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Hernán Ramírez

Corporaciones en el poder

Institutos económicos y acción política


en Brasil y Argentina:
IPÊS, FIEL y Fundación Mediterránea
Ramírez, Hernán
Corporaciones en el poder : institutos económicos y acción política en Brasil
y Argentina : IPÊS, FIEL y Fundación Mediterránea . - 1a ed. - Carapachay :
Lenguaje Claro Editora, 2011.
E-Book.
ISBN 978-987-23627-5-1
1. Historia Económica. 2. Historia de Empresas.
CDD 330.9

Fecha de catalogación: 02/12/2011


La 1.ª edición e-book corresponde a la 1.ª edición en soporte papel (2007 -
ISBN 978-987-23627-0-6)

© Hernán Ramírez y Lenguaje claro Editora

La adaptación digital de este libro fue realizada por


Lenguaje claro
www.lenguajeclaro.com
y Paratexto servicios editoriales
www.paratexto.com.ar
Índice

Agradecimientos

Prólogo argentino

Prólogo brasileño

Presentación

1 | Clases sociales, Estados e ideologías

2 | Panorama verde amarelo

3 | IPÊS

4 | Panorama celeste y blanco

5 | FIEL

6 | Fundación Mediterránea

7 | Tras nuevos horizontes

Bibliografía
Epílogo
Agradecimientos

Agradezco al Programa de Posgraduación en Historia de la Universidade


Federal do Rio Grande do Sul por acogerme afectuosamente y, en
especial, a la Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível
Superior (CAPES), que me concedió una beca para realizar el doctorado.
También a todos los profesores que formaron parte de mi vida académica
en esa etapa, particularmente a Pedro Cezar Dutra Fonseca, por la
orientación, y a Federico Neiburg, Flávio Madureira Heinz, Maria Heloisa
Lenz y César Augusto Guazzelli, que como miembros de un jurado
multidisciplinario y heterogéneo en perspectivas teóricas enriquecieron
mucho el trabajo.
Mi agradecimiento a los distintos acervos de fuentes y bibliografía
consultados, en particular el Arquivo Nacional de Rio de Janeiro y la
Fundación Mediterránea. A la Universidad Torcuato Di Tella, por haberme
permitido consultar las entrevistas realizadas por Luis Alberto Romero en el
marco del Proyecto de Historia Oral del, por entonces, Instituto Di Tella, y
al Centro de Pesquisa e Documentação de História Contemporânea do
Brasil de la Fundação Getulio Vargas por facilitarme partes de su
repositorio de historia oral.
A los que gentilmente me concedieron entrevistas, así como a Salvador
Treber, quien en conversaciones informales me guió por algunos meandros
de los acontecimientos cordobeses.
A todos los colegas que enriquecieron y debatieron el trabajo,
particularmente a Ricardo Sidicaro, que me orientó en las etapas iniciales
del proyecto, Eduardo Bajo, presente desde épocas de estudiante de
grado, Jorge Schvarzer, Raúl Jacob, María Inés Barbero, Silvia Simonassi,
Aníbal Jáuregui, Marcelo Rougier, Mariana Heredia, Cristina Zurbriggen y
Ana María Castellani.
A los amigos y a la familia, en especial a Isabel, que se transformó en pilar
fundamental.
Prólogo argentino

En Argentina y Brasil, pero también en otras naciones de América Latina,


se ha observado un notable avance sobre el poder político de la teoría y
práctica de la ortodoxia económica. Ésta se apoya en algunas fuerzas
empresarias, así como en el discurso sobre el mercado libre, y ha ganado
posiciones respecto a los antiguos movimientos populares que definieron la
evolución nacional en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra
Mundial. Los cambios profundos que ocurrieron en el sistema de poder
político por esa causa han sido más estudiados desde el punto de vista de la
ciencia política y del debate de ideas que desde el enfoque de la estructura
social, donde permanece un vacío que debe ser cubierto.
Algunas visiones ingenuas propagadas en estos tiempos mencionan a los
empresarios como factores de poder sin preocuparse por la forma y las
condiciones en las que ejercen ese poder. Todo ocurre en esos análisis
como si los dirigentes políticos fueran capaces de recibir, procesar y
transmitir de modo más o menos espontáneo las opiniones de los
empresarios y éstos fueran homogéneos en sus ideas y conductas y capaces
de plantear ideas y argumentos a partir de contactos individuales.
En contraposición a esas tesis simplistas comienza a desarrollarse todo un
cuerpo de análisis que parte de la base de que los empresarios se
convierten en una clase (o, en menor medida, en una fracción de clase o en
un grupo de presión) cuando se organizan mediante instituciones que son
encargadas de procesar, definir y difundir sus proyectos para la sociedad
en su conjunto. El liderazgo de esas instituciones, tanto en lo que hace a su
forma de selección como a las posiciones que propone, es una variable
decisiva en la evolución de la clase y, por lo tanto, de todo el sistema social.
Tal era la visión básica de Wright Mills, aquel gran sociólogo que analizó “la
élite del poder” en Estados Unidos y se preocupó en señalar la importancia
política y social de las formas de reclutamiento y selección de sus
miembros. Ese proceso, poco visible y escasamente observado, era
decisivo en la conformación de la élite del poder, decía, aunque sus
enseñanzas no siempre fueron tomadas por otros analistas y ni siquiera por
muchos de sus herederos intelectuales.
Este último marco de referencia, precisamente, es el que da jerarquía a este
libro, que examina la formación, las características y las acciones
emprendidas por tres grandes entidades empresarias que se forjaron en las
últimas décadas en Argentina y Brasil y llegaron a concentrar un notable
grado de poder. La primera de esas instituciones se creó para preparar el
clima político social e ideológico que desembocó en el golpe de Estado de
1964 en Brasil que logró modificar el rumbo de la nación más grande de
América del Sur. El análisis minucioso de esa entidad, que va desde sus
asociados y sus fuentes de recursos hasta sus discursos y forma de
propagarlos al cuerpo social, ofrece lo que se puede definir como una
radiografía del comportamiento y la estructura de poder de un sector de la
burguesía que decidió ingresar en la política para que la política, a su vez,
fuera dirigida por ellos bajo la intermediación de los organismos militares, es
cierto, pero con mínima interferencia de los representantes del pueblo.
Las dos entidades argentinas aquí consideradas, verdaderos think tanks de
la clase dominante, tuvieron destacada actuación en el país, desde 1964,
una, y desde 1977, la otra, y llegaron a colocar ministros y funcionarios en
diferentes gobiernos para promover las políticas que preconizaban. Su
análisis, por eso, permite pasar de la historia de las ideas al estudio de
quienes las producen y difunden para ganar la hegemonía social, no sólo
respecto a los grandes grupos de la población sino también a la propia
burguesía, que es en cierta forma refundada como clase por estas entidades
creadas por ella (o por algunos de sus miembros).
En ese sentido, estos tres análisis, más las comparaciones entre esas
entidades que se hacen en el curso del trabajo, permiten disponer de un
cuerpo teórico y práctico, basado tanto en evidencias concretas como en
desarrollos intelectuales, que ofrece un diagnóstico de los sistemas de
poder local que no puede desdeñarse.
Los resultados son esenciales para entender la marcha de las naciones del
Cono Sur; también para comprender la distinción clásica entre la clase en sí
(que expresa a un grupo que existe objetivamente como tal pero no actúa
conscientemente en defensa de sus posiciones) y la clase para sí (que es el
grupo que se organiza para el combate social con las herramientas que
ofrecen la teoría y la práctica y, en el curso de ese proceso, se construye a
sí mismo). En otras palabras, de cómo las burguesías de los dos grandes
países de la región se reconstituyeron por obra y gracia de sus propias
creaciones institucionales hasta alcanzar un poder y una conciencia que
generó un nuevo sistema económico y una nueva clase dominante. Las
semejanzas no impiden conocer las diferencias entre ambas, así como en las
entidades que crearon, que pueden contribuir a comprender, asimismo, el
derrotero final seguido por cada uno de estos dos países vecinos.
En definitiva, esta obra trata de un tema central, como es el poder, pero lo
hace desde el análisis desmenuzado de algunos de sus componentes que
permite observar su funcionamiento efectivo antes que un modelo ideal. Por
eso, consideramos que puede resultar decisiva para todos aquellos
preocupados por el destino de nuestras naciones que necesitan comprender
los mecanismos que provocaron el cambio de rumbo, así como una
herramienta adicional que ayude a volver a orientar la nave del Estado hacia
otros destinos más humanos y, por lo tanto, más deseables.

