estas carencias en nuestro organismo?


Estamos adaptados a cierta cantidad de sueño,
pero ¿cuánto?. Nuestros conocimientos acerca de este
tema son muy inciertos. El uso del despertador está
muy extendido; ciertamente, no se trata de un proce-
dimiento natural para medir el sueño.
Estamos adaptados al ruido, al ladrido de nuestro
perro, al canto de los pájaros, al silbido del viento en
los árboles, pero no estamos de ninguna manera adap-
tados a todos los ruidos mecánicos de la civilización,
puesto que provocan, cada año, millones de casos de
neurosis, por no decir locura. Esta calamidad univer-
sal está tomando unas proporciones tan inquietantes
que, en todas las partes del mundo, se intenta limitar
sus maleficiencias.

El Dr. Selye da del stress esta otra definición:


"Hemos pasado algún tiempo intentando definir el
stress con términos biológicos concretos y, una vez
terminado el análisis laborioso de su naturaleza,
tenemos que reconocer que es algo de muy simple
comprensión: Es esencialmente el deterioro del or-
ganismo, causado en todos los momentos de nuestra
vida."
"Todo lo que hacemos o lo que nos hacen conlle-
va un deterioro. Por esto, el stress no es el resultado
específico de una acción determinada entre todas las
que llevamos a cabo, no es algo que actúa sobre noso-
tros desde el exterior, es el rasgo común de todas las
actividades biológicas."
Esta generalización aparece como abusiva. Todo
lo que funciona se deteriora. El funcionamiento nor-
mal de un organismo provoca su deterioro normal.
A este desgaste natural, el stress añade un desgaste
76 ALBERT DELAVAL

anormal, accidental, patológico. Para los animales li-


bres, los que viven en un ambiente no modificado por
el hombre, el stress debe ser la excepción. Estos ani-
males, guiados por su instinto, obedecen escrupulosa-
mente a las leyes de la vida. Para nosotros, los civili-
zados, el stress es la trama de la existencia.
El Director del Museo Nacional de Historia Na-
tural, Paul Budker, escribe en su libro Bale in es et
baleiniers: "Las ballenas y los cachalotes llevan la
existencia más sana que se puede concebir... Todos
los individuos capturados son, forzosamente, some-
tidos a una autopsia, ya sea en el mismo buque, ya
sea en la estación terrestre. Muestran, en la mayoría
de los casos, una integridad física perfecta".
Y he aquí lo que escribe el Dr. Soubiran en Les
Hommes en Blanc: "¿Cree usted que pueda existir un
hombre con un estado psíquico perfecto, si se tiene
en cuenta que no existe ningún hombre con un estado
físico perfecto?".
Si el stress es la causa de la mayor parte de nues-
tras enfermedades, la ausencia de enfermedades en los
cetáceos sólo puede explicarse con la ausencia de
stress. Evidentemente, estos animales sólo padecen
muy pocas agresiones. Viven en armonía con su
medio-ambiente. Para valorar con justicia su superiori-
dad sobre el hombre, debemos tener en cuenta nues-
tra fantástica organización sanitaria con sus inconta-
bles hospitales, clínicas, dispensarios, su gran canti-
dad de médicos. farmacéuticos y auxiliares. La mor-
bosidad humana es la gran tara de nuestra civilización
y, en lo que a esto se refiere, tenemos muchas cosas
útiles que aprender de los animales salvajes que aún
tienen la gran suerte de vivir en un ambiente no dema-
siado perturbado por el hombre.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 77

En los límites de la adaptación se sitúa el campo


de la homeostasia. Entre estos límites, mediante el
funcionamiento de su instinto de comportamiento y
de sus automatismos endocrino-neuro-vegetativos, un
animal consigue conservar, sin daño alguno, las carac-
terísticas de su medio-ambiente interior. Vive en ar-
monía con la Naturaleza y desconoce el stress. Para
él, el stress constituye la excepción y, a no ser por ac-
cidente, alcanzará el límite de su longevidad específi-
ca. En los límites de la adaptación, a cualquier fluc-
tuación del medio-ambiente exterior le corresponde
una respuesta específica del organismo. Fuera de
estos límites, interviene la agresión y la respuesta del
organismo es siempre la misma en todos los casos.
El Dr. Selye ha escrito: " ... es interesante compro-
bar que unos componentes químicos identificables,
las hormonas producidas durante la fase cumbre
de la reacción de alarma del síndrome general de
adaptación, poseen la facultad en primer lugar de
sobreexcitamos para permitirnos actuar, y en segundo
lugar provocan una depresión. Estos dos efectos
tienen un gran valor práctico para el organismo: hay
que estar tenso para una acción, pero también es
importante relajarse después, para no llevar un ritmo
excesivo".
Ahí podríamos encontrar la verdadera significa-
ción del stress. La vida de un animal es la ejecución
de un programa escrito en sus genes, la realización de
un determinado número de posibilidades específicas,
que responden a unas exigencias interiores o exterio-
res, también específicas. Cuando interviene un acon-
tecimiento que no tienen ninguna correspondencia
en el programa genético y al cual el animal debe
responder, el organismo se encuentra desamparado
78 ALBERT DELAVAL

y su umca solución es aumentar sus posibilidades


físicas y psíquicas, durante muy poco tiempo, para
permitirle huir ante ese acontecimiento.
La huida ante el agresor podría ser la razón de
ser del stress. He aquí un animal que abandona su
madriguera haciendo frío. Si una causa accidental le
obliga a alejarse demasiado de su refugio de manera
que no pueda meterse en él en el momento necesario,
padecerá una agresión por el frío, pero el latigazo del
stress le ayudará a volver a su madriguera, a huir del
frío. En este caso, el stress sigue en el orden lógico
de las cosas; aún hace falta mucho para que esta lógi-
ca sea aparente en todos los casos. La agresión no está
en el campo de la lógica, sino en el del accidente
y el de la enfermedad.
Cuando una agresión es lo suficientemente vio-
lenta para hacer que la vida esté en peligro de forma
inmediata, el stress aparece en efecto como la única
oportunidad de reaccionar.
Cuando la agresión es moderada y contínua,
durante la fase de resistencia, el organismo debe lu-
char permanentemente contra el agresor, y proba-
blemente, aquí también, sólo tiene un recurso:
aumentar el grado de su metabolismo, lo cual acelera
su deterioro.

Este capítulo es un intento de interpretación de


las experiencias del Dr. Selye , con la ayuda del Code
de la Vie de Maurice Phusis. La postura de los médi-
cos es, hoy en día, la siguiente: admiten que la civi-
lización es causante de varias de nuestras enfermeda-
des, puesto que, a algunas de ellas, las han llamado
"enfermedades de la civilización". Nos recomiendan
limitar el número de agresiones y, por lo demás, ya
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 79

que lo consideran inevitable, creen que a la medicina


le incumbe encontrar los procedimientos terapéuticos
que nos permitirían curar las enfermedades de las
cuales proceden.
Para Maurice Phusis, una vida completa sólo
es posible respetando las leyes naturales, y la civili-
zación debe ser concebida según este precepto.
La medicina, con su formidable complejidad ac-
tual, se basa exclusivamente en un error filosófico.
Considera a la enfermedad como una fatalidad en
la cual el hombre no tiene mucha responsabilidad.
La vida es una organización y, como tal, se rige
por unas leyes. La enfermedad es una desorganiza-
ción, una anarquía y debe ser interpretada como una
consecuencia de las violaciones de las leyes de la vida.
Esto no es una idea nueva, es una idea en letargo. Ha
sido emitida por médicos en todas las épocas de la
medicina. Basada en una concepción errónea de la
enfermedad, la medicina moderna comete un grave
error, el más grave, ya que cura al individuo pero
sacrifica la especie. La violación continua de las leyes
naturales, que ésta garantiza, tiene por consecuencia
una degeneración continua de la especie humana.
Toda la obra del Dr. Selye demuestra que el stress
es la base de la mayoría de nuestras enfermedades, si
no es de todas. Pero la agresión es algo mucho más
catastrófico, ya que conlleva una destrucción lenta,
pero inexorable, del patrimonio hereditario de la
humanidad.
EL PROCESO DE DEGENERACION

La genética es una ciencia nueva. Los trabajos


de Mendel, en los cuales se basa, y que han quedado
ignorados durante decenas de años, han hecho que
esta ciencia nazca con nuestro siglo. Desde entonces,
los genetistas han incrementado considerablemente
nuestros conocimientos sobre la herencia. La ley de
la no-transmisihilidad de los caracteres adquiridos, en
particular, se reconoce hoy como cierta; las modi-
ficaciones accidentales del cuerpo, cualquiera que sea
su importancia, no son nunca transmitidas a los des-
cendientes. Las mutilaciones rituales efectuadas
por algunos grupos étnicos desde hace centenares de
generaciones no han aportado ninguna modificación
en los órganos operados. Esta ley podría hacernos
suponer que nuestro capital genético está de esta
manera bien protegido contra todas las vicisitudes
de la vida. Desgraciadamente, si nuestras células
sexuales no se ven influenciadas por una mutilación
corporal, sin embargo sí que son sensibles a las modi-
ficaciones del medio interior.
Las células sexuales masculinas son producidas
por el organismo a lo largo de la vida sexual a razón
de varios miles de millones por mes. Los espermato-
zoides son el resultado de un proceso, cuyo esquema
82 ALBERT DELAVAL

es el siguiente: las células-germinales, situadas en los


tubos seminíferos del testículo, se dividen en dos;
a cada una de las células femeninas le corresponde
una célula germinal en estado de reposo, la otra es
el punto de partida de una prole que llega el esper-
matozoide mediante seis o siete divisiones. A una
célula-germinal le corresponden de cincuenta a cien
espermatozoides. Si no se toma en cuenta el proto-
plasma, cuyo papel en la herencia no queda claro
todavía, es obvio que la materia cromosómica de la
célula germinal ha sido multiplicada por un número
importante. Para esto ha sido necesario que, en cada
división, la célula encuentre, en el medio interior, los
elementos que le permiten duplicar el número de sus
cromosomas.
Debido a la elevada especifidad de la célula, a
priori, es muy probable que solo puede satisfacer esta
exigencia moviéndose en un ambiente equivalente.
Debe reinar una armonía perfecta entre los dos
elementos. Sin embargo, experiencias sobre ani-
males han demostrado que la carencia de elementos
vitales, ponderales o catalizadores, provoca un dete-
rioro del capital genético. En cuanto a los tóxicos
contenidos en la sangre y en la linfa, no es necesario
recurrir a los animales para constatar su malificencia;
para esto, basta observar la herencia alcohólica en
el hombre. En los casos en que el padre es el objeto
de estudio y donde la herencia alcohólica es evidente,
la cuestión es simple: el alcohol ha producido unas
mutaciones maléficas en los espermatozoides. En este
hecho tan simple, reconocido universalmente, debe-
mos basarnos e intentar sacar de él las conclusiones
válidas.
El alcohol se filtra rápidamente a través del intes-
LA NA TU RALEZA NO ESTA DE ACUERDO 83

tino; se ha encontrado alcohol en el esperma una


hora después de haber absorbido medio litro de vino.
Unas experiencias recientes han mostrado que la
célula es mucho más sensible a las radiaciones durante
su división que durante su reposo. Debemos creer
pues que esta vulnerabilidad temporalmente incre-
mentada ha de encontrarse frente a todos los tóxicos.
La célula sexual, que se divide varias veces durante un
corto plazo temporal, es probablemente una de las
células del cuerpo más sensibles a los tóxicos. La
cuestión primordial que debe plantearse la medicina
es la siguiente: ¿Acaso los espermatozoides tienen
un tope de toxicidad frente al alcohol, y cuál es?
Hasta que no hayan logrado responder de forma pre-
cisa y segura a esta pregunta, los médicos deben pro-
hibir el uso de cualquier bebida alcoholica a los hom-
bres, antes y durante la edad de procreación.
El patrimonio hereditario humano es el verdadero
tesoro de la humanidad y todo lo demás, si se le com-
para, es algo meramente accesorio. Cuando los médi-
cos calculan que un litro de vino =o un poco menas-
es la cantidad de bebida alcoholica que el hombre
puede consumir sin peligro, caen en el empirismo
más evidente, ya que no tienen ningún dato cientí-
fico para apoyar esta valoración. Debido a la mensura-
ble importancia que revela la inteligencia del esperma-
tozoide, cometen una imprudencia también muy difí-
cil de mensurar.
Cuando un elemento natural, al cual el organismo
está adaptado, se convierte en un agresor debido a una
variación excesiva, ya sea en amplitud o en rapi-
dez, es concebible que haya un umbral a la agresión.
Pero, cuando el agresor es un elemento artificial
al que no puede corresponder ninguna adaptación,
84 ALBERT DELAVAL

la existencia de un tope de toxicidad no es evidente.


El hombre no posee ninguna adaptación genética
al alcohol y es muy probable que, para las células
que se están dividiendo, no haya ningún tope de toxi-
cidad. Un poco de alcohol, ya es un poco de daño o
un poco de peligro; mucho alcohol, es mucho daño.
Hasta que la existencia de un tope de toxicidad
no se demuestre científicamente, la prudencia más
elemental es considerar válido el razonamiento
anterior.
Sólo se habla de la herencia alcohólica cuando
las taras resultantes son aparentes en forma clara, es
decir que se piensa que son una exclusividad de los
grandes bebedores. Esto es una manera muy opti-
mista de ver las cosas. Es probable que la herencia
alcohólica empiece con taras leves, indiscernibles, y
que se pare con la morti-natalidad. Que el mal sea
importante o leve, el hecho es que repercutirá durante
mucho tiempo sobre su descendencia.
Es posible que las células-germinales no sean da-
ñadas por unas borracheras espaciadas, o bien que no
lo sean todas. Pero, si un hombre que bebe pocas
veces procrea el día en que ha bebido mucho
alcohol, el niño que nacerá correrá un gran peligro.
Aclarar las modalidades de la malificencia del alcohol
debería ser una de las metas prioritarias de la medici-
na. Además, no hay ninguna posibilidad de que el
alcohol sea el único, entre todos los tóxicos que in-
troducimos en nuestro organismo, en provocar
mutaciones en nuestras células germinales. También
son dañinos, desde este punto de vista, la nicotina, los
alcaloides alimenticios, como los de los aperitivos, del
café, del té, las ptomaínas de los alimentos fermenta-
dos o pútridos, las toxinas de las enfermedades infec-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 85

ciosas. Y sobre todo los medicamentos, que son cada


vez más numerosos y activos.
Todo lo dicho anteriormente sólo se refiere
a los efectos directos de los agresores. La respuesta
del organismo frente a las agresiones, el stress, ¿no
es peligrosa para los genes de las células sexuales?
Estas frases del Dr. Selye tienen un tono de lo más
amenazador: "Sin embargo es conveniente saber
que el stress obliga a nuestras glándulas a producir
unas hormonas que podrían darnos una especie de
borrachera. El que lo ignora no pensará nunca vigilar
atentamente su conducta durante el stress mientras
está en una fiesta. No obstante, debería hacerlo ya
que es obvio que un hombre puede intoxicarse con sus
propias hormonas durante el stress. Incluso me atreve-
ría a decir que esta especie de borrachera ha causado
más daño a la sociedad que cualquier otra".
Si el hombre se intoxica de esta forma, ¿qué
pasa con sus células germinales? Podría ser que
la medicina no haya valorado debidamente la ma-
lificencia del stress.

