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La fábula en época imperial

romana y medieval

Francisco Rodríguez Adrados

CM
Historia
de la
fabula greco-latina
T om o II

LA FABULA E N EPOCA IM P E R IA L
ROMANA Y M ED IEV A L

p o r F ra n c isc o R o d ríg u ez A d rad o s

EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE


ISBN: 84-7491-160-5 Tomo II
ISBN: 84-7491-005-6 Tomo I (Volumen 1)
ISBN: 84-7491-006-4 Tomo I (Volumen 2)
ISBN: 84-7491-004-8 (Obra completa)
Depósito legal: M. 7.614-1985
Impreso en Lavel. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid)
INDICE

A breviaturas ................................................................................................ 9

PROLOGO AL VOLUMEN II ............................................. 11

PARTE I. LAS COLECCIONES HELENISTICAS COMO BASE


DE LAS POSTERIORES: RELACIONES ENTRE ESTAS

Capítulo I. Las fábulas helenísticas con una sola versión


m étrica p rim aria ........................................................................... 23
Capítulo II. Las colecciones helenísticas con m ás de una
versión m étrica prim aria. Casos e s p e c ia le s .......................... 87

PARTE II. LA FABULA EN LA EPOCA IMPERIAL ROMANA

C apítulo I. Fedro .............................................................................. 125


Capítulo II. B abrio .......................................................................... 173
Capítulo III. El pseudo-Dositeo .................................................. 213
Capítulo IV. A fto n io ........................................................................ 227
Capítulo V. Aviano ............... ......................................................... 243
Capítulo VI. La colección Augustana ............................. 261
C apítulo VII. Colecciones m enores y fábula-ejem plo ......... 333

PARTE III. LA FABULA EN LA EPOCA MEDIEVAL

Capítulo I. Las fábulas del códice B rancacciano .................. 365


Capítulo II. Las fábulas s ir i a c a s .................... 373
g In d ic e

Capítulo III. Las colecciones V indobonense y Accursiana. 397


Capítulo IV.La P aráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos
políticos ....................................................................................... 427
Capítulo V. Los tetrástico s de Ignacio Diácono y de sus
im itadores ........................................................................................ 453
Capítulo VI. Las fábulas de los códices Adem ari y Wissen-
b urgensis y las delllam ado R ó m u lo .......................................... 473
Capítulo V II. La fábula m edieval griega y latina de tra d i­
ción o riental e influjo de la fábula griega en O riente ... 511
Capítulo V III. La re sta n te tradición m edieval griega y la­
tina ..................................................................................................... 573

CONCLUSION ................................................................................ ......... 639


C uadros sobre la h isto ria de la F ábula ....................................... 653
ABREVIATURAS

Son en térm inos generales las del Diccionario Griego-Español, vol. I, Madrid,
C.S.I.C., 1980. Aparte de é sta s, las p rincip ales son:

Ad Codex Ademari.
Av. Aviano.
Aphth. Aftonio.
B. Babrio.
Branc. Col. del cód ice B rancacciano.
Dod. D od ecasílabos p olíticos b izantinos.
F. An. Fábulas A nónim as (I: Augustana; II: V indobonense; III: A ccursia­
na; las su b coleccion es se m arcan con letras griegas y latinas).
H. N úm ero de la ed. de H ausrath de las F. An. (no H.: fábu las que
n o está n en H ausrath, con la nu m eración de m i A péndice II).
M. Fábula m edieval (con la nu m eración de m i A péndice III).
Pañc. Pañcatan tra.
Par. P aráfrasis B odleiana.
P. Grenf. P apiro Grenfell.
P. Ryl. P apiro R y la n d s 493 y su colección.
Ph. Fedro.
ps.-Dos. pseudo-D ositeo.
Rom . R óm ulo (g = recen sio gallicana, v = recensio vetus).
Sy. C onjunto de Synt. y Syr., así com o su colección b ásica (Syr. = fábu­
las siriacas traducidas por la H na Lefèvre, Synt. = Sin tip as).
Tantr. Tanträkh yä yik a.
T. Assend. T ablas de Assendelft.
Tetr. T e trástic os de Ignacio D iácono y otros.
W Códice W issenburgensis.
PROLOGO AL VOLUMEN II

E n la organización de esta obra, el segundo volum en que ahora


aparece está dedicado a la h isto ria de la fábula greco-latina a p a rtir
del com ienzo de n u estra era: en la época im perial rom ana y en la
E d ad Media latin a y griega o bizantina.
Ahora bien, quedó ya indicado en el prólogo del volum en I que
el re p arto del m aterial fabulístico a estu d iar según el criterio cro ­
nológico que seguim os, usual en estos casos, no deja de p re sen tar
problem as. E n realidad, nos encontram os ante un círculo vicioso:
el detalle de las colecciones de fábulas helenísticas sólo a p a rtir del
estudio de las colecciones im periales y m edievales puede ser, h asta
cierto punto, d esentrañado; y, a su vez, la h isto ria de la form ación
de dichas colecciones tardías sólo puede hacerse sobre un conoci­
m iento de la fábula helenística, de la que arrancan. H a habido, pues,
que pro ced er p o r fases y tanteos. E n el volum en I he dado ya una
idea general de las colecciones de fábulas tard ía s —las que se nos
han conservado— y, al h ab lar de la fábula helenística, las he utilizado
constantem ente. He, pues, anticipado cosas sobre la fábula posterior.
Ahora, inversam ente, al estu d iar ésta ganarem os nuevos conocim ien­
tos sobre la fábula helenística, de la que deriva. Así com o el an terio r
volum en anticip ab a cosas del p resen te (cosas previas que h ab rán
de ser com pletadas y, a veces, rectificadas), éste com pleta el prim ero.
Ya se vio en el capítulo I, 2, de dicho p rim er volum en, titulado
«Inventario general de la fábula greco-latina», el estado en que se
encu en tra la investigación del origen de las diversas colecciones que
se escalonan desde el siglo i d. de C. (Fedro) h asta el final de la E dad
Media. E n tre estas colecciones hay que incluir las Anónim as, bien las
de las colecciones principales editadas p o r H ausrath, bien las de la del
pap iro Rylands: colecciones que vienen de D em etrio de Falero y han
recibido aportaciones posteriores diversas, pero cuya fase accesible a
nosotros (a través de dicho papiro en un caso, p o r reconstrucción de la
«antigua Augustana» en el otro) hem os situado hipotéticam ente en el
12 Historia de la fábula greco-latina

siglo i a. de C. Pues bien, hay que decir que la reconstrucción de esos


orígenes es todavía hoy b astan te incom pleta y deficiente. Aquí no
vam os a in te n ta r o tra cosa que d ar un paso m ás en el cam ino de
esa investigación.
Es la com paración en tre las diferentes versiones de un m ism o
tem a fabulístico la que puede d escu b rir las relaciones entre las m is­
m as: cuáles derivan de cuáles o de qué «escalones perdidos» aproxi­
m adam ente reconstruibles. E sta com paración exige, en p rim er té r­
mino, la reunión de un d o ssier o inventario com pleto de datos rela­
tivos a cada fábula; en segundo térm ino, el estudio de las variantes
de las m ism as en cuanto a contenido, e stru c tu ra y m etro. Es el m e­
tro, sobre todo, el hilo capaz de llevarnos a través de variantes inser­
tas en colecciones de cronología diferente h asta hacernos ver las rela­
ciones. E ste estudio no es fácil. He dado algunos ejem plos previos de
él en trab ajo s ya citados en n u estro an terio r volum en, en el que se
presen tab an hipótesis o conclusiones, nu estras o ajenas, sobre fábulas
concretas. P o steriorm ente he publicado tres estudios de detalle sobre
dos fábulas especialm ente com plejas por la riqueza de su tran sm i­
sión: una, la de «La golondrina (o lechuza) y los pájaros» (H. 39
a y b); otra, la de «El caballo, el ciervo (o el jabalí) y el cazador
(o el h o m b re)» 2. Hay que ad v e rtir que, en este segundo caso, el inte­
rés se cen trab a en la reconstrucción de la fábula original de Estesí-
to ro a p a rtir de sus derivaciones, aunque tam bién se estudiaba la
tradición p rocedente de D em etrio, helenística y m edieval. En el se­
gundo artículo se in ten tab a tam bién la reconstrucción de o tras fábu­
las p erdidas m ás.
Cuando se tra b a ja en estas reconstrucciones, se ve m uy pronto
que es ra ro en co n trarse con una fábula derivada directam ente de
o tra conservada: caso de fábulas de B abrio que h an dado derivados
en las p aráfra sis o dodecasílabos bizantinos, de fábulas del pseudo-
Dositeo (en su versión latina) prácticam ente calcadas p o r Róm ulo,
de o tras de F edro prosificadas y m ás o m enos alterad as p o r el codex
A d em a ri, o W isse n b u rg e n sis o el propio Róm ulo. Incluso fábulas que
se en cu en tran m uy próxim as, se deduce de un estudio detenido que
no derivan u na de o tra, sino am bas de una tercera. E sto ha sido
reconocido, ya lo sabem os, en el caso de Fedro y la A ugustana: Fedro
deriva generalm ente de un antepasado perdido de n u estra Augustana.
Y ha sido reconocido en o tro s casos m ás, hem os recogido datos e
ideas en este sentido en n u estro «Inventario de la fábula greco-latina»
citado.

1 «La fábula de la golond rina de Grecia a la India y la Edad M edia», E m é ­


rita 48, 1980, pp. 185-208, y «Más sob re la fábu la de la golondrina», E m e r it a 50,
1982, pp. 75-80.
2 «N eue Jam bische F ragm ente aus arch aisch er und k lassisch er Zeit. S tesich o­
rus, S em on id es (?), auctor incertus», Philologus, 126, pp. 157-179.
Prólogo al volumen I 13

Es m ás: incluso cuando las cosas parecían claras en el caso de


las fábulas anónim as, en que se suponía que había una derivación de
la A ugustana en la V indobonense y o tra (cuando ésta no presentaba
una fábula) en la Accursiana, así com o una de la V indobonense en
esta últim a, vim os en el capítulo citado que la realidad era m uchísim o
m ás com pleja. Que diversos m anuscritos o grupos de ellos podían
«beber» d irectam ente del m odelo sem iprosificado antiguo, que con­
tam in ab an con m odelos de las colecciones conservadas.
Tenem os que convencernos de que conservam os un caudal m ínim o
den tro de la vasta floración de la fabulística antigua: así lo dem uestra
la reciente aparición de nuevas versiones papiráceas de fá b u la s 3. Los
«eslabones perdidos» son innum erables, sólo a veces podem os acce­
d er p arcialm ente a ellos. Y a veces ni siquiera sabem os si había un
«eslabón perdido»: si un au to r com o B abrio, p o r ejem plo, es el
responsable de las m odificaciones que aparecen en u n a fábula suya
o si algunas de ellas derivan de una fuente p erd id a in term ed ia (cuando
se dan en un segundo fabulista no dependiente de B abrio ello es así,
pero cuando no, queda la duda). Y u n a vez que consigam os establecer
(con m ás o m enos seguridad, según los casos) la h isto ria de las fábu­
las u n a a una, queda la tare a m uy difícil de extrapolar conclusiones
de carác te r general que se refieran a las colecciones. T anto a las
conservadas com o a las perdidas que hipotéticam ente se recons­
truyan.
C iertam ente, tengo sobre m is predecesores las dos ventajas a
que antes he hecho referencia: el d o ssie r com pleto (en lo posible)
de la fáb u la an tigua y el «hilo de Ariadna» de la m étrica. Dado que
contam os con unas 600 fábulas antiguas (a veces es m uy subjetivo
el decidir en algunos casos si se tra ta de una fábula nueva o de una
varian te de u na conocida) y que la problem ática de m uchas de ellas
es sum am ente com pleja, me h a parecido m ás práctico p re se n ta r el
d o ssie r y el estudio de cada fábula en una serie de Apéndices que
cierran la o b ra (volum en III). La exposición de ésta queda así facili­
tada, en cuanto sólo se utilizan en cada m om ento los ejem plos nece­
sarios, eventualm ente con u n estudio m ás porm enorizado que el
sintético del Apéndice correspondiente.
Los Apéndices a que estoy refiriéndom e son el I y II, que recogen
la to talid ad de las versiones de fábulas que nos h an llegado de la
Antigüedad o que, viniendo de la E dad M edia bizantina u occidental,
pueden añ ad ir algo a nuestro conocim iento de la fábula antigua.
E n tran , p o r supuesto, las colecciones V indobonense y Accursiana, las

3 P. Colon, 64, tem a de «La perra que parió» de Fedro I, 19, y Justin o 43.4, 3,
y otra fábula nueva; P. Mich. 457 + P. Y ale inv. 1158 v., nueva versión de «La
golond rina y los pájaros». N ó te se que se trata de una fábu la que se creía origi­
nal de Fedro, de otra de tem a nu evo (aunque irreconocible) y de una nueva
versión m étrica de una fábula ya conocida.
14 Historia de la fábula greco-latina

p aráfrasis y dodecasílabos, Ignacio Diácono, el llam ado S intipas, que


son testigos preciosos que ayudan a re co n stru ir versiones de fábulas
perd id as p a ra nosotros. E n tran , en Occidente, los códices de Adem ar
y W issen b u rg e n sis y el llam ado Róm ulo, que, ju n to a derivaciones
de Fedro, contienen m aterial fabulístico diverso de origen antiguo.
E n cam bio, colecciones que incluyen derivaciones pu ram en te m edie­
vales de fábulas antiguas conocidas (de Aviano, de Róm ulo, etc.) o
bien nuevas fábulas creadas a p a rtir sea de las antiguas sea de fuen­
tes europeas u orientales, las dejo p ara el Apéndice III. Tienen in­
terés p ara el estudio de la fábula m edieval, tam bién objeto de aten ­
ción en este libro, pero no p a ra el de la reconstrucción de la fábula
antigua.
Con esto volvemos al tem a de la reconstrucción de las relaciones
en tre las colecciones conservadas y, p o r consiguiente, las perdidas.
E ste es el tem a cen tral del libro y no el estudio literario o de pen­
sam iento de Fedro, B abrio, etc. Aunque hay que llam ar la atención
sobre que sólo ahora, cuando las fuentes de estos autores son puestas
al descubierto, puede apreciarse debidam ente su grado de originali­
dad en cu anto al trata m ien to de los tem as, a las ideas, a la form a
literaria. Algo he dicho ya de esto. A ñadiré o tras cosas m ás. Pero,
insisto, mi tare a fundam ental es la previa a esto, la pu ram en te filo­
lógica de establecer fuentes, alteraciones, contam inaciones, etc.
Piénsese que nos hallam os ante una tare a que no se subsum e
en ac la rar la historia, en cuanto es posible, de cada fábula, sino que
asp ira a llegar a la h istoria de las colecciones. Y que una colección
puede h ab er utilizado varios m odelos, ya alternativam ente, ya conta­
m inándolos. Ello incluso cuando una colección asp ira a lograr una
cierta unidad form al, así en el caso de la del P. R ylands (sólo cuatro
fábulas conservadas) o la de Aftonio: la diversidad de fuentes está,
en estos casos, disim ulada. O tras veces es de e sp e rar desde el p rin ­
cipio. Piénsese en una obra com o la de B abrio, en la que hallam os
fábulas que van desde las de cuatro versos h asta o tras m uy des­
arrolladas, llenas de ecp h ra seis retóricas, com o B abrio 95, fábula
del ciervo, la zorra y el león. E stas discrepancias estilísticas y de
contenido se añaden a las dudas que sobre la au to ría bab rian a de
algunas fábulas coliám bicas m anifestaba yo en vol. I, pp. 118 y ss.;
puede pensarse que incluso en el ms. Atoo, edición alfabética po ste­
rio r a la original de B abrio, pudo haberse m ezclado m aterial variado.
La colección de B abrio, com o yo diría de todas las p o r nosotros
conocidas, es u n a colección m ixta, que incluye fábulas tradicionales
de tipos diferentes y fábulas propias (de fuentes orientales o bien
creadas p o r el autor). Pero aunque es verosím il, como espero dem os­
tra r, en este caso, que una p a rte de ese ca rác te r m ixto se deba al
añadido de fábulas ajenas, o tras veces es claro que el a u to r de una
colección quiso ya él el carácter m ixto, p o r o tra p a rte heredado.
Prólogo al volumen I 15

Esto se toca con las m anos en Fedro, que incluye fábulas de exten­
sión y tipos tan diferentes; y lo he ejem plificado en mi «Inventario
de la fábula greco-latina» con el caso de las tablas de Assendelft,
de Róm ulo, de las P aráfrasis, etc. Pero es que, en definitiva, las
fábulas Anónim as en general y, d en tro de ellas, la Augustana, tienen
tam bién ese carácter mixto, que debe atrib u irse ya a la «antigua
Augustana» del siglo i a. C. C ierto que el tal ca rác te r se debe en
p a rte a que consideram os com o testigos de una m ism a colección a
m anuscritos o grupos de ellos que añaden fábulas o versiones p ro ­
pias (cf. vol. I, pp. 98 y ss.). Pero el núcleo últim o, com ún a toda
la tradición, es igualm ente heterogéneo.
E n realidad, esa heterogeneidad radical es connatural a toda la
fábula, ya que desde D em etrio (para no h ablar de la fecha anterior)
se h an considerado fábulas relatos agonales ficticios con protago­
nistas anim ales, otros de situación, anécdotas hum anas, relatos de
H istoria n atu ral, sim ples χρεΐαι , etc. E sto es ya fam iliar a los lec­
tores de este libro. No es m enos cierto que todo ese m aterial cabía
tra ta rlo con unos u otros estilos, am pliando, reduciendo, in tro d u ­
ciendo unas u o tras filosofías, prefiriendo unos u otros esquem as
com posicionales, derivando fábulas nuevas. El problem a es en qué
m edida las colecciones por nosotros conocidas bebían de u n a fuente
igualm ente m ixta, lim itándose a elegir y a sum ar luego fábulas que
ellas derivaban de o tras o inventaban; o en qué m edida usaban m ás
de una de esas colecciones m ixtas o, eventualm ente, de colecciones
diríam os que especializadas, p o r ejem plo, a base de las fábulas de
cuatro versos an tes aludidas, ya anim alísticas, ya anecdóticas.
La vasta tela de arañ a de las colecciones p rim arias y las colec­
ciones derivadas y contam inadas, ya en verso, ya en prosa, de la
A ntigüedad, de la que las colecciones conservadas son algo así como
la p arte saliente del iceberg, es difícil de re co n stru ir en todo su
detalle. Podem os, eso sí, in te n ta r una reconstrucción de la historia
de cada fábula y, a p a rtir de ahí, tra ta r de sacar conclusiones sobre
las colecciones conservadas. E n cuanto a las perdidas, la investigación
debe pasar, pensam os, por u n a p rim era fase: la de establecer el
inventario de las que vam os a llam ar fábulas m étricas prim arias.
En la m ayor p a rte de las fábulas, efectivam ente, encontram os de­
b ajo de su vestid u ra prosaica o versificada (senarios de Fedro, co­
liam bos de B abrio, dodecasílabos bizantinos, etc.) u n verso antiguo
helenístico de un tipo especial que ha sido descrito en el p rim er
volum en de esta obra. Decir, com o he sugerido en algún lugar, que
tam bién hay fábulas cuyo prototipo, añadido secundariam ente a las
colecciones, fue siem pre prosaico, es algo a lo que hoy no m e atrevo;
la falta de resto s claros de verso en unas pocas fábulas es u n argu­
m ento negativo poco decisivo. Ahora bien, hay ocasiones en que no
es u na sola versión m étrica la que hallam os, sino dos o m ás: de
16 Historia de la fábula greco-latina

versos helenísticos, prebabrianos, quiero decir. P ara la fábula de la


golondrina, an tes aludida, hay n ad a m enos que cu atro versiones p ri­
m arias; con frecuencia hay dos, a veces tres.
Debemos, en casos com o estos, distinguir dos posibilidades: una,
que haya un verso p rim ario del cual deriven los otros (o el otro),
generalm ente allí donde hay cam bio profundo del tem a o bien se
tra ta de u na versión resum ida o am plificada. O tra, que dos o m ás
m odelos m étricos de una fábula vengan directa e independientem ente
de un m odelo a n te rio r com ún, el de D em etrio de Falero u otro:
tam bién en general en relación con la existencia de dos variantes
de la m ism a fábula. No siem pre es fácil sep arar un caso del otro.
H em os de e stu d iar este problem a en detalle.
Pero en la m edida en que el problem a se resuelve, logram os esta­
blecer un inventario de fábulas en verso p rim ario, verso que hay
que tra ta r de re co n stru ir p o r com paración de las diversas versiones
derivadas. E ntendám onos: no es posiblo decidir, de m om ento, si to­
das las fábulas con verso prim ario figuraban en u n a m ism a colección
o si, com o es m ucho m ás verosím il, se han ido adicionando m ás y
m ás. En el p rim er volum en de esta obra avancé una serie de arg u ­
m entos a favor de esta últim a propuesta: hay una serie de razones
ya tem áticas, ya form ales que ayudan a considerar unas fábulas m ás
recientes que otras.
U niendo todos estos criterios podrem os llegar a form arnos una
idea de las colecciones perdidas de fábulas, lo m ism o las de la época
helenística que sus co ntinuadoras de época im perial. Algunas llega­
ron intactas, pienso, a plena época bizantina, el siglo ix, y o tra s fue­
ron conocidas p o r los creadores del «Rómulo» occidental. En todas
las colecciones conservadas y en la tradición in d irecta se encuentran
datos p ara re co n stru ir en cierta m edida las colecciones perdidas.
Con lo cual, a la vez, ganam os datos sobre el origen de las coleccio­
nes conservadas y sus características.
He de in sistir en los «hábitos» de estas colecciones, en estu ­
diarlas una a una p a ra ver cóm o tra b a ja n sus au to res o redactores:
qué m aterial tienen delante, cuál eligen, cuál no, cóm o contam inan
o m odifican, cóm o crean o inventan tam bién. Es ésta la base, com o
decía, p ara a b rir el cam ino a un estudio literario e ideológico de las
colecciones. C ontribuiré tam bién a ab rirlo deteniéndom e en las fá­
bulas nuevas, aquellas que fueron creadas sin b ase en u n a versión
m étrica p rim aria o secundaria o bien m odificándola de u n a m anera
significativa.
Conviene añ ad ir ah ora algunas palabras sobre la organización del
libro. Una p rim era p arte se refiere a la problem ática general de las
relaciones en tre las fábulas: estudia los tipos de relación que se
rep iten y que responden, p o r tanto, a ste m m a ta característicos. E sta
p a rte anticipa cosas sobre la relación en tre las colecciones, pues éstas
Prólogo al volumen I 17

ocupan con frecuencia los m ism os lugares en los s te m m a ta ; y aligera


el trab a jo de análisis de las fábulas individuales que se h a rá en las
o tras dos p arte s del libro.
E stas dos p arte s se refieren, respectivam ente, a las colecciones
antiguas y las m edievales, tan to griegas com o latinas. Ya sabem os que
las colecciones m edievales ap o rtan datos de interés a la re co n stru c­
ción de las helenísticas y de edad rom ana perdidas. Pero no podem os
p rescin d ir de tra z a r la h isto ria de las colecciones conservadas, por
su orden cronológico. Al trazarla, se van revelando progresivam ente
los hilos del tejido de colecciones perdidas de que derivan. Sólo al
final del libro q u ed arán claros —en la m edida de lo posible—, p ara
ser brevem ente resum idos en la Conclusión. Pero, sim ultáneam ente,
las colecciones conservadas son estudiadas sobre la base de las fuen­
tes que utilizan y del trata m ien to que aplican a las m ism as: pienso
que, sobre todo en el caso de las colecciones de autores individuales,
se avanza así en el conocim iento de sus características lite raria s e
ideológicas.
La p arte II se ocupa así, sucesivam ente, de Fedro, B abrio, el
pseudo-Dositeo, Aftonio, Aviano, la Colección A ugustana y las colec­
ciones m enores y la fábula-ejem plo. La razón de d e ja r p ara el final
el estudio de la A ugustana, pese a que desarrolló sucesivam ente
un núcleo antiguo derivado de Dem etrio, es que en el análisis de
las fábulas de los otros autores y en el estudio de sus fuentes se
ganan apoyos p a ra un m ejor conocim iento, precisam ente, de esta
evolución de la Augustana. El estudio de las fábulas-ejem plo se re a­
liza una vez que está trazado en líneas generales el cañam azo en el
cual hay que situ arlas.
De todas m aneras (pese a las cosas que forzosam ente hay que ir
anticipando), el estudio de la fábula de época im perial queda incom ­
pleto h asta que, en la p arte III, se realiza el de la bizantina, derivada
suya y de la helenística. F undam entalm ente se tra ta de la fábula
griega de tradición antigua: las fábulas del códice B rancacciano, las
siriacas (de trad ició n griega y precisam ente de la línea de la Augus­
tana), las colecciones V indobonense y A ccursiana (cuyo estudio ayuda
m ucho, tam bién, a co m pletar el conocim iento de la tradición central
de la fábula griega, la de la Augustana), las P aráfrasis y Dodecasíla­
bos (que form an una tradición u n itaria, próxim a a B abrio, pero no
siem pre derivada de él, com o ya dije), los T e trá stic o s de Ignacio
Diácono (derivados de las dos líneas principales de tradición).
Ahora bien, queda todavía, dentro de esta p arte del libro, un
vasto cam po: el de la fabulística m edieval latina y algunos aspectos
p articu lares de la griega. Pues era preciso un nuevo análisis del
llam ado «Rómulo» p a ra elucidar sus orígenes y etapas de form ación;
y de la fábula m edieval latin a en general, tan to la de este origen
com o la de o tras fuentes. E n tre éstas, son especialm ente notables
18 Historia de la fábula greco-latina

las orientales, que propongo que h an llegado a conocim iento de la


E u ro p a latina a través de Bizancio, donde han dejado su huella,
que estudio.
E n definitiva, ya a través de Fedro y Aviano, ya a través de in­
fluencias que llegaban de Bizancio y que a veces procedían del
O riente, la fábula antigua y aun la o riental en co n traro n un nuevo
m om ento de florecim iento, m uy creativo, en Occidente. En Bizancio
la trad ició n de la fábula griega fue, n aturalm ente, m ás fuerte: pero
su originalidad es m enor, la fabulística bizantina es p ara nosotros,
m ás que o tra cosa, u na fuente p ara el conocim iento de la antigua.
Literalm ente, Bizancio ap o rtó m uy poco en este cam po. Pero a lo
largo de la E dad M edia, desde el siglo ix, y luego ya en el xv, tra n s­
m itió a O ccidente la fábula griega, facilitando la reconstrucción de
la antigua tradición u n ita ria de la fábula.
El presen te estudio llega, en Bizancio, fundam entalm ente h asta
las nuevas colecciones del siglo ix (aunque recojo m aterial p osterior,
cuando tiene interés). En O ccidente llega h asta la m itad del si­
glo x i i i , aproxim adam ente, cuando las lite ratu ra s rom ances y ger­
m ánicas tom an el relevo en la ta re a creadora y las fábulas orientales
son conocidas ah o ra ya a través de traducciones a lenguas m oder­
nas. Se acerca el m om ento de síntesis a que he aludido. Y se acerca
el florecer de géneros m odernos, com o la Novela, el Cuento y la
Picaresca, fu ertem en te influidos en su origen p o r la fábula.
Con esto queda cum plido el intento de este libro: estu d iar el
p uen te que la fábula greco-latina re p resen ta e n tre la fábula m eso­
potám ica y la renaciente y m oderna, incluidos géneros derivados
com o los aludidos. P or supuesto, se tra ta de u n dom inio inm enso
y poco explorado, com o ha podido verse: no se podía a sp ira r a o tra
cosa que a tra z a r algunas líneas generales que explicaran la vida
de la fábula a través de cu ltu ras diferentes y al servicio de las
m ism as, d en tro de unos rasgos relativam ente constantes.
Sólo queda añ ad ir que en diferentes lugares de este volum en,
igual que en el I, han sido utilizadas algunas publicaciones a n te­
riores del au tor, m encionadas en sus lugares adecuados.
La o b ra se co m pletará con un terc er volum en que co ntendrá los
tres Apéndices a que he hecho referencia, a los que aludo constan­
tem en te y que el lector debe ten er siem pre en cuenta. Los dos p ri­
m eros contienen, com o he dicho, las fábulas antiguas que conocem os
y las m edievales que son fuente p a ra re co n stru ir o tras perdidas.
Cada fábula va acom pañada de un breve resum en, un esquem a es­
tru c tu ra l, u n a p resen tación de los restos m étricos m ás seguros, una
indicación de su relación con o tras fábulas (derivados o fuentes) y
un s te m m a p o r lo m enos tentativo. A efectos de hacer m ás cóm odo
su m anejo, este co n ju nto va dividido en dos partes: el Apéndice I
recoge las fábulas que tienen un re p resen ta n te en las Anónimas
Prólogo al volumen I 19

(ed. H ausrath) y el II las fábulas que no están en ellas. R espectiva­


m ente van n u m erad as com o H. 1, 2, 3... (num eración de H ausrath)
y com o no H: 1, 2, 3... (por orden alfabético). El Apéndice I I I re­
coge, com o queda dicho, las fábulas m edievales que no tienen las
características anterio res, tam bién con indicaciones sobre su relación
bien con las fábulas antiguas, bien con otras, bien en tre sí. A éstas
las cito con el p refijo M. (M. 1, 2, 3..., p o r orden alfabético). En
cada en tra d a se da la referencia a los m odelos H. o no H., así com o
en éstos la indicación de la existencia de derivados M.
Como en el volum en anterior, he de d ar las gracias a la doctora
M artínez-Fresneda p o r la ayuda inestim able que m e ha prestado
en las labores previas a la redacción de la obra: concretam ente, en
la organización de los m ateriales en m is ficheros, que recogen la
totalid ad de las fábulas que conozco y una serie de datos sobre las
m ism as. Me ha ayudado igualm ente en la corrección de pruebas.
PA R TE I

LAS C O L E C C IO N E S H E L E N IS T IC A S
COMO B A SE DE LAS P O S T E R IO R E S :
R E L A C IO N E S E N T R E ESTA S
CAPITULO I
LAS FABULAS H E L E N IS T IC A S CON UNA
SOLA V E R S IO N M ETR IC A PRIM A R IA

I. I deas generales y problem as pr ev io s

Sobre la base de los datos de nu estro s Apéndices, que serán


aludidos con stan tem en te en la form a indicada en el Prólogo, vam os
a establecer un estudio de las versiones m étricas p rim arias de la
edad helenística, em pezando por aquellas de las que sólo hay un
solo ejem p lar p o r fábula.
N aturalm ente, el hecho de que sólo conozcam os una versión m é­
trica p rim aria no quiere decir que no hayan podido existir tam bién
otras, p erd id as p a ra nosotros. Véase, p o r ejem plo, lo que ocurre
con H. 32 «El asesino». De esta fábula, de am biente egipcio y refe­
ren te al castigo del m alvado, fábula probablem ente del helenism o
tardío, p o sterio r al cinism o (cf. vol. I, pp. 651 y ss.), existen restos
m étricos im p o rtan tes que llegan ya a F.An. I, ya a F.An. II (es de­
cir, a las colecciones A ugustana y Vindobonense, respectivam ente) *,
ya a am bas: puede com probarse esto en el Apéndice I, igual que
en iodos los dem ás casos en que, en adelante, hagam os afirm aciones
de este tipo. Pues bien, si no hu b iera de esta fábula m ás que las
versiones de la trad ición m anuscrita, podría pensarse que nos h alla­
m os ante u n a versión p rim aria única: Antifanes, en AP X I 348, hace
referencia tam bién a esta fábula y precisam ente en la form a que
p resen ta en F.An.; dado que nos hallam os ante dísticos elegiacos no
es sorp ren d en te que no quede huella del verso original. Ahora bien,
el P. G renfell-H unt gr. II 84 conserva la fábula, algo m u tilad a y
con u n a versión un poco diferente, pero, sobre todo, con un m etro
tam bién diferente. Hay dos trím etro s yám bicos iniciales y dos finales
bien conservados y restos de verso en la p rosa central. Ni los trím e ­
tro s ni estos resto s coinciden con el verso de F.An., lo m ás próxim o
es II ]άνέβη είς δένδρο ν , P. Grenfell, ~\άνήλ9εν εις δένδρον. Había, pues,
al m enos dos versiones m étricas.
1 F. An. = F ábulas A nónim as.
24 Historia de la fábula greco-latina

Por lo dem ás, es claro que rem ontan a u n original com ún. En
él pienso que el h om bre víctim a de la ju stic ia divina era un p a rri­
cida (II, AP, P. Grenfell); que la acción tra n sc u rría ju n to al Nilo
(I, II, se deduce de AP, P. Grenfell es inconclusivo p o r lo fragm en­
tario); que el p rim er anim al que atacaba al asesino era u n león
(II λεοντ' ίδών con m etro, P. Grenfell; el lobo de I y AP debe de
ser una innovación), el segundo un δράκων (P. Grenfell ευρών
δράκοντα m étrico, cf. II εύρε δέ δράκοντα., ; son innovaciones £χις I,
άσπίς AP). P robablem ente AP deriva de un original próxim o a I,
que se h a alejado m ás que II del texto originario. E ste m odelo
de I y II debía de conservar la calificación com o parricid a del
crim inal castigado y, probablem ente, localizaba la acción ju n to al
Nilo. Como se ve, suponem os dos versiones m étricas y un texto
original de u na de ellas, que luego fue som etido a alteraciones en
varios estadios. Pero, insistim os, n ad a de esto traslu ciría p a ra nos­
otro s si no conserváram os, p o r un p u ro azar, la versión m étrica
sem iprosificada de P. Grenfell.
Un caso diferente es el de las fábulas de época clásica que no
figuran en n u estras colecciones. Espigando en n u estro inventario
de la fábula clásica en vol. I, pp. 412 y ss., se en co n trarán fábulas
que indicam os que no existen en las colecciones. E sto no es m ás
que un dato de hecho: no están en n u estras colecciones, pueden
h aberse perdido en ellas o h ab e r estado en o tras perdidas. Lo m ism o
en lo relativo a fábulas de au to res helenísticos que no figuran en
n u estra s colecciones, aludidas en p. 548.
O sea: el inventario de fábulas propiam ente helenísticas y, den­
tro de ellas, el de las variaciones m étricas p rim arias (de m om ento
sólo nos ocupan en el caso en que hay una sola p o r fábula) no puede
ser com pleto. A las razones indicadas se añaden o tras que fácil­
m ente se d esprenden de n u estra exposición en vol. I, pp. 513 y ss.,
que es el p u n to de p a rtid a del estudio m ás porm enorizado que aquí
hacem os. R ecordam os, p o r ejem plo, el caso de las fábulas «únicas»
de au to res com o F edro o B abrio que pueden ser a veces, ciertam ente,
creaciones suyas (a p a rtir de fábulas conocidas o de anécdotas di­
versas o de fábulas orientales), pero que tam bién son en ocasiones
el único testigo que subsiste de u n a tradición p o r lo dem ás perdida.
C itábam os ya (y aludíam os a ello en vol. I, p. 149) el caso de
«La p e rra que parió» de Fedro, que ha dejado de ser un u n ic u m
(la versión de Ju stin o no es suficiente p a ra establecer una tradición
prefedriana) gracias a una versión papirácea griega publicada en
1978. Aludíam os tam bién a fábulas de B abrio que no encuentran
paralelos en las colecciones, pero que encuentran su fuente rem ota
en fábulas clásicas: es lógico p ro p o n er la existencia de m odelos in­
term edios helenísticos, conociendo com o conocem os la m anera de
tra b a ja r de n u estro poeta. Igual en otros casos m ás, en que se añade
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 25

la existencia de restos m étricos helenísticos. E sto solo b astaría p ara


a trib u ir a una versión m étrica p rim aria la fábula «La serpiente y
el águila» (no H. 86 = Aft. 28); pero se añade que conocem os p a r­
cialm ente, a través de Eliano (N.A. XVII 37, de C rates de Pérgam o),
los restos del m odelo de Estesícoro, con fragm entos m étricos m uy
d ife re n te s 2.
En definitiva, en cualquier colección y, fuera de ellas, en cual­
quier cita aislada de u na fábula pueden en co n trarse huellas de una
versión m étrica p rim aria de edad helenística, p o r m ás que se tra te
de u na fábula aislada. Aunque no está de m ás hacer la caución de
que cuando tenem os una sola versión m étrica helenística (restos
de ella, m ejo r dicho) no puede excluirse que se tra te de una versión
m étrica secundaria derivada de una p rim aria perdida. Sim ple hipó­
tesis que es, p o r o tra parte, im posible de dem ostrar. La verdad es
que el exam en del m aterial que guardan n u estro s Apéndices nos
hace llegar a u na conclusión que ah o ra adelantam os: el caso m ás
frecuente es el de una sola versión m étrica prim aria, es ra ro el de
dos, rarísim o el de m ás de dos; y siendo relativam ente frecuentes
las fábulas de las que se creó una versión m étrica secundaria (es
decir, con d iferen te verso), son, con todo, m uchas m enos que las
que sólo tuvieron una versión m étrica (prim aria p o r tanto). Son, en
cam bio, infinitas las versiones interm edias (m étricas p rim arias o
secundarias sem iprosificadas o prosificadas del todo) que sirvieron
de «puentes» en tre las m ás antiguas versiones helenísticas y las de
las colecciones de época im perial y m edieval que han llegado a
nosotros.
P resentarem os, pues, p a ra em pezar, u n a serie de fábulas de tra n s­
m isión única, bien en colecciones, bien com o «fábula-ejem plo» en
au to res diversos, que ofrecen huellas de verso helenístico y, por
tanto, deben co n siderarse com o derivadas de versiones m étricas p ri­
m arias. El solo hecho de esta transm isión de cauce único, depen­
diente en definitiva de un azar, es pru eb a suficiente de que o tras
m uchas versiones m étricas p rim arias deben haberse perdido, com o
hem os indicado.
A este pro p ó sito he de in sistir en que los au to res que nos ofre­
cen las fábulas en lengua de traducción (latín en el caso de Fedro,
Aviano, etc.; siríaco en el caso de la colección vertida al francés
po r la H erm ana Lefèvre y en el del llam ado Sintipas, vuelto a
trad u c ir al griego, cf. vol. I, pp. 146 y ss.) están en una situación
p articu larm en te difícil. Aquí el estudio m étrico no es posible, por
m ás que Fedro posea fórm ulas traducidas de las fórm ulas m étricas
griegas (cf. vol. I, pp. 466 y ss.) y que tam bién en las fábulas siríacas
se trasluzcan fórm ulas griegas en ocasiones (véase infra, pp. 382, 391):

2 Cf. mi artículo ya citado «Neue Fragmente...», p. 173.


26 Historia de la fábula greco-latina

efectivam ente, las fórm ulas se han m antenido vivas en el lenguaje


de los fabulistas incluso cuando la p ro sa se ha im puesto, esto lo
hem os visto en n u estro estudio sobre las prosificaciones (vol. I, p á­
ginas 562 y ss.).
En estos casos, la atribución de una fábula o fecha helenística
es p u ram en te co n jetu ral: se basa en razones de estru c tu ra y con­
tenido que no suelen ser decisivas, pues las nuevas fábulas o algunas
de ellas se creaban im itando los m ism os m odelos. Algunos casos son
m ás favorables: p o r ejem plo, no H. 273 «La ran a que reventó y el
buey» de Fedro I 24 (del que es un derivado Róm ulo 50). Dado que
esta fábula es el m odelo de no H. 308 «El sapo que se hinchó»
(B abrio 28) y que este tem a está ya en H oracio, S a t. II 3, 314-320,
se deduce que existía en fecha a n te rio r a Fedro.
Sin em bargo, p o r prudencia, en n u estro estudio de las versiones
m étricas prim ario s no acudim os a los ú n ica de colecciones tra d u ­
cidas. Las consideraciones que haya que h acer sobre ellos las h are­
mos al ocuparnos de las colecciones respectivas.
En cam bio, n atu ralm ente, utilizarem os estas versiones ju n to con
los dem ás m ateriales allí donde su m in istran datos com plem entarios:
cuando, p o r ejem plo, una fábula se encuentra en F.An., presentando
resto s m étricos helenísticos, y Fedro. La com paración puede hacer
ver la presencia antigua de estos restos, pues figuran traducidos
en latín; de o tra p arte, la com paración puede ayudar a re co n stru ir
la versión perd id a y a hacer ver cuáles son las m odificaciones in tro ­
ducidas p or F.An. (o alguna o algunas de sus versiones) o p o r Fedro.
H ablam os de F edro sólo com o ejem plo: cuantas m ás sean las ver­
siones existentes, m ás hacedero será d ese n trañ ar la tram a de las
m odificaciones. N ótese, p o r o tra p a rte (y sobre esto insistirem os),
que ju n to a la versión p rim aria hay u n a o m ás versiones secundarias
o cuando hay m ás de una versión p rim aria es cuando m ás fácil es
establecer las d istin tas líneas y, p o r tanto, tam bién la o las versio­
nes m étricas p rim arias y las derivaciones de las m ism as.
Cosas parecidas deben decirse de las fábulas tran sm itid a s en verso
diferente del yám bico helenístico. Por supuesto, de las tran sm itid as
en dísticos elegiacos, form a tradicional ya en fábulas de época clá­
sica (antes hay la fábula hexam étrica de Hesíodo) y que luego se
da con relativa frecuencia, sobre todo en epigram as de la A nthologia
P alatina; dedicarem os un ap a rtad o especial a este tem a. Pero hay
que decir algo parecido de las fábulas (de B abrio o no) en coliam bos
babrianos. H em os estudiado que B abrio y sus im itadores se dedica­
ron conscientem ente a d estro zar el verso helenístico, pese a lo cual
subsistieron fórm ulas m étricas de tipo tradicional e incluso coinci­
dencias relativam ente extensas (cf. vol. I, pp. 610 y ss.). Ahora bien,
re su lta claro que cuando una fábula solam ente se encuentra en verso
bab rian o (aunque se sum en derivaciones en las p aráfrasis y dodeca­
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 27

sílabos) no puede, a p a rtir de aquí, investigarse un verso helenístico


original. E sto puede hacerse sólo cuando hay un segundo testim onio
con restos de verso. Igual hay que decir de los trím etro s yám bicos
de Ignacio Diácono.
Un buen ejem plo puede ser no H. 59 «El boyero y Heracles».
Aquí todo el resto de la tradición (Dod., Aviano, Focio) deriva de
B abrio 20. La fábula de éste es de situación: el boyero pide a H era­
cles que le saque el carro del barran co donde se ha caído y el dios
replica que tra b a je él prim ero. La fábula, de 8 v., es de tem a (elogio
del esfuerzo, b u rla de la superstición ociosa, intervención de H era­
cles) típicam ente cínicos, es m uy com parable a H. 30 «El náufrago»
(de donde quizá procede). Fácilm ente es una fábula helenística que
B abrio, si acaso, am plió. Pero esto no es estrictam en te dem ostrable,
B abrio pudo crearla sobre m odelos helenísticos.
Por ello —igual que en el caso de Fedro y las fábulas de tra d u c ­
ción—, no fundam os en fábulas únicas de estos tipos de verso nin ­
guna afirm ación sobre la existencia de versiones m étricas p rim arias,
aunque al estu d iar estas colecciones hayam os de ocuparnos del p ro ­
blem a del origen y antigüedad de las fábulas. Pero, tam bién igual
que en el caso an terio r, este m aterial es utilizado al lado del que
ofrece resto s m étricos helenísticos directos p a ra tra ta r de recons­
tru ir, al m enos en contenido y estru c tu ra, las fábulas originarias.
Un poco diferen te es el caso de los dodecasílabos bizantinos
(Dod.), en realid ad com parable al de las p aráfrasis (Par.). E stos
dodecasílabos, com o ya dijim os (vol. I, p. 128), son u n a derivación
de los coliam bos de tipo babriano. Y adm iten fragm entos de verso
yám bico antiguo, bab riano o no: n aturalm ente, siem pre que se aju s­
ten a las nuevas condiciones de este tipo de m étrica en cuanto a
n úm ero de sílabas, acentuación y cesura. La m ejo r p ru eb a es que
fábulas en dodecasílabos que son derivaciones de B abrio o de fábu­
las b ab rianas, conservan fragm entos literales. Pues bien, sucede que
no son sólo fragm entos m étricos babrianos, sino tam bién otros no
b ab rian o s (a veces coincidentes con los de las FAn. u o tras corres­
pondientes), los que se han salvado en estas fábulas. De un m odo
sem ejante, en las p aráfrasis encontram os ya fragm entos procedentes
de fábulas b ab rian as, ya otros de m étrica helenística; bien que la
distinción en tre lo uno y lo o tro no sea siem pre fácil o posible.
El problem a de los orígenes de p aráfrasis y dodecasílabos es, en
efecto, com plejo. Ya en n u estro vol. I, pp. 125 y ss., apuntábam os
que en estas fábulas bizantinas hay, ju n to con elem entos m étricos
procedentes de B abrio (o de las fábulas babrianas), otros diferentes.
H ablábam os de proxim idad, a veces, a las Fábulas Anónim as y de
contam inación de éstas con B abrio. Hemos de estu d iar m ás despacio
este problem a: adelantem os que, efectivam ente, en p aráfrasis y do­
decasílabos hay, a veces, p u ra derivación de B abrio, pero o tras
28 Historia de la fábula greco-latina

derivación de p ro to tip o s m étricos helenísticos (prim arios o secunda­


rios) y o tras todavía contam inación de lo uno y de lo otro. De m o­
m ento nos in tere sa solam ente lo que sigue: que, en ocasiones, las
p aráfra sis (Par.) y los dodecasílabos (Dod.) derivan de la única ver­
sión m étrica p rim aria de ciertas fábulas. Sus restos m étricos son,
p o r tan to, com plem entarios de los de F.An. (y, eventualm ente, de los
de o tras ram as de la tra d ic ió n )3.
Por tan to , en n u e stra exposición del m aterial derivado de las ver­
siones m étricas p rim arias de edad helenística hem os de incluir aque­
llas fábulas testim oniadas solam ente en Par. y /o Dod. y que testi­
m onian ese tipo de verso, ni m ás ni m enos que fábulas de o tras
colecciones que están en el m ism o caso. Y hem os de añ ad ir aquellas
fábulas en que hay testim onios de varios orígenes, incluidas las
versiones de Par. y Dod., que p resen tan el que llam am os m etro
com plem entario: restos de una versión p rim aria que a veces coin­
ciden, son los m ism os, a veces aparecen aquí o allá pero sin c o n tra­
decirse.
De todas m aneras, conviene in sistir en que no hay que tra ta r
com o u n a un id ad a la totalid ad de las versiones de Par. y Dod. deri­
vadas de u na m ism a fábula. Pues igual que puede h aber una sola
versión Par. o u na sola versión Dod. o dos versiones u n a Par. y
o tra Dod., puede tam bién darse el caso de varias versiones Par. y va­
rias versiones Dod. Y pueden darse en tre unas y o tras m uchas dife­
rencias. El verso helenístico puede hallarse en unas u otras, solo
o contam inado con el babriano, puede fa lta r tam bién enteram ente
en algunas. De esto darem os detalles al h ab lar especialm ente de p a­
rá frasis y dodecasílabos. Aquí b asta d ar noticia de ello, p a ra que
no cause extrañeza el que las versiones de Par. y Dod. sean o no
tom adas en cuenta, según los casos, p ara re co n stru ir las versiones
m étricas helenísticas (por el m om ento, las prim arias).
E n ocasiones, d en tro de las versiones de Par. y Dod. las hay que
se alinean con p ro to tip o s (prim arios o no) diferentes. Como tam poco
es ra ro que ello o cu rra dentro de la tradición anónim a (véase, por
p o n er un solo ejem plo, el caso de H. 184, donde I «El cam inante
y la Fortuna» m antiene el verso p rim ario, m ien tras que hay uno
secundario en II, P ar./D od. y B abrio, en que intervienen ya un
«niño», ya un «labrador», ya «alguien»). Cf. p. 410.
Con las versiones de Par. y Dod. sucede lo que con las de F.An., don­
de tam bién puede acontecer que u n a de ellas haya destruido el verso
original o se haya lim itado a m an ten er el de su m odelo d en tro de
las F.An. (I en unos casos, II en otros, por no h ab lar de la, Ib, IIIS

3 S ob re to d o esto véase ya «La trad ición fab u lística griega y su s m od elos


m étricos», cit., E m e r it a 38, 1970, pp. 1 y ss. En cuanto al detalle, a veces segui­
m o s las con clu sion es de este artículo, a veces las m od ificam os tácitam ente.
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 29

y m ss. aislados). O tra coincidencia está tam bién en el hecho de que,


no sabríam os decir de m om ento si siem pre pero sí en m uchas oca­
siones, el verso antiguo ha llegado a estas colecciones (F.An., Par.,
Dod.) a través de sem iprosificaciones. De esto ya hablam os en
el vol. I, pp. 113 y 125, e insistirem os al ocuparnos de las coleccio­
nes en cuestión. Es claro que en el caso de F.An. la versión sem i­
prosificada an tigua se contam ina a veces con los m odelos conser­
vados d en tro de la tradición anónim a.
Volviendo al tem a de las fábulas con una sola versión m étrica
prim aria, de que nos ocuparem os a continuación, resum im os un poco
lo dicho an terio rm en te. P rim eram ente hacem os referencia a aquellas
de las que sólo queda un derivado, precisam ente en las colecciones
susceptibles de p re se n ta r restos m étricos fáciles de detectar. Añadi­
rem os la referen cia a aquellas fábulas que p re sen tan derivados de
ese derivado que hem os calificado de único: p o r ejem plo, u n a fábula
tran sm itid a sólo p o r B abrio y p o r T etr. siendo esta versión derivada
de la p rim era, es, a n u estro s efectos, una fábula con u n solo deri­
vado. El procedim iento es análogo al de la e lim in a tio c o d ic u m d es­
c rip to ru m en crítica textual; aunque, ciertam ente, a veces puede
qu ed ar la duda de si se tra ta de una sim ple derivación en línea
recta o si am bas versiones derivadas vienen de una com ún, perdida.
R ecuerdo que no incluyo en esta relación el caso de fábulas testim o­
niadas solam ente en traducción o en versiones m étricas difíciles de
re d u cir al m etro helenístico: pueden ser antiguas o de creación n u e­
va, pero este es un tem a com plejo que nos desviaría ah o ra de
nu estro objetivo y que reservam os, cuando es abordable (que m u­
chas veces no lo es), a los capítulos dedicados a los diversos fabu­
listas y colecciones.
Una segunda relación se refiere a fábulas que suponem os con
un a sola versión m étrica prim aria, pero que han producido varios
testigos po steriores. Los casos m ás sim ples son aquellos en que estos
testigos están d en tro de las F.An., habiendo verso com plem entario
en varias de sus colecciones o m anuscritos, que p o r lo dem ás suelen
p isar no sobre la versión m étrica prim aria, sino sobre una sem ipro­
sificación de la m ism a. Aquí darem os algunos ejem plos del verso,
p a ra el resto el lector queda rem itido, de una vez p a ra siem pre, al
Apéndice I. P aralelo a este caso es aquel o tro en que el verso com ­
plem entario se halla en varias versiones de Par. y /o Dod. Y un
grado de com plejidad m ayor se obtiene cuando hay que tra b a ja r
sobre F.An., Par. y /o Dod. y, eventualm ente, otros testigos (Aftonio,
el pseudo-Dositeo, el cod. B rancacciano, la tradición indirecta).
E n este caso, ya quedó dicho que sí incluíam os el testim onio de
las fábulas de trad u cción y las m étricas no reducibles fácilm ente
al m odelo helenístico: Fedro, B abrio, la AP, etc. Su testim onio no
sirve, en general, p a ra d em o strar el verso, aunque pueda confirm arlo
30 Historia de la fábula greco-latina

alguna vez; pero es m uy útil, com o ya se dijo, p ara establecer la


histo ria de las fábulas en cuestión. Pues con la m ayor frecuencia
hace ver que en tre la versión m étrica p rim aria y las diversas colec­
ciones hay diversos escalones perdidos, es decir, que la fábula sem i­
prosificada que está en la base de F.An. (o de Par., Dod., o de am bas
líneas) no es la m ás antigua, sino una heredera de sem iprosifica­
ciones an terio res conocidas p o r Fedro, B abrio, Aftonio, etc., según los
casos. Y alterad as p o r unos u o tro s en sentidos diferentes. El detalle
se verá en los capítulos sobre las colecciones.
E sta segunda relación n u estra de fábulas con versión prim aria
única y varios derivados se refiere al caso en que, hipotéticam ente,
no existen esos escalones perdidos de que acabam os de hablar: el
caso en que del verso helenístico original Xv., derivan directa e in­
dependientem ente las diversas versiones conservadas. Cuando hay
un escalón interm edio o varios escalones interm edios (derivación en
cascada o en escalera, decim os nosotros) se tra ta de un caso aparte,
el que se recoge en n u estra tercera relación. Aunque a los efectos
de re co n stru ir el co rp u s de las versiones p rim arias esto es indife­
rente, no lo es, ni m ucho m enos, p ara el estudio de la h istoria de
la fábula.
Hay que ad v e rtir de antem ano, aunque luego volverem os sobre
ello, que los diversos casos no son nada fáciles de distinguir. Por
ejem plo, en H. 45 «Los bueyes y el eje» es fácil ver que F.An. I y II
viene de un original en cu atro versos helenísticos, de los que quedan
grandes fragm entos (hay un verso com pleto). En esta fábula, los
bueyes se lam entan de que chille el eje del carro, cuando son ellos
los que llevan todo el peso: es la típica fábula de situación con
lam ento final del personaje principal. Pues bien, B abrio (de quien
dependen Par. y Dod.) ha am pliado la fábula h asta seis versos, m ás
dos de epim itio, y ha hecho que sea el boyero, no los bueyes, quien
increp a al eje. Conserva algunas huellas del verso de F.An., que evi­
dentem ente ha alterado, com o no m enos evidentem ente h a in tro d u ­
cido un esquem a m ucho m ás reciente, lo tradicional es que «cierre»
un perso n aje de la fábula, no un «survenant» C. Ahora bien: ¿quién
ha introducido las m odificaciones? ¿B abrio o una fuente in term e­
dia? Im posible decirlo p o r conclusiones sacadas de la m ism a fá­
bula, hay que esp erar a ver si el estudio de conjunto del poeta da
alguna luz.
N aturalm ente, el p roblem a se resuelve cuando ciertas peculiari­
dades de la fábula de B abrio (por seguir con este ejem plo) aparecen
tam bién en o tro fabulista. Así en H. 198 «El asno y el lobo», en
que B abrio coincide con Aftonio fren te a la línea principal, derivada
de la fábula p rim aria, que está en F.An. y otros lugares.
De todas m aneras, a lo largo de este estudio se irán viendo los
háb ito s de los d iferentes fabulistas o colecciones, que nos ayudarán
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 31

a sen tar hipótesis verosím iles sobre la h isto ria de ciertas fábulas.
Aunque hay que ad v ertir que el hecho generalizado de la am bigüe­
dad a la h o ra de escoger fuentes, hace que esos hábitos no dejen
de en co n trar aquí y allá contradicción. Ello incluso en el caso de
fab u listas que tienden a la regularidad, tal Fedro, que, cuando no
contam ina o inventa, suele seguir m odelos em parentados con los
de F.An.; o en el de los fabulistas siríacos (que llam am os Syr. y Synt.),
muy próxim os casi siem pre (aunque no siem pre) a F.An., pero deri­
vados, tam bién ellos, de un m odelo an terio r a las fábulas que se
nos han transm itido.
Algunas cosas m ás hay que decir sobre el verso de las versiones
prim arias y sobre el carác te r no prim ario de ciertas fábulas. En
n u estro vol. I estudiam os ya las características principales del verso
helenístico usado p o r los fabulistas en cuanto a pies m étricos (in­
cluida la altern an cia de trím etro s yám bicos y coliam bos), falta del
acento en la penúltim a, pausas, diéresis, abreviaciones, etc. Hicim os
ver tam bién que, aunque fueran m ás allá que cualesquiera otros
poetas, los fabulistas de corte cínico no hicieron o tra cosa que des­
arro lla r tendencias de la m étrica contem poránea de tipo didáctico.
La calificación de «bizantino» dada a veces por ciertos au to res a los
rarísim os versos que en la A ugustana detectaron (cf. vol. I, pági­
nas 88 y ss.) no se tiene en pie p o r esta razón en tre o tras m uchí­
sim as: en tre ellas, la aparición de verso de este tipo en fábulas
de Plutarco, Apiano, etc. (véase en este m ism o capítulo) y en fábulas
papiráceas sem iprosificadas de edad helenística y rom ana; la con­
tinuación, aunque ra ras veces, del verso yám bico de la fábula clásica
en sus derivados h elen ístico s4; y, en general, toda n u estra argum en­
tación en el presen te libro y en los artículos que le han precedido.
E sto no obsta, sin em bargo, p ara que en las colecciones de fá­
bulas hayan podido eventualm ente introducirse algunas tardías, no
helenísticas. Por ejem plo, es bien cierto que en los m anuscritos de
las F.An. se han introducido fábulas de la tradición bab rian a (coliám ­
bicas, p aráfrasis, dodecasílabos): hem os hablado ya de ello. Más to­
davía: algunas de las fábulas citadas como de la A ugustana o de
las o tras colecciones derivan, en realidad, de dicha tradición b a­
briana. Por poner un ejem plo especialm ente llam ativo aludirem os a
varias de III (cf. III, 3, pp. 399 ss.), en que lo que ed ita H au srath como
4 Por ejem p lo, en la fábula del cab allo, el ciervo y el cazador, véase m i
art. cit. en p. 12, η. 2; en la de la zorra y el m ono, H. 83, cf. su ώ πίϋηκε, συ δε
τοιαύτην ψυχήν ίχων y el τοιήνδε δ\ ώ πίθηκε, τήν πυγήν εχων; de Arquíloco E p o d o VI
fr. 76 de mi edición Líricos griegos elegiacos y y a m b ó g r a f o s arcaicos I, Ma­
drid, 2.* ed., 1981; en la del cam ello, el elefan te y el m ono, H. 246, derivada del m is­
m o epodo de A rquíloco, cf. su διότι χολήν ούκ έχει (cf. tam bién H. 210) y el χολήν
yàp ούκ ίχεις ίφ' ήπχτι de Arquíloco, fr. 67. Cf. tam bién m i e stu d io sobre las
fórm u las de la fáb u la clásica en cuanto heredadas por la posterior, su pra,
vol. I, pp. 23 y ss., 383 y ss., 458 y ss., 610 y ss.
32 Historia de la fábula greco-latina

colección A ccursiana no es o tra cosa que la tran scrip ció n de u n a


versión en dodecasílabos bizantinos; o tro m ás puede ser H. 234,
en que F.An. I, II y III derivan de Dod. Añadam os aún que al final
de la edición de H au srath se editan com o de F.An. III (lo cual no
siem pre es cierto) diversas fábulas (novelitas m ás bien) prosaicas,
sin du d a bizantinas, p o r ejem plo H. 300 y 301, así com o fábulas
diversas. Cf. III, 3, pp. 399 y ss.
E n estas circunstancias, n ad a de extraño ten d ría que en algunas
fábulas hu b iéram o s de habérnoslas con verso bizantino, puesto que
en Bizancio co n tin u aron cultivándose los versos clásicos; piénsese,
p o r ejem plo, en las fábulas de Ignacio Diácono. N ada m e extrañaría
que éste fuera el caso, p o r ejem plo, de H. 278 «La m u jer y el m a­
rido borracho», novelita larga y caótica, de corte y contenido m uy
poco clásicos. Ahora bien, esto no parece verosím il p ara la gran
m asa de las fábulas, sobre todo aquellas que han producido deriva­
dos conocidos p o r no sotros desde época im perial. E n todo caso, el
o n u s p ro b a n d i queda a cargo de quien eventualm ente quiera form u­
lar esta hipótesis p a ra tal o cual fábula.
Problem a m ás grave, ya aludido p o r o tra parte, es el de aquellas
fábulas p a ra las cuales la docum entación m étrica es escasa y am ­
bigua: no se ve bien si hay m etro y, de h ab e r éste, si es helenístico
o no. E n realidad, si no tuviéram os un gran núm ero de fábulas con
resto s m étricos helenísticos, no nos atreveríam os a em itir la hipó­
tesis de que estas fábulas reposan sobre originales m étricos. La
em itim os p o rque son fábulas del tipo de las m étricas y se encuen­
tra n en las m ism as colecciones que éstas; cuanto m ás se estudian
las fábulas m enos fácil es e n c o n trar algunas en las que no se en­
c u e n tra posibilidad alguna de restos m étricos. P or sí solos, claro
está, unos restos escasos no p ru eb an m ucho, aunque los dem os en
n u estro s Apéndices: queda claro cuál es el origen de la verosim ilitud
de la hipótesis que apuntam os. Nos referim os a fábulas del tipo
de H. 56, en que lo que encontram os (en FAn. I) son posibles fina­
les de verso είς δίκην υπήγαyov o δαιμόνων όργάς o como H. 42, en
que el verso está relativam ente bien testim oniado, pero no deja
ver rasgos helenísticos (lo cual no quiere decir que no los tuviera).
De todos m odos, en n u estro s Apéndices señalam os unas pocas fá­
bulas p a ra las que no encontram os versos, ap a rte de aquellas en
las que encontram os poco o no encontram os en él rasgos helenís­
ticos.
Aun así, y p o r ra ro que pueda parecer, pensem os que, dada la
situación, es sobre los que eventualm ente nieguen la existencia de
verso en las fábulas o en tal o cual fábula sobre quienes pesa el o n u s
p ro b a n d i de su falta aquí o allá. Aunque no excluyo, repito, que
pued an hab erse in troducido fábulas sin verso o fábulas tan prosifi­
cadas que no conserven huella del verso; com o tónica general hay
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 33

que seguir afirm ando que toda fábula de tradición antigua que nos
ha sido tran sm itid a depende, en ú ltim a instancia, de un m odelo con
verso prim ario, bien derivado de la colección de Dem etrio, bien pos­
terior. Son estos m odelos prim arios los que vam os a p re se n ta r en
el presen te capítulo: concretam ente, aquellos que son únicos en cada
fábula. D entro de ellos estudiam os sucesivam ente los distintos ca­
sos, que se refieren m eram ente al estado de n u e stra tradición:
cuando hay un ejem p lar único de fábula (o único y sus derivados);
cuando hay varios ejem plares con verso com plem entario; el m ism o
caso, cuando se añaden fábulas de traducción o con verso m oderno;
este últim o todavía, cuando hay «cascada», esto es, derivaciones con
verso o p ro sa secundaria.
Por lo que resp ecta a las Fábulas Anónimas hay que h acer toda­
vía o tra advertencia: pueden o frecer en las distin tas recensiones o
subrecensiones o grupo de m anuscritos m ás de una versión m étrica
de una m ism a fábula. E stas diferentes versiones van acom pañadas
de u na m odificación de la e stru c tu ra o el argum ento, una am plia­
ción o abreviación, etc. E n el vol. I de esta obra, pp. 97 y ss.
y 607 y ss., hem os dado suficientes ejem plos de estos hechos. Y
verem os a lo largo del presente estudio que sucede en ocasiones
que una de las versiones m étricas sea derivada de la o tra (en oca­
siones a través de una versión interm edia), y que no siem pre F.An. I
conserva la recensión m ás antigua. A veces p resen ta o tra o, sim ple­
m ente, no p resen ta la fábula, que está en F.An. Ib, IIIS, etc. O sea,
que a prio ri es difícil sep a rar las versiones m étricas p rim arias de
las secundarias; cuando hay sólo una versión es p rácticam ente im ­
posible p o rque puede suceder que se hayan perdido otras.
N ótese tam bién que en ocasiones las fábulas tran sm itid a s p o r
los m anuscritos de las Fábulas Anónim as son de la tradición de las
p aráfrasis: esto lo indicam os en cada ocasión adecuada en nuestro
Apéndice I. Y tam bién sucede que las Fábulas Anónim as (o tal o
cual recensión de ellas) p resen tan un verso secundario, allí donde
el p rim ario h a dejado huella en o tras ram as de la tradición fabu­
lística.
P or su ca rác te r p ráctico acom paño una relación de fábulas de
las colecciones de F.An. que faltan en I, indicando las recensiones
o m ss. en que aparecen.
La indicación (la) quiere decir que se tra ta de fábulas sólo
en la o en la y en m ss. de I que se supone han tom ado el texto de
dicha versión; (la?) quiere decir que son fábulas sólo en mss. de I,
con texto que se supone procedente de la. Salvo excepción, son fá­
bulas con verso claro, en principio p rim a rio 5.
5 V éase el e stu d io deten id o de estas fábu las en pp. 266 y ss. (la ), pp. 277 y ss.
(Ib) (II-III). T am bién pp. 409 y ss., con fábu las de II y III con version es diferen­
tes de las de la tradición anónim a, conservada en I.
34 Historia de la fábula greco-latina

H. 15b (Ib), 39b (la), 60d (Ib), 65 (la?), 65a (Ib), 91 (la), 106 (Ib), 114 I (la?),
141 (la?), 151a (Ib), 159 (la), 165 (la), 169 (la?), 171 (la?), 174 Ib (Ib), 190 (la),
200 (la), 204 (la?), 205 (la?), 209 (la), 214 (la), 227 (la), 228 (la), 229 (la?), 231
(la), 238 (la?), 240 (la), 241 (la), 245 (la), 247 (la), 249 (la?), 261 (la), 262-267 (Ib),
268 (II-IIIÓ), 269 (lUoißy la), 270 (II, Illyó), H. 271 (lllaßyö la Ib), 272 (IIIa/fy),
273 (Illay), 274 (Illa^y), 275 (IIIa/?y), 276 (Ulaßy), 277 (ΙΙΙα/îy), 278 (lllaßy Ia),
279 (IIIy<5), 280 (IIIy<5), 281 (IIIy<5), 282 (IIIyóF), 283 (Illyá la Ib), 284 (Illyö Ib),
285 (II, IIIyóF), 286 (IIIa¿3y<5 la), 287 (IIIayáF), 288 (IIIocF), 289 (IIIa<5), 290 (F),
291 (F), 292 (F), 293 (F), 294 (F), 295 (F), 296 (F), 297 (F), 298 (M), 299 (IIIy¿),
300 (M), 301 (M), 302 (MF), 303 (MF), 304 (MF), 305 (MFP), 306 (Μ), 307
(Marc.).

Hay que n o ta r que en esta lista faltan las fábulas que presen tan
en dos colecciones o subcolecciones m etro diferente y las que p ro ­
ceden de las paráfrasis.
El capítulo que sigue a éste estudia los casos en que existen dos
o m ás versiones p rim arias de una m ism a fábula.

II. R estos de la v e r s i ó n m é t r ic a pr im a r ia en fábulas


con o r ig in a l ú n ic o

En ocasiones, la versión m étrica p rim aria nos es conocida sola­


m ente a través de un derivado: una de las versiones de la F.An. o
de Par. o de Dod. o de alguna o tra colección. Es el caso m ás sim ple:
cuando hem os de habérnoslas con varios derivados de F.An. o de las
o tras colecciones o de unas u o tras a la vez, tenem os posibilidades
de en co n trar en ellas verso com plem entario y llegar a una re stitu ­
ción m ás com pleta. Por el m om ento nos ocupam os solam ente del
caso de un solo derivado o de derivados d en tro de u n a m ism a
serie (F.An., Par. o Dod.), que consideram os, un poco abusivam ente,
como original único.
P ara em pezar, señalam os una serie de fábulas m étricas prim arias
de las que solam ente se nos h a conservado u n a derivación en la
Augustana: en I (ocasionalm ente tam bién en la , no lo señalam os)
o la (sola) o Ib (tam bién sola). Es notable que el caso no se da
p ara II, lo que dem u estra que esta colección p a rte de I, aunque
ocasionalm ente contam ine con el m odelo original. Igual ocurre con
las diferentes subcolecciones de III, aunque hem os de decir algo
sobre casos especiales en algunas de ellas.
R em itiendo p a ra el detalle del verso, la e stru c tu ra y el contenido
al Apéndice I, com o siem pre, dam os una relación de estas fábulas;
salvo advertencia en contra, se tra ta de versiones de I (a las que
eventualm ente se sum an los mss. de la y /o Ib) y de o tras solas
de la o Ib:
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 35

H. 5, 6, 8, 14, 15, 31, 37, 38, 39, 40, 41, 46, 63, 65 (la?), 71, 72, 73,
80, 86, 88, 92, 98,101, 104, 106, 107, 109, 110, 112, 113, 119, 121, 125,
128, 132, 138, 139,140, 141 (la?), 144, 149, 150, 151, 153, 155, 156, 157,
158, 159 (la), 161,162, 164, 165 (la), 167, 168, 170, 171 (la?), 172, 173,
174, 178, 191, 192,193, 195, 200 (la), 204 (la?), 205 (la?), 208, 209 (la),
212, 214 (la), 220, 222, 227, 228 (la), 229 (la?), 230, 231 (la), 232, 237,
238 (la?), 240 (la), 241 (la), 242, 245 (la), 246, 247 (la), 249 (la?), 257,
261 (la), 262 (Ib), 263 (Ib), 264 (Ib), 265 (Ib), 266 (Ib), 267 (Ib).

P or supuesto, el verso y los otros datos no son igualm ente claros


en todas estas fábulas. En algunas de ellas, prescindiendo de m o­
m ento del verso, conocem os los precedentes de la edad clásica, es
decir, el m odelo de D em etrio de Falero, luego versificado p a ra al­
canzar m ás tard e, a través de prosificaciones sucesivas, n u estra
Augustana. Así, conocem os el m odelo de H. 8 «Esopo en el astille­
ro», A ristóteles, M et. 356b 11; el de H. 214 «El que recibió un de­
pósito y el juram ento», H eródoto VI 86; el de H. 246 «El camello,
el elefante y el mono», Arquíloco, E p . VI. O tras veces, la garantía
de antigüedad está en que se conocen derivados de estas fábulas:
así en el caso de H. 204 «El asno y la muía», sin duda derivada de
H. 192, de igual título. No m e detengo en razones de estru c tu ra y
contenido, que pueden verse en el lugar indicado. En cam bio, en
cuanto a m étrica, sí diré algunas cosas.
Algunas de las fábulas m encionadas tienen huellas im portantes
de verso helenístico, a veces coliam bos y trím etro s com pletos. He
aquí un ejem plo:

H. 209 «Las palom as de cam po y las dom ésticas» contiene m u­


chos versos com pletos:

όρνώοθήρας ήμερων περιστερών (una supresión)


προσεδησε τα λίνα ειτ' άποστάς αύτός (un cam bio de orden y una
supresión)
έκαρζδόκει το μέλλον. ’Αγρίων ταύταις (m ss. άπεκαραδόκεν, suprim o
δέ)
---- υ —] συλλαμβάνειν επειράτο (suprim o ταύτας)
τών δ' «πιωμένων [ u —] τάς ήμερους

ήμίν γ ’ αμεινον δέσποτας φυλάττεσθαι


— —u _ y _ u _ u ] χαρίζεσθαι
E stos restos de verso (y otros m enos significativos) son inobje­
tables.
N aturalm ente, o tras veces el verso conservado es m enos amplio.
E n una fábula com o H. 92 «La serpiente y la culebra de agua» los
principales resto s son finales de coliam bo, definidos p o r el m etro.
36 Historia de Ia fábula greco-latina

la pausa y, a veces, la form ula: ]άφικνεϊται, ]καταστώσι, ]ήτιάτ’ αυτούς,


]συνέστηκεν ]άλλά και ftô o v ; tam bién hay un com ienzo ένστασης δέ τής
y un com ienzo y final ]of δέ βάτραχοι / μηδέν περαιτέρω <5pâv[.
Hay casos interm edios com o el de H. 153 «El león y la liebre», con
m ás de dos versos enteros:

λέων λαγωψ περιτοχών κοιμω μένφ (una inversión)


δίκαια πάσχω , οτι άψεις τήν έν χερσί (πάσχω p o r πέπον&α)
βοράν

y otro s tan to s m ás. Ni faltan fábulas con restos escasos de verso,


a veces con duda de si son helenísticos o no (aunque deben serlo,
al no h ab er objeciones en contra). Así H. 37, 38, 63, etc.; véase el
Apéndice I.
El hecho de que u n a fábula no aparezca m ás que en una colec­
ción no afecta, pues, en principio, a su antigüedad. En otros m uchos
casos, según ya hem os señalado, esa colección es en principio el
con ju n to de fábulas Anónimas: es decir, el verso p rim ario ha dejado
huellas en F.An. I, huellas que a veces se suplem entan con las de
o tras colecciones que han tenido acceso directo al verso, es decir, a
una fase previa de F.An. I (la «pre-Augustana»); en o tra s ocasiones,
unas colecciones han tenido acceso directo, o tra s (que dam os entre
paréntesis) p arece que no. S obre la existencia de sem iprosificaciones
interm edias, la contam inación de la «antigua Augustana» con las
colecciones conservadas, etc., rem itim os a lo ya dicho y a lo que
direm os al h ab lar m ás específicam ente de las Fábulas Anónimas. En
definitiva, en las ocasiones m ás favorables nos encontram os ante
«verso com plem entario» en m ás de u n a colección; en vol. I, pági­
nas 109 y ss., se han dado ya ejem plos de cóm o se reconstruye en
estos casos el verso original.
He aquí una relación de fábulas con original m étrico p rim ario
que han dejado huella en m ás de una colección de las F.An.; cuando
u n a colección se da en tre paréntesis, ello q uiere decir que no p re ­
senta, parece, resto s originales de verso:

H. 17I, II, I I I , 20 I, II, III, 21 I, II, I I I , 23 I, II, I I I , 26 I, I I I,


28 I, II, I I I, 29 I, II, I II , 36 I, II, I I I , 42 I, II, I II , 48 I, I I I , 52 I
(II, III), 55 I (III), 56 I, I I I, 57 I, II, I II , 67 I (II. II I) , 68 I, II,
69 I, II, I I I, 74 I, III, 82 I (III), 84 I, I I I , 85 I, I II , 90 I, I I I, 91 I
(III), 94 I, II, 96 I, I II , 97 I, I I I, 105 I (III), 108 I, III, 111 I, I II .
115 I, II, I I I, 122 I, I I I , 123 I (III), 124 I (II I) , 127 I, I II , 129 I
(III), 130 I, I II , 131 I, I I I, 133 I, I II , 175 I, I I I , 202 I (III), 203 I
( II I) , 210 I, III, 218 I, I II , 221 I, I II , 223 I, II (III), 225 I, II, 233 I,
II, III, 235 I, II, I II , 248 I (II), 251 I, I I I , 252 I, II, 253 I, I II (II).
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 37

Se trata , com o puede verse, de una larga serie de fábulas. Como


en el caso an terio r, algunas proceden docum entalm ente de época
clásica o p rim era época helenística, pueden verse los datos en el Apén­
dice I (y véase tam bién vol. I, pp. 412 y ss., 495 y ss): H. 17 «La zorra
rabona» viene de Tim ocreonte, 23 «Los gallos y la perdiz» quizá de
Esquilo, 26 «Los pescadores» de A ristófanes, 85 «El m ono y el cam e­
llo» de Arquíloco, 96 «El p adre y las hijas» quizá de Teognis, 108
«Zeus y la tortuga» de Cércidas, 122 «El jard in ero y el perro» de Me­
nandro, 225 «El p a sto r y los lobitos» de Esquilo, 255 «Las avispas, las
perdices y el labrador», de Arquíloco. Tam bién, com o en el caso an­
terio r, encontram os fábulas derivadas de otras, com o H. 210 «El ca­
mello», derivada de H. 10 y 85; H. 223 «El p a sto r y el m ar»,
de H. 178; y fábulas que dan derivados, com o H. 225, de donde p ro ­
cede pro b ab lem en te H. 222.
E n cuanto al verso, añadirem os algunos datos m ás a los que pue­
den en co n trarse en el lugar citado de n u estro vol. I.
Así en H. 82, donde F. An. II I n ad a añade al verso de I, tenem os
en éste, ap a rte de unos finales coliám bicos, todo el final de la
fábula:

— —u —— ]οΰκ ήδύναντ’ άναπτήναι,


άποπνιγόμεναι εφασαν' αθλι/χι ήμέις,
αϊ διά βρχχεϊαν ηδονήν άπολλύμεθα.

N ótese que, curiosam ente, hay abreviación ante vocal en άποπνι-


■γομεναι, pero no en αθλιαι.
S em ejante es el caso de H. 91, recogido en vol. I, p. 95. Y hay
m ás ejem plos. P ero p or añ ad ir alguno a aquellos en que hay verso
com plem entario, citem os H. 130 «El cuervo y la serpiente». Aquí
am bas versiones coinciden en el com ienzo κόραξ τροφής[, en el verso
com pleto κοιμώμενον τούτον καταπτάς ήρπασε y en o tras cosas m ás.
Pero hay que p en sa r que F.An. ώς έθεάσατο δφιν y ώς κατεϊδεν... δφιν
derivan de un original ώς είδ’ δφιν{_ (es habitual su stitu ir ειδε por
έθεάσατο, cf. vol. I, p. 570) y que II I δείλαιος ε·γωγε\_ es un comienzo
antiguo de verso (el anapesto en el segundo pie se da, aunque sea
raro ), m ien tras que I ά,λλ' εγωγε δείλαιος es u n a form ula ya prosaica,
am étrica. O citem os H. 253 «El avaro», en que los abundantes restos
de verso en F.An I (incluso un trím etro com pleto: εφη πρός αύτόν'
μη Αυποβ ' λαβών λίθον) son com pletados en algún p u n to p o r II (final
de coliam bo ]παρατηρήσας τοΰτον.
Pero no es cuestión de cansar al lector con m ás datos, que se
repiten m onótonam ente. Sí hay que señalar, com o siem pre, que a
veces los resto s m étricos son m enos im p o rtan tes e incluso dudosos,
así p o r ejem plo en H. 68.
38 Historia de la fabula greco-latina

E n conjunto, rem ito p ara toda esta cuestión al capítulo IV 3, de­


dicado al estudio de las colecciones V indobonense y Accursiana.
Volviendo la vista atrás, conviene com pletar este panoram a de
las fábulas sólo conservadas en una o varias de las versiones de
las F. An. con algunos ejem plos en que se añade la presencia de las
que podem os considerar, según los casos, derivaciones o alusiones:
no añaden n ada al m etro, pero hacen ver que las versiones que han
llegado a n o sotros eran tam bién conocidas en la antigüedad, m ejor
dicho, sus predecesoras en la «antigua Augustana», en la fase que
sea, esto es difícil de discernir.
Existen, en p rim er térm ino, una serie de fábulas que están en la
A ugustana (I) y en un derivado o una alusión. Citam os H. 65 «Dióge­
nes paseando», cuyo proverbio final se encuentra tam bién en el
Gnomologio V aticano (puede venir de la fábula o al revés); H. 72 «El
cobarde que encontró un león de oro», aludida en la A n tología Pa­
latina; H. 125 «El grajo y los cuervos», fábula aludida por la Suda
y Eustacio; H. 150 «El león y el delfín», aludida en Eliano; H. 165 «El
lobo y el pastor», fábula a la que hay alusiones ya en Plauto y Teren-
cio; H. 189 «El lechón y la zorra», aludida igualm ente por Clem ente
de A lejandría. En estos casos, ciertam ente, nada nuevo ap o rta n los
derivados o las alusiones, relativos a veces, com o decim os, a estadios
antiguos de n u estras fábulas. Pero se tra ta de testim onios de su vi­
gencia en la trad ició n antigua, en distintos períodos de la m ism a.
Igual hay que decir del caso análogo relativo a las fábulas que
se en cu en tran en m ás de una versión de las F. An. La relación consta
de las siguientes fábulas: H. 10 «La zorra y el león», donde la fábula
del códice B rancacciano repite la versión de II (sale m ucho verso
com binado I y II-III, p rácticam en te iguales); H. 33 I, II, II I «El ven­
cedor en el p en tatlo jactancioso», cuya χρεία final está en Aposto-
lio; H. 75 I, II I «El delfín y el mono», de la que la versión de Tzetzes
parece derivada; H. 83 I, II, II I «La zorra y el mono», tam bién en
Tzetzes (las versiones de Luciano parecen independientes, quizá de
un original egipcio); H. 182 (III) «El m urciélago y la com adreja»,
aludida p o r V arrón; H. 185 I, III «El cam inante y el plátano», con
alusiones en P lutarco y Eliano.
Lo que precede no hace o tra cosa que p re se n ta r aquellos casos
en que las versiones m étricas p rim arias han sido recogidas en F. An.
o bien en F. An. y en alguna alusión an terio r a n u estra redacción de
las m ism as o p o sterio r a ellas. Ju n to a este caso hay una serie de ellos
que irem os estudiando: aquellos en que la versión de F.A n. está
acom pañada de o tras que sustancialm ente recogen el m ism o modelo,
en una fase u o tra de la evolución. Ya hem os dicho que se tra ta
bien de versiones de traducción, bien en «verso m oderno», bien en
prosa. Hay, p o r ejem plo, fábulas sólo en F. An. y Fedro o F. An. y
B abrio o F.A n. y T etr. o F.A n. y las versiones siríacas, etc. Como
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 39

las hay solam ente en alguna de estas fuentes (en S intipas o pseudo-
Dositeo o Aviano, p o r ejem plo). Al estu d iar las diversas colecciones
repasarem os este m aterial.
Aquí nos ocupam os solam ente, com o dijim os, de los casos en que
hay, ap a rte de F. An., o tra vía de acceso al verso p rim ario. N um éri­
cam ente inferiores a las de F. An. están las versiones de Par. y Dod.,
que están en este caso: que, lejos de derivar de B abrio, recogen un
verso an terio r a él, helenístico. C iertam ente, el tem a es com plejo
porque, de una p arte, puede suceder que de ese m ism o verso hele­
nístico deriven B abrio o u n a versión babriana, habiendo dejado huella
en él o ella; y, de otra, puede suceder tam bién que la versión
de Par. o Dod. (o alguna de ellas) contam ine el verso helenístico
con el de B abrio. Todavía: cuando no conservam os al lado de
Par. o Dod. u na versión en verso babriano, a veces es dudoso si los
restos m étricos, cuando son am biguos, son helenísticos o proceden
de un B abrio perdido.
Sin em bargo, no es dudoso que existen casos de verso helenístico
conservado en Par. y /o Dod. A veces, en fábulas testim oniadas
en F. An. y en estas o tras fuentes a la vez, se ve que el verso hele­
nístico en cuestión es el m ism o, los restos m étricos son com plem en­
tarios: luego lo verem os. E sto es u n a gran pru eb a de que fábulas
sólo testim oniadas p o r Par. y /o Dod. y que p re sen tan verso helenís­
tico, son testigos de fábulas antiguas con verso prim ario que no
llegaron a las F. An. o se perd iero n en las colecciones que de ellas
han llegado a nosotros.
Los ejem plos de verso sólo conservado en Par. o Dod. que pueden
ofrecerse no son m uchos, pero sí significativos. O frecem os un aná­
lisis m étrico de los m ás claros:

No H. 9 «La cab ra y el asno». La versión de Dod. y las dos


de Par. vienen de una sem iprosificación m ejo r conservada en Dod.;
Par. resum e. Sin em bargo, en algún caso (m encionado explícitam en­
te) guarda m ejo r el verso:

άνήρ τις έτρεφ’ aiya άμα ( τ ε ) καί 'όνον (mss. έτρεφεν)


ή δ’ αϊξ (π ο τ ’) έφ&όνησε πολλά, τ φ ονψ (ή δ’ αϊξ Par.)
ποτέ μεν άλή&ων, ποτ'ε δε πάλιν άχ&ηφορών (PBc, πάλιν δέ Dod.)
πρός ταΰτα πάσχεις
ό δε προς αυτήν
——u _ y _ υ ] και τί ποιήσω ; (Par. Be)
^ —u _ y _ ] τ φ βόάρψ κρημνίσ&ητι
πεσοΰσα πρός yfjv εύ&έως συνετρίβη
ώσπερ νόσημα δεινόν y
Ό δεσπότης δέ [ _ u _ y _ y y (Par. con inversión)
40 Historia de la fábula greco-latina

y βοηθέϊν ήτει (Par. BaBb id.)


τήν δ’ αίγα. θύσαντες τόν όνον ιατρευον (P. BaBb, cf. Be)
Αύτός καθ' αυτού λανθάνει [ί=ί _ ^ !=ί

No Η. 65 «El lab rad o r y el águila», en Par. y Dod. Se refiere al


agradecim iento del águila y probablem ente es un derivado de la
fábula de Aftonio sobre el m ism o tem a (no H. 86), derivada de Este-
sícoro y con verso helenístico ella m ism a. E sto hace m ás notable
el verso helenístico de la que aquí com entam os:

γεωργός, αετόν [ u _ ] ήγρεομένον


τό κάλλος αυτού [ _ u _ ] ελεύθερον.
Ό δ' ούκ άμοιρος [ _ u _ y _ y y
y _ u _ y _ ] σαθρόν καθήμενον
ίδών
ό δ’ έξαναστάς
ύποστρέΦας
έπει τό τείχος εόρε σεμπεπτοκός
(una inversión)

E ste verso proviene en principio de la versión de Ba Mg y a veces


tam bién, al tiem po, de la de Be y Bd; pero el coliam bo final, com ­
pleto, viene de esta ú ltim a tan solo.

No H. 68 «El lab rad o r y la planta». El verso se obtiene com bi­


nando las versiones de Par. y Dod.; el texto que dam os es de esta
últim a, salvo indicación en contra:

Φυτόν δέ ποτε
στρουθ&ν
και τεττίγων [ ^ _ u —
‘Ο δ ’ ουν γεωργός ώς άχρηστον [ _ 1^
καί δη λαβών πέλεκυν [ u _ y (Par. con inversión)
έπέφερε τήν πληγήν [ u _ y (Par.)
στρουθοι απαντες [ _ u _ y _ ^ ^
”Ακουσον ήμιν [ _ υ _ !=!] τού δένδρου
τί σοι τό κέρδος έκγενήσεται τούτου;
y _ u _ y _ u ] ώς δ’ έκοίλανε (Par.)
σμήνος μελισσών
^ _ u _ y. _ ] τόν πέλεκυν ερριψε (Par.)

No H. 126 «El m ilano y la serpiente». Aquí hay una versión


de Dod. y dos de Par.:

6 Dod.: γεωργού ήν εις χώραν Par. ήν εις γεωργού χώραν. De esto s dos textos, de
una p rosificación tardía, se podría obtener: γεωργός είχ’ έν rfj χώρη
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 41

Ικτίνος δφιν ήρπασε [ _ y _ y (mss. άρπάσας)


Ό δ' οφις ίπιστραφείς <τ ε ) και δακών τούτον
εύ9ύς τέ&νηκέ ό ό’ οφις [ _ y _ ^ ^
y — u _ y _ u ] βλάπτειν ήβούλου; (Par.)
τής αρπαγής εδωκας αξίαν δίκην (sobre Par.)

Véase ah ora un caso en el que sólo en Par. hay restos de un verso


helenístico:

En no H. 116 «Zeus juez», B abrio p resen ta una version b astan te


extensa, de la que parece claram ente ser un resum en la de Par. 1
(ms. Mb); en cam bio, en Par. 2 (ms. Ba) hay claro resto babriano,
pero tam bién o tro helenístico:

^ _ u _ ^ _ u ] ανθρώπων αμαρτίας
έν όστράκοις τον Έ ρμήν ώρισε γράφειν
y _ u _ y _ u —] πλησίον αυτού.

Puede, ciertam ente, pensarse que se tra ta de derivados de B abrio


en los que el p u ro azar hizo surgir estos grupos m étricos. Pero dada
la existencia de fábulas de Par. y Dod. con verso helenístico proce­
dente de B abrio, que luego ha sido contam inado con éste, puede
pensarse m uy bien que nos hallam os ante o tro ejem plo de lo m ismo.
P ara no can sar m ás al lector rem itim os al Apéndice II, donde en­
c o n tra rá casos sem ejantes en los núm eros no H. 139 «El cuervo y
Herm es», 155 «El p erro y los herreros», 184 «Los p erros y los lobos
reconciliados», 191 «El lobo y el león», 195 «El lobo general y el
asno», 272 «La rosa y el am aranto». Hay tam bién casos dudosos, quizá
con verso babriano. En algunos de estos casos hay tam bién versión
siríaca: es decir, no se tra ta de versiones propias de Par. y Dod., sino
que proceden de fuentes accesibles a o tras colecciones, ni m ás ni
m enos que en el caso de las fábulas de F. An. Tam bién puede suce­
der que el verso com plem entario se halle en dos versiones diferentes
de Par. Así en el caso de no H. 65.
Ya advertim os que las cosas no siem pre están tan claras: así como
en nuestro s ejem plos an terio res el verso que descubrim os es clara­
m ente helenístico, puede caber dudas en casos com o no H. 5, 75, 84,
119, 166, 186, 249, 311. En algunos de estos casos puede tra ta rse de
verso b abriano o verso contam inado.
Una p ru eb a u lterio r de la llegada del verso tan to antiguo como
bab rian o a los redacto res de Dod. está en la presencia del m ism o
en algunos de sus mss., concretam ente en Mb; cf. vol. I, p. 118. Así,
la fábula que C ham bry edita com o versión de Mb de «El lobo y el
león» (no H. 192) es, como él m ism o dice en el A parata, una fábula
42 Historia de la fábula greco-latina

en versos helenísticos, cf., p o r ejem plo, la cesura en el 1, la reso­


lución υ υ υ en el 5.° pie. Hay o tra fábula yám bica m ás en Mb
(= H. 296).
Pero no son solam ente las F. An. y las p aráfra sis y dodecasílabos
las colecciones que conservan restos del verso helenístico. Lo hay
tam bién en o tras colecciones, a saber, en las de Aftonio y el pseudo-
Dositeo, así com o en fábulas citadas com o ejem plos en P lutarco y
otro s autores. Hay que hacer constar, de todos m odos, que no es
ab so lu tam en te seguro si este verso es prim ario o es secundario res­
pecto a un p rim ario perdido (cautela que, p o r lo dem ás, h ab ría que
poner tam bién en los casos h asta aquí estudiados). Cuando estudie­
mos los hábitos de las colecciones referidas (puesto que p a ra las
fábulas aisladas no se pueden sen tar principios generales) verem os
si esto es verosím il en alguna m edida.
Por lo que se refiere a la colección de Aftonio, hay algunas fábu­
las que sólo él (o sólo él y fábulas en traducción) testim onian y que
presen tan huellas de verso helenístico: parece claro que bebe de
colecciones que, p o r la razón que sea, no han dejado huella en
las F. An. ni en Par. o Dod. Cf. nuestro capítulo sobre Aftonio, IV 4,
páginas 227 y ss.
Así en no H. 94 «El olivo y la higuera» (por lo dem ás en las ver­
siones siríacas, con b astan te s diferencias). Se tra ta del típico debate
en tre árboles. Parece h ab e r verso en Aftonio:

συκής ελαία κατεγέλα [ y _ y y (una inversion)


y _ u _ ] άπασαν ώραν
y _ u _ ] άνθος μετέβαλλε ταϊς ώραις (mss. συμμεταβαλούσης tam bién
ταύτην διέφθειρ' [ —u _ y y m étrico)
εύρουσα γυμνήν ούδεν ήδίκει [ y y

S em ejante no H. 127 «El pajarero»:

τέττιγος άκούσας μέγα. τι θηράσειν


μετρέΐ δε την Θήραν [ u _ y _ y y
κατητ ιάτο [ _ u _ y

No H. 86 «La serpiente y el águila». Lo que tiene de notable esta


fábula de Aftonio es que sus restos yám bicos no coinciden con los
de. la fábula original de E stesícoro, tran sm itid o s parcialm ente a tr a ­
vés de Eliano, N .A. XVII 37, cuya fuente es C rates de Pérgam o. Los
versos de E stesícoro pueden verse en n u estro tra b a jo ya c ita d o 7. En
cuanto a los de Aftonio, señalam os:

7 «Neue F ragm ente...», cit. p. 173.


Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 43

y _ u _ y ] συμπλακέντες άλλήλοις
έμάχοντο. Καί ό μέν δράκων τόν άετόν (con u n a supresión)
είχε [ u u _ y _ υ υ ] γεωργόν δ’ίδών
ό αετός καταπτάς [ _ u _ y _ y i = ?
y — u _ y _ ] τήν κύλικ’ έξαιρεϊται (una inversión)

No H. 140 «El cuervo y el cisne» (probable derivado de la fábula


del etíope, H. 274):

τόν κύκνον δ κόραξ


y _u _ y— u ] οίη9είς δ' είναι
τοιούτον [ _ y _ υ ] βωμούς εκλιπών
y _ ] λίμνσ.ις καί ποταμοϊς ένδιέτριβε.
y _ u _ y ] φαιδρύνων ούκ ήμειβε
y _ u _ y _ u u ] διεφ&είρετο.

No Η. 207 «Las abejas y el pastor» (aludido en la χρεία de Dió­


genes Laercio μηδέ μέλι μηδέ μέλισσας ):

y — u _ y _ ] μέλι κατειργάζοντο.
Π οιμήν δέ τις [!^ _ υ _ ^ ^
A i δ' άλλο&εν άλλαι αυτόν ώ&ουν τοϊς κέντροις.
”Α πειμ\ εφη, μηδέν δεόμενος [ _ y y

C iertam ente, el verso no es tan claro com o en los casos an terio ­


res; esto es com ún en todo Aftonio, que tra b a ja sobre u n a versión
resum ida de las fábulas sólo muy parcialm ente m étrica. Algo sem e­
jan te o cu rre con el pseudo-Dositeo (véase el cap. II, 3, p. 223):

En no H. 7 «La com adreja y las aves», fábula sólo en pseudo-


Dositeo y en un derivado suyo en Róm ulo, nos encontram os con una
fábula originalm ente en cuatro versos, de los que pueden re stitu irse
algunos restos:

άγειν γενέθλια προσεποιείτ’ αίλουρος (inversión)


y _ u _ ] επί δειπνον δρνε’ εκάλεσεν
επειτα παρατετηρηκώς είσελΒόντα
&ύρας Ικλεισε καί κα9’ εν’ ήρξατ' έσ&ίειν.

No Η. 226 «El am o y los m arineros»:

ό άνθρωπος είπεν [ _ u _ y _ y y
y _ u u ] τα χύτερον άγετε, λί&οις ύμάς
τφ τό π φ ημεν,
δπου λiäoi
44 Historia de la fábula greco-latina

No H. 232 «El asno enferm o y el lobo»:

όνον <ποτ’> άρρω στον λύκος άπεσκέπτετο


καί ήρξατο τό σώμ’ έζετάζειν ψηλαφών (mss. ψηλαφάν καί έξετάζειν)
y _ u _ y _ u _ ] a σύ θιγγάνεις

Ju n to a estas fábulas de colección están las aludidas conservadas


en auto res diversos con restos de m etro helenístico. Una relación
de éstas com o de aquéllas en que no parecen h allarse restos de m e­
tro puede verse en n u estro capítulo II, 7.
Tiene interés, pensam os, hacer ver cóm o el verso ha llegado a
las versiones de algunas de estas fábulas de P lutarco y dem ás auto­
res: es evidente que bebieron de colecciones en verso o sem iprosi­
ficadas, colecciones que no fueron despojadas totalm ente p o r las
que h asta nosotros han llegado. Y verem os que en ocasiones hay
h asta dos versiones m étricas p rim arias que sólo a través de la tra ­
dición in d irecta nos han llegado, así en el caso de no H. 28 (dos
versiones diferentes en H im erio y el pseudo-Plutarco).
P ara las fábulas con verso aludidas, rem ito, en general, al capítulo
correspondiente, así com o a los Apéndices I y II, pero no quiero
d ejar de señalar aquí la presencia en ellas de versos com pletos y
aun fragm entos m ás extensos. Así, en no H. 105 (Him erio) el co­
m ienzo ’Ά κ ο υ ε δέ τόν μύθον. 'Ό τε τούς ανθρώπους / ο Ζεύς έγέννησε[ y
luego ποιημάτων τό καλλιστόν / 'Έ ρω τα πέμπει. En no H. 235 (Plutarco)
έκάτερος αύτών ύποδύεσθαι έβούλετο (inversión) / ύπό την σκιάν[ y el fi­
nal ειθ’ υπέρ όνου σκιάς άκούειν βούλεσθε; (inversión). En no H. 248
]αι5τά, την άμφοιν τέχνην,/φέρω ν εαυτόν έπιτρέπει /σ ύ μεν yàp έί τις δήμιος[
(inversion). E n no H. 307: φθείρες γεωργόν άροτριώ ντa ποτ ’ εδακνον
(mss. υπε'όακνον).
F inalm ente, n ad a extraño es que en o tras ocasiones se encuentren
restos m étricos en fábulas solam ente tran sm itid as p o r una fuente
griega: p o r Par. en el caso de no H. 75 (tam bién en Av.), 249, 272,
y p o r Dod. en el de no H. 311. Me lim ito a c ita r unos fragm entos
de verso de la segunda de estas fábulas «El p a sto r y el cachorro
de lobo» (en Ba Mb):

Μ ικρόν λύκον ποιμήν ευρών έθρέψατο (una inversión)


εϊτα [ u u _ u u ] εδίδαξεν άρπάζειν
έκ των σύννεγγυς ποιμνίων [ y _ y ^

<και> πολλά των εαυτού προβάτων ζητήσεις

El com ienzo y el final de la fábula están, com o se ve, casi com ­


pletos.
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 45

III. R e s t o s de la v e r s i ó n ú n ic a p r i m a r i a e n f á b u l a s
CON EJEMPLARES CON VERSO COMPLEMENTARIO

Me refiero ah o ra no al verso com plem entario d en tro de las di­


versas versiones de F. An. o de P ar y /o Dod., sino al que se encuen­
tra en las versiones de diversas colecciones, que por tan to han
bebido, en definitiva, de la m ism a fábula original, aunque sea a tra ­
vés, a veces, de sem iprosificaciones diferentes. El caso m ás llam ativo
es aquel en que el verso original se reconstruye p o r com paración
de versiones de F.A n. y Par. y /o Dod. Pero o tras veces una fábula
de u na u o tra de estas líneas en cu en tra un com plem ento en o tra de
Aftonio, el pseudo-Dositeo, el códice B rancacciano o la tradición in­
directa. No en tram os, de m om ento, en la existencia de versiones que
han alterado excesivam ente el verso (traducciones, versiones con «ver­
so m oderno», prosificaciones totales).
Un p rim er ejem plo nos lo puede su m in istra r H. 116 «El m édico
y el enferm o». Aquí F. An. I, II y II I vienen de un m odelo sem i­
prosificado, véase, p o r ejem plo, el final ante el epim itio. El verso
com ún está m ejo r conservado en I, sobre todo
ώ οϋτος, άλλ' ού νυν σ' εδει λέγειν ταύτα (mss. τ.λ.)
οτ'ούδεν όφελος εστι [ _ y _ y y
pero a veces fu era de allí, cf., p o r ejem plo, II, ]άρρωστον / συνέβη
άπο9 ανεΓν [ / / / / / / / (probablem ente δ’ άποθανεΓν, el δέ se p ierde al
p asa r al p articip io el verbo principal). Pues bien, Dod., que tiene
coincidencias n otables con II (άρρωστον θανείν συνέβη) p resen ta m ejo­
ras m étricas al total: ούκ αν y' άπε'θανε (I, II ούκ αν άπέ9ανε, III ούκ
αν έτεθνήκει), así com o m etro nuevo: finales ]toC κειμένου y ]τότε
χρήν δαχιτ&σ9αι, que dem uestran que depende de un m odelo m ás an ti­
guo que la sem iprosificación utilizada por F. An 8.

Cosas sem ejantes pueden decirse de H. 117 «El p a ja re ro y la ser­


piente». El verso de Dod. es a veces m enos com pleto que el de F. An.
E ste es:

___ u _ y _ ]έξ»;^5εν εις ctypotv (I)


ΐδών δέ κίχλαν [ _ υ _ ] έφ' υψηλού (III)
δένδρου κα9ημένην λαβεϊν ήβουλή3ε
και δη συνάψα,ς (I con una supresión)
ή δέ στραφεϊσ' εδακε (II)

8 V éanse algun os d etalles m ás en «La tradución...», Emerita 37, 1969, pp. 300
y ss., y 38, 1970, p. 21. Pero con sid eram os in ú til hacer referencia sistem ática
a n u estro tratam ien to del tem a en dicho artículo, aquí revisad o y m ejorado
aunque a veces abreviam os. S i ten em os necesid ad de citar el artículo lo h acem os
c om o «La tradición...», I y II, con referencia a su s dos partes.
46 Historia de la fábula greco-íatina

y _ u _ ] τοΰτον τόν τρόπον ανω νεύων (I)


λειποψυχών ( δ ') εφη μετά στεναγμάτων (II, m ss. στεναγμού)
άθλιος έγωγε, ος έτερον βουλόμενος θηρεΰσαι (I, una inversión)

E ste verso, que dam os en cada caso según la fuente m ejor (en
las o tras suele h ab e r pequeñas variaciones), a veces es m ás com ­
pleto que el de Dod., igualm ente con pequeñas distorsiones (κιχλαν τε
είδε, καί λιποψυχών έν στεναγμώ έβόα, etc.); a veces hay coincidencia.
Pero tam bién Dod. puede ser m ás com pleto. La fábula com ienza
con un ιξόν λαβών[ que puede ser m étrico, concluye con un ]αΰτός
ήγρεύθην que enlaza con el verso últim o tran scrito arrib a m ejor que
las correspondencias en F. An. y en el centro p resen ta casi un verso
άλλ’ (à p ‘) έπ'ι π οδών άσπίς ήν κοιμωμένη deform ado en F. An.
Conviene n o tar que si la version de Dod. carece de ciertas prosi-
ficaciones de F. An., no es m enos cierto que sigue a la de ésta paso
a paso y que a una y o tra subyace una version an terio r con ciertas
supresiones. Pues, p o r ejem plo, en tre un verso inicial

Ιξόν λαβών και τούς καλάμους (τ ις) ϊξευτής (Dod., con u n a inversión)

y un final fo rm ulario (v. vol. I, p. 580)

y _ u _ y _ ] έξήλθεν εις άγραν

en F. An., falta evidentem ente algo e igual en el final

άθλιος εγώ, ος άλλον βουλόμενος θηρεύσαι (I, una inversión)


y _ u _ y _ υ αύτός ήγρεύθην

O sea, que si sim bolizam os con X la versión m étrica p rim aria


y con X ’, X ” sus derivados, hay que p roponer
X
i
L as fá b u la s h e le n ís t ic a s c o n u n a s o la v e r s ió n m é tr ic a p r im a r ia 47
i
La existencia de m ás de una versión sem iprosificada interm edia
se com prueba tam bién en o tras fábulas. Así en H. 181 «El m urcié­
lago, la zarza y la gaviota», fábula en que las tres versiones H. I, II
y II I presen tan verso com plem entario y Dod. p resen ta igualm ente
verso com plem entario con el deducido de F. An. Pues bien, las ver­
siones de F. An. invierten el orden de los anim ales en la segunda
m ención que se hace de los m ism os; se conserva, en cambio, tanto
en Dod. como en las versiones siríacas. Estas, a su vez, salen de un
m odelo en que los tres anim ales «tom an prestado», lo que contradice
con el resto de la tradición y con el final de la fábula. Hay, pues, al
m enos dos escalones interm edios.

E n H. 134 la com binación de I, II y II I restituye casi com pleta­


m ente el verso, salvo el de las líneas iniciales, evidentem ente es­
tropeado p o r la sem iprosificación. Sale:

(III, una supresión y una in-


b δ' έπιστραφεις, ώς είδεν αύτόν φεύγοντα versión)
ώ οΰτος, εϊπεν, ϊσ&ι ώς όπου αν ης (II + i, III)
ψυλάξομai σε. Ού γάρ άπ’ εμού καρδίαν (III, cf. II)
εϊληφας, άλλ’ εμο'ι δέδωκας καρδίαν (III con inversión, cf. II)

Pues bien, en Dod. hallam os casi enteros los dos prim eros versos
que aquí faltan:

Ε υρώ ν κύων μάγειρον έν μαγειρείψ


y — u _ y ] εις τό ποιήσαι δφα

F alta solam ente un verso interm edio, que contaba el robo.

E n H. 152, p o r lo dem ás de tipo sem ejante, un puro e rro r de


tran sm isión que se in tro d u jo desde antiguo en algunos m anuscritos
nos hace en trev er la difusión de las colecciones: es la fábula «El
león y el oso». Aquí, com o de costum bre, hay fragm entos tan to m é­
tricos como am étricos com unes a I-II-III y ajenos a Dod., que, por
o tra p arte, p resen ta elem entos m étricos nuevos (~\έπετείνετο δεινώς ή
μάχη, παριούσα δ’ άλώπηξ\_, ]έκ μέσου τούτων y el que ah o ra m enciona­
rem os son los principales). Ahora bien, pienso que el anim al que el
león y el oso se disp u tan (para perderlo al final en favor de la zorra)
era en el p ro to tip o original un ciervo, lo que sólo se conserva en I:
una sim ple inversión nos devuelve en esta versión el verso inicial:

Λε'ων καί άρκτος νεβρόν έλαφού εύρόντες


48 Historia de la fábula grec¿-latina

P recisam ente, si en el centro de un verso incom pleto de Dod. in­


troducim os έλαφον allí donde dice βουν, resu lta perfecto:

δάκνουσ' Εσυρε τον έλαφον έκ μέσου τούτων

Y, sin em bargo, en vez del cervato (νεβρόν έλάφου ) de I, II dice, sin


duda p o r corrupción, σέλαν βούνευρον, Ιο que II I tra ta de arreg lar
diciendo βούνευρον y Dod. diciendo βούν. No parece dudoso que algu­
nos m anuscritos ofrecían desde antiguo un texto co rru p to en vez de
νεβρόν έλάφου y que esta corrupción p enetró tan to en versiones de
F. An. com o de Dod., intentándose salvarla de m odos diversos.
O tras veces el nuevo verso com plem entario que a p o rta Dod. no
es m ucho, pero existe. Así en H. 170 «El adivino», con algunos fina­
les nuevos respecto a I, II, III; en H. 176, en que tan to las tres
versiones de F. An. com o Dod. rem ontan a una versión sem ipro­
sificada (μύρμηξ διψήσας en vez de μύρμηξ έδίψει[, και καΟεσ!)εις ο
μύρμηζ..., etc.), pero Dod. a p o rta algunos pequeños restos m étricos al
verso de F. An. (unos cuantos fines de coliam bo o trím etro ); en H. 180
«El m édico y el enferm o», en que Dod. debe de venir de una versión
a n te rio r a la com ún de F. An., con estilo directo en el com ienzo del
diálogo del m édico y el enferm o (πώς εχεις, εφη; / φρίκη σφοδρά με); en
Η. 271 «La alondra», en que Dod. am plía un original de 4 versos ayu­
dando en algún m odo a com pletarlo:

Κ ορυδαλός είς πάγην άλούς θρήνων ελεγε (I)


οϊμοι [ υ _ y ] και ξένφ καί δυστήνω (Dod., cf. I)
ού χρυσόν, ούκ άργυρον [ _ ^ _ y (Dod., cf. I)
κόκκος δέ μικρός προύξένησε τόν Θάνατον. (Dod., I)

E ste últim o verso (sobre su m étrica y la del prim ero cf. vol. I,
página 598) es com binación del de Dod. (que no h a introducido
σίτου com o I) y I (προύξένησεν, en vez del προσήξε de Dod.).
N aturalm ente, puede suceder que en Dod. no encontrem os verso
nuevo: así en H. 135 «El p erro y la zorra», en que Dod. ofrece un
resum en con restos de verso, pero los m ism os de F. An. Dejo de lado
otro s casos en que Dod. p resen ta un verso helenístico distinto del
de F. An., o bien p resen ta un verso derivado de B abrio, o bien uno
contam inado: serán estudiados en los lugares adecuados.
En o tras ocasiones, como sabem os, se tra ta no sólo de Dod., sino
de Dod. y Par. o sólo Par.

E n H. 272 «El asno y el caballo» hay versiones varias de F. An. III,


así com o las hay de Par. y Dod. Pues bien, estas versiones se siguen
paso a paso, y en I I I el verso es m ás abundante. Pero sólo con ayuda
de Par. podem os re stitu ir el com ienzo del p rim er verso: όνος τόν
L a s fá b u la s h e le n ís t ic a s c o n u n a s o la v e r s ió n m é tr ic a p r im a r ia 49
\
ίππον ίμακάριζεν[ (en III falta τόν, en Dod. hay una alteración); sólo
en Dod. está el final del últim o (τόν ίππον ήΑέει[, cf. Par. τόν Γππον
ελέησεν ; II I τόν ίππον... έταλάνιζεν). Ahora bien, la version p rim aria ha
dejado huellas m ás com pletas en las fábulas siriacas, que conservan
una descripción inicial seguram ente antigua. En H. 302 «El ra tó n y la
rana», la versión de F. An. III (próxim a por lo dem ás a la de la
V ida de E so p o , sobre las fábulas de ésta véase m ás adelante) p re­
senta m ucho verso, en buena p a rte conservado igualm ente en Par.
(dos versiones) y Dod. Ahora bien, en estas versiones, en la p arte
cen tral de la fábula, aparece el tem a del ra tó n hinchado que flota,
con verso com plem entario (que está en la base tam bién, en parte,
de pseudo-Dositeo): Ba Bd φυση&εις έτε&νήκει, ]βρεκεκέξ άνακράζων,
]τοϊς δνυξιν ήρπασεν y derivados en las o tras versiones aludidas. A su
vez, el pseudo-Dositeo p resen ta un verso καί τ φ Aívcp δ βάτραχος
ήκολον&ησε del que hay derivaciones m ás o m enos próxim as en las
o tras colecciones. Además, en Dod. hay un verso final (alterado en
Ma, suprim ido fu era de allí) παθών όμοια όίς έδεδράκει αυτός (con in­
versión). Añado que Par. y Dod. tienen p rosa com ún.
De m odo sem ejante, en H. 98 «La serpiente y la zorra», la fábula
de F. An. I parece un resum en de una fábula m étrica en la base
de Par. y Dod.: el verso de la p rim era y de la segunda son com ­
plem entarios.
E stos nuevos ejem plos acaban de hacernos ver cuán com plicada
es la situación. M ientras que o tras veces Dod. (o Par.) resum en o,
p o r el contrario, am plían con prosa ya sin verso y sin a lte ra r la
sustancia de la fábula, aquí es II I (y, en parte, el pseudo-Dositeo)
el que altera. El m odelo antiguo está m ejor conservado en Par.
y Dod., aunque sea a través de una prosa interm edia.
Más com plejo todavía es el caso de las contam inaciones. Aunque
lo estudiarem os ap arte, com o queda dicho, allí donde conservam os
la versión de B abrio, digam os alguna cosa sobre alguna fábula p ara
la que B abrio se ha perdido, pero seguram ente es la fuente de p a ­
ráfrasis y dodecasílabos. Creo que éste es el caso de H. 215 «El niño
que cazaba saltam ontes», en que la versión de F. An. I es b astan te
diferente de la de Par. y Dod. De I queda m ucho verso, en p arte
incom patible con el de Par. y Dod.: cf., por ejem plo, el cierre
de I ]εΓ9ε τοΰτο ποιήσαις y el de Par., próxim o a ϋοά.,]άπελ9ε καί σώζου.
El verso nuevo de Par., Dod. puede ser babriano; ahora bien, se con­
servan tam bién cosas com unes con I que pueden com pletarlo o vice­
versa. C oncretam ente, un τις de Par., Dod. (y T etr.) ayuda a recons­
tru ir el verso inicial de I: παΐς τις προ του τείχους ακρίδας έ&ήρευε. Y m e­
jo r es el ]τό κέντρον όξύνας εϊπε de Par. que el τό κέντρον απάρας είπε
de I. Ya u n a vía, ya o tra nos hace p e n e tra r m ás profundam ente en la
histo ria de la fábula.
50 Historia de la fábula grecp-latina

Puede suceder o tras veces que de dos versiones del m ism ü origen
(verso prim ario), en u na de ellas éste haya prácticam ente desapare­
cido. E ste creo que es el caso de H. 243 «Los hijos del mono». Tanto
las tres versiones de Par. com o las dos de F. An. (I y II) derivan
sin duda de una fábula m étrica en cuatro versos. De ellos hay restos
m ás claros en Par. (en una de sus versiones καί τό μεν εν άγαπα , το δ'
ετερον μισεί, ]καταφ/Λθύσ’ άποπνίγει), m ucho m enos en F. An., donde de
todos m odos hay coincidencias claras. Por o tra p arte, F. An. I y II
suponen una sem iprosificación interm edia y o tra las versiones de Par.;
de esta segunda viene B abrio, am pliado.
Hay que decir todavía que no es extraño que a p a rtir de otras
versiones con restos m étricos pueda hallarse huella de una versión
m étrica p rim aria. E sto es posible en las dos versiones, de Aftonio
y Juliano, de no H. 125 «Los m ilanos y los cisnes». La verdad es
que los restos m étricos de una y o tra fuente no coinciden, pero
tam poco se contradicen: pueden ser com plem entarios. Tam bién hay
un derivado en B abrio. Igual, pero con m ás seguridad, puede decirse
de las versiones de H. 267 y de Aquiles Tacio de la fábula «El m os­
quito y el león». C ontra lo que dice H au srath en su nota, siguiendo
a Crusius, Aquiles Tacio no es la fuente de la versión m ás resum ida
de F. An., que añade u n final propio (el m osquito vencedor del león
es devorado p or la araña). Ambas versiones derivan de una anterior,
cuyo verso conserva m ejo r Aquiles Tacio, incluso uno com pleto:
κώνωψ αλαζών ποτε [ o _ y _ ^
αλκή; Ά μύσσεις τοΐς δνυξι καί δάκνεις
ποιον δε μέγεθος
ai' μεν yàp είσι ώσπερ [ _ y _ y y
Pero en F. An. (Ib) hay otros versos no incom patibles:
_ u _ u _ u ] μαχομένη ποιεί
y _ u ]έπινίκειον ασας έπτατο
y _ u u ]άράχνης άπώλετο
N aturalm ente, no se pueden sacar conclusiones cuando en la tra ­
dición in directa tenem os ante nosotros m eras alusiones, o bien re­
súm enes en prosa.
Y existe el caso m ixto, en que una versión de F. An. y o tra de la
tradición ind irecta tienen verso com plem entario: éste es el caso
de F.An. III y Aftonio en H. 277 «El cisne».

IV. R e s t o s de la v e r s i ó n m é t r i c a pr im a r ia en fábulas c o n o r ig in a le s
QUE INCLUYEN VERSIO NES TRADUCIDAS 0 EN VERSO PRIMARIO

H em os visto que cuando hay verso com plem entario d en tro de


las diversas fábulas de cada una de las tres colecciones que hem os
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 51

venido estudiando h asta ahora —las fábulas anónim as, las p aráfrasis
y los dodecasílabos— suponem os que acceden no sólo al m ism o verso,
sino a la m ism a versión sem iprosificada. Y que cuando se tra ta de
una fábula que está en dos o tres de las colecciones referidas, los
casos son varios. Acceden, hem os dicho, al m ism o verso. Pero a tra ­
vés de sem iprosificaciones que no siem pre son la m ism a, a veces
una colección accede a una y o tra accede a o tra m ás antigua o m ás
reciente. Y no siem pre es fácil discernir la historia de la transm isión:
cuando a m ás de las colecciones m encionadas hay o tras que tienen la
m ism a fábula, hay posibilidades a veces de p recisar m ás el detalle.
Ahora bien, estas o tras colecciones ya hem os dicho que presen­
tan, a su vez, problem as propios. H em os distinguido aquellas que
son colecciones de traducción (siríaca o latina; en el p rim er caso
hay, adem ás, ya versión siríaca, ya una segunda versión siríaca tra ­
ducida al griego) y aquellas o tras que aun estando en griego han
som etido el m etro a una p rofunda m odificación (se ha pasado a los
dísticos elegiacos, al nuevo trím etro yám bico, a los coliam bos ba-
brianos, a los dodecasílabos políticos bizantinos). En todos estos
casos el «hilo» del m etro helenístico nos falla, aunque a veces hay
pequeñas huellas de él, com o hem os dicho. Es com binando la form a
y el contenido con las versiones correspondientes que conservan
verso helenístico com o podem os, en alguna m edida, co n trib u ir, con
ayuda de estas o tras versiones, a tra z a r m ejo r el s te m m a evolutivo
de las fábulas.
En realidad, es en el estudio que sucesivam ente harem os de las
distin tas colecciones donde m ejo r podrem os estu d iar sus fuentes, que
situarem os d en tro del susodicho ste m m a de cada fábula, sacando
luego conclusiones generales. Sin em bargo, habrem os de sen tar p re­
viam ente, aquí, algunos principios.
Com encemos p o r h ab lar de las fábulas de traducción: las siría­
cas (Syr., fábulas trad u cidas por la herm ana Lefèvre; y Synt., fábulas
del llam ado S intipas, retrad u cid as al griego); las de Fedro, las lati­
nas m edievales de fuente antigua (de los códices A d e m a ri y W issen-
b u rg en sis y de Rómulo) y las de Aviano.
Com enzando p o r las siríacas, hay que decir que Syr. p resen ta
hasta tres versiones diferentes, en general próxim as entre sí y, co­
m únm ente, próxim as tam bién a Synt. No es m enos cierto, ya vere­
mos, que Syr. y Synt. tienen algunas fábulas que faltan en F. An., así
com o algunas únicas: en uno y o tro caso puede tra ta rse ya de am bas
colecciones, ya de sólo una de ellas. Dejem os de m om ento este tem a.
Lo m ás com ún es que am bas colecciones (a veces sólo una de ellas)
estén próxim as a F. An., lo m ism o cuando esta colección es el único
testigo que cuando hay o tras ram as de la tradición.
Es de esp erar que, en estos casos, de ten er nosotros el texto
griego original luego traducido al siríaco, pudiéram os h allar en él
52 Historia de la fábula greco-latina

resto s m étricos com plem entarios de F. An. Pero no lo tenem os, he­
m os de aten ern o s a un texto traducido. En ocasiones su proxi­
m idad a F. An. es tan grande que p o d ría proponerse la hipótesis
de que Syr. y Synt. provienen de un m odelo griego derivado del
m odelo de F. An. Incluso, en ocasiones en que toda la tradición de
u na fábula se reduce a F.A n. I y Syr. y /o Synt. (por ej., en H. 88,
H. 121, etc.), p o d ría p roponerse una derivación a p a rtir de n u estra
A ugustana (I).
Pero hay fábulas que desm ienten esta hipótesis y no sólo aquellas
que faltan, com o acabam os de decir, en la A ugustana o en el con­
ju n to de F. An. Por ejem plo, en H. 213 «La serpiente pisada»,
en F. An. interviene Zeus, en Sy. (sigla con que englobam os Syr.
y Synt.), Apolo. Aun sin llegar a esto, suele h ab e r diferencias, al
ser la fábula de Sy. (o Syr. o Synt.) m ás extensa o m ás reducida
que la de F. An. Podem os p o stu lar, en casos com o éste, que Sy. p ro ­
cede del m ism o m odelo que F. An., en definitiva, pero a través de
una versión in term edia; aunque tam bién puede ser que sea F. An.
quien depende de una versión interm edia. Pero, en definitiva, en
casos com o éstos es lo m ás verosím il que nos hallam os ante deri­
vados de u na sola fábula con m etro prim aria. No puede d escartarse,
sin em bargo, la idea de que a veces el m odelo de Syr. y Synt. sea
una fábula p erd id a con un segundo verso p rim ario, cf., infra, p á­
gina 110.
Con esto no quedan term inados los problem as. Hay que investi­
g ar la posición de Sy. allí donde hay diferencias d en tro de F. An., sea
que diversas ram as deriven de un m ism o verso prim ario (H. 59,
H. 60, etc.), sea que deriven de m ás de u n verso prim ario: se tra ta
de ver la situación de Sy. en este ste m m a . E xisten luego casos en
que la proxim idad de Fedro, B abrio u o tras colecciones de F. An. hace
p en sar que derivan del m ism o m odelo, en definitiva, pues, del m ism o
verso prim ario ; y ya hem os hablado del m ism o caso con referencia
a Par. y Dod. Pues bien, en estos casos a veces hay posibilidad de
p o stu lar sem iprosificaciones interm edias a p a r tir del m etro p rim a­
rio: hay que investigar la posición de Sy.
O tro caso es aquel en que Sy. p resen ta fábulas que no están
en F. An.: a p a rte de aquellas de que es único testigo, hay o tras en
que aparece ju n to a Fedro (por ej., no H. 164, 179) o ju n to a B abrio
(no H. 96, 191, etc.) o ju n to a Par. y /o Dod. (no H. 155) o ju n to a
Aftonio (no H. 94) o ju n to a T e tr. (no H. 122).
E n fábulas com o éstas, hay ocasiones en que Sy. sigue la m ism a
línea del resto de la tradición, verosím ilm ente u n a antigua versión
prim aria; en o tras, com o en el caso an terio rm en te aludido, Sy. diver­
ge, ofrece variaciones propias (de un m odelo interm edio, dada la
p ráctica coincidencia de Syr. y Synt.).
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 53

Hay adem ás casos com o éstos, pero en los que sólo aparecen
Syr. o Synt., otro s com plejos con varias versiones de estas colec­
ciones, otros incluso en que se oponen Syr. y Synt.
Sin e n tra r aquí a fondo en el problem a, podem os an ticip ar que
la posición de Sy. en los s te m m a ta es m uy com pleja: suele ir con
la ram a de F. An., p ero en tran d o en ella a niveles varios en los cua­
les puede h ab e r habido m odificaciones (otras h an de atrib u irse a
los últim os ejem plares, p o r ejem plo algunas cristianizaciones). Así,
cuando en una fábula no tran sm itid a por F. An. Sy. se opone a o tras
versiones (a B abrio y derivados, p o r ejem plo, en no H. 96; a Afto­
nio en no H. 94), podem os pen sar que nos hallam os ante la versión
de la colección preferentem ente seguida p o r F. An. (la Antigua Au­
gustana). Pero es que, insisto, d en tro de esa ram a podía hab er dife­
rencias y, así, sucede que Syr. y Synt. difieren de F edro (cf. H. 182),
que en líneas generales coincide con F. An., pero a veces sigue o tra
línea d en tro de la derivación del m ism o verso prim ario. Más toda­
vía: Sy. puede d iferir del conjunto de F. An., Par. y Dod., así en H. 272
(seguram ente, p o r u na innovación suya propia). Pero lo habitual es
que cuando F. An. I difiere de o tras colecciones (vengan del m ism o
verso p rim ario , con derivación «en cascada», vengan de otro), Sy. se
alia a ellas, así, p o r ejem plo, en el caso de H. 132 (frente a Fedro),
en el de H. 215 (frente a pseudo-Dositeo y T etr.), en el de H. 219
(presenta ciertos arcaísm os fren te a F. An., pero no las innovacio­
nes de Par.).
Nos ayudan, en definitiva, las versiones siríacas a hacernos una
idea de la com plejidad de las derivaciones de las fábulas en m etro
p rim ario , incluso de las m ás próxim as a F. An., así com o de las p é r­
didas secundarias de esta ram a y de las alteraciones de la m ism a
en diversos niveles. Véanse m ás detalles en III, 2.
Im p o rta n te es tam bién, claro está, el estudio de Fedro. Su proxi­
m idad, en general, a F. An. ha sido señalada ya com o expusim os en
n u estro vol. I, pp. 86 y s s .9. Claro está, el tem a queda pendiente del
estudio m ás de detalle que harem os m ás adelante con ayuda de un
d o ssier com pleto de la fábula antigua. Pero, p o r lo pronto, hem os
de decir algo sobre su testim onio com o derivación que es de fábulas
con m etro prim ario.
F edro es, com o ya hem os dicho, un au to r m uy original, que resu ­
cita el esp íritu antiguo de la fábula y lo tiñe con esp íritu cínico y
estoico, tra ta n d o de sacar la m áxim a «punta» c o n tra los poderosos
corrom pidos, los ricos, los necios. Pues bien, en los casos en que
una fábula sólo ha llegado a nosotros a través de F. An. y Fedro,
las diferencias que en éste pueda h ab e r dan la im presión de ser

9 Cf. m ás d etalles en nu estro artículo «Fedro y su s fuentes», en Bivium . H o­


m e n a je a Manuel Cecilio Díaz y Díaz, M adrid, 1983, pp. 251-274.
54 Historia de la fábula greco-latina

un sim ple derivado de la versión conservada m ás fielm ente en F. An.:


así en H. 1, H. 80, H. 95, H. 156. O de la conservada en F.An. y
B abrio, cf. H. 229. O tras veces introduce contam inaciones de dos
fábulas conocidas, cf., infra, p. 129. Lo cual no es obstáculo p ara que
a veces conserve huella de una versión m ás antigua que la de F. An.
Aunque esto sólo puede p ro b arse cuando nos las habernos con una
trad ició n m uy ram ificada que perm ite re co n stru ir bien el s te m m a .
Es el caso, p o r ejem plo, si m i análisis en el Apéndice I es acer­
tado, de H. 76 «El ciervo y el león», fábula m uy com pleja en la
que F. An. introduce alteraciones, B abrio am plía considerablem ente
y Aftonio y pseudo-Dositeo resum en en el final; el original m étrico
está p rácticam en te conservado en las dos versiones de Par.; llegó,
p o r tanto, a época bizantina.
Hay que decir, de o tra p arte, que Fedro no siem pre depende de
la línea que m ás exactam ente conserva el texto antiguo derivado
del verso prim ario.
E n una fábula com o H. 143 «Las liebres y las ranas», F. An. II I
conserva p rácticam en te el original p rim ario, con pocas alteraciones
del verso, y de ahí deriva, con alguna alteración, B abrio; pero tan ­
to I com o Fedro coinciden en la reducción del lam ento de las ranas,
vienen sin du d a de un derivado secundario, sin nuevo verso. En
o tras ocasiones en que la fábula no aparece en F. An., tenem os argu­
m entos p a ra se n ta r que ciertas alteraciones de F edro no son origi­
nales suyas, sino de un m odelo secundario: así en no H. 8 «La cabra
y el cabrero», en que Fedro y T e tr. vienen de u n a versión resum ida
con ciertas alteraciones, versión derivada del verso p rim ario, que
ha pasado m ás directam ente a o tras colecciones (Dod., Par., Aftonio).
O tras veces hem os de lim itarnos, sim plem ente, a sen tar que Fedro
viene de una línea no en F. An., que es la única que h a dejado hue­
llas en n u estra tradición: así en no H. 114 (en Par., F edro y Séneca)
y alguna fábula que m encionarem os a propósito de B abrio.
E n definitiva, F edro es u n testigo m ás que nos hace ver la com ­
plejid ad de las derivaciones de la línea principal de la tradición, que
viene de las versiones prim arias. Y que nos ayuda a reconstruirlas.
A veces sigue ram as diferentes o sigue la m ism a que F. An., pero
altera en form a m uy personal. Todo esto hem os de estudiarlo en II, 1.
Lo que hay que estu d iar es la frecuencia con que Fedro sigue los
d istintos m odelos d en tro de los derivados de las fábulas m étricas
p rim arias, sus con stan tes en las m odificaciones de los m ism os. Y,
tam bién en qué m edida, cuando hay dos (o m ás) versiones m étricas
p rim arias F edro sigue la de F. An. (como en H. 9 «La zorra y el m a­
cho cabrío») o, eventualm ente, sigue otra. A p a rtir de aquí se puede
in te n ta r re c o n stru ir sus colecciones m odelo y, en general, sus fuentes.
T am bién Aviano, finalm ente, ap o rta otro testim onio de fábulas de
traducción que ha de ser debidam ente evaluado. D erivarlo de B abrio
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 55

resu lta claram ente insuficiente. H em os de ver que tam bién él ayuda
a veces a la reconstrucción de las fábulas con verso prim ario en
la m edida en que no se alejan dem asiado de la línea principal. Por
m ás que Aviano sea en ocasiones m uy original y que en algunas siga
claram ente una línea d istin ta de la de F. An., a veces ello no es así.
Es que hay que ten er en cuenta algo en que no suele repararse;
la ram ificación de algunas fábulas era m ucho m enor que la de otras,
prácticam en te no había donde escoger, por decirlo así. Las coleccio­
nes que querían in tro d u cir una de estas fábulas no tenían otro re ­
curso que seguir el m odelo único existente. Rem ito, p ara m ás de­
talles, a II 5.
Y con esto pasam os a h ablar de las fábulas con «verso m oderno»:
en p rim er térm ino de las de B abrio y las babrianas en general, pues
ya hem os advertido que las fábulas coliám bicas ajenas al Atoo no
son forzosam ente de B abrio e incluso sobre las del Atoo pueden
cab er dudas. T am bién hem os señalado ya que las alteraciones m é­
tricas in tro d u cid as p o r B abrio y seguidas por sus im itadores, así
com o su voluntad de alte ra r sus m odelos, no han sido suficientes
p a ra evitar que pequeños restos del m etro antiguo hayan penetrado
en él. Pero son ayudas que sólo secundariam ente (sólo después que
su p ertenencia de algún pasaje al verso antiguo haya sido dem os­
tra d a p or vía independiente), pueden tenerse en cuenta.
Hemos de m atizar m ucho las ideas h asta aquí sostenidas, por lo
dem ás ciertas en térm inos generales, sobre la diferencia de B abrio
(em pleam os el nom bre, en adelante, com o co b ertu ra del com plejo
de las fábulas coliám bicas «m odernas») respecto a la línea consti­
tu id a p o r la A ugustana (por su m odelo o «antigua Augustana», m ejor)
y Fedro. Hem os adelantado incluso que la unidad de la A ugustana
y Fedro es en ocasiones problem ática. Pues bien, es claro que B abrio
p resen ta con frecuencia m odificaciones graves respecto a dicha línea:
ya p o r seguir o tro verso prim ario, ya por seguir un verso secunda­
rio de ella derivado o por seguir, sim plem ente, una derivación sin
cam bio de verso. Además, naturalm ente, por causa de sus innovacio­
nes propias, aunque es difícil detectarlas con seguridad salvo cuando
coinciden con o tras versiones: es decir, cuando puede reconstruirse,
al m enos parcialm ente, un escalón interm edio.
E ste problem a de los «escalones» o «cascadas» derivadas del verso
p rim ario nos ocu p ará en el ap artad o que sigue a éste; afecta muy
directam ente a B abrio. Aquí nos cum ple decir, sin em bargo, algo
sem ejante a lo que acabam os de sen tar en el caso de Aviano: hay
ocasiones en que el m odelo de B abrio es el m ism o de F. An. o está
estrecham ente em p arentado con él; el m ismo, en ocasiones, a la vez,
de o tras colecciones más. Ello bien porque se tra ta de fábulas poco
ram ificadas, de las que no co rría en la Antigüedad m ás que un
m odelo único, bien porque F. An. y B abrio proceden de ese m odelo
56 Historia de la fábula greco-latina

m ás com ún y no de derivaciones o «cascadas» secundarias (even­


tualm ente, pueden proceder, tam bién, de una m ism a cascada o es­
calón derivado).
La p ertenencia de B abrio a un m odelo único, en últim o térm ino
derivado de una fábula m étrica p rim aria, puede postularse con m a­
yor o m enor verosim ilitud en el caso de fábulas que faltan en F. An.
y están en B abrio y o tras colecciones o en B abrio solo (eventual­
m ente, con derivados en Par., Dod. y otros): he dado una lista en
volum en I, pp. 543 y ss. Antes he aludido a fábulas sólo en Fedro
y B abrio o sólo en B abrio y las colecciones siríacas: si se tra ta de
versiones próxim as, no hay problem a en atrib u irlas a una fábula
p rim aria no ad m itid a en F. An.; y tam poco lo hay p a ra las fábulas
sólo en B abrio, siem pre que razones de contenido o form a no se
opongan.
Con m ás frecuencia, sin em bargo, estas fábulas de m odelo único
aparecen en B abrio y varias colecciones, incluidas F. An.; o bien sólo
en B abrio y F.An. (eventualm ente tam bién en Fedro, Sy. y Tetr.).
Damos a continuación una relación de fábulas en que, en térm i­
nos generales, B abrio está en la línea de F. An., con m ayores o m e­
nores m odificaciones: H. 42, 47, 50, 53, 76, 89, 93, 112, 139, 151, 229,
251, 255, 262, 263, 285, 291. La am plitud de la lista hace ver h asta
qué p u n to es una sim plificación excesiva la pro p u esta de que B abrio
rep resen ta una línea de tradición diferente de la de F. An. En m u­
chas ocasiones la diferencia está, sim plem ente, en su introducción
de m odificaciones sobre un m odelo com ún. Aunque insistim os en
que m uchas cosas quedan pendientes p a ra el ap a rtad o siguiente.
La am bigua situación, que ya conocem os, de Par. y Dod., hace
que o tras veces las cosas sean diferentes. En H. 232 «La oveja esqui­
lada» hay grandes coincidencias (léxicas, no m étricas) en tre F. An. I
y Babrio: o éste am plía o el prim ero es un resum en. Pues bien,
Par. y Dod. son derivados de B abrio. Lo m ism o en H. 191 «El asno
que llevaba sal» (am pliación p o r p arte de B abrio de un m odelo que
llega tam bién a F.An. I y Syr.) y en H. 107 «El caballo, el buey, el
p erro y el hom bre» (B abrio hace ciertas elim inaciones, seguido
por Par., se conserva el original en F.A n. I). Algo diferentes son las
cosas en H. 102 «Zeus, Prom eteo, Atenea y Momo». Aquí las dos
versiones de Par. llegan al verso independientem ente de F.An., con­
servando cosas arcaicas, según puede verse en n u estro Apéndice I;
pues bien, B abrio p resen ta cosas de am bas líneas, aunque está m ás
próxim o a la de Par. E sto quiere decir, pensam os, que a p a rtir de
la versión con verso p rim ario surgieron dos líneas sem iprosificadas,
la que fue a p a ra r a F. An. y la que p ro d u jo un m odelo Par. del que
luego salieron n u estras dos versiones de Par. (entre las que hay
coincidencias prosaicas), así com o B abrio. Las dos versiones in tro ­
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 57

ducían diferencias argum éntales. Sucede algo sem ejante en H. 151


«El león que se asu stó del ratón», en que hay que p o stu lar verso
com plem entario en F. An. I y en Par., versión esta de la que deri­
van P, Ib y B abrio. Rem ito, de todos m odos, al capítulo II 2.
Finalm ente, tam bién las fábulas de los epigram as de la A nth o lo g ia
P alatina y las de los tetrástico s yám bicos de Ignacio Diácono pueden
ayudar in d irectam en te a re co n stru ir la versión p rim aria o sus de­
rivados. P ara referirn o s p rim ero a la A nthologia, puede recordarse
lo que m ás a rrib a (p. 23) dijim os sobre la fábula del asesino; pueden
añadirse algunas o tras, p o r ejem plo, H. 72 «El cobarde que halló
un león de oro». Al no h ab er m ás testim onios de esta fábula que
el de F. An. I y el de AP, no puede precisarse dem asiado sobre el
ste m m a : pero las fábulas son sem ejantes, sólo que la A nth o lo g ia
introduce una espada en vez de un león. Hay derivación, en defi­
nitiva, de igual fuente. P ara otros casos rem ito a II 7.
E n cuanto a los T etrá stico s, ayudan m ás a p recisar en cuanto
aparecen (a veces en dos versiones) en fábulas de transm isión rica.
Su inconveniente es la brevedad, que hace difícil alinearlos dentro
de las diferentes versiones. Un caso com o el de H. 106 «Zeus y
Apolo» pone en guardia contra u n a asim ilación excesiva a n u estras
versiones de F. An. En realidad, es frecuente que una fábula sólo
esté tran sm itid a p o r F.An. y T etr. (eventualm ente, tam bién S.) y,
siendo Tetr. una versión abreviada, da la im presión de derivar
de F. An. Así en casos como H. 19 «La zorra y la zarza», H. 54 «Los
caracoles», H. 77 «El ciervo», H. 78 «El ciervo», H. 79 «El ciervo
y la vid», H. 144 «La gaviota y el milano», H. 162 «El lobo y la ca­
bra», H. 166 «El lobo y la oveja». Pero parece que debe pensarse
en dependencia de un m odelo com ún, com o en casos anteriores.
Igual cuando interviene Fedro, así en H. 156 «El león y el asno»,
o B abrio, así en H. 294 «El lobo y el perro». C laro está que esto
exige u lterio r estudio en relación con la proxim idad de o tras fábulas
de los T e trá stic o s a o tras ram as de la tradición, concretam ente a
B abrio (hem os visto ejem plos) o a F.An. (H. 118), o Par. (no H. 182,
etcétera). Y queda pendiente el tem a de las fábulas sólo tran sm itid as
p o r los T etrá stico s.