Jorge Schvarzer
Enero de 2007
Prólogo brasileño

El libro de Hernán Ramírez, elaborado primeramente como tesis de


doctorado en Historia en la Universidade Federal do Rio Grande do Sul de
Brasil, viene a llenar una importante laguna en la historia aún poco estudiada
de las entidades creadas por los segmentos empresariales en un momento
crucial de la historia latinoamericana: justamente cuando el proceso de
sustitución de importaciones, después de su auge, comenzaba a dar señales
de agotamiento y pasaron a proliferar dictaduras militares en los diversos
países del continente. Fueron seleccionadas, siguiendo una metodología de
historia comparada, la Fundación de Investigaciones Económicas
Latinoamericanas (FIEL) y la Fundación Mediterránea, de Argentina, y el
Instituto de Pesquisas Econômicas e Sociais (IPÊS), de Brasil.
La creación de esos institutos en los dos países, como muestra la
investigación, parece haber surgido de un deseo común de congregar
líderes empresariales para hacer frente a conflictos sociales que se
exacerbaban. Las transformaciones económicas fueron intensas a lo largo
del siglo pasado, y principalmente después de 1930. Con la
industrialización, no sólo nuevas clases emergieron, una vez alcanzada la
supremacía de la economía urbana, como los segmentos medios y los
trabajadores de la industria, sino que también se produjeron cambios en el
peso numérico y el perfil del empresariado industrial. Aunque la mediación
del Estado aparece como un fenómeno muy fuerte en las décadas iniciales
del proceso de sustitución de importaciones –hecho señalado por diversos
autores y que muchas veces fue rotulado de manera simplificada de
“populismo”, síntesis que estorba más de lo que ayuda en la elucidación de
los hechos–, parece innegable que el avance y posterior agotamiento del
proceso de sustitución contribuyeron para fortalecer los movimientos
sociales y sindicales, principalmente después de la revolución cubana.
Esa nueva realidad, según el autor, fue decisiva para pasar a exigir otro
comportamiento de las élites, principalmente empresariales. Sin prescindir
del Estado, surge la conciencia de la necesidad de organizarse en
sociedades o institutos de debates, de investigación, de actuación política
como grupo de presión y de concientización de sus pares. Así, de forma
documentada, se muestra que la organización de las entidades es posterior
al aumento de los conflictos, con lo que se derriba el mito de que se trataba
de una actitud anticipatoria, en tanto fue mucho más una respuesta o
reacción. Queda también claro que las entidades creadas anteriormente
bajo la tutela del Estado, muchas veces inspiradas en el corporativismo y en
las ideologías estatistas dominantes en los años treinta y cuarenta, parecían
vetustas frente al rumbo tomado por los acontecimientos, mostrándose
rígidas, demasiado heterogéneas u obsoletas.
Entre los puntos más relevantes del trabajo se destaca, indudablemente, su
investigación empírica –en actas, informes, revistas, periódicos y otras
fuentes–, lo que permitió traer a la luz nuevos hechos y datos para sustentar
los análisis. De este modo, se puede demostrar que esas entidades, a pesar
de poseer algunos objetivos comunes, difieren entre sí, como evidenció la
indagación sobre la biografía de sus participantes. En tal sentido, se
observó, entre otras variables el origen profesional de sus miembros; si
había entre ellos representantes de otros segmentos sociales, además de
empresarios, como militares, intelectuales y académicos; cuáles eran los
segmentos económicos representados, en el caso de los empresarios, como
industriales, agropecuarios, banqueros y comerciantes; cuáles eran las
ramas de producción, en el caso de los empresarios industriales, y si había
vínculos o no entre ellos y el sector primario, y, finalmente, cuál era el
tamaño de las empresas, es decir, si predominaban grandes empresarios o
no en la cúpula directiva de las entidades.
El análisis de esos nuevos datos permitió, asimismo, detectar la
participación relativa del capital nacional y del capital extranjero en las
entidades, variable relevante para iluminar la discusión sobre la ideología
que predomina en las mismas y el comportamiento de los empresarios
como clase en ese importante período en que la democracia agonizaba en
varios países latinoamericanos. Y también un cruzamiento de esa variable
con el tamaño de la empresa, lo que permite traer al debate temas que
pueden ser objeto de posteriores estudios, como el comportamiento de los
empresarios en relación al papel del Estado y la oposición entre
nacionalismo y liberalismo, por ejemplo, o entre éste y el pensamiento
desarrollista, ya que ambos, en cierto momento, disputaban la hegemonía
entre empresarios, intelectuales, economistas y militares.
La comparación entre los dos países no huyó de la construcción analítica
del autor, constituyendo una preocupación que permeó la elaboración del
libro y fue sintetizada en su conclusión. Entidades inevitablemente tan
semejantes en objetivos nacieron en Brasil y Argentina en el mismo espacio
de tiempo para demostrar lo mucho que ambos tienen en común. Pero sin
borrar la peculiaridad de cada uno, como revela la interesante relación entre
ellas, la Iglesia y los militares, por ejemplo, diferente en los dos países.
El trabajo de Ramírez, de esta forma, ofrece una inestimable contribución a
los estudios de historia comparada entre Argentina y Brasil, infelizmente uno
de los pocos beneficios que aún resta del sueño cada vez más distante del
Mercosur. Y muestra, por su calidad e importancia de las nuevas
informaciones, lo mucho que queda por investigar y conocer de nosotros
mismos, lo que revigoriza nuestras fuerzas para mantener encendida la llama
de la esperanza.

Pedro Cezar Dutra Fonseca


Marzo de 2007
Presentación

“[...] estudiamos cada vez más a los pobres, a los desterrados, a las
tribus primitivas, a los pueblos subdesarrollados. Idéntico microscopio
podría aplicarse, con la misma impiadosa y prolífica meticulosidad, a
las vidas de los poderosos, los ricos y los muy ricos.” Los cientistas
sociales tienen especial atracción por los estratos inferiores. Esas
clases sociales son consideradas el objeto sociológico ideal, porque
son “pasivas, incapaces de reacción y porque se encuentran a
nuestra merced. [...] A los poderosos, dejémoslos en paz.” Ellos
permanecen protegidos por el misterio, por la distancia, por las
dificultades de acceso y por la presencia esquiva que les confiere un
“halo religioso”.[1]
Aspásia Camargo (1984)

Hace un tiempo que nos surgió la inquietud de estudiar la vida de las élites,
tal vez por el desafío que eso representa y como forma de comprender
algunos fenómenos sociales que consideramos medulares. Este libro
presenta los resultados a los que llegamos en nuestra tesis de doctorado, en
la cual abordamos como tema de análisis algunos de los principales centros
de estudio e investigación en economía, financiados por grupos de
empresas, que llegaron a la conducción de la política económica en Brasil y
Argentina aproximadamente en el último tercio del siglo pasado. Nos
referimos, en particular, a tres entidades: el Instituto de Pesquisas
Econômicas e Sociais (IPÊS),[2] en el caso brasileño; la Fundación de
Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) y la Fundación
Mediterránea, patrocinadora del Instituto de Estudios Económicos de la
Realidad Argentina y Latinoamericana (IEERAL) –actualmente, IERAL–,
en el caso argentino.
El IPÊS fue fundado por importantes líderes empresariales y militares en
1961. Al comienzo, con sede en São Paulo, posteriormente sería creada
una sección en Rio de Janeiro, así como entidades congéneres,
principalmente en Minas Gerais, Paraná y Rio Grande do Sul. Esa
institución tuvo gran participación en la desestabilización del gobierno de
João Goulart, en el golpe de 1964 y en la consolidación posterior del
régimen militar.
FIEL fue creada por cuatro entidades corporativas de cúpula de la
burguesía argentina en 1964: la Unión Industrial Argentina, la Sociedad
Rural Argentina, la Cámara Argentina de Comercio y la Bolsa de Comercio
de Buenos Aires. En FIEL se congregó gran parte de los representantes de
la alta burguesía y los intelectuales ligados al liberalismo ortodoxo –tal como
se lo entiende en Argentina–, quienes participaron ampliamente en los
gobiernos constituidos después de diversos golpes de Estado que se
sucedieron en las décadas de 1960 y 1970.
En 1977 se creó la Fundación Mediterránea, que aglutinó, en primera
instancia, a medianos y grandes empresarios de la provincia de Córdoba y,
posteriormente, del Interior argentino, vinculados en su mayoría al
Movimiento Industrial Nacional. A través del IEERAL, la Fundación
Mediterránea albergaba en sus filas a técnicos que profesaban posturas
económicas liberales –consideradas heterodoxas por los liberales
ortodoxos argentinos–, tuvo participación durante la última dictadura militar
y, después de la restauración democrática, ya con mayor relieve,
especialmente durante la presidencia de Carlos Saúl Menem.
Debido a la magnitud del trabajo no haremos incursiones en algunos centros
patrocinados por una sola empresa, como los casos de Di Tella o Bunge y
Born, que llegaron a la conducción de la política económica con José María
Dagnino Pastore, en el primer caso, y Miguel Roig y Néstor Rapanelli, en el
segundo, si bien todos ellos también participaron en FIEL. No
mencionaremos tampoco otros centros privados que gozaban de una mayor
independencia en relación al mundo empresarial, como el Instituto de
Desarrollo Económico y Social (IDES) y el Centro de Estudios de la
Economía y la Sociedad (CEDES) –que llegaron al Ministerio de Economía
con Juan Vital Sourrouille durante la presidencia de Raúl Alfonsín–, el
Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina (CEMA) –que
ascendió al Ministerio de Economía con Roque Fernández, entre 1996 y
2001– y la Fundación UIA.
Tales advertencias son válidas también para el caso brasileño. Dejamos
fuera de nuestra mirada algunos centros importantes, como el Instituto
Brasileiro de Economia, la Fundação Getulio Vargas, el Instituto Superior
de Estudos Brasileiros y los Institutos Liberais, así como a grupos de
intelectuales que operaron dentro de las universidades, especialmente la
Universidade de São Paulo y la Pontifícia Universidade Católica de São
Paulo, de gran significación en el pasado reciente, y diferentes organismos
de gobierno especializados en planeamiento y cuestiones económicas.[3]
Estas exclusiones obedecen al hecho de querer fijar nuestra atención en
aquellos centros que tuvieron relación más orgánica tanto con el poder
político cuanto con organizaciones empresariales representativas de grupos
económicos concretos. De este modo, aunque el número final de institutos
estudiados es reducido, los casos son altamente significativos, ya que tanto
el IPÊS como FIEL y la Fundación Mediterránea estuvieron vinculados a
momentos importantes del desarrollo histórico de sus respectivos países e
influyeron decisivamente en la vida política e institucional.
Además, trabajar con tres organizaciones ofrece la ventaja de huir a la
tentación de las “comparaciones enormes” y permite concentrarse en el
análisis de casos históricos concretos, con referencia a tiempos, lugares y
personas reales, e insertos en estructuras y procesos que se pueden cotejar
(Tilly, 1991).
La elección de casos pertenecientes a Brasil y Argentina se basa en
múltiples razones, que obedecen en esencia a lo anteriormente expuesto.
Las estructuras económicas y sociales de estos dos países, así como sus
respectivos desarrollos históricos tienen puntos en común. En el período
estudiado, ambos transitaban por una etapa de agotamiento del modelo
sustitutivo de importaciones, tenían un tejido social complejo, propio de
sociedades capitalistas subdesarrolladas, que experimentaba cambios
producto de esa crisis, y compartían procesos políticos equivalentes,
incluidas las interrupciones del régimen constitucional. Los gobiernos cívico-
militares que se instalaban a continuación de los golpes de Estado llevaron
adelante reformas estructurales que cambiaron de manera radical las
antiguas facciones de ambos países, y las transiciones democráticas que les
siguieron debieron hacer frente a las graves crisis estructurales heredadas.
Sin embargo, los casos particulares presentan algunas diferencias
importantes, especialmente en cuanto a los períodos de existencia de los
institutos seleccionados. Pero, como decía Marc Bloch, la historia
comparativa no es apenas la búsqueda de las semejanzas, sino también de
las diferencias, pues sólo así pueden deshacerse falsas analogías (Bloch,
1963 y 1976).
Por eso, para realizar un abordaje integral de los procesos vividos por los
institutos decidimos, en primer lugar, adoptar una posición lo más amplia
posible frente al período considerado, con el fin de evitar el peligro de
amputarlos por dejar fuera de nuestro análisis cuestiones medulares.
Establecimos como fechas límite aquellas que abarcaran los momentos de
inicio, madurez, auge y decadencia en el funcionamiento de todos ellos. De
esa manera, el año 1961, con la creación del IPÊS, abre nuestro intervalo
temporal, que se cierra en 1996, momento de la renuncia de Domingo
Felipe Cavallo como ministro de Economía y con ella, el fin del apogeo de
la Fundación Mediterránea.
Mediante ese amplio recorte podemos englobar la historia de instituciones
con procesos más o menos semejantes, aunque con períodos de madurez
diferentes: el IPÊS tuvo gran participación en el golpe de 1964 y en la
consolidación del régimen militar y dejó de existir en 1971; FIEL alcanzó
sus años de gloria entre 1976 y 1983, y la Fundación Mediterránea tuvo
participación destacada en 1982 y llegó a la cúspide del poder entre 1991
y 1996.
La diferencia visible en el hecho de que el IPÊS deja de existir rápidamente
puede ayudarnos a demostrar algunas de nuestras hipótesis, especialmente
las que se refieren a la vuelta a los controles indirectos por parte de la clase
dominante después de la reducción de los conflictos y a la necesidad de
constituir una estructura fuerte y autónoma como garantía de supervivencia.
La importancia de estos centros radica en el hecho de que actuaron como
vértice de confluencia de las esferas de poder económico, político e
ideológico. Conocer su funcionamiento y desempeño nos ayudará a
desentrañar cómo se concibieron y concretaron los procesos más
importantes de reestructuración económica, social y política que, nos guste
o no, experimentaron Brasil y Argentina en el último tercio del siglo XX, y
servirá también para explicar el fracaso de otros intentos.
Un trabajo de este tipo es útil, asimismo, para comprender las dificultades
que el Estado y otras organizaciones tienen para encontrar rumbos sólidos
en el diseño de políticas públicas sin el auxilio de una tecnocracia o
burocracia paraestatal, que, en el presente, ha alcanzado un creciente o casi
exclusivo protagonismo. La formación aparentemente común de esta
tecnocracia o burocracia paraestatal y la dependencia profesional y
económica de redes institucionales separadas de filiaciones orgánicas
partidarias hacen pensar a muchos, quizá erróneamente, que nos
encontramos en presencia de una especie de estructura transversal, que
atraviesa diferentes formaciones partidarias y que permite el mantenimiento
de las orientaciones básicas de las políticas públicas estratégicas, más allá
de los aparentes cambios que cada tanto se producen después de las
elecciones. Sin embargo, el surgimiento de esa tecnoburocracia no nos
debe hacer perder de vista su interacción con intereses económicos
concretos, en la que se establecen algunas simbiosis de las cuales
dependerá el resultado de las políticas que eventualmente emprenda.