El óvulo sigue un proceso parecido al del esperma-


tozoide. Sin embargo, las primeras divisiones celula-
res se hacen durante los periodos embrionarios y
fetales; las células genitales, que llegan a ser cientos
de miles, se almacenan en una fase intermediaria.
El óvulo se libera, durante la vida sexual, y después
de las dos últimas divisiones, a razón de uno cada
mes. ¿Estas diferencias cuantitativas hacen que el
óvulo sea menos vulnerable que el espermatozoide
a la carencia de sangre y de linfa?
El papel de la madre en la herencia, que es equiva-
lente al del padre en cuanto a la aportación genética,
86 ALBERT DELAVAL

está a la par con el papel que cumple durante la ges-


tación. Una de las funciones de la placenta consiste
en eliminar las impurezas contenidas en la sangre
de la madre, los residuos del metabolismo. Este filtro
deja pasar el alcohol y la impregnación alcohólica
tiene el mismo grado en el embrión que en la madre.
Esto es un ejemplo típico del fallo de un automatis-
mo biológico frente a lo artificial. Entonces, cabe
plantearse el problema de nuevo: ¿dónde se situa el
tope de toxicidad del alcohol para el embrión, para el
feto? Nadie, hoy en día, puede dar una respuesta a es-
ta pregunta. El asegurar la integridad física de los ni-
ños es el problema más importante de la humanidad
en todo su conjunto. Por consiguiente, la postura de
esta humanidad, incluyendo a la élite, frente al
problema del alcoholismo representa el colmo de la
inconciencia.
Basta un mínimo de cultura para comprender
que se puede causar daños a las células sexuales
por medio de una intoxicación de la sangre, y
también para comprender que la fase embrionaria
es un periodo peligroso. Hasta el gran público conoce
los riesgos que corre un embrión. Todo el mundo
sabe hoy que si la madre tiene la rubeola durante los
primeros meses de gestación puede causar al niño
daños irremediables.
"Millones de personas han utilizado las tetraci-
clinas, unos antibióticos con un expectro microbiano
extenso, antes de que se descubra que, cuando son
absorbidos por mujeres embarazadas, se alojan en
los tejidos óseos, las uñas y los dientes del feto, cosa
que puede poner trabas en el desarrollo de los huesos
y los dientes del niño en el futuro". (R. Dubos y
María Pines, Santé et Maladie, p. 105).
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 87

Estadísticas americanas nos muestran un gran


porcentaje de partos prematuros en madres que fu-
man más de diez cigarrillos diarios. Y el escándalo de
la Thalidomida es conocido por todos.
Hay una lección de la más alta importancia a
aprender de la tragedia de la Thalidomida. La placenta
está organizada para detener a los tóxicos naturales de
la sangre. de la madre; se encuentra totalmente desar-
mada frente a unos venenos artificiales. Es un deber
para la ciencia el generalizar, a partir de algunos
hechos conocidos, y admitir ya que la placenta no
detiene ningún tóxico artificial. Las drogas recetadas
por la medicina a la madre han sido concebidas para
un organismo adulto, para el cual casi nunca son ino-
fensivas. ¿Pero cuántas veces es más fragil el embrión
que el organismo materno? ¿Diez veces, o más? Esta
angustiosa incertidumbre debería conducir a la supre-
sión absoluta de cualquier droga durante el embarazo.
El aberrante comportamiento de la humanidad en
este campo puede sin embargo explicarse: acumula-
mos conocimientos, cualesquiera que sean, con
rapidez, y no tenemos tiempo de examinarlos y clasi-
ficarlos. Nos estamos ahogando en un océano de cien-
cia. Si queremos salvarnos de este nuevo diluvio,
tenemos que aferrarnos a algunas ideas nuevas
esenciales, y en primer lugar jerarquizar esas ideas.
Salvar lo que puede salvarse del patrimonio here-
ditario de la humanidad es millones de veces mucho
más urgente e importante que ir a la luna. Para la con-
quista de nuestro satélite gastamos una cantidad de
inteligencia y de dinero considerables. ¿Acaso algún
Estado ha concedido a un solo hombre alguna subven-
ción para investigar si existe un tope de toxicidad en
el alcohol?
88 ALBERT DELAVAL

¿Acaso la placenta deja pasar las hormonas del


stress? Si esto es así, en el frenético mundo de las di-
visiones celulares que representa el embrión, estas
hormonas no pueden dejar de causar daños.
Actualmente, se han contado más de mil taras o
malformaciones congénitas o hereditarias, sin contar
centenares de predisposiciones genéticas a enfermeda-
des que podrían aparecer tanto en el adulto como en
el niño. Cada año, la lista es más larga y el patrimonio
hereditario ya está muy deteriorado. El niño que nace
sin demasiadas imperfecciones no deja por esto de
estar a salvo. Debería encontrar en el pecho de suma-
dre la alimentación a la cual tiene derecho por natura-
leza. La especifidad que reina de forma magistral so-
bre el mundo viviente se aplica también a la leche hu-
mana, hasta tal punto que conlleva una ligera varia-
ción según el sexo del niño. En nuestro mundo civi-
lizado, los niños que aun disfrutan de la leche mater-
na constituyen una excepción. La leche de un bóvido
para los niños humanos no es otra cosa más que
un producto de sustitución que contiene tóxicos y
carencias. Y eso que, la mayoría de las veces, esta le-
che se convierte en polvos en una fábrica o es esteri-
lizada mediante ebullición. En cuanto al destete,
nadie sabe exactamente en qué momento debe inter-
venir, y la duración de la lactancia se regula median-
te la moda o la fantasía. Por lo demás, lo único que
se sabe sobre los alimentos industriales que se dan al
niño, es que no les mata de golpe.
El hombre es el niño mimado por la Naturaleza.
Le ha dado, en su advenimiento, una vitalidad excep-
cional. Todavía existen, entre nosotros, algunos su-
pervivientes de la genética cuyas proezas nos maravi-
llan, como ese individuo que parece disfrutar nadando
LA NATURALEZA NO ESTA OE ACUERDO 89

varios días en un río helado, en invierno, por supues-


to. Bien podría ser que pertenezca a otra especie.
Este regalo sin precio que le ha otorgado la Natu-
raleza, ese fabuloso capital de vitalidad, es algo que el
hombre ha roido durante siglos: actualmente. lo devo-
ra con ansiedad. La vida de las especies se cuentan en
millones de años, de cuatro a cinco para los que evo-
lucionan de una forma rápida, mucho más para los
otros. Existen todavía algunos animales marinos o te-
rrestres, que en apariencia son totalmente idénticos a
sus lejanos antepasados, y conocidos por los fósiles
del terciario antiguo, incluso del secundario. Estos a-
nimales, olvidados por la Evolución, han logrado
transmitir, a través de varios millones de generaciones,
una herencia aparentemente perfecta a sus descen-
dientes, los que hoy son contemporáneos nuestros.
Tal vez la especie homo-sapiens tenga menos de cin-
cuenta mil años. Hemos encontrado, en algunos cen-
tenares de años, el sistema para dañar nuestro patri-
monio hereditario hasta tal punto que la desaparición
de la especie humana, a corto o largo plazo, aparece
como resultado inexorable de nuestro comportamien-
to. -
¿Es la inteligencia un regalo envenenado? ¿O es
que hemos perdido este modo de empleo a lo largo de
los siglos?
Si el hombre lograra volver a situarse en las con-
diciones de vida natural que no debió haber dejado
nunca, ¿podría recuperar la integridad de su patri-
monio hereditario? Dicho de otra manera, ¿Es o no es
reversible el proceso de degeneración que se expone
aquí? Esta simple pregunta podría resumir toda la
angustia del mundo.
LOS PROGRESOS DE LA MEDICINA Y LOS
DE LA ENFERMEDAD

Algunos médicos, ya sea en radio, en artículos


de revistas y periódicos, o en libros elogian los ex-
traordinarios progresos de la medicina desde hace un
siglo y sobre todo desde hace unas decenas de años.
El mejoramiento de las condiciones de vida, los pro-
gresos en higiene, el aumento de conocimientos médi-
cos, todo esto ha modificado la morbosidad humana.
No hace mucho tiempo, las últimas grandes epide-
mias de la historia difundían aún terror por el mundo.
Hace menos de un siglo, la fiebre puerperal daba toda-
vía golpes sombríos en las maternidades y el crup ma-
taba a los niños de todo un pueblo, de toda una ciu-
dad o de toda una región, y todas las heridas se infec-
taban. Actualmente, todas las enfermedades bacte-
rianas experimentan una regresión y algunas incluso
han desaparecido. Los progresos espectaculares de la
medicina y de la cirugía del traumatismo reducen los
casos de muerte por accidente de una forma conside-
rable.
Cuando los médicos, apoyándose en estas grandes
victorias y en algunas otras, preveen un mejoramiento
masivo de la salud en el mundo para las próximas dé-
cadas, hacen promesas de lo más imprudentes. Si la
medicina está realmente progresando, la enfermedad
92 ALBERT DELAVAL

lo está aún más: ataca por todas partes; los médicos


se ponen a la defensiva, retroceden de una forma con-
tinua, a pesar de algunos éxitos locales. Las victorias
de la medicina no han hecho más que desplazar el
campo de la patología
Todas las enfermedades virales progresan. Se han
contado alrededor de ciento cincuenta virus capaces
de provocar afecciones leves, graves o mortales,
contra los cuales la medicina se encuentra impotente.
Las demás enfermedades están todas en progresión,
y algunas de una forma vertiginosa. La alergia
aumenta en forma muy rápida. Si se dibuja la curva
de esta enfermedad en los últimos cincuenta años y si
la seguirnos trazando para el porvenir con el mismo
incremento, se llega a la conclusión de que, a finales
de siglo, la mitad de los occidentales padecerán aler-
gia crónica, y que la otra mitad tendrá que tomar
precauciones para preservarse de ella. Esta previsión
puede ser tan optimista como pesimista. Actualmen-
te, el record de la alergía podría otorgarse a las afec-
ciones de la columna vertebral, cuyas formas graves
se extienden cada vez más. Las enfermedades del
corazón y de los vasos tienen una curva terrible-
mente ascendiente. A principios de siglo, algunos
médicos ponían en duda la realidad del infarto de
corazón; nunca lo habían visto. Hoy en día, cualquie-
ra de nosotros conoce a alguien que lo padece y ha
conocido a alguien que ha muerto a causa de ello.
La palabra arterio-esclerosis fue inventada hace sesen-
ta años, pero esta enfermedad sólo es una calamidad
mundial desde hace veinte años. A principios de este
siglo, sólo se encontraban ateromas en los cadáveres
de ancianos; hoy en día y de forma corriente los
encontramos en los jóvenes de veinte a treinta afios
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 93

muertos por accidente. El número de los casos de


infarto en Francia, en el año 1 966, es oficialmente
de doscientos mil, de los cuales la mitad es mortal.
Las demás afecciones cardiovasculares provocan
además cien mil muertos.
"En los Estados Unidos, una enfermedad que pro-
gresa muchísimo es la que resulta de la asociación de
dos afecciones: la bronquitis y el enfisema, mezcla-
das de manera tan confusa que no sabe si una es
causante de la otra y cuál lo es. Es la primera de las
enfermedades respiratorias, aunque hace treinta años
era rarísima. La padecen hoy unos diez millones de
americanos y se extiende rápidamente en todos los
países occidentales." Santé et Maladie p. 96).
La mortalidad provocada por el enfisema pulmo-
nar se ha cuadriplicado en Estados Unidos entre 1950
y 1959.
"De un 1 O a 1 5 por ciento de la población de los
países civilizados padecen úlceras de estómago o del
duódeno."
Si uno se pone a observar de que muere la gente
a su alrededor es muy probable que se ponga en duda
la exactitud de las estadísticas oficiales francesas
acerca del cáncer. Sin embargo éstas afirman que cada
año aparecen de unos ciento sesenta mil a setenta mil
casos de cáncer. De todos estos, unos sesenta mil en-
fermos vivirán aún cinco años. Entre 1955 y 1965,la
progresión del cáncer ha sido de un 25 por ciento. La
edad del cáncer disminuye: los niños afectados por
esta enfermedad son cada vez más numerosos. La
diabetes también progresa. Hay en el mundo varios
centenares de millones de reumáticos. La hernia afec-
ta a los recién nacidos, a los adultos y a los ancianos,
los fuertes y los más débiles. Los que llevan gafas son
94 ALBERT DELAVAL

cada vez más numerosos, particularmente los nmos.


Los casos de desprendimiento de la retina se multi-
plican y parece ser que están en relación con la tele-
visión. En las Jornadas Internacionales de la Vista, en
1966, se ha encontrado defectos de visión en un 56
por ciento de conductores y esto les hace peligrosos
cuando conducen.
Las parasitosis intestinales con protozoarios y me-
tazoarios, que antes sólo se encontraban en zonas
tropicales, se propagan hoy por todo el mundo. No
hay estadísticas acerca de ellos, pero sondeos efectua-
dos por algunos médicos dan unos resultados inquie-
tantes. La bilharziosis, que es otra enfermedad tro-
pical grave, también se está propagando por toda la
tierra, y unas cifras recientes demuestran que unos
trescientos millones de personas padecen esta enfer-
medad, que a veces es peligrosa. A pesar del empleo
masivo del D.D.T., todavía quedan en el mundo unos
mil millones de palúdico.
La caries es la enfermedad más extendida en la
Tierra. La Organización Mundial de la Salud la cali-
fica de "plaga mundial"; ni siquiera un 10 por ciento
de la humanidad se libra de ella. En la Europa de los
Seis, las personas entre los cuarenta y cincuenta años
ya han perdido diez dientes. La piorrea alveolar se
extiende también de forma general. La caries, la pio-
rrea están consideradas como enfermedades benignas.
Algunos médicos y dentistas las consideran responsa-
bles de transtornos a distancia, y algunos de ellos
resultan ser muy graves. La gran cantidad de micros-
cópicos canales de los dientes desvitalizados, cuyo
empaste es posible, sería la causa de infecciones
latentes que envenenarían todo el organismo de for-
ma lenta, pero segura.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 95

Oficialmente, las enfermedades mentales son diez


veces más numerosas que en el siglo pasado. En Fran-
cia el 20 por ciento de los niños en las escuelas son
"diferenciales" y, según el Office de la Statistique
uno de cada tres estudiantes está desequilibrado.
Según el informe general de la Commission de L 'E
quipement Sanitaire du Quatriéme Plan había en
1960 un millón seiscientos mil "inadaptados", un
millón de "diferenciales" y seiscientos mil "deficien-
tes mentales", de los cuales la mitad tienen menos de
veinte años. En Estados Unidos, una de cada veinte
personas es atendida a causa de un desequilibrio men-
tal caracterizado, es decir alrededor de diez millo-
nes de personas, de las cuales un millón se consideran
peligrosas. Esta proporción es casi la misma en todos
los países occidentales. El espectacular éxito de los
tranquilizantes puede dar una idea del incremento
de la neurosis en el mundo. El Dr. Alix dice: "La
frecuencia de la inversión sexual aumenta hoy con
tal rapidez que de ha convertido en una plaga".
Se oye tanto hablar del agotamiento, que uno se
podría preguntar, si no es toda la humanidad la que
está cansada.
Este cuadro está incompleto. Aún existen otras
enfermedades menos extendidas cuya frecuencia
aumenta, como lo es, por ejemplo, la hepatitis infec-
ciosa. Todo esto es mucho más grave si se considera
que algunas de las más recientes victorias de la medici-
na ya se han puesto en duda. Entre los éxitos que se
han conseguido frente a las enfermedades bacteria-
nas, algunos de ellos ya resultan precarios. Las enfer-
medades venéreas, después de un eclipse parcial pero
muy importante, vuelven a aparecer de una manera
alarmante, junto con unas afecciones con trichomo-
96 ALBERT DELAVAL

nas, que antes eran raras, pero que ahora son frecuen-
tes. En 1943, cien mil unidades de penicilina curaban
una blenorragia. Veinte años más tarde, un treinta
por ciento de los casos resisten a dos millones de uni-
dades y más. Inexorablemente, la frecuencia de la
sífilis y de la blenorragia va aproximándose cada vez
más a las cifras que habían antes de que se descubrie-
ran los antibióticos. La mismísima tuberculosis vuelve
a la ofensiva y, de todas las drogas milagrosas que
parecían haberla vencido, algunas resultan ser cada
vez menos eficaces.
La morbidad humana es tal actualmente, que la
enfermedad ocupa, con mucho, el lugar más impor-
tante en las conversaciones de los adultos. Entre ellos
sólo se toca el tema del hospital, de operaciones,
de radiografías, de tratamientos, de inyecciones, de
dietas ... Algunos comerciantes sólo oyen a lo largo del
día las quejas de sus clientes acerca de su salud y la
de los miembros de su familia. Los únicos que quedan
fuera de este ambiente de angustia casi permanente
son los jóvenes y pueden dar a sus reuniones un tono
de alegría sin recurrir a la bebida. Hoy en día, no se
concibe una reunión de adultos sin alcohol.
También la medicina parece ser víctima de un
malestar que aparece en numerosos escritos médicos.
Algunos médicos llegan a dudar de su razón de ser.
El joven estudiante que en esta profesión se mueve
por pensamientos generosos no tarda en sentirse
desengañado al contactar con la realidad, y al consta-
tar su casi total impotencia frente a numerosos casos.
Un organismo humano es un conjunto extraor-
dinariamente complicado. Un número considerable
de mecanismos, de los cuales sólo se conoce una
parte, regula el funcionamiento de este conjunto. La
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 97

intrusión del hombre, con fines médicos, en este


inextrincable conjunto de procesos infinitamente
complejos que sobrepasan su entendimiento, no deja
de ser inquietante. Los conocimientos actuales
en medicina constituyen un monumento con pro-
porciones gigantescas. El médico que ha asimilado
el programa de una Escuela de Medicina ya posee
un caudal impresionante. Sin embargo, un programa
así es incapaz de abarcar todos los conocimientos
adquiridos actualmente, cuyo total sobrepasa y con
mucho la capacidad del cerebro mejor constituido.
La suma de conocimientos, tanto en medicina como
en las demás ciencias, aumenta rápidamente. Se han
catalogado entre cuatro y cinco mil enfermedades.
Una misma enfermedad puede tener variantes se-
gún el enfermo. Puede ser provocada por agen-
tes diferentes. Puede tener unos síntomas comunes
con otras enfermedades. Puede sobreponerse a una
o varias afecciones más. En estas condiciones, el diag-
nóstico conlleva unas dificultades considerables y a
veces invencibles, salvo algunos casos habituales. Los
médicos tienden a agruparse en equipos dotados de
laboratorios perfeccionados. Las asociaciones de este
tipo están lejos de permitirles resolver todas sus difi-
cultades. Existen enfermedades que, a pesar de estar
bien diagnosticadas, no pueden ser curadas, tanto
parcial como totalmente. Los médicos dispo-
nen de un arsenal terapéutico tan grande que debe
ser difícil no perderse. Este arsenal contiene gran can-
tidad de armas peligrosas, cuyo manejo es difícil y de-
licado. Cada día nace un tratamiento nuevo. Todas
las ciencias están al servicio de la medicina. Los me-
cánicos construyen aparatos para los médicos y
máquinas cada vez más complicadas y perfeccionadas
98 ALBERT DELAVAL

cuyos fines son la investigación, el diagnóstico y el


tratamiento. Los cirujanos efectúan cada día opera-
ciones cada vez más audaces. Un hospital moderno
es un lugar donde los médicos, los cirujanos, los f i-
sicos, los bioquímicos y los especialistas de la electró-
nica se mueven en un ambiente de ciencia ficción,
donde todo es cada vez más complejo. ¿Es la medici-
na un oficio para hombres? De todas formas, ya no
está al alcance de una inteligencia mediana y algunos
médicos llegan a ser, para los enfermos un peligro
más grande que la enfermedad.
La medicina es un oficio que no tiene nada en co-
mún con los otros. Se encuentran dificultades que no
tienen ningún punto de comparación con las que exis-
te en las demás profesiones, sean las que sean. Por
consiguiente, en la actualidad, los médicos se encuen-
tran superados por la medicina.
Esta situación podría llegar a ser más dramática
en los próximos años. Por encima de esta patología
que ya es compleja de por sí, se superpone una neo-
patología que es consecuencia del uso de elementos
físicos, químicos y biológicos nuevos, de gran toxi-
ciad e introducidos en cantidades cada vez mayores
en el aire, el agua, el sol, los alimentos y en los medi-
camentos. Vamos hacia una impregnación química
general y permanente de todo lo que vive encima
de la Tierra. Pronto, la medicina ya no será un oficio
ni para dioses.
El Prof. Georges Wallace, titular de la Cátedra de
Zoología en la Universidad del Estado de Michigan
escribía en 1965:
" ... El desmonte, la caza llevada a cabo con fines
comerciales, la desecación del suelo, la sequía, la
polución de las aguas por los residuos de los combus-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 99

tibies líquidos no son nada comparados con aquello ...