V. R estos d e la v e r s i ó n m é t r ic a pr im a r ia en fábulas
QUE PRESENTAN DERIVACIÓN SECUNDARIA

G eneralidades

Hem os visto ya h asta qué pu n to es difícil distinguir en tre inno­


vaciones de los fabulistas conservados e innovaciones de sus fuentes,
sean éstas el verso p rim ario o alguna derivación secundaria. Pero
58 Historia de la fábula greco-latina

este problem a —y o tro s— ha de ser estudiado en un contexto m ás


am plio: el de las derivaciones del verso prim ario en general. Con
ellas cerrarem os este capítulo, dejando p ara el siguiente el caso en
que hay testim onio de, al m enos, dos versos prim arios: dos redac­
ciones independientes de época helenística.
A la época helenística rem ontan tam bién las colecciones de que
dependen las n u estras y que luego ellas alteraron. E sto es lo que po­
dem os pen sar basándonos en hechos com o la cronología relativa
(conocim iento de un d eterm inado m odelo por el P. Rylands, la Au­
gustana, Fedro, Horacio, etc.) y el m etro helenístico. No puede ex­
cluirse, ciertam ente, que el tipo en que en la versión derivada no
som os capaces de en c o n trar verso o, si lo encontram os, consiste
en restos del verso prim ario, rem onte a los prim eros siglos de
n u estra era. E sto se refiere sobre todo a ciertas versiones resum idas
que h an dejado huella en el pseudo-Dositeo, Aftonio y el códice
Brancacciano.
D entro de las derivaciones a p a rtir de un único m etro prim ario,
podem os d istin g u ir seis subtipos en tre los que existen transiciones
y, a veces, dificultades p ara nosotros de distinguirlos:

Subtipo I. Del verso prim ario deriva u n verso secundario, que


a su vez produce diversas versiones que han llegado a nosotros. El
tipo no siem pre es fácil de distinguir del que sigue: lo habitual
es que el verso secundario presente restos del p rim ario allí donde
la alteración de la fábula no ha sido dem asiado fuerte; o que, por
algún o tro dato relativo al contenido o la form a de la fábula, pueda
establecerse la derivación.

S ubtipo II. Del verso p rim ario salen dos versos secundarios,
unidos n o rm alm ente a m odificaciones argum éntales y form ales. Como
a veces queda huella del verso 1 en los 2 y 3, no siem pre es fácil
distinguir este tipo del an terio r; tam bién puede h ab e r dudas con
la derivación en cascada doble (subtipo V) y aun con la existencia
de varios versos prim arios.

Subtipo III. Del verso prim ario sale una nueva versión, que está
en la base de u na serie de colecciones, sin que podam os establecer
claram en te la existencia en la m ism a de un nuevo m etro. Puede su­
ceder que presen te restos del m etro prim ario o que, sim plem ente,
el m etro haya desaparecido. Claro está que no siem pre es fácil dis­
tin g u ir este tipo del I.

Subtipo IV. Aquí tenem os que B abrio u otro fabulista p resen ta


una versión m uy independiente respecto al resto de la tradición.
Como ya hem os advertido, pueden p resen tarse dos hipótesis: que
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 59

las alteraciones sean de este fabulista (es decir, que se tra te del
caso ya estudiado) o que haya un escalón interm edio. E n este últim o
caso el tipo corresponde bien al 1, bien al 3: la diferencia está
sim plem ente en la pérdida de testigos que dem uestren directam ente
la existencia de dicho eslabón.

S ubtipo V. Del verso prim ario salen dos m odelos diferentes sin
verso nuevo: o tienen restos del prim ario o no se ve ya el verso.
Puede h ab er problem as en la delim itación del tipo respecto al II.

S ubtipo VI. Finalm ente, puede h ab er doble cascada o escalón


con derivación del segundo escalón a p a rtir del prim ero. Los esca­
lones pueden, análogam ente a lo visto antes, ten er verso propio o
restos del verso del escalón an terio r o carecer ya de verso reco­
nocible.
E stos son los cinco tipos que irem os ejem plificando uno a uno
a base de algunos casos especialm ente significativos, a los que
añadirem os una relación de otros. Como siem pre, n u estro Apéndice
co m pletará los datos que aquí adelantam os.

S u b tip o I: d o b le m odelo, con verso p rim a rio y secu n d a rio

E squem a: X verso 1 — Y verso 2

E n todos los ejem plos nos encontram os con u n cam bio parcial
de tem a y de e stru c tu ra al pasarse del verso p rim ario al secundario.
E n m uchos hay, adem ás, u n a reducción en la extensión de la fábula.
Añadam os que sólo algunas veces se conserva en el verso secundario
resto s del p rim ario; en o tras ocasiones, sólo directam ente puede es­
tablecerse la derivación del segundo a p a rtir del prim ero, éste ha
sido dem asiado desfigurado. E sto sucede principalm ente allí donde
el cam bio de tem a o de e stru c tu ra es m uy drástico.
E m pezam os con ejem plos en los que hay cam bio de tem a y re­
ducción y en los que en el verso secundario se en cu en tran huellas
del prim ario.
Com encemos p o r H. 9 «La zo rra y el m acho cabrío». En esta
fábula hay u na línea descendiente del verso p rim ario, la constituida
p o r F.A n. I, II, III, p o r Fedro (un resum en) y T e tr. II 15: el ver­
so de F.A n. es recogido en vol. I, p. 91, pero puede com pletarse
todavía, así con ayuda de T etr. puede re co n stru irse la línea inicial
com o πεσούσ' άλώπηξ εις βα&ύκρημνον φρέαρ. Ahora bien, Par., Tetr. II
31a, b, Dod. y Synt. rep resen tan una segunda línea, que es un re ­
sum en. Pues bien, esta segunda línea conserva p a rte del verso de la
prim era: así el final ~]τήν άνοδον εσκέφω (en Par.: es m ás, Par. presen ­
ta un verso com pleto ούκ αν κατέβης, εΐ μή τήν άνοδον εσκέψω que es
60 Historia de la fábula greco-latina

sin duda la base del final de F.An. y dem ás); y el comienzo del
«cierre» de la zorra, que se reconstruye m ejor o peor con ayuda
de las dos líneas («si tuvieras ta n ta inteligencia com o pelos en la
barba»). Pues bien, en otros lugares el m odelo de la «segunda línea»
p re sen ta resto s m étricos incom patibles con los de la prim era, o
sea, hay en ella un verso 2 que es un verso «rem odelado». E sta
segunda línea com ienza con la m ención del m acho cabrío o τράγος
(Par., Dod., Tetr.) y no de la zorra y ofrece pasajes m étricos como
^βοηθόν έζήτει (Par., Dod.) y ίδούσ’ άλώπηζ τούτον[ (fácil de re ­
c o n stru ir sobre Par., Dod., T etr.). Más aún, com binando los testigos
con Synt. es fácil re co n stru ir el com ienzo de la fábula, que sería:

τράγος πάλαι σφοδρώ ς έδίφει εν θήρει


y _ ] κατήλθεν εις βαθύκρηνον φρέαρ
'ύδωρ πιεϊν

E sta fábula p erm ite ver cóm o el verso antiguo se aprovecha y


com pleta en u n a versión resum ida: los añadidos son claram ente de
verso helenístico.
Un bonito ejem plo que deja ver cóm o proceden los resúm enes
y am pliaciones sucesivas es H. 184 «El cam inante y la fortuna», que
en la línea derivada pasa a ser «El niño (en B abrio, el trab ajad o r)
y la Fortuna». De la línea prim aria, de la que quedan en F. An. I res­
tos de siete versos, se pasa a la derivada, en la que F. An. II, Dod.
y Par. dejan ver huellas de cuatro; B abrio vuelve a siete, pero no
deja de p erten ecer a esta línea, no eólo p o r toda la m archa de la
fábula, sino tam bién por una coincidencia como es φρέατος έ)7ύς[
(en F. An. II, Dod. εγγύς φρέατος [: lo uno o lo otro puede ser lo m ás
antiguo, la m étrica es igual y Par. está dividido) y porque en el
verso 1, que se reco n struye a p a rtir de F.A n. II, Par. y Dod., si
se su stitu y e el am étrico παΐς τις, τις o άνθρωπος τις de estas versiones
p o r el εργάτης de B abrio, que p o r lo dem ás altera m ucho el verso,
resu lta un coliam bo perfecto:

’Εγγύς φρέατος εργάτης έκοιμάτο

O tros restos de la version derivada:

y _ u _ y _ u u ]ά π ^Α 9’ εν τεύ θεν
μήπως κάτωθεν του φρέατος [ _ y y
εμέ τήν Τύχην πάντες [ υ υ ] καταμέμφωνται (una inversión)

Parece evidente que am bas versiones tienen elem entos com unes,
fraseológicos y aun m étricos (έκοιμάτο ); es m ás, el ]τ//ς Τύχης δ’
έπιστάσης de B abrio parece conservar un fragm ento m étrico p a ra ­
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 61

fraseado en las dem ás versiones. En estas circunstancias, todo lleva


a ver en la versión de F. An. I la original, resum ida en la otra. De
ésta hay, de u n lado, la am pliación de Babrio; de otro, una sem i­
prosificación que in tro duce el παις τις y otros elem entos am étricos
y que deriva en Par. (tres versiones) y Dod.
Las huellas del verso prim ario, sin em bargo, se encuentran incluso
allí donde la versión no es un resum en: presentam os u n ejem plo en
que tenía igual extensión que la prim aria, 4 versos.

En H. 177 «la mosca» tenem os efectivam ente un ejem plo curioso:


no se tra ta de resum en, sino de un cam bio del anim al (la m osca que
se ahoga en la sopa pasa a ser un ratón): el verso p rim ario de F. An.
deja restos en u n a versión secundaria de la que salen Dod. y B abrio
y que añade, adem ás, verso nuevo. El verso de F. An. es claro:

μυΤ έμπεσούσα <τις πστ’> είς χύτραν κρέως


βέβρωκα και πέπωκα και λέλουμαι (δ η )
y _ u — ^ _ u ] ούδέν μοι μέλει.

Pues bien, en P ar y Dod. hay un cam bio de anim al: e n tra el ra ­


ton (μΰς·), quizá en un principio por un sim ple erro r, pero el caso
es que el cam bio de género obliga a una refección del verso. Com­
paran d o Par. y Bab. se ve que ya uno, ya o tro están m ás próxim os
al p rim ario. P or ejem plo, pienso que

Μ υς εις χύτραν ζέουσαν <έμπεσώ ν ) κρεών


pasó a Μ ύς εις χύτραν ζέουσ αν κρεών τε (π λ ή ρ η )
ένέπεσε (Par.)
y a ζωμού χύτρη μύς έμπεσών απωμάστω (Β.)

B abrio queda, en este caso, m ás alejado del original, aunque con­


serva el έμπεσών; luego está m ás cerca en βέβρω κα... καί πέπωκα, alte­
rad o p o r Par. que, en cam bio, m antiene un λελουμένω dependiente
de λέλουμαι.
Igualm ente en H. 260 «La pulga y el atleta» la extensión de las
versiones de F. An., I, II, II I y de Dod., con verso en p a rte diferente,
difiere p o r el arg um ento (final de la fábula). Lo notable es que en
el com ienzo se conserva la com unidad de verso: φύλλα δέ ποτε[.
En o tras fábulas, en cam bio, no hay huellas directas del verso
prim ario d en tro del secundario. En algunos casos, el secundario va
unido a un resum en.
E sta técnica del resum en se ve quizá m ejor en el caso de F. An.
239, tam bién en B abrio y Par. sobre todo, cuya versión resum ida es
F.A n. 71, tam bién en Aftonio: aquí el resum en va acom pañado de
62 Historia de la fábula greco-latina

un ligero cam bio de tem a, ya no se tra ta de «Los árboles y la caña»


sino de «La encina y la caña»; y de uno m ás fundam ental de estru c­
tura, en vez de una fábula de situación con diálogo hallam os una de
«disputa» (ερις) con un resultado de acción, la encina es desarraigada
p o r el viento.
Pues bien, en esta fábula no hay coincidencias m étricas exactas
en tre F. An. y las tres versiones de Par., pero sí verso com plem entario
del tipo F.An. I ]οϋτως κατακλάται, ]δντες ουδέν πάσχουσι. / Κάκέϊνοι
εφασαν, · ~\κατεάσσεσΒε, Par. Oí δέ ειπον' Ύ μεις τοις άνέμοις άντίστασΰε.
El com ienzo de la ram a abreviada es diferente, no hay descripción
de una situación, sino disputa:
Δρυς καί κάλαμος περί ισχύος <π ο τ ) ήριζον (F. An., con inversión)
ή μεν γάρ αυτήν τής ισχύος έ&αύμαζε (Aphth.).
Como se ve, la nueva versión sigue una fórm ula tradicional, cf.
vol. I, p. 572. Y no se hallan restos de verso com ún.
E studiem os todavía H. 163 «El lobo y la vieja». Aquí la fábula
de F. An. y Dod., que abre el lobo, esperanzado al oír las am enazas
de la vieja co n tra el niño y defraudado luego, y que term in a con un
«cierre» escéptico del propio lobo sobre la veracidad de los hom bres,
es alterad a en un m odelo m ás reducido que está en la base de la
fábula de B abrio y la de Aftonio. Falta el com ienzo, la fábula em pieza
con las am enazas de la vieja al niño llorón; falta el final (elim inado
definitivam ente en Aftonio, sustituido por una tirad a an tifem inista
del lobo en B abrio). Y la m archa de la fábula es idéntica, con coin­
cidencias incluso léxicas (B abrio τίτ&η, Aftonio τή9η en vez de τραΰς).
Del nuevo verso de esta redacción reducida quedan huellas claras
en Aftonio: τή9ην έλύπει παιδίον[, ]ουκ έπαύετο, ]λύκω παραβαλεϊν ήπείλει
(con inversión), Κενός <5’ ό λύκος[, ~\έλπιζομένης γενησέσάαι. Y com o ta n ­
to éste com o B abrio p resen tan ciertas coincidencias individuales con
F. An., se deduce que el m odelo de am bos, como es natural, se en­
co n trab a m ás próxim o al original del m etro prim ario que las fábulas
de él derivadas.
Hay algunos casos sem ejantes en que alteración del tem a y del
verso y reducción de la fábula van unidos. Así H. 192 «El asno y la
muía», en F.A n. I, que pasa a ser «El caballo y el asno» en versiones
m ás breves de Par., Dod. y II I (es H. 286) que B abrio vuelve a
am pliar.
O tras veces, sin em bargo, la alteración del argum ento o e stru c­
tu ra no está ligada a la existencia de un resum en. Damos unos ejem ­
plos en que el verso secundario no conserva huella del prim ario.
Hay una refección tem ática, acom pañada de u n a del verso, al
pasarse de F.An. 87 «El lechón y las ovejas» a F.A n. 189 «El lechón
y la zorra»: en el p rim er caso se tra ta de F. An. I, en el segundo igual­
m ente de I, ju n to al cual están tam bién Aftonio y Syr. En 87 el
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 63

lechón se lam enta, seguro de ir al m atadero, y sigue el diálogo entre


él y las ovejas; en 189 el aldeano lleva en su asno al lechón, la oveja
y la cab ra y el fab u lista h a de in tro d u cir otro p erso n aje (la zorra,
un «survenant») p ara que haga el com entario de cierre a la vista
del d istin to com portam iento de los tres anim ales, pues sólo el lechón
se lam enta. Hay, com o se ve, una reelaboración del tem a p a ra hacerlo
m ás expresivo, no un resum en, en este caso. Y es difícil que, en
estas circunstancias, haya restos del m etro com ún. Pero sí lo hay
en am bos m odelos:
F. An. 87
έκεκράγει
y _ _ u _ ] συλλαμβάνει και ου κράζομεν; (cf. Ia)
'Έ φ η προς αύτά ^
F. An. 189, δνω τις επιθείς δέλψακα f u ^ _ y y (Aft.)
y _ U — ήγεν εις αστυ
του δέλφακος παρ’όδόν δλην [ y _ y y (<5ε y τήν mss.)
ήκουσ άλώπηξ [ _ u _ i ^ _ y y (άκούσασα mss.)
εγωγε [ _ y ] ού μάτην οδύρομαι
y _ u _ u ] λαμβάνων άφέξεται
Cf. en Aphth. ή δ’ υς μόνη μεγέθει βοής παρηνώχλει (μόνη δε ή υς mss.),
rem odelado.
O tro ejem plo en que el cam bio de verso coincide con alteraciones
del argum ento es H. 174 «Los ratones y las com adrejas»: el tem a
egipcio de la lucha de gatos y ratones, llegado a la edad helenística
a través de Arquíloco (cf. vol. I, p. 345; vol. II, p. 439). En la línea
principal perecen los generales de las com adrejas porque se han
puesto unos cuernos; esto se encu en tra en F. An., Fedro, pseudo-
Dositeo y Sy. Pero hay o tra línea en que no se tra ta de cuernos, sino
de arm as que tom an los generales: es la fábula de Par. (tres versio­
nes), Dod. y B abrio. Parece claro que la segunda línea —el tem a
cínico de que el que va desnudo y sin riqueza se salva— es la secun­
daria; sobre los cuernos de las com adrejas, recuérdese el general con
peinado en fo rm a de cuerno de Arquíloco (fr. 165 Adr.), así como
los cascos de este tipo en diversos pueblos.
El verso de la versión p rim aria es tran sp a ren te, hem os citado una
p arte en vol. I, p. 96. En cuanto a la secundaria, es claro que B abrio
rep resen ta una am pliación de un m odelo que ha dejado huellas de
su verso en Par., Dod.:
y _ u _ y _ u _ y ] άσπονδον
είχον μάχην, άει δέ ένίκων a i yoda? (Par. Ba Mg, una inversión)
ουδέ στρατηγούς [ _ u _ y (Dod.)
y —u _ y _ ] στρατηγούς των άλλων (Dod.)
y _ u _ y ] των μυών πεφευγότων (Dod.)
64 Historia de la fábula greco-latina

y _ u _ y _ ] τούς τάλανας έν τρ ό μ ψ (Dod.)


ύπό τών γαλών διεφθάρησαν [ _ y ^ (Par., Bd).

Como puede observarse, tam poco en este caso encontram os en


la versión derivada restos del verso prim ario.
Es com plicada la fábula H. 266. Se tra ta de «Los dos gallos y el
águila»: el gallo vencedor lanza su quiquiriquí que hace que el águila
se fije en él y lo devore, m ientras que el otro cubre a las gallinas.
Es u n a invectiva cínica contra el τύφος-
La versión F. An. Ib es b astan te com pleta, tiene restos m étricos
aunque no extensos ( είς ύψος άρθε ίς[ y quizá καί αετός καταπτάς
αΰτόν ήρπασε, con una inversión, son los m ás im portantes). De ella
deriva u n a versión que elim ina el final, cuando el gallo vencido
m onta a las gallinas: está en Aftonio y las dos versiones siriacas.
En Aftonio hay verso que puede ser com plem entario del de Ib
([συμπεσόντες άλλήλοις, ]έπί στέγους άρ&είς), tam bién prosificaciones (καί
καταπτάς αετός τούτον αρπάζει). De o tra parte, su com ienzo ά/Ιεκτρυόνες
συμπεσόντες άλλήλοις es sin duda m ás antiguo que el άλεκτόρων δύο
μαχομένων περί θηλειών de Ib, que ha dejado huella tam bién en Par.,
Dod.: propongo com o verso antiguo άλέκτορες δύο συμπεσόντες άλλήλοις,
cf. Ia, Synt. y Aftonio.
Pero hay tam bién o tra segunda línea, la que se encuentra en Par.
(dos versiones), Dod. y B abrio. Par. y Dod. conservan elem entos que
coinciden con Ib com o p o r ejem plo el com ienzo ó μέν ήττηθείς...
έκρύβη (con variantes), αετός καταπτάς ήρπασε (tam bién con variantes).
Es claro que Par. y Dod., así com o B abrio, vienen de la m ism a sem i­
prosificación que Ib. Pero hay adem ás novedades m étricas y fraseo­
lógicas (el gallo vencido se oculta en un rincón, γωνία, el vencedor se
sube al techo, δώμα) que no coinciden exactam ente con Babrio.
Cf., p o r ejem plo, ~]έκρύπτ' έν γωνία Dod., cf. Par. εκυπτε ές... γωνίην.
C onsidero claro que Par., Dod. y B abrio vienen de u n m odelo sem i­
prosificado en p a rte coincidente con el de Ib, en p a rte no: conserva
cosas p erd id as p o r aquél y tiene o tras nuevas. B abrio, naturalm ente,
avanza p o r su cuenta, hablando de gallos de T anagra, etc., y elim i­
nando cosas de Ib, Par. y Dod. (como el άδεώς καταπτάς); pero a
veces está m ás cerca de Ib que de Par., Dod., cf. ó <5’ άδεώς άμφέβαινε
θηλείαις B abrio j o b ' άδεώς ταΐς θηλείαις έπέβαινε.
Como h ab rá podido verse, en los casos m encionados la versión
p rim aria es la de la A ugustana (a veces todas las F.An.), acom pa­
ñada en ocasiones de Fedro y otros testigos; la secundaria, en gene­
ral con reducción y con cam bio de tem a o estru c tu ra, está en Par.,
Dod. y B abrio (que a veces vuelve a am pliar) y en ocasiones tam bién
en F. An. (como segunda versión de I o com o nueva versión en II
o III). Pero no es el caso único.
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 65

E n no H. 295 «El m acho cabrío y la vid», es decir, una fábula que


no está en F. An., encontram os en Aftonio un verso que, m ientras
no tengam os m ás datos, hem os de considerar p rim ario: τράγος δέ
τις ΰβρει[, ]τής αμπέλου παρέτρωγε\, ή δέ πρός αύτόν ε?πε[, ]τ^ς ύβρεως
δίκη / μένει σε[ (con inversión). La antigüedad de esta versión es
confirm ada p o r sus coincidencias tem áticas con los epigram áticos
helenísticos Leónidas y Eveno y porque la otra, abreviada, con fre­
cuencia lo que hace es buscar expresiones sinoním icas. P ero en ellas
hay verso nuevo: τράγος δέ ποτε τής αμπέλου βλάστην τρώγων / τούτω
προσεΐπεί (Dod. con inv., cf. P ar.),]t¡ μ ’ αδίκως βλάπτεις; (Dod. con inv.,
cf. T etr.), μή γάρ ούκ έστί χλόη; (Par., Tetr., cf. Dod.), ‘Ό μω ς, πάναφρον[,
εγώ τόν όνον [ _ υ _ ] τ φ σ φ ψ όνφ . Es de n o tar que si en este últim o
verso elim inam os (como hem os hecho) un παρέξω am étrico e in tro ­
ducim os un σπείσομαι sacado del verso prim ario, obtenem os un trí­
m etro com pleto; es claro que e n tre la versión p rim aria y la secun­
d aria hay u na sem iprosificación. N ótese que, aunque no podem os
d a ta r exactam ente la versión secundaria (Ovidio no es conclusivo
a favor de una u otra), el verso de la segunda es helenístico. En
cuanto a la p rim aria, no sería extraño que h u b iera sido resum ida
p o r Aftonio, com o o tras veces, dejando el m ism o verso. Pero es claro
que no sólo en F. An., sino tam bién, cuando nos falta su versión,
tam bién fuera de allí pueden en co n trarse huellas de las versiones
p rim arias.
Los ejem plos estudiados no son únicos, véase, por ejem plo, no H.
128 «El caballo viejo» (sólo en Aftonio hay huellas del original, de ahí
deriva un m odelo que produce B abrio y Fedro); H. 167 «La leona» (ver­
so 1 en u na versión de Dod. y en F. An. I, verso 2 en o tra versión de
Dod. y las dos de Par.); H. 179 «El libertino y la golondrina» (verso 1
en I, Dod., verso 2 en T etr., B abrio, que am plía); H. 208 «El p ajarero
y la cigüeña» (Aftonio es un resum en del m odelo de F. An., Par.,
Dod., am pliado en Babrio: tiene o tro verso); H. 220 «El rico y el
curtid o r» (verso 1 en F. An. I, 2 en Par. y Dod., aunque hay duda si
derivan de B abrio); H. 264 «El hom bre y el león que cam inaban
juntos» (verso 1 en Ib, Par., Dod., T etr. Syr.; verso 2 de Aftonio,
Aviano, pseudo-Dositeo). Como se ve, la distribución de las coleccio­
nes puede v ariar, nótese la posición diferente de T etr. y Dod., pero I
y varian tes suelen ten er verso p rim ario y B abrio derivar del verso
secundario. Y puede haber, p o r supuesto, dudas e n tre este subtipo
y el de dos versos p rim arios, así en el caso de H. 222 «El p asto r y el
perro», donde quizá el verso de Par. provenga del de F. An. I.

S u b tip o II: T rip le m o d elo , d os verso s secu n d a rio s d erivados


de u n o p rim a rio , a veces co n serva d o

Esquem a: X verso 1 — Y verso 2, Z verso 3.


66 Historia de la fábula greco-latina

El subtipo difiere del an terio r en que los versos derivados del


verso p rim ario son dos y no uno. Insistim os en que puede haber
dudas con el subtipo de dos derivados no dem ostrablem ente en
verso (subtipo V) y el de dos versos derivados directam ente de la
fuente prosaica (en el próxim o capítulo). Vamos a p re sen tar dos
ejem plos.
E n H. 7 «El gato y las gallinas» nos encontram os con dos líneas
de verso, una en F.A n. I, T etr. 2, y o tra en Dod., Tetr. 1, B abrio
y cod. Branc. Las dos ram as vienen de un verso com ún: cf. I
]πώς εχοιεν / B abrio, etc. ]πώς Εχεις; [ y ]έάν... απαλλαγής / Babr.
~\ήν άπέλθης\_, cf. los dem ás. Ahora bien, en I hay un verso b astan te
com pleto que ha hecho p asa r al estilo indirecto (como es usual en
esta colección) el estilo directo de la o tra línea:

y _ u _ ]και στάς προ τής έπαύλεως


έπυνθάνετ’ αυτών, πώς εχοιεν [ _ y y

y que incluye otro s restos incom patibles con los de la o tra ram a. En
ésta B abrio parece venir de un verso independiente, en p arte con­
servado en Dod. (Par. = Ι Ι Ι γ viene del propio Babrio): en efec­
to, Dod. p resen ta coincidencias exactas con B abrio (πώς έχεις; ούκ
αποθνήσκω), pero tam bién otro verso: 'Ό μω ς εγειρε\_, ~\προς τόν αίλουρον
ταύτα, ~\τί δέ σοι; άν τι χρήζης; (Babrio: ]τί'νων χρήζεις).
C iertam ente, p o d ría verse aquí la relación del subtipo I, con el
verso de la segunda ram a derivado del de la prim era. Pero la situa­
ción es un tan to especial. B abrio (y T etr. 1) resum e una versión de
Dod. que es tan am plia com o la de I y que no se ve que venga de ésta;
al revés, conserva, com o hem os dicho, el verso directo original, que I
retoca y B abrio recorta. En el estado de nu estro s conocim ientos no
se ve razón p a ra negar la hipótesis de que am bas ram as deriven
de un m odelo m étrico com ún, del que guardan restos.
Algo diferente es el caso de H. 161 «El lobo y la garza», en que
tenem os tres líneas:

a) F. An. I y Fedro, com portando el p rim ero fragm entos m étricos


com o ώ ούτος, ούκ άγαπγς [εκ] λύκου στόματος σώαν y ]άλλά και μισθόν
απαιτείς. Fedro pertenece a esta línea, pero a veces (y concreta­
m ente en el comienzo) va con la segunda, hay sin duda una m odi­
ficación en los estadios recientes de F. An.
b) Par., Dod., B abrio. Como o tras veces, este au to r parece m odi­
ficar una versión an terio r de la que se ven restos en las o tras colec­
ciones: λύκου δε λαιμώ[ Dod., cf. Par. (B abrio altera), ^μισθόν πχρέζαν
είπε todos, ή δ’ έκβαλοϋσα[ Dod. 2, ούτος γελάσ ας[ Dod. 1, άρκεΐ σοι,
είπε, μισθός[ Dod. 2, ότι έκ λύκου στόματος [ todos (inversión en
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 67

Par.). La com paración con B abrio hace ver que con frecuencia altera
este texto, m ás próxim o al de I, pero a veces con verso diferente.
c) Aftonio p resen ta una versión abreviada con algunos restos de
verso que, al m enos en parte, parecen com plem entarios de F. An. I,
así ~]κα9εΐσα την κεφαλήν έξαιρέϊται, cf. I καθείς την... κεφαλήν... έζέσπασε.
En esta fábula es un verso m ejor o peor conservado en F. An. I
el «arreglado» en sentidos diferentes en las o tras dos versiones; Ba­
brio a su vez m odifica u n a de ellas.
E ste tipo de relación no es ni frecuente ni com pletam ente seguro,
com o queda dicho. Pero no puede negarse su probabilidad en ejem ­
plos com o éstos.

S u b tip o I I I : D oble m odelo, sem ip ro sific a c ió n d erivada


de un verso p rim a rio

E squem a: X verso — Y sem iprosificación.

E ste es, com o ha podido verse, un subtipo difícil de distinguir


del I: si lo proponem os, es p ara no sen tar la hipótesis en exceso
arriesg ad a de que todos los m odelos secundarios son m étricos y,
concretam ente, con un verso nuevo (a veces con restos del prim ario).
La clave está, generalm ente, en la in terp retació n del lugar de Par.
y Dod.: si g uardan restos del m odelo secundario, si derivan de B abrio
o si contam inan uno y otro, lo cual a p rio ri es de esp erar com o posi­
bilidad, dado que, evidentem ente, los conocían. E sta contam inación
fue p ro p u esta p o r nosotros ya hace tiem po 10.
E n definitiva, lo que separa este subtipo del I en p a rte puede ser
n u estro desconocim iento de los hechos, cuando los testigos son poco
ilustrativos (B abrio o Fedro, p o r ejem plo). Pero tam bién puede ser
que nos hallem os an te una reducción o m odificación de la fábula en
verso p rim ario que resp eta restos de éste sin añadir nada o lo eli­
m ina p rácticam ente: es decir, de sem iprosificaciones o prosificacio-
nes, sin más.
Un p rim er ejem plo puede ser no H. 8 «La cabra y el cabrero»,
en la que hay que distinguir un m odelo 1, am plio, y uno 2, reducido:
en el p rim ero hay un comienzo (el cabrero in ten ta recoger las cabras
y rom pe a una el cuerno con una piedra) que falta en el segundo, que
sólo m enciona la ro tu ra del cuerno (con un cayado) y las palabras
de la cab ra cuando el cabrero le pide silencio: «aunque yo calle, el
cuerno gritará». E ste final es com ún a am bas versiones. Pues bien,
la 1 se refleja en Par., Dod., Aftonio (con una reducción propia) y
B abrio (con variaciones, contam ina a Par.); la 2 está en T etr. (dos

io «La tradición fab u lística griega y su s m od elos m étricos», art. ya citado.


Cf. E m e r ita 48, 1970, pp. 27 y ss.
68 Historia de la fábula greco-latina

versiones) y Fedro. Dado que estas fuentes son u n a con versos m o­


dernos, o tra con traducción, no se puede p e n e tra r en su verso origi­
nal; pero la coincidencia de la fraseología es tan grande, que hay que
pen sar que es el m ismo. Es notable que el ράβδος ‘cayado’ del m o­
delo 2, esté en Dod., que es del 1: puede tra ta rs e de una contam ina­
ción o del resto de una versión interm edia en tre 1 y 2.
N aturalm ente, existe la m ism a im posibilidad de sacar conclusio­
nes sobre la p resencia o ausencia de verso en la línea 2 cuando ésta
está re p resen tad a p o r las dos versiones siriacas, com o es el caso de
no H. 183 «El león y los tres toros». C uriosam ente, en esta versión
reducida se h a conservado el núm ero original de dos toros, en tre los
cuales el león siem b ra la discordia, m ientras que en la línea 1 el
núm ero de dos sólo queda en T em istio (que, p o r o tra p arte , innova
introduciendo la zo rra, quizá a p a rtir de algún m odelo interm edio),
m ien tras que Aftonio y B abrio (sin duda sobre un m odelo in term e­
dio) elevan el n úm ero a tres (Aviano a cuatro, sin duda reelaborando
a Babrio). Efectivam ente, una versión reducida puede conservar co­
sas p erdidas en p a rte de la línea am plia, que a veces ofrece am bas
variaciones. Pese a ellas, en este caso no puede dudarse de su exis­
tencia, p o r u n a serie de coincidencias m étricas, léxicas y argu­
m éntales.
El terc er ejem plo, la conocida fábula H. 147 «El león viejo y la
zorra» ofrece dos versiones tam bién con reducción y con ciertas dife­
rencias tem áticas: la 1 está en F. An. I, II, III, en Aftonio y pseudo-
Dositeo (que son resúm enes) y la 2 está en Lucilio, B abrio y Par.,
Dod. (que co n tam in an B abrio con la anterior). Es notable que en la
versión 2 hay coincidencias claras en tre B abrio (y Par., Dod.) y
Lucilio, cf. B abrio φωνήν βαρεΐαν προσποιητά λεπτύνων = Lucii, d e d u cta
tu n c uoce leo, τί δ' ού προσέρχη B abrio = c u r tu ipsa ven ire non uis
h u c Lucilio. La natu raleza de n u estra s fuentes no perm ite descubrir
el verso de 2, p ero es de su p o n er que si lo h u b iera independiente
de 1 h ab ría restos en Par., Dod.
E n tre estas dos versiones la 2, testim oniada p o r Lucilio ya p ara
el siglo i i a. C., parece la m ás antigua: la vejez del león y no la
ficción (deducida sin duda del προσποιητά λεπτύνων citado) es lo an­
tiguo, es m ás antiguo el discurso directo del león que el indirecto
(en 1), la falta de la voz débil del león en 1 parece u n a elim inación.
Aquí es, parece, la versión 1 la que en cierto m odo reduce y altera,
aunque conserva estos m éritos que sin duda vienen del original (es
resu m id a a su vez p o r o tra línea de la que salen ps.-Dos. y Aphth.).
Veam os ah o ra dos casos tam bién con reducción y en los que la
línea 2 podría, en sí, conservar restos del verso antiguo. Si no los
hay p rácticam en te es porque h an sido elim inados, aunque quedan
coincidencias fraseológicas.
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 69

La reducción del m odelo 2 es leve en H. 2 «El águila, el grajo y el


pastor». Aquí el m odelo antiguo trasluce a través de F. An., y B abrio,
que p resen tan coincidencias léxicas y m étricas que a veces han so­
brevivido tam bién en la o tra ram a; el reducido en cu en tra herederos
en Aftonio, el códice B rancacciano y, curiosam ente, en Sy.: elim inan
el cierre final.
No m uy d iferen te es el caso de H. 273 «El águila» que tiene como
cosa curiosa que las dos versiones II I y Ib de F. An. pertenecen,
respectivam ente, a la línea 1 y la 2; bien es verdad que, en realidad,
son dos versiones de la p aráfrasis (Par.) que se h an introducido en
los m anuscritos de las Fábulas Anónimas. Aquí en III hay verso muy
claro y ab undante, helenístico; concretam ente, de una fábula origi­
nalm ente en seis versos, de los cuales dos están com pletos y otros
en estado fragm entario, cf. Apéndice I. Pues bien, Ib, Aftonio y Tetr.
dependen de una versión abreviada en el centro, sin variar el argu­
m ento (el águila h erida «por sus propias plum as», fábula descen­
diente de Esquilo); queda verso y ciertas coincidencias (III ο δέ ίδών
έφη / Ib στραφείς δέ ίδών... ϊφη) y hay ciertas m odificaciones que
destrozan el verso (III ~\τις SßaL· τοζεύσας / Ib Ιβαλε εύστοχήσας).
Una reducción de la fábula como en los casos precedentes, m ás
un cam bio tem ático, se encuentra en H. 154 «El león, el asno y la
zorra», que d esarro lla el conocido tem a de «la p arte del león». Pienso
que la versión 1, de F. An. I, II, III, T etr. (dos versiones) y D od.,
que p resen ta a los tres anim ales, la desgracia del asno que pretende
h acer tres p artes y la astucia de la zorra, que se lo da casi todo al
león, es la m ás antigua. Efectivam ente, B abrio introduce sólo dos
anim ales (el onagro y el león), pero sigue habiendo el re p arto en
tres p artes que hace el propio león, el cual ju stifica el com erse las
tres. La idea satírica ha sido llevada m ás lejos y la fábula abreviada,
pero quedan las tres p artes, huella de la versión 1. Pero no se tra ta
de u na innovación de B abrio, sino que depende de un m odelo com ún
con Fedro: tam bién aquí el león re p arte y ju stifica el quedarse con
todo, sólo que Fedro va m ás allá todavía y p resen ta cu atro anim ales
y cu atro p artes. Lo que no podem os ver, dadas las características de
n u estra s fuentes, es si esta nueva versión introducía o no un nuevo
verso respecto al de 1, parcialm ente conservado en F. An. y Dod.
H. 164 «El lobo y la oveja» p asa de la versión 1 (en F. An.) a la 2
(en Par., Dod.) m ediante un cam bio de anim al (es la zo rra y no la
oveja la que dice al lobo las tres «palabras verdaderas» p a ra sal­
varse) y una reducción al com ienzo y al final (no se dice si la zorra
se salva o no, com o la oveja, aunque esto puede ser un añadido de
la versión 1, no tiene verso). El hecho es que 1 p re sen ta b astan te
verso, incluido un trím e tro com pleto κακοί κακώς άπόλοισΆε πάντες
oi λύκοι en F. An. I. Pues bien, lo notable es que en 2 Par. (tres ver­
siones) y Dod. re p resen tan una especie de interm edio e n tre I y Ba-
70 Historia de la fábula greco-latina

brio. Tienen verso com plem entario de I (a veces, verso en estilo di­
recto estropeado en I al ponerlo en el indirecto) y algunas cosas b a ­
brian as que pueden venir bien de un verso parcialm ente nuevo
(subtipo I), bien de contam inación.
O tro buen ejem plo es H. 302 «El ra tó n y la rana». Prescindiendo
de la versión de la V id a de E so p o —de este tem a hablarem os en el
próxim o capítulo—, direm os que la m ayor p arte de las versiones
presen tan un m odelo com ún con ciertas abreviaciones en F. An.,
M, F (falta el tem a del ra tó n hinchado que flota) y verso com ple­
m entario en Par., Dod. Ahora bien, en el pseudo-Dositeo y en el codex
A d e m a ri (verosím ilm ente derivado de Fedro) hay u n a versión resu ­
m ida que elim ina el com ienzo de la historia. Sencillam ente, la rana
invita al ra tó n a n ad a r y éste se ahoga, el m ilano m ata luego a la
rana: no hay la introducción con los banquetes recíprocos en tre los
dos anim ales, ni el intercam bio de discursos en tre los m ism os. Ahora
bien, en el pseudo-Dositeo hay correspondencias m uy exactas con la
o tra línea: bien prosifica el m etro de la m ism a (πετάμενος ήρπασε
cf. Par. ]τοΐς ονυξι ήρπασε), bien conserva el que en aquella fue
prosificado (b βάτραχος ήκολούΒησε, cf. Par. βάτραχος δέ δεσμώτης
έπηκολού&ει), bien u na y o tra línea prosifican lo que creem os era
un verso antiguo. O sea, en definitiva: la versión resum ida conservaba
parcialm ente el verso de la am plia.
Véanse aún otro s resúm enes con el m ism o m etro, así H. 98 «La
serpiente y la zorra», H. 62 = H. 186 «El lab ra d o r y la serpiente»
(H. 62 y Fedro son dos resúm enes independientes).
Sigue un ejem plo en que no hay p rácticam ente reducción de una
de las versiones ni apenas cam bio de tem a, pero sí un trata m ien to
diferente. Es H. 160 «El lobo y el cordero», fábula conocidísim a. La
línea 1 es, com o h ab itualm ente, la de F. An. I, donde quedan restos
de verso, aunque no num erosos; tam bién pertenecen a ella Fedro
(con ciertas innovaciones) y T etr. La 2 es la de Par., Dod., B abrio,
teniendo los prim ero s versos en p a rte independientes así como otro
contam inado con el p ropio B abrio. Pienso que hay cosas en am bas
líneas que vienen del original m étrico p rim ario: el λύκος ποτ' αρνα...
ίδών de B abrio (más antiguo, pienso, que las versiones de Par., Dod.)
creo que es el original antiguo, m odificado en I, com o de costum bre,
p o r λύκος Άεασάμενος apva Cf. tam bién Par. ~\εύλόγως φαγεϊν Μ λων
(m étrico, cf. Dod. επεζήτει... φαγεϊν εύλόγως) y I ήβουλή9η μετ'
εύλογου αιτίας καταΒοινήσασ^αι (alterado); hay o tras coincidencias
m ás. Ahora bien, com o la línea 2 am plía el diálogo lobo/cordero
introduciendo cosas que faltan en la 1 (el cordero no com e h ierba
ni bebe o tra cosa que la leche de su m adre), es claro que el verso
original p o r fuerza había de m odificarse. A parte de los restos que
haya en B abrio de este nuevo verso, los hay m uy claros en Par.
y Dod.: ο δέ πρός αύτόν τήν άρουραν μου νέμεις (un trím etro yám bico
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 71

alterad o p o r B abrio), à δ ” ου πέπωκα[ (igualm ente alterado fuera de


aquí).
Finalm ente, puede suceder que la fábula derivada sea p ráctica­
m ente ya una diferente de la anterior. Así en el caso de una fábula
que subyace a no H. 308 «La rana hinchada», en B abrio, H oracio y
T etr. La ran a p reg u n ta a sus herm anas cómo era el cuadrúpedo que
había pisoteado a su hijo, a saber, el buey: al h incharse cada vez
m ás p a ra ver si el tam año de ese cuadrúpedo era así de grande,
revienta. Pienso que viene de o tra línea sólo conservada en Fedro
(no H. 273 R a n a ru p ta et b o s ) en que la ran a se hincha h asta reven­
ta r p o r envidia del buey, tem a cínico.
E stos ejem plos nos presentan un panoram a in teresan te y en cierto
m odo insospechado. Vemos una vez m ás que existían versiones red u ­
cidas, generalm ente con ciertos cam bios tem áticos o u n reforzam ien­
to de la intención satírica. Que estas versiones reducidas, que otras
veces añaden verso nuevo, pueden ser sim plem ente u n a prosificación
que conserva verso antiguo.
Más notable que esto es la distribución de los autores en tre las
dos líneas o m odelos. Las F. An. (dejando de lado II I γ) suelen estar
en el escalón 1 y B abrio suele depender de 2: pero en H. 147 y
H. 242 es al revés. Nada extraño, puesto que Par., Dod., con cuya
línea suele estar enlazado B abrio, están ya en 1 ya en 2, e igual Afto­
nio. H em os dado una fábula, no H. 8, en que ni en una línea ni en
o tra están las F. An.: en ella Fedro está en la 2; en no H. 308, en
cam bio, ocu rre lo m ism o y Fedro está en la 1. Más llam ativo es
que en H. 154 Fedro, tam bién en la 2, esté clarísim am ente al lado
de B abrio. Todo esto nos obligará a revisar las ideas tradicionales
sobre las relaciones en tre las colecciones: datos ya vistos y otros
que verem os co n trib u irán tam bién a ello.

S u b tip o IV : Casos de d u d a e n tre el m o d e lo d o b le y el único

Ya hem os visto que nos referim os con esto a casos en que una
fábula de B abrio, Aftonio, el pseudo-Dositeo, etc., se ap a rta de la
línea general lo suficiente como p ara pensar que depende de un
m odelo propio, derivado de aquélla: tan to m ás cu an to que hem os
visto que ello sucede a veces. Hem os visto tam bién con qué carac­
terísticas. Pero dado que las fábulas a que ahora nos referim os están
aisladas, no puede rechazarse totalm ente la hipótesis de que sean
los fabulistas en cuestión, autores de la versión que p ara nosotros
es única, sus creadores. La verdad es que ello es poco verosím il
cuando en esta versión se encuentra un verso independiente: lo visto
h asta aquí hace p en sar que Aftonio, el pseudo-Dositeo, etc., no crean
versos independientes, sino, todo lo m ás, los aceptan y prosifican.
Es tam bién poco verosím il en o tro s casos, d en tro del p anoram a ge­
72 Historia de la fábula greco-latina

neral de la h isto ria de la fábula. Aunque, insistim os, no puede ex­


cluirse que un fab u lista que tra b a ja sobre versiones preexistentes,
adaptándolas a su estilo, haya en algún caso ido m ás lejos que en
otros. Que, sencillam ente, cuando no ha encontrado versiones de
u n a fábula a su gusto, haya innovado p o r su cuenta m ás de lo
habitual.
Lo hab itu al es que sea B abrio el fabulista que aparece com o en
cierto m odo independiente, sea sobre la base de un m odelo in term e­
dio, sea en form a com pletam ente original.
Que haya u n m odelo interm edio, no sólo perdido, sino tam bién
que no ha dejado o tra descendencia, parece lo m ás verosím il allí
donde B abrio p resen ta una fábula reducida, generalm ente del tipo
de las de 4 versos. Ello por analogía con casos en que m ás o m enos
podem os re stitu ir el m odelo interm edio (subtipos 1 y 3).
Así en el caso de H. 73 «Los delfines y el gobio», en que B abrio
sustituye al gobio p o r el cangrejo com o m ediador entre delfines y
ballenas, reduciendo la fábula a 4 versos. E liano alude a la versión
de B abrio o de su fuente. Tam bién en H. 81 hay una reducción (en
este caso a sólo 6 versos) y un cam bio de anim ales; ahora no son
los rato n es los que descubren el truco de la com adreja que se hacía
la m uerta, sino las gallinas, siendo el gallo y no «un ratón» el que
cierra. Es claro que la versión de B abrio es secundaria, el tem a trad i­
cional es el de los ratones. P robablem ente incluso la p rim era versión
es secundaria y el tem a m ás antiguo está en Fedro, que hace que la
com adreja se reboce de h arin a (tem a del disfraz, seguram ente de
origen indio). Citemos todavía H. 149 «El león y el labrador», con
resum en b abriano en 4 versos y alteración del tem a: ah o ra no es que
el lab rad o r suelte al león, al que im prudentem ente había encerrado
en su establo, siendo el cierre de la m ujer, sino que sim plem ente iba
a hacerlo cuando el p erro «cierra» indicándole su im prudencia. Más
claram ente resum ida está H. 237 «El gusano y la serpiente», cuyo
m odelo (seguido p o r F. An., com o en todos los casos anteriores) era
ya de 4 versos: B abrio p resen ta tam bién cuatro versos, pero inclu­
yendo en ellos el epim itio.
Así com o en estos casos en B abrio no queda huella del verso
prim ario, si acaso algún eco léxico, en H. 249 «El pavo real y la
grulla» sí que lo hay: cf. σύ <5’ ώς άλέκτω ρ[ en F. An. y Dod. (línea 1)
y tam bién en B abrio (Par. es un derivado de éste). Aquí la extension
de las dos fábulas es sem ejante, en B abrio aparece el tem a explí­
cito de la ερις.
O tras veces B abrio p arafra sea o am plía. Un caso m uy curioso
es el de H. 155 «El león y el ratón», tem a del ra tó n agradecido. Aquí,
aunque hay diferencias individuales, puede re stitu irse b astan te bien
el m odelo p rim ario y p arte de su verso: deja huellas en F. An.,
Róm ulo, el pseudo-Dositeo, el cód. B rancacciano. Ahora bien, Ba-
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 73

brio p resen ta u na doble y curiosa característica: carece tan to de


la presentación inicial de la situación como del cierre final (tam bién
elim inado en pseudo-Dositeo, Róm ulo y el cód. B rancacciano, pero
aquí es asim ilado indirectam ente); pero, de o tra p arte, su centro
está m uy am pliado. Es lo m ás fácil que nos hallem os ante un resu­
m en de la fábula en una versión interm edia (de la que quizá hay
restos en Par., p o r lo dem ás m uy contam inado), resum en luego am ­
pliado p or B abrio. C uriosam ente, en éste subsisten ciertas coinci­
dencias con F. An., esto es, con el verso prim ario: cf. F. An. I
γελάσας / B abrio γελάσας δ ’ ό &ήρ[, I λύσας αυτόν / B abrio έλυσε τόν
Αε'οντα[.
Que B abrio, que a veces sigue una versión reducida, o tras am plía
el modelo, parece evidente. Un caso claro, aunque lim itado a una
am pliación m ínim a (una fábula de 4 versos p asa a ser de 5) es el
de H. 288 «El cuervo enferm o». P ara esta fábula es posible re stitu ir
prácticam en te del todo u n a versión diferente de B abrio (aunque con
ciertas coincidencias que vienen del original antiguo) cuyos restos
se hallan en Dod., III y Par. (aquí hay contam inación de Babrio):

κόραξ νοσήσας [τ/;] μητρί κλαιουση είπε (Par., cf. Dod., I ll)
ώ μήτερ, εϋχου τ φ &εφ καί μή &ρήνει (cf. Par. Dod., I ll)
ή δ’ είπε τις σε τών &εών, τέκνον, <σώ σει ) (Par., suplem ento de Bab.)
y _ u _ y _ ] ύπό σου y’ ούκ εκλάπη; (III, cf. Dod., Par.)

E ste m odelo es retocado p o r B abrio, en el verso prim ero m ediante


una sim ple transposición, en los dem ás profundam ente; y añade un
quinto verso en tre el segundo y el tercero νόσου με δεινής καί πόνων
άνασψήλαι.
E n este caso, com o se ve, sólo tenem os una versión antigua, la
de 4 versos, y es B abrio el que levem ente la am plía. Pero puede ser
que esa versión antigua sea a su vez u n a reducción de o tra anterior.
En todo caso, aquí tocam os con las m anos la m anera de tra b a ja r
de Babrio.
Hay o tras fábulas en que lo m ás que podem os h acer es señalar
una am pliación de B abrio. En realidad éste era ya el caso en algunas
fábulas estudiadas a comienzo del capítulo. Y tam bién en o tras como
H. 168 «El lobo y el cordero», H. 173 «Los adivinos am bulantes» (si es
de B abrio, com o afirm a Tzetzes), H. 270 «La tern e ra y el toro». En
casos como éstos no queda verso com ún, sí léxico y fraseología.
E ste problem a no se plantea sólo con B abrio, sino, ocasional­
m ente, tam bién con otros fabulistas. Señalam os com o ejem plo la
fábula H. 275 «El cervato y el ciervo», donde se plantea esta situa­
ción p a ra Aftonio.
Com binando el verso com plem entario de F. An. I l l , Par. y Dod.
puede re stitu irse el original de esta fábula. El cervato se dirige al
74 Historia de la fábula greco-latina

pad re y le preg u n ta cóm o siendo tan grande y con tales cuernos,


huye de los perros; el p ad re le contesta alegando la p h u sis o n a­
turaleza. Pues bien, en Aftonio hay una versión en que es la m adre
la que se dirige a su hijo. En mi opinión lo que sucede es lo si­
guiente: la versión antigua decía ή ελαφος, usando el fem enino como
género epiceno, y esto chocó a los redactores posteriores. E stos si­
guieron dos cam inos: uno, cam biar el fem enino en m asculino (así
en II I frente a Par. y Dod.); otro, m odificar toda la fábula, convir­
tiendo ή ελαφος en la «cierva», que se dirige ahora al ciervo cor­
nudo. Efectivam ente, quien entendía ή ελαφος com o «la cierva» no
podía co m p ren d er que llevara cuernos: de ahí los arreglos.
El problem a es si fue Aftonio (que p resen ta u n a versión resu ­
m ida, sin cierre, com o de costum bre) el au to r del cam bio o si éste
procede de alguna versión interm edia. E sto es lo m ás verosím il, pues
es lo hab itu al en Aftonio que, por o tra parte, es un re to r culto de
quien no debem os sospechar la ignorancia gram atical a que nos he­
m os referido.
Un caso m ás o m enos paralelo, éste relativo a Tzetzes, es el de
H. 75 «El delfín y el mono», la anécdota del m ono que, salvado por
el delfín, le dice a éste que el Píreo es amigo de su fam ilia, con lo
que el delfín le deja ahogarse. En Tzetzes desaparece el delfín y es
un «uno» el que p rim ero salva y luego deja ahogarse al m ono. Es
una m odificación suya original o de una fuente interm edia.
Por supuesto, las «fábulas traducidas» nos p resen tan frecuente­
m ente este m ism o problem a. Así cuando, según hem os visto, en
H. 1 «El águila y la zorra» todos n u estro s testigos introducen res­
pecto a la vieja fábula de Arquíloco ciertas alteraciones que hay
que a trib u ir a D em etrio de Falero, queda todavía la duda de si hay
o no m odelos interm edios. C oncretam ente, en este caso, de si Fedro
innova él p ersonalm ente respecto al m odelo que tam bién llegó a
F. An. o si se b asa en otro m odelo, con un m etro diferente, aunque
uno y o tro rem onten en definitiva a D em etrio. E ste problem a es
difícilm ente soluble, si bien una cuestión de m étodo debe hacernos
no acep tar m ás m odelos que aquellos que son dem ostrables. Lo
cual no quiere decir que no hayan existido otros.

S u b tip o V: D os d eriva d o s del verso p rim a rio , sin presen cia


d e m o stra b le de d o s verso s secu n d a rio s

E squem a: X verso -* Y, Z.

Como hem os dicho ya, este tipo es com parable al II, sólo que no
podem os d em o strar la existencia de dos versos nuevos. H allam os
a veces dos sem iprosificaciones del m ism o verso prim ario; otras,
todo lo m ás una nueva versión m étrica y una sem iprosificación. Y no
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 75

faltan casos en que no podam os hallar, en los m odelos derivados,


rasgos m étricos.
Podem os h acer d en tro de este ap artad o dos subgrupos: en el p ri­
m ero, se reconocen dos líneas de la tradición que hay razones p ara
deriv ar de un m odelo prim ario; en ocasiones conservan (o conserva
u na de ellas) restos m étricos prim arios, tam bién puede suceder que
u n a introduzca un verso secundario. En el segundo subgrupo hay
u na serie de versiones que vienen m uy directam ente del verso p ri­
m ario, en p arte reconstruible; y hay luego dos líneas derivadas, de
características sem ejantes a las del subgrupo anterior.
D entro del p rim er subgrupo, el m ás sim ple, un buen ejem plo
es H. 15 a «La zo rra y las uvas». Aquí las dos líneas, la de F. An.
y F edro y la de Par. (dos versiones), Dod. y B abrio, tienen restos
m étricos com plem entarios. Fedro está m uy próxim o a F. An. (cf.
λιμώ ττονσα = fam e coacta, àvaδενδράδος = a lta in uinea) pero a veces
coincide directam en te con la o tra línea, allí donde F. An. ha in tro ­
ducido m odificaciones recientes. Un caso como éste en realidad
equivale al que hem os llam ado de m odelo único con sem iprosifica-
ciones interm edias.
Igual H. 190 «El asno y el hortelano», en que se oponen F. An. I,
de un lado, y II, Dod., de otro.
Menos sim ple es el segundo subgrupo. D entro de él, una fábula
p articu larm en te com plicada es H. 103 «El grajo y los pájaros»: la
h isto ria de cóm o el grajo, que se había adornado de plum as ajenas,
fue despojado de éstas por las dem ás aves.
Aquí encontram os las siguientes líneas:

a) La de F. An. I, II y Fedro (contam ina esta fábula con la del


pavo real, H. 125). Hay coincidencias m uy notables en tre am bas en
la fraseología (τά άποπίπτοντa των όρνέων πτερά άνελάμβανε I, cf. II /
p e n n a s... quae d e c id e ra n t s u s tu lit Fedro, καί έαυτψ περιήπτε I, cf.
II / seq u e ex o rn a u it Fedro, etc.), que hacen ver que vienen de la
m ism a sem iprosificación; en el com ienzo, abreviado, que habla del
concurso de belleza del resto de la tradición. Ese m odelo inicial
debía de ten er un cierre com o el de Fedro, desaparecido en F. An.,
donde, en cam bio, quedan restos m étricos com o ] όρνέων καταστήναι /
προθεσμίαν [αότοίς] εταξεν[, la frase citada a rrib a en p rim er térm ino
]πρός τόν Αία.. / Μ έλλοντος δ' αύτοΰ, [, etc.
b) La version que h a dejado su huella en B abrio, que re p re­
sen ta u na am pliación de 24 versos: com ienza p o r el agón de belleza
pro p u esto p o r Iris, sigue con u n a larga ίκφ ρα σις de las aves con­
cursan tes y de la adm iración de Zeus ante el grajo y concluye con
un discurso de la golondrina descubriendo la verdad y el despojo del
grajo p o r las aves (esto com o en la o tra línea). Hay que ad v ertir
que B abrio, efectivam ente, am plía y no coincide ni en fraseología
76 Historia de la fábula greco-latina

ni en m étrica con F. An., pero que a rran c a seguram ente de un esta­


dio interm edio del que es o tro testigo T etr. Aquí, efectivam ente, in­
terviene la golondrina y no puede creerse que se tra te de un derivado
de B abrio, p o rque el αλλοτρίοις πτεροΐσι inicial falta en él y está nada
m enos que en Filodemo, la alusión m ás antigua, helenística, a la fá­
bula: αλλοτρίοις εαυτόν πτεροΐς; de o tra parte, el ]?υμνός ηΰρήθη final
recu erd a el ] απογυμνω&έντι de I y no halla paralelo en Babrio.
c) La com paración de estas dos líneas nos rem ite a un m odelo
inicial del que la línea a) elim ina el tem a del agón prom ovido p o r
Zeus y la b) introduce el m otivo de la golondrina; B abrio am plía
esta ú ltim a introduciendo a Iris y haciendo u n a larga descripción.
Pues bien, esta versión antigua así descubierta se halla m ás o m enos
bien conservada en Libanio, Aftonio y Teofilacto Sim ocatas: tem a
del agón (que en Libanio convoca H erm es, no Iris), tem a de las aves
en las fuentes (como en B abrio, no en F. An.), de la lechuza que
em pieza a a rra n c a r las plum as (de donde la golondrina en la segunda
línea), adm iración de Zeus (en Libanio, com o en B abrio); y tem as
de la línea p rim era, com o en F. An. se habla en Libanio y Teofilacto
del reinado sobre las aves, al προθεσμίαν εταξε[ de I responde (prosi-
ficado) τήν κυρίαν ορίζοντες en Aftonio, se habla en todas estas ver­
siones de las plum as que caen, al μέλλοντος δ’ αύτου de I responde
(prosificado) un μέλλοντος δέ ήδη en Libanio, hay en éste un άλλοτρίων
έγυμνοϋτο que seguram ente es el original, etc. Lo que no hay es
discurso de la lechuza: sin duda el de la golondrina es original
de Babrio.
O sea, que, en resum en, hallam os una línea antigua y dos m odi­
ficadas, una de ellas am pliada p o r Babrio; la antigua y una de las
dos tienen verso com plem entario, la o tra no lo conserva. Es fácil
que la línea que va de Dem etrio al verso p rim ario pase por el G rajo
de Diógenes el cínico.

y F . An.
, Y verso reduc.
/ *Fedro
/
D em etrio —» X verso verso reduc. (Luc., etc.)

T etr.
''Z prosa
* B abrio

Tam bién es cínica la fábula H. 119 «El cam ello y Zeus», que
p re sen ta un pan o ram a m ás o m enos próxim o. Como se sabe, el ca­
mello pide cuernos a Zeus, quejándose de la naturaleza, y el dios le
reco rta las orejas. Pues bien, F. An. viene sin duda de la línea p rin ­
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 77

cipal antigua y conserva algunos restos de verso. Es verosím il que


en este caso Aviano venga del m ism o m odelo: en él se nos p resen ta
al cam ello viajando al cielo (a lo que alude Luciano), hay un cierre
que parece se perdió fuera de aquí y algún tem a que está en una
de las líneas derivadas, la q ueja por la falta de los cuernos.
De esta línea principal hay un resum en en Aftonio, que pienso
que, com o de costum bre, viene de una versión interm edia. En ese
resum en hay coincidencias bien m étricas bien fraseológicas con I:
el com ienzo de am bas líneas fácilm ente puede derivarse de un
ίδών κάμηλος ταΰρον[, en Aftonio leem os un κερων ^τει τυχεϊν prosifi-
cado en I, hay tam bién un προσαφελέσ&αι τών ώτων igualm ente pro-
sificado en I (μέρος τι τών ώτων ά φ είλετο ). Inversam ente, el τής
απληστίας μισήσας de Aftonio es una prosificación del Ζεύς δ' ήγανάκτει
(cf. vol. I, p. 562) de I (cf. Iu p p ite r a rrid en s en Aviano, quizá de Ia
m ism a sem iprosificación que trasluce en el Ζεύς δ’ άγανακτήσας de I).
Por o tra p arte, existe o tra segunda versión resum ida que ha de­
jad o huella en Par., Dod. y Synt. Se tra ta de una versión con restos
m étricos propios, cf., p o r ejem plo, ]τα£>τά μοι λείπει, Par., τών ώτων /
άπεστέρησε [ Dod. La verdad es que estas versiones parecen prosifi­
caciones de u na fábula b abriana de 4 versos. Pero esta version, en
que no se habla de la envidia del cam ello al toro, dejó tam bién
huella en Synt. y aquí hay un ó Ζεύς δ' όργισ&ε'ις que no halla corres­
pondencia en Par., Dod. y sí en I, ya lo hem os visto. Pienso que
Sintipas guarda huella de la version interm edia, reducida luego por
B abrio que, perdido, ha dejado su descendencia en Par., Dod.
El esquem a sería:

^ res. am étrico —» Aftonio

X verso —» F. An.

res. m étrico —> (Babrio) —» Par., Dod.

T rato m ás brevem ente H. 158 «Los lobos y las ovejas». Tam bién
aquí el m odelo antiguo está principalm ente en F. An. I y F edro (se
conserva la versión de Róm ulo), con num erosas coincidencias; p er­
tenece a ella tam bién Dod., que p resen ta en estilo directo el dis­
curso de los lobos pidiendo a las ovejas la entrega de los perros
y puede conservar con ello lo antiguo o (más verosím ilm ente, no hay
coincidencia con el verso de I) am pliar. Y de él hay igualm ente un
resum en en Aftonio y Libanio, resum en que p resen ta elem entos m é­
tricos que pueden ser m uy bien com plem entarios de los de I. Y hay
una segunda versión, en Par. y B abrio, versión en la que el final es
alterado: en vez de ser la m u erte de las propias ovejas el resultado
de su conducta estúpida, un carnero las convence de que no e n tre­
78 Historia de la fábula greco-latina

guen los p erro s a los lobos. Pues bien, esta innovación no es obra
de B abrio, sino de la fuente interm edia parcialm ente conservada
po r Par., que p resen ta un verso diferente: εί τούς κύνας λάβωσι[ Par.,
&φ’ ώ λάβωσι τούς κύνας προς αίκίην B abrio, τά μωρά δε πρόβατα σννέ-
9εντο [τούτο] ποιήσαι Par. / μωρή δέ ποίμνη... πέμπειν έμελλε B abrio. Lo
que no es claro es si este m etro es com plem entario del I (es decir,
prim ario): es m uy probable, no hay nada en contra. En definitiva
en todas p artes se en cuentran huellas de ese m odelo inicial, relacio­
nado de una form a u o tra con la versión de la V ita Aesopi.
Tenem os, pues:

^ * r e s . m étrico com pl. (?) —»■ Aftonio, Libanio, Dod.

X verso —» F. An., Fedro


X
otro res. —» Par. Bab.

S u b tip o V I: D erivación en cascada

E squem a: X verso —> Y ^ Z.

Veamos, p ara term in ar este capítulo, aquellas fábulas en que


hay una versión derivada de o tra y una tercera de la segunda:
la que llam am os derivación en cascada o en escalones. Los p ro ­
blem as respecto al verso (com plem entario o nuevo, detectable o no),
son los m ism os que h asta ahora. Pongam os unos pocos ejem plos
tras in sistir en que no siem pre es fácil sep arar este subtipo de los
de doble derivación (1 y 5) y doble verso prim ario (cap. próxim o).
Un buen ejem plo puede ser, p a ra com enzar, el de H. 114, la
fábula de la cigarra y la horm iga: es una fábula de la redac­
ción F. An. I que en la pasa a ser «La horm iga y el escarabajo».
E sto es, creem os, u na derivación (a p a rtir del m odelo com ún en
la pre-Agustana) : el anim al que, en la tradición clásica cantaba
y vivía del rocío, se convierte en el anim al m ás estrictam en te cí­
nico que es el escarabajo. Ahora bien, creem os que esta últim a
fábula, que p resen ta restos m étricos m uy diferentes de los de la
prim era, no procede de ella directam ente, sino de una redacción
abreviada cuyos restos, igual que o tras veces, encontram os en
Aftonio, el códice B rancacciano y, probablem ente, en Teofilacto
Sim ocatas. Los restos de la tradición antigua se encuentran, como
queda dicho, en I, pero tam bién en III, en B abrio (en realidad
el pseudo-Dositeo) y en Dod. (dos versiones contam inadas con
B abrio), sobre todo. Hay que ad v e rtir que esta redacción co­
m enzaba con u na referencia al invierno y al h am b re de la ciga­
rra y co ntinuaba con el diálogo de los dos anim ales, cerrando la
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 79

horm iga con su «baila en el invierno» (χειμώνος όρχού, cláusula m é­


trica conservada p or I, III y B abrio). Pues bien, quedan num erosos
restos m étricos de esa redacción, restos com plem entarios. Por ejem ­
plo, la resp u esta de la cigarra a la pregunta de la horm iga de qué
hacía en el invierno, m ejor que en I (ήδον καί ετερπον τούς όδοιπο-
ροΰντας) se conserva en III, de cuyo ούκ εσχόλαζον, άλλ' fjôov μουσικώς
se obtiene fácilm ente el ούκ έσχόλαζον, άλλα μουσικώς fiôov original.
Tam bién quedan huellas m étricas en B abrio (hemos señalado arrib a
una) y en Dod. (]τό θέρος πώς ούκ εσχες; véase m ás adelante). P ara el
detalle envío al Apéndice I.
Pues bien, existen huellas, p o r lo dem ás con notables diferencias
en tre sí, de u na versión resum ida com o las que ya conocemos.
E n ella se com ienza por la situación en el verano, con la co n tra­
posición del tra b a jo (πόνος) de la horm iga y la indolencia de la
cigarra; y luego se da abreviadam ente el diálogo, salvo en Aftonio,
que, dando un paso m ás, lo suprim e y term in a refiriéndose a la
indigencia de la cigarra.
No es del texto principal, que prácticam ente se deja recons­
tru ir todo él, sino de la «versión resum ida» de donde nace la
nueva versión de la, «La horm iga y el escarabajo». E sto es claro
p o rque tam bién esta versión com ienza con la situación en el verano,
con el diverso com portam iento de los dos anim ales, la horm iga y,
ahora, el escarabajo; y continúa con la situación en el invierno y el
cierre de la horm iga, m odificado respecto al prácticam ente igual
de las versiones am plia y abreviada. La nueva versión presenta
algunas huellas, pequeñas, de verso helenístico diferentes del del
m odelo original: quizá el verso inicial fuera ώρα θέρους μύρμηζ
περιιών y seguían un trím etro casi com pleto ]πόνον αφειμένα
ραστώνην άγει y o tro com pleto εφη προς αυτόν' κάνθαρ\ εί έπόνεις
τότε (ώ κάνθαρε mss.). Es notable esta vivacidad de las versiones
en verso helenístico, que podían rehacerse una y o tra vez.
El esquem a sería:

X verso 1 —=· Ib III, Bab., D o d . Y res. sem iprosificado (Branc., T etr.)


—» Aphth.
—» Z verso 2 (la)

Igual que en H. 114, en H. 198, «El asno y el lobo», tenem os


en las F. An. dos versiones m étricas derivadas una de o tra a través
de una in term edia que podem os m ás o m enos reconstruir.
Tenem os, en este caso, una versión p rim aria y una derivada (no
resum ida), la p rim era cen trad a en torno a I, la segunda en torno
a B abrio. Em pezando por la prim era, nos p resen ta la cojera del
asno com o algo ficticio: logra de este m odo que el lobo, antes de
devorarlo, in ten ta h acer de m édico sacándole la supuesta espina
80 Historia de la fábula greco-latina

de la p ata —con lo que sólo consigue recibir u n a coz y que se


escape el asno, lo que es seguido del lam ento del lobo. Además
de en F. An., esta versión trasluce en Róm ulo (es decir, en Fedro)
y tam bién en p aráfrasis y dodecasílabos, que p o r m ás que estén
contam inados con B abrio, acceden en algunos pasajes al m odelo
original directam ente, cf. su δίκαια πάσχω[ frente al δίκαια πέπον&α
de I (cf. vol. I, p. 576), digne haec p a ssu s s u m de Rómulo.
Pues bien, una derivación está, com o hem os dicho, en un m odelo
seguido luego p o r B abrio y Aftonio, de los cuales el p rim ero am plía,
el segundo resum e. C uriosam ente, en B abrio hay coincidencias muy
estrictas con I, que rem ontan a lo antiguo (B abrio λύκον δ' ι<5ών[
alterad o en I ώς ε&εάσατο λύκον por ej.). Pero B abrio altera: ahora
ya no es que el asno finja h aber pisado una estaca ( σκόλοπα έπάτησα
I, s tip p e m calcaui Rom.), sino que efectivam ente la pisa (πατήσας
σκόλοπα ): desaparece la ficción. E sta m odificación argum entai está
tam bién en Aftonio, luego am bas derivan del m ism o m odelo secun­
dario (cf. tam bién τόϊς όδοΰσι etc.).
Es de esta version secundaria de la que viene la nueva versión
m étrica de H. 257 «El asno salvaje y el lobo», pues tam bién aquí
hay cojera real del lobo, no ficción. Sólo que ah o ra se pasa del
asno al onagro o asno salvaje y se introduce, com o decim os, un
nuevo m etro. Y no sólo esto: el onagro no se lim ita a escaparse,
sino que de una coz m ata al lobo, final este que se sustituye a
aquel antiguo del «cierre» con lam ento del lobo, elim inado por
Aftonio, pero presen te en B abrio con su συν δίκη πάσχω, m odifica­
ción del δίκαια πάσχω original). Osea, en resum en

X verso 1 (H. 198 —» Y res. (Aftonio, Babrio) -» Z verso 2 (H. 257)

O tro caso notable de derivación en cascada, éste sin creación de


nuevo verso, es el de H. 136 «El p erro que llevaba carne». Afto­
nio y el códice B rancacciano proceden de una versión resum ida,
pero que no es el interm edio p a ra una versión p osterior, sino,
al revés, el final de la cadena. Pues deriva directam ente no de
la versión am plia inicial, sino de una interm edia, ya abreviada, que
se en cu en tra en el pseudo-Dositeo, las versiones siríacas y Babrio.
La versión am plia se reconstruye b astan te bien a p a rtir de una
serie de testigos com o son F. An. I y II (ésta es a veces m ás fiel
al verso original), Fedro, p aráfrasis y T etr., que están variam ente
contam inados con las versiones abreviadas. P ara el detalle de la
reconstrucción enviam os, una vez m ás, a nuestro Apéndice I. La
fábula com enzaba claram ente p o r un coliam bo,

κύων κρέας φέρουσα ποταμόν διέβαινε


Las fábulas helenísticas con una sola versiónW étrica primaria 81

y contaba a continuación cóm o el p erro vio, al cruzar el río, la som ­


b ra de sí m ism o, que confundió con o tro perro que llevaba un trozo
m ayor de carne: el p erro protagonista soltó su carne y se tiró al
río p ara a rre b a ta r la supuesta carne del otro perro, con lo cual
perdió las dos. Hay trozos im p o rtan tes de verso conservados, así
com o alteraciones diversas (Fedro altera el orden de la n a rra ­
ción, F. An. m odifica el final, hay contam inaciones).
Pues bien, la versión abreviada 1 se caracteriza por innovaciones,
en tre las que descuella el κύων κρέας άρπάσας (y variantes) inicial,
que destroza el verso; y, tam bién, porque ahora lo que ve el p erro
es la som bra de la carne. Ahora bien, com o sucedía en la fábula
an terio r, esta p rim era versión abreviada puede conservar huellas del
original com plem entarias de las de la que am plía. Así, notablem ente,
en la conclusión de la fábula, m ejo r conservada en pseudo-Dositeo
y S intipas que en F. An. I: son buenos testigos de este final, ju n to
con F. An. II y p aráfrasis, sobre todo. En él se afirm aba que el
perro perdió su propio pedazo de carne.
E ste final, curiosam ente, se m antiene en la versión abreviada 2,
derivada de la anterio r: m ejor dicho, en Aftonio y B ranc., no en
B abrio, que innova. Con ella coincide tam bién en o tras cosas, así
en el com ienzo con participio de αρπάζω (alterado en B abrio). Lo
m ás característico de esta nueva versión es que ah o ra el p erro m ar­
chaba «a lo largo del río» (Aftonio, B ranc., Babrio).
En resum en:

X verso 1 (I, II, Fedro, Par., T etr.) —>■Y res. 1 (ps.-Dos., S., Babrio) -»
— Z res. 2 (Aftonio, Branc.)

E videntem ente, el núm ero de reelaboraciones de una fábula está


en relación con su popularidad: esto se ve claro en esta fábula y
en la an terio r. En ésta resu lta notable la existencia de diversas
contam inaciones, no sólo las usuales en que B abrio influye en las
fábulas bizantinas. Es claro que los autores de n u estras colecciones
tenían delante de sí, a veces, no una sino dos o tres de las versio­
nes básicas. Así, en el códice B rancacciano hay elem entos de la
versión am plia (el p erro ve la som bra de «otro perro»).
Algo sem ejante es lo que ocurre con H. 143 «Las liebres y las
ranas», sólo que aquí el «resum en del resum en» está representado
solam ente p o r Aftonio (tenga una fábula independiente com o su
base o sea él m ism o el au to r de dicho resum en). La línea principal
está rep resen tad a p o r F. An. III, con abundantes restos de verso
suplem entados con otros com plem entarios en ΙΙ Ιγ , p aráfrasis y
dodecasílabos; hay tam bién Syr. y un resum en en B abrio. El «pri­
m er resum en» es, curiosam ente, el que está en la base de F. An. I
y F edró (si es que de Fedro depende la versión de Róm ulo: coin-
82 Historia de la fábula greco-latina

ciden en elim inar los lam entos de las liebres, tran sm itid o s ya en
estilo directo, ya en indirecto en los derivados de la línea an terio r
(queda sólo u na breve alusión, κατα^νόντες έαυτών δειλίαν I, p ro p te r
a d sid u o s m e tu s, Fedro, etc.). Pues bien, en Aftonio hay, com o queda
dicho, un segundo resum en, alejado en m ayor m edida de la fra­
seología original y que ha suprim ido ya totalm ente toda referencia
a las razones de las liebres p ara su suicidio.
En sum a:

Z verso (III, ΙΙΙγ , Par., Dod., Syr., Babrio) Y res. 1


(I, Fedro) — Z res. 2 (Aftonio)

No es m uy diferente lo que ocurre con H. 145, fábula del león


enam orado que se arran c a los dientes y co rta las uñas p ara obtener
a la doncella, con lo que es expulsado a palos p o r el p ad re lab ra­
dor. Aquí hay la versión am plia, de la que en F. An. I y dodecasí­
labos quedan huellas im portantes de verso com plem entario, habien­
do elim inado la p rim era versión el cierre final del labrador; y la
versión en este caso no resum ida, pero sí variada, de B abrio, que
ofrece im p o rtan tes coincidencias m étricas con la anterior, así como
ciertas innovaciones, entre ellas la final de que el lab rad o r m ata
al león. Que aquí B abrio no innova directam ente se dem uestra por
sus coincidencias con Diodoro de Sicilia. Ahora bien, de esta versión
v ariada depende una resum ida de Aftonio, en que tam bién m uere
el león. E sta versión tiene una característica especial que nos hace
pen sar que no es original de Aftonio m ás que en los últim os re to ­
ques: se en cu en tran en él huellas de un nuevo verso έγγυήσαι trjv
ycóprjv, έκβαλεΐν έπειράτο. E sta segunda versión derivada presenta
con la versión am plia determ inadas coincidencias que dem uestran
que viene de un original perdido an terio r a B abrio. E ste original
perdido tenía un nuevo verso (por lo dem ás rehecho sobre el an te­
rior, del τούς τ’ όδόντας έξέλη de F. An. I se pasó a έκβαλεΐν έπειράτο
en Aftonio, en B abrio a εξειλ’ όδόντας), del que Aftonio conservó al­
gunos restos.
Tenem os, pues:

X verso 1 (I, Dod.) — Y (D. S., B abrio) —» Z res., verso 2 (Aftonio)

Las derivaciones en cascada son relativam ente poco frecuentes,


suelen ap arecer en fábulas m uy populares y difundidas. La cascada
co m porta ya fábulas sem iprosificadas, cuyo m etro (si es que queda
alguno) es com plem entario del prim ario, ya nuevas versificaciones;
ya resúm enes, ya versiones am pliadas sin m ayor alteración del a r­
gum ento; ya, finalm ente, alteraciones de éste. H em os visto que un
m ism o fab u lista (y las diversas redacciones de F. An.) pueden ocu­
Las fábulas helenísticas con una sola versión ^létrica primaria 83

p a r ya un puesto, ya otro en la cascada. Y que a veces hay dudas


sobre la existencia de un escalón, pues quizá nos hallam os ante
una innovación de un fabulista.
E sto no quiere decir que fuera escaso el núm ero de fábulas con
pocos m odelos (por lo dem ás bien conocidos, puesto que se conta­
m inaban). En el capítulo que sigue a éste verem os, cuando hay
derivaciones independientes de un m ism o m odelo antiguo, esta p ro ­
liferación de m odelos secundarios.

VI. C o n c l u sio n e s sobre el v erso p r im a r io

El concepto de verso prim ario se refiere a una edad relativa,


no absoluta. Aparece en fábulas que hem os de considerar, p o r razo­
nes ya expuestas, como directam ente derivadas de D em etrio de
Falero; y aparece en fábulas a todas luces posteriores, cuyo argu­
m ento deriva a veces del de o tras m ás antiguas. E n la revisión,
p o r o tra p arte no exhaustiva, que en las páginas precedentes hem os
pasado a las fábulas con verso p rim ario hem os visto, p o r lo dem ás,
que a veces se han creado fábulas con verso secundario, p o r o tra
p arte difícil de d iferenciar m étricam ente. En ocasiones es una m era
co n jetu ra el si el verso que reconstruim os p ara una fábula o una
serie de versiones, es prim ario o secundario. Por o tra parte, existen
fábulas —que nos o cu parán en el capítulo próxim o— que presen tan
m ás de u na redacción con verso prim ario, com o hem os anticipado.
Es bien claro que no sólo en la edad helenística, sino tam bién
en la rom ana y en la bizantina corrían colecciones que agrupaban
variam ente las fábulas en verso p rim ario o secundario y, m ás fre­
cuentem ente, las sem iprosificaciones de unas y otras. Los abundan­
tes ejem plos de contam inación así lo testim onian. Y lo testim onia
tam bién el hecho de que esas sem iprosificaciones, en sus diferentes
estadios, han dejado su huella en pasajes am étricos com unes a las
diversas redacciones de las F. An., de las p aráfrasis, etc. y aun de
unas y otras. H an sido una y o tra vez consultadas y así, p o r ejem ­
plo, un red acto r bizantino que p a rtía de F. An. I podía contam inar
esta colección con su fuente rem ota sem iprosificada, así como o tras
veces estas fuentes podían contam inarse con B abrio, por ejem plo.
E n lo que q u erría in sistir aquí p ara c e rra r este largo capítulo
es en la gran vitalidad de estas sem iprosificaciones correspondientes a
u na o a m ás líneas de una m ism a fábula. Es claro que m uchas
de ellas llegaron a la edad bizantina.
Pues está el hecho de que sem iprosificaciones con tradición m é­
trica m uy antigua, reducida en F. An. I y no digam os en Aftonio,
pseudo-Dositeo, etc., fueron tenidas en cuenta p ara c rear fábulas
de la A ccursiana (III, con sus variantes), de las p aráfrasis y de los
84 Historia de la fábula greco-latina

dodecasílabos, en plena edad bizantina; tam bién, incluso, de los T e­


trá stic o s de Ignacio Diácono. Mi co n jetu ra es que sólo en el siglo ix,
con el paso de los códices en uncial a las transliteraciones en m i­
núscula, se perdieron, com o casi todo el resto de la antigua lite­
ra tu ra en uncial. La diferencia está en que esta antigua lite ra tu ra
era copiada en m inúscula en versiones que p re ten d ían tan sólo
re p ro d u cir lo antiguo, m ientras que la fábula, género popular, p ro ­
cedía de o tro modo. Siguiendo una tradición que viene de muy
antiguo, cada au to r de colecciones de fábulas, incluso si no pretendía
p a sa r p o r poeta o literato, se creía autorizado p a ra alte ra r la re­
dacción o el argum ento, reduciendo, am pliando, variando, contam i­
nando. E stas nuevas redacciones eran, evidentem ente, consideradas
m ás actuales que las viejas tran sm itid a s desde la Antigüedad. El
R enacim iento bizantino del siglo ix y siguientes tra jo p o r conse­
cuencia no sólo una renovación de la fábula, sino tam bién la p ér­
dida de los antiguos m odelos, p o r lo dem ás ya sem iprosificaciones
m ás o m enos alteradas.
E n ocasiones el sim ple exam en de F. An. I (la A ugustana) o de
o tras colecciones antiguas es suficiente p a ra re s titu ir u n a gran p arte
del verso p rim ario de u n a fábula. Si ahí queda todo, no hay ga­
ra n tía de h asta qué fecha se ha conservado u n m odelo sem iprosi­
ficado con verso ab u n dante: n u e stra A ugustana, que es del siglo v,
no ha hecho o tra cosa, a p a rtir del siglo i a. C., que dism inuir sus
restos m étricos. Pero cuando elem entos m étricos perdidos p o r la
A ugustana son salvados p o r II o II I o las p aráfra sis o los dodeca­
sílabos u otro s textos bizantinos, entonces sí que hem os de afirm a r
que una versión antigua sem iprosificada pero aún con m ucho m etro
p en etró en la edad bizantina. Incluso puede h ab e r penetrado m ás
de una.
Me refiero a fábulas com o H. 114 «La horm iga y la cigarra»
o H. 143 «Las liebres y las ranas», de que nos hem os ocupado hace
poco y en que es posible re co n stru ir casi todo el verso original
a p a rtir, sobre todo, de las versiones de las F. An. (en la prim era,
de I; en la segunda, de III) y de los dodecasílabos y paráfrasis.
La cosa es especialm ente evidente cuando u n a fábula con restos
m étricos solam ente se halla en colecciones de fecha p uram ente bi­
zantina, com o III con sus variantes.
Quiero insistir, finalm ente, en que las sem iprosificaciones, incluso
cuando dependen de un único m odelo, podían ser num erosas. Ello
se ve porque, p o r ejem plo, suelen p re se n ta r diferencias las usadas
p o r F. An. y las usadas p o r la tradición de dodecasílabos y p a rá ­
frasis; p o rque hay diferencias den tro de esta m ism a; porque otros
fab ulistas reposan en o tras sem iprosificaciones diferentes.
E sta es la com plicada im agen que p ara la transm isión de la
fábula antigua obtenem os: el capítulo próxim o acab ará de comple-
Las fábulas helenísticas con una sola versión métrica primaria 85

tarla. Y queda luego o tro problem a: en tre las m últiples variantes


(en verso, en sem iprosificaciones, totalm ente ya en prosa) de una
m ism a fábula, u n au to r de colección podía elegir, aunque podía
tam bién contam inar. C ierto que ya desde la antigüedad, com o he­
m os dicho, to d a colección de fábulas era de carác te r mixto. Aun
así existieron en las edades rom ana y bizantina (y suponem os que
en la helenística) unas constantes en virtu d de las cuales los dis­
tintos fab ulistas solían tra b a ja r sobre colecciones concretas y defi­
nidas, aunque se p erm itieran excepciones. Pero p ara llegar a ese
estudio —que harem os en la segunda p arte de este volum en— es
preciso que atendam os prim ero a las fábulas una a una, com o esta­
mos haciendo, estudiando la tipología de las relaciones en tre ellas
en general, sin aten d e r a su inclusión en colecciones. E ste estudio
h a de depender del que ahora hacem os, aunque es susceptible, evi­
dentem ente, de a p o rta r a éste confirm aciones, críticas o com ple­
m entos.
CAPITULO II
LAS C O L E C C IO N E S H E L E N IS T IC A S CON MAS
DE UNA V E R S IO N M ETR IC A PRIM A RIA .
CASOS E S P E C IA L E S

I. L as fábulas de la « v id a de E sopo »

E ste p rim er ap a rtad o se refiere a un tem a en conexión con el


de la existencia de varias versiones m étricas prim arias, pero no
totalm en te coincidente con él. E ste tem a es el de las fábulas con­
tenidas en la V id a de E so p o , que ya fueron estudiadas, aunque
desde un pu n to de vista parcialm ente, diferente en vol. I, pp. 668
y siguientes.
E n este lugar dividim os las fábulas de la V id a en dos grupos;
aquellas que bien p o r sus antecedentes en época clásica, bien por
alguna o tra razón, consideram os de origen antiguo; y aquellas o tras
sólo p resen tes en la V id a y que pensábam os que a través de ella
han llegado a la colección III. A estas dos series hem os de añadir
ah o ra tres fábulas o anécdotas que habíam os dejado de m encionar,
la de «Los cam inantes» (V id a 125, cf. H. 187), la de «Los an tep a­
sados de los delfios» (V id a 126, cf. no H. 80) y la de «Esopo en
Delfos» (V id a 127-128: es no H. 10 y encuentra un precedente en
A ristófanes, A visp a s 1446 ss.).
El p roblem a de en qué m edida las fábulas de la V id a de E so p o
proceden de la antigüedad o son m ás recientes no nos interesa
en este contexto. Sí conviene recordar, de todos m odos, que estas
fábulas y sobre todo las de origen antiguo conservan un sistem a
de fórm ulas tradicional. Y tam bién que nosotros proponíam os que
las fábulas de origen antiguo, cuya relación dábam os en vol. I, p á­
gina 669, eran fábulas en p ro sa derivadas de D em etrio de Falero,
m ien tras que las o tras (relacionadas en p. 672), posteriores, adm i­
tíam os en algunos casos que contenían restos de verso. Decíamos,
adem ás, que las fábulas antiguas, en la m edida en que se conser­
vaban tam bién en F. An., p resen tab an en la V id a un estado m ás
antiguo (salvo dos a las que sólo hacía alusión dicha Vida)·, y que
de la Vida p asaro n las fábulas «recientes» a la subcolección ΙΙΙδ (o
88 Historia de la fábula greco-latina

al m an u scrito F), con la excepción de V ida 99, que en tró m odifi­


cada en H. 298 («El cazador de saltam ontes»).
Sobre la tran sm isió n de estas fábulas, nu estras ideas se han m o­
dificado en cierta m edida desde la publicación de n u estro p rim er
volum en. No nos in teresa ahora, com o decim os, la antigüedad de
cada fábula de la V ida, sino su situación dentro del s te m m a co rres­
pondiente. E stos s te m m a ta no son tan sim ples com o proponíam os.
No siem pre es cierto que haya que p a rtir de dos m odelos p rim a­
rios, uno en la V id a y otro fuera, a p a rtir del original de D em etrio;
ni tam poco pensam os ahora que, en el caso de o tras fábulas, el texto
de la V ida sea el único antiguo conservado, del que proceden los
dem ás que eventualm ente existen.
Por esto es p o r lo que decíam os que el ap a rtad o relativo a las
fábulas de la V id a de E so p o sólo en p arte coincide con el tipo
de s te m m a a base de dos redacciones p rim arias. A veces sí, o tras
veces no. Pero conviene tra ta r este problem a previam ente, a fin
de d esc artar posibilidades de e rro r y de falsas ideas, preparando
así el cam ino p ara el estudio de las fábulas con dos versiones m é­
tricas prim arias.
Hay que decir, p ara em pezar, que hay algunas fábulas que sólo
aparecen en la V ida: im posible, pues, a sp ira r a establecer un s te m ­
m a. Son en p rim er térm ino, las dos fábulas que acabam os de m en­
cionar no H. 10 «Esopo en Delfos» y no H. 80 «Los antepasados de
los delfios», la p rim era con un precedente en la leyenda esópica del
siglo v a. C., a ju zgar p o r A ristófanes (cf. vol. I, p. 292). Se tra ta
de dos pasajes prosaicos: quizá vengan de la leyenda oral, no de
redacciones en verso. Hay tam bién fábulas con restos yám bicos:
la del tem a de los dos cam inos (V id a 94 = no H. 89), procedente de
Hesíodo y Pródico; de «El hom bre que defecó su propio cerebro»
(V ida 67 = no H. 23), versión única con algunos restos yám bicos;
y de «Sueños verdaderos y falsos» (V id a 33 = no H. 228), que he­
mos derivado de un p asaje de E urípides. El texto de esta últim a
fábula en la V id a p resen ta restos im portantes de m etro yám bico
que, p or supuesto, nada tienen que ver con el m etro de Eurípides.
El m ás notable es

]καí μή Βέλων
τούτον παρ' άνθρώποις τοσούτον ισχύειν
επλασεν όνείρους τινάς αληθείς, οίτινες (una inversión)

que, p o r su extensión, garantiza la autenticidad de fragm entos m e­


nores, com o ~]&αυμαζόμένος ανθρώπων, ]τόν Δία / καταλλαγήναι[, ]τ/?ν
μαντικήν άκυρωσαι (con inversión), ]καταφύγωσι μαντείαν, έάν έπιστή[,
]έξαπατών ένυπνίοις.
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 89

La conclusión es clara: a la V id a de E so p o h a llegado m aterial


fabulístico (en sentido am plio) tradicional, ya p o r vía oral no m é­
trica, ya a través de u na redacción versificada. A veces, al m enos,
este m aterial solam ente en V id a aparece en época tardía.
En o tras ocasiones la versión de la V ida pertenece a una fábula
con ste m m a ram ificado, pero al aparecer en ella solam ente com o
una m era alusión, resu lta im posible colocarla d en tro de dicho s te m ­
ma. Esto es lo que ocurre con H. 44 «Las ranas pidiendo rey» (alu­
sión p robable en V ida 125), donde existen dos versiones p rim arias
sin que podam os ad ju d icar la de la V id a a una o a o tra o a una
tercera; con H. 87 «Los lechones y las ovejas» (en V ida 48 es una
λύσις·), cuyo ste m m a com prende una versión m étrica derivada de
o tra tam bién m étrica, pero diferente; con H. 187 «Los cam inantes»
(en V ida 125), tam bién en F. An. I (aquí con verso); tam bién con
no H. 84 «Dioniso y el racim o» (en V id a 68), «problem a» difícil de
co m p arar con textos tardíos p uram ente alusivos y fragm entarios.
En el caso de o tras fábulas, sin em bargo, la V ida nos da apoyo
p ara re co n stru ir un s te m m a binario.
E ste es el caso, en p rim er lugar, de H. 3, la conocida fábula de
«El águila y el escarabajo», conocida desde Sem ónides y que ya
A ristófanes nos p resen ta incorporada a la leyenda de Esopo. En
época helenística y tardía, ap a rte de alusiones que no pueden enca­
jarse en el ste m m a , encontram os dos líneas con dos versos diferen­
tes. Una es la de F. An. I y II, prácticam ente idénticas, cuyos restos
de verso, p o r lo dem ás no muy extensos, pueden verse en el Apén­
dice I; em pezaba en activa (αετός λαγωόν έδίωκεν) y relatab a la ac­
ción ingeniosa del águila de d ep o sitar sus huevos en el seno de Zeus
sin m ás p recedente que la afirm ación general de que el escarabajo
echaba siem pre a ro d a r sus huevos. La segunda línea es la de I I I y la
V ida, que se siguen m uy de cerca; la n arración com ienza en pasiva
(λα-γωός ύπ’ αετού διωκόμενος) y re la ta en detalle dos tentativas p re­
vias del águila de poner sus huevos en lugar seguro.
Pues bien, esta segunda línea p resen ta tam bién huellas de verso.
Se tra ta de verso com plem entario en III (que reduce la p arte central
y el diálogo final) y la V ida. E fectivam ente, el hecho de ser m ás
reducida la versión de I I I no dem uestra que derive de la de la Vida.
Hay en ella elem entos m étricos que faltan en ésta: ‘0 Ζεύς 0' άν,αστάς[
(mss. ‘0 δέ...), ] συνετρίβη πεσόντα, ]πρός τόν άετόν Μσ9αι. En V ida hay
restos de verso com plem entario, en pasajes elim inados en III
~\συνέτριψεν αύτά, ]τό δέ τρίτον σοι αυτά, ου μόνον έμ ’ ήδίκησεν, αλλά καί εις
σε (coliam bo com pleto), ]τόν ικέτην απέκτεινεν. / Ού παύσομαι <5ε'[.
Pero lo notable es que el verso que se restituye m ediante la sum a
de estos dos testigos, no es co n trad icto rio del de la o tra línea. Es
más, hay un p asaje idéntico en I y II I (alterado en Vida) à κάνθαρος
δέ κόπρου σφαίραν ποιήσας del que fácilm ente, m ediante una inversión
90 Historia de la fábula greco-latina

y una su stitu ció n de κόπρου por ονθου (que aparece dos líneas m ás
abajo), se obtiene un coliam bo: ó κάνθαρος δέ σφαίραν δν&ου ποιήσας.
Parece, pues, que tam poco en este caso nos hallam os ante dos
versiones m étricas prim arias: sólo ante una, de la que sale una línea
sem iprosificada, abreviada, que term in a en F. An., I y II y o tra tam ­
bién sem iprosificada que produce II I y la versión de Vida.
Igual parece ser la relación de H. 121 «El hortelano». El conocido
tem a de que la n aturaleza es m adre de las p lantas silvestres y no­
driza de las cultivadas, se expresa en F. An. I y V ida en térm inos
m uy sem ejantes, pienso que podría reconstruirse
δ δ' έφη' ή γή
τών <γε ) μήτηρ, τών δε μητρυιά εστι.
Cf. V. Aes. ή γή... τών μέν... έστι μήτηρ... τών δε... εστι μητρυιά.
Si esto es así h ab ría que a trib u ir al original algunos fragm entos
del com ienzo de la fábula en la V ida com o βραδεΐαν έχει τήν αοξησιν,
]τάχιον αΰξεται y !^ _ υ _ ^ _ ν'] μη ευρών λύσαι,
Βεία προνοία παντ’, εφη, διοικεΐται (una inversión)
No sabem os si éste es tam bién el caso de H. 299 «La m u jer y el
labrador», fam osa h istoria de la viuda de Efeso. Aquí tenem os, cier­
tam ente, dos versiones m uy próxim as en F. An. III γ , δ y Vida.
P resentan verso com plem entario:

V ida ΙΙΙγ, δ

Γυνή τις άνδρα Γυν>; τις ανδρα [ _ υ _ y W


^ _ \j _ y _ u [προς τό μνήμ ’ αότοΰ id.
εκλαι’. άροτριών δέ τις έπε&ύμησεν id. (σύνεγγυς
tra s τις)
abreviación ή δ’ έπύ&ετ’ αύτου διά τί καί /
αύτός κλαίεις;
σοφήν τε καί άγα&ήν γυναίκα κατώ ρυζ α leve variación
δταν δέ κλαύσω [ υ _ ^ ^ δταν οϋν κλαύσω (am étrico)
κουφίζομαι τήν λύπην τής λύπης κουφίζομαι (m étrico)
(am étr.)
έπεισε τήν γυνάϊκα[ (sin duda
έπειθε τήν γυναίκα [ _ y _ ^ antiguo)
ό δ’ άροτήρ' ώ γύναι suprim ido
suprim ido y _ u _ ^ — ~\άλη8είθ{ κλαίω

He expuesto las correspondencias en detalle p ara que se vea


cóm o tra n sc u rre la relación en tre II I γ, S y V id a en una serie de

11 Se restitu ye, pu es, δταν δε κλαύσω τής λύπης κουφίζομαι.


Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 91

fábulas en que la edición de H au srath y yo m ism o hem os propuesto


que se tra ta de un original de la V id a tran sc rito p o r III γ, δ· No es
así. Ambos usan un texto sem iprosificado, derivado de una versión
m étrica helenística. Ahora bien, p o r lo que a n u estra fábula se re­
fiere el problem a es si las versiones de Fedro y de Petronio, m ás
novelescas y b astan te diferentes de éstas, derivan de o tra versión
m étrica p rim aria o si se tra ta de innovaciones de estos autores.
Dado que no poseem os la fuente griega, no podem os decidir.
Aunque no seguro, puede aducirse tam bién el caso de H. 158
«El lobo y las ovejas». En p. 51 hem os señalado que las diversas
versiones rem o n tan a un verso original y en esta m ism a obra, vol. I,
p. 671, he indicado que el com ienzo de la versión de la V ida (97)
era m ás com pleto. Dadas las coincidencias, por lo dem ás, de esta
versión con las o tras considero probable que tam bién ella venga del
m ism o original antiguo. De él proceden varios pasajes com o ] πόλεμον
προς άλλήλους, ~\άπεδίωξα.ν τούς λύκους, ~\εχοντες υποψίαν.
Podra observarse que, contra lo que se esperaría, las versiones
de fábulas en la V id a de E so p o apenas son útiles p ara deducir con
seguridad esquem as binarios con versiones m étricas prim arias. Más
bien se in sertan en una tradición que, en el caso de cada fábula,
arran c a de una versión m étrica p rim aria y solam ente una. Lo n ota­
ble es que esa tradición, en la form a de un derivado sem iprosificado,
ha llegado a veces no sólo a la V ida, sino tam bién a los autores de
colecciones bizantinas, sobre todo a II I δ y a los ms. F y M. Puede
verse en el C o rp u s de H ausrath, vol. I, fase. 2, p. V II, la relación de
fábulas que se en cu en tran en ciertos m anuscritos de II I δ y faltan
en el resto de F. An., en tre ellas las que nos acaban de ocupar y las
que van a ocuparnos. Pero tam bién otras. Es decir: los autores de
estos m anuscritos adicionaron al m aterial que tom aban de la tra d i­
ción de la F. An. o tro m aterial de diversas fuentes, entre o tras la
sem iprosificación que tam bién había servido de m odelo a la V ida
de E sopo. Todo este m aterial se puede en co n trar tam bién a través
de n u estra lista de m ás arrib a, p. 17, donde con razón anotábam os
que hechos como éste testim onian a favor de la llegada a época
bizantina de m aterial fabulístico antiguo m uy diverso.
Con esto dam os una relación su m aria de fábulas que aparecen en
la Vida, de u na p arte, y en III δ o M o F, de otra, p resentando verso
com plem entario y tam bién prosa com ún: se tra ta siem pre de deri­
vaciones de una versión sem iprosificada de un original m étrico he­
lenístico. Es de n o tar que en ocasiones estas fábulas se hallan tam ­
bién en las versiones siriacas, lo que confirm a la antigüedad de la
fuente de III δ l2· Añadamos que existen o tra s fábulas m ás de I I I δ
con restos m étricos helenísticos que no hallaran cabida en la Vida,

12 En realidad las m ás de las veces se trata del m s. F o M; cf. p. 398.


92 Historia de la fábula greco-latina

m ien tras que a veces se hallan en o tras colecciones, así H. 289, 290,
292, 294, 295, 296, 297. Véase sobre ellas in fra pp. 403 y ss.
H. 298 «El h om bre que cazaba saltam ontes» (en V id a 99). En
F. An. II I encontram os restos b a sta n te com pletos de 8 versos y en
las dos versiones siriacas encontram os un resum en; en V id a hay una
versión con verso com plem entario y cierta diferencia argum entai
(en F. An. el cazador de saltam ontes ca p tu ra una cigarra, que es la
que suplica; en V ida, un saltam ontes). Pese a ella hay notables coin­
cidencias fraseológicas y de m etro. E ste está m ejor conservado
en M., con versos com pletos como

ήγρευσε καί τήν ευλαλον τερετίστριαν / τέττιγα[ (parece original el tema)


ή δέ πρός αύτόν' μή μ ’ άποκτείνης (mss. μή με μάτην)
p ero tam bién V id a a p o rta cosas, como

ού[τε] yap στάχνν <ποτ’> ήδίκησ’ οϋτε κλάδους (Μ ού, altera el resto)

y hay coincidencias m uy notables, de las que se deduce, p o r ejem ­


plo, un
]ή$έλησ' άποκτέϊναι, ]άκρε'μονας έβλαψα (en V ida, alterado en M), etc.

H. 302 «El ra tó n y la rana» (en V id a 133). Ya hem os visto arriba,


p. 46, que las diversas versiones de la fábula (en últim o térm ino re­
lacionadas con la B a tro c o m io m a q u ia ) rem o n tan a un m odelo m étrico
del que, de o tra p arte, se obtuvo una versión reducida que está en el
pseudo-Dositeo y el c o d ex A d e m a ri y Róm ulo (es decir, Fedro). Pues
bien, a ese m odelo m étrico ya sem iprosificado, rem onta tam bién la
V ida. Lo notable es que, en este caso, tam bién tenem os derivados
en p aráfra sis y dodecasílabos: FM no están solos en la tradición
bizantina. El m etro está ya aquí ya allí m ejor conservado, véase
Apéndice I. Desde luego, las versiones bizantinas diversas están entre
sí m ás próxim as que la de Vida. Nos interesa señalar que en el diá­
logo ra n a /ra tó n , que sólo V id a conserva, se en cuentran versos:

y _ u _ y _ u _ y ](5ειπνη'σων
ίνα σε καλώς λάβω. Ά πήγαγεν δ' αύτόν
] κολύμβησων.
Ό δέ μυς κολυμβήσαι [μεν] ούκ έπίσταμαι

Η. 303 «El lab ra d o r y los asnos» (en V id a 140). E sta versión y la


de FM están m uy próxim as. Hay coincidencias m étricas im p o rtan ­
tes com o
]ώ Ζεΰ,
τί σ’ ήδίκησα. 'ότι οϋτως άπόλλυμαι.
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 93

y ciertas diferencias en que ya u n a p arte , ya o tra parece e star m ás


próxim a al original, cf., p o r ejem plo, FM ]ι5πό ίππων εντίμων, final
de coliam bo alterad o en Vida.
H. 304 «El p ad re y la hija» (en V id a 141). En esta brevísim a fábula
queda poco verso, p ero hay alguno; las diferencias en tre las dos ver­
siones (V ida y M F) son m ínim as. En un pasaje parece que es MF
quien conserva el verso:

~]έπεμψεν είς αγρόν.

H. 305 «La h ija to n ta y la m adre» (en V ida 131). E sta novelita


obscena rem o n ta tam bién a u n verso helenístico, en general m ejor
conservado en II I δ, que conserva, a m ás de otros fragm entos, dos
coliam bos com pletos:

Γυνή τις είχε θυγατέρα παρθένον μωράν


διεπαρθένευσε τήν κόρην φθείρας αυτήν

algo alterad o s en V ida. E stá alterado tam bién, p o r ejem plo, ]ov πρώτον
είχες νουν en öv πρώτον εϊχον νοΰν igualm ente válido m étricam ente,
pero con peo r sentido. En cam bio, la V ida está m ás próxim a al ori­
ginal en ciertos elem entos m étricos com o ]voüv έντίθημ’ αύτή, ]εϊπε.
’ νουν έχω, μήτερ.

II. L as fábulas del P. R ylands 493

T am bién éste es un ap artad o p relim inar, pero en él en co n trare­


m os ya claram ente fábulas con dos o m ás versiones m étricas p ri­
m arias, derivadas de Dem etrio. E n realidad, el estudio de la colec­
ción, sólo m uy frag m entariam ente conservada, del P. Rylands, po­
dría lógicam ente hacerse en n u estra P arte II, que estudia una a
una las diversas colecciones de fábulas. Si lo hacem os aquí —com ­
p letan d o cosas del an terio r volum en, pp. 63 y ss., 437 y ss., 461 y ss.,
603 y ss., y ap o rtan d o cosas de publicaciones n u estras anteriores, ya
citadas, y p o sterio res— es porque esta colección tiene características
especiales.
Se trata , efectivam ente, de la única colección que conocem os,
aunque sea m uy parcialm ente, m ás o m enos en la form a que tenía
en el siglo i a. C. Y se tra ta de una colección absolutam ente u n ita ­
ria: próxim a a la A ugustana en cuanto a la e stru c tu ra y estilo, según
ya hem os visto, p ero habiendo introducido innovaciones com o son
el p ro m itio sistem ático, siem pre de igual tipo, y la elim inación del
epim itio, a veces in tro d ucido en la fábula com o un segundo «cierre».
Ju n to con elem entos propios de D em etrio (construcción, sintaxis.
94 Historia de la fábula greco-latina

léxico helenístico) incluso m ás arcaicos que los de la Augustana,


hay una voluntad de innovación y sistem atización en u n a dirección
determ inada: no se encuentra por ninguna p arte el carác te r mixto,
antológico, com ún a las diversas colecciones, incluida la Augustana.
Pues bien, a todo esto se añade lo siguiente: las cu atro fábulas de
esta colección que se conservan m ás o m enos com pletas presentan
todas restos m étricos recogidos por nosotros en vol. I, pp. 71 y ss.;
y restos m étricos diferentes de los de las fábulas correspondientes
de la A ugustana, sin que haya m otivo p ara pensar en una derivación
de un verso a p a rtir del otro. P ara com odidad del lector reco rd a­
m os que las fábulas conservadas en el papiro son, en el orden en
que en él figuran, H. 113 «H éraclès y Pluto», H. 224 «El p asto r y las
ovejas», H. 39 «La lechuza (en o tras versiones la golondrina) y las
aves» y H. 238 «El jabalí (en o tras versiones el ciervo), el caballo
y el cazador».
N ótese que todas estas circunstancias aquí y sólo aquí se dan.
Las fábulas de las Tablas de Assendelft, ap a rte de tardías, presen tan
el ca rác te r m isceláneo habitual. Las o tras pocas fábulas en papiros
que conservam os (cf. vol. I, p. 149) están aisladas, salvo la colección
del P. Colón, 64 que p ara nosotros ha quedado reducida a una fá­
b u la y al encabezam iento de o tra: im posible, pues, deducir conclu­
siones. Aunque sí m erece, quizá, la pena re salta r que todas estas po­
cas fábulas en p ap iro contienen elem entos m étricos y nunca los de
la A ugustana (por lo dem ás, «La p erra que parió» del papiro de
Colonia no aparece en ésta).
Pero volvam os al P. Rylands, sobre el cual llegam os a ciertas con­
clusiones en estudios nu estro s an terio res u, conclusiones resum idas
y desarro llad as en n u estro a n te rio r volum en; y al cual nos hem os
referido, con aportaciones nuevas, en publicaciones posteriores a
ésta 14. Aquí tendrem os en cuenta todos estos trab ajo s, que nos p e r­
m itirán abreviar, pero estudiarem os el problem a desde el punto
de vista que ah o ra nos interesa. E introducirem os algunas correc­
ciones.
Prescindiendo de las diferencias relativas a prom itios y epim itios,
prescindiendo tam bién de las diferencias en la versificación, las
fábulas del p ap iro están m uy próxim as a las de la A ugustana en
tem ática, estru c tu ra, fraseología y léxico. Mis conclusiones —que

13 «El papiro R ylands 493 y la tradición fab u lística antigua», E m e r ita 20,
1952, pp. 337-368; «La tradición fab u lística griega y su s m od elos m étricos», E m é ­
rita 37, 1969, pp. 235-315, y 38, 1970, pp. 1-52.
14 «La fábu la de la golondrina, de Grecia a la India y la Edad Media», E m é ­
rita 48, 1980, pp. 185-208; «Más sob re la fábu la de la golondrina», E m e r it a 50,
1982, pp. 75-80; «N eue jam b isch e Fragm ente aus archaischer und k lassisch er
Zeit. S tesich oru s, Sem on id es (?), Auctor Incertus», Philologus, 126, 1982, pá­
ginas 157-179.
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 95

m odifican parcialm ente las del vol. I, pp. 603 y ss.— son que los
m odelos de P. R ylands y de la A ugustana derivan am bos de Dem etrio
y se m antienen próxim os a él, pero son independientes: son los
que hem os llam ado m odelos m étricos prim arios.
La proxim idad en tre P. R ylands y las F. An. (I y III, con acceso
am bas al verso, en este caso) es clarísim a p a ra H. 224 «El p asto r
y las ovejas». Pero no creo, ahora, en la derivación escalonada (De-
m etrio-F. An.-P. Rylands) que antes proponía. Es cierto que del verso
de P. R ylands (su p ra vol. I, p. 71) sólo hallam os en F. An. τά δε
πρόβατα, pero esto nada dem uestra, sin duda viene del m odelo o ri­
ginal. Pero no es cierto que no haya m etro nuevo en F. An., al con­
trario , com binando I y II I podem os obtener:

ποιμήν [ u _ ^ _ ] τα πρόβατ’ είς, δρυμώνα (mss. τινά δρυμώνα)


ώς είδε δρΰν μεστήν βαλάνων, ύποστρώσας (Ιώ ς έ&εάσατο δρΰν παμμεγέθη)
3οΐμάτιον
τον καρπόν άντέσειε ^ ^
ώς ειδε τό γεγονός, ώ κά κισ τ\ Ιφη, ζώα (texto de III)
έμοΰ δε του τρέψ οντος [ _ ] άφείλεσ&ε (id. de I + III)

Parece abso lu tam en te claro que nos hallam os ante dos redacciones
m étricas diferentes, cada una de las cuales (o sus prosificaciones)
intro d u ce determ in ad as variaciones, sin que sea fácil decir cuál
innova más.
En el caso de H. 113 «Héraclès y Pluto» creem os que, igualm ente,
hem os de p a sa r de la teoría de que hay una derivación en cadena
a la de que se tra ta de dos m odelos m étricos prim arios. C ontinúa
siendo cierto lo que decíam os en «El papiro R ylands...» de que
Fedro, que en este caso es tam bién testigo de esta fábula cínica,
pertenece a la ram a de F. An. (sólo I, la Augustana, en este caso)
y que ya en él, ya en n u estra A ugustana hay m odificaciones respecto
al m odelo sem iprosificado previo a am bos: rem ito a ese tra b a jo
m ío que no es cuestión de re p etir aquí. En él decía acertadam ente,
tam bién, que así com o el comienzo en pasiva, en I, es m ás reciente
que el en activa de P. Rylands, el cierre de éste es seguram ente m ás
reciente; que ciertos genitivos absolutos de I son secundarios, etc.
Todo esto creo que continúa siendo cierto, pero no la tesis de la
derivación de I a p a rtir de P. Rylands, supra, vol. I, pp. 603 y ss.
E sta tesis se basa una vez m ás en que del m etro de P. Rylands
(presentado en vol. I, p. 72) sólo quedan dos restos en F. An. I, a
saber, έκαστον τών Βεών y ήσπαζετ’. Pienso que se tra ta de dos ele­
m entos heredados de antiguo, de antes de las redacciones m étricas:
es decir, de D em etrio. Pero tam poco en este caso es cierto que en I
no haya nuevo m etro: sí lo hay, independientem ente y paralelo al
del P. Rylands:
96 Historia de la fábula greco-latina

]εκαστον των ,9εών


φιλοφρονώ ν ήσπαζετο[
και δή τελευτά Γος[
],εδάφους κύψας

y _ u _ y _ u u ]έπυν0άνετ’ αύτοΰ
τήν αιτίαν δι' ήν [ υ _ ^ ^
ό ό’ είπεν' άλλ’ ε^ω^ε [ u ] διά τοΰτ' αυτόν
y _ ]παρ’ öν καιρόν έν άνθρώποις ήν (m ss. ή μην)
συνάντα τοΐς πονηροίς ώς επί πλεΐστον (m ss. ώς έπί τό πλεϊστον τοΐς
πονηροίς συνάντα)
Postulam os, pues:

*Y verso 1 (P. Ryl.)