En la década de 1960, la crisis del modelo sustitutivo desencadenó


profundas transformaciones en las economías brasileña y argentina.
Las fuertes tensiones generadas por esa situación involucraron a diversos
sectores. Además de debilitarse antiguos actores sociales, entraron en
escena nuevos grupos y se consolidaron otros, con la consecuente
redistribución de sus pesos económico, social y político. Se transformaban
así algunas de las precondiciones sobre las que se establecía el juego
económico y político hasta aquel momento.
Lejos de restringirse a su ámbito específico, esas tensiones excedieron el
marco corporativo y se establecieron en la política nacional, aumentando la
heterogeneidad de las asociaciones de diversos segmentos económicos que
pasaron a competir entre sí en el caso argentino. En los dos casos, durante
los años sesenta los conflictos sociales retomaron su vigor.
La competencia entre diferentes organizaciones corporativas y de clase
condujo a establecer un mayor grado de organización: los actores con
menor potencial de presión individual se vieron en la necesidad de
estructurarse más fuertemente y ese reposicionamiento llevó también a
otros, inclusive aquellos con mayor capacidad de negociación, a
organizarse de manera más sólida.
Sobre la base de estas constataciones generales, enunciamos como primera
hipótesis del trabajo que los sectores de la clase dominante tuvieron la
necesidad de participar activamente en la lucha política. Para eso, debieron
construir organizaciones con estructuras más sólidas que les permitieran
intervenir convenientemente en el conflicto social y político. Los pilares de
su fortaleza serían el reclutamiento más homogéneo, una construcción
discursiva más fuerte y un nuevo repertorio de acciones.
Las nuevas organizaciones tendieron a reclutar una cantidad importante de
miembros, para los parámetros de las clases dominantes, con
características que correspondían a grupos más o menos definidos en
procura de representar en parte, aunque no del todo, su heterogeneidad. En
otras palabras, el objetivo era agrupar miembros que tuvieran alguna
homogeneidad previa, pero respetando ciertas diferencias internas de los
grupos que representaban.
Esta diversidad originaria implicaba que los intereses de sus miembros no
fueran totalmente convergentes, diferencias que, oportunamente, fueron
minimizadas con vistas a combatir al adversario común, por lo general
gobiernos populistas, y la crisis económica recurrente. Pero, una vez
vencido el enemigo principal, esas diferencias volvían a aparecer, en tanto
algunos de los miembros pasaban a ejercer funciones en la implementación
de políticas públicas, desde donde podían defender sus propios intereses,
contrariando a veces a los de otros colegas de institución. Al aflorar las
contradicciones, podían producirse escisiones dentro de la organización, el
alejamiento de miembros destacados o la implementación de acciones
divergentes por miembros de diferentes sectores.
Como el conflicto ideológico se convertiría en uno de los frentes de batalla
más importantes de la época, la construcción de un discurso que legitimase
las pretensiones de estas organizaciones se tornó vital. Para ello, requirieron
los servicios de un conjunto de individuos técnicamente competentes, que
pudiesen traducir las necesidades y los deseos de los empresarios en
enunciados formulados científicamente.
Además, a diferencia de las entidades corporativas de viejo cuño, estas
organizaciones utilizaron un nuevo repertorio de acciones, posibilitadas por
su carácter más privado y la mayor homogeneidad ideológica de sus
asociados. Así, ensayos de persuasión, gratificaciones, amenazas, montaje
de crisis y acciones directas fueron sus recursos más comunes.
En momentos de aumento de la confrontación entre diferentes actores
sociales, esas tensiones, después de traducidas ideológicamente, fueron
canalizadas políticamente, a través de medios directos de acción sobre los
aparatos de Estado, hecho que indicamos como segunda hipótesis. Entre
esos medios, encontramos como los más comunes, participación directa en
la lucha electoral en períodos democráticos, utilización del Parlamento
(cuando funcionaba), aliento a golpes de Estado y provisión de miembros
directivos o técnicos para ocupar puestos importantes, que incluyeron
cargos de ministros y funcionarios de relevancia en las carteras del área
económica y sillones en los directorios de las principales empresas y bancos
estatales.
Y, por último, en la medida que las tensiones enunciadas disminuían y las
burguesías recomponían su hegemonía, sustentamos como hipótesis
contrafactual, consecuente de la anterior, que el control de los aparatos de
Estado tendería a realizarse a través de maneras indirectas, volviendo su
dominio a manos de políticos, profesionales o burócratas con vinculaciones
menos directas, en cuanto que los empresarios canalizarían nuevamente su
acción por la vía de las organizaciones corporativas de viejo cuño. Esta
tendencia es más evidente para el caso brasileño; en el caso argentino, la
prolongación de esos ciclos llega a la actualidad, lo que demuestra las
dificultades para consolidar un rumbo político que otorgue al país cierta
estabilidad.

Pasando a tratar de la estructura del libro, a la hora de las difíciles


elecciones para colocar en el papel todo aquello que pensábamos, a pesar
de posibles restricciones, nos decidimos por una estrategia que privilegia el
establecimiento de un orden claro en la exposición de nuestro marco
teórico, contexto, casos y conclusión, aunque ella peque, a veces, por ser
algo esquemática. Con opciones de escritura más osadas correríamos el
peligro de diluir argumentaciones importantes que necesariamente deben
aparecer unidas.
Aunque consideremos la teoría como un instrumento para la investigación
empírica y la construcción del propio objeto de estudio, y éstas, a su vez,
conformadoras ineludibles de la teoría, desistimos de desarrollarlas
conjuntamente y optamos por incluir en un capítulo inicial nuestras
posiciones teóricas más abarcativas, ya que, de lo contrario, corríamos el
riesgo de que quedasen desparramadas en los sucesivos capítulos,
introduciéndolas en la discusión en un orden que tal vez no fuese el más
adecuado.
Los capítulos segundo y cuarto están destinados a la exposición de
consideraciones generales acerca de las estructuras económicas, políticas y
corporativas de Brasil y Argentina, respectivamente, en particular a partir
de 1945 –aunque podamos hacer incursiones más lejanas cuando así se
justifique– y de otras consideraciones sobre el contexto internacional, visto
que muchos comportamientos de esos dos países se encuentran
relacionados a éste. Pretendemos realizar un resumen de las características,
modos de actuar y principales cambios operados en ambos países, tanto en
sus estructuras económicas cuanto en sus sistemas políticos. Un análisis
general de la constitución y organización de la burguesía como clase nos
permitirá elucidar sus comportamientos y las interrelaciones que
establecieron sus principales organizaciones corporativas, con énfasis en las
diferentes divisiones, enfrentamientos y alianzas, ocurridos durante el
período.
En los capítulos tercero, quinto y sexto realizamos un abordaje de los
estudios de casos. En un primer momento incluimos narrativas históricas de
las instituciones escogidas, privilegiando una exposición cronológica de los
hechos relevantes ocurridos en su curso, con el objetivo de construir un hilo
histórico que abarca la totalidad del proceso seguido en la constitución de
sus respectivas estructuras organizativas y considerando especialmente a los
miembros de sus consejos directivos, investigadores, empresas
patrocinadoras y reglamentos. El énfasis en las personas tiende a
profundizar el estudio de sus orígenes sociales, formación profesional y
actuación empresarial, corporativa, política y en otras áreas de interés. En
relación a las empresas, en la medida de lo posible, hemos procurado trazar
un perfil y un análisis de su evolución, atendiendo fundamentalmente a su
importancia dentro de la economía nacional e internacional, su pertenencia a
grupos económicos nacionales y extranjeros, así como a su participación
corporativa.
Después de la descripción del origen y el desarrollo de las instituciones,
dentro de su contexto histórico, hacemos un análisis más profundo de sus
características y comportamientos, sobre todo en relación con la forma de
socialización de sus miembros, la construcción de sus discursos, los
métodos empleados en su actuación y la interrelación establecida con otras
organizaciones y el Estado, con la intención de realizar conexiones que nos
permitan comprender holísticamente el proceso.
Somos conscientes de que los diferentes capítulos que tratan los casos
particulares se encuentran desbalanceados, tanto por su extensión cuanto
por la inclusión de datos empíricos. Ése fue un condicionante impuesto
básicamente por el volumen de la masa documental a la que tuvimos
acceso, pero, aun así preferimos hacer esa elección a intentar estandarizar
los capítulos para atender criterios estéticos. Mediante el acúmulo de ese
tipo de evidencia fue posible encontrar nuevos caminos a transitar y, por
tratarse en la mayor parte de datos inéditos, ellos pueden representar algún
aporte en la difícil tarea de llenar lagunas importantes de la historia reciente.
En la conclusión procuramos hacer algunas comparaciones, tanto entre las
distintas instituciones analizadas como entre los casos nacionales, y destacar
la importancia del estudio para debatir la autonomía relativa del Estado. En
cuanto al esfuerzo comparativo, tratamos de centrar nuestro análisis en los
sectores de la burguesía que las instituciones estudiadas representan o
agrupan y la dinámica de esos grupos, principalmente en la construcción de
sus estructuras y discursos, formas de acción y relación con otras
organizaciones y el Estado.