y si los proyectos de empleo masivo de insecticidas
que actualmente están retenidos se ejecutan, asistire-
mos en diez años a una destrucción de la vida animal
más grande que lo que ha sido desde que el hombre
existe." (Citado por R. T Peterson en Les Oiseau.x).
Es posible que esta previsión sea exagerada y que
los daños no sean tan rápidos. Dicho esto, hemos de
reconocer este aviso como válido. Se basa en la obser-
vación de los resultados obtenidos por el empleo de
los insecticidas desde hace veinte años. Parece que
sólo concierne a los animales. ¿Saldrán los hombres
sanos y salvos de esta hecatombe? Se han descubierto
grandes dosis de D.D.T bajo los árboles frutales y
en los huertos. Las raíces de las plantas son filtros
selectivos que sólo absorben elementos útiles para la
planta y detienen a todos los demás. Los elementos
absorbidos por las raíces, en un mismo suelo, son di-
ferentes según se trate de una planta o de otra. Los
campesinos lo saben perfectamente, ya que desde
siempre practican los cultivos alternados para evitar
el desgaste de los suelos. Esta función de las raíces,
siendo un automatismo natural, fracasa frente a lo
artificial; deja pasar a los insecticidas que volvemos
a encontrar en la pulpa de las frutas y de la verduras.
El empleo de insecticidas se generaliza en el mundo
entero y las dosis utilizadas tienden a aumentar
de forma continua. Hay que añadir a estos venenos
aquellos que se derraman contra los moluscos, los
roedores y además los herbicidas. Dentro de poco
tiempo, todos los huertos y vergeles estarán envene-
nados, así como todas las tierras cultivadas.
Actualmente, se encuentran insecticidas en los teji-
dos adiposos de todos los animales, en su leche,
100 ALBERT DELAVAL

incluso en la leche humana, y por conseguiente en


todos los productos lácteos. Unos biólogos han des-
cubierto huellas de D.D.T en la grasa y el hígado de
focas que viven en el Antártico, allí donde nunca se
ha utilizado este producto, hecho que constituye un
enigma.
Además de los insecticidas que absorbemos con
nuestros alimentos, hay que añadir los que respiramos
en nuestras casas, los cuales vaporizamos para destruir
las moscas y los mosquitos. La mayor parte de los
pesticidas poseen tres cualidades particulares:
-Son extremadamente estables, casi indestruc-
tibles. Están en la Naturaleza por mucho tiempo,
si no es para siempre; el hombre volverá a encontrarse
con ellos fatalmente en su camino cualquier día, en el
agua de las fuentes, en la carne de los animales, en
la pulpa de los vegetales que constituyen su alimenta-
ción;
-no son eliminados por el organismo como lo son
la mayoría de los venenos clásicos, sino que se alma-
cenan en los tejidos adiposos y en el hígado, donde
se acumulan. Nadie sabe todavía que grado puede
alcanzar esta acumulación.
-Cuando dos de ellos se encuentran en un mismo
organismo, su toxicidad se incrementa, y no por sim-
ple adición, sino que la presencia de uno puede multi-
plicar por diez o por más la. toxicidad del otro.
En la suma de los daños causados al mundo animal
pronosticados por el Prof. Georges Wallace, la huma-
nidad pagará la parte que le corresponde. Ninguna
precaución individual podrá poner a cubierto a nadie
frente a este envenenamiento generalizado.

Los métodos de cría para los animales de corral y


LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 101

de carnicería se han perfeccionado considerablemente


a lo largo de estos últimos 20 años. Todos consisten
en procedimientos artificiales que hacen que la toma
de peso sea mucho más rápida. Los antibióticos se
utilizan, tanto en la alimentación de los animales de
cría cuyo crecimiento se ve aumentado, como en la
conservación de las carnes y de los productos marí-
timos: estos antibióticos alimenticios se añaden a los
que recetan los médicos, cada vez con más frecuencia.
El Prof. Pech, de Montpellier, denuncia esta invasión
de productos mohosos como principal causante del
catastrófico incremento del infarto de miocardio.
Sus argumentos son impresionantes.
El conjunto de todos los métodos de cría antina-
turales permiten un rendimiento mucho mejor
que los procedimientos naturales. Nos aporta la abun-
dancia. Desgraciadamente, estos métodos sólo produ-
cen animales enfermos. Encontramos el cáncer de hí-
gado en la trucha de cría, nunca en la trucha de los
ríos. Las aves "industriales" padecen frecuentemente
cáncer de ojo, leucemia y otras muchas enfermedades.
Los animales de carnicería rara vez están exentos de
alguna enfermedad. La condición para el éxito comer-
cial de una empresa de cría industrial es el saber dejar
a los animales consumir según su peso, para evitar que
sucumban a enfermedades. Esta técnica parece
estar bien dominada actualmente.
La mayor parte de nuestros alimentos han sido
tratados con el fin de mejorar su conservación, cosa
que reduce al mínimo las pérdidas, pero que añade al-
gunos productos químicos a nuestra alimentación.
Nuestros alimentos sufren aún muchas manipula-
ciones dudosas acerca de las cuales es difícil aportar
precisiones, ya que sus autores las mantienen en se-
102 ALBERT DELAVAL

creto, alegando que el público no tiene porqué saber


con que se le envenena.
En las grandes ciudades y sus alrededores, el con-
sumo de agua es tan importante que los manantiales
que se pueden alcanzar resultan insuficientes. Enton-
ces se recurre al agua de los ríos, que reciben por
parte de los ribereños, de los industriales y de los par-
ticulares, ya sea directamente o por las arroyadas,
residuos que contienen casi todos los venenos que el
hombre utiliza indistintamente. Estas aguas contienen
aún todos los restos orgánicos de la flora y de la fauna
enfermas, que sobreviven en esas condiciones dif íci-
les. Son tratadas en centros de depuración muy per-
feccionados, pero que siguen siendo incapaces de
producir agua pura. Centenares de millones de hom-
bres beben pues durante toda una vida agua tóxica.

La irradiación natural debida a los rayos cósmicos


y a los radio-elementos de la corteza terrestre es neu-
tra. Estamos adaptados a esta irradiación natural
cuyo grado es extremadamente débil. Cualquier irra-
diación artificial es peligrosa porque puede provocar
mutaciones genéticas, tanto en las células del cuerpo
amenazando la salud del individuo afectado, o en
las células germinales, siendo así responsables de
las taras hereditarias de su descendencia.
Cualquier irradiación artificial debe evitarse, inclu-
so la que proviene de las esferas de los relojes y demás
instrumentos, aunque sea muy débil. Si se aparta la
irradiación profesional, las fuentes de irradiación que
son peligrosas para el público son las siguientes: los
exámenes radiológicos, la televisión, las lluvias radio-
activas de las experiencias nucleares, los residuos de
las centrales atómicas.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 103

Según unas cifras publicadas por el Dr. Emile


Grubbe, en América, y divulgadas por la revista la
Nouvelle Hygiéne de noviembre 1963, en el caso de
la televisión, la dosis que un telespectador recibe
sobrepasa el límite fijado por la "Commission in-
ternationale De Protection contre les Radiations".
Los daños de las radiaciones ionizantes se añaden
a todo esto, cualquiera que sea su fuente y su natu-
raleza. Lo que cuenta, es, para un individuo, la dosis
total recibida a lo largo de su existencia y, para su
descendencia, la dosis total recibida por sus glándu-
las genitales.
El átomo pacífico es objeto de un desarrollo ace-
lerado. Las centrales atómicas se multiplican de
forma rápida en toda la Tierra. Sus residuos son
generalmente arrojados tal cual al mar, ya sea direc-
tamente, ya sea a través de un río. El peso de estos
residuos llega a ser de millares de toneladas por año.
Los atomistas han calculado que estos residuos
radioactivos diluidos en el agua de los océanos darían
un grado de radioactividad despreciable. Lo que pasa
es que esta radioactividad no se diluye en el agua,
sino que es absorbida integralmente por el plancton,
que a su vez la concentra en cantidades enormes.
Esta concentración alcanza grados fantásticos en
los peces y demás especies que se alimentan del
plancton; esta es una de las propiedades más lamenta-
bles de la materia viva. No se sabe gran cosa de las
corrientes que transportan el plancton durante miles
de kilómetros, ni tampoco de las migraciones de los
peces. Se han pescado ya peces radioactivos lejos de
cualquier fuente posible de contaminación. Dentro de
poco, todas las pesquerías del mundo estarán más o
menos contaminadas.
104 ALBERT DELA V AL

Algunos investigadores estudian actualmente téc-


nicas que podrían aumentar la cantidad de alimentos
sacados de los océanos, con el fin de reducir el défi-
cit en alimentos que sufre una humanidad cada vez
más numerosa. Estos "oceanistas" deberían en-
contrarse con los atomistas, para decidir cuál de estos
dos grupos debe abandonar sus trabajos. Las esperan-
zas de unos son, por ahora, absolutamente incompati-
bles con las intenciones de los otros.

La tierra fértil es un mundo vivo cuya compleji-


dad no se conoce mucho todavía. Innumerables bac-
terias, protozoarios, hongos, gusanos e insectos llevan
a cabo un fabuloso trabajo de químicos, al transfor-
mar sin cesar los elementos que vienen de la superfi-
cie y de las profundidades. En un bosque o una pra-
dera naturales, no explotados por el hombre, existe
entre el cielo, la tierra y el mundo vivo un equilibrio
perfecto. Todo lo que viene de la tierra vuelve a ella.
Este gran ciclo vital deja el suelo intacto e indefinida-
mente poseedor de todas sus cualidades nutritivas. La
vida vegetal y animal se desarrolla en él en las mejores
condiciones. Durante siglos, los campesinos europeos
han seguido esta ley natural casi fielmente. Han
conservado el suelo con toda su fertilidad utilizando
como abono el estiércol de sus granjas obtenido por
la cría del ganado mayor, a razón de una cabeza
por hectárea, y practicando el cultivo alternado y
el barbecho.
Desde hace cientos de años, el progreso de los
métodos de cultivo ha sido continuo, sobre todo en
lo que se refiere al uso de abonos artificiales. Este
progreso ha permitido un mejoramiento espectacular
de los rendimientos. Se trata aquí de "doping", que
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 105

implica los mismos peligros que el que se practica


con los deportistas. Tiene como consecuencia el des-
gaste del suelo. El exceso de materia orgánica y de las
sales minerales que así se sustraen a la tierra no es
compensado por el abono químico que se le ofrece.
El equilibrio del suelo se ve roto por todo lo que se
le quita y todo lo que se le añade. El suelo está enfer-
mo, ya que no encuentra todos los elementos que
necesita y se alimenta de elementos artificiales
tóxicos. Es víctima de los hongos, de los microbios
o de los virus. Hay que tratarlo con productos
químicos nuevos, de los cuales una parte cae al
suelo y aumenta por tanto el desequilibrio. La bús-
queda de un mejor rendimiento es universal, el jar-
dín más pequeño recibe su parte de abono químico
o de pesticida. Tarde o temprano, todo lo que ahí
crece debe ser tratado contra tal o tal enfermedad.
Hay muchos grados en la rapidez de desgaste de los
suelos con "doping". Y también muchos grados
de anomalías en los vegetales que crecen y que
representan un 90 por ciento de la alimentación
humana.
Sólo le queda una certeza al civilizado, y es que
hoy en día le es imposible conseguir en el mercado
un alimento que sea completamente sano y natural.
Esta situación se agrava de año en año.
A esta mala alimentación, complicada por la
glotonería para unos y la insuficiencia para otros,
que se opone de una forma absoluta e irremediable a
una vida con buena salud para todos los individuos,
que también se opone a la perennidad de la especie,
a esta mala alimentación, deben añadirse otros fac-
tores nefastos: la polución del aire por el humo del
tabaco y diversas pulverizaciones en las habitaciones,
106 ALBERT DELAVAL

por el gas de los coches y el de las hogueras industria-


les y domésticas en las ciudades, falta de ejercicio o
exceso de esfuerzos físicos, falta de sol, irradiación
artificial, ruidos cada vez más ensordecedores, preo-
cupaciónes cada vez más numerosas, debidas a las
complicaciones cada vez más grandes que lleva consi-
go la vida en sociedad, temor al paro, miedo a la
guerra, a la enfermedad, problemas de dinero, proble-
mas a nivel profesional, degradación continua de las
relaciones familiares y sociales como consecuencia de
un agotamiento nervioso generalizado ... O sea, la crea-
ción permanente de nuevas condiciones de vida que
no son naturales y de la Naturaleza. Ha cambiado este
ritmo natural por el de la máquina, que es absoluta-
mente inhumano. Esta sustitución es ya la causa de
diversos males que aún no tienen un nombre bien de-
teminado, pero que tienden a generalizarse. La nece-
saria atención constante y prolongada para llevar la
mayor parte de las máquinas, simples o complejas, va
más allá de las posibilidades humanas y provoca un
agotamiento excesivo que llega a ser insidioso y per-
manente.
¿Qué puede hacer la medicina en semejantes con-
diciones? Durante dos mil millones de años, la vida ha
progresado del alga hasta el hombre, sin necesidad de
ninguna medicina. Desde que el hombre se ha civili-
zado -y sobre todo desde que se ha sobrecivilizado-,
todo lo que vive en la Tierra, o casi todo, las plantas
y los animales, incluyendo al hombre, todo debe ser
curado. Todo está enfermo. Desde que la vida existe
sobre la Tierra, todo lo que en ella ha vivido se ha
conformado con las leyes ocultas de la vida. Cualquier
civilización debería tener como base el Código de la
Vida. La nuestra lo ignora por completo. Cada uno
LA NA TU RALEZA NO ESTA DE ACUERDO 107

de nuestros descubrimientos nos aleja de esto un poco


más, y como el ritmo de estos descubrimientos es
cada vez más rápido, nos sumergimos cada vez más
y cada vez más rápidamente en la anarquía biológica.
Los esfuerzos actuales de la medicina se parecen a una
carrera contra la muerte. Esta carrera ya se ha
corrido. La medicina ha salido perdiendo. Mucho
antes de que haya pasado un siglo, se declarará en
quiebra.
Sería injusto decir que la medicina es la única
responsable de este estado de cosas. Nosotros también
tenemos nuestra parte de responsabilidad en este
asunto, por lo menos los que nos vemos capaces de
reflexionar. Todos estamos drogados con progreso
y cada día aumentamos la dosis de esta droga. Lo que
el civilizado pide a su médico es que le dé la p íldora o
la inyección que le permitirá gozar de todas las nove-
dades y de todas las facilidades que el progreso mate-
rial pone a su disposición, de seguir fumando, bebien-
do alcohol y comer cualquier cosa; en resumen, lo
que quiere, es poder violar las leyes de la vida impune-
mente. Lo que le pide al cirujano es borrar, mediante
una operación, las consecuencias de las faltas que ha
cometido en contra de esas mismas leyes. Esto es una
utopía total. La Naturaleza es una contable rigurosa-
mente incorruptible. Todas las faltas que cometemos
contra las leyes naturales son almacenadas; ninguna
fuerza en el mundo puede borrarlas, ni siquiera la
medicina. Todo lo que ésta puede hacer es atenuar las
consecuencias y proponernos "muletas" para nues-
tras lisiaduras, remendar nuestra ropa vieja, colmar las
carencias de elementos naturales por productos artifi-
ciales, que a veces tienen el mismo papel, ayudarnos
a sobrevivir con nuestros males y aplazar la hora del
108 ALBERT DELA VAL

fracaso definitivo. Y, mientras tanto, seguir contribu-


yendo cada vez más a la degeneración de la especie
humana.
Todos somos más o menos conscientes de nuestra
responsabilidad en la enfermedad. Aquellos que dejan
de fumar después de unos esfuerzos meritorios reco-
nocen de manera implícita que el uso del tabaco es
una costumbre nefasta. Pero nunca nos atrevemos
a llegar hasta el final de nuestro razonamiento, el cual
nos llevaría a concluir con la malificencia de nuestra
civilización.
A varias enfermedades se les ha llamado "enferme-
dades de la civilización". De esta manera, la civiliza-
ción ha sido acusada varias veces pero nunca se la
ha condenado.
Hasta que no se conozcan y se supriman las causas
primeras de la enfermedad, cualquier esfuerzo de la
medicina será incapaz de impedir la degradación
continua del patrimonio hereditario humano. Ahora
bien, estas primeras causas las estamos agravando
todos los días. Es lo que llamamos el progreso.
Los enfermos que padecen transtornos funcionales
representan, según los mismos médicos, dos tercios
de su clientela. Estos enfermos, antes llamados "ima-
ginarios", se catalogan ahora como "inadaptados", y
sus transtornos, sin ninguna lesión visceral, son conse-
cuencia de su inadaptación a las condiciones de vida
que la sociedad les impone. El único afectado sería su
sistema nervioso. ¿Los demás enfermos son adapta-
dos? ¿Acaso esta inadaptación no está preparando el
terreno para todas las demás enfermedades? ¿Es que
estos enfermos se convertirán en adaptados el día en
que presenten una hermosa lesión orgánica?
No hay adaptación posible a las condiciones de
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 109

vida actuales, tan sólo hay diferencias de resistencia


frente a las agresiones. Sólo se trata de una cuestión
de suerte referente a la herencia, a la herencia y al
azar. Los que parecen estar adaptados a la civiliza-
ción se sitúan simplemente en la fase de resistencia
del S.G.A. Pagarán su inadaptación con una vejez
artificial y una muerte prematura.