*Ζ verso 2 (F. An., Fedro)

E n el caso de H. 238 «El jabalí, el caballo y el cazador» la con­


servación abso lu tam en te fragm entaria de la fábula en el P. Rylands
es suficiente p ara ver que el verso de esta redacción y el de H. I es
diferente:

P. Ryl. F. An. I.
"Ιππος και υς λειμώνος [ _ ] έκοινώνουν σΰς άγριος καί 'ίππος ένέμοντ'
ό 0' 6ς[ εν ταύτώ (invers.)

Vienen, ciertam ente, de un m ism o modelo. En este caso, la


A ugustana parece m ás próxim a al m odelo a juzgar p o r su coinci­
dencia con otro s textos 15; en cam bio P. Ryl. πολλάκις δε τοβ ϊππου
es m étrico, no hay huella de ello en I; pero no hay ningún argu­
m ento que haga cam biar las conclusiones sacadas de las fábulas
anterio res: nos hallam os ante dos versiones m étricas independientes.
Es im p o rtan te esta fábula de todos m odos porque es una de
las poquísim as que nos perm iten reco n stru ir el m odelo de D em etrio
y ver cóm o éste m odificó el que fue a su vez su m odelo: en este
caso, una fábula de E stesícoro, com o ya sabem os 16.
E fectivam ente, en mi artículo ya citado «Neue jam bische F rag­
m ente...» he hecho ver que:

a) En Aristóteles, R et. II 20 y Conón, N arr. 41 se conservan dos


prosificaciones diferentes, derivadas seguram ente a través del his­
15 Cf. «N eue jam b isch e F ragm ente...», p. 166.
16 Cf. vol. I, pp. 256, 414, antes E m e r ita 46, 1978, pp. 251 y ss. O tros ejem p los
se refieren a diversas fábu las de A rquíloco, sob re todo «El águila y la zorra»
(H. 1).
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 97

to riad o r siracusano Filisto, de un poem a de E stesícoro en que el


p oeta ad v ertía a sus conciudadanos de H im era que era peligroso
conceder a F álaris una guardia de corps, que él utilizaría (y así suce­
dió) p ara hacerse tirano. En am bas prosificaciones hay restos de
verso yám bico, ya coincidentes, ya com plem entarios, con ayuda de
los cuales es factible lograr una reconstrucción parcial del poem a
de Estesícoro. E n la fábula con que el poeta advertía a sus conciu­
dadanos, el anim al co ntra el cual pide ayuda el cazador al caballo
es el ciervo, no el jabalí.
b) En cam bio, en las colecciones (P. Rylands, F. An., Fedro, Par.,
T etr.) figura el jabalí, no el ciervo, lo que hem os in terp re tad o como
una innovación de D em etrio que va unida a o tras innovaciones: ya
no se tra ta de la d isp u ta en tre dos herbívoros p o r un prado, sino
de la invasión de la fuente de que bebía el caballo p o r el feroz
jabalí.
c) Existen todavía otros dos textos, una cita de H oracio y la
fábula de Róm ulo, en que hay elem entos de la tradición antigua,
con el ciervo, y elem entos de la tradición dem etríaca. Hem os in ter­
p re ta d o este hecho com o procedente de una contam inación de la
fábula de D em etrio con la de E stesícoro o una de las derivaciones
de ésta.
Hallam os, pues, en P. R ylands y en F. An. dos prosificaciones que
derivan a su vez de dos versiones m étricas prim arias obtenidas del
texto de D em etrio. Ya en una, ya en o tra encontram os a veces coin­
cidencias literales con Estesícoro, reconstruido a p a rtir de A ristó­
teles y Conón; en ocasiones lo antiguo ha llegado tam bién a los tes­
tigos de la tradición contam inada. Por ejem plo, el λειμ&νος έκοινώνουν
de P. Rylands (I ενέμοντ' έν ταύτψ) responde en H oracio c o m m u n ib u s
h erb is; I τήν πόαν διαφ3είροντος creo que conserva de lo antiguo la
p rim era p alab ra (cf. P. Rylands su p ra y Conón τήν τε πόαν) y tam ­
bién la segunda, que, sin em bargo, debía de ir en el original en
im perfecto (cf. A ristóteles διαφ&είροντος τήν νομήν, en cam bio en
P. R ylands hay έλυμαϊνετo, en Conón κατέστειβε); el το ΰδωρ 9 ολοΰντος
tam bién de I p arafra sea igualm ente un texto antiguo reflejado en
Conón το νάμα <τ’) έτάραττε, Fedro tu rb a v it v a d u m ; etc. R em ito a
mi artícu lo p ara el detalle. Pero es claro una vez m ás que es ya
una versión, ya o tra la que conserva m ayor proxim idad a lo antiguo,
que en u na y o tra alteraro n p rim ero el versificador, luego el pro-
sificador.
Al ser tan escasos los fragm entos de P. R ylands no podem os es­
tab lecer el s te m m a de las versiones dem etríacas com o hicim os en
el caso de «H éraclès y Pluto». C iertam ente, a prio ri, hem os de pen­
sar que al m enos la versión de Fedro debía de p erten ecer a la línea
de la de la Augustana. Y, efectivam ente, están próxim as, aunque,
insisto, el no p o d er aplicar el co n traste de P. Ryl. im pide ver si real­
98 Historia de la fábula greco-latina

m ente u na y o tra venían de un antepasado com ún, la «antigua Augus­


tana» de que venim os hablando. Lo que sí es claro es que Fedro
no deriva de n u estra A ugustana: p resen ta cosas que, a juzgar por
los descendientes directos o contam inados de E stesícoro, son an ti­
guas. Así el tu rb a v it v a d u m , ya aludido. Aunque es m ás frecuente
que sea I m ás tradicional: hem os aludido a su τήν πόαν διαφ&είροντος ;
su έπί κυνηγέτην σύμμαχον κατέφυγε está m ás próxim o del κυνηγέτην
βοηθόν έκάλει de Conón que del a u x iliu m p e tiit h o m in is de Fedro;
el ¿αν μή χαλινόν τε ύπομείνη και αύτόν επιβάτην δέξηται está tam bién p ró ­
xim o a Conón y A ristóteles; etc. Fedro, aun p artien d o de un texto
an terio r a la Augustana, seguram ente m odelo de ésta y diferente del
m odelo de P. Rylands, se ha com portado en form a m uy personal,
com o es hab itu al en él.
Hemos de n o tar que hay, ya lo hem os dicho, un derivado m ás
de D em etrio, la fábula de la p aráfrasis (dejo T e tr., dem asiado red u ­
cida p ara estu d iar su situación en el s te m m a ). Ofrece m ucho verso,
que no creo sea una prosificación de B abrio, a juzgar p o r finales
yám bicos, no coliám bicos όπως σε κάμπτω και τρέχοντα κωλύω. Im po­
sible, u na vez m ás, establecer su relación con la A ugustana y el
P. Rylands. Pero al h ab er un verso diferente y conservarse, a veces,
cosas derivadas d irectam ente de E stesícoro y que faltan en las o tras
dos versiones, es lo m ás fácil que hayam os de habérnoslas con una
terc era versión m étrica prim aria. Volverem os sobre el tem a al h ab lar
de las fábulas con m ás de dos versiones m étricas prim arias.
Finalm ente, tenem os la fábula de «La lechuza y los pájaros», que
en F. An. es «La golondrina y los pájaros» y de la que nos ocupam os
en nuestro s artícu lo s «El papiro R ylands...», «La fábula de la golon­
drina» y «De nuevo sobre la fábula de la golondrina». Seguim os las
conclusiones de estos últim os, que m odifican en cierta m edida (aun­
que no en lo esencial) las del prim ero.
Se tra ta de una fábula m uy ram ificada en el curso de cuya evolu­
ción no sólo se ha alterado ocasionalm ente el nom bre del ave (la
golondrina, la lechuza, «un pájaro», las aves en general, el ruiseñor),
sino tam bién el in stru m en to usado p o r el hom bre p ara su ruina
(la liga, el lino usado de uno u o tro m odo), y la etiología de la
fábula. La versión del P. R ylands p resen ta claras huellas de verso.
Las doy aquí, m ejorando, creo, su presentación en vol. I, p. 72, y en
«La fábula de la golondrina...», p. 189:
~\ϊξοφόρον δρύν
κακήν εσεσθαι τώ γένει τών όρνέων
άπό τής δρυ'ος τόν ιξόν [ _ ] ε&ήρασεν (pap. εσεσ&αι κακόν)
— —ό —v — λαβών δέ τις ιξευτής
^ _ υ _ y _ ]όρώντα μετενόουν (pap. τις άνήρ)
και νΰν οταν ϊδωσι γλαύκα περίπετον
y _ u _ y _ o _ ]αίσχύνεσθε (H ausr. lee ιδωσι τήν γλαύκα)
νύν και μιμνήσκεσΒ'
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 99

ούκ εσχετ’ ώραν τής έμής ( γ ε ) συμβουλής (pap. ώραν ούκ εσχετε)
άτάρ ούν καί ύμεϊς [ _ υ _ ] ου μνησ&έντες
έμοΰ [ u _ y _ u _ y _ ! ¿ y
είρηκέναι λέγοντες' ούτος ύστερον (con u n a supresión)

Pues bien, en n u estro s artículos referidos hem os hecho ver cóm o


no es la versión m étrica a p a rtir de aquí re stitu id a la única p rim aria
existente en la antigüedad: hem os sentado la existencia, al m enos,
de o tras dos, razón p o r la cual dejam os el tem a de su estudio p ara
un ap artad o u lterio r de este capítulo. Hay, en efecto, restos m étricos
en dos versiones de la A ugustana (la de I y Ib, designadas en la
edición de H au srath como 39a y 39b, respectivam ente) y en la con­
servada frag m en tariam ente p o r dos papiros, P. Mich. 457 y P. Yale
inv. 1158 v. La versión de H. 39b p resen ta probablem ente verso se­
cundario, véase m ás abajo. Hay, de o tra p arte, o tras versiones deri­
vadas: m uy concretam ente, Fedro está em parentad o con la fábula de
los papiros, dos p aráfrasis con la de I.
Lo que ah ora nos interesa es, sin em bargo, in sistir en el carácter
independiente de la fábula del P. R ylands y de su verso. En las o tras
versiones los pájaro s, que no atienden al consejo de la golondrina
de hacerse am igos de los hom bres y vivir en sus casas, son cazados
y ella se refugia en casa de ellos: etiología de p o r qué esto sigue
siendo así y p o r qué la golondrina es respetada. En cam bio, en
P. Rylands se tra ta de la lechuza, que se revela sabia adivina: el
tem a viene de la fam a de sabiduría de la lechuza y del hecho de que,
de día, los p ájaro s se congregan en torno a ella (según la fábula,
p ara p edir consejo, que ahora se niega a d ar la lechuza).
E n mi artícu lo «La fábula de la golondrina...» he argum entado,
creo que en form a convincente, a favor de la teoría de que la en tra d a
de la lechuza en la fábula, con el cam bio de etiología, es una inno­
vación. Casi sin lugar a dudas D em etrio m antenía en la fábula al ave
tradicional, la golondrina, que era conservada por las diferentes ver­
siones m étricas p rim arias de él nacidas, con excepción de ésta del
P. Rylands. E sta ha innovado, en este caso, grandem ente. Y ha queda­
do aislada, produciendo únicam ente dos descendientes en la tradición
indirecta: las dos fábulas de la lechuza en Dión C risóstom o X II 7-9
y LX X II 14-15. H em os hecho ver cóm o esta segunda versión deriva
del m ism o m odelo m étrico que P. Rylands, innovándose ya en un
lado, ya en el otro; y que la p rim era desciende m ás directam ente
del m odelo inm ediato (prosificado) de P. Rylands, pero contam inán­
dolo con o tra ram a, la de los papiros Mich, y Yale. Pues, efectiva­
m ente, en esta versión no sólo e n tra el m otivo de la liga, que es
100 Historia de la fábula greco-latina

antiguo, sino tam bién el m ás reciente del lino del cual se van a fab ri­
ca r redes p ara cazar a los pájaro s: m otivo que está en la versión
de dichos papiros y aun en su modelo, del que derivan tam bién Fe­
dro y F. An. Ib.
Podem os, ahora, sacar algunas conclusiones sobre la colección
del papiro R ylands en general, colección que rem onta, com o hem os
dicho, al m enos al siglo i a. C. Es, ya lo hem os dicho, una colección
m uy u n itaria en cuanto a su redacción y estilo y que generaliza el
prom itio (de un tipo m uy característico) y la falta de epim itio (que
tiende a in tro d u cir en un cierre).
H em os visto que esta colección se in serta en la tradición de De­
m etrio de Falero, el cual o un derivado del cual es el m odelo de «El
jabalí, el caballo y el cazador». En este caso, el argum ento es p rá c­
ticam ente respetado. Sin duda de «El p a sto r y las ovejas» hay que
decir lo m ismo. Pero «Héraclès y Pluto» es a todas luces una fábula
cínica, hem os hablado de esto ya: es decir, n u estro versificador ha
utilizado no sólo fábulas de D em etrio, de tradición antigua, sino
tam bién fábulas nuevas, cínicas. Pero él, propiam ente, está un tanto
alejado de la escuela cínica: el «cierre» que añade a «H éraclès y
Pluto», en que este dios se justifica, no es ortodoxo d en tro de la
escuela. Yo m e atrev ería a p ro p o n er que las versificaciones que
subyacen a las fábulas de n u estro papiro no son del siglo m a. C.,
fecha en que com enzaron a hacerse versificaciones de fábulas b ajo
el influjo de los cínicos, sino algo posteriores, cuando la fábula
m étrica y sus prosificaciones se difundían fuera de la escuela y ga­
nab an terreno. Digamos que del siglo π a. C. o quizá del i. La gene­
ralización del p ro m itio testim onia este m ism o c a rá c te r reciente.
Posiblem ente este carácter aislado, secundario, de la colección
explica el cam bio de ave y etiología en «La lechuza y los pájaros».
Ahora es el tem a del sabio no escuchado y resentido el que se nos
ofrece.
La colección del P. Rylands es, pues, un caso un tan to extraño
d en tro de la trad ició n fabulística antigua. Bebe de las m ism as fuen­
tes de toda ella, pero es independiente en su m etro, en los prom itios,
en cierto giro de los argum entos. E sta tradición perm aneció aislada:
sólo en el caso de las dos versiones de Dión C risóstom o de «La le­
chuza y los pájaros» sabem os que fuera explotada posteriorm ente.
Sus m anuscritos se perdieron, no p asaron a Bizancio. M ientras todo
el resto de la tradición se escinde, contam ina, com bina una y o tra
vez, aquí nos hallam os ante u n a ram a aislada. Pero es un buen tes­
tigo de que el h acer nuevas versiones m étricas helenísticas de fábulas
de d istin ta edad (de D em etrio o cínicas) era p ráctica com ún y que
no debe p o stu larse a p rio ri la tesis de que de cada fábula hay sólo
una versión m étrica: tesis, p o r lo dem ás, frecuentem ente acertada.
L as c o le c c io n e s h e le n ís t ic a s c o n m á s d e u n a v e r s ió n m é tr ic a p r im a r ia 101

III. T r a d ició n b in a r ia con verso conservado en ambas ramas

1. G e n e ra lid a d es

D entro de la co rrien te cen tral de la fábula antigua, de la que se


diferencia la m arginal de las fábulas del P. Rylands, vuelve a p ro ­
ducirse, com o ya hem os anticipado, el fenóm eno de la escisión de la
tradición, desde fecha antigua p o sterio r a Dem etrio, en dos versiones
m étricas p rim arias, que a su vez producen derivados. C ierto que a
veces, tam bién lo hem os visto y hem os de in sistir en ello, no es
fácil sep a rar este caso del o tro ya estudiado en que una versión
m étrica se lim ita a reto car o rehacer el verso de una m ás antigua,
el único verso p rim ario existente. Pero o tras veces la existencia de
dos versiones p rim arias es innegable: la pru eb a de que esto no es
así y u na depende de la otra, si es que alguien así piensa, debería
e sta r a cargo de quien h allara indicios suficientes en ese sentido. Yo
al m enos no los he hallado.
Como de costum bre, la creación de dos m odelos suele e star unida
a diferencias argum éntales o estru ctu rales, incluida la abreviación
y la am pliación. C iertam ente, pueden ser m ayores o m enores según
los casos. Y tam poco puede excluirse la existencia de dos versiones
p rácticam en te fieles al original, sólo que originadas en distintos luga­
res o fechas. P or lo que respecta a las fábulas del papiro Rylands,
hem os visto que se dan am bas posibilidades.
D entro de esta tradición b in aria hay que distinguir varios casos.
En razón de la n atu raleza de n u estro m aterial hay que sep a rar aquél
en que el verso de am bas ram as es parcialm ente reconstruible: es
el que nos va a ocu p ar en este apartado. Ju n to a él hay o tro en que
ju n to a las versiones derivadas de un m odelo m étrico m ás o m enos
reco n stru ib le hay o tra u o tras que no dependen de él, pues son
arg u m en talm en te diferentes; pero nos es im posible señalar si en
este caso hem os de co n tar con un segundo m odelo m étrico o sim ­
plem ente con versiones tradicionales quizá orales, quizá prosaicas.
El su btipo m ás frecuente d en tro de la tradición b in aria es aquel
que opone un m odelo que fue a p a ra r a las fábulas anónim as y otro
que fue a p a ra r a las p aráfrasis y /o dodecasílabos; uno y o tro pue­
den ten er m ayor difusión. Es muy característico del carác te r m ixto
de Par. y Dod. que sus fábulas pertenezcan en ocasiones a este sub­
tipo, m ien tras que o tras veces siguen la línea de F. An., o tras depen­
den de B abrio, o tras contam inan. Como es característico el siguiente
subtipo: aquel en que Par. y Dod. se oponen e n tre sí, como p erte­
necientes a dos m odelos m étricos prim arios.
Existe, n atu ralm en te, o tro subtipo en el cual en tra n en juego
versiones diferentes: en realidad, se tra ta de lo m ism o que hem os
visto al h ab lar de la oposición de las fábulas del papiro Rylands a
102 Historia de la fábula greco-latina

o tras diversas. Papiros, tradición indirecta, colecciones m enores pue­


den p re sen tar huella de una versión m étrica diferente de la que
subyace a la línea principal, independientem ente de que en ésta fi­
guren o no F. An., Par. y Dod.

S u b tip o I: M odelo m é tric o p rim a rio en F. An. o p u e sto a otro


en Par. y / o Dod.

Y verso I (F. An.)


E squem a: X prosa
Z verso 2 (Par. y /o Dod.)

E n una serie de fábulas los dos diferentes versos están unidos,


com o ya hem as dicho, a diferencias bien argum éntales, bien e stru c­
turales, bien de am bos tipos. Pueden ser im p o rtan tes o m eram ente
de m atiz o grado.
H. 188 «El cam inante y H erm es» cuenta la h isto ria del cam inante
que se encontró una alforja que contenía alm endras y dátiles: de­
positó en un a lta r las cáscaras de las p rim eras y los huesos de los
segundos y quedó satisfecho de h ab e r cum plido con el voto que
había hecho a H erm es, dios de los cam inantes y los hallazgos. E ste
es el relato de F. An. en sus tres versiones, todas las cuales acceden
directam en te a un m odelo m étrico, m ejor dicho, a un m odelo sem i­
prosificado. En Dod. las cosas tra n sc u rre n en form a sem ejante, pero
el voto y el sacrificio se hacen a Zeus; la fábula term ina con la
ofrenda, sin el cierre del cam inante en F. An.
El m odelo m étrico de F. An. se reconstruye en buena m edida:

'Οδοιπόρος πολλήν οδόν διήνυτο (cf. H. 184)


^ _ u _ y _ ]άνα&ήσειν τ φ ‘Ερμή (una inv.)
πήρα δε περιτυχών εν f) άμύγδαλ' ήν (una inv., sin τε com o en II)
καί φοίνικες, ταύτην (ίδώ ν} άνείλατο
οιόμενος àpyvpiov. Τινάξας δ’ ώς εϋρε (una elim inación)
$ανόντα, ταδτα καταφαγών ( τ ε ) καί λαβών
άμυγδάλων τά κελύφη καί των φοινίκων (κάλυφα III)
τώ στά [ υ _ ^ _ υ _ ^ ] επί βωμοΰ
έ&ηκεν είπών

Pues bien, en Dod. hallam os restos m étricos ciertam ente m enos


extensos, pero claram ente incom patibles: καθ’ οδόν δώρον, μεστήν
φοινίκων, λαβών δε ταύτην, καρπούς φοινίκων, τών αμυγδάλων. No es im po­
sible que este verso esté hecho sobre el otro: pero no es dem ostrable.
E n H. 12 «La zo rra y el leopardo» (tem a cínico: a la belleza del
segundo se opone con ventaja la inteligencia de la p rim era) nos
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 103

encontram os con dos versiones originalm ente de 4 versos, la de


F. An. I, II y la de Par. El argum ento es el m ismo: jactancia del
leopardo y «cierre» de la zorra; pero F. An. p resen ta la fábula bajo
la form a tradicional de la «disputa» (ερις), m ientras que en Par. se
e n tra d irectam ente en la jactan cia del leopardo. Los versos son in­
com patibles:

F. An.: y _ u _ ^ _ ]περί κάλλους ήριζον


y_ U— u u ] άλώπηξ εϊπεν (una supresión, sigo II)
καί πόσον έγώ σοδ καλλιών [ y _ y y
y —u _ ] τήν δε ψυχήν πεποίκιλμαι.

Par.: Στικτή π ο τ’ζο ύν) πάρδαλις φορείν έκαυχάτο (una inversión)


ζώων απάντων ποικιλοτέραν δέρριν (una inversión)
πρός ήν άλώπηξ είπε' σής δοράς εγώ (mss. έγώ σοδ τής δοράς )
^ _ u ] ποικιλοτέραν γνώμην ’έχω.

S obre las versiones de Aviano y P lutarco, cf. pp. 103 y 256.


S em ejante es la relación en tre las versiones de F. An. (I) y Dod.
de H. 240 «Las hienas», fábula cínica co n tra la hom osexualidad que
se basa en la creencia del cam bio de sexo de las hienas. S eguram ente
dependen de dos m odelos de 4 líneas cada uno. La diferencia está
en el detalle de las p alabras del cierre de la hiena h em b ra dirigidas
al m acho y en el verso incom patible, véase Apéndice I.
Más extensa y con una tradición m ás ab u n d an te es H. 31 «El
hom bre de m ediana edad y las heteras», la fábula del hom bre con
dos m u jeres de las que una le q u itab a los cabellos blancos y o tra
los negros, h asta que se quedó calvo. Aquí la diferencia en tre las
dos versiones fundam entales, la de F. An. I y la de Par. (dos redac­
ciones) y Dod. (otras dos) está en el orden en que se relatan los
hechos. En F. An. se m enciona p rim ero a la am ante joven, luego
a la vieja; a continuación se p resen ta la intervención de ésta, luego
la de la joven. F edro y Diodoro, que parecen depender de este m o­
delo (cf., p o r ejem plo, I ουτω δε συνέβη φαλακρόν γενέσ&αι = Fedro
ca lvu s rep en te fa c tu s e s t ) sim plifican en form as diferentes. En cuan­
to al m odelo de Par. y Dod. (contam inado), por dos veces repite el
orden vieja/jo v en ; de él es B abrio, parece, una am plificación, con
ciertas alteraciones.
E n I se conserva b astan te verso:

άνήρ μεσαιπόλιος δη έρωμένας εϊχεν


ή μέν νέα (ή ν ), ή δέ [ ___] πρεσβδτις
— — _] ai δ ουμένη νεωτέρω
μελαίνας αύτοδ τρίχας [ u _ ^ ^ ^
γέροντ' εραστήν [ _ u _ y _ y y
104 Historia de la fábula greco-latina

C om binando, ahora, elem entos de Par. 1 y 2 y Dod. 1 y 2, en la


m edida en que no parecen contam inaciones de B abrio, resulta:

Ά ν ή ρ μεσήλιζ <π ο τε ) δύο εταίρας εσχε (Par. 1-2, inversion)


λεύκάς γάρ είχε [ _ u _ y (Dod. 1)
ή μεν μ ι * ήν γραύς, ή δέ νεότητ’ ήκμαζε (de Par. 1, Dod. 1 + Par. 2)
ετιλλεν obv ή γραύς [ u _ ^ y (Par. 2)
y _ u _ > ju] έθέριζε τάς λεύκάς (Par. 2)
y _ u _ y — ] φαλακρόν έποίησαν (Par. 1, cf. Dod. 1)

Ahora bien, estos textos están tan próxim os (se añade μέλαινας
αύτού τρίχας en Dod. 2, cf. tam bién άπέσπα en I, Dod. 2, cf. Babrio)
que no es seguro que vengan de una p rosa com ún, quizá haya debajo
un verso com ún. O sea, que se tra te del subtipo estudiado en
pp. 45 y ss.
Más ráp id am en te verem os algunas fábulas todavía. En H. 6 «Las
cabras salvajes y el cabrero» la diferencia en tre F. An. I y la versión
de Par. (dos derivados) y Dod. (uno), de la que es una am pliación
B abrio, está en que en la p rim era las cab ras salvajes, a quienes ha
alim entado bien el cabrero p ara acostum brarlas a la cautividad, huyen
y critican sus procedim ientos; m ientras que en la segunda las cabras
salvajes huyen igualm ente, pero las dom ésticas perecen y el cabrero
se lam enta. La e stru c tu ra es, pues, m uy diferente. No queda m ucho
verso de I, pero sí alguno, el suficiente p ara ver su diferencia res­
pecto al otro, en p arte ligado a la nueva diferencia argum entai (por
ejem plo, άς ειχεν εύρεν έκ λιμόν τεθνηκυϊας Dod., con una inversión;
μέγα στενάξας κόλολύζας έκ βάθους Dod.; ~\φροντίδ ’ έποιησάμην, Par. 2).
Tam bién hay u na pequeña diferencia argum entai en tre las dos
versiones de F. An. y Par. (de esta ram a viene tam bién Aviano) de
H. 35 «El hom bre y el sátiro». En la segunda ram a el cam inante
en vez de h acer am istad sim plem ente con el sátiro, como se dice
en la prim era, llega a su cueva. El verso conservado no es m uy ab u n ­
dante ni en una ni en otra, pero sí lo suficiente p ara ver la dife­
rencia, cf. Apéndice I.
Sucede en ocasiones que la m ayor diferencia en tre las dos ver­
siones m étricas, a ju zg ar p o r lo que podem os deducir de su descen­
dencia, está en la m ayor extensión de una de ellas: a p a rtir del
original de D em etrio o el que sea, un versificador ha reducido la
extensión o bien la ha am pliado, el otro la ha m antenido o ha ac­
tuado en sentido inverso al prim ero. Ya hem os visto cóm o el verso
secundario y derivaciones sem iprosificadas tam bién secundarias a
veces se caracterizan, precisam ente, p o r su carác te r de resum en o de
am pliación. E videntem ente, esta m anera de proceder se daba ya
desde el origen m ism o de las versiones m étricas en la p rim era edad
helenística.
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 105

En ocasiones es la línea de Par., Dod. la que p resen ta la versión


am pliada. Así en H. 172 «Las abejas y Zeus», histo ria de cómo Zeus,
ante una petición de las abejas, les concedió, sí, m a ta r con sus agui­
jones, pero m uriendo ellas a continuación. Aquí en F. An. I quedan
unas pequeñas huellas de verso: ] Ισχύν όπως παράσχηται (con inver­
sión), ] σωτηρίας στερίσκεσ9αι y prosificaciones de form ulas m étricas
tradicionales. En cam bio, quedan huellas abundantísim as de un
verso m uy diferente en la versión am pliada conocida a través de la
o tra ram a de la tradición. Véase el comienzo

Μ έλισσα μήτηρ κηρίων ούσ'εις &εούς


άνελήλυ&εν, φέρουσα κηρούς καί μέλι (inversión de ανελήλυ9εν)

Ampliaciones sem ejantes en la m ism a ram a, con cam bio de verso,


encontram os en H. 141 «El nogal» y H. 230 «El niño que se bañó».
«El nogal» es u na fábula de situación: el árbol se queja de la ingra­
titu d de los cam inantes, que le tiran piedras. Junto a la versión de
F. An. (I), con huellas de cuatro versos, hay en Dod. una versión
cuyos 8 versos políticos se re tro tra e n m uy posiblem ente a 8 trím e­
tro s o coliam bos; lo notable es que en Par. hay una versión reducida
de esa m ism a versión am pliada, el verso coincide con el de Dod.
Efectivam ente, ap a rte del verso com plem entario hay coincidencias
com o κάρυα τις èv όδώ[, καρπόν εφερε πολ ιίν[; y la com binación de
am bos textos p erm ite re stitu ir un final δείνας χάριτας άντιλαμβάνω.
Claro que en Dod. hay m ás verso, por ejem plo, un trím etro com ­
pleto ή (δ ε ) στενάξας’ έκ βάθους τής καρδίας. El verso, repito, es in­
com patible con el de I: cf., por ejem plo, I ά&λία èycb eiμ', ήτις ύβρεις
καί λύπας, Dod. \οϊμοι τη πανα$λία. Véase igualm ente la fábula ya
aludida H. 230, con poco verso en F. An. I y m ucho y diferente en
Par., que d esarrolla m ás am pliam ente la escena en que el niño que
se ahoga pide auxilio y un p asto r le reprende en estilo directo, escena
seguida del «cierre» del niño. Las dos fábulas se reconstruyen b as­
tan te exactam ente:

I: παίς ( τ ις ) ποτ' εν τινι ποταμω έλούετο


(mss. λουόμενος εν τινι ποταμώ)
κάκινδύνευσεν άποπνιγήναι, ώς δ’ είδε (mss. ίδών δέ)
οδοίπορον τιν \ τούτον έπι βοήθειαν (mss.riva οδοιπόρον)
έκάλει ώς τολμηρφ.
Το δε μειράκιον προς αύτόν ειπεν’ άλλα σύ (mss. είπεν πρός αύτόν)
νυν μοι βοή&ει, ύστερον δέ μοι μέμφου. (ver los mss.)

Par.: Οΰπω κολυμβαν μειράκιον [ y


ποταμόν διειδή και καλόν θεώρησαν
ερριψεν αύτόν γυμνόν ώς κολυμβήσον.
'06 Historia de la fábula greco-latina

Τό ρεύμα δ’αύτόν καί τό βάθος _ 1^ ^


y _ u _ y _ u ] χεϊρας εκτεινον
_ υ υ ] εδίδου χεΐρα.
Τό δ' εϊπεν άρτι μοι βοήθει [ _ y y
y _ u _ y _ υ υ ] όταν σώσης με.

Se trata , com o se ve, de una fábula de seis versos frente a una


de ocho.
Ahora bien, tam bién puede suceder que sea la línea de Par., Dod.
la que abrevia. Así en H. 226 «El p asto r que brom eaba», donde Par.
y Dod. p resen tan un texto con b astan te verso com plem entario del
de F. An. III γ y III S: en esta version las llam adas del niño que
avisan de la presencia (prim ero falsa, luego real) del lobo van en
estilo directo. En cam bio, en F. An. I todo es en estilo indirecto; el
texto es m ás largo y queda m uy poco verso.
E ste poco verso de I se puede deducir del comienzo ποιμήν
έλαύνων[ (mss. έζελαύνων) y, sobre todo, de la lectu ra del ms. E, al
final, ]τών προβάτων στερηθήνai. El verso de la o tra línea podría res­
titu irse así:

ΠαΓς τις νέμων πρόβατα πολλάκις άνέκραγε (Par. + ΙΙΙδ. cf. Dod.)
λύκος, βοήθειτ" οί δ’ άγρόται\_ (Par., cf. los dem ás)
y _ u _ u ]μή άληθεύειν όλως (Dod.)
^ l - u - u u ]ό λύκος, δεΰτε (Π Ιδ, cf. los dem ás)
ούδείς έπίστευα' ούδ’ [ υ _ ] βοηθήσαι (Par., ΙΙΙδ)
Ό λύκος δ' άδειας (ΙΙΙδ, cf. los dem ás)
y _ u ] πάσαν ευκόλως διέφθειρε (cf. Dod.)

En las fábulas h asta aquí relacionadas hay, com o h a podido ob­


servarse, determ in ad as diferencias de contenido, estru c tu ra y exten­
sión que van ligadas a las diferencias de versificación. O tras veces
estas diferencias, si las hay, son m ínim as.
Así, es esencialm ente igual el argum ento de F. An. I y Par., Dod.
en la fábula H. 44 «Las ranas pidiendo rey»: sólo ciertas derivacio­
nes de la p rim era línea, com o son Fedro y F. An. II, introducen algu­
nas m odificaciones (p ara el verso de F. An. I, cf. vol. I, p. 94). Se
tra ta de dos versiones helenísticas p rim arias, una coincidencia en­
tre II y Dod (II χρόνου δε πολλου παρφχηκότος, Dod. χρόνου δέ πολλοϋ
προβεβηκότος) debe proceder de contam inación. Lo m ism o podría
decirse de H. 193 «El asno que llevaba una imagen», con algo de
verso en F. An. I y b astante, pero diferente, en Par. (Tetr. está p ró ­
ximo, es de la m ism a línea). B ástenos citar parcialm ente el cierre del
am o, que se b u rla del asno que creía referida a él m ism o la adoración
dirigida a la im agen que llevaba: I καί τοΰτο λοιπόν ήν, όνον σ' ΰπ'
ανθρώπων Par. όνος ει θεόν φέρων.
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 107

Tam bién es sem ejante el caso de H. 146 «El león y la rana», sólo
que aquí querríam os n o tar la gran proxim idad léxica y fraseoló­
gica de las dos versiones: quizá (como en el caso de H. 31, véase
m ás arriba) nos las habernos con una fábula en verso p rim ario de la
que han salido dos con verso secundario. En todo caso, es claro
que el com ienzo de F. An. I

Λέων άκούσας βατράχου κεκραγότος


έπεστράφη πρός (τήν θέαν?) [ y _ y y

no encaja con la segunda línea de Dod.

τόν δοΰπον ώς ήκουσεν, έστράφη [ y y

ni el cierre final de I

μηδέν' άκοή ταραττέτω πρό τής θέας

coincide con el verso bizantino de Dod. τόν έχέφρονa μηδεις ταράττει


λόγος. Cf. tam bién I ώς είδεν αυτόν τής λίμνης έξελθόντα (mss. εΆεάσατο
άπό, Par. ]μα κράν τής λίμνης.
Cito, finalm ente, H. 222 «El p asto r y el perro», con dos versiones,
en F. An. I y Par., sem ejantes, pero con dos versos helenísticos m uy
diferentes.

S u b tip o II: M o d elo m é tric o p rim a rio en Par.


o p u e sto a o tro en Dod.

Y verso 1 (Par.)
E squem a: X p ro sa .t'
Z verso 2 (Dod.)

La p ertenencia de Par. y Dod. a ram as diferentes de la tradición


no tiene p or qué extrañarnos, es un hecho con el que nos hem os
rep etid am en te encontrado. Lo único nuevo es que aquí esas dos
ram as son dos versiones m étricas prim arias.
E ste es el caso de H. 46 «Boreas y el Sol», la vieja fábula que
viene de Sófocles. Aquí F. An. I y Dod. se siguen paso a paso, presen­
tando pequeños restos m étricos com plem entarios; si hay que con­
sid erar a Dod. un testigo independiente (aparte de p orque sería ex­
trañ a una derivación de I), es porque su o δέ χλιάνας recoge una
palab ra de la versión de Sófocles (por lo dem ás tam bién en Par. 1).
Es claro que el baño final del cam inante vencido p o r el Sol procede
de la últim a fase de la Augustana, no está en Dod. ni en las versiones
siriacas, tam bién de esta ram a. En cuanto a la otra, en las dos redac­
108 Historia de la fábula greco-latina

ciones de Par. y en una am pliación en B abrio, p resen ta pequeños res­


tos m étricos independientes: Par. 1 Βορράς δέ πρώτος, ό δε ‘Ή λιο ς etc.
Más clara es la cosa en H. 234 «El gusano», tan to p o r la dife­
rencia del argum ento com o p o r la m ejor conservación del verso.
En Dod. (de donde derivan las versiones de F. An.) la m adre prueba
la vista y el olfato de su hijo con el m oral y el incienso; en Par. son
las p artes de su m ad re lo que huele el hijo. En el p rim er caso el
cierre está a cargo de la m adre, en el segundo de un herm ano. Te­
nem os:

Dod.: σπάλαξ λέγει τή μητρί [ _ y _ y y (cf. F. An.)


y _ u _ y _ ] συκαμινέαν δρω
Έ κ δευτέρου δ ’ εφη [ u _ ^ ^
Οσμής πεπλήρωμαι [ u _ y ^
ώ τέκνον, ού μόνον [ u _ y _ ^
Par.: ^ _ u _ y _ u _ ] τήν μητέρα
9έλων φιλήσαι

Como se ve, p arece tra ta rse de un subtipo m ás bien raro.

S u b tip o I I I : M odelo m é tric o p rim a rio en F. An. o p u e sto a otro


de o tra fu e n te o ig u a lm e n te de F. An.

Y verso 1 (F. An.)


E squem a: X prosa
Z verso 2 (F. An. u o tra fuente)

E ste subtipo hace ver, una vez m ás, la riqueza de la tradición


fabulística. H allam os, en efecto, m odelos m étricos p rim ario s en fá­
bulas tran sm itid as p o r puro azar; en papiros y tradición indirecta.
E sto ya lo vimos p ara H. 32 «El asesino», con dos versiones m étricas
prim arias, una en F. An. y o tra en un papiro Grenfell; véase el de­
talle supra , p. 23.
P resento a continuación otros tres ejem plos sem ejantes.
El p rim ero es H. 40 «El astrólogo», fábula en que F. An. I ha con­
servado una gran p a rte del verso de la versión p rim aria que sigue,
véase en vol. I, p. 94; se halla un resum en en T etr. Pero en Diógenes
Laercio hay huellas de u n a segunda versión m étrica, derivada en
definitiva com o la p rim era del conocido pasaje del T e e te to platónico
(cf. vol. I, p. 416). Se conserva en p a rte el verso del «cierre» de
la vieja que se dirige a Tales (pues aquí la anécdota sigue refirién­
dose a él, com o en Platón:

Σύ γάρ, ώ Θαλή, τάν ποσίν ίδεϊν ού δυνάμενος (una inversión)


τάπ’ ούρανω [ _ u ] ο'ίει γνώσεα&αι;
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 109

B ajo H. 211 «La serpiente y el cangrejo» reunim os en realidad


dos fábulas, derivadas am bas del conocido escolio ático. La de F. An.
m antiene los m ism os anim ales y m ás o m enos la m ism a intención
(la serpiente quiere que el cangrejo «ande derecho», cosa que no
hace ella), p ero hace que la serpiente m uera y es entonces cuando
se pone derecha, lo que da lugar al cierre satírico del cangrejo. La
segunda fábula se en cuentra en Aftonio y B abrio y en ella los p er­
sonajes son el cangrejo y su m adre: la m adre pide al hijo que haga
lo que ella no es capaz de hacer. Es una fábula abreviada.
El m odelo 1 p resen ta algo de verso, no m ucho:

_ u _ _ ]ταύτ<}> διέτριβόν
άε'ι ύπουλος [ _ u ] καί πονηρός ήν
εκείνος ούκ έπει'9ετο [ υ ^ _ ^ ^
ώ ούτος, άλλ’ ού νΰν σ' Ιχρην άπλούν είναι..
El 2 se conserva b astan te bien en Aftonio, de donde puede obte­
nerse el verso m ejo r que del derivado en B abrio, del que vienen Par.,
y de T etr. y Aviano. Introduciendo algunos cam bios de orden, se
obtiene del prim ero:

ώ παϊ, τί δε λοξήν (σ ύ γε ) βαδίζεις οδόν


ορθήν Ιέναι προσήκον; ή μήτηρ είπε.
Ό δε πρός αυτήν τήξ οδού ήγού, μήτερ,
y _ υ _ ] βαδίζειν πειράσομαι.
Más clara es la existencia de dos fábulas en lo que se refiere
a H. 43 y 70 «Las ranas», aunque no se ve claro cuál puede ser la
m ás fiel al original; quedan entre ellas algunas coincidencias n o ta­
bles. E n la fáb u la de F. An. 70 (I, III), la ra n a que no quiere irse a la
laguna y se queda al lado del cam ino m uere ap lastad a p o r el carro;
en la de H. 43 (I, II, III; T etr. es un resum en) una de las dos ran
rechaza el consejo de la o tra de ir a vivir a un pozo: si se seca,
dice, ¿cómo podrem os salir?
Véase el verso de am bas fábulas:

H. 70: δύο βάτραχοι έγειτνίων <ποτ’> άλλήλοις


ενέμοντ δ μέν βαθεϊαν [ _ ] οδού πόρρω
λίμνην, ό δ’ έν όδφ μικρόν [ _ ] ύδωρ εχων.
Εκείνος ούκ επείθετο [ υ _ 1^ ^
εως συνέβη άμαξαν αύτόν συνθλάσαι
(cf. III)

Η. 43: βάτραχοι δύο [ u y _ u _ y _ y y


^ - u —] άμελετήτως καθάλλεσθαι,
δ δ' 'έτερος ζλεγε [ _ υ υ ] ύδωρ ξηρανθή
110 Historia de la fábula greco-latina

E jem plos com o éstos m u estran cóm o trab a jab an los versifica­
dores, obteniendo fábulas nuevas o versiones alterad as de las an ti­
guas, m ien tras que o tras veces se lim itaban a reducir o am pliar o,
sim plem ente, a p ro c u ra r una versión nueva.
E xiste a veces al m enos la posibilidad de que haya habido una
tradición m étrica b inaria, con dos m odelos prim arios, pero al estar
rep resen tad a u n a de las ram as p o r fábulas en verso reciente o en
traducción, ello no es seguro. Demos unos pocos ejem plos, en tre bas­
tan tes m ás que p odrían proponerse al m enos hipotéticam ente, pues
tam bién es posible que una ram a derive de la otra.

S u b tip o IV : T ra d ició n binaria so la m e n te p o sib le

Me refiero en p rim er lugar a no H. 124 «El m édico ignorante»,


p a ra el que poseem os, de un lado, la versión de B abrio (con dos
derivados en Par.) y, de otro, la del pseudo-Dositeo, que deja ver res­
tos claros de verso. Ambas versiones p resen tan cosas com unes, el
tem a del m édico que se encuentra a un enferm o al que creía m uerto.
Pero m ien tras que en B abrio el enferm o le dice al m édico que los
dioses infernales se q u ejan de los m édicos que cu ran dem asiados
enferm os, p ara tran q u ilizarle después diciendo que ya hizo saber
a dichos dioses que él no es un verdadero m édico, p o r lo que nada
tiene que tem er, en el pseudo-Dositeo el tem a es distinto: los dioses
se q u ejan de los m édicos que no dejan m o rir a los enferm os y les
am enazan, a lo que sigue una observación del enferm o p ara tra n q u i­
lizar al m édico con igual argum ento. El tem a ha sido variado en dos
sentidos diferentes; de o tra p arte, en el pseudo-Dositeo falta la p arte
inicial de B abrio, el diálogo del m édico y el enferm o en que aquél
anuncia —falsam ente— la rápida m uerte de éste.
Puede pensarse, ciertam ente, que B abrio altera y am plía un ori­
ginal m ás fielm ente conservado por la o tra fuente. Pero tam bién es
pensable, dado que haya habido dos líneas desde antiguo, que han
ido a p arar, respectivam ente, al pesudo-Dositeo y B abrio; el m odelo
del segundo sería, com o es habitual, verso sem iprosificado.
F inalm ente, en el caso de ciertas fábulas en que Fedro, Aviano,
las fábulas siríacas, etc., ofrecen una versión m uy diferente del resto
de la tradición, podem os d u d ar en tre p re sen tar ésta com o derivada
o p ro p o n er que depende de un segundo m odelo antiguo. Así, por
ejem plo, en el caso de H. 138 «Los perros ham brientos»: en Sy. hay
lobos en vez de p erro s e interviene al final «un hom bre», que cierra.
O en el de no H. 155 «El p erro y los herreros», en que Sy. p resen ta
diferencia de detalle y es un resum en de la línea principal, que con­
serva m ucho verso. O, todavía, en el de no H. 164 «El p erro fiel»,
en que F edro y Sy. difieren en la resp u esta del perro, siendo im po­
sible decidir qué fábula es m ás antigua.
L a s c o le c c io n e s h e le n ís t ic a s c o n m á s d e u n a v e r s ió n m é tr ic a p r im a r ia 111

S u b tip o V: Casos especiales d e n tro de la tra d ició n binaria

E n o tras ocasiones parece verosím il la existencia ya desde época


helenística de dos ram as de la tradición, aunque p a ra una de ellas
no podem os co m p ro b ar la existencia de verso. Puede proceder de la
tradición oral o de una fuente antigua no versificada. Sucede, de
o tra parte, en ocasiones, que una de estas dos ram as (a veces secun­
d ariam ente versificada) tenem os razones p ara sospechar que deriva
del m odelo antiguo de la otra, la de versificación p rim aria: es una
fábula griega antigua o una fábula oriental.
Véase, p o r ejem plo, lo que sucede con la fábula H. 83 «La zorra
y el mono», que procede de un original de D em etrio desgajado del
Epodo VI de Arquíloco. Aquí hay restos de verso en las versiones
de F. An. Pues bien, Luciano p resen ta en diversos lugares (véase
Apéndice I) huellas de una versión diferente de la fábula en que
no se tra ta del mono-rey vencedor en el concurso de danza y burlado
p o r la zorra que le pone un trozo de carne en una tram pa, sino de
unos m onos enseñados por un rey (por C leopatra en o tras versiones)
a danzar graciosam ente con m antos de p ú rp u ra y m áscaras. Cuando
alguien les echó higos o alm endras (nueces en o tra versión), abando­
naro n la danza y se tira ro n a por los frutos. Pues bien, he apuntado
en o tro lugar (vol. I, p.370) la idea de que la fábula egipcia de que
se hace eco Luciano yque dem uestra un m ejor conocim iento del
m ono, anim al que no com e carne, es precisam ente la fuente de Ar­
quíloco. Si así fuera, hallam os en época helenística una descenden­
cia del m odelo egipcio, sin verso, y o tra de su transform ación en
Arquíloco, con verso yámbico.
O tro caso en que podem os d etectar una fuente oriental que ha
dejado ra stro en Grecia y una derivación ya propiam ente griega con
restos de m etro yám bico es el de H. 140 «El m osquito y el toro».
Ya hem os dicho (vol. I, p. 339) que se tra ta de la versión griega
de la fábula asiria del elefante y el m osquito, que de alguna m anera
llegó al poeta M esomedes, en el siglo n d. C., quien nos la tran sm ite
en m etro lírico: no sabem os si en griego ha llegado a h ab er o no
una versión yám bica. Pero sí la hay p ara la fábula de ahí derivada,
la del toro y el elefante. El m odelo yám bico trasluce en F. An. y
B abrio, subyace tam bién a las versiones siríacas; de él, a su vez,
sale una nueva fábula, la del cam ello y la pulga, que aparece en
Rómulo, seguram ente un derivado de Fedro; y o tra m ás de «El m os­
q uito y el toro» en Rom. 84; tam bién la de «La m osca y la m uía» en
Fedro III 6 y Rom. 47.
Es notable, en este caso, la conservación de los elem entos m é­
tricos originales tan to en F. An. com o en B abrio (de donde salen Par.
y T etr.). El comienzo, que es en F. An. Κώνωψ έπιστάς κέρατι ταύρου
y en B abrio igual pero con κέρατι καμπύλω, rem onta probablem ente
112 Historia de la fábula greco-latina

a un m odelo κώνωψ έπιστάς κέρατι άγριου ταύρου. Y el final de B abrio


parece derivar de un texto cuyo verso se conserva parcialm ente en
F. An. (έάν άπέλ&ης, γνώσομαι). Ese m odelo com ún deja tam bién huella,
com o decim os, en las versiones siriacas en las cuales el m osquito,
igual que en B abrio, se expresa en estilo directo.

S u b tip o V I: T ra d ició n tern a ria o m á s ra m ifica d a aún

No es frecuente, pero p ara alguna fábula tenem os que acudir a


la hipótesis de la existencia de tres originales helenísticos p rim a­
rios, con o sin verso. E sto sucede con fábulas cuyo m odelo desco­
nocem os y tam bién p a ra o tras cuyo m odelo antiguo u o riental nos
es m ejo r o peor conocido.
Quiero referirm e, en p rim er lugar, a H. 274 «El etíope» y no H. 60
«El buey y el asno que araban». La p rim era es u n a fábula sobre
el clásico tem a de que «la naturaleza no cambia»: el negro o el
indio no pierden el color p o r m ucho que se les lave. Ahora bien,
hay tres variaciones que no parece fácil re d u cir a la unidad:

a) E n Aftonio (tran sm itido tam bién com o H. 274) y T em istio hay


u na fábula con claras huellas de verso (véase el final: μεταβαλεϊν ούκ
εσχε, / νοσέϊν δέ τώ πονεϊν παρεσκεύασεν). En ella el am o lava al etíope
(indio en Tem istio) y lo único que consigue es hacerle enferm ar.
b) E n Syn. y una de las versiones de Syr. es el negro (o indio)
el que se lava a sí m ism o inútilm ente.
c) En o tra versión siríaca, un hom bre que no quiere acudir a
u na com ida se excusa diciendo que el rey le ha entregado un negro
p a ra blanquearlo. El diálogo que se sigue es sobre el tem a de la
invariabilidad de la naturaleza.

P or supuesto, no podem os certificar que las versiones b) y c) sean


antiguas o que tengan verso. Pero es una posibilidad. De todas for­
m as, a) parece conservar m ejor el m odelo antiguo.
De un modo sem ejante varían las versiones de no H. 60. Son
b astan te diferentes:

a) En Plauto hay alusión a que el asno, uncido al buey, cae p o r


ser el m ás débil.
b) En B abrio, tras a ra r am bos, son desuncidos y es el asno el
que tiene que llevar los in stru m en to s de labranza al am o, a pesar
de h ab er trab a jad o am bos igual y ser él el m ás débil.
c) En el co d ex A d e m a ri (Fedro?) el asno, que no ha querido
ayudar al buey que llevaba con él el yugo, ha de llevarlo cuando
cae y m uere.
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 113

El tem a es, com o se ve, sustancialm ente el m ism o: pero no te­


nem os argum entos p a ra derivar unas de o tras las diferentes ver­
siones.
Veam os ah ora un caso diferente. En H. 254 «La tortuga y la
liebre» hallam os, de u n lado, dos versiones con diferente verso y
diferente e stru c tu ra en F. An. I y en Par., Dod., respectivam ente:
en una versión hay p u ra acción, en la o tra un debate, adem ás in ter­
viene la zo rra y cam bia el orden de la acción.
De todas m aneras, se tra ta en definitiva, en el origen, de un
m odelo único, la d isp u ta sobre la rapidez de la c a rre ra en tre la
to rtu g a y la liebre, que term ina con la victoria de ésta: el epim itio
elogia el p onos, a la m anera de las fábulas cínicas.
Pues bien, hay que co m p arar esta fábula con la extensa de
Libanio, cuyos p ro tagonistas son la to rtu g a y el caballo. Pese a su
p resen tació n p retenciosa y retórica, esta fábula, en la que no se en­
cu en tran huellas de verso, tiene elem entos com unes con la o tra línea,
sobre todo en Par., Dod., así en la risa inicial del contrincante de
la tortuga, en el debate, en el elogio del esfuerzo. No podem os saber
qué anim al es m ás antiguo en la fábula, la liebre o el caballo; ni
si am bas versiones vienen de Dem etrio o sólo la de la liebre, escin­
dida luego en dos. Quizá una y o tra pueden haberse derivado inde­
pen d ientem ente del tem a de Aquiles y la to rtu g a en Zenón de Elea.
En todo caso, hay en la edad helenística dos líneas, en una de las
cuales no hay huellas de verso.
Con esto pasam os a m encionar fábulas p a ra las que conocem os,
m ejo r o peor, tan to los antecedentes antiguos u orientales como
los derivados helenísticos.
Un p rim er ejem plo lo hem os visto ya, en realidad: es la fábula
del ciervo, el caballo y el cazador de Estesícoro, prosificada por
Filisto y, a p a rtir de él, rem odelada o tra vez p o r A ristóteles y Conón.
Ya hem os visto que de esta fábula hizo una redacción nueva, con
el jab alí en lugar del ciervo, D em etrio de Falero, y que de esta nueva
versión conocem os tres derivados m étricos prim arios: el que h a
dejado huellas en F. An. (y sin duda tam bién en o tras colecciones),
el prosificado p o r P. R ylands y el que aparece en Par. Lo notable
es —y a ello hem os hecho tam bién alusión— que perm aneció vivo
el m odelo en alguna de las fases de su evolución, pues fue conta­
m inado p or H oracio y Róm ulo con alguno de los m odelos helenís­
ticos. P ara m ayor detalle rem ito a mi artículo ya citado.
Veamos ah ora una fábula de s te m m a muy com plejo y m odelo
oriental, H. 132 «El vientre y los pies». Es fábula que ha sufrido
una larga evolución. Hoy se está de acuerdo 17 en p a rtir de la fábula

17 Cf. Ni^jgaard, ob. cit., II, p. 425.


114 Historia de la fábula greco-latina

egipcia de la cabeza y el cuerpo que disputan, de donde deriva la


fábula de M enenio Agripa en Tito Livio (tam bién en P lutarco y Dio­
nisio de H alicarnaso) en que entre los m iem bros y el vientre hay
un en fren tam ien to (pura acción): los m iem bros se niegan a servir
a aquél, y de resu ltas m ueren todos ellos. E sta versión se encuen­
tra, sin alusión ya a M enenio Agripa, en derivados griegos com o son
el m odelo seguido p o r Róm ulo (seguram ente dependiente de Fedro)
y el de M áximo de Tiro, en que se tra ta del pie y el resto del cuerpo.
Pues bien, no sabem os si esta línea ha recibido en griego en
algún m om ento u na versión m étrica o incluso m ás de una: es p ro ­
bable que sí. Pero sí la tiene u n a segunda línea (quizá nacida a
p a rtir de la versión de la an terio r en Máximo de Tiro, com o quiere
N ^jgaard), en que se tra ta , ahora, de un debate y éste tiene lugar
en tre el vientre y los pies. Ha dejado huella en F. An. I y en las
versiones siríacas, que conservan el estilo directo en la intervención
de los pies (puesta en indirecto, com o es habitual, p o r I). Pues bien,
en F. An. I hallam os huellas de verso, aunque no abundantes, se tra ta
de un resum en. Y hay que añ ad ir todavía que H. 291 (de donde
B abrio 134) «La cabeza y la cola de la serpiente» es o tro derivado,
quizá d irectam ente sobre el m odelo egipcio, al que es m ás fiel que
las dem ás versiones: hay otros ejem plos de derivación de u n a fábula
de B abrio a p a rtir de una oriental desconocida fuera de él. En cam ­
bio, «El vientre y los ojos» de Dión C risóstom o, es seguram ente un
derivado de la versión que está en la base de Tito Livio.
Tenem os, pues, una fuente egipcia, seguram ente conocida por la
fuente de B abrio, y tenem os dos derivaciones griegas, una de ellas
m étrica y la o tra seguram ente tam bién; adem ás la de B abrio, quizá
derivada directam ente, com o en el caso de o tras fábulas orientales.
Podem os sospechar que las dos p rim eras versiones no son indepen­
dientes y que aquella que sustituye el debate cabeza/cuerpo egipcio
p o r el enfren tam ien to en acción del vientre y los m iem bros ha influido
en la o tra línea, la del debate vientre/pies. Pero ésta, a su vez, conoce
el m odelo egipcio, al cual sigue en cuanto se tra ta de una disputa,
no de acción. C uriosam ente, la A ugustana y Fedro se colocan en este
caso en dos ram as d istin tas de la tradición. Y el s te m m a es distinto
del an terio r, ju n to a referencias a la fábula oriental, hallam os huella
de dos derivados griegos, no uno solo.
Podem os, pues, p roponer un esquem a com o éste:

V verso 1 (?) (T. Livio, etc.)

X fáb. egipcias Z verso 2 (F. An.)

W (H. 291)
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 115

O tra fábula a la que conviene p re sta r atención en este contexto


es H. 51 «El lab rad o r y la serpiente», en que, adem ás de las tres
versiones de F. An. (y de las de Par., Dod. y Tetr., em parentadas con
ellas), hay que ten er en cuenta la de Róm ulo 39, la de Syr. L y la
del P añca ta n tra I I I 6. Efectivam ente, N 0jgaard, que desconoce la
fábula siríaca, ha llam ado, en cam bio, la atención sobre la del Pañca­
tantra, haciendo ver algunas coincidencias notables de la m ism a
con la de Rómulo: toda una p rim era fase de la h isto ria en que el
lab rad o r alim enta a la serpiente y ésta aum enta su prosperidad,
h asta el m om ento en que el lab rad o r se vuelve co n tra la serpiente
(en Pañc. la ataca sim plem ente, en Róm ulo es su hijo el que le
co rta la cola). Es el tem a de la serpiente que aum enta la riqueza,
bien d istin to del h abitual en Grecia de la serpiente m alévola.
Njójgaard postuló que Pañc. y Róm ulo son, con las o tras versio­
nes, ram as de un árbol del que todas derivan; presen tan coinciden­
cias únicas, pero Róm ulo es independiente. Esto es cierto. H abría
que añadir, creo, que son dos derivaciones de u n a versión inicial
«com pleta» de la fábula, sin duda la de Dem etrio de Falero; y que
o tra derivación de la m ism a es la de Syr. Pienso que, com o en el
caso de la fábula de la golondrina, es una versión griega la que
ha p enetrado en la In dia y no al revés: pero una versión m ás an ti­
gua que la de F. An., versión «recortada», en que la serpiente m ata
al hijo del labrador, éste ataca a la serpiente (corta su cola en II,
hiere p or e rro r la p ied ra en I y III) y cuando luego quiere recon­
ciliarse recibe la resp uesta negativa de la serpiente.
Ya es en Pañc., ya en Róm ulo, ya en Syr. donde se hallan huellas
de cosas arcaicas, a veces elim inadas en la versión recortada, a veces
conservadas en ella. Es arcaico el tem a de la cola de la serpiente
en Róm ulo y II, tam bién en Syr., donde se tra ta de la cola del hijo
de la serpiente; tam bién lo es el de la m uerte del hijo del labrador,
en Pañc. y F. An.; y, com o he indicado, todo el comienzo, m ás o
m enos fielm ente conservado en Pañc., Róm ulo y Syr. Pero, dentro
de éste, Syr. y Pañc. se siguen m uy de cerca al colocar la escena
en el campo, ju n to a la cueva de la serpiente, que deposita ju n to
a su boca m onedas; esto es arcaico, tam bién en F. An. nos hallam os
en el cam po ante la cueva, m ientras que Róm ulo desplaza la acción
a la casa del labrador. Por o tra parte, el P a ñ ca ta n tra introduce in­
novaciones: la conciliación de la serpiente, es el hijo del lab rad o r
y no éste el que ataca a la serpiente.
O sea, insistim os: tan to Róm ulo, que en realidad es un derivado
de Fedro (cf. p. 507), como Syr. (derivado en este caso de una tra ­
dición an terio r a F. An.), com o el P a ñ ca ta n tra (cuya fábula es
nueva, no está en el T ra n trä k h y ä y ik a ) proceden de una fábula
«amplia» cuyo tem a es m ás o m enos: la serpiente enriquece al
lab rad o r dejando m onedas ju n to a su cueva, éste desagradecido la
116 Historia de la fábula greco-latina

ataca cortán d o le la cola y, a continuación, hay un doble tem a:


el lab ra d o r se em pobrece, la serpiente m ata a su hijo. T rata enton­
ces el lab ra d o r de reconciliarse y la serpiente se niega. Pues bien,
de aquí nace u na versión derivada que elim ina el comienzo e in­
vierte el orden de los tem as, ahora el hijo del lab ra d o r es m uerto
prim ero, él ataca a la serpiente después. Es la de F. An., que en
realidad se descom pone en tres:

a) F. An. I. La serpiente m ata al hijo del lab ra d o r y este últim o


in ten ta m atarla a su vez con un hacha, pero sólo consigue golpear
la roca ju n to a la cueva de la serpiente. El intento de reconciliación
del lab ra d o r es rechazado p o r la serpiente: m ientras la una vea la
roca m ellada y el o tro la tum ba de su hijo, no h ab rá reconciliación.
b) F. An. II. Hay las siguientes variaciones: el labrador, al in­
te n ta r vengarse, co rta la cola de la serpiente; cuando busca recon­
ciliarse, ofrece a la serpiente h arin a y m iel (esto es pasado por alto
en la o tra versión). Lo dem ás es igual.
c) F. An. II I = Par., Dod., resum en en T etr. El tem a es el de a),
sólo que se incluyen las ofrendas a la serpiente (esta vez un pan
y sal) com o en b).

De en tre las tres versiones, a juzgar p o r el tem a de la cola de


la serpiente, la m ás antigua es b); de su fuente se deducen a) y c)
(tem a de la piedra); probablem ente de un antecedente de b) con­
servó c) el tem a de la conciliación de la serpiente, que transform ó
(el lab ra d o r ofrece pan y sal, sím bolos de am istad y hospitalidad,
en vez de h arin a y miel, alim ento de las serpientes sagradas). O sea,
que proponem os:

P a ñ ca ta n tra

D. F. — X
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 117

El estudio en detalle de los elem entos m étricos y prosaicos


de a), b) y c) confirm a este s te m m a . Que los tres deriven de una
versión m étrica helenística se deduce de la coincidencia parcial del
comienzo, dando sólo b) un trím etro com pleto:

’Ό φ ις γεωργού παΐδα δήξας έν ποδί (mss. έν τ φ ποδί)


Γεωργού παΐδα οφις έρπύσας άπέκτεινε (am étrico)
’Ό φ ις έν γεωργού προ&ύροις φωλεύων (am étrico)

Como se ve, las versiones a) y c) derivan del verso m ejor con­


servado en b), p robablem ente son prosificaciones de dos versos
rem odelados difíciles de re stitu ir; una ha conservado el γεωργού
παΐδα, o tra el orden de palabras.
P or lo dem ás, el m etro de b), en p a rte unido a lo específico de
su tem a, ha desaparecido de las o tras versiones. Así:

y _ u ___ ~\τήν οφιν πρός ειρήνην.


Ό δ’ ένδον ών τού φωλεού ^
y —u _ y _ ] έγώ μεν τήν ουράν
βλέπων λυπούμαι [ _ u _ y _ y y

En a) hay o tro s restos de versos nuevos, así los ligados al nuevo


tem a: ~\παρακειμένην / μέτραν διέκοψεν[_. Y los hay tam bién, m ás com ­
pletos, en II I = Par. y Dod. (aunque este últim o contam ina con la
versión b) de F .An. III):

y _ u _ y _ ] προ9ύροις φωλεύων
άνεΐλεν αυτού παΐδα νήπιον τύφας (m ejor en Par.)
Πένθος δε τοΐς γονεύσι [ _ y _ y y
άρτον λαβών καί μέλι ε&ηκ’ έν τή τρώγλη (una inversión)
Ό δ’ οφις συρίξας εϊπεν' ούκ εσται ήμΐν (suprim o λεπτόν)
άπάρτι πίστις

De la version red u cida dependen las bizantinas: Dod. contam ina


los m odelos de F. An. II y III, Par. y T etr. vienen del de III. O sea
que, en definitiva, tenem os tres versiones descendientes de la an ti­
gua, sin que sea posible ver con toda exactitud lo que cada una
conserva o innova; y una cu a rta m ás, reducida, que p re sen ta un
m etro sin duda secundario, que a su vez es rem odelado en el que
llam aríam os verso terciario de F. An. I y III.
Con esto pasam os a ocuparnos de la fábula de la golondrina
(H. 39), la de s te m m a m ás rico de todas las de la antigüedad clásica.
Nos lim itam os a resu m ir lo dicho en los dos artículos de «Em érita»,
ya citados; cf. tam bién supra, pp. 98 y ss. En el caso de esta fábula,
tenem os las siguientes versiones prim arias, ju n to a cada una de las
118 Historia de la fábula greco-latina

cuales hablam os brevem ente de las secundarias de ella derivadas


o con ella contam inadas:

a) V ersión del P. Rylands, cuyo contenido y restos m étricos h e­


m os estudiado m ás arrib a. Es la m ás alterada: se m antiene el tem a
del m uérdago (del que se fabrica la liga), pero la golondrina es sus­
titu id a p o r la lechuza y la etiología es diferente. H em os visto que
del original de esta versión derivan dos versiones en Dión Crisós-
tom o, una de ellas co ntam inada con o tra ram a (tem a del lino).
b) V ersión de H. 39a (F. An. I), la m ás tradicional: intervienen
la golondrina y el tem a del m uérdago, explicándose p o r qué el ave
es acogida en las casas de los hom bres. Restos m étricos:

y _ u _ y _ u _ y ] τοϊς πτηνοΐς
κίνδυνον, άθροίσ ασα πάντα τόρνεα (mss. συναθροίσασα)
y _ u _ y _ u _ ] συνεβούλευε
αύτοΐς μάλιστα [ _ u _ ^ _ y y
εΐ δ ’ äp’ αδύνατον [ _ u ] έπ’ ανθρώπους (mss. εί δ' &pa τούτο αύτοΐς
συλλαμβάνωσι ν αύτά [ _ y y αδύνατον, έπι τούς ανθρώπους)
y _ u _ y _ ] ΐκέτις τών ανθρώπων
σύνοικον αύτοΐς προσελάβοντο [ _ y y
μόνην δέ τήν χελιδόνα [ u y _ y y
y _ u u ] άδεώς νεοττοποιεΐσθαι.

De esta version creo que derivan dos secundarias:

a) Ya en mi p rim er artículo establecí la dependencia de la ver­


sion de la p aráfrasis Bodleiana (ms. Ba) 350 Ch. = 164 Cr., sobre
la base de las n u m erosas coincidencias literales. Se tra ta de un
resum en, en verso helenístico, en elcual cam bia la etiología final:

δτ’ ιξόν έφυε δρυς [ u u ] , βλάβην όρνέων (mss. δ. i. ε.)


ή (μ έ ν ) χελιδών πάσιν όρνέοις είπε (m ss. ή φρονιμωτάτη χ. εί. π. ό.)
y _ ] τα <5’ ώς φρονούσαν ούδέν [ _ y y (mss.ού φρ.)
ταύτην παρελογίσαντο [ _ y _ y y
τότ' ή χελιδών [ u ] ίκέτευσεν ανθρώπους (mss. τούς ά-)
σύνοικον αύτήν [ _ υ _ ] είσδέξασθαι
y _ u _ y —u ] μονής αύτής
ιξός [ u _ ] πτηρόϊς ούδέποτ' έκολλήθη

β) Tam bién establecía yo en dicho artículo una segunda depen­


dencia, la de B abrio 12, fábula del ru iseñ o r y la golondrina, en que
el p rim ero rechaza los consejos de ésta de que vaya a vivir entre
los hom bres: los recuerdos de su vida —el m ito de Filom ela— no
Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 119

se lo perm iten. Pues bien, en dicho artículo no rep aré en que con­
servam os el m odelo de esta fábula de B abrio (que no tran scrib o
aquí): está en una fábula abreviada que se reconstruye casi entera
a p a rtir de Par. 9 Ch. = 12 Cr. y Dod. 9 Ch. (mss. Ba, Bb, Be):

’Αηδόνι χελιδών συνέβουλευ’ άνθρώποις (Par. σ. χ. τοΐς)


είναι σύνοικον και όμόροφον ώς αύτή.
Ή δε προς αυτήν δακρύοοσ' ε\π" où θέλω (Par. + Dod.)
λύπης παλαιών μου μεμνήσθαι (Par. τήν λύπην των π. μ. σ. μ.)
—— ερέμους οικήσω (Dod.)

La derivación a p a rtir del m odelo de F. An. I es clara p o r las


coincidencias léxicas y la falta de m otivos de o tras ram as.
c) Versión de P. Mich. 457 + P. Yale inv. 1168 v. y de Fedro
(en el cod ex A d e m a ri y Róm ulo, restitución en Zander 28). E n mi
p rim e r artículo, pp. 201 y ss., he argum entado en el sentido de que
estas dos versiones derivan de un original com ún. Al tem a del m uér­
dago se sustituye el del lino, la golondrina sugiere a los p ájaro s
—sin éxito— que com an las sem illas del lino que está siendo p lan­
tado, y luego, cuando crece, que lo arranquen; las dos derivaciones
sim plificaron el doble m otivo en sentido diferente. E n la de los
pap iro s hay huellas claras de verso:

[τό σπέρμα] συλλέξωσι κάφανίσωσι (Pap. συλλέξαντες αφανήσωσι)


y _ ] εαυτών παντελώς απώλειαν (Pap. παντελώς τήν εαυτών ά.)
! ^ _ υ ] τήν [χελιδόν^ος συμβουλείαν (Pap. τήν σ. τής χ.)
ή μεν χε[λιδών u _ ^ ^
y _ u — y _ u ] δώματ’ άνθρώπων

A esta ram a he atribuido —ap a rte de fábulas m edievales que


vienen de F edro— la versión de H. 39 b (en algunos m ss. de F. An. I
y en Ib), si bien yo proponía una contam inación en tre esta línea
y D em etrio. No veo ahora m otivo p ara esto. Se tra ta de una m odi­
ficación de la línea c), en la que la golondrina propone a la aves,
p rim ero, irse a h a b ita r con los hom bres y, luego, com erse la sim iente
del lino, con el extravagante resultado de que, al h acer ellas caso y
com érsela, engordan y los hom bres las cogen. Todo está trastro cad o
y se ha in tro d u cid o el tem a cínico del anim al que perece víctim a
de su codicia. El verso, p o r lo dem ás, es independiente del de los
papiros, aunque no puede excluirse que en la p a rte inicial de la
fábula, p erd id a en los m ism os, fuera igual: es decir, que F. An. Ib
(su m odelo, m ejor) p a rtie ra del verso anterior, m odificándolo en
la m edida exigida p o r el cam bio de tem a. El verso que podem os
re s titu ir es:
120 Historia de la fábula greco-latina

εκκλησίαν τών όρνέων κινήσασα


y _ u — y _ ] παρήνει φάσκουσ α
κράτιστον είναι μή προκδπτειν άνθρώποις (Mb)
_ y υ ] διακεϊσ&αι πρός αυτούς [ _ ^ f
τών όρνέων τις
y _ k j _ ^ _ u _ u ] τό σπέρμα
μάλλον κατεσ9ίωμεν [ _ y _ y y
y _ u _ y _ υ υ ] ύπομείνζντχ
κατεσϋίειν το σπέρμα [ - .> ^ y

d) Añado, recogiéndola de mi p rim er artículo, la existencia de


un cu arto m odelo prim ario, la fábula de «El cazador y los pájaros»,
que hallam os en la segunda versión de Róm ulo (77) y ha ido a p a ra r
(previam ente contam inado con el m odelo de P. Mich. + Yale, etc.)
tam bién a la colección india de fábulas T a n tra k h y a y ik a . Es, n a tu ­
ralm ente, im posible establecer si se tra ta b a de una fábula m étrica,
aunque es p robable que sí.
Así, en definitiva, de la versión de D em etrio se crearon cuatro
fábulas p rim arias, al m enos tres con verso helenístico: se diferencian
por m odificaciones en el tem a (ave protagonista, tram pa, etiología).
De esas fábulas p rim arias se dedujeron o tras secundarias en verso
al m enos en tres casos: las dos de la paráfrasis, del m odelo de
F. An. I; y la de F. An. Ib, del m odelo de P. Mich, y Yale. Re­
sulta m uy notable que una fábula de B abrio dependa de una de
estos m odelos secundarios, que am plía aun dejando coincidencias
literales: es, creo, el p rim er caso en que tenem os el m odelo (casi
com pleto) y el derivado de B abrio. O sea, el s te m m a sería:
FILOM ENA LA LECHUZA AGORERA LA GOLONDRINA MITOS DE LOS
Y PROCNE RESPETADA O R IGINES
RELIGIOSAM ENTE
FAB CLASICA,
\ De m em o /
Ti Prosa *
»G ol. liga;

P Par JV> ( L i p + tin o


P ro a V ene Prtm O doo ác fledu) R om Aofl
t
C em úo

ITM A TtM A S
C IS K U INDIOS

FAB 284 H. FAB. 273 H.


Las colecciones helenísticas con más de una versión métrica primaria 121

En este s te m m a X, Y, Z y W son versiones prim arias, las tres


p rim eras al m enos en verso helenístico. Son versiones secundarias,
tam bién en verso helenístico, las de P ar 1 y 2 y F. An. Ib. De unas
u o tras salen las nuevas versiones en verso m oderno de Fedro y
B abrio. Dejo sin co n siderar el detalle de las versiones m edievales
prosificadas y en nuevo verso.

IV. C o n c l u sio n e s

Lo visto en este capítulo nos perm ite acab ar de com pletar nues­
tra visión de las diversas redacciones en que la fábula proliferaba
en la edad helenística y rom ana. Lo habitual era la presencia de
una sola versificación prim aria, acom pañada a veces de u n a versifi­
cación secundaria (raram ente m ás); en ocasiones, de versiones sem i­
prosificadas, lo hem os visto. E stas diversas versiones solían ir unidas
a m odificaciones argum éntales, que a veces creaban prácticam ente
una nueva fábula, así com o a diversas diferencias en la organización
de la fábula, en su extensión, etc., aunque no siem pre. T am bién había
derivaciones «en cascada», m étricas o sem iprosificadas, con iguales
características. Pero no es ésta la situación única.
Existen fábulas, no dem asiado num erosas p o r o tra p arte, en que
vivían una al lado de o tras dos (y aun más) versiones prim arias,
que a veces se contam inaban y que producían versiones secundarias
en verso, interviniendo tam bién sem iprosificaciones diversas. Esas
dos o m ás versiones solían ir ligadas, ellas tam bién, a diferencias
argum éntales o de los otros tipos m encionados, aunque tam bién
aquí hay excepciones.
No es h ab itu al que las d istin tas versificaciones p rim arias se o r­
ganicen sistem áticam ente en colecciones. E sto se da solam ente en
el caso de la del P. Rylands, que p resen ta siem pre un verso distinto
del de los dem ás textos (sólo en un caso encuentra descendencia
en la tradición indirecta). Por lo dem ás, pese a una uniform ización
general de la colección en lo relativo a los prom itios y a la falta
de epim itios, así com o al estilo, ésta es heterogénea en cuanto a sus
fuentes (clásicas o cínicas) y en cuanto al ca rác te r conservador o
innovador de las diferentes fábulas.
Lo m ás frecuente es que cuando existen dos versiones prim arias,
una sea seguida p o r las fábulas Anónim as y colecciones m ás o m e­
nos conexas, o tra p o r Par. y Dod. Pero no siem pre es así, puede
h ab e r oposición Par./D od., puede haberla en tre dos de las coleccio­
nes Anónimas. Y sucede que toda la tradición tran sm itid a en colec­
ciones sigue u na versión, pero en la tradición in d irecta (citas de
au to res im periales) hay huellas de una segunda. E sto es una pru eb a
m ás de la gran riqueza de la tradición fabulística antigua y de nues-
122 Historia de la fábula greco-latina

tro im perfecto conocim iento de la m ism a, puesto que algunas fá­


bulas sólo casualm ente han llegado a nosotros en la tradición in­
directa.
Es un resultado, aunque negativo, im portante, que la V id a de
E so p o no sigue a ninguna de estas dos colecciones. C ierto que sólo
a ella han llegado algunas fábulas que suponem os que ya estaban
en D em etrio y que no p asaron a las colecciones. Pero la V ida utilizó,
parece, una colección interm edia independiente (tam bién conocida
p o r la Vida): cf. pp. 336 y s. H ubo tam bién o tras colecciones m ar­
ginales varias, de ellas me ocuparé en la P arte II. De ellas dependen
a veces las fábulas añadidas a diversas colecciones.
T am bién es im p o rtan te lo que hem os visto sobre la persistencia
de la difusión de m odelos ya antiguos ya orientales, que h an dado
sucesivam ente, a veces, varias redacciones a lo largo de la edad
helenística y rom ana. O currían cosas notables, como, por ejem plo,
que uno de esos m odelos antiguos se contam inaba a veces con la
tradición de D em etrio p ara d ar nuevas fábulas: esto lo hem os vis­
to en el caso de «El ciervo, el caballo y el cazador» de Estesícoro.
Igual o cu rría con ciertos m odelos orientales, así en el caso de la
fábula egipcia de «La cabeza y los m iem bros». A veces, es claro,
faltan los m odelos interm edios, así en «El lab ra d o r y la serpiente».
O tra cosa notable es la creación de nuevos derivados prosaicos a
p a rtir de la fábula antigua que, p o r o tra parte, era la responsable
de la creación de la línea principal de una determ inada fábula, con
uno o m ás m odelos prim arios.
E n los casos m ás com plejos, u n a fábula se difundía en h asta
cuatro m odelos prim arios y varios secundarios, en m edio de conta­
m inaciones, reducciones, am pliaciones, introducciones de nuevo ver­
so. El pan o ram a com pleto se nos escapa, claro está. Pero podem os
intuirlo.
PA R TE II

LA FABULA E N LA EPOCA IM P E R IA L ROMANA


CAPITULO I
FED R O

I. G en e r a l id a d e s

E n vol. I, pp. 34 y ss., he dado u n a caracterización general de las


fábulas de F edro y pasado revista a las ideas de varios autores, sobre
todo Thiele y H au srath, sobre sus fuentes; luego, a p a rtir de p. 140,
he hecho algunas indicaciones sobre derivaciones m edievales de fá­
bulas p erdidas del fabulista. La conclusión fundam ental era que
Fedro bebe de las m ism as colecciones griegas que, derivadas de las
fábulas en verso helenístico, sirvieron igualm ente de base p a ra el
resto de la trad ició n fabulística antigua. Si, dentro de esas colec­
ciones, elige unas fábulas u otras, ello se debe a sus propios in te­
reses, d en tro de su orientación cínico-estoica y su resurrección de
la fábula com o arm a de com bate m oral y político, a la m anera de
Arquíloco. No puede aceptarse que Fedro siguiera dos o tres co­
lecciones aisladas —u na cínica, o tra de novelitas, o tra m ás pro p ia­
m ente «esópica»—. Su m aterial es ciertam ente m ixto, pero esto ocu­
rría en las diferentes colecciones de fábulas que, a p a rtir de los
m odelos que hem os indicado, pro liferab an en época helenística *.
Todo esto ha sido expuesto o tra vez p o r nosotros, con m ás de­
talle, en n u estro artículo «Fedro y sus fuentes», ya c ita d o 2. E ste
artícu lo será utilizado en lo que sigue, si bien sus conclusiones serán
en p a rte m odificadas, en p arte a m p lia d a s 3. Insiste en que adem ás
de las fábulas que se en cu en tran tam bién en la A ugustana y dem ás
colecciones anónim as, Fedro tiene o tras com unes con o tras fuentes
(B abrio y P lutarco, sobre todo) y otras, todavía, originales: bien

1 Perry, B a briu s a nd Phaedrus, cit., p. L X X X V II y ss., nota, da una relación


de fábu las de Fedro de fu en tes diversas, m ás b ien d osificán d olas por géneros.
La b ase es in su ficien te.
2 P ublicado en el Bivium . H o m e n a je a Manuel Cecilio Díaz y Díaz, Ma­
drid, 1983.
3 D icho artículo fu e escrito en 1979.
126 Historia de la fábula greco-latina

derivadas de fábulas conocidas, bien colecciones nuevas. Hace ver,


en lo relativo a todas las fábulas del poeta, sus tendencias cuando
m odifica la tradición o crea sobre ella.
He de alu d ir ah ora a otros trab a jo s sobre las fuentes de nuestro
poeta, a los que tam bién he hecho ya referencia a lo largo de esta
obra. El grave problem a de estu d iar la situación de fábulas con­
cretas del m ism o d en tro del s t e m m a de las colecciones antiguas de
fábulas, ha sido ab o rd ado varias veces. Como ya hem os dicho m ás
arrib a, es N 0jgaard, en el vol. II de su m onum ental obra, quien
m ás lo h a estudiado, ap a rte de h ab e r dado una caracterización
general, m uy ú til de leer, de n u estro p o e ta 4. Su teoría es, p o r
lo que resp ecta a una serie de fábulas que se en cuentran tanto en
F edro com o en la A ugustana y B abrio, que F edro está próxim o a
la Augustana, m ien tras que B abrio rep resen ta u n a línea diferente.
Hem os de ver que, con frecuencia, nuestros análisis y conclusiones
coinciden con los suyos. Pero el tem a tiene que ser estudiado de
nuevo: nosotros trab ajam o s con datos m ás num erosos —todas las
versiones de cada fábula—, lo que perm ite re co n stru ir m ejor el
s te m m a ; y, sobre todo, añadim os el criterio del verso, que perm ite,
a veces, hacernos u na idea clara sobre los m odelos de cada fábula
y la relación en tre los m ism os. O sea: ap a rte de que las ideas de
N ojgaard pueden ser criticables en lo relativo a tal o cual fábula,
es posible m ejo ra r algunas de sus interpretaciones y, cuando hay
las dos líneas Augustana-Fedro y B abrio, establecer las posibles re ­
laciones en tre ellas. No podem os ya co n ten tarn o s con señalar la
existencia de las dos recensiones (cuando realm ente las hay), sino
que podem os ver cuál depende de cuál o si las dos dependen de
una tercera.
Es decir, N ojgaard es un buen punto de partid a, pero los hechos
han de ser estudiados de nuevo. Por o tra parte, se p resen ta el p ro ­
blem a de las num erosísim as fábulas de Fedro que no están en la
A ugustana y B abrio a la vez: faltan en la una o en el otro o en
am bos. Ya en n u estro tra b a jo «La tradición fabulística griega y sus
m odelos m étricos» establecim os una serie de s te m m a t a que incluyen
a Fedro: bien que hoy día pueden ser m ejorados porque hem os
profundizado en este tem a con ayuda de una m ejo r com prensión
del m etro helenístico y una m ayor acum ulación de m ateriales. Este
estudio n u estro an terio r, así como aportaciones en o tro s m á s 5, son
la base, ju n to con las aportaciones de N 0jgaard y algunas o tr a s 6,

4 N 0jgaard, ob. cit., vol. II, pp. 17 y ss.


5 «El papiro R ylands...», «Fedro y su s fuentes», «La fábula de la golond ri­
na...», «N uevos fragm entos yám bicos...», trabajos tod os citad os ya a lo largo
de e ste libro.
6 Sob re todo en Perry, en su s trabajos ya citad os «D em etrius o f Phalerum ...»
y ya «Introduction» a B a b riu s and Phaedrus.
Fedro 127

p a ra el estudio de las fuentes de Fedro. Y, m ás concretam ente, p ara


el establecim iento de los s te m m a t a de sus fábulas, en la m edida
en que son reconstruibles. En la P arte I de este libro hem os esta­
blecido ya, sobre estas bases y o tras paralelas relativas a los dem ás
fabulistas, la tipología de los s te m m a t a de la tradición fabulística
antigua. A p a rtir de aquí (y de los s t e m m a t a p articu lares de fábu­
las), trab a jarem o s a continuación. Hay que añadir, claro está, los
datos m ás com pletos que recogem os en nuestros Apéndices, que nos
ah o rran largas explicaciones. Debe tenerse en cuenta que sólo cuan­
do conocem os la posición de F edro en el s t e m m a de una d eterm i­
n ada fábula, podem os calib rar su grado de originalidad. Y que sólo
cuando podam os re u n ir datos sobre las constantes que re su ltan del
estudio de esos diversos ste m m a ta , es cuando podrem os ob ten er
algunas conclusiones sobre la organización de los diversos m odelos
de fábulas en colecciones, cuáles de en tre éstas seguían los distin ­
tos fab ulistas (en n u estro caso, Fedro), etc.
E studios realizados sin esta base son un poco al azar y, ju n to
a logros, pueden co n ten er errores. Quiero referirm e —tras la alusión
que he hecho a ocasionales erro res de N ^jgaard— al libro de Gior-
dan a Pisi Fedro tr a d u tto re di E s o p o 7. En el caso de ocho fábulas
de la A ugustana que tam bién están en Fedro, esta a u to ra com para
el texto de am bos e in te rp re ta las diferencias com o innovaciones
de Fedro, útiles p a ra estu d iar su estilo e intenciones. Hay que co­
rregir: Fedro no viene de n u estra Augustana, sino, en esas fábulas
al m enos, de un antepasado de la m ism a (la «antigua Augustana»),
O sea, que a veces es Fedro el que conserva lo antiguo, la Augus­
tan a (la n uestra) la que innova: p o r ejem plo, H. 76 «El ciervo y el
león», ha innovado al in tro d u cir un león en vez de los cazadores,
Fedro I 12 m antiene lo antiguo; o tras veces, el estilo directo de
Fedro en vez del indirecto de la Augustana, es tam bién un arcaísm o.
Sólo el ad u cir el m áxim o de versiones puede d em o strar si Fedro
innova o es conservador cuando p resen ta un elem ento que no está
en la Augustana.
Hay que decir, sin em bargo, que el tra b a jo de Pisi es m uy útil.
Pues al estu d iar fábulas en las que am bos textos están próxim os
ha ido a co n sid erar fábulas en las que nosotros hem os establecido
que la A ugustana y Fedro dependen de un m ism o m odelo: sea de
un m odelo único existente, sea de uno de los dos existentes. La
com paración es, pues, válida, si se com pleta con la atención a o tras
versiones (cuando las hay) y si se descuentan las innovaciones de
la Augustana. F edro no es un «traductor» de n u e stra Augustana,
pero ésta está, en general, m ás próxim a a la fuente antigua, p o r
lo que la m ayor p a rte de las afirm aciones de la a u to ra concernientes

7 Firenze, La N u ova Italia, 1977. V éase m i reseña en E m ér ita , 47, 1979, p. 491.
128 Historia de la fábula greco-latina

al estilo e intención de Fedro tienen validez. Aunque, insistim os, li­


m itada. Y referid a solam ente a ocho fá b u la s 8. Pero volvam os a los
problem as generales de las fuentes de Fedro.
Si recordam os, existen, p o r razón de las fuentes, tres tipos de
fábulas de Fedro:

a) Fábulas que se en cu en tran en Fedro y en la A ugustana y,


en general, en F. An. (aunque hay dos sólo en I I I o el ms. F).
b) Fábulas que se en cuentran en Fedro y o tras fuentes an ti­
guas, pero no en F. An. N aturalm ente, éste es un ap artad o m isce­
láneo.
c) Fábulas sólo en Fedro, bien derivadas de fábulas conocidas,
bien anécdotas o fábulas que sólo p o r él nos son conocidas. Nuevos
hallazgos pueden hacer p asa r una fábula de este a p a rtad o al an te­
rio r (cf. p. 146).

El estudio de estos tres grupos debe hacerse separadam ente. N a­


tu ralm en te, sólo los dos prim eros grupos y las fábulas «derivadas»
del tercero p erm iten , y no siem pre, establecer cuáles son las inno­
vaciones de Fedro en form a y contenido; innovaciones que, por lo
dem ás, pueden hacernos com prender m ejor las fábulas totalm ente
nuevas del grupo tercero. O tro problem a es el de la selección: por
qué, d en tro de la am plísim a tradición de la fábula antigua, Fedro
escogió unas determ in adas fábulas.
Por o tra p arte, un estudio objetivo nos h a rá ver que el com por­
tam ien to de F edro no es siem pre exactam ente el m ism o. Hay fábu­
las difíciles de a lte ra r o que Fedro no quiso a lte ra r apenas, o tras
en las que se perm ite m ayor lib ertad en lo estilístico y narrativo,
o tras en que innova (en m ayor o m enor grado) en el contenido, h as­
ta crear a veces fábulas p rácticam ente nuevas.
Añadam os, todavía, que u n a vez hecho el trab a jo de ver las cons­
tan tes en el co m portam iento de Fedro (colecciones o m odelos que
sigue, tem as, m odificaciones), puede in ten tarse e stu d iar si los dis­
tin to s libros del p oeta se com portan igual o en form a diferente.
A ju zg ar p o r los prólogos, fueron editados sucesivam ente los cinco
libros de que co n sta la obra. Pero estos libros nos han sido conser­
vados unos m ás com pletos y otros m enos: de ellos se ex trajero n
en un m om ento fábulas que hoy leem os en la A p p e n d ix P e ro ttin a
y o tras que se p rosificaron en las versiones m edievales que sabem os.
No podem os e star com pletam ente seguros a priori de que las fábu­
las que hallam os en los cinco libros pertenecieron originalm ente
a ellos: recuérdese lo que ha pasado con B abrio (aunque aquí no
8 Cf. tam bién, sob re las inn ovaciones de Fedro, Perry, B a b riu s and Phaedrus,
cit., p. L X X X V II, nota. H ay co sa s ú tiles, pero la base es endeble, com o puede
com pren derse.
Fedro 129

h a habido, ciertam ente, alfabetización). Sería im p o rtan te com probar


posibles diferencias entre las fábulas de los distintos libros: dife­
rencias en fuentes, form a o contenido.
Piénsese, p o r ejem plo, que Fedro, en el prólogo al libro III, habla
de la persecución que sufrió de p a rte de Seyano p o r sus dos p ri­
m eros libros: podem os p reguntarnos si es que ah o ra Seyano ha
m u e rto 9 y, si, pasad a su tiranía, el poeta am inora sus virulentos
ataq u es co n tra el po d er absoluto. O piénsese tam bién que es en el
prólogo al libro IV cuando Fedro llam a a sus fábulas Aesopias, n on
A esopi, es decir, de género esópico pero con «cosas nuevas»: ¿hay
a p a rtir de ah ora un aum ento en la originalidad de la fábula, o se
tra ta de u n a definición genérica?

II. F ábulas que se encuentran en F edro y en las F ábulas A n ó n im a s

La proxim idad de F edro y las Anónim as, sobre todo en contraste


con B abrio, es un hecho conocido; tam bién hem os notado ya que
es lo m ás frecuente (aunque no lo exclusivo) que n u e stra A ugustana
conserve m ás fielm ente que Fedro (y las dem ás colecciones) el texto
sem iprosificado de la «vieja Augustana». Es ese texto, lo hem os
visto u n a y o tra vez, el p u n to de p artid a, no n u e stra A ugustana
actu al del siglo iv d. C. Con frecuencia, ya lo sabem os, no sólo en
la Augustana, sino tam bién en las o tras colecciones Anónim as y aun
en o tras (la P aráfrasis, etc.) se encuentran huellas m étricas o fraseo­
lógicas o de contenido, del m odelo com ún: cosas m ás antiguas que
Fedro, p o r tanto. Aunque tam bién puede darse el caso, lo hem os
dicho, de que Fedro (a veces acom pañado de o tra fuente) sea quien
conserve lo antiguo.
Ahora bien, hay que decir que es escaso el núm ero de fábulas
de Fedro que se hallan tam bién en las Anónimas: sólo 29, de un
to tal de 122 fábulas de Fedro conservadas en los cinco libros y la
A p p e n d i x 10. P or supuesto, esto no quiere decir que Fedro descono­
ciera las dem ás fábulas de F. An.: m uchas de ellas son el punto
de p a rtid a p a ra fábulas nuevas suyas. Y sin llegar a esto, hay que
señ alar que IV 8 «La serpiente al herrero» creo que es una conta­
m inación de H. 59 y H. 95; y, desde luego, I 3 «El grajo soberbio
y el pavo» es contam inación de H. 103 y H. 125 (y d em uestra p ro b a­
blem ente conocim iento de o tras fábulas m ás de la A ugustana, con­
fróntese N ^jgaard, II, pp. 376 y s.).
De las fábulas de F. An. a que hacem os referencia hay dos, H. 294
y H. 299, correspondientes, respectivam ente, a Fedro II I 7 y App. 15,

9 Así, Perry, «Introduction», cit., p. LXX X.


» Cf. infra p. 167.
130 Historia de la fábula greco-latina

que pertenecen a un tipo especial de fábulas: las que sólo se en­


cu en tran en el ms. F (H. 294) o en II I γ S (H. 299) y, a veces, en
tradición ex traña a F. An., com o es el caso de estas dos. R esulta
claro que el m odelo de estas fábulas es helenístico, pero que no
e n tra ro n nunca en la A ugustana ni en la V indobonense y sólo en
fecha tard ía p en e traro n en p arte de la tradición de las F. An. Vere­
m os que la relación de la versión de F. An. con Fedro no es, en el
caso de estas dos fábulas, el habitual de las que se en cuentran en
la A ugustana (y a veces tam bién en la V indobonense y la Accur­
siana).
Quedan, pues, 27 fábulas de la A ugustana d irectam ente utilizadas
p o r Fedro (29 si se tienen en cuenta las dos contam inaciones). Pero
un hecho que m erece la pena señalar es que H. 238 «El jabalí, el
caballo y el cazador» sólo se halla en el ms. Pa (E de H ausrath):
equivale a Fedro IV 4. Y que es sem ejante el caso de H. 229 «Las
dos alforjas» (Fedro IV 10), aquí n u estra tradición de la A ugustana
depende del grupo PcPa (O E H ausrath). Pues bien, es sabida la
relación estrech a que existe e n tre la recensión la y estos m ss., con­
fróntese vol. I, pp. 86 y 50, con citas de N 0jgaard y Perry.
E sto no quiere decir, com o afirm a N 0jgaard ", que la fuente de
Fedro sea, si no idéntica a Pa, al m enos próxim a a su fuente. No
hay fábula alguna de Fedro cuya correspondiente en F. An. sólo esté
en la. Y Pa (y no digam os el grupo PcPa) a veces tienen m ate­
rial de la; o tras, m aterial com ún a toda la Augustana. Lo que sí
es cierto, evidentem ente, es que en algunos casos Fedro ha tenido
acceso a colecciones parciales que sólo secundariam ente y en algu­
nos m anuscritos confluyeron con la m asa principal de fábulas de
la Augustana. E sto no es extraño, F edro conoce la A ugustana antes
de que ésta to m ara la form a que tom ó en el siglo iv o v d. C. Y,
p o r supuesto, antes de la que tom ó en época bizantina, cuando con­
fluyeron en algunos m anuscritos tradiciones diferentes.
Una p ru eb a m ás de esto es que, com o verem os, Fedro IV 20 «La
serpiente dañina p a ra el m isericordioso», deriva directam ente del
m odelo, igual que dos fábulas de la Augustana, H. 62 y H. 186: Fedro
es ajeno a hechos tardíos como la coincidencia en los m ss. de la
Augustana de dos derivados de una m ism a fábula, que sin duda en
fecha an terio r figuraban en colecciones diferentes que confluyeron
en este caso en la A ugustana p o r el sim ple hecho de las diferencias
de títu lo («El lab rad o r y la serpiente» y «El cam inante y la ser­
piente»).
N u estra A ugustana es, ya lo hem os dicho, una especie de anto­
logía en que se su bsum ieron colecciones «parciales»; con el tiem po,
esta antología fue am pliándose, o en todos los m ss. o en algunos de

» Ob. cit., II, p. 388.


Fedro 131

ellos. F edro la conoció, insistim os, en u n a fase antigua. Lo que dire­


m os a continuación puede ayudar en cierta m edida a aislar elem en­
tos que luego confluyeron, es decir, elem entos de colecciones «par­
ciales» conocidas p o r n u estro poeta —com o conoció fábulas que
nun ca llegaron a p e n e tra r en las F. An. o se perdieron en ellas
desde antiguo.
S entadas estas bases, hem os de ver las relaciones entre las fá­
bulas de Fedro y las de las F. An., en p rim er térm ino la Augustana,
p a ra tra ta r de sacar conclusiones, de una parte, sobre la originali­
dad de Fedro; de o tra, sobre sus m odelos y la situación de éstos
en el s t e m m a de cada fábula. H ipotéticam ente tam bién, en últim o
térm ino, sobre las colecciones «particulares» que F edro utilizó y que
recogían esos m odelos.
Efectivam ente, y p ara em pezar, hem os de re co rd a r lo dicho m ás
a rrib a sobre que existe una tradición de fábulas versificadas que
va a p a ra r a la colección del P. Rylands y o tra ajen a a ésta. Fedro,
en consecuencia, cuando p resen ta una fábula que está tan to en el
P. R ylands com o en las F. An., está m ás próxim o a la redacción de
éstas. Ya en n u estro artículo «El papiro R ylands...» señalam os esto
en el caso de H. 113 «Heracles y Pluto» (= Fedro IV 12) y en el
de H. 39, la fábula de la golondrina, de la que hay una versión en
una fábula fed rian a de Rómulo; n u estro estudio an terio r, en este
m ism o libro (pp. 117 y ss.), de am bas fábulas, confirm a y precisa esto.
Y tam bién hem os visto que en el caso de H. 238 «El jabalí, el caballo
y el cazador», F. An. tenían m etro diferente del de P. Rylands, au n ­
que el escasísim o grado de conservación de esta versión im pida ver
si la de Fedro IV 4 se aproxim a m ás a la de F. An., com o es de
esperar. Tam poco p ara H. 224 «El p asto r y las ovejas» podem os
sacar conclusiones, p o r fa lta r en Fedro. Pero en conjunto, y a falta
de datos en contra, hay que in sistir en que Fedro se alinea con la
gran tradición de la fábula helenística, de la que queda ap a rte la
trad ició n «relegada» del P. Rylands.
Ahora bien, hem os de rectificar la afirm ación de N 0jgaard, a la
que ya hicim os referencia, según la cual la tradición «norm al», en
la que se alinea Fedro, se divide a su vez en dos, la línea de F. An.
(de la A ugustana fundam entalm ente) y Fedro y la de B abrio. No
quiere esto decir que no sea lo m ás frecuente (aunque haya excep­
ciones) esta alineación allí donde existen sim ultáneam ente estos tres
testigos: hem os visto que en u n núm ero reducido de fábulas. Pero
sí hem os visto m ás a rrib a que:

a) Con m uchísim a frecuencia, solam ente hay huella de una re­


dacción m étrica p rim aria de una fábula y ni siquiera hay indicios
que p erm itan c o n je tu ra r que en tre la m ism a y F. An. y Fedro haya
un interm edio sem iprosificado p artic u la r, con innovaciones especí­
132 Historia de la fábula greco-latina

ficas frente a o tras derivaciones. Las coincidencias en tre Fedro


y F. An. frente al resto de la tradición pueden ser sim ples arcaísm os.
b) Cuando Fedro (con la A ugustana) y B abrio pertenecen a dos
líneas diferentes, estas líneas pueden definirse en form a m ás com ­
pleta, de u n a y o tra puede hab er m ás testigos. De o tra parte, a
veces proceden de dos versiones p rim arias, o tras veces la segunda
es derivada de la p rim era o al revés. Hay casos diferentes que hay
que estudiar.
De todas m aneras, y antes de iniciar este estudio, hay que insis­
tir en un pu n to que ya llam ó n u estra atención en vol. I, pp. 455 y
siguientes. Por m ucho que Fedro pertenezca a la tradición ajen a a
la del P. Rylands, la com paración con éste (y con B abrio, etc.) nos
hace ver que m antiene un arcaísm o desaparecido en F. An.: presen­
ta fábulas con epim itio, pero tam bién con prom itio, con prom itio
y epim itio y sin ninguno de los dos. La generalización del epim itio
en F. An. es un fenóm eno secundario, igual que la del prom itio
en P. Rylands. Fedro es, en esto, m ás arcaizante. Depende de una
colección de este tipo, es decir, con exposición flu ctu an te y errática
de la «moral» de la fábula. A veces es fácil n o ta r que ha m odificado
esa m oral. O tras se contenta con exponerla en u n «cierre» y tam ­
bién se da que p resen te n arración en segundo grado (tradicional,
aunque a veces la ha introducido él secundariam ente). E sto es útil
p ara co nfirm ar el hecho de que, a veces, cuando está próxim o
a F. An. es m ás conservador que éstas, aunque el caso m ás fre­
cuente sea el co n trario , en cuanto que es un fab ulista m ucho m ás
original.
Pero entrem os ya d irectam ente en la com paración de F edro y
la A ugustana allí donde coinciden. Prescindim os de las dos fábulas
en Fedro y II I o F (nos ocuparán luego).
Según decim os, la com paración de Fedro con F. An. debe colo­
carse en un m arco m ás am plio que el de ceñirnos a estas dos colec­
ciones o eventualm ente a estas dos y B abrio. D ejando de lado las
versiones del P. Rylands, a que ya nos hem os referido, el exam en
del m aterial de n u estro Apéndice I (con frecuencia ya analizado p á­
ginas arriba) nos perm ite establecer varios grupos o tipos en cuanto
a la situación de F edro en el s t e m m a de las fábulas que se encuen­
tra n tam bién en la Augustana. Son los siguientes (indico todos los
testigos de cada fábula, salvo aquellos que son derivados de otros
relacionados):
1. F ábulas derivadas de un m odelo m étrico único (sin co n tar
P. Rylands, insisto).
a) Sin derivado en B abrio: H. 1 «El águila y la zorra» (Fe­
dro I 28, S.); H. 27 «La zo rra y el busto» (Fedro I 7); H. 64 «El
Fedro 133

hom bre m ordido p o r un perro» (Fedro II 3, S.); H. 80 «Los nave­


gantes» (Fedro IV 18); H. 95 (cf. supra) «La serpiente y la lima»
(Fedro IV 8, creo que contam inado con H. 59); H. 113 (cf. supra)
«Heracles y Pluto» (Fedro IV 12); H. 120 «El castor» (Fedro, Ap. 30,
Dod., Eliano); H. 156 «El león y el asno salvaje» (Fedro I 11, Tetr.).
b) Con derivado en Babrio: H. 22 «La zorra y el leñador» (Fe­
dro, Ap. 28, B abrio, quizá de igual línea Máximo de Tiro y Ovi­
dio); H. 76 «El ciervo y el león» («los cazadores» en las dem ás
versiones) (Fedro I 12, Par. 1-2, B abrio = T. Assend., Sy., ps.-Dos.,
Aftonio); H. 81 «El gato y los ratones» (Fedro IV 2, Babrio); H. 173
«Los magos am bulantes» (Fedro IV 1, B abrio); H. 62 «El lab rad o r
y la serpiente»; H. 186 «El cam inante y la serpiente» (Fedro IV 20,
B abrio, Par., Sy., Tetr.)·, H. 229 (cf. supra) «Las dos alforjas» (Fe­
dro IV 10, B abrio, Par., Tem istio).
N ótese que sólo doy las referencias exactas de Fedro, las dem ás
pueden en co n trarse en el Apéndice I, donde, com o queda dicho,
se ju stifican las afirm aciones que hacem os sobre estos s te m m a ta
y los que siguen.

Como se ve, se tra ta de ocho fábulas no rep resen tad as en B abrio


y de seis rep resen tad as en B abrio (aunque el B abrio 143 de «El
lab rad o r y la serpiente» es en realidad u n a fábula del ms. G, nótese
que, p o r su letra inicial, debería h ab e r en trad o en el ms. de Atoo
del poeta).

2. Fábulas con dos m odelos m étricos prim arios; llam am os con­


vencionalm ente 1 al de F. An.; o bien con dos m odelos sem iprosifi-
cados derivados de un único prim ario (igual convención):

a) Sin presencia de B abrio: H. 44 «Las ranas pidiendo rey»


(1: F. An., Fedro I 2; 2: Par., Dod.); H. 238 (1: F. An., Fedro IV 4;
2: Par.).
N ótese que en H. 44 es posible que am bas versiones vengan de
una m ás antigua, de la que hay restos en F. An. II y Dod. (véase
Apéndice I); y que hem os advertido, p o r lo que respecta a H. 238,
que F. An. está sólo rep resen tad a p o r Pa, que la adscripción de
F edro a esta ram a es solam ente probable y que hay otro verso, el
de P. Rylands, siendo en todo caso todas estas versiones proceden­
tes de D em etrio y no presentando contam inaciones con Estesícoro,
com o es el caso de o tras versiones; cf. supra, pp. 96 y ss.
b) Con presencia de B abrio: H. 15 «La zorra y las uvas»
(1: F. An., Fedro II/3 ; 2: B abrio, Par. 1-2, Dod.); H. 31 «El hom bre
de m ediana edad» (1: F. An., F edro II 2, Diodoro, Tetr. [?]; 2: Ba­
brio, Par. 1-2, Dod. 1-2 contam inado); H. 103 «El grajo y las aves»
(1: F. An., Fedro I 3 contam inado con H. 125; 2: B abrio, Tetr.).
134 Historia de la fábula greco-latina

Como se ve, hay dos fábulas en que no en tra B abrio y tres en


que sí, siendo las p rim eras m enos seguras. Al lado de B abrio ap a­
recen Par., Dod. (tam bién en la línea 2 cuando no está B abrio), a
veces Tetr.

3. Fábulas en que F. An. y Fedro dependen del m odelo p rim a­


rio, habiendo al lado uno secundario:

a) Sin la presencia de B abrio: H. 9 «La zorra y el m acho ca­


brío» (prim .: F. An., Fedro IV 9, Tetr.; sec.: Par., Dod.); H. 138
«Los p erro s ham brientos» (prim .: F. An., Fedro I 20, Plutarco; se­
cundario: Sy.); H. 160 «El lobo y el cordero» (prim .: F. An., Fe­
dro I 1; sec.: Par., Dod.).
b ) Con la presencia de B abrio: H. 126 «El cuervo y la zorra»
(prim .: F. An., Fedro I 13, ps.-Dos., Aftonio, Tzetzes, Tetr.; sec.: Ba­
brio, Par., Dod.); H. 136 «El p erro que llevaba carne» (prim .: F. An.,
F edro I 4, Par., Teón, Tetr.', sec.: B abrio, Sy., ps.-Dos.; terc.: Afto­
nio, B ranc.); H. 161 «El lobo y la garza» (prim .: F. An., Fe­
dro I 8, Branc.; sec.: B abrio, Par., Dod.); H. 174 «Los ratones y
las com adrejas» (prim .: F. An., F edro IV 6, ps.-Dos., Sy.; sec.: Ba­
brio, Par. 1-2-3, Dod.).
Tres veces falta B abrio en el m odelo prim ario, aparece cuatro.
E sté o no B abrio, en el m odelo secundario aparecen Par., Dod. y
hay o tras versiones en varia distribución.

4. F. An. y Fedro se separan, perteneciendo éste al m odelo se­


cundario: H. 154 «El león, el asno y la zorra» (prim .: F. An.; se­
cundario: B abrio, Fedro I 5).
Como puede verse, sólo esta fábula hace excepción a una ley
que dice que cuando hay dos m odelos sea de igual, sea de d istin ta
jera rq u ía, Fedro va con F. An. co n tra Babrio; y si los m odelos son
de d istin ta jera rq u ía, F. An. y Fedro dependen de la versión p rim a­
ria, B abrio de la secundaria.
Pero es un ejem plo que no ofrece duda. Es la fam osa fábula
de «La p arte del león». En F. An. hay tres anim ales: el asno hace
tres p arte s iguales, lo que le a tra e la ira del león y la m uerte; la
zorra, luego, le da casi todo al león y a la preg u n ta de éste de quién
le enseñó a re p a rtir así, contesta: «las desgracias del asno». Pues
bien, en B abrio y Fedro es el león quien re p arte p a ra quedarse con
todo, dando justificaciones que se resum en en su superior poder.
E videntem ente, esto re p resen ta una línea d iferente y así lo vio ya
N 0jgaard, II, p. 397. Es, sin duda, una innovación, pues B abrio,
que p resen ta sólo dos anim ales, el asno salvaje y el león (por in­
fluencia seguram ente de H. 156, así N 0jgaard), sigue hablando de
tres p artes. Las cu atro p artes (y cu atro anim ales) de F edro son sin
Fedro 135

duda una culm inación que saca todavía m ás «punta» al tem a y p er­
m ite una escalada retó rica sobre los «derechos» del m ás fuerte.
E n definitiva, parece seguro que F edro sigue en ciertas fábulas
el m odelo único existente y lo m ism o hacen los dem ás fabulistas,
necesariam ente. E n o tras ocasiones existían dos (y aun tres) ver­
siones, ya de igual nivel, ya derivada u n a de otra. Evidentem ente,
F edro sigue norm alm ente, en este caso, una colección seguida tam ­
bién p o r n u estra Augustana, y que incluía: a) fábulas únicas,
y b) fábulas ya con dos versiones p rim arias, ya con una p rim aria y
una secundaria, de las cuales recogía, respectivam ente, la versión
p rim aria 1 y la versión prim aria única. Es la colección que identi­
ficarem os con la «antigua Augustana». B abrio seguía o tra colección
que coincidía con la an terio r en las fábulas «únicas», pero las com ­
pletab a con versiones 2 y versiones secundarias. Ahora bien, no es
cuestión de h ab lar de dos tradiciones, la de F. An. y la de B abrio,
porque m uchas veces se tra ta de la m ism a, única tradición; y p o r­
que o tras B abrio (o n uestro B abrio) sólo elige unas pocas fábulas
de una colección m ás am plia.
Piénsese que, de o tra p arte, ya hem os dicho que la coincidencia
en u n a fábula de F. An., Fedro y B abrio, e incluso de F. An. y Fedro,
es m in o ritaria. Y que no es sólo que m uchas fábulas de F. An. falten
en Fedro (que éste haya seleccionado en su fuente), sino tam bién
lo co n trario . Y hay fábulas en F edro y B abrio y en Fedro y o tras
fuentes.
El p roblem a es, pues, m ás com plicado de lo que podría pensarse,
lo cual no im pide que existieran efectivam ente las dos colecciones
de que hem os hablado. Ahora bien, en el caso de H. 154 resu lta
claro que no sólo B abrio, sino tam bién Fedro, h an utilizado en
ocasiones la colección que vam os a llam ar núm ero II. No es ello
extraño, puesto que o tras varias colecciones vacilan igual: por ejem ­
plo, Par. y Dod., que suelen seguir la II, siguen a veces la I, Tetr. si­
guen ya u na ya otra, etc.
Es curioso a este respecto lo que sucede con las dos fábulas de
F edro que hem os dicho que figuran en F. An., pero no en la Augus­
tana. Se reco rd ará (cf. pp. 399 y ss.) que una serie de fábulas de
tradición helenística sólo tardíam ente, a p a rtir del siglo ix, fueron
inco rporadas a p arte de la tradición de la A ccursiana o al ms. F.
Pues bien, establecem os en n u estro Apéndice I que H. 294 «El perro
y el lobo» (fábula que proviene de Arquíloco) p ro d u jo una versión
p rim aria y u na secundaria, derivando de la p rim era B abrio y Fe­
d ro II I 7, y de la segunda la versión del ms. F. y Tetr. Aquí, si es
que se tra ta todavía de la colección I, sucede que la siguieron no
sólo Fedro, sino tam bién B abrio, pero no F. An. I: sólo m ucho des­
pués p ro d u jo descendencia un derivado secundario, y esto ya en
época bizantina. D istinto es el caso de H. 299 «La m u je r y el labra-
136 Historia de la fábula greco-latina

dor» (la conocida h isto ria de la viuda de Efeso): aquí, si es cierta


la argum entación de P e rr y 12, F edro Ap. 15 (y Petronio) vienen de
una version secundaria; de la p rim era proceden ΙΙ Ι γ , S y la V ida
de Esopo. O sea: la version p rim aria fue totalm ente desatendida
por las colecciones de época rom ana, es la secundaria la que a tra jo
la atención de dos escritores rom anos, Fedro y Petronio. Pero ¿es­
tab a incluida en n u estra Colección I I ? 13 No es nada seguro.
Hem os dado aquí algunas pistas sobre dos colecciones seguidas,
respectivam ente, p o r F. An. y Fedro la una, B abrio la otra. Pero
seguidas selectiva y no exclusivam ente. Fedro, concretam ente, usó
versiones sueltas de determ inadas fábulas. N ótese que cuando con­
tam in a dos fábulas próxim as de la A ugustana o cuando sigue un
m odelo que luego produce dos fábulas en la A ugustana (caso de
que nos hem os ocupado) está trab ajan d o , ya lo hem os dicho, con
varias colecciones, no exactam ente con un m odelo exacto de la
Augustana.
T ras esto podem os e n tra r en el estudio de dos puntos que nos
interesan y que ya hem os anunciado: ver en qué sentido m odifica
Fedro m odelos aproxim adam ente reconstruibles; y ver cóm o selec­
ciona sus m odelos desde el doble pu n to de vista de la form a y el
contenido. La distribución de las fábulas en tre los distintos libros
será m ejo r d ejarla p a ra el final.
El trata m ien to de sus m odelos p o r Fedro revela un cierto nú­
m ero de co n stantes en cuanto a la form a y el contenido, p o r m ás
que en unas fábulas siga m ás de cerca y en o tras m odifique m ás
pro fu n d am en te dichos m odelos. Ello puede depender bien de que
el argum ento de ciertas fábulas se revele m enos m odificable, bien
de que responda m ás a los puntos de vista de Fedro y necesite de
m enos m odificaciones.
El estudio de este trata m ien to es m ejor hacerlo atendiendo a
los distin to s subtipos de fábulas que Fedro h ereda de sus predece­
sores. Pues hay que decir que, d en tro del reducido núm ero de fá­
bulas que le son com unes con las F. An., aparece un núm ero consi­
derable de ellos. Hay fábulas de situación, con final de acción o con
«cierre»; las hay agonales, bien de acción, bien conteniendo discur­
sos, bien p u ram en te de debate y, d en tro de ellas, las hay con uno,
dos o tres agones, con o sin cierre final; las hay etiológicas; y hay
una de H isto ria N atu ral y o tra p u ram en te m ítica. Hay algunos sub­
tipos no represen tad o s, p o r ejem plo, las fábulas de eris o disputa
en tre dos anim ales o plantas.

12 «D em etrius of Phalerum ...», p. 329.


13 N o incluyo H. 290 «El guerrero y el cuervo» (= Fedro, Ap. 23), tam bién
en F. An., porque esta versión vien e de P lutarco, véase el p róxim o apartado.
Fedro 137

En el estudio del tratam ien to de los diferentes subtipos en Fedro


hay que ten er en cuenta, naturalm ente, los diferentse ste m m a ta .
Puede lograrse u na m ejor reconstrucción del m odelo (y, consiguien­
tem ente, un m ejo r conocim iento de sus m odificaciones p o r Fedro)
allí donde se tra ta de un m odelo único con varios testigos a m ás
de Fedro y F. An. (el P. Rylands, B abrio, etc.). Y Fedro puede ser
m ejo r conocido cuando depende de uno de dos m odelos, pues aquél
al que no pertenece puede contener restos de lo antiguo que ayuden
a la reconstrucción. Tam bién es útil la existencia de datos sobre
el m odelo arcaico o clásico de la fábula, pues ayudan, p o r contraste,
a la reconstrucción de la fábula en Dem etrio, com o hem os visto en
el caso de H. 1 «El águila y la zorra». De todas m aneras, allí donde
las circu n stan cias son m enos favorables, las constantes deducidas
de las o tras fábulas pueden ser de utilidad.
El estudio que hacem os a continuación no puede ser com pleto.
Se basa en los resu ltados del Apéndice I y sólo asp ira a obtener
algunos resultados generales. P ara el detalle pueden encontrarse
m uchos datos útiles en el estudio de Pisi de ocho fábulas, pese a
sus lim itaciones. E ste estudio y el n u estro abren el cam ino a uno
m ás detallado que es fácil de realizar.
Las fábulas breves de Fedro son casi todas (la principal excep­
ción es IV 20 = H. 62 y H. 186) fábulas de situación. Es, en p rin ­
cipio, allí donde m enos m odificaciones pueden esperarse: una situa­
ción seguida de acción o com entario. A veces es precisam ente F. An.
quien resum e, así en H. 15 «La zo rra y las uvas». En general, la
extensión de la fábula de Fedro perm anece próxim a a la del modelo,
aunque puede resu m ir tam bién, así en H. 27 «La zorra y el busto»
(= Fedro I 7): aunque aquí sólo contam os con F. An. y Fedro, la
fábula de éste, que incluye situación, cierre y epim itio en cuatro
versos, es m ás breve de lo usual. Y dado que la fábula correspon­
diente en F. An tiene huellas de cu atro versos y añade un epim itio
m uy próxim o al de Fedro, parece claro que éste depende de una
fábula de cu atro versos seguidos de epim itio. Tam bién hay abrevia­
ciones en o tras fábulas y alguna am pliación.
Una fábula apenas m odificada p o r Fedro es H. 15 «La zorra y
las uvas», que acabam os de citar. Siguiendo el m ism o m odelo
que F. An., perm anece m ás arcaico, al resu m ir a F. An.: a veces coin­
cide con el o tro m odelo prim ario, el de B abrio (que am plía), Par.
y Dod. El relato de la zorra que m iraba las uvas y concluía «están
verdes» tenía poco que alterar. Si acaso, es característico de Fedro
(frente a F. An.) el tem a de la verdad, pero éste se halla ya en una
versión de Par. y en la de Dod.
E sta es, probablem ente, la fábula m ás conservadora de Fedro.
En cam bio, en H. 27 «La zorra y el busto», que tam bién hem os ci­
tado, la abreviación de Fedro es característica, no casual. En vez
138 Historia de la fábula greco-latina

de d escribir los detalles banales de cóm o la zorra encontró el busto,


Fedro se lim ita a citar el encuentro y añ ad ir el cierre: «Cuánta
belleza y no tiene cerebro», apenas retocado con la en tra d a de la
palab ra «belleza». La brevedad de lo que precede lo pone, precisa­
m ente, en relieve. Y al e n tra r el epim itio dentro de los cuatro versos
de la fábula, su efecto es tam bién m ayor: en él se concentran los
conceptos de honor, gloria, fortuna, sentido com ún. El poeta logra
llevar al lector directam ente, sin en treten erse en el cam ino, el m en­
saje que le interesa, denso, concentrado, repetitivo.
E sta b úsquda de u na m ayor tensión dram ática se consigue o tras
veces m odificando levem ente el argum ento. Así en H. 64 «El hom bre
m ordido p or un perro» (= Fedro II 3). Es fábula de m odelo único,
pero las coincidencias de F. An. y S. perm iten ver las m odificacio­
nes de Fedro. Lo que era en aquél un consejo supersticioso dado
p or alguien al m ordido (echar al p erro pan un tad o en su sangre),
consejo seguido de la p ro testa de éste, se convierte en Fedro en
acción: el m ordido echa el pan un tad o en sangre al perro. Y el
cierre es del propio Esopo: que no haga eso con m uchos perros,
no les devore vivos a los dos. H a desaparecido la crítica cínica de
la superstición, se ha hecho todo m ás im presivo al pasarse de una
p ro p u esta a un hecho y todo se ha centrado en el problem a de la
m oralidad: los p erro s van a devorarles «cuando sepan que ése es
el prem io de la m aldad». El epim itio insiste en el tem a. O sea:
la fábula pone an te la vista un hecho, es m ás realista y dram ática
que la del m odelo y plantea un tem a nuevo: el de cóm o tra ta r al
malo.
S em ejante es el procedim iento seguido en H. 138 «Los perros
ham brientos» ( = Fedro I 20), fábula en que un m odelo p rim ario
está en la base de F. An., Fedro y P lutarco y hay uno secundario
en Sy. Fedro abrevia un poco: en él los perros, que ven un cuero
hundido en el río, se ponen a beber el agua de éste p ara com erse
aquél, con lo que revientan; no hay el m om ento previo de decisión
de los p erro s y de su intención. Es la acción lo que interesa al
fabulista. Por o tra p arte, su prom itio insiste en el tem a del s t u l t u m
c o n siliu m y el com ienzo de la fábula, como o tras tan tas veces, se
ap a rta de las fórm ulas convencionales a base del protagonista como
sujeto; y la división de la fábula en situación y resultado tam poco
es form ularia, tra n sc u rre den tro de una m ism a oración (aquam
co epere bibere: se d ru p ti prius...). Se tra ta de un relato de acción,
no de una serie de p artes form ularias que sólo llegan a la acción al
final.
E stas tendencias se ven tam bién en o tra de estas fábulas, H. 95
«La serpiente y la lima», que hem os dicho que Fedro IV 8 con­
tam in a con H. 59 «La com adreja y la lima». Efectivam ente, en
H. 95 la la serpiente pide a la lim a que le dé alguno de los ins-
Fedro 139

tru m en to s del taller y ella le replica que su naturaleza es tom ar,


no dar. Pero en Fedro la serpiente m uerde la lima, que la califica
de stulta. Las p alab ras se han cam biado en acción, seguram ente
derivada, com o digo, de la o tra fábula, en que la com adreja m uerde
la lim a y pierde la lengua. O sea: la contam inación está basada en
las tendencias del propio poeta a p re sen tar vividam ente u n a acción
con sus consecuencias. De o tra parte, es notable que el tem a de la
p h u s is o naturaleza, sin obliterarse, es dom inado p o r el de la estul­
ticia y sus consecuencias. E sta es u n a constante de Fedro, o tras
veces unida al elogio de la astucia.
E stas son las fábulas breves de situación de Fedro. Pero he de
añ ad ir que H. 80 «Los navegantes», que es en F. An. una fábula
de este tipo, pero com pleja, es abreviada en Fedro IV 18 de acuerdo
con los m ism os principios. Se tra ta de dos fábulas del m ism o m o­
delo, m ejo r conservado en F. An. con restos de verso y con tres
partes: la nave en la torm enta, los votos y prom esas de los m arine­
ros seguidos de su alegría cuando el m ar se calm a, el cierre del
capitán que les dice que hay que vivir sabiendo que la fo rtu n a puede
tra e r o tra tem pestad. Pues bien, Fedro abrevia uniendo las p artes
p rim era y segunda, elim inando el tem a de los votos y dejando sólo
el de las lágrim as seguidas de la alegría; y m odifica el cierre, ahora
el capitán predica la ataraxia, el alegrarse poco y quejarse poco.
El tem a de la religión ha desaparecido (en fábulas paralelas, los
que hacen los votos se olvidan luego de ellos), se nos describen
sentim ientos hum anos que cam bian al cam biar la situación y se
critica esos sentim ientos. Más que el tem a de la fortuna, es la p re­
dicación de la atarax ia lo que preocupa al poeta.
H ablem os ah o ra de las dem ás fábulas de Fedro, fábulas agonales
en su m ayor p arte, que com parte con F. An. Adelantam os que su
m an era de pro ced er es siguiendo las m ism as intenciones: pred o ­
m inio de la acción, b úsqueda ráp id a del desenlace, uso de los dis­
cursos como subrayado de la acción o el desenlace, ru p tu ra de los
esquem as tradicionales de organización, insistencia en la crítica,
en el tem a de la m aldad, la tiranía, la avidez, la condena del lucro,
el elogio de la actuación astu ta. La extensión de las fábulas, con
sus recortes y, a veces, am pliaciones, está al servicio de estas in ten ­
ciones de descripción sintética y viva, rápida, que lleva a un fin
lógico.
Aunque en todas las fábulas se com binan los diversos recursos
variam ente, podem os hacer algunas distinciones. Puede separarse,
p o r ejem plo, un grupo en el cual Fedro abrevia algún elem ento de
la fábula con el fin de evitar dem ora o distracción en el relato,
pérd id a de atención al desenlace, subrayado de éste; a veces, alte­
ración del m ismo.
140 Historia de la fábula greco-latina

Así en H. 1 «El águila y la zorra» (= Fedro I 28), fábula de m o­


delo único con m uchos testigos, un tanto abreviada en Fedro. Vimos
ya (vol. I, pp. 430 y s.) las m odificaciones de D em etrio de Falero,
de donde p arte toda esta tradición, respecto a Arquíloco: la fábula
había sido sim plificada, el tem a de Zeus había sido elim inado. Aun
así, en la fábula helenística quedaba lo esencial de la antigua, el
tem a de la ru p tu ra de la am istad, de la m aldición, del castigo. En
Fedro, pese a las coincidencias de detalle, no queda nada de esto:
com o en o tras ocasiones que hem os visto, h a elim inado el tem a
religioso. La zo rra se lim ita a suplicar al águila y, cuando es des­
oída, tom a una tea y prende fuego al árbol en que tiene el águila
su nido: ésta devuelve a la zo rra sus crías. O sea: h a sido elim inado
el comienzo, aligerado el centro, cam biado el final. Hay una ráp id a
descripción de acciones, apenas de palabras, que lleva al nuevo
tem a: el castigo del m alvado gracias al ingenio del débil.
E n H. 9 «La zo rra y el m acho cabrío», fábula en que Fedro IV 9
deriva igual que F. An. y Tetr. de una versión p rim aria ju n to a la
cual hay una secundaria, en Fedro hay igualm ente un resum en
de la com plicada acción de la zorra y el m acho cabrío en el pozo:
se llega ráp id am en te a la evasión de la zorra trep an d o p o r los cuer­
nos de aquél. Y se elim ina el final, el lam ento del m acho cabrío
y la sátira de la zorra: evidentem ente, la acción queda m ás ro tu n d a
y decisiva así. La zo rra está ahora en el centro, es el tem a de la
victoria del astu to (en el prom itio de Fedro) m ás que la condena
de la insensatez del m acho cabrío (en el cierre y el epim itio
de F. An.) lo que interesa.
La elim inación del cierre es tam bién característica de la versión
fedriana de H. 126 «El cuervo y la zorra», fábula de m odelo único
p rim ario con varias derivaciones, en la que F. An I h a sustituido ex­
trañ am en te el «queso» p o r un trozo de carne. La versión de Fedro es
b astan te tradicional, en cuanto conserva no sólo el «queso», sino otros
elem entos antiguos elim inados en F. An., por ejem plo, el discurso di­
recto de la zorra. Aquí la acción de la fábula consiste en el éxito
de la adulación: ésta h a de ser p u esta de relieve. Pero cuando cae
el queso, la zo rra se lim ita a quedárselo. No hay cierre irónico
suyo, si hay cierre es el representado p o r el dolor del cuervo. El
tem a es, o tra vez, no la estupidez del cuervo (como en F. An.), sino
el valor del ingenio —y el castigo del que se deja adular.
No puedo p asa r revista una a u n a a todas las fábulas. Pero nó­
tese en H. 31 «El hom bre de m ediana edad y las dos m ujeres»
(= Fedro II 2) la concentración y alteración del orden de los ele­
m entos en el relato, la insistencia en el tem a del peligro que corren
los hom bres an te las m ujeres, m ás aún que en B abrio (uno y otro
deben d eriv ar de un prom itio o epim itio antiguos). P ara H. 113 «He­
racles y Pluto» (= Fedro IV 12) envío a «El papiro R ylands...», p á­
Fedro 141

ginas 349 y ss.: hay ciertas abreviaciones y el cierre, que se m an­


tiene, insiste especialm ente en el tem a del lucro, tam bién el pro-
m itio. En H. 174 «Los ratones y las com adrejas» F edro IV 6 abrevia
en el comienzo, yendo rápidam ente al tem a de la prisión y m uerte
de los generales (por causa de los cuernos de sus cascos, Fedro
sigue el m odelo p rim ario), sobre la que insiste retóricam ente. Y pone
en el centro el tem a político. Lo m ism o puede decirse de una fá­
bula etiológica, H. 229 «Las dos alforjas», en que Prom eteo es su sti­
tuido p o r Zeus, y el relato es concentrado y sintetizado.
En cuanto a H. 299 «La m u jer y el labrador», ya dijim os que
P erry p ro p o n ía que las versiones de Fedro, Ap. 15 y P etronio derivan
de u na versión secundaria m ucho m ás punzante y m oralista, m ás
m isógina tam bién, que el original griego: el com ienzo y el final,
sobre todo, están m odificados en este sentido. Pero queda p o r ver
qué es lo propio de dicha versión secundaria y qué es lo propio
de Fedro.
Como decíam os, ni la abreviación ni la am pliación constituyen
un fin en sí, están al servicio de los objetivos a que hem os aludido.
H em os dicho, p o r ejem plo, que en H. 174 hay abreviación inicial
y am pliación retó rica final. Así com prendem os, p o r ejem plo, lo que
ocu rre en Fedro IV 20, fábula breve pese a poder ser in terp re tad a
com o agonal, que ya hem os dicho que viene de un m odelo antiguo,
de que tam bién derivan H. 62 y 186. Es el tem a, que viene de
Teognis, del lab ra d o r que fue m ordido p o r la serpiente que había
hecho revivir en su seno. Pues bien, el relato es abreviado. Y el
cierre no es qu itad o ni añadido, es sim plem ente alterado. E n vez
de ser del lab ra d o r que reconoce que es ju sto lo que sufre p o r su
conducta estúpida, es de la serpiente: «que nadie ap ren d a a favo­
recer a los malos», dice. Una vez m ás el tem a de la insensatez queda
en segundo térm ino, el del tra to con los m alos en prim ero.
Pero pasem os, ya, a las fábulas am pliadas, aunque a veces am ­
pliación y reducción se com binan. Un ejem plo que ya hem os puesto
es el de H. 154 «El león, el asno y la zorra», en que Fedro I 5 ya
dijim os que sigue u na línea secundaria, a la que tam bién pertenece
B abrio. Anotam os tam bién que, en él, los anim ales pasan a ser
cuatro, con lo cual el discurso del león (su cierre) se hace m ás
largo y concluye en clím ax con u n a am enaza: m a lo a d fic ie tu r si
qu is q u a r ta m tetigerit. El epim itio insiste, frente al m odelo, en el
tem a de la im p ro b ita s, la m aldad.
Se tra ta no de añ ad ir detalles, sino de in sistir retóricam ente en
la conclusión. Igual en H. 160 «El lobo y el cordero» (= Fedro I 1),
derivado en F. An. y Fedro de u n a de las dos versiones prim arias.
Aquí el diálogo lo b o /co rd ero es todo en estilo directo, como en
B abrio, Par. y Dod.: creo que esto es antiguo e igual el cierre del
lobo, que dice que va a com erse al cordero p o r m uchas razones
I

142 Historia de la fábula greco-latina

que dé. Ahora bien, Fedro ha elim inado este cierre: el lobo se lim ita
a com erse al cordero, prim a la acción com o o tras tantas veces. Pero
los argum entos del cordero son los m ism os que en la ram a a que
pertenece, m ás uno nuevo: «tu p ad re habló m al de mí», dice, y se
com e el cordero sin dejarle contestar. Puede verse cóm o hay tam bién
aquí un clím ax en la argum entación y que ésta conduce d irecta­
m ente a la acción.
O tro caso sem ejan te es el de H. 294 «El lobo y el perro». A juz­
gar p o r B abrio, derivado del m ism o m odelo antiguo (cf. supra, p á­
gina 57), era una fábula de debate, pero Fedro la h a am pliado
m uchísim o. Se tra ta de la m ism a tendencia a am pliar los debates
p ara sacarles una p u n ta retó rica y m oral: la lib ertad del lobo es
p referib le a la servidum bre del perro, lo que, p o r lo dem ás, no hace
m ás que explicitar el tem a antiguo, que viene ya de Arquíloco.
Hay otros añadidos en o tras fábulas, generalm ente de discursos
allí donde sirven p ara su b ray ar la acción. Así en H. 22 «La zorra
y el leñador», Fedro Ap. 28 es prácticam ente todo debate: z o rra /
boyero, cazador/boyero, zorra/boyero. La perfidia del boyero, en
que se insiste, queda así m ás subrayada, puesto que todo consiste
en palab ras m ás que en actos. En H. 238, la conocida fábula del
jabalí, el caballo y el cazador, Fedro IV 4 aligera el relato su p ri­
m iendo la petición del jab alí al hom bre, pero cuando éste m ata al
ciervo, esta acción es in terp re tad a m ediante un discurso de cierre
del prim ero. Curioso, porque o tras veces estos cierres son suprim i­
dos p o r Fedro: aquí la sim ple acción no explicaba su significado,
y un discurso directo era, en estas circunstancias, m ás dram ático
que u n a sim ple explicación com o la de o tras versiones y el m ism o
m odelo antiguo de Estesícoro.
El exam en de estas fábulas nos ha hecho p e n e tra r en los m éto­
dos de trab a jo de Fedro. Tam bién puede in ten tarse esto en otras
m ás, en las que los criterios de abreviación y am pliación son
m enos prom inentes. Se trata, antes que nada, de m odificaciones
de las técnicas de redacción: elim inación de divisiones artificiales
y de fórm ulas, fusión y alteración de elem entos, introducción de
rasgos poéticos o pintorescos, pequeñas alteraciones argum éntales,
etcétera.
En realidad, de estas alteraciones argum éntales hem os visto ya
algunas ligadas a otros rasgos. Podem os c ita r otras, com o la de
H. 81 «El gato y los ratones» {— Fedro IV 2). Es una fábula de línea
única en que tan to F edro com o B abrio innovan: el prim ero haciendo
que el gato, en vez de colgarse del techo com o un saco, se envuelve
en h arin a y se tienda en un lugar oscuro. Da la im presión de que
la fábula ha sido co ntam inada con una sobre el tem a del disfraz,
com o evidentem ente la innovación de que el gato en cuestión había
envejecido y u sab a esta tre ta p a ra cazar, proviene de una contam i­
Fedro 143

nación con) H. 147 «El león y la zorra». La fábula re su lta m ás nueva


y pintoresca; p o r o tra parte, es u n a innovación in tro d u cirla com o
un ejem plo puesto p o r el propio Fedro. O tra contam inación, ésta
clarísim a, es la ya m encionada de H. 103 «El grajo y las aves», una
de cuyas d o s'lín eas derivadas contam ina Fedro I 3 con H. 125. Aquí,
tam bién, se p resen ta la fábula com o un ejem plo de Esopo p ara los
que se glorían de bienes ajenos; y se elim ina el tem a de Zeus y
del reino de las aves. Al tiem po, la contam inación con la o tra fábula
perm ite a Fedro in tro d u cir una doble acción, con clímax: el grajo
es rechazado p rim ero p o r los pavos, luego p o r los suyos. Más to­
davía, se añade un cierre de uno de los grajos, que insiste en el
tem a de la naturaleza. Así del tem a de la falsa belleza y de la tram p a
en el concurso, se pasa al de que cada uno debe co ntentarse con
lo suyo.
La m odificación de los tem as está, com o se ve, íntim am ente unida
con las técnicas de abreviación, am pliación, contam inación, presen­
tación de las fábulas. Una in teresante, desde este últim o punto de
vista, es H. 44 «Las ranas pidiendo rey», en que Fedro pertenece
con F. An. a una de las dos redacciones p rim arias. Aquí conserva
el viejo tem a de la em bajada de Zeus y del castigo de los que no
resp etan su p ro p ia naturaleza, pero introduce innovaciones. La p ri­
m era es n a rra r la fábula en segundo grado, es Esopo quien la contó
a los atenienses d u ran te la tiran ía de Pisistrato. E ste prólogo y el
cierre final se dirigen co n tra la tiranía, a diferencia de las conclu­
siones m ás vagas y generalizantes en los otros testigos. De o tra
parte, en esta fábula Fedro resp eta el curso de la narración, con
sus varios actos que llegan al clím ax del castigo de Zeus; pero añade
un final nuevo, las ranas piden a Zeus, a través de M ercurio, que
las so corra y él se niega. Así com o a veces Fedro prefiere un final
de acción, elim inando el cierre p o r considerarlo superfluo, o tras
introduce un cierre nuevo, que insiste en el tem a.
Veamos otro s casos en que, m ás que de m odificaciones, se tra ta
de diferencias de redacción. Por ejem plo, en H. 76, la com paración
de los num erosos testigos de esta fábula de m odelo único nos con­
vencerá del su p erio r a rte del relato en la versión de Fedro I 12 «El
ciervo ju n to a la fuente». E sto puede verse en detalle en el libro
citado de Pisi, pp. 39 y ss., por lo que respecta a la relación con la
Augustana. O véase H. 120 «El castor», donde F edro Ap. 30 tra n s­
form a en algo vivo, explicado divina ratione, lo que era un relato
insulso. Pero quizá sea un ejem plo m ejor H. 136 «El p erro que
llevaba carne», en que Fedro I 4 pertenece a la línea del m odelo
prim ario. Ha concentrado los varios tem as fundiéndolos en tre sí
en vez de sum arlos aditivam ente. Tras el relato de la situación (el
p erro que, con su trozo de carne, atraviesa el río y ve o tro supuesto
p erro con o tra carne), Fedro nos cuenta sucesivam ente cóm o el p erro
144 Historia de la fábula greco-latina

deja caer su carne, se lanza a p o r la o tra, pierde am bas p o r no


existir una y ser a rra stra d a p o r el río la otra: dice directam ente
que quiso a rre b a ta r la o tra carne y que su avidez resultó engañada
al p erd er am bos trozos de carne. Son las m ism as frases, pero en
orden diferente p a ra hacer avanzar m ejo r la acción. E ste a rte n a­
rrativ o puede tam bién verse, p o r ejem plo, en H. 156 «El león y el
asno», con el relato, en este caso pintoresco y dram ático, de la caza
del asno y el león en Fedro I 11; o en H. 161 «El lobo y la garza»,
en que Fedro I 8 describe con s u s p e n s e los esfuerzos de la grulla
(que introduce en vez de la garza) p a ra sacar el hueso al lobo;
o en H. 173 «Los m agos am bulantes», con un final vivo y directo
(aunque quiza m ás arcaico que el de F. An.) en F edro IV 1.
Son, pues, diversos los recursos que Fedro utiliza al reescribir
sus m odelos. Puede decirse que, con m uy pocas excepciones, p re­
fiere re sp etar la extensión bien reducida, bien m edia de éstos, pero
introduciendo ciertas abreviaciones o am pliaciones o cam bios cuya
finalidad es acen tu ar lo dram ático de la descripción, la viveza de
la m ism a, e in sistir en las valoraciones m orales resultantes. Los es­
quem as tradicionales son, en térm inos generales, respetados, incluso
hay veces en que un esquem a tradicional es alterad o m ediante la
im itación de otro. Pero las divisiones artificiosas, el lenguaje este­
reotipado, las repeticiones de las fórm ulas, ceden el paso a una
m ayor fusión de elem entos, a im itaciones de los poetas, al uso de
la m etáfora, de los nuevos nom bres atrib u id o s a los anim ales. En el
libro de Pisi puede en co n trarse m aterial ab u n d an te respecto a im i­
taciones y uso retórico y pintoresco del lenguaje.
E n cuanto a los tem as, bien p o r selección, bien p o r alteración
de los m odelos, Fedro insistió en los m otivos ya m encionados: la
sá tira política (sobre todo del abuso de poder), la m aldad, la avidez
y codicia. Tem as tradicionales de la fábula cínica com o el de la
fortuna, la naturaleza, la insensatez, la crítica de la belleza y de
la superstición, no es que no existan en Fedro, pero tienen m enos
relieve. En cuanto a los tem as positivos, el de la astucia que recibe
un prem io es el m ás im portante, aunque tam bién se encuentran
otro s com o el de la lib ertad frente a la esclavitud —tem a político,
p o r lo dem ás.
De todas m aneras, es escaso, ya lo hem os dicho, el núm ero de
fábulas que F edro siguió m ás o m enos fielm ente tom ándolas de una
colección que hem os descrito como integrada por fábulas de m odelo
único y p o r o tras tam bién p rim arias pero opuestas a una segunda
versión p rim aria o a una secundaria. O tras veces F edro parece h a ­
b er seguido una colección diferente o colecciones diferentes. Aunque
este tem a de las fuentes debe recib ir m ás aclaraciones del estudio
de las fábulas de F edro que no están en F. An.: haciendo no tar, de
Fedro 145

todas m anèras, que algunas derivan de m odelos que sí han llegado


a las m ism as y Fedro alteró.
Fedro escribió, sum ando libros a lo largo de los años, una co­
lección mixta, com pleja, com o ya eran sus colecciones modelo. En
esto no hizo n ada nuevo. Por ello no había obstáculo a que, ju n to
a u n a colección básica, m ixta, siguieran o tras m ás tam bién m ixtas o
creara, p o r im itación o como fuera, o tras fábulas m ás de los m is­
m os tipos. Lo que hacía, eso sí, era d ar una cierta unidad de com ­
posición, estilo y contenido a estos varios m ateriales m ediante un
doble proceso de selección y de recreación.