Si bien se han elaborado pocos estudios específicos sobre los casos aquí
tratados –IPÊS, FIEL y Fundación Mediterránea–, la lista de la bibliografía
que los aborda tangencialmente es extensa. Aquí haremos, por tanto,
mención a algunos trabajos que conjugan una importante cuota de evidencia
empírica con aportes teóricos de relevancia, estrictamente concentrados en
nuestro tema. Discusiones más amplias sobre el referencial teórico y las
características generales del desarrollo económico, político y corporativo
de Brasil y Argentina serán presentadas en capítulos separados.
Para el caso brasileño, de los trabajos que tuvimos la oportunidad de
examinar, merece destacarse la voluminosa tesis de doctorado de René
Armand Dreifuss, 1964: A conquista do Estado. Ação política, poder e
golpe de classe (Dreifuss, 1981). Ese trabajo, aparte de ofrecer abundante
evidencia empírica, bebe en corrientes teóricas de nuestro interés –en
particular, la obra de Ralph Miliband– y trata la relación entre empresarios,
técnicos y burócratas de forma básicamente similar a la aquí propuesta,
estimulando, por tanto, el establecimiento de diálogo.
Fruto de su opción teórica, la meticulosidad y abundancia de los datos
ofrecidos por Dreifuss es de tal magnitud que se torna difícil muchas veces
realizar contribuciones nuevas, especialmente hasta 1964. Por esta razón,
las novedades en ese período han sido limitadas y se centran en los aportes
extraídos de los balances de 1962 y 1963 y las actas del Conselho
Orientador del IPÊS, que no fueron indicados expresamente como fuentes
por Dreifuss.
Nuestros descubrimientos en lo que se refiere a sucesos posteriores a 1964
han sido mayores y la posibilidad de realizar un abordaje integral de la vida
del IPÊS, a diferencia de Dreifuss, quien sólo trabajó una parte, nos
permitió adquirir una perspectiva de conjunto, confiriendo nuevos
significados a lo ya conocido.
Más específicos son otros cinco trabajos que circunscriben su abordaje a
aspectos particulares o lanzan una mirada regional sobre las actividades del
IPÊS. Así, tenemos la tesis de maestría en Pedagogía de Maria Inêz
Salgado de Souza, Os empresários e a educação: o IPES e a política
educacional após 64 (Souza, 1981), que hace un estudio pormenorizado
de la política educativa propuesta, fundamentalmente durante el Fórum da
Educação que promoviera este instituto; dos tesis de maestría en Ciencia
Política bajo orientación de Dreifuss: la de Solange de Deus Simões, Deus,
Pátria e Família: as mulheres no golpe de 1964 (Simões, 1985), que
realiza un exhaustivo estudio de esa problemática, y la de Heloisa María
Murgel Starling, Os senhores das gerais. Os novos inconfidentes e o
golpe de 1964 (Starling, 1986), metodológicamente semejante a la
investigación de su orientador y enfocada en la actuación del IPÊS en
Minas Gerais, con un tópico destinado a la participación del segmento
femenino. Por último, el libro de la periodista Denise Assis, Propaganda e
cinema a serviço do golpe: 1962-1964 (Assis, 2001) y la tesis de
maestría en Multimedios de Marcos Corrêa, “O discurso golpista nos
documentários de Jean Manzon para o IPÊS (1962/1963)” (Corrêa,
2005), están enfocados en el análisis de la producción fílmica del Instituto.
Para los casos argentinos, las referencias son un poco más extensas, pero
menos específicas. En primer lugar, nos referiremos particularmente a la
tesis de maestría del canadiense Pierre Ostiguy, Los capitanes de la
industria. Grandes empresarios y política en la Argentina de los años
80 (Ostiguy, 1990), que toma como objeto de estudio ese agrupamiento
informal de empresarios que apareció en 1984 y que significó un cambio
importante en la forma como se encaminaron las relaciones entre Estado y
empresas. El trabajo posee una forma particular de abordaje que, a pesar
de pequeñas diferencias, comparto en su amplitud, especialmente en cuanto
a la metodología empleada y su visión teórica.
Otra mención merecen las tesis doctorales del argentino Antonio Camou,
dirigida por Norbert Lechner, “De cómo las ideas tienen consecuencias.
Analistas simbólicos y usinas de pensamiento en la elaboración de la política
económica argentina (1983-1985)” (Camou, 1997), y del alemán Peter
Birle, Los empresarios y la democracia en la Argentina: conflictos y
coincidencias (Birle, 1997).
A pesar de que el primer trabajo goza de un bagaje empírico y teórico
considerable, mantenemos con él divergencias profundas, que serán objeto
de una exposición detallada en el transcurso del libro –en particular, las que
se refieren al grado de autonomía otorgada a la producción de ideas e
implementación de determinadas políticas públicas–, derivadas en parte de
su óptica neoinstitucionalista de segunda generación.
Con el segundo trabajo, por el hecho de beber en algunas vertientes
teóricas comunes, las diferencias son menores y aunque compartimos la
casi totalidad de sus hipótesis iniciales, no coincidimos con su resolución, ya
que el autor otorga demasiada importancia a los acuerdos de cúpula. En
particular, discrepamos con el enunciado de que la capacidad de
negociación de una asociación será tanto mayor cuanto más capacidad de
conflicto posean los intereses por ella representados. Por nuestra parte,
sustentamos una idea más relativista, que incluye otros factores en esa
relación. Nuestro trabajo no pretenderá derribar esas cuestiones, sino, en
todo caso, responderlas de otro modo, además de avanzar sobre otros
interrogantes que intentaremos desvelar en claves diferentes.
Recientemente, el equipo liderado por Alfredo Raúl Pucciarelli ha
producido una interesante serie de trabajos sobre la vinculación entre
empresarios, tecnócratas y militares, en especial los textos del propio
Pucciarelli, y los de Paula Canelo, Ana María Castellani y Mariana Heredia,
que constituyen esfuerzos preliminares de estudios más ambiciosos y nos
han ayudado con datos, así como en la discusión teórico-metodológica
acerca de la forma de abordaje de nuestros objetos de estudio (Canelo,
2004; Castellani, 2004a y 2004b; Heredia, 2004a y 2004b; y Pucciarelli,
2004a y b).
Por último, contamos con cuatro trabajos de autores pertenecientes a FIEL
y la Fundación Mediterránea que, por estar cargados de cierto
subjetivismo, más que obras de consulta resultan importantes fuentes
primarias que nos ayudan a desvelar su discurso legitimador: cada uno, en
diferente medida, procura hacer un rescate de las instituciones que los
abrigaron, lindando por momentos en lo laudatorio.
Nos referiremos, en primer lugar, al artículo de Adolfo Sturzenegger, “Una
década de labor intelectual de FIEL. Una revisión personal” (Sturzenegger,
1994). Este autor fue uno de los más conocidos investigadores jefes de la
entidad y relata pormenorizadamente la naturaleza de los trabajos llevados
a cabo por ella de 1984 a 1994. En este período, la organización y sus
figuras principales estuvieron lejos del poder, excepto durante el intervalo
que va de 1989 a 1990, cuando ocuparon el Ministerio de Economía
Miguel Roig y, después de su muerte, Néstor Rapanelli. En su trabajo,
Sturzenegger expone las contribuciones hechas por los investigadores de
FIEL al debate eminentemente académico y político, pero no entra en el
análisis del papel que desempeñó la entidad como uno de los más
poderosos grupos de presión existentes en el país.
Le siguen los trabajos de Juan Carlos de Pablo, “Mi paso por FIEL” (De
Pablo, 1994), publicado también en el número conmemorativo del trigésimo
aniversario de esa entidad, y Apuntes a mitad de camino (economía sin
corbata) (De Pablo, 1995). El autor, que en esa época mostraba una cierta
aproximación con Domingo Cavallo, ofrece una visión desde su óptica de
ex investigador jefe y se esfuerza por escribir una historia más simpática de
la institución.
Por último, el ensayo de Enrique N’haux, Menem-Cavallo: el poder
mediterráneo (N’haux, 1992), perteneciente a un miembro algo marginal
de la Fundación Mediterránea, nos ofrece un inestimable aporte para
entender las tentativas de entrelazar la historia de la institución con la propia
historia nacional, aunque, por momentos, el autor recurra a procedimientos
escasamente verosímiles.

Para dar cuenta de la primera hipótesis de nuestro trabajo –los sectores de


la clase dominante tuvieron la necesidad de participar activamente en la
lucha política– hemos trazado un perfil de los socios y patrocinadores de las
instituciones, atendiendo en la medida de lo posible a las siguientes
variables: localización, tamaño (expresado a través de indicadores como
facturación, capital y participación en las exportaciones), tipo de
producción, mercado al cual se orientan e integración a grupos
concentrados o diversificados y otras empresas. Para los casos de
Argentina, estos datos pueden encontrarse en las listas que aparecen en las
revistas Novedades Económicas e Indicadores de Coyuntura, y en
trabajos publicados en revistas como Mercado y Prensa Económica, así
como en bibliografía especializada. En el caso brasileño, teniendo en cuenta
el consistente trabajo de Dreifuss, que hasta 1964 coincide básicamente
con nuestras informaciones, trabajamos apenas con una lista de los
asociados durante todo el período y referencias a su obra respecto de las
características de las empresas. Debemos destacar sobre este último punto,
que la lista no es exhaustiva, sino que fue realizada de la forma más
completa posible, teniendo en cuenta las fuentes existentes.
También en vistas de la primera hipótesis, hemos realizado un estudio de las
formas organizativas de los institutos, básicamente a través de la
recopilación de sus estatutos y la reconstrucción de listas de autoridades.
Dada la importancia de las minorías activas en el seno de las
organizaciones, se buscaron datos siguiendo criterios prosopográficos más
que estrictamente biográficos; los mismos tomaron en cuenta, de manera
especial, las siguientes variables: origen familiar, formación académica,
filiación empresarial, institucional y partidaria, y cargos ocupados en el
gobierno.
En el caso del IPÊS conseguimos avanzar en el análisis de la conducción de
sus finanzas. Para ello, contamos con los Livros Diários correspondientes a
los años 1962 y 1963 del IPÊS/Rio, y 1967, primer semestre de 1968 y
1969 del IPÊS/Guanabara. También con varios balances publicados,
mimeografiados o en borrador, que, aunque no sean totalmente fieles, nos
ofrecen claros indicios de numerosos aspectos de sus actividades
financieras.
El modo en que las entidades estudiadas realizaron su articulación
ideológica fue abordado a través del análisis de fuentes publicadas e
inéditas. Entre estas últimas recurrimos principalmente a las actas
correspondientes a sus diferentes órganos directivos, balances, cartas,
informes y relatorías. En las primeras incluimos publicaciones propias de las
entidades, así como otras, especialmente revistas y periódicos de
circulación nacional o, en algunos casos, de alcance regional. A través de
esas fuentes estudiamos la naturaleza del discurso de las instituciones, en
particular los temas que consideraban prioritarios, sus reivindicaciones y el
tratamiento que les daban otros interlocutores; también observamos otros
datos sobre asociados o intelectuales vinculados a las instituciones.
Teniendo en cuenta que la tarea de articulación ideológica dentro de esas
organizaciones no es emprendida de manera sistemática por los
empresarios patrocinadores sino por intelectuales especializados,
trabajamos sobre los investigadores pertenecientes a las instituciones
reuniendo datos con características similares a los anteriores, con énfasis en
los modos de cooptación y calificación a los cuales estuvieron sujetos.
En cuanto a la relación con el Estado, en la segunda hipótesis –en
momentos de aumento de la confrontación entre diferentes actores sociales,
esas tensiones fueron traducidas ideológicamente y canalizadas
políticamente, a través de medios directos de acción sobre los aparatos de
Estado–, se presentaron las mayores dificultades teóricas y metodológicas,
ya que, en el mejor de los casos, de la acción de los grupos de presión
quedan registrados apenas los resultados y no los procedimientos por los
cuales se llegó a ellos, de forma tal que nuestra búsqueda estuvo centrada
en un amplio rastreo cruzando los datos anteriores y los provenientes de
publicaciones empresariales y periódicos, como los de entrevistas propias y
otras existentes en diferentes acervos o que fueron publicadas.
De las entrevistas propias, aprovechamos las realizadas con José Ignacio
Castro Garayzábal, secretario ejecutivo de la Fundación Mediterránea y
único impulsor vivo; Ángel Manzur, ex diputado provincial y vicepresidente
de la Democracia Cristiana; Rafael Vaggione, abogado y ex diputado
provincial justicialista, y Juan Carlos Maqueda, ex operador de José
Manuel de la Sota y segundo en la Jefatura de Gabinete en los inicios de la
gestión de Jorge Rodríguez, momento de la renuncia de Cavallo como
ministro de Economía.
Se trató de entrevistas semiestructuradas, con apenas una lista de tópicos
abordados durante la conversación, y que, para posibilitar la fluidez en la
comunicación, fueron realizadas sin grabador, circunstancia que obligó a su
posterior reconstrucción, de acuerdo con métodos etnográficos. Esas
decisiones obedecieron a la opción por una construcción gradual del objeto
de investigación, a medida que el propio trabajo se desarrollaba, tal como
sugiere Harold Garfinkel en su etnometodología (Garfinkel, 1967).
Se utilizaron también otras declaraciones existentes en los archivos del
Centro de Pesquisa e Documentação de História Contemporânea do Brasil
de la Fundação Getulio Vargas y de la Universidad Torcuato Di Tella. Del
primer repositorio usamos las entrevistas a Dênio Chagas Nogueira,
Octávio Gouvêa Bulhões y Jorge Oscar de Mello Flores; mientras que del
segundo tomamos dos entrevistas realizadas por Luis Alberto Romero a
Alfredo Concepción (ministro de Industria y Comercio durante el gobierno
de Arturo Humberto Illia) y Guillermo Walter Klein (hijo) para el Proyecto
de Historia Oral del Instituto Di Tella, antecesor de lo que luego sería la
Universidad.
Empleamos, además, seis entrevistas efectuadas por Eli Diniz y Renato
Boschi para una investigación acerca del empresariado brasileño. Aunque
corresponden a un período inmediatamente posterior al abordado por
nosotros y en ellas no se identifica a los entrevistados, fueron muy útiles
para elucidar, de modo general, el pensamiento del sector en la época
(Diniz y Boschi, 1978).

