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3 grupos de personas por los que

la Iglesia debe mostrar


compasión
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Misericordia al forastero

Aunque reconocemos que la responsabilidad principal de los cristianos

es para con los pobres que son parte del cuerpo de Cristo, la Biblia nos

prohíbe descuidar a los pobres que están fuera de la iglesia. Gálatas

6:10 lo dice claramente: “Hagamos bien a todos, y en especial a los de

la familia de la fe”. ¿Qué significa “hacer bien”? Los comentaristas


coinciden en que esta frase se refiere al ministerio de obras. El contexto

es la compartición de las cargas (6:2), así como las contribuciones

económicas para el sostenimiento de los maestros cristianos (6:6). Aquí

vemos que Pablo básicamente está diciendo: “El ministerio de obras

debe ser dirigido primeramente a nuestra propia comunidad, pero

nuestro deber es incluir a todas las personas”. En otras palabras, el

ministerio de misericordia no solo es una expresión de la comunión de

la iglesia, sino también una expresión de la misión de la iglesia.

Varios principios teológicos generales exigen que el cristiano extienda

el ministerio de misericordia hacia los incrédulos.

1. Prójimos

En primer lugar, existe el concepto bíblico de amar a nuestro prójimo

como a nosotros mismos. Algunos han dicho que Lucas 10:25-37 solo

enseña que debemos ayudar a los incrédulos en situaciones

extraordinarias de emergencia. Pero esa interpretación ignora el

contexto. Nuestro Señor está tratando de que los judíos no limiten el


ministerio de obras de amor a su propia comunidad racial/religiosa.

¿Por qué escogería Jesús el ejemplo extremo de un gran enemigo, un

samaritano, como el héroe de la historia? La parábola del buen

samaritano define con claridad a nuestro “prójimo” como cualquier

persona, quien quiera que sea —pariente, amigo, conocido, extraño o

enemigo—, cuya necesidad veamos. No todos los hombres son mis

hermanos, pero todos los hombres son mis prójimos.

2. Extranjeros

En segundo lugar, la Biblia (sobre todo el Antiguo Testamento), nos

dice que sirvamos a los extranjeros. Se consideraba “extranjero” (ger en

hebreo) a todo aquel que viviera en la tierra de Israel y no fuera judío.

El extranjero tenía que observar las leyes religiosas básicas de Israel,

tales como abstenerse de trabajar durante el día de reposo y

abstenerse de adorar a los ídolos (Lv 20:2; 16:29). Pero se le permitía

comer carne impura (Dt 14:21), y no tenía que guardar la Pascua ni ser

circuncidado a menos que lo quisiera (Éx 12:48). Es por esto que

realmente no formaba parte de la comunidad del pacto, ya que le


faltaba la señal del pacto: la circuncisión. Muchas leyes del ministerio

de misericordia le daban prioridad a las necesidades de los otros

israelitas por encima de las de los extranjeros.

Pero los extranjeros también recibían misericordia. El residente

temporal podía espigar los campos y viñedos durante la cosecha (Lv

19:10; 23:22). Se describe como parte de los indefensos, junto con las

viudas y los huérfanos, y Dios mismo castigaría a los que le oprimieran

(Éx 22:21; Lv 19:33-34). En otras palabras, el extranjero, aunque no

pertenecía a la comunidad del pacto, era beneficiario del ministerio de

obras del pueblo de Dios.

¿Qué nos dicen las reglas del Antiguo Testamento sobre la caridad

hacia los extranjeros a nosotros hoy? El Nuevo Testamento se apropia

de ellas. En el día del juicio, Jesús le dirá a Sus siervos: “…fui forastero

[xenos, un extranjero], y me dieron alojamiento” (Mt 25:35; 43). Y el

escritor a los Hebreos exhorta a los lectores a continuar mostrando

hospitalidad a los extranjeros (Heb 13:2; ver 1Ti 5:10).


3. Enemigos

Por último, Dios brinda Su “gracia común” incluso a Sus enemigos. La

gracia común es un término que los teólogos usan para describir las

bendiciones generales que Dios le concede a todas las personas,

independientemente de su amor por Él. Por ejemplo, Mateo 5:45 nos

dice que Dios da salud física y prosperidad a todos en la tierra: “Hace

que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e

injustos”. ¡Cuán generoso es!

Justo después, Jesús nos dice que usemos esto como un modelo para

nuestro ministerio de obras. “Si ustedes aman solamente a quienes los

aman, ¿qué recompensa recibirán?” (Mt 5:46). En el pasaje paralelo,

Jesús nos dice que “hagamos bien” y “demos prestado” a los injustos, a

nuestros enemigos, porque Dios le ofrece misericordia tanto al bueno

como al malo (Lc 6:32-36). Jonathan Edwards, al escribir sobre la

caridad hacia los pobres, concluye:

Se nos exige particularmente que seamos amables con los malos; así
seguiremos el ejemplo de nuestro Padre celestial, que hace que Su sol

salga sobre buenos y malos, y envía lluvia sobre justos e injustos.

Estamos obligados, no solo a ser amables con aquellos que lo son con

nosotros, sino también a serlo con los que nos odian y nos usan con

malicia.

La misericordia de Dios y la nuestra

Una cuarta razón para extenderle misericordia a los necesitados del

mundo es el patrón de la misericordia salvadora de Dios. Su salvación

llega a los indignos, a los que no la esperan, a los enemigos de Dios

(Ro 3:9-18). Pablo dice que a él se le mostró misericordia, como al peor

de los pecadores, para mostrar la paciencia ilimitada de Cristo. Si el

Nuevo Testamento dice que el ministerio a las necesidades físicas es

considerado como parte de la “misericordia”, ¿deberíamos creer que

nuestra misericordia debe operar sobre un principio completamente

diferente al de la misericordia de Dios? ¿No deberíamos ofrecerle

misericordia a los incrédulos y a los enemigos?


Debemos recordar que Dios le ofrece Su misericordia a personas

rebeldes para hacerlas responsables y restablecerlas. Así que debemos

ayudar con esto en mente. ¿Pero solo debemos ofrecérsela a nuestros

amigos y parientes? Ese no es el patrón de la misericordia de Dios. El

ejemplo de la gracia de Dios también indica que no debemos

sentarnos pasivamente a esperar que los necesitados imploren. Más

bien debemos estudiar, encontrar y cubrir las necesidades humanas

básicas. ¿Cristo se sentó en el cielo y esperó que nosotros le

suplicáramos por misericordia? No, Cristo nos buscó y nos encontró.

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