III. F ábulas que se encuentran en F edro y fuera de él,


pero no en las F ábulas A n ó n im a s

A continuación doy una relación de fábulas de Fedro que se


reen cu en tran m ás o m enos exactam ente en otros lugares. Claro está,
es difícil o im posible tra z a r un lím ite entre estas fábulas y aquellas
o tras en que consideram os que Fedro h a creado una fábula original
a p a rtir de o tra conocida. En la relación que sigue, doy los datos
m ás esenciales sobre cada fábula. El orden es el del Apéndice II
(no H.), aunque no H. 303 com prende sim ultáneam ente H. 290:

no H. 8 = Fedro, Ap. 24 «La cabra y el cabrero», tam bién en


B abrio y en otro s testigos m ás. El cabrero que h a roto el cuerno
de la cabra no p o d rá ocultarlo: «el cuerno gritará».

no H. 17 = Fedro I 26 «La zorra y la cigüeña», tam bién en Plu­


tarco, Quaest. Conu. 614 E (donde interviene la grulla). Agón de los
dos anim ales, en dos actos, triunfando la cigüeña (o grulla): la zorra
sirve p u ré en un plato poco hondo, el ave en una botella de cuello
estrecho.

no H. 37 = Fedro II I 3 «Esopo y el rústico», tam bién en Plu­


tarco, Sept. Sap. 149 C-E (lo aplica a Tales; Fedro, a Esopo). B ur­
lándose de los divinos, Esopo le dice al rústico, que le consulta
sobre los corderos con cabeza hum ana que han nacido de sus ove­
jas, que dé m u jeres a sus pastores.

no H. 41 = Fedro III 19 «Esopo responde a un charlatán», anéc­


dota de Diógenes (Diógenes Laercio II 41, P lutarco, S ep t. Sap. 189 C)
atrib u id a ah ora a Esopo.

no H. 62 = Fedro I 22 «La com adreja y el hom bre», tam bién en


B abrio. La com adreja no obtiene perdón pese a ser enem iga de los
146 Historia de la fábula /greco-latina

ratones, pues o b ra así p o r su propio beneficio. C rítica del egoísmo


y falsedad.
no H. 91 = Fedro V 6 «Dos calvos», cf. el proverbio «un calvo
(encontró) un peine», en Paroem. Gr., I, p. 459. Al calvo le es inútil
un peine que se encuentra.
no H. 118 = Fedro I 6 «Las ranas al Sol», tam bién en B abrio 24.
Tem a del m alvado («¿y qué va a p asa r si tiene hijos?»).
no H. 128 = Fedro, Ap. 21 «El caballo de carreras», tam bién en
B abrio y otro s testim onios. El viejo caballo de carreras, que ha
ido a p a ra r a un m olino, se lam enta de su suerte.
no H. 162 = Fedro II I 15 «El p erro al cordero». El cordero que
ha sido criado p or la cab ra dice que es la bondad, no el parentesco,
lo que hace a los padres. Probablem ente, la fábula es el desarrollo
de esta χρεία que se encuentra ya en M enandro, M onost. 452 πατήρ
ούχ ό γεννήσας, άλλ’ ό Πρέφας σε. «tu p ad re no es el que te engendró,
sino el que te crió».
no H. 164 = Fedro I 23 «El p erro fiel», tam bién en S intipas 21.
El p erro no se deja te n ta r por el pan que le ofrece un ladrón
nocturno.
no H. 165 = Fedro I 19 «El p arto de la perra», tam bién ahora
en un papiro de Colonia, el 64 (y en Justino). La p erra, que deja su
cubil a o tra p a ra que para, no logra recuperarlo, la cam ada ayuda
a la nueva inquilina. Tem a del abuso del m alo al que se deja que
se m ultiplique.
no H. 203 = Fedro I 10 «El m ono juez del lobo y la zorra», en
relación con la anécdota sobre Diógenes en D. L. II 6, 54 y G nom .
Vat., ed. S ternbach, núm . 190. Los dos litigantes son tan m alvados
el uno como el otro.
no H. 218 = Fedro IV 24 «El p arto de los m ontes», alusión en
H oracio, A. P. 139.
no H. 222 = Fedro I 18 «La m u jer dando a luz», tam bién en Plu­
tarco, Coni. Praec. 143 E. La m u jer no quiere d ar a luz en la cama,
donde sus problem as com enzaron. B rom a sexual y tem a del lugar
donde se recibe el mal.
no H. 285 = Fedro IV 26 «Sim ónides salvado p o r los dioses».
La m ism a anécdota en Cicerón Orat. II 352, Q uintiliano IX 2.11,
Valerio Máximo I 8, 9. Sim ónides, al h undirse el techo en un b an ­
quete, es salvado p or su piedad p ara con los Dioscuros.
Fedro \ 147

no H. 288 = Fedro III 8 «Una herm an a a su herm ano», cf. Plu­


tarco, Coní. Praec. 141 d, Diogenes Laercio II 5, 33 (atribuido a
S ócrates), E stobeo III 1, 172 (atribuido a Bias p o r D em etrio de
Falero). Consejos m orales de un p ad re a su hijo, que es guapo, y
a su hija, que es fea. La acción consiste en que al m irarse al espejo,
el p rim ero se jacta, y la h ija lo tom a a ofensa.

no H. 303 = Fedro, Ap. 23 «El cam inante y el cuervo. Cf. tam ­


bién P lutarco, V ita Phocionis 9, y en H. 290 (III), cf. infra, p. 346. Un
cam inante oye aue (térm ino de saludo) repetidam ente y se detiene,
h asta que se da cuenta de que es un cuervo. Le m aldice por haberle
entretenido.

Si se quiere tra ta r de p recisar la originalidad de Fedro en la


redacción de estas fábulas, conviene dividirlas en varios grupos.
Ante todo, en dos: a veces se tra ta de verdaderas fábulas de las
que existe u na redacción m étrica helenística antecesora de la de
n u estro poeta; otra, de anécdotas o de χρεϊαι, que él ha convertido
en fábulas.
D entro de las fábulas, el grupo m ás im p o rtan te es aquel en que
Fedro está acom pañado de B abrio y, eventualm ente, de otros tes­
tigos. Hay luego algunos casos en que va con P lutarco o con alguna
o tra versión.
Las fábulas que son com unes a Fedro y B abrio son, en dos casos,
de un m odelo secundario. El prim ero está constituido por no H. 8,
en Fedro «El p a sto r y la cabra». Es una fábula de tradición muy
com pleja, pero el resum en es que hay una versión prim aria, am plia,
y u n a reducida, secundaria: a esta línea pertenecen las dos versio­
nes de Tetr. y la de Fedro. La fábula ha quedado reducida a una
breve fábula de situación, con cierre, y es difícil calib rar la origi­
nalidad de la redacción de n u estro poeta, que p re sen ta u n a redacción
en cu atro versos m uy com parable a las dos de Tetr., ya a una ya
a o tra, según los diversos puntos. En todo caso, esto confirm a que a
veces Fedro sigue u na versión secundaria. B abrio, en este caso, si­
gue la prim aria.
Igual en el caso de no H. 128, en que, curiosam ente, sólo Aftonio
rep resen ta un m odelo prim ario, reducido en el secundario del que
dependen B abrio, Fedro, Par. (dos versiones), Dod. y una alusión
en el A sno de Luciano. En esta versión reducida se p asa del caballo
de gu erra al de ca rre ras que h a acabado ya viejo en un m olino.
El tem a es el m ism o, el de la fortuna. Fedro insiste en la am bien-
tación rom ana y da u na im agen m ás viva de los dos m om entos en
la vida del caballo.
De las fábulas de m odelo único no H. 62 está en B abrio y Fedro;
no H. 88 en B abrio (en realidad en el ms. G, com o dije) y
148 Historia de la fábula greco-latina

tres versiones de Par.; y no H. 118 en B abrio, Fedro, Tetr., Par.


y Dod. La diferencia respecto a o tras fábulas de m odelo único, antes
estudiadas, es que no fueron recogidas en F. An. Se tra ta , en nues­
tro caso, de una fábula agonal, una etiológica y o tra de situación,
de extensión m ediana la prim era, breves las o tras dos.
Podem os ver algunas innovaciones de F edro que resu ltan carac­
terísticas. En no H. 62 el argum ento p a ra no p erd o n ar a la com a­
d re ja que da el hom bre que la apresó es, en Fedro, que si m ataba
rato n es era en beneficio propio, tem a que falta en B abrio; a este
cierre F edro añade un m om ento de acción, la m uerte de la com a­
dreja, y un epim itio sobre los que sólo buscan su utilid ad privada.
En no H. 118, u n a fábula etiológica con em bajada a Zeus, se con­
vierte en F edro en una fábula de situación, uno de los árboles
com prende que sean cortados p o r el hacha, ellos que han procu­
rado el m ango: la intención es la m ism a, pero la m odificación e n tra
den tro de lo que ya sabem os. Igual en no H. 118 «Las ranas al Sol»:
ahora es n arrad a en segundo grado p o r Esopo, es un ejem plo que
se aplica a un ladrón; por o tra parte, el cierre es ah o ra de Zeus,
no de una de las ranas o un sapo.
Hay, luego, una serie de fábulas p ara las que, adem ás de Fedro,
hay o tro testigo procedente de colecciones de fábulas. E ste es el
caso de no H. 164 «El p erro fiel», de que hay o tra versión que ha
ido a p a ra r a las dos versiones siríacas (la de la h erm ana Lefèvre
y la de S intipas); y de no H. 165 «La p e rra que parió», ya hem os
aludido a su presencia en el P. Col. 64, fragm ento de u n a colección
de fábulas. E sto testim onia que no sólo es cierto que las coleccio­
nes helenísticas sem iprosificadas no han pasado íntegram ente
a F. An., a p esar de que esta colección ha ido am pliándose en el
curso del tiem po, sino que las que no en tra ro n en F. An. tam poco
pasaron íntegram ente a B abrio. Las hay en o tras colecciones, como
vemos, y en la tradición indirecta; y hay fábulas que sólo están en
F edro y que sin duda vienen de la tradición antigua.
Por lo que resp ecta a las dos a que aquí hacem os referencia,
es difícil, habiendo sólo dos testigos, ver cuál innova. La pequeña
h isto ria del p erro y el ladrón que le ofrece pan está contada en
térm inos m uy próxim os, sólo varía el «cierre» del perro; quizá sea
una innovación el de Fedro, que habla de culpa o de lucro, m ientras
que en la o tra versión el p erro sólo m u estra su inquietud ante tanto
repentino afecto. En cuanto a la fábula de la p erra, da la im presión
de que la versión del papiro, con restos de verso, es m ás tradicional
que la de Fedro, contiene un discurso-cierre de la p e rra objeto de
abuso m ucho m ás largo que el de Fedro. Pero su conclusión con
una cita de Teognis es sin duda u n a innovación: y tam bién lo es,
seguram ente, en Fedro el que el largo cierre de la p erra, lleno de
lam entaciones, queda reducido a una súplica en estilo indirecto se-
Fedro I 149

guida de la resp u esta de la p erra que parió: «te dejaré el lugar


cuando seas m ás fu erte que yo y mi prole». Es el tem a fedriano
del abuso del fuerte. Es fácil que de aquí derive la versión de
Justino.
Fedro, com o siem pre, tiende a in tro d u cir sus tem as sobre todo
en la p a rte final de las fábulas, y a hacer éstas m ás ceñidas y
directas.
O tra serie de fábulas, que ha sido n otada p o r la c r ític a 14, con­
tiene, ju n to a la versión fedriana, una de P lutarco. E studiém oslas
antes de in te n ta r obtener conclusiones. Se tra ta de cinco fábulas.
Es m ás práctico em pezar por aquellas fábulas que en P lutarco
p resen tan restos de verso y que, por tanto, es claro que no son
derivaciones de Fedro, sino de tradición antigua. E ste es el caso,
en p rim er térm ino, de no H. 37, que en Fedro III 3 se titu la «Esopo
y el rústico». Se tra ta en P lutarco de una larga fábula con im por­
tantes restos de verso:

y _ u _ ] εοικε τεταράχ&αι σφοδρά.


μίασμα, καί κηλίδα [ υ _ ^
kl _ ] τίνος δεινόν και μεγάλου συμβάντος;
«τί δ ’» είπον «ού μέλλω; στάσεως γάρ, ώ Θαλή,
και διαφοράς»
άφε'ις ό Θαλής με καί λαβόμενος ^ ^

en tre otros. E n ella se introduce a Tales com o el que, en diálogo


con Nilóxeno y P eriandro, resuelve el pretendido prodigio del niño
con cuerpo de caballo. Fedro ha reducido la fábula —de todas for­
m as b astan te extensa— , dándole la form a de un relato term inado
con el cierre del nuevo sabio, Esopo. Las coincidencias son casi li­
terales, es m uy claro que Fedro m odificó grandem ente el modelo,
a base de un s u s p e n s e creciente y la resolución del problem a de
Esopo. Ya hem os visto que es m uy aficionado a in tro d u cir al fa­
bulista.
T am bién p resen ta verso en P lutarco y tam bién está m uy alterada
en Fedro no H. 303, que en Fedro, Ap. 23 es «El cam inante y el
cuervo». Es de la fuente de P lutarco de donde viene la versión
del ms. F., repetición literal de la de aquél. E n ella hay u n a situa­
ción con varias p arte s —el guerrero se detiene varias veces ante
el graznido del cuervo— seguida de cierre: «vosotros graznaréis
todo lo que podáis, pero no vais a g u star de mí». Se deduce del
epim itio que el g u errero se volvía a casa. Pues bien, esta fábula
de situación ha sido am pliada p o r Fedro. El soldado ha sido susti­
tuido p o r un cam inante y hay un s u s p e n s e que culm ina cuando

14 Cf. Perry, «D em etrius o f Phalerum », p. 321, quien cita ya a Crusius.


150 Historia de la fábula greco-latina

descubre que el que dice aue es un cuervo. El cierre varía: el ca­


m inante m aldice al ave por haberle hecho p erd er tiem po. El tem a
de la superstición desaparece (como o tras veces en Fedro), tenem os
ah o ra el tem a, igualm ente cínico, del esfuerzo.
En o tras tres fábulas no es posible h allar en P lutarco restos
m étricos. Así en no H. 17 «La zo rra y la grulla» (en Fedro la ci­
güeña, es la única diferencia notable); no H. 221 «La m u jer de
parto»; y no H. 288 «La h erm ana al herm ano».
Es posible que en estas fábulas nos m ovam os en o tro terreno.
La ú ltim a es claram ente una anécdota cuyo relato se atribuye a
S ócrates no sólo p or P lutarco, sino tam bién por Diógenes Laercio.
P ertenece sin duda al grupo de las anécdotas cínicas, a veces a tri­
buidas a Sócrates, que Fedro tom a en ocasiones. Pero, a diferencia
de la fábula de Tales, referida arrib a, no hay indicio alguno que
nos lleve a pen sar que esta anécdota haya sido versificada e incluida
en las colecciones de fábulas. Es fácil que Fedro la tom ara, sim ­
plem ente, de las colecciones de χρεϊχι cinizantes, e igual hay que
decir de tres anécdotas cínicas (aunque una de ellas sea m ás an ­
tigua), a que ya hem os hecho referencia: la de Sim ónides en Fe­
dro IV 26, que está tam bién en Cicerón, Q uintiliano y Valerio Má­
ximo; la del lobo y la zorra juzgadas p o r el m ono (Fedro I 10), que
ya dijim os que corresponde p o r su tem a a una anécdota que se
atrib u ía a Diógenes; y la de «Esopo responde a un charlatán» (Fe­
dro III 19), que es la anécdota de Diógenes que buscaba a un hom bre
con u na lám p ara en el ágora en pleno día (en Diógenes Laer­
cio II 41 y P lutarco, Sept. Sap. 149 C), trasp a sad a a Esopo; cf. ya
un antecedente en V ida de E s o p o 65, cuando E sopo halla en los
baños a un solo hom bre.
Es diferente el caso de las o tras dos fábulas que están en Fedro
y P lutarco, faltando el verso en éste. Puede ser, ciertam ente, que
las dos fábulas de la zorra y la grulla y de la m u jer de p arto vengan
de una colección, pero no puede d escartarse tam poco que aquí
P lutarco siga sim plem ente a Fedro, dado que no se en cu en tra gran
diferencia en tre am bos. Por o tra p arte , la fábula de la zorra y la
grulla (o cigüeña) es u n a fábula derivada, secundaria: la zorra, a stu ­
ta, en cu en tra a alguien m ás astuto, el m alo en cu en tra el castigo 15.
Si esto es innovación de Fedro, entonces P lutarco no hace o tra cosa
que seguirle. Puede hab er alguna relación en tre esta fábula y
no H. 143 «La co rneja y la hidra»: están presentes el ave que no
puede b eb er de un recipiente estrecho y su astucia. De todas for­
m as, razonando p o r analogía, parece m ás verosím il que Plutarco
y F edro rem onten al m ism o modelo.

15 N o son con vin cen tes las razones de Perry, «D em etrius o f Phalerum ...»,
p. 321, para favor de la antigüedad de la fábula.
Fedro 151

Quedan p o r m encionar, todavía, las tres fábulas que relaciona­


m os con χρεΐαι o proverbios: la de los dos calvos, la del p arto de
los m ontes y la del p erro dirigiéndose al cordero. La verdad es que
no podem os decidir si realm ente se tra ta de fabulizaciones de p ro ­
verbios o si éstos nacieron de las fábulas respectivas.
Vemos, pues, en definitiva, que Fedro ha utilizado fábulas en
verso de m odelo único desatendidas p o r F. An., fábulas a veces en
B abrio, a veces en o tras colecciones o en la tradición indirecta.
Pero ha utilizado tam bién fábulas de un m odelo secundario, com ún
a P lutarco. En ocasiones, parece, ha bebido tam bién de colecciones
de anécdotas de carácter cínico, no versificadas; tam bién en colec­
ciones de χρειαι aunque esto es m enos seguro.
Ha tenido, pues, a su disposición la colección I de que a rrib a
hablam os, a base de m odelos únicos y o tras fábulas prim arias;
tam bién ha tenido o tras colecciones que incluían fábulas secunda­
rias o fábulas de m odelo único desatendidas p o r F. An. e incluso
por B abrio. Y ha añadido m aterial no estrictam en te fabulístico, que
p o r p rim era vez ha convertido en fábulas.
Se tra ta de fábulas m ixtas, en que predom inan las anécdotas h u ­
m anas y las fábulas de situación; las agonales son m ás ra ra s y quizá
la de la zorra y la cigüeña sea original del poeta. F edro ha in tro ­
ducido en ellas innovaciones del tipo que ya conocem os: abreviando,
sacando al final u na «punta» m oral de sus tem as favoritos, p refi­
riendo la n arració n y el s u s p e n se a los viejos tipos de fábulas. En
cuanto a los tem as, nos son ya fam iliares: el del m alo, sus abusos,
su castigo, su incapacidad p a ra disim ular; el del egoísmo, la false­
dad y, a su lado, la v irtu d y la piedad; el de la su erte in fo rtu n ad a
del débil o el viejo; el de la realidad y la apariencia; las brom as
sexuales.

IV. F ábulas que sólo en F edro se encuentran

Hay, en p rim er térm ino, com o ya hem os avanzado, algunas fá­


bulas que son u na derivación de o tras anteriores. Si insistim os aquí
sobre ellas es, m ás que p ara volver sobre las características fo rm a­
les y de contenido de las fábulas de Fedro, aunque tam bién ten ­
drem os en cu enta este punto de vista, p a ra hacer ver que n u estro
au to r conocía un n úm ero de fábulas antiguas, de las que llegaron
a F. An. y de las que no llegaron, m ayor del que a p rim era vista
po d ría pensarse.
La relación que dam os a continuación p resen ta algunas fábulas
cuya tradición no es m uy diferente de algunas de relaciones an te­
riores. Sim plem ente, la diferencia respecto a los m odelos es m ayor,
pueden considerarse fábulas nuevas. T am bién en el caso de algunas
152 Historia de la fábula greco-latina

que consideram os contam inadas. Por lo dem ás, la relación con los
m odelos puede ser de varios tipos. A veces un cam bio de los p ro ta ­
gonistas resp eta un m ism o esquem a argum entai y de contenido.
En o tras existe, al co ntrario, una variación fuerte en este sentido,
que puede com binarse con una variación en los protagonistas. O un
tem a básico com o el de la corte del león o la del trasero descu­
bierto del m ono pueden recibir nuevos desarrollos.
T am bién hay una diferencia sólo de grado respecto a fábulas
de que hablarem os luego y que continúan tem as fabulísticos gene­
rales, pero en form a m ás independiente, sin que se pueda hacer
referencia a fábulas concretas usadas com o modelo.
P resentam os a continuación, siguiendo el orden de Fedro, pero
añadiendo en tre parén tesis la num eración de nu estro s Apéndices,
las fábulas que nos parecen m ás claram ente derivadas de o tras an ­
tiguas ya conocidas; en algunos casos, algunos autores habían hecho
ya pro p u estas sem ejantes.

I 21 «El león viejo» (no H. 200) desarrolla el tem a del león en­
ferm o (en H. 147) en un sentido diferente: es la coz del asno lo
que m ás duele al león.

I 30 «Las ran as tem erosas de las luchas de los toros» (no H. 274)
desarro lla el tem a de H. 143 «Las liebres y las ranas». Las liebres,
que van a suicidarse, desisten al ver el pavor de las ranas. El tem a
de F edro parece derivado de éste: una ran a dice a las o tras que,
sea cu alq u iera el resu ltado de la lucha de los toros, el derrotado
las ap lasta rá al huir. El tem a del poder p asa a p rim er térm ino.

I 31 «El m ilano y las palom as» (no H. 172). El tem a de las palo­
m as que eligen rey al m ilano p ara que las defienda y son víctim as
luego de él, parece co n tam in ar tem as de H. 238 «El jabalí, el caballo
y el cazador» y de H. 158 «Los lobos y las ovejas».

II 4 «El águila, el gato y el jabalí» (no H. 46) describe cóm o el


gato, con sus insidias, destruye la am istad del águila y el jabalí
y acaba devorándolos a ellos y a su prole. Hay contam inación de H. 1
(am istad ro ta del águila y la zorra) y no H. 184, en que un león
destruye la am istad en tre dos toros.

II 6 «El águila y la corneja» (incluida en H. 259). D esarrollo de


la fábula del águila y la tortuga: ah o ra interviene la corneja, que
aconseja a la p rim era la form a de ro m p er el caparazón de la to r­
tuga p a ra com érsela. Al tem a de la naturaleza, se añade el de la
astucia y la m aldad.
Fedro 153

II 8 «El ciervo a los bueyes» (no H. 169) desarrolla el tem a


de H. 22, solo que aquí la zorra es escondida p o r un leñador que
la delata, m ien tras que en Fedro es el am o el que descubre al ciervo
(tem a del ojo del amo).
III 6 «La m osca y la muía» (no H. 221). La m osca se ofrece a
estim u lar a la m uía que ara, ésta dice que a quien tem e es al am o
que lleva el arado. P robable contam inación de m otivos de H. 140
«El m osquito y el toro» y H. 242 «El toro y las cabras salvajes»
(tem a «no es a ti a quien tem o, sino...»).
IV 13 «El m ono rey» (no H. 283). Anécdota de e stru c tu ra am ­
pliada: es peligroso decirle la verdad al poderoso (decir al mono
que es un m ono). Deriva de las dos fábulas de la zorra y el m ono,
H. 14 y 83.
IV 14 «El león rey» (no H. 200) presupone fábulas con el tem a
del león en A ugustana y B abrio, pero m ás concretam ente H. 269
(en III), en que el león enferm o hace m o rir a otro anim al (el lobo,
a la instigación de la zorra, en III; el mono en Fedro).

IV 16 «Prom eteo borracho» (no H. 268). La fábula explica por


la em briaguez de Prom eteo el que haya hom osexuales y lesbianas,
pues les puso el sexo cam biado. Posiblem ente hay influjo de la
fábula platónica de los hom bres esféricos, luego p artid o s y a los
que hubo que cam biar el sexo (S y m p . 188 y ss.).
IV 25 «La horm iga y la mosca» (no H. 112). Cf. H. 114: Fedro
ha desarrollado el tem a de esta fábula, pero la lleva m ás lejos, h a­
ciendo el elogio de la horm iga, m ientras critica a la m osca im pu­
dente y vaga. Hay contam inación con fábulas de la mosca.

V 2 «Dos soldados y un ladrón» (no H. 92). Con otros personajes,


el tem a es idéntico al de H. 66 «El oso y los cam inantes».

Ap. 1 «El m ono y la zorra» (no H. 282). La petición del m ono


a la zo rra de que le p re ste un trozo de su cola p a ra taparse el
trasero depende del tem a de H. 83 «La zorra y el mono».

Ap. 19 «El lobo y la cerda». El tem a del falso m édico del que
el paciente huye deriva de H. 7 «El gato y las gallinas». Los cierres
son prácticam en te iguales, aunque los personajes sean diferentes.

Ap. 32 «La cogujada y la zorra» (no H. 299). El tem a de la co­


gujada, que vuela p ara evitar que la zorra la devore en tierra , parece
proceder del águila y la zo rra en H. 1.
154 Historia de la fábula greco-latina

En estas fábulas Fedro cam bia bien los personajes, bien la in­
tención de la fábula original p ara hacer ésta m ás ro tu n d a y directa;
a veces contam ina p ara d ar relieve e in sistir en ciertos tem as. Do­
m inan los tem as fedrianos tradicionales, com o el del poderoso que
abusa sin escrúpulos (I 30, IV 13, 14); el del m alvado que abusa
de la confianza (I 3), divide a los am igos p ara acabar con ellos (II 4),
da consejos perversos y astu to s (II 16); el del anim al que se com ­
po rta vilm ente, tal el asno (I 21), la m osca (IV 25), el m ono (que
no p o r eso evita su ruina, Ap. 1). Hay, claro está, otros tem as cínicos
tradicionales, aunque peor representados: el de la jactan cia estúpi­
da (III 6), la cobardía del amigo infiel (V 2), la naturaleza (Ap. 32),
la falsedad (Ap. 19). La fábula II 8 (el am o es quien realm ente hace
el trab ajo ) tiene que ver con el elogio del p o n o s o esfuerzo; la etio­
logía de los hom osexuales en IV 16, con el rechazo de éstos por
los cínicos.
R esulta notable que, lo m ism o cuando retoca levem ente el m a­
terial fabulístico tradicional (llegue o no a n u estras F. An., sea de
una colección o de o tra) que cuando, sobre la base de él, crea cosas
realm ente nuevas, Fedro insiste en los m ism os tem as. Sin desdeñar
los dem ás que son gratos a los cínicos, prefiere aquellos en que se
alian el tem a del fuerte sin escrúpulos, del poder político y de la
m aldad. Es notable que en esta serie de fábulas por él creadas ni
siquiera hallem os un ejem plo en que el débil astu to venza al po­
deroso, como o cu rre a veces en las fábulas de origen m ás tradicio­
nal, tem perando así un poco la am arga visión de la vida política
en n u estro poeta. Pero no deja de aparecer el tem a del m alo astuto
que fracasa en sus in tentos (el m ono en IV 14, el lobo en Ap. 19,
el gato en Ap. 32).
En cuanto a la form a, Fedro m antiene los tipos tradicionales,
con ciertas m odificaciones, pero introduce desarrollos de los m is­
mos. Llamo estru c tu ras tradicionales al agón verbal sim ple en fá­
bulas breves (III 6, V 2, Ap. 1, 19, 32): se cierra con las palabras,
generalm ente irónicas, del vencedor. S em ejante es II 6, sólo que
aquí no hay oposición, el discurso de la corneja (directo + indirecto)
lleva a la acción del águila, que estrella a la to rtu g a co n tra las rocas.
T radicional tam bién es el relato en una fábula etiológica (IV 16) y
el tem a de la eris o enfrentam iento entre dos anim ales, con dos
discursos co n trap u esto s. E sto ocurre en IV 25 «La horm iga y la
mosca»: y es notable que se aplique a un derivado de una fábula
que tenía en el origen una e stru c tu ra diferente. Es u n a form a, de
o tra parte, que no hem os encontrado h asta ahora en Fedro: es p ru e­
b a de que conocía fábulas de este tipo.
O tras veces Fedro construye fábulas de una extensión relativa­
m ente grande que com prenden, tra s la situación, una narración
am plia, con elem entos agonales o discursos o un crecim iento de la
Fedro 155

tensión m ediante acciones repetidas. En I 21, 30, 31 fábulas de este


tipo se cierran con un lam ento: podem os calificarlas fábulas de
situación am pliadas, m ás o m enos contam inadas con el tipo agonal.
En cam bio, o tras fábulas com plejas, II 4, 8 y IV 14, term inan con
un elem ento de acción, cosa esta ú ltim a frecuente en las fábulas
agonales de Fedro, como ya sabem os.
No es que estas fábulas alterad as carezcan en teram ente de p a­
ralelos en o tras colecciones, pero representan, en térm inos genera­
les, u na innovación de nuestro poeta respecto a las colecciones he­
lenísticas. En cierto m odo, son den tro de él una veta diferente a
o tra que hem os visto y que consiste en reducir y h acer m ás conciso
y contundente el m aterial tradicional. En éstas se busca esa «punta»
final, pero tra s un relato que tiende a lo novelesco y com plicado.
Y con esto pasam os a d ar la relación final de fábulas de Fedro:
aquellas que no encontram os testim oniadas fuera de él en p arte
alguna. No quiere decir esto que forzosam ente sean todas originales
suyas: ya hem os dicho que I 19 «El p arto de la perra» ha aparecido
hace poco en un papiro, y que I 24 «La rana que reventó y el buey»
depende de un m odelo an terio r a H oracio (cf. supra, p. 71). Sin
em bargo, parece claro que en la m ayoría de los casos hem os de
habérnoslas con creaciones de F edro sólo de lejos inspiradas en
tem as fabulísticos conocidos; o tras veces se tra ta de anécdotas o
novelitas desconocidas por o tras fuentes, aunque no cabe negar la
posibilidad de que a veces Fedro reelabore m aterial ya conocido,
com o en casos m ás a rrib a estudiados.
En definitiva, el criterio p ara establecer esta lista es en una
cierta m edida n u estra propia ignorancia. Pero insisto en que pienso
que la m ayor p arte de sus en trad as testim onia la creatividad de
Fedro, son fábulas Aesopiae, no Aesopi, p ara em plear los m ism os
térm inos del fabulista. C aracterísticas de contenido y, sobre todo,
de form a de las m ism as nos lo hacen ver. Pero vam os a exponer
previam ente la lista en cuestión.

I 9 «El gorrión que da consejos a la liebre» (no H. 258). El go­


rrió n se b u rla de la liebre cazada p o r el águila, p ara ser capturado
a su vez p or el halcón: la liebre se consuela de su destino y se
burla.

I 14 «De zapatero a médico» (no H. 111). El falso m édico es des­


cubierto p or el rey, que reprocha a los que confiaban en él: no valía
ni p ara zapatero y p retendía ser médico.

I 15 «El asno al viejo pastor» (no H. 50). El asno se niega a


h u ir de los enemigos, no van a im ponerle dos albardas. Tem a de la
libertad del pobre.
156 Historia de la fábula greco-latina

I 16 «La oveja, el ciervo y el lobo» (no H. 241). Tem a de las


etern as sospechas del débil co n tra los tram posos m ás fuertes que
él (¿cómo va a reclam ar un préstam o la oveja al lobo y al ciervo?).

I 17 «La oveja, el p erro y el lobo» (no H. 240). El perro, falso


acusador, y el lobo, falso testigo, hacen condenar a la oveja inocente.
El lobo m uere y la oveja afirm a que es obra de los dioses.

I 24 «La ran a que reventó y el buey» (no H. 273). La rana se


hincha p ara hacerse tan grande com o el buey, h asta que revienta.
Tem a de la envidia.

I 25 «Los p erro s y los cocodrilos» (no H. 160). Los cocodrilos


tran q u ilizan a los p erros, pero éstos no se fían.

I 27 «El perro , el tesoro y los buitres» (no H. 163). El perro


que encontró el tesoro m uere de inanición m ientras lo guarda, como
castigo p o r haberlo hallado d esenterrando huesos hum anos. El bu i­
tre le da la lección.

I 29 «El asno que se burló del jabalí» (no H. 52). El jabalí re­
nuncia a vengarse de las insolencias del asno, es dem asiado bajo.

II 1 «El tern ero, el león y el ladrón» (no H. 133). El león es


benévolo p a ra el hom bre, a diferencia del ladrón, en recom pensa
de su m odestia. Pero el epim itio dice que en realidad las cosas son
al revés, el ávido es rico y el m odesto pobre.

II 5 «Tiberio C ésar al m ayordom o» (no H. 300). Larga anécdota


dirigida co n tra los que pretenden hacer cosas útiles cuando en re a­
lidad n ada hacen. C ontra la hipocresía y los trucos de los am bi­
ciosos.

II 7 «Los dos m ulos y los ladrones» (no H. 220). Los ladrones


m atan al m ulo cargado de m onedas y dejan tranquilo al cargado
de cebada, que desprecian.

III 1 «La vieja al ánfora» (no H. 43). La vieja, ante el olor de


una vieja ánfora que había contenido falerno, piensa cuánto m ejor
h ab ría olido en otro s tiem pos.

III 2 «La p an tera y los pastores» (no H. 256). La pantera, que


se ha salvado del pozo donde cayó, tra ta rá com o enem igos sólo
a los que le tiraro n piedras, no a los que le dieron pan. Tem a de
la gratitud.
Fedro 157

II I 4 «El carnicero y el mono» (no H. 198). El m ono sabe tan


m al com o parece, dice el carnicero —lo que es contradicho por el
epim itio, no siem pre es el ro stro el espejo del alm a.

II I 5 «Esopo y un m alvado» (no H. 36). De Esopo no va a sacar


el m alvado m ás que un as: que tire la piedra c o n tra el rico. Así
lo hace y es crucificado. Mezcla del tem a cínico de II 7 y del tem a
del castigo del m alvado.

II I 9 «Sócrates a sus amigos» (no H. 286). Al que se lam enta


de lo pequeña que es la casa de Sócrates, éste le responde que ojalá
la llenara de verdaderos amigos.

II I 10 «El poeta sobre el creer y el no creer» (no H. 263). Anéc­


dota muy larga de estru c tu ra com pleja. C onfiar y no confiar es
peligroso.

III 11 «El eunuco a un malvado» (no H. 110). No es delito su frir


aquello que nos im pone la fortuna, sólo es deshonroso su frir lo
que se merece.

III 12 «El pollo a la perla» (no H. 271). O tro valoraría en m ucho


a la perla, no el pollo. Es el tem a cínico de la ανοια o insensatez,
lo notable es que lo desarrolle el propio pollo.

III 13 «Las abejas y los zánganos juzgados p o r las avispas»


(no H. 44). Elogio del trabajo.

II I 14 «Del descanso y el rigor» (no H. 205). Anécdota de Esopo:


un arco necesita distenderse; u n hom bre, divertirse.

III 16 «La cigarra y la lechuza» (no H. 170). La cigarra, que no


quiere cesar en sus reproches, es engañada con halagos por la lechu­
za y m uere. Castigo del que no tiene consideraciones con otros.

II I 17 «Los árboles protegidos por los dioses» (no H. 48). Atenea


ju stifica que el olivo sea su árbol, por causa de su utilidad. Tem a
de la utilid ad y del desprecio de la belleza inútil.

II I 18 «El pavo real a Juno» (no H. 259). Al pavo real, que se


q u eja de su voz, Juno le dice que cada anim al tiene su capacidad:
hay que co n ten tarse con lo que da la naturaleza.

IV 5 «Un testam ento enigm ático» (no H. 262). Larga anécdota


con innovaciones de estru c tu ra. In terp retac ió n de un m isterioso
testam ento, p ro ducto de la ingeniosidad del testador.
158 Historia de la fábula greco-latina

IV 11 «El ladrón y la lám para» (no H. 113). La Religión anuncia


un castigo a un lad ró n sacrilego que robó a la luz de la lám para,
encendida en el a lta r de Júpiter; y establece que en adelante no
se enciendan lám paras en los altares. Tem a del castigo del im pío
m ezclado con o tro etiológico.

IV 15 «Prom eteo» (no H. 267). Etiología de la lengua virulenta


de las m ujeres.

IV 17 «Las cabras barbudas» (no H. 167). Las cabras se quejan


a Zeus p o r no ten er b arba, y los m achos cabríos les dicen que sería
vano o rn ato m ien tras no tuvieran su fortaleza. Tem a de la n a tu ra ­
leza unido al de la realidad y la apariencia.

IV 19 «Los p erro s envían em bajadores a Zeus» (no H. 161).Lar


etiología escatológica de p o r qué los p erros se huelen el trasero,
bajo la form a del lam ento o queja ante Zeus.

IV 21 «La zo rra y la serpiente» (no H. 306). Im properios de


zorra co n tra la serpiente, que se pasa la vida guardando un tesoro.
C ontra los avaros.

IV 23 «Sobre Sim ónides» (no H. 284). A nécdota de Sim ónides,


que lleva consigo todos sus bienes (es decir, su sabiduría) y, n au ­
fragando, es h o nrado y enriquecido en Clazomenas. Tem a cínico.

V 1 «El rey D em etrio y el poeta M enandro» (no H. 90). Anécdota


pseudo-histórica: elogio de M enandro por D em etrio. Tem a de la b e­
lleza espiritual.

V 3 «El calvo y la mosca» (no H. 159). In ju ria s del calvo contra


la m osca: con tal de castigar al m alo, se aceptan h asta sufrim ientos.

V 4 «El asno y la cebada del cochino» (no H. 51). El asno no


quiere la cebada del cochino sacrificado. M ejor la vida que la ri­
queza.

V 5 «El bufón y el rústico» (no H. 280). Larga anécdota de es­


tru c tu ra laxa: b u rla de quienes consideran m ás verídica la aparien­
cia que la realidad.

V 7 «El flau tista Princeps» (no H. 265). Larga anécdota a base


de un juego de p alab ras en que es castigada la vanidad de un
flautista.
Fedro 159

V 8 «El tiem po» (no H. 298). D escripción del tiem po que pasa
y no reto rn a: p u ra alegoría que describe la estatu a de Καιρός obra
de Lisipo.

V 9 «El toro y el ternero» (no H. 297). Tem a de la experiencia:


«lo sé antes de que tú nacieras», dice el toro al ternero.

V 10 «El p erro viejo y el cazador» (no H. 166). Que el cazador


alabe lo que era de joven el perro, en vez de increparle ahora.
Tem as de la h u m anidad y de la naturaleza.

Ap. 3 «No hay que pedir m ás de lo justo» (no H. 54). A cada


anim al dio Jú p ite r u na capacidad diferente; al hom bre, la inteli­
gencia. Si lo tu viera todo, abusaría. No hay relato fabulístico.

Ap. 4 «M ercurio y las dos m ujeres» (no H. 216). Tem a de la in­


sensatez o άνοια fem enina.

Ap. 5-6 «Prom eteo y el engaño» (no H. 269). Tem a etiológico,


con la conclusión de que el engaño trae al final m alas consecuencias.

Ap. 7 «Hay que quedarse con el sentido, no con las palabras»


(no H. 55). In terp retació n de m itos, que sólo logra el sabio. No hay
relato fabulístico.

Ap. 8 «Sobre el oráculo de Apolo» (no H. 239). E xhortación pia­


dosa de la Pitia, sin acción alguna; epim itio que afirm a la inutilidad
de sus palabras.

Ap. 9 «Esopo y el escritor» (no H. 38). Puro chiste: Esopo ap ru e­


ba que el escrito r se alabe a sí m ism o, ya que ningún o tro le alaba.

Ap. 10 «Pompeyo y el soldado» (no H. 264). Larga anécdota en


que Pompeyo se b u rla del falso ju ram e n to del soldado.

Ap. 11 «Juno, Venus y la gallina» (no H. 131). Mito burlesco


sobre la lu b ricid ad de las m ujeres.

Ap. 12 «El tern ero y el buey viejo» (no H. 132). Esopo cuenta a
un p adre una fábula de la que se deduce que debe ed u car en la
v irtu d a su hijo.

Ap. 13 «Esopo y el vencedor en los juegos» (no H. 40). B urla del


atleta: debería jacta rse si hu b iera triu n fad o siendo m enos fuerte,
no más.
160 Historia de la fábula greco-latina

Ap. 14 «El asno a la lira» (no H. 49). El asno en cu en tra una lira
y dice que deleitaría los oídos si en c o n trara alguien docto en tocarla.
Tem a de la ignorancia.

Ap. 15 «Los dos pretendientes» (no H. 93). Larga anécdota eró­


tica en que Venus favorece al pobre fren te al rico.

Ap. 17 «Esopo y su dueña» (no H. 35). Esopo es pegado por


critica r a su am a p or su lujo: que no p re te n d a ya que diga la
verdad.

Ap. 18 «El gallo y los gatos que le llevaban en litera» (no H. 74).
Como previo la zorra, los gatos acabaron com iéndose al gallo. Tem a
de la natu raleza y de los peligros a que está expuesto el poderoso.

Ap. 20 «Esopo y el esclavo fugitivo» (no H. 39). Esopo aconseja


al esclavo no h uir, va a ser peor aún que la situación presente.

Ap. 22 «El oso ham briento» (no H. 304). Procedim iento ingenioso
del oso p ara pescar. Tem a de H istoria N atural, no fábula salvo por
el epim itio: el h am b re aguza el ingenio.

Ap. 25 «La serpiente y el lagarto» (no H. 281). El lagarto se salva


de la serpiente gracias a su ingenio.

Ap. 26 «La co rneja y la oveja» (no H. 174). La corneja sabe res­


p etar al fu erte y a tac ar al débil, por eso vive m il años.

Ap. 27 «Sócrates y el esclavo inútil» (no H. 287). Tem a del m al­


vado, que ag rad a al que no debe, y al revés.

Ap. 29 «La p ro stitu ta y el joven (no H. 217). El joven desenm as­


cara las m en tiras de la p ro stitu ta .

Ap. 31 «La m ariposa y la m osca» (no H. 257). Agón anim al, del
que resu lta que lo im p o rtan te es lo que realm ente somos, no lo
que fuim os.

Hay que h acer co n star que esta relación no com prende una serie
de prólogos y otros poem as en que habla el au to r directam ente,
sin ayuda de fábulas (véase infra).
Es fácil ver que en estas fábulas aparecen los anim ales en argu­
m entos m ás o m enos próxim os a los de la fábula tradicional: se
en fren tan en la acción o la palabra, hay ecos tam bién de debates
de anim ales o p lan tas p a ra establecer quién es superior. O tras ve-
Fedro 161

ces, se tra ta del lam ento del anim al vencido o de la conclusion


de un testigo presente. Pero tam bién tenem os anécdotas atribuidas
a p ersonajes com o Esopo, Dem etrio, Sim ónides, Sócrates, m ientras
que o tras se colocan en am bientes rom anos o introducen personajes
anónim os. Hay, tam bién, m itos burlescos, a veces con carácter etio­
lógico.
Con todo, algunas piezas sólo de m anera m uy discutible pueden
ser consideradas com o fábulas. Me refiero no sólo a los prólogos
y epílogos, sino tam bién a p u ras afirm aciones del au to r apoyadas
en pequeños m itos (Ap. 3 y 7), a alguna novelita (Ap. 15), alguna
alegoría (V 8), algún relato de H istoria N atural (Ap. 22), algún dis­
curso de un perso n aje alegórico (IV 11, Ap. 8). De o tra parte, Fedro
acude a novedadas como son fábulas que en realidad tienen m ás
de u na intención, asi como a epim itios un tan to forzados, cuando
no co n trario s a la fábula a que se aplican (II 1, II I 4, Ap. 8).
Si pasam os a h ab lar del contenido, hem os de reconocer que la
distancia respecto a la tem ática tradicional de la fábula se am plía
todavía en relación con la de n u estra lista anterior, la de las fábulas
derivadas p o r F edro de o tras antiguas. C iertam ente, continúan, como
en dicha lista, los tem as tradicionales, pero el acento se desplaza
en la m ism a dirección en que en la m ism a y aún se va m ás lejos.
Como ya ocurría, el tipo centrado en torno al ingenio del débil
que triu n fa del poderoso, tan frecuente en la fábula clásica, tiende
a desaparecer: en realidad, sólo hallam os un ejem plo, el del lagarto
ingenioso de Ap. 25. Tiene raíces antiguas, ciertam ente, la descon­
fianza de los anim ales débiles ante los m ás fuertes que quieren
cap tu rarlo s con sus argucias.
Son frecuentes, en cam bio, las fábulas de carác te r cínico, m on­
tad as sobre esquem as anim alísticos, vegetales o hum anos (éstos
son ah ora m ás frecuentes); ya con una e stru c tu ra tradicional, ya
con una m odificada, com o verem os. Es difícil clasificar las fábulas,
puesto que pueden co n tener varios m otivos, com o dijim os. He aquí
los principales:

Abusos del poderoso: I 9, I 16, I 17, Ap. 26.


V entajas de la pobreza: I 15, II 7, III 5, Ap. 15.
Poder de la naturaleza: III 1, II I 11, V 7, Ap. 3.
A pariencia y realidad: II 4, IV 17, V 5; la verdad: I 14, Ap. 17,
Ap. 31.
Jactan cia y codicia: I 14, I 27, II 5, IV 21, V 7.
Ignorancia: II 2, Ap. 14; sabiduría: IV 23, V 1, Ap. 7.
La utilidad, la belleza inútil: II I 17, II I 18.
Elogio del trab ajo : II I 10.
Prim acía de la vida: V 4; resignación: Ap. 20.
E scepticism o respecto a la am istad, desconfianza: III 9, III 10.
162 Historia de la fábula greco-latina

N ecesidad de divertirse: II I 14.


Tem as sexuales y escatológicos, m isoginia: IV 15, IV 19, Ap. 4,
11, 15, 19.
C ontra los atletas: Ap. 13.
G ratitu d del anim al: III 2.

Ju n to a esta continuación de la fábula cínica es característico


de este sector de las fábulas de Fedro el tem a de la m aldad, por
lo dem ás ya presen te en algunos de los anteriores (y, en escasa
m edida, en la fábula helenística). Ya se tra te de la m aldad que se
im pone sin m ás, ya de la m aldad castigada.
Hay, en p rim er térm ino, una serie de fábulas que describen la
conducta del m alvado com o absolutam ente opuesta a la del hom bre
de bien. Pero m ás interesantes son aquellas que describen el cas­
tigo del m alvado. El falso testigo es castigado (I 17), el león da
p arte de su presa al cam inante y no al ladrón (II 1), el ladrón es
crucificado (III 5), el avaro se m uere de ham bre (I 27), la p an tera
ataca sólo a los que la han tra ta d o m al (III 2), la cigarra inhum ana
es m u erta p or la lechuza (III 16), es castigado el ladrón sacrilego
(IV 11), el vanidoso su p lan tad o r es expulsado del teatro (V 7), la
m en tira es siem pre castigada (Ap. 5-6). A este tem a va unido el muy
poco fabulístico de la v irtud prem iada: así en II 1 y III 2, pero
curiosam ente el epim itio de la p rim era fábula niega que ello suceda
así. Como Ap. 8 niega que los hom bres sigan la piedad que la fá­
bula preconiza.
Fedro encom ia la v irtu d (Ap. 12), ataca la vileza de ciertos p e r­
sonajes (I 29, III 5). Pero es un tan to escéptico de que el m undo
m oral que preconiza exista en la práctica; com o en I I I 4, el epim itio
niega que las cosas sean lo que parecen, afirm ación de la fábula.
En definitiva, Fedro lleva m ás allá que ningún fabulista la m orali­
zación de la fábula, que a los tem as cínicos tradicionales añade el
de la ta ja n te divisoria de buenos y m alos y el castigo de éstos, p ro ­
pia del m oralism o de raíz estoica. Es notable que en estas fábulas
originales el tem a esté un tan to disociado del del poder y la polí­
tica, tra ta d o m ás de cerca en las heredadas. Y el poeta no se encuen­
tra to talm en te a gusto en un terren o am biguo: el de afirm a r la
prevalencia del bien cuando no sólo la fábula tradicional que él sigue
cultivando, sino tam bién sus experiencias personales hacen ver que
ello m uchas veces no es así.
Tam bién en o tro aspecto es F edro un gran innovador: en la in­
troducción de anécdotas diversas, m uchas de ellas contem poráneas,
que, aunque tra ta n tem as en conexión con los tradicionales, son en
buena m edida nuevas. Con frecuencia Fedro, en estos largos relatos,
se aleja no sólo del estilo fabulístico, sino tam bién de la intención
del fabulista. Tiene gusto p ara re la ta r asuntos sim plem ente chisto­
Fedro 163

sos o una novelita erótica que acaba bien, com o es la de Ap. 15.
E n estos tem as libres, con personajes hum anos, Fedro se atreve a
ir m ás allá que en los dem ás, ensancha las fro n teras del género,
aproxim ándose a la novela y el cuento. Aunque, ciertam ente, había
pun to s de apoyo en sus m odelos p a ra proceder así.
Tam bién desde el punto de vista de la form a encontram os en
este sector de la fabulística fedriana una am bigüedad. H allam os,
una vez m ás, los tipos tradicionales, pero tam bién otros evoluciona­
dos o sim plem ente nuevos.
Lo m ás característico de la form a de estas fábulas es, a mi p a­
recer, que se m antienen esquem as de extensión m uy diferente, b re ­
ves, m edianos y extensos, haciéndose estos últim os m ucho m ayores
que antes; y se m antienen tam bién los tipos tradicionales de situa­
ción m ás discurso directo (a veces, en su lugar, acción), situación
m ás agón sim ple (verbal o de acción o m ixto), situación m ás agón
doble, creándose al lado diferentes variantes: p u ra situación o re ­
lato, m odificaciones de los tipos de agón sim ple o doble, estru c tu ra
am pliada «libre» con m ezcla de discursos y relatos.
E stas form as, en p a rte tradicionales, en p a rte m odificadas, no
responden, sin em bargo, siem pre a sus contenidos antiguos.
C oncretam ente, el tipo de situación m ás discurso directo era tra ­
dicional en las fábulas que llam ábam os precisam ente de situación.
Ahora puede en co n trarse una continuación, p o r ejem plo, en Ap. 14
«El asno a la lira», III 12 «El pollo a la perla», pero m ás fre­
cuentem ente el tipo encubre un argum ento m ás o m enos agonal, el
«cierre» puede co n ten er una sátira o una respuesta; cf., p o r ejem ­
plo, III 11 «El eunuco a un malvado», V 9 «El to ro y el ternero».
Puede suceder que incluso una fábula etiológica tom e esta form a;
cf. IV 11 «El lad ró n y la lám para». O que lo tom e un sim ple relato,
así Ap. 8 «El oráculo de Apolo».
O sea: los tipos de fábulas tienden a p erd er sus fro n teras fo r­
m ales y a m ezclarse. P or o tra p arte, el tipo de que estam os hablando
experim enta variaciones. A veces se convierte en un sim ple relato
breve; cf. V 8, u n a alegoría; Ap. 22, H istoria N atural; Ap. 5-6, relato
etiológico. C ierto que aquí influye en esto una tradición antigua.
O tras veces, sin m odificarse la estru c tu ra, la situación tiende a con­
v ertirse en un relato m ás com plejo, por ejem plo en I 24 «La rana
que reventó y el buey», con un relato con clímax, com o en otros
relatos que hem os visto. O puede el cierre final su stitu irse p o r una
acción que culm ina la situación, así en Ap. 25 «La serpiente y el
lagarto», Ap. 18 «El gallo y los gatos que le llevaban en litera»
(donde la situación com prende un discurso de la zorra).
Muy frecuente es el segundo de los tipos de que hem os hablado,
aquel que com prende situación m ás agón de diversos subtipos; si bien,
por esa tendencia a la difum inación de los tipos de que hem os habla­
164 Historia de la fábula greco-latina

do, a veces no haya p ropiam ente agón, sino sim ple diálogo o com en­
tario. Suele term in arse con un cierre irónico o chistoso. P or ejem ­
plo, el diálogo del lobo y la oveja en Ap. 26 no pasa de ser un
com entario explicativo de la situación; cf. tam bién III 4, V 3, por
ejem plo. Pero hay un agón verbal en Ap. 13 «Esopo y el vencedor
en los juegos», p o r ejem plo. De todas m aneras, cada vez se pasa
m ás del verdadero en frentam iento a la discusión m ás o m enos chis­
tosa o al sim ple com entario.
En ocasiones, de o tra p arte, este esquem a se am plía de un m odo
u otro: bien com plicando la situación o narración, bien añadiendo
algún elem ento m ás. Así en II 7 «Los dos m ulos y los ladrones»,
el relato consta de un agón de acción (atacan los ladrones, un m ulo
m uere) seguido del com entario del m ulo que se salva. En II I 18 «El
pavo a Juno», el agón verbal va seguido de una nueva intervención
de Juno, que apela a los hados. En III 13 «Las abejas y los zánganos
juzgados p o r la avispa», todo se com plica p o r causa de dos in te r­
venciones de ésta. Etc.
Son m uy frecuentes las fábulas con doble agón, interviniendo
elem entos verbales y de acción, según los casos. Suele hab er en
ellas m ás contenido agonal, del tipo de debate: ya hem os visto que
esto es frecuente en Fedro. Así en la fábula del asno y el jabalí, I 19,
en el debate de Jú p ite r y Atenea sobre la utilid ad de los árboles
en III 17, etc. El tipo se em plea, m ás o m enos variado, en fábulas
nuevas com o la de «Tiberio César al m ayordom o» (II 5). El esque­
ma, p o r lo dem ás, puede derivar en un m ero diálogo abierto, así
en III 15, o ser utilizado con ru p tu ra to tal de la continuidad del
relato, así en «Esopo y un m alvado» en III 5: Esopo dice al m al­
vado que sacará m ás de un rico y, al tira r una p iedra co n tra éste,
lo que obtiene es ser condenado a m uerte. Una vez m ás, form a y
contenido no se co rresponden exactam ente.
Y sucede tam bién, p o r supuesto, que hay variaciones form ales.
Así, en Ap. 17 «Esopo y su ama», el p rim er agón se m ultiplica en
una serie de réplicas y contrarréplicas, y al final se añade un nuevo
discurso de Esopo. Una am pliación parecida se encuentra en III 2.
Y así podríam os seguir.
E ste es el cam ino, p o r lo dem ás con precedentes antiguos, por
el cual Fedro ha llegado a sus fábulas «libres», m uy extensas, en
que hay un largo relato en que se intercalan discursos y que suele
term in ar con u na acción o un cierre culm inantes. Suele tra ta rse de
sus fábulas m ás nuevas, a veces anécdotas contem poráneas, a que
ya nos hem os referido. I 14 «De zapatero a m édico», Ap. 4 «M ercu­
rio y dos m ujeres», Ap. 10 «Pompeyo y el soldado», IV 13 «El mono
rey», pueden ser buenos ejem plos.
A todo lo an terio r hay que añ ad ir que tam bién en las fábulas
que con pro b ab ilid ad o casi seguridad son originales de Fedro, m an­
Fedro 165

tiene el poeta el viejo recurso de p resen tarlas dentro de un encua­


dre, com o ejem plo puesto p o r alguien en una circunstancia deter­
m inada. Así en Ap. 12 es Esopo el que cuenta a un p adre de fam ilia
la fábula del tern ero y el buey, p a ra ilu strarle sobre el tem a de la
educación de su hijo. En II I 10, la fábula, que ilu stra que tan to la
confianza com o la desconfianza son peligrosas, com ienza p o r una
elucubración del propio poeta, que introduce la fábula, cerrándose
ésta nada m enos que con tres epim itios. Y así o cu rre en o tras fá­
bulas m ás. T am bién en este sector de fábulas, F edro ha aliado la
tradición con audaces innovaciones.

IV. C o n c l u sio n e s

Hemos podido ver a lo largo de este estudio cóm o hem os de


im aginarnos los m odelos de Fedro y cómo los utiliza. Por vía de se­
lección o de introducción de innovaciones o de creación p u ra y
sim ple, acentúa en un determ inado sentido los rasgos de contenido
de la antigua fábula cínica y cínico-estoica, que ad a p ta a su m o­
m ento rom ano y a su situación de crítica política y m oral. En cuanto
a los tipos de fábulas y a la form a en general, F edro es ecléctico,
igual que en cuanto al contenido. C ontinúa la tradición de las co­
lecciones «mixtas»: pero tam bién en esto introduce m odificaciones.
En sus m anos tienden a desdibujarse los antiguos subtipos de fá­
bulas y a hacerse ésta un in stru m en to m ás flexible y vivo. En oca­
siones rebasa las fro n teras de lo que es el género fabulístico p ro ­
piam ente dicho.
Fedro, en definitiva, tra b a ja sobre u n a colección de fábulas que
contiene un m aterial m ixto. Esa colección es tam bién el antepasado
de las F. An., m ás concretam ente, de la Augustana, salvo en dos
excepciones. En general, Fedro es m ás innovador, pero tam bién se
da el caso de que sea la A ugustana la que ha innovado y Fedro
el que conserva lo antiguo. Pero esta colección contenía tam bién
fábulas que no fueron recogidas en F. An. (a veces, sólo a veces,
acab aro n luego p or confluir en la corriente general de ellas) y que,
en cam bio, fueron a p a ra r a B abrio, las versiones siríacas, P lu ta r­
co, etc. Es la que llam arem os (cf. p. 263) «Antigua Augustana»: un
antecedente de n u estra A ugustana con m uchísim as m enos fábulas
(pero algunas m ás, tam bién) y un texto m ás arcaico.
Las fábulas de dicha colección eran a veces m odelos únicos, que
pasaro n tam bién a o tras colecciones, concretam ente, a la seguida
p o r B abrio. Pero o tras veces éste (y otros fabulistas) presen tan ver­
siones independientes: ya p rim arias ellas tam bién, ya secundarias.
Se u n ían con aquellas o tras en una colección d istin ta de la seguida
habitu alm en te p o r F edro (y F. An.). Hem os hablado de colección II
166 Historia de la fábula greco-latina

fren te a colección I, haciendo hincapié en que las dos, en buena


m edida, tenían fábulas com unes en versiones idénticas o derivadas
de versiones idénticas.
Ahora bien, hay casos en que F edro sigue una versión secun­
daria, la m ism a que B abrio. Conoció, pues, aunque usó m enos
frecuentem ente, la colección II, o bien una pequeña colección p a r­
cial que se fundió en algún m om ento con la II. Y lo m ism o que
tom ó de la colección I fábulas que no tom aron las F. An., de ésta
o de la II tom ó fábulas que no tom ó B abrio y que, en cam bio, apa­
recen en otro s fabulistas. Pero fábulas que tam bién están en Plutarco
o que fueron recogidas tard íam en te p o r F. An. II I o por el ms. F,
pueden pro ced er m uy bien de pequeñas colecciones m arginales.
O tras fábulas de Fedro, m uy num erosas p o r cierto, sólo en él
se en cuentran. A veces pueden ser fábulas de colección desatendidas
p o r los dem ás fabulistas. O tras, son contam inaciones de fábulas
bien conocidas o derivaciones m ás o m enos próxim as de las m ism as.
Pero tam bién acude Fedro a dos recursos m ás: la creación de
fábulas a p a rtir de anécdotas y χρεΐχι que no es verosím il que h u ­
bieran sido fabulizadas (y versificadas) antes de él; y la creación
p u ra y sim ple de fábulas nuevas inspirándose en rasgos generales
(de contenido y form a) de las fábulas tradicionales, así com o en
diversos sucedidos reales o im aginarios. Desde su p rim er libro,
F edro m ezcla fábulas de unas y o tras procedencias. Aunque hem os
de ver u na cierta evolución.
Sea una u o tra la procedencia de las fábulas, las tendencias de
Fedro se ab ren paso. Ya las hem os indicado. Es en lo relativo
al contenido en lo que hay m ayor com unidad en su cultivo de los
tem as cínicos tradicionales, y en su acentuación de los tem as polí­
ticos y m orales que m ás le interesan (el poderoso que abusa, el
m alvado castigado, la avidez y codicia). Si acaso puede decirse que
en las fábulas «libres» hay una a p e rtu ra hacia la fábula que es puro
esparcim iento y relato.
E n lo relativo a la form a, hem os visto, en cam bio, que hay cier­
tam ente unas constantes, pero cuanto m ás se a p a rta la fábula fe-
d rian a de los m odelos concretos de las colecciones helenísticas, m ás
tiende a hacerse original. Confunde los subtipos tradicionales de
fábulas, tiende a ab an d o n ar algunos, crea estru c tu ras ab iertas e
im predecibles.
Fedro es el m ás original de todos los fabulistas antiguos, tan to
por la creación de fábulas nuevas como p o r la tendencia a cen­
tra rse en ciertos contenidos com o p o r las innovaciones form ales.
Vamos a in te n ta r ver ah o ra si exam inando sus libros uno a uno
encontram os o no huella de u n a evolución. Advertim os que la tare a
no es fácil, debido al estado de la transm isión del poeta. Los cinco
libros tienen u n a extensión m uy desigual, debido sin duda a red u c­
Fedro 167

ciones que sólo podem os salvar en cierta m edida m ediante la A p ­


p e n d ix Perottina: en cierta m edida p orque no sabem os de qué libro
viene cada una de las fábulas de ésta y porque tam poco es com ­
pleta. En la trad ició n m edieval hem os dicho que hay m ás fábulas
de origen fedriano, que no estudiam os ahora y que, p o r supuesto,
no sabem os de qué libro proceden. Ni siquiera sabem os si las fá­
bulas que hallam os en cada uno de los cinco libros pertenecían
en fecha antigua a ellos (su existencia sí es segura, p o r prólogos
y epílogos). M ientras no haya datos en contra así hem os de creerlo.
E studiém oslos, pues, p ara sacar consecuencias.
E ste estudio tiene dos p artes. Una, ver la distribución en los
libros de los d istintos tipos de fábulas, por lo que se refiere al
origen, que hem os establecido: si es significativa o no. Otra, estu ­
d iar estos libros desde el punto de vista del contenido y la form a
de las fábulas, tam bién p ara ver si hay hechos significativos a este
respecto.
Com enzam os p o r la distribución p o r libros. Teniendo en cuenta
que, ap a rte de los prólogos y epílogos, dejam os fu era de conside­
ración II 9, IV 7 y 22 y Ap. 2, pues no se tra ta propiam ente de fá­
bulas, y que Ap. 5-6 constituye una sola fábula, el núm ero de éstas
es de 122: 31 del libro I, 8 del II, 19 del III, 24 del IV, 10 del V
y 30 de la A p p e n d ix . Q uedan fuera, com o ya se indicó, las fábulas
conocidas sólo a través de la tradición m edieval.
E stas fábulas las vam os a d istrib u ir, libro a libro, en seis a p a r­
tados, que ya h an sido indicados: la (fábulas en Fedro y la Augus­
tana), Ib (id. en Fedro y la A ccursiana); H a (fábulas en Fedro y
en otro s testim onios, no en F. An), lib (id. en Fedro y anécdo­
tas o χρειαι ); I l l a (fábulas derivadas, en sentido am plio, de o tras
conocidas), I l l b (id. nuevas). Insistim os en que hay transiciones
en tre los grupos y en que a veces es n u e stra fa lta de datos la que
se refleja en la clasificación:

I II II I IV V Ap. T o ta l

l a .................... 12 2 — 11 — 2 27
Ib .................... — — 1 — — 1 2
H a .................. 6 — 1 — 1 3 11
I l b .................. 1 — 3 2 — - 6
I lla ............... 3 3 1 4 1 3 15
Illb ............... 9 3 13 7 8 21 61
T o t a l ............. 31 8 19 24 10 30 122
168 Historia de la fábula greco-latina

Si en tram os ah ora en el análisis de este cuadro, lo p rim ero que


salta a la vista es que el núm ero de fábulas librem ente inventadas
es tan alto com o la sum a de todos los dem ás grupos: 61 fábulas.
Si se añaden derivaciones libres de fábulas antiguas y fabulizaciones
de anécdotas y χρείαι se ve que las fábulas que derivan m uy direc­
tam ente de o tras tradicionales, estén en F. An. o no, son b astan te
escasas.
Un segundo análisis, relativo a los libros, exige ciertas precisio­
nes previas. Aun suponiendo que se haya conservado la distribución
original en lo conservado en los libros del I al V, es claro que al­
gunos de estos libros fueron «aligerados» notablem ente, pasando
sus fábulas bien a la A ppendix, bien a la tradición medieval; o tras
se p erdieron sim plem ente, sin duda. E sto quiere decir que las con­
clusiones que pueden obtenerse son m enos fiables p a ra los libros
que han quedado con un corto núm ero de fábulas, concretam ente,
el II y el V. De o tra parte, no puede in ten tarse o b ten er conclusio­
nes p ara la A p pen dix. E sta no es o tra cosa que lo que queda de la
colección de fábulas publicada p o r el h u m anista Niccolo P erotti
una vez que se restan las fábulas conocidas p o r o tras fuentes (fun­
dam entalm ente, el c o d ex P itho ean us) y las de Aviano. P erotti, evi­
dentem ente, conoció algún m anuscrito de Fedro que contenía fábu­
las que sólo a través de él han llegado a nosotros, ap arte de las
conocidas: seleccionó, parece, de unas y otras. Pero no podem os
decir a qué libros pertenecían originalm ente las fábulas de la A p ­
pendix. Salta a la vista, de todas form as, que en ella se recogieron
principalm ente fábulas «nuevas», elim inadas del Pitho ea nu s y del
resto de la tradición.
Puestas así las cosas pueden hacerse, sin em bargo, algunas hipó­
tesis sobre la evolución de Fedro. Si los seis ap artad o s que hem os
establecido se reducen a dos, el de las fábulas con docum entación
antigua (la. Ib, lía ) y el de las fábulas librem ente derivadas o sin
docum entación (Ilb , Ha, Illb ), re su lta que en el libro I dom ina el
p rim er grupo (18 frente a 13); en el III, el segundo (17 frente a 2);
en el IV se equilibran (11 fren te a 13), y en el V dom ina o tra vez
el segundo (1 fren te a 9). De todas m aneras, los resultados son m e­
nos fiables p a ra este últim o, dada la co rta extensión a que ha que­
dado reducido p ara nosotros, y m enos aún p ara el II, aunque su
p roporción es, p o r lo dem ás, parecida (2 fren te a 6).
Los libros de la colección, a juzgar p o r prólogos y epílogos, fue­
ron publicados sep aradam ente unos tra s otro; y hay que señalar
un m om ento crítico, la persecución del poeta p o r Seyano, aludida
en el prólogo al libro III, y que algunos in te rp re ta n que cristalizó
en una censura o prohibición de I-II. De o tra p arte, y volviendo a
dichos prólogos, se hacen en ellos algunas afirm aciones que in te­
resan en n u estro contexto:
Fedro 169

I. Fedro se atrib u y e tan sólo el h ab er «pulido» en versos sena­


rios la «m ateria» que descubrió Esopo; y ju stifica el género porque
provoca risa y da consejos prudentes.
II. No añade n ada nuevo. La fábula busca corregir el e rro r de
los m ortales.
III. Fedro dice que escribió este libro «en el estilo de Esopo»
y añade el incidente con Seyano (m otivado p o r I-II), ligándolo a la
explicación del origen de la fábula com o un género que, en una
época de esclavitud, exponía figuradam ente aquello que el au to r no
osaba decir directam ente. E ste libro, escrito sin du da tra s la m uerte
de Seyano, habla con m ás claridad sobre la intención de la fábula
y, m ás concretam ente, sin duda, de I-II.
IV. Con m ás claridad aún que en el prólogo anterior, Fedro dice
que llam a a sus fábulas «esópicas, no de Esopo, porque él creó po­
cas, m ientras que yo com pongo m ás usando el viejo género pero
con cosas nuevas».
V. Fedro insiste en que si titu la sus fábulas con el nom bre de
Esopo es, tras reconocer lo que le debe, p a ra d ar a aquéllas auto­
ridad. Se co m p ara con los que atribuyen a Praxiteles o a Zeuxis
obras suyas propias.

Fedro es cada vez m ás consciente de su originalidad; y en un


m om ento dado, en el prólogo de III, centra en el tem a político el
interés de I-II. C om parem os estas afirm aciones con lo que podem os
deducir de un estudio directo. En p rim er térm ino, sobre el proble­
m a de la tradición o novedad de las fábulas.
Si, d en tro del grupo I-II, dejam os fuera de n u estra considera­
ción II p o r razones ya dichas, es claro que en I las fábulas con
docum entación antigua superan en núm ero a las otras, pero que
éstas ya existen. Y no es m enos claro que en III, publicado m ás
tarde, tras la m u erte de Seyano, hay una evolución: las fábulas
«nuevas» y las fabulizaciones son m ás num erosas. Luego, en IV, se
restablece un cierto equilibrio. V se vuelve o tra vez hacia la fábula
nueva, pero ya hem os dicho que el libro ha sido m uy reducido.
E n definitiva: desde el com ienzo m ism o Fedro conoce todos los
procedim ientos de fabulizar que u tilizará en su carrera. Pero hay
una diferencia cu antitativa: las fábulas «nuevas» son introducidas
prim ero en escaso núm ero, de u n a m anera tentativa, y van aum en­
tando cada vez m ás, de lo que es bien consciente el poeta. De o tra
parte, vimos que las fábulas derivadas y nuevas están creadas for­
m alm ente sobre los antiguos m odelos, pero que resu ltan form alm en­
te m ás originales. Lógicamente, la proporción de fábulas m ás inde­
pendientes en cuanto a la tradición, la form a e, incluso, el contenido,
aum enta libro a libro.
170 Historia de la fábula greco-latina

Por lo que a los tem as respecta, pueden hacerse algunas consi­


deraciones no muy diferentes de éstas. La am plia gam a de tem as
cínicos es d esarro llad a p o r Fedro desde el libro prim ero, pero me
parece claro que en éste dom inan m ás que en los dem ás libros
los tem as políticos y conexos (abuso del poder y codicia en general),
que ya hem os visto que son los favorecidos p o r el poeta. Ello inde­
pendientem ente de si estos tem as conllevan o no el del castigo, hay
lo uno y lo otro: el poeta vacilaba e n tre sus concepciones m oralistas
y la tradición de la fábula, confirm ada dem asiadas veces p o r el
espectáculo de la vida contem poránea. Esto tiene tam bién que ver
con la progresiva en tra d a de las fábulas derivadas y, sobre todo,
las libres, que en ocasiones innovan tem áticam ente, com o se ha
dicho. Insistim os, de o tra parte, en el hecho ya notado de que a lo
largo de la o b ra de Fedro el tem a del poder que abusa tiende a
ser su stituid o p o r el de la m aldad en térm inos generales. Los tem as
cínicos tradicionales se m antienen con una cierta constancia.
Es curioso que en el libro I, pero no sólo en él, el orden en que
se nos han tran sm itid o las fábulas coincide con frecuencia con agru-
pam ientos relativos a la tradición de las m ism as y aun al tem a. Es
notable, por ejem plo, que las ocho p rim eras fábulas de I sean de
los tipos la y H a (fábulas tradicionales). Luego altern an grupos
de fábulas derivadas o nuevas (9-10; 14-17) y tradicionales (11-13;
18-20). Aunque no siem pre es así. E ste tem a m erecería un estudio
especial, así com o el del re p arto de los subtipos form ales. Pero da
la im presión de u na b úsqueda de la variedad respecto a las fuentes,
con diferencias según los grupos, com o la hay en otros respectos
(extensión de fábulas, tipos de com posición, etc.).
El libro I insiste m ás que ninguno, com o queda dicho, en el tem a
del abuso del poder, en principio expresado m ediante fábulas tra ­
dicionales. Ya hem os visto cóm o el tem a, aunque tenga raíces an ti­
guas, se vuelve en Fedro m ás punzante e incisivo. Así en I 1 «El
lobo y el cordero», con su epim itio co n tra los que «con causas fin­
gidas oprim en a los inocentes»; 2 «Las ranas pidiendo rey», con
alusión explícita a la tiran ía de P isistrato; 3 «El grajo soberbio y
el pavo», que contam ina dos fábulas p ara p re se n ta r el espectáculo
del fatuo que desprecia a los suyos (subyace el tem a del «reino»
de las aves); 4 «El p erro que llevaba carne», tem a de la voracidad;
5 «La vaca, la cabra, la oveja y el león», en que culm ina el tem a
de «la p arte del león»; 6 «Las ranas al Sol», sobre el riesgo de la
p erp etuación de la tiranía. Luego, a p a rtir de 7, se cam bia algo
de tem a, pero el que nos ocupa vuelve a aparecer de cuando en
cuando, aunque con m enos insistencia. C abría hacer o tras observa­
ciones sobre las fábulas de otros libros: es fácil, pensam os, después
del presente estudio.
Fedro 171

F edro es el m ás original de los fabulistas antiguos. Ya hem os


dicho esto, hem os dicho tam bién que resucitó la antigua función de
la fábula com o expresión popular co n tra las clases dom inantes y los
abusos de todo orden. Parece que hay que tom ar a Fedro com ple­
tam en te en serio cuando dice en el prólogo de III lo que no se
atrevió a decir antes: la raíz de su fabular está en la intención
satírica y m oral co n tra los poderosos y, m ás concretam ente, contra
Seyano. Fedro utilizó p a ra este fin fábulas tradicionales m ás o m enos
retocadas, según hem os visto: con una redacción m ás viva y re tó ­
rica, m ás punzante. Y las utilizó, tam bién lo hem os visto, siguiendo
varias colecciones, no solam ente la que es m odelo de la Augustana.
Pero desde p ro n to am plió tan to el tem a (tom ando tam bién otros
de la tradición fabulística e insistiendo m uy p articu larm en te en el
de la m aldad, ya triu n fan te, ya castigada) com o la inspiración p ara
sus fábulas, a veces sólo levem ente conectadas con los m odelos tra ­
dicionales.
Andando el tiem po, Fedro se movió cada vez m ás librem ente en
el m undo de la fábula, tan to en cuanto a tem as com o en cuanto a
m ateriales y form a. Siem pre se m antuvo ecléctico, pero en distintos
y cam biantes grados. Esto es, al m enos, lo que podem os im aginar
a p a rtir de los restos, bastan te reducidos y disgregados, de su co­
lección.
CAPITULO II
BA BRIO

I. G e n e r a l id a d e s

Tam bién en el caso de B abrio nuestro estudio va a tra ta r de


com p letar y llevar m ás adelante los avances del vol. I de esta obra.
Se recordará, en efecto, que en pp. 114 y ss. expuse cuál es ap ro ­
xim adam ente el estado de la cuestión en relación con el B abrio
del m anuscrito Atoo, las dem ás fábulas coliám bicas conservadas (que
los editores incluyen en sus ediciones de B abrio con núm ero a p a r­
tir del 124) y las paráfrasis y dodecasílabos derivaddos de la tra ­
dición coliám bica. Y que, luego, en pp. 543 y ss., adelanté algunas
conclusiones sobre la relación en tre las fábulas de B abrio y las
dem ás colecciones: en definitiva, sobre su origen y situación en los
s te m m a ta de la fábula antigua. Por supuesto, yo tra b a ja b a sobre
antecedentes diversos recogidos en mi trabajo, repetidam ente citado,
«La tradición fabulística g rie g a ...» 1, y llevados m ás lejos en dicho
volum en, sobre todo con ayuda de la com paración con paráfrasis
y dodecasílabos. E n tre estos antecedentes hay que citar m uy espe­
cialm ente el de N 0 jg a a rd 2. Tam bién aludo a trab a jo s m íos relativos
a las fábulas del P. Rylands, que tam bién se encuentran en B abrio
o en las p a rá fra s is 3.
Ni que decir tiene que m is exposiciones en las páginas citadas
dejaban ab iertas num erosas cuestiones y que, com o en el caso de
Fedro, algunas de m is conclusiones provisionales (y de las de otros
autores, allí donde yo no tom aba p artid o en los lugares citados)
deberán ser ah ora rectificadas. En realidad he de decir que mi

1 I, pp. 264 y ss.; II, pp. 2 y ss.


2 Ob. cit., II, pp. 370 y ss.
3 Fábulas de «El jabalí, el caballo y el cazador» y de «La lechuza (o golon ­
drina) y los pájaros». Los trabajos a que m e refiero son «El papiro Rylands . »,
«La fábula de la golondrina...» y «De nu evo sob re la fábula de la golondrina...»
(cf. tam bién su pra, vol. I, pp. 604 y ss.).
174 Historia de la fábula greco-latina

capítulo sobre Fedro, en la m edida en que estudia fábulas com unes


a este fab u lista y B abrio, ha avanzado ya p o r el cam ino p o r el que
ahora vam os a continuar. C oncretam ente, ha establecido que si es ver­
dad que m uy frecuentem ente B abrio se alinea en una tradición diver­
gente de la de F edro y F. An., ello no siem pre es así. Dicho capítulo
va a servirnos, en p arte al m enos, de m odelo p ara éste y los que
siguen.
N ada nuevo hay que añ ad ir respecto a la datación de la obra
de B abrio y al m ism o personaje B abrio, si no es u n a referencia a
un artícu lo de J. V a io 4, en que hace ver que el nom bre de Valerio
B abrio, atrib u id o p o r algunos al poeta sobre la base de una indi­
cación inicial de un m anuscrito, se debe a una p u ra confusión; el
nom bre de B abrio es el único que nos consta.
Quizá no esté de m ás h acer u n a breve exposición de los proble­
m as pendientes relativos al s t e m m a de B abrio, haciendo constar,
desde el comienzo, que no pueden ser definitivam ente resueltos en
este capítulo relativo a B abrio, puesto que hay que e sp e rar al estudio
en p ro fundidad de las p aráfrasis y dodecasílabos (y aun de otro
m aterial). A propósito de esto hay que an ticip ar que ciertas con­
clusiones que sobre p aráfrasis y dodecasílabos he dado en vol. I,
páginas 123 y ss. (sobre la base de mi publicación an terio r «La tra ­
dición fabulística griega...»), rep resen tan ciertam ente un avance so­
bre el estado an terio r de la cuestión, pero deberán ser en cierta
m edida com pletadas o rectificadas.
Si se recuerda, si bien los editores de B abrio añaden a las fá­
bulas del Atoo (las 1-123 de B abrio) diversas fábulas coliám bicas
procedentes de los m anuscritos G y Mb, de las Tablas de Assendelft,
del pseudo-Dositeo y de Tzetzes, el estudio de estas fuentes y de
las p aráfrasis y dodecasílabos bizantinos conduce a la conclusión
de que el B abrio del Atoo procede de una alfabetización que des­
trozó la antigua organización en dos libros (conocida p o r la exis­
tencia de dos prólogos y p o r una referencia de Aviano) de la obra
del poeta. Además, no estam os seguros de que el alfabetizador no
in tro d u je ra fábulas coliám bicas ajenas a B abrio y d ejara fuera al­
gunas de éste (aparte de las del final del orden alfabético, a p a rtir
de la letra O, que se perdieron). Una segunda conclusión es que las
fábulas de G, Mb y las p aráfrasis y dodecasílabos proceden de una
segunda alfabetización que contenía ya fábulas idénticas a las del
Atoo, ya o tras desconocidas p o r él, ya versiones diferentes de las
m ism as fábulas. Una y o tra alfabetización p resen tan huellas de con­
tam inaciones, pero en sí son independientes: no contienen duplica­
dos. Anticipo, de todos m odos, que el concepto de segunda alfabe­

4 «N ew non-evidence for the nam e o f Babrius», E m é r ita 48, 1980, pp. 1-3.
Babrio 175

tización es dem asiado sim plista, a veces, según los m ss., se han in­
tegrado en ella diferentes m odelos.
E ste estado de cosas es el que hace que su rjan dudas precisa­
m ente sobre el concepto de lo que es «Babrio». Cierto que la p ri­
m era alfabetización sólo la conocem os incom pletam ente (por la
m utilación del Atoo) y la segunda sólo indirectam ente, en su m ayor
p arte; adem ás, no es claro el caso de las fábulas coliám bicas aisla­
das (en T. Assend., pseudo-Dositeo, etc.). Aun así podem os hacernos
una idea suficiente de las m ism as. Y se deduce con toda seguridad
que si existen, a veces, dos versiones de la m ism a fábula, esto
quiere decir que algunas fábulas coliám bicas no son de Babrio:
que en el vasto conjunto de fábulas coliám bicas «babrianas» (ya
hem os elucidado este concepto con ayuda de afirm aciones del propio
B abrio sobre la existencia de im itadores suyos) había ya una, ya
m ás versiones de la m ism a fábula, y que de estas versiones unas
eran de B abrio, o tras no. Los alfabetizadores eligieron librem ente:
ya las m ism as fábulas, ya o tras diferentes o en versiones diferen­
tes. Y siguieron el principio de no repetirse.
E sto nos lleva, en p rim er lugar, al problem a, ya planteado en
el vol. I y aun en mi artículo anterior, sobre la autenticidad b a­
b rian a de fábulas coliám bicas de G, Mb, T. Assend. y las dem ás edi­
tadas p o r C rusius y Perry como B abrio 124 y siguientes. Pues el
que algunas fábulas de estas fuentes coincidan con las del Atoo
no quiere decir que p rocedan de la m ism a alfabetización que está
en la base de este ms., cuya identificación con el propio B abrio
es, p o r lo dem ás, una m era hipótesis. C oncretam ente, G y Mb p ro ­
ceden, como decim os, de la segunda alfabetización. No hay argu­
m ento alguno a favor de que las fábulas de estas fuentes que no
están en el Atoo sean todas de B abrio en la m edida en que son
coliám bicas. Y m enos si se n ota que hay en estas fuentes fábulas
prosaicas y en trím etro s yám bicos.
De todas m aneras, conviene hacer ver que los hechos son toda­
vía m ás com plicados de lo que de este esquem a se deduce. Si p a r­
tim os del segundo alfabetizador, com o m odelo de las p aráfrasis y
dodecasílabos, hay que tom ar nota de que:

a) Ese alfabetizador había recogido fábulas que tam bién e n tra ­


ron en el Atoo, pero no todas las que e n tra ro n en éste: a veces
seleccionó o tras fábulas u o tras versiones de las m ism as. En un
caso, el de B. 43, tenem os en T. Assend. 12 la segunda versión, la
que dio origen a una paráfrasis, en una fecha sin duda an terio r a
la creación de la segunda alfabetización. De o tra p arte, las p a rá ­
frasis y dodecasílabos a veces testim onian la existencia de m ás de
un m odelo antiguo.
176 Historia de la fábula greco-latina

b) La inclusion, sin m ás, de G en la segunda alfabetización se


p re sta a dudas, p orque este m anuscrito incluye las versiones del
Atoo de cu atro fábulas allí donde las p aráfrasis siguen o tra varian­
te. Si no se quiere a d m itir que había duplicados en la segunda
alfabetización, hay que concluir que G podía con tam in ar bien con
la tradición del Atoo (prim era alfabetización), bien con un estadio
a n terio r a las dos alfabetizaciones. Pero es m ás verosím il la idea
de que había varias versiones de una m ism a fábula y que a p a rtir
de esa m asa se crearo n las alfabetizaciones.

En definitiva. G, Mb, T. Assend. deben ser investigados p ara ver


en qué m edida sus fábulas no iguales a las del Atoo p resen tan igual
s t e m m a que las de éste y en qué m edida no. Igual, en otros capí­
tulos, las p aráfrasis y dodecasílabos y, todavía, o tras huellas de fá­
bulas coliám bicas de tipo babriano que subyacen a o tras fuentes
nuestras.
N osotros vam os, pues, a estu d iar en p rim er térm ino las fábulas
del Atoo, sin h acer juicios previos sobre su descendencia o no de
Babrio: se tra ta de ver su hom ogeneidad en razón del s te m m a ,
com parándola con su hom ogeneidad en razón de extensión, estru c­
tu ra y tem a, que tam bién p resen tan problem as. Hay que, tras esto,
tra ta r de hacerse una idea sobre el resto de la tradición coliám bica,
a la que estam os aludiendo. N aturalm ente, sólo en otros capítulos
será acabado el estudio de esta tradición. P orque es claro que nues­
tras colecciones son todas m ixtas, com o hem os ido viendo, pero el
p roblem a es en qué m edida este ca rác te r m ixto es independiente
del de B abrio, deriva de fuentes diversas de la tradición fabulística,
y en qué m edida es derivado del estado inicial de la colección de
B abrio, luego reorganizada en diversas colecciones y subcolecciones
(con adición, si es cierto lo que pensam os, de m aterial extraño).
H asta aquí, en vol. I, pp. 543 y ss., y en el capítulo «Fedro», de
este m ism o volum en, nos hem os ocupado p referen tem en te del Ba­
b rio del Atoo; aunque ya hem os m anifestado n u estra s dudas sobre
la au to ría b ab ria n a de los coliam bos de o tras fuentes (e incluso de
algunos del Atoo), en la p ráctica hem os tra ta d o el problem a de fuen­
tes de unos y otro s com o igual. Ahora hem os de afin ar m ás. Pero
expongam os de antem ano el estado actual de n u estra investigación
y aquello que presum im os que hem os de rectificar en los tra ta ­
m ientos anteriores.
En vol. I, pp. 610 y ss., hacíam os ver que B abrio conservaba hue­
llas del m etro helenístico, sobre todo en las fórm ulas; y proponíam os
que derivaba de la colección versificada procedente de D em etrio, la
m ism a de la que luego, u n a vez prosificada, salió la Augustana. E ra

5 Cf. «La tradición fabulística griega...», II, p. 37.


Babrio 177

una p ro p u esta ten tativ a, que m ás o m enos encajaba con la hipótesis


de Njójgaard de que B abrio procede de una línea diferente de la
de F. An. y Fedro: si se adm itía esa propuesta, la línea de que viene
B abrio sería an terio r y precedente de la otra, coliám bica.
Ahora bien, a lo largo de este volum en el estudio de la tipolo­
gía de las relaciones entre las colecciones nos ha hecho llegar a un
conocim iento m ás com pleto y realista de lo que era la proliferación
de colecciones, m étricas y no, en la edad helenística. Hemos visto
que hay casos diferentes: aquellos en que sólo hubo una versión
m étrica (ocurre p ara m uchas fábulas) y aquellos en que hubo dos o
m ás versiones m étricas p rim arias o hubo, incluso, versiones m étri­
cas secundarias. El problem a del s t e m m a de B abrio y del resto de
la trad ició n b ab rian a se p resen ta así m ás com plicado. Y m ás si se
añade la existencia de versiones prosificadas derivadas de las ver­
siones m étricas. Que B abrio derive siem pre y estrictam en te de ver­
siones m étricas y, concretam ente, de u n a única versión m étrica de
cada fábula, no parece hoy sostenible. Aunque sí es claro que tanto
B abrio como la tradición bab rian a en general derivan en definitiva
de la m ism a trad ició n que el resto de la fábula: tradición diferente
de la de P. Ryl. y m ás o m enos a p a rta d a o próxim a, según los casos,
de la de F. An.
Por restrin g irn o s ah ora al B abrio del Atoo, en n u estro capítulo
sobre Fedro hem os obtenido algunas conclusiones p ara las fábulas
testim oniadas en B abrio, Fedro y F. An. I o bien en B abrio y Fedro
faltando la versión de F. An. I. N aturalm ente, no hem os en trad o en
dicho capítulo en el estudio de fábulas de B abrio que faltan en Fe­
dro, sean cuales sean los otros testim onios (ni, naturalm ente, de las
fábulas que sólo están en B abrio). De las que están en B abrio y
faltan en Fedro y F. An. I, estando a veces en o tra fuente, hem os
dado una relación en vol. I, pp. 543 y ss.
El estudio en cuestión ha rectificado parcialm ente conclusiones
de N 0jgaard valiosas sin duda pero basadas todavía en un estudio no
com pleto del d o ssie r de las fábulas y sin tener en cuenta los datos
m étricos. Es cierto que con frecuencia la versión de B abrio se opo­
ne a o tra que ha dejado huellas en F edro y F. An. I; pero no siem pre
es así. En realidad, sólo hem os encontrado una fábula (la co rres­
pondiente a H. 154 «El león, el asno y la zorra») que hace excep­
ción a u na regla que form ulam os así: cuando hay dos m odelos sea
de igual, sea de d istin ta je ra rq u ía , Fedro va con F. An. I contra
B abrio; y si los m odelos son de d istin ta jera rq u ía, F. An. I y Fedro
dependen de la versión p rim aria y B abrio de la secundaria. Por
o tra parte, en fábulas no testim oniadas en F. An. I, pero sí en Fedro
y B abrio, es fácil ver que las versiones de estos dos dependen de
un m odelo único, a veces u n m odelo secundario.
178 Historia de la fábula greco-latina

H em os postulado, en definitiva, la existencia de u n a colección I


o «Antigua Augustana» de la cual fundam entalm ente derivan F. An. I
y Fedro, y u na colección II, de la cual deriva B abrio. Colecciones
que en p a rte tienen fábulas idénticas en versiones idénticas: u n fe­
nóm eno que m ás tard e se repite, dentro de la tradición babriana,
con las dos alfabetizaciones. Pero hem os visto que Fedro conoce
tam bién la colección II e introduce fábulas de orígenes diversos e
incluso inventadas. Es el m om ento, ahora, de investigar la posición
de B abrio.
P ero de investigarla teniendo en cuenta la situación en el s te m m a
de muy diversas colecciones, incluidas las p aráfrasis y dodecasíla­
bos que, sin em bargo, deberán ser objeto m ás tard e de un estudio
especial. Y distinguiendo en tre el B abrio del Atoo, el de las o tras
pequeñas colecciones y el de p aráfrasis y dodecasílabos. Teniendo
en cu enta que los grupos segundo y tercero pueden parcialm ente no
ser B abrio y que, incluso, hem os propuesto que no es seguro que
esto no suceda tam bién en el prim ero.
E ste estudio de s te m m a ta debe ser acom pañado, como lo fue el
paralelo sobre Fedro, de un estudio literario que haga ver las m o­
dificaciones que B abrio aportó a su modelo. En realidad, este estudio
tiene un p recedente en el cuidadoso estudio literario a que N ^jgaard
som etió la colección de B abrio (la que editan C rusius y Perry, es
decir, el conjunto de los grupos p rim ero y segundo). Es un estudio
in teresan te y sensible, pero tiene dos h an dicap de p artida: carecer
de una base de s te m m a t a suficiente, com o hem os venido diciendo;
y no d istinguir en tre el B abrio del Atoo y el otro B abrio (y no to­
m ar en cuenta el «Babrio» de p aráfrasis y dodecasílabos).
No podem os d ar aquí una idea suficiente del estudio literario
m encionado: es m ás p ráctico referir al lector al libro de N 0 jg a a rd 6.
De todas m aneras, hay que decir que p a ra N 0jgaard B abrio es fun­
dam entalm ente un esteta form alista que, aun conservando m uchos
elem entos de la fábula esópica, la tran sfo rm a en cierto modo. Es
desvalorizada su función m oral y crítica m ientras que lo im p o rtan ­
te es ah ora la descripción y la acción, acom pañada de elem entos
cóm icos e irónicos. El enfrentam ento, m ás que en tre dos personajes
en to rn o a un tem a m oral, es interno de un personaje en una si­
tuación. A veces este conflicto y esta situación se descom ponen
en una serie de ellos. La finalidad, en definitiva, es llegar a la des­
cripción del carácter del personaje a p a rtir de una narración y, con
frecuencia, de un debate. N 0jgaard llega a h ab lar de fábula «épica».
Todo esto es, com o queda dicho, in teresan te y perspicaz, pero
deja una serie de dudas. Por ejem plo: las fábulas de B abrio oscilan
en su extensión en tre cuatro versos y 102 y p resen tan tipos m uy

6 II, pp. 195-365.


Babrio 179

diversos de form a y contenido. Nçijgaard no pone dem asiado énfa­


sis en esto, aunque dedica algunas páginas a los que llam a «géneros
m enores» (anécdota, m ito, etiología). No distingue, en cam bio, entre
fábulas agonales de diversos tipos y fábulas de situación. En fin,
h ab ría que ver h asta qué punto son coherentes las tendencias lite­
rarias de B abrio, dado que tra b a ja sobre m ateriales m ixtos que son
tradicionales y que en buena m edida había de re sp etar, igual que
Fedro y los dem ás fabulistas. Y cuáles son los tipos que prefiere,
cóm o los m odifica form alm ente y en cuanto al contenido, etc. Hay
que ver, tam bién, natu ralm ente, cuándo aquello que nos parece o ri­
ginalidad de B abrio es sim ple arcaísm o como lo es, p o r ejem plo, la
existencia opcional de los epim itios. Y, sobre todo, en qué m edi­
da los datos de s t e m m a y los literarios son capaces de darnos lu­
ces sobre la auten ticidad bab rian a de las fábulas del Atoo y la de
las o tras fuentes. Si ello no es posible, será al m enos hacedero sen­
ta r hipótesis relativas al conjunto de la tradición bab rian a (Babrio
y sus im itadores) m ás que al propio poeta.
El m étodo de tra b a jo pensam os que puede ser el m ism o que he­
m os em pleado p a ra con Fedro: sep arar tres grupos de fábulas, aque­
llas com unes a B abrio y F. An. I; aquellas que están en B abrio y
o tras u o tras fuentes, pero no en F. An. I; y las propias exclusiva­
m ente de B abrio. D entro de cada grupo el tratam ien to en función
del s t e m m a será seguido del propiam ente literario sobre la base de
las m odificaciones in troducidas p o r el poeta o los arcaísm os conser­
vados. Y, eventualm ente, de conclusiones sobre la hom ogeneidad o no
del m aterial estudiado, con posibles consecuencias respecto a la auto­
ría u o tras m ás lim itadas sobre los m ateriales de base y sus modifi­
caciones.

II. F ábulas que se en c u en t r a n en B a b rio y en las F ábulas A n ó n im a s

E ste capítulo se solapa con el correspondiente en el estudio de


Fedro en cuanto aquél da ya estudiado, ju n to a otro m aterial no
in teresan te p ara B abrio, aquel en que Fedro, B abrio y F. An. I p re­
sen tan versiones de u na m ism a fábula; pero n atu ralm en te no in­
cluye las versiones com unes a B abrio y F. An. I que faltan en Fe­
dro. Parece o p o rtu n o rep asar p rim ero el m aterial ya estudiado, aña­
diendo conclusiones de tipo literario y otro que allí no se daban p o r
in tere sa r sólo a B abrio. Com enzamos p o r el que es com ún a las
tres colecciones (F. An. I, sobre todo I, Fedro y B abrio) y eventual­
m ente a otros. Añadimos después el nuevo m aterial referente a Ba­
brio y F. An. I y, eventualm ente, a o tras colecciones m ás, pero no
a Fedro.
180 Historia de la fábula greco-latina

1. F ábulas que tam bién están en Fedro

R epasando n u estro estudio de Fedro vemos que, en p rim er lu­


gar, existen seis fábulas (ahorro la repetición de la relación) en que
tan to B abrio com o Fedro y F. An. I derivan de un m odelo m étrico
único (en un caso, B. 143, se tra ta de una fábula de G): hay acceso
directo al modelo, no versiones interm edias com unes a dos de nues­
tra s tres fuentes. Hay, luego, tres fábulas en que B abrio viene de
un m odelo m étrico p rim ario o u n a sem iprosificación y F. An. I y
Fedro de otro; cinco en que B abrio viene de un m odelo secundario
derivado del que produce F. An. I y Fedro; y una en que, como se
dijo, F. An. I pertenece al m odelo prim ario y Fedro y B abrio al
secundario. Todavía se añade u n a fábula en que Fedro y B abrio
dependen del m odelo p rim ario y F. An. (ms. F) del secundario: y otra
en que B. y F. An. III dependen del m odelo prim ario y Fedro y
F. An. I del secundario.
Com encemos p o r aquellas fábulas en que B abrio, según nuestro
estudio resum ido en Apéndice I, accede directam ente a u n m odelo
m étrico antiguo, el m ism o al que llegan independientem ente F. An. I
y Fedro (a m ás de, a veces, otros testigos). Aquí es notable que sea
diferente la posición respecto a ese m odelo de las cinco fábulas que
podem os con m ás seguridad llam ar de B abrio (cuatro del Atoo y
una, B. 141, atrib u id a a B abrio p o r Tzetzes y tam bién, curiosam en­
te, p o r N atalis Comes en su M ytho lo gia en 1551) y la que, editada
com o B. 143, procede en realidad del m anuscrito G.
De en tre las cinco p rim eras tres son, sustancialm ente, am plia­
ciones del m odelo, con añadido de elem entos descriptivos y pinto­
rescos, incluidas ek p h ra se is iniciales y m odificaciones del final. E ste
es el caso de H. 22 «La zorra y el leñador» (B. 50), en que B abrio
altera m enos que Fedro, pero aum enta el uso del estilo directo,
añade detalles pintorescos (la zorra se esconde en un chopo), da
insistencia a las p alab ras finales de la zorra haciéndola am enazar
con la intervención de H orkos, el Juram ento. Es una fábula arcai­
ca, con doble debate. Ju n to a ella H. 76 «El ciervo y el león» (B. 43,
intervienen los cazadores, en vez del león, com o en toda la tra d i­
ción salvo en la innovación de F. An. I) es una fábula en realidad de
situación, aunque con un elem ento agonal. B abrio la am plía con
ayuda, sobre todo, de una ek p h ra sis inicial, la im agen del ciervo be­
biendo en la fuente y contem plando sus cuernos; y da relieve al
final em pleando verbos en activa en vez de en pasiva (los pies le
salvan, los cuernos le pierden). H. 173 «Los m agos am bulantes»
(B. 141) p resen ta en B abrio el com ienzo (m utilado) de u n a am plia­
ción: una larga descripción de las peregrinaciones de los m agos
con el asno.
Babrio 181

Las cosas son un poco diferentes en H. 81 «El gato y los ra to ­


nes» (B. 17) y en H. 229 «Las dos alforjas» (B. 66). En la p rim era
(cf. p. 72) m ien tras que Fedro ha m odificado su stancialm ente la fá­
bula (tem a de la m u s te la o com adreja enharinada), B abrio respeta
el tem a original, pero tran sfo rm a la fábula agonal del enfrentam ien­
to g ato /ra to n e s en una fábula de situación en que un «survenant»,
el gallo, hace un com entario sarcástico sobre el gato que se hace
p asa r p o r un saco p ara devorar, en este caso, a las gallinas. Nótese
que, m ien tras que las fábulas que acabam os de re p asar vienen a
tener, en B abrio, unos 20 versos y poseen epim itio final (B. 141, se
reco rd ará, es fragm entaria), aquí nos encontram os con algo distin­
to: la fábula pasa al tipo de situación, con seis versos. Pero hay algo
com ún con las o tras fábulas, la búsqueda de un pintoresquism o
dram ático: en vez de con un ra tó n que habla en el cierre en nom bre
de los ratones, nos encontram os con el gallo que habla en nom bre de
las gallinas. Pues bien, sucede algo parecido en H. 229 «Las dos
alforjas» (B. 66), u na fábula etiológica: com o se ve, son fábulas de
los tipos m ás diversos las tom adas p o r B abrio del m odelo original
único. Aquí no puede decirse que haya resum en, pero tam poco am ­
pliación: los versos de B abrio vienen a equivaler a la extensión del
modelo. Pero hay, en su comienzo, u n a descripción m ás detenida
del m ito de la creación de los hom bres y a lo largo de toda la
fábula el p oeta insiste en el carác te r de n arración m ítica de la m is­
m a y en lo subjetivo de su interpretación. Se in ten ta a tra e r la aten ­
ción del lector p o r estos procedim ientos.
E sta técnica n arrativ a de tipo pintoresco y descriptivo, que por
o tra p a rte n ada añade al contenido de las fábulas ni lo m odifica
profundam ente, es m uy diferente de la aplicada en la fábula de «El
lab ra d o r y la serpiente», de la que sabem os que hay dos versiones
en F. An. I (H. 62 y 186) y una en B. 143. Se tra ta de una fábula
de situación, con cierre del lab ra d o r m ordido p o r la serpiente in­
grata, que se lam enta. Deriva de una antigua fábula a la que ac­
ceden varias colecciones (la A ugustana dos veces) directam ente, en
ocasiones resum iéndola. E sto es exactam ente lo que hace «Babrio»
(el m an uscrito G). Es un resum en de cinco versos, que en p arte
conserva el verso original y no añade detalle descriptivo alguno: es
una versión ab so lu tam ente seca y aséptica. Una fábula no es sufi­
ciente p ara sen tar una teoría, pero hay una notable diferencia res­
pecto al pro ced er de B abrio, lo m ism o allí donde am plía com o
donde no lo hace o lo hace sólo en lo relativo a algunos elem entos
de la fábula. El esfuerzo p ara a tra e r la atención con narraciones,
uso del estilo directo, cam bio de los anim ales, acentuación del ca­
rá c te r m ítico, paso de unos a otros subgéneros fabulísticos, falta
aquí.
182 Historia de la fábula greco-latina

Las cosas suceden de m anera m ás o m enos sem ejante p a ra tres


fábulas de B abrio que siguen una tradición diferente de la de F. An. I
y Fedro, tráte se de dos m odelos m étricos p rim ario s o de dos semi-
prosificaciones (a veces hay m ás) de un único m odelo m étrico. En
H. 15 «La zo rra y las uvas» (B. 19) hay seguram ente (cf. p. 49) dos
derivaciones sem iprosificadas de un m ism o m odelo b astan te re sti­
tuible; se tra ta de u n a fábula de situación, breve p o r tanto, con
cierre de la víctim a. Pues bien, B abrio la am plía claram ente lleván­
dola h asta ocho versos (como en algún caso an terio r): ello p ara
hacer una descripción pintoresca de los vanos intentos de la zorra
p a ra alcanzar las uvas.
Tam bién hay una am pliación en el caso de H. 31 «El hom bre de
m ediana edad y las dos heteras» (B. 22), en que m uy probablem ente
(cf. p. 103) hay dos m odelos m étricos. Pues bien, com parando en el
m odelo 2 los distin to s testigos (Par., Dod. y B.) así com o los de 1,
se ve que la versión de B abrio, en 15 versos y term in ad a en un
epim itio, am plía el centro, describiendo cóm o las dos m ujeres a rra n ­
caban los cabellos al protagonista. T am bién hay una am pliación
descriptiva al com ienzo y hay, al final, u n a inversión. La pareja
de m u jeres aparece tres veces (en o tras versiones dos), siem pre en
el orden joven/vieja. En definitiva, en el caso de una anécdota con
una agón com plejo (dos personajes contra uno), B abrio sigue sus
procedim ientos habituales, que donde en cu en tran m enos lugar p ara
desarro llarse es en las fábulas de situación.
La am pliación es m ayor todavía en una fábula claram ente ago­
nal, H. 103 «El g rajo y las aves» (B. 72). Y ello sin llegar a la
contam inación com o Fedro. En esta fábula (cf. p. 50) hay dos m o­
delos sem iprosificados, con verso com plem entario, y hay adem ás
la versión de Libanio, derivada del original. El caso es que B abrio
construye u na larga fábula de 24 versos, term in ad a con un epim itio
dirigido al destin atario de la colección. En ella se am plía el comienzo:
se intro d uce a Iris convocando el concurso de belleza, se da una pinto­
resca descripción de las aves que concurren. Y no son ya las aves en
general las que im piden que Zeus com eta el e rro r de p re m ia r al grajo,
sino que se in tro d u ce a estos efectos la golondrina. Y se term ina des­
cribiendo cóm o las aves desnudan al grajo de las plum as de que
se h abía apropiado. Los elem entos narrativos y d ram áticos prim an
u n a vez más.
Pasam os con esto a otro grupo de fábulas: el de aquellas en
que B abrio procede de un m odelo que es secundario, derivado del
que dio origen a F edro y F. An. I. Se trata , ya lo hem os dicho, de
cinco fábulas.
H. 126 «El cuervo y la zorra» (B. 77) es una fábula agonal en
que se im pone la astucia de la zorra a la ánoia o insensatez del
Babrio 183

cuervo, term in an d o la fábula con el com entario sarcástico de la


prim era. Si, com o creo, B abrio viene de una línea derivada de la
principal y con verso en p arte com plem entario, línea que le es com ún
a Par., no es dem asiado fácil sep arar las innovaciones de B abrio, p o r­
que ciertas cosas de Par. pueden venir de dicho m odelo o de contam i­
nación con B abrio. Si esta contam inación existe, entonces hay que
ad m itir que el elogio ad u lad o r de la zorra en éste constituye una
am pliación suya, u na descripción pintoresca m ás. Pero tam bién pue­
de ser un eco arcaico, cf. Apéndice I.
Pero la am pliación no es considerable ni aquí ni, tam poco, en
H. 136 «El p erro que llevaba carne» (B. 79), en que B abrio deriva
de un «segundo escalón» que introducía algunas pequeñas m odifi­
caciones que no alterab an grandem ente el contenido. Lo m ás que
hace en su fábula (de ocho versos, incluido el epim itio) es in tro ­
du cir una pequeña m odificación del final: el p erro que perdió
la carne hubo de volver a cru zar el río, ham briento. Una pequeña
«punta», en definitiva. Por lo dem ás, ya hem os visto un proceder
sem ejante en fábulas de situación: parece que este subgénero no
adm itía una am p litu d que so b rep asara los ocho versos.
H. 160 «El lobo y el cordero» (B. 89) es la conocida fábula de
debate agonal que term in a con el lobo com iéndose al cordero, pese
a la inocencia de éste. En p. 70 hem os argum entado a favor de
que B abrio procede de una línea secundaria. Amplía el diálogo, in­
troduciendo algunas innovaciones.
H. 161 «El lobo y la garza» (B. 94) nos p re sen ta el viejo tem a
del fuerte y el débil: una especie de agón con sátira final a cargo
del fuerte. Aunque tam bién puede concebirse la fábula com o de si­
tuación. E n todo caso, B abrio viene de un «segundo escalón», en
unión de Par. y Dod. (cf. p. 66). El escalón se caracteriza p o r pe­
queñas m odificaciones y, d en tro de él, B abrio no a p o rta grandes
novedades (la fábula tiene 10 versos, incluido el epim itio).
En cam bio, en el caso de H. 174 «Los ratones y las com adrejas»
(B. 31), ya hem os dicho (cf. p. 64) que en el segundo escalón, que
introduce u n nuevo verso, hay cam bio de tem a, que p o r tan to está
lo m ism o en Dod. y Par. que en B abrio. H an desaparecido los cuer­
nos de la versión prim aria. Ahora bien, en esta fábula sí que am plía
B abrio, que da u n a versión de 24 versos (incluido el epim itio). E sta
extensión se consigue m ediante una serie de descripciones de las
d istin tas fases del conflicto e n tre los ratones y las com adrejas, de
la deliberación de los p rim eros y de su d erro ta final en que cada
com adreja lleva p risio nero a un general ratón.
Ya vimos m ás a rrib a (p. 63), finalm ente, que en H. 154 «El lechón,
el asno y la zorra» (B. 67), B abrio y Fedro provienen de un «se­
gundo escalón». Esto, que era notable en el caso de Fedro, no es
nada nuevo en el de B abrio. Pero ya vim os que éste, a su vez, in-
184 Historia de la fábula greco-latina

tro d u cía la pequeña m odificación de reducir los anim ales a dos


(el asno salvaje y el león), sin duda p o r contam inación con H. 156
y sin darse cuenta de que caía en contradicción al seguir hablando
de tres p artes. En realidad, lo que con esto in ten ta el fabulista es
p o n er todo el énfasis en las p artes del león; y ello sin m odificar
sensiblem ente la extensión de la fábula (10 versos con el epim itio).
No puede decirse que en esta fábula se introduzcan recursos des­
criptivos nuevos, las p alab ras del león reproducen prácticam ente
el modelo.
Todavía convendría m encionar u n a fábula, H. 294 «El lobo y el
perro» (B. 100), en que hem os visto que es F. An. ms. F. y no I
el que sigue una versión secundaria ju n to a la p rim aria de B abrio
(y Fedro y Tetr.). Pero la verdad es que, en este caso, tenem os po­
cas posibilidades de averiguar algo sobre el p ro ced er de B abrio.
Pues Ph. no hace o tra cosa que p a rafra sear una versión de cua­
tro versos conservada en Tetr. y que es un resum en de u n a versión
m ás antigua (conserva algún elem ento del modelo, Arquíloco) que es
a su vez m odelo de B abrio y Fedro. Es, sin duda, éste el que ha am ­
pliado la fábula de una m anera desm esurada, com o ya apuntam os:
la fábula de B abrio, con sus 10 versos (sin epim itio), está segura­
m ente m ás próxim a al original. Es una fábula de debate, con dos in­
tervenciones del lobo y el p erro y un cierre de éste. Es fácil que haya
ligeras am pliaciones de B abrio en la prim era preg u n ta del lobo, las
resp u estas del p erro y el cierre del lobo, pues contienen elem entos
descriptivos y de insistencia que faltan en Fedro.
H asta cierto p u n to sem ejante es H. 143 «Las liebres y las ranas»
(B. 25), en que el m odelo p rim ario se refleja en B. y F. An. III,
m ien tras que hay un m odelo secundario del que derivan F. An. I y
F edro e incluso uno terciario del que viene Aftonio. Es notable que,
en este caso, el m odelo prim ario haya llegado a Bizancio, donde
fue tom ado p o r F. An. II I con pocas alteraciones. Pues bien, B abrio
—si es que se tra ta de B abrio— puede verse en este caso que creó
sobre él una fábula de 10 versos que p rácticam ente lo repite con
sim ples alteraciones de tipo lexical y fraseológico. E ste es un dato
que h ab rá que to m ar en cuenta en la investigación de la colección
del Atoo.
Veam os ahora, haciendo un resum en de lo dicho h asta aquí, en
qué m edida podem os co m p arar las m odificaciones de las fábulas
antiguas p o r B abrio con las que in troduce Fedro: al fin y al cabo,
son los dos poetas personales que convierten la fábula en género
pro p iam en te literario , con una d istancia cronológica no grande. De­
cíam os que Fedro in sistía en la acción y el dram atism o, buscando
ráp id am en te el desenlace de la p rim era, subrayando los aspectos crí­
ticos y m oralistas de la fábula y buscando, a veces, una ru p tu ra de
Babrio 185

su estru c tu ra tradicional. Una parte, sólo una p arte, de estas ten­


dencias es com ún a Babrio.
E sta p arte que le es com ún es la insistencia en la acción y el
subrayado de la m ism a m ediante toques incisivos o pintorescos. Pero
B abrio no pone especial énfasis en los tem as críticos y m orales ni
busca ro m p er esquem as. Se halla a su gusto en las descripciones
de la situación o de la acción, de los caracteres de los personajes:
en esto es en lo que sobresale. Ello le lleva con frecuencia, sobre
todo en las fábulas agonales y de debate y en las anécdotas, a am ­
pliaciones; tam bién, a algunas am pliaciones o m odificaciones leves
en fábulas de situación o etiológicas. En estru c tu ra, com o decim os,
es b astan te tradicional; conserva igualm ente los diversos géneros he­
redados, tendiendo a m antenerlos d en tro de sus características y
llegando, lo m ás, a co n vertir una fábula agonal en u n a de situación;
m antiene los dos tipos finales de la fábula (con cierre o acción) y
la doble posibilidad de que haya epim itio o no.
Hemos en contrado suficientes ejem plos de am pliación en fábulas
agonales y o tras em p arentadas: en la descripción de la situación ini­
cial, de las diversas fases del enfrentam iento, de ciertas respuestas;
ello va unido, a veces, a pequeñas m odificaciones argum éntales (en­
trad a de Iris y la golondrina en la fábula del grajo y las aves, de
las gallinas y el gallo en la del gato y los ratones, etc.); y a ciertos
subrayados pintorescos y expresivos de los finales, m ás próxim os a
la ironía que a la virulencia o el sarcasm o. B abrio am a p re sen tar
el concurso de belleza de las aves, las luchas de com adrejas y ra ­
tones, d ar en estilo d irecto y con ciertas am pliaciones los debates del
leñador y la zorra, el lobo y el perro, el león y el asno.
Fábulas agonales, de debate, anecdóticas, llegan así a un prom e­
dio de 20 versos: así las correspondientes a H. 22, 76, 173 (fragm en­
taria, pero el ritm o de la n arració n llevaba a esta extensión), 31,
103, 174. Ahora bien, las fábulas de situación y etiológicas no suelen
p asa r de ocho versos: hem os visto que, incluso en ese m argen, a
veces hay pequeñas am pliaciones, lo que no es extraño puesto que
existía un tipo antiguo de esas fábulas con solo cuatro, cierto que
sin epim itio. De todas m aneras, independientem ente de la extensión
pro p iam en te dicha, B abrio halla m anera de d ar descripciones pinto­
rescas, tales la de la zorra saltando p ara alcanzar las uvas (H. 15),
el p erro volviendo, fru strad o , a atra v esar el río (H. 136) y o tras ya
aludidas en la fábula del gato y las gallinas (H. 81) y de las dos al­
forjas (H. 229).
O sea: la tendencia es la m ism a, aunque B abrio se pliega m ás o
m enos al m aterial. Hay que decir, sin em bargo, que las cosas no
son siem pre exactam ente así. E n las fábulas agonales y de debate
hay un m odelo que viene a ten er 10 ó 12 versos y en el cual las
am pliaciones y detalles pintorescos son m enores y, a veces, difíciles
186 Historia de la fábula greco-latina

de establecer. Así en la fábula del cuervo y la zorra (H. 126), la del


lobo y la garza (H. 161), la del león y el asno (H. 154). Son fábulas
en que todo se cen tra en la acción y el debate y que, en cierto modo,
hacen transición con las de situación. No faltan en ellas, de todos
m odos, los rasgos bab rianos de concentrarse en la descripción y el
carácter, aunque sea con m enos am plitud. En o tra ocasión, curiosa­
m ente, B abrio tran sfo rm a en de situación (resum iéndola en seis
versos, sin epim itio) una fábula originalm ente agonal, la del gato y
los ratones, sin ren u n ciar a un relato m ás vivo que el original.
No parece, en definitiva, haber diferencias m ás que de grado en
la producción bab rian a, bien que condicionadas p o r el subgénero
sobre el que B abrio tra b a ja (o del que deriva). Lo m ism o hem os pen­
sado en el caso de H. 294 «El lobo y el perro», en que la fábula no
está en la Augustana, sino en la Accursiana. Sólo hay una excepción
a todo esto: la de H. 62 y 186 «El lab ra d o r y la serpiente», fábula
de situación que B abrio m antiene en este subgénero con una exten­
sión de seis versos (sin epim itio), pero de una m anera seca, sin esos
detalles que constituyen el agrado y la característica de la n arración
babriana. Más aún: se tra ta de un resum en del original, cosa que
h asta ah ora no hem os encontrado en B abrio m ás que en el caso de
H. 81. Pero hem os visto que se trata , en realidad, de una fábula del
m an u scrito G. D ejam os este dato p o r si m ás adelante tiene signifi­
cación, cuando se am plíe n u estro panoram a sobre B abrio y la tra d i­
ción b ab ria n a en general. En ese m om ento h ab rá que ten er en cuen­
ta, al m ism o tiem po, el caso de las fábulas en que B abrio p ráctica­
m ente no am plía el m odelo, vaya éste a p arar, de o tra parte, sea a
F. An I, sea a F. An. I l l (o ms. F).
O tro pu n to de vista que h ab ría que in tro d u cir es el relativo al
ste m m a de las diversas fábulas m encionadas. Hem os visto que así
como, pese a tra ta rs e de un corto núm ero de fábulas, encontram os
en ellas representaciones de casi todos los subgéneros de la fábula,
es igualm ente cierto que encontram os subtipos de s te m m a m uy va­
rios: fábulas derivadas directam ente del único m odelo m étrico p ri­
m ario, o tras de un segundo m odelo m étrico prim ario o de uno se­
cundario parece que sem iprosificado, o tras de uno secundario deri­
vado precisam ente de un escalón anterior, prim ario, que está en la
base de F. An I y, generalm ente, de Fedro. ¿Tiene esto alguna re­
lación con el tratam ien to de las fábulas?
N uestros datos no son, quizá, suficientes p a ra co n testar a esta
preg u n ta que p o r o tra p a rte recibiría autom áticam ente u n a respues­
ta negativa si se co nfirm ara n u estra hipótesis de que B abrio seguía
(al m enos com o fuente principal) una colección que hem os llam ado II
que contenía, ju n to a fábulas de la I, o tras diferentes, a veces va­
rian tes de las de ésta. El hecho es que en tre las fábulas derivadas
directam ente de un único m odelo m étrico dom inan las agonales,
Babrio 187

am pliadas; pero B abrio resum e una, al tran sfo rm arla en de situación


(y G resum e u n a de situación). E n el grupo segundo B abrio am plía
tam bién fábulas agonales y m uy levem ente una de situación (la de
la zorra y las uvas): no parece que haya diferencia cuando B abrio
tra b a ja sobre un m odelo sem iprosificado secundario, como parece
ser lo hab itu al en este grupo. Y no tiene p o r qué haberla cuando,
en el tercero, se tra ta de un m odelo derivado de o tro seguido por
o tras colecciones: desde el punto de vista de n u estro fabulista, esto
es indiferente. La presencia en el m ism o de algunas fábulas agona­
les o de d ebate del tipo de extensión m edia no parece que resulte
especialm ente significativa.
O sea: parece que B abrio aplica los tratam ien to s a que nos he­
m os referido, con diferencias de grado dependientes sobre todo de
los tem as de las fábulas y los subgéneros de las m ism as, a todo el
m aterial con que trab a ja, independientem ente de su situación en
los s te m m a ta de cada fábula. No o tra cosa sucedía con Fedro. De
todos m odos, el conocim iento de estos s te m m a ta resu lta ú til p ara
poder establecer, en p a rte al m enos, lo que es nuevo en B abrio.
E sta novedad resu lta ser, de acuerdo en u n a buena p arte con lo
que ya intuía N 0jgaard, el resultado de una concepción de la fábula
com o un género n arrativ o y dram ático, con tendencia a lo p in to ­
resco e irónico, la descripción de situaciones, acciones y caracteres.
Ello sin m odificar grandem ente ni los tem as ni las estru c tu ras, pero
condicionado, insistim os, a las características de cada subtipo de fá­
b u la o de cada fábula. No existe una receta única, el género, pese
a todo, m antiene sus diferencias internas p o r debajo de las ten d en ­
cias literarias de n u estro poeta, que no llega nunca a forzarlo de una
m an era violenta.

