Sunteți pe pagina 1din 4

Introducción

El Jueves es el comienzo del fin. Al salir del “aposento alto ya dispuesto” (Mr. 14:15) donde tomaban la cena, Jesús y sus discípulos
se enfrentaban a la escena final que comienza y que les llevaba al sufrimiento de la cruz.
Difícilmente hubieran podido encontrar un sitio más adecuado. Getsemaní, que significaba “molino de aceite”, era un pequeño jardín
de olivos donde Jesús acostumbraba a meditar y que hoy se convierte en el lugar de encuentro con la voluntad de Dios.
Puntos a desarrollar
A. En Getsemaní, encontramos al Jesús-Hombre que se enfrenta a la exigencia terrible de Dios.
1. Al llegar al jardín, el Señor divide a sus discípulos en dos grupos. Por un lado están Pedro, Juan y Jacobo, quienes siempre le
acompañaban en los momentos más difíciles, y les insta a orar. Por otro, están el resto de los discípulos.
2. En esos momentos Jesús hace una revelación que nos parece extraña: Jesús está angustiado y tiene miedo. El Señor se enfrenta
en su carácter de “Dios-ser humano” con la realidad del futuro. Le espera una muerte terrible a manos de un grupo religioso dispuesto
a romper su ley, por prenderle, y de un gobierno impersonal e injusto. Jesús se enfrenta a las consecuencias de su mensaje: Ha
predicado la vida y el mundo le depara la muerte y el sufrimiento.
3. Esta revelación de la angustia de Jesús debe parecernos extraña. Por lo regular la historia celebra a aquellos que enfrentan la
muerte en forma heroica o estoica, es decir, sin mostrar dolor o angustia. La historia recuerda a Sócrates por tomar la cicuta y morir
plácidamente, sin mostrar sentimiento alguno. Pero ese no es el caso de Jesús.
 Tampoco tenemos en Jesús el místico para quien el cuerpo, no importa porque lo importante son las “cosas espirituales”. El
Señor no es un “gurú” que vive en el mundo como si la creación fuera la cárcel del alma.
 Mucho menos encontramos en Jesús, la actitud de algunos “super-espirituales” que se han metido en la Iglesia de Cristo y que
ven a todo aquel que sufre, que llora y que está triste como un creyente de segunda categoría, que está enfermo porque no ora
lo suficiente.
4. No hermanos míos, Jesús no se encuentra en ninguna de estas categorías Jesús sufre porque es verdadero hombre, porque su
humanidad no es un juego. El Señor se enfrenta a una muerte cruel e injusta que le obliga a dejar atrás la compañía y el amor de sus
amigos. Jesús sufre porque es hombre, porque es siervo de Dios y el ministerio que Dios da en el mundo no es uno que nos lleva a
evitar el sufrimiento, sino que nos lleva a través del valle de la sombra de la muerte (Sal. 23:3).
5. Este hecho de la humanidad de Cristo es sumamente importante para nosotros, porque significa que tenemos en él no un “Sumo
Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”
(Hebreos 4:15).
B. En Getsemaní encontramos a Jesús-siervo el que está dispuesto a obedecer al Padre hasta la muerte.
1. Ahora bien hermanos, este siervo que sufre es uno que tiene una relación especial con su amo. Este “siervo” no es esclavo, es hijo.
Es uno que tiene una relación más profunda de la que ha tenido ningún otro con Dios. El Siervo que sufre es el Mesías, el Cristo, el
Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel.
2. Jesús es el único personaje en la historia de Israel que llamó a Dios “Padre” en forma personal. La palabra “abba ” es una expresión
del lenguaje arameo, que era utilizada solamente por los niños pequeños para dirigirse a su padre. En este sentido, Jesús hace lo que
sería la herejía frente a los fariseos de su época. Jesús llama a Dios “papi” o “papito”, algo que no había hecho ningún otro personaje
en la historia de Israel, donde Dios aparece como el Padre del pueblo en su totalidad.