Notas
[1] Las comillas corresponden a citas de Ferrarotti, 1980.
[2] Contrariamente a su uso más común, empleamos la sigla con acento circunflejo, tal como se
registró oficialmente su logo.
[3] La investigación más amplia en ese sentido corresponde a la obra de Loureiro (1997); para
los Institutos Liberais ver Gros (2003).
7 | Tras nuevos horizontes

Porque la filosofía quiere crear claridad mediante la descripción, se


ocupa de problemas, y no de un problema. No se trata de perseguir
ante todo la exactitud y claridad absoluta, sino la transparencia del
conjunto. A nuestra gramática le falta transparencia en el todo, la
capacidad de ver interrelaciones.
Ludwig Wittgenstein ([1953] 1988)

La búsqueda de relaciones entre las esferas política, social y económica en


el abordaje de tres estudios de caso constituyó el eje de nuestro trabajo,
aunque desde una óptica de clase. Nuestra intención fue pensar cómo se
produce esa relación en circunstancias concretas, no describir los procesos
como meramente determinados por la infraestructura económico-social.
En los casos analizados, la superestructura no se reduce apenas a un mero
epifenómeno de la base y tampoco constituye una dimensión indeterminada,
cuestión que no puede ser resuelta con la salomónica solución de darle un
valor intermedio, pues ese arreglo aparentemente simple, de forma
semejante al dilema bíblico, terminaría por descaracterizar el problema y no
contentaría a ninguna de sus matrices generadoras. La interrelación entre las
diferentes esferas es mucho más compleja y escapa, por suerte, de la
medida con que muchos crédulamente intentan mensurarla.
Por ese motivo, la perspectiva de abordaje que adoptamos puede provocar
innumerables inconvenientes, muchos de ellos aún no resueltos del todo. En
consecuencia, es probable que hayamos propuesto más interrogantes que
los que pudimos resolver. Pero, por otro lado, y no como mera
justificación, pensamos que tal es el sentido más importante de cualquier
tentativa de comprender algo de la realidad. La riqueza de esa perspectiva
compensa el desafío, permitiendo hacer conexiones entre hechos
aparentemente desligados que adquieren una dimensión más rica si se los
comprende en conjunto.
Respecto de nuestras constataciones iniciales, demostramos cómo la crisis
del modelo sustitutivo hacia el final de la década de 1950 y, sobre todo, en
la primera mitad de la de 1960 desencadenó profundas transformaciones en
las economías brasileña y argentina, que alteraron algunas de sus tendencias
anteriores en cuanto a la matriz productiva. Esto provocó la
desestructuración de antiguos actores económicos y el surgimiento de otros
nuevos, lo que dio lugar a una redistribución de sus pesos económico,
social y político.
Por esa época, los conflictos sociales tomaron un renovado vigor y
excedieron sus marcos respectivos, estableciéndose a nivel político nacional
de forma más o menos generalizada. Se constituye así lo que calificamos
como una crisis de hegemonía, ya que el control de la clase dominante fue
contestado, sin que la vía del consenso le permitiera a aquella mantenerlo,
por lo que debió recurrir, en última instancia, al uso de la fuerza para
restablecerlo.
Con el aumento de la competencia y los conflictos entre clases e intraclase,
las élites tuvieron que organizarse mejor para enfrentar los desafíos que las
nuevas circunstancias les presentaban. Los actores con menor potencial de
presión individual se vieron en la necesidad de estructurarse más
fuertemente para compensar su menor capacidad de negociación,
reposicionamiento que llevó a otros sectores, incluidos aquellos con mayor
potencialidad de presión, a organizarse de manera más sólida para
confrontarlos.
Con base en esas constataciones generales enunciamos, como primera
hipótesis de este trabajo, que los sectores de la clase dominante tuvieron la
necesidad de participar más directamente en la lucha política. Para ello
precisaron estructuras organizacionales más sólidas con las cuales poder
intervenir convenientemente, siendo el reclutamiento, la construcción
discursiva y un nuevo repertorio de acciones los pilares en los cuales radicó
su fortaleza. Afirmación que consideramos haber comprobado para los tres
casos analizados.
La organización de las entidades no es previa, sino un hecho posterior al
aumento de los conflictos sociales en el ámbito de la sociedad civil y con el
Estado. Esas entidades se constituirían en una respuesta más que en una
anticipación frente a tales comportamientos.
Además de reforzar algunas de las organizaciones corporativas de viejo
cuño, los empresarios crearían otras nuevas, con estructuras más
apropiadas para la lucha ideológica, ya que aquellas demostraban cierta
rigidez, difícil de adaptar para alcanzar los nuevos objetivos. Entre los
inconvenientes a encarar pueden destacarse la mayor exposición pública y
una menor cohesión ideológica, derivada, en parte, de divisiones internas y
la alta intromisión por parte del Estado.
Para conseguir adecuar sus estructuras, las nuevas organizaciones tendieron
a reclutar una cantidad importante –para los parámetros de las clases
dominantes– de miembros, con características que correspondiesen a
grupos más o menos definidos, con el fin de representar en parte, aunque
no del todo, su propia heterogeneidad. En otras palabras, se proponían
agrupar miembros que poseyesen alguna homogeneidad previa, pero
respetando ciertas diferencias internas, que podrían aflorar más tarde.
En ese sentido, se percibe que tanto los miembros del Instituto de
Pesquisas Econômicas e Sociais (IPÊS) cuanto los de la Fundación de
Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL) pertenecían, en el
momento de las respectivas constituciones, a la clase dominante, mientras
que los miembros de la Fundación Mediterránea ingresaron en ella después,
en parte como resultado del proceso social en el cual estaban inmersos.
Además, otros integrantes de la clase dominante fueron reclutados por esta
última entidad a medida que ascendía socialmente, lo que produjo un
cambio considerable de perfil tanto de la propia institución cuanto de sus
miembros entre un extremo y otro de su transcurso histórico.
Constatamos también que las fracciones de clase estaban representadas de
manera diferente dentro de esas organizaciones. La Fundación
Mediterránea, por ejemplo, se enorgullecía de incluir en su núcleo sólo
dirigentes que formaban parte de la fracción industrial; mientras que, si bien
con algunas pocas excepciones, el IPÊS y FIEL presentaron una amplitud
mayor, que en el caso brasileño apenas dejó fuera los intereses de las
oligarquías agropecuarias, opuestas a iniciativas modernizantes, incluyendo
las más moderadas promovidas por el Instituto.
La forma de tratar con los sectores y las cuestiones agrarias surge como
otro elemento importante en la comparación de las tres instituciones. FIEL,
desde el primer momento, tomó opción preferencial por los sectores
dominantes en el campo, como lo demuestra que una de sus cuatro
corporaciones fundadoras fuese la Sociedad Rural Argentina. Pero en el
caso de la Fundación Mediterránea casi no se registran socios
representativos de ese tipo de actividad, a no ser por algunas industrias que
hicieron eslabonamientos con la producción primaria, y las temáticas
vinculadas al sector despertaron poco interés entre sus intelectuales, lo que
constituyó su punto débil cuando le tocó asumir cargos de conducción en el
Estado. En cambio, el IPÊS resolvió tomar partido en las disputas internas
del sector, inclinándose por los intereses modernizadores en el campo en
contraposición a los tradicionales. Esta opción apareció más claramente en
la regional carioca y sufrió mayor resistencia en la paulista, aunque terminó
venciendo la primera, cuyos técnicos presentaron propuestas de reforma
agraria un tanto osadas para el medio empresarial y condujeron varios
órganos estatales encargados de implementarlas.
Sin embargo, las propuestas del IPÊS para el sector agrario estaban lejos
de ser totalmente innovadoras. Experiencias similares de transformaciones
por lo alto ocurrieron en otros países capitalistas, impulsadas,
principalmente, por autoridades estadounidenses como forma de
prevención al avance de posiciones más radicales y para liberar factores de
la producción, profundizando el desarrollo del capitalismo en el campo.
La relación entre capital nacional y extranjero también fue una de las
diferencias importantes entre los casos. Tanto el IPÊS como FIEL
mantuvieron una elevada participación en su cuadro societario de empresas
y representantes del capital extranjero, mientras que la Fundación
Mediterránea, aun habiendo permitido la participación de esas empresas
como socios activos y adherentes, restringió su intervención a esas dos
categorías y cerró su acceso al grupo de socios fundadores, los cuales, por
los estatutos, tienen el poder de conducir la entidad. De esa forma, se
puede percibir tanto el tenor ideológico que los miembros fundadores
querían imbuir a la entidad, cuanto ciertos temores no declarados en
público, que probablemente los afligían. De hecho, las empresas que
integraron en un principio la Fundación Mediterránea eran pequeñas y
medianas industrias que sufrían la competencia del capital transnacional y
asociado. La organización se había fundado precisamente para oponerse a
los privilegios concedidos a esos grupos. Así, sabiéndose más débiles que
ellos, en el momento en que comenzaba su expansión introdujeron algunas
salvaguardas en sus estatutos para garantizarse la retención del control
interno.
En cambio, las otras dos entidades no se preocupaban por esa cuestión, ya
que congregaban a representantes de la élite empresarial y sus objetivos
eran diferentes, a saber, representar el conjunto de la gran burguesía y
enfrentar el conflicto social, aunque pudiesen surgir desavenencias
particulares con algunas de sus fracciones, representantes del sector de la
actividad agropecuaria, en el caso del IPÊS, y de la industria, en el de
FIEL.
Es importante destacar que las divergencias de FIEL en relación a la
organización de cúpula del sector industrial se manifestaron en momentos en
que su fracción más concentrada perdió el comando de la entidad
corporativa, circunstancia que provocó, concomitantemente, una
reacomodación de sus posiciones ideológicas. De esa forma, fue la Unión
Industrial Argentina la que se alejó de sus compromisos anteriores y no a la
inversa.
La participación de militares, en representación de sectores o
individualmente, fue otra de las características comunes, aunque el caso
brasileño haya sido sin dudas el más destacado. Esa diferencia puede estar
asociada tanto al propio carácter de las empresas cuanto de los militares en
Brasil y Argentina. En el caso brasileño observamos que los gobiernos
impulsaron una fuerte interacción estratégica entre sectores civiles y
militares, lo que posibilitó una profunda imbricación entre los intereses de la
burguesía local con los del Estado y los de las Fuerzas Armadas. De esa
forma, se otorgaba a cada uno de esos agentes papeles relevantes en el
desarrollo económico nacional, que sólo era posible mediante un esfuerzo
conjunto. En Brasil, esta característica resultaría potenciada y hasta
institucionalizada con la creación de la Escola Superior de Guerra.
Debido a tradiciones diferentes, los militares argentinos estuvieron más
alejados de las empresas, excepto en casos aislados, y su cúpula no
manifestó una conciencia desarrollista semejante a la brasileña. Aunque
bajo su comando estuvieran empresas estatales de porte y el complejo
industrial-militar funcionara con mayor autonomía, se trataba más como si
fuese una cuestión de soberanía que de desarrollo nacional.
Esa característica fue reforzada por las divisiones existentes en las propias
Fuerzas Armadas argentinas y las relaciones de los empresarios con sus
diferentes líneas internas. La alta burguesía, representada por FIEL, se
relacionaba de forma estrecha con los “señores de la guerra”, militares con
mando de tropa y mayor poder en la estructura jerárquica, y al mismo
tiempo eran perceptibles ciertos roces con los “burócratas”, aquellos que
hacían carrera al frente de organismos y empresas estatales. Éstos tendieron
tardíamente a establecer alianzas más sólidas y estructuradas con otras
fracciones representativas del capital, en particular con aquellas encarnadas
por la Fundación Mediterránea, y terminaron perdiendo siempre en las
disputas de largo plazo contra los primeros.
Esa forma diferente de desarrollo estatal entre Brasil y Argentina marcó
otra de las características distintivas, ya que le permitió al primero contar
con una burocracia más vasta, reclutada meritocráticamente y con mayor
permanencia en los cargos, así como con aparatos estatales más amplios y
coherentes, que se tradujeron en una mayor capacidad administrativa y una
menor dependencia de la provisión y las intromisiones externas.
Por otro lado, las organizaciones no progresaron con sólo cooptar una
cantidad apreciable de miembros. Debían también hacerlos partícipes de
sus actividades, como una forma de sobreponerse a la inclinación por
maximizar ganancias individuales, para escapar de compromisos colectivos
con el objetivo de minimizar sus inversiones en ese tipo de acción, una vez
alejado el peligro inminente que los había compelido a participar en forma
más activa.
No obstante, esa participación no era horizontal. Existían distintos tipos de
compromisos, los cuales podían respetar escalas jerárquicas anteriores, de
tipo familiar, étnicas, generacionales, de poder económico y de prestigio
social, en sentido amplio. Se establecía, entonces, una pirámide cuya cúpula
tendía a perpetuarse en el comando de las instituciones y que podía
mantenerse aun cuando la base comenzara a derrumbarse.
El papel desempeñado por minorías activas dentro de las instituciones
resulta otra de las características comunes. Los “padres fundadores” se
manifiestan artífices e impulsores iniciales de las respectivas organizaciones
y a su alrededor se nuclea un puñado de hombres que cristalizará en un
cuerpo dirigente extremadamente estable.
La característica de una dirigencia establecida por períodos prolongados
está lejos de restringirse a las organizaciones aquí estudiadas. Obedece a un
fenómeno muy difundido que Robert Michels formula teóricamente como la
“ley de hierro de la oligarquía” (Michels, 1996). Según la concepción de
este autor, aunque esas minorías sean importantes a la hora de consolidar la