2. Fábulas que faltan en Fedro

a) Derivación d irecta de un m odelo único prim ario.

En este caso hay que in tro d u cir subdivisiones o subtipos, si es


que querem os seguir p restan d o atención al ste m m a . Un p rim ero será
aquel en el cual B abrio deriva de un m odelo p rim ario único, en
unión de F. An. I en los m ás casos y de Ib o III en otros. A efectos
del estudio de B abrio será p a ra nosotros perfectam ente indiferente
que de ese m odelo p rim ario se deduzca, tam bién, uno secundario
o, incluso, dos (directam ente o en cascada). En el Apéndice I podrá
verificarse este extrem o, así com o detalles aquí solam ente aludidos
sin ju stificación explícita.
Un p rim er grupo de fábulas será el constituido p o r aquellas que,
paralelam ente a o tras vistas m ás arrib a, am plían considerablem ente
188 Historia de la fábula greco-latina

el m odelo original: bien en las descripciones de la situación inicial


o la acción central, bien en los discursos directos o, incluso, en el
cierre (a veces variado). Como siem pre, puede fa lta r o e sta r presen­
te un epim itio. La relación de estas fábulas es:

H. 2 «El águila, el grajo y el pastor» (B. 137, es T.Assend. 2),


H. 18 «El pescador y el boquerón» (B. 6), H. 39a «La golondrina y las
aves» (B. 12), H. 45 «Los bueyes y el eje» (B. 52), H. 47 «El niño
que vom itaba sus entrañas» (B. 34), H. 53 «Los hijos del labrador»
(B. 47), H. 93 «El p erro y su amo» (B. 129), H. 106 «Zeus y Apolo»
(B. 68), H. 107 «El caballo, el buey, el p erro y el hom bre» (B. 74),
H. 112 «El h om bre y el héroe» (B. 63), H. 148 «El león y el toro»
(B. 97), H. 168 «El lobo y el cordero» (B. 132, en realidad del ms. Mb),
H. 191 «El asno lleno de sal» (B. I l l ) , H. 208 «El p a ja re ro y la ci­
güeña» (B. 13), H. 232 «La oveja esquilada» (B. 51), H. 239 «Los
árboles y la caña» (B. 36), H. 242 «El toro y las tres cabras» (B. 91),
H. 255 «La golondrina y la serpiente» (B. 118), H. 262 «Los leñado­
res y la encina» (B. 38), H. 263 «El pino y la zarza» (B. 64), H. 270
«La te rn e ra y el buey» (B. 37), H. 284 «El hom bre que rom pió una
imagen» (B. 119). En total, 22 fábulas. B abrio va con F. An. I en
todas ellas salvo en H. 262, 263, 291 en que va con Ib y en H. 270,
284, en que va con I I I (con alguna o algunas de sus subcolecciones).
En la ram a derivada puede h ab e r versiones de F. An., así H. 239
tiene u na versión derivada en H. 71, tam bién de F. An. I.

E n cuanto a B abrio, hay indicios p ara sospechar que procede


de u na sem iprosificación interm edia, m odelo com ún de o tras ver­
siones. Con frecuencia conserva léxico, fraseología, restos m étricos;
y la e stru c tu ra suele no e sta r m uy distante. En cuanto a las am plia­
ciones son m uy variables. Una fábula inicial de cuatro versos puede
am pliarse en ocho (H. 45), o llegar a una extensión de 10 a 12 (H. 106,
232, 262, 263, 270). Hay que to m ar en cuenta el factor epim itio: H. 45
procede, efectivam ente, de un original con cu atro versos, pero con
epim itio, que B abrio parece conocer cuando am plía la fábula a ocho
versos; en cam bio, o tras veces en estas fábulas conserva igual exten­
sión con o sin epim itio. Suele tra ta rse , en estos casos, de fábulas
de situación o pequeños debates con χρεία final: alguno, mítico.
O tras veces el m odelo es una fábula agonal o u n a anécdota de
m ayor extensión. T am bién aquí la am pliación es variable: las hay
de h asta 28 versos. Muy am pliada está, p o r ejem plo, H. 191: los dos
actos de la h isto ria del asno, enm arcados entre la situación inicial
y el castigo final, son los m ism os, pero la descripción de los pen­
sam ientos y av enturas del asno que quiere escam otear su trab a jo
y, p o r άνοια, sufre el castigo al hincharse sus esponjas, viene a tener
extensión doble. O véase H. 39a, donde B. 12 es una fábula p ráctica­
Babrio 189

m ente nueva. O tras veces, la am pliación es m ucho m enor. De o tra


p arte, puede h ab e r variaciones, aunque a veces es dudoso dónde es­
tán (en la fábula referida, en F. An. el asno se ahoga, en B abrio no).
Sin llegar a tanto, una buena am pliación puede verse en H. 18 (des­
cripción inicial de la pesca, discurso directo del pez). La e stru c tu ra
está m ás alterad a en, p o r ejem plo, H. 191, en que en B abrio hay
un diálogo com plejo adem ás de una m odificación del final, cosa
esta últim a que resu lta frecuente (H. 242, 263 y otras). La am pliación
es dudosa en H. 2: B. 137 (que es T. Assend. 2) está incom pleta.
O tras veces encontram os en B abrio una extensión sem ejante a
la del modelo, com o tam bién la observam os en fábulas de la relación
anterio r, es decir, de las tam bién conocidas por Fedro: concreta­
m ente, en H. 11 «El pescador» (B. 9), H. 24 «La zo rra cuyo vientre
se hinchó» (B. 86), H. 49 «El boyero» (B. 23), H. 89 «La oca de los
huevos de oro» (B. 123), H. 100 «El lobo y el cabrito» (B. 96), H. 142
«El camello» (B. 80), H. 199 «El asno y la piel de león» (B. 139,
es T.Assend. 11), H. 205 «El p ajarero y la perdiz» (B. 138, es T.As­
send. 5), H. 237 «El gusano y la serpiente» (B. 41), H. 261 «El loro
y la com adreja» (B. 135, en realidad, del ms. Mb), H. 285 «La muía»
(B. 62), H. 288 «El cuervo enferm o (B. 78). En total, 12 fábulas, de
entre las cuales unas son del tipo m edio de en tre 10 y 14 versos y
o tras del de situación con χρεία de cuatro (o seis con epim itio).
E n tre estas fábulas hay algunas que, pese a no rebasar, aproxi­
m adam ente, la extensión del m odelo, presentan huellas del gusto b a­
b rian o p o r las descripciones, discursos directos, pequeñas alteracio­
nes de los finales, d en tro de un respeto a lo fundam ental de la es­
tru ctu ra . Así, p o r ejem plo, H. 11 (descripción de la pesca), H. 24
(id. del b an q u ete que se da la zorra y que hace hincharse su vien­
tre), etc. O tras veces (así en H. 49) puede decirse que hay m ás vi­
veza y p in toresquism o en el relato. Pero tam bién sucede que nos
encontrem os con una extensión sem ejante o idéntica a la del m ode­
lo, pero sin apenas rasgos del estilo babriano: con el m ism o esque­
m atism o propio de la fábula de la tradición helenística principal.
Así en fábulas de m ediana extensión (H. 89, siete versos, H. 205, 8,
H. 261, 12), y en o tras pequeñas del tipo de situación (100, seis ver­
sos incluido el epim itio, H. 142 y 237, cuatro versos sin y con epi­
m itio, respectivam ente, H. 285, seis versos sin epim itio, H. 288, cinco
versos con epim itio).
E stas fábulas, aunque coliám bicas, no producen la im presión de
ser de B abrio. N ótese que las hay com unes con F. An. I y con III:
esto no influye, fuentes que pertenecían a las m ism as colecciones
fueron tra ta d a s p o r B abrio y p o r este o tro versificador de m anera
m uy diferente. Tam poco influye el que nos hallem os ante el B abrio
del Atoo o el del ms. Mb. Por o tra parte, hay cu atro casos com pa­
rables a uno del ms. G. visto m ás arrib a: en H. 14 «La zorra y el
190 Historia de la fábula greco-latina

mono» (B. 81), H. 73 «Los delfines y el gobio» (B. 39), H. 114 «La
horm iga y la cigarra» (B. 140, es ps.-Dositeo 17), H. 149 «El león y
el labrador» (B. 113), «Babrio» ofrece un resum en del m odelo o ri­
ginal. Son resúm enes de, respectivam ente, 6, 4, 8 y 4 versos de ex­
tension; pero si se q u ita el epim itio que lleva la p rim era fábula, queda
reducida a los 4 versos de la segunda y cuarta, que carecen de
ellos. E stos resúm enes se logran, en dos casos, abreviando las des­
cripciones y la acción (H. 140, H. 149); en otros dos, cortando el
cierre final (H. 14, H. 73).
Así, las fábulas coliám bicas b ab rian as del tipo que sea y de la
tran sm isió n que sea h an tenido com o m odelos ya fábulas de exten­
sión m edia y pred o m inantem ente agonales, ya o tras de extensión
reducida (generalm ente de cu atro versos) predom inantem ente de si­
tuación y con el acento puesto en la χρεία final. Pero existen dos
tratam ien to s: tan to las fábulas de extensión m edia com o las de ex­
tensión reducida pueden ser am pliadas subrayando las descripcio­
nes, el diálogo, introduciendo m odificaciones finales; o pueden ser
m antenidas en su extensión originaria y en el tono seco y esquem á­
tico de la trad ició n que viene de D em etrio. Más todavía: fábulas del
p rim er tipo pueden ser pasadas al segundo y aún fábulas del se­
gundo algo m ás extensas de cu atro versos pueden ser reducidas a
cuatro, incluso a costa de elim inaciones. Son no sólo dos estilos fa-
bulísticos diferentes, sino tam bién dos m odos de proceder diferen­
tes con los m odelos. La conclusión m e parece obvia: u n a cosa es
B abrio, o tra son su im itad o r o im itadores.
N ótese que las colecciones m odelo ya p resen tan epim itios ya no.
Y que igual hace B abrio. Pero éste se perm ite la lib ertad ya de
conservarlos, ya de añadirlos, ya de suprim irlos, ya de m odificarlos,
ya de incluirlos, incluso, en la extensión de los cu atro versos. En
todo caso, sus epim itios son en verso, m ientras que en el m odelo
eran, ya lo sabem os, en prosa. A veces el contenido es tan sem ejante
que p arece claro que B abrio operó exactam ente sobre los m odelos
que p asaro n a la A ugustana y o tras colecciones.
De todas m aneras, el tem a de las reducciones no queda aquí ago­
tado, p o rq u e puede p lantearse la hipótesis de que fueran o b ra de
u n a fuente interm edia. En los casos que hem os visto, esa fuente
in term ed ia es una hipótesis indem ostrable. Pero en otros que vere­
mos, h a claram en te existido: en realidad, a lo largo de todo este
volum en hem os tenido ocasión varias veces de h ab lar de una fuente
derivada, utilizada p o r los fabulistas posteriores, incluido B abrio.
Conviene estu d iar aquí en qué m edida los dos tipos de alteraciones
a que som eten B abrio y sus im itadores (pensam os) el m odelo p ri­
m ario, son cosa de él o de esa fuente interm edia. En las fábulas
que siguen ese estudio, que h asta aquí quedaba com o m era posibi­
lidad, puede ser realizado.
Babrio 191

ß) Derivación de un m odelo secundario.

Apoyándonos, u na vez m ás, en n u estro Apéndice I, en que se


basan n u estras afirm aciones y donde pueden m ultiplicarse y verse
en detalle los ejem plos de las alteraciones bab rian as que aquí dam os,
pasam os a reseñ ar las fábulas de B abrio (en el sentido am plio de
las ediciones de C rusius y Perry, com o h asta ahora) que proceden
de un m odelo secundario derivado a su vez de uno m étrico prim ario.
Un p rim er grupo, el m ás num eroso, es el de aquellas fábulas que
efectivam ente proceden de u n a versión derivada que, generalm ente,
am plían o, al m enos, som eten a m odificaciones d en tro de la línea
del estilo de B abrio. Excluim os, p a ra tra ta rlo com o grupo segundo,
el caso de unas pocas fábulas que presen tan el fenóm eno curioso
de que la versión derivada es un resum en luego am pliado p o r Ba­
brio.
El grupo del tipo que llam arem os general es el de las siguientes
fábulas: H. 102 «Zeus, Prom eteo, Atena, Momo» (B. 59), H. 139 «El
p erro y la liebre» (B. 87), H. 145 «El león y el labrador» (B. 98),
H. 147 «El león envejecido y la zorra» (B. 103), H. 164 «El lobo y
la oveja» (B. 53), H. 178 «El náufrago y el m ar» (B. 71), H. 179
«El joven disoluto y la golondrina» (B. 131, en realidad, en el ms.
Mb), H. 192 «El asno y la m uía» (B. 7), H. 198 «El asno y el lobo»
(B. 122), H. 243 «Los hijos de la m ona» (B. 35), H. 249 «El pavo real
y la grulla» (B. 65). En total, 11 fábulas.
Como en o tras ocasiones, el trata m ien to del m odelo por B abrio
no es ab so lutam ente uniform e, pero sí p resen ta una tendencia clara.
Por ejem plo, en H. 139 B abrio ofrece una versión de seis versos con
epim itio que varía levem ente la versión derivada, dándole una m ayor
viveza; tam bién hay u na leve am pliación, por ejem plo, en H. 164 (Ba­
brio con ocho versos). Pero hay grandes am pliaciones o tras veces.
Así, en H. 145, donde B abrio crea una fábula de 22 versos con un
largo discurso retórico del p ad re de la joven al león enam orado, u n a
descripción de cóm o a éste le lim an las garras y le m atan luego, un
final en que se im ita un p asaje hom érico. Tam bién hay una gran
am pliación en H. 179 (B abrio con 18 versos, largas descripciones de
la vida del joven disoluto), en H. 102, H. 147 y en o tras fábulas m ás.
O tras veces hay un trata m ien to diríam os que interm edio, p o r ejem ­
plo, en H. 151, con u na am pliación inicial y una m odificación final.
En vez de p erseg u ir el detalle de las m odificaciones, sobre el que
he llam ado grupo segundo, en realidad igual al a n te rio r pero con la
curiosa característica de que el m odelo de B abrio, a su vez deri­
vado del prim ario, es un resum en de éste que B abrio ha vuelto a
am pliar. Las fábulas referidas son H. 151 «El león que se asustó
del ratón» (B. 82), H. 155 «El león y el ratón» (B. 107), H. 158 «El
192 Historia de la fábula greco-latina

lobo y las ovejas» (B. 93), H. 163 «El lobo y la vieja» (B. 16), H. 184
«El cam inante y la fortuna» (B. 49). En total, cinco fábulas.
N atu ralm en te, no puedo exponer aquí toda la argum entación que
lleva a p o stu lar u n m odelo reducido seguido luego p o r B abrio: re ­
m ito, u na vez m ás, al Apéndice I. Pero véase, p o r ejem plo, cóm o
en H. 163 la línea derivada es caracterizada p o r la falta del com ien­
zo (técnica inversa a la habitual de B abrio), m ien tras que, a p a rtir
de aquí, n u estro p oeta se distingue p o r elem entos propios com o es
el cierre final de la loba. O cóm o en H. 184 la línea segunda, de­
rivada, su stituye al cam inante p o r un niño (F. An. II, Dod.), a veces
cam biado luego (Par. τις, Β. εργάτης) y reduce la fábula a 4 versos
(la versión p rim aria es de 7), que luego B abrio am plía o tra vez a
siete versos.
E videntem ente, B abrio y los poetas babrianos se apoyaban a ve­
ces en versiones p rim arias ya am plias, ya reducidas (de cuatro ver­
sos), com o hem os visto; y o tras veces en versiones derivadas tam ­
bién de los dos tipos. E n estas versiones secundarias podía h ab e r
paso de un tipo a otro: las am pliaciones y reducciones de fábulas
son cosa com ún desde antiguo. Ahora bien, lo m ism o que una versión
p rim aria breve era am pliada, tam bién era am pliada una versión que
solo secun d ariam en te se había hecho breve. Las tendencias estilísti­
cas de B abrio se aplicaban a todas sus fuentes, fuera cual fuera su
historia. E sto es lógico.
Esas fuentes, cuando eran p rim arias, estaban escritas, n a tu ra l­
m ente, en el verso coliám bico helenístico. Cuando eran secundarias,
puede d em o strarse en algunos casos que estab an tam bién en verso:
en un verso derivado. Así, por ejem plo, en el de la fábula ú ltim a­
m ente citada, la H. 184. El m odelo inm ediato de B abrio era, com o
acabam os de decir, una versión en cuatro versos con verso indepen­
diente: p ero m antiene un fragm ento idéntico al del modelo, τής τύχης
δ’ έπιστάσης. Luego se tra ta de u n a m odificación a p a rtir del verso
anterio r.
E n la m edida en que podem os juzgar, la versión derivada de que
procede B abrio es una versión en verso, igual que la p rim aria (ha­
cen excepción los ocasionales epim itios, ya hem os dicho).
Ahora bien, tenem os todavía dos fábulas en que B abrio viene de
una versión derivada y en que su com portam iento es m uy diferente.
En H. 7 «El gato y las gallinas» (B. 121), B abrio viene de una se­
gunda versión m étrica de la que hay restos en Dod. y T etr. 1 y que,
p o r lo dem ás, m antiene parcialm ente el verso del m odelo. Pues bien,
esta versión derivada es reducida p o r B abrio a cu atro versos: a
una fábula del conocido tipo de la preg u n ta de un anim al seguida
de la resp u esta con «punta» del otro. El o tro caso es H. 177 «La
mosca» (B. 60): aquí tan to el m odelo p rim ario com o el secundario
com o el p ropio B abrio son de cu atro versos, la fábula se m antiene
Babrio 193

p rácticam en te in tacta, salvo en lo relativo a la nueva m étrica. En la
versión derivada quedan huellas del verso p rim ario; y B abrio, a
los cu atro versos de la fábula pro p ia añade dos del epim itio, que
ahora es versificado.
O sea, en definitiva: si fábulas reducidas son a veces am pliadas,
m ien tras que o tra s veces ciertas fábulas se reducen o, cuando son
breves, se m antiene su extensión, tenem os m otivos p ara pen sar que
tam bién en este caso nos hallam os ante al m enos dos poetas: Ba­
brio, con su estilo descriptivo, dialogal, literario; y un (?) im itad o r
que sigue su m étrica, pero p refiere el estilo seco y co rtan te de las
antiguas fábulas de situación con χρεία final.
Y una conclusión m ás, im p o rtan te ésta: la duda que habíam os
planteado sobre si ciertas reducciones de fábulas de «Babrio» eran
suyas o de su m odelo, se resuelve en el sentido de que son suyas.
No es que el m odelo no incluyera fábulas reducidas: es que éstas
son h ab itu alm en te am pliadas p o r el verdadero B abrio, m ientras que
las am plias del m odelo son reducidas p o r su im itador. El que hubiera
un m odelo reducido no im plicaba nada: B abrio y su im itador lo tra ­
tab an con criterio s propios, diferentes en un caso y en otro. Así,
cuando en el caso de ciertas fábulas derivadas del m odelo p rim ario
dudábam os si, quizá, h abía uno interm edio perdido, podem os ahora
a firm a r que, n atu ralm en te, ésta es una hipótesis planteable aunque
no dem ostrable p o r falta de datos, pero que ni las am pliaciones ni
las reducciones de B abrio y su im itad o r pueden to m arse com o p ru e­
ba de ello.
γ ) Derivación de un m odelo p rim ario o secundario independien­
te del de F. An.
Ya sabem os p o r el estudio inicial de este volum en que en ocasio­
nes la tradición de las fábulas anónim as no es u n itaria, al m enos
desde época helenística. Hay ocasiones en que diferentes colecciones
o grupos de ellas revelan la antigua existencia de dos versiones m é­
tricas prim arias; y hay o tras en que de una única versión m étrica
p rim aria han salido dos sem iprosificaciones, que son el origen de dos
series de fábulas posteriores. Hem os de estu d iar la situación de
B abrio en uno y en o tro caso. En realidad, am bos h an sido ya estu ­
diados cuando se tra ta de fábulas tam bién rep resen tad as en Fedro;
aquí añadim os aquellas o tras que no aparecen en el fabulista latino
o, al m enos, en la colección que de él nos h a llegado.
E ncontram os el p rim er caso, el de dos m odelos m étricos p rim a­
rios, en H. 6 «Las cab ras salvajes y el cabrero» (B. 45), H. 46 «Bo­
reas y Helios» (B. 18), H. 211 «La serpiente y el cangrejo» (B. 109).
En todos estos casos, según puede verse en el Apéndice I, B abrio
pertenece (generalm ente en unión de Par. y Dod.) al m odelo diferente
del seguido p o r F. An. y, ocasionalm ente, por alguna o tra colección.
194 Historia de la fábula greco-latina

Los casos son diferentes en el detalle, aunque el resum en es que


en tres de ellos B abrio re p resen ta una am pliación con alteraciones
del tipo que ya conocem os, m ientras que en el otro (H. 211) es,
al contrario, una reducción de cuatro versos del m odelo anterior,
pro ced er que hem os atribuido a un im itador de n u estro poeta.
E n H. 6 la segunda versión incluye la m u erte de las cabras do­
m ésticas y la huida de las salvajes, m ás un lam ento del cabrero co­
dicioso; B abrio, que am plía considerablem ente este m odelo, quita
el lam ento y añade una conclusión propia. Cosas parecidas pueden
decirse de H. 46, en que una versión reducida de la segunda ver­
sión p rim aria es vuelta a am pliar. Pero, en cam bio, tenem os que
en H. 211 las dos versiones p rim arias son m uy diferentes, en re a­
lidad dos fábulas, aunque en definitiva am bas procedan del co­
nocido escolio ático en C arm . Conv. 892. Ahora bien, la segunda ver­
sión no es sólo de B abrio, aparece tam bién en Aftonio con huellas
de cu a tro versos, p ero diferentes. E sta versión h a sido trasladada
luego, sin grandes alteraciones, al verso babriano. No hay realm ente
reducción, ésta es del modelo: sólo m antenim iento de una extensión
reducida y un tipo que conocem os bien (diálogo con u n a interven­
ción de cada in terlo cu tor, «punta» del segundo). Nos hallam os, sin
duda, ante un im itad o r de Babrio.
E n o tras ocasiones las dos líneas a que nos referim os son, como
decim os, sem iprosificaciones de un m odelo prim ario único. Creemos
que éste es el caso de H. 266 «Los dos gallos y el águila» (B. 5) y
de H. 259 «La to rtu g a y el águila» (B. 115). P ara la p rim era fábula
véase supra, p. 64: B abrio introduce en el segundo m odelo algunos
retoques, los gallos son de Tanagra, al final hay u n a especie de epi­
m itio que com ienza con un vocativo. El segundo caso es un poco
especial, pues ju n to a la línea que produce F. An. I, que conserva
m ucho m etro, hay o tra de que vienen B abrio y Aviano: en este caso
este últim o parece d erivar de B abrio. No es posible ver si la base
está en una sem iprosificación o en un verso nuevo: lo que sí es claro
es que B abrio am plía el com ienzo y el diálogo.
En realidad, esta ú ltim a fábula nos p re p ara p a ra in te rp re ta r
o tras dos en que la naturaleza de n u estras fuentes no perm ite tam ­
poco elucidar si los m odelos interm edios en tre uno antiguo que po­
dem os p o stu lar y las fábulas de colección eran sem iprosificaciones
o versiones en verso: en todo caso, derivaban de un m odelo p rim a­
rio único. Se tra ta de dos fábulas en que este m odelo único rem oto
es de origen oriental y fue adaptado diversam ente.
E n H. 132 «El vientre y los pies» (B. 134, del m ss. Mb) nos h a ­
llam os ante u na fábula egipcia a cuyo s te m m a nos hem os referido
en p. 114 y ss. Se ha podido ver allí que toda la tradición viene de
un m odelo no sabem os si en verso o p rosa (nuestras fuentes son Tito
Livio y Rómulo) y del cual, a su vez, sale uno en verso que es fuente
Babrio 195

de F An I. Pues bien, hem os propuesto que B abrio, que ofrece una


larga fábula de 19 versos con tem a m uy variado (ahora se tra ta de
la cabeza y la cola de la serpiente), procede, en definitiva, de igual
fuente. Con el p recedente de una fuente interm edia (cf. H. 291), ha
creado una fábula m uy original, con am plias narraciones y diálogos.
D iferente es H. 140 «El m osquito y el toro» (B, 84). Aquí la línea
que viene del original oriental, sin que podam os establecer si se
basa en un m odelo interm edio y si éste era en verso o no, es la del
poeta de edad im perial M esomedes, que conserva el elefante, como
en la fábula asiría. Las dem ás versiones, incluida la de B abrio, vie­
nen de un derivado griego m étrico. E ste derivado h a sido levem ente
am pliado y m odificado en Babrio: todo el diálogo es directo, tiene
una m ayor am p litu d y pintoresquism o que las o tra s versiones.
Todos estos casos en que B abrio sigue una línea d iferente de la
de F. An. (lo que, p o r lo dem ás, ya sucedía a veces en las fábulas
tam bién testim oniadas en Fedro) se encuentran, en definitiva, en
igual situación que los dem ás. Independientem ente de la fuente, Ba­
brio m odifica sus m odelos de la m anera que ya sabem os, pero al
lado aparecen fábulas de un estilo diferente. Se h a trata d o en este
caso de una sola, pero ello es suficiente. E stas o tras fábulas breves,
generalm ente de cu a tro versos y de situación, bien prácticam ente
iguales al modelo, bien m ás reducidas aún que las de éste, hem os
supuesto que perten ecen a otro poeta. Puede apreciarse que sea
cualquiera la posición en el s te m m a de una fábula y la re p resen ta­
ción de la m ism a fuera de B abrio, hallam os las dos posibilidades:
ciertam ente, el trata m ien to «no babriano» es excepcional. Tam poco
tienen relación uno y o tro tratam ien to de los m odelos con la tran sm i­
sión posterior: hem os hallado am bos en el Atoo, en los m ss. G y Mb
y en las Tablas de Assendelft.
E stas Tablas, con su ca rác te r m ixto, ilum inaban ya, en realidad,
desde el m ism o siglo m , lo que o cu rría con las fábulas coliám bi­
cas y aún las yám bicas: se recogían en cada colección fábulas co­
liám bicas de d istintos tipos y de distintos orígenes. N ada de extraño
que el alfabetizador cuya obra fue a p a ra r al Atoo procediera así,
y lo m ism o el o tro que está en la base del resto de la tradición.
P ara ellos to d as las fábulas coliám bicas eran «Babrio».

III. F ábulas de B a b r io que fa ltan en las F ábulas A n ó n im a s

1. F ábulas que están en B abrio y fu era de él


(excluyendo las derivadas)
Vamos a estu d iar a continuación una serie de fábulas que apare­
cen en B abrio y o tra s fuentes, pero no en las F ábulas Anónimas (o
sólo en Ι Ι Ι γ y IIIS como derivadas de B abrio precisam ente). Se
196 Historia de la fábula greco-latina

trata , tam bién aquí, de establecer el s te m m a y, en lo posible, la


m an era de pro ced er del fabulista. Hay que ver si tam bién en este
caso existen fábulas que pueden verosím ilm ente atrib u irse a un im i­
tad o r de n u estro poeta. Y hay que co m pletar nu estro s conocim ientos
sobre sus fuentes.
N aturalm ente, n ad a añade ni a lo uno ni a lo o tro la existencia
de derivaciones de B abrio en Par., Dod., Aviano, etc. Cuando una
fábula sólo aparece en B abrio, y en alguno de estos derivados, pasa
al siguiente ap artad o , el de las fábulas que sólo están en B abrio.
Aunque en ocasiones no es totalm ente fácil decidir si se tra ta real­
m ente de derivados.
E n la m ayor p a rte de los casos B abrio deriva de un m odelo p ri­
m ario, com o en la m ayoría de las fábulas que hem os estudiado h a s­
ta ahora. Llam am os m odelo p rim ario, ahora, a aquel del que derivan
B abrio y o tras versiones, todas ellas directam ente a lo que podem os
colegir; a veces hay tam bién u n a versión secundaria. Cuando B abrio
depende del m odelo p rim ario en cuestión, nos es, desde nuestro
pun to de vista, in d iferente si hay o no u n a versión secundaria (o-
varias). Ese m odelo p rim ario tenem os en m uchos casos m otivos p ara
estab lecer que es un m odelo m étrico: la única versión versificada
antigua que está testim oniada. O tras veces ello es m ás dudoso, así
cuando solo hay un derivado, que es B abrio, y al tiem po existe una
versión secundaria, p o r ejem plo, en el caso de no H. 6 (el verso que
se restitu y e p a ra la versión secundaria puede o no proceder en
c ierta m edida de la prim aria). En otros casos (así en no H. 32) puede
establecerse que en tre el m odelo p rim ario y los derivados h a habido
una p ro sa interm edia.
Verem os p rim ero estas fábulas, p a ra p asa r después a aquellas
o tras en que B abrio depende de un m odelo secundario y, finalm en­
te, a aquellas en que existen dos o tres líneas de derivación, p ri­
m arias o no.
B abrio aparece com o dependiente de una versión p rim aria que no
produce versiones en F. An. I (en Fedro puede p roducirlas o no)
en las siguientes fábulas: no H. 6 «El ateniense y el tebano» (B. 15),
no H. 8 «La cab ra y el cabrero» (B. 3), no H. 32 «El oso y la zorra»
(B. 14), no H. 62 «La com adreja capturada» (B. 27), no H. 66 «El la­
b ra d o r y la zorra» (B. 11), no H. 96 «El ciervo enferm o» (B. 46),
no H. 118 «El Sol y las ranas» (B. 24), no H. 124 «El m édico igno­
rante» (B. 75), no H. 183 «El león y los tres toros (B. 44), no H. 191
«El lobo y el león» (B. 105), no H. 209 «El ra tó n cam pestre y el de
ciudad» (B. 108), no H. 243 «El joven, la m u jer y el m arido» (B. 116),
H. 283 «El b an q u ete del perro» (B. 42), H. 287 «La ran a y la zorra»
(B. 120). En total, 14 fábulas.
E n n u estro Apéndice II p o d rá verse con detalle cóm o en la m a­
yoría de estos casos la versión de B abrio re p resen ta u n a am pliación
Babrio 197

de la que podem os p o r com paración re stitu ir p ara el m odelo p ri­


m ario. Son fábulas que oscilan en tre 10 y 32 versos. Es fácil ver la
am pliación, incluso en u n a de 10 versos, concretam ente, en no H. 96,
en que la com paración con S intipas (tan próxim o h abitualm ente al
tipo conservador de la Augustana) hace ver m uy claram ente las in­
novaciones de B abrio en las descripciones de la enferm edad del
ciervo y de las visitas que recibe, en la adjetivación, etc. Pero m ejor
se ve en las fábulas extensas, así, p o r ejem plo, en no H. 124 en re­
lación con la versión del pseudo-Dositeo (cam bio de tem a al com ien­
zo y el final, ab u n d an te diálogo y descripciones), en no H. 209 (am ­
pliación de un texto próxim o tam bién al del pseudo-Dositeo).
Las cosas son diferentes en o tras fábulas, a saber, en no H. 32,
no H. 62, no H. 118, no H. 190, H. 283 y H. 287, todas en la lista
anterio r. En no H. 32 «El oso y la zorra» Par. y Dod. derivan del
m ism o m odelo que B abrio, pero tienen elem entos m étricos indepen­
dientes y, tam bién, elem entos prosaicos com unes: parece im poner­
se la hipótesis de que ha habido una versión in term ed ia sem ipro­
sificada. Su extensión era aproxim adam ente idéntica a la de B abrio,
que tiene cinco versos (cuatro y uno de epim itio); y es del tipo bien
conocido en que hay una intervención de cada uno de los dos in­
terlocutores (del p rim ero en estilo indirecto), con «punta» del segun­
do. Es claro que «Babrio» ha respetado lo que en realidad era una
versión independiente y abreviada de H. 66 «Los dos am igos y el
oso». Y ello p o rque su m odelo había alcanzado ya la extensión m í­
nim a. T am bién en no H. 62, en que los únicos testigos son B abrio
y Fedro, parece h ab e r una conservación (en 7 versos) p o r p arte del
prim ero, de la extensión del m odelo de la fábula de la com adreja,
que en Fedro es alterad a y levem ente am pliada al final. Su estru c­
tu ra es análoga a la de la fábula anterior, aunque la m ayor exten­
sión y ciertos detalles descriptivos no hacen tan segura en este
caso la hipótesis de que se tra te de una versión coliám bica no de
B abrio. Id én tica e stru c tu ra y una extensión de seis versos encontra­
m os en no H. 190 «El lobo y el león», donde B abrio ofrece una ex­
tensión idéntica a la del otro testigo, S intipas (que, p o r lo dem ás,
cristianiza el final). En cam bio, en no H. 118 «El Sol y las ranas»,
B abrio abrevia y altera el m odelo com ún de Par., Dod. y Fedro.
Cosas sem ejantes pueden decirse de las o tras dos fábulas, aunque
es m enos claro.
Es m uy fácil que en estas fábulas nos encontrem os ante versio­
nes no de B abrio, sino de su im itador, que conservaba aproxim ada­
m ente la extensión de fábulas de la e stru c tu ra ya m encionada. Por
o tra p arte, u na vez m ás hay que in sistir en que m odelos de este
tipo y de fábulas agonales m ás am plias se m ezclaban en toda la
tradición antigua: en la que llegó a F. An., a S intipas, a Fedro, etc.
198 Historia de la fábula greco-latina

En o tras dos fábulas, B abrio depende de u n m odelo derivado,


secundario. Se tra ta de no H. 128 «El caballo viejo» (B. 29) y no
H. 308 «El sapo que se hinchó» (B. 28).
En esta ú ltim a fábula, ju n to a la versión p rim aria de que queda
un eco en Fedro, hay u n a secundaria en B abrio, H oracio y Tetr.
N aturalm ente, es im posible establecer si era m étrica o sem iprosi­
ficada; en todo caso, es claro que se tra ta de u n a versión prehoracia-
na derivada del m odelo de la de Fedro (rana ru p ta et bos, Fedro I,
24) y m uy alterad a en cuanto al tem a. La com paración con H oracio
y el p ropio estilo de la fábula sugiere u n a ligera am pliación de la
descripción de la escena (el sapo hinchándose ante sus hijos, que
quieren detenerlo) p o r p arte de B abrio, cuya fábula, sin epim itio,
tiene 10 versos.
E n cam bio, en no H. 128 la com paración de B abrio y Fedro (que
ahora va con la versión secundaria, m ientras que en la fábula an­
te rio r dependía de la p rim aria) hace ver que dependen de u n a fá­
bula resum ida de la versión que ha producido la fábula de Aftonio.
Pero esta versión secundaria ha sido vuelta a reducir por B abrio
h asta llegar a la extensión de cuatro versos m ás dos del epim itio.
Del diálogo am plio de la versión original se h a llegado, p o r escalo­
nes, a u na breve fábula de situación con cierre de lam ento.
O sea: de las dos fábulas, cada u n a de ellas p resen ta una de las
dos situaciones típicas que vam os estudiando, la propia de B abrio
y la p ro p ia de su im itador.
Finalm ente, existen tres fábulas en que B abrio rep resen ta una
de las dos o tres ram as existentes, que ofrecen versiones b astan te
diferenciadas de un m odelo difícil de reco n stru ir: son no H. 60 «El
buey y el asno que araban» (B. 55), no H. 125 «El m ilano que re ­
linchó» o «El m ilano y los cisnes» (B. 73) y no H. 141 «La alondra
y el labrador» (B. 88). P ara su estudio rem itim os a m ás abajo,
pp. 254 y 351. En todo caso, en la p rim era y te rc era fábula B abrio
parece venir independientem ente del modelo, igual que en H. 132
«El vientre y los pies», estudiada m ás arrib a; p o r supuesto, no po­
dem os sab er si hubo o no u n a versión interm edia, aunque no hay
pru eb a alguna de ella. Más bien parece tra ta rse de casos en que
B abrio alteró el m odelo (por razones literarias, no de intención
m oral, que es la m ism a). C uriosam ente, tam bién aquí encontram os
la m ism a dualidad que estam os observando siem pre: no H. 60 es
en B abrio u n a breve fábula de seis versos con situación y una
intervención oral de cada uno de los dos personajes, con «punta»
del segundo; no H. 141 da en B abrio una fábula m uy am pliada
(19 versos): larga descripción inicial, acción en varios episodios
con diálogo, recursos retóricos. E n cuanto a la segunda fábula hay
dos líneas —no se ve si p rim arias o secundarias— b astan te diferen­
ciadas tem áticam en te y B abrio procede de u n a de ellas que resum e.
Babrio 199

N ótese que H. 39 tiene cuatro líneas diferentes, pero la de B abrio


(B. 12) es la m ism a de F. An. I, p o r eso no fue estudiada m ás arriba,
cf. p. 120.
Así, las conclusiones de este ap artad o confirm an las de los an te­
riores. En los m odelos que seguían los fabulistas coliám bicos de
tipo b abriano, que podían coincidir o no con los de F. An. y los de
Fedro y ser prim ario s o secundarios (en am bos casos, de tipo úni­
co o no), existían fábulas agonales de extensión m edia o am plia y
fábulas de situación breves. Pero, sobre este m aterial, se procede
en n u estras colecciones coliám bicas b ab rian as (no sólo la del Atoo)
de dos m aneras con trapuestas: p o r am pliación a base de descrip­
ciones, diálogos y recursos retóricos; o reduciendo la extensión de
unas y o tras fábulas, sacrificando sus elem entos descriptivos y re ­
duciéndolas a esquem as repetidos, o, cuando m ás, respetando la
breve extensión de las fábulas de cu atro versos (a veces se les aña­
día un epim itio de uno o dos, derivado del epim itio en p rosa del
m odelo o su stitu to del m ism o). Hem os propuesto que la p rim era
técnica es la de B abrio y la segunda la de un im itad o r suyo (o
quiza varios im itadores).

2. Fábulas que están sólo en Babrio o en Babrio y derivados


del mismo

E stas fábulas son exclusivam ente babrianas, aunque a veces pue­


de h ab er duda sobre si Par., Dod., etc., derivan de B abrio o de su
fuente: nos atenem os a las p ropuestas del Apéndice II, a veces
dadas com o solam ente probables. Son fábulas que presen tan , com o
es lógico, graves problem as, pues sólo en ocasiones podem os con­
siderarlas como derivadas de o tras fábulas conocidas: la falta o
escasez de referencias de ste m m a hace lógicam ente difícil o im po­
sible descu b rir las técnicas literarias usadas p o r B abrio o p o r el
fab u lista que a veces, sin duda, se encubre bajo su nom bre. Es
a prio ri p robable que en este ap artad o nos encontrem os, com o en
Fedro, con un m áxim o núm ero de fábulas m uy alterad as o to talm en ­
te nuevas, de la fuente que sean. R esultará in tere sa n te un estudio
de la e stru c tu ra y el contenido de estas fábulas o, p o r m ejo r decir,
de sus tipos de e stru c tu ra y contenido. Por o tra p arte, la hipótesis
de la existencia en n u estras colecciones de fábulas que no son de
B abrio h ab rá de apoyarse aquí exclusivam ente en verosim ilitudes
basadas en el análisis de las propias fábulas. Anticipam os que esta
verosim ilitud existe en diversos casos.
Damos, p a ra em pezar, com o en ocasiones anteriores, u n a relación
de las fábulas en cuestión, prescindiendo de la docum entación ex­
tern a a B abrio, derivada del m ism o si son ciertas n u estras ideas
200 Historia de la fábula greco-latina

(el detalle puede verse en el Apéndice II). Son las siguientes: no


H. 13 «La Verdad» (B. 126, ms. Mb), no H. 14 «El pescador y los
peces» (B. 4), no H. 29 «El árabe y el camello» (B. 8), no H. 58
«Los bueyes y los carniceros» (B. 21), no H. 59 «El boyero y H éra­
clès» (B. 20), no H. 64 «El lab rad o r que perdió un pico» (B. 2),
no H. 67 «El lab ra d o r y la grulla» (B. 26), no H. 69 «El lab ra d o r y
los p ájaro s (B. 33), no H. 82 «El hom bre m ordido p o r la horm iga
y Herm es» (B. 117), no H. 85 «La esclava y Afrodita» (B. 10), no
H. 88 «Las encinas a Zeus» (B. 142, ms. G), no H. 95 «El ciervo
y el león» (B. 95), no H. 99 «H erm es y el escultor» (B. 30), no
H. 100 «El p ilar de H erm es y el perro» (B. 48), no H. 101 «El carro
de H erm es y los árabes» (B. 57), no H. 106 «El eunuco y el sacrifi-
cador» (B. 54), no H. 115 «Zeus y el b a rril de bienes» (B. 58), no
H. 116 «Zeus juez» (B. 127, ms. Mb), no H. 129 «El caballo y el ca­
ballerizo» (B. 83), no H. 130 «El caballo y el soldado» (B. 76), no
H. 135 «El cam ello en el río» (B. 40), no H. 149 «El cazador co­
barde» (B. 29), no H. 150 «El cazador y el pescador» (B. 61), no
H. 153 «El p erro y el amo» (B. 110), no H. 154 «El p erro y la lie­
bre» (B. 69), no H. 156 «El p erro que llevaba u n a esquila» (B. 104),
no H. 179 «El reinado del león» (B. 102), no H. 180 «El león, la zorra
y el mono» (B. 106), no H. 181 «El león y el águila» (B. 99), no
H. 184 «El león rabioso y el cervato» (B. 90), no H. 186 «La lucha
de los lobos y los perros» (B. 85), no H. 189 «El lobo en tre los
leones» (B. 101), no H. 190 «El lobo y la zo rra ju n to a una tram pa»
(B. 130, ms. Mb), no H. 197 «La lám para» (B. 114), no H. 212 «El
ra tó n y el toro» (B. 112), no H. 226 «La oveja y el perro» (B. 128),
no H. 230 «El asno y el hom bre» (B. 125, ms. Mb), no H. 233 «El asno
que com ía espinas» (B. 133, ms. Mb), H. 279 «El hijo, el p ad re y el
león pintado» (B. 136, es T.Assend. 1), H. 281 «El león y el arquero»
(B. 1), no H. 237 «El p ajarero , la perdiz y el gallo» (B. 124, ms. Mb),
no H. 247 «La m ad re del mono» (B. 56), no H. 250 «G uerra y Vio­
lencia» (B. 70). En total, son 43 fábulas de los m ss. Atoo, G y Mb
y de T. Assend., o sea, el 30 p o r 100 de las 143 fábulas de la edición de
Perry. C om parando con n u estras conclusiones sobre Fedro (pp. 168 ss.),
puede verse fácilm ente que B abrio sigue con m ucha m ayor frecuen­
cia que el fab u lista latino los m odelos tradicionales de u n a m anera
directa. Ello pese a e sta r Fedro, habitualm ente, m ás próxim o que
B abrio a F. An. allí donde se nos han conservado las tres versiones.
Aunque hay que p u n tu alizar que tan to n u estro F edro com o nuestro
B abrio están incom pletos y que el segundo contiene, si n u estras
pro p u estas son ciertas, elem entos ajenos al propio B abrio.
El inventario de fábulas que precede pienso que es b astan te aju s­
tado a la realidad y que sólo en unos pocos casos, en que el s te m m a
es contestable (no H. 85, 149, 183), está som etido a dudas. Y la
verdad es que presen ta, con algunas excepciones, una real unifor-
Babrio 201

m idad que p erm ite una serie de conclusiones que vam os a desarro­
llar a continuación, dejando p ara el final el tem a de la posible
existencia de fábulas de B abrio y de o tras de un im itad o r o im ita­
dores.
E n p rim er lugar, com o siem pre, hay que hacer co n star que ju n to
a fábulas del Atoo (sólo en el Atoo o en el Atoo y Mb o G), hay
otras que solam ente se encuentran en Mb (no H. 13, 116, 190, 230,
233) o en T.Assend. (H. 279). Pues bien, una vez m ás hay que hacer
co n star que no se en cu entran en las fábulas diferencias de contenido
o e stru c tu ra que vayan ligadas a estas diferencias de tradición.
En segundo lugar, p o r lo que respecta a la originalidad de las
fábulas en cuestión, hem os de decir que sin duda una p a rte son
originales de B abrio, lo cual no quiere decir que su orientación te­
m ática o su e stru c tu ra no estén d en tro de la tradición. Unas pocas
son de am biente oriental, sobre todo las que citan a los árabes
(no H. 29, 101) en son de b u rla o de crítica, sin acento cínico espe­
cial. Quizá tam bién H. 289. Aquellas que podem os considerar com o
derivadas lejanas de u n a tradición an terio r conocida, son pocas
en núm ero absoluto y, proporcionalm ente, m uchas m enos que en el
grupo paralelo de Fedro. E strictam en te citam os no H. 59 (B. 20)
«El boyero y Herm es», quizá in sp irad a en H. 30; no H. 69 «El la­
b ra d o r y los pájaros» (B. 33), quizá de la propia fábula no H. 67
( = B. 26), a su vez de no H. 141; no H. 88 «Las encinas y Zeus»
(B. 142), de H. 262; no H. 95 «El ciervo y el león» (B. 95), de Ar­
quíloco, E p. I l l ; no H. 115 «Zeus y un b a rril de bienes», de Ilíada
24, 527 y ss.; no H. 180 «El león, la zorra y el mono» (B. 106), del
tem a de la «parte del león» en H. 154; no H. 190 «El lobo y la zorra
ju n to a una tram pa» (B. 106), del tem a arquiloqueo de H. 83; no
H. 212 «El ra tó n y el toro» (B. 112), de H. 267; no H. 226 «La
oveja y el lobo», de la conocida fábula de Jenofonte; no H. 230 «El
asno y el hom bre» (B. 125), de H. 93. Son sólo 10 fábulas de entre
43: yo, al m enos, no logro en co n trar más.
O sea, que B abrio (y su im itador) cuando no siguen de cerca la
tradición antigua, generalm ente inventan o bien recogen fábulas o rien ­
tales; sólo en pocos casos m odifican profundam ente una fábula de
la tradición (en un caso, de la propia tradición coliám bica b ab ria­
na). Ahora bien, resu lta notable que siendo com o son m uy escasas
las fábulas agonales d en tro de este grupo de 43 fábulas «nuevas»,
todas ellas, exactam ente cuatro, pertenezcan al subgrupo de las fá­
bulas derivadas: no H. 95, 189, 211 y 226. En algunos casos, si­
m u ltáneam ente o no, hay en estas fábulas una alteración de la in­
tención del m odelo: no H. 69 se refiere al tem a de la m aldad (au­
sente de no H. 67). H. 179 al de la hipocresía del poderoso (ausente
totalm en te del m odelo), no H. 189 al de la traición (m ás que al del
engaño).
202 Historia de la fábula greco-latina

Con esto pasam os a la cuestión principal: en las fábulas «nue­


vas», incluida la m ayor p arte de las derivadas de antiguos m odelos,
dom ina una tem ática que en buena m edida continúa la de la fá­
bula an terio r, pero que la circunscribe a determ inados lím ites.
P or ejem plo: no es el tem a de la astucia con que el anim al débil
vence al fu erte el que dom ina. Si la zorra aparece en este papel
tradicional es sólo en las fábulas «derivadas» no H. 95 y no H. 189,
tam bién en no H. 179, igualm ente derivada y con la zorra añadida
haciendo el papel de «survenant», (cf. tam bién no H. 188, no H. 233).
Son escasos los tem as eróticos (no H. 85), escatológicos (no H. 136),
de la m u erte (no H. 58). R aro es tam bién el tem a de la άνοια (en no
H. 156), el del p o d er (en no H. 179, que acabam os de citar, tam bién
derivada; no H. 183), incluso el de la φΰσις o naturaleza (no H. 180,
188); inexistente el de la codicia. La diferencia respecto a Fedro, a
sus fábulas «nuevas» sobre todo, no puede ser m ás patente. Y m ás
cuando se observa que estas fábulas bab rian as diferenciales pueden
ce n trarse a veces en novedades que dom inan el tem a tradicional:
éste es el caso sobre todo de no H. 95, la extensísim a fábula del
ciervo y el león, en que son el a rte de la descripción de escenas y
los diálogos lo que dom ina.
En térm inos generales hay que decir que las fábulas «nuevas»
de B abrio (incluidas las «derivadas») se ocupan de tem as cínicos y
m o ralistas y, p red o m inantem ente, de u n a parcela de los que ya
conocem os. Por ejem plo, el tem a de la m aldad hum ana (no H. 69,
115, 116, 156, H. 281) y otros vicios com o la cobardía (no H. 149),
y la h u b ris (no H. 186, 250), cf. tam bién no H. 88; el de la verdad y
realidad frente a la apariencia (no H. 13, 67, 106); el del πόνος o es­
fuerzo (no H. 59, 196), la inalterabilidad del έθος o hábito (no
H. 130, 150, 230, 250); el de la φιλοζωία o aprecio de la vida (no
H. 130, 154, 237); el de la crítica o brom a religiosa (no H. 64,85,
99, 100). Y aparecen, com o innovación, sim ples brom as (no H. 29,
101, 186). C uriosam ente, el tem a del abuso del poder está trata d o
«a la inversa» en el relato pensam os que irónico sobre la edad de
oro original (no H. 179). La crítica de la m aldad hum ana está con­
trap esad a con la existencia de la providencia (no H. 82, cf. H. 279,
un sueño que se cum ple).
Como en el caso de Fedro, las fábulas «nuevas», en que el po
tra b a ja con las m anos m ás libres que en las tradicionales,
m uy útiles p ara estu d iar sus verdaderas tendencias. Ya hem os visto
que busca descripciones y diálogos vivos y dram áticos, sin la viru­
lencia del poeta latino. Nos p resen ta un ideal de concordia y m ora­
lidad; los excesos, la superstición, son criticados en form a sonriente
e irónica. No existe la violencia del que com bate por un ideal o el
sarcasm o del h om bre fu ertem en te «engagé». B abrio es un literato
que tom a de las doctrinas cínicas y estoicas las p arte s m ás hum a-
Babrio 203

nas, m ás com patibles con el ideal de una vida am able, no p e rtu r­


bada.
Con esto se en cu en tra de acuerdo la proporción en tre los sub­
tipos de la fábula que en él hallam os. Ya hem os dicho que, p ro p ia­
m ente, sólo hay cu atro fábulas agonales, todas derivadas; bien es
verdad que en m uchas de las dem ás hay un fondo agonal, aunque
no un trata m ien to agonal. F uera de ellas, encontram os fábulas etio-
lógicas (no H. 13, 88, 115, 116, 250), varias de las cuales se reen­
c o n tra rán en la lista de las «derivadas». Hay luego un m ito (no
H. 179), evidente paro dia irónica de los relatos sobre la edad de
oro, a p a rtir de Hesíodo.
Pero la gran m asa de fábulas pertenece a o tro subtipo. Son fá­
bulas que podem os llam ar en principio «de situación», m uchas de
ellas anecdóticas (hom bre/dios, ho m b re/an im al, rarísim am ente hom ­
b re/h o m b re). Son fábulas en las que m uchas veces aparece un es­
quem a en que a una situación inicial (con intervención, en general,
de dos personajes, A y B, a veces tam bién de un tercero C) sigue
un «cierre» de A o B: el tipo m ism o de la fábula de situación. O tras
veces, m uy frecuentem ente, tra s la «situación» tenem os Aacc., dir. o
ind ./B d ir. (o al revés): se tra ta de un esquem a de origen agonal
traslad ad o al tipo de situación. Una excepción son las fábulas etio-
lógicas y el m ito, que constan de un relato a veces term inado en un
discurso directo. Algunas excepciones se refieren a fábulas con va­
rios episodios o diálogo com plejo: sobre ellas volverem os. Pero no
dejem os de n o ta r previam ente que son rarísim as las excepciones en
que en estas fábulas falta el «cierre» final: no H. 14, 101, 115, 116,
135, 190, 250, siete de 43 fábulas y casi todas agonales o etiológicas.
Hay, pues, un estilo babriano, bien claro en las fábulas «nuevas»,
pero del cual se pueden en c o n trar huellas en las dem ás. Es el de­
bate no estrictam en te agonal, irónico, el que dom ina: ya lo hem os
visto. Se busca una form a adecuada.
E sta form a no queda d escrita con lo an terio r si no se añade que
resu lta m uy frecuente la existencia de am pliaciones descriptivas ya
en la situación inicial, ya en algunos discursos. P rescindiendo de
las fábulas breves las hay en B abrio de m uy diversa extensión, de
8 a 102 versos. Pero es en las de extensión m edia donde m ás clara­
m ente encontram os esas am pliaciones descriptivas a las que ya es­
tam os acostum brados. Y, p o r supuesto, en las extensas.
Me refiero a am pliaciones de la situación com o la de no H. 85
(B. 10): la h isto ria de la esclava que, llena de lujos, da gracias a
Afrodita y de la aparición de ésta. Es una fábula del tipo de situ a­
ción que antes hem os descrito; a ella pueden añ ad irse o tras m u­
chas sem ejantes con am pliaciones tam bién sem ejantes (cf., p o r ejem ­
plo, H. 154 y 156). O tras veces la am pliación se refiere sobre todo
al discurso de cierre (cf., p o r ejem plo, no H. 185); pero tam bién
204 Historia de la fábula greco-latina

puede referirse a los dos elem entos, p o r ejem plo, en no H. 188 (de
sólo ocho versos). R esulta frecuente que la situación inicial (y el
relato en fábulas etiológicas y otras) se descom ponga en varios epi­
sodios sucesivos, así en no H. 67, fábulas del lab ra d o r y la grulla.
E sta tendencia es tan fuerte que en un núm ero m inoritario de
fábulas hay que reh acer el esquem a y en vez de p o stu lar un A /B sit.
inicial, hay que decir sim plem ente que el com ienzo es un relato epi­
sódico, a veces con discursos varios intercalados. Así, p o r ejem plo,
en no H. 69 «El lab rad o r y la grulla», derivada de la fábula antes ci­
tada; y en o tras com o no H. 99, 130, 179: es sólo u n a cuestión de
grado. Pueden re su lta r fábulas sum am ente com plejas, puro relato de
tipo novelístico, así en el caso de la am plísim a fábula del ciervo y el
león (no H. 95).
Es esta ú ltim a u n a tendencia ya p resen te en Fedro, com o hem os
visto, pero que de todos m odos es m inoritaria. No debe confundir­
se con la presencia de una fábula agonal con dos actos (no H. 211),
cosa tradicional, im itada en u n a de situación (no H. 237). De o tra
p arte, hay que n o tar que las am pliaciones son de extensión varia­
ble, las encontram os incluso en fábulas de ocho versos donde, lógi­
cam ente, no pueden ser m uy grandes.
Y con esto llegam os al últim o problem a: el de si tam bién en este
grupo de fábulas se encuentran indicios de algunas que no sean de
B abrio. Pues hem os dicho que, en térm inos generales y salvo ex­
cepciones, todo el grupo p resen ta u n a notable hom ogeneidad.
E sta hom ogeneidad está basada en razones tem áticas y de e stru c­
tu ra que, p o r lo dem ás, no son sin relación unas con otras. Domina
el tipo de situación puro, con cierre, y aquel o tro en que tra s la
situación hay u na intervención de am bos personajes, con cierre tam ­
bién; tipo que hem os declarado contam inado en el origen con el
agonal. Es bien claro que este tipo (o estos tipos, si se quiere) son
favorecidos p o r B abrio: nada de extraño que, si es que ha habido
im itadores suyos (como afirm a él m ism o, p o r lo dem ás), lo hayan
favorecido tam bién. La diferencia está en que m ientras que h ab itu al­
m ente las fábulas que estam os estudiando p resen tan am pliaciones
en la situación y el discurso final (o los discursos finales), y lo
m ism o ocu rre en el tipo «episódico» que de él deriva, existen algu­
nas fábulas «nuevas» cuyo tem a y e stru c tu ra son iguales que los
de las fábulas de situación estudiadas, pero no p resen tan am plia­
ciones. Son fábulas breves, norm alm ente de cu atro versos (a veces
con epim itio). Damos la relación de las m ism as:

No H. 29 (4 versos, sin ep.), 106 (4, sin ep.), 153 (4, id.), 154 (6,
id.), 181 (5, id.), 184 (4, id.), 197 (6, id.), 230 (6, id.) 233 (4, id.). Son
todas, com o se ve, fábulas sin epim itio: algunas, pese a su corta ex­
tensión, parecen p re sen tar am pliaciones, así no H. 196 «La lám para»;
Babrio 205

inversam ente, no H. 14, 129 y 250, con sus 8 versos de los cuales
tres son de epim itio, form an una zona am bigua y dudosa.

No se ve fácilm ente, pues, dónde hay que cortar. Pero dado que
cuando B abrio en cu en tra en sus m odelos fábulas de 4 versos, las am ­
plía, m ientras que su im itador reduce (incluso a 4) fábulas m ás exten­
sas y m antiene la extensión de las reducidas, parece deducirse clara­
m ente que fábulas de cuatro o pocos m ás versos cuyo ste m m a des­
conocem os y que, probablem ente, son creaciones nuevas, lo son del
im itador.
Téngase en cu enta que B abrio lo que hacía era elegir en sus m o­
delos determ inados tem as y tipos de com posición; elegir m ayorita-
riam ente, es claro, pues no siem pre era coherente. El añadía o tras
fábulas de su p ro p ia cosecha y de los m ism os tipos; pero tan to en
las que tom aba com o en las que derivaba librem ente y en las que
inventaba, in tro d u cía am pliaciones de los tipos que sabem os. Pues
bien, el im itad o r (o im itadores) tom aba de sus m odelos fábulas de
igual orientación tem ática y e stru c tu ra l e inventaba o tras análogas;
pero en uno y o tro caso m antenía la extensión tradicional de este
tipo de fábulas. E sto es todo.

IV. C o n c l u s io n e s

Nos referim os, com o en el resto del capítulo, a las fábulas co-
liám bicas «babrianas» que aparecen en el Atoo, los ms. G o Mb, las
Tablas de A ssendelft o el pseudo-Dositeo o en m ás de u n a de estas
fuentes: en definitiva, a las 143 fábulas atrib u id as a B abrio en la
edición de Perry. Dejam os de lado las fábulas reconstruidas sola­
m ente a p a rtir de las paráfrasis y /o los dodecasílabos políticos bi­
zantinos; y nos reservam os in sistir en otro lugar sobre las de
T. Assend. y el pseudo-Dositeo.
Todo este grupo de fábulas p resen ta una serie de características
coherentes, ap a rte del tipo de m etro; y unas características incohe­
rentes, a saber, pertenecen a dos tipos, el de las fábulas «extendi­
das» y literarias que hem os atrib u id o a B abrio y el de las breves y
esquem áticas que hem os atrib u id o a un im itador suyo.
Las características coherentes se refieren a uno y o tro de los dos
grupos que, en función de los rasgos m encionados, hem os atribuido
a dos autores diferentes. Sea cual sea la situación de una fábula
de las aquí estudiadas en el s te m m a de la fábula de edad helenística
y rom ana, puede p erten ecer a uno u otro de los dos grupos. La m e­
nor frecuencia de las fábulas «resum idas» en tre las com unes a Ba­
brio, Fedro y la A ugustana debe de ser casual o deberse a que
se tra ta de fábulas m uy populares y, por tanto, recogidas p o r el
206 Historia de la fábula greco-latina

propio Babrio; y ya sabem os que el alfabetizador evitaba duplicados.


Igualm ente, tan to las fábulas del Atoo com o las de los dem ás m a­
nuscrito s y fuentes reseñados, pueden p erten ecer a los dos grupos.
Finalm ente: los subtipos diferentes (fábulas de situación, etiológi-
cas, agonales; fábulas m ás o m enos extensas) fueron a p a ra r igual­
m ente a los dos grupos. Es decir, una fábula breve era m antenida
m ás o m enos en su extensión por el pseudo-Babrio, que tenía que
resu m ir una m ás extensa. Pero unas y o tras se en co n trab an en sus
fuentes, igual que en las de B abrio.
E n definitiva, B abrio y su im itador (y no podem os excluir que
fuera m ás de uno) se en co n traro n con una colección o serie de co­
lecciones «mixtas», com o igualm ente Fedro. N uestra A ugustana de­
riva igualm ente de fuentes m ixtas: sabem os que esta m ezcla era h a ­
b itu al desde la época de las fábulas cínicas en verso y que los p re­
cedentes de ello están m ás a trá s en el tiem po todavía. Esto, de una
p arte. De o tra, las colecciones posteriores de fábulas escritas en el
nuevo verso coliám bico, sea la reflejad a en el Atoo, sean las dem ás,
m ezclaron fábulas de B abrio con las de su im itad o r o im itadores.
Sus com piladores consideraron com o un bloque todas las fábulas es­
critas en el nuevo coliam bo babriano, con acento en la penúltim a,
teniendo cuidado, únicam ente, de no in tro d u cir duplicados en las
alfabetizaciones.
O sea: B abrio y su im itador o im itadores tuvieron acceso al
m ism o tipo de fuentes: en realidad, en esas fuentes enco n traro n el
im pulso ya p ara «extender» la fábula y darle un ca rác te r narrativo,
ya p a ra red u cirla y ad a p ta rla al tipo de la fábula breve de situación.
B abrio y su im itad o r unas veces se lim itaron a m odificar esas fuen­
tes d en tro de sus estilos característicos; otras, crearon a p a rtir de
ellas fábulas «derivadas», con el tem a sustancialm ente variado; o tras
aún, crearo n fábulas nuevas, siem pre siguiendo sus respectivos m o­
delos estru ctu rales. Y luego tan to el Atoo como las dem ás colec­
ciones cuyos restos h an llegado a nosotros, tuvieron a su vez acceso
tan to a la colección de B abrio, en sus dos libros originales, como
a la del im itad o r o im itadores (im itador en cuanto al verso, no en
cuanto al estilo).
R especto al p rim er punto, o sea, las fuentes de B abrio y su im i­
tador, hay que resu m ir algunas cosas, p ara p re se n ta r un paralelo
a lo dicho respecto a Fedro.
Como Fedro, B abrio (y nos referim os ahora a la totalidad de la
edición de Perry, p a ra no in sistir m ientras no es necesario en la
dualidad de que venim os hablando) se a p a rta de la línea fabulística
del P. R ylands y p ertenece a la corriente principal. Ya hem os visto
que, en ocasiones, B abrio depende de un m odelo único, el m ism o
de Fedro y F. An. I o el m ism o solam ente de F. An. I. H em os añadi­
do que, a veces, el eco de este m odelo en F. An. se halla en grupos
Babrio 207

de m ss. de la A ugustana (la, Ib), es decir, que ésta es u n a síntesis


de tradiciones diferentes. Igual o curría con los m odelos de Fedro.
Y que en alguna ocasión no es F. An. I, sino F. An. I l l (o el ms. F),
la colección que fuera de B abrio (y de Fedro eventualm ente) con­
tin ú a el m odelo único: un m odelo m étrico prim ario.
E n o tras ocasiones B abrio es, en unión de versiones ajenas a
F. An. Y Fedro, el único testigo de un m odelo que reputam os único;
esto puede ser verdad tam bién en el caso de fábulas sólo p resentes
en B abrio, pues no puede descartarse la eventualidad de que se
hayan perdido o tras versiones. Ahora bien, si la línea de B abrio es
en líneas generales diferente, en ciertas fábulas, de la de F. An. I y
Fedro, m ien tras que en o tras coincide porque sim plem ente no h u ­
bo nunca m ás que un solo m odelo de u n a m ism a fábula, esto quiere
decir que las fábulas de m odelo único presentes en F. An. I y B abrio
(y eventualm ente Fedro) figuraban en las fuentes de am bas líneas
de tradición: hem os hablado de Colección I y Colección II, aunque
ésta es quizá u n a m anera dem asiado arriesgada de expresarse, p o r­
que puede tra ta rs e m ás que de dos colecciones de dos sum as de
colecciones. E n todo caso: cuando hay m odelo único no presente
en F. An. I, no puede saberse si aparecía en la Colección I, siendo
despreciado p o r el red acto r de F. An. I, a m ás de en la Colección II;
o si sólo estab a en ésta. Por lo dem ás, ya hem os dicho que Fedro
conoció tam bién la Colección II.
E sta Colección II, o grupo de fábulas de m odelo único m ás o tras
procedentes de u n segundo m odelo o un derivado secundario del
que aparecía en I, m ás, todavía, o tras fábulas que no sabem os si
en trab an o no en I, es la fuente principal de B abrio. Cuando en el
presen te capítulo hem os com pletado el estudio de los ste m m a ta de
las fábulas en F. An. I, Fedro y B abrio con el de los ste m m a ta de
aquellos que sólo están en B abrio y Fedro, se ha confirm ado que es
hab itu al que, cuando había dos líneas de tradición, B abrio se opu­
siera a la de F. An. Y que o tras veces F. An. y B abrio rem ontan al
antiguo m odelo único. Hemos visto tam bién la existencia de esas
o tras fábulas de m odelo único no presente en F. An.
Hemos de volver al estudio de esta Colección II —una derivación
de la Antigua A ugustana— com o u n a de las dos líneas principales
en que se escinde la tradición fabulística y que es conocida, en tre
otros, p o r los auto res de las p aráfra sis y dodecasílabos bizantinos.
La o tra línea p rincipal es la de la Augustana, en cuanto am plió gran ­
dem ente, en form a independiente, su modelo. Pero esa am pliación
tuvo, de m om ento al m enos, m enos eco: son la Antigua A ugustana
y su prolongación la Colección II las m ás conocidas en la prim era
época im perial.
T am bién hem os señalado un caso excepcional y curioso en que
B abrio y F. An. II I dependen del m odelo p rim ario y F. An. I y Fedro
208 Historia de la fábula greco-latina

del secundario; y o tro en que el ms. F es secundario y Fedro y B abrio


p rim arios. E sto revela la m ultiplicidad de fuentes.
Q uerría añ ad ir que, pese a que B abrio conocía evidentem ente fá­
bulas en verso helenístico, cuyas características m étricas m odifica,
sus m odelos son ya fábulas sem iprosificadas: esto se ve p o r la exis­
tencia de escalones interm edios antes de él, que hem os trata d o a
veces de reco n stru ir.
Con esto tenem os una idea de cóm o era el m odelo o conjunto
de m odelos de que B abrio depende. Ya hem os dicho que contenía
un m aterial fabulístico m ixto en cuanto a tem as, subtipos de fábu­
las, extensión. Hay que añ ad ir que en térm inos generales se tra ta ­
ba de fábulas en verso: hem os hallado restos del m etro prim ario, en
ocasiones, del secundario en o tras; y restos que se com plem entan
con otro s hallados en versiones paralelas a las de B abrio. Sin em ­
bargo, en unos pocos casos nos ha parecido que el precedente inm e­
diato de B abrio no era una fábula m étrica, sino una que había sido
ya sem iprosificada. Es éste un problem a que queda pendiente. ¿Su­
plem ento B abrio una colección m étrica helenística, que contenía ya
fábulas m étricas secundarias, con algunas fábulas sem iprosificadas
tam bién helenísticas? Es m uy probable.
E n todo caso, de lo que no hay duda es de que la colección (o
conjunto de colecciones) base p re sen tab a epim itios de u n a m anera
esporádica: ab so lu tam ente igual que la Colección I, parcialm ente
coincidente, m odelo de Fedro. Ya hem os señalado (vol. I, p. 469) el
carác te r arcaico de este proceder, que B abrio h a seguido, así como
su im itador. Y tam bién (p. 464) el carác te r a rb itra rio de la edición
de P erry en cuanto ya respeta los epim itios de B abrio, ya los secluye.
E n fren tad o B abrio con la colección en cuestión, ya sabem os que
a veces varía levem ente sus fábulas, alteran d o su estilo en búsqueda
de u n a m ayor am p litud descriptiva, del diálogo, etc., y, tam bién,
de una acentuación de los elem entos cóm icos y hum orísticos, sobre
todo en el «cierre final». Que o tras veces crea fábulas «derivadas».
Y que o tras, todavía, inventa fábulas nuevas.
Pero a todo esto es previo un proceso: el de selección. Babrio
casi elim ina las anécdotas pu ram en te hum anas, reduce m uchísim o
las fábulas agonales, es parco en las etiológicas y otras. Favorece
las fábulas de m ediana extensión de tipo pu ram en te de situación o,
m ás frecuentem ente, de situación con un cierto carác te r agonal, con
dos intervenciones orales de los dos personajes. Favorece tam bién
el tipo de fábula larga, en que la situación inicial se h a convertido
en episódica. Tiende a generalizar el «cierre» final, sin hacerlo re­
gla absoluta.
De ese proceso de selección depende, evidentem ente, la elim ina­
ción de diversas fábulas p o r B abrio. Pero o tras deben haberse p er­
dido después en n u estro s mss.: esto es claro p ara no H. 30 = 204 Cr.,
ι
Babrio 209

la fábula de la arañ a y el lagarto que la Suda atribuye a B abrio y,


a diferencia de o tras citas suyas, falta en nu estro s m ss. con fábu­
las co liám b icas7.
N ótese que Fedro am plía tam bién a veces sus fábulas, pero que
ni la am pliación ni la reducción (que a veces existe) son sistem áti­
cas: están al servicio de la p resentación dram ática de la acción. Aquí
en cam bio, en u n a larga serie de fábulas, leves am pliaciones de es­
tilo b abriano y am pliaciones m ás extensas son de regla: B abrio llega
a am pliar fábulas que habían sido resum idas por un m odelo suyo
inm ediato, derivado del prim ario. Y ello al servicio de esos valores
literario s de que hem os hablado: no de un dram atism o casi teatral
com o el de Fedro, unido al escarnio y a la represión m oral, sino de
uno diríam os que novelesco o retórico, de p u ra presentación visual.
P or o tra p arte, nada m ás diferente que la selección que hacen de
los tem as. C ierto que hay una zona de coincidencia, puesto que,
al fin y al cabo, am bos fabulistas gustan de presen tarn o s las fábulas
m ás conocidas y características. Pero ya hem os dicho que ciertos te­
m as cínicos o cínico-estoicos de Fedro son aquí ra ram en te tocados:
el de la codicia, la άνοια o insensatez, el poder, la m aldad. Y ciertos
tem as fabulísticos tradicionales com o el del engaño triu n fan te del
débil, tam bién. En cam bio, B abrio gusta de la presentación de pe­
queños relatos que ilu stran una visión hum ana de la vida: tem as del
esfuerzo, la verdad, la costum bre, crítica religiosa, situaciones tra ta ­
das hum o rísticam en te son, en tre otros, los recursos que utiliza p a ra
p resen tarn o s u n a sociedad conflictiva, pero, en definitiva, m enos
agria, m enos polarizada que la que ofrece Fedro. Ya hem os hablado
de esto.
Hay que h acer co n star que el im itador de B abrio sigue m ás o
m enos su tem ática y su tipología, aunque reduciendo las fábulas a
cuatro o seis versos. Son fábulas esquem áticas, de situación o si­
tuación agonal, con u n a o dos intervenciones orales; con cierre o
sin él, con epim itio o sin él. Tam bién las hay diferentes, pequeños
agones o m itos o etiologías. Pero el estilo es m uy distinto.
Q uerem os c e rra r este capítulo con dos estadísticas que ayudarán
a establecer la relación entre B abrio y Fedro. Vamos a d ar p rim era­
m ente un cuadro, paralelo al de p. 67, en que se clasifican las
fábulas de B abrio en los m ism os seis grupos: fábulas com unes con
las Anónim as (la con la Augustana, Ib con la A ccursiana); fábulas
que no están en las Anónim as (H a com unes con o tras colecciones,
Ilb anécdotas); fábulas nuevas ( I lla derivadas, I l l b creaciones p ro ­
pias). Por supuesto, no es posible hacer aquí una clasificación libro
a libro, con intención de d etectar u n a evolución, puesto que los dos

7 Más dudosa, aunque no im posib le, es la atrib ución de los frs. 205 y 206 Cr.;
los fragm entos «dudosos» que siguen son en realidad los de F. An.
210 Historia de la fábula greco-latina

libros de B abrio que nos han llegado dependen de una alfabetiza­


ción secundaria. E n este cuadro e n tra todo el «Babrio» de Perry:
ya hem os dicho que B abrio y su im itador son, al respecto que ahora
nos ocupa, sem ejantes. Es la com paración con Fedro de todo el blo­
que la que ah ora nos interesa. Luego darem os el segundo cuadro: el
de las fábulas que, con m ayor o m enor seguridad, deben atrib u irse
al im itador.

Ia (en B., Ph. y F. An. I)


Modelo p rim ario único
Segundo m odelo p rim ario (Ph. y F.An. I, del prim ario)
Modelo secundario (Ph. y F. An. I o F, del prim ario)
la (en B. y F. An. I)
Modelo p rim ario único
Modelo secundario (Ph. y F. An. I, del prim ario)
Modelo p rim ario o secundario indep. del de FAn. I

Ib (en B. y F.An. III)


Modelo p rim ario único (con Ph.; II I δ,del secundario) l \ ?
Id., id. (con III; Ph. y F. An. I, del secundario) 1j

l i a (en B. y o tras fuentes)


Modelo p rim ario único 14Ί
Modelo secundario 2 )* 19
De una de en tre dos o tres ram as 3J

Ilb 0Ί
I l l a (sólo en B.,fábulas derivadas) 10 V43
I l l b (sólo en B., fábulas nuevas) 33J

T o ta l 143

Si com param os con Fedro, se encuentran varias cosas notables.


M ientras que en éste el grupo I llb , el de las fábulas nuevas, es
exactam ente el 50 p o r 100 del total, aquí no llega al 25 por 100: la
originalidad es m enor. De o tra parte, falta totalm ente el grupo Ilb ,
el de las fábulas derivadas de anécdotas y χράαι. En realidad, am bos
datos se com binan, puesto que m uchísim as de las fábulas nuevas
de F edro son precisam ente de este tipo.
B abrio, que está m ás lejano de la A ugustana que F edro allí donde
existen dos versiones de una fábula, se ciñe, sin em bargo, m ás que
éste a la línea cen tral de la fábula griega, cuya expresión principal
está en la Augustana. M ientras que en Fedro las fábulas que tam bién
se en cu en tran en la A ugustana son 27 de 122, no llegan al 25 por 100,
aquí son 63 de 143, un 44 por 100. T am bién sube (aunque levem ente)
Babrio 211

la proporción de las fábulas tradicionales no en la A ugustana (lia).


Por lo dem ás, y volviendo a las p rim eras, ya hem os dicho que b asta n ­
tes de ellas llegan a Fedro a través de un segundo m odelo o una
versión secundaria, es decir, de una colección diferente de la que
está en la base de n u estra A ugustana (y, generalm ente, de Fedro).
B abrio bebe de u n a colección helenística en verso (quizá en algún
caso de versiones sem iprosificadas, tam bién), o de u n a serie de co­
lecciones. A veces esa colección contenía iguales versiones que las
seguidas p or F. An. I y Fedro, a veces o tras diferentes. Añadía fá­
bulas quizá conocidas y despreciadas por ellos, quizá ausentes de
sus m odelos. Sobre esta base B abrio seleccionó en cuanto a tem as
y estru c tu ras en el sentido que ya sabem os. Elim inó una serie de
tem as, de tipos de fábulas o bien los redujo, favoreciendo otros.
Añadió fábulas derivadas, creó o tras nuevas: pero en m enor m edida
que Fedro.
Es un poeta m enos innovador que el fabulista latino, si bien ten ­
dió a generalizar una serie de recursos de estilo y de e stru c tu ra
fabulística, desechando otra. Es, com o se ha dicho varias veces,
un escritor, u n literato que am a la descripción de situaciones, el
relato, la p u n ta hum orística. No es un m oralista acerbo com o Fedro.
C ontinuando m uchas de las antiguas características de la fábula
busca enseñar, ciertam ente, pero tam bién en treten er, hacer sonreír.
Todo lo dicho se refiere tam bién, insisto, al im itad o r de B abrio,
con excepción, p o r supuesto, de este últim o p árrafo relativo al es­
tilo, a las am pliaciones. Ya me he referido a este extrem o y no es
necesario rep etir. E stas nuevas fábulas del im itador tienden a ten er
una m ism a orientación tem ática y tipológica, pero un estilo dife­
rente: el seco y esquem ático de la antigua fábula de situación.
P ara d iferenciar estas fábulas no hay m ás que un recurso principal:
com probar, m ediante la reconstrucción de los m odelos con ayuda
del ste m m a , que su au to r ha respetado fábulas antiguas breves del
m ism o carácter o h a abreviado o tras largas buscando ad ap tarlas a
sus propias características. E ste criterio puede com pletarse con la
atención a la extensión y el estilo; cuando los datos de s te m m a son
im precisos, esta atención es lo único que puede ayudarnos. Por
o tra parte, la conclusión de que una fábula es de B abrio o es de
su im itad o r es m ás segura o m enos según las ocasiones: a veces
los argum entos de s te m m a y de estilo son m ás o m enos am biguos.
Ya lo hem os hecho ver en cada caso. Resum iendo, éstas han sido
n u estras propuestas:

Pseudo-Babrio: H. 7, 62, 66, 73, 86, 89, 100, 140, 142, 149, 177,205
211, 261, 285, 288; no H. 29, 32, 60, 62, 106, 118, 128, 153, 154,
180, 183, 190, 196, 233. Total: 30 fábulas.
Id., con duda: no H. 14, 129, 250, 283, 287. Total: 5 fábulas.
212 Historia de la fábula greco-latina

Se tra ta , en definitiva, de m enos de u n 20 por 100 de las fábulas


de la edición de Perry.
E videntem ente, los alfabetizadores echaban de m enos, en B abrio,
las breves fábulas que desde los com ienzos de la fábula cínica se
en co n trab an en las colecciones: salvaron este inconveniente com bi­
nando B abrio con el pseudo-Babrio. Y al h ab lar de los alfabetizado-
res no m e refiero sólo a la colección del Atoo. D ejando el problem a
p a ra m ás adelante, cuando nos ocupem os de las p aráfra sis y o tras
colecciones, lo que ya queda adelantado en que no sólo en el Atoo,
sino tam bién en G, Mb y T.Assend. había tan to fábulas del verdadero
B abrio com o de su im itador. Las fábulas de uno y de o tro (u otros)
estab an al alcance de la m ano y se com binaban en las nuevas co­
lecciones, con lo que, en cierto m odo, se re stitu ía la antigua m ezcla
de tipos de fábula propio de las colecciones helenísticas.
CAPITULO III
E L PSEU D O -D O SITEO

I. G e n e r a l id a d e s

E n vol. I, pp. 131 y ss. de esta obra hablam os de la colección


tran sm itid a com o de Dositeo y que p o r su fecha (sin duda, del si­
glo il d. C., an terio r en todo caso al 207) atribuim os a un pseudo-
Dositeo. Es u n a breve colección de 17 fábulas, en griego y en ver­
sión latina, cuyo ca rác te r m ixto ya señalábam os tam bién: decíam os
que se solía relacio n ar estas fábulas con la tradición bab rian a y,
aunque indicábam os que éste era un punto necesitado de un estudio
m ás detenido, n o sotros m ism os colocábam os al pseudo-Dositeo den­
tro del ap artad o co rrespondiente a esta tradición. Hoy hem os de
decir que es ésta una hipótesis que debe decididam ente desecharse:
el pseudo-Dositeo no tiene relación alguna p a rtic u la r con dicha tra ­
dición, aunque u n a de sus fábulas sea la prosificación de una fábula
coliám bica que P erry edita com o el núm ero 140 de B abrio y que
m ás bien hay que a trib u ir al pseudo-Babrio (cf. supra, p. 190). Tam ­
poco dice nada en este sentido el hecho de que de dos de sus fá­
bulas, la 2 «El ra tó n y el león» ( = H. 155) y la 6 «El león viejo y la
zorra» ( = H. 147), hay versiones m uy próxim as en las Tablas de As-
sendelft (núm s. 9 y 8, respectivam ente): se tra ta , tam bién en este
caso, de una colección m ixta, que incluye elem entos de B abrio y
otros más.
El pseudo-Dositeo ofrece una colección de fábulas en prosa que,
com o de costum bre, p resen tan huellas del verso antiguo. En un
caso, el ya aludido de «La cigarra y la horm iga», la prosificación
es leve y deja ver fácilm ente que debajo de ella hay una fábula co­
liám bica de tipo babriano, editada com o de B abrio p o r C rusius y
Perry. En los dem ás casos el verso está m ás d istan te y sus restos
son m enores; son, en todo caso, restos de verso yám bico de tipo
helenístico, com o el que estam os acostum brados a encontrar.
214 Historia de la fábula greco-latina

No es éste el único elem ento que confiere carácter m ixto a la


colección. Hay que n o ta r que ésta se tran sm ite en dos m anuscritos,
el Leidensis Vossianus 7 (V) y el P arisinus latinus 6503 (P), de los
siglos X y IX , respectivam ente ’, y que estos m anuscritos dan las fá­
bulas en un orden parcialm ente diferente: el de la edición de H aus­
ra th , seguida p o r nosotros, da el del Vossianus. Pues bien, pese a
las diferencias de orden en tre los dos mss., hay ciertas coincidencias
tam bién y en tre éstas está que los dos dan com o tres últim as fábu­
las tres especialm ente anóm alas: 15 (V 15) «El hom bre y el león»
( = H. 264), 16 (V 17) «El ra tó n de cam po y el de ciudad» ( = no H.
209), 17 (V 16) «La cigarra y la horm iga» ( = H. 114). La anom alía
de esta ú ltim a fábula ya ha sido m encionada; la de las o tras dos
consiste en que son fábulas am plias, de un estilo m uy diferente del
abreviado del resto de la colección. Es cosa que rem onta a los m o­
delos, com o verem os. Parece, pues, que una p rim era colección, con
unos determ inados m odelos de una determ inada intención estilística,
ha sido luego am pliada.
En todo caso, ya hem os dicho que siem pre, incluso en «La ci­
g arra y la horm iga», se tra ta de versiones en prosa. E sto no se ve
claro en la edición de Perry, que reconstruye los coliam bos con ayu­
da de H. 114 III, que es otro derivado del m ism o original; pero
se ve consultando el texto de V y P en la edición de Goetz. Lo que no
podem os asegurar, de m om ento, es la fecha de la prosificación.
Pero detengám onos un m om ento en ciertas características de las
fábulas prosaicas del pseudo-Dositeo, que nos dan u n a p rim era orien­
tación (o una segunda, tras lo dicho a rrib a sobre su carác te r mix­
to) sobre esta colección. Son fábulas en prosa que rep resen tan al­
teraciones de fábulas en prosa m ás antiguas, interm edias entre el
verso y la p ro sa que a nosotros ha llegado.
Una p rim era p ru eb a de esto la encontram os en las dos fábulas
que son com unes al pseudo-Dositeo y a las Tablas de Assendelft
y que h an sido ya citadas. La coincidencia entre las dos versiones,
concretam ente, en los elem entos prosaicos (no me refiero ahora a
los restos de verso) es grande. Pero hay tam bién m enudas diferen­
cias en casi todas las líneas. En un caso com o el de H. 155 el co­
m ienzo del pseudo-Dositeo 2 y Tablas de Assendelft 9 Μ υς επάνω
λέοντος κοιμωμένου, com parado con el de H. 155 λέοντος κοιμωμένου μυς,
certifica que nos hallam os ante dos prosificaciones y que una de
ellas es la base tan to del pseudo-Dositeo com o de las Tablas de As­
sendelft. E sto se com prueba una y o tra vez. Pero luego el estudio
de las pequeñas diferencias de las dos fuentes hace ver que ya es
una, ya o tra la que altera un original prosaico antiguo: pues ya una

1 E d itad os p or G. G oetz, C orpu s g lo ssa rio ru m la tin o ru m , III, pp. 40-47 y 95-
102.
El pseudo-Dositeo 215

ya o tra p resen tan coincidencias con el resto de la tradición. Por


ejem plo, fren te al γελών de pseudo-Dositeo, el γελάσας de las Tablas
de A ssendelft coinciden tan to con F. An. I com o con B abrio. En cam ­
bio, cuando el ra tó n roe la red que ha aprisionado al león, el τρώγων
del pseudo-Dositeo es m ás fiel a la tradición antigua (F. An. I
περιέτρωγε ) que el διαλυσάμενος de las Tablas de Assendelft.
Había, pues, u na colección prosaica an terio r al siglo m d. C.
(fecha de las Tablas), que fue levem ente alterad a p o r un au to r grie­
go y trad u cid a al latín por el a u to r que se esconde bajo el nom bre
de Dositeo. P ara sim plificar, llam am os pseudo-Dositeo, com o se sue­
le, al au to r de la versión griega.
No es lo dicho h asta aquí la única prueba de n u estra hipótesis.
Las hay adem ás de dos órdenes diferentes.
Uno de ellos es que la prosificación del pseudo-Dositeo rem o n ta a
todas luces a u n a an terio r conocida tam bién p o r o tras fuentes fa-
bulísticas. Por po n er un ejem plo, citem os el caso de «El ra tó n de
cam po y el de ciudad», fábula derivada en definitiva de un m odelo
p rim ario único en verso helenístico. Ahora bien, el com ienzo am étri-
co Μυς αρουραϊος es com ún a pseudo-Dositeo y a Aftonio, luego p ro ­
viene de una fuente com ún que prosificó dicho verso. Hay otros ca­
sos sem ejantes. Pero sobre el juego de prosificaciones y versificacio­
nes rem itim os a m ás adelante.
El o tro argum ento es que en una fábula, la 9 «El cuervo y la
zorra» ( —H. 126), las versiones de P y V son lo suficientem ente di­
ferentes com o p ara que H au srath las edite independientem ente.
Pero am bas proceden de una prosificación an terio r, de la que que­
dan restos, p o r ej., el com ienzo κόραξ τυρόν άρπάσ ας. Las d iferen­
cias, en este caso, proceden algunas de fecha antigua, puesto que has­
ta contienen verso (P έκραξε καί τυρόν κατέβαλε [, ]τοΟτον ΐδοΰσ' άλώπηξ\_,
quizá V ήνοιξε το στσμα[), o tras veces parecen d efo rm ar una y o tra
un m ism o verso antiguo.
Dado que am bas versiones van acom pañadas de traducción la­
tina, parece claro que rem ontan am bas al siglo il d. C. Pero vienen
sin duda de un m odelo en prosa no m uy anterior. En éste y los de­
m ás casos la investigación de un m odelo poético helenístico es el
verdadero problem a.
E sta investigación debe hacerse, com o siem pre, sobre la base del
exam en del s te m m a de las fábulas respectivas. A nticipando en cier­
to m odo los resultados, digam os que, salvo en las excepciones ya
aludidas, nos hallam os ante derivaciones de versiones m étricas de
tipo helenístico de carác te r abreviado, a veces sin el cierre final
original, a veces con él. Da la im presión de una colección b astan te
hom ogénea seguida p o r el prosificador. Pero las fábulas individua­
les de esa colección tienen su histo ria p artic u la r y, p o r o tra parte,
esta h isto ria es reco n struible m ejo r o peor según los casos. A veces
216 Historia de la fábula greco-latina

la versión m étrica, que m ás o m enos se reconstruye, es la única


que conocem os de la fábula en cuestión; o tras veces, es un deriva­
do de un original p rim ario único o de un original secundario. Es
perfectam en te reconocible el verso original, en ocasiones «rem ode­
lado» con verso nuevo. Y en ocasiones pueden re co n stru irse estadios
interm edios.
P or supuesto, com o en ocasiones anteriores, las fábulas origi­
nales, en definitiva, las que form an la base de la colección, pue­
den h ab e r producido o no, según los casos, rep resen tan tes en F. An.
o no; en uno y o tro caso pueden o no ser continuadas en Babrio.
No hay ninguna com unidad especial con este autor: puede n u estra
fábula venir de la ram a secundaria y B abrio de la p rim aria o al
revés; y cuando se p a rte de un m odelo prim ario único, las deriva­
ciones del pseudo-Dositeo y de B abrio son independientes, sin nin­
guna relación especial. O tras veces la fábula está rep resen tad a sola­
m ente en pseudo-Dositeo y fuera de F. An. y B abrio o, incluso, ex­
clusivam ente en pseudo-Dositeo (eventualm ente, tam bién en algún
derivado, co n cretam ente en Róm ulo). En este últim o caso es im po­
sible decir si el original m étrico de que vienen las fábulas conser­
vadas es un resum en de uno an terio r m ás extenso o fue creado, con
la fáb u la (de tipo derivado), p o r el au to r que hizo la colección de
fábulas-resum en derivadas de los m odelos antiguos.

II. A n á l is is de las fábulas

E ste esquem a hace m ás fácil seguir la clasificación de m ateria­


les que va a seguir. D ejando p a ra lo últim o la exposición de las tres
fábulas anóm alas del final de nu estro s dos m anuscritos, tenem os
los grupos que siguen:

1. F á b u la s c o m u n e s a F. An. y pseu d o -D o siteo

a) C o m u n es ta m b ié n a B a b rio

Hay u n a serie de fábulas en las cuales el resum en m étrico de que


deriva el pseudo-Dositeo proviene de la versión m étrica prim aria.
Así, en 9 «El cuervo y la zorra» ( = H. 126), las dos versiones del
pseudo-Dositeo (véase m ás arrib a) rem ontan a un m odelo en prosa
que viene de un m odelo m étrico p rim ario único: véase en este caso,
com o en los que siguen, la exposición de n u estro Apéndice I. Pseudo-
Dositeo hace posible, en unión de o tro s testigos (F. An., Ph., Aphth.)
la reconstrucción de un comienzo Τυρόν κόραξ ήρπασε κάπί τίνος
δένδρου / εκάθισε. Τούτον ϊδουσ' άλώπηξ[, etc. El m odelo seguido lo es
El pseudo-Dositeo 217

antes de que su friera alteraciones com o las introducidas p o r F. An.,


que sustituye el queso por la carne (κρέας), ίδοΰσa p o r Βεασαμένη
etcétera., y o tras de los dem ás testigos; sufre alteraciones propias
de las dos versiones del pseudo-Dositeo, p o r o tra parte. Es notable
que aquí falta el cierre final, p resen te en el resto de la tradición.
Y que haya u n a coincidencia con F. An.: el Adir, de las dem ás versio­
nes (palabras de la zo rra al cuervo) es sustituido p o r el estilo indi­
recto. Verem os que tam bién en otros casos hay com unidad con F. An.,
pero an terio r a la ú ltim a redacción de éstas. Por o tra parte, la
presen te fábula no deja ver si n u estra versión abreviada, que con­
serva p arte del verso antiguo (igual o com plem entario con el de las
o tras versiones) introducía tam bién verso nuevo, «remodelado»:
quizá sí, cf. ήνοιξε το στόμα[ y 'έκραξε καί τυρόν κατέβαλε\_. Lo que es
claro, ya lo hem os dicho, es que una versión m étrica fue prosificada
en fecha an terio r a la de las dos versiones de los dos mss. Y que
B abrio, com o Par. y Dod., viene de u n a versión m étrica secundaria,
con verso en p a rte nuevo.
O sea: de una versión m étrica p rim aria han salido, en realidad,
dos versiones secundarias, la que está en la base del pseudo-Dositeo
(un resum en) y la que está en la base de la tradición babriana. No
tienen nada que ver en tre sí.
Igual ocu rre en 2 «El león y el ratón» ( = H. 155): ap a rte de la
versión secundaria de Par. y B abrio, hay o tra del pseudo-Dositeo
que, igual que en el caso anterior, cam bia en indirecto el discurso
del anim al pro tag o n ista, el rató n , y elim ina el cierre, aunque alude
a él. E n am bas cosas va de acuerdo con el cod. B rancacciano, en la
p rim era con F. An. Por lo dem ás, ya dijim os que a F. An. y al pseudo-
Dositeo (y T. Assend.) subyacen dos prosificaciones diferentes.
De todas m aneras, en estas dos fábulas no hay datos que prueben
la existencia de un verso nuevo, rem odelado, en el m odelo del pseu­
do-Dositeo: el que hay en esta colección es igual o com plem entario
de los dem ás testigos del m odelo prim ario. En pu rid ad , po d ría pen­
sarse que la abreviación es o b ra del prosificador. No es así, sin em ­
bargo, en 3 «Los rato nes y las com adrejas» ( = H. 174), donde, una
vez m ás, hay u n a versión p rim aria (con F. An., Ph., Syr., Synt.) y una
secundaria con Par., Dod. y B abrio. Son m uy diferentes, pues la se­
gunda elim ina el tem a de los cuernos en los cascos de los generales
ratones. Pues bien, el pseudo-Dositeo viene del m odelo prim ario,
que abrevia m ucho: se tra ta de un sim ple relato de situación y ac­
ción, pero en el que la abreviación del pseudo-Dositeo p resen ta un
verso al m enos p arcialm ente nuevo. El comienzo, m uy abreviado, no
deja huella del verso bien conservado en F. An. I; en cam bio, m ues­
tra finales de coliam bo no p resentes allí (quizá verso rem odelado):
]μετ’ αυτών πυκτεϋσαι, ~\χρυσέοις κέρασιν εκόσμησαν·.
218 Historia de la fábula greco-latina

E ste m odo de tra b a ja r del m odelo del pseudo-Dositeo se encuen­


tra tam bién allí donde p arte de un verso secundario.
E n 1 «El ciervo y el león» ( = H. 76) hay un buen ejem plo. Aquí
Par., Dod. y B abrio rep resen tan un m odelo m ás antiguo que el de otros
testigos com o F. An., Pseudo-Dositeo y Aphth., probablem ente. P ara li­
m itarm e a éste, diré que F. An. p resen ta verso com plem entario del
de Par., como puede verse en el Apéndice I. Pero tam bién allí se pue­
de ver que p resen ta igualm ente verso nuevo y, sobre todo, algunas
innovaciones en la p resentación de la fábula: el com ienzo ελαφος
δίψη συσχεθεϊσα παρεγένετο επί τινα πηγήν (cuyo verso original es difícil
de ver), el genitivo absoluto τών κεράτων... έμπλακέντων τοϊς κλάδοις
(parcialm ente m étrico y reem plazando otro m etro original en Par.),
el final «pasivo» (ύπο τούτων έσψζόμην / ...ύπό τούτων άπωλόμην, parcial­
m ente m étrico y rehaciendo el m etro de Par.). Pues bien, estas tres
innovaciones están sustancialm ente en el pseudo-Dositeo, aunque el
m etro trasluzca m enos y haya añadidos propios (ελαφος ώρα θέρους
etcétera, πηγήν διαυγή, etc.). Pese a estos añadidos ornam entales el
pseudo-Dositeo resum e en cierta m edida y elim ina el cierre, ponién­
dolo en estilo in d irecto («aprendiendo que...»), como, de o tra parte,
da las palab ras del ciervo al com ienzo en estilo indirecto igual que
F. An.
O sea: F. An. nos da una versión secundaria con verso «rem odela­
do», y de esta versión sale el pseudo-Dositeo. Pero hay que añadir
que éste, a su vez, «remodela» el nuevo verso, añadiendo elem entos
m étricos incom patibles con los de F. An. Hay dos coliam bos segui­
dos, íntegros, y restos de otros:

πηγήν διαυγή και βαθεϊαν και πιών


'όσον ήθελε προσέϊχε τη τού σώματος

bien diferente del ίδών δ’ εαυτού την σκιάν, que creo que hay que re­
co n stru ir p ara el m odelo original. Y luego:

ó <5ε προς φυγήν ώ ρμ α[

y, con u na inversión y un cam bio de tiem po

ύπ’ ώ κύτητος τών σκελών έσιρζετο.

V erem os al h ab lar de Aftonio que esta version abreviada de la


secundaria y provista de nuevo verso fue seguram ente conocida por
este o tro fabulista (que tam bién da la indicación θέρος «en verano»,
tam bién deja ap a rte el tem a de la som bra o im agen, etc.), que se­
guram ente nos conserva a su vez p arte del nuevo verso.
El pseudo-Dositeo 219

Tam bién en 11 «El p erro que llevaba carne» ( = H. 136) perten e­


ce el pseudo-Dositeo a la línea secundaria, igual que B abrio y las
versiones siriacas (y, en definitiva, Aftonio y el cod. B rancacciano):
se caracteriza p o r el άρπάζων y el que ah o ra se hable de «la som bra
de la carne» y no de la del p erro (cf. p. 81). Es u n a version resu ­
m ida (B abrio la am plía de nuevo), pero en este caso es im posible
ver si tenía verso nuevo.
E n p arte diferente es el caso de 6 «El león viejo y la zorra» ( = H.
147), que ya sabem os que p resen ta dos versiones próxim as en el
pseudo-Dositeo y T. Assend. Por cierto que las diferencias en tre los
dos textos son relativam ente grandes y que T. Assend. conserva co­
sas m ás próxim as al original ( λέων γήρ% συσχεΒείς en vez de λέων
λιμώ έκλιπών, εις την συσκεψιν en vez de έπισκεψόμενα cf. F. An.), aun­
que tam bién, seguram ente, algunas am pliaciones. En todo caso, el
texto prosaico original com ún a am bas versiones se alinea con los
det F. An. y Aftonio frente a los de B abrio, Par. y Dod. (estos últim os
parecen contam inados), que rem ontan a una versión ya en Lucilio
y, probablem ente, m ás antigua. Pero dentro de la pertenencia del
pseudo-Dositeo a la línea de F. An., proviene (y creo que tam bién
Aftonio) de u n derivado que en ocasiones conserva m ejor el verso
original: tiene, en efecto, versos com plem entarios que rem ontan al
m odelo original y coinciden en p arte con el verso de la o tra línea.
En cam bio, no encuentro verso nuevo seguro.
Al comienzo de la fábula el pseudo-Dositeo da un ]νοσείν
προσεποιεΐτο (m étrico) que conserva el texto antiguo m ejor que F.An.
προσεποιεϊτο τον νοσοΟντα (cf. Aphth. νοσεϊν ύπεκρίνατο). O tras veces es al
revés, cf. F. An. τροφήν πορίζειν\_ (elim inado en Pseudo-Dositeo, cf. Af­
tonio πορίσασΒαι τροφήν). O tras veces no se puede decidir la an ti­
güedad relativa de p or ejem plo F. An. I καί στάσ’ απωθεν / II και στάσ’
έξωθεν / pseudo-Dositeo άλώπηξ δ’ εξω&εν. Pero lo notable es allí
donde la antigüedad del pseudo-Dositeo está garantizada por la o tra
ram a: pseudo-Dositeo τί ούκ έξήρχετο (cf. B. τί δ’ ού προσέρχτ] / F.An.
τήν αιτίαν ερομένου, δι' ήν ούκ εϊσεισιν).
Es ésta, evidentem ente, una versión m uy resum ida que probable­
m ente debía de ten er verso «rem odelado» p ara salvar las ju n tu ras:
p o r ejem plo, en vez del diálogo de la zorra y el león en F. An. (y en
la o tra línea) pseudo-Dositeo dice ήσπάσατ ’ αυτόν y en la version de
T. Assend. ήσπάσατο τόν λεόντα[, texto este últim o seguram ente m étri­
co igual que el άλώπηξ δ’ εξω&εν citado antes. Pero am bos de exten­
sión dem asiado co rta p a ra decidir.
Tam bién en 14 «El toro y las cabras m onteses» ( = H. 242) el
pseudo-Dositeo pertenece igual que B abrio y Aviano a una línea de­
rivada, que sustituye las cabras p o r un m acho cabrío (tres en Pseu­
do-Dositeo, quizá contam inación con la línea principal). En Apéndice I
puede verse la utilización del verso com plem entario del pseudo-Do-
220 Historia de la fábula greco-latina

siteo p a ra re co n stru ir el original. Sólo que en esta fábula (muy b re­


ve, y en la que el pseudo-Dositeo resp eta el cierre final, pero inno­
vándolo) no nos hallam os ante una derivación de la versión secun­
daria, sino sim plem ente ante una versión secundaria que es ya de
p o r sí un resum en.

b) F ábulas q u e fa lta n en B abrio

La organización que hacem os del m aterial no es m uy lógica desde


el p u n to de vista del estudio del pseudo-Dositeo, que hem os visto
que cuando hay dos líneas ya deriva de la prim aria, ya de la secun­
daria, y que, en cualquiera de estos casos, puede o no e sta r próxi­
m o o alejado de B abrio. Si la hem os adoptado es precisam ente para
hacer ver la falsedad de la atribución de u n a línea b abriana a nues­
tro au tor.
N ada de extraño, pues, que p resen te fábulas ajenas a Babrio.
A parte de 15, que verem os después, son dos: 12 «El ra tó n y la rana»
( = H. 302) y 10 «El niño que cazaba saltam ontes» ( = H. 215).
La p rim era de estas dos fábulas hem os visto ya (cf. pp. 70 y 92)
que ap a rte de u n derivado en la V id a de E so p o produce otro, en
verso, del que viene toda n u estra tradición; hem os m ostrado cómo
en el pseudo-Dositeo hay verso com plem entario que ayuda a recons­
tru ir el original, con el apoyo de Par., Dod. y III. Pero tam bién he­
m os hecho ver que n uestro a u to r viene de una ram a secundaria y
abreviada, que elim ina el final, ram a tam bién seguida p o r Rómulo
(es decir, probablem ente, p o r Fedro).
P or su p arte, pseudo-Dositeo proviene del segundo de dos m ode­
los m étricos, posiblem ente rem odelado con nuevo m etro.

2. F á b u la s q u e fa lta n en la s A nónim as

a) E n el pseudo-D ositeo y o tro s te stig o s

Ni m ás ni m enos que B abrio, las Fábulas Anónim as pueden con­


ten er o no las d istin tas fábulas del pseudo-Dositeo; y en este caso
no parece adm isible la hipótesis de que éstas se han perdido en ellas.
Sim plem ente, las Fábulas Anónim as accedían a veces a los m ism os
m odelos m étricos del pseudo-Dositeo; a veces a uno anterior, del
que el del pseudo-Dositeo deriva; a veces, a uno de una línea di­
ferente de la del pseudo-Dositeo, que a su vez puede prosificar sim ­
plem ente el m odelo (si es breve) o to m ar uno m étrico resum ido (si
es m ás extenso). P or o tra parte, en el caso de estas fábulas no re­
p resen tad as en F. An., B abrio puede p resen tarlas o no y, com o siem ­
pre, con u n a posición en el s te m m a diversa según los casos.
El pseudo-Dositeo 221

Prescindiendo de 16 «El ratón de cam po y el de ciudad» ( = no H.


209), que verem os al final, hallam os este caso en dos fábulas, la 7
«El m édico ignorante» ( = no H. 124) y 8 «La corneja y la hidria»
( = no H. 143).
La p rim era fábula es conocida sólo por el pseudo-Dositeo y Ba­
brio, puesto que de éste vienen las versiones de Par. y Dod., pero esto
es p u ra coincidencia y el pseudo-Dositeo no viene, ciertam ente, de
B abrio, pues se tra ta de dos versiones alejadas, m uy am pliada la de
B abrio, que varían en buena m edida el argum ento (las divinidades
infernales están enfadadas con los m édicos porque dejan m o rir a
los enferm os, según el pseudo-Dositeo, p o r lo co n tra rio según Ba­
brio) y apenas ofrecen coincidencias fraseológicas. Lo m ás fácil es
que la fábula de B abrio sea un derivado de u n a versión helenística
única, cuyo verso se conserva en buena m edida en el pseudo-Dositeo,
véase en el Apéndice I. P ara o tra hipótesis, cf. p. 197.
Algo parecido puede decirse de la o tra fábula, sólo que aquí hay
que n o ta r que hay una variante m uy distanciada de la del pseudo-
Dositeo: «La zo rra y la grulla» (no H. 17, en P lutarco y Fedro). La
del pseudo-Dositeo en cuentra eco en Aviano, Róm ulo, la A ntología
Palatina y en la tradición indirecta (Plinio y Eliano). La naturaleza
de las fuentes no ayuda a re co n stru ir el verso original, pero existía
a ju zg ar p o r alguna huella en el pseudo-Dositeo (un coliam bo com ­
pleto: άπέτυχ’ ο ή&έλησ" επεμπε yàp ψήφους). E ra una fábula breve de
m odelo único, quizá creada sobre la fábula de la zo rra y la grulla.

b) S o la m e n te en el p seudo-D ositeo
Existen tres fábulas del pseudo-Dositeo que solam ente en él ap a­
recen, si no es en un derivado (Rómulo). Me refiero a 4 «El am o de
casa y los m arineros» ( = no H. 226), 5 «El gato y las gallinas»
( = no H. 7) y el 13 «El asno enferm o» ( = no H . 232). En los tres
casos hay que p a rtir de una fábula helenística breve: de cuatro
versos en el segundo y tercero, algo m ás extensa en el prim ero.
P ara el verso de las dos fábulas, originalm ente de cu atro versos,
rem itim os a n u e stra p. 43. La o tra fábula, la del am o de la casa y los
m arineros, p resen ta m enos huellas de verso, pero puede en co n trarse
alguno, rem ito al m ism o lugar.

3. F á b u la s co n c a ra c te rís tic a s esp e c ífic as

Ya he dicho que son las tres que aparecen al final de nuestros


dos m anuscritos y que entre ellas hay dos casos diferentes: una fá­
bula del pseudo-B abrio apenas prosificada, la de «La horm iga y la
222 Historia de la fábula greco-latina

cigarra» (17 = H. 114), y dos fábulas de extensión m edia, no resum i­


da. De estas dos voy a ocuparm e ahora.
Una de ellas es 15 «El hom bre y el león» ( = H. 264). Se tra ta
de u n ejem plo m uy interesante. La versión p rim aria se reconstruye
en su verso original, helenístico, en form a bastan te com pleta (cf. Apén­
dice I) a p a rtir de F. An. Ib, Par. y Dod. Cuenta cóm o paseando juntos
un h om bre y un león vieron una estela con un hom bre venciendo
a un león, lo que según el hom bre le daba la razón en la disputa
an terio r en tre am bos sobre quién era m ás fuerte; a ello contestó el
león que si los leones supieran esculpir, «verías a m uchos hom bres
debajo de los leones». Pues bien, hay una versión secundaria en el
pseudo-Dositeo, Aftonio y Aviano, en la cual se elim ina el tem a
inicial del paseo y se p resen ta desde el com ienzo el tem a de la
eris o disp u ta y la búsqueda de un testim onio que la resuelva.
E sta era, evidentem ente, una versión resum ida y está en la base
de Aftonio y de Aviano, aunque éste introduce una am pliación p ro ­
pia. Tam bién está en la base del pseudo-Dositeo: pero aquí hay un
añadido m uy extenso, el león y el hom bre se dirigen a un an fiteatro
y allí ven al h om bre vencido p o r el león, lo que parece testim oniar
a favor del león, pero el hom bre replica que ello se debe a que el
ho m b re estab a atado.
E ste insulto añadido, totalm ente prosaico, es algo que se despe­
ga de las dem ás fábulas del pseudo-Dositeo. De ahí que solo secun­
d ariam ente fu era añadida la fábula a su colección. Pero no hay
duda de que deriva de una fábula resum ida con verso «rem odela­
do», que se reconstruye a base de Aftonio y el pseudo-Dositeo. Pien­
so que sum ando am bos se obtiene un inicial

ήριζον άλλήλοις άνήρ τε καί λέων


προΰχων τις εϊη [ _ u _ )=! _ ^ ^

que p o r fuerza había de in tro d u cirse p ara elim inar el tem a del ca­
m ino. Tam bién el final de Aftonio (muy prosificado p o r el pseudo-
Dositeo) ει καί παρ’ ήμϊν ήσαν[ / πλείους αν είδες εκ λεόντων άν&ρώπους /
έαλω κόταςί es u n arreglo del an terio r κακέΐνος ειπε[ / ^γλύφειν ει λέοντες
ήδεσαν / πολλούς αν άνδρας εΙ<5ες[.
En Aftonio hay otro s restos de verso m ás. Lo notable es en qué m e­
dida el verso ha sido suprim ido en el pseudo-Dositeo en esta fábula
y cóm o ha sido am pliada en form a estrictam en te prosaica: los dos
hechos son solidarios.
E n definitiva: u na fábula-resum en derivada de la prim aria, fábu­
la base de Aftonio, Aviano y pseudo-Dositeo, ha sido am pliada luego
p o r éste, que ha procedido en form a diferente de la habitual; otras
veces se lim ita a pro sificar la fábula-resum en m étrica. Lo m ás fá-
El pseudo-Dositeo 223

cil es que, en este caso, lo que haya hecho sea to m ar de o tra colec­
ción esta fábula y añ adirla a la suya.
Veamos, p ara term in ar, la fábula que nos falta, la de los dos ra ­
tones, testim o n iad a desde H oracio. Aquí la naturaleza de nuestras
fuentes no nos perm ite sacar o tra conclusión clara que la de que,
en este caso, el m odelo del pseudo-Dositeo no parece ser una fá­
bula resum ida. La coincidencia am étrica con Aftonio, sobre todo en
el com ienzo Μ υς άρουραϊος, puede sugerir que am bos arran c an de
u n a m ism a prosificación. Pero su m odelo debía de ser extenso, so­
b re todo sise adm ite que ciertos fragm entos m étricos de uno y otro
a u to r son com plem entarios, com o es posible:

Aftonio: εις αγρόν τον αστικόν παρελάμβανε


Dositeo: συκών τε και σταφυλών και των άλλων
τούτους δέος τε και φυγή μεταλαμβάνει
A f t o n i o : ___u _ ^ οσάκις έπειρώντο
y — u ] μετριότητα τής αστει τρυφής.

E ste m odelo es, a todas luces, el m ism o que siguieron B abrio y


H oracio, que lo m odificaron y am pliaron cada cual a su estilo. No
hay posibilidad de establecer que se tra te de un m odelo-resum en se­
cundario: en realidad, no es tal resum en, ya hem os dicho que a este
respecto esta fábula difiere del núcleo de las del pseudo-Dositeo.
Pero no deja de ser curioso que el m odelo fuera seguido p o r Aftonio,
que acom paña al pseudo-Dositeo en la prosificación de un m ism o
m odelo en varias de sus fábulas norm ales. Por la razón que fuera,
parece que esta fábula helenística se encontraba en la colección base
de am bos fabulistas. Y que si en un m om ento fue desechada por el
pseudo-Dositeo, sin duda p o r su m ayor extensión, fue añadida des­
pués p o r él al final de la colección con o tro m aterial anóm alo. In ­
cluso añadió la prosificación de una fábula del pseudo-Babrio.

III. C o n c l u s io n e s

Parece, pues, asegurada la existencia de u n a colección helenís­


tica de fábulas abreviadas que en el siglo n d. C. recibieron form a
pro saica p o r o b ra de un au to r desconocido. E sa form a prosaica fue
luego m ás o m enos alterad a en diversas redacciones, así la de las Ta­
blas de A ssendelft y la que ha llegado a nu estro s m anuscritos (dos
variantes en u na ocasión). Todo este conjunto lo atribuim os al-pseudo-
Dositeo.
E sa colección helenística anticipaba ya en cierto m odo las ten ­
dencias literarias que luego dieron origen a la colección del pseudo-
B abrio —u n a de cuyas fábulas, precisam ente, se extravió en la co­
224 Historia de la fábula greco-latina

lección del pseudo-Dositeo, siendo prosificada p o r éste— . En re a­


lidad, ya hem os visto que desde el com ienzo de la fábula helenís­
tica el tipo de la fábula breve coexistió en las m ism as colecciones
con los dem ás tipos de fábulas. Lo original de n u e stra colección
es que bien seleccionó fábulas breves, bien abrevió o tras existentes,
tom ándolas de las d istin tas ram as de los s te m m a ta fabulísticos: ya
de versiones p rim arias ya de secundarias, indiferentem ente de que
sus m odelos fu eran o no a p a ra r a la Augustana, a B abrio o a las
o tras colecciones.
A diferencia de las fábulas del pseudo-Babrio, estas o tras p erte­
necen a tipos varios, no predom inantem ente al de situación. Muy
frecuentem ente son agonales, a veces fábulas m uy conocidas. Junto
a ellas hay anécdotas y fábulas nuevas, sin duda derivadas de o tras
conocidas: «El gato y las gallinas» deriva de la fábula de igual tí­
tulo en H. 7, «El asno enferm o» recoge un tem a de la m ism a y o tro
de H. 198 («El asno y el lobo»), no H. 225 «El am o de casa y los m ari­
neros» recu erd a H. 30 («El náufrago») y H. 178 («El náufrago y el
m ar»).
No existe en estas fábulas un tipo e stru c tu ra l único, ni siquiera
un tipo predom inante. Es frecuente la elim inación del cierre final,
a veces aludido de un m odo u o tro en el in terio r de la fábula. Pero
tam bién puede d ejarse y se elim inan, en cam bio, detalles descrip­
tivos del com ienzo o centro de la fábula.
El a u to r de la colección a que nos referim os es fácil que a veces
haya sim plem ente recogido una fábula breve, única versión exis­
tente; que o tras haya creado él m ism o fábulas breves, im itando a
otras. Pero m ás frecuentem ente, ya lo decíam os, selecciona libre­
m ente en tre las fábulas existentes —de la versión única o de la
versión p rim aria o la secundaria— y las abrevia. En algunos casos
vemos claram en te que, p ara hacerlo, respeta en la m edida de lo
posible el verso del m odelo, pero cuando no puede, lo «remodela»
con verso nuevo. Allí donde esto no puede d em o strarse no deja de
ser verosím il, p o r la m ism a fuerza de las cosas. Recordem os que el
m étodo de d eriv ar u na fábula de o tra a base de u n a m ezcla del ver­
so antiguo y o tro nuevo, lo hem os encontrado ya en m uchas oca­
siones com o recurso p a ra crear un m odelo secundario a p a rtir de uno
prim ario. N uestro a u to r no h a hecho o tra cosa que aplicar este m é­
todo a la creación de fábulas resum idas.
La colección debió de gozar de u n a cierta popularidad. No sólo
es conocida del m aestro que dictó las fábulas de las Tablas de
Assendelft, sino que hem os visto que tam bién la conoció Aftonio.
H em os de ver, al estu d iar a este au to r, que era m ás extensa de lo
que la colección del pseudo-Dositeo deja ver. Por o tra p arte, hem os
visto que era conocida tam bién de otros autores, com o Aviano, la
A nth o lo g ia Palatina, seguram ente Fedro y au to res griegos y latinos
El pseudo-Dositeo 225

que tran sm iten fábulas, com o Plinio y Eliano. Tam bién hem os alu­
dido en algún m om ento el códice B rancacciano y a las versiones si­
riacas.
Por supuesto, la colección griega es conocida p o r el tra d u c to r
latino de los códices del pseudo-Dositeo. Es fácil com probar que la
versión original es la griega y la derivada, la latin a (que a veces
produce una nueva versión derivada, la de Róm ulo). En realidad, es
este tra d u c to r (de las fábulas y de otros textos) el que es llam ado
Dositeo p o r los m anuscritos y el que debería recib ir el nom bre de
pseudo-Dositeo. La colección griega en prosa queda, así, m ás anó­
nim a que nunca. Y no digam os su m odelo helenístico.
Recordem os, p a ra term inar, que esa colección contiene tres añ a­
didos finales un tan to heterogéneos: la prosificación de una fábula
del pseudo-Babrio, la am pliación (con sabor rom ano con su circo
y su gladiador) de u n a fábula de la m ism a colección de fábulas-
resum en y una ú ltim a fábula de extensión norm al que seguram ente
deriva de un m odelo p rim ario único. Bien el m ism o a u to r de la
colección, bien algún continuador, añadió al final de la m ism a estas
tres fábulas, luego traducidas al latín con las dem ás.
CAPITULO IV
A FTO N IO

I. G e n e r a l id a d e s

E n n u estro vol. I, pp. 142 y ss., al ocuparnos de la fábula re tó ­


rica, con destino a las escuelas, hablam os ya de Aftonio, el re to r
del siglo IV d. C. discípulo de Libanio, y de su colección de 40 fá­
bulas. Colección que gozó de popularidad en la edad siguiente; va­
rias fueron citadas p o r su discípulo D oxópater (las 9, 10 y 11), o tras
se atribuyen a veces a Nicolás de M ira (las 8, 10, 13, 17, 21, 22, 23, 24,
29 y 30), a o tras se le añadieron secundariam ente epim itios 1 y hay
que señ alar tam bién que algunas fábulas en tra ro n en los m anus­
critos bizantinos de las colecciones anónim as (2 y 6 en la col. III,
10 en Mb, 14 en Mj).
En el p asaje m encionado nos hem os ocupado de las caracterís­
ticas del estilo y del vocabulario de Aftonio. Hay que añ ad ir lo que
dice Sbordone en su e s tu d io 2. Como dice este au to r, Aftonio sigue
m odelos uniform es y convencionales: escribe fábulas breves, cuyo
final con frecuencia corta y abrevia (el «cierre» es víctim a frecuen­
tem ente) y sigue esquem as sim étricos en su exposición. Yo ya h a­
blaba de su aticism o y su estilo aphelés. Y m anifestaba un cierto
pesim ism o sobre la posibilidad de en co n trar restos m étricos en
estas fábulas, dada la renovación del léxico y de la estru c tu ra, dadas
sus abreviaciones tam bién. Pero a pesar de ello creo hoy que pue­
den en co n trarse restos m étricos: a veces b astan te abundantes, o tras
escasos o dudosos.
Lo que aquí nos in teresa en p rim er térm ino es la situación de
Aftonio d en tro de los s te m m a ta de la tradición fabulística griega.
E n vol. I, pp. 145 y ss. establecim os una serie de grupos, según el
1 Cf. en general sob re A fton io el trabajo de F. Sbord one «R ecensioni reto-
riche delle favore esopiane», R IG I 16, 1932, pp. 35-68; para el tem a que ahora
nos ocupa, cf. pp. 63 y ss.
2 Art. cit., pp. 45 y ss., 58 y ss.
228 Historia de la fábula greco-latina

acom pañam iento en que se encuentran las diversas fábulas: las que
están tam bién en las Anónim as y la tradición b abriana (hay una
distinción, según estén en I o en Ib o III); las que están solo en la
tradición b ab rian a o solo en las Anónim as (éstas son m enos n u ­
m erosas), a veces con acom pañam iento de S intipas tam bién (la 22
está solo en Aftonio y Sintipas); y las fábulas que solam ente en
Aftonio se encuentran. Tam bién tiene interés señalar que algunas
fábulas están en Aftonio y el pseudo-Dositeo o en Aftonio y el
cód. B rancacciano; y que o tras están tam bién en otros retores:
dos en Libanio, en versión muy parecida (la 29 y la 30), o tra en
Máximo de Tiro (la 30), o tra en Juliano (la 3), o tra en Tem istio
(la 16).
Todo esto, de todas m aneras, no resuelve el problem a del ste m m a :
todo lo m ás, h ab id a la experiencia que ya tenem os sobre el tem a,
sugiere que nos hallam os ante una colección m ixta. Lo que hem os
visto sobre el pseudo-Dositeo en el capítulo precedente y lo que
detallarem os a continuación sobre este m ism o tem a, lo confirm a:
Aftonio a veces acom paña a dicho au to r com o testigo de una colec­
ción de fábulas resum idas que, p o r lo dem ás, tienen s te m m a ta va­
riados; a veces no. Desde luego, nos hace d esc artar la tesis de Sbor-
done de que Aftonio es un derivado de B abrio. Pues allí donde se­
ñala coincidencias con las versiones babrianas (o las de la p a rá ­
frasis, que él identifica sin m ás con B abrio), sucede con frecuencia
que la explicación es que tan to Aftonio com o B abrio presentan ele­
m entos antiguos, conservadores, alterados p o r F. An. I (así, en la
fábula del ciervo, H. 76, solo F. An. I introduce el león; cosas pa­
recidas pueden decirse de «El grajo y las aves», H. 103, etc.). O tras
veces, al co n trario , tan to B abrio com o Aftonio pertenecen a una
ram a innovadora, así en «El p erro que llevaba carne», H. 136 (es
la ram a que in tro d u ce el άρπάσ ας, la som bra de la carne en vez de
la del perro , etc.). Y deducir que allí donde una fábula está solo en
Aftonio y F. An. I o está solo en el prim ero, lo que sucede es que
se ha p erdido la fábula de B abrio correspondiente, de la que depen­
dería Aftonio, es p u ro apriorism o. En realidad, Aftonio depende
siem pre de versiones en verso helenístico, nunca de versiones en
verso babriano. La proxim idad es m ayor o m enor a B abrio, F. An. I
y o tra s colecciones según la situación de las fábulas correspondien­
tes en el s te m m a de cada uno. Lo que sí es claro es que Aftonio no
viene de n u estra Augustana, sino de m odelos anteriores.
Algunos principios previos hay que sentar. El p rim ero es que,
igual que pseudo-Dositeo, Aftonio sigue siem pre m odelos en verso
helenístico, según acabam os de decir: los prosifica m ás o m enos, los
a ltera y m u tila a veces sin duda. Ahora bien, estos m odelos pueden
ser únicos, p o r lo m enos en n u estro conocim iento actual de la fá­
bula; en este caso, de ellos pueden depender solam ente Aftonio o
Aftonio 229

bien Aftonio y o tra s versiones. Pero o tras veces ya sabem os que


hay dos o m ás versiones m étricas de la m ism a fábula, versiones di­
ferenciadas bien p o r el argum ento, bien p o r la extensión, bien por
am bas cosas. Aftonio puede p a rtir bien de una versión prim aria,
m odificada p o r su m odelo (que es a veces, al tiem po, el m odelo de
o tras versiones m ás); bien de una versión secundaria (con igual ob­
servación); puede, p o r supuesto, venir de u n a e n tre dos versiones
p rim arias. En estos diversos casos, la versión m étrica prosificada
p o r él (y a veces, com o digo, tam bién p o r otros autores) puede con­
tin u a r el verso de la anterior, resum iéndolo sim plem ente, aunque a
veces conservándolo m ejo r en ciertos aspectos: hablam os de verso
com plem entario. Pero el resum en puede im plicar la necesidad de
a lte ra r el m etro: hablam os de verso rem odelado, es decir, con con­
servación en p arte del antiguo y en p arte adición de uno nuevo.
O la alteración es tan grande que todo el verso es nuevo. Claro
está que la escasez de los restos m étricos im pone una cierta p ru ­
dencia, d istinguir en tre verso continuado o com plem entario y verso
rem odelado o en tre éste y nuevo, no siem pre es posible.
P or o tra p arte, hem os de ver que los s te m m a ta varían. Aftonio
puede p a rtir de u n m odelo secundario centrado en to rn o a F. An. I y
cuyo p rim ario está centrado en to rn o a B abrio, o al revés; o puede
p a rtir de un m odelo p rim ario de uno u otro tipo o bien único, glo­
bal, que ab arca a am bas líneas (por supuesto, puede fa lta r u n a de
ellas o pueden fa lta r las dos). En fábulas de un solo m odelo testi­
m oniado en Aftonio (a veces en alguna colección m ás), puede tra ­
tarse de u n m odelo derivado de alguna fábula conocida, como en
el caso paralelo del pseudo-Dositeo; o puede, tam bién, tra ta rse de
la supervivencia de un m odelo muy antiguo (así en 28, fábula del
águila que es la ú nica continuación del m odelo antiguo de Estesí-
coro, cf. vol. I, pp. 259 y 414).
O tra cuestión es la de si Aftonio ha elegido siem pre, p ara sus
fábulas generalm ente breves, una colección de fábulas breves, como
la que sigue pseudo-Dositeo salvo en sus tres fábulas finales. Vere­
m os que esto es a veces así, pero no siem pre. O tras veces hem os de
suponer que es el propio Aftonio el que ha abreviado una fábula
m étrica de extensión norm al.