3. Es este hombre con una relación especial con Dios el que se enfrenta con la copa amarga. Copa que no era otra cosa que el
destino que Dios le tenía deparado para el futuro. Esto es importante, no es un destino preparado por los hombres, por las
instituciones o poderes de su época. Nadie le quita la vida a Jesús, el la da voluntariamente (Jn. 10:18). La muerte de Jesús no es una
muerte forzada por el pecado, sino que es instrumento de Dios en la revelación su justicia.
4. En este sentido es importante el uso de la palabra “copa” y de la frase “la hora señalada” los judíos utilizaban estas frases, para
hablar del tiempo futuro, en el cual el Reino de Dios se haría una realidad para todo el pueblo. Con la palabra “copa” se hablaba del
momento en que la salvación llegaría a todo el mundo, en la manifestación del momento de Dios.
5. En este sentido, vemos claro el motivo de la obediencia del Hijo. Jesús obedecía la exigencia de Dios porque su muerte sería
instrumento, camino, puente por el cual llegaría la manifestación poderosa del Reino de Dios para todo el mundo. Su muerte –el tomar
la “copa”– marcaría “la hora señalada” por la cual Dios llegaría a la humanidad y todo creyente recibiría el “Espíritu de Adopción” que
le capacitaría para decir “abba, Padre” (Ro. 8:15; Gal. 4:16).
C. En Getsemaní vemos a Jesús dispuesto a sufrir por el pueblo pecador que lo deja solo.
1. En este momento, hemos llegado al punto de preguntarnos el significado para los discípulos de esta noche de oración. Si para
Jesús el jardín de oración es angustia y obediencia, debemos preguntarnos que significó el monte para aquellos que acompañaban al
Señor en aquella noche crucial. Este es el momento de ver, que significa Getsemaní para los discípulos del Señor.
2. En este sentido, Getsemaní es lugar de llamado, de vocación y de comisión. El monte es el lugar escogido por Dios para asignar a
los discípulos una tarea especial: Getsemaní es llamado divino a velar en oración. Velar no solo en el sentido de “romper una noche
orando” sino, de vigilar y estar atento a la voluntad Dios que nos revela. De este modo el “velad” que les dice el Maestro a sus
discípulos transciende el tiempo y se convierte en un mandato a seguir la voluntad de Dios en forma inquebrantable.
3. Pero si bien por un lado, Getsemaní es lugar de llamado y comisión, por otro, el monte es también lugar de flaqueza. Flaqueza que
se expresa en el sueño, en la dejadez, en la ceguera ante la llegada de los acontecimientos que se temían. La “debilidad” de los
discípulos consiste en no tener la sabiduría de Dios y el discernimiento para leer en el tiempo que el mal estaba a la mano, dispuesto a
destruir a su Maestro. La “debilidad de la carne” no consiste sólo en el cansancio físico sino que nos habla principalmente de la
condición humana; del pecador que se resiste a hacer la voluntad divina y busca siempre su propia comodidad.
4. Es precisamente esa debilidad la que nos lleva al fracaso. Fracaso de no poder velar una hora; fracaso de resistir el Espíritu de Dios
–el cual está siempre dispuesto– y seguir la pereza; fracaso de dejar solo al Maestro en la lucha; fracaso de no poder resistir los
pecadores que se llevan a nuestro Señor; fracaso que nos lleva a salir corriendo desnudos (Mr. 14:52) y a negar a nuestro Señor (Mr.
14:66-72).
5. Getsemaní es el lugar donde todos abandonamos a Jesús –donde todos le fallamos– y le dejamos absolutamente solo, luchando
contra el pecado por nosotros.
Conclusión
Como Iglesia, el Señor que se da por nosotros nos llama a velar en oración por un mundo que se pierde. Somos con quien único el
Señor cuenta a su lado en esta lucha contra los elementos del mundo. Pudiera usar ángeles –legiones de ángeles– con sólo una
palabra suya. Empero nos ha escogido a nosotros como mensajeros suyos. El Señor cuenta con nosotros. Sin embargo, hoy le hemos
fallado; le hemos dejado solo: “Ahora ya podéis dormir y descansar, Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores” (v. 41).