estructura de una organización, con el paso del tiempo pueden
transformarse en estorbos que dificultan su renovación y adecuación a los
nuevos tiempos, osificándola.
Esa dificultad se reveló fatal en el caso del IPÊS, ya que su cuerpo dirigen
te se mostró incapaz de adecuarse a la nueva realidad y tampoco
experimentó variaciones significativas en su composición. Prácticamente, la
mayor parte de las modificaciones estructurales que se produjeron en la
entidad no obedeció a razones de crecimiento sino de achicamiento,
provocado tanto por la escisión de las seccionales, cuanto por el recorte de
organismos internos.
En el caso de FIEL, hubo algunas incorporaciones puntuales que le
permitieron hacer transformaciones menores en la estructura con el
propósito de adecuarla a los cambios ocurridos en el escenario empresarial
y político, así como reposiciones naturales en su cuadro societario, si bien el
perfil de las nuevas afiliaciones mantenía características básicamente
similares con aquel establecido inicialmente.
El comportamiento de la Fundación Mediterránea, al respecto, resulta
bastante particular. En su vida como institución existen períodos extensos
de relativa calma organizacional intercalados por cortes abruptos, aunque
en su mayor parte conducidos por una tríada dirigente, cuyo
comportamiento empresarial y asociativo fue bastante versátil. De esa
forma, su cúpula demostró, en gran medida, ser capaz de adecuar sus
características, así como las de sus miembros y dirigentes, a las exigencias
que les demandaba cada período por el cual atravesaba.
No obstante, aunque la cuestión de la estructuración sea importante,
debemos señalar que esas organizaciones no se constituyeron apenas por el
placer de estar juntos; tenían objetivos definidos que implicaban el
desarrollo de diversas actividades para su consecución. A diferencia de las
organizaciones corporativas de viejo cuño, estas entidades utilizaron en su
forma de actuar un nuevo repertorio de acciones que su carácter más
privado y la mayor homogeneidad ideológica entre los asociados permitían.
En ese sentido, como el conflicto ideológico se convirtió en uno de los
frentes de batalla más importantes, la construcción de un discurso más o
menos homogéneo que legitimase las pretensiones de grupo sería una de
sus tareas primordiales. Mediante ese mecanismo, los empresarios podían
presentar sus intereses particulares como si fuesen de interés general,
justificándolos y posibilitando una construcción hegemónica.
Las organizaciones tomaron la lucha ideológica como un aspecto central de
la confrontación social y pasaron a pensarse como un baluarte en ese
sentido. Dicha necesidad era consecuencia de las dificultades de los
empresarios para realizar por sí mismos una tarea de ese tipo. Las
entidades corporativas tampoco eran adecuadas para ese fin, ya que se
encontraban presas de conflictos internos e identificadas con la defensa de
intereses particulares.
Sin embargo, la producción de conocimiento no fue una tarea simple, ya
que la misma se especializó a tales niveles que demandaba la participación
de personal bien específico. Por eso, los tecnócratas pasaron a ocupar un
lugar central en la elaboración del discurso y hasta de ciertas prácticas
políticas cotidianas. El especialista se convirtió en un elemento clave que fue
sustituyendo al burócrata tradicional, porque estaba capacitado para
traducir los intereses y deseos de los empresarios como enunciados
científicamente aceptados y, de ese modo, encontrarles un marco de
legitimidad, así como asumir, en caso necesario, su implementación.
De este modo, en las tres entidades se da una interrelación simbiótica entre
empresarios e intelectuales, en la cual cada uno interviene poniendo a
disposición de la organización su capital disponible. Sin embargo, se
advierte una diferencia importante entre los casos nacionales. De forma
general, FIEL y la Fundación Mediterránea contrataron personal recién
formado e invirtieron fuertemente en su capacitación, posibilitando el
acceso a cursos de posgrado en el exterior. El IPÊS, por su parte, se
vinculó a intelectuales consagrados, usufructuando sus capacidades técnicas
sin realizar ningún esfuerzo en su perfeccionamiento individual.
Como todo proceso, esa construcción ideológica fue difícil, con avances y
retrocesos, pero con un norte claramente definido, en cuya búsqueda
pueden establecerse al menos dos períodos: el primero se caracterizó por la
construcción de un discurso amplio, en el que se imbricaban diferentes
fuentes de legitimación; el segundo aparece dominado por el discurso
racionalista, en clave economicista, que dispensaba otras fuentes de
legitimación.
De este modo podemos entender mejor algunos sucesos que por separado
no poseen el mismo sentido, como, por ejemplo, la participación de la
Iglesia en actividades de instituciones como el IPÊS y la Fundación
Mediterránea, aunque no encontremos algo parecido para FIEL. Así, se
percibe que la construcción discursiva y las prácticas políticas por parte de
esos institutos de investigación no constituyen algo aislado, sino que se
encuentran incluidas en una construcción mucho más amplia, con múltiples
interacciones que la refuerzan. La defensa de la propiedad privada está
inserta en la custodia de la cultura nacional de carácter occidental y
cristiano, por oposición al comunismo, de fundamentos ateos e
internacionalistas.
Resulta interesante observar también que la invocación cristiana no incluye
ningún otro calificativo que haga alusión a las distintas vertientes en las que
esta religión milenaria se encuentra dividida. Ella sirve como gigantesco
paraguas que puede abrigar tanto las variantes católicas, autoproclamadas
mayoritarias en Brasil y Argentina, cuanto las protestantes, predominantes
en Estados Unidos y otros países capitalistas avanzados. De esa forma, se
limitaba hábilmente algún tipo de aspereza que pudiese surgir en ese sentido
y se mantenía abierta la posibilidad de recibir y dar colaboración a ambos
lados.
En contrapartida, la vertiente conservadora católica mantuvo relaciones
fluidas con este tipo de organizaciones y participó activamente de la vida
política como propaladora de ideas favorables a un orden capitalista con
tono más humanitario, como forma de contención del comunismo, inclusive
alentando y legitimando los golpes de Estado.
Unida a la apelación a las tradiciones cristianas estuvo la invocación a la
nación, sea de forma expresa, como en el caso de la Fundación
Mediterránea, o tácita, como en el del IPÊS. Mediante este recurso
discursivo, los intereses particulares podían ser presentados como el interés
general, quimera inalcanzable que funcionaba perfectamente como la
principal fuente de legitimación del orden social y de solidaridad entre las
clases.
No obstante, esos dos recursos de legitimación irían diluyéndose con el
paso de los años, sea por la sustitución por otros discursos o el paulatino
distanciamiento evidenciado por parte de la jerarquía de la Iglesia católica
en relación a los gobiernos autoritarios y las políticas económicas que
sustentaban. En la década de 1980 y, con mayor fuerza, en la de 1990, el
lenguaje de los economistas ganó sustento propio, prescindiendo de otros
discursos que lo legitimasen, tendencia que no era sólo latinoamericana. La
adopción del keynesianismo, que pregonaba la utilización del gasto estatal
como vehículo para manipular el desempeño de las economías nacionales,
demandó el desarrollo de complejos modelos que necesitaban personal
técnico especializado para su elaboración. Ni siquiera el fracaso del Estado
de Bienestar en los años setenta significó un retroceso en esa tendencia, ya
que catapultó al centro de la escena teorías monetaristas con elaborados
modelos matemáticos, que una vez más requerían economistas que los
interpretasen adecuadamente.
Por su parte, los entramados de las finanzas y agencias de cooperación
internacionales se tornaban cada vez más complejos, al paso que los países
y sus élites tecnocráticas eran sometidos a exhaustivos monitoreos y
tácticas de disciplinamiento para ingresar a, o mantenerse en, determinados
programas. No es extraño, por lo tanto, el papel desempeñado por
agencias gubernamentales de Estados Unidos y hasta fundaciones
norteamericanas que funcionaban como aparatos cuasi estatales. Aunque
con restricciones, es posible hacer algunos agregados al respecto, ya que
pudimos percibir que las actividades de ese tipo de organizaciones son
bastante numerosas durante la década de 1960, posiblemente alentadas por
el temor de que la Revolución Cubana se diseminase por todo el
subcontinente. Sobresalen las de la embajada estadounidense y las del
Council for Latin America, con la figura de David Rockefeller en un primer
plano, como promotoras de muchas iniciativas y en el apoyo ideológico y
financiero a instituciones entre las que el IPÊS y FIEL aparecen claramente
favorecidas.
Sin embargo, para el final de la década, esos impulsos decrecieron de
modo paulatino. La asistencia pasó a ser ofrecida por parte de varios
fondos de financiamiento con una apariencia más neutra o de organismos de
financiamiento internacional, en los cuales la presencia visible del coloso del
norte se diluye, aunque no la fuerza de su acción invisible. Este cambio de
estrategia obedecería al hecho de que el compromiso de una ayuda directa
dejaba demasiadas evidencias que podrían ser usadas por grupos
opositores para alentar aún más el sentimiento antinorteamericano. Es así
como el Banco Mundial (BIRF) y el Fondo Monetario Internacional pasan
a tener una mayor ingerencia en la vida interna de los países en desarrollo,
fundamentalmente a partir de 1969, cuando el propio Rockefeller impulsó
la reestructuración del Banco, a partir de la Trilateral Comission.
Una función semejante pasó a desempeñar el tránsito rutinario por
universidades extranjeras, en particular norteamericanas, que despuntó
claramente para el caso argentino ya en la década de 1970, tanto en
relación a FIEL cuanto con la Fundación Mediterránea, y que se intensificó
de manera notable en la década de 1980. En el caso del IPÊS, esa
tendencia no apareció con igual fuerza.
La emergencia de una tecnocracia con orígenes sociales diferentes de los
de la clase dominante instalaría un nuevo problema. Al principio, los golpes
militares, por el uso de la fuerza, alejaron esa posibilidad. No obstante, la
reconstitución del consenso, a largo plazo, requeriría nuevas formas de
control mediante la construcción de vínculos que asegurasen su fidelidad y
frenasen posibles aires de libertad.
La preocupación de mantener en secreto determinadas actividades,
principalmente por parte del IPÊS, nos demuestra las exigencias de ese
particular ejercicio del poder que utilizaba mecanismos más sutiles y que
nos enfrentan con la cuestión de la opacidad de nuestro objeto de estudio,
uno de los problemas más difíciles de encarar, sobre todo en relación a la
existencia de fuentes.
Esos fenómenos de opacidad observados tienen un doble origen. Por un
lado, debido a la falta de registros, poseen consistencia objetiva, que se
torna, a su vez, en subjetiva, dado que tampoco contamos con otras
herramientas capaces de analizarlos. En síntesis, además de tener que
operar con un objeto de por sí confuso, debemos hacerlo sin instrumental
adecuado. Para los asuntos mantenidos en secreto no es usual encontrar
acciones objetivadas en documentos, discursos, entrevistas o memorias, y
en el caso de hallarlas, éstas siempre están permeadas por la óptica del
actor, constituyéndose más en trampas que en atajos para la investigación.
Por esta razón, fue preciso someter siempre tales fuentes a una rigurosa
crítica heurística.
No obstante, es claro que un análisis desde la óptica del actor puede
brindarnos una perspectiva bastante fructífera, aunque peligrosa. Si la
historia quiere explicar un número significativo de fenómenos, no puede
prescindir del estudio de las acciones “secretas”. Sin embargo, a pesar de
la gran oportunidad que representan, la mayor parte de los abordajes no ha
alcanzado a penetrar esos dominios y, en el mejor de los casos, se limita a
realizar análisis panorámicos que apenas muestran aquellos
comportamientos que afloran a la superficie, dejando fuera los que hierven
bajo la epidermis de una sociedad en continuo proceso de cambio y
reposicionamiento ante las nuevas realidades.
A lo largo de este trabajo observamos el fenómeno de la opacidad
expresarse en innumerables indicadores que, lejos de amedrentarnos,
funcionaron como estímulo para encontrar instrumentos apropiados que nos
guiasen en la penumbra, transitando por caminos un tanto complicados.
En la más básica rutina del trabajo empírico introdujimos en el análisis las
relaciones cotidianas, los pequeños contactos más que los grandes
acuerdos, razón por la cual necesitamos realizar una amplia investigación, a
veces de forma un tanto embrionaria, debido al hecho de que los datos se
encontraban atomizados en innumerables fuentes y algunos inclusive eran
guardados de forma celosa sólo en la memoria de los actores.
Tales circunstancias nos obligaron a reestablecer constantemente las
distintas alternativas que elaborábamos para hacer frente al problema de la
recolección de datos. Nuestras elucubraciones se centraban en dirimir el
conflicto que se nos presentaba acerca de la validez que podíamos dar a
nuestras respuestas, ya que, muchas veces, sabíamos algo pero nos era
imposible avalarlo empíricamente con la rigurosidad demandada por el
método científico.
Ante esas barreras, la pregunta que siempre nos hacíamos se puede resumir
en el dilema de tener que escoger entre renunciar a toda posibilidad de
estudiar el fenómeno o buscar caminos alternativos. En otras palabras,
someternos al rigor de las notas al pie o despreocuparnos un poco de ellas
e intentar alcanzar otra visión, utilizando datos que, aunque con escaso
sustento empírico, nos sirviesen como un cantero de ideas según el método
hermenéutico (Abbagnano, 1972).
De las consideraciones anteriores no se puede deducir que para enfrentar la
opacidad aceptásemos de manera acrítica cualquier versión o dato errático
que cayese en nuestras manos: antes que confirmaciones, ellos sirvieron
como indicios que orientaban nuestra vista en determinada dirección. La
investigación no se restringió a los hechos estrictamente documentados y
buscó analizar también circunstancias que no se limitaban a su sentido
literal.
Como segunda hipótesis indicamos que, en momentos de aumento de la