Hay en Francia cada año de 50 a 100.000 inten-


tos de suicidio serios, de los cuales l 0.000 tienen
éxito. Entre estas víctimas de la civilización, evi-
dentemente inadaptados, y los demás civilizados,
aparentemente adaptados, tan sólo existe una di-
ferencia de grado en la inadaptación.
EL INCREMENTO DE LA LONGEVIDAD

La longevidad humana en esta segunda mitad del


siglo XX y para los Occidentales, está considerada
por ellos mismos como eminentemente satisfactoria
y su aumento, en comparación de lo que era en los
siglos pasados, se considera como la más brillante ad-
quisición de nuestra civilización. Siempre se lo men-
ciona en la prensa y en la literatura. La medicina se
atribuye el mérito.
En el siglo XIX, el hecho de que los niños trabaja-
ran a los diez años diez horas al día, el que los adultos
lo hicieran doce o catorce horas al día durante seis
o siete días a la semana, 52 semanas al año, y que el
salario fuera insignificante, todo esto y mucho más
hizo que millones de seres humanos parecieran unos
viejos a los 40 años. Si hoy los obreros pueden reti-
rarse a los 65 años aunque se sientan bien f ísicamen-
te, se lo deben a los éxitos sociales de sus antepasados
y no a la medicina.
Pero sería interesante comparar la longevidad
actual con lo que era en la edad de piedra. Ahora
bien, se puede hacer seriamente esta comparación
gracias a una curiosa experiencia. En Santé et Mala-
die (Time-Life -Le Monde des sciences) René Dubos
y María Pines nos muestran un breve paralelismo en-
112 ALBERT UELAVAL

tre la longevidad de los individuos con profesiones


liberales en Suecia, que detentan el record del mundo
en cuanto a salud en los países ricos, y la de los ne-
gros de Australia. En los dos casos la longevidad
es equivalente.
Suecia es el país más próspero del mundo occi-
dental, el nivel de vida es tan elevado como el de
los Estados Unidos, y René Dubas y María Pines,
hablando de estos recordmen de la salud, dicen
que "están completamente protegidos desde su
nacimiento hasta la muerte, ya que viven en unos
hogares higiénicos y son curados en los hospita-
les más modernos".
En los comienzos de la colonización europea,
hace 180 años, la población autóctona de Australia
contaba con trescientos mil individuos aproximada-
mente y parece ser que esta cifra fue la misma duran-
te miles de años. Según las estadísticas de 19 5 5, tan
sólo quedaban entonces unos cuarenta mil indígenas
de raza pura y treinta mil de sangre mezclada. La
mayor parte de estos supervivientes viven de una for-
ma miserable en reservas o en los alrededores de las
ciudades. Su estado de salud es deplorable. Se en-
cuentran vencidos por la enfermedad, por el alcohol
y por el asco de vivir.
Sin embargo, algunos millares de hombres han
conservado la forma de vivir de sus antepasados;
han rechazado de lleno nuestra civilización, sin
darle ninguna concesión. Viven libres en el desierto.
La indigencia de estos seres humanos resulta difícil
de imaginar para un civilizado. Están completamente
desnudos y soportan el frío de la noche sin ninguna
clase de protección. Sólo tienen herramientas de pie-
dra, de madera o de hueso. Viven de la caza y de la
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 113

cosecha de algunas semillas y raíces, se alimentan de


la carne de los canguros y de los casuarios, de termes,
de lagartos y de algunos vegetales. Lo ignoran todo
acerca de los cultivos y de la ganadería. Se desplazan
constantemente, de un punto de agua a otro. Reco-
rren dos o tres mil kilómetros por año buscando
algún animal para cazar. Para estos hombres, no hay
ninguna transición entre la salud y la muerte. Los
raros enfermos y los viejos son abandonados en el
desierto y mueren de hambre. No se trata aquí de
una crueldad ni de indiferencia, sino de una necesi-
dad imperativa, que resulta ser la única que permite
sobrevivir al grupo.
Algunas tribus un poco menos "salvajes" tienen
algunos contactos con la civilización. Usan herramien-
tas de hierro y poseen armas. Cuando es posible,
dejan a sus enfermos y a sus viejos en unas misiones
donde les dan harina, té y azúcar y donde no tardan
en morir de escorbuto.
Los viejos abandonados por la tribu no son unos
hombres acabados en el sentido en que nosotros, los
civilizados, lo entendemos. Simplemente ya no son
capaces de realizar esfuerzos importantes, como, por
ejemplo, recorrer la distancia que hay entre dos pun-
tos de agua, que a veces resultan muy retirados. Si
pudieran gozar de condiciones de vida un poco menos
duras, probablemente sobrevivirían durante muchos
años. Así pues, la comparación entre la longevidad de
los negros de Australia y la de los civilizados no nos
puede dar una idea de la realidad, a nos ser interpreta-
da. En cuanto a la salud de estos primitivos, es muy
superior a la de los civilizados, ya que estos hombres,
por decirlo de alguna manera, no tienen derecho a
estar enfermos. ¿No son la salud y la longevidad los
114 ALBERT DELAVAL

bienes más preciados que posee la humanidad? Seis


mil años de civilización nos separan de los auctócto-
nos australianos. ¿ Qué hemos ganado en estos campos
durante esos seis milenios? Estamos, al contrario, en
plena regresión, a pesar de nuestra formidable red sa-
nitaria. Las probabilidades de una próxima regresión
son tan grandes como las de un eventual mejoramien-
to. Si no queremos seguir bajando, es imprescindible
que miremos las cosas de frente y que comprendamos
de una vez por todas que las estadísticas de longevi-
dad no significan una victoria, sino un fracaso, el fra-
caso de lo que a los hombres les ha dado por llamar ci-
vilización desde siempre.
En lo que se refiere a los primitivos de Australia,
todavía hay que decir que todos son rechazados por
los blancos en las regiones donde las condiciones de
vida se encuentran al límite de lo posible. Antes de la
colonización, ocupaban todo el país, lo cual incluye
algunas regiones mucho más acogedoras que los
desiertos donde hoy en día se encuentran acantona-
dos. Se puede suponer que la salud y la longevidad
de los hombres que vivían antes en estas regiones
fértiles eran muy superiores a la de sus descendientes,
que ahora son nuestros contemporáneos. En su
territorio encontraban, en abundancia, caza, agua,
vegetales comestibles y la leña para calentarse. Exis-
ten todas las posibilidades para que nuestra inferiori-
dad, frente a estos hombres de la edad de piedra que
vivían hace dos siglos, sea mucho más importante que
lo que pueda parecer actualmente.
René Dubas y María Pines dicen que la esperanza
de vida, para los americanos que actualmente tienen
45 años, ha aumentado de tres años para los hombres
y de siete años para las mujeres desde que empezó
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 115

este siglo. El importante incremento de la longevidad


media desde aquella época, hace unos veinte años,
se debe esencialmente al hecho de que el número de
individuos que llegan a la edad adulta es mucho más
elevado que antes. Esta observación también es válida
para todos los países desarrollados. Por consiguiente,
algunos de nosotros debemos a los progresos de la
civilización el estar aún vivos. Tal vez no sean muy
numerosos los civilizados que puedan afirmar, y con
razón, cualquiera que sea su edad, que vivirían si hu-
bieran tenido que vivir en las mismas condiciones que
sus antepasados, en los siglos precedentes. Pero una
vez pagado el tributo de reconocimiento eventual e
individual hay que mirar las cosas desde otro punto
de vista. El incremento de la longevidad media
tiene unas contrapartidas desastrosas.
Lleva consigo una disminución de vitalidad media
de cada uno, y esto tiene por consecuencia un incre-
mento de las taras que se transmiten de forma here-
ditaria.
Antes, los niños llamados "inadaptados" se
eliminaban por sí mismos de manera bastante rápida.
Hoy en día, la medicina les brinda numerosos años de
vida. En la mayoría de los países desarrollados,
millones de padres pasan largos años de su vida en
plena deseperación. Aquellos cuyos hijos están muy
enfermos tienen constantemente un horrible espectá-
culo ante sus ojos. Para muchos de ellos, el satisfacer
las necesidades de un hijo enfermo mental es una
carga moral y material agobiante, y cada día caen en
la más profunda deseperación.
En el otro extremo de la cadena, la situación resul-
ta de la misma forma lamentable. El número de fami-
lias modestas aumenta constantemente, aquellas que
116 ALBERT DELAVAL

se hacen cargo de un pariente de edad que ya no


puede vivir solo y cuyo estado necesita unos cuidados
permanentes. No son raros los casos trágicos en los
cuales un moribundo perseverante gasta, durante
años, un poco de la salud de aquellos que le cuidan
y transforma los últimos años de sus vidas en calvario.
Cuántas personas menos mayores se consumen hasta
la muerte para que los viejos duren más.
Los asilos privados para ancianos sólo están al
alcance de las familias acomodadas. En Francia, los
establecimientos públicos para personas mayores
sólo pueden acoger a una pequeña parte de aquellos
que lo solicitan (alrededor de un 1 O por ciento).
Más de un millón de ancianos ven negada su entrada
en los asilos de esta forma. Los establecimientos bien
cuidados no son una mayoría. Muchos de ellos,
montados en unos edificios antiquísimos, tienen
instalaciones sanitarias de lo más rudimentarias. El
olor de las habitaciones es inimaginable. En estos
dormitorios, los ancianos que aún poseen sus facul-
tades intelectuales están con otros que sólo son una
unas larvas reducidas a un tubo digestivo y a una
laringe. Para estos viejos que desgraciadamente poseen
aún toda su lucidez es el infierno antes de la muerte.
La plantilla de estos establecimientos siempre es
insuficiente y a menudo negligente. Es verdad que,
para trabajar concienzudamente en estas condiciones,
hay que poseer unas cualidades de devoción y de
abnegación que se parecen mucho a la santidad. Los
escritores, los periodistas, los políticos que utilizan,
en sus escritos o en sus discursos, las estadísticas de
longevidad deberían pensar más en la enorme canti-
dad de desesperación humana que ocultan.
En su obra Opération Boomerang; Bengt Daniel-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 117

son nos informa que aparece un esbozo de movimien-


to entre los negros australianos, a pesar de las condi-
ciones extremadamente difíciles que les han dejado,
para honrar sus antiguas costumbres e incitar a sus se-
mejantes "civilizados" para volver a la vida libre del
desierto.
La actitud de estos hombres, perdidos en nuestro
siglo frente a la civilización, debería llevarnos a plan-
tear si ésta tiene exactamente el valor que le atri-
buimos.
Sin embargo, lo que debemos retener absolutamen-
te, es que estos "salvajes" no son manifiestamente
superiores en lo que se refiere a la vitalidad y a la
longevidad. Esta superioridad no se refiere a la media
de los civilizados, sino a los más privilegiados. Es
decir que los "salvajes" más desfavorizados en cuanto
a las condiciones de vida que les han impuesto los
blancos, disfrutan de un estado de salud muy superior
a los privilegiados del mundo civilizado,
Se nos ofrece otra oportunidad para valorar la
degeneración provocada por la civilización. En las
pruebas de atletismo, el deporte noble por excelencia,
la mayoría de las medallas olímpicas ganadas por
norteamericanos, lo han sido por negros. Sin embar-
go, los negros sólo representan un l O por ciento de
la población del país y tienen muchísimas menos fa-
cilidades para practicar deporte que los blancos. Se
puede suponer que esta enorme superioridad está
ligada a la raza. Es muy posible, pero muy improba-
ble. Hay muchas posibilidades de que los negros de-
ban esta superioridad al hecho de que son civilizados
de fecha reciente comparado con los blancos.
He aquí lo que Wolfrang Langewiesche dice acerca
de la mano de obra negra de las minas de oro de
118 ALBERT DELAVAL

Africa del Sur:


"Desprovistos de sus pobres vestimentas, recobra-
ban como por milagro su dignidad primitiva. Es una
impresionante colección de hombres anchos de es-
palda, estrechos de cadera, con el vientre liso e indu-
dablemente más bellos que cualquier blanco de los
alrededores."
BIOFICCION Y REALIDADES

Desde siempre, el hombre se interroga acerca de la


reproducción y de la herencia. Durante siglos sólo
ha encontrado para estas angustiosas preguntas res-
puestas dogmáticas vagas e incontroladas. Y es que,
para penetrar en los secretos de la Naturaleza, hay
que cambiar de "escala" y descender al nivel de la
célula y del átomo. Hasta el siglo XIX los progresos
de la técnica no permitieron estudiar la célula, que
aporta las primeras luces sobre el misterio de la vida.
Después, en el siglo XX, este proceso se ha acelerado
mucho y en estos últimos veinte años ha sido extre-
madamente rápido.
Genetistas, evolucionistas, científicos de la ciber-
nética, bioquímicos, físicos y matemáticos reunen
todas sus técnicas, su ingenio, su perseverancia y su
talento para acumular descubrimientos espectacula-
res. Hoy en día el número de sus victorias impone
admiración y respeto.
Por f ín, el hombre puede comprender como ha
llegado a ser lo que es. Desde un pasado muy remoto
puede seguir el vacilante transcurso de la vida. Desde
el momento en que, en un océano primitivo, se
produjo la primera síntesis de elementos que la
Naturaleza iba a utilizar para conseguir esta gran
122 ALBERT DELAVAL

diversidad de plantas y animales que hoy pueblan la


Tierra. Impreso en la roca, vuelven a encontrar la
huella de millones de generaciones pertenecientes
a los seres de los cuales es descendiente. Aunque algu-
nos episodios de esta grandiosa aventura han sido bo-
rrados por el tiempo, las grandes líneas permanecen
perfectamente discernibles.
Orgulloso de esta ciencia transcendental, el hom-
bre tal vez esté en trance de llegar a ser un demiurgo
capaz de dirigir su propia evolución, de discernir una
meta y dirigirse hacia ella con toda seguridad. Por
desgracia, su marcha forzada le ha conducido al pie
de una montaña llena de complejidad que resulta ser
un obstáculo vertiginoso, por el momento y tal vez
para siempre, insuperable. El hombre sabe que todo
su pasado y todo su porvenir están incluidos en su
patrimonio hereditario, en veintitres pares de
cromosomas que contienen, dentro de una alucinante
miniaturización, la experiencia de miles de millones
de años de vida y de miles de millones de promesas
futuras. El hombre sabe que este grupo de cromoso-
mas es el material utilizado por la Evolución para su
marcha hacia el progreso. ¿Acaso ha robado a la
Naturaleza su gran secreto? No importa, este secreto
que acaba de arrancarle mediante unos frenéticos des-
cubrimientos no le sirve de nada. La genética experi-
mental humana no deja de ser, por el momento, un
mundo prohibido. Para actuar sobre los genes sabien-
do lo que se hace, es decir con una meta al alcance,
no hay ningún método, ningún dogma, sino una ig-
norancia total y absoluta . Y, detrás de todas estas
enormes dificultades que tiene ante él, el hombre des-
cubre otro adversario irreductible: el Tiempo. El
hombre es un animal con prisa: mil años resultan una
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 123

eternidad para él. Todas las experiencias de la vida se


desarrollan en períodos larguísimos, pero teniendo en
cuenta la aceleración de su progreso. Lo que le falta al
hombre en el campo de su propia genética es, entre
otras cosas, el poder establecer un plano de investi-
gaciones de cien mil años.
Ahora bien, el patrimonio hereditario humano
se degenera de forma rápida y las medidas indispen-
sables que se han de tomar para remediar todo esto
deben ser urgentísimas. Entre los conocimientos que
los científicos han acumulado se encuentran los datos
del problema.