Para establecer el tono


Yo no soy una persona temerosa. Digo, por lo menos yo creo que no lo soy. Sin embargo,
hay momentos en que el miedo se ha apoderado de mí. Y, en ocasiones, ese temor ha sido
tan intenso que me he sentido paralizado ante la amenaza.
De hecho, todavía recuerdo claramente uno de esos momentos. Me dirigía en un “bus”
viejo e incómodo hacia la ciudad de Quetzaltenango, en la República de Guatemala.
Faltando aún como una hora de viaje, el “bus” se detuvo súbitamente. Miré con curiosidad
por la ventana y vi que una cuadrilla de militares eran los responsables del alto. El sargento
habló con el chofer. No sé lo que le dijo, pero poco después los militares subieron al bus
acompañados por dos jóvenes ensangrentados.
El silencio en aquel bus era sepulcral. Durante ese tiempo la represión en Guatemala era
tan grande que casi todo el mundo podía contar historias de horror relacionadas con los
militares. Yo estaba paralizado. El miedo cedió un poco cuando los militares bajaron. Sí,
cedió, pero sólo un poco. Pasaron varias horas hasta que pude volver a sentirme en paz.
Marco escénico
No, mis hermanas y mis hermanos, no es fácil verse rodeado de militares. Más aún cuando
dichos militares están dispuestos a hacerle daño a la gente que amamos.
Por eso pienso que la acción de Simón Pedro y del otro discípulo fue un acto valeroso.
Pedro y su anónimo acompañante entraron al palacio de Anás, el Sumo Sacerdote de
turno, para estar cerca del lugar donde se llevaba a cabo el viciado juicio del cual Jesús fue
víctima.
La acción de entrar al patio de la casa de Anás era muy peligrosa. Poco antes, esa misma
noche, estos discípulos habían sido testigos del arresto de Jesús (Jn. 18:1-11). Estando “al
otro lado del torrente del Cedrón, donde había un huerto” (18:1) –el huerto de Getsemaní–
Judas, el hermano traidor, había llegado acompañado por militares y religiosos. Allí habían
arrestado a Jesús.
El Evangelio de Juan nos dice que en medio de las sombras Simón Pedro hirió a un militar
llamado Malco, siervo del Sumo Sacerdote (18:10-11). Y ahora Simón estaba precisamente
en la casa del jefe del siervo herido; rodeado –como dice el v. 18– por los mismos militares
que habían arrestado a Jesús.
Trama
Pero la historia sólo comienza. Los discípulos habían llegado a casa del Sumo Sacerdote
aprovechando la amistad del discípulo anónimo con su familia (v. 15). Al principio, Pedro
se quedó fuera (v. 16a), pero el otro discípulo habló con la portera y consiguió la entrada de
Pedro al patio de la casa de los asesinos.
Allí encontramos el nudo de la acción. La criada a cargo de la puerta reconoció a Simón:
“Entonces la criada portera dijo a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de este
hombre?” (v. 17). El momento, ciertamente, no era cómodo para Pedro. Su vida dependía
de su respuesta: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”
Lo interesante es que casi 2,000 años después ustedes y yo nos encontramos en la misma
posición de Pedro: nuestro futuro depende de nuestra respuesta a la misma pregunta.
Rodeados por las fuerzas del mal, el mundo cuestiona la profundidad y solidez de nuestro
compromiso con Cristo: “¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?”
Y nuestra respuesta es muy importante. Es más, nuestra respuesta es crucial. Al contestar
esta pregunta estamos tomando una opción; estamos indicando cual será el sendero que
tomará nuestra vida.
“¿No eres tú también de los discípulos de este hombre?” es una pregunta cargada. En ella
se nos pide que tomemos la decisión más importante de nuestras vidas.
¿Eres tú seguidor de la vida o de la muerte? ¿Del bien o del mal? ¿De la luz o de las
tinieblas? ¿De Dios o del maligno? No hay términos medios. No hay zonas grises. No hay
vías alternas. ¿Eres tú también de los discípulos de este hombre? ¿Si o No?
Punto culminante
Entonces, un Pedro paralizado por el miedo a la muerte le contestó a la portera: “No lo
soy”. Sí, oyeron bien. Simón Pedro contestó: “No lo soy”.