confrontación entre diferentes actores sociales, las tensiones, después de
traducidas ideológicamente, fueron canalizadas en lo político a través de
medios directos de acción sobre los aparatos de Estado. Entre dichos
medios, hallamos como los más comunes la participación directa en la lucha
electoral en períodos democráticos, la utilización del Parlamento –cuando
funcionaba–, el aliento a golpes de Estado y la provisión de miembros
directivos o técnicos para ocupar puestos importantes, que incluyeron
cargos de ministros y funcionarios de relevancia en las carteras del área
económica y en los directorios de las principales empresas y bancos
estatales.
Los centros de investigación estudiados no eran contrarios a los regímenes
democráticos. Aunque apoyasen invariablemente los golpes militares y
muchos de sus miembros estuviesen vinculados con ellos, su oposición se
centraba en las variantes populistas, a las que consideraban una
degeneración del sistema democrático, al cual se defendía y hasta alentaba,
una vez que, depurado, pasaba a servir sus intereses. Quiere decir que la
forma en que se ejercía la representación política no era el problema
principal, sino los efectos que ésta provocaba.
Una de las consecuencias más importantes de la acción de los centros fue la
colonización de diversos aparatos de Estado, produciendo, casi
literalmente, una “privatización” de las instituciones estatales. El bloque de
poder, liderado por alguno de esos institutos, reorganizaba o intentaba
reorganizar el Estado y, bajo su control, recomponer su propia posición.
Esa situación manifiesta el predominio de un determinado mecanismo de
control de las decisiones estatales, en el cual diferentes grupos, que
basaban su poder en la defensa de intereses materiales-ideológicos, se
apropiaban sucesivamente de los aparatos estatales.
Pero muchas veces podía existir cierta incoherencia en el mantenimiento de
las alianzas en un mismo intervalo temporal. Tal comportamiento se dio en
particular en Argentina y fue diferente del caso brasileño, en el cual el IPÊS
alcanzó rápidamente la hegemonía en el momento de ocupar los cargos de
las áreas económica y conexas. Sin embargo, las diferencias podían
instalarse en el seno del propio Instituto, con rencillas entre la seccional
paulista y carioca; aunque tal vez sea prematuro aventurar una opinión de
ese tipo, debido a lo embrionario de nuestros conocimientos.
La lucha entre grupos podía llevar a una colonización parcial y simultánea
de los aparatos estatales, imponiendo, en la práctica, una conflictiva
convivencia, y sólo en condiciones particulares una ocupación hegemónica.
La dificultad en obtener un control absoluto se explica por el hecho de que
dirigir algunos de esos órganos tenía un interés especial, ya que se podía
transformar en importante contrapeso de otros que caían en manos de
grupos rivales, circunstancia que exacerbaba el combate.
Finalmente, con el paso del tiempo y en la medida en que las tensiones
enunciadas disminuyesen, las actividades de las clases dominantes
“convertidas en Estado” volvían a estar encubiertas, disimuladas y
transfiguradas, asegurando la transubstanciación de las relaciones de fuerza
y la transformación de la violencia que encerraban objetivamente en poder
simbólico, capaz de producir efectos reales sin gasto aparente de energía
(Bourdieu, 2000).
Sustentamos, así, como hipótesis contrafactual, consecuente de la anterior,
que de forma preeminente el control de los aparatos de Estado tendería a
realizarse a través de maneras indirectas, volviendo su comando a manos
de políticos dichos profesionales o burócratas con vinculaciones menos
directas. Los empresarios canalizan nuevamente su acción por la vía de las
organizaciones corporativas, tendencia que se torna más evidente para el
caso brasileño y que en el argentino fue interrumpida varias veces, tanto por
gobiernos autoritarios cuanto democráticos, en ciclos que se prolongan
hasta la actualidad.
Esta última hipótesis fue la de más difícil demostración y debimos admitir la
necesidad de introducir una mayor complejidad a fin de poder responder a
nuestro interrogante con un poco más de exactitud.
Aunque sea verdad que el IPÊS entró en crisis en 1967 –momento en que
la economía brasileña ingresaba por las vías que irían a desembocar en el
“milagro económico”, que, a su vez, condujo al fortalecimiento de la
burguesía, liderada de manera incontestable por el ala paulista–, es
igualmente cierto que aún existían conflictos importantes dentro de la
sociedad, sobre todo aquellos que se expresaban al interior de las clases
dominantes. Esta circunstancia nos podría explicar la supervivencia por más
tiempo del IPÊS/GB en relación al IPÊS/SP.
Dicho comportamiento se asemeja más a lo ocurrido en Argentina de lo
que acreditábamos en un principio. En este país también la burguesía pasó a
gozar de un amplio dominio a partir de 1976 y los conflictos más relevantes
en el ámbito de la contienda ideológica por determinar políticas económicas
se corrieron de la lucha entre las clases a una mayor disputa intraclase,
como intentamos probar con la explicitación de las diferencias entre FIEL y
la Fundación Mediterránea e, inclusive, con las divergencias que se dieron
dentro de ambas instituciones.
La respuesta para ese contraste en el tiempo de vida de los institutos se
debe más a diferencias observadas en el interior de los mismos que a
condicionantes externos. Queda claro que el impulso para su surgimiento
provenía de los conflictos existentes en la sociedad, que amenazaban las
posiciones de los grupos que les darían vida, y que la tendencia general
sería disminuir su compromiso colectivo a medida que las tensiones se
disipasen.
Así, las razones del mayor o menor éxito en la supervivencia de esas
instituciones se dieron por la forma en que supieron aprovechar el impulso
inicial, con la creación de una estructura que fuese capaz de sustituirlo
cuando comenzase a flaquear, encontrando nuevos objetivos a perseguir.
La decadencia se producía cuando se alcanzaban los objetivos de las
entidades y no se los sustituía por otros que mantuviesen el potencial de
convocatoria. A partir de entonces decrecía el reclutamiento de nuevos
miembros y recursos, que, a pesar de los esfuerzos de los dirigentes, no
alcanzaban a compensar a los que se alejaban por cuestiones de orden
natural, como muertes y jubilaciones, desgaste o colisión de intereses.
En relación a este punto se establece una de las diferencias más visibles
entre el caso brasileño y los argentinos. El IPÊS entró en decadencia poco
después de alcanzar su objetivo más importante; FIEL y la Fundación
Mediterránea consiguieron sobreponerse a numerosas dificultades y
estabilizaron una estructura organizacional por un período más prolongado.
En el caso del IPÊS, la producción ideológica fue severamente limitada
entre 1966 y 1967, excepto en cuestiones aisladas, por lo que encontró
enormes dificultades para competir de forma exitosa con otros centros de
investigación. No contaba, para ello, con una dirección especializada que
definiese estrategias adecuadas y no consiguió sustituir a sus intelectuales
más importantes, que partían hacia cargos oficiales, mediante nuevas
cooptaciones o la formación de nuevos cuadros, necesarios en una política
de más largo plazo.
En los casos argentinos, la emergencia de una estructura jerárquica
separada, compuesta exclusivamente por intelectuales, incidió para que los
institutos mantuviesen su aliento tras el impulso inicial y destruyesen o
debilitasen organismos estatales competidores en el momento que pasaban
a ocupar cargos oficiales como forma de garantizar su reproducción. A
diferencia de lo ocurrido con el IPÊS, los intelectuales de FIEL y la
Fundación Mediterránea debían hacer mayores inversiones en el éxito de
las organizaciones que los patrocinaban, ya que sus posibilidades por fuera
de ellas eran bastante limitadas: las universidades locales, que pagaban
bajísimos salarios, unas pocas y disputadísimas vacantes en instituciones
económicas internacionales y algunos otros centros de investigación con
orientaciones ideológicas no del todo convergentes y que seguramente
exigirían la renuncia a determinadas posiciones, constituían alternativas que
aconsejaban adoptar estrategias de sucesión antes que subversión.
Mediante esa interpretación, consideramos que la posibilidad de cristalizar
una estructura interna más autónoma por parte de los intelectuales
agrupados en las organizaciones mencionadas sería la razón fundamental
para explicar el fenómeno de supervivencia. A diferencia de los
empresarios, que para su existencia personal podían prescindir
tranquilamente de los institutos, los intelectuales tenían motivos materiales
más concretos para garantizar su funcionamiento.
La tendencia de otorgar a los economistas lugares más destacados se
comprueba también en diferentes países y tiene que ver con que el análisis
económico posee un papel significativo en la búsqueda de soluciones de los
problemas técnicos de los Estados y en la elaboración de sus políticas por
medio de un lenguaje que les confiere legitimidad. Los gobiernos, al cumplir
con el ritual correcto de nombrar a prestigiosos economistas para redactar
los nuevos programas y formular las disculpas por el fracaso de los
anteriores, se curvan frente a la importancia retórica del discurso de los
expertos. De este modo, la propensión de transferir a los poseedores de
conocimientos técnicos las responsabilidades sobre problemas difíciles de
resolver se vuelve altamente institucionalizada.
No obstante, en virtud de su ascenso en el gobierno y la red de relaciones
interestatales, los expertos, además de actuar como legitimadores, se
encuentran también en condiciones de definir las propias realidades
políticas. Una vez que la necesidad técnica ha sido aceptada, puede servir
de justificación para prácticas promovidas con otros propósitos y alcanzar
otras áreas de interés. A medida que se hacen fuertes, los economistas
tratan de redefinir también ámbitos de otras agencias gubernamentales, de
manera tal que pasen a depender de ellos, transformados en los guardianes
que influyen sobre el destino de los recursos.
El habla profesional de los economistas pasa a constituir una nueva lengua
franca, que, en conjunción con el inglés, se ha convertido en el latín
transnacional de nuestro tiempo. El lenguaje de un imperio y el de la ciencia
han atravesado fronteras a lo largo de un vasto territorio. En ese contexto
toma otra dimensión el conocimiento del idioma, que, lejos de restringirse a
un mero dato, tiene un significado especial, pues la lengua es uno de los
tipos de lenguaje que construye ideología.
El dominio de esos recursos sirve también de estímulo para que los
contactos y valores profesionales se conviertan en un factor significativo en
la elección de las personas que adoptan las decisiones políticas. Pero,
aunque la elección se oriente por patrones intelectuales, en los cuales la
dimensión académica es la fuente más importante de prestigio, y los
expertos se vean a sí mismos al servicio de la racionalidad o la eficiencia,
sus trayectorias pueden estar, y de hecho lo están, determinadas por
intereses particulares, especialmente con la complejización del diseño y la
instrumentación de las políticas públicas, que requieren equipos articulados
y no apenas de individuos aislados.
En esa dirección corre la predilección de las organizaciones estudiadas de
publicar una enorme cantidad de textos, presentados en diferentes
formatos, como panfletos, libros, revistas, periódicos o suplementos,
demostrando la necesidad de construir un consenso, aun durante regímenes
autoritarios. Mediante la difusión de materiales impresos, las ideas se
pueden esparcir considerablemente en el espacio y en el tiempo, y alcanzar
a un público más amplio. Aunque ése no era su único propósito: al objetivar
las ideas, el texto impreso les confiere verosimilitud y las legitima.
El IPÊS iría más lejos en esa dirección, pues reconoce la importancia en
esa tarea que los recursos audiovisuales adquirieron en el mundo moderno
y los emplea sistemáticamente, apelando al cine, la radio y la televisión para
alcanzar a las grandes masas. Se trata de una diferencia que no ha sido
marcada sólo por inclinaciones particulares de los institutos; en todo caso,
revela la profundidad del conflicto social y hasta qué punto era necesario
comprometerse en el embate político ante la variedad de los frentes de
batalla.
Esa circunstancia también llevaría de forma común a las tres entidades a
preocuparse por la temática educativa como un todo, y a promover
estudios y propuestas de reformulación de los sistemas de enseñanza en
sentido amplio, tal vez como forma de garantizar la reproducción ampliada
de las sociedades y, por consiguiente, de sí mismas.
Como vemos, los problemas por resolver eran muchos y nuestro deambular
teórico resultó fruto, en parte, de esa cruda realidad que, como a
náufragos, nos obligaba a aferrarnos a maderámenes dispersos y, con
frecuencia, poco aptos para mantenernos en una clara línea de flote,
situación que hacía imprescindible abandonarlos a veces con el objetivo de
encontrar otros que gozasen de mejores condiciones para esta particular
lucha por la supervivencia. Difícil alternativa en la cual, como Hirschman,
preferimos pasar por eclécticos antes que por reduccionistas (Hirschman,
1985a).
Adoptando esa perspectiva, tal vez hayamos conseguido aportar nuevas
luces al estudio de fenómenos que están lejos de restringirse a un único
ámbito. En la conjunción de conceptos de distintas disciplinas y hasta
cosmovisiones que apenas en apariencia podrían considerarse enfrentadas,
muchas veces por pruritos totalmente extraños a la “ciencia”, encontramos
algunas herramientas para poder transparentar la opacidad. Optando por
relatar no sólo lo obvio, lo dicho por los documentos, en los cuales a
menudo se confunden impurezas con viscosidades, renunciamos al miedo
de “contaminar” el objeto con nuestra “subjetividad” y elegimos una visión
más comprometida, ya que, según Walter Benjamin (1987), únicamente
cuando estamos bien embadurnados con el objeto de estudio nos tornamos
imbatibles. Así, componiendo una gramática que da cuenta de los nexos,
pudimos, de vez en cuando, alcanzar lo inaccesible, develar lo oculto e
invisible, deslindar matices e iluminar algunos puntos de oscuridad.
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Contraponto.
Epílogo