Para todos los seres vivos, tanto las plantas como


los animales, el patrimonio hereditario está represen-
tado por unos cromosomas cuyo número y dimen-
siones varían de una especie a otra. Un cromosoma
comporta un gran número de genes. La constitución
de los genes y su arquitectura son ahora conocidos
y esto es una de las victorias más brillantes de la cien-
cia del siglo XX. La maqueta de una pequeña parte
de un gen aumentada mil millones de veces ha sido
presentada en numerosas exposiciones y reproducida
en la prensa mundial.
El elemento constitutivo de un gen es el nucleó-
tido, integrado por una combinación extremadamente
estable de un azúcar, de un fosfato y de una
base nitrogenada. El azúcar y el fosfato siempre son i-
dénticos a ellos mismos. Salvo algunas excepciones,
la base pertenece a uno de los cuatro grupos del tipo
A, T, C o G. También hay cuatro tipos de nucleóti-
dos, y dos cadenas se unen entre ellas por sus bases,
realizando así la imagen de una escala de cuerda cu-
yos largueros resultan ser una alternancia de azúcar y
124 ALBERT DELAVAL

fosfato, y los barrotes dos bases unidas. Los largue-


ros no son paralelos, sino que están enrollados en
forma de hélice uno alrededor del otro. Las bases
obedecen a una condición de compatibilidad de
manera que sólo son posibles dos grupos: A-T y C-G.
Esta descripción también es válida para todos los
seres humanos. Se puede aplicar a los virus. La vida
sólo tiene un alfabeto. Las características de una es-
pecie dependen del número de nucleótidos, de su
combinación de genes y cromosomas y, en cada uno
de éstos, de la alternancia de los grupos A-T y C-G.
Los genes poseen una propiedad única en la Natu-
raleza: pueden multiplicarse mediante divisiones.
En el transcurso de una división celular, los genes se
dividen de forma longitudinal en dos partes, con la
ruptura de la ligadura de sus bases. Cada medio-gen
vuelve a constituir otro gen entero e idéntico al gen
primitivo, llamando a los nucleótidos que flotan
libremente en el núcleo de la célula.
La longitud de un nucleótido parece ser igual a
3 ,5 angstroms, es decir aproximadamente la tercera
millonésima parte de un milímetro. La longitud
total de los genes, para el hombre, es de un metro
aproximadamente y contiene varios millones de
nucleótidos.
Para una determinada especie, el capital genético
representa:
-La memoria de todas las experiencias consegui-
das a través de todas las generaciones de las sucesi-
vas especies que la han precedido;
-el programa de reproducción de un individuo
que posee las características actuales de la especie;
-las posibilidades vitales del individuo, desde su
nacimiento hasta su muerte, o sea el programa bioló-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 125

gico de toda una existencia;


-las posibilidades de perfeccionamiento de la
especie mediante mutación genética e intercambios
de genes entre cromosomas homólogos en la fase de
división de las células sexuales.
El capital hereditario de un individuo al nacer
representa todas las características físicas, fisiológi-
cas y psíquicas de este individuo y todas las posibi-
lidades que podrá utilizar durante toda vida. Su
longevidad y vitalidad están escritas en sus genes;
lo están en su máximo valor. Es pura ficcion imagi-
nar que el hombre pudiera incrementarlas, por poco
que sea. Existe, a este nivel, en la ciencia de la vida un
gran malentendido. Algunos investigadores se propo-
nen aumentar la longevidad humana "corrigiendo a la
Naturaleza". Esto es una concepción de la vida com-
pletamente errónea. La longevidad escrita en los genes
corresponde a una manera de vivir muy determinada
y a ninguna otra, y es esta forma de vivir la que el
hombre debe descubrir y adoptar para disfrutar ple-
namente de su longevidad. Así como de su vitalidad.
Es una noción intuitiva en cada uno de nosotros el
hecho de que podamos acortar nuestra vida viviendo
mal, mediante el vicio, por ejemplo. Esta noción se ve
ilustrada por varios refranes: "Tirar la casa por la
ventana". "Corta, pero buena", etc ... Parece ser que,
en este asunto, el sentido común popular está más
próximo a la realidad que la ciencia. Actualmente, la
longevidad del hombre es probablemente muy infe-
rior a la mitad de la longevidad específica humana. En
esta enorme diferencia se sitúan las posibilidades de
mejoramiento y son mucho más grandes que lo que se
supone generalmente. Sin embargo, no se trata de co-
rregir a la Naturaleza, sino de modificar el comporta-
126 ALBERT DELA VAL

miento del hombre.


Tal vez, nuestros lejanos descendientes, converti-
dos en verdaderos superhombres mediante numerosas
y felices mutaciones, poseerán poderes de los cuales
no tenemos ni idea. Pero por el momento, no pode-
mos tocar ninguno de nuestros genes. Así pues,
hemos de aceptar nuestro capital genético tal cual e
intentar descubrir a qué condiciones de vida precisas
corresponde. Sólo podemos conseguir esto después
de haber entendido con claridad cuál es nuestra
responsabilidad en el actual estado de cosas.
Cuando el hombre se observa a sí mismo de arriba
abajo de una manera clara, descubre asombrado, el
milagroso poder de su mente y la también milagrosa
perfección de su organismo. Desde el cerebro hasta
los músculos, se encuentra con una extraordinaria
acumulación de maravillas. Contemplando su pasado,
puede valorar la extraordinaria suma de esfuerzos
gastados por la Vida para llegar a este fabuloso
resultado. Pero, en los ojos de sus semejantes, sólo
lee odio o desesperación. Ante él sólo ve peligros.
señales de sufrimiento y de destrucción para su
propia generación y para sus hijos. Entonces, la
infinita paciencia que ha usado la Naturaleza para
realizar la increíble maravilla que representa un ser
viviente dotado de un espíritu y de una conciencia,
estos miles de millones de tanteos proseguidos con
una increfble perseverancia durante tiempos infini-
tos, todo esto para llegar a este mundo monstruosa-
mente injusto, sin piedad, cruel, doloroso, tarado e
inseguro. Unos esfuerzos tan gigantescos para un re-
sultado tan miserable. Una herramienta tan perfecta
para un resultado tan malo. La Naturaleza ha creado
la herramienta, integralmente, y el hombre la utiliza.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 127

¿En qué se puede culpar a la Naturaleza en este


asunto? Un contraste tan violento entre las posibi-
lidades ofrecidas al hombre por la Naturaleza y lo que
éste ha hecho con ellas es una condena a su compor-
tamiento sin apelación. Mientras el hombre se niegue
a reconocer que él es el único y exclusivo responsable
de sus desgracias, será incapaz de remediarlas. Tam-
bién debe aprender a conceder a la Naturaleza el res-
peto que le es debido.
El científico americano John Pfeiffer escribe:
"Para facilitar sus cálculos, Davis Garfinkel, del
grupo Chance, de la Universidad de Pensilvania, usa
dos calculadoras electrónicas. Una de ellas, la Univac
II ha funcionado durante nueve horas sólo para saber
lo que pasaría durante 50 segundos de actividad de
una maqueta de una célula cancerígena que contiene
sesenta y cinco sustancias mezcladas en ochenta
y nueve reacciones, en el momento de la introducción
de la glucosa en la célula.
"Entenderemos mejor todavía la complejidad de
la biología moderna sabiendo que una célula puede
ser la sede de dos mil reacciones, cuando nuestra ma-
queta sólo puede tener ochenta y nueve. Y la célula
biológica, a pesar de ser millones de veces más
pequeña que esa calculadora moderna, controla y
regula sin cesar todas aquella reacciones". ( La Cellu-
le, p. 42)
Una célula pesa la mil millonésima parte de un
gramo, el peso de la calculadora es del orden de una
tonelada. La célula es pues mil millares de millones de
veces más ligera que la calculadora, y sin embargo es
más rápida y más eficaz. Con una extrema miniatu-
rización, la Naturaleza añade una concisión de lengua-
je tan avanzada que sobrepasa, por el momento,
128 ALBERT DELAVAL

nuestra comprensión. Un abismo separa las realiza-


ciones humanas de las realizaciones naturales. ¿Cómo
es que el hombre pretende corregir a la Naturaleza?
¿Acaso porque recientemente ha conseguido sinteti-
zar algunas proteínas? Desde el punto de vista huma-
no, esto es una proeza sensacional. Los científicos
que la han conseguido son hombres extraordina-
rios y de forma indiscutible forman parte de la alta
élite de la humanidad. Pero su proeza es meramente
insignificante comparada con las de la Naturaleza.
El hombre es con evidencia el niño mimado de la
Naturaleza. Para disfrutar de los fantásticos regalos
que le ha dado sólo tenía que respetar las leyes de la
Vida a las cuales se someten todos los organismos vi-
vos; unas leyes que, por sí solas, pueden evitar el
desorden y la anarquía en la Tierra, unas leyes que
han ido indicando a la Vida una trayectoria que po-
demos seguir desde sus comienzos hasta la aparición
del hombre y cuya característica es una escalada
cada vez más rápida hacia una perfección cada vez
más grande. Algún día habrá que reconocer que el
hombre ha roto esta progresión. Cegado por no se
sabe qué orgullo satánico, ha querido apoderarse de
las leyes de la Vida. Ahora bien, cualquier violación
de estas leyes es inexorablemente sancionada por una
agresión que disminuye las posibilidades de vida del
culpable. Conocemos todos algunas personas astutas
que han sabido tergiversar las leyes establecidas
por la sociedad y que se han asegurado un gran
bienestar material. La astucia más genial es ineficaz
contra las leyes naturales, cualquier trampa conlleva
una sanción automática e inevitable. Ya que la Natu-
raleza no ha hecho del hombre un dios, ha marcado
unos límites a sus posibilidades. El hombre no ha po-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 129

dido soportar estas coacciones y ha entrado en lucha


contra su propia naturaleza. En esta lucha insensata,
que dura desde hace milenios, ha conseguido innume-
rables heridas.
Estos límites impuestos por la Naturaleza a una
especie, se llama adaptación específica. Como cual-
quier otro animal, el hombre nace con unas posibili-
dades de adaptación determinadas y delimitadas que
fornan parte de su capital hereditario. El periodo de
crecimiento que corresponde a la infancia y a la ado-
lescencia es la de la preparación a la vida durante la
cual se desarrollan todas las potencialidades adapta-
tivas. Un individuo que goza de una herencia perfecta,
criado en unas condiciones ideales, llega a la edad
adulta con un organismo perfectamente adaptado a
las condiciones de vida impuestas a su especie por la
Naturaleza. Este ser ideal ya no existe en la especie
humana y ningún hombre en el mundo conoce los
límites que debería respetar.
En cuanto se sale de los límites de la adaptación,
se entra en campo de la agresión de la enfermedad.
Como es totalmente incapaz de tocar de forma útil
cualquiera de sus genes, el hombre no puede aportar
ni la más mínima modificación a sus facultad es de
adaptación. La única posibilidad que le queda es
intentar conocer los límites que le han sido impuestos
de forma imperativa por su herencia y seguir su vida
dentro de esos límites.

La morbilidad humana se debe totalmente a las


múltiples agresiones sufridas por el hombre. "Sólo
ahora comprende el hombre la verdadera causa de
la mayor parte de sus enfermedades: una perturba-
ción del ambiente ecológico". (la écologie, Peter
130 ALBERT DELAVAL

Farb , 1963). Peter Farb quiere decir que los hombres


han comprendido.
Las actividades humanas, salvo algunas excepcio-
nes, tienen actualmente como consecuencia una
destrucción cada vez más rápida de nuestro medio
ambiente natural y los proyectos que se estudian
no hacen que esta tendencia disminuya.
La lógica más simple hace suponer que la prin-
cipal preocupación del civilizado sería el suprimir
el mayor número posible de agresiones. El civilizado
está impaciente por aumentar su bienestar material.
El afán de un nivel de vida material cada vez más
elevado le obliga a crear un medio ecológico cada vez
más agresivo. La conducta del civilizado es, en su
esencia, ilógica. La civilización, tal como la concebi-
mos, es un desafío al sentido común. El comporta-
miento del civilizado es, por decirlo así, muy pueril.
Envenenamos cada vez más nuestro medio-am-
biente. En 1960, un centro de investigaciones ameri-
cano se había propuesto identificar todos los produc-
tos químicos contenidos en las aguas de los Estados
Unidos. Se detuvo después de haber catalogado un
centenar de venenos, desanimados ante la magnitud
del trabajo que les quedaba por hacer. Cada año, la
industria fabrica venenos nuevos, que inmediatamente
se ponen a circular con excelentes justificaciones.
Cuando se examina aisladamente las consecuencias
nefastas que resultan del empleo de uno solo de los
productos nuevos, siempre es posible, haciendo al-
guna trampa, minimizarlos y probar que las ventajas
que conlleva su utilización son más grandes que los
inconvenientes. Para fabricar cualquiera de estas no-
vedades, hay que gastar mucha inteligencia; así pués,
una vez terminados sus esfuerzos, el inventor se en-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 131

cuentra demasiado cansado para comprender que la


nocividad de su invento viene a añadirse a la de innu-
merables novedades inventadas por sus rivales. A
veces ocurre que, cuando dos productos tóxicos están
en contacto, su nocividad no sólo se suma, sino que la
toxicidad de uno puede multiplicarse por diez, veinte
o más.
El envenenamiento de nuestro medio-ambiente
se prosigue al acelerado ritmo del progreso científi-
co. Cada año, la industria lanza al mercado centenares
de productos nuevos, siendo todos tóxicos en dife-
rentes grados, todos agresivos. Y nosotros entramos
en contacto con esos venenos por el aire que respira-
mos, el agua que bebemos, y los alimentos que absor-
bemos. A esto hay que añadir las agresiones diversas
que sufrimos por nuestra forma de vivir que es cada
vez más antinatural,
Ninguna agresión es inofensiva. Todas deterioran
nuestra vitalidad y disminuyen nuestra longevidad.
Nos roban, según los casos, minutos o años de nuestra
vida. Las pequeñas agresiones cotidianas usan lenta-
mente, pero de forma inexorable, nuestra vitalidad
y nuestra longevidad. Las grandes pruebas hacen que
decaigan de forma repentina los grandes pilares de la
vida. Es completamente imposible padecer una agre-
sión sin atenerse a las consecuencias. Al volver a la
buena salud, después de una enfermedad, por muy
benigna que sea, el organismo no es el mismo que
antes de la prueba. Cuando esta disminución es débil,
pasa desapercibida. La lenta erosión producida por
la cantidad de pequeñas agresiones no se puede obser-
var. El papel de la agresión sólo es evidente en raras
ocasiones y hay que hacer un esfuerzo de inteligencia
y de reflexión para comprenderlo.
132 ALBERT DELAVAL

Los chinos cuentan la edad a partir de la procrea-


ción y no a partir del nacimiento. En efecto, en ese
momento empieza la vida. Y la agresión. En cuanto
se pega a la pared uterina, algunos días después de
la ovulación, el óvulo, que ya está en vía de división
celular, se encontrará a la merced de los tóxicos
absorbidos por la madre. Los civilizados acaban de
empezar a comprender que el comportamiento de la
madre, tanto físico como psíquico, durante la gesta-
ción, tiene una influencia decisiva en el porvenir del
niño que engendrará.
Algunas tragedias, algunas observaciones numero-
sas han hecho que la medicina reconozca que la pla-
centa deja pasar todos los tóxicos contenidos en la
sangre materna. Este hecho de capital importancia,
añadido a la artificialización acelerada de la existen-
cia, lleva inexorablemente a la especie humana hacia
la degeneración.
El crecimiento del embrión es el fenómeno más
extraordinario de la Naturaleza. El hombre desconoce
las fuerzas implicadas en este proceso, el cual signi-
fica una milagrosa coordinación de millones de auto-
matismos biológicos, todos extremadamente preci-
sos e infinitamente delicados.
Durante la gestación, el animal salvaje, guiado
por su instinto, tiene un comportamiento especí-
fico que asegura a sus descendientes un desarrollo en
condiciones ideales. En la Naturaleza, existe entre los
automatismos del embrión y el comportamiento de
la madre una perfecta concordancia, y de esta con-
cordancia dependen la perennidad de la especie y el
progreso de la Vida.
En su más noble y más importante función, en el
periodo más crucial de su existencia, la mujer de nues-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 133

tro mundo civilizado ya no se guía por ninguna


fuerza instintiva. La ciencia que debería sustituir
estos instintos desaparecidos no existe prácticamente.
Existe, entre el íntimo milagro de la gestación y el
comportamiento humano durante este periodo, una
desastrosa divergencia. Por consiguiente, ningún niño
nace sin que sea portador de alguna tara, visible
o no. Raros son los niños que no son operados en
los primeros años de vida.
Existe obligatoriamente un comportamiento ópti-
mo que, si fuera seguido por la madre durante el em-
barazo, daría al niño el número máximo de probabili-
dades para nacer con todas las posibilidades intactas
que están incluidas en los genes de sus padres. En
nuestra época de ciencia a ultranza y acumulación de
conocimientos, este comportamiento, del cual depen-
de la supervivencia de la especie, es ignorado por la
ciencia. Es ignorado hasta tal punto que las mujeres
embarazadas reciben frecuentemente medicamentos,
es decir drogas que nunca son inofensivas para los
adultos y comparten con el hijo que llevan, en el pe-
riodo más frágil.
Algunas experiencias sobre animales y las obser-
vaciones sobre seres humanos han mostrado que un
choque moral sufrido por la madre modifica el fun-
cionamiento de sus glándulas endocrinas y pertur-
ban el desarrollo del embrión o del feto. En nuestra
sociedad, el psiquismo de las futuras madres se pone
en peligro y parece ser que no se hace gran cosa
para protegerlas. Las mujeres embarazadas todavía
sufren exámenes radiológicos. Cuando los rayos X
llegan a la pelvis, es imposible que siempre sean ino-
fensivos para el niño. Así como los que emanan de
la televisión.
134 ALBERT DELAVAL