 El mismo Pedro que había confesado que sólo en Jesús había palabras de vida eterna
(6:68);
 El Pedro que ante la amenaza de no poder compartir más con Jesús si no se dejaba
lavar los pies por el maestro le había pedido a Jesús que no sólo le lavara los pies, sino
las manos y la cabeza (13:9);
 El Pedro que había defendido con la espada a su maestro (18:10
 El Pedro que había dicho que daría aún la vida por Jesús (13:37);
 Este mismo Pedro ahora dice: “No lo soy”.
De nada valió la advertencia de Jesús (13:36-38) ante la actitud quijotesca del Apóstol:
“¿Tú vida pondrás por mí? De cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado
tres veces.” Pedro negaba a su maestro.
Y esto nos ofrece un interesante contraste. En la narrativa del arresto de Jesús, el Maestro
fue confrontado con una situación similar a la experimentada por Pedro. Decir la verdad
podía costarle la vida. Sin embargo, Jesús actuó con resolución ante la turba asesina,
diciendo: “¿A quien buscáis?” Entonces, dice la Biblia que Jesús les dijo: “Yo soy”. Otra vez
en el v. 6 Jesús les dice “Yo soy”, y Juan nos indica a renglón seguido que cuando los
soldados y los religiosos escucharon su voz, éstos cayeron a tierra. Y, aún una tercera vez,
en el v. 8, Jesús insiste diciendo “Yo soy”. Entonces es arrestado.
¿Ven el contraste? Ante tres “Yo soy” de Jesús, Pedro niega al Señor tres veces (18:17, 25-
27): No lo soy; No lo soy; No lo soy.
Quizás usted se plantee la misma pregunta que yo ante la actitud de Pedro: ¿Por qué? ¿Qué
llevo al Apóstol a ceder tan vilmente ante el miedo? No sé, no conozco la respuesta, pero
cuando leo este pasaje recuerdo las veces cuando yo mismo he negado al Señor.
No lo soy. Decimos “no lo soy” cuando anteponemos nuestros propios intereses al amor
que le profesamos tanto a Dios como a los demás. Cuando buscamos nuestro propio
bienestar es lugar del bienestar de la persona amada.
Y, ¿será eso amor? Sí y no. No es amor en el sentido del que habla Juan en 13:31-35; ese
amor que tiene como modelo la práctica de Jesús; ese amor es perfecto. Pero, en otro
sentido, sí es amor. Es un amor tierno que acaba de nacer; un amor débil que aún
comienza a desarrollarse. Otra vez es necesario recurrir a I Juan para explicar conceptos
del Evangelio. Allí, en el 4:18, leemos:
En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor
lleva en si castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.
I Jn. 4:18
Interesantemente, en griego la palabra “perfecto” es sinónimo de “maduro”, Esto explica
muchas cosas. Sí, Pedro amaba a Jesús. Pero lo amaba con un amor joven, débil e
inmaduro. Por eso el miedo, y como consecuencia del miedo, el castigo. Por otra parte, el
amor de Jesús era fuerte, maduro, perfecto. De ahí que a la hora de la confrontación, el
maestro no dudó en decir “Yo soy”.
Desenlace
Con toda seguridad, podemos afirmar que Pedro lloró amargamente su acción. Y merecía
llorar. _Acaso no había traicionado a su Maestro? Quizás ustedes y yo le hubiéramos dado
la espalda en una situación como esta. Sin embargo, Sin embargo Jesús le buscó en señal
de comprensión, en señal de amor.
Terminado el desayuno, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me
amas más que estos? Pedro le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo:
apacienta mis corderos. Volvió a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le
contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas. Por tercera
vez le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro, triste porque la le había
preguntado por tercera vez si lo quería, le contestó: Señor, tu lo sabes todo: tú sabes que
te quiero. Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas.
Jn. 21:15-18 (DHH)
Esa es la palabra de Dios para hoy. No importa cuantas veces hayas dicho: “No lo soy”,
Dios te plantea una nueva pregunta: ¿Me amas? No importa las veces que hayas dicho: “No
lo soy”, Dios te llama hoy

S-ar putea să vă placă și