Los libros, conservando la debida distancia, pueden compararse a las obras


de arte: la maleabilidad del material, el espacio y el tiempo que les podemos
dedicar son finitos, implacables condicionantes que imponen ciertos límites
al autor, quien, usando todas sus potencialidades, tendrá que esforzarse
creativamente para sobreponerse a ellos y así poder aprehender parte de la
infinitud que representan los procesos sociales. Éstos, al tratar de la historia
del tiempo presente, constituyen otro importante desafío, ya que el
historiador aún se encuentra inmerso en ellos, lo que le impone una
perspectiva diferente de la que se puede lograr si se parte de una distancia
mayor, y muchos todavía están en proceso.
La obra final, por lo tanto, será el resultado de esa lucha, es decir, una obra
finita, limitada, surgida de una perspectiva diferente a la de la historia más
tradicional. Sin embargo, sometida a las críticas externas, será interpelada
por otras subjetividades y capacidades, a las que les gustaría aportar sus
propios límites.
Los juicios sobre la obra podrán ser diferentes y hasta contradictorios.
Avalando la perspectiva adoptada, algunos hallarán que el foco está un
poco a la izquierda, otros lo verán a la derecha, muchos dirán que está alto,
unos lo encontrarán demasiado bajo, y también habrá quien diga que está
completamente fuera de foco.
En el momento de ponderar sus colores, las opiniones no serán muy
diferentes de las anteriores: algunos los hallarán demasiado estridentes,
otros algo apagados, muchos dirán que son demasiado luminosos y unos
encontrarán que existen muchos puntos oscuros por aclarar.
Los colores, las formas, los trazos, los elementos escogidos, los materiales
empleados, todo cuanto conforma una obra será interpelado, pero no
debemos olvidar que ello constituye el precio por dejar una marca de
nuestro paso por el intento de pintar la realidad, que con inmenso placer
hemos asumido como compromiso.

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