II. A n á l is is de las fá b u la s

1. F á b u la s c o m u n e s co n el pseudo-D ositeo

Parece lógico que em pecem os el análisis de la tradición refle­


jad a en las fábulas de Aftonio por aquellas que acabam os de ver a
p ro p ó sito del pseudo-Dositeo: p o r aquellas fábulas testim oniadas en
230 Historia de la fábula greco-latina

am bos fabulistas. R ecordem os que se tra ta de seis fábulas proce­


dentes de la tradición de las fábulas m étricas breves (todas salvo
u n a están tam bién en F. An.) y de una fábula en que el pseudo-
Dositeo prosifica u na fábula del pseudo-Babrio, la de la horm iga y
la cigarra. El h ab er estudiado ya estas fábulas a propósito del pseu­
do-Dositeo h a rá m ás fácil y rápido su trata m ien to aquí; hem os de
añadir, de todos m odos, los datos de nuestro autor.
Hay algunas fábulas en que Aftonio deriva de igual m odelo que
el pseudo-Dositeo: prueba, si era necesaria, de que este m odelo ha
tenido existencia real, no es una sim ple extrapolación a p a rtir de
este últim o au tor.
Si se recu erd a lo que dijim os m ás arrib a (p. 218), en H. 76, fá­
bula del ciervo, tan to el pseudo-Dositeo 1 com o Aftonio 18 vienen
de un resum en m étrico con verso rem odelado de una versión se­
cundaria que a su vez rem odela una prim aria: en la p rim aria se
integran Par., Dod., B abrio, en la secundaria F. An. I. Añadim os datos
que dem u estran que Aftonio va con pseudo-Dositeo: coincidencias
en innovaciones de éste ya estudiadas (τό Βέρος, εαυτόν έΒεάτο, άλίσκεται
κέρασι, véanse los pasajes correspondientes del pseudo-Dositeo); y
verso com plem entario:

]τ^ς πλοκής άπεΒαύμαζε / κατητιάτο δε των ποδών\_


^Βηρώντες προσήεσ αν
]κέρασιν άλίσκεται

Idéntico es el caso de H. 147 «El león viejo y la zorra», si real­


m ente la version de F. An. I, II (de la que derivan pseudo-Dositeo 6
y Aftonio 8) es secundaria respecto a la de Lucilio y Babrio: sólo
que en este caso no hallam os restos de verso nuevo al p asa r de unas
versiones a o tras, solo verso com plem entario. En el caso de Aftonio,
la com unidad con el pseudo-Dositeo se dem uestra, en tre o tras co­
sas, p o r coincidencia en la elim inación del diálogo πώς έχεις; etc.
(sustituido p o r άλώ πηζ... ήσπάσατo τον λέοντα Τ. Assend., cf. Aftonio
φιλοφρονεϊται τον λέοντα), en el arcaísm o (pseudo-Dositeo νοσεϊν
προσποιείτο cf. Aftonio νοσεϊν ύπεκρίνατο), etc. Claro que Aftonio coin­
cide a veces con F. An. I en arcaísm os (F. An. τό τέχνασμα... συνεϊσα /
Aftonio συνεϊσα τής τέχνης, F. An. πολλών τών Βηρίων καταναλωΒέντων /
Aftonio εαλωκότων δέ πολλών.
Un poco diferente es el caso de H. 264 «El hom bre y el león», en
que ya sabem os que Aftonio 34 p a rte del m ism o m odelo que el
pseudo-Dositeo 15 y Aviano, tratán d o se tam bién de un m odelo resu ­
m ido, p ero derivado esta vez de un m odelo p rim ario (en F. An. Ib,
Par. y Dod). Hemos visto que se tra ta de un m odelo con verso rem o­
delado, que se reconstruye a base del pseudo-Dositeo y Aftonio. Al
verso de este que hem os citado ya añádase:
Aftonio 231

y _ \j _ y _ ] εικόνος έλάμβανε
έν fi λέων έξ άνδρός [ _ ] έγέγλυπτ^
άλι σκόμενος\_

Ahora bien, no siem pre son así las cosas: no ya que fábulas del
pseudo-Dositeo falten en Aftonio y al revés, sino que hay en uno y
o tro versiones indepedientes de las m ism as fábulas.
El caso de H. 136 «El p erro que llevaba carne» es el m ás próxim o
a los anteriores. Vimos que existía una versión secundaria con verso
rem odelado de la que derivaba el pseudo-Dositeo 11 (y B abrio, Sin­
tipas y Syr.); era una versión resum ida. Pues bien, de esta versión,
de m etro dudoso, se deduce una variante en que el p erro en vez de
cru zar el río va a lo largo de él: es la de Aftonio 35 y el cod. B ran­
cacciano. Lo notable es que en estos dos textos aparecen restos m é­
tricos que, evidentem ente, proceden de la versión resum ida luego
alterad a p o r el pseudo-Dositeo y los dem ás. Es un fenóm eno com ún.
Se tra ta de verso com plem entario en Aftonio y el cod. B rancaccia­
no (Aftonio πειρώμενος δε λαβέϊν το μεϊζον\_, cod. B rancacciano δ μέν
κατείχε κρέας, άπώλεσ' έμπεσών con una supresión) que dem uestra que
la version secundaria tenía verso rem odelado fren te a la prim aria.
D iferentes son las cosas en H. 126 «El cuervo y la zorra», donde
pseudo-Dositeo 9 viene de un m odelo secundario (el m odelo p ri­
m ario, en F. An. I, Fedro, B abrio, Par., Dod., Tzetzes, T etr.), m ientras
que Aftonio 29, aunque tam bién es secundario, es o tro derivado inde­
pendiente. En realidad, la fábula de Aftonio no puede ser calificada
de resum en, es de tipo m edio com o la de F. An. I. Proviene del m o­
delo prim ario, no de I, puesto, que ofrece τυρόν, ΐδοΰσα, έκβαλών (sin
las alteraciones de I) y cosas coincidentes con B abrio. No se ve verso
nuevo, sí prosificaciones de versos que se reconstruyen con ayuda
del re sto de la tradición. Por ej., de Aftonio ΐδοΰσα δε άλώπηξ, F. An. I
άλώπηξ δέ τούτον &εασαμένη y ps.-Dos. τούτον δ’ άλώ πηξ... &εασαμένη pue­
de obtenerse τούτον ΐδοΰσ' άλώπηξ[ y hay prosificaciones de versos
conservados en I o B abrio.
E n un caso com o éste, Aftonio puede hab er tenido a su disposi­
ción el original p rim ario y haberlo prosificado: com o no hay diferen­
cia de verso (rem odelado o nuevo) éste puede ser el caso de no
H. 210 «El ra tó n de cam po y el de ciudad», donde estam os ante de­
rivados de un único m odelo prim ario (en Horacio, B abrio, Afto­
nio 26, pseudo-Dositeo 16, Rom.), cuyo verso se reconstruye sobre todo
por el com plem entario de Aftonio y el pseudo-Dositeo (cf. p. 223).
Pero las fábulas de estas dos colecciones son prosificaciones de ex­
tensión norm al (no resúm enes) independiente la una de la otra.
Lo que sucede con H. 114 «La cig arra y la horm iga» ejem plifica
aún m ás claram ente, si cabe, el diferente com portam iento, en oca­
siones, de los dos fabulistas. Ya vim os que el pseudo-Dositeo 17 lo
232 Historia de la fábula greco-latina

que hace, en realidad, es in co rp o rar al final de su colección una


leve prosificación de una fábula del pseudo-Babrio. Pues bien, esa
versión viene del m odelo prim ario (con F. An. Ib, III, Synt., Syr.); y
de esa v ariante sale un resum en secundario en que la acción com ien­
za en el verano (en cod. Branc., Theoph, D oxópater). De él es a su
vez un resum en la fábula de Aftonio: está en el m ism o caso que las
p rim eram en te estudiadas, pero no así su c o n tra p artid a en el pseudo-
Dositeo, que se lim ita a prosificar al pseudo-Babrio. E ste resum en
de Aftonio 1 ofrece restos m étricos: tenía verso rem odelado, p ro b a­
blem ente h eredado de la versión secundaria:

y _ u ~\άνεβάλλοντο σύντονον,
μύρμηξ δέ πονεϊν [ _ u ] συλλέγειν καρπούς
έξ ών έμελλον [ _ υ _ ] τραφήσεσ&αι
—υ _ ] πρός 'ένδειαν.

Todo esto, en cuanto a la relación de Aftonio y el pseudo-Dositeo,


que vemos no es constante. Por lo que al propio Aftonio se refiere,
vem os que h ab itu alm ente prosifica un derivado (generalm ente un
resum en) de una version sea prim aria, sea secundaria, sea única;
pero que tam bién puede prosificar directam ente un m odelo p rim a­
rio, tenga o no a su lado uno secundario. Y que no siem pre sigue un
resum en, puede seguir un m odelo de extensión interm edia y m ante­
nerla aproxim adam ente.

2. O tra s fá b u la s

a) A fto n io p ro sific a u n re su m e n secu n d a rio

Igual que ocu rre a veces, com o acabam os de ver, allí donde va
acom pañado del pseudo-Dositeo, tam bién cuando ello no es así Afto­
nio puede lim itarse a p ro sificar una versión secundaria. A veces, lo
hace en unión de o tras colecciones; a veces solo, den tro de los datos
que se nos han conservado. E n cuanto al verso, puede ser com ple­
m entario, rem odelado o nuevo, con las dudas e incertidum bres que
ya sabem os. Damos a continuación u n a relación de las fábulas co­
rresp o n d ien tes a este apartado.

Aftonio 10, tam bién en Mb ( = H. 199) «El asno y la piel de león».


De la versión p rim aria, en F. An. I, B abrio y T etr. 2, sale un
resum en secundario (en Par. III, T etr. 1, Tetzes y Luciano). Es
fácil ver la diferencia de m etro en el com ienzo de las dos ver­
siones y tam bién en el final, donde la secundaria hace m o rir al
león ~]ροπάλοις τε καί ξύλοις (Par.): se tra ta de un verso rem odelado,
Aftonio 233

pero se conservan cosas antiguas. Pues bien, Aftonio conserva coin­


cidencias m uy claras con esta ú ltim a versión, que a su vez resum e:
cf., p o r ej., T etr. 1 εΰχει λέων είναι / Aftonio έπεΜ μει λέων είναι (pero
elim ina el comienzo). El final ] πόνους κατήσ&ιον puede ser antiguo
(verso com plem entario) o reciente (rem odelado).

Aftonio 19 (= H. 2) «El águila, el grajo y el pastor». El resum en,


que co rta el final, es seguido no sólo p o r Aftonio, sino tam bién por
el cód. B rancacciano (muy próxim o), S intipas y Syr.; la versión
p rim aria p roduce F. An. I, Par. y B abrio. Véanse en p. 64 restos de
verso de Aftonio que parecen com plem entarios, quizá tam bién lo
sea κριών λαβεΐν έπ ειρ α το . Com binando Aftonio y el cod. B rancacciano
pued e p ro ponerse un verso inicial (rem odelado) άρνειόν ήρπασ' αετός
<καί ) εντεύθεν ετρεφετο y tam bién ~]επεχείρει (Branc., ένεχείρει Aftonio)
τοϊς ϊσοις.

Aftonio 33 (= Η. 11) «El pescador». Aftonio resum e quitando el


final, sin que le acom pañe nadie; la versión p rim aria está en F. An. I,
B abrio. En él hay verso com plem entario ]τούς αύλούς λαβών), tam ­
bién, parece, rem odelado (]ήπόρει 9ηράν ¡ τούτους άφείς[).

Aftonio 15 (= H. 119) «El cam ello y Zeus». T am bién aquí sólo


Aftonio p resen ta un resum en secundario del original p rim ario que
produce F. An. I y Aviano; pero hay que ad v ertir que hay una segun­
da versión secundaria, otro resum en del que salen Par. Dod. y S inti­
pas (con derivados). P ara lim itarnos a la nuestra, direm os que el
com ienzo de Aftonio, com binado con el de F. An. I, da un verso
ϊδών κάμηλος ταυρον\_, m ientras que el final del m ism o a u to r ~\προσα-
φελέσ&αι τών ώτων parece re p resen ta r una rem odelación de F. An. I
μέρος τι τών ώτων άφείλετο[.

Aftonio 21 (= Η. 158) «El lobo y las ovejas». Puede verse en nues­


tra p. 51 cóm o Aftonio y Libanio dependen de un m odelo p rim ario
que está en F. An. I, Fedro y Dod.; p resen ta una reducción inicial.
Por su parte, Par. y B abrio ofrecen o tra versión, con reducción cen­
tra l y final alterado, que p resen ta un verso probablem ente com ple­
m entario: si es así, se tra ta de o tra versión derivada. La de Aftonio
y Libanio p resen ta un verso distinto del de F. An. I, que se ve m ejor
en Aftonio:

y _ u _ y _ ] τί δ’ ήμϊν άσπονδος
άει καί ακήρυκτος πόλεμος; εϊσ’ αίτιοι
κύνες οί κάκιστ' άπολούμενοι, οϊ προσίοντας (inversión)
ημάς ύλακτοΰσ’ ούδέν ήδικηκότας
y _ u _ y ] ραδίως ύπήγετο
234 Historia de la fábula greco-latina

Es p robablem ente verso nuevo, rem odelado, aunque no se ex­


cluye que sea com plem entario. En todo caso, parece claro que Liba-
nio y su discípulo Aftonio disponían de un m ism o modelo.
Aftonio 25 ( = H. 161) «El lobo y la garza». Tam bién aquí va Af­
tonio sólo en la versión secundaria resum ida m ientras que la p ri­
m aria está en F. An. I, Fedro, y hay o tra versión secundaria en
Par., Dod., B abrio y el códice B rancacciano. Como digo en pp. 66 y ss.
el verso de Aftonio parece com plem entario, al allí presentado añádase
quizá un verso inicial que, com binando Aftonio y F. An. I, podría
se r όστούν λύχω περιπείρεται και έζήτει.
Aftonio 39 ( = Η. 163) «El lobo y la vieja». Aquí el resum en se­
cundario es seguido no sólo p o r Aftonio, sino tam bién por Babrio;
el verso p rim ario se trasluce en F. An. I y Dod. Véanse en p. 62 las
características iniciales y finales de la versión reducida (vuelta a
am p liar p o r B abrio). Tam bién el verso de Aftonio, sin duda com ple­
m entario en p arte. Pero tam bién altera: cf. Aftonio ]εϊ μή παύσαιτο
(F. An. ]έάν μή παύσηταή,]Αύκψ παραβαλεϊν), (F. An. βαλεΐν αυτόν τώ λύκω).
Hay, pues, verso en p arte com plem entario, en p a rte rem odelado.
Aftonio 14, tam bién en Mj ( = H. 208) «El p a ja re ro y la cigüeña».
Sólo Aftonio desciende de un resum en secundario; la version p ri­
m aria deja huella en F. An. I, Par., Dod., Babrio. La fábula de Aftonio,
adem ás de h ab er p erdido el cierre final está m uy alterada, lo que
explica el verso nuevo que introduce: γεωργόν ήδίκουν [o¡] y¿pavoi[J
διατριβής κοινωνών, δίκην ύπεϊχε &ν [προ^ηδίκησ’ ούδέν (coliam bo final,
con una elim inación y u n a inversión).
Aftonio 12 ( = H. 266) «Los dos gallos y el águila». Del resum en
secundario derivan, a m ás de Aftonio, S intipas y Syr.; la versión
prim aria está en F. An. Ib y hay una segunda secundaria en Par., Dod.
y B. Aftonio p re sen ta verso com plem entario, verlo supra, p. 64.
Aftonio 17 ( = H. 275 III) «El cervato y la cierva». En Aftonio (y
sólo en él) hay un resum en secundario, sin cierre y con alteraciones
que pueden verse, su pra , p. 74; la línea p rim aria está en F. An. III,
Par. y Dod. La gran alteración de la fábula en Aftonio (o, m ejor, como
hem os dicho, en su fuente) explica el m ucho verso nuevo que en
él se encuentra:

^ _ ] <τόν> ελαφον ή μήτηρ ενου&έτει


λέγουσα κέρας, ώ παϊ, [παρά] τής φύσεως εϊληφας
^ _ u _ y _ ] επί όντας τούς κύνας
κυνών δρόμος πόρρω 9εν [ _ ^ ^ ^
ή δε μένειν τ φ παιδί
παραινέσασα [αύτή] τής φυγής Ιπρο~\κατήρξατο
Aftonio 235

Aftonio 5 ( = no H. 8) «La cabra y el cabrero». O tro resum en se­


cundario en que Aftonio va solo. El verso p rim ario está en Dod., Par.
y B abrio, m ien tras que hay una segunda versión secundaria en Fe­
dro y Tetr. Aftonio p resen ta varias reducciones respecto a la línea
«babriana», así com o restos im p o rtan tes de verso com plem entario.
El verso inicial se reconstruye com binando Aftonio, B abrio y Dod.:
ποιμήν ποτ ’ αίγας άνακαλεΐν έπειρ&το, en otros lugares es Aftonio el que
conserva m ejo r un verso estropeado en o tras versiones: ]οΰ<5έν μάλλον
ήνοε, / άνούστατ', είπεν, αιπόλων, κεκράξεται / το κεράς [ u _ y ] καν εγώ
σιωπήσω (con una inversión). Claro que o tras veces es Aftonio el
que altera: Par. ρ ίφ ζς δ' ó ποιμήν πε'τραν[ (Aftonio Αίθον άφείς), Dod.
]τφ δεσπότη μή φάσ&αι (Aftonio τ φ δεσπότη μή κατειπεϊν), etc.

Aftonio 38 ( = ηο Η. 66) «El lab rad o r y la zorra». De un m odelo


del que quedan huellas en Ovidio, Luciano y B abrio hay un resu­
m en secundario, del que viene Aftonio. Quedan pequeños restos de
verso en Aftonio (]άλώπεκα προ σίφ α ι δαλόν, ~\πέμφαντος ένέπρησε λήιον);
dada la natu raleza de las fuentes de la version prim aria, es difícil
establecer su relación con ella.

b) A fto n io p ro sific a u n re su m e n de u na ve rsió n secundaria

Desde el pu n to de vista de Aftonio, el caso es idéntico al ante­


rior, pero no desde el del estudioso de los s te m m a ta de las fábulas.
Se lim ita a prosificar un m odelo en verso helenístico, en general un
resum en; pero sabem os que es, a su vez, un m odelo secundario, hay
derivación en cascada. Es claro que las fuentes de Aftonio incluían
versiones secundarias y prim arias, en térm inos generales versiones-
resúm enes, com o las de pseudo-Dositeo, de las características que ya
conocem os. E sta m ezcla de fábulas p rim arias y secundarias en las
m ism as colecciones no nos es desconocida. A veces las dos versio­
nes h an ido a p a ra r a n u estra A ugustana o, en todo caso, a las co­
lecciones Anónimas. Los casos existentes son los siguientes:

Aftonio 23 ( = H. 143) «Las liebres y las ranas». De un m odelo


p rim ario que se reconstruye casi todo a p a rtir de F. An. I l l , Par., Dod.,
y B abrio (con final alterado), sale uno secundario, un resum en, en
F. An. I, Syr. y Fedro; y de aquí exactam ente procede el nuevo re­
sum en, del que sale a su vez Aftonio. En éste hay abundante verso
nuevo (que posiblem ente rem odela el antiguo):

Αίμνην δέ τω άανάτφ προσήκοντ’ [ _ y y


y _ υ _ ^ τόν κτύπον ούκ ήνεγκον
y _ υ ] τής λίμνης μνχούς προσελάμβανον
236 Historia de la fábula greco-latina

Aftonio 7 ( = H. 145 «El león y el labrador». Tam bién en la fábu­


la del león enam orado hay cascada: Aftonio viene de un resum en
derivado de u n a versión secundaria en B abrio y Diodoro, versión
a su vez derivada de la p rim aria en F. An. I y Dod. Véase en p. 56
cóm o Aftonio rem odela un verso que a su vez rem odelaba el p ri­
m ario. Pienso que el m odelo directo de Aftonio com enzaba:

λέων ποτ’ ήρα παρθένου καί τώ πατρί / π ρ ο σ ή λιε (Aftonio: λ. ή. π. κ.


προσελ&ών τώ πατρί.)

Aftonio 30 ( = Η. 87 I y 189 I) «El lechón y las ovejas». Aquí la


versión secundaria de F. An. 189 la ,y Syr. m odifica considerable­
m ente el argum ento de la p rim aria (en F. An. I, cf. p. 40). En Af­
tonio, que resum e todavía m ás el m odelo secundario, hay m ucho
verso, seguram ente com plem entario del m ismo. Puede verse arriba,
lugar citado.

Aftonio 9 ( = H. 198) «El asno y el lobo». Aquí el m odelo p rim a­


rio, en que la cojera del asno es ficticia, está en F. An. I y Róm ulo
(hay huellas en P. y Dod.) y de él viene un m odelo secundario, en
que el asno está v erd aderam ente cojo, que ha producido B abrio y
Aftonio; p ero éste es un resum en. Es dudosa la presencia de verso
independiente. Por o tra parte, hay huellas (cf. p. 56) de que B abrio
rem o n ta m ás atrá s de F. An. I; si ello es así, h ab ría que pasar este
caso al tipo γ ). Es notable que de la ram a secundaria proviene
H. 257 «El asno salvaje y el lobo».

Aftonio 32 ( = H. 273 Ib, III) «El águila». E sta vieja fábula de


E squilo, cuya versión p rim aria deja huella en F. An. III (m étrica)
y la secundaria en Ib y T etr., aparece tam bién en Aftonio, resum en
de la secundaria. Véase p. 44. Hay que ad v e rtir que las dos versio­
nes de F. An. son en realidad dos versiones de la p aráfrasis que
se h an in tro d u cid o en ella. El caso es que la versión secundaria
tiene nuevo verso, que se reconstruye utilizando el com plem entario
de Aftonio, bien que éste suprim e el comienzo. Cf., p o r ejem plo,
Aftonio επιστρέφ εις δ' ó αετός καί [τό] βέλος ΐδών, alterado por Ib.

c) A fto n io p ro sific a u n a de e n tre d os o m á s ram as p rim a ria s

N aturalm ente, este caso no es siem pre fácil de distinguir del


an terio r. La ram a que Aftonio sigue puede ser un resum en o no.
Pero, en los casos que presentam os, no parece hab er un resum en
interm edio an tes de Aftonio, sino que éste se lim ita a prosificar. Ya
vim os algún ejem plo en las fábulas com unes al pseudo-Dositeo y
Aftonio en que éste se lim ita a prosificar el m odelo con alguna leve
Aftonio 237

alteración, sin que haya huellas de verso interm edio. Las fábulas
a que nos referim os son:

Aftonio 36 ( = H. 71 y 239) «La encina y la caña». Como ya sabe­


m os (cf. p. 62) hay u n a versión m ás com pleta, que es la de H. 239,
Par. y B abrio, y o tra resum ida, cen trad a en to rn o de la ερις o dispu­
ta, que se en cu en tra en H. 71 y Aftonio: p resen tan dos versos dife­
rentes. Muy p robablem ente vienen independientem ente del original
antiguo de D em etrio; de la versión segunda depende Aftonio, que es
a su vez un resum en, y que ofrece verso com plem entario, ya indi­
cado p o r nosotros. Hay m ás verso todavía en Aftonio, quizá nuevo,
quizá com plem entario. R econstruyo:

τής δ’ άσ9ενείας [xaτ]ρτιάτο τόν κάλαμον


εϊκειν δ’ άπασι πεφυκεναι τοΐς πνεύμασι (mss. πεφυκότα)

Aftonio 31 ( = Η. 103) «El g rajo y las aves». S obre esta in tere­


san te fábula véase p. 75: parece claro que Aftonio, Libano y Teofi-
lacto dependen de la versión p rim aria de la que salen dos secunda­
rias, la de F. An. I y Fedro y la de B abrio. La versión p rim aria en
cuestión conserva verso com plem entario en los tres autores m en­
cionados, sin que pueda decirse que Aftonio presente un resum en:
m ás bien hay am pliación en los otros dos. Se tra ta , pues, de una ex­
cepción (la fábula de Aftonio es de extensión m edia, con cierre,
com o las hay en el pseudo-Dositeo). P ara el verso com plem entario
véase:

Aftonio: Κ άλλους άγών rçv[ (inversión)


δρνεις έφοίτων[_
κολοιος [¿έ] ούδέν[
^ _ ] ά τών άλλων [εξ]έπιπτε[
Libanio: μέλλοντος [¿έ] ήδη του Αιός ( τ ’) έγχειρίζειν
το σκήπρον αύτω[ (inversión)
——υ _ ] άλλοτρίων έγυμνοΰτο[
Teofil.: y _ u _ u u ] επί λίμνας και πηγάς

E sto confirm a que Aftonio usaba una colección que ya conocía


Libanio (y tam bién Teofilacto); colección que, ju n to a una m ayoría
de fábulas resum idas, tenía al m enos alguna de extensión media.

Aftonio 3 ( = no H. 125) «El m ilano y el cisne». Aquí hay (cf. p. 50)


dos versiones b astan te distintas, am bas breves, con dos versos di­
ferentes, dudo que com plem entarios. En todo caso, Aftonio y Julia­
no pertenecen a u na m ism a versión y aquí sí que puede hab er verso
com plem entario, aunque no es estrictam en te dem ostrable:
238 Historia de la fábula greco-latina

Juliano: φωνήν εχων παραπλησίαν τόίς [ΰλλοις] δρνισιν


Aftonio: ^ _ u _ ^ _ ] τοσαύτην ίκτίνοις
παρέσχε τό πρότερον [ υ _ ^ ^
y _ u _ y _ u ] εις έρω τ’ ήκον

Aftonio 16 ( = ηο H. 182) «El león y los tres toros». Cf. p. 68.


En esta fábula Aftonio sigue el m odelo prim ario, del que, p o r o tra
parte, se origina una ram a resum ida con Synt. y Syr. y o tra con
Aviano. Ahora bien, en la ram a p rim aria Aftonio y B abrio han in­
troducido una m odificación: hablan de tres toros, m ientras que
Tem istio habla de dos, cosa conservada por las versiones siriacas.
E strictam en te hay, pues, un escalón antes de Aftonio y B abrio, pero
se tra ta de una m inucia y no hay huella de verso diferente; de ahí
que estudiem os aquí la fábula. He aquí el verso de Aftonio:

λέων δέ τις αότοϊς [παρ^ηκολού&ει, Βηράσαι


βουλόμενοςΐ
y _ υ _ ] προχειρότερον έφθειρε,
[ους] κοινή συνόντας <<5’> ήπόρει χειρώσασ&αι

Se tra ta de u na fábula breve que Tem istio ha am pliado.


Aftonio 11 ( = H. 211) «La serpiente y el cangrejo». Como hem os
visto, en p. 109, hay dos versiones independientes, con verso tam bién
independiente y tem a variado, derivadas, en definitiva, del conocido
escolio ático. La versión segunda, m uy alterad a en B abrio, se con­
serva con m ucho verso en Aftonio, véase el lugar citado. E ra una
fábula breve, de cu atro versos, que se reconstruyen casi todos.

d) P rosifica cio n es de u n verso p rim a rio aislado

Queda claro p o r lo dicho an terio rm en te que a veces Aftonio es


nu estro único testigo, a veces es acom pañado de otros. La diferen­
cia en tre este grupo y el a) es que aquí suponem os que Aftonio bebe
directam ente del m odelo y no a través de versiones interm edias; au n ­
que existen casos dudosos. Allí donde sólo Aftonio es el testigo, ya
hem os indicado que puede co n tin u ar una fábula antigua que ca­
sualm ente se ha p erdido en o tras colecciones o bien puede tra ta rse
de una fábula nueva, derivada, creada p o r el m odelo de Aftonio.
Preferim os, en este caso, d ar la relación de la totalid ad de estas fá­
bulas. Véase el análisis m étrico de algunas de ellas, su p ra pp. 42 y ss.

Aftonio 2 ( = H. 277 III) «El cisne». Es una versión con variantes


en F. An. III, derivada de un tem a del F edón platónico.
Aftonio 239

Aftonio 4 ( = no H. 127) «El p ajarero y la cigarra». Unica, derivada


(co n trap artid a de «La zorra y el cuervo»).

Aftonio 6 = F. An. II I ( = H. 274 III) «El etíope». Tam bién en


Tem istio (hay versiones secundarias en Synt. y Sir.) La de II I es
prácticam en te la de Aftonio.

Aftonio 13 ( = no H. 128) «El caballo viejo». Del m odelo de Afto­


nio sale una línea reducida en Fedro, Par. y Babrio.

Aftonio 20 ( = no H. 21) «La zorra servidora del león». Unica,


derivada.

Aftonio 22 ( = no H. 94) «El olivo y la higuera». Sólo en Aftonio,


Synt. y Syr.

Aftonio 24 ( = H. 287 III) «La rana y la zorra». En Aftonio, Ba­


brio, F. An. I l l , Par., Dod., T etr. y Aviano (aunque algunas fuentes
parecen p rovenir de Babrio).

Aftonio 27 ( = no H. 207) «Las abejas y el pastor». Unica, pero hay


una alusión en Diogenismo.

Aftonio 28 ( = no H. 86) «La serpiente y el águila». Unica (de


E stesícoro).

Aftonio 37 ( = no H. 295) «El m acho cabrío y la vid». Fábula an­


tigua del A h ik a r (cf. vol. I, p. 376). A m ás de en Aftonio, está en
Leónidas y Eveno (en dísticos elegiacos, que no ayudan a recons­
tru ir el verso original); y hay derivados en Par., Dod., T etr. y en Ovidio.

Aftonio 40 ( = no H. 140) «El cuervo». Unica, derivada de la fá­


bula del etíope.

Puede verse que, en definitiva, Aftonio no crea fábulas, sino que


depende de la tradición anterior. E sto es evidente allí donde hay
ju n to a él otro s testigos de una fábula y cuando el m odelo rem onta
claram ente a época clásica. T am bién cuando una fábula es un de­
rivado de la tradición: bien de fábulas concretas, bien de situaciones-
tipo com o la de la zorra servidora del león. Pero es que, sobre
todo, todas estas fábulas dependen de versiones previas en verso
que pueden en cierta m edida reconstruirse.
P ara esta reconstrucción, rem itim os a nu estro s Apéndices I y II.
A dvertim os que cuando hay varios testigos la reconstrucción se hace
con ayuda del verso com plem entario, así, p o r ejem plo, en el caso
de Aftonio; pero la naturaleza de las o tras fuentes puede hacer
240 Historia de la fábula greco-latina

que sólo en Aftonio se hallen esos restos, así en los casos de sus
fábulas 22 y 37. N aturalm ente, cuando Aftonio es testigo único, hay
que lim itarse a él. N ótese que el verso del m odelo de Aftonio 28,
E stesícoro, ofrece un verso com pletam ente diferente, com o era de
esperar.
En unos y otro s casos, la proporción de verso que se encuentra
varía m ucho. Es abundante, por ejem plo, en la fábula del cisne
(Aftonio 2), en la de la zorra servidora del león (20), la del caballo
viejo (13), la del cuervo (40), la del m acho cabrío y la vid (37),
la de las abejas (27). Es escaso y aun dudoso o tras veces, cf., por
ejem plo, 4 y 24. Pero es lo suficiente p ara ver que Aftonio no crea
fábulas, sólo las prosifica.

III. C o n c l u s io n e s

Con algunas excepciones de fábulas de extensión m edia, sobre


todo, 26, 29 y 31, Aftonio p resen ta fábulas breves. Pero si la orga­
nización estilística y léxica de las m ism as se le debe en gran m e­
dida, en general lo que ha hecho es acu d ir a fábulas m étricas b re­
ves, com o sabem os que existían desde la prim era edad helenística,
p ara prosificarias.
Es claro que conoció la colección que tam bién utilizó el pseudo-
Dositeo, pero puede alejarse de ella acogiéndose a versiones dife­
rentes, incluso no breves, allí donde el pseudo-Dositeo sigue una b re­
ve de dicha colección; tam bién puede suceder que uno y otro pro-
sifiquen versiones norm ales, quizá p o r no hab er encontrado una fá­
bula breve y no q u erer renunciar al tem a.
De todas m aneras, sin renunciar en ocasiones a versiones «nor­
males», Aftonio m ás frecuentem ente sigue las versiones breves de
que venim os hablando. Ya hem os dicho que su situación dentro de
los ste m m a ta fabulísticos es m uy variada: ya son fábulas secunda­
rias, ya las que podríam os llam ar terciarias, ya p rim arias tam bién.
Y son fábulas que, en general y en la versión seguida p o r Aftonio o
en la p resu p u esta p o r éste, pueden ten er una difusión m uy variable.
No hay ninguna relación estrecha generalizada con F. An. I, B abrio,
etcétera; aunque sí en esta o aquella fábula.
Claro está, no podem os aseg u rar que todas esas versiones b re­
ves perten ecieran a una m ism a colección. Puede suceder que Afto­
nio haya rebuscado versiones breves aquí o allá (aunque, com o digo,
ha renunciado a alguna y no se ha abstenido totalm ente de o tras ver­
siones); puede h ab er utilizado, p o r ejem plo, dos colecciones de este
tipo. H ab lar de u n a colección única es m ás bien una m anera cóm o­
da de expresarse, aunque puede ser, en definitiva, acertado, véase
m ás abajo.
Aftonio 241

O tro p roblem a es el de la antigüedad de esos m odelos m étricos.


N aturalm ente, si hay fábulas ya p rim arias, ya secundarias, ya te r­
ciarias y todas con verso helenístico, deben haberse escalonado va­
riam en te d en tro de dicha edad. V ariam ente, porque cada fábula es
un caso y puede darse que una fábula p rim aria sea m ás reciente
que una terciaria de tem a conocido y frecuentem ente tratado.
Un breve exam en de la transm isión de las diversas fábulas puede
co n firm ar todo esto. Tenem os fábulas de Aftonio derivadas de m o­
delos m étricos que son m ás recientes que otros de la m ism a fá­
bula que han p roducido versiones, según los casos, en F. An. I, Ib,
III, en Fedro, B abrio, Dod., Par., en las versiones siriacas, y, tam bién,
en Ovidio y Luciano (la 38) y Diodoro de Sicilia (la 7). E sto no es
decir m ucho, pero nos hace avanzar m ás el re co rd a r fábulas de Af­
tonio cuyo m odelo m étrico es a n terio r al de H oracio (la 26), a fá­
bulas de F. An. I y B abrio (la 36), de Fedro, Par. y B abrio (la 13). Se
tra ta , en efecto, de un m odelo a n te rio r a o tro cuyo te r m in u s a n te q u e m
es del siglo i a. C. Más todavía: encontram os m odelos de Aftonio
que lo son a la vez de B abrio, Aviano, Diógenes Laercio, Libanio,
Tem istio, Juliano, Teofilacto, F. An. II I y Leónidas de Tarento. El
caso de este ú ltim o a u to r nos hace rem o n tar al siglo m a. C.
C iertam ente, una cosa es la antigüedad de las fábulas y o tra la
de las colecciones. No podem os p recisar cuándo alguien tuvo la
idea de re u n ir en una colección o en varias, fábulas m étricas de tipo
breve surgidas en tre los siglos m y i a. C. E sta ú ltim a es la an ti­
güedad m ínim a.
Téngase en cuenta, en todo caso, que si el pseudo-Dositeo conocía
esta colección, habida cuenta de que retoca una prosificación del
siglo i i d. C., hay que co n tar con que en dicho siglo la colección,
de la que tam bién hay huella en las Tablas de Assendelft, debía de
ser bien conocida. Hem os visto que luego es fam iliar a retóricos
com o Libanio, Tem istio, Teofilacto, Juliano y los autores de la
colección B rancacciana y la del pseudo-Dositeo. Precisam ente, el
que las colecciones y au to res citados coincidan en seguir las ver­
siones breves que estudiam os en el caso de dos o m ás fábulas, hace
verosím il que las en contraron ju n tas: es decir, en una colección,
pese a n u estras reservas de m ás arriba. En la edad bizantina la
colección era conocida por diversos m anuscritos y redacciones de
las Fábulas Anónim as, com o hem os visto; pero en cierta m edida
Aftonio la su stitu y ó desde pronto, pues fue citado, suplantado, adi­
cionado con epim itios.
Tam bién u tilizaron la colección, según hem os visto, B abrio y
Aviano, pero Fedro, la A ugustana y las versiones siriacas parecen
reh uirla, aunque, curiosam ente, a veces trab a jan sobre derivados
de la m ism a; quizá, m ás exactam ente, de fábulas de la m ism a que
hallaban en o tras fuentes previas a ella. Da la im presión de tra-
242 Historia de la fábula greco-latina

tarse de u na colección un tan to m arginal, lim itada a ciertos am ­


bientes.
Aunque conviene in sistir en que ni el pseudo-Dositeo ni Aftonio
se lim itaron exactam ente a ella. Con todo, parece ser la colección
retó rica p o r excelencia a p a rtir del siglo il d. C., la base de las
prosificaciones de los retores: en general, m anteniendo la breve ex­
tensión; a veces (en Libanio, Tem istio, etc.), am pliándola. La Au­
gustana, tan tas veces calificada de retórica, parece h ab e r tenido una
orientación diferente, y tam bién B abrio y Fedro, cada uno en su
estilo.
CAPITULO V
AVIANO

I. G e n e r a l id a d e s

E n vol. I, p. 133 y ss., m e he ocupado de la colección de fábulas


latinas de Aviano d en tro del ap a rtad o dedicado a «La tradición ha-
briana». No hacía, con ello, o tra cosa que seguir ideas tradicionales
que arran can de Crusius, allí citado. La nueva edición de Aviano por
Françoise Gaide 1 m antiene el m ism o punto de vista: allí donde las
fábulas de Aviano no en cu en tran correspondencia en B abrio supo­
ne, sim plem ente, que se han perdido las fábulas de B abrio corres­
pondientes.
Vamos a ver que la derivación de Aviano a p a rtir de B abrio es
cierta, al m enos, en un determ inado núm ero de fábulas: con lo
cual dicha afirm ación es m ás cierta que la que suele hacerse en re ­
lación con el pseudo-Dositeo. Pero no en todas. La verdad es que la
com paración detenida de las fábulas de Aviano con el d o ssier que
puede reu n irse de las versiones de las m ism as en o tras colecciones,
nun ca se había llevado a cabo. Vamos a realizarla ahora.
Aviano, fabulista latino del siglo v d. C., escribió en dísticos ele­
giacos 42 fábulas precedidas de un prólogo en prosa que dedica la
colección a un tal Teodosio. E ste Teodosio ha sido identificado
con el gram ático A m brosius M acrobius Theodosius, conocido com ún­
m ente como M acrobio. A este respecto rem ito al prólogo de la edi­
ción de Gaide, y tam bién rem ito al m ism o p ara la defensa de la
auten ticid ad de unas pocas fábulas que habían recibido sospecha
de espúreas, así com o de los prom itios y epim itios de los princi­
pales m anuscritos: Aviano seguía a este respecto la m ism a trad i­
ción arcaizante de F e d ro 2. Ahora bien, ya dije en el pasaje antes
aludido que Aviano d isfrutó de una enorm e popularidad en la E dad

1 París, «Les B elles Lettres» (C olección B ud é), 1980.


2 Ob. cit., pp. 22 y ss.
244 Historia de la fábula greco-latina

Media, en la que tuvo num erosos im ita d o re s 3. Una serie de epim i­


tios añadidos en los m anuscritos secundarios son evidentem ente adi­
ciones m edievales. E igual los títulos.
Aviano hace en su prefacio una notable historia de la fábula, en la
que atribu y e la decisión de Esopo de escribir ridicula a una res­
p u esta del oráculo de Apolo y m enciona com o continuadores suyos
a S ócrates y H oracio. Añade que B abrio recogió antológicam ente las
fábulas en yam bos griegos en dos libros y que Fedro distribuyó «una
parte» de las m ism as en cinco libros. «De en tre estas fábulas —p ro ­
sigue— he recogido cuarenta y dos en un libro único, fábulas que,
escritas en una latinidad sin arte, he intentado d esa rro llar en ver­
sos elegiacos».
De todo esto se deduce que Aviano conoció a B abrio y a Fedro,
al p rim ero en su edición de dos libros, sin duda la edición original
y no la bizantina tam bién en dos libros, pero en organización alfa­
bética y con introducción de m aterial ajeno (procedente de los im i­
tadores de los que el propio B abrio se quejaba). Lo que no dice
Aviano es si su fuente es B abrio o es Fedro o es alguna otra; aun­
que pienso que todas las probabilidades están a favor de que, en
la m edida en que sea B abrio el m odelo, es el verdadero B abrio, no
las im itaciones que en tra ro n en el «Babrio» bizantino y que me
he esforzado p o r d etectar en el capítulo correspondiente. Pero sí
dice Aviano algo m uy im portante: su fuente es un texto com puesto
ru d i la tin ita te , lo que varios exégetas entienden, creo que con acier­
to, com o un texto en p rosa latina.
E n lo que van m ás allá de lo ju sto , me parece, es en proponer
que ese texto en p ro sa latina sea exactam ente una prosificación de
B abrio. C oncretam ente, a p a rtir de H ervieux se ha pensado (por
Schanz, C rusius, Gaide, en tre otros) que la fuente directa de Aviano
fue una colección latina prosaica de fábulas, o b ra de Julio Titiano,
a la que hace alusión A usonio4, diciendo que es una traducción de
«trím etros esópicos». Se discute si hay uno o dos Titianos y de quién
es esa prosificación latina y se da, sin m ás, p o r decidido que sería
u n a prosificación precisam ente de B abrio ¡como si sólo B abrio h u ­
b iera escrito fábulas en trím e tro s !5
Lo único que afirm a Aviano es que versifica u n a colección en
p ro sa latina y lo único que afirm a Ausonio es que Julio Titiano es­
cribió una colección en prosa latina derivada de trím etro s esópicos.
No se dice que la p rim era y la segunda fueran la m ism a ni que la
o tra d erivaran precisa o exclusivam ente de B abrio. ¿Por qué pos­
tu la r un solo «Esopo» en prosa latina? ¿Por qué p o stu lar que había
3 Su obra la recoge H ervieux en su vol. V, París, 1894, reeditado por Olms
en H ildesh eim , 1970.
4 18, 12, vv. 74 y ss., ed. R. Peiper, Leipzig, Teubner, 1886.
5 Cf. los datos en Gaide, ob. cit., pp. 42 y ss.
Aviano 245

de venir p o r fuerza de B abrio? Por lo pronto, los lectores de este


libro conocen ya una colección en prosa latina que no viene de
Babrio: la del llam ado pseudo-Dositeo, que he estudiado en este
m ism o volum en. Podía hab er m ás. R ecordem os, en el terreno de
las hipótesis, el «Aesopus latinus» propuesto p o r Thiele com o m o­
delo de R ó m u lo 6.
El hecho es que Aviano versifica en dísticos elegiacos u n a co­
lección prosaica latina derivada, en definitiva, de fábulas griegas en
trím etro s yám bicos (concepto bajo el cual puede caber perfecta­
m ente el de coliam bos, pero no es estrictam ente necesario). Con­
viene que nos detengam os un m om ento sobre el hecho del m etro
elegido.
He hecho ver en vol. I, pp. 253 y ss., que la fábula nació en un
am biente de fiesta p o p u lar en que florece la poesía yám bica y que
ello explica que este pie fuera decisivo en su conform ación lite ra­
ria desde el com ienzo m ism o y luego a lo largo de los tiem pos.
Ahora bien, el género yám bico y el género elegiaco están próxim os,
en realidad nacen del m ism o tipo de fiesta: de esto me he ocupado
en otro s lugares 7. Son géneros que con frecuencia cultivan los m is­
m os poetas y que desarrollan tem as sem ejantes.
Hay alusiones a fábulas en elegías de Solón (fr. 11, tem a de la
zorra) y Teognis (347 s. «El p erro que llevaba carne», 601 s. «El la­
b ra d o r y la serpiente»). Se nos tran sm ite (por Diógenes Laercio II 5.
42) un dístico elegiaco supuestam ente com puesto p o r S ócrates en que
aparece Esopo dirigiéndose a los corintios: esto dem uestra, al m e­
nos, que el m etro se consideraba adecuado al género. La invención
arran c a del p asaje del F edón platónico (60 b, 61 b) en que se cuenta
cóm o S ócrates versificó fábulas de Esopo, según él p o r inspiración
del dios de Delfos.
Pero la trad ició n de la fábula elegiaca no acaba ahí. Hay que
añ ad ir las nu m ero sas fábulas contenidas en los epigram as de la
A ntología Palatina, a p a rtir de la época helenística. Añádanse los
fragm entos de fábulas hexam étricas y elegiacas de Crusius, pp. 215
y ss., p o r m ás que contengan m aterial muy m ezclado y necesitado
de estudio; respecto a las p rim eras, recuérdese el precedente de la
B a tra co m io m a q u ia . E n sum a, si Aviano decidió versificar en dísti­
cos elegiacos fábulas anteriores en prosa, no hizo o tra cosa que
o b ra r p aralelam ente a los fabulistas que sucesivam ente escribieron
fábulas en m etro s yám bicos diversos. A p a rtir de Aviano, la fábula
elegiaca alcanzó gran difusión en la E dad Media.

é Cf. vol. I, p. 141.


7 Cf. L íricos griegos, E legiacos y y a m b ó g ra fo s arcaicos, vol. I, 2.a ed., M adrid,
CSIC, 1980, pp. X IV y ss.; y O rígenes d e la lírica griega, M adrid, R evista de O cci­
dente, 1976, pp. 208 y ss.
246 Historia de la fábula greco-latina

Volviendo al problem a de las fuentes, resu lta claro que p erm a­


nece in tacto en el día de hoy. No es gran argum ento, después de lo
que sabem os, el decir que hay 25 fábulas de Aviano de igual tem a
que las de B abrio: hay que consultar el s te m m a de cada una de las
fábulas en cuestión. El que algunas que faltan en B abrio se en­
cu en tren en la P aráfrasis o en el pseudo-Dositeo es claro que no im ­
plica n ad a a favor ni en contra de que hayan estado tam bién en el
B abrio perdido. E n o tro caso, F. G a id e8 dice que dos fábulas (la
12 y 16) «son esópicas: es razonable suponer que han existido en
Babrio» (?); o tra (la 30) la considera derivada de una de B abrio
(la 95), lo cual es evidente, pero lo es m enos que el a u to r de la de­
rivación sea el propio Aviano; cuatro (22, 25, 28, 38) están sólo en
Aviano y n u estra a u to ra afirm a que «quizá han existido» en Ba­
brio. Como se ve, no son grandes argum entos; aunque insisto en que,
en ocasiones, com o hem os de ver, hay ciertam ente derivación a p a r­
tir de B abrio. Es notable, de o tra parte, la dem ostración de que
Aviano, a juzgar p o r ciertos ecos, conocía a Fedro. Pero aquí sí que
acierta n u e stra au to ra al afirm a r que Aviano, salvo estas leves coin­
cidencias, no im ita a Fedro, con una posible excepción (fáb. 37).
E sto es lo m ás im p o rtan te que puede decirse sobre el estado
de la cuestión en relación con Aviano y sus fábulas. P ara la m étrica
y la lengua, rem ito al estudio de F. Gaide; para las tendencias lite­
rarias, a este m ism o estudio, al de J. K üppers 9 y a las conclusiones
que obtendrem os del nuestro. El lector verá que Aviano gusta de
am p liar las fábulas con descripciones, discursos alargados, etc. Cam­
bia los anim ales y, a veces, altera los argum entos, incluso en form a
sustancial: aunque queda el problem a de en qué m edida esto es
cosa suya o de sus m odelos. Con frecuencia lo es de éstos, concreta­
m ente de Babrio; o tras veces puede ser cosa suya. Pues lo que no
puede negarse es un tin te «babriano» general de la colección, inde­
pendientem ente de que cada fábula venga o no del propio Babrio.
N aturalm ente, nos referim os al verdadero B abrio, el que am plía las
situaciones y discursos y gusta del pintoresco y los toques lite ra­
rios; no al que reduce y esquem atiza, im itador p o sterio r de B abrio
que es, sin duda, an terio r a Aviano, pero ra ras veces seguido por
éste.
Puestas así las cosas, se im pone sen tar un m étodo de investiga­
ción p a ra a tac ar el p roblem a de las fuentes de Aviano. E stablece­
m os varios grupos de fábulas de n u estro poeta, que serán estudiados
sucesivam ente:

8 Cf. sobre tod o e sto su libro, pp. 39 y ss.


9 Die Fabeln A vians. S tu d ie n zu r D arstellu n g und E rzä h lw e ise sp ä ta n tik e r
F abeldichtung, B onn, 1977.
Aviano 247

a) Fábulas que, a Io que podem os ver, son de tradición exclusi­


vam ente b ab riana: las versiones conocidas derivan de B abrio. Tam ­
bién la de Aviano, aunque siem pre puede caber la hipótesis de que
Aviano y B abrio vienen de un antepasado com ún (hipótesis sum a­
m ente im probable cuando la fábula de Aviano parece presuponer
la versión de B abrio).
b) Fábulas de tradición com pleja en que, a m ás de Aviano y
B abrio, intervienen versiones independientes de éste, pero en las
que Aviano deriva precisam ente de Babrio.
c) Fábulas que p resen tan un s te m m a de este m ism o tipo com ­
plejo, con presencia de Aviano y B abrio, pero no derivación del p ri­
m ero a p a rtir del segundo. Con frecuencia se puede hacer ver, con­
cretam ente, que Aviano depende de una fuente an terio r a B abrio,
m odelo suyo; o, en todo caso, independiente de él.
d) Fábulas de las que no hay rep resen tan te en B abrio (en el
B abrio que conocem os). A veces puede caber la duda de si Aviano
depende de un B abrio perdido, o tras veces ello es im posible.
e) Fábulas que sólo aparecen en Aviano: pueden ser creaciones
suyas o venir de u na fuente an terio r, sea B abrio o no.

Como quedó anticipado, no pueden obtenerse siem pre conclusio­


nes decisivas pero sí se puede llegar, al m enos, a establecer que
Aviano depende o no depende, según los casos, de B abrio. Cuando no
hay dependencia, se tra ta de establecer sus fuentes y la situación
de las m ism as en el s te m m a de las diferentes fábulas. Y, sum ando
los datos, re co n stru ir las características generales de la colección
latin a p rosaica de que Aviano depende: una colección m ixta, como
tan tas o tras a que nos hem os referido ya.

II. F ábulas de t r a d ic ió n e x c l u s iv a m e n t e b a b r ia n a :
A v ia n o d e r iv a de B a b r io

E ste grupo está integrado p o r unas pocas fábulas (8 concreta­


m ente) cuyo análisis en nu estro s Apéndices hace ver que presentan
u n a redacción de B abrio y o tra u o tras de ella derivadas. Se tra ta
ya de fábulas de no H. ya de unas poquísim as (3) del final de la
colección de H. (F. An.). E stas ú ltim as no p resen tan m aterial de la
A ugustana, sino de Ib o Ι Ι Ι γ o ΙΙΙδ.
No vam os a ocuparnos aquí de ju stific ar la relación de depen­
dencia respecto a B abrio de las dem ás colecciones, sobre todo Par.
y Dod. y tam bién, com o acabam os de ver, versiones secundarias de
las Anónimas (en realidad, p aráfrasis que han penetrado en los m a­
nuscrito s de éstas). R em itim os p a ra ello al estudio de las colecciones
respectivas y, en general, a los Apéndices. Aquí nos ocupam os ex-
248 Historia de la fábula greco-latina

elusivam ente de las relaciones en tre B abrio y Aviano: las dem ás co­
lecciones no tienen relación alguna directa con éste.
Conviene saber, de o tra p arte, que en algunas fábulas sólo hay
versiones de B abrio y Aviano; y que, inversam ente, en H. 282 «El
calvo», no se ha conservado la versión de B abrio, pero es seguro
que existió p o rque en Ι Ι Ι γ y en Par. se hallan m uchos restos de
verso bab rian o (nótese que al em pezar la fábula p or φαλακρός caía
en la porción p erd id a de Atoo).
P or supuesto, no es a p rio ri im posible que algunas de estas fá­
bulas tengan u na tradición a n te rio r de la cual dependa B abrio, no
siendo fácil elucidar si Aviano, estrecham ente relacionado con él,
depende a pesar de todo de ese supuesto modelo: solam ente, llamo
la atención sobre que, en ese caso, acum ulam os dos hipótesis inde­
m o strad as (e indem ostrables) u n a encim a de otra. Por o tra parte,
hay al m enos algunas de estas fábulas que parece razonable consi­
d erar com o creaciones nuevas o com o derivadas de una tradición
que sólo en fecha reciente p en etró en Grecia. Es verosím il que Ba­
brio sea su cread o r o in tro d u cto r.
Así, H. 263 ( = Av. 19) «El abeto y la zarza», con su victoria de la
zarza y su tem a de la cuña hecha de la m adera del árbol al que aba­
te, parece una clara contam inación de dos fábulas: «El laurel y el
olivo», del Y a m b o IV de Calimaco (de aquí salieron tam bién H. 233,
263), en que la zarza es denostada p o r los dos árboles; y H. 262 «Los
leñadores y la encina» (tem a de la cuña). No H. 212 «El rató n y el
toro» ( = Av. 31: el toro no puede con el ratón, que le ha m ordido)
recoge tem as de H. 155 «El león y el ratón», H. 267 «El león y el
m osquito» y H. 260 «La pulga y el atleta». No H. 247 ( = Av. 14) «La
m adre del m ono y Zeus» hace eco del tem a frecuente del concurso
de belleza p ara ser rey de los anim ales, concurso presidido por
Zeus, y de la elección del m ono com o rey en un concurso de este
tipo (H. 83), con la b u rla consiguiente de la zorra.
No son éstas las únicas fábulas que derivan claram ente de m o­
delos griegos an terio res: en realidad, lo hacen todas, salvo H. 281
( = Av. 17) «El león y el arquero», que es el otro caso antes aludido.
Posiblem ente se tra ta de u n a fábula egipcia (aunque la versión egip­
cia conservada p resen ta el influjo de la fábula griega de «El león
y el ratón, H. 155), es decir, sería una m ás en tre las varias fábulas
orientales de B abrio. Cf. vol. I, p. 726, con una hipótesis diferente.
Las dem ás fábulas de trad ició n exclusivam ente babriana y de
derivación secundaria son: no H. 59 ( = Av. 32) «El boyero y H era­
cles», tem a de «a dios rogando y con el mazo dando», que puede
venir de H. 30, pero con introducción del héroe cínico Heracles;
no H. 99 ( = Av. 23) «H erm es y el escultor», brom a irreligiosa com o
o tras tan tas relacionadas con H erm es; y no H. 156 ( = Av. 7) «El
p erro que llevaba una cam panilla», quizá sobre el tem a de H. 193 «El
Aviano 249

asno que llevaba u n a imagen»: am bos anim ales se jacta b an to n ta­


m ente. No veo m odelos claros de H. 282 ( = Av. 10) «El calvo».
Parece verosím il que, en térm inos generales, sea B abrio quien
ha creado estas fábulas, com o ha creado o tras varias de tem as se­
m ejantes; o quien h a introducido u n a fábula oriental. Y que, tam ­
bién en térm inos generales, sea asim ism o B abrio el m odelo de
Aviano.
Conviene n o ta r que en todos los casos las fábulas de B abrio son
de extensión m edia, de un m ínim o de 8 versos: nunca son del tipo
abreviado de situación, sospechoso de no p erten ecer al poeta. Ade­
m ás, que con una excepción (no H. 212 = Av. 31) en que la exten­
sión de las versiones de B abrio y Aviano viene a ser la m ism a,
en todos los dem ás casos Aviano am plía considerablem ente situ a­
ciones y discursos.
Un caso especial es el de no H. 99, fábula ya citada, pues en él
las diferencias en tre las dos versiones son grandes, no se tra ta de
m eras diferencias de estilo. E n B abrio se tra ta de un escultor que
duda en si vender un H erm es que ha tallado a un cliente que quiere
colocarlo en un sepulcro o a o tro que quiere dedicarlo com o dios.
H erm es se le aparece e ironiza sobre el poder del escultor p ara
hacerle m u erto o dios. Pues bien, en Aviano ya no se tra ta de H er­
mes, sino de Baco y el relato es m ucho m ás to rp e y falto de gracia,
el dios, de o tra parte, no se nos dice que se le aparezca en un sueño.
Es éste un ejem plo en que la derivación a p a rtir de B abrio parece
especialm ente clara: el tem a de H erm es trata d o con cierta irónica
irreligiosidad es m uy característico de este poeta, que p o r lo
dem ás sigue u n a tradición antigua sobre la presencia de este dios
en las fábulas. Baco es un in tru so y el trata m ien to de Aviano se­
cundario.
Un caso com o éste y otro que verem os a continuación inclina
la balanza a favor de la derivación de Aviano a p a rtir de B abrio.
P or o tra p arte, cuando hay en tre las dos versiones sim ples dife­
rencias de am pliación retórica, debe pensarse que son secundarias,
no de un m odelo p reb ab rian o recortado p o r este poeta: no es su
m an era de proceder, ya lo sabem os. Añado, finalm ente, que el ap a r­
tado siguiente ofrece casos de derivación indudable de Aviano a
p a rtir de B abrio allí donde podem os controlar, m ediante otros tes­
tigos, la situación de éste en el ste m m a . Aquí no podem os, pero
esas consecuencias deben am pliarse.
Finalm ente, hay p o r lo m enos u n a fábula que nos perm ite ver
que la derivación no p a rte del propio B abrio, sino, com o debíam os
esperar, de u n a prosificación del m ism o. Se tra ta de H. 281 «El
arq u ero y el león». Aquí Aviano am plía, com o de costum bre, y sus­
tituye el león original p o r un tigre, pero, ap a rte de esto, hay un
m om ento en que está próxim o no a B abrio, sino a sus derivados
250 Historia de la fábula greco-latina

Par. y F. An. III. Pienso, efectivam ente, que Av. n u n c tibi, qualis
eram , n u n tiu s ille r e fe r t debe com pararse con Par., F. An. Ι Ι Ι γ
δέξαι και ΐδέ τον έμόν άγγελον πρώτον οίός έστί (texto obtenido com bi­
nando am bos), y no con B abrio τ φ δ’ άγγέλφ μου πρώ τον έντυχών γνώση
τί σοι ποιητέον έστι. Hem os de ver que en tre B abrio y sus derivados
bizantinos se in terp o n en u n a o m ás p ra rá frasis en prosa: m uy p ro b a­
blem ente sobre u n a de éstas, antigua, se hizo la versión latina, tam ­
bién prosaica.

III. F ábulas de t r a d ic ió n c o m p l e ja en que A v ia n o d e r iv a de B a b r io

Un p rim er grupo es el de aquellas fábulas en las cuales B abrio


deriva de un m odelo p rim ario único, que altera, norm alm ente am ­
pliándolo: com parando Aviano con los dem ás rep resen tan tes del
m odelo (F. An. y eventualm ente algún otro), se ve que continúa las
m odificaciones de B abrio, am pliándolas aún.
Así, en el caso de H. 18 «El pescador y el boquerón» ( = Av. 20)
B abrio am plía F. An., con coincidencias léxicas, y a su vez Aviano
am plía el discurso final del pez. Hay coincidencias Av. = F. An. fren ­
te a B abrio. Igual o cu rre en H. 168 «El lobo y el cordero» ( = Av. 42):
B abrio am plía el m odelo m ejor conservado en F. An., Aviano le si­
gue, pero cam bia el recinto sagrado de B abrio (en F. An. era un tem ­
plo) p o r una ciudad llena de tem plos que rep resen tan o tro s tantos
peligros p ara el cordero. Las cosas son igual en H. 270, sólo que
hay tam bién otro s testigos, Par. y Dod.; B abrio am plía y parafrasea,
Aviano le sigue y aun va m ás allá. Véase, adem ás, la coincidencia
de am bos, p o r ejem plo, en el verso inicial, m uy diferente del de F. An.,
que conserva un esquem a m ás arcaico, con restos m étricos {δάμαλις
δρώσα βουν, con u na inversión).
No es m uy d iferente lo que o cu rre en o tras fábulas en las que
B abrio depende de una línea p rim aria tam bién única, pero que p ro ­
duce un derivado secundario: sólo que den tro de las versiones de
esa línea secundaria se pueden h allar cosas coincidentes con él y
elim inadas de F. An., en la prim aria. Hay casos claros en que Avia-
no deriva de B abrio. Lo podem os co n tro lar aún m ejo r que en el
caso an terior.
E ste es el caso de una fábula a que hem os aludido repetidam ente,
H. 71 «La encina y la caña» ( = Av. 16), que es sabido que presenta
en la A ugustana 239 la versión p rim aria y en 71 la secundaria. Ba­
b rio sigue la prim aria, junto, tam bién, con Par., pero m u estra res­
pecto a H. 239 algunos arcaísm os, que incluso nos llevan a Sófo­
cles, el m odelo original, y que o tras veces coinciden con Aftonio, en
la versión secundaria (cf. Apéndice I). Pues bien, B abrio p resen ta
igualm ente innovaciones, tales com o la escena inicial con el viento y
Aviano 251

el río a que se en frenta la encina, el estu p o r de ésta cuando es


a rra stra d a p o r el río y ve intactas las cañas de la orilla: todo esto
se m antiene y aun se am plía en Aviano.
S em ejantes son las cosas en H. 199 «El asno y la piel de león»
( = Av. 5), sólo que aquí B abrio es, en general, m ás conservador
que F. An., que in troducen a la zorra al final de la historia (en vez
del τις de B abrio); de todas m aneras, contienen un nuevo final
«ya que eres u n asno no im ites al león» que q u ita chispa al antiguo,
en el cual el león dice al asno que tam bién él se h ab ría asustado al
oírle rebuznar, de no saber que se tra ta b a de un asno. Pues bien,
Aviano, ap a rte de in tro d u cir una am pliación im p o rtan te en el cen­
tro de la fábula, sigue el m odelo conservador de B abrio, pero altera
éste al final. O tro caso sem ejante es H. 259 «La tortuga y el águi­
la» ( = Av. 2); B abrio am plía y Aviano le sigue, si bien varía el final.
Es notable que en el caso de H. 114 «La cigarra y la horm iga»
( = Av. 34), las cosas son o tra vez igual, siendo así que ya hem os
visto que esta fábula, que las ediciones de B abrio dan con el n ú ­
m ero 140, es, en realidad, la del pseudo-Dositeo 17: obra, creo, de un
im itad o r de B abrio. H em os visto (pp. 78 y s.) que en esta versión
quedan versos com plem entarios con los de F. An. Ib y III y los de
Dod. Pero es de la versión de «Babrio» de la que parece beber direc­
tam en te Aviano. Su am pliación inicial arran ca del m om ento de la
fábula b ab rian a en que la horm iga secaba los granos ante su cueva
en el verano (Aviano añade, b astan te ineptam ente, que en invierno
la horm iga escoge los granos húm edos dentro de su cueva). Tam ­
bién coinciden en el γελάσας B., rid e n s Av.: el final está am plia­
do p o r Aviano.
Si esta fábula, com o pienso, no procede de B abrio, ello no dice
nada co n tra las tesis aquí defendidas, sino al contrario: tam bién
fábulas coliám bicas ajenas a B abrio fueron m odelo de Aviano. Ya
hem os anticipado que no siem pre es B abrio el im itado: Aviano im i­
ta versiones ajenas a él de las fábulas que él conoce y o tras nuevas
que desconoce. Cierto que a veces puede pensarse que las conoció y se
perdieron en n u estro s mss.: pero esto h abría que dem ostrarlo y
cuando Aviano está próxim o a versiones que conservam os y que de­
rivan d irectam ente del verso helenístico, la hipótesis pierde en v
rosim ilitud.
Finalm ente, queda otro grupo de en tre las fábulas que estam os
estudiando: el de las fábulas en que B abrio, im itado p o r Aviano,
pertenece a u n a ram a secundaria de la tradición. Es fácil pensar
que éste es un problem a (ya atendido p o r nosotros) cuando se es­
tud ian los orígenes de la colección de Babrio: p ara Aviano se tra ta
sim plem ente de fábulas de B abrio iguales a las dem ás. Pero es in­
teresan te co m p ro b ar que en estas fábulas, B abrio, que es m ás evi­
252 Historia de la fábula greco-latina

dente que nunca que viene de una ram a innovada (en un caso él
es su único testigo), es el m odelo de nuestro poeta.
E n H. 163 «El lobo y la vieja» ( = Av. 1) los rep resen tan tes de
la ram a secundaria son B abrio y Aftonio (F. An. y Dod. están en
la p rim aria). Es una versión reducida en que faltan el comienzo
y final y se h ab la de τίτ'όη en vez de γραΰς. Ahora bien, dentro de
ella B abrio se distingue, en tre o tras cosas, por un nuevo final en
que la loba increpa al lobo que vuelve fracasado: final que es m an­
tenido y am pliado p o r Aviano.
Finalm ente, tam bién en H. 249 «El pavo real y la grulla» ( = Av.
15), B abrio es una derivación secundaria (único testigo, en este caso,
de esta ram a); se caracteriza, en tre o tras cosas, p o r elim inar el dis­
curso del pavo. Le sigue Aviano en esto y otras cosas; p o r lo de­
m ás, p resen ta tam bién aquí algunas am pliaciones y, curiosam ente,
re co rta el discurso final de la grulla.

IV. F ábulas d e t r a d ic ió n c o m p l e ja en que A v ia n o


n o d e r iv a de B a r r io

Las fábulas estudiadas en el ap a rtad o anterior han confirm ado,


creo, la existencia, sin lugar a dudas, de im itaciones p o r p a rte de
Aviano del m odelo representado p o r Babrio. El e rro r de los estu ­
diosos m odernos es generalizar: p re te n d er que todas las fábulas de
Aviano derivan de B abrio. Conociendo com o conocem os los hábitos
de los auto res de colecciones de fábulas, que p rácticam ente sin ex­
cepción beben en fuentes diversas, esto resu ltaría extraño. Un estu ­
dio de o tras varias fábulas de Aviano dem uestra que el fabulista
latino no es excepción a la regla: en fábulas de tradición m ás o m e­
nos próxim a a la de las an terio res puede verse que, com o antici­
pam os, Aviano bebe de m odelos bien previos a B abrio, bien inde­
pendientes de él.
Se ven m uy claras las cosas en aquellas fábulas en que depende
de un m odelo p rim ario en el que tam bién B abrio se basa, indepen­
dientem ente de que este m odelo haya o no producido uno secunda­
rio. D eterm inadas coincidencias de Aviano con otros testigos hacen
ver que es de dicho m odelo prim ario del que directam ente desciende,
a lo que podem os ver; no, en todo caso, de Babrio.
Así en H. 242 «El toro y las cabras salvajes» ( = Av. 13), en que
Aviano depende de la línea prim aria, en que interviene el m acho
cabrío (tres en pseudo-Dositeo), y F. An. y Sy. de la secundaria, en que
en tra n las cabras, línea abreviada. Pues bien, B abrio am plía, cam ­
biando el cierre del toro: tam bién lo m odifica pseudo-Dositeo. Aviano
está m ás próxim o al cierre original, conservado p o r F. An. y S. De un
m odo sem ejante, en H. 287 «La rana y la zorra ( = Av. 6), fábula
Aviano 253

con u na línea p rim aria sin secundaria, Aviano coincide en el final


con Aftonio y Tem istio y no con B abrio. En H. 249 «El lobo y el
perro» ( = 37), Aviano coincide a veces con Fedro fren te a Babrio,
careciendo de ciertas am pliaciones de este últim o 10.
E n o tra ocasión todavía, H. 211 «La serpiente y el cangrejo»
( = 3), B abrio y Aviano pertenecen, ju n to con T etr., Par., Aftonio, a
una versión p rim aria que tiene al lado una segunda versión p rim aria
en F. An.: son dos versiones m uy diferentes de la m ism a fábula. Pues
bien, Aviano viene del m odelo de la p rim era de las dos versiones p ri­
m arias; y en p a rte coincide con B abrio, así en el comienzo, pero el
final está m ás próxim o a Aftonio (fa c ia m , si m e p ra ecesseris = ήγού
τής οδού... καί... πειράσομοα). B abrio (o u n im itador suyo) reduce y
altera.
Con m ayor razón puede p ostularse la independencia de los dos
fab ulistas allí donde hay dos ram as diferentes del s te m m a y Aviano
parece no re flejar esta escisión, sino venir de un m odelo m ás an ­
tiguo todavía. E ste es el caso de H. 243, en que hay dos prosificacio-
nes interm edias; y los de H. 46, 89 v no H. 183, en que hay dos y aún
tres versiones p rim arias.
H. 243 «Los hijos del mono» (= 35) p resen tan una línea con
F. An. y o tra con Par., Babrio. E sta segunda es seguida por Aviano
(m ás am plio, en todo caso) en algunos m om entos, pero el final es
análogo a F. An. (m uerte del m ono m im ado) y carece del nuevo
rasgo de la línea derivada (el m ono es expulsado y vive en el m onte).
Tam bién carece de la oposición «al que... pero al que...». Sin duda
Aviano viene del original, antes de las m odificaciones introducidas
'en él p o r F. An.
Veamos las fábulas con dos versiones prim arias. H. 46 «El Bo­
reas y el Sol» (= Av. 4) ya hem os visto (p. 107) que produce dos
ram as, la de F. An. y Dod. y la de Par. y B abrio (am pliado).
Pues bien, en Aviano hay elem entos com unes a am bas y uno propio
solo de la segunda, el v ic to r de 1. 15, que rem onta seguram ente al
original; falta, de o tra parte, el tem a de la cueva en que el viajero
tra ta de refugiarse, que es innovación del segundo modelo. Cierto
que tam bién falta el baño final, propio del prim ero. Probablem ente
Aviano deriva de una versión m uy antigua de la fábula.
S em ejante es la situación de H. 89 «La oca de los huevos de
oro» (= Av. 33), en que se oponen F. An. I y Sy. a Par., Dod., F. An. II I
y B abrio. Aviano p resen ta coincidencias notables con la ram a p ri­
m era: habla de oca y no de gallina, p resen ta el tem a de F. An. I
ούκ αναμείνας = n o n tu lit ... m oras. Pero en o tras ocasiones va con
el segundo m odelo: grande ra tu s p r e tiu m u o lu cris de m o rte re fe ­
rri — Par. áDpóov πλούτον έλπίσας εύρεΐν. O va con testigos de una

10 Cf. ya F. Gaide, ob. cit., p. 45.


254 Historia de la fábula greco-latina

u o tra línea, pero no con F. An. ni Babrio: in g e m u it y lo que


sigue, cf. Synt., F. An. I l l , Par., Dod. Parece, o tra vez, que hem os
de p o stu lar un m odelo m uy antiguo, desde luego, no de la línea de
Babrio.
El caso de no H. 182 «El león y los tres toros» ( = Av. 18) es muy
notable. Ya en p. 68 señalam os la existencia de dos antiguos m ode­
los, uno deducido a p a rtir de B abrio, Aftonio y Tem istio (los dos
p rim ero s de los cuales han convertido los dos toros originales en
tres) y otro, resum ido, que ha ido a p arar a las fábulas siriacas (con
dos toros). Aviano va en general con el p rim er modelo, pero coincide
con S. en algo im po rtante: solo estas versiones y nuestro fabulista
describen cóm o los toros se defendían del león entrecruzando los
cuernos. Sin em bargo, Aviano ha conocido un m odelo m ás antiguo
que el de S., que ha elim inado el comienzo de la fábula. Es, sin duda,
el m odelo del que derivan am bas ram as.
E n o tra fábula, finalm ente, nos hallam os probablem ente ante una
trad ició n escindida desde el comienzo en tres ram as: Aviano no p er­
tenece a la de B abrio. Esto ocurre en no H. 141 «La alondra y el
labrador» ( = Av. 21). En esta fábula es muy difícil establecer rela­
ciones de derivación en tre las versiones de Aviano, Ennio y Babrio;
quizá, com o proponem os en p. 351, las tres vengan de un m ism o
m odelo que h an alterado independientem ente. En todo caso, en
Aviano, com o en Ennio, se habla de la m adre, no del padre com o en
B abrio: es independiente de éste.
Todo lo visto h asta aquí no solo confirm a lo anticipado desde
el com ienzo sobre la independencia de Aviano respecto a B abrio en
m uchas ocasiones. Añade algo extrem adam ente im portante: sus m o­
delos son a veces m uy antiguos, previos a las fábulas derivadas de
un único m odelo p rim ario y a la creación de dos y aun tres m odelos
prim arios. Aviano, que a veces utiliza la colección de B abrio, en o tras
ocasiones sigue m odelos muy antiguos, sin duda m odelos en verso
helenístico prosificado. C iertam ente, solo en el caso de H. 46 puede
quizá p ostularse, y no es seguro, que se tra ta de un m odelo an te­
rio r a los m odelos m étricos a que podem os rem ontarnos. En general
hem os hablado bien de versión p rim aria única, bien de dos o más
versiones p rim arias pero sin huellas de verso diferente. En todo
caso, Aviano parece rem ontarse a veces al m odelo de toda la tra ­
dición y aun al m odelo de los m odelos diferenciados de la tradición.

V. F ábulas de las que no h a y v e r s ió n en B a b r io

Parece evidente, después de todo lo dicho, que allí donde la fá­


b u la de Aviano no está testim oniada en B abrio pueden o c u rrir dos
cosas: que no haya existido en él o que haya existido y, en este
Aviano 255

últim o caso, que Aviano haya im itado a B abrio o no. N aturalm ente,
es im posible alcanzar seguridades en este terreno. Pero hay algunas
fábulas en las cuales es m ás posible que en o tras que haya habido
un m odelo bab rian o perdido.
E n p rim er lugar, dos fábulas en las cuales Aviano m odifica m u­
chísim o el único m odelo p rim ario de que tenem os noticias. Me
refiero a H. 280 «El río y el cuero» ( =Av. 41) y a H. 289 «El tro m ­
p eta (= Av. 39). La p rim era fábula nos es conocida por F. An. II I γ
y Par., que p resen tan huellas de una antigua fábula en cuatro versos
que no alcanzam os a decidir si son babrianos o no; Aviano da una
larga fábula que altera com pletam ente el argum ento, ya no se tra ta
del río y el cuero sino de la lluvia y los vasos de arcilla; pero el
tem a es idéntico. La segunda fábula tiene una tradición parecida,
p ero los restos (abundantes) de verso en F. An. II I α, δ y Dod. son
helenísticos; Aviano, una vez m ás, am plía m uchísim o y altera el a r­
gum ento, ya no es el tro m p eta el que es m uerto, es la propia tro m ­
peta la que es a rro ja d a a las llam as (por el m ism o m otivo de excitar
a la guerra, p o r lo dem ás).
Q ueda ab ierta la hipótesis de que Aviano dependa de una a ltera­
ción previa a B abrio; pero tam bién hay casos de alteración to tal de
los argum entos p o r Aviano, véase m ás adelante. P odría proponerse,
incluso, que la tradición de H. 280 es una fábula breve del pseudo-
B abrio, que sería fuente tanto de F. An. II I γ y Par. como, con a lte ra ­
ción del argum ento, de Aviano.
No hay seguridad, pues. Hay, todo lo m ás, posibilidades. E igual
en no H. 75 «Las dos ollas» (= Av. 11) en que toda la tradición con­
siste en Par. y en Aviano, que am plía sin alterar, esta vez, el argu­
m ento. Bajo Par. hay un m odelo m étrico, posiblem ente en cuatro
versos no se ve bien si babrianos. Quizá es de un derivado del pseu-
do-Babrio. El caso sería com parable al de H. 114 «La horm iga y la
cigarra», en que el pseudo-Babrio es el m odelo de Aviano.
En o tras ocasiones las probabilidades están a favor de que Avia-
no no deriva de B abrio, o inexistente o que p resen ta alteraciones
propias. Es el caso de H. 66 «Los cam inantes y el oso» ( = Av. 9), en
que Aviano sim plem ente am plía un m odelo del que hay huella en
F. An., con m ucho verso helenístico: lo notable es que B abrio 14
(4 líneas, pseudo-Babrio muy posiblem ente) re p resen ta un derivado
de tem a m uy alterado. C ierto que teóricam ente pudo h ab e r una
versión de B abrio, desechada p o r el com pilador bizantino que reco­
gió la nueva versión, pese a todo próxim a. Pero es una hipótesis
com plicada e innecesaria. E n tre el m odelo helenístico y Aviano no
se ve necesidad de un interm edio en Babrio.
Y lo m ism o en el caso de H. 119 «El cam ello y Zeus» ( = Av. 8),
donde Aviano sigue igualm ente la línea p rim aria de que deriva F. An.
y no ninguna de las dos líneas secundarias: la de Aftonio, m étrica,
256 Historia de la fábula greco-latina

y la de Par., Dod., Sy., derivada de cuatro versos babrianos. En este


caso, si ha existido un B abrio o pseudo-B abrio que recogiera esta
fábula, estab a en la línea secundaría, no en la p rim aria seguida p o r
Aviano.
La argum entación es m enos decisiva cuando una fábula solo tiene
un m odelo p rim ario , sin derivados secundarios; y un m odelo con
verso helenístico. Me refiero a H. 61 «El lab ra d o r y la Fortuna»
( = Av. 12) y a H. 162 «El lobo y la cabra» ( = Av. 26): se tra ta de
dos fábulas en las que el tem a, a m ás de en Aviano, está en F. An.
(en el segundo caso, tam bién en Sy.). Aviano re p resen ta una sim ple
derivación del modelo. En H. 162 es notable que Aviano ya coincide
con F. An. (el lobo «vió» a la cabra) ya con Sy. (estilo directo del
lobo). O sea, com o en ocasiones anteriores, podem os com probar que
Aviano viene de un m odelo antiguo, no de derivaciones.
D iferente es el caso de H. 264 «El hom bre y el león que cam ina­
ban juntos» ( = Av. 24), fábula ya estudiada p o r nosotros (cf.
pp. 222 y 230). Aquí Aviano procede de la línea secundaria, como
en o tras ocasiones; es una línea secundaria en la que figuran tam-
bión Aftonio y pseudo-Dositeo, que dejan reconocer un verso rem o­
delado derivado del prim ario. Ya coincide con Aftonio, ya con pseu-
do-Dositeo: luego viene del m odelo de am bos. Es una hipótesis inne­
cesaria la p resencia de B abrio com o escalón interm edio (el verso
rem odelado en cuestión es helenístico). De hallar algún lugar B abrio
en la trad ició n de esta fábula, sería en la línea prim aria, donde ap a­
recen Par. y Dod. (que, por lo dem ás, presentan restos de verso
helenístico com plem entarios con los de F. An.).
D iferentes son los casos de dos fábulas en las que existen dos
o m ás m odelos p rim arios, perteneciendo Aviano a uno de ello
que exista indicio alguno de que haya habido una versión de B abrio
derivada del m ism o. C oncretam ente, en H. 35 «El hom bre y el sá­
tiro» ( =Av. 29) los dos m odelos dejan derivados, respectivam ente,
en F. An. y en Par., Av.: am bos p resen tan verso helenístico. Aviano
p resen ta u na derivación de Par., relativam ente extenso: una vez m ás,
no se ve que haya lugar p a ra B abrio d en tro de e s ta tradición.
Igual en H. 12 «La zo rra y el leopardo» ( = Av. 40), donde están tes-
tim onados n ada m enos que tres m odelos m étricos helenísticos: en
F. An., en Par. y en P lutarco. E ste p resen ta elem entos de los otros
dos, debe de venir de una form a previa a ellos. Pues bien, curiosa­
m ente en Aviano y tam bién en T etr. hay coincidencias ya con Par.
(Av. g a u d e n te m , Par. έκαυχατο, T e tr. κα υχατο; Av. c o n siliu m p u lc h riu s,
Par. κρείττονa... γνώμην), ya con Par. y Plu. (Av. p ic ta e n im iu m co n fid e
iu u e n ta e, Par. ποικιλοτέραν δέρριν, Plu. τό σώμα. καί τήν επιφάνειαν εύαν&ή
καί κατάστικτον, T etr. ποικίλμασιν), ya con F. An. (la oposición «cuer-
po»/«alm a variopinta», tam bién en T etr.) Pienso que m uy posible­
m ente Aviano venga de un cu arto m odelo, com ún a Tetr. (cf. tam-
Aviano 257

bién Av. co rrip it, T etr., κατευτελιζε), m odelo m uy antiguo, derivado di­
rectam en te de la fuente com ún.
Hago, finalm ente, alusión a no H. 143 «La corneja sedienta»
( = Av. 27) que sólo se encuentra en pseudo-Dositeo y Aviano, ap a rte
de u na versión variada en AP (y de una alusión en Plinio). Aviano
puede venir fácilm ente del m odelo del pseudo-Dositeo, m odelo m é­
trico; p ero no hay razón alguna p a ra negar la hipótesis de que, con­
trariam en te, venga de la traducción latina del m ism o, fuente de Ró­
m ulo. Si así fu era tendríam os p o r una vez ante nosotros el m odelo
latino prosaico de Aviano. Con los datos que tenem os, no puede afir­
m arse ni negarse. En todo caso, B abrio queda una vez m ás lejos.
Todo lo a n te rio r obliga, tam bién en este caso, a m odificar las
ideas hoy aceptadas sobre Aviano, en el sentido antes referido.

VI. F ábulas so lo t e s t im o n ia d a s en A v ia n o

Quedan, p ara concluir, cinco fábulas que solo en Aviano aparecen:

no H. 175 «El ansioso y el envidioso» ( = Av. 22)


no H. 261 «El pez de río y el gobio» ( = Av. 38)
no H. 270 «El niño y el ladrón» ( =Av. 25)
no H. 275 «El rú stico y el novillo» ( = Av. 28)
no H. 289 «El cerdo sin corazón» ( = Av. 30)

De estas fábulas hay una, la ú ltim a de ellas, que es a todas luces


u n a derivación de B abrio 95, a su vez proveniente de Arquíloco: es
decir, de la fábula en que la zo rra a tra e p o r dos veces al ciervo a
la caverna del león y cuando el león le m ata com e su corazón, dicien­
do luego al león que era un anim al que no tenía corazón. La nueva
versión, en que el jab alí sustituye al ciervo, el cam pesino a la zorra
y su am o al león, proviene m uy probablem ente del propio Aviano:
en todo caso, no de B abrio, pues no se da el caso de la presencia en
su colección de dos fábulas del m ism o tem a.
Las dem ás fábulas están creadas librem ente sobre fábulas o te­
m as tradicionales: no podem os saber si p o r Aviano o p o r algún
p red eceso r suyo, B abrio u otro. La p rim era, anécdota hum ana sobre
el tem a de la envidia, con un m ito ficticio, no parece ten er prece­
dentes d en tro de la tradición fabulística. Tam poco la segunda, la del
pez de río y el de m ar: la coincidencia con B abrio 5.8 11 es perfecta­
m ente accidental y sin interés. El tem a, el de la verdadera realidad,
sí que es frecuente en la fábula cínica. En cuanto a «El niño y el
ladrón», con su tem a del ladrón codicioso engañado p o r el niño, es

11 Notada por Crusius, cf. R E II, c. 2376.


258 Historia de la fábula greco-latina

igualm ente nueva, aunque el punto de p artid a puede estar en H. 184,


que em pieza p resen tan do a un niño ju n to a un pozo. Finalm ente, la
fábula del rú stico y el novillo es u n a ilustración m ás del poder de la
naturaleza y no creo que provenga de B abrio 112.3 l2, sim ple coinci­
dencia m uy rem ota.
Hem os visto en las páginas anteriores que Aviano tiene capaci­
dad p ara am p liar y a lte ra r las fábulas, incluso de una m anera sus­
tancial. N ada de extraño que se haya perm itido, com o casi todos los
fabulistas, el lujo de crear unas pocas sobre tem as o m otivos tra ­
dicionales. Aunque tam poco estam os en condiciones de negar de un
m odo absoluto que en todos o algunos de estos casos dependa de un
precedente an terio r. Pero que la fuente sea sistem áticam ente Babrio,
esto hem os de negarlo en este caso igual que en los dem ás.

VII. C o n c l u s io n e s

E n realidad h ab ría que hacer una distinción en tre la fuente pro­


saica latina de que Aviano según propia confesión deriva y el propio
poeta. En la m edida en que dicha versión deriva de B abrio y, m ás
concretam ente, según hem os visto, de una prosificación griega de
B abrio, las grandísim as am pliaciones y alteraciones que presentan
las fábulas correspondientes de Aviano a él hay que atribuírselas.
P aralelam ente, a él hay que a trib u ir igualm ente diferencias m uy no­
tables respecto a otro s m odelos que podem os re co n stru ir en m ayor
o m enor m edida. Y es m uy verosím il que añadiera algunas fábulas
propias, las m encionadas en últim o lugar. La capacidad de innova­
ción y creación de n u estro poeta, su deseo de originalidad, es m ani­
fiesto.
Se ve tam bién p o r la presencia en sus versos de im itaciones del
lenguaje de Fedro, Ovidio y Virgilio, ejem plificadas p o r F. Gaide 13.
Y p o r las e k p h ra se is retóricas, el cam bio de anim ales, la alteración
de los argum entos. C iertam ente, a veces Aviano procede con cierta
prem iosidad y torpeza, que no excluye la obscuridad.
Por o tra p arte, hay que re co n stru ir el m odelo latino: en un caso,
el de^ia fábula del niño y el escorpión, hem os visto que quizá lo
poseam os en el pseudo-Dositeo. En todo caso, podem os hacernos
un a idea del m ism o: com prendía todas las fábulas de Aviano salvo
las originales de éste y poseía tam bién, m uy posiblem ente, otras fá­
bulas d ejad as de lado p o r n u estro fabulista. Claro que no podem os
excluir que tam bién éste contribuyera al carác te r m ixto de su co­

12 Com o propon e C rusius, lug. cit. Cf. tam bién F. G aide, ob. c it., p. 41.
13 Ob. cit., pp. 43 y ss., 46 y ss.
Aviano 259

lección, tom ando fábulas de aquí y allá: aunque su prólogo parece


excluir esta hipótesis.
E n todo caso, la base de p artid a de Aviano es, com o en todos los
fabulistas que h asta ahora hem os estudiado, m ixta. Tenem os fábu­
las procedentes de B abrio y o tras a todas luces ajenas a Babrio, ju n to
a algunas en que no podem os decidirnos tajan tem en te en tre las dos
posibilidades. Tenem os algunas procedentes del pseudo-Babrio, muy
probablem ente. Pero ju n to a estas fábulas «m odernas» tenem os
o tras antiguas: proceden del m odelo de versiones p rim arias únicas
de ciertas fábulas, o de una de las versiones prim arias de las m is­
m as, o de u na versión secundaria. Se tra ta a veces de los m odelos
del propio B abrio, o tras de m odelos diferentes del seguido p o r éste
o, sim plem ente, de m odelos antiguos de fábulas que B abrio no re­
cogió. Pero existen incluso casos en que Aviano sigue un m odelo muy
antiguo, previo a la escisión de la tradición en ram as diferentes;
aunque no podem os asegurar que llegue m ás a trá s de las diferentes
versiones m étricas, esto es, a Dem etrio.
Es notable esta m ezcla de fábulas babrianas (incluidas algunas
de las creaciones propias de B abrio), pseudo-babrianas y de fábulas
de la m ás antigua tradición griega. C iertam ente, incluso las fábulas
siriacas y m uchas fábulas bizantinas trab a jan sobre m odelos anterio­
res a las F. An.; pero aquí se va con frecuencia m ás lejos. Y con un
escalonam iento notable: versiones prim arias de la línea de F. An. o
de o tra, versiones secundarias tam bién en iguales circunstancias; y
versiones m ás antiguas, a veces, que unas y otras. Se tra ta de una
verdadera antología de fábulas m uy dispares, próxim a o alejada a
B abrio o las F. An. según los casos, y que recoge m odelos m ás an­
tiguos que estos, en otros.
Aviano contribuyó a darle unidad con su estilo retórico y sus am ­
pliaciones y alteraciones que sin duda su público apreciaba; y la
com pletó con creaciones suyas. Por lo dem ás, parece claro que, a
efectos de estilo y gusto literario, aunque no siem pre del fondo de las
fábulas, es B abrio su modelo. Fue, sim plem ente, m ás babriano que
B abrio. Pero rehusó seguir siem pre las fábulas del m aestro, tom ó
o tro s m odelos a los que dio u n a form a sem ejante a las fábulas de
aquél. Como en él am aba la novedad, tom ó fábulas suyas que en
ninguna o tra p arte se hallaban y creó o tras de tipo sem ejante. Siem ­
p re con intención p red om inantem ente literaria.
Es m uy n o tab le el hecho, que se repite una y o tra vez, de que
se creen versiones prosaicas y luego se hagan literarias. Porque entre
los m odelos en verso (incluido Babrio) y la prosa latina hay sin duda
siem pre p ro sa griega. Aviano, procediendo en esto com o antes Fe­
dro, volvió a d ar categoría de poesía a m ateriales de este tipo: p ro ­
bablem ente, lim itándose a elegir dentro de la colección m odelo y
añadiendo unas pocas fábulas, m ientras que F edro pensam os que
260 Historia de la fábula greco-latina

dispuso al m enos de dos colecciones griegas (una de ellas próxim a


a F. An.), no tuvo m odelo latino interm edio y creó fábulas nuevas en
m edida m ayor que n u estro s fabulista.
F edro y Aviano, la h isto ria de cuyas colecciones hem os tratad o
de desen trañ ar, cum plieron una función esencial en la trasm isión de
la fábula: a través de ellos ésta pasó de G recia a la E dad Media
occidental. Nuevas prosificaciones, nuevas versificaciones tam bién
se siguieron; y estas colecciones fueron adicionadas con nuevos m a­
teriales de orígenes diversos.
CAPITULO VI
LA C O LEC C IO N AUGUSTANA

I. G e n e r a l id a d e s

E n el vol. I, pp. 73 ss. di un panoram a sobre la colección


Augustana, en función del estado de la cuestión y de la m archa de
m i investigación en el m om ento de redactarlo. Por o tra parte, en di­
cho p rim er vol., p. 421 y ss. y 511 y ss., expuse, igualm ente, una vi­
sión de lo que puede pensarse, prim ero, sobre la colección de fábu­
las de D em etrio de Falero y, después, sobre las sucesivas colecciones
helenísticas: es decir , sobre los precedentes m ediatos e inm ediatos
de la Augustana. Uniendo estos dos estudios puede obtenerse un
conocim iento general de la vía p o r la que las fábulas antiguas llega­
ron a las diversas subcolecciones que se integraron en la Augustana
y de las características de esta m ism a colección.
Aquí no voy, p o r supuesto, a re p etir lo dicho en los lugares m en­
cionados, aunque algunas cosas h ab rá que recordar. A parte de que
m is ideas, en alguna m edida, se han m odificado desde el m om ento
en que redacté dicho p rim er volum en, mi intención aquí es d ar al
problem a de la A ugustana un trata m ien to paralelo al que he dado
a las dem ás colecciones: investigar sus fuentes haciendo su inven­
tario, ver sus características. P ara lograr esta finalidad, a los capí­
tulos ya citados del vol. I hay que a ñ a d ir los diversos capítulos de
este m ism o en los que se extraen conclusiones sobre las «fuentes» de
Fedro, B abrio, las fábulas siriacas, etc., etc.: y no tan to sobre las
fuentes de cada fábula, sino sobre las colecciones o subcolecciones
que han dejado huellas en las estudiadas p o r nosotros. Porque esto
nos ab re u na vía p ara conocer el panoram a con que se encontró el
re d acto r (o redactores) de la A ugustana y, p o r tanto, p ara poder h a­
cernos una idea de cóm o procedió. A parte de ésto, naturalm ente,
habrem os de h acer nuevos análisis de la colección, paralelos a los
de los dem ás capítulos de este m ism o volumen.
262 Historia de la fábula greco-latina

Aunque, n atu ralm en te, la A ugustana es un caso un tan to espe­


cial. Fedro, Aftonio, Aviano, la colección m odelo de las fábulas siria­
cas, etc., son colecciones creadas p o r un au to r individual que m aneja
un com plejo de fuentes (de colecciones o subcolecciones anteriores)
con unac ciertas intenciones artísticas e ideológicas. Igual Babrio,
en la m edida en que podem os distinguirlo del pseudo-Babrio. Cierto
que estas colecciones conservan en m ayor o m enor m edida el carác­
te r m ixto de las colecciones que, desde el m ism o D em etrio, rodaban
en m anos del público lector en todo el m undo greco-rom ano: en
ellas hay fábulas breves (derivadas de m odelos de 4 versos) y de
extensión m edia; agonales, de situación, etiológicas, anécdotas (de
estos m ism os tipos), etc. Pero cada au to r ha realizado una cierta
selección y tiende a unas ciertas características. Hay un dato esen­
cial: las fábulas no se repiten, p a ra cada una de ellas ha sido se­
guido un solo m odelo (o se han contam inado dos en uno nuevo). No
hay duplicados, en sum a. Ni hay vacilaciones respecto a la extensión
de las colecciones, salvo aquéllas que proceden de hechos de tra n s­
m isión (pérdidas secundarias). Cada colección era, en el comienzo,
un todo cerrado.
No es éste el caso de la Augustana, como ya hice ver. R em ito a
vol. I, p. 98 y ss. y 607 y ss. donde se hace ver, con ejem plos, que:
a) la colección c e n tral de la Augustana, I, acoge a veces dos redac­
ciones diferentes de la m ism a fábula; b) a veces aparecen versiones
diferentes en las subcolecciones o recensiones I a y I b; sucede tam ­
bién que en I a o I b hay fábulas que no están en I (e inversam en­
te); un m anuscrito, tal G, puede d ar una fábula dos veces o d ar dos
versiones de u n a m ism a fábula; otros tienen carác te r m ixto, así en
E = Pa hay fábulas de tipo I, la y otras; tam bién sucede que en
n u estro s m an u scrito s o en algunos de ellos en tra n fábulas de las
colecciones bizantinas, incluso de las de tipo «babriano»; hay fábu­
las que solo están en un grupo de m ss. o en un solo ms. (así en
E = Pa y en B = Ma); hay m ss. que tienen acceso directo al verso,
lo que d em u estra que m odelos ya idénticos ya sem ejantes han sido
rehechos escalonadam ente p o r recensiones y m ss., a veces quizá
contam inando. E sto p o r no h ablar del irregular com portam iento de
m ss. y grupos de m ss. respecto a las recensiones I, la y Ib (y a las
dem ás).
Sería un e rro r tra ta r estos problem as con los habituales procedi­
m ientos de la crítica textual, reconstruyendo una «Pre-Augustana»
con un inventario cerrado de fábulas, coincidente con el de nu estra
Augustana, y p o stu lan do que ciertos mss. in tro d u jero n las fa b u la e
a d u en ticia e de que habla Perry, ajenas a esta tradición. E sto aun
sin co n tar con el p roblem a de la relación de I con la y Ib, sobre la
que insisto m ás abajo. No solo un grupo de m ss. de los tres princi­
pales de la A ugustana, ya m encionados, sino tam bién un solo ms.
La colección augustana 263

puede h ab er trab a jad o con m ás de un modelo, añadiendo o conta­


m inando. Pero la cosa va m ás lejos. No existe ni ha existido nunca
u n arq u etip o de la A ugustana del que todo haya derivado luego. Más
bien hem os de co n tar con una serie de recensiones sucesivas y p ró ­
xim as, que se han contam inado en tre sí h asta p ro d u cir una m asa de
fábulas con un núcleo com ún y una zona m ás irregularm ente ates-
tiguadaí es en conjunto lo que llam am os pre-Augustana. Pero si no
se p artió de u na colección unitaria, tam poco se llegó a ella en el
curso de la evolución.
Con lo que sí hay que co n tar es con que los tres grupos de mss.,
sum ando las fábulas com unes y las propias, totalizan, com o vere­
mos, u na sum a de 236 fábulas que tom aron de las diferentes ver­
siones de la pre-Augustana. O tros m ss. (de la, Ib, III, m ss. diversos
de I), añadieron p o r su p arte o tras fábulas tom adas de la m ism a
tradición, aunque esto no siem pre es seguro.
Ya en un artícu lo mío an terio r 1 donde adelan taba yo una serie
de m ateriales y estudios luego utilizados en este libro, concluí que
«un arq u etip o bizantino de I, interpolado con unas pocas fábulas en
verso (de B abrio, piensa Perry) y contam inado p o r la, arquetipo
al lado del cual perm anecen en situación indecisa los mss. de Ib
y unos pocos de I (sobre todo Pa), nos parece insuficiente». E sto
continúa siendo cierto. Deben d escartarse, pues, las p ropuestas de
P e rr y 2 cuando afirm a que los m ss. AG y los del grupo λ dependen
de un original com ún, an terio r al s. VI, que fue contam inado con
o tro tam bién com ún y an terio r de la redacción la.
Voy a in sistir aquí en el tem a de los m odelos, en p arte idénticos,
en p arte com unes, de las diversas recensiones (I, la, Ib) y m ss. o
grupo de los m ism os. Aunque, p o r supuesto, sigo sin poder tra ta r
el tem a a fondo p o r falta no ya de estudios detallados de la tra d i­
ción m an u scrita de las fábulas (los dos libros anunciados p o r Haus-
ra th y Perry en los prólogos de sus respectivas ediciones nunca han
llegado a aparecer), sino de un despojo exhaustivo de los m ismos,
que no hacen ni Haus rath, ni P erry ni siquiera Cham bry, el m ás
m inucioso. Como m ínim o, sería necesaria una edición independiente
de I, l a 3 y Ib y una idea clara, que no siem pre es fácil obtener, del
com portaim ento de los tres subgrupos ( y aún los distintos mss.) de
I p a ra cada fábula. C om portam iento que, p o r o tra parte, puede va­
ria r de fábula a fábula.
Volviendo ah ora a la A ugustana en su conjunto, he m anejado con
frecuencia el concepto de «Antigua Augustana», la versión de nues­

1 «La tradición fab u lística griega y su s m od elos m étricos», E m e r ita 38, 1969,
cf. p. 293.
2 A esopica cit., pp. 301 y ss.
3 E sta la había prom etid o H ausrath para su anunciado A e so p u s (cf. su edi­
ción , p. X V ), nu nca aparecido com o digo.
264 Historia de la fábula greco-latina

tra colección conocida ya p o r F edro y que hem os atrib u id o al si­


glo i a. C. He dicho que sus diferencias respecto a n u estra Augusta­
na, que fecho en los siglos del iv al v d. C., es principalm ente de
orden estilístico, lexical y gram atical, aunque puede ser que algunas de
las discrepancias en cuanto al núm ero de fábulas o a la versión (o
versiones) de las m ism as, deban a trib u irse a esta ú ltim a fecha o a
alguna interm edia. Ahora bien, en el m om ento en que hem os relati-
vizado, en cierta m edida, el concepto de «Augustana», es bien evi­
dente que queda al tiem po relativizado el concepto de «Antigua
Augustana».
E n el estudio que sigue este térm ino se aplica al estado de la
colección conocido p o r Fedro, m ientras que se reserva el m ás am ­
plio de pre-Augustana p a ra los diferentes estados de la colección
previos al de n u estro s m ss., tan to los iniciales com o el conocido por
Fedro com o los posteriores, según se ha dicho ya.
Ya en el vol. I, p. 85 de esta obra he propuesto la idea de que
«la fuente griega en p rosa que F edro llam a «Esopo» sea un predece­
sor de n u e stra A ugustana ya m uy próxim o a ella». E ra una colec­
ción que, en el curso del capítulo sobre Fedro, he llam ado «Colec­
ción I», conocida tam bién p o r B abrio (m ientras que Fedro sigue
ocasionalm ente u n a «Colección II», fuente principal de Babrio). Co­
m o he hecho ver, a veces p resen tab a un carác te r m ás arcaico que el
que ofrece n u estra Augustana. Y, desde luego, no tenía aún el uso
generalizado del epim itio. Pero, de o tra p arte, el m odelo de las
fábulas siriacas, tam bién próxim o a la A ugustana y tam bién con
m ayor arcaísm o, a veces, que éstas, sí que tenía ya epim itios usa­
dos sistem áticam ente. O sea: lo que hay antes de n u e stra A ugustana
es un escalonam iento de recensiones.
E sto era algo que había que prev er a priori después de nuestro
trazado de las líneas generales de evolución de la fábula a p a rtir
de D em etrio de F alero en m anos de los cínicos y sus continuadores.
Ahora bien, las líneas generales son m ás claras que los detalles p a r­
ticulares.
E stas líneas generales son la versificación cínica de las fábulas de
D em etrio; la adición de nuevas fábulas tam bién en verso, en general
cinizantes; las sucesivas «versiones secundarias» de esas fábulas en
verso (a veces con reducción o am pliación o cam bio de tem a), m ien­
tras que o tras veces de u n a m ism a fábula de D em etrio se obtenían
dos, tres y h asta cu atro p rim arias, a su vez susceptibles de crear
versiones secundarias; las prosificaciones, a veces versificadas lue­
go. En cuanto a los detalles particuales a que he aludido, son la
organización de todo ese m aterial en colecciones: y, m uy concre­
tam ente, la creación de una serie de colecciones, ya sem iprosificadas
y próxim as en tre sí, a cuyo co njunto conocem os com o «pre-Au­
gustana».
La colección augustana 265

Téngase en cu en ta que si bien u n a colección (o ciertas coleccio­


nes) p resen ta una orientación propia, el m aterial que utilizan es en
buena m edida com ún a todas ellas. Hem os visto, p o r ejem plo,
que u n a p arte de las que hem os calificado (hablando de Fedro y
B abrio) de «Colección I» y «Colección II» consistía en fábulas idén­
ticas. E ran, sin duda, colecciones m ixtas, com o ya la de Dem etrio,
que ofrecía fábulas de subtipos m uy diversos y de orígenes p o r
definición m ezclados. Hemos visto, luego, que las diversas colec­
ciones que hem os estudiado eran tam bién m ixtas, que sus redac­
tores u sab an m ás de una colección antigua y añadían a veces m ate­
riales nuevos: este es el caso, a m ás de Fedro y B abrio, de Aftonio,
pseudo-Dositeo, Aviano, las fábulas siriacas. El proceder de estos
auto res es en cierto m odo continuación del de los autores anónim os
de sus colecciones-base. Luego las diversas colecciones del «Rómulo»
hicieron lo m ismo.
Nos es difícil llegar a colecciones de fábulas «puras». Algunas
huellas de, al m enos, colecciones bien caracterizadas, hem os visto al
h a b la r de las fuentes de Aftonio y el pseudo-Dositeo: in sistiré sobre
ello. Pero aun estas colecciones derivan de la m asa com ún de fá­
bulas que nos es bien conocida. Si en algún m om ento existieron, en
fecha helénica, colecciones, p o r ejem plo, de fábulas de situación
de cu atro versos o de fábulas estrictam en te «secundarias», etc., es
algo que ignoram os. En todo caso, si existieron, rep resen taro n un
secto r m arginal que luego se integró m ás o m enos en las colecccio-
nes stan d ar.
Pero volvamos, u n a vez m ás, a la Augustana. La investigación
de su ca rác te r pasa, com o en el caso de las o tras colecciones in­
vestigadas en este libro, p o r la investigación de sus fuentes: es decir,
de su creación. Y aquí nos encontram os con un cam ino de investiga­
ción doble. De un lado, hay que p a rtir de la A ugustana y redaccio­
nes afines o subordinadas, p ara ver la creación gradual de la co­
lección. De o tro lado, hay que considerar el p anoram a de las colec­
ciones de época helenística: estudiando las fuentes de las diver­
sas colecciones im periales (a saber, colecciones helenísticas en gene­
ral, aunque a veces quizá o tras rom anas de ellas derivadas) y de los
diversos autores im periales que introducen fábulas, podem os h acer­
nos u n a idea de la m araña de colecciones de que hubo de p a rtir el
cread o r (o creadores) de la Augustana. Una larga serie de coleccio­
nes con fábulas ya coincidentes ya no, en versiones ya coincidentes
ya no.
Lo que hizo ese cread o r fue, evidentem ente, aco tar un sector de
fábulas. Sus co n tinuadores crearon o tras recensiones que añadían o
elim inaban fábulas, in troducían variantes tam bién: todo ello, a la
vista de esa m asa de colecciones existentes. Podem os conocer la sum a
de fábulas así in tegradas en la Augusta (aunque con riesgo de que
266 Historia de la fábula greco-latina

alguna de ellas, de uno o pocos m m ss., sólo en fecha m uy reciente


haya sido adm itida). Y hay la posibilidad evidente de que tal o cual
fábula que falta en la Augustana, pero está en Fedro o las siriacas,
p o r ejem plo, haya estado en alguna fase antigua de la Augustana:
aunque en general esto es poco probable.
Analizando, luego, las fábulas de n u estra A ugustana en cuanto a
su posición en el ste m m a y su tipología, podem os ob ten er algunas con­
clusiones sobre las intenciones o tendencias del re d acto r o redacto­
res. Sin olvidar esta característica especial de la A ugustana, la m ás
pop u lar y m enos individual de las colecciones conservadas: adm itía
redacciones dobles, lo que indica un deseo de exhaustividad, de com ­
p le ta r los m odelos con otro m aterial sin siquiera ten er la precaución
de asegurarse de que no introducía algo ya presente en la colección
en fo rm a idéntica o próxim a.
Se tra ta , creo que podem os anticipar, de una colección abierta, de
tipo anónim o y no personal, sin duda la m ás extensa de las que
corrían en época helenística; colecciones, p o r o tra parte, parcialm en­
te idénticas, con frecuencia. Colección que ha ido creciendo y tra n s­
form ándose, p ero que en térm inos generales ya estaba form ada,
com o he anticipado, en el siglo i a. C. en su form a prosificada o
sem iprosificada. Pero de orígenes m uy varios com o se ve por el
carácter m uy diverso de las fábulas: no ya que pertenezcan a los dis­
tintos subtipos que nos son bien conocidos, sino que son ya de tra ­
dición clásica (y dem etriaca p o r tanto), ya añadidas de tipo derivado
o nuevas creaciones cinizantes; ya prim arias, ya secundarias; ya p ró ­
xim as, ya alejadas del m odelo original.

II. La r e c e n s ió n la

1. F á b u la s p ro p ia s d e la (quizá, a veces, de E , etc.)

Es conveniente, creo, d esp ejar el terren o p ara poder definir m e­


jo r la A ugustana pro p iam ente dicha estudiando prim ero los diversos
elem entos anóm alos d en tro de su tradición, a los cuales m e he venido
refiriendo y de que ya m e ocupé en el vol. I y antes en diversas
publicaciones. E n tre estos elem entos anóm alos el m ás notable es la
llam ada a p a rtir de H au srath recensión la. E ste a u to r la calificó de
«editio m inor» o «editio altera» de la A ugustana y atribuyó a época
bizantina su arq u etip o , si bien pensó que la redacción estaba com ­
pletada an tes del siglo vi d. C. y, concretam ente, antes que la de I (el
supuesto arq u etip o de A G \ com o hem os dicho ya).
Como he dicho m ás arrib a, no existe una edición independiente
de la , de m odo que no es fácil decidir sobre sus características. Es
claro, de todos m odos, que la m ayor p arte de sus fábulas coinciden
La colección augustana 267

con las de I: b aste ver la lista inicial de la edición de H a u s ra th 4 o la


lista de P e rr y 5 p a ra darse cuenta de que hay:

a) Fábulas com unes a I y la.


b) Fábulas sólo en la , no en I.
c) Fábulas sólo en I, no en la.

Las fábulas de los tres grupos pueden, p o r supuesto, p asa r tam ­


bién a las colecciones bizantinas. Y de los tres, es el m ás com ún el
prim ero : el de las fábulas com unes a I y la. Las diferencias pueden
verse en cierta m edida en los ap arato s críticos, sobre todo el de
Cham bry, pues H au srath y Perry h abitualm ente no dan en estas fá­
bulas las lecciones de los mss. de la. Tienen interés p ara la histo ria
de las colecciones: algo adelanté ya y luego he de volver m ás de­
ten id am en te sobre el tem a.
Ocupém onos prim ero, sin em bargo, de las fábulas que están so­
lam ente en la. E stas fábulas son las que el re d acto r de la colección
añadió, tom ándolas de las fuentes que fuere, a la m asa de fábulas de
la pre-Augustana, las que pasaron tan to a I com o al propio la, con
ciertas diferencias textuales. Tiene interés investigar qué fábulas
son éstas: su s te m m a y tipología. Pues si presentan rasgos com u­
nes se hace verosím il que el red acto r de la utilizara, ju n to con la
pre-Augustana, u n a segunda colección de las características que del
estudio m encionado se deduzcan.
Ahora bien, el establecer una lista de las fábulas propias sólo
de la es una em presa m enos fácil de lo que a p a rtir de la exposición
sim plificada que precede podría deducirse. De la relación de fábulas
de la «que faltan en la p rim era recensión» (es decir, en I, la Augus­
ta n a ) 6 sólo dos, propiam ente, faltan del todo en los m ss. de I:
Par. 232 ( = H. 231) «Las zorras ju n to al M eandro» y Par. 238 ( = H. 209)
«Las palom as de m onte y las dom ésticas». Las dem ás fábulas de
dicha relación p resentan, a m ás de los m ss. de la, algunos otros,
sobre todo E (= Pa). Perry supone que estas fábulas han pasado
de la a estos mss.: evidentem ente, el texto está m uy p ró x im o 7.
La teoría es verosím il, sobre todo cuando interviene E = Pa, que
p re sen ta en su encabezam iento, igual que la, el prefacio o «Vida de
Esopo» de Aftonio. O tras veces, la cosa es m enos clara, pues al lado
4 C orpu s, vol. I, pp. X X X y ss.
5 A esopica, pp. 312 y ss.
6 A esopica, pp. 412 y ss.
7 Sob re fábu las de la pasadas a E = Pa, cf. A esopica, p. 309; sobre fábu las
de la pasadas a G y A, pp. 301 y ss. H ausrath, en su Aparato, o frece para diver­
sas fábu las la m ism a tesis, cf., por ejem p lo, Aparato a H. 114, etc. En su s
S tu d ie s in th e T ext H isto ry o f th e L ife an d Fables o f A esop, H averford, 1936,
Perry había so sten id o la teoría contraria de que Pa era la fuen te de la
(cf. pp. 150 y ss.).
268 Historia de la fábula greco-latina

de las fábulas en IaE, IaGE, IaFE , IaECas, etc., que podem os consi­
d erar en el m ism o caso, existen o tras sólo en E o sólo en AG, etc.
¿Vienen tam bién éstas de la com o a veces se p ro p o n e ? s. No es se­
guro. Por eso, puede p ensarse que, en ocasiones, una fábula ha sido
tom ada independientem ente p o r la y otro ms. de una colección an­
terio r, o bien p o r la de la fuente de dicho ms. o mss.
Hay, pues, grados de probabilidad diversos. D istinguim os:

a)Fábulas sólo en la, ya m encionadas (sólo dos: H. 209 y 231).


b)Fábulas en la y E y eventualm ente en o tro s m ss. m ás, cuya
relación tom ada de la aludida de Perry doy a continuación:

P. 233 (= H. 247) «El cisne y su amo» (IaE).


P. 234 (= H. 165) «El lobo y el pastor» (IaECas).
P. 236 ( = H. 227) «Los cam inantes y el cuervo» (IaE).
P. 237 (= H. 200) «El vendedor del asno» (IaEF).
P. 240 (= H. 228) «Prom eteo y los hom bres» (IaE).
P. 241 (= H. 245) «La cigarra y la zorra» (IaE).
P. 243 (= H. 240) «Las hienas» (IaE).
P. 244 ( = H. 261) «El loro y la com adreja» (IaECas).

Añado u n a fábula que Perry, ignoró p o r qué, no incluyo en su


lista:

P. 154 ( = H. 159) «El lobo y el caballo» (IaGE).

Un caso a añ ad ir es todavía, seguram ente, P. 112 (= H. 114 I) «La


horm iga y el escarabajo» (IaECasCG).

c) Fábulas en la y en algún o tro ms. (no en E). Sólo tres de ellas


se en cu en tran en la lista de Perry:

P. 89 (= H. 91) «H erm es y Tiresias» (IaAG).


P. 235 (= H. 190) «El asno y el jardinero» (IaCOA).
P. 242 ( = H. 241) «La hiena y la zorra» (Ia U )9.
H. 39b «La golondrina y los pájaros» (IaCOU).
H. 214 «El que recibió un depósito y el juram ento» (IaF).

8 Cf., por ejem p lo, H ausrath, Aparato a H. 205, y Perry, A esopica, p. 303.
9 H ay que hacer una advertencia sob re e ste m s. (U tinensis V I 6) que H ausrath
da com o testigo, tam bién, de alguna de las fábu las anteriores. En su C orpus,
p. X X IV , nos dice que es de la , pero en la edición aparece m uy utilizado tanto
en fábu las atribuidas a la com o en las no atribuidas. Perry, A esopica, p. 310, lo
m encion a sim plem en te sin utilizarlo. Creo que hay un equiVoco y que el U del
ap. crit. de H ausrath es otro m s. de sigla coin cid en te (Par. 17881, de Ib).
La colección augustana 269

d) Fábulas en m uy pocos m ss., supuestam ente procedentes de


la. Doy la relación (aquí p o r p rim era vez) siguiendo los núm eros de
H ausrath:

H. 65 (= P. 247) «Diógenes paseando» (E).


H. 141 (= P. 250) «El nogal» (CE).
H. 169 (= P. 256) «Las liebres y las zorras» (ACasE).
H. 171 (= P. 162) «El niño y el cuervo» (EG).
H. 204 (= P. 263) «El asno y la m uía» (FE).
H. 205 (= P. 265) «El p ajarero y la perdiz» (E).
H. 229 (= P. 266) «Las dos alforjas» (OE).
H. 238 (= P. 269) «El jabalí, el caballo y el cazador» (E).
H. 249 (no en P.) «El pavo real y la grulla» (A).

S um ando estos cu atro grupos resu lta un to tal de 26 fábulas


(24 nuevas), lo que quiere decir que la m edida en que la la suple­
m ento su m odelo (que, p o r o tra parte, sin duda red u jo al m ism o
tiem po) es relativam ente escasa. Añádase que, com o quedó dicho,
el grado de pro b ab ilidad del origen de estas fábulas en la varía.
D entro del grupo cuatro, sobre todo, la seguridad no es m uy grande:
puede tra ta rs e de fábulas tom adas p o r su cuenta de la tradición
a n te rio r p o r los m ss. Yo ni siquiera m encionaría, sobre todo, H. 169
si no fu era p o rque Perry 10 ha presentado explícitam ente la hipótesis.
Hay casos sem ejan tes com o H. 144 (EGCas). Téngase en cuenta que,
com o hem os de ver, es frecuente que una fábula falte en todo el
grupo de m ss. λ o en el AG o en el OE: o hay u n a elim inación p o r
p a rte de uno de estos grupos o un añadido por p a rte de algún otro
de ellos. Aquí puede postularse algo parecido, aunque cuando apa­
rece u na fábula sólo en E o en E y un ms. de otro grupo, puede
hacerse la hipótesis del origen de la fábula en la p o r paralelism o a
los casos antes m encionados.
N ótese, de o tra p arte, que en algunas ocasiones la versión de la
es en realidad u n a versión diferente de la de I, viene de un m odelo
diferente. E ste es el caso p ara H. 39b respecto a H. 39a (de I): son
dos ram as de un ste m m a com plejo, cf. su p ra pp. 118 y ss. Y el de
H. 114 I respecto a Ib («La horm iga y la cigarra», de Ia e I).
Si se rep asa n u estro estudio de estas fábulas (su p ra , pp. 179, etc.)
se verá que en el caso de la prim era, la version de I y la de la derivan
de dos versiones m étricas p rim arias, sólo que la de la segunda
viene m ás d irectam ente de un derivado secundario de una de ellas,
quizá con verso independiente. En el de la segunda, I viene del
m odelo prim ario, la de una derivación m étrica de un derivado se­
cundario.

10 Aesopica, p. 303.
270 Historia de la fábula greco-latina

O sea, en estos dos casos, en que I e la pueden oponerse, vemos


que rem o n tan a diversas fases o ram as de los s te m m a ta de las fábu­
las respectivas. P o r o tra p arte, es fácil ver que H. 240 y H. 241, las
dos fábulas de la hiena, son dos derivados diferentes de un m ismo
tem a fabulístico. No es fácil ver cuál es m ás antiguo: en todo caso,
am bos ofrecen verso helenístico independiente y en el caso de H. 240
hay huellas de una segunda versión (con verso a su vez independien­
te) en Dod. O sea: la, que a veces rem onta a fábulas diferentes de
las de I, a veces a versiones diferentes de las m ism as, tam bién pue­
de seguir dos m odelos diferentes. No siguió, pues, una colección
única.
De todas m aneras, resu lta sum am ente interesante in te n ta r un es­
tudio de las fábulas de la que, con m ayor o m enor seguridad según
los casos, he considerado com o sólo secundariam ente introducidas
en m ss. de I. Si p resen tan características de ste m m a , tem a y
tipología m ás o m enos com unes, esto será útil para: a) h acer m ás
verosím il la idea del origen de todo este m aterial en la; b) ver en
qué tipo de colección o de colecciones bebía el red acto r de la para
fo rm ar su colección, ap arte del m aterial de la pre-A ugustana que le
es com ún con la Augustana.
Antes, sin em bargo, he de a p u n ta r que, incluso si se acepta que
todas las 26 fábulas de que venim os hablando proceden de la, no
p o r eso está com pletam ente zanjada la cuestión de los lím ites a n ti­
guos en tre I e la. Pues existen en la p rim era de estas colecciones
unas pocas fábulas que son de I, pero que tam bién aparecen esporádi­
cam ente en algún ms. de Ia: H. 57 en L, H. 85 en Q, y algún caso
m ás: parece que aquí es la quien recibe el préstam o. Pero no es
u n a especulación com pletam ente segura. O tras veces la fábula de la
está en m ss. de ΙΙΙδ: posiblem ente derivan de dicha colección, véase
m ás abajo, p.

2. S te m m a ta , te m a s y tip o lo g ía de e s ta s fá b u la s

P rescindiendo de las cinco últim am ente m encionadas (H. 39b,


114 I, 214, 240 y 241), sobre las que volveré al final en contexto con
las dem ás, doy la relación de las o tras 20 fábulas verosím ilm ente
de la, recordando sus principales características a los efectos m en­
cionados.

H. 65 «Diógenes paseando». X v.: la. Es el único derivado, salvo


G nom . Vat. ed. St. 223, que puede derivar de aquí (o al revés, pero es
m enos probable). Anécdota cínica, p o r supuesto.
La colección augustana 271

H. 91 «Herm es y Tiresias». X v.: Ia. Unico testigo de esta fábula,


dirigida co n tra los adivinos.

H. 141 «El nogal». Existen dos versiones de esta fábula, am bas con
verso helenístico: una, de cuatro versos, la que va a p a ra r a la y
a AP; otra, la que va a p a ra r a P. Dod. No es clara la relación genea­
lógica: en todo caso, la sigue un m odelo m étrico (prim ario ?) cono­
cido en la Antigüedad. El tem a es el de la utilidad y la ingratitud:
es u na fábula de situación, vegetal, de orientación cínica (pero véase
m ás abajo).

H. 159 «El lobo y el caballo». X v.: la, único testigo de la fábula.


Tem a de la hipocresía y la naturaleza, que no deja m entir.

H. 165 «El lobo y el pastor». X v.: la, tam bién fábula única, pero
hay alusiones en Plauto, Terencio y Cicerón. Es un derivado de fábu­
las sobre la necesidad de desconfiar del lobo (H. 158, 162, 166, etc.).
Tem a de la naturaleza.

H. 169 «Las liebres y las zorras». X v.: Ia, III, Syr., Synt. Aquí
hay un m odelo m étrico único que ha llegado tam bién al original de
las fábulas siriacas (III debe venir de la). Las águilas se niegan a
ayudar a las liebres co n tra las zorras, conociendo su cobardía. Tem a
de la naturaleza.

H. 171 «El niño y el cuervo». X v.: la. Fábula única, que ejem pli­
fica cóm o un oráculo se cum ple.

H. 190 «El asno y el jardinero». X v.: Ia, II, III, Dod. Las dis­
tin ta s versiones (m enos III, una prosificación secundaria) acceden
al m ism o m odelo m étrico, pero II y Dod. tienen cosas com unes, debe
de h ab er una sem iprosificación interm edia. Hay una alusión en Lu­
ciano. Del tem a del anim al que pide a Zeus, neciam ente, un cam bio
de naturaleza, sale el del asno, que pide un nuevo am o, p ara ir de
m al en peor. Se p recisa la resignación.

H. 200 «El vendedor del asno». X v.: la. Los m alos se ju n ta n con
los m alos.

H. 204 «El asno y la mula». X v.: la. El asno, envidioso de que la


m uía reciba m ás alim ento, logra que pongan a aquélla su carga: la­
m ento de la m uía. Quizá derivada de «La oveja y el perro» en Jenofon­
te, M e m o ra b le s II 7, 13 (no H. 226), contam inada con o tras varias.

H. 205 «El p ajarero y la perdiz». Modelo m étrico único, válido


tam bién p ara las siriacas y B abrio. La perdiz, que traiciona a sus
272 Historia de la fábula greco-latina

com pañeras, es m u erta. la ha am pliado la p arte cen tral con los a r­


gum entos de la perdiz.

H. 209 «Las palom as de m onte y las dom ésticas». X v.: la, con
m ucho resto de verso: las palom as dom ésticas prefieren servir al
am o y no a sus com pañeras de especie.

H. 227 «El cam in ante y el cuervo». X v.: la. O tra fábula m ás


con la com o testigo único de un verso helenístico. Es un ataque a la
adivinación.

H. 228 «Prom eteo y los hom bres». X v.: la. F ábula etiológica que
deriva de un tem a protagórico bien conocido; hay alusión a un tem a
próxim o en H oracio.

H. 229 «Las dos alforjas». F ábula etiológica bien conocida (vemos


m ejo r los vicios ajenos que los propios): la, Par., B., Them, y
F edro parecen los derivados directos. la parece la versión m enos
innovada. Hay huellas tam bién en P lutarco (y o tras de un tem a p ró ­
xim o en H oracio, S a t. II 3.298).

H. 231 «Las zorras ju n to al M eandro». X v.: la. Anécdota de la


zorra que perece p o r despreciar to n tam en te la experiencia de las
dem ás, pero que no deja de lanzar un bon m o t antes de ahogarse.

H. 238 «El jabalí, el caballo y el cazador». Fábula bien conocida,


cf p. la m antiene el m odelo cen tral derivado de D em etrio de Falero,
ju n to con o tras colecciones im portantes; otro derivado p rim ario
está en P. Rylands.

H. 245 «La cigarra y la zorra». X v.: la. Se invierte el tem a de


H. 126 «La zorra y el cuervo»: la cigarra gana en astucia a la zorra.

H. 247 «El cisne». X v.: la, Syr. D erivado del conocido pasaje del
F edón platónico sobre el cisne que canta al m orir. La versión de
Syr. está cristianizada.

H. 249 «El pavo real y la grulla». Cf. p. 72. la viene de un m o­


delo p rim ario que le es com ún con Dod., hay uno secundario que ha
ido a p a ra r a B abrio. Es el debate de los dos anim ales, el que vuela
m ás alto triu n fa del solam ente bello. Tem a cínico.

H. 261 «El loro y la com adreja». De X v . derivan la y «B.» 135,


fábula del ms. F (Mb). P robablem ente el anim al era prim itivam ente
la perdiz, com o aquí. Es el tem a de la naturaleza, una vez m ás.
La colección augustana 273

Si a estas posibles fábulas de la se sum an las cinco m encionadas


m ás arrib a, resu lta del conjunto un p an o ram a b astan te com plejo.
Siem pre encontram os, en el fondo, un original m étrico, con verso
de tipo helenístico. E n cuanto a las fábulas, las hay breves, sobre
la base de un original de cuatro versos, y de extensión m edia (10 ó
12 líneas); agonales, de situación, etiológicas, alguna anécdota y al­
guna fábula «vegetal».
E n cuanto al origen, las m enos de estas fábulas derivan de la
antigua trad ició n que pasó a través de Dem etrio de Falero: muy
concretam ente, 39b («La golondrina y los pájaros»), 114 I («La h o r­
miga y el escarabajo»), 214 («Los árboles y la caña») y H. 238 («El
jab alí, el caballo y el cazador»). O tra cosa es su situación estem m á-
tica: com o hem os visto, en esta ú ltim a fábula se tra ta de uno entre
dos m odelos p rim ario s (el otro está en P. Rylands), en las dem ás, en
definitiva, nos hallam os ante derivados secundarios de un único
m odelo p rim ario o de uno en tre varios. La ú ltim a fábula no está
en I, las dem ás sí, pero en o tra versión. En cuanto a las versiones
de la es notable en 39b la introducción del tem a de la codicia (las
aves se com en las sem illas del lino, engordan y son cazadas) y en
114 I la del nuevo anim al protagonista, el escarabajo, m uy típico de
la fábula cínica.
F uera de estas fábulas, las dem ás son de tem a nuevo. Ahora bien,
con frecuencia reelab o ran o tras fábulas, son fábulas «derivadas»:
incluso llegan a la inversión del tem a, caso de H. 245, donde es la
zo rra el anim al b u rlado. Ni faltan algunas que recuerdan m ás o m e­
nos de cerca tem as clásicos, así la fábula del cisne (H. 247) y la del
asno y la m uía (H. 204) ni una de tradición oriental (H. 141 «el
nogal», em p aren tad a o derivada de H. 185, sobre la cual véase vol. I,
página 327). Pero, en general, todas ellas recuerdan la tradición
fabulística helenística y m ás propiam ente cínica, aunque a veces
tengan precedentes an teriores: tem as de los anim ales dom ésticos y
salvajes, de Prom eteo, del asno sufridor, agones anim ales en que
e n tra n los tem as de la belleza, la utilid ad y la naturaleza, tem a de
Prom eteo, u na anécdota de Diógenes, tem as de la adivinación, de la
insensatez, de la relación con los consanguíneos, de la hom osexuali­
dad, etc. Se tra ta , fundam entalm ente, de la tradición cínica, que a
veces gusta incluso de la p u ra b u rla o p arad o ja (H. 231, 245). Hem os
visto que en las fábulas antiguas se introducen rasgos del m ism o
tipo.
En sum a, nos hallam os m ás que ante el am biente de la fábula clá­
sica tran sm itid a, an te el de nuevas fábulas, con frecuencia derivadas,
que reflejan las tendencias de la fábula cínico-estoica, todavía m é­
trica, del siglo il a. C. Las fábulas tradicionales son, a veces, altera­
das en el m ism o sentido. En conjunto, se puede decir que predom i­
nan las fábulas secundarias y o tras de m odelo p rim ario único, tes-
274 Historia de la fábula greco-latina

tim oniado solam ente aquí. Hay, con todo, algunas de m odelo tam ­
bién prim ario, pero que da derivados al m ism o tiem po en otras
ram as de la tradición: las fábulas siriacas, Fedro, B abrio, Dod., etc.
Tam bién, ap a rte del caso de las fábulas en que la deriva de un m o­
delo diferente del que fue a p a ra r a I, hay una fábula con dos m ode­
los, de los cuales uno produce la: H. 141, cf. H. 190 (m odelo único,
p ero con dos prosificaciones) y o tra con uno p rim ario y uno secun­
dario, viniendo la del p rim ero (H. 249). De todas m aneras, hay que
hacer co n star que incluso allí donde sólo la testim onia una fábula,
hay a veces ecos de la m ism a en la lite ra tu ra griega y rom ana: no
parece que la haya inventado, ha p artid o de derivados sem iprosifi-
cados de fábulas m étricas p rim arias o secundarias.
Así, el re d acto r o cread o r de la lo que ha hecho probablem ente
es b u scar su p lem en tar el m aterial de su fuente principal (común
a I), la pre-Augustana, con m aterial accesorio, m arginal: algunas
fábulas bien conocidas que allí faltaban, m uchas fábulas nuevas
(derivadas) y nuevas versiones que introduce sustituyendo a las
aceptadas p o r I. E stem m áticam ente, es un m aterial irreg u lar y lo
es tam bién desde el p u n to de vista tipológico. El hecho de que H. 240
y 241 rep resen ten dos versiones antiguas de un m ism o tem a, hace
verosím il que la no am p liara su colección principal a base de una
sola colección supletoria, sino a base de al m enos dos. La incoheren­
cia estem m ática de las fábulas favorece la m ism a hipótesis.
F ren te a esta incoherencia ya he dicho que hay una cierta cohe­
rencia en el aspecto que pudiéram os llam ar ideológico. No total, de
todas m aneras. N otablem ente, en tre las fábulas de n u estro grupo d)
en p. 269, es decir, en tre aquellas que sólo h ipotéticam ente proce­
den de la, hay varias que difícilm ente pueden adscribirse a las ten ­
dencias del cinism o. C oncretam ente, H. 238, la fábula del jabalí, que
sólo está en E, parece, a juzgar p o r n u estro estudio en otro lugar n ,
ser el m ás fiel derivado de la fábula correspondiente de Dem etrio,
a su vez procedente de Estesícoro: ejem plifica el tem a político del
que tom a un aliado peligroso que luego le dom ina a él m ism o. H. 171
(EG) ejem plifica cóm o un presagio de un adivino siem pre se cum ple:
tem a n ada cínico. H. 141, 205 y 229 se refieren al tem a del m alo y al
de la in g ratitu d ; H. 65 (sólo en E) es una anécdota de Diógenes,
que puede h aberse in troducido secundariam ente. Claro que fábulas
de estos tipos aparecen tam bién en I.
E n resum en: la es una colección que suplem enta el m odelo co­
m ún con I con fábulas tom adas de una o varias colecciones sem ipro-
sificadas y de tendencia cinizante. Pero no es seguro si E y o tro s m ss.
que p resen tan algunas fábulas m ás, en tre ellas algunas de tipo tra-

11 «Neue jambische Fragmente...», cit.