Si la mujer no sabe lo que tiene que hacer durante


el embarazo, tampoco lo sabe después. Durante la
primera mitad de este siglo, la lactancia de pecho
era considerada como algo accesorio, casi como un
vestigio de tiempos oscuros. Una féliz reacción
aparece en contra de esta tendencia y todas las jó-
venes madres reciben el consejo de alimentar ellas
mismas a su hijo, en la medida de lo posible.
Sin embargo, la lactancia artificial es aún muy
frecuente. Habría que enseñar a la madre que su
deber más sagrado, entre los que le son obligatorios
en ese momento de su existencia, es el de amamantar
ella misma a su hijo. La leche materna es, para un
recién nacido, absolutamente insustituible. Consti-
tuye el único alimento del primer afio, y probable-
mente los dos primeros años de vida, que puede ase-
gurarle el desarrollo óptimo al que tiene derecho.
Cualquier producto de sustitución, sea el que sea,
frustrará al niño y cuando sea adulto también frus-
trará una parte de su vitalidad. En cualquier especie
de mamíferos, la imposibilidad para la madre de ali-
mentar a sus hijos correspondería a una esterilidad;
ningún niño podría sobrevivir a esta carencia. Sería
el final de una casta. Una especie donde esta tara
estuviera muy extendida se encontraría en una fase
muy avanzada de degeneración. En nuestro mundo
civilizado, o bien la alimentación artificial de los
recien nacidos sólo es la última fase de una desastro-
sa moda y se justifica en unos casos extremos _y puede
desaparecer instantáneamente, o bien se basa en unas
realidades fisiológicas y representa la advertencia más
grave que los civilizados pueden recibir en cuanto
a sus errores de comportamiento.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 135

Para los animales libres, los que viven en su habi-


tat genuino, la preparación para la vida durante la
infancia y la adolescencia, ya sea instintiva o aprendi-
da, se realiza en la Naturaleza, en condiciones
que corresponden a las posibilidades incluidas en sus
genes. Estas posibilidades de adaptación conllevan, de
un individuo a otro, algunas pequeñas variaciones en
torno a una media. Cualquier animal cuyas posibi-
lidades de adaptación al nacer caen por debajo de
un determinado nivel, muy próximo a la media, está
condenado a desaparecer rápidamente. Cuando un
recién nacido presenta taras aparentes es abandonado
por la madre, que se niega a alimentarlo.
Para el hombre, esta preparación para la vida se
realiza en unas condiciones artificiales que ya no co-
rresponden a sus posibilidades genéticas, lo que
introduce de por sí múltiples motivos de agresión. Al
nacer, existen grandes diferencias de posibilidad
de adaptación según el niño, incluso en una misma
familia. Un recién nacido sólo puede desaparecer si es
portador de taras muy graves. Todos los demás,
incluso los que son víctimas de taras importantes,
tienen muchas posibilidades para llegar a la edad adul-
ta y transmitir sus taras a sus descendientes.
Para los animales que viven en sociedad, criar y
educar a los jóvenes no supone ningún problema, o
más bien en cuanto se plantea el problema aparece
una respuesta automática. Los adultos saben qué ac-
titud deben tener ante su progenitura. Para los simios,
en particular, las reglas de educación se transmiten
de generación en generación, ya que los jóvenes
observan el comportamiento de los adultos. Estos
animales poseen un "código de la educación" válido
indefinidamente, y sus condiciones de vida sólo su-
136 ALBERT DELAVAL

fren cambios ínfimos, de una generación a otra.


Hay pocos campos donde la desesperación y la
impotencia del civilizado sean tan grandes como en el
de la educación de los hijos. Cómo pueden unos
padres de hoy preparar a sus hijos para la vida de
mañana, de la cual lo ignoran casi todo. Las condi-
ciones de existencia no sólo cambian de una genera-
ción a otra, sino también de un año para otro. Bajo el
impulso de este ciclón, acentuado por las turbulencias
surgidas de dos guerras mundiales, los preceptos que
guiaban mal que bien a los padres de principio de si-
glo, han desaparecido. Los padres de hoy se sienten
pocas veces a gusto en el ambiente donde viven. ¿Aca-
so se les puede pedir que preparen a sus hijos para
comportarse bien en el ambiente diferente y descono-
cido que les prepara el progreso? Este ambiente es el
que creen será todavía más complejo y más agresivo
que el suyo. Frente a estas dificultades insuperables,
los padres han dejado su papel de educadores y se
fían de la suerte. Han desaparecido para siempre,
ya que no se usan, las tradiciones en las cuales
nuestros antepasados habían depositado una parte de
su sabiduría y de experiencia. Cada uno se desenvuel-
ve a su manera, según su inteligencia, su apatía o su
dinamismo, sus intuiciones y también según lo que
le queda de instinto y de sentido común. Los niños
crecen como pueden en un Mundo donde los peligros
que les acechan son tan grandes como imprecisos.
Los adolescentes se darán cuenta muy rápidamente
de que no han sido preparados para el modo de vivir
que se les ofrece. De aquí la rebelión de todos los
jóvenes en general, y de los estudiantes en particu-
lar, en todos los países occidentales, bajo cualquier
régimen político.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 137

Los padres se encuentran en una situación que es


superior a ellos. Por ahora sólo les queda una cosa por
ofrecer a sus hijos: su cariño. Es el único valor que
subsiste de forma intacta en nuestra época de pro-
fundos cambios. Imprescindible al desarrollo armo-
nioso de los niños por el sentimiento de seguridad que
conlleva, la autoridad de los padres, atacada por la
duda, es algo que casi ya no existe. Conscientes de
que el amor recíproco que les une a sus hijos es el
único valor sólido sobre el cual pueden apoyarse,
los padres se dejan llevar por la indulgencia con el fin
de preservarlo. Engañados por unas ideas dudosas
muy extendidas y que les hace tener miedo de crear
complejos a sus hijos, tienden a abandonar cualquier
forma de disciplina. No son raras las familias en las
cuales mandan los hijos, que se vuelven unos insopor-
tables tiranos, adquiriendo la convicción de que todo
se les debe, convicción que será más tarde, un obstá-
culo para ellos.
Los niños no son capaces de distinguir el bien del
mal, sólo más tarde toman consciencia de principios
morales, pero mientras, sólo pueden imitar los ejem-
plos que están ante sus ojos. ¿Cuántos padres inten-
tan marcar la frontera entre el bien y el mal? Es un
juego que ya no se practica en nuestra época. ¿Cómo
puede uno comportarse honradamente si no se impo-
ne esta disciplina y entonces cómo puede transmitirse
entonces un buen ejemplo?
El descenso de la moralidad en general; afecta al
mundo entero y va aumentando de forma continua.
La corrupción progresa constantemente. Existen
pequeñas islas de resistencia en todas las clases de
la sociedad, pero sólo pueden frenar este derrumba-
miento. ¿Los padres deben acaso inculcar a sus hijos
138 ALBERT OELAVAL

principios de estricta honradez que harán de ellos


presas fáciles en un mundo deshonesto? ¿Quién
puede responder a esta pregunta? ¿Dónde encontra-
ran los padres consejos precisos acerca de esto? El
mal ejemplo viene de arriba. Los grandes principios:
honestidad, honor, franqueza, lealtad, y gratitud han
sido terriblemente desvalorados. Los adolescentes se
dan cuenta enseguida de que ya no se llevan en nues-
tra época y que lo poco que han visto de ellos estaba
impregnado de hipocresía. Los jóvenes de hoy en día
tienen necesidades mucho más numerosas que los de
principios de siglo. Estas necesidades les son inculca-
das, mediante la publicidad que les expone y ensalza
todas las maravillas que pueden adquirir y a las cuales
tienen derecho. Para obtener todas estas cosas "im-
prescindibles", para obtenerlas de forma inmediata,
hace falta dinero y crédito, es decir dinero hoy y di-
nero mañana. Es inevitable que el dinero sea la gran
preocupación de la juventud. La preparación para la
vida se ha convertido en la preparación para el arte de
ganar dinero. Y este es el criterio en que se basa uno
a la hora de escoger una profesión. Pero también
contra este ideal materialista, que les ha impuesto
la sociedad de consumo, se rebelan algunos jóvenes.
El progreso material que ha puesto en movi-
miento es, con mucho, superior al hombre. Al no
encontrar los valores morales en que apoyarse, y
trastornados por las profundas y brutales transforma-
ciones de las costumbres, los padres son incapaces
de dar a los jóvenes las directivas que éstos esperan de
ellos. La educación de los niños y de los adolescentes,
la preparación para la vida se han vuelto imposibles.
De esta imposibilidad, cada uno tiene más o menos
consciencia. Deja en los padres una amarga preocu-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 139

pación y la insatisfacción que se siente ante un traba-


jo imperativo superior a nosotros. De esto resultan
unos choques cada vez más graves entre las dos gene-
raciones. Estos choques son unas agresiones psíqui-
cas infinitamente dañinas para todos.

La perennidad de las especies tiene, como tarea


primera, la iniciación de los jóvenes a la vida por parte
de los adultos. Para los humanos, esta iniciación se ha
vuelto imposible.
La serenidad de los padres debería dar a los hijos
una sensación de seguridad en un hogar lleno de paz.
Los padres casi siempre están agobiados por la!'> preo-
cupaciones y muchos son nerviosos e irritables. Los
nervios de los hijos se ven sometidos a prueba dema-
siado temprano y entrarán en la vida adulta con un
sistema nervioso que ya estará muy dañado.
La preparación para la vida debería ser el aprendi-
zaje del respeto a las leyes de la vida. Así es para los
animales. Los hombres desconocen la existencia de
estas leyes. No admiten que la Naturaleza haya fijado
límites a sus posibilidades, y límites de los cuales ape-
nas son conscientes. En estas condiciones de ignoran-
cia casi total referente a los principios fundamentales
de la vida ¿Qué pueden enseñar a sus hijos? Esta ca-
rencia no es algo nuevo, pero las libertades que los
hombres se permiten con el Código de la Vida aumen-
tan desmesurada y rápidamente. Lo que ayer era un
peligro limitado se ha convertido en un enorme peli-
gro, en un proceso rapidísimo.
140 ALBERT OELAVAL

La juventud es el periodo de la generosidad y de


la rebelión contra la injusticia y el egoísmo. Lo que
les queda de estos buenos sentimientos, después de la
desastrosa educación que han recibido, lleva a los jó-
venes a buscar, en la política y la economía, las causas
de todos los males que tienen ante los ojos. Las que
puedan descubrir sólo son causas secundarias. Aunque
se suprimieran, por milagro, todas las injusticias que
existen en la Tierra el problema fundamental de la
humanidad quedaría aún por resolver. La solución de
este problema está en la biología. Se trata de detener
la degeneración humana, la degradación contínua y
ahora rápida del patrimonio hereditario humano. Se
trata de situar al hombre en las condiciones de vida
específicas en el interior de las cuales éste encontraría
la salud física y psíquica. Tenemos una civilización de
enfermos. Y es obligatoriamente inferior a lo que
sería una civilización concebida para hombres con
pleno dominio de sus facultades. Una integridad de
esta índole sólo la pueden obtener unos hombres que
viven en los límites de la adaptación. Fuera de estos
límites empieza la agresión, es decir la enfermedad y
la degeneración. La frontera que separa la salud de la
enfermedad es la que separa la adaptación de la agre-
sión, y es tan difícil de limitar como la que separa el
bien del mal.
La verdad es extremadamente simple. Es la ley
fundamental y general que dirige todos los fenó-
menos de la vida. Es imposible encontrar en ella
ninguna excepción. Gobierna sobre la vida instintiva
de todos los seres vivientes, es la esencia de la Evolu-
ción. Puede ser perfectamente entendida por un joven
de 15 años que posea una inteligencia normal. Sin
embargo nos la disimulan toda una cantidad de prejui-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 141

cios; nuestras costumbres, antes nuestra ignorancia


hoy la acumulación demasiado rápida de conoci-
mientos y desde siempre nuestro orgullo.
Las divergencias que existen cada vez más entre
las generaciones sucesivas sólo podrán ser solucio-
nadas por aquellos que entenderán la simple evidencia
que dice que la vida plena y entera sólo es posible
respetando las leyes de la Vida. Entonces, esta genera-
ción podrá ofrecer a sus hijos unas perspectivas más
entusiastas que las que soñara el más utpico de los
poetas. En vez de tener que correr tras unos mitos
inasequibles, los hombres armados de esta verdad
verán por fin ante sus ojos la meta más grandiosa que
se pueda imaginar: rehacer un mundo.
Una sociedad establecida sobre el principio de la
conservación de la vitalidad biológica de la especie no
puede admitir las enormes injusticias sociales actuales,
que con toda evidencia son incompatibles con el prin-
cipio de conservación. La aplicación de este principio
para salvaguardar la especie conlleva pues y de forma
automática una reestructuración completa de la so-
ciedad. Su puesta en práctica implica un cambio ra-
dical de estado de ánimo. Gracias a su carácter eterno,
puede asegurar a la humanidad un equilibrio social sin
la amenaza de la precariedad que pesa actualmente
sobre todas las instituciones humanas que se conocen.
Para el hombre, se trata de volver a encontrar el
código de la vida humana que le ha sido impuesto por
su herencia y concebir un modo de existencia prote-
gido por este código. Un modo de existencia así debe
poner el capital genético a salvo y asegurarle a la vez
las posibilidades de progreso que caracterizan la Evo-
lución. En su marcha adelante, la Naturaleza salva al
mejor y elimina al peor. Todos los esfuerzos de la me-
142 ALBERT DELAVAL

dicina consisten en conservar al malo y permitirle que


se reproduzca. Desde que es civilizado, el hombre ha
dañado ya mucho su patrimonio hereditario viviendo
fuera de los límites que le ha fijado la Naturaleza. La
Naturaleza ha perfeccionado la vida hasta el extraor-
dinario logro del cual somos los beneficiarios. ¿Dónde
pensamos aplicar principios exactamente contrarios
a los de la Naturaleza?
Las promesas que nos ha hecho la medicina son
falaces. Han sido absolutamente desmentidas por los
descubrimientos de los biólogos del siglo XX. La
primera causa de todas las enfermedades está en el
aberrante comportamiento de la humanidad. Al de-
jarnos creer que va a encontrar una solución a todos
nuestros males sin que tengamos que modificar
nuestro comportamiento, la medicina nos arrastra
hacia desgracias cada vez mayores.
Durante los cientos de millones de años de evolu-
ción, numerosas especies animales han desaparecido.
Tal vez, algunas han sido víctimas de cataclismos
geológicos de gran amplitud, como lo son las glacia-
ciones sucesivas. Pero la mayoría han experimentado
esta desgracia sólo porque se han encontrado ante un
callejón sin salida. Cuando la Naturaleza se equivoca
de dirección, corrige sus errores mediante la pura y
simple supresión. ¿Acaso la humanidad representa un
error de la Naturaleza? ¿Acaso hemos recibido un
exceso de inteligencia demasiado rápidamente y no
bastante conciencia? ¿La degeneración que sufre la
humanidad no es el medio que utiliza la Naturaleza
para suprimir un error? Muchos pensadores ya han
previsto, como una posibilidad para unos, como una
probabilidad para otros, la desaparición de la huma-
nidad.
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 143