La colección augustana 275

dicional o m oralista, las han tom ado de la, donde luego se h abrían
perdido, o bien de o tras fuentes. Todo esto m anifiesta, una vez m ás,
la riqueza de la tradición fabulística: ju n to a la pre-Agustana había
o tras fábulas num erosas, en general de estem m ática y tendencia
«m odernas», que eran utilizadas p o r diversas colecciones y m ss. y
p o r auto res griegos y latinos que van de Plauto a los de época im ­
perial.
E n cuanto a la fecha de la en tra d a de todo este m aterial m argi­
nal —p rocedente de Ia u o tras fuentes— en mss. aislados de I, es
un dato m uy a ten er en cuenta que no fue utilizado p o r el red acto r
de la V indobonense o II, cuya fuente principal es precisam ente I.
Utilizaba, pues, en u n a fecha cuyo te r m in u s p o s t q u e m es el si­
glo v d. C., u na A ugustana (y una pre-Augustana, que contam inaba
con aquélla) todavía sin ese m aterial.

3. T exto de l a en las fá b u la s c o m u n e s con I y situ a c ió n


de e sta colecció n d e n tro de la tra d ic ió n fa b u lístic a

E n vol. I, pp. 101 y ss. y, con m ayor am plitud, en «La tradición


fabulística...», pp. 301 y ss., m e ocupé del texto de la en aquellas
fábulas que son com unes a esta colección y a I. La conclusión ge­
neral de que la colección que ah o ra nos interesa accede directam ente
al verso del m odelo, es correcta, sigo creyendo; pero algunas otras
conclusiones deben ser m odificadas tras nuevo estudio.
Lo esencial es esto: en un núm ero im p o rtan te de casos, aunque
quizá no siem pre, la es un testigo independiente del m odelo sem ipro-
sificado seguido tam bién p o r I. E n ocasiones conserva m ejor los
resto s m étricos, en ocasiones peor, a veces am bas colecciones con­
servan idénticos elem entos prosaicos, a veces los alteran de m anera
diversa. E sto cuando am bas colecciones proceden en form a hom o­
génea cada una, p o rque a veces hay discrepancias e n tre sus mss.
Pueden en co n trarse cosas de este tipo en, por ejem plo, H. 84 «El
asno, el gallo y el león». Aquí hay elem entos m étricos com unes como
λέων δε λιμώττων y φ^εγξαμένοο καταπτήσας / εξηλ&ε. Pero tam bién hay
elem entos am étricos com unes, sobre todo el com ienzo de la fábula
y otro s en que el m etro conservado en I (así εις φυγήν έτράπη) es
alterad o en la. Más notable es otro p asaje en que se puede obtener
de I un coliam bo con sólo elim inar una interpolación (προς τάς των
άλεκτρυόνων) com ún a I y la, esto es, procedente del modelo: se lee
entonces φασ'ι γάρ πτύρεσ9αι τούς λέοντας τάς φωνάς que, sin em bargo,
ha alterad o la (aparte de a d m itir la m ism a interpolación).
la no viene, pues, de I, sino de su modelo. En «La tradición fabu­
lística...», cit. doy m ás ejem plos en que la llega al verso m ejor
276 Historia de la fábula greco-latina

que I: así en H. 45 «Los bueyes y el eje»: έπιστραφέντες oí βόες y


'όλον τό βάρος ήμεϊς φέρομεν, σύ τί κράζεις (coliam bo com pleto), frente
a variantes de I. T am bién señalo en dicho artículo huellas de una
sem iprosificación com ún. Así en H. 22 «La zorra y el leñador» la da
εΐ είχες τά Ιρ γa τής χειρός όμοια τοϊς λόγοις y I εί τοϊς λόγοις όμοια, τά
έργα τής χειρός καί τούς τρόπους είχες-, pues bien, elim inando la obvia
interpolación τά εργα τής χειρός se puede re co n stru ir un coliam bo co­
m ún εί τοϊς λόγοις όμοια τούς τρόπους είχες.
No siem pre es seguro, sin em bargo, que el m odelo de I e la sea
idéntico. A veces parece tra ta rse de dos m odelos próxim os, uno de
ellos conocido p o r la (com pleto o no), en unión a veces de al­
gún m ss. de I; el o tro p o r I. Vimos en mi artículo (pp. 260 y 303)
que de la y m ss. de II I se deduce un antiguo verso ω πίθηκε,
τοιαύτην / σύ μωρίαν εχων m odificado en cierta m edida en la. Ahora
bien, I depende de un m odelo en que habla de τοιαύτην τύχην, eviden­
tem en te prosaico, pero m ás arcaico, puesto que τύχην está form al­
m ente próxim o al πυγήν de Arquíloco, m odelo rem oto. En mi artículo
(pp. 307 s.) señalo igualm ente diferencia de m odelos en H. 60 y 201.
He indicado, de o tra parte, diferencias en tre los m ss. de la y los
de I, con acceso directo, a veces, de algunos de ellos al verso. En
lo que sí tengo que rectificar ahora a los estudios m íos an terio res es
en negar que, en ocasiones, la venga de I o de ciertos m ss. de I. Por
ejem plo, en H. 40 creo que hay que re co n stru ir un trím etro παριών
τις ώς ήκουσε τών στεναγμάτων allí donde los m ss. dan variantes τών
στεναγμών (A = Pb), τού στεναγμού (Ia), τον στεναγμόν (GE). Es claro
que subyace siem pre u n m odelo sem iprosificado que probablem ente
tenía τών στεναγμών (conservado p o r A, alterado p o r la; GE in tro ­
ducen u n a alteración m ás grave). No creo que de A salga el texto
de GE y de éste el de la, como yo m ism o proponía en tiem pos:
todos (o al m enos A y la , el otro texto es secundario) salen del an ti­
guo modelo.
Pero tam poco creo que I venga de la, com o yo proponía p ara
H. 92 «La víbora y la serpiente». Las variantes de estas dos series y
tam bién A derivan igualm ente del m odelo sem iprosificado. E n cam ­
bio, que algunos mss. de I den una versión m ás próxim a a la que
los dem ás, sí es cierto, pero se explica, ya digo, p o r su conocim ien­
to de un m odelo parcialm ente diferente del com ún de I (cf. art. cit.,
página 308). Cf., p o r p oner un solo ejem plo, H. 203 «El asno, la zorra
y el león», donde A va con m ss. de la y con II I (derivado de aquí)
p ara d ar un final de coliam bo πρώτον την άλώπεκα συνέσχες que es
destrozado con el συνέλαβες de los re sta n te s m ss. de I.
E n definitiva, así como, según verem os, la tradición bizantina a
veces nace de I, a veces de la, a veces de tales o cuales m ss. de una
u o tra serie, de la m ism a m anera I, la y sus diversos m ss. no depen­
den de un m odelo com ún absolutam ente unitario. A veces parece
La colección augustana 277

que sí; pero o tras la que llam am os pre-Augustana era, en realidad,


una serie de colecciones con texto en cierta m edida com ún, en cierta
m edida diferente. Los redactores que gradualm ente crearon los nue­
vos textos (de I e la en general y de diversos mss.) tenían ante sí, en
ocasiones al m enos, m ás de un texto diferente. Seguían ya a unos
ya a o tro s m ss., o bien contam inaban. E sto se verá m ás claro al h ab lar
de la Augustana: aquí sólo anticipo. Pero p o r lo que respecta a la y a
sus m ss. es desde ah o ra seguro que accedían directam ente ya al m o­
delo de I, ya a colecciones próxim as, pero no idénticas. Las fábulas
«nuevas» de la pueden venir de alguna de ellas, depreciada en este
aspecto p o r I. Pero tam poco es im posible que procedan de una
colección (o varias colecciones) aparte, que se utilizaron p ara com ­
p le ta r el m aterial de la pre-A ugustana (incluso concebida en este
sentido am plio de conjunto de colecciones próxim as).
la es, en definitiva, una colección que selecciona fábulas de uno
de los varios m ss. de la pre-Augustana: deja fuera algunas, sigue
en las que adm ite un texto un tan to discrepante (a veces m ás fiel
al verso antiguo que el de I) y añade algunas fábulas nuevas, m ar­
ginales. I e la son colecciones con cosas com unes y cosas diferentes
que es un e rro r e d itar com o una colección única, aunque ciertos m ss.
em pezaran a m ezclarlas desde antiguo.

III. La c o l e c c ió n Ib

Concebim os, pues, la pre-Augustana com o un co njunto de colec­


ciones próxim as en cu anto a fábulas y texto e la como, a su vez, un
con ju n to de derivados próxim os en tre sí de uno o varios m odelos,
según los casos; m odelos a veces com unes con algún ms. de I y o tras
veces contam inados o duplicados (las dos fábulas de la hiena). Ese
con ju n to fue adicionado con unas cuantas fábulas procedentes, muy
probablem ente, de o tra u o tras colecciones; quizá otros mss. de I hi­
cieron lo m ism o (si es que no bebieron de la m ism a la).
Cosas sem ejantes hay que pensar, seguram ente, de la colec­
ción Ib, la que H a u srath califica de «paráfrasis». P erry prácticam en­
te no le p re sta atención, incluyendo sim plem ente sus m ss. en tre los
de I. En realidad, si aquí hay u n a colección independiente o no
h ab ría que estu d iarlo p o r m enudo, y ello no es fácil porque en nin­
guna p arte se nos da u n a edición independiente, todo lo m ás pode­
m os en c o n trar algunos datos en los A paratos, sobre todo en el de
Cham bry. A delantaré lo que opino sobre el tem a, sin em bargo.
P ara em pezar, existen algunas fábulas que presen tan en Ib una
redacción lo suficientem ente independiente com o p a ra que hayan
m erecido los honores de una edición aparte, así com o o tras que sólo
278 Historia de la fábula greco-latina

en los m ss. de esta colección se encuentran. Aquí sí que es posible


o b ten er conclusiones. Veamos estas fábulas.
H. 15b «La zo rra y el ratón». Es un derivado de la conocida fábu­
la de la zo rra y las uvas, en el cual se introduce com o «survenant»
un ra tó n que pro n u n cia el «cierre». M ejor dicho, es un derivado de
un a sem iprosificación base del texto de Par., Dod. y B.

H. 60d «El viejo y la M uerte». V ariante en T del m odelo com ún de


toda la tradición, en la línea de F. An. Cf. el texto en C orpus II,
página 106.

H. 65a «Diógenes y el calvo». Pequeña fábula que el ms. U in tro ­


duce en lugar de «Diógenes cam inando», de la: es una nueva anéc­
dota de Diógenes, que dice que no in su lta al calvo, pero elogia a sus
cabellos, porque huyeron de una m ala cabeza. Cf. Boissonade,
Anecd. III 468.

H. 100b «El lobo y el cabrito». V ariante am pliada en T de Ib o su


m odelo, próxim a a la de SW ( = ΙΙΙδ) y el cod. B rancacciano (cf. el
texto en C orpus II, p. 106).

H. 151a «El león que se asustó del ratón». Aquí Ib da una versión
abreviada de la de I, con la que a veces coincide literalm ente, por lo
dem ás. Ahora bien, la estem m ática no está clara, cf. p. 72: parece
que de una línea única salen varios derivados y que el de Ib está
próxim o a los de Par. y B. pero coinciden casi exactam ente con
una de las dos versiones de Syr., la 28. La coincidencia final es lite­
ral: Ib άλλά τήν πεϊραν (m étrico), Syr. l ’ép reuve. O sea: Ib sigue una
línea derivada, em p arentada de lejos con la de I.

H. 174 Ib «Los ratones y las com adrejas». Ib (B2, Barb., Salm.)


depende de un m odelo con verso secundario, del que tam bién salen
Par. 1, Par. 2, Dos. y B. (am pliado).

H. 262 «Los leñadores y la encina». Procede de una fabulita de


4 versos, de la que vienen tam bién IIIS, Par. y Dod. y, com o am plia­
ción, Babrio. Es el tem a de los consanguíneos ingratos, que ya cono­
cemos.

H. 263 «El abeto y la zarza». Es un derivado del Y a m b o I V de


Calimaco: hay resto s de verso com ún con Par. y B. Es debate ve­
getal, con un eco de «El m acho cabrío y la vid» (no H. 295).

H. 264 «El hom bre y el león que cam inaban juntos». F ábula cuyo
m odelo m étrico p rim ario deja huella aquí, en Par., Dod. y Tetr. Es el
La colección augustana

tem a de la jactan cia refutada. Sin duda halla su inspiración de Je-


nófanes 15 D.-K. (los anim ales, si supieran, esculpirían dioses de
figura anim al) y de Arquíloco, E p . V II (de donde H. 14, jactancia
del mono).

H. 265 «El p erro y el caracol». Testigo único que deriva de un


original en cinco versos, de los que queda m ucho. Tem a de la estu p i­
dez del p erro que confunde al caracol con un huevo.

H. 266 «Los dos gallos y el águila». Fábula m uy difundida, vinien­


do n u estro texto de la versión prim aria, de la que tam bién salen
Par., Dod. y Bab. El gallo jactancioso es arreb atad o p o r el águila,
m ien tras el o tro m onta a las gallinas.

H. 267 «El m osquito y el león». F ábula sólo aquí y en Aquiles


Tacio, viniendo am bos (contra lo que dice el A parato de H ausrath)
de un original en verso. Es el tem a del anim al pequeño que d erro ta
al grande —pero es jactancioso y recibe su castigo al ser a su vez
vencido, devorado p o r la araña. Es fácil que haya influencia de la
fábula anterio r; en todo caso, el tem a está em parentado con los
de H. 140, no H. 211, 222.

H. 273 Ib «El águila». Viene, con Aftonio y Tetr., de una versión


reducida de la línea principal, m ejor conservada en F. An. III.

Sobre H. 62, 72 y 239 véase m ás abajo. En estos y otros casos


en que hay una fábula en Ib y en m uy pocos m ss. de I, se presentan
las m ism as hipótesis que en casos paralelos con la.
Es fácil ver que en H. 15b nos hallam os ante una fábula remo-
delada; 65a es en realidad una nueva anécdota de Diógenes (una
fabulización paralela a la de 65, pero diferente); y las dem ás fábulas
son nuevas, aunque variantes siem pre de o tras conocidas; 151a y
174 Ib vienen de una versión sem im étrica secundaria. A centúan los
tem as de la jactan cia to n ta —castigada u objeto de b u rla— y de la
insensatez igualm ente castigada.
Hay, pues, una hom ogeneidad evidente. Tam bién la hay en la
estem ática: son todas fábulas testim oniadas fuera de aquí, p o r o tra
p a rte 15b, 151a y 174 Ib vienen de una sem iprosificación secundaria,
en 65a no hay resto de verso, y las dem ás vienen de un verso prim a­
rio que, cuando ha ido a p a ra r a o tras colecciones, es el m odelo
de Par., Dod. y B abrio. Las versiones secundarias de 15b, 100b, 151a
y 174 Ib están em p arentadas tam bién con esta línea. E videntem ente,
el red acto r de Ib ha tenido, ju n to a la fuente antigua de F. An., o tra
que es m odelo de dicha línea de colecciones y que fue ignorada
p o r F. An. Los tem as y el hecho de tra ta rse de fábulas derivadas nos
280 Historia de la fábula greco-latina

hace p en sar que esa colección era b astan te tardía, del final de la
época helenística.
Nos hallam os, pues, an te un re d acto r que conoce una o varias
fuentes independientes de la de la Augustana. Conviene ahora volver
sobre el tem a de si Ib, cuando está en la línea de la Augustana, sigue
siem pre el texto de ésta, com o parece deducirse de su calificación
de «paráfrasis» p o r H a u srath o del m ism o proceder de H au srath y
P erry de tra ta r los m ss. de esta colección com o otros mss. m ás de
I 12. Pues bien, a este respecto quiero re co rd a r aquí cosas ya dichas
en «La tradición fabulística...», pp. 209 y ss.
Sin necesidad de re p e tir la ejem plificación, en dicho lugar he
p resen tad o casos en que: a) Ib conserva el verso m ejor que I y la
(H. 177); b) en que o cu rre lo m ism o, pero Ib va acom pañada de al­
gún ms. de I (de A en H. 9, de FCas en H. 195); c) en que, adem ás,
está a su lado la (A lalb en H. 26). La ejem plificación es, ciertam en­
te, no m uy ab u ndante, pero creo que suficiente. Cf. un nuevo ejem ­
plo de texto co rrecto sólo en Ib: H. 30 εί περισωθείη.
No hay duda, de todas m aneras, de que en ocasiones Ib altera
fu ertem en te el texto. Cf. p o r ejem plo notorios erro res com o H. 20
γεγυμνασιαρχηκότων, H. 24 κοιλώματα, H. 147 διαρκήσαι y lo que si­
gue, H. 180 διετέθης. P or p o n er o tro ejem plo, cito en H. 45 la evidente
alteración εϊλκοντο, oi δε άξονες τρίζοντες que destroza la sintaxis; I da
ειλκον, του δ’ άξονος τρίζοντος. E ste es el punto de p artid a de Ib: un
pu n to de p artid a, p o r lo dem ás, ya alterado, que h a cam biado el
Άμαξαν εϊλκον βόες original p o r un βόες άμαξαν εΙλκον. Como este
ejem plo hay m uchos. Pero no quiere decir tam poco que Ib haya to­
m ado el texto alterad o de I, m ás bien hay que pen sar que lo ha
tom ado de un p red ecesor suyo. N aturalm ente, esto no puede decidirse
aquí ni cuando, en la m ism a fábula, I da τί κράζεις (m étrico) y I
τί κραυγάζεις (am étrico).
Pero lo hace m uy verosím il, prim ero, el hecho de la ocasional
m ejo r conservación del verso en Ib, com o acabam os de decir, y p re­
cisam ente, a veces, en unión de la o de ciertos m ss. de I (que en
o tras ocasiones acceden ellos solos directam ente al m odelo); y, se­
gundo, el hecho de que, tam bién en ocasiones, el texto am étrico
de Ib se en cu en tre igualm ente en algunos m ss. de I. Así, si se repasa
el A parato Crítico de H a u srath p ara H. 44 podrá verse que los mss.
de Ib tienen a veces un texto prosaico innovado p o r ellos, pero que
o tras lo com p arten con m ss. de I: cf. εαυτούς είς τα βάθη τής λίμνης
εδίδοσαν AEGIb fren te al m ism o texto con ενέδυσαν EO (éste sin
εαυτούς). Es fácil que aquí Ib conserve m ejo r que EO el modelo. En
cam bio pienso que el είς τοσοΰτο καταφρονήσεως ήλθον de I conserva
una sem iprosificación derivada de un m ás antiguo εις τοσούτ' ήλθον ¡

12 En realidad, Perry no los tien e p rácticam en te en cuenta.


La colección augustana 281

καταφρονήσεως, sem iprosificación que es la base de Ib εις τοσοοτο


κατεφρόνησχν. O tras veces Ib hace en unión de o tro u otros m ss. una
m odificación a expensas del m etro (por ejem plo, la elim inación de
κα ¡—προκειμένου, en unión de E, en H. 19; la alteración ένεχ9έντες—ίδόντες,
en un ió n de F, en H. 187) o conserva lo antiguo en unión de o tro
(πώς εχοι, con E, en 180, antiguo a juzgar p o r otros testigos).
Todo esto está en relación con el hecho de que a veces una fábula
está en Ib y en algunos m ss. de I, sea cualquiera la explicación: así
H. 62, 72 y 91 (AGIb).
In sisto en que el tem a m erece u lterio r estudio, sobre una base
m an u scrita m ás firm e. En térm inos generales puede decirse que Ib
viene del m odelo sem iprosificado que llam am os pre-Augustana, p ro ­
bablem ente no siem pre del m ism o original de que procede I; que lo
ha alterad o b astan te, pero a veces lo h a conservado m ejor que la
línea fu n dam ental de I, ya solo, ya en unión de algún otro m anus­
crito. Y que ha adicionado, com o se ha dicho, unas pocas fábulas
de origen diferente. Pero en el detalle h ab ría que ver en qué m edida
estas conclusiones, correctas, creo, en principio, pueden generali­
zarse. Pues no es seguro que p a ra todas las fábulas haya que co n tar
con una versión de Ib, con frecuencia los m anuscritos que se le
atrib u y en divergen am pliam ente e n tre sí y sostienen las lecturas
de otros de I. Ya C ham bry calificó a dos de ellos de m ixtos. En su
edición H. 9 «La zorra y la cabra» es editada en tres redacciones
en que intervienen m ezclados m ss. de I, Ia e Ib. El problem a terrib le
de la tran sm isió n de las fábulas es que lo que es cierto p a ra la tra ­
dición de u na en un ms., puede no serlo p ara la de o tra en otro.
Tenían, ya sabem os, m ás de un m odelo a la vista. Y, en una fábula
dada, podían seguirlo en unión de un ms. habitualm ente de o tra
línea.
P o r eso, p ara lo relativo a la, a Ib y aun a I y el resto de las
Anónim as n u estro trata m ien to no puede a sp ira r a o tra cosa, com o
hem os advertido, sino a d ar una orientación general. A spirar a o tra
cosa sería em barcarn o s en un estudio a fondo de la tradición m anus­
crita, lo que no era n u estra finalidad.
Conviene añ ad ir que en ocasiones Ib tiene texto com ún con mss.
de III: en H. 262 (ya estudiados), 271 y 283 (aquí tam bién con la,
versión que, ella sola, coincide con III). En cu an to a H. 291, no es
de Ib, se tra ta de un e rro r de H ausrath.

IV. La c o l e c c ió n A u g ustana (I): in v e n t a r io

I. G e n e ra lid a d es
Si prescindim os de los núm eros duplicados en l a y Ib, de las fá­
bulas que hem os declarado de la o quizá de la (si no, añadidos de E,
282 Historia de la fábula greco-latina

etcétera), de las de Ib y de un apéndice final de fábulas de II y o tras


colecciones, la lista inicial de H au srath (que, p o r o tra p arte, hay
que m an ejar con cuidado porque contiene erro res sobre la re p re­
sentación de tal o cual fábula en tal o cual colección o m anuscrito),
queda reducida, p o r lo que a la A ugustana se refiere, a los siguien­
tes núm eros:

H. 1-64, 66-90, 92-140, 142-158, 160-164, 166-168, 170, 172-189,


191-199, 201-203, 206-208, 210-213, 215-226, 230, 232-237, 239, 242-244,
246, 248, 250-260.

Son, en total: 237 fábulas (luego elim ino una). E sta cifra re p re­
senta un m ínim o: pues hem os visto que algunos m ss. p resen tan al­
gunas fábulas m ás, bien procedentes de la o Ib, bien de o tras fuen­
tes a las que accedieron directam ente o en unión de algunos m ss. de
dichas colecciones.
Se tra ta de u na colección m uy extensa, derivada en definitiva
del núcleo principal de fábulas que viene de D em etrio y ha sido adi­
cionado con o tras fábulas m ás. Su origen aditicio y m ixto no se ha
inten tad o disim ularlo, com o en colecciones de autor, m ediante reela­
boraciones que unifiquen en cierto m odo el estilo y extensión: es la
típica colección anónim a que p resen ta incluso duplicados.
De o tra parte, he de in sistir aquí sobre el hecho de que esta co­
lección no tuvo nunca un arquetipo. Independientem ente de los añ a­
didos individuales de los mss., a que ya me he referido, en realidad
se descom pone en tres grupos de m ss., habiendo al tiem po im por­
tan tes diferencias individuales en tre los del m ism o grupo. Esos gru­
pos o mss. se com portan, a veces, com o testigos de tradiciones di­
ferentes: han trab a jad o con m odelos que no siem pre son los m is­
mos y, adem ás, han ido a ellos directam ente, en ocasiones al m e­
nos, y no a través de un m anuscrito interm edio. El origen de la
Augustana está, en p arte, en la existencia de un grupo de colec­
ciones próxim as y, en parte, en la progresiva contam inación de los
derivados de esas colecciones. Aun así no se ha llegado nunca a una
unificación com pleta.
A estas altu ra s de este libro no ex trañ ará al lector que insista
en que lo que es cierto p ara una fábula puede no serlo p ara otra.
Cada fábula es un caso y los mss. contienen elem entos de origen
m ixto y contam inado. Ni ex trañ ará si añado que la verdadera y com ­
pleta h isto ria no puede ser desen trañ ad a aquí totalm ente: apar­
te de los problem as intrínsecos de una tradición a b ierta y contam i­
nada, y m ás allí donde las circunstancias varían de un lugar a o tro
(de fábula a fábula), sucede que no contam os con un verdadero es­
tudio crítico y exhaustivo de los m ss. ni de ediciones satisfactorias,
pese a los progresos realizados. Cham bry, H a u srath y P erry tra b a ­
La colección augustana 283

ja n con un escaso núm ero de m ss. de I, a los que añaden a veces


algunos de la y Ib (que no h ab ría que tra ta r hom ogéneam ente, en
m uchos casos); con ese m aterial, por o tra p arte insuficiente porque
la tradición es m ás rica, tra ta n de obtener, salvo excepciones, un
texto u n itario p ara cada fábula. Texto u n itario que en ocasiones no
h a existido nunca, sin duda. Por o tra parte, el problem a nunca será
totalm en te soluble: ver en qué casos, p o r ejem plo, u n ms. bebe de
un original com ún a o tro o de uno solo próxim o al de éste o con­
tam in a o innova, es cosa que a veces puede ra stre a rse con ayuda
del verso, a veces no.
E n todo caso, y sobre precedentes en «La tradición fabulística...»
y en el vol. I de esta obra, voy a insistir, p ara em pezar, en ese ca­
rá c te r autónom o de la tradición de los m ss. o grupos de m ss. de I.
Dividiré el estudio en tres apartados: representación de las fábulas
en los diversos m ss. y grupos; fábulas duplicadas en un m ism o ms.;
fábulas con dos versiones. Luego p asaré a ocuparm e del acceso al
verso de unos y otros mss. y grupos.

2. R e p re s e n ta c ió n de las fá b u la s en los d iv erso s m ss. y colecciones

Conviene, antes de com enzar, re co rd ar el hecho de que los m ss.


de la A ugustana contienen a veces fábulas coliám bicas (es el caso
n oto rio de F y G), así como p aráfrasis y dodecasílabos, versiones
com unes con la y Ib, incluso versiones de las F. An. bizantinas (al fi­
nal de 260, p o r ejem plo, se añade la versión de la Accursiana). Por
o tra parte, p ara co n stitu ir el texto pueden ser útiles versiones de II,
IIIS y la col. III en general, aunque a veces pueden b eber d irecta­
m ente, com o sabem os, de las fuentes. Añádase el hecho del carác­
te r m ixto de ciertos mss. Es claro que los copistas bizantinos (y no
es fácil d istinguir en tre copista y redactor) tenían ante su vista
colecciones varias de fábulas: de ahí los cam bios de m odelo y las
contam inaciones, y ello m anuscrito a m anuscrito.
Pero volvamos a la Augustana. Tras reco rd ar mi relación ante­
rior, dada d en tro del estudio de la, de fábulas sólo p resentes en
uno o dos m ss. (vengan de la o directam ente de un m odelo antiguo),
voy a d ar aquí unas listas de fábulas que faltan bien en el grupo λ,
bien en el OE, bien en el AG, bien en dos de ellos. H ablo en té r­
m inos generales, no en tro en el detalle de la representación de λ, m ás
o m enos com pleta según los casos. La teoría del arquetipo propug­
n aría que las fábulas estaban todas en él y fueron dejadas de lado
p o r uno de los grupos o de los m ss. Pero tam bién puede p ro p u g n ar­
se, a veces, o tra explicación: que estos m ss. o grupos, que en p arte
proceden independientem ente com o lo dem uestra el hecho de su
llegada directa a los originales (a veces a m ás de uno, verem os),
284 Historia de la fábula greco-latina

am pliaron ocasionalm ente, en ocasiones, la colección base. O si­


guieron ocasionalm ente colecciones de base diferentes, aunque
próxim as: es decir, que ese grupo de colecciones de que he­
m os hablado y que en conjunto llam am os Augustana, difirieron en
ocasiones no sólo en cuanto al texto, sino tam bién en cuanto a las
fábulas que recogían. Pues el procedim iento que ya conocem os de
las colecciones im periales de a ñ a d ir a una fuente principal fábulas
tom adas de aquí o de allá, no fue sin duda o tra cosa que la conti­
nuación del pro ced er de las colecciones helenísticas y las posterio­
res, en tre ellas las conocidas en conjunto com o Augustana.
Los grupos a que m e he referido son:

F ábulas que faltan en λ: H. 14, 26, 28, 31, 33, 36, 38, 39, 40, 62,
72, 80, 89, 93, 102, 127, 133, 140, 147, 150, 158, 160, 166, 177.
F ábulas que faltan en OE: H. 59, 60, 62, 72, 91, 100, 107, 167, 176,
213, 236, 243, 246, 248, 258, 259.
Fábulas que faltan en AG: H. 100 (tam bién en OE), 134.

Es claro que la colección m ás com pleta es AG; recuerdo de todos


m odos que ésta y las dem ás carecen a veces de u n a fábula que está
en la o Ib y o tro grupo o ms., y que ciertas fábulas están solo,
p o r ejem plo, en E 13. E sas dos fábulas 100 y 134 son dos fábulas
m uy m al tran sm itid as, la p rim e ra sólo en CF (de λ) y Ib, la segunda
en CFE: fueron, quizá, repescadas p o r estas colecciones fuera del
m odelo principal. P or o tra parte, den tro de las tres listas que p re­
ceden hay ciertas coincidencias, es decir, fábulas que sólo p o r una
colección fueron repescadas (o conservadas): a m ás de 100 (falta
en OE y AG) tenem os dos que faltan en los dos prim eros grupos:
62, 72. Pudieron m uy bien ser fábulas que AG buscaron directam ente
de u na fuente inaccesible a las o tras colecciones, pero estando como
están en Ib, es tam bién posible que vengan de aquí.

3. F á b u la s d u p lic a d a s en u n m ism o m a n u s c rito

Aunque el tem a ya ha sido aludido, conviene tra ta rlo m ás ex­


haustivam ente y o b ten er consecuencias. El hecho es que en dos m ss.,
a saber, en G y en E, aparecen en lugares diferentes dos textos de
la m ism a fábula. C oncretam ente, en los casos de H. 23 y 101 (2 ve­
ces en G), 27, 56, 79, 105, 114 I (2 veces en E). N ótese que a p a rta ­
m os, p o r el m om ento, aquellos casos en que tam bién aparecen dos

13 Sob re fábu las perdidas secund ariam ente en G, cf. Perry, A esopica, p. 301.
La colección augustana 285

versiones, p ero se tra ta en realidad de dos redacciones m uy dife­


ren tes. Aquí hay, eso sí, diferencias textuales, a veces com partidas
p o r otro s m ss. B asta ver los A paratos de H a u srath y Perry p ara
com probarlo. P or ejem plo, en 101 el texto de G2OECas da un co­
m ienzo que m antiene el verso originario (Ξϋλινόν τις Έρμήν), m ien­
tra s que CFG1 a lte ra (Έ ρμήν τις ξύλινον, introducido erró n eam en te p o r
H a u srath en el texto).
Aunque el detalle de la relación de cada una de las dos versiones
con los otro s m ss. y con la no es fácil de establecer, p o r la insufi­
ciencia de datos en los A paratos, re su lta absolutam ente evidente
que nos hallam os an te la existencia de dos m odelos. Los copistas
de algunos de n u estro s m ss. (o sus inm ediatos antecesores) han te­
nido a la vista, a todas luces, a m ás del m odelo principal, otro del
que h an podido to m a r fábulas nuevas; igual que los creadores de
las subrecensiones. Pero en ocasiones no se han dado cuenta de
que las nuevas fábulas que tom aban eran en realidad fábulas ya
testim o n iad as en la fu ente principal, aunque con un texto diferente.
Se puede h ablar, con Perry, de «fabulae aduenticiae», pero siem ­
p re que se tenga en cuenta que se tra ta siem pre del m ism o proceso
y que, en realidad, lo que se hace es rein co rp o rar m aterial que ya
estab a de antiguo en la A ugustana o pre-Augustana, si se em plea
este térm ino en el sentido am plio de conjunto de colecciones y re­
censiones próxim as, sentido que aquí vengo usando. P or lo dem ás,
hay transiciones en tre este grupo y el que sigue: en definitiva, en
101 hay dos recensiones, con varios m ss. cada una, ni m ás ni m e­
nos que en las fábulas con dos versiones m ás diferenciadas de que
voy a o cuparm e a continuación.

4. F á b u la s co n d o s v ersio n es

Desde antiguo se h an creado fábulas derivadas, a veces m ás de


dos a p a rtir de un m odelo: antes o después podían e n tra r en las
m ism as colecciones. E igual fábulas derivadas unas de otras. E ste
es un proceso que se repetía y del que hallam os huellas en n u estra
Augustana. E n realidad, ya hem os hallado ejem plos en que u n a
versión estaba en I y o tra en la o Ib, confluyendo a veces luego
en algunos m ss. Por o tra parte, no es fácil traz ar una línea entre
dos versiones de una fábula todavía m uy próxim as en tre sí y dos
versiones ya m uy diferenciadas, verdaderas fábulas independientes
desde época im precisable. Ya he dicho que hay transiciones con las
sim ples diferencias textuales.
Voy a tra ta r de d a r una visión sinóptica, p resentando todos los
casos de dobles versiones de que he dado cuenta h asta aquí y aña­
diendo el m aterial que queda. He presen tad o tres grupos:
286 Historia de la fábula greco-latina

a) 39a = I/39b = IaCOU (fábula de la golondrina; am bas recen­


siones en Cas)
114 Ib = I + Ib/114 I = IaECasCG (id. de la horm iga y la
cigarra o escarabajo)
b) 15a = I/15b = Ib (id. de la zorra y las uvas)
65 = E = la (?)/65a = Ib (fábulas de Diogenes)
151 = I + Ib/151a = Ib (fábula del león y el ratón)
174 = I+ I b / 174 Ib = Ib (fábula de los ratones y las com a­
drejas)
c) 101 (dos recensiones, G está en am bas; es la fábula del ven­
cedor de im ágenes).

Veamos, ahora, el nuevo m aterial:

H. 28 = 1/34 = I, la. Dos fábulas de com ienzo idéntico y conte­


nido aproxim ado («El m entiroso» y «El que p rom ete lo imposible»).
Ambas en AG (34 adem ás en la).

H. 3 1 = 1 «El hom bre de m ediana edad y las prostitutas». En


EAGIb hay u na segunda versión (la p rim era tam bién en EAG), en
realid ad de la P aráfrasis B odleiana (P. 52).

H. 62 = AGIb/186 = I, Ib (hay coincidencia en AG y en un ms.


de Ib, B). Se tra ta de la fábula del lab ra d o r y la serpiente: son dos
versiones derivadas de dos sem iprosificaciones con verso com ple­
m entario, siendo 62 ligeram ente abreviada.

H. 71 = I/H . 239 = I, Ib (en A están am bas versiones). Es la fá­


bula de la encina (o los árboles) y la caña: 71 es una versión re­
ducida con verso secundario sacado del p rim ario que traduce en 239.

H. 87 = I, I b / 189 I, la (coinciden EFCasG). Es la fábula del león


y las ovejas: la segunda fábula, que introduce a la zorra com o «sur­
venant», deriva de un verso secundario, la p rim era del prim ario.

H. 98: el A parato de H au srath dice que la fábula p resen ta dos


form as, u n a en OEG y o tra en CAIb. Es decir, hay distribución com ­
plem en taria de los m ss. de I. No es posible re co n stru ir am bos tex­
tos. Es la fábula de la víbora y la serpiente.

H. 198 = 1/257 = I. La p rim era fábula está en OFCasEA, la se­


gunda en CFAG; hay coincidencia parcial. Se tra ta del asno y el lobo
y el onagro y el lobo, respectivam ente: la segunda fábula viene de
un verso secundario, derivado del p rim ario de la a n terio r a través
de un derivado interm edio.
La colección augustana 287

E stos casos se añaden a los anteriores en los que, com o veíamos,


había oposiciones I /Ia , I/Ib , I / I , en general con distribución com ­
plem en taria de los m ss. (con ciertas excepciones) y añadiéndose, a
veces, a la ciertos m ss. de I. En realidad, se podría pensar, p a ra ­
lelam ente, que versiones con Ib y pocos mss. de I vienen de Ib:
pero es un hipótesis incierta.
La situación de los dos grupos es en cierta m edida diferente.
E n el m encionado antes, había en térm inos generales una d istri­
bución com plem entaria entre las dos versiones (por lo dem ás, de­
rivadas en general una de otra): distribución en tre I /I b o I / I a
(a veces con algún ms. de I). El que hu b iera un ms. com ún era raro:
evidentem ente, bebió del m odelo de la o tra versión. En cam bio aquí,
salvo un caso, el de H. 98, de distribución com plem entaria, en los
dem ás hay una serie de m ss. que m ontan, es decir, que presentan
am bas versiones. En p rim er lugar, cuando se opone una de I a o tra
de Par., en H. 31; y luego en los dem ás casos en que hay com bina­
ciones I / I ; I / I , Ib; I / I , la, Ib; I, I b /I , Ib; I, I b /I , la; I, I a /I , Ib.
EAG son los m ss. que principalm ente «m ontan», tienen am bas ver­
siones, pero tam bién otros diversos de I y de Ib.
Todo este com plejo panoram a no hace verosím il una explicación
sim ple com o que haya interpolación secundaria de Ib. Pienso que las
varias recensiones de la pre-A ugustana que estaban a disposición de
los redactores-copistas de la A ugustana ofrecían ya u n a ya dos de
las fábulas p arejas. En todo caso, nu estro s copistas tenían ante su
vista m ás de un m odelo: a veces podían suplem entar uno con otro,
sin caer en la cu en ta de que introducían dos fábulas en definitiva
sem ejantes, com o podían tam bién, sin duda, d ejar desatendida una
fábula com o sem ejante a o tra ya recogida o p o r cualquier o tra razón.

5. A lgunas c o n sid e ra c io n e s c o m p le m e n ta ria s

P or po n er u na m u estra de o tras in terpretaciones, veam os lo que


dice Perry, A esopica, p. 301, sobre el ms. G. Tras señalar sus lagunas,
debidas a la p érd id a de algunas hojas, añade que tiene siete fá­
bulas «adventicias», supuestam ente añadidas al arq u etip o de toda
la Augustana. La crítica de sus afirm aciones h ará ver la debilidad
de los argum entos sobre los que se basa esta hipótesis.
Perry tiene razón, p o r supuesto, cuando considera «adventicia»
la versión de P. 52, correspondiente a H. 31, que aparece en G:
es un ejem plo, en tre otros, de la en tra d a de la tradición «babriana»
en los m ss. de las F. An. Pero es ya totalm ente g ra tu ita dicha cali­
ficación aplicada a H. 62, que cree procedente de B abrio sim plem en­
te p o rq u e p resen ta restos de verso coliám bico; e igual cuando se
aplica a 114 Ib, con el m ism o argum ento de las huellas coliám bicas.
288 Historia de la fábula greco-latina

Ni estas dos fábulas tienen n ad a que ver con la tradición b abriana


ni la presencia de coliam bos es característica sólo de ésta: pero esto,
evidentem ente, era desconocido p a ra Perry.
Pero si la presencia de coliam bos o restos de los m ism os no es
argum ento, tam poco lo es la existencia de versiones dobles. Perry,
sin em bargo, dice que o bien H. 71 o bien H. 239 debe de ser un
duplicado, una «fábula adventicia»; y que lo son uno de los dos
textos de H. 101, así com o H. 87 y H. 198. Ahora bien, no sólo en G
aparecen esas segundas (o prim eras) versiones, tam bién en otros m ss.
Y no hay grandes argum entos p a ra deducir, allí donde hay duplica­
dos, qué texto es el del supuesto arquetipo de la A ugustana y qué
o tro es «adventicio». No es que G añadiera a un original «cerrado»,
sino que este ms. y otros varios tenían ante los ojos varias colec­
ciones que a veces com portaban duplicados de este tipo y ya reco­
gían los dos textos, ya sólo uno.
Cosas p arecidas pueden decirse de las afirm aciones del propio
P erry (A eso p ica , p. 303, S tu d ie s, pp. 153 y ss.) sobre A = Pb. En re ­
lación con G, ap a rte de la falta de 10 fábulas n ota P erry el añadido
de siete, que considera secundarias, ajenas. Pues bien, es cierto que
las corresp o n d ien tes a H. 260 II y II I proceden de estas dos re ­
censiones, que han su stituido en n u estro ms. a la versión de I de
«La pulga y el atleta». Y es un caso especial, desde luego, H. 249
«El pavo real y la grulla», que en p. 269 hem os considerado quizá
com o de la (porque está sólo en A), pero que en todo caso viene
del m ism o texto de que deriva Dod. (el de B abrio depende de aquí,
no al revés com o cree Perry). De algún m odo estos textos se in tro ­
du jero n en A.
E n cam bio, no veo razón alguna p a ra o tras afirm aciones de Pe­
rry. H. 167 y 168 no vienen de B abrio, que ni siquiera p resen ta la
prim era fábula. E sta («La leona y la zorra») viene de un texto co­
m ún con Dod. 1 y la o tra («El lobo y el cordero») de uno del que
derivan B abrio y Aviano. Nos m ovem os aquí, ciertam ente, en una
trad ició n fabulística ajen a a las F. An., pero hay que n o tar que a
diferencia de H. 249 (sólo en A), H. 167 está en FAIb y 168 en CasFA.
Son, pues, varios los m ss. que han tom ado com o fuente secundaria
una colección ajen a a la pre-Augustana.
E n cuanto a H. 169 «Las liebres y las zorras» y H. 176 «La h o r­
m iga y la palom a», P erry las atribuye a la. La p rim era está en
CasEAIa, la segunda en CFA Ialb, Y no se ve argum ento a favor de
si el texto procede de la o al revés: en todo caso, am bas fábulas
dependen de m odelos m étricos prim arios, que com parten, la prim e­
ra, con las fábulas siriacas, la segunda con Dod. Una vez m ás, va­
rios m ss. de I, en tre ellos A, h an utilizado u n a fuente m arginal; pero
esta vez no podem os asegurar que sea ajena a la pre-Augustana.
La colección augustana 289

E sto que o cu rre en A con las fábulas com unes con la, ya hem os
visto que sucede m ucho m ás com únm ente en otros m ss. y, notable­
m ente, en E = Pa. Ya en sus S tu d ie s, pp. 150 y ss., Perry señaló
que este m an u scrito carece de 20 fábulas com unes a GA y añade, en
cam bio 19 nuevas (y u n a en ACas): son las fábulas de la y, a veces,
otro s m ss. Más dudosa es la p ro p u esta de Perry de un origen de
estas fábulas en la a p a rtir de E (por vía de K = Pf). En todo caso,
P erry enfocó co rrectam ente la cuestión cuando insinuó que E copió
su texto altern ativ am en te de dos o m ás mss.: solo que no solo fue
E, sino tam bién, a veces, otros m ss. Pero esto hay que referirlo no
sólo a las fábulas com unes con la (y Ib), sino tam bién a los «du­
plicados» y fábulas repetidas de que antes nos ocupam os.
E n definitiva: los principales m ss. de I trab a jab an , de u n lado,
con m ss., de la pre-A ugustana m ás o m enos próxim os al verso, m ás
o m enos idénticos en cuanto a su inventario de fábulas; y, de otro,
con m ss. de la y Ib, que a su vez tenían un núcleo fundam ental co­
m ún con I, p ero añadían nuevas versiones de fábulas o nuevas fá­
bulas. Ya grupos de m ss. (antecesores de los conservados) ya m ss.
aislados tom aban nuevos m ateriales de aquí.
El ca rác te r «mixto» de n u estro s m ss. de I se acentúa cuando aña­
den m ateriales de II, IIIS y III en general, p o r no h ab lar de la tra ­
dición «babriana». E sto es com ún en los m ss. que C ham bry desig­
nó con siglas que com ienzan p o r M. Y un caso m uy notable es el de
Cas, p ara el cual rem ito a Perry, A esopica, p. 304. Pero no son casos
aislados. Incidentalm ente, aquí o allá; hem os señalado la presencia
de fábulas de II, IIIS y II I en m ss. de la Augustana. Y sería fá­
cil añ ad ir nuevos ejem plos. Por o tra p arte, el texto de I ha pene­
tra d o ocasionalm ente en m ss. de o tra s colecciones, cf., p o r ejem plo,
H. 71 y 124 (ms. T, de II), H. 85 (ms. Q, de la). O tro caso diferente
es cuando a los m ss. de I o la se añaden otros de IIIS (véase el
caso en u n a larga serie de fábulas a p a rtir de H. 218): aquí se nos
revela la vía a través de la cual el texto de I y la evolucionó p ara
d ar las nuevas colecciones bizantinas.

V. La c o l e c c ió n A u g u sta n a (I): a cceso de lo s m s s . al v e r so

E n vol. I, pp. 101 y ss. y antes en «La tradición fabulística...»,


pp. 294 y ss., he presentado ya algunos ejem plos que hacen ver que,
ocasionalm ente, ciertos m ss. de I (y la, Ib) acceden directam ente al
verso de la pre-Augustana. Sin em bargo, conviene rectificar aquí
algunas cosas y explicar o tras m ás am pliam ente.
Como he dicho, hay que concebir la pre-A ugustana com o u n a se­
rie de colecciones estrecham ente em parentadas, pero no idénticas
ni en cuanto al texto ni en cuanto al núm ero de fábulas que reco­
290 Historia de la fábula greco-latina

gen. E sto se ve, en p rim er lugar, porque en ocasiones o tras colec­


ciones, y n o tablem ente II y II I (aparte de las siriacas, cuyo verso
es difícil de adivinar), acceden a un texto m étrico allí donde todos
los m ss. de la A ugustana ofrecen una prosificación com ún. Luego
se verán m ás ejem plos: bástenos aquí con señalar que en H. 136
todos los m ss. de I ofrecen un com ienzo κύων κρέας εχουσ α ποταμόν
διέβαινε, en el cual se re stitu iría el verso sustituyendo ίχο υ σ α por
φέρουσα , del cual quedan huellas m ás o m enos alterad as en II, Fedro,
Teón y D oxópater: es claro que estos au to res y colecciones dependen
de un texto m ás antiguo que el previo a I, al m enos en lo referente
a este pasaje.
Ya hem os dicho en n u estro vol. precedente que las prosifica-
ciones se han escalonado, alternando a veces con nuevas versifica­
ciones. P ara cada fábula existía no un texto sem iprosificado, sino
varios, con m ás o m enos verso y m ayor o m enor antigüedad; po­
dían coexistir unos al lado de otros. En los diferentes capítulos de
este vol. he indicado con frecuencia que sem iprosificaciones que
subyacen a las diversas colecciones tienen verso com plem entario:
es decir, que vienen independientem ente de un m ism o m odelo m é­
trico o ya sem im étrico.
Con esto no voy a negar que en un núm ero im p o rtan te de casos
los diversos m ss. de I proceden de un m ism o texto sem iprosificado.
El ejem plo de H. 136 que acabo de poner es uno e n tre infinitos
que pueden en co n trarse. B aste p en sa r en com ienzos de fábulas amé-
tricos del tipo H. 19 άλώπηξ φραγμόν, 20 άλώπηξ και κροκόδειλος, etc.,
que re p resen ta n prosificaciones de com ienzos m étricos. En algunos
casos podem os in tu irlos: H. 1 αετός καί άλώπηξ φιλίαν πρός άλλήλους
viene seguram ente de φιλίαν άλώπηξ κάετός πρός άλλήλους', Η. 70 δύο
βάτραχοι άλλήλοις έγειτνίων de δύο βάτραχοι εγειτνίων π ο τ ’ άλλήλοις; Η. 112
ήρωά τις έπί τής οικίας εχων, τούτψ πολυτελώ ς εθυε de ήρωά τις έπ’ οικίας
Εχων, τούτω / ε9υε πολυτελώς. N aturalm ente, la p ro fu n d id ad cronológica
de la prosificación puede variar m ucho. H em os de ver, p o r ejem plo 14,
que H. 58, que com ienza con γυνή χήρα δρνιν Ρ.χουσα. donde χήρα es una
interpolación pu esto que destroza el verso, tiene u n paralelo exacto
en Syr. LXI u n e fe m m e v e u v e : se tra ta de u n a prosificación muy
antigua, sin duda derivada de un γυνή τις είχε, cf. Syr. elle avait une
po u le y en H. 55 γυνή χήρα φίλεργος en vez de γυνή φίλεργος. Lo que
sigue tam bién está prosificado desde antiguo: I καθ’ έκάστην ημέραν
ώόν τίκτουσ α ν, Syr. et, to u s les jo u rs, (celle-ci) lui d o n n a it un oeuf.
S ería fácil re stitu ir: γυνή τις ορνιν είχε καθ' ημέραν / τίκτουσαν ώόν.
Pero, n atu ralm en te, no puedo e n tra r aquí en la reconstrucción
detenida de los distin tos escalones sem iprosificados de las diversas
fábulas: solo anoto su existencia. Y, continuando, añado que si bien

« Cf. p. 391.
La colección augustana 291

es cierto que con frecuencia es un texto único prosaico el que sub-


yace a toda la A ugustana (y aun, en ocasiones, a todas las F. An.),
o tras veces no es así.
Efectivam ente, hallam os pasajes en que frente al texto prosi-
ficado com ún a toda la tradición en general, uno o a veces varios
mss. han tenido a su disposición el texto m étrico original, o al
m enos, un texto sem iprosificado an terio r que conserva m ejo r el
m etro que el sta n d a rd . Por p o n er un ejem plo fácil de com prender:
en H. 29 fren te al υποτυχών εφη general (fórm ula prosaica m uy fre­
cuente), A = Pb tiene Εφη πρός αύτόν (fórm ula m étrica tam bién co­
m ún). Y, sin em bargo, en esa m ism a fábula E contiene prosa com ún
con el resto de la tradición: sin ir m ás lejos, el com ienzo άνΒρακεύς
επί τίνος οικίας εργαζόμενος ώς έΒεάσατο. Luego el red acto r de E h a con­
tam in ad o el m odelo com ún de la fábula con o tro m ás antiguo que
conservaba m ejo r el verso.
Conviene p o n er algún ejem plo m ás, pues en el an terio r puede
p en sarse que fórm ulas com unes pudieron ser sustituidas y vueltas
a su stitu ir unas p o r otras.
E n H. 114 I los m ss. de I y la p resen tan en general un comienzo
Βέρους ώρα μύρμηξ περίπατων, y así incluso en una de las dos versiones
que ofrece E (véase supra, p. 284); pero la o tra nos m u estra ώρα
Βέρους μύρμηξ περιιών que es m étrico: el copista de E h a dispuesto,
pues, de dos originales, com o ya anticipé, pero ah o ra añado que uno
conservaba m ejo r que o tro el verso. Y añado tam bién que en la m is­
m a fábula el έταλάνιζε de E2 re p resen ta u n a lectio d iffic ilio r sin duda
m ás antigua que el έΒαύμαζεν general, que encaja p eo r en el sentido
(aunque el m etro es el m ism o). Aquí podem os establecer tres fases:
1: ϊδών εταλάνιζεν
2: Βεασάμενος ίταλάνιζεν (cf. vol. I, p. 570): de aquí E2
3: Βεασάμενος εΒαύμασεν: de ahí el resto de la tradición.

Más ilu strativ o todavía es, sin em bargo, el caso de H. 9, la fá­


bula de la zorra y la cabra de que la p rim era se sirve p ara salir
del pozo, d ejándola luego abandonada allí. E n E (y en m ss. de Ib)
hallam os el verso com pleto en las palabras de la zorra a la cabra,
con tal que elim inem os dos interpolaciones que evidentem ente es­
tab an en el m odelo (de la segunda al m enos podem os certificarlo,
p o r lo que se verá):
¿άν μόνον Βέλφς (Β; Ε Βελήσεις, V Βελήσω) <σι3) τήν [ άμφοτέρων'] σωτηρίαν.
Θέλησον obv τούς [ έμπροσΒίους ] πόδας ερεϊσαι τω τοίχω
όρΒώσαι δέ τά κέρατα

E n los dem ás mss. se ha producido un salto de igual a igual,


precedido de una alteración del comienzo: de έάν yàp Βελήσης o εΐ yàp
292 Historia de la fábula greco-latina

θελήσεις se p asa directam ente a τούς έμπροσ9ίους πόδας (la continua­


ción está m ás alterad a, τ φ τοίχω προσερεΐσαι έγκλίνας τά κέρατα).
O sea: la prosificación que subyace a n u estra tradición en gene­
ral contiene u na laguna y ciertas alteraciones, m ientras que E Ib
h an tenido acceso a un texto m ás antiguo, sin la laguna y con restos
m étricos m ayores. En otros pasajes de la m ism a fábula, p o r ejem ­
plo, en el comienzo, todos los m ss. dependen de un texto prosifi-
cado com ún.
N ada extraño que sean A y E ( = Pb, Pa), m ss. conocidos porque
introducen m aterial fabulístico nuevo, a veces en unión de otros,
los que al propio tiem po m anejan un m odelo sem iprosificado muy
com ún y uno m ás antiguo y d iferente de éste. Y lo hacen indepen­
dientem ente, no com o p a rte de sus grupos de m ss. respectivos.
Veam os todavía algunos ejem plos que h arán com prender la di­
fusión de estos hechos. En H. 150 puede re stitu irse un verso com ún

ό μέν yàp έστ'ι των 9αλαττίων ζώων

pero el que sigue sólo se conserva en A

αυτός δέ των χερσαίων ζώων ειμι βασιλεύς 15

m ien tras que a los dem ás m ss. subyace una prosificación

αότός δέ των χερσαίων βασιλεύει

N ótese que en esta fábula, un poco m ás abajo, es G el que ha con­


servado el verso original, sin duda sobre el m odelo

μετ’ ού πολύν χρόνον μάχην έχων ταύρω (mss. πρός ταύρον)

Ε estro p ea el comienzo, A dice μάχην τινα.

Pasem os a otro s m ss. En H. 186 sólo CCas m antienen el coliam bo


com pleto

συνείχετ', ήρέμει έπεί δ' ε9ερμά\9η

pues los dem ás ofrecen una prosificación επειδή δέ.


Por o tra p arte, el que con m uchísim a frecuencia nos encontre­
m os con sem iprosificaciones com unes no quiere decir que siem pre

15 Es admitido el espondeo en posición IV, cf. vol. I, p. 596.


La colección augustana 293

lo sean. E n ocasiones hay sem iprosificaciones propias de diferentes


grupos de m ss.: a los tres grupos que ya sabem os o bien, o tras
veces a m an u scrito s varios de unos y otros.
R ecuerdo, p a ra em pezar, lo dicho m ás a rrib a a propósito de
H. 101: el texto m étrico inicial Έύλινόν τις Έ ρμήν está re p resen ta­
do en los tres grupos de m ss. (Cas AG OE), pero hay u n a prosifi­
cación Έ ρμήν τις ζύλινον en CF y en una segunda version en G. Co­
rrían , pues, dos versiones con dos textos, siendo en algunos pasa­
jes m ás antiguo ya el uno ya el otro. Un m s. h a podido ten er a su
vista las dos, com o G, copiando am bas; otros m ss. han elegido ya
la una ya la otra, independientem ente del grupo a que pertenecían.
Un ejem plo parecido, en tre m uchos, p o d ría ser H. 79, donde se
conserva el m etro κατέσίίιε τα φύλλα / τής Αμπέλου en CCasEG y hay
una prosificación com ún τα φύλλα τής αμπέλου κατέσθιε en FOA: λ y OE
se rep arten .
O tras veces, sin em bargo, una prosificación es propia de una ra ­
m a de m ss.: hay un escalonam iento.
Así en H. 112: aquí se pueden re co n stru ir dos versos:
οΰτος,
πέπαυσο τήν ζ σ ή ν ) ουσίαν διαφθείρων
Èàv yàp ^ _ υ ] καί πένης γένη
pero, ap a rte de ciertas alteraciones individuales de EAG al final
del p rim e r verso, en el segundo OE sustituyen αναλώσεις καί p o r
άναλώσας.
E n H. 152 [-^ -u ]

λεών καί άρκτος έλάφου νεβρόν εύρόντες (por νεβρόν ελάφου)

son los mss. de λ los que casi conservan el m etro; a EAG subyace una
corrupción νευρόν, que h a a rra stra d o otras.
E n H. 146 el cierre final m étrico

μηδέν' άκοή ταραττέτω προ τής 9εας

se m antiene en λ AG, m ientras que EO ha introducido otro en prosa:

εϊτα τελικοΰτος ών τηλικαΰτα ßoac

Claro está que en o tras ocasiones las diferencias entre los mss.
se explican m ás que p o r textos prosaicos interm edios, p o r altera­
ciones individuales del verso conservado todavía en el m odelo y a
veces m antenido p o r tal o cual m anuscrito.
Así, en H. 40 sólo A = Pb m antiene, en el com ienzo de la fábula,
el έκάστοτ' 'εσπέρας m étrico: las alteraciones de los otros m ss. de­
294 Historia de la fábula greco-latina

penden del m odelo, no de A. Es p articu larm en te notable cóm o en


H. 187 puede re stitu irse un trím etro δ μηδέν ήν ημείς μάτην προσεδε-
χόμεΒα. cuyos diversos elem entos son m antenidos ya p o r unos ya por
otros m ss. Igualm ente, en H. 257 se restituyen bien, elim inando alguna
glosa y haciendo un cam bio de orden
λύκος δε βριαρός τον övov (mss. αυτόν) συναντήσας
κατεσ&ίειν εμελλ' έτοιμον ευρών Πέραμα.
Aquí las glosas y el cam bio de orden son com unes: rem ontan al
modelo. Pero, ap a rte de esto, los diversos mss. han alterado indi­
vidualm ente, aunque son, en este caso, los de \ los m ás fieles.
Finalm ente, no hay duda de que el m odelo prosaico puede a su
vez conservarse m ejo r o peor: hay nuevas alteraciones prosaicas
de los diversos grupos de m ss. o los diversos m ss. Nótese, p o r ejem-
en H. 40 A των στεναγμών (por el original των στεναγμάτων, m étrico);
reproduce el m odelo, alterado variam ente p o r los dem ás mss.
Todo esto confirm a nu estras conclusiones anteriores sobre el
origen de la Augustana. En térm inos generales, tan to ella com o la
pre-Augustana en sus diferentes etapas es una colección unitaria.
La m ayor p arte de las fábulas son com unes, el texto se b asa en té r­
m inos generales en una prosificación o sem iprosificación com ún.
Pero existían m ss. diversos m ás o m enos prosificados y que a veces
adm itían versiones dobles de una fábula o fábulas con doble texto
o nuevas fábulas o elim inaban algunas. Los copistas sucesivos de la
Augustana, h asta llegar a los nuestros, los bizantinos, han tenido
frecuentem ente a la vista m ás de una de estas colecciones antiguas.
A p a rtir de ellas, han introducido fábulas o versiones nuevas de una
m ism a, han rein tro d u cido el verso perdido en versiones recientes,
han contam inado. Los copistas de un ms. perteneciente a una ram a
determ inada, h an trab a jad o conociendo y utilizando o tras ram as y,
a veces, un texto m ás antiguo que todas ellas.
Una m ención p artic u la r hay que hacer, p ara term in ar, a las dos
subcolecciones la y Ib. Aunque p o r las razones dichas h an sido es­
tudiadas aquí de u n a m anera insuficiente, es claro que a un n ú ­
cleo procedente de las colecciones de la pre-Augustana (a veces las
utilizadas p o r I, a veces otras) han añadido fábulas de colecciones
m arginales o bien fábulas de la m ism a pre-Augustana desatendidas
po r I.

VI. La c o l e c c ió n A u g u sta n a (I): e s t e m m á t ic a

I. G e n era lid a d es
Las fábulas com unes a toda la Augustana, es decir, las que que­
dan descontando las que suponem os originales de la y Ib y unas
La colección augustana 295

pocas que han introducido algunos m ss., quizá tom ándolas de la


pre-Augustana, p ero a veces no, son 237 16. E sto nos da la colección
m ás am plia, con m ucho, de la Antigüedad. Como he dicho, la Au­
g ustana es la colección o sum a de colecciones en que ha confluido
la m asa p rincipal de fábulas procedentes de D em etrio y o tras añ a­
didas p o sterio rm en te. Cierto que m uchas de estas fábulas, com bi­
nad as con o tras m ás, han dado al propio tiem po o tra s colecciones.
Luego verem os m ás detenidam ente la relación en tre la A ugustana
y estas o tras colecciones que, en cierto modo, se dejan reconstruir.
Sum adas éstas y la A ugustana o pre-Agustana pro curaban, desde la
ú ltim a época helenística, la fuente de que m ás frecuentem ente p a r­
tían tan to los au to res de colecciones literarias com o los que cita­
ban fábulas sueltas com o ejem plos en obras literarias de otros tipos.
A la a ltu ra de n u estro s conocim ientos, un estudio de la Augusta­
na se co m p ren d erá sin duda que va a revelarnos una colección m ixta,
con fábulas antiguas y o tras recientes, creadas nuevas o derivadas;
con redacciones procedentes de lugares diversos de los s te m m a ta
respectivos; con tem ática ya tradicional, ya cínica o cínico-estoica;
con tipos de fábulas tam bién m ezclados. Pero conviene investigar
despacio p ara ver si se pueden establecer conexiones en tre estos di­
ferentes p u ntos de vista y ver la proporción de las d istin tas fábulas,
etcétera. Sería el m odo de p en e trar, de algún m odo, en la historia
de las colecciones, desde la de D em etrio a la pro p ia Augustana. Lue­
go todo esto debe ser com parado con lo que ya sabem os sobre otras
colecciones que están en la base de las que h asta aquí hem os venido
estu d ian d o y que de u n m odo u otro están en relación con la pre-
Augustana, aunque la recorten, am plíen o m odifiquen.
Antes de em barcarm e en este estudio recuerdo al lector los dos
capítulos del vol. I sobre «La fábula en las colecciones de Deme­
trio» y «La fábula en la edad helenística». Cierto que en ellos se h a­
blaba de precedentes rem otos no sólo de la pre-Augustana, sino de
tod a la fábula en general. Pero son im p o rtan tes en el m om ento de
e stu d iar la Augustana. Conocemos ya, en definitiva, su núcleo: las
fábulas de edad clásica recogidas p o r D em etrio, fábulas fundam en­
talm en te agonales y dotadas de una e stru c tu ra y unas fórm ulas que
nos son conocidas. Y tam bién los nuevos tipos de fábulas de la edad
helenística, desarrollados p o r lo dem ás a p a rtir de precedentes an­
terio res, p ero en u n nuevo contexto ideológico y literario. Más con­
cretam ente, hice un pequeño análisis de las 40 prim eras fábulas de
la Augustana, distinguiendo entre ellas las de tradición clásica, las
fabulizaciones diversas, las fábulas derivadas de fábulas, las fábulas
nuevas. Las fábulas «mixtas» y hum anas aum entaban en núm ero,

16 H ay que descon tar una, H. 234, de origen bizantino. Cf. infra.


296 Historia de la fábula greco-latina

así com o las estru c tu ras de situación y las anóm alas, que se añaden
a las tradicionales y a las arcaicas regularizadas 17
Pero estas fábulas, insisto, están tam bién, en su m ayor p arte, fuera
de las Anónimas. D entro de este panoram a general de la fábula a
p a rtir de la edad helenística hay que tra ta r de sacar consecuencias
que se refieran m ás propiam ente a la pre-A ugustana y la Augusta­
na. Y voy a com enzar p o r analizar la situación de las diferentes fá­
bulas de la m ism a d en tro de los ste m m a ta , p ara ver en qué m edida
se tra ta de fábulas únicas o bien difundidas y, e n tre éstas, en qué
estado de desarrollo del texto. Quizá esto nos sugiera algunas con­
clusiones sobre las fuentes m ediatas de n u estra A ugustana; sobre
las colecciones de que depende.
Como cosa previa hay que ad v e rtir que los restos de verso en la
Augustana son m uy desiguales. Ello depende de la existencia ya de
verso p rim ario , ya secundario, ya de sem iprosificaciones escalonadas
No siem pre una situación secundaria de una fábula en el ste m m a
quiere decir que conserva m enos verso, pues puede tra ta rse de
verso secundario bien conservado. Pero lo im p o rtan te es n o tar que,
con lo escaso y problem ático que pueda re su lta r el verso en algu­
nas fábulas, yo no me atrevería hoy a afirm ar, com o lo hice en «La
trad ició n fabulística...», pp. 264 y ss., la existencia en la A ugustana de
fábulas originariam ente sin verso. E n este libro, vol. I, p. 90, hacía yo
ya ver que un exam en riguroso lleva al descubrim iento de cada vez
m ás resto s m étricos: ahora añado que la existencia de fábulas sin
verso original es indem ostrable.
Al in te n ta r asignar un puesto a la A ugustana (y la pre-Augusta-
na) d en tro de la trad ición fabulística, hay que p a rtir del principio,
ya enunciado, de que pertenece a la línea principal de la m ism a:
contiene m uchísim os elem entos com unes con las o tras colecciones
que hem os m ás o m enos reconstruido. E sta línea principal se dife­
rencia, adem ás, de los elem entos m arginales que puedan h ab e r lle­
gado a o tras colecciones, m uy notablem ente de las fábulas del P. Ry-
lands, que tienen u na versificación distinta. Cf. vol. I, p. 84. Re­
m ontan, en definitiva, a D em etrio y a sus am pliaciones posteriores,
pero a p a rtir de u n m om ento la línea se escindió en dos: y la ram a
del P. R ylands ra ram en te en cu en tra eco fuera de él. La pre-Augus-
tana, es, pues, la continuación de la ram a m ás difundida o del con­
ju n to de ram as m ás difundidas; aunque no re p resen ta tam poco la
totalid ad de la tradición de la fábula, u n a serie de fábulas no lle­
garon a ella y, en cam bio, se ab riero n paso, com o vengo diciendo,
en o tras colecciones que tam bién utilizaban la línea de la Augus­
tana.

17 Sobre todo esto, v. vol. I, pp. 530 y ss.


La colección augustana 297

2. E ste m m á tic a

Con esto com ienzo el estudio de la estem m ática de la Augustana,


sobre la base de las 237 fábulas que todavía no he atendido a este
respecto y que rep resen tan su núcleo principal y tam bién el de la
pre-Augustana. Lo hago, com o siem pre, sobre los datos del Apén­
dice I, donde pueden en co n trarse m ás precisiones. Y de los estudios
ya realizados en los capítulos precedentes.
Se trata , en definitiva, de estu d iar si la estem m ática aclara algo
sobre las fuentes —y, en una segunda fase, sobre el carácter— de
la colección A ugustana y sobre sus precedentes en las varias fases
de la pre-Augustana. Pues he de re co rd a r que Fedro y B abrio han
tom ado m ateriales de colecciones derivadas de la m ism a en una
fase en que todavía carecía de epim itios regulares; que los m odelos
de las fábulas siriacas la han conocido en un m om ento en que ya
tenía estos epim itios, pero p resen tab a un texto m ás arcaico que el
conservado; y que esos arcaísm os antiguos han llegado, a veces, a
través de colecciones interm edias a autores com o Aftonio y pseudo-
Dositeo. P or o tra p arte, hay que re co rd a r que éstos y o tro s autores
(incluidos los fabulistas latinos m edievales) han trab a jad o a veces
con colecciones independientes de la pre-Augustana y Augustana, que
no llegaron a subsum irse en ella.
E n cuanto a los arcaísm os que pueden re co n stru irse p ara la pre-
A ugustana y que han desaparecido de n u estra Augustana, no voy a
rep etirlo s aquí: envío a los diversos capítulos anteriores, sobre
todo a los de F edro y B abrio, y tam bién al Apéndice I. Pero son
m uy notorios a veces: recuérdese el ciervo que en la A ugustana
(H. 76) huye de un león y no de los cazadores que había sin duda
en la pre-Augustana y conservaron o tras fuentes; el p erro que «te­
nía» carne en n u estra A ugustana (H. 136), pero la «llevaba» en la
versión antigua; el cuervo que n u e stra A ugustana (H. 126) ha hecho
que llevara «carne» en el pico, fren te al «queso» de su fuente; etc.,
etcétera. E stos son sim ples detalles, o tra s veces hay en la Augusta­
na m odificaciones m ás sustanciales. Pero en nuestros estudios rela­
tivos a las fábulas que m ejo r podem os co n tro lar p o r h ab e r dado
derivados en m ás colecciones, hem os visto, tam bién, que esto no es,
de todos m odos, lo com ún: h abitualm ente n u estra A ugustana es m ás
fiel que Fedro y B abrio, que tienden a am pliar, describir, dram atizar;
y que pseudo-Babrio y la fuente de Aftonio y pseudo-Dositeo, que
generalm ente reducen. T am bién en o tras colecciones hay, hab itu al­
m ente, m ás alteraciones. Realm ente, la que está m ás próxim a es la
siriaca que se reconstruye sobre la base de Syr. y Synt.: aunque
bebe en un p recedente de n u estra Augustana, está m uy próxim a, por
m ás que en ocasiones conserve u n arcaísm o y en ocasiones innove
(a veces es difícilm ente controlable). Es una colección poco original
298 Historia de la fábula greco-latina

que nos hace ver que la m ayor p arte de las veces n u estra Augus­
tan a conserva en lo esencial el texto de la pre-Augustana.
E sta pre-A ugustana hay que concebirla com o un agregado de co­
lecciones que ha ido progresivam ente am pliándose en un texto ya
sem iprosificado y que ha vivido en u n a serie de redacciones p ró ­
xim as, p ero con diferencias textuales y en cuanto al núm ero de fá­
bulas. R especto a esas diferencias internas, ya hem os hablado. Aquí
me ocuparé de sus hechos centrales: sus 237 fábulas com unes a
los m ás de los m ss. y con u n texto que es, aproxim adam ente, recons-
truible. Se tra ta de ver cuál es el origen de ese agregado y qué re­
lación gu ard a con o tras colecciones perdidas a que he hecho alu­
sión: las colecciones I y II que tenían a la vista F edro y B abrio,
la colección retó rica abreviada conocida p o r Aftonio y pseudo-Do­
siteo, los elem entos fabulísticos m arginales utilizados p o r Aviano,
las fábulas siriacas, las latinas m edievales y o tras. Y, p o r supues­
to, p o r la y Ib, que añadieron a u n núcleo tom ado de la pre-Augus­
tan a (no, necesariam ente, con el texto que nos ha tran sm itid o la
A ugustana) un cierto núm ero de fábulas.
Como en todo agregado, se puede in te n ta r un análisis sobre la
base de diversos criterios, y aquí em piezo p o r el estem m ático.
Existe u na fábula, H. 234 «El gusano», p resen te en las tres ra ­
m as de I y tam bién en la, que es el derivado de una fábula bizan­
tin a de Dod.: p re sen ta huellas de los dodecasílabos políticos. E ste
es u n caso especial, m ás anóm alo todavía que otros señalados m ás
a rrib a (p. 262) en que m ss. aislados introducen fábulas proce­
dentes de una línea ajena a la A ugustana y p resen te en las co­
lecciones bizantinas Dod. y Par. Pero es el único: fuera de aquí la
A ugustana viene de la tradición antigua a través de la pre-Augus­
tana.
Prescindiendo de esta fábula, las 236 que quedan podrían cla­
sificarse estem m áticam ente en los siguientes grupos:

1. De una versión p rim aria única: a) difundida, b) en unión de


Sy., c) sólo en la Augustana.
2. De una en tre varias versiones p rim arias: igual subdivisión.
3. De u n a versión secundaria: igual subdivisión.

a) F ábulas de la A u g u sta n a de u na versió n p rim a ria única

Sabem os ya que fueron num erosas las fábulas que nunca p ro d u ­


jero n m ás de u n a versión m étrica prim aria: de ella sale toda la tra ­
dición. Ahora bien, resu lta notable que son m uy num erosas las fábu­
las de este tipo que sólo están representadas en F. An.: evidentem en­
te, en m an u scrito s an terio res a I, puesto que m uchas fueron conoci­
das en época b izantina por II y III, que obtuvieron de ellos m ás
La colección augustana 299

verso. Pero fueron ignoradas p o r el resto de la tradición: las fuentes


de Fedro, B abrio, etc., puede decirse que las ignoraron, pues aunque
puede suceder que estuvieran en esas fuentes y fueran rechazadas
p o r todos los fabulistas, y así sucedería sin duda a veces, es p ro b a­
ble que con m ás frecuencia faltaran en ellas. Si no, uno u otro de
los fabulistas las h ab ría utilizado.
E n cierto m odo p o dría establecerse que el núcleo de la pre-Augus­
tan a está form ado p o r fábulas p rim arias, es decir, p o r los inm edia­
tos derivados de D em etrio: son con m ucho las m ás frecuentes.
D entro de ellas, hay un núcleo m uy difundido: pasó a nu estras
colecciones de fábulas sin duda a través de o tras que se han p er­
dido. Un segundo sector fue conocido p o r la fuente de las fábulas
siriacas, en un m om ento en que p resen tab a ya epim itios regularm en­
te. Y un tercero no fue conocido p o r dicha fuente. Claro que la
extensión de estos sectores no es definible exactam ente: una fábula
pudo ser sim plem ente rechazado p o r el au to r de una nueva colec­
ción. Pero pueden establecerse en térm inos generales.
Llamo fábulas «difundidas» a aquéllas que, a m ás de en I (pres­
cindo ah ora de II y III) están al m enos en una de las colecciones
conservadas, exceptuando Sy. y T etr. Tam bién a aquéllas que sólo
en I aparecen directam ente, pero que han producido una versión
secundaria de la que quedan huellas en otros fabulistas: las doy, en
la relación que sigue, con un asterisco. Son las siguientes:

H. 1, 2, 9, 10, 11, 14, 18, 22, 24, 27, 45, 47, 49, 53, 61, 64, 66, *73,
76, 80, 81, *87, 89, 93, 95, 100, 102, 106, 107, 109, 112, 114 I, 117, 119,
120, 126, 134, 136, 137, 138, *139, 142, 145, 148, *149, 151, 152, 154, 155,
156, 160, 161, 162, 163, 164, *168, 170, 173, 174, 176, *177, *178, 179, 180,
*181, 183, *184, 191, *192, 198, 199, 207, 208, 219, *220, 230, 232, *237,
239, 242, *243, 255, *259, *260. En total, 84 fábulas, de ellas 15 en que
las dem ás colecciones bebieron de fuentes secundarias respecto a la
p rim aria conservada en I.

Ju n to a éstas, hay unas pocas fábulas que han llegado a I, pero


cuyo m odelo en la pre-A ugustana conoció tam bién Sy. (bien están
en Syr., bien en Synt., bien en am bas colecciones), a veces están tam ­
bién en T etr\

H. 58, 59, 60, 78, 88, 122, 194, 195, 206, 213, 217, 244, 256; total, 13.

Sigamos, ahora, con las fábulas de un solo m odelo m étrico que


nos son conocidas única y exclusivam ente p o r las F. An. Hago algu­
nas salvedades: las hay que están tam bién en T etr., pero ésta es una
colección bizantina que depende de las m ism as fuentes que F. An.; y
hay o tras aludidas o relatadas fuera de colección, en autores diversos
300 Historia de Ia fábula greco-latina

de época rom ana. Son testigos, pienso, de n u estra colección o de


alguna que afluyó a ella. Las fábulas que están en T etr. las m arcam os
con un asterisco; las conocidas fuera de colección llevan en tre p arén­
tesis la indicación de este hecho. Se tra ta de:

H. 3 {V ita A eso p i), 4, 5, 8, 13, 16, 17, *19, 20, 21, 23, 25, 26, 28,29,
30, 33, 34, 36, 37, 38, 41, 42, 43, 48, 52, *54, 55, 56, 57, 63, 67, 68, 69,
74, 75, *77, *79, 82, 84, 85, 86, 90, 92, 94, 96, 97, 99, 101, 104, 105, 108
(Cércidas), 110, 111, 115, 116, *118, 123, 124, 125, 127, 128, 129, 130,
131, 133, 135, 144, 150, 153, 157, *166, 175, 182 (V arron), 185 (Plutarco,
Eliano), 187 {V ita A eso p i), 196, 201, 202, 203, 210, 212, 216, 218, 221,
223, 225, 233, 235, 236, 246, 248, 250, 251, 252, 253; total, 96.

Es m uy notable el núm ero de versiones p rim arias únicas sólo a


través de F. An. conocidas en las colecciones; m uy notable tam bién
el bajísim o n úm ero de alusiones a las m ism as. Como podrá com pro­
barse, estas fábulas son casi tan tas com o la sum a de los otros dos
grupos de versiones tam bién p rim arias únicas testim oniadas, a m ás
de en F. An., en colecciones (y a veces en traducción indirecta). Tam ­
bién el hecho de que, de en tre 236 fábulas que estam os estudiando,
nada m enos que 139 sean versiones p rim arias únicas no deja de
ten er significación, a poco que se recuerde el panoram a que hem os
trazado p ara las dem ás colecciones. Sobre esto volveré.
De todas m aneras, que las 96 fábulas sólo testim oniadas en F. An.
(salvo unas pocas en la tradición indirecta, o bien, secundariam ente,
en T etr.) hayan sido creadas p o r un «am pliador» de la pre-Augus­
tan a en fecha p o sterio r a la del estadio de ésta utilizando por los
otro s fabulistas, es una hipótesis que se nos ofrece fácilm ente, pero
que tiene sus dificultades. La principal es que varias de las fábulas
de la relación a n te rio r son continuación de fábulas clásicas: no
hablo ya de derivados m ás o m enos personales que pudieron re­
d actarse en cualquier m om ento (por ejem plo, H. 60 de E urípides,
A lce stis 669-672, 233 de Calimaco, Y a m b o IV) o derivados que pudie­
ron crearse sobre fábulas de origen clásico (por ejem plo, las fábu­
las del cam ello 142, 210, 246 vienen de 86 seguram ente, no del m o­
delo de ésta en Arquíloco). T am bién dejo de lado paralelos o rien ta­
les, pues estas fábulas pueden quizá venir de las griegas. Y el sim ­
ple eco de tem as antiguos. Dejando todo esto de lado, hallam os, en
la ú ltim a relación, varias fábulas de m odelo clásico: 3 (Sem ónides),
4 (Hesíodo), 8 (A ristóteles), 17 (Tim ocreonte), 26 (Sim ónides), 83,
85 y 94 (Arquíloco), 225 (Esquilo?), 235 (Arquíloco). La relación es
com parable β. la de las fábulas de la p rim era relación, las que están
en o tras-colecciones: 1 (Arquíloco), 11 (H eródoto), 14 (Arquíloco),
174 (Arquíloco), 199 (Platón), 207 (el A h ika r), 233 (Calimaco?). Y una
proporción parecida se encuentra en las fábulas que hem os de
La colección augustana 301

estu d iar todavía. P ara la docum entación de estas aserciones rem ito
a vol. I, pp. 412 y ss., y al Apéndice I.
N aturalm ente, p o d ría pensarse que un red acto r de una fecha re ­
lativam ente avanzada «repescó» algunas fábulas clásicas y las incor­
poró a su apéndice, form ado en su m ayor p arte p o r fábulas nuevas.
Es m ás verosím il, sin em bargo, que fábulas tan conocidas com o las
m encionadas estuvieran ya en la colección de Dem etrio. Es lo m ás
fácil, en consecuencia, que tam bién se en co n traran en la pre-Augus­
tana, aunque no fu eran utilizadas p o r los au to res posteriores de fá­
bulas. E n cam bio, una gran m asa de fábulas nuevas o derivadas no
conocidas fu era de la Augustana, sigo pensando que proceden de
una fase relativam ente reciente, p o sterio r a aquella conocida p o r
los m odelos de Fedro, B abrio, etc., e, incluso, de las fábulas siriacas.
Sin em bargo, he de volver aún sobre el tem a apo rtan d o datos dife­
rentes: los relacionados con la tipología, el origen y la tem ática de
las fábulas.

b) F ábulas de la A u g u sta n a de u na e n tre varias v ersio n es p rim a ria s


Tam bién aquí hay que establecer los tres grupos: a) fábulas
«difundidas»; b) fábulas en I y Sy.; c) fábulas sólo en I (prescindo
de II y III). Todo esto se refiere a la estem m ática de la versión
seguida p o r I; añado el dato de si las versiones p rim arias son 2, 3
ó 4 dando el n úm ero entre paréntesis (sólo lo doy si es 3 ó 4). Indico
tam bién la tradición clásica.
a) Fábulas «difundidas»: 31, 32, 44, 46 (Sófocles), 113, 140 (fábu­
la asiría), 158, 167 (3); total, 8.
b) Fábulas en F. An. I y Sy. (Tetr.); 7, 121, 215; total, 3.
c) Fábulas sólo en F. An. I: 6, 12 (3), 35, 39a (4), 40, 50, 70, 83,
132 (3), 146, 172, 188, 193, 197, 211 (escolio ático), 222, 224, 254;
to tal, 18.
Son, pues, 29 las fábulas con dos versiones m étricas prim arias las
que están rep resen tad as en I. Y si querem os hacer los totales de los
tres grupos de fábulas prim arias (ya sea que I siga la p rim aria ún i­
ca, ya una de las dos o m ás), re su lta un total de 99 fábulas «difun­
didas», de 17 en I y Sy. y 120 sólo en I: es decir, la A ugustana presen­
ta, de 236 fábulas, nada m enos que 221 en versión p rim aria y de
éstas 114, casi la m itad, sólo en ella conservadas.
Pero volvamos a las fábulas con doble, triple o cuádruple versión
prim aria. O bservem os que 7 y 146 son dudosas: quizá se tra te de
doble derivación a p a rtir de un m odelo p rim ario único. Y que 132
p resen ta el caso especial de que parece contam inar una versión 1 con
o tra 2. A parte de esto, I sigue habitualm ente una versión 1 frente a
un a 2 en Par. y /o Dod., es decir, en la tradición babriana. Ello con
302 Historia de la fábula greco-latina

ciertas excepciones com o 83 (frente a Luciano, versión «egipcia» de


la fábula del m ono), 254 (frente a Libanio, quien p resen ta caballo y
tortu g a, no liebre y tortuga), 113 y 224 (frente a P. Rylands, es tam bién
una de las tres líneas de 39 a), 121, 158 (frente a la V ita A esopi). Las
cosas son m ás com plicadas p ara las pocas fábulas de 3 ó 4 versiones
p rim arias, rem ito p a ra ellas (y p ara todas las dem ás) a m is exposi­
ciones an terio res y al Apéndice I.
El problem a es, en el caso de estas versiones «dobles», si vienen
de la p rim era época helenística o si algunas, las que están sólo en I
y las de la línea ajena a F. An., son quizá posteriores. En todo caso,
la versión doble exige la existencia de una fábula helenística antigua,
en p ro sa (Dem etrio) o en verso. El estudio tipológico y tem ático pue­
de a p o rta r datos sobre este problem a. De todas m aneras, lo que de
m om ento nos in teresa com probar es que al núcleo antiguo de la pre-
Augustana p erten ecían no sólo fábulas con una versión prim aria
única, sino tam bién algunas con una versión p rim aria al lado de
la cual, antes o después, se creó u n a segunda. La pre-A ugustana era
una colección fu n dam entalm ente de versiones prim arias. Pero es
m uy posible que sólo la m itad, aproxim adam ente, pertenecieran al
núcleo antiguo y que las dem ás se añadieran después, incluso deri­
vándolas de los m ism os originales antiguos.

c) F ábulas de la A u g u sta n a de origen secu n d a rio

Llamo fábulas de origen secundario, en p rim er térm ino, como


h asta aquí, a aquéllas que derivan de una versión m étrica derivada
de la p rim aria: con verso nuevo o verso rem odelado, según los casos.
Pero tam bién a o tras que vienen de versiones derivadas que no estoy
seguro de que tengan un verso nuevo. Más bien se tra ta de semi-
prosificaciones, a veces una en tre várias conocidas, de un verso p ri­
m ario conocido p o r u na fuente m ás directa o p o r hipótesis. A veces
el verso secundario o la sem iprosificación es com ún a o tras versio­
nes de la m ism a fábula, a veces a I y Sy., a veces sólo a I.
Tenem os en p rim er lugar unas cuantas fábulas que provienen de
un verso secundario, solas o en unión de o tras versiones:
H. 51 «El lab ra d o r y la serpiente». P ara esta com plicada fábula
rem ito a pp. 115 y ss. F. An. I es uno de los varios derivados en verso
de u na de las 4 ram as de la fábula. Sólo esta fábula sale de ese verso.
H. 71 «La encina y la caña»: viene de un verso secundario (en
unión de Aftonio) derivado del p rim ario, del que sale H. 239.
H. 72 «El cobarde que encontró un león de oro»: se trata , hipo­
téticam ente, de un verso secundario sacado de uno p rim ario del que
sale tam bién la versión AP. Sólo esta fábula sale de ese verso.
La colección augustana 303

H. 147 «El león y la zorra»: de un verso secundario, en unión


de Aphth. y ps.-Dositeo; del prim ario salen Luciano, B., Par. y pseudo-
Dositeo.

H. 189 «El lechón y la zorra»: de un verso secundario, con Aphth.,


Sy. (el p rim ario en H. 87).

H. 226 «El p asto r que brom eaba»: de un verso secundario; del


p rim ario , II I γ , δ. Par., Dod. Sólo esta fábula sale de ese verso.

H. 247 «El cisne»: de un verso secundario; a veces de un escalón


interm edio, del p rim ario en H. 198 salen Rom., Par., Dod.

Vienen luego las fábulas procedentes de sem iprosificaciones deri­


vadas, según puede p resum irse, de una fase a n te rio r m ás o m enos
accesible a nosotros:

H. 15a «La zorra y las uvas»: de una de las dos líneas con verso
com plem entario, en unión de Ph.; es presum ible, pues, una versión en
verso o sem iprosificada m ás antigua.

H. 62 «El lab ra d o r y la serpiente»: esta fábula y 186 presentan


verso com plem entario; al lado de diversos «resúm enes» presuponen
una versión en verso o sem iprosificada m ás antigua.

H. 98 «La víbora y la zorra»: representa un resum en sem iprosi­


ficado de una versión p rim aria de que queda huella en Dod.

H. 103 «El grajo y las aves»: deriva de u n a sem iprosificación


secundaria, con Ph., de una p rim aria en Aphth., Lib., etc.; hay, adem ás,
un verso secundario que viene de ésta (en B., etc.).

H. 143 «Las liebres y las ranas»: de una sem iprosificación, tam ­


bién en Ph., Sy.; la versión p rim aria deja huella en II y B.

H. 258 «La golondrina y la corneja»: de una de las dos líneas con


verso com plem entario, en unión de Sy. y Par., es presum ible u n a ver­
sión prim aria.

De estas 14 fábulas hallam os 8 de las «difundidas» y 6 de las


sólo en I.
Ahora bien, en este caso, trá te se de cualquiera de los tres gru­
pos, parece verosím il la hipótesis de que un tan corto núm ero de
fábulas de estas características ju n to a una m asa tan enorm e de
o tra s de características diferentes (versiones prim arias) es un agre­
304 Historia de la fábula greco-latina

gado tard ío al núcleo inicial de la pre-Augustana: un segundo agre­


gado, a m ás del consistente en nuevas versiones prim arias.
El decir «segundo» no tiene intención de referencia cronológica.
Pues algunas de estas fábulas fueron conocidas tam bién p o r Fedro
o p o r Sy. o p o r las dos colecciones (H. 15 a, 103, 143, 215, 258): parece
lógico que estuvieran en la pre-A ugustana en la fecha en que fue
utilizada p o r estos autores. Por o tra parte, este m aterial pertenece
en una cierta m edida a o tras líneas parcialm ente d istin tas de la de
la A ugustana: la de Aftonio y pseudo-Dositeo, incluso la de Par., Dod.:
cf. H. 71, 147, 189, 226, 257. H a sido incorporado a ella en fecha tem ­
p ran a, lo m ism o que tard íam en te algunos m ss. aislados in tro d u jero n
o tra vez m ateriales secundarios varios.
Es m uy in teresan te hacer ver que el problem a de las versiones
secundarias en la A ugustana está íntim am ente ligado al problem a de
las versiones dobles. De en tre las fábulas de la relación que acabam os
de ofrecer, destacam os que 62 y 189 son dos versiones secundarias
en el sentido que hem os dado a esta palabra; que 71 deriva del m o­
delo de 239, 189 del de 87, 257 del de 198. E sto prueba, si es que hacía
falta dem o strarlo m ás, que la inclusión de las pocas fábulas secun­
darias de la A ugustana es un fenóm eno, aunque antiguo, debido a
una rem odelación de la colección.
En realidad el re d acto r que añadió las fábulas que nos ocupan
a la pre-Augustana se anticipaba a lo que realizó luego en escala algo
m ayor el red acto r de la y los de varios m ss. aislados: in tro d u jero n
fábulas generalm ente procedentes de versiones secundarias y, a
veces, duplicadas. Ib procedió de un m odo no disím il: salvo excep­
ciones, se dedicó a b u scar fábulas nuevas en la línea fabulística m o­
delo de Par. y Dod.
En cierto m odo, podem os com prender la m entalidad de estos re­
fundidores de la colección-base. In tro d u cían fábulas m uy conocidas
que faltab an en la pre-A ugustana (o que tendían a perderse): fáb u ­
las com o la de la golondrina o los pies y el vientre o el lab rad o r
y la serpiente (las dos fábulas de este título, de tem as diferentes) o
el jabalí, el caballo y el cazador, etc. A veces se equivocaban lam en­
tablem ente, in troduciendo u n a segunda versión de fábulas que ya
estab an en la colección —que evidentem ente carecía de un buen
índice— . Acudieron p ara todo esto a colecciones secundarias, a veces
sin duda ajen as a la tradición de D em etrio, o tras p rocedentes de ella,
pero en fases secundarias: colecciones que se habían desgajado y
que fueron luego a p a ra r a o tras colecciones utilizadas p o r la tra ­
dición «babriana», p o r Aftonio y pseudo-Dositeo, p o r las coleccio­
nes I y II m anejadas p o r Fedro y B abrio.
De todas m aneras, todos estos añadidos sucesivos p o r p arte de
los redacto res de las d istin tas fases de la pre-Augustana (antes de
Fedro, antes de la escisión de la colección base de las siriacas, m ás
La colección augustana 305

tard e todavía) no ap o rta ro n un gran aum ento de m aterial. Más con­


siderable fue el aum ento de m aterial que hem os estudiado a p ropó­
sito de las fábulas que sólo en I se nos han conservado. A su vez,
este m aterial debe ser estudiado p a ra ver en qué m edida fue tom ado
de colecciones antiguas y en qué o tra fue creado p o r los nuevos
red actores. In te n ta ré p en e trar en él desde los puntos de vista ya
anunciados.
Antes de ello y com o resum en, creo conveniente d ar un cuadro de
las 261 fábulas atrib u id as p o r H a u srath a la Augustana, prescin­
diendo de los núm eros bis:

Fábulas de la Augustana D ifun­ En I-Sy. Sólo en I


didas Total

De vers. prim, única ........................ 84 13 96 193


De una de varias vers, prim ........... 8 3 18 29
De vers. sec. o derivada .................. 8 6 14
T otales .................................................. 99 17 120 236
Fábulas de la (seguras o probs.) ... 24
Fábulas b izan tin as............................. 1
T o tal ....................................................... 261

VII. L a C o l e c c ió n A u g u s t a n a (I): t ip o l o g ía , t e m á t ic a y d e r iv a c ió n de
las fá b u la s

1. G e n eralid ad es

Conviene, antes de e n tra r en el estudio de este tem a con objeto


de avanzar en la historia de la creación de n u estras colecciones
de F. An., llam ar la tención sobre una serie de puntos que ya he
discutido en el vol. I de esta obra. En cap. I, p arte I (pp. 62 y ss.),
he hablado de las fábulas anóm alas, que con frecuencia son de
origen secundario. En p arte II, cap. II (pp. 181 y ss.), me he ocupado
del problem a de cómo aislar la fábula clásica en las colecciones,
dando un m u estrario de los principales tipos de la m ism a: lo que,
autom áticam ente, p rocura conclusiones sobre la fábula helenística.
En el cap. V, sobre la fábula arcaica y clásica (pp. 341 y ss.), he
dado una relación de fábulas arcaicas y clásicas con su correspon­
dencia en las colecciones helenísticas y he añadido u na lista de
«temas» de fábula clásica desarrollados en éstas. Pero es en el ca­
pítulo VI (pp. 421 y ss.) sobre la fábula en la colección de Demetrio,
donde con m ás detalle he presentado las características de las fá­
bulas de esta colección, añadiendo hipótesis sobre la posible perte-
306 Historia de la fábula greco-latina

nencia a la m ism a de una serie de fábulas concretas. Y, sobre todo,


en p arte III, cap. I (pp. 511 y ss.), he presentado los rasgos m ás rele­
vantes de las fábulas helenísticas, analizando las p rim eras 40 de la
A ugustana y sugiriendo ciertas conclusiones sobre su origen y an ti­
güedad. Finalm ente, en el cap. I l l (pp. 619 y ss.) m e he ocupado del
contenido de la fábula helenística, y sobre todo de sus tem as cínicos
y m oralizantes, con los ejem plos pertinentes.
Claro está, todo esto se refería a la fábula clásica y la fábula
helenística en general: no a una colección p a rtic u la r com o es la
Augustana, cuyas etapas de form ación in ten to elucidar. Se trata ,
pues, de ap licar todos los criterios m anejados precisam ente a las
fábulas de la Augustana, añadiendo el nuevo de la estem m ática y
elim inando el de la presencia o no del verso, pues todas las fábulas
de la Augustana, en la m edida en que podem os decidirlo, proceden de
originales en verso. T endré en cuenta en este estudio, de todos m o­
dos, las conclusiones alcanzadas en los pasajes citados del vol. I para
cada fábula.
E stam os, en definitiva, en que la A ugustana es un derivado de la
colección de D em etrio: el derivado, sin duda, m ás directo. Pues con­
serva u n a gran m asa de fábulas obtenidas de redacciones en verso
prim ario que, en m uchos casos, es claro p o r todas las razones apun­
tad as que provienen de D em etrio. Y hay que a ñ a d ir que sólo ra ra ­
m ente existió una segunda redacción en verso prim ario. Sin em b ar­
go, incluso de en tre las fábulas derivadas de redacciones en verso
prim ario, hay m uchas que, p o r razones estru c tu rales y de contenido (e
incluso, a veces, de datos externos), difícilm ente pueden atrib u irse
a Dem etrio. Por o tra parte, veíam os igualm ente que esas fábulas
post-dem etriacas han debido de p e n e tra r en la pre-A ugustana no de
golpe, sino gradualm ente, pues m uchas no son conocidas p o r las
fuentes m ás usadas p o r los fabulistas posteriores.
Se trata , pues, en p rim er lugar, de iniciar un análisis de las fábu­
las p rim arias «difundidas», a saber, 84 de versión p rim aria única y
8 de una versión p rim aria al lado de la cual hay o tra u otras. E s­
tas 92 fábulas son las que m ás presunciones de antigüedad tienen a
su favor (junto con unas pocas sólo en F. An. I o en F. An. I y S. que
tienen trad ició n clásica u o tras presunciones favorables de antigüe­
dad). H ab ría que aislar, dentro de ellas, las procedentes de D em etrio
de las posteriores.
Ya dije, de o tra p a rte (cf. p. 87), que existen razones p a ra pen­
sar que la colección de D em etrio contenía fábulas que se perdieron
en la Augustana. Algunas se nos han conservado en la V ita A esopi.
Y pienso que diversas fábulas repescadas p o r la m ism a A ugustana
en la tradición secundaria o repescadas p o r o tras colecciones diver­
sas, pueden pro ced er de Dem etrio. Por poner un ejem plo, cito H. 238
«El jabalí, el caballo y el cazador», fábula de la que m e he ocupado
La colección augustana 307

en varios pasajes de este libro y a la que he dedicado un estudio


e sp e c ia l18. E sta fábula viene a todas luces de D em etrio; es la m ás
fiel continuación de una serie de alteraciones respecto al m odelo
original en E stesícoro que deben atrib u irse a D em etrio. Pues bien,
sólo se encu en tra en E (que allí ha llegado desde la es sólo conje­
tura). Evidentem ente, este ms. com pletó el m odelo de la línea p rin ­
cipal de la pre-Augustana con una fábula tom ada directam ente de
u n a versificación p rim aria de Dem etrio. Y lo que o cu rre con esta
fábula ocurre, repito, con o tras de diversas colecciones, en tre ellas
la y Ib.
O sea, el núcleo antiguo de la A ugustana contiene fábulas de De­
m etrio, pero no toda la colección de Dem etrio. Y contiene fábulas
recientes, helenísticas, que no son de Dem etrio y que fueron cono­
cidas, tam bién, p o r otros fabulistas, que a veces, com o sabem os, nos
dan datos p ara reco n stru irlas en una fase m ás arcaica: digam os que
en la fase de la pre-Augustana conocida p o r Fedro, la que he llam ado
Antigua A ugustana.
La reconstrucción com pleta de la colección de D em etrio es im po­
sible, com o lo es tam bién el aislar de una m anera ta ja n te los elem en­
tos dem etriacos y post-dem etriacos de ese núcleo antiguo de que
hablo. Puesto que a lo largo de esta obra, en pasajes que acabo de
citar, he señalado los rasgos característicos de la fábula arcaica y
clásica, de un lado, y de la fábula helenística, de otro, no voy aquí
a repetirlos. Pero sí voy a señalar cóm o han de m anejarse otros cri­
terios.
E videntem ente, el argum ento a favor del arcaísm o de un rasgo
es que se daba ya en la época clásica. Entonces, en térm inos genera­
les, una fábula que p resen ta los rasgos «arcaicos» m encionados (de
contenido y form a), hay que suponer que viene de dicha época a
través de D em etrio; la que no los presenta, debe de ser posterior.
Pero las cosas no son siem pre tan claras por una serie de m otivos.

1. La fábula clásica llega a D em etrio y a n u estra s colecciones, a


veces, un tan to m odificada: sim plificación de sus esquem as tra d i­
cionales, introducción de tem as tardíos. He dado ejem plos.
2. La fábula clásica es m ás com pleja en form a y e stru c tu ra de
lo que p o d ría pensarse: en realidad, casi todas las estru c tu ras y
m uchos tem as de la fábula helenística están ya en la clásica, sólo
que ah ora son m ás frecuentes. Por ejem plo: son frecuentem ente
helenísticas fábulas m uy breves de situación con esquem as del tipo
sit.—Adir, (lam ento o crítica), sit.—B dir./A dir.: pero estas estru c tu ras
son conocidas ya en época clásica (fábula del águila y la flecha en
Esquilo, del pulpo en Sim ónides). Son frecuentem ente helenísticas

18 «Neue jambische Fragmente...», cit.


308 Historia de la fábula greco-latina

anécdotas anim ales o, sobre todo, hum anas, en que una situación
es d esarro llad a a través de la acción de un protagonista h asta su
conclusión: p ero las hay ya en época clásica, cf. p o r ejem plo, la
fábula arquilóquea del adivino (H. 170). T am bién las fábulas etio-
lógicas, sobre un esquem a de este tipo, son en el origen clásicas,
aunque luego se d esarrollaron m ucho. En cuanto a los tem as, al­
gunos que podríam os considerar helenísticos com o el castigo del
que procede co n tra la naturaleza o la b u rla del jactancioso o el cas­
tigo del malo, aparecen ya en época clásica.
3. Se trata , pues, en definitiva, de una cuestión principalm ente
de estadística: ciertos m otivos y ciertas estru c tu ras son m ás fre­
cuentes en época helenística. Pero esto no añade certeza p ara las
fábulas una a una. Se tra ta tam bién de u n a cuestión de com bina­
ción de m otivos: es la unión de varios rasgos tard ío s o frecuentes en
la fábula ta rd ía la que hace m ás verosím il que la fábula en que
aparecen sea, ella, tam bién tardía. Por ejem plo, u n a fábula de situa­
ción breve, derivada de un m odelo conocido y con tem ática cínica es
casi con seguridad tardía. Pero hay m uchos casos interm edios, du­
dosos. Y es que el género fabulístico, aunque ha evolucionado, p re­
sen ta continuidad. Y que si en época helenística fue favorecido por
las escuelas que sabem os, es porque encontraban en él tem as que
les eran fam iliares.

N aturalm ente, a esta consideración de la confluencia de rasgos


presum iblem ente antiguos, se pueden añ a d ir a veces datos que lla­
m aríam os «objetivos». Así, la presencia de una fábula en la tradición
clásica o, al co n trario , su carác te r de fábula derivada de una clásica
o presum iblem ente clásica. Así, los datos de hecho (am biente egip­
cio o helenístico en general); ciertas estru c tu ras tern a rias m uy com ­
plejas, de las que no hay ejem plo en época clásica; y ciertos tem as
que parecen exclusivos o casi exclusivos de los cínicos y o tras filoso­
fías helenísticas (desprecio de la belleza, crítica de los atletas, m édi­
cos y m ujeres, predicación de la resignación, etc.).
Es la com binación de todos estos datos la que puede p ro c u rar­
nos algunas certezas o, al m enos, verosim ilitudes. En n u estro Apén­
dice I los recogem os y tam bién proponem os, cuando es factible, da­
tos sobre derivación y antigüedad. Aquí vam os a proceder, sobre
todo, p o r vía de ejem plos.

2. A nálisis d el n ú c le o a n tig u o d e la A u g u stan a (A ntigua A ugustana)

a) F ábulas v e ro s ím ilm e n te p ro c e d e n te s de D em etrio


Hay que p a rtir, naturalm ente, de las fábulas testim oniadas en
época clásica, aunque el grado de seguridad puede variar, sobre todo
La colección augustana 309

cuando la referencia es a fábulas orientales m ás o m enos próxim as:


p o r eso dejam os algunas fábulas p ara el ap artad o de las que consi­
deram os de origen clásico, pero no atestiguadas directam ente. De
e n tre ellas, el grupo m ás num eroso es el de las fábulas con estru c­
tu ra agonal, con sus diversas variantes: con agón sim ple o doble,
con o sin cierre final, centradas en el debate, etc. Aunque hay que
ten er en cu enta que la e stru c tu ra de las fábulas, según aparece en
la Augustana, es una m odificación de la que tenían en D em etrio,
que ya vimos que sim plificaba y regularizaba.
Así pues, estas fábulas clásicas sólo en líneas generales conservan
u n a e stru c tu ra y una tem ática clásicas, puede h ab e r ligeras varia­
ciones. Y puede suceder que la form a no agonal con que aparecen en
la A ugustana proceda de la edad p osterior, aunque ello no es abso­
lu tam en te seguro, vimos que ya en época clásica había fábulas de
situación.
Damos los datos en form a resum ida rem itiendo, com o siem pre,
al Apéndice I y a estudios en las páginas anteriores p ara el detalle.
De época clásica tenem os d en tro del grupo de fábulas que nos
ocupan:
a) Fábulas agonales.
Son H. 1 «El águila y la zorra», H. 11 «El pescador y los peces»,
H. 14 «La zo rra y el mono», H. 46 «Boreas y el Sol», H. 140 «El m os­
quito y el toro», H. 174 «Los ratones y las com adrejas», H. 207 «El
p a ja re ro y la alondra» (la descendencia del A h ik a r es sólo probable),
H. 239 «Los árboles y la caña».
β) O tras.
Tenem os fábulas en que a u n a situación o acción inicial sigue un
discurso directo: en H. 139 «El p erro y la liebre» ésta dice al p rim ero
que deje de b esarla o de m orderla, en H. 199 «El asno y la piel de león»
la zo rra dice que ella m ism a se h ab ría asustado de no saber que se tra ­
tab a de un asno. E videntem ente, ha habido una redacción helenística,
seguram ente del tipo breve, en cuatro versos. Igual en H. 136 «El p erro
que llevaba carne», sólo que aquí no hay discurso, sólo situación y.ac­
ción (el castigo de la codicia del perro). Tam bién existe otro tipo dife­
rente: el de la anécdota en varios actos, sin discursos (H. 170 «El
adivino»).
A p a rtir de aquí y con m ayor o m enor seguridad se pueden re­
co b rar com o clásicas algunas fábulas p a ra las que no hay docum en­
tación de dicha fecha (aunque a veces sí paralelos m ás o m enos p ró ­
xim os). Com pleto lo dicho sobre el tem a en lugares del vol. I cita­
dos arrib a. Tenem os:
a) Fábulas agonales en uno o dos actos, a veces con debate o
sim ple diálogo:
310 Historia de la fábula greco-latina

H. 2 «El águila, el g rajo y el pastor». A gón con «survenant», tem a


de la naturaleza.

H. 9 «La zo rra y el m acho cabrío». Ya he explicado que se tra ta


de u n agón com plejo con cierre en que triu n fa el astu to m alvado.
Produce derivados: H. 70 y la conocida fábula m edieval de la zorra
y el lobo en el pozo.

H. 44 «Las ran as pidiendo rey». Anécdota anim al en dos actos,


de e stru c tu ra idéntica a H. 46. Sobre el tem a, cf. H. 238 (de Estesí-
coro).

H. 66 «Los cam inantes y el oso». Doble agón contra los m alos


amigos. Hay un derivado en Fedro V 2.

H. 81 «Los rato n es y el gato», A gón con cierre de un ratón. El


m alo es indisim ulable, aunque se disfrace. Tem a egipcio o indio.

H. 87 «El lechón y las ovejas». A gón sim ple Bsit.—C dir./A dir. con
el tem a cínico de la φιλοζωία. Hay un derivado, H. 189.

H. 117 «El p ajarero y la serpiente». Un agón doble (con dos riva­


les, com o en H. 46, H. 66, etc.), sobre el tem a de los enem igos (como
H. 66 es sobre el de los falsos amigos).

H. 126 «El cuervo y la zorra». E sta fábula, con su agón sim ple
seguido de una conclusión, tiene el m ism o tem a de la vanidad que
las fábulas arquilóqueas del mono.

H. 148 «El león y el toro». Es clásico su esquem a A/B sit. —Aacc./


Bind.—Adir., así com o su tem a: el débil astu to que desconfía y se
salva.

H. 149 «El león y el labrador». A gón con cierre de «survenant»,


m oral de que no hay que desafiar al poderoso.

H. 152 «El león y el oso». E stru c tu ra igualm ente clásica; tem a de


la discordia. Cf. el tem a indio del toro, el león y los chacales en el
P añcatantra.

H. 154 «El león, el asno y la zorra». Dos agones im plícitos más


cierre, tem a de que no hay que oponerse al poderoso.

H. 155 «El león y el ratón». Igual estru c tu ra: tem a del anim al
agradecido, ya en E stesícoro y en la fábula india.
La colección augustana 311

H. 156 «El león y el asno». E stru c tu ra sem ejante, aunque ab re­


viada; tem a de que el asno siem pre será un asno y ecos de H. 154
y 199.
H. 158 «Los lobos y las ovejas». A gón de engaño con conclusión:
hay que desconfiar del poderoso.

H. 161 «El lobo y la garza». A gón doble, con cierre: no p edir al


m alo lo que no puede dar, b astan te es lib rarse de él.

H. 162 «El lobo y la cabra». A gón sim ple con cierre, en redacción
breve: las argucias del m alo descubiertas. Cf. H. 147, 166, 168. Y la
fábula sum eria citada en vol. I, p. 364.

H. 167 «La leona y la zorra». Fábula de situación con cierre del


«survenant». Muy breve. Deriva de u n a χρεία sobre la v irtu d del
individuo su p erio r y co n tra la πολυγονία- El papel de la zorra es
atípico.

H. 168 «El lobo y el cordero». E stru c tu ra sit. —B ind./Adir., como


en H. 14: el que se re p ita m ucho en fábulas recientes no im plica
que en esta fábula no sea antigua; no hay dato alguno a favor de
ello (el tem a es el clásico del débil que no se deja engañar p o r el
poderoso).

H. 198 «El asno y el lobo». E squem a doble con lam ento final del
lobo; es el m ism o tem a, esta vez con el ingenio puesto en acción.

H. 242 «El toro y las cabras salvajes». E sta fábula (sit. —B acc./
Adir.) se dirige co n tra el jactancioso que cree que le tem en: no
p resen ta elem entos recientes.

H. 259 «El águila y la tortuga». E squem a clásico: B sit.—B ind./


Adir. — ABacc. La abreviación debe de ser secundaria. El tem a es
el de la natu raleza y hay paralelos concretos en la India (cf. vol. I,
página 338), cf. tam bién H. 2.
A estas 22 fábulas agonales que suponem os arcaicas hay que aña­
d ir las 8 a rrib a citadas que están testim oniadas com o tales y un
núm ero im precisable de las que, tentativam ente, asignam os a una
época reciente, pues es claro que el deslinde no puede hacerse con
en tera exactitud.

β) O tras fábulas.
No m e atrevo a señalar com o antiguas ninguna de las m uy num e­
rosas fábulas de situación a que luego h aré referencia: siem pre
312 Historia de la fábula greco-latina

p resen tan algún rasgo reciente (em pezando p o r su m ism a frecuencia,


aunque esto no afecta a las m ism as individualm ente). No puede ex­
cluirse que algunas sean, pese a todo, antiguas. Y tam bién ha de
decirse esto de las frecuentes anécdotas que m encionaré.
Pese a lo dicho en vol. I, pp. 451 y 507, quizá sea antigua H. 22
«La zo rra y el leñador», en realidad una anécdota. La e stru c tu ra es
com pleja, en el acto p rim ero intervienen (en discurso ind.) el leña­
dor y los cazadores, en el segundo (en discurso dir.) el leñador y
la zorra: hay ejem plos de la m ism a en las fábulas antes relaciona­
das. Es el tem a de hipocresía descubierta y el falso amigo.
T am bién pueden ser fácilm ente antiguas diversas fábulas etioló-
gicas, ya de relato sim ple con conclusión (H. 119 «El cam ello y Zeus»:
Zeus le castiga p o r p ed ir algo co n tra la naturaleza, cf. la fábula
sum eria en vol. I, p. 377), ya de relato en varios actos (H. 102 «Zeus,
Prom eteo, Atenea y Momo», 107 «El caballo, el buey, el p erro y el
hom bre», 109 «Zeus y la zorra»: las p rim eras sobre el tem a de la
creación, la ú ltim a próxim a al tem a de 119, aunque es Zeus el que
en una p rim era fase com place a la zorra espontáneam ente). No hay
seguridad, ciertam ente: los tem as, que en sí son antiguos, así como
la estru c tu ra, han podido ser im itados luego (como lo fueron en
diversas fábulas de Fedro, p o r ejem plo).
Como h ab rá podido com probarse, de las 92 fábulas «difundidas»
del núcleo antiguo de la Augustana, sólo 37 nos han parecido, con
seguridad o verosim ilitud, descendientes de época clásica: es decir,
venidas de la colección de D em etrio. Es bien claro que el creador o
creadores de la versificación de las fábulas de D em etrio se lim itó o
lim itaron, en u n p rim e r m om ento, a to m ar una pequeña selección
de las m ism as y adicionarlas con un núm ero im p o rtan te de fábu­
las nuevas. Luego, m ás tarde, las fábulas rechazadas de Dem etrio
siguieron en tran d o en las colecciones: ya hem os visto que en la m is­
m a A ugustana y en la y Ib o en m ss. aislados, tam bién en otras
colecciones (y en la V ita A esopi). De todas m aneras, ya dije que no
debía de tra ta rs e de u na colección m uy extensa.

b) F ábulas v e r o s ím ilm e n te de creación recien te

Los esquem as estru ctu rales de situación de tipo prim ario, es


decir, sit. —Adir, y otros próxim os, dan ya una p rim era verosim ilitud
a la idea de que las fábulas que los com portan son recientes; y m ás
si se tra ta de anécdotas y se añaden o tras características (redacción
original en 4 versos, conclusión de tipo cínico o m oralista, hecho de
que la fábula deriva de u n a conocida). Lo m ism o si se tra ta de anéc­
dotas en que una situación se desarrolla a través de una acción
en varios actos, con cierre o no. Pero hay tam bién fábulas o anéc­
dotas del tipo sit. —B ind./A dir, (y otros sem ejantes, con un «surve-
La colección augustana 313

nant» C, etc.) e incluso del tipo agonal doble, que pueden ser re ­
cientes. E sto es m ás verosím il en diversos tipos estru c tu rales anó­
malos.
Teniendo todo esto en cuenta voy a d ar una relación siguiendo el
ord en num érico, de fábulas posiblem ente recientes. Fábulas y anéc­
dotas, en realidad, pues las segundas son notablem ente frecuentes,
lo que no deja de ser característico. Por o tra p arte, hay las que
podríam os llam ar anécdotas anim ales, con alguna de las estru c tu ras
m encionadas, pero sin características propiam ente agonales.

H. 10 «La zo rra y el león». A nécdota anim al de situación-acción:


es un derivado de H. 147, paralelo a 210 y 220 (tem a de la costum ­
bre). Todo esto ap u n ta al carác te r reciente (pero quizá B ranc. viene de
F. An. II, es decir, se tra ta de una fábula del tipo «no difundido»).

H. 18. «El p escad or y el boquerón». Es de e stru c tu ra clásica


(sit. —B dir./A dir.), pero parece un derivado de H. 4 y 11; es del tipo
breve.

H. 24 «La zo rra a la que se le hinchó el vientre». Es Bsit. —C ind./


Bind. —Cdir., está cen trad a en el «survenant». El ca rác te r atípico de
la zo rra que cae en la tram p a y el tem a de la gula, ap u n tan a un
ca rác te r reciente.

H. 27 «La zo rra y el busto». Todo habla a favor del carác te r re­


ciente de esta fábula de situación, de 4 versos, dirigida c o n tra la
belleza inútil (tem a cínico).

H. 31 «El h om bre de m ediana edad y las dos heteras». Es una


anécdota en dos actos, breve, con rasgos m isóginos, com o es fre­
cuente en la fábula cínica.

H. 32 «El asesino». E sta anécdota en varios actos, breve, sobre


el castigo del m alvado y con am biente egipcio, es reciente.

H. 45 «Los bueyes y el eje». F ábula de situación que predica la


resignación, m otivo m oderno.

H. 47 «El niño que vom itó las entrañas». El esquem a de agón-


d e b a te es tradicional, pero se tra ta de una anécdota que acaba en
p u ro chiste.

H. 49 «El boyero». A nécdota con un acto y cierre, sobre el tem a


de la religión que sólo se sigue p o r interés. Como todas las de crítica
religiosa, es tardía.
314 Historia de la fábula greco-latina

H. 53 «Los hijos del labrador». A nécdota en tres actos con cierre,


lo que rep resen ta u n esquem a m oderno. Es seguram ente u n a deri­
vación que contam ina H. 42 y 132.

H. 61 «El lab ra d o r y la Fortuna». F ábula de situación con «sur­


venant»: el tem a de la F o rtu n a y la crítica de los dioses, ju n to con
la brevedad y el esquem a, ap u n tan a un carác te r helenístico.

H. 64 «El m ordido p o r el perro». O tra anécdota de situación, b re­


ve, con el tem a del m alvado.

H. 73 «Los delfines y el gobio». E squem a tradicional, pero se tra ta


de una im itación de Calimaco en estilo breve.

H. 76 «El ciervo y el león». Aquí u n a fábula de situación anim al ha


sido alargada en varios episodios (como o tras veces acaece con las
anécdotas). E sto y el tem a de la crítica de la belleza inútil nos
lleva al am biente de la fábula helenística.

H. 80. «Los navegantes». Anécdota en dos actos con cierre sobre


el tem a de la F o rtuna; de ella deriva seguram ente 178. Cf. las fábulas
recientes H. 13 y 21.

H. 89 «La oca de los huevos de oro». Anécdota de situación y ac­


ción, sin discursos. Breve, tem a cínico de la codicia castigada.

H. 93 «El p erro y su amo». El esquem a de la anécdota es poco


frecuente (ABCsit. —Aacc./Bacc. —Cacc.). El tem a es el antiguo del
que desconoce su naturaleza; pero la insistencia en la άνοια o insen­
satez del asno (que no se halla en la época clásica) y en la άκαιρία o
ino p ortunidad, ap u n ta a un ca rác te r reciente.

H. 95 «La serpiente y la lima», em p aren tad a con o tras recientes


(H. 19 y 59). Hay sit. —B ind./A dir, e insistencia en la άνοια del que
desconoce la naturaleza. F ábula breve.

H. 100 «El lobo y el cabrito». El m ism o esquem a en u n a fábula


aislada sobre la o p o rtunidad.

H. 106 «Zeus y Apolo». Tem a de ερις (que es reciente) con un es­


quem a sit. —Bacc./Aacc. n ad a frecuente y, adem ás, con elogio de
Zeus (¿tem a estoico?).

H. 112 «El héroe». Anécdota breve de situación con crítica reli­


giosa.
La colección augustana 315

H. 113 «H eracles y Pluto». Es u n a anécdota divina: situación am ­


pliada con cierre. La riqueza unida a los m alos y el personaje H era­
cles, son m otivos cínicos.

H. 114 Ib «La horm iga y la cigarra». Situación am pliada con


cierre al servicio del tem a cínico del elogio del πόνος o trab ajo . Hay
varios derivados.

H. 120 «El castor». R elato en varios actos. Fabulización de un


tem a de H istoria N atu ral al servicio del tem a cínico de la φιλοζωία
o am o r a 1^ vida.

H. 134 «El p erro y el carnicero». Anécdota de situación sobre


un tem a m o ralista (hay que prevenirse del malo).

H. 137 «El p erro y el lobo». A gón doble tradicional, pero que in­
vierte tem as hab itu ales (el de H. 4, etc.) y p resen ta al p erro en una
posición atípica.

H. 138. «Los p erro s ham brientos». P ura situación y acción, quizá


derivada de H. 136 (contra la codicia y gula).

H. 142 «El camello». Anécdota derivada de H. 85. La fealdad


inocultable.

H. 145 «El león y el labrador». Hay un agón doble y la fábula


parece tradicional, pero el tem a de la locura del am or es cínico.

H. 151. «El león que se asustó del ratón». Fábula de situación


con «survenant» y cierre. C ontam ina tem as de H. 135, 155, 242. In ­
vierte el tem a del susto del león introduciendo el del poderoso que
se indigna de la audacia del débil.

H. 160 «El lobo y el cordero». Aunque el tem a es antiguo (cf. H. 4),


el debate en tres actos parece reciente.

H. 163 «El lobo y la vieja». Anécdota de situación en dos actos,


con cierre de lam ento.

H. 164 «El lobo y la oveja». El debate en tres actos y el carácter


atípico del lobo y de la conclusión, ap u n tan m uy claram ente a fecha
reciente.

H. 173 «Los sacerdotes de Cibele». Anécdota en dos actos, de am ­


biente helenístico (como es cínico el tem a de la resignación).
316 Historia de la fábula greco-latina

H. 176 «La horm iga y la palom a». Anécdota anim al en dos actos,
im itada, parece, de H. 155, que am plía.

H. 177 «La mosca». Fábula breve de situación, con un lam ento


final inadvertido irónicam ente. El anim al y su filosofía son cínicos.

H. 178 «El náufrago y el m ar». A nécdota en dos actos, derivada


de H. 80 con cam bio de tem a (se p asa del de la F ortuna al de la Na­
turaleza) .

H. 179. «El joven y la golondrina». O tra anécdota en dos actos con


cierre de lam ento (cf. H. 163). Se tra ta de la avoia de no conocer
el καιρός u oportunidad.

H. 180 «El enferm o y el médico». Anécdota en tres actos, crítica


cínica de los m édicos.

H. 181 «El m urciélago, la zarza y la gaviota». Etiología de es­


tru c tu ra com pleja: dos actos, tres intervenciones en cada uno, triple
conclusión.

H. 183 «El leñador y Herm es». V erdadero cuento de estru c tu ra


m uy am plia y com pleja, tem a del castigo divino.

H. 184 «El cam inante y la Fortuna». Fábula de situación, con


cierre de F ortuna.

H. 191. «El asno que llevaba sal». Anécdota en dos actos, con el
castigo de la ävoia del asno. P ara el com ienzo, cf. H. 136.

H. 192 «El asno y la muía». A nécdota en dos actos, con lam ento
final. Una vez m ás, tem a de la ävoia del asno y m ezcla de dos
estru c tu ras.

H. 208 «El p ajarero y la cigüeña». El esquem a sit. —B ind./A dir. es


norm al, pero la súplica del débil se rechaza p o r una razón distinta
de la h ab itu al y hay un final m oralista (tem a del que se ju n ta con
los m alos).

H. 219 «El m ono y los pescadores». Una vez m ás, anécdota en


varios actos con lam ento final. Del tem a de la naturaleza se pasa
al nuevo de lo que se conoce y lo que no se conoce.

H. 220 «El rico y el curtidor». A nécdota en varios actos sobre el


tem a de la costum bre, paralela a H. 10, 210 y 226.
La colección augustana 317

H. 230 «El niño que se bañaba». Anécdota breve (esquem a: sit.


—A ind./B ind. —Adir.) sobre el tem a cínico de la φιλοζωία.

H. 232 «La oveja esquilada». F ábula breve de situación, parece


que deriva de 139.

H. 237. «El gusano y la serpiente». Breve anécdota con con­


clusión, en varios actos. Tem a de la vanidad que lleva a la ruina,
seguram ente deriva de no H. 273 y 308.

H. 243 «Los h ijos del mono». R elato en varios actos, fabulización


de un tem a de H istoria N atural, aplicado al nuevo de la F ortuna.

H. 255 «La golondrina y la serpiente». F ábula de situación con


lam ento final, derivada de H. 39 e introduciendo el tem a de la F or­
tuna.

H. 260 «La pulga y el atleta». F ábula con situación, un agón y


u n lam ento final (e stru ctu ra contam inada). El tem a de la crítica
del atleta y del triu n fo del anim al pequeño y pugnaz, es cínico.

c) C onclu sio n es

F rente a las 39 fábulas que hem os considerado antiguas y que


son en su gran m ayoría fábulas anim alísticas agonales, hem os hallado
53 recientes, e n tre ellas m uchas anécdotas; tan to las anécdotas com o
las fábulas son con gran frecuencia m uy breves (de originales p resu ­
m iblem ente de 4 versos) y de situación. O tras p resen tan esquem as
com posicionales anóm alos; en todo caso, con frecuencia son deriva­
dos de fábulas antiguas e introducen tem as o m odificaciones «re­
cientes».
Parece claro que la colección de D em etrio, explotada por el p ri­
m er versificador cínico, com prendía un núcleo de fábulas anim alís­
ticas agonales y un m argen de anécdotas y etiologías. Los tres tipos
podían, ocasional aunque raram ente, ten er una e stru c tu ra «de situ a­
ción», breve.
El au to r de la p rim era colección m étrica de fábulas (la Antigua
Augustana) utilizó los m odelos tipológicos y com posicionales que se
le ofrecían, pero m odificó su frecuencia: ah o ra es el tipo de situación
el que se hace com ún, y ello tan to p ara las fábulas anim alísticas
com o p ara las anécdotas, ah o ra m uy frecuentes (y, p o r o tra parte,
no siem pre de situación). El a u to r utiliza anécdotas varias, deri­
vadas de las fábulas antiguas, relatos de H istoria N atural, senten­
cias (χρεϊαι ): todo ello ya al servicio de los tem as antiguos, ya al
de los nuevos tem as cínicos y m oralistas. P or o tra p arte, m odificó
318 Historia de la fábula greco-latina

las fábulas de Dem etrio, en ocasiones, en cuanto a la e stru c tu ra


y al tem a.
Así, la colección de D em etrio fue el m odelo del ca rác te r m ixto de
la fáb u la a p a rtir de la p rim era colección m étrica. Mixto en cuanto
a estru c tu ra, tem as, extensión y origen. E ste ca rác te r m ixto conti­
nuó siem pre, y continuó siem pre el procedim iento p o r el que se
creaba una colección a base de dos o m ás. En las fases siguientes
del desarrollo de la A ugustana se procederá ya de la m ism a m anera.

V III. Los s u c e s iv o s d e s a r r o l l o s d e la A u g ustana

1. Id e a s g e n e ra le s

El núcleo m ás antiguo de la A ugustana o Antigua Augustana, del


que acabam os de ocuparnos, debía de com prender unas 100 fábulas,
aproxim adam ente igual que la colección de D em etrio, pero su stitu ­
yendo m ás de la m itad de las fábulas de aquélla p o r o tras nuevas.
E ra u n a colección que todavía no tenía prom itios ni epim itios con
c a rác te r fijo y que fue m odelo de las colecciones que a su vez fueron
m odelo de Fedro, B abrio y otros fabulistas, com o ya se ha expli­
cado. Colección que, p o r o tra p arte, ofrecía variantes, en los distin­
tos m ss. o grupos de mss., respecto al texto y al núm ero de fábulas.
Ahora bien, tam bién h a quedado dicho que ese núcleo antiguo su­
frió adiciones que se reflejan ya en una colección con epim itios
sistem áticos conocida p o r el au to r de la colección griega de que
dependen las fábulas siriacas. Y luego sufrió o tras adiciones que
no han dejado huellas (al m enos p ara nosotros) fuera de las
F. An. Y o tras m ás de fábulas de derivación secundaria. Las colec­
ciones la, Ib y los añadidos de ciertos m ss. o grupos de m ss. de
I, h an de considerarse com o el resultado de o tras adiciones m ás,
que a veces parad ó jicam ente in troducían fábulas ya en las colec­
ciones, pero con un texto diferente, procedentes de u n a ram ificación
del ste m m a .
O curría así que, de una parte, se conservaba la colección de De­
m etrio, que era explotada una y o tra vez p o r los am plificadores de
I; de o tra, éstos intro ducían fábulas nuevas, creadas p o r ellos o por
algún m odelo; y, adem ás, in troducían tam bién versiones de las m is­
m as fábulas o de o tras, pero procedentes, com o queda dicho, de ra ­
m ificaciones de los s te m m a ta de las fábulas antiguas en diversas
colecciones que p roliferaban. Hay que concebir, pues, la pre-Au­
gustana en sus fases sucesivas com o un punto en torno al cual
cristalizaban fábulas antiguas y nuevas y fábulas «variadas» de
colecciones diversas que sim ultáneam ente p roliferaban— y que co­
nocem os a través de los elem entos de ellas derivados que en traro n
La colección augustana 319

en la pre-Augustana y en o tra s colecciones de a u to r a que hem os he­


cho referencia.
No puedo h acer un estudio tan m inucioso com o el anterior: voy
a señ alar tan solo las líneas fundam entales del proceso.