El hombre posee sobre las especies animales que


han desaparecido a lo largo de los tiempos una -upe-
rioridad desmesurada: el espíritu. En e I esp íritu
es donde se sitúa, para la humanidad, la única posibi-
lidad de salvación. El hombre tendrá posibili-
dades de asegurar la supervivencia de su especie sólo
si comprende en el momento oportuno que él mismo
se ha metido en un callejón sin salida y que dispone
de los medios para salir de ahí.
En primer lugar debe reconocer que la Naturaleza
opone una barrera infranqueable ante la vida en lo ar-
tificial. Los investigadores de la cibernética lo saben,
un automatismo sólo puede cumplir su función si es
situado en las condiciones para las cuales ha sido con-
cebido. Un automatismo no tiene ninguna inteligen-
cia. Un automatismo es una memoria. En cuanto se le
sitúa ante un acontecimiento que no tiene ninguna
correspondencia en su memoria, se encuentra perdido
y sus reacciones son nulas o inadecuadas.
Un automatismo biológico es una memoria enri-
quecida de adquisiciones sucesivas a lo largo de pe-
riodos intensos. Un organismo viviente, particular-
mente un organismo humano, es un conjunto extre-
madamente complejo con un gran número de automa-
tismos coordinados y solidarios entre sí. Todos nues-
tros automatismos son viejos de millones de años, to-
dos han sido elaborados mucho antes de la introduc-
ción de lo artificial en la Tierra por el hombre. Todos
los datos que contienen estas memorias se refieren
a los elementos o a acontecimientos naturales. Todos
nuestros automatismos fallan frente a elementos
o acontecimientos artificiales desconocidos para sus
memorias.
No tenemos ninguna influencia sobre nuestros au-
144 ALBERT DELAVAL

tomatisrnos, están encerrados en nuestros genes. Y


hace falta mucho todavía para que los conozcamos
todos. Actualmente, cien mil hombres que forman
parte de la élite de la humanidad dedican su vida a re-
solver los numerosos problemas que plantea el fun-
cionamiento de nuestro organismo. Cuando encuen-
tran una respuesta a una de sus preguntas, esta res-
puesta les hace descubrir otras que les eran descono-
cidas y cuya existencia no sospechaban siquiera.
Sin embargo, sus últimos y sensacionales descu-
brimientos les han permitido aclarar los medios que la
Naturaleza usa para conseguir las extraordinarias reali-
zaciones que tenemos ante los ojos. Y, al mismo
tiempo, nos han permitido comprender que estos me-
dios no están al alcance del hombre.
Todo lo que vive ha sido concebido para vivir en
un mundo natural. Todo lo que hoy vive es el resul-
tado de un sinfín de intentos entre los cuales, sólo los
que han sido concluyentes, han dado lugar a éxitos.
Ninguno de estos éxitos es válido en un mundo dife-
rente. Sin embargo, pretendemos vivir en un mundo
profundamente modificado, donde lo artificial se
mezcla de manera íntima con lo natural. Un intento
así sólo podría conseguirse haciéndose cargo de todas
las experiencias que se han hecho en tres mil millones
de años.
Estamos condenados, a vivir en la Naturaleza o a
desaparecer. Y, para vivir en la Naturaleza, hay que
respetar sus leyes. La primera de estas leyes impone a
una generación la obligación de transmitir a la que le
sigue el capital hereditario que ha recibido de la que
le ha precedido, sin haberle causado el más mínimo
daño. Esta es la condición sine qua non para la peren-
nidad de las especies. Todos los animales que viven en
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 145

la Tierra, incluso los más estúpidos, han cumplido


esta condición mientras no han tenido contacto con
el hombre. Desde hace ya mucho tiempo violamos
esta ley universal. Eso implica que cada generación
debe considerar como su bien más preciado su propia
vitalidad, su propia integridad biológica y cualquier
perjuicio contra esta integridad puede tener conse-
cuencias en su descendencia. Ninguna de las civiliza-
ciones anteriores a la nuestra ha tenido esta razón de
ser, pero ninguna, durante su existencia, ha hipote-
cado el porvenir de una forma tan absoluta como lo
hacemos nosotros desde hace algunos decenios. Esta-
mos trastornando por completo las condiciones de
vida en la tierra. Padecemos las consecuencias de
todas las faltas contra la vida cometidas durante mile-
nios por nuestros antepasados y las habremos dupli-
cado o triplicado antes de que este siglo termine.
¿Cuánto. tendrán que pagar nuestros descendientes
por este cúmulo de errores?
Hace miles de millones de años, nuestros antepa-
sados, por una razón desconocida, se metieron en un
callejón sin salida y nosotros continuamos en la mis-
ma dirección que nos han indicado. Han progresado
lentamente, y nosotros la seguimos a todo gas. Cuan-
do se va a alguna parte de una forma tan rápida como
la nuestra, es mejor saber a dónde se va. Nosotros no
tenemos ni la más remota idea de nuestro destino.
Nadie en este Mundo sabe lo que será el Mundo den-
tro de un siglo y nadie intenta saberlo, a no ser los
novelistas de ciencia-ficción, que se olvidan de hacer
intervenir un dato esencial: la biología.
Una pregunta está por encima de todas las demás:
¿Hacia qué cimas la Naturaleza podría conducir a la
humanidad? Aún no ha recibido nada como respues-
146 ALBERT DELAVAL

ta. Tal vez no haya ninguna respuesta a esta pregunta.


Sin embargo, podemos constatar que la vida natural
va hacia una perfección cada vez más avanzada. Esto
es una certeza total que se basa en todos los conoci-
mientos humanos actuales. Por un lado, la convicción
de un caminar hacia algo mejor, y por el otro lado,
la total ignorancia de una meta para alcanzar. En es-
tas condiciones, nos permitimos penetrar en los pro-
cesos naturales con el fin de modificarlos. En sus pre-
visiones, el hombre cuenta por años, los grandes hom-
bres de Estado en decenios, los visionarios en siglos.
Cuando el hombre sustituye a la Naturaleza, sólo
pueden resultar catástrofes. Cuando mira hacia el
porvenir, a pesar de su inteligencia, el hombre es infi-
nitamente miope. Esta inteligencia, supervalorada,
le hace sentirse extremadamente orgulloso. Las nefas-
tas consecuencias de sus actos se les escapan siempre,
porque se cumplirán en siglos o en milenios.
El mundo científico de nuestra época se divide en
dos grupos cada vez más hostiles. Por una parte, una
minoría de filósofos y biólogos, que son creyentes o
ateos, pero todos conscientes del peligro que el hom-
bre hace correr a su especie y al mundo viviente al
destruir la Naturaleza. Por otra parte, está la gran
masa de científicos, convencidos de que la ciencia
humana es todopoderosa e infalible. Estos últimos,
acumuladores de realizaciones científicas y técnicas
que han iluminado nuestro siglo, ocupan todo el es-
cenario y son acaparadores de toda la atención del
público. Los primeros intentan que se les escuche con
muchas dificultades. Sus gritos de alarma, cada día
más numerosos, sólo llegan deformados y ahogados al
gran público. Y es que sus advertencias ponen en peli-
gro a gigantescos intereses financieros e innumera-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 147

bles situaciones privilegiadas. El porvenir de la huma-


nidad, aunque se extienda en miles de millones de
años, es sacrificado a satisfacciones materiales inme-
diatas o ilusorias.
Todos los hombres que nos han precedido tenían
una excusa ante sus errores de comportamiento: su
ignorancia. Lo más que se les puede echar en cara es
su falta de intuición, que por otra parte tampoco era
general. Los últimos descubrimientos de nuestros
científicos acaban de revelarnos la responsabilidad del
hombre, la nuestra.
La postura actual de la humanidad, referente a su
pro nia ciencia, puede resumirse en algunas fases bas-
tanto simples: Si la elección natural, la mutación y el
intercambio de genes entre cromosomas en el óvulo y
el espermatozoide no llegan a explicar todos los as-
pectos de la Evolución, sí nos aclaran perfectamente
los grandes rasgos.
La civilización tiene una lucha a muerte contra la
selección na tural:
por medio de la medicina, que se las ingenia para
que sobrevivan los no-aptos y se reproduzcan;
por medio de la guerra, que suprime a los hom-
bres más vigorosos y favorece a los menos aptos.
La civilización introduce nuevas y numerosas
causas de mutación provocadas cuyas consecuencias
se saben casi siempre nefastas, y esto sobre todo des-
de la creación de gran cantidad de fuentes de radia-
ciones artificiales. Las modificaciones genéticas se
irán multiplicando indefinidamente.
Al transformar el medio ambiente natural en un
medio ambiente cada vez más artificial, la civiliza-
ción se opone de una forma absoluta a que el hombre
se adapte a su medio.
148 ALBERT DELAVAL

- La adaptación significa éxito y posibilidades de


progreso;
- La inadaptación significa fracaso y desaparición.
No existe ningún término medio.
Entonces, el comportamiento actual de la huma-
nidad está en fuerte contradicción con su propia
ciencia. Es una contradicción mortal. Matemática-
mente, la humanidad va hacia su desaparición. No se
trata aquí de una forma subjetiva de ver las cosas,
sino de la única interpretación posible de las últimas
adquisiciones de la ciencia del siglo XX. La cohorte
de decenas de millones de inadaptados sólo es la van-
guardia de la degeneración. En estos momentos, to-
das las sociedades sienten el peso que esta carga les
impone. Esta carga aumenta al mismo ritmo que el
progreso material. Actualmente, los hombres se re-
galan palabras: emplean "optimismo" en vez de ce-
guera y "pesimismo" en vez de lucidez. Su propia
ciencia acaba de mostrarles que están en una vía sin
salida. ¿De cuánto tiempo disponen para asimilar esta
noticia que destruye una fantástica cantidad de ilu-
siones? En todos los tiempos, los hombres han nece-
sitado años y años para admitir una nueva verdad. Es-
ta tara humana ha tenido hasta ahora una feliz con-
trapartida, ha permitido que se eliminen algunas
innovaciones peligrosas. Hoy en día, todos los inven-
tos que pueden dar lugar a una explotación comercial
e industrial, es decir a la obtención de dividendos,
son inmediatamente adaptados. Por el contrario,
cualquier advertencia contra esta precipitación se
ve rechazada sin ningún tipo de examen si va en con-
tra de esta tendencia. Es imposible un comportamien-
to más insensato y más peligroso.
ENTRE DOS UTOPIAS

La degeneración humana provocada por la arti-


ficialización de las condiciones de la vida, base de
este libro, es un peligro mucho más importante que
los que algunos autores estudian y que se refieren a
la disminución de las posiblidades de vida en la Tie-
rra y a los riesgos de que nuestra civilización se de-
rrumbe.
Los escritores que han acusado al hombre de los
innumerables crímenes que ha cometido contra la
Naturaleza han apoyado sus teorías en impresio-
nantes argumentos. Han demostrado que la mayor
parte de los desiertos, que durante mucho tiempo se
creían naturales, son debidos a las actividades huma-
nas desde hace cinco mil años. En algunos milenios,
el hombre civilizado ha convertido en inhabitables
varios millones de kilómetros cuadrados de tierra
fértil. Los historiadores callan esta herencia que nos
han dejado las civilizaciones que han desaparecido.
Esta laguna de la historia es trágica, ya que se nos
oculta un hecho de capital importancia. Si tuviéra-
mos bien presente el verdadero balance de todas las
civilizaciones, podríamos imaginar fácilmente lo que
la nuestra dejaría en herencia a las que seguirán, ya
152 ALBERT DELAVAL

que nosotros somos varias veces más eficaces en la


destrucción de las posibilidades de vida en la Tierra,
muchísimo más de lo que lo fueron las generaciones
que nos han precedido. Si todos los estudiantes del
Mundo hubieran aprendido, aunque sólo fuera desde
hace un siglo, la verdadera historia del hombre y de
la Tierra, nuestra civilización no sería lo que es.
Esta destrucción de la Tierra tiene una incidencia
directa e importante en el problema más inquietante
y nuestra civilización tendrá que resolverlo si quiere
sobrevivir: el del hambre en el Mundo.
En la Naturaleza, la proliferación de las especies
está limitada por la resistencia al medio cuyo factor
principal es la cantidad de alimentos de la que se dis-
pone. Transformando en cultivos una gran extensión
de bosques y praderas, el hombre ha hecho que los
obstáculos para la proliferación retrocedan. De esta
forma ha abolido una de las leyes naturales que hasta
entonces había dirigido la Tierra. El hombre tendría
que haber entendido que la tierra cultivable represen-
ta un capital de vida para la humanidad y que ninguna
generación tiene derecho a tocar este capital y que
todos los problemas que a él se refieren deben ser
tratados en términos de eternidad.
India es uno de los países civilizados más anti-
guos. Tres o cuatro mil años de cultivos han acabado
con más de la mitad del territorio. Sin embargo los
indúes desconocen el "doping" de los suelos y las
plantas capaces de mutaciones para un rendimiento
más elevado. Pero desde entonces, esto se ha supera-
do: Estados Unidos es la nación más avanzada a nivel
de civilización, todos los demás países les toman
como modelo. Es uno de los países donde el derroche
de tierra fértil es más desenfrenado. Allí se practica
LA NA TU RALEZA NO ESTA DE ACUERDO 153

un cultivo muy científico, cuyos efectos, además de


los de la erosión eólica resultante de la transforma-
ción imprudente de las praderas en trigales, han pro-
vocado, en menos de un siglo, la esterilidad defi-
nitiva de más de cien millones de hectáreas, que re-
presenta dos veces la superficie total de Francia. Una
superficie más grande aún se está agotando. A pesar
de las advertencias reiteradas por los investigadores
americanos, esta falta despiadada sigue cometiéndose
actualmente.
Los promotores de nuestra gran civilización de
consumo no han hecho ninguna diferencia entre lo
natural y lo artificial. En el campo de la industria, la
abundancia y la perfección se pueden conciliar, e
incluso a veces van a la par. En lo artificial, no hay
ningún límite a la abundancia y a la perfección cuan-
do se reúnen. En la Naturaleza, las cosas son total-
mente distintas. La extensión de tierras cultivables es
limitada y la cantidad de alimentación sana que pue-
den producir también es limitada. En este campo, hay
que escoger entre la explotación moderada de las
tierras, que nos asegura al mismo tiempo su con-
servación indefinida y la calidad de sus productos
o bien su, explotación sin medida que produce una
abundancia pasajera de productos anormales y con-
lleva inexorablemente a su agotamiento a corto o
largo plazo. El empuje demográfico enloquecedor
de nuestra época no nos da por ahora, ninguna
posibilidad de elección.
Además de las consecuencias de estos locos sis-
temas de cultivo, hay que añadir los efectos de la
erosión. La cantidad de tierra que se puede arar y
que ha sido arrastrada por las aguas de los arroyos
puede contarse en miles de millones de metros cúbicos
154 ALBERT DELAVAL

al año; las superficies dañadas son enormes; las valora-


ciones más bajas tienen un tono de catástrofe.
La desecación del Planeta es un hecho que se pue-
de constatar en todos los continentes: se supone que
empezó hace un centenar de años. Según se dice, se
debe a los pozos artesianos, al desmonte, al urba-
nismo, a la regulación de los ríos y tal vez al desagüe
de las aguas subterráneas hacia los huecos dejados por
el petróleo. Esto tiene como consecuencia el agrava-
miento en la disminución de las cosechas durante un
una sequía. Y lleva consigo una gran amenaza ya que
nada nos hace suponer que se va a parar.
El uso de pesticidas hace que todos los suelos
estén enfermos y sin embargo se intensifica este
sistema.
En qué estado los hombres del siglo XX dejarán
la Tierra a sus descendientes inmediatos, que son de-
masiado numerosos en un Mundo demasiado peque-
ño.
La organización de las sociedades actuales es muy
compleja y lo más extraño es el hecho de que puedan
sobrevivir a pesar de sus numerosas e importantes
imperfecciones. Los hombres que las dirigen cargan
sobre sus espaldas enormes responsabilidades y en lu-
gar de unir sus esfuerzos, se pelean.
Desde hace algunos decenios, una idea se propaga
en toda la Tierra: las diferencias físicas y psíquicas
que existen entre los hombres no justifican las enor-
mes diferencias de medios para vivir que se pueden
apreciar entre los privilegiados y los demás. Esta dife-
rencia es una insoportable monstruosidad y como tal
aparece de una forma cada vez más clara y numerosa.
Esta toma de conciencia universal progresa con rapi-
dez. Estas grandes desigualdades sociales han sido po-
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 155

sibles hasta ahora gracias a la apatía de las masas, a


su falta de cohesión y, sobre todo, al hecho de
que los hombres se han criado con resignación. La
resignación, esta gran "cualidad" humana, nos garan-
tizaba más o menos la estabilidad del Mundo; ahora
está desapareciendo, pronto sólo será un recuerdo:
¿Porqué será sustituida?
La economía occidental se caracteriza por un
aumento contínuo de los bienes de consumo, que se
basa en la permanente creación de necesidades nue-
vas. El número de trabajadores que se ocupan en pro-
ducir las sustancias imprescindibles para vivir dismi-
nuye cada vez más, mientras que aquellos cuya acti-
vidad está en relación con las necesidades artificiales
son cada vez más numerosos. Una pirámide en equi-
librio sobre la punta, ésta podría ser la imagen de la
gran sociedad de la abundancia.
Todos los gobiernos occidentales luchan contra
la inflación, es decir que la frenan. Los especialistas
más conocidos en el Planeta suponen que el Mundo
corre el peligro de un desastre económico sin prece-
dentes.
La automatización debería disminuir los esfuer-
zos de los hombres. Pero, por ahora, sólo es un ele-
mento importante en la competición desenfrenada
que están llevando a cabo los países industrializados.
¿Cómo puede ser, en estas condiciones, un factor
de progreso social?
Todas las dificultades humanas actuales están do-
minadas por una gran incógnita: el psiquismo de las
masas. Este último no es objeto de ninguna valora-
ción ni de ninguna previsión. El psiquismo de los
hombres está perturbado por la enfermedad y el
odio de una manera muy peligrosa. El odio es el sen-
156 ALBERT DELAVAL

timiento más difundido en la Tierra, envenena todas


las relaciones humanas, familiares, sociales, interna-
cionales; es lo más fácil para explotar, para exacerbar,
los medios de utilización con fines destructivos son
nuevos y potentes. En todo momento, en cualquier
punto del Mundo se puede desencadenar una violen-
cia ciega. Y decir que la estabilidad del Mundo es
precaria, es constatar una evidencia.
Hace diez mil años, los hombres disponían de
porras, de azagayas y de hondas. Los hombres han
cambiado muy poco desde entonces, pero las armas
modernas pueden suprimir en una hora cualquier tipo
de vida en la Tierra. Una potencia así sería peligrosa
en las manos de un dios. ¿Acaso los hombres que dis-
ponen de ellas son algo más que la élite de la humani-
dad?
Durante los pocos milenios del periodo histórico,
15 ó 16 civilizaciones se han derrumbado. De esto
hay que deducir que una civilización es algo muy
frágil. ¿En qué nos basamos para afirmar que la nues-
tra es más estable que las que la han precedido? y
¿Acaso la enumeración incompleta que precede a los
peligros que nos amenazan, no es una respuesta a esta
pregunta?

A las leyes naturales que determinan la Evolución,


hemos substituído un determinismo antinatural. La
humanidad se ve arrastrada por una corriente cada
vez más rápida: el progreso. Aquí se sitúa un desgra-
ciado error de lenguaje; lo que nosotros llamamos
progreso sólo podría ser, en el mejor de los casos,
una progresión hacia lo desconocido. Pero esto no es
cierto y, desde luego, en ningún campo se garantiza
una marcha hacia algo afortunado y seguro.
LA NATURALIZA NO FSTA nt: ACUERDO 157

Hemos perdido el control de las fuerzas que nos


llevan hacia adelante. La juventud estudiante del
Mundo se ha mobilizado para conquistar la ciencia
y la técnica, que son medios de dominio en algunos
países y condiciones para independizarse en otros.
Ciencias y técnicas son los imperativos del mundo
moderno y dan lugar a severas competiciones. Están
ligadas de forma indisoluble a la industria y ésta es
la que asume la carga mediante una producción cada
vez más fuerte. La investigación científica. por un
encadenamiento de hechos, aparentemente irrever-
sible. conduce la abundancia hacia la parte del mundo
que hoy está desarrollada. La abundancia no es sinó-
nimo de progreso. La abundancia conlleva unas con-
trapartidas tan desastrosas, que para la V ida es lo
opuesto al progreso.
La vida en la Tierra está bajo la dependencia de
un principio extremadamente riguroso del cual es
imposible apartarse por poco que sea: la vida sólo es
posible adaptándose al medio ambiente. La inadapta-
ción conduce a la desaparición ineluctable. Lo único
que varía con las circunstancias es la mayor o menor
rapidez de esta desaparición. Todas las posibilidades
de adaptación están incluidas en el patrimonio here-
ditario. La civilización es, por parte del hombre. un
intento de adaptación a un medio muy diferente del
que corresponde a su patrimonio. Entonces al hombre
le queda una alternativa, y sólo una:
-Encontrar el modo de modificar su patrimonio
hereditario de manera tal que corrresponda a la gran
cantidad de nuevas condiciones de vida que se impo-
ne.
--Volver a las condiciones de vida naturales que
correponden a su patrimonio hereditario.
158 ALBERT DELA V AL

En el campo de la genética, hasta ahora, los cien-


tíficos, han caminado y después corrido en una gran
llanura. Tendrán que escalar una paredes abrup-
tas y el éxito de este producto no es nada seguro.
Nuestro patrimonio hereditario está constituido
por seis u ocho mil millones de nucleótidos a su vez
distribuidos en dobles cadenas de ácido nucléico cuya
longitud total es de un metro aproximadamente.
Cada uno de estos nucleótidos pertenece a un elemen-
to relativo a uno de los siguientes campos:
-la embriogénesis y el crecimiento,
-la fisiología del joven y del adulto,
-el psiquismo.
es decir un conjunto de fenómenos increíblemente
complejos.
Para poder actuar sobre esos nucleótidos sabiendo
lo que se hace, habría que:
-haber transcrito el código genético con un len-
guaje humano, o sea conocer la correspondencia de
cada nucleótido con un determinado fenómeno vital,
-haber inventado y experimentado una técnica
operatoria que permita actuar de una manera selecti-
va sobre un nucleótido sin dañar a los elementos ve-
cinos. Los nucleótidos se cuentan a razón <le tres
millones (3.000.000) por milímetro.
--saber qué consecuencias tendría sobre un orga-
nismo adulto la supresión <le un nucleótido y de su
asociado, su movimiento, su desdoblamiento y su
sustitución por otro par de nucleótidos o bien cual-
quier otra manipulación.
Para que se cumpla la primera condición, habría
que comprender el problema de la embriogenia y el
del crecimiento y esto todavía es un misterio total.
La segunda condición, la creación de una cirugía
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 159

genética orientada, parece enfrentarse a primera vista


con unas dificultades insuperables. Además habría
que garantizar la fecundación del óvulo operado por
el espermatozoide y garantizar también el desarrollo
del óvulo en las mejores condiciones.
La tercera condición implica el conocimiento
detallado del funcionamiento de un organismo huma-
no. Esto está aún lejos de ser alcanzado y cada des-
cubrimiento parece hacer retroceder el plazo de una
comprensión total. También implica el conocimiento
perfecto de todo lo que se refiere a la mutación, es
decir que exige la creación de una ciencia nueva que
probablemente sería muy compleja; a pesar de que la
misma naturaleza de la mutación nos es aún total-
mente desconocida. Los científicos saben que existe
porque constatan sus consecuencias. Pueden provocar
mutaciones a gogó , pero siempre son, salvo algunas
excepciones, desastrosas.
El científico americano Margan y sus colaborado-
res, inventores de la genética, han logrado establecer
un plano cromosómico de una mosca drosófila. Han
localizado, de los cuatro cromosomas de este insecto,
cuatrocientos genes de los cuales dependen los ele-
mentos anatómicos. Para obtener este maravilloso
resultado han utilizado alrededor de un millón de
insectos y sus investigaciones han durado diecisiete
años. La mosca drosófila, criada en un laboratorio
y por consiguiente sustraída a la influencia de las es-
taciones del año, da 30 generaciones por año, o sea
de dos a trescientos descendientes por generación.
El método utilizado por estos científicos se basa prin-
cipalmente en el estudio de la transmisión heredita-
ria de monstruosidades.
Las experiencias de Morgan tienen el gran mérito
160 ALBERT DELAVAL

de aportar una confirmación definitiva a la teoría


cromosómica de la herencia; pero aún tienen otro
mérito, el de mostrar con que insuperables dificul-
tades se encontraría una genética experimental huma-
na. Quinientas generaciones de hombres se cuentan en
doce mil años; un organismo humano es millares de
veces más complejo que el de un insecto. Las ano-
malías humanas no son, afortunadamente, lo sufi-
cientemente numerosas como para comprender a
todos los genes en su conjunto; ¿Acaso habría que in-
ventar nuevas taras en los sujetos de la experiencia
para poder seguir la evolución de sus descendientes?
Los resultados obtenidos por Morgan no incluyen la
corrección de ninguna anomalía: el hombre sólo pue-
de añadir algunas más a las que ya se producen de ma-
nera espontánea.
Si la genética experimental humana no fuera una
utopía, sería igualmente una ilusión contar con ella
para salvar a la humanidad. Esta ciencia implicaría
una experimentación que se extendería sobre una
gran cantidad de generaciones. La degradación del
capital genético humano se cumple a un ritmo
acelerado. Sólo puede ser salvado con una acción
rápida.
El sueño de algunos científicos de ver al hombre
crear por él mismo, genéticamente, un superhombre,
no corresponde a ninguna realidad. Pero admitamos
que esta super-ciencia existe ya y de una forma exac-
ta. Aún le quedarían por resolver por lo menos dos
dificultades:
-¿A qué medio debería ésta adaptar al hombre,
estando este medio bajo cambios constantes? ¡Se
trataría pues de una adaptación genético-quirúrgica
continua!
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 161

-Esta cirugía sería tan compleja que el injerto


cardíaco actual aparecería entonces como un juego
de niños. Sólo podría concernir a un número muy
pequeño de individuos. ¿Cuáles? Crearía una superhu-
manidad compuesta de algunos millares de hombres.
¿Qué pasaría con los demás? Se deja, entonces el
campo de la utopía para entrar en el de la locura.
La esperanza de ver al hombre adaptarse a las
nuevas condiciones de vida que le impone la civili-
zación es una pura utopía. Esta esperanza es desmen-
tida sin ambigüedades por la ciencia del sigloXX. El
aferrarse a esta esperanza equivale para la humanidad,
a un suicidio.
Pero alejarse de ella exige un esfuerzo tan grande
que no siempre está al alcance de nosostros, los
civilizados. Se trata de abandonar enormes y
brillantes ilusiones, se trata de detener el progreso.
Una revolución de esta índole no se puede concebir
si no es en la paz universal. Exigiría, además, por
parte de todos los privilegiados, ya sean grandes o
pequeños, una generosidad total, y comprender que
"el altruísmo es por ahora la única forma de ser egois-
ta". Y esto es la segunda utopía.
CONCLUSION

La adaptación al medio ambiente es la condición


sine qua non para la perennidad de las especies. La
adaptación forma parte de nuestro patrimonio here-
ditario, está incluida en nuestros genes. Es la traduc-
ción de una armonía perfecta entre los automatismos
biológicos y acontecimientos del medio ambiente, por
otra.
Transformando su medio, el hombre destruye
la armonía que existe entre sus posiblidades genéticas
de adaptación y su medio ambiente natural. No está
adaptado al medio ambiente artificial que está crean-
do. Por consiguiente, el patrimonio de la especie hu-
mana padece una degradación continua, que empe-
zó con la primera civilización. Este proceso, que ha
durado milenios, es difícilmente comprensible; sin
embargo, un elevado número de hechos conocidos
son testigos de esta degradación. Un hecho nuevo, la
aceleración que caracteriza nuestra época, da a esta
pregunta una agudeza que no tenía hasta entonces.
El restablecer la adaptación al medio es un impe-
rativo absoluto para la humanidad. Y dispone de dos
soluciones, dos solamente:
-situarse de nuevo en las condiciones de vida que
corresponden a su patrimonio genético,
164 ALBERT DELAVAL

-modificar este patrimonio para armonizarlo con


el medio ambiente artificial creado por la civilización.
Este trabajo intenta demostrar que esta segunda
solución es imposible.
El primer camino conduce a una empresa desme-
surada. Y significaría una revolución tan grande que
dejaría atrás y con mucho todas las revoluciones
político-sociales del pasado. Implica una toma de
conciencia mundial de todos los errores humanos y
de la imperativa necesidad de corregirlos. Implica
el reconocimiento de este principio fundamental:
sólo es posible la vida respetando las leyes de la Vida.
Este principio es muy fácil de comprender pero muy
difícil de admitir. No nay ninguna organización que
no se rija por leyes. La ausencia de leyes conduce al
anarquismo. La Vida es la organización más maravi-
llosa que se pueda concebir y se rige obligatoriamente
por un código. Respetando las leyes de la Vida y guia-
dos por sus automatismos de comportamiento es
como las especies han garantizado su perennidad y
su transformación en especies superiores. No tenemos
nada que proponer para sustituir estas leyes que des-
conocemos, pero cuya existencia y valor podemos
constatar. El objetivo primordial de la ciencia debería
ser el conocer esas leyes.
Para modificar nuestro comportamiento en el
buen sentido, no necesitamos tener todas las certi-
dumbres posibles acerca de la Evolución. No nos es
necesario saber si es conducida por Dios, o si no es
más que puro determinismo que debe a la Naturaleza
las fuerzas que dirigen el universo, o bien si es deter-
minada por un impulso genuino debido a una miste-
rosa e infinita potencia. Acerca de la Evolución tene-
mos una certeza que debería bastarnos para decidir
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 165

nuestra actitud: es la progresión de la Vida hacia una


perfección cada vez más grande. El hombre, al poner-
se en el lugar que corresponde a la Naturaleza, detiene
esta progresión. El hombre, que se ha vuelto excesiva-
mente orgulloso por sus brillantes éxitos científicos
y técnicos, pierde de vista esta simple verdad: existe,
entre las realizaciones de la Naturaleza y las realiza-
ciones humanas, un abismo insuperable.
El hombre sigue comportándose corno si no
supiera que la Vida es el valor esencial en la Tierra.
Confunde el "tener" y el "ser" y contra esta confu-
sión ya se han sublevado gran cantidad de pensadores
de algunas civilizaciones hoy desaparecidas. Esta
confusión llega a ser hoy en día un paroxismo. Todos
los esfuerzos del civilizado tienen corno objetivo la
adquisición de bienes materiales. Hay que "tener"
cada vez más. Cuando pretende ocuparse de su "ser",
lo considera desde un punto de vista completamente
falso, pues pretende corregir los males que le atacan
combatiendo los efectos y actuando para que las cau-
sas aumenten.
Una civilización debería basarse en este principio
fundamental: la única riqueza verdadera del hombre
es su patrimonio hereditario y todos los esfuerzos del
hombre deben tener corno objetivo el proteger y
conservar este patrimonio. Y es por su postura fren-
te a este principio donde una civilización puede con-
siderarse válida o no.
La fantástica cantidad de conocimientos y de
realizaciones que se han acumulado a lo largo de
milenios por las sucesivas civilizaciones, filosofías,
teologías, ciencias, técnicas, instituciones, y costum-
bres, todo esto choca contra un obstáculo infranquea-
ble: la incompatibilidad entre la Vida y lo artificial.
166 ALBERT DELAVAL

La aceleración de la historia, que es en primer lugar


una invasión acelerada de lo artificial en la Vida,
hace que nosotros podamos palpar un fenómeno que
los hombres de los siglos pasados difícilmente podían
percibir.
Hace ya años que en el Mundo se han constituido
diversas sociedades cuyo objetivo es la salvaguardia
de la Naturaleza y de la Vida. Parece ser que ninguna
de ellas, por el momento, se ha planteado el problema
con toda su amplitud. Además, actúan de una forma
dispersa. Llegarán a ser eficaces el día en que se unan
en un potente organismo mundial, con un Estado
Mayor que se encargue de establecer un programa de
acción universal, con todos los pueblos de la Tierra
y capaz de convencer a los grandes privilegiados de
este mundo, tanto del Este como de Oeste, que la es-
tupidez que caracteriza su comportamiento es trágica.
Todas las castas amenazan desaparecer, ninguna de
ellas existirá dentro de un siglo. Los nietos de los pri-
vilegiados de hoy ya no serán privilegiados. Las castas
dominantes, al sacrificar todas las posibilidades de
vida en la Tierra y la salvación de la humanidad en fa-
vor de sus privilegios, traicionan egoistamente su
propia e inmediata descendencia.
Mientras tanto, cualquier hombre capaz de com-
prender que la humanidad es completamente respon-
sable de sus desgracias, puede modificar su forma de
vivir de una manera favorable. Hace mucho tiempo
ya, que algunos científicos aislados, médicos, biólo-
gos e investigadores de todo tipo han estudiado este
problema y han sacado conclusiones prácticas. Exis-
te, acerca de este tema, una abundante literatura.
En la mayor parte de los países, algunos grupos se
han formado, reuniendo alrededor de uno o varios
LA NATURALEZA NO ESTA DE ACUERDO 167

científicos un cierto número de discípulos. En gene-


ral, estos grupos disponen de una revista mensual
que les permite mantenenrse en contacto con sus se-
guidores. Los "Higienistas" parecen haberse acercado
a la verdad más que todos los demás. Conceden a
la alimentación la importancia que le corresponde,
pero también se interesan por la respiración, el movi-
miento, el psiquismo y la ética. Intentan conseguir
un arte de vivir específicamente humano, en medio
de una sociedad incomprensiva y hostil. No tienen
nada que vender. Mediante sus escritos, ofrecen al lec-
tor los resultados de sus experiencias a precio de
"coste". Cualquier persona que esté convencida que
la manera de vivir del civilizado necesita reformas, en-
contrará, contactando con ellos o leyendo sus obras,
lecciones muy útiles.
INDICE

1. El hombre entre la Naturaleza y lo artificial . . . . . . . 15


2. La decadencia de los automatismos biológicos en contacto
con lo artificial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
3. El fracaso del instinto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
4. La alergia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 7
5. La reacción de Kouchakoff.. . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
6. Las enfermedades de la adaptación.. . . . . . . . . . . . . 61
7. El proceso de degeneración. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
8. Los progresos de la medicina y los de la enfermedad. . 91
9. El incremento de la longevidad 111
10. Bioficción y realidades 121
11. Entre dos utopías 151
12. Conclusión. . 163
Este libro se terminó de imprimir en el mes de Mayo de 1981
en los talleres de Gráficas Porvenir
lisboa 13 - Stª Mª de Barbará - Barcelona

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