2. F á b u la s en F. An. y en Sy. y fá b u la s só lo en Sy.

Ya en la fase conocida por el a u to r del original griego de las


fábulas siriacas, la Antigua A ugustana había evolucionado, convirtién­
dose en u n a colección de fábulas con epim itios sistem áticos; y así
continuó siendo en adelante. E sta m odificación no tuvo lugar sin la
adición, al m ism o tiem po, de diversas fábulas; y luego hubo m ás adi­
ciones, que ya solo a través de I nos son conocidas. Da la im presión
de que, a p a rtir de un cierto m om ento, la pre-A ugustana así definida
tuvo escasa difusión y, en cambio, la tuvieron grandes colecciones
que u tilizaron p a rte de sus m ateriales, adicionándolos con otros y
creando versiones secundarias. En realidad, la pre-A ugustana pasó
a ser una de tan tas colecciones y no la más atendida.
N aturalm ente, n u estra s cifras sobre el núm ero de fábulas añadi­
das al núcleo antiguo de la pre-A ugustana (a la Antigua Augustana)
p ara d arle la fo rm a que conoció Sy. y sobre las añadidas después,
son solo aproxim ativas: el estado ruinoso en que nos ha llegado
la tradición fabulística no perm ite asegurar tajan tem en te que una
fábula no haya sido nocida fuera de F. An. I o de F. An. I y Sy.,
aun q u e p ara n o sotros no haya testim onio de ello. Pero tienen un
cierto valor de indicación general.
No m erece la pena estu d iar aisladam ente los dos grupos de fá­
bulas «añadidas» a que vengo refiriéndom e: no hay datos suficien­
tes que nos hagan ver un ca rác te r d iferente de estos «añadidos». En
realidad, la técnica que se siguió fue siem pre la m ism a, aproxim ada­
m ente la ya em pleada p o r el au to r de la Antigua Augustana. Se to­
m ab an ciertas fábulas de D em etrio y se añadían o tras nuevas de
los tipos que ya conocem os: anécdotas hum anas y anim ales, fábu­
las anim ales, etiologías, predom inando los tipos de situación y de
anécdota en varios actos y los tem as que nos son ya fam iliares.
Ju n tan d o el m aterial a que nos referim os y sin distinguir, pues no
nos interesa, las fábulas de uno y de varios m odelos, advertim os que
seguim os trab a jan d o con un m aterial fundam entalm ente de fábulas
prim arias: la trad ició n de la Antigua A ugustana se m antenía. Limi­
tándom e a ésta, he de referirm e a 13 fábulas de un solo m odelo en
F. An. I y Sy., a 96 tam bién de un solo m odelo en F. An. I; y de dos o
m ás m odelos, a 2 en F. An. I y Sy. y 18 en F. An. I. E n total, a 129 fá­
bulas. La colección original quedó, com o se ve, m ás que duplicada.
320 Historia de la fábula greco-latina

De estas nuevas fábulas hay u n a serie de ellas, com o queda


dicho, que proceden de épocas clásicas y ya estab an en D em etrio.
D ejando ap a rte las testim oniadas en au to res helenísticos com o Ca­
limaco, Cércidas, Filodemo, la V ita A esopi, M enandro (que, p o r
o tra p arte, son pro b ab lem ente testigos de D em etrio), p ara p isar te­
rre n o m ás firm e m e lim ito a señalar las fábulas con m odelo clá­
sico: de Hesiodo H. 4; de Arquíloco H. 83, H. 85, H. 94, H. 245; de
Sem ónides H. 3, H. 26; de Tim ocreonte H. 17; de Esquilo (?) H. 225;
de E u rípides (?) H. 60; de un escolio ático H. 211; de Platón H. 40;
de A ristóteles H. 8. No cito las fábulas con paralelos egipcios o in­
dios, p o rq u e pueden ser derivados secundarios o pueden, al c o n tra­
rio, h ab er derivado a p a rtir de Grecia.
E n todo caso, es claro que los am plificadores de la Antigua Augus­
tan a h an repescado en D em etrio fábulas im p o rtan tes com o la del
halcón y el ru iseñ o r o la zorra y el m ono o el águila y el escarabajo,
fábula que h ab ía dejado fuera el m ás antiguo com pilador. Son fá­
bulas, en general, agonales, de extensión m edia, sobre los tem as tra ­
dicionales. Y no faltan anécdotas y una etiología doblada en anéc­
dota (H. 8).
F u era de estas fábulas clásicas, se plan tea el problem a de la cro­
nología del to tal de la am pliación y el del origen de las dem ás fábu­
las añadidas. Dado el verso helenístico y la existencia de alusiones
en los auto res helenísticos antes citados (y en V arrón, H. 182), así
com o el hecho de derivaciones in tern as de unas fábulas a otras,
resu lta claro q ue el total de la colección debió de qu ed ar com pletado
en época helenística. N ótese todavía que sirvió de p au ta a la y Ib,
que conocieron los m ism os m odelos y siguieron añadiendo m aterial
a veces antiguo.
No voy a estu d iar aquí una a una las 129 fábulas de estas am plia­
ciones a p a rtir del verso prim ario. S obre la base de los criterios ya
sentados, el lector puede hacerlo con cierta facilidad a p a rtir de
los datos de n u estro Apéndice I (añadiendo, a veces, estudios p a rti­
culares a lo largo del libro). Pero sí h aré algunas observaciones de
tipo general.
Si se recuerda, en el caso de las fábulas «difundidas» llegábam os
a la conclusión de que u n a buena p a rte de la colección, m ás del 40
p o r 100, provenía de D em etrio. Claro que el m étodo p a ra establecer
cuáles eran las fábulas de origen clásico sin m odelo conservado, era
con jetu ral. Ahora bien, aplicando ese m ism o m étodo, los resultados
son diferentes. El n úm ero de fábulas de tipo clásico, a juzgar por
la coincidencia de los criterio s de form a y contenido que hem os
venido utilizando, así com o o tro s externos, es ah o ra m uchísim o m ás
bajo. Es m ucho m ayor la proporción de fábulas y anécdotas (sobre
todo anécdotas) de los tipos que conocem os com o recientes.
La colección augustana 321

P ara com enzar, son relativam ente ra ra s las fábulas agonales (sim ­
ples o dobles) anim alísticas que p o r su contenido y falta de rasgos
(derivación de u n a fábula ya conocida, am biente helenístico, etc.)
puedan ser clasificadas com o arcaicas o clásicas. P odrían citarse
sobre todo, creo, H. 6 «Las cabras salvajes y el cabrero», H. 7 «El
gato y las aves», H. 16 «El gato y el gallo», H. 39 «La golondrina y
las aves», H. 41 «La zorra y el lobo», H. 84 «El asno, el gallo y el
león», H. 99 «El cab rito y el lobo», H. 125 «El grajo y los cuervos»,
H. 166 «El lobo y las ovejas», H. 182 «El m urciélago», H. 250 «La
cerda y el perro», H. 252 «El jab alí y la zorra».
En o tras fábulas de e stru c tu ra análoga, el exam en detenido de la
fábula y los datos de n u estro Apéndice I nos hacen m ás cautos. Por
pon er unos ejem plos nótese cóm o en H. 19 «La zo rra y la zarza»,
estru c tu ralm en te norm al, nos hallam os ante una fábula derivada con
u n a zo rra atípica; H. 43 y 70 son dos fábulas derivadas de lo m ism o
(es dudoso si u na de ellas es el m odelo de la otra); H. 48 «El m u r­
ciélago» toca el tem a de la oportunidad, que es helenístico; tam bién
es anóm alo el tem a de H. 86; en H. 203 «El asno, la zorra y el león»
hay derivación e inversión de m otivos; etc., etc.
Claro está que tam bién hay fábulas de o tro tipo que pueden ser
clásicas. Así an écdotas com o H. 66 «Los dos am igos y el oso», H. 222
«El p a sto r y el perro», H. 224 «El p asto r y las ovejas».
Como he dicho, las am pliaciones de la colección están llenas de
anécdotas de uno y dos actos (cf. H. 13 «Los pescadores», H. 28
«El m entiroso», H. 116 «El m édico y el enferm o», H. 253 «El avaro»,
etcétera, etc.), de fábulas de situación de contenido cínico (H. 20 «La
zorra y el cocodrilo», H. 58 «La m u je r y la gallina», H. 88 «El to r­
do», H. 244 «El pavo y el grajo», etc., etc.); de etiologías derivadas
de las tradicionales o bien cínicas (H. 104, H. 108, H. 110, H. 175,
H. 191) y de o tro m aterial helenístico. Su tem ática general ha sido
estu d iad a en el vol. I, no es preciso in sistir aquí.

3. F á b u la s se c u n d a ría s

R om piendo un poco el orden de la exposición, quiero decir algo


sobre las fábulas secundarias que se han introducido en la pre-
Augustana, sin duda en sus diferentes fases: en la que acabam os
de estu d iar y, tam bién, en los añadidos de la y Ib e incluso de
algunos m ss. aislados (que se suele decir que beben de la).
E ste m aterial ha sido estudiado ya en páginas anteriores, sólo
conviene reco rd arlo p a ra añ ad ir algunas conclusiones.
E n p rim er lugar, a veces las versiones secundarias derivan de
versiones p rim arias que figuran en n u e stra m ism a A ugustana; o tras
veces, de versiones p rim arias perdidas; o tras aún, conservam os dos
322 Historia de la fábula greco-latina

versiones secundarias, no la prim aria. Ya he dicho que, en los dis­


tin to s m om entos de su evolución, n u estra colección fue añadiendo
fábulas nuevas, sin caer sus am plificadores en la cuenta, a veces, de
que añadían versiones nuevas de fábulas ya recogidas. No doy la re­
lación de este m aterial porque puede en co n trarse fácilm ente en las
páginas que preceden.
Lo que es claro es que, ju n to a las colecciones con fábulas p ri­
m arias, derivadas directam ente del verso helenístico (de m ayor o
m enor antigüedad), p ro n to surgieron o tras que variaban el tem a
introduciendo nuevo verso o que volvían a versificar prosificaciones,
etcétera, etc. Ju n to a la línea cen tral de la pre-A ugustana (y a algunas
o tras fábulas p rim arias conservadas en el P. Rylands, la V ita A esopi,
etcétera), surgieron colecciones que m ezclaban las fábulas prim arias
con o tras secundarias. Y estas vías laterales, pue hem os visto que
a veces están em p aren tadas con las fábulas que fueron a p a ra r a la
trad ició n «babriana» (no sólo B abrio, sino Par. y Dod.), a veces re­
vertiero n a la Augustana, am pliándola.
C iertam ente, en ocasiones solo p o r esta vía nos han llegado fábu­
las cuya versión p rim aria se ha perdido. Conviene p asa r un pequeño
repaso a esta tradición secundaria que a p a rtir de u n cierto m om ento
pen etró en la pre-A ugustana y en sus diversas colecciones derivadas.
Revísese, en p rim er lugar, la relación de fábulas que he presen­
tad o en pp. 302 y ss.; ya fábulas con verso secundario, ya fábulas
procedentes de sem iprosificaciones de m odelos an terio res inacce­
sibles p ara nosotros. Dejem os ap arte, en ella, u n a serie de duplicados
secundarios de otro s prim arios (o con una segunda sem iprosifica-
ción) p resen tes en n u estra colección: aunque su in tro d u cto r es bien
claro que in ten tab a recoger fábulas im portantes, com o la de la encina
y la caña, que p ensaba ausente de la m ism a.
Después de esto, hay que fijarse en que el am plificador o am pli­
ficadores que nos ocupan introducían, a p a rtir de fuentes cierta­
m ente no p rim arias, fábulas m uy im portantes. N ada m enos que, en tre
otras, H. 147, la fábula arquilóquea del león y la zorra o que H. 15a
«La zo rra y las uvas», docum entada en un vaso del s. V. a. C. o que
H. 62 «El lab ra d o r y la serpiente», aludida p o r Teognis. O tras fá­
bulas, aun sin docum entación explícita, tenem os m otivos p ara creer,
p o r su e stru c tu ra y tem a, que son antiguas: así H. 51 «El lab ra d o r y
la serpiente» (tem a de su enem istad irreconciliable), H. 103 «El grajo
y las aves», H. 143 «Las liebres y las ranas». Claro que tam bién
en tró m aterial p ro p iam ente helenístico, así fábulas de situación de
tem ática cínica com o H. 98 «La víbora y la zorra», H. 215 «El niño
que cazaba saltam ontes, H. 258 «La golondrina y la corneja».
E sta rebusca de fábulas antiguas en diversas colecciones de ver­
siones secundarias no está lim itada, ya lo dije, a la A ugustana p ro ­
piam ente dicha. R ecuerdo la relación de pp. 268 y ss. de fábulas in-
La colección augustana 323

tro ducidas p o r la y p o r diversos m ss. que según algunos beben de


esta colección: ap a rte de cinco duplicados, sobre los que se pueden
h acer las m ism as observaciones que antes, hay 20 fábulas. Ahora
bien, se tra ta casi siem pre de versiones prim arias únicas, m uchas
veces conocidas solo p o r la; tam bién hay una versión prim aria ju n ­
to a o tra conocida (H. 39b, quizá H 240 y 241). El único ejem plo de
verso secundario está en H. 114 I (la) «la horm iga y el escarabajo»,
nueva versión de H. 114 Ib = I «La horm iga y la cigarra».
E n cam bio, en Ib, en la m edida en que se tra ta de fábulas añ a­
didas a I, predom inan las fábulas secundarias, com o ya hice ver en
p. 279. Bien son una segunda versión de una fábula ya conocida (co­
mo en H. 15b «La zo rra y el ratón»: es un ra tó n «survenant» el que
dice aquello de «están verdes»), bien de una fábula sólo a través de
esta fuente conocida p o r nosotros. Pero tam bién las hay prim arias.

4. F á b u la s n u e v a s en l a y Ib y en d iv erso s m ss.

P ara ser com pletos, insistam os en las fábulas nuevas de las co­
lecciones y m ss. que acaban de ocuparnos, diciendo que ju n to a
las secundarias las hay tam bién prim arias.
De estas fábulas p rim arias hay algunas sin duda clásicas, aunque
las m ás son helenísticas. La m ás claram ente clásica es H. 238 (en
E, quizá de la) «El jabalí, el caballo y el cazador», que viene de
E stesícoro a trav és de D e m e trio 19. O tras son fábulas helenísticas,
pero seguram ente de originales m ás antiguos: así H. 141 «El nogal»
(variante de 185, cf. un paralelo oriental en vol. I, p. 377) o H. 169
«Las liebres y las zorras». O tras veces se trata, sim plem nte, de fábu­
las helenísticas de gran éxito, com o H. 229 «Las dos alforjas». Todo
esto en la. Al au to r de esta colección le extrañaba que fábulas como
estas faltaran en la pre-Augustana, que él utilizaba. Pero en general,
com o digo, p refirió fábulas helenísticas, casi todas p rim arias. E igual
mss. aislados cuyas fábulas añadidas figuran en n u estra relación de
fábulas en la. Casi todas estas fábulas son prim arias.
Tam bién hay fábulas nuevas prim arias (aunque las m ás son se­
cundarias) en Ib. Pueden verse en n u estra relación de pp. 278 y ss.: su
carácter helenístico se establece p o r la estru c tu ra, el tem a o el hecho
de conocerse la fuente de donde derivan.
Todo esto nos hace ver que continuaron siendo accesibles fábu­
las p rim arias de origen clásico, llegadas a la edad helenística sin
duda a través de Dem etrio. Pero que al tiem po existían fábulas p ri­
m arias helenísticas y fábulas secundarias clásicas y helenísticas. O
sea, que el am plificador de la pre-A ugustana no agotó su m aterial:

19 Cf. mi artículo «Neue jambische Fragmente...», cit. arriba.


324 Historia de la fábula greco-latina

debía de h ab er no ya una, sino varias colecciones de fábulas que


añadían al m aterial clásico este otro. Y en ellas bebieron no solo
este am plificador, sino los redactores de la, Ib y diversos m ss. Y m ás
tard e los auto res de las colecciones «de autor» que han llegado a
nosotros. Así, la pre-Augustana, que en un cierto m om ento, el de la
Antigua Augustana, constituyó, con sus fábulas tradicionales y las
nuevas, el cen tro m ism o de la tradición fabulística, vio a p a rtir de
un tiem po cóm o a su lado florecían o tras colecciones diversas de
fábulas clásicas y m odernas, p rim arias y secundarias. C ierto que u ti­
lizaban la pre-Augustana. Pero ésta, en sus fases sucesivas, utilizó
a su vez estas colecciones. Fue ya una colección m ás, sin duda la
m ás extensa, pero ni la única ni la que m ás influjo ejerció. Volveré
sobre este tem a.

5. £1 p ro c e so d e c re a c ió n de la s n u e v a s fá b u la s

E n m anos de los cínicos prim ero, de sus continuadores después,


la fábula tradicional fue m ás o m enos m odificada en cuanto a es­
tru c tu ra e intención y se creó u n a larga serie de nuevas fábulas.
E stas continuaban en cierta m edida las estru c tu ras y los tem as
antiguos, pero con un desplazam iento m uy grande del énfasis y un
añadido de estru c tu ras anóm alas y de tem as nuevos. Todo esto nos
es conocido ya y no es preciso especificarlo en detalle.
T am bién he p resen tado ya, en vol. I, p. 519 y ss., las fuentes
de creación de las nuevas fábulas: géneros conexos, anécdotas y
χρεϊχι, fábulas antiguas, relatos de H istoria N atural. De allí algunos
ejem plos. Añado ahora, p orque es m uy ilustrativo, el proceso de
creación de nuevas fábulas a p a rtir de la A ugustana (I, la, Ib).
R ecuerdo, antes de hacerlo, lo que ya he dicho sobre fábulas dobles,
derivadas u na de o tra o las dos de una terc era m ás antigua.
No se tra ta ah ora de derivaciones posteriores a p a rtir de las fá­
bulas de la Augustana, com o algunas citadas en vol. I, pp. 412 y ss.
Hice ya ver en efecto una serie de derivados a p a rtir de Arquíloco
fr. 239 (tem a del p erro m ontaraz y el dom éstico), E p. IV (tem a de
la zo rra y el león, en la caverna de éste), E p . V II (tem a de*la zorra y
el m ono), así com o de Esquilo, A. 719 y ss. Se puede d ar m ás m a­
terial en este setido, p ero lo que ahora nos interesa sobre todo es
la derivación in tern a a p a rtir de fábulas helenísticas, tem a que allí
quedó casi intacto. Y que es esencial p a ra com prender el sucesivo
florecim iento de nuevas fábulas p rim arias que a veces, luego, p ro ­
dujero n s te m m a ta com pletos de fábulas secundarias. Claro está,
estos ste m m a ta van m ucho m ás allá de la Augustana, hay que se­
guirlos a través de todas las colecciones, incluso en la E dad Media
europea.
La colección augustana 325

Tiene v entaja, sin em bargo, p a rtir de las derivaciones de fábulas


clásicas, presum iblem ente a través de D em etrio, p a ra p asa r luego
a las derivaciones de estas derivaciones: este p ro ced er sum inistra
un m odelo p a ra seguir las derivaciones de las fábulas propiam ente
helenísticas (o sin m odelo clásico transm itido).
La fábula del halcón y el ruiseñor, en Hesíodo, produce H. 4, cuyo
tem a de la in u tilidad de los argum entos del débil se repite en H. 16
«El gato y el gallo», H. 124 «Los ladrones y el gallo» y H. 160 «El lobo
y el cordero»; de aquí sale H. 137 «El p erro y el lobo», con un final
«invertido» (el lobo se deja convencer y queda defraudado).
El tem a arquilóqueo del m ono que presum ía ante la zorra de las
tum b as de sus antepasados ha producido H. 14, y de aquí sale, sin
duda, H. 75 «El delfín y el mono». Pero es el m odelo, tam bién, de
una larga serie de fábulas que critican la εύγένεια o nacim iento no­
ble, p o r ejem plo, H. 20 «La zorra y el cocodrilo».
La o tra fábula arquilóquea de la zorra y el m ono, que incluía el
concurso de baile p ara alcanzar el reino, concurso en que fue re­
chazado el cam ello, p ro d u jo H. 83 «La zorra y el mono» y H. 85 «El
cam ello y el mono». De éstas, a su vez, salieron derivados secunda­
rios: H. 142 «El cam ello y el mono», H. 246 «El camello, el elefante
y el mono». A su vez, el tem a de la elección de rey de los anim ales,
con la sátira del que sólo tiene vanidad y es inútil p ara desem peñar
ese puesto, viene de aquí (a veces contam inado con otros m otivos):
cf. H. 103 «El g rajo y las aves», H. 244 «El pavo real y el grajo»,
H. 249 «El pavo y la grulla». Y de aquí se difunden tem as com o el
de la vanidad descubierta, el disfraz inútil, etc.
Todavía p roduce m ucha descendencia (y de esto ya hablé en
volum en I) el tem a tam bién arquilóqueo de la zo rra y el león. Pres­
cindiendo de o tra descendencia allí señalada (abundante sobre todo
en F edro y la E dad M edia europea), m e lim ito a llam ar la atención
sobre un derivado de H. 147 com o es H. 10 «La zorra y el león», de
donde, a su vez, salen sin duda H. 210 y 220, sobre el tem a de la
costu m b re (cf. tam b ién H. 226).
Todavía o tra fábula proveniente de Arquíloco, H. 294 «El lobo y el
perro», ha producido H. 194 «El asno salvaje». Y H. 170 «El adivino»
ha dado H. 56 «La maga».
A su vez, la fábula sofoclea H. 139 «El p erro y la liebre», es segu­
ram en te el m odelo de H. 22 y 232, sobre la am bigüedad y las caricias
hipócritas.
A su vez, la fábula H. 62 «El lab ra d o r y la serpiente», cuyo an te­
pasado había sido aludido p o r Teognis, ha producido H. 206 «El
p ájaro y la golondrina» y H. 215 «El niño que cazaba saltam ontes»,
quizá tam bién H. 206 «El p ájaro y la golondrina» (contam inada con
H. 39).
326 Historia de la fábula greco-latina

O tra fábula antigua, a juzgar por la tradición figurativa y un


paralelo m esopotám ico (cf. vol. I, p. 377), es H. 15, la fábula de la
zo rra y las uvas. Pues bien, es de su variante secundaria 15 b «La
zo rra y el ratón» de donde parece venir H. 128 «El grajo y la zorra»,
sobre las esperanzas engañosas.
Así pues, los creadores de nuevas fábulas que se agregaban, en
etapas sucesivas, a las procedentes de D em etrio y se organizaban en
diversas colecciones que luego se contam inaban e n tre sí, p artía n en
una p rim era fase de las propias fábulas clásicas de D em etrio. Pero
de esos derivados salían otros derivados. Y, p o r supuesto, de las fá­
bulas helenísticas, del origen que fuera, salían nuevas fábulas.
Voy a poner algunos ejem plos, sin distinguir, p o r o tra parte, entre
fábulas helenísticas de origen probablem ente clásico y fábulas hele­
nísticas a secas:
De H. 126 «El cuervo y la zorra» sale H. 245 «La zo rra y la ci­
garra», con inversión del tem a; de H. 136 «El p erro que llevaba
carne», H. 138 «Los p erros ham brientos» y quizá o tras fábulas sobre
el tem a de la codicia; de H. 178 «El náufrago y el m ar», H. 223 «El
p asto r y el m ar», con m odificación del tem a; de H. 155 «El león y el
ratón», H. 176 «La palom a y el ratón» (duplica el m otivo del agrade­
cim iento).
O tras veces hay que p roponer que una fábula viene de la conta­
m inación de dos o tres, ni m ás ni m enos que com o hem os visto que
sucede luego en Fedro. Así en H. 201 «El asno y las ranas» tenem os
el m otivo inicial de H. 191 «El asno qne llevaba sal» y H. 136 «El
p erro y la carne», m ás el tem a de H. 45 «Los bueyes y el eje» (tem a
del que se lam enta sin m otivo). De un m odo sem ejante, en H. 156
«El león y el asno» resuenan m otivos de H. 154 «El león, el asno y la
zorra» y de H. 199 «El asno con piel de león». Cf. tam bién H. 18 «El
pescador y el boquerón» con elem entos de H. 4 y H. 11; y H. 53 «Los
hijos del labrador», con elem entos de H. 42 y H. 132.
Claro que este tem a de la derivación, com o ya hice co n star (vol. I,
página 524), se p re sta a veces a dudas. Por ejem plo, tenem os p arejas
de fábulas que son en realidad variantes de un m ism o tem a; la
diferencia respecto a los duplicados de que hem os hablado es sólo
gradual. Lo que no es fácil ver es de cuál de las dos fábulas deriva
la o tra o si am bas vienen de u n a tercera. Así en el caso de H. 43
y 70 «Las ranas», de H. 59 «La com adreja» y H. 95 «La serpiente y
la lima», de H. 141 «El nogal» y H. 185 «El cam inante y el plátano»
(caso ya citado). O tras veces la coincidencia es sólo inicial: cf. H. 151
«El ra tó n que se asu stó del ratón» y H. 155 «El león y el ratón»
(añade elem entos de H. 135 y H. 242) o final: H. 99 «El cab rito y el
lobo» y H. 198 «El asno y el lobo».
Tam bién en contram os grupos de tres o m ás fábulas de tem a y
aun estru c tu ra com ún, que podem os sospechar que derivan unas
La colección augustana 327

de o tras o todas de o tra m ás, sin p o d er probarlo. Así, sobre el tem a


del que m uere p o r el placer: H. 82 «Las moscas», H. 88 «El tordo»,
H. 217 «La palom a sedienta»; sobre el del que engaña en los votos:
H. 28 «El m entiroso», H. 34 «El que p rom ete lo im posible», H. 188
«El cam inante y Herm es»; sobre el tem a de la ataraxia: H. 84 «El
asno, el gallo y el león», H. 146 «El león y la rana», H. 199 «El asno
con piel de león»; sobre el de la ingratitud: H. 74 «El ca strad o r de
colm enas», H. 122 «El jard in ero y el perro», H. 224 «El p asto r y las
ovejas».
E stas no son m ás que unas m uestras: en los Apéndices pueden
en co n trarse m ás referencias. Pero es suficiente, ju n to con mi expo­
sición del vol. an terio r, p ara hacer ver el proceso p o r el cual a
p a rtir de un inventario lim itado de fábulas se pasó a o tro m ás am ­
plio que en p a rte continúa los m ism os esquem as y tem as, en p arte
los m odifica y am plía, adaptándolos a los nuevos tiem pos e ideas.
H em os visto cóm o los distintos fabulistas individuales siguen p o r el
m ism o cam ino. Pero era im p o rtan te hacer ver que ello sucedía ya
d en tro de la fábula de carácter anónim o, influida p o r los cínicos y
sus continuadores, de la cual el testim onio m ás directo que ha lle­
gado a nosotros es, precisam ente, la colección A ugustana (así como
las paráfrasis y dodecasílabos bizantinos en la m edida en que no
dependen de B abrio).

IX. La a n t ig u a A ug ustana y l a p r e -A u g u s t a n a d e n t r o d e l a t r a d i c i ó n
FABULÍSTICA

Un libro de fábulas como era el de D em etrio de Falero, teniendo


éstas la extensión m edia que conocem os en las m ás características
de las que derivan de él directam ente, debía de contener aproxim a­
dam ente 100. De ellas salieron versificaciones p rim arias (una o m ás
de cada fábula) que acabaron p o r llegar, en su m ayor parte, a las
diversas colecciones. Sin em bargo, hem os calculado que a la colec­
ción que form ó el núcleo de la pre-Augustana, es decir, a la Antigua
Augustana, llegaron solam ente unas 40, siendo añadidas aproxim ada­
m ente 60 nuevas, tam bién prim arias: derivadas de las o tras o de
diversas anécdotas, χρεία;, etc.
E sta es, fundam entalm ente, la colección (todavía sin prom itios ni
epim itios sistem áticos) que sirvió de pu n to de p artid a a diversas
colecciones p erdidas y, a través de ellas, a las colecciones m ejor o
p eo r conservadas de época im perial y bizantina. O tra colección an­
tigua, la del p ap iro Rylands, quedó prácticam ente aislada. Pero en
u n m om ento dado, todavía en época helenística, recibió am pliaciones
sucesivas de que ya he hablado; y recibió, tam bién, m odificaciones
en su texto. Luego, a través de la época im perial, recibió todavía
328 Historia de la fábula greco-latina

m odificaciones de redacción, vocabulario y estilo, que culm inaron


en los siglos iv y v d. C. E sta pre-A ugustana com pletada, desconocida
en térm inos generales p a ra las o tras colecciones (si se exceptúa, p ara
la am pliación m ás antigua, el original de las fábulas siriacas; quizá,
adem ás, algunos au to res que citan fábulas aisladas), fue una colec­
ción m ás de las que p ululaban en época helenística e im perial. Ya he
dicho que, independientem ente de ella, seguían viviendo versiones
p rim arias diferentes de las m ism as fábulas, versiones prim arias de
o tras fábulas (antiguas y nuevas) y versiones secundarias diversas:
todas ellas se organizaban en colecciones, en unión del m aterial p ro ­
cedente de la Antigua Augustana.
Hay que ten er en cuenta que, según m is cálculos, las fábulas in­
dependientes de la A ugustana (añadidas las de la y Ib y las de mss.
aislados) eran 236: cierto que en tre ellas hay algunos duplicados
con núm eros independientes, al lado de otros con el m ism o núm ero.
Pero nos in teresan sólo las cifras aproxim adas. Pues bien, la colec­
ción de H a u srath contiene 306 fábulas, que son las citadas m ás o tras
de II y II I evidentem ente repescadas en ram as de la tradición a n ti­
gua independientes de la pre-Augustana, pero tam bién a veces en la
pro p ia pre-A ugustana allí donde su continuadora la A ugustana dejó
fábulas sin tran scrib ir. S obre esto he de volver.
En todo caso, y ap a rte de que, com o acabo de decir, algunas
fábulas de H au srath nunca estuvieron, seguram ente, en la pre-Augus-
tana, hay que ten er en cuenta que n u estra lista de fábulas ausentes
de H au srath (en el Apéndice II, fábulas no H.) contiene h asta 312
fábulas: las m ás, sin duda, procedentes de colecciones de fábulas (al­
gunas pueden venir de la tradición oral, o bien de colecciones de
m itos, etc.). A ñádanse todavía unas pocas fábulas m edievales latinas
de tradición an tigua (cf. p. 483). El resu ltad o es que ap a rte de las
fábulas atrib u ib les a la pre-Augustana, en la A ntigüedad aparecían
en diversas colecciones o tra s 370 fábulas aproxim adam ente. E sto
im plica la existencia de num erosas colecciones difíciles de recons­
tru ir, colecciones utilizadas a veces com o m odelo secundario p o r las
posteriores que se nos han conservado. Y que de las fábulas de la
pre-Augustana sólo unas 100 pueden ser atrib u id as al núcleo an ti­
guo, a la «Antigua Augustana».
E sta colección fue, insisto, el p u n to de p a rtid a de las dem ás
colecciones, aunque ya he hablado de la existencia de versiones p ri­
m arias independientes de la m ism a. Conviene, ahora, tra ta r de esta­
blecer con m ayor precisión sus conexiones con las dem ás, sobre
la base de los resu ltados de los diversos capítulos de este volum en
allí donde fo rm ulan hipótesis sobre la p re h isto ria de las diversas
colecciones. Así queda com pletado el program a de investigación ex­
puesto al com ienzo de este capítulo.
La colección augustana 329

E s im p o rtan te h acer n o ta r que este estudio es m uy diferente del


realizado en la P arte I de este volum en. Allí nos ocupam os de las
colecciones en que las fábulas del ste m m a que sea están incluidas.
Claro está que u n a colección puede tender a re u n ir fábulas de un
tipo de s te m m a o de dos o tres tipos, de acuerdo con las fuentes,
que suelen ser m ixtas.
Al h ab lar de Fedro he establecido com o su fuente principal la que
he llam ado colección I: fábulas de tradición única m ás un agregado
de versiones p rim arias seguidas p o r la A ugustana allí donde exis­
tían varias, m ás versiones p rim arias igualm ente seguidas p o r la
A ugustana allí donde tam bién existía versión secundaria. En defini­
tiva: parece claro que esta fuente de Fedro es, p u ra y sim plem ente,
la que he llam ado núcleo de la pre-Augustana, o tam bién Antigua
Augustana. C iertam ente, en una fase m ás antigua que la que cono­
cem os nosotros. Y ello no sólo en cuanto al texto, sino tam bién en
cuanto a la no escisión de alguna fábula (cf. F edro IV 20 y H. 62
y 186) y a la conservación, todavía, de la versión p rim aria de H. 294
(correspondiente a Fedro II I 7). Añádase que en esa Antigua Augusta­
na se incluían H. 238 y 239 que sólo los ms. E y EO, respectivam ente,
nos h an conservado: posiblem ente la colección utilizada p o r Fedro
era del tipo am pliado p o r la.
E sa Antigua Augustana, con las am pliaciones que sabem os y
provista de epim itios sistem áticos, fue tam bién la base de la colec­
ción griega trad u cid a p o r las fábulas siriacas.
Pero ju n to a ella p roliferaron, com o vengo diciendo, las coleccio­
nes. Fedro utilizó secundariam ente o tras fuentes: ap a rte de anécdo­
tas, χρεϊαι, etc., diversas, la que hem os llam ado colección II (la fuen­
te principal de B abrio y de la tradición m edieval «babriana»): es
una línea que ocasionó u n a escisión en buena p a rte de la tradición
fabulística. Véase p arte III, caps. 4 y 5.
Como se h a expuesto a propósito de B abrio, la colección base de
este au to r contenía, ju n to con fábulas «únicas», o tras con una ver­
sión p rim aria d istin ta de la seguida p o r F. An. o con una secundaria
allí donde F. An. seguía la prim aria. E sta colección deja huella abun­
dante, a m ás de en B abrio, en las p aráfrsis y dodecasílabos bizanti­
nos a que acabo de aludir. Y tam bién en otros lugares: así en Fedro,
que ocasionalm ente la sigue; en ciertas fábulas añadidas en la
colección siriaca a la base procedente de F. An. (véase p. 386); incluso
en ciertas versiones secundarias añadidas a las prop ias F. An. y de las
que ya m e he ocupado, m ás o tras de que hablaré a propósito de
F. An. II y II I (parte III, cap. 3).
Claro que ésta no es tam poco la fuente única de B abrio, que en
algún caso llega a p re sen tar una versión p rim aria com ún con
F. An. III, fren te a la secundaria en F. An. I. Por o tra parte, tan to
B abrio com o F edro seleccionan las fábulas que eligen desde puntos
330 Historia de la fábula greco-latina

de vista propios y añaden o tras nuevas. Por ello, aunque a veces


conserven arcaísm os que se han perdido en o tras colecciones, p re­
sen tan un pan o ram a m ás distorsionado de la fábula antigua anóni­
m a que F. An. I (la Augustana) y que Par. y Dod., que son las dos gran­
des líneas co n tinuadoras de las dos tradiciones de que estam os h a­
blando. Aunque hay que in sistir en que: a) la colección II tom a su
núcleo de la I o Antigua A ugustana; b) una y o tra nos han llegado
notablem ente a m p lia d a s'e n n u estras colecciones anónim as; c) la co­
lección II (y ciertos añadidos de la I) ha bebido de diversas coleccio­
nes secundarias que no nos son accesibles directam ente. P ara el
detalle, véanse n u estro s capítulos sobre F edro y Babrio.
Fuera de estas dos colecciones, aquella a la que m ejo r llegam os
es u n a colección de fábulas helenísticas abreviadas, prosificada en
el siglo il d. C., que es el principal m odelo de Aftonio y el pseudo-
Dositeo y que traslu ce tam bién en el cód. B rancacciano, Aviano, Li-
banio, Tem istio, etc. Es estem m ática y tipológicam ente m ixta: sin
duda u na antología de uso principalm ente retórico. Las abreviacio­
nes im ponían a veces la rem odelación del verso, antes de la prosifi-
cación m encionada. Envío tam bién en este caso a los capítulos res­
pectivos.
De todas m aneras, hem os visto que ju n to a estas colecciones —y
a o tras irreco n stru ib les que en ellas se subsum ieron m ás o m enos o
han dejado fábulas conservadas aisladam ente aquí o allá— la de
Dem etrio y o tras antiguas debieron de conservarse largo tiem po.
Efectivam ente, en au to res com o Aviano y Róm ulo hallam os algunas
fábulas antiguas, derivadas de m odelos incluso que son previos a
la diferenciación en las ram as conocidas p o r o tras fuentes. Véase
el estudio de estas colecciones en este m ism o libro.
E sto no es extraño, p orque tam bién las fábulas de la A ugustana
se conservaron en Bizancio h asta el siglo ix, con m ás restos de
verso que en n u e stra A ugustana y con fábulas en ella perdidas. So­
b re esto véase el capítulo 3 de la p a rte IV. Tam bién se conservaron
o tras fábulas antiguas, cf. los caps. 4 y 5 de esta m ism a parte.
Hay que re co rd a r de todos m odos que en la época del im perio
ju n to a las nuevas colecciones siguió creciendo la Antigua Augusta­
na. E nriquecida con nuevo m aterial helenístico (a veces de origen
clásico) pasó a convertirse en la que hem os llam ado pre-Augustana,
grupo de versiones sem iprosificadas m ás o m enos próxim as. A su
lado surgieron la y Ib, que elim inaban fábulas, añadían o tras y
creaban un texto propio. Pero son la A ugustana y la pre-Augustana
las que están en la base de las colecciones bizantinas: sólo la Accur­
siana p arece ten er algún influjo de la, cf. p. 422.
La creación de nuevas fábulas y su integración en nuevas colec­
ciones, que hab itu alm ente com binaban fábulas seleccionadas de
dos o m ás colecciones antiguas y añadían o tras derivadas, contam i­
La colección augustana 331

nadas, etc., no elim inaba autom áticam ente las antiguas fábulas ni
las antiguas colecciones. En realidad, hay que pen sar que sólo muy
tard íam en te, en plena E dad M edia, quedó reducido n u estro m aterial
fabulístico al estado de ruinas en que lo encontram os. Aun así, sobre
todo en el caso de las fábulas m ás difundidas, ofrece asideros para
h acer u n a reconstrucción su m aria de la h isto ria del género. Los
próxim os capítulos acabarán de com pletarla.
CAPITULO VII
C O L E C C IO N E S M E N O R E S Y F A B U L A -E JE M P L O

I. C o l e c c io n e s m enores

1. C olecciones e n p a p iro s

Como hem os podido com probar a lo largo de este libro, el bache


en tre las colecciones que existieron en las edades helenística y ro ­
m ana y las que nos han sido transm itidas, es enorm e e insalvable,
pese a algunas aproxim aciones que se logran. De todas m aneras,
p a ra ser com pletos he de añ ad ir todavía algunos datos sobre colec­
ciones en cierta m edida conservadas y sobre fábulas-ejem plo que
pueden ilu strarn o s (igual, p o r lo dem ás, que las prim eras) sobre las
perdidas.
He m encionado ya las dos colecciones del P. R ylands 493 y del
P. Colon. 64, la p rim era rep resen tad a p o r cuatro fábulas, la segunda
p o r u n a y el com ienzo de otra. Sólo la p rim era es susceptible de ilus­
trarn o s en cierta m edida sobre colecciones de cuya existencia, de no
ten er estos datos, ni siquiera tendríam os sospecha. Aun así, el solo
hecho de que existiera la colección del P. Colón., con una fábula
«La p erra que parió» que h asta ahora sólo nos era conocida p o r
F edro y un derivado en Justino (cf. p. 24) y con o tra segunda fá­
bula «El carn ero y el mono» que nos es com pletam ente desconoci­
da, ilum ina esta riqueza perdida p ara nosotros. Y la ilum inan tam ­
bién fábulas en papiros, procedentes sin duda de colecciones, como
son H. 32 «El asesino», en el P. Grenf. II 84 (cf. p. 23) y H. 39 «La
golondrina y los pájaros» (en P. Mich. 457 m ás P. Yale inv. 1168 v.,
cf. p. 119). Una y o tra son fábulas conocidas, pero en versiones
nuevas p ara nosotros.
E n cuanto al P. Rylands, no voy a añadir m uchas cosas a lo ya
dicho en vol. I, pp. 67 y ss., y en este m ism o vol., p. 93 y ss. Si
querem os re co rd a r que se tra ta de u n a colección de fábulas con ver­
so p rim ario diferente del de F. An., colección que quedó p ráctica­
334 Historia de la fábula greco-latina

m ente aislada, p o rq u e sólo en Dión C risóstom o halla eco una de sus


fábulas, la de «La lechuza y los pájaros».
He de decir alguna cosa m ás, sin em bargo, sobre la situación de
esta colección d en tro de las colecciones helenísticas, a las cuales
pertenece. Y es esto: si su base está en Dem etrio de Falero, como
es claro, después de otros estudios míos, en el caso de H. 238 «El
jabalí, el caballo y el cazador», hay que añ ad ir que una fábula al
m enos, la de «H eracles y Pluto» es, según se h a reconocido m uchas
veces, u na fábula cínica. O sea, a algunas fábulas de Dem etrio el
versificador añadió o tras de origen cínico, ni m ás ni m enos que el
cread o r de la «Antigua Augustana». P ara esta am pliación bebía exac­
tam en te de la m ism a fuente que ésta, e igual en el caso de «El
p a sto r y las ovejas», fábula de origen helenístico sobre el tem a de
la in g ratitu d (sólo en F. An. y P. Ryl.). La fábula de la lechuza (golon­
d rin a en el resto de la tradición) no sabem os en cam bio si es clá­
sica o helenística.
Pero es claro que el cread o r de la versión m étrica prosificada en
el p ap iro en cuestión usaba las m ism as fuentes que la Antigua
Augustana, clásicas (a través de Dem etrio) y helenísticas; y que, com o
aquél, p refería las versiones p rim arias. Versiones, por o tra parte,
m uy libres: eso se ve en la fábula del jabalí, pero, sobre todo, en la
de la lechuza, que ha sustituido al ave protagonista.
Hay que colocar al cread o r de la Colección del P. Rylands, pues,
en el m ism o am biente que al de la Antigua Augustana, esto es, en la
p rim era época helenística: versificaba independientem ente fábulas
de D em etrio y otras. E stas otras, a juzgar p o r la existencia de ver­
siones p rim arias dobles (y aun triples y cuádruples) eran tam bién,
parece, prosaicas. Lo que sucede es que una colección, la de la An­
tigua Augustana, fue produciendo derivados y am pliándose, m ientras
que esta o tra resu ltó poco conocida p ara la posteridad. Pero su
m ism a existencia testim onia la riqueza de la tradición fabulística y
el gran n úm ero de colecciones que corrían en tre el público lector.

2. L as ta b la s de A ssen d elft

Lo m ism o hay que decir de la colección de las tablas de Assen­


delft, sobre la que he hablado en vol. I, pp. 129 y ss. Como se sabe,
se tra ta de una colección de fábulas dictada (sin duda parcialm ente)
a un niño de P alm ira en el siglo m d. C.: es un ejem plo muy claro
de cóm o desde antiguo se elaboran colecciones mixtas.
E n p rim er térm ino, com o ya ha sido expuesto, com prende siete
fábulas coliám bicas que están en el Atoo de B abrio y o tras cuatro
que pudieron e sta r tam bién (pertenecen a las «letras» perdidas), sin
que ello sea seguro. En todo caso, aquí tenem os u n a tradición «ba­
briana» m ezclada, pues varias de estas fábulas son de las que a rri­
Colecciones menores y fábula-ejemplo 335

ba, p. 211, he atrib u id o al pseudo-Babrio. Y tradición todavía no


alfabetizada p o r ninguno de los alfabetizadores que conocem os,
cf. p. 430.
O sea, que el proceso de éste: en un m om ento dado B abrio había
sido som etido a selección, ro to el orden de las fábulas en sus libros
y adicionadas con fábulas coliám bicas diversas. Pero a su vez el
a u to r de la colección seguida p o r el m aestro de Palm ira había dado
un nuevo paso: esta colección «babriana» la h ab ía seguram ente red u ­
cido, pero adem ás, le había añadido nuevo m aterial, sin preocuparse
de que era parcialm ente m aterial prosaico (verso helenístico prosifi-
cado) y p arcialm ente en trím etro s yám bicos. Con esto voy a re fe rir­
me a las tres fábulas que, a m ás de las 11 «babrianas», integran la
pequeña colección de las tablas de Assendelft.
El núm ero 10 en las tablas es «El lab ra d o r y la serpiente»: es una
versión helenística en seis trím etro s, derivada del m odelo p rim ario
(único) de esta conocida fábula; el llam ado B abrio 143 (en realidad,
del ms. G) es o tro resum en, tam bién en 6 versos. Y hay otros resú ­
m enes m ás. O sea, hallam os una versión m étrica helenística de la
fábula en cuestión, versión independiente. Un verdadero hallazgo
p ara nosotros.
T. Assend. 8 es «El león que envejeció y la zorra», de H. 147. La
hem os estudiado a p ropósito de la versión del pseudo-Dositeo, m uy
próxim a; en realidad am bas vienen de una m ism a prosificación de
una versión m étrica (cf. p. 219). E sta versión m étrica es com ple­
m entario y de la m ism a línea, p o r tanto, que la de F. An.; se opone
a la de B abrio, con antecedentes en Lucilio (quizá ésta es la p ri­
m aria).
F inalm ente, T. Assend. 9 es «El león y el ratón», de H. 155. Tam ­
bién aquí subyace a esta versión una prosificación com ún con la del
pseudo-Dositeo; depende de la versión prim aria, com ún a F. An.
Es claro, en consecuencia, que, ap arte de B abrio y el pseudo-
B abrio, fundido con él desde antes, el au to r de la colección de
T. Assend. u sab a otro s m ateriales m uy diferentes. De un lado, nos
da una fábula helenística independiente de Babrio; de otro, dos
versiones abreviadas prosaicas, dependientes de los m ism os m odelos
que el pseudö-Dositeo. Es sabido que éste utilizó u n a colección ab re­
viada, creada seguram ente en el siglo n d. C. y conocida tam bién por
Aftonio, en tre otros. No podem os a trib u ir a esta colección, con verso
com plem entario con el de F. An., la fábula helenística prim ero m en­
cionada. Pero se tra ta siem pre de resúm enes de la m ism a línea
que F. An.
Así, ya en el siglo m d. C. las dos grandes líneas de la tradición
fabulística eran m ezcladas p o r el anónim o cread o r de n u estra co­
lección. H em os de ver que, con ello, no hacía m ás que an ticiparse
a lo que u n a y o tra vez se repetiría.
336 Historia de la fábula greco-latina

3. F ábulas en la «Vida de Esopo»

Voy a recoger aquí, fundam entalm ente, cosas ya dichas: pero ello
no carecerá de interés. En realidad, estam os ante un caso in term e­
dio: las fábulas de la V id a (al igual que otro m aterial paralelo: sí­
m iles, «problem as», anécdotas varias, m áxim as, etc.) no son citas
sueltas. Se trata , en realidad, de un tipo especial de n arración de la
fábula, u n a serie de ellas va dentro de un m arco biográfico. Cf.
vol. I, pp. 313 y ss., sobre los orígenes del género, pp. 661 y ss., sobre
la p ro p ia V id a de E sopo.
No voy a in sistir ahora sobre el problem a de en qué m edida las
fábulas em igraron de la leyenda no escrita de Esopo, en época clási­
ca, a los yam bógrafos y p rosistas o en qué m edidas sucedió lo con­
trario . Lo im p o rtan te es que en la prolongación de esa leyenda, la
■V ida, nos hallam os an te una verdadera colección de fábulas, aunque
estén dispersas, apareciendo en los m om entos oportunos de la bio­
grafía de Esopo. Son uno entre los varios elem entos característicos
del género de la novela realista helenística, influido tan to p o r el
cinism o com o p o r precedentes orientales, según he explicado en los
pasajes citados y en bibliografía allí citada. Porque n u estras dos
redacciones de la V ida, que rem ontan probablem ente al siglo i d. C.,
tienen raíces m ás p ro fundas: la p rim era redacción de la o b ra es hele­
nística, según he propuesto.
Las conclusiones que sobre el origen de las fábulas de la V ida
senté en vol. I, p. 668 y ss., han sido m odificadas en cierta m edida
p o r los resu ltad o s obtenidos en el p resen te volum en, cf. pp. 87 y
siguientes. Pero quedan en pie cosas esenciales: que existen en la
V ida fábulas antiguas perdidas en las colecciones y que sin duda han
llegado a ella a través de D em etrio; y. que o tras fábulas de la V ida
aparecen en las colecciones con un texto diferente, que no es origen
del de la V ida. Hoy pienso —h a podido verse a lo largo de este volu­
m en— que el texto de la V id a y el de las colecciones, incluso la
del cód. F, p resen tan verso com plem entario.
E videntem ente, la V id a depende de u n a antigua colección con
fábulas ya antiguas ya recientes, ya pasadas a las colecciones ya no
incluidas (o perdidas) en éstas. E n tre las pasadas a las colecciones
destacan aquellas fábulas en que las colecciones y la V ida dependen
de textos sem iprosificados diferentes, pero en definitiva de una m ism a
y única versión m étrica prim aria. O bien la V id a y ΙΙΙδ o la V ida
y F p resen tan sim plem ente verso com plem entario, derivado tam bién
de u n m odelo único (cf. su p ra , p. 91).
E n definitiva, la V id a de E so p o , com o la Antigua Augustana, la
colección del P. R ylands y o tras m ás, depende de un original que a
fábulas clásicas de Dem etrio añadía o tras m odernas, m uchas de ellas
cínicas. E sta colección fue poco conocida p o r la posteridad: varias
Colecciones menores y fábula-ejemplo 337

de sus fábulas no fueron citadas nunca m ás, o tras sólo tard íam en te
fueron salvadas p o r III§ o F o M, que sin duda enco n traro n en
Bizancio, todavía, un ejem plar de la m ism a. Claro qu hay unos pocos
casos en que u n a fábula está en los dos lugares, con verso, como digo,
com plem entario; y algunos otros en que la V id a ofrece sólo u n a alu­
sión a una fábula conocida p o r nosotros a través de las colecciones.
Así, el a u to r helenístico de la Vida, de lo que dispuso no fue de la
colección de Dem etrio, sino de una colección versificada que añadía
al m aterial de D em etrio otro p o sterio r de tipo cinizante. Se tra ta b a
siem pre de verso prim ario; cuando una fábula era la m ism a de
F. An., el texto era idéntico. E sto nos ilu stra m uy bien el carácter
de las colecciones helenísticas. Y cóm o de en tre tres que conocem os
(aunque p eo r la del P. Rylands, es de suponer que sus fábulas no
coincidieran exactam ente con las de F. An.) sólo una, la Antigua
Augustana, encontró gran difusión (para ser desplazada luego por
derivados suyos com o la Colección II o «babriana» y p o r su m ism a
derivación la pre-Augustana). E sas tres colecciones, p o r o tra parte,
no debían de e sta r solas: es fácil que hu b iera o tras m ás, con m ate­
rial m ixto de D em etrio y posterior, de las que obtuvieron fábulas
antiguas colecciones com o la de Aviano, el A eso p u s ad R u fu m , la
am pliación de F. An. III, etc. Y, p o r supuesto, los autores de que
a continuación vam os a ocuparnos.

4. F á b u la s d a c tilic a s
Todavía q u erría m encionar o tra colección (o quizá colecciones)
de fábulas que no ha sido m encionada h asta ahora: la que subyace
en u na serie de citas dactilicas de fábulas que aparecen en fuentes
m edievales, casi siem pre en la Suda, atrib u id as a las «fábulas»
(εν μύ&οις, έν μυ&ικοΐς), alguna vez a B abrio (s. v. έτοαρείη). La ex­
presión es am bigua, y a veces el contenido tam bién: diversos frag­
m entos han sido atrib u id o s en ocasiones a Calimaco. Pero quedan
los suficientes p u ram en te fabulísticos p a ra que no pueda ponerse
en duda la existencia de u n a colección antigua dactilica: quizá, como
digo, m ás de una. E staba escrita en dísticos elegiacos: nunca h alla­
m os en las citas dos hexám etros seguidos *.
Crusius, que ed ita estos fra g m e n to s2, ve m uy bien que la Suda
encontró este m aterial m ezclado con el propiam ente de B abrio (ba­
b rian o en sentido am plio, diría yo); supone que se tra ta de im itacio­
nes de B abrio, p recisam ente aquellas aludidas en el segundo prólogo
del poeta (cf. vol. I, p. 118). Y ello p o r el ca rác te r arcaizante y a rtifi­
cioso del lenguaje.
1 Los del fr. 2 Cr. estab an d isp ersos en la fábu la, fr. 24 Cr. e s de la
A n th ologia Planudea.
2 Páginas 215 y ss. de su edición, cf. tam bién p. XC.
338 Historia de la fábula greco-latina

E n realidad, los fragm entos en cuestión son dem asiado pequeños


p a ra o b ten er grandes conclusiones sobre ellos, salvo la de la existen­
cia de una colección que reviste de esta form a m étrica fábulas por
lo dem ás conocidas, en la m edida en que podem os identificarlas.
Por supuesto, esta colección seguía la antigua tradición de la fábula
en dísticos elegiacos, de la que he hablado anteriorm ente: tradición
que se inicia, p a ra nosotros, en Solón y Teognis y continúa en la
A nth o lo g ia P alatina con algún ejem plo fuera com o el dístico de
Diogenes Laercio II 5. 42 sobre Esopo y los corintos atrib u id o a
S ócrates (no H. 12). El pu n to de p a rtid a está, evidentem ente, en la
proxim idad de los tem as del antiguo yam bo y de la e leg ía3.
Cierto que en térm inos generales las fábulas dactilicas a que nos
referim os en cu en tran correspondencia en B abrio y que en algún caso
su form a (en la pequeña m edida en que nos es accesible) está m ás
¡próxim a a él que a la versión de F. An. u otras: así en 11 Cr. «El
águila y la tortuga» (discurso del águila a la to rtu g a pidiendo una
recom pensa p o r su enseñanza, com o en B. 115, frente a F. An. 259) y
en 12 Cr. «El asno y el lobo» (tam bién discurso directo, del asno en
este caso, fren te a F. An. 198). Pero esto es dem asiado poco, de todas
m aneras. Allí donde el texto dactilico conservado es m ás am plio,
com o en 9 Cr. «El ciervo y el león» (no H. 95), la independencia de
los versos dactilicos es m uy grande.
P or o tra p arte, e n tre las fábulas en cuestión hay una, 14 Cr. =
= H. 100 = B. 96, qu pertenece a las fábulas que he atribuido al
pseudo-Babrio. Y hay tres que no están en n u estro B abrio: 15 Cr. =
= H. 190 (tam bién en Dod. 274): 16 Cr. = no H. 151 (de P lu ta r­
co 157 B); y 23 Cr. = no H. 278 (de T etr. I 22).
Claro está, no puede excluirse que todo esto perteneciera alguna
vez al B abrio perdido, com o piensa Crusius: pero no es dem ostrable.
A fin de ser com pleto, doy u n a relación de estos fragm entos, en la
m edida en que pueden con cierta confianza identificarse com o fábu­
las y atrib u irse a las conocidas (no las hay que añadan m aterial
nuevo, parece):

1 Cr. = H. 163 = B. 16 (?).


2 Cr. = H. 71 = B. 36.
3 Cr = H. 76 = B. 43 (?).
4 Cr. = H. 263 = B. 64.
5 y 21 Cr. = H. 154 = B .67.
6 Cr. = no H. 124 = B. 75 (?).
7 Cr. = H. 151 = B. B. 82 (?).
8 Cr. = H. 161 = B. B. 93 (?).

3 Cf. m is L írico s griegos, E legiacos y y a m b ó g ra fo s arcaicos, 2.a ed., M adrid,


1981, vol. I, pp. X IV y ss.
Colecciones menores y fábula-ejemplo 339

9 Cr. = H. 95 = B. 95.
10 Cr. = no H. 209 = B. 108.
11 Cr. H. 259 = B. 115.
12 Cr. H. 198 = B. 122.
13 Cr. - H. 262 Ib = B. 38.
14 Cr. = H. 100 = B. 96.
15 Cr. = H. 190 (tam bién Dod. 274)
16 Cr. = no H. 151 = Plu. 157 B (?).
17 Cr. — H. 263 = B. 64.
20 Cr. = H. 229 = B. 66 (?).
22 Cr. — H. 24 = B. 86.
23 Cr. no H. 278 = T etr. I 2 2 4.

II. La f á b u l a -e j e m p l o en la ed a d h e l e n ís t ic a y rom ana: e s t u d io


fábula a fábula

1. G e n era lid a d es

La creación de las colecciones de fábulas a p a rtir de D em etrio de


F alero no excluyó que la antigua fábula-ejem plo de los poetas, sobre
todo yám bicos, y los p rosistas, continuara viviendo en la edad hele­
nística y rom ana. N aturalm ente, estas fábulas pudieron ser tom adas
directam ente de fábulas-ejem plo antiguas: así, las alusiones a «El
águila y la zorra» (en Catulo, H oracio, etc.) son siem pre a través
de Arquíloco, la fábula del ciervo y el caballo en H oracio p resen ta
elem entos propios de E stesícoro y ajenos a la versión de D em etrio
(cf. p. 96), etc. Con m ayor frecuencia, sin duda, fueron tom adas de
las colecciones y son u na buena ayuda p ara re co n stru ir la form a de
las fábulas respectivas en aquéllas. E sta es, precisam ente, la finalidad
fundam ental de este estudio.
Ahora bien, hay que h acer algunas observaciones. Vengan las
fábulas de los auto res arcaicos y clásicos, vengan de las colecciones,
en m uchas ocasiones lo m ás probable es que hayan sido aludidas o
citadas de m em oria: con ello, pueden g u ard ar rasgos im portantes
de su contenido que han desaparecido en o tras versiones, pero sufren
tam bién alteraciones im portantes, en tre ellas la tendencia a la p ér­
4 Los fragm entos d actilicos «dudosos» de C rusius, pp. 225 y ss., no son tales
fragm entos dactilicos, se trata de fábu las de F. An., fábu las yám bicas, pese a
c iertos arreglos de Crusius. Aprovecho para decir que de los fragm entos yám bi­
cos que com o «dudosos» trae C rusius, casi to d o s son fáb u las de F. An. ya c o ­
n ocid as por n o so tro s, no fábu las de Babrio. Solam en te lo s fragm entos de p. 235
nu m erad os co m o 2 y 3 pu ed en ser fáb u las yám bicas d escon ocid as por nosotros:
fr. 2 Cr. (de la Su da) trae una nu eva versión yám bica de H. 259 ( = B. 116), quizá
helenística; fr. 3 Cr. parerce una fábula nueva, es un trím etro quizá h elen ístico
tam bién.
340 Historia de la fábula greco-latina

dida del verso. Por o tra parte, no puede excluirse el proceso inverso
al que estam os investigando: que una fábula-ejem plo haya sido to­
m ada de tal o cual a u to r p ara in co rp o rarla a ésta o aquella colección.
E sto es lo que se ha p ropuesto p a ra varias fábulas, que algunos creen
que en ciertas colecciones fueron añadidas a p a rtir de Plutarco,
Aquiles Tacio y, sobre todo, la V id a de E sopo. He negado esto en los
casos de referencia, p ero puede ser verdad alguna vez.
Un problem a especial se nos p resen ta en la fábula-ejem plo de la
edad helenística. Hay, a veces, un problem a de lím ites: así, H. 122
«El jard in e ro y el perro» es aludida por M enandro, D ysc. 633 y si­
guientes, p ero no sabem os si ésta es la fuente de D em etrio o si es
un derivado del m ism o m odelo usado p o r Dem etrio o, incluso, un
derivado del propio Dem etrio. O tras alusiones m ás tard ías no son
evidentem ente fuente de D em etrio, pero las o tras dos hipótesis
quedan en pie com o posibilidades. Si repasam os d en tro de la lista
idel vol. I, p. 547, éste puede ser el caso p ara H. 15a «La zorra
y las uvas» (alusión dudosa en Teócrito), H. 40 «El astrólogo» (id., en
Ps. C alístenes), H. 103 (id., en Filodemo), H. 108 (id., en Cércidas),
H. 139 «El p erro y la liebre» (id., en Dem etrio, De eloc.), H. 178 «El
náufrago y el m ar» (id., en Ps.-Calístenes). Véase que en esta lista
dejo de lado fábulas de la V ida de E so p o (ya vistas) y la A nthologia
P alatina (que exam inaré en conjunto) y o tras en autores latinos de
los siglos il y i a. C., que tam bién exam inaré luego.
De todas m aneras, la lista precedente, p o r reducida que sea,
ofrece algunas cosas de interés. La prim era, dam os un testim onio
de la fábula cínica independiente de n u estras colecciones: se tra ta ya
de fábulas clásicas repescadas ya de fábulas nuevas, pero casi siem ­
p re n arrad a s ahora d en tro de esta orientación: tem a del desprecio
de la ciencia in ú til (H. 40), de la belleza tom ada de prestado (H. 103,
cf. el Κ ολοιός de Diógenes, fuente probable de la fábula), de la do­
blez (H. 139); tem a de la lib ertad de vida (H. 108) y de la naturaleza
(H. 178). Es bien clara la difusión en la época de este tipo de fábulas,
de las que luego bebieron tan to el cread o r de la Antigua Augustana
com o el de la colección del P. R ylands (cf. supra, p. 317). Por o tra
p arte, la versión de la fábula del grajo aludida p o r Filodem o es p a r­
ticu larm en te arcaica. Su referencia a las «plum as ajenas» (άλλοτρίοις
εαυτόν π[τερο Γς κολοιού τρόπον κε]κόσμ[ηκεν]) nos recuerda la version
de Libanio y T etr., de u n tipo previo tan to al de F. An. com o al de
B abrio.
P or o tra parte, conocem os varias fábulas, al m enos cuatro (vo­
lum en I, p. 548), que son citadas p o r au to res helenísticos, a saber.
Calimaco, el ps.-Calístenes y Antífilo (en AP) sin que encuentren
correspondencia en las colecciones. Evidentem ente, ap a rte de las
fábulas de D em etrio corrían m uchas otras, heredadas o nuevas, en
la edad helenística: sólo algunas de ellas fueron incluidas en las
Colecciones menores y fábula-ejemplo 341

colecciones. E sta edad se nos presenta, así, m ás com o el m om ento


en que a p a rtir de antiguas y nuevas fábulas se crearo n las coleccio­
nes, que com o aquel o tro en que los escritores derivaban fábulas de
las colecciones p ara ilu stra r sus escritos. E sto es algo que viene m ás
tarde.
Conviene n o ta r que algunas referencias dadas tradicionalm ente
y que pueden h allarse en el A parato de H ausrath, son falsas o du­
dosísim as. Puesto que las incluyo en los Apéndices, las doy com ple­
tas, acom pañadas de algunas que no acierto a identificar. Debe d esta­
carse, pues:
H. 3: Luciano, P seudol. 3, D. Conc. 8-9; 13: Alcifrón I 17, Luciano,
H erm . 65, T im . 22; 40: AP V II 172.5.ss.; 46: D em etrio 120 W„ Plu.
2.139d; 96: Dión Casio LVI 40.7, Libanio II I 27 (no se encuentra); 102:
Luc. D earum lu d . 2, H ist. 33, Ic a ro m . 31, B acch. 8; 106: Him erio,
Or. XX; 126: Apui. Flor. p. 23-3; 136: Zenobio IV 90 (es glosa a Sófo­
cles); H. 146: P lutarco. Praec. 139d (es H. 46); 155: Iulian., E p. 8,
p. 377D.; 273: AP 9.224; 260: Gal., P rotr. 13; no H. 84: Diógenes Laer-
cio I 8.105; 288: E stobeo II I 1.72.

2. A lusiones y c ita s d e fá b u la s im p o sib le s de s itu a r e n los ste m m a ta

Con objeto de ir separando el m aterial m enos in teresan te voy a


d ar p rim eram en te una relación de alusiones o citas de fábulas que
n ad a contribuyen a ac la rar o m ejo ra r nuestros ste m m a ta de las
m ism as: su p rincipal utilidad consiste en hacernos ver que estas
fábulas eran conocidas p o r los au to res en que dichas referencias fi­
guran. Las referencias las doy abreviadam ente, sólo con el nom bre
del au to r que las introduce: las citas com pletas pueden encontrarse
en los Apéndices I y II. Las interrogaciones se refieren a alusiones
dudosas.
H ay en este ap artad o tres subapartados: las m eras alusiones, que
incluyen proverbios consistentes en «cierres» de fábulas o que resu ­
m en la intención de las fábulas o se refieren a ellas de alguna
m anera; las referencias al tem a general de las fábulas, sin m ás; y la
exposición in e x te n so de algunas fábulas sin que sea factible situ a r­
las d en tro del s te m m a de las m ism as.

a) M eras a lu sio n es
H. 3 «El águila y el escarabajo»: Luciano.
H. 27 «La zorra y el busto»: Apostolio.
H. 30 «El náufrago»: Zenobio.
H. 33 «El atleta jactancioso»: Apostolio.
H. 44 «Las ran as pidiendo rey»: Dión C risóstom o (?).
H. 45 «Los bueyes y el eje»: Filogelo (?).
342 Historia de la fábula greco-latina

H. 62 «El lab ra d o r y la serpiente»: Arsenio, P lutarco, Petronio.


H. 65 «Diogenes cam inando»: Gnomologio Vaticano.
H. 71 «La encina y la caña»: AP.
H. 72 «El cobarde que encontró un león de oro»: AP, Lib. (?).
H. 87 «El león y las ovejas»: Gr. Naz.
H. 93 «El p erro y el amo»: A pp. P ro verb io ru m .
H. 96 «El p ad re y las hijas»: Luciano.
H. 100 «El lobo y el cabrito»: Diogeniano.
H. 102 «Zeus, Prom eteo, Atena y Momo»: Luc.
H. 114 «La horm iga y la cigarra»: Luciano (?).
H. 117 «El p ajarero y la serpiente»: AP.
H. 119 «El cam ello y Zeus»: Luciano.
H. 139 «El p erro y la liebre»: D em etrio, Luciano.
H. 141 «El nogal»: ps.-Ou.
H. 147 «El león y la zorra»: H oracio, Séneca, P lutarco.
H. 150 «El león y el delfín»: Eliano.
H. 155 «El león y el ratón»: Libanio, ps.-Tem ístocles, Juliano (?).
H. 160 «El lobo y el cordero»: Basilio.
H. 161 «El lobo y la garza»: G regorio de Chipre.
H. 165 «El lobo y el pastor»: Plauto, Terencio, Cicerón.
H. 172 «Las abejas de Zeus»: N icandro (?).
H. 177 «La mosca»: E ustacio (?).
H. 178 «El náufrago y el m ar»: Ps.-Calístenes (quizá del tem a
original).
H. 182 «El m urciélago y la com adreja»: V arrón.
H. 183 «El leñ ad o r y Herm es»: M acario.
H. 185 «El cam inante y el plátano»: Eliano y P lutarco (de igual
fu en te).
H. 190 «El asno y el jardinero»: Luciano.
H. 192 «El asno y la muía»: Plutarco.
H. 193 «El asno que llevaba una estatua»: Luciano.
H. 197 «El asno y su amo»: H oracio, A pp. P ro ve rb io ru m , Lucia­
no (?).
H. 199 «El asno y la piel de león»: Apostolio, Tem istio.
H. 228 «Prom eteo y los hom bres»: H oracio (?).
H. 229 «Las dos alforjas»: Catulo, P lutarco, H oracio.
H. 271 «La alondra»: Apostolio.
H. 284 «El h om bre que rom pió una imagen»: AP.
H. 286 «El caballo y el asno»: Luciano (fáb. duplicada de H. 192).
no H. 234 es en realidad u n a alusión de Zenobio a H. 93 «El p erro
y el amo».

Como se ve, las alusiones se refieren a las fábulas de F. An., in­


cluida su am pliación y alguna fábula duplicada. P ara el caso de los
Colecciones menores y fábula-ejemplo 343
parem iógrafos esto no parece casual, y m ás que citan «cierres» lite­
ralm en te reproducidos, m uchas veces: debían de disponer de u n a
edición de F. An. Para los autores antiguos com o H oracio, Luciano
y Plutarco, debe de tra ta rse de una coincidencia, pues tran sm iten fá­
bulas de no H., véase m ás abajo.
H em os de suponer, claro está, que todas estas alusiones, en la
m edida en que aparecen en au to res de las edades helenística y ro ­
m ana, se refieren a versiones de las fábulas de una u o tra antigüe­
dad, pero en todo caso predecesoras de la Augustana. En cuanto a las
referencias de los parem iógrafos, sean antiguos o sean bizantinos,
dom ina igualm ente el influjo de F. An. I o Augustana. E ste es el
caso de H. 30 (sólo en I), H. 33 (de I; II y II I difieren), H. 65 (sólo
en E), H. 161 (sólo en I). Pero H. 27 p resen ta la versión de II-III
(frente a I) y H. 271 sólo está en III (el refrán reproduce aproxim a­
dam ente el «cierre»).

b) R efe re n c ia s al te m a general d e algunas fáb u la s


A efectos prácticos vienen a equivaler a las alusiones. Las relati­
vas a dos fabulizaciones de H istoria N atural (H. 120 y 124) lo m ism o
pueden referirse a las fábulas respectivas que a las creencias base
de las m ism as. Por supuesto, no hay fábulas de verso: se tra ta de
referencias de m em oria. Cito:
H. 46 «Boreas y el Sol»; Plutarco.
H. 87 «El lechón y las ovejas» (o quizá H. 189 «El lechón y la
zorra»): Eliano.
H. 120 «El castor»: Plinio, Eliano, Apuleyo.
H. 125 «El g rajo y los cuervos»: Eustacio, Suda = Focio.
H. 136 «El p erro que llevaba carne»: Irineo.
H. 191 «El asno que llevaba sal»: Luciano, P lutarco y Eliano (de
igual m odelo estos dos).
H. 243 «Los h ijos de la m ona»: Opiano.
H. 291 «La cabeza y los m iem bros de la serpiente»: Plutarco.
no H. 146 «El Ciclope»: A.P., Ausonio.
no H. 243 «El joven, la m u jer y el hom bre»: Apuleyo (aparte de
él, sólo en B abrio, de quien puede derivar).

c) F ábulas conocidas, versió n d u d o sa en c u a n to a la línea


de tra d ició n
Se tra ta de fábulas que al e star en la tradición indirecta y ser
tran sm itid as en form a abreviada o en todo caso de m em oria, care­
cen del detalle necesario p ara encuadrarlas en una determ inada línea
de tradición, d en tro del s te m m a respectivo. Yo, al m enos, no me
atrevo a to m ar la decisión. Son:
H. 7 «La co m ad reja y las gallinas»: Plu.
344 Historia de la fábula greco-latina

H. 22 «La zo rra y el leñador». Ovidio y M áximo de Tiro parecen


venir del tem a general, no se ve en qué etapa de form ación; el p rim ero
intro d u ce el tem a d en tro de la h isto ria del robo de las vacas de
Apolo p o r H erm es, el segundo cam bia los anim ales, ahora son el
león y el ciervo y la zorra actúa de «survenant», siendo el final di­
ferente (quizá una innovación).
H. 32 «El asesino». AP puede venir de F. An. I o de su modelo.
H. 72 «El h om bre que encontró un león de oro». AP, que susti­
tuye el león p o r u n a espada, puede venir de F. An. 1 5 o de su modelo.
H. 73 «Los delfines y el gobio». Eliano (un proverbio: «el delfín
está en gu erra con la ballena») parece hacer eco a B abrio (un resu­
m en o el derivado de un resum en de la línea principal); pero si se
m ira bien igual p o d ría venir del antiguo m odelo reflejado en F. An. I.
H. 141 «El nogal». A. P. puede ser una am pliación de F. An I o
bien venir de su modelo.
no H. 128 «El caballo viejo». Luciano puede venir del m odelo he­
lenístico de que deriva Aftonio (ram a p rim aria), o bien del resum en
continuado p o r Fedro, Par. y B abrio.
H. 270 «La te rn e ra y el buey»: Gr. Naz. tiene un relato libre, des­
viado.
H. 284 «El ho m b re que rom pió una imagen»: AP 16.187 (al e sta r
en dísticos, no se ve de dónde viene).
no H. 221 «La m u jer de parto». P lutarco puede ser una alusión a
Fedro o d eriv ar (como o tras veces) de su modelo.

3. F á b u la s q u e p u e d e n s itu a rs e e n los s te m m a ta e sta b le c id o s


O tras fábulas de la tradición in d irecta pueden situ arse con m ayor
o m en o r seguridad d entro de los s te m m a ta que hem os establecido
p a ra las diferentes fábulas. Voy a distinguir tres grupos: las que
derivan de u n a versión p rim aria única, las que derivan de una ver­
sión p rim aria ju n to a la cual hay una secundaria, o bien de una
versión p rim aria 1 ju n to a la cual hay una 2; y las que derivan de
una versión secundaria o u n a versión p rim aria 2.
E n todos estos casos las versiones de la tradició n indirecta pueden
a ñ a d ir datos a la restitución de la ram a a que pertenecen: datos de
m etro y contenido. Pues no encontram os p rácticam ente (haciendo
u n a excepción p ara el bizantino Tzetzes) derivaciones de versiones

5 E s decir, de la form a de esta fábu la, desd e que quedó fijada. Igual en los
casos que siguen.
Colecciones menores y fábula-ejemplo 345
conocidas p o r nosotros: esto pru eb a la riqueza de la tradición. Muy
concretam ente, las versiones que ah o ra van a ocuparnos ayudan a
re s titu ir en algunos casos un texto de la Antigua A ugustana m ás
arcaico que el de n u e stra Augustana.

a) F ábulas d eriva d a s de u n m o d e lo p rim a rio único

H. 24 «La zo rra cuyo vientre se hinchó». H oracio m odifica m ucho


el m odelo original: in troduce u n a com adreja en vez de la segunda
zorra, no hay en él árbol sino granero.

H. 53 «Los h ijos del labrador». La versión de P lutarco, dentro de


la ú nica línea de F. An. y B.( procede de un m odelo m ás antiguo:
conserva resto s de verso ]απαντα δε ραόίως διέκλασε frente a I των δε
ραδίως κα,τακλώντων y Β. έκάστης δ'εύχερώς καταγείσης.

Η. 75 «El delfín y el mono». La version de Tzetzes parece un sim ­


ple derivado de la de F. An. (única; no se ve si deriva de I o III).

H. 126 «El cuervo y la zorra». Tzetzes depende del: contiene cosas


m ás arcaicas que F. An. I (bastante alterado), así el «queso» en vez de
«carne» y o tras com unes a Par., pero elim ina el cierre igual que pseu-
do-Dositeo y Ph.: quizá venga de un resum en. El m odelo es pre-hora-
ciano.
H. 138 «Los p erro s ham brientos». P lutarco parece un resum en
prosaico de la línea única (en F. An. I, Ph., Sy.).

H. 147 «El león y la zorra». Lucilio depende, com o B., del verso
prim ario.
H. 151 «El león que se asustó del ratón». Tzetzes parece derivado
del m odelo antiguo de la línea única, con proxim idad especial a Par.
y Sy. (Par. 2 χαΐται, Ίζ.α ύ χ έν ι; cf. tam bién el final del cierre); F. An.
y B., cada uno p o r su lado, h an m odificado b astante.
H. 164 «El lobo y la oveja». Aludido quizá p o r Plauto, Trin. 169-
172.
H. 229 «Las dos alforjas». P robablem ente la versión de T em istio
(cf. un eco en Tzetzes) viene del m odelo com ún, que conserva b astan ­
te bien la unión de B. y Par.
H. 267 «El m osquito y el león». Aquiles Tacio y Ib vienen de un
m odelo sem iprosificado, hay en am bos verso com plem entario.
H. 287 «La ra n a y la zorra». Aquí la línea única está, a m ás de
en Tem istio, en Aphth., Par., Av. y B.: éste ha introducido χω λός 'cojo'.
346 Historia de la fábula greco-latina

que está en sus derivados, las tre s versiones precedentes. Tem istio
conserva, a juzgar p o r la traducción árabe que es n u e stra fuente, el
antiguo χλω ρός 'pálido'.

H. 290 «El g u errero y el cuervo». Si es cierto lo que propongo


(cf. p. 403) la versión de P lutarco y la del ms. F. son dos derivados
de un m ism o texto original. Se tra ta de una fábula sem iprosificada.

H. 292 «El león, Prom eteo y el elefante». Texto sem iprosificado


conservado casi igual (cf. p. 404) en Aquiles Tacio y el ms. F.

no H. 17 «La zo rra y la grulla». F ábula sin verso de P lutarco tam ­


bién en Fedro: sin duda, de un m ism o modelo.

no H. 209 «El ra tó n de cam po y el de ciudad». Cf. p. 223: se tra ta


de un m odelo p rehoraciano que desarrolló H oracio y está tam bién
en pseudo-Dositeo y B. (abreviado en Aftonio y en Ph., conservado
p o r Rom.).

no H. 288 «Un h erm ano y una herm ana», anécdota cínica sobre
la belleza y la v irtu d en Plu., Diógenes Laercio y Fedro.

Prescindiendo de H. 267, 290 y 292, repescadas p o r algunos mss.


de F. An. en fecha tard ía, y de H. 75, derivación de F. An. en Tzetzes,
tenem os efectivam ente continuación de una línea antigua que lo
m ism o figuró en la Colección I (Antigua A ugustana) que en la II:
H. 50, H. 151, H. 209.
La p rim era es interesante: m u estra un estadio arcaico. T am bién
la segunda, aunque es posible que Tzetzes beba en realidad de una
versión secundaria «babriana». La tercera es im p o rtan te p o r m o strar
la antigüedad del modelo. En otros lugares, se tra ta de una línea
única ce n trad a en la Antigua A ugustana (H. 138) o en la línea «ba­
briana» (H. 287).

b) F ábulas d eriva d a s de u n m o d e lo p rim a rio 1

H. 31 «El h om bre de m ediana edad y las heteras». Cf. p. 103: la


versión p rosaica de D. S. está probablem ente próxim a a la prim era
de dos versiones p rim arias (con F. An. I y F.).

H. 136 «El p erro que llevaba carne». La versión de Teón creo que
viene de la de la Antigua A ugustana: p resen ta coincidencias con
F. An. I, m ás cosas arcaicas conservadas fuera de allí (así φέρων y
δ μεν άφήκε άπ έβα λε,ο ί. Aphth., Rom.). T am bién viene de dicha ver­
sión antigua D oxópater. Luciano es u n a alusión.
Colecciones menores y fábula-ejemplo 347

H. 158 «El lobo y las avejas». Libanio, igual que Aftonio y Dod.,
rep resen tan u n a reducción inicial de la versión 1 de F. An. I, F. (hay
o tra, com plem entaria, en V .A e s.; y o tra reducción en Par., B.).

Así, lo m ism o que cuando la versión p rim aria 1 era única a veces
n u estra trad ició n in d irecta llegaba a estadios arcaicos de la m ism a,
tam bién sucede eso aquí, cuando ju n to a ella hay una segunda ver­
sión p rim aria o u n a secundaria. Pero nótese que a veces la dependen­
cia es a p a rtir de una versión ya resum ida.

c) F ábulas d eriva d a s de u n m o d e lo p rim a rio 2 ó 3 o de u n m o d elo


secu n d a rio

H. 31 «El h om bre de m ediana edad y las dos heteras». D oxópater


parece venir de la línea 2, coincidiendo con Par., Dod. y B. —en la
p rim era m ención de las dos m u jeres— (την μεν γηραίαν, την δέ νέαν).

Η. 39a «La golondrina y los pájaros». R ecuérdese p. 98, donde


hago ver que las dos versiones de Dión C risóstom o dependen de
uno de los tres (o cuatro) m odelos prim arios, concretam ente, del an ­
tecesor de la versión prosificada del P. Rylands.

H. 46 «Boreas y el Sol». P rescindiendo ahora de la versión de


Tem istio, que posiblem ente es arcaica, la de P lutarco viene del v. 2,
a ju zgar p o r coincidencias con B. y T etr. (έσφιγγε) y con Par., Dod.
(προσαπέδυσατο ): coincidencias sólo aproxim adas, p o r lo dem ás. Es
un texto prosaico, citado de m em oria. El v. 1 da F. An. I.

H. 47 «El niño que vom itaba las entrañas». El «cierre» de Plu­


tarco está próxim o al de B., deriva de él o su m odelo (a su vez p ró ­
xim o a F. An. I, derivan de un m odelo com ún). Q uedan pequeñas
huellas del verso original.

H. 50 «La gata y Afrodita». G regorio de Nazianzo y Tzetzes vienen


de u na versión com ún que habla de παστάς; es fácil que derive de
B abrio, que p erten ece a una línea de v. 2, a la que faltan elem entos
del v. 1 de H. I.

H. 102 «Zeus, Prom eteo, Atenea y Momo». Luciano (al m enos el


p asaje del H e rm o t.) viene de la línea 2, con Par. 1, 2 y B., puesto
que in tro d u ce a Posidón en vez de Prom eteo.

H. 136 «El p erro que llevaba carne». M ientras que Teón seguía la
ram a 1, Epifanio conoce la 2 (en pseudo-Dositeo, Sy., B., Aphth., Branc.:
ra m a abreviada). H ay coincidencias claras σκιάν μείζονα, etc., cf. pseu-
348 Historia de la fábula greco-latina

do-Dositeo; άνώξας το στόμα, cf. Synt. E sto no obsta a la presencia


de arcaísm os, cf. κατέιχεν εν τώ στόματι y Ph. e t q u e m ten e b a t ore.

H. 145 «El león y el labrador». Diodoro de Sicilia p resen ta una


versión del tipo 2, con la m uerte final del león (como Aphth., B.)

H. 274 «El etíope». Se tra ta en realidad de tres fábulas próxim as;


u n a de ellas produce Aftonio = 274 II I y está m uy próxim o Tem istio.
Se reconstruye el verso del m odelo (cf. p. 112). A ella aluden Dioge-
niano y M acario.

no H. 59 «El boyero y Heracles». Focio sigue a B abrio (fuente


com ún, no se conserva el m odelo prim ario), quedan restos claros de
su verso.

no H. 66 «El lab ra d o r y la zorra». Considero m uy probable que


provenga de LXX (lu d . XV 4-5): de ahí pasó a la línea 2 o «babriana»
(Aphth., B.). Pero tam bién aparece en Ovidio y Luciano. O sea: la fá­
bula se redactó en griego (supongo que en verso, pero no puedo
dem ostrarlo) en fecha an terio r a Ovidio. De ese m odelo antiguo viene
tam bién Luciano, que ya coincide con Aphth., ya con B.

no H. 308 «La ran a que se hinchó». H oracio está claram ente en


la línea única de esta fábula, con B. y T etr. Pero en realidad es una
línea secundaria, la fábula es un derivado de no H. 273 (en Fe­
d ro I 24 «La ra n a que estalló y el buey»).

El m aterial reunido nos hace ver que la línea «babriana» tuvo am ­


plia difusión, tam bién en fábulas de las que se conocía la línea 2 o
de la Antigua Augustana. Salvo en el caso de G regorio y de Tzetzes
H. 50 (cf. tam bién Focio p ara no H. 59), que siguen a B abrio, se
tra ta de m odelos antiguos, helenísticos, pues en tre los testigos ap are­
cen Ovidio, H oracio y Diodoro. La tradición in d irecta a p o rta datos
nuevos p ara su reconstrucción; y no sólo la de los au to res citados,
sino tam bién la de auto res h asta el fin de la A ntigüedad. N ada extraño,
sabem os que estas versiones llegaron a la época bizantina.
Muy notable es el conocim iento p o r Dión C risóstom o de una ver­
sion m odelo del P. Rylands, p o r lo dem ás ignorada fuera de él.

4. F á b u la s q u e c o n trib u y e n a e n riq u e c e r n u e s tro s s te m m a ta

Sin em bargo, la aportación m ás im p o rtan te de la tradición in­


d irecta al conocim iento de la fábula está en aquellas fábulas que
derivan de líneas de la tradición que son, p o r decirlo así, nuevas,
Colecciones menores y fábula-ejemplo 349

p o r m ás que estén relacionadas de un m odo u otro con las ya cono­


cidas. En ocasiones, esta aportación ha sido tenida ya en cuenta
al estab lecer s te m m a ta de fábulas en los diversos capítulos de este
libro. Me lim itaré, en ese caso, a h acer referencia a lo ya dicho;
o tras veces h ab rá que am pliarlo o que decir cosas nuevas. Se tra ta
de las fábulas que siguen:

H. 12 «La zorra y el leopardo». Ju n to a los m odelos 1 y 2


(cf. p. 103) hay un tercero de P lutarco y quizá un cuarto de Avia-
no (cf. p. 256).

H. 35 «El h om bre y el sátiro». La versión de Sexto E m pírico p re ­


sen ta un verso (όρων τον αυτόν άνθρωπον / χειμώνος ώρα y Βηρίω συζήν /
έξ ob [τά] εναντιότατα, προέρχεται) que es diferente del de los dos m o­
delos 1 y 2. Es, posiblem ente, un m odelo arcaico; los otros dos, m ás
am plios, están em p arentados en tre sí.

H. 40 «El astrólogo». En Diógenes Laercio hay, a m ás de la línea


de F. An. I, T etr. y Ps.-Calístenes (derivado) una segunda, que conser­
va la m ención de Tales, com o en Platón. Tiene verso propio:

φάναι την ypavv'


συ yàp, & Θαλή. τάν ποσίν ίδεΐν ού δυνάμενος
τάπ’ ούρανοΰ [ υ υ ] οϊει γνώσεσθαι.

Η. 46 «Boreas y el Sol». La alusión de Tem istio es dem asiado


breve p ara po d er relacionarla con 1 ni con 2; pero su γυμνοί parece
llevarnos al antiguo m odelo, en Sófocles. A rrancaría, esta versión,
pues, de un m odelo an terio r a la creación de los dos m odelos m é­
tricos.

H. 83 «La zorra y el mono». Las diversas alusiones de Luciano


(aludidas, a su vez, p o r Tzetzes), se refieren a versiones localizadas
en Egipto y en las cuales son unos fru to s (y no carne, com o Arquílo-
co dice erróneam ente) lo que se a rro ja a unos m onos bailarines, sin
intervención de la zorra. Se tra ta de una versión m uy d iferente de
la fábula, tran sm itid a seguram ente p o r vía oral; quizá del m odelo
rem o to de Arquíloco, cf. vol. I, pp. 343 y 379.

H. 103 «El grajo y las aves». He explicado detenidam ente (cf.


p. 75) que la version de Libanio es la m ás antigua, fuente seguram ente
de las o tras dos (y aludida p o r Filodem o). Restos de esta version
se hallan tam bién en Aftonio y Teofilacto. E n tre ellos hay verso
com plem entario, véase p. 237.
350 Historia de la fábula greco-latina

H. 132 «El vien tre y los pies». Cf. p. 114, donde explico que la
fábula relatad a p o r Titio Livio, Dionisio de H alicarnaso, Plutarco,
M áximo de Tiro y Róm ulo (de Fedro) es la que directam ente p ro ­
viene de un original egipcio, a través de uno griego. Supongo conta­
m inación, a p a rtir de éste, en la versión de F. An. y Sy., p o r lo dem ás
tam bién derivada de la egipcia.

H. 140 «El m osquito y el toro». En M esom edes se tra ta del ele­


fante; deriva d irectam ente del original asirio. Cf. vol. I, p. 339.

H. 162 «El lobo y la cabra». Hay en la A p p e n d ix P ro ve rb io ru m dos


alusiones con m etro de un m odelo diferente del de F. An. I y el resto de
esta línea: la m ás com pleta es άλλ' f¡ λύκος καλεϊ (γε) τάς αιγας μολών.

Η. 199 «El asno y la piel de león» (cf. p. 232, donde hago ver
que Luciano y Tzetzes pertenecen a la m ism a línea de Par. y T etr. 1).
Ahora bien, en estos dos testigos de la tradición indirecta (y en el
proverbio citado p o r Apostolio) la fábula se localiza en Cumas. No
creo que haya razón p ara negar que este rasgo (posterior al m odelo
de la m ism a en Platón) se in tro d u jo bien en el m odelo de D em etrio
(perdiéndose luego fu era de nu estro s testigos), bien en un m om ento
dado, d en tro de la tradición de dicha línea. Pienso que es preferible
la p rim era hipótesis.

H. 238 «El ciervo, el caballo y el jabalí». Como he explicado en


otro lu g ar (p. 96, con alusión a una publicación anterior), las ver­
siones de H oracio y Róm ulo (de Fedro) contam inan la versión de
D em etrio con una que viene directa o indirectam ente de Estesícoro.

H. 254 «La to rtu g a y el caballo». Cf. p. 113 sobre la relación de esta


fábula de Libanio, larga y retórica, con «La to rtu g a y la liebre»
en H. 254, líneas 1 y 2. Sea cualquiera la genealogía, son dos elabo­
raciones diferentes del m ism o tem a. La n u estra p resen ta coinciden­
cias con las dos líneas y restos de verso:

γέλως τε rçv[ ]καί ούκ ήξίον διαμιλλάσϋαι (coliambo).


]οις τε άνθρωποι χρώνται.
Και μήν έλάφοος\_ ^σννήγαγεν ή φήμη
Ό μεν ίππος[ ]έμε*νεν έν άργία τε καί κόρω, (trím etro).
τ// <5’ ή μελέτη τάχος δέδωκε και νίκην (coliambo).

Η. 285 «La mula». P lutarco ofrece una versión d iferente del tem a
(que rem o n ta a Arquíloco), en la que introduce com o pro tag o n ista a
una m uía lidia. Es u na cita prosaica, de m em oria.
Colecciones menores y fábula-ejemplo 351

no H. 37 «Esopo y el rústico». La versión de P lutarco p resen ta


a Tales y no a E sopo (como Fedro) com o protagonista de la fábula.
Ya he dicho a pro p ó sito de éste (p. 149), que P lutarco viene de un
m odelo helenístico, cuyo verso se deja en p arte reco n stru ir, y que
Fedro es un derivado m odificado.

no H. 60 «El buey y el asno que araban». Ya he dicho a p ropó­


sito de B abrio (p. 198) y rep etiré a propósito de Róm ulo (p. 507), que
P lutarco p resen ta una de las tres versiones existentes, con argum en­
tos en p arte diferentes y cuya genealogía es difícil de establecer.

no H. 114 «Zeus, los anim ales y el hom bre». La versión de Séneca,


m ás o m enos em p aren tad a con la de Fedro y derivada com o éste en
últim a instancia del conocido p asaje del P rotágoras platónico, tiene
rasgos propios, no sabem os si inventados p o r el propio filósofo.

no H. 182 «El león y tres toros». Tem istio está estrecham ente
em p aren tad o con la versión de Aftonio y B abrio. Pero Tem istio coin­
cide con o tra ram a, la de las fábulas siriacas, en p re se n ta r solo dos
toros, que son enem istados p o r el león (seguram ente, el tem a está em ­
p aren tad o con el inicial del P a ñ c a tra n ta ). E sto parece lo m ás antiguo.
R esulta, pues, que Tem istio viene de un antiguo m odelo y conserva
cosas m ás arcaicas que Aftonio y B abrio; m odelo del cual, en reali­
dad, la versión de Sy. es un resum en (Av. introduce o tra m odificación,
cu atro toros). Parece, pues, la m ás arcaica la versión de Tem istio.

no H. 141 «La alo n dra y el labrador». Cf. p. 198: no es fácil es­


tab lecer la relación en tre las tres versiones de Ennio, B abrio y Avia-
no, quizá vengan en definitiva de un m ism o modelo. Pero hay dife­
rencias argum éntales im portantes. En Ennio aparece la m adre (como
en Aviano y a diferencia de B abrio) y hay cu atro actos (dos en Ba­
brio, tres en Aviano).

no H. 198 «El león y el pastor». Cf. p. 507. E n Aulo Gelio (de


Apión) y en E liano tenem os derivaciones de una fábula helenística
previam ente in tro d u cida en un am biente rom ano. Fedro es un deri­
vado m ás retocado.

no H. 295 «El m acho cabrío y la vid». Cf. vol. I, p: 376: se tra ta


de u na fábula antigua, procedente del A h ik a r asirio, que en las colec­
ciones se en cu en tra en Aftonio (línea 1) y en Par., T etr., Dod.; estas
ú ltim as versiones parecen salir de una reducida. Ahora bien, m ientras
que Ovidio, M et. y M arcial son alusiones que no pueden adscribirse
a una ram a precisa de la tradición, los epigram as de A. P. son inde­
pendientes. Son dos, el de Leónidas y el de Eveno (tam bién en Sueto-
352 Historia de la fábula greco-latina

nio): deben venir del m ism o m odelo, el segundo verso coincide y el


prim ero (se tra ta de un dístico) está próxim o. No es fácil re stitu ir
a p a rtir de este dístico el m odelo yám bico original, pero hay una
coincidencia literal con Aphth. (Aphth. έπισπείσω, AP έπισπέϊσαι). Muy
probablem ente, el m odelo de los dos epigram as viene del m odelo
helenístico del que tam bién sale Aft.; quizá del m ism o venga tam bién
Ovidio, Fast. (Ον. rode, Aphth. παρέτρωγε Par. Ετρωγε).

E ncontram os, pues, 19 fábulas con versiones al m enos p arcial­


m ente independientes de las de n u estras colecciones o de los m ode­
los de las m ism as que hem os estudiado. E sto era a p rio ri de esperar.
P rim ero, p o rq u e n u estro s testigos son con frecuencia de una fecha
m uy an terio r a n u estra s colecciones. Segundo, p orque ya sabem os,
p o r diversos indicios, que la tradición de la fábula en la Antigüedad
era m ucho m ás com pleja de lo que n u estras colecciones dejan ver a
p rim era vista y era, adem ás, m uy persistente.
E n tre estas versiones a que me he referido, hay algunas que
conservan m ejo r que las fábulas los m odelos orientales: caso de
H. 83, fábula egipcia del m ono; H. 132, fábula tam bién egipcia del
vientre y los pies; H. 140, fábula asiría del elefante y el m osquito;
no H. 295, fábula asiría del m acho cabrío.
O tras veces encontram os, sim plem ente, huellas de una versión
griega antigua, an terio r a los m odelos de las fábulas de colección. Así
en H. 40 (con un tem a de Platón), H. 46 (con un eco de Sófocles,
origen de la fábula de B oreas y el Sol), H. 238 (con ecos de Estesíco-
ro, seguram ente p o r contam inación); adem ás en H. 103 «El grajo
y las aves»), H. 199 («El asno y la piel de león; esas huellas arcaicas
están en una versión reducida), no H. .37 (fábula del rústico, Plu­
tarco viene del m odelo de Fedro), no H. 183 («El león y tres to­
ros», las huellas están en una versión «babriana») y no H. 198 (la
fábula del león agradecido, en la que nu estro s testigos son m ás fie­
les tran sm iso res que Fedro de la versión antigua). Como se ve, hay
casos diversos: tenem os ya el m odelo o una aproxim ación al m odelo
de u n a fábula conservada o de toda la tradición; y ese m odelo es ya
oriental, ya griego.
O tras veces lo que conservan nu estro s testigos es una versión
paralela a o tras de n u estra tradición: es difícil fija r la genealogía.
E ste es el caso de H. 12 «La zo rra y el leopardo», H. 35 «El hom bre
y el sátiro», H. 162 «El lobo y la cabra», H. 254, «El caballo y la
liebre», H. 285 «La m uía», no H. 60 «El buey y el asno que araban»,
no H. 114 «Zeus, los anim ales y el hom bre», no H. 141 «La alondra y
el labrador».
E sta aproxim ación a antiguos m odelos que nos p ro c u ra la tra ­
dición in d irecta es de fidelidad variable, a veces se tra ta m ás bien
de alusiones o bien de ecos prosaicos de las antiguas fábulas; o de
Colecciones menores y fábula-ejemplo 353

aparecer las fábulas en dísticos o en versión latina no alejada del


m etro original. Pero hay unos pocos casos, que he citado, que nos
lo d ejan ver con una claridad p o r lo dem ás variable. Pese a todo,
esta aproxim ación así lograda a los antiguos m odelos, es im portante.

5. L as n u e v a s fá b u la s d e la tra d ic ió n in d ire c ta

Después de lo dicho h asta aquí no ex tra ñ ará que en la tradición


in d irecta aparezcan, tam bién, fábulas nuevas no recogidas en las
colecciones. H em os visto, en efecto, que fábulas arcaicas y clásicas
no p asaro n a ellas (o, si pasaron, no han llegado a nosotros); m ás
arrib a, en este m ism o capítulo, he m encionado fábulas de épocas
helenísticas que tam poco aparecen en las colecciones. Prescindiendo
de las 4 a que acabo de aludir (p. 352), relaciono a continuación
fábulas de épocas helenística y rom ana que sólo en la tradición
in d irecta se en cu en tran ; dejo las de época bizantina, de que m e ocupo
en o tro lugar. Téngase en cuenta, de o tra p arte, que en las colec­
ciones debieron de p erderse p ara nosotros b astan tes fábulas: algunas
de las que relaciono pudieron e sta r en ellas. No hay m ás que pen­
sar en una fábula com o la de «El carnero salvaje y el mono», cuyo
com ienzo hallam os en P. Colon. 64 y que desconocíam os (y seguim os
desconociendo, pues se in terru m p e inm ediatam ente).
No dejo de a d v e rtir que el criterio que he seguido p a ra elaborar
la serie de fábulas no H. (ausentes de las F. An. de H ausrath) h a sido
m uy am plio, lo que se nota principalm ente en las fábulas que van
a seguir (y, p o r supuesto, en una serie de ellas de época arcaica
y clásica). E n tra n en esta serie pasajes que igual podrían calificarse
de m itos, anécdotas, etc. Es claro, p o r supuesto, que no sólo las
fábulas tuvieron redacciones m étricas, tam bién los m itos y otros
géneros de la lite ra tu ra didáctica: esto no hace distinción. En resum en,
doy a continuación una serie de fábulas, en sentido am plio, ausentes
de las colecciones. M uchas p re sen tan m etro yám bico del tipo hele­
nístico que ya conocem os; en un caso, hay un m etro diferente, co-
liám bico. He aquí el m aterial en cuestión (la docum entación, com o
siem pre, se en c o n trará en el Apéndice II):

no H. 24 «El h om bre que contaba las olas». Sólo en Luciano: la


zorra da consejos cínicos de vida a un hom bre que, deprim ido, pasaba
el tiem po contando las olas. N otablem ente, la fábula se atribuye a
E sopo y contiene resto s de yam bos: ] άμεινον ποιήσαις / βίον τε κοινόν
ά π α σ ι[γ ]έ λ π ίζ ω ν / καί ούκ aio yu vfj [ υ _ υ ] ήνπερ εύ φρονης.

no Η. 28 «El H elicón y el Citerón». Relaciono con esta en tra d a dos


versiones, en el Ps.-Plutarco, De flu u iis y en H im erio (éste recogido
354 Historia de la fábula greco-latina

por Perry, 432), a las que he dedicado en otro lugar un tra b a jo m ás


e x te n so 6. El p rim er p asaje es atrib u id o p o r el Ps.-Plutarco a Herme-
sianacte de Chipre, p o eta que vivió en la segunda m itad del siglo i
d. C.; el segundo no sabem os de qué poeta procede. En definitiva,
am bos vienen seguram ente de Corina, que poetizó el m ito de la
disp u ta del Helicón y el Citerón, los dos m ontes de Beocia. Pero son
versiones diferentes, las dos con restos yám bicos:

a) H erm esianacte:

y _ ] αδελφοί τυγχάνοντες [ _ !^ y
y _ u _ y ]καί προσηνής, σιιμπσβώς
εγηροβόσκει τούς γονείς ό δέ KiSaipcbv
y _ υ _ ] εφόνευσε τον γεννήσαντα
y _ U _ y _ υ ] Έρινύων μυχός
Μ ουσών [u _ y _ u] ενδιαίτημα.

b) P oeta en H im erio (εν τοις Αίσωπείοις ά&ύρμασιν):

y _ u _ y ] ποΐ φέρεσ&ε, ώ Νύμφαι;


Υ μ ά ς πονηρός οίστρος έξέμηνε τις; (mss. τίς οΰτος)
u _ u _ y _ u _ ] ξυμπαίστορας
νυν τ' είσί καί άεί [ u _ ^ ^ W
σκυ&ρωπής
προοίμιον τραγωδίας γένηται [Is!

no H. 33 «Afrodita y el m ercader». Solo en P lutarco. Es una


etiología de un culto de A frodita en Sam os, con claros restos co-
liám bicos:

y _ u _ y _ πελάγει κατασχούσης
διψώσιν[ ~]αλλοις έμπόροις καί ναυκλήροις
ϋδωρ πιπράσκων άργύριον[ ^συνήΰροισεν.

no Η. 57 «El basilisco sobre el águila». Fabulización atrib u id a a


Esopo, sólo en P lutarco (alusión). Verso dudoso.

no H. 63 «El sacerdote de Cíbele y el león». R elato de la A.P.


(de Sim onides P ersonatus) que utiliza el equívoco del nom bre γάλλος
dado a los sacerdotes de Cíbele y el m iedo del león al gallo según la
fábula (cf. H. 84, H. 292). Es, pues, una derivación secundaria: el
león huye del sacerdote de Cíbele.

6 «Más fragm entos nu evos de p oesía griega antigua», H o m en a je a A. B arigazzi,


en prensa.
Colecciones menores y fábula-ejemplo 355

no H. 84 «Dioniso y las uvas». El dicho sobre los efectos de las


sucesivas copas de vino que se bebe es aludido ya p o r Paníasis en
el siglo v y es o b jeto luego de dos elaboraciones poéticas diferentes.
En la V ida de E so p o se atribuye a Esopo, que afirm a que esos efectos
del vino se los concedió Dioniso, cuando inventó el vino. Las dos
elaboraciones referid as son:

a) Tem as de las tres copas (del placer, de la em briaguez y de la


insolencia), aludido p o r Paníasis y desarrollado p o r Máximo Confesor
y Geórgides, con un eco en la V id a de E s o p o 7:
Ή δ’ άμπελος τρεις βότρυ ας φέρει,
τον μεν πρώτον ηδονής
τον δέ δεύτερον μέ&ης (δέ om. Max. Conf.)
τον δέ τρίτον δβρεως (δέ om. Max. Conf., V ita Aes.)

Se tra ta de u n a com posición m étrica de tipo lírico coral: una


pen tapodia yám bica seguida de dos lecitios y un glicónico acéfalo
o telesileo.
b) Tem a de las cu atro copas: se añade una de la locura. E sta
versión es atrib u id a a A nacarsis p o r E stobeo y Antonio M elissa, que
tran sm iten el texto; y es aludida p o r Apuleyo y Fulgencio:
Άνάχαρσις είπε, κιρναμένου κρατήρας εφεστίου (εφη Stob.)
τόν μεν πρώτον υγείας πίνεσ'όαι, τον δε δεύτερον ήδονής (<5e' om. Ant. Mel.)
τον δέ τρίτον ύβρεως, τόν δέ τελευτά!ον μανίας.

Es fácil ver que las dos versiones coniciden en el v. 3 de ésta


(4 de la an terio r), pero que la segunda es un derivado reciente. H a
cam biado el placer p o r la salud (sin duda, sobre la base de un es­
colio bien conocido) y ha añadido, innecesariam ente, la locura. Ade­
m ás, a p a rtir del verso coriám bico final de a), conservado com o he
dicho en el v. 3, h a construido el to tal en unos versos coriám bicos
b astan te extraños: cada verso con dos coriam bos salvo el tercero
con tres, todo ello a base de derivados del dím etro coriám bico y el
glicónico. El to tal h a sido atrib u id o al m ítico escita Anacarsis.
Se tra ta , pues, de una com posición, m ás tardía, de la que deriva
la versión de E ubulo (en Ateneo II 36 D), m ientras que la prim era,
aludida com o digo p or Paníasis, puede venir de u n lírico coral de
época clásica (quien quizá la refiera ya a Esopo; a juzgar por su
presencia en la V ida, el tem a debió de p asa r a través de D em etrio).

no H. 87 «El fugitivo». Anécdota solo en P lutarco, quizá derivada


de no H. 128 «El caballo viejo». Carece de verso seguro.
7 Véase mi artículo citado en nota anterior.
356 Historia de la fábula greco-latina

no H. 97 «La Fiesta y el día siguiente». F ábula solo en P lutarco,


del tipo de las fábulas de eris o disputa; se la atribuye a Temísto-
cles, igual que H. 185: deben de proceder, seguram ente, de la m ism a
fuente. P resenta huellas de verso helenístico: ~]παρεσκευασμένων
σχολάζοντες, σύ ούκ αν ήσθα[, ]ποΰ αν ήτε νυν υμείς;
no Η. 105 «Eros e n tre los hom bres». M ito etiológico en H im erio en
relación con E ros y con la creación de los hom bres p o r Zeus. Tiene
verso:
'Ά κ ουε δή τόν μύθον. Ό τε τούς ανθρώπους
ό Ζευς εγέννησε [ υ υ _ ! = Ι y
ώς νυν κεκόσμηνται, 'Έ ρω ς δέ ταίς φυχάϊς (οΰπω deleui)
y _ u _ 'J _ ] θεούς μόνους έτόξευε
y _ u _ ] ποιημάτων τό κάλλιστον
'Έ ρω τα πέμπει —
y _ u _ y _ ] άπένειμε ποιμαίνειν (π. ά. mss.)
αύτός δέ τάς θείας [ υ _
“Οταν μέν ούν ϊδης βραδύν τε τήν φϋσιν (Γ. τινα mss.)
νόησον είναι [ _ υ _ ] ξένον 'Έ ρω τος (ν. τούτον... του 'Έ . mss.)

no H. 138 «El cuco y los pájaros». F ábula solo en P lutarco, a tri­


bu ida a Esopo: el tem a del pollo del halcón que cuando crezca se
h a rá halcón es antiguo, pero no se ven restos de verso.

no H. 151 «La casa del perro». O tra vez solo en P lutarco. El p erro
de E sopo —dice— p ensaba en el invierno co n stru irse una casa, pero
en el verano no lo hacía: No hay verso claro (es, com o la anterior,
una alusión rápida). Es una fábula cínica, co n tra la holganza.

no H. 192 «El lobo y el asno». E sta larguísim a fábula retorizante


de los A n o n y m a P ro g y m n a sm a ta es una creación nueva, seguram en­
te, a p a rtir de H. 160, sobre el tem a de los inútiles esfuerzos del débil
inocente p a ra salvarse. Aunque no explícito, aparece ya el tem a del
lobo confesor.

no H. 194 «El lobo y los pastores». Breve fábula en P lutarco, sin


huellas claras de verso, sobre el m alo en cuya inocencia nadie cree
y la hipocresía del falso inocente. Tem a cínico, sin duda.

no H. 210 «El ra tó n y la ostra». Fábula de Antífilo en la A.P.: el


ra tó n glotón es ap resado y m u erto p o r la o stra. Tem a cínico.

no H. 215 «El necio y el cedazo». Breve alusión prosaica en Ga­


leno a u n a fábula c o n tra la ävoja.
Colecciones menores y fábula-ejemplo 357

no H. 224 «El joven y el caballo enloquecido». Anécdota, en Lucia­


no, del joven que iba «a donde éste (el caballo) quiera»: sím bolo
cínico del que se deja llevar de las pasiones. Prosa.

no H 229 «Da tam bién vino al asno». Anécdota sobre la m uerte


de Filemón, en Diogenes Laercio, Valerio Máximo y Luciano. Prosa.

no H. 231 «El asno y la víbora». Tem a de la inm ortalidad de la


serpiente (de Eliano, antes en Ibico y otros, desarrolla u n m otivo del
GUgamés )

no H. 235 «La som bra del asno». Anécdota de Dem óstenes en Plu­
tarco, sem ejante a la de Dém ades en H. 63: critica la frivolidad.
C ontiene resto s de verso. Puede reconstruirse:
νεανίας ώρα Μ ρους (m ss. v., εφη, 9. &.)
övov Μέγαράδε [ _ u _ y _ y y
εκάτερος αυτών υποδύεσ9αι έβούλετο (m ss. έ. ύ.)
υπό τήν σκιάν [ y _ u _ y
ι:ϊ9 vro'p ον ου σκιάς άκούειν βούλεσΒε (mss. εφη β. à.)
—u —υ ] πραγμάτων ού βούλεσ9ε;

no H. 238 «Los ojos y la boca». F ábula probablem ente derivada


de H. 132 y que se en cuentra en Dión C risóstom o con verso dudoso.
P lutarco, E stobeo y Máximo Confesor son u n a alusión a la fábula
(o, quizá, a la creencia sobre la m iel que subyace a la m ism a).
no H. 245 «El privilegio del duelo». Una etiología solo en Plutarco;
el Duelo exige lágrim as. No parece que contenga restos de verso.
no H. 248 «El p asto r y el carnicero». Tem a del m alvado: el cor­
dero se confía al p asto r y no al carnicero. Solo en Máximo de Tiro,
con resto de verso:
——u —y —u _ ] κοινήν οδόν
——u _ ] αρν’ ευτραφή πλανώμενον
——u —u ] αυτά, τήν άμφοϊν τέχνην,
φέρων εαυτόν επιτρέπει τ φ ποιμένι
no Η. 254 «Prom eteo creando a los hom bres». Al c re a r a los hom ­
bres, Prom eteo m oldeó la arcilla no con agua, sino con sangre, dice
la fábula de T em istio (hay u n a alusión próxim a a Suetonio). Es un
tem a cínico-estoico. Tem istio conserva restos de verso:
y _ ] έφύρασεν υδατι, αλλά δακρύοις
y _ _ u ] αυτά πειρασΒαι χρεών,
άμήχανον yip , άλλ' [ u _ _ )¿ \¿
ταύτην yàp εϋμενώς προσίεται [ _ y ^
358 Historia de la fábula greco-latina

no H. 277 «La luna y su m adre». B onita fábula que p resen ta a la


Luna com o ejem plo de inconstancia. Solo está en P lutarco y con­
serva im p o rtan tes restos de verso:

τοΐς μεν σοφοϊς, εφη, μέτρον ο νόμος εδωκε (Plu. δέδωκε)


ή δ είπε' καί πώς σύμμετρον [ ^ υ υ ] ύφήνω;
Νΰν μεν γάρ όρώ σε πανσέληνον [ _ y y

no H. 307 «Los piojos y el labrador». Pequeña fábula de los piojos


y el lab rad o r en Apiano: incapaz de lim piarla de ellos, quem ó su
túnica. Es el tem a del malo. Quizá haya restos de verso:

Φθείρες γεωργόν άροτριώντα ύπέδακνον

y huellas de otro s tres.


Como h a b rá podido observarse, e n tre las veinticuatro fábulas
que he relacionado, las hay de los tipos m ás diversos: agones y de­
bates, anécdotas, etiologías; tam bién las e stru c tu ra s responden a
las conocidas, así como, con una excepción, el m etro, cuando se han
conservado resto de él. Dos al m enos de estas fábulas, no H. 28 y
no H. 84, proceden de época clásica; o tras son claros derivados de
fábulas conocidas, o tras nuevas,. Ju n to a tem as varios, dom inan los
de carác te r cínico o m oralista. Añado anécdotas o fábulas sobre el
tem a del avaro en A.P. IX 52, y 391, XI 169 y 264 (c. O. W einreich
«Zu an tiken E pigram m en und einer Fabel des Syntipas», M elanges
H. G regoire III, B ruselas, 1952, pp. 417 y ss.).

III. La f á b u l a -e j e m p l o en la ed a d h e l e n ís t ic a y rom ana:


ESTUDIOS POR AUTORES

De lo dicho h asta aquí se desprende claram ente el interés que


p a ra el estudio de la fábula tiene la tradición indirecta de época
helenística y rom ana; he añadido algunos parem iógrafos de edad
bizantina. Por m uchas que sean las deficiencias de la transm isión
—a veces se tra ta de citas de m em oria o abreviadas o convertidas en
sím iles o m eras alusiones— es claro que esa tradición contribuye
al conocim iento de las fábulas de colección, que tran sm ite en fases,
con frecuencia, m ás arcaicas. Y que añade fábulas nuevas. Todo este
conocim ento se refiere tanto a las fábulas de origen arcaico o clásico,
com o a las pro p iam en te helenísticas, derivadas o de nueva invención.
E n tre ellas, en la tradición indirecta están especialm ente bien re p re­
sentadas las cínicas y m oralizantes. Y, aunque el verso ha sido des­
tru id o , es en realidad a las fábulas helenísticas en verso a las que
los auto res helenísticos, rom anos y griegos p osteriores tuvieron
Colecciones menores y fábula-ejemplo 359

acceso. Con frecuencia los datos que ap o rtan hacen conocer m ejor
el verso de las que ya conocíam os. Y añaden nuevas versiones en
verso.
H em os visto q ue los autores a que nos estam os refiriendo tu ­
vieron acceso ya a m odelos de los que viene toda la tradición, ya a
m odelos de los que hem os llam ado tipos 1 y 2, ya a otros (al del
P. Rylands, a las versiones reducidas conocidas p o r Aftonio, a casos
aislados diversos). Un m ism o a u to r com o Diodoro de Sicilia puede
conocer fábulas de las dos líneas m encionadas (la 1 p ara H. 31, la 2
p a ra H. 145); igual D oxópater (la 1 p a ra H. 136, la 2 p a ra H. 31). Las
dos líneas se en cu en tran a veces en diferentes autores: la 1 de H. 136
en Teón y Doxópater, la 2 en Epifanio.
Pienso, en definitiva, que en una gran m edida las referencias a
fábulas en los diveros autores proceden de las colecciones existen­
tes. No todas, quizá: ya he dicho que m uchas son m eras alusiones
o referencias al tem a, que otras p resen tan todas las trazas de la tra n s­
m isión oral. Aun en este caso, la fuente úlitm o debe de e star gene­
ralm en te en las colecciones. Con la excepción ya m encionada de la
época helenística.
La relación de fábulas de la tradición indirecta a lo largo de este
capítulo hace ver claram ente la gran difusión del género. P rescin­
diendo de los au to res helenísticos m encionados en p. 340 (entre los
cuales y los aquí relacionados no hay, a veces, un corte claro), he ci­
tado a lo largo del capítulo exactam ente 66 au to res o colecciones
(así la AP, con varios autores). Como au to res griegos h asta el na­
cim iento de Cristo, m ás o m enos, hay que citar a M enandro, Teócrito,
Cércidas, el Pseudo-Calístenes, Filodem o, D em etrio, varios autores
de la AP, Diodoro. Es notable, de o tra p arte, la tem p ra n a e im por­
tan te introducción de la fábula en Rom a: Ennio, Lucilio, Plauto,
Terencio, Catulo, V arrón, Cicerón, H oracio, Ovidio, Tito Livio y
algunos auto res p o steriores. Acceden, con frecuencia, a versiones
m uy antiguas de las fábulas. Pero el núcleo m ás grande está en los
au to res griegos de edad im perial, e n tre los que P lutarco (31 fábu­
las) y Luciano (19) ocupan el lugar de honor, siendo im portantes,
e n tre otros, y no tan to p o r el núm ero com o p o r el arcaísm o de las
fábulas que tran sm iten , autores com o Tem istio, Libanio, Máximo de
Tiro, Eliano y Dión C risóstom o. Vienen luego los parem iógrafos y
1 com en taristas de edad bizantina: dejo ap a rte la nueva fábula bi­
zantina.
Algo podem os adivinar sobre las fuentes fabulísticas de los di­
versos autores, que no hubieron de ser únicas p a ra cada uno y en
algunos casos es clarísim o que no lo fueron.
H oracio (7 fábulas) sum inistra un m aterial fabulístico m uy a n ti­
guo, sin adscripción a una colección precisa ni coincidencia siste­
m ática de las citas con otros autores. Tam bién es notable el arcaísm o
360 Historia de la fábula greco-latina

de las fábulas de Libanio (3) y de las de Eliano (7). E ste últim o usó
en dos casos (H. 185 y H. 191), u n a colección m an ejad a tam bién p o r
P lutarco: u n a fuente secundaria que refería algunas fábulas a Te-
m ístocles y a Tales (cf. tam bién H. 40, H. 235, no H. 37, no H. 97, etc.);
quizá era u n a colección de anécdotas o χρείαι: cf. p. 151, sobre Fedro
y dicha colección. M anejaba sin duda m aterial disperso, así en el
caso de la fábula del león agradecido (no H. 198): un m aterial que
en este caso, fue a p a ra r tam bién a Fedro.
Y quiero h acer u na referencia m uy especial a Tem istio, que tiene
acceso lo m ism o a versiones arcaicas (H. 46) que a las «versiones
reducidas» que le son com unes con Aftonio (H. 287, no H. 183) y p ro ­
ceden de u na colección im perial a la que m e he referido ya (cf.
p. 241).
E specialm ente im p ortantes son los casos de Luciano y Plutarco.
El p rim ero p resen ta m uy raram en te fábulas en verso (pero cf. no
H. 24). Da la im presión de que cita las m ás veces de m em oria, aun­
que a veces se refiere a fábulas de una línea concreta, incluso a r­
caica, y a fábulas nuevas. Unas pocas fábulas suyas coinciden con
las de otro s auto res (H. 191 en Eliano y P lutarco, no H. 229 en Dio-
genes Laercio y Valerio Máximo). Todo esto ap u n ta a una m u lti­
plicidad de fuentes, citadas en general poco literalm ente.
El caso de P lutarco es, en realidad, diferente: ju n to a una serie de
fábulas citadas en alusión o en versiones reducidas en prosa, que
revelan conocim ento p o r vía oral o de m em oria, hay m uchas fábulas
en que este au to r sigue paso a paso los originales poéticos o semi-
prosificados, de los que conserva el verso en una buena m edida. A
veces esos originales revelan una línea m ás arcaica que la de las
colecciones y, tam bién, ofrecen con frecuencia nuevas fábulas.
Las fuentes deben de ser m ixtas, m uy mezcladas- de línea única
de línea 2 y estas o tras, cuando es posible opinar. Ya he dicho que
en tre o tras, m an ejab a una colección que tam bién Eliano conocía
O tra fu ente m arginal es la que le procuró fábulas que, fuera de am·’
solo se en cu en tran en el ms. F. (H. 290, H. 291); colección c o n o c ió
tam bién p o r Aquiles Tacio y la V id a de E so p o antes. Pero es notable
sobre todo la presencia en P lutarco de fábulas que. fuera de él, se
en cu en tran p rincipalm ente en Fedro. Ya las señalé en vol. I, p. 542
y tam bién m e ocupé de esta c u e stió n 8 en este m ism o vol., pp. 149 y ss.
En ocasiones he dejado en claro que el m odelo reconstruible a tra ­
vés de P lutarco es m ás antiguo que Fedro, que llega a alterarlo p ro ­
fundam ente: así cuando atribuye a Esopo la anécdota de Tales en
P lutarco sobre los hijos sem ianim ales de los pastores. E sto debe de
ser cierto tam bién en los casos m enos claros. P or lo dem ás, ya hice
co n star que no es seguro que estas fábulas procedan todas de una

8 Cf. ya Perry, «Demetrius of Phalerum.. », p. 321.


Colecciones menores y fábula-ejemplo 361

m ism a colección, la ú ltim a puede venir, con o tras fábulas de Fedro,


de u n a colección de anécdotas cínicas, com o ya apunté.
Así y en resum en, la tradición indirecta confirm a la existencia de
las versiones que ya habíam os m ás o m enos parcialm ente recons­
tru id o , así com o de o tras m ás arcaicas y de pequeñas colecciones
m arginales que a veces (así en el caso de las fábulas que incorporó
el ms. F) llegaron a la edad bizantina. A utores m uy diversos las
conocen. Si P lutarco, p o r ejem plo, a veces coincide con Eliano, o tras
con Fedro, puede coincidir a la vez con Fedro y Diogenes Laercio
o con Máximo de T iro y otros autores; tam bién, n aturalm ente, con la
línea 1 de F. An. I, Fedro, etc. Y hay restos im p o rtan tes de verso
en auto res com o H im erio, M áximo de Tiro, Sexto E m pírico y tantos
otros, a m ás de los ya m encionados.
N ada m ás erróneo, pues, que la idea de P e rr y 9 de que la pre
sencia de u n a fábula en au to res de época rom ana d em uestra su exis­
tencia en Dem etrio de Falero. Los versos, los elem entos cínicos, el
carác te r derivado de algunas fábulas, etc., deciden en contra: se
tra ta tan sólo de la continuación de la fábula cinizante versificada
y de sus prosificaciones. Puede hab er en la tradición indirecta cosas
que faltan en las colecciones (en general m ás tardías) y por supuesto
al revés: esto es norm al. Se trata , en definitiva, de una m ism a tra d i­
ción con innum erables ram ificaciones. Todos los datos son útiles p ara
ayu d ar a reco n stru irla.

9 Cf. vol. I, pp. 491 y ss.


PA R TE I I I

LA FABULA E N LA EPOCA M ED IE V A L
CAPITULO I
LAS FABULAS D E L C O D IC E BRANCACCIANO

I. G eneralidades

Aludimos ya en vol. I, p. 143 a las 14 fábulas de este códice, p u ­


blicadas p o r S bordone en su artículo de 1932 1. Las calificábam os de
retó ricas y am pulosas y así es, al m enos en térm inos generales. En su
artículo citado, S bordone pasó revista a las características de voca­
bulario y estilo p ro p ias de estas fábulas y las calificó de altam ente
poetizantes y artificiosas. Insistió, de o tra p arte, con razón, en que los
epim itios de estas fábulas, que con frecuencia incluyen el apostrofe
«oh niño» y son nuevos, propios de la colección, dem uestran que las
fábulas se dedicaban a la enseñanza. Y ap u n ta que las fábulas de
esta colección ofrecen las m ás de ellas los ejem plos habituales de
los P ro g y m n a sm a ta de los retores.
Todo esto ju stifica la calificación de estas fábulas com o «retó­
ricas», dada p o r S bordone y p o r m í m ism o en el trata m ien to que les
dedico en el vol. I en unión de las de Aftonio y otras. En realidad, las
características que h asta aquí he descrito sugieren la idea de un o ri­
gen en el siglo v d. C., dentro de la corriente poetizante de la re tó ri­
ca, en fren tad a con la m ás aticista de Aftonio. Si se añade que en
térm inos generales pertenecen al tipo de las fábulas «breves» y que
en ocasiones, lo hem os visto, son paralelas (más o m enos próxim as,
esa es o tra cuestión) a las fábulas breves del pseudo-Dositeo y Aftonio,
se puede p roponer, en segundo térm ino, la idea de que en lo funda­
m ental pertenecen al m ism o tipo de fábulas retóricas abreviadas des­
tinad as a la enseñanza que, sobre la base de precedentes anteriores,
florecieron a p a rtir del siglo n d. C. Y puede, incluso, p ensarse que
sus fuentes pueden ser las m ism as.

1 «R ecensioni retorich e delle favole esopiane», R1GI, 16, 1932, pp. 35-68 (la edi­
ción en pp. 35-38).
366 Historia de la fábula greco-latina

Sin em bargo, las cosas no son tan sencillas. Ju n to a las fábulas


retó ricas y poetizantes las hay m ucho m ás sim ples; estas últim as
suelen ser m ás breves, las o tras añaden a veces pequeñas fiorituras.
De o tra p arte, hay tres fábulas del B rancacciano en versos yám bi­
cos; y versos yám bicos del m ism o tipo se en cuentran com o epim i­
tios de o tras varias. Digo «del m ism o tipo» porque hay que desechar
la tentación de ver en estos trím etro s versos helenísticos conserva­
dos. Sucede que: a) estos trím etro s tienen siem pre doce sílabas, es
decir, no hay sustitución de pies de tres sílabas; b) tienen acento
en la penúltim a; c) contienen erro res m étricos. Si sum am os todo
esto, sólo una conclusión se im pone: se tra ta de versos pseudo-yám-
bicos que in ten tan (no siem pre con éxito) in tro d u cir los esquem as
cuantitativos del antiguo trím etro yám bico en un verso que es, por
lo dem ás, el dodecasílabo político bizantino. O sea, hay m ezcla de
fábulas que en la form a al m enos son bizantinas. Se tra ta , en defi­
nitiva, de una colección m ixta.
El único in ten to realizado h asta ahora, que yo sepa, p a ra colocar
estas fábulas d en tro de la tradición fabulística en general es el de
Sbordone en el artículo citado. Piensa, apoyándose en ciertas coin­
cidencias, que «han sido m odeladas sobre un códice perteneciente a
la segunda clase de Chambry» (esto es, a la II o Vindobonense), con­
cretam ente, un códice afín a Mh (códice W de H ausrath, de la cla­
se IIIS)· Claro que esta idea no tenía p ara él los inconvenientes que
tiene p ara nosotros: sobre las ideas de H ausrath, Sbordone pensaba
todavía que la V indobonense (en la cual incluye ya IIIS) era una co­
lección antigua, «popular», cuando sabem os que es una colección de
la p rim era época bizantina.
Que fábulas de n u estro códice de lenguaje poetizante y retórico,
estrecham ente enlazadas a veces con las del pseudo-Dositeo y Aftonio,
vengan de una colección bizantina de lenguaje y estilo m ás bien vul­
gar, no es creíble. El estudio de los s te m m a ta lo h a rá ver así. Las
coincidencias que S bordone señala h ab rán de ser explicadas de otro
modo. P or ejem plo, hem os visto que Aftonio p en etró en ciertos m ss.
y colecciones de las Fábulas Anónimas y lo m ism o ciertas paráfrasis
y dodecasílabos: igual ha podido suceder con nu estras fábulas. Ni
puede excluirse tam poco que las lecciones com unes a F. An. II
(o ΙΙΙδ) y a B ranc. vengan de m odelos antiguos perdidos. Aunque
tam bién hay que señ alar que algunas fábulas de B ranc. pueden venir,
efectivam ente, de m odelos bizantinos: ya hem os señalado el carácter
reciente de las fábulas en verso. Verem os que en el caso de las en
pro sa el influjo de las F. An. (las distin tas colecciones, según los
casos) en las n u estras es palpable.
Todo indica, pues, que nos hallam os ante una colección m ixta. Se
im pone, en definitiva, un análisis porm enorizado, fábula a fábula.
Las fábulas del códice Brancacciano 367

II. A n á l isis de las fábulas

1. F á b u la s c o m u n e s con el pseudo-D ositeo y A ftonio

Seis de las catorce fábulas de nuestro códice se encuentran tam ­


bién en las o tras colecciones retóricas que hem os estudiado: bien en
la de Aftonio, bien en la del pseudo-Dositeo, bien en am bas; y éstas
y o tras son frecuentes, com o acabam os de decir, en los ejem plos de
fábulas puestos p o r diversos retores.
Todo esto sugiere, como acabam os de decir, la hipótesis de que
B ranc. tra b a ja con la colección de fábulas «breves» de que hem os
venido hablando: de que es un derivado, al m enos en parte, de esa
m ism a fuente. E sta hipótesis se confirm a en u n a cierta m edida,
solam ente. Si vimos que las o tras colecciones eran a veces indepen­
dientes de dicha fuente, ésta lo es m ás. Por o tra parte, la m ism a
deform ación estilística a que ha som etido a sus m odelos, sean secun­
darios o terciario s o, incluso, prim arios, los hacen difícilm ente re­
conocibles. Es, en este caso, la tem ática m ás que los restos m étri­
cos lo que puede orientarnos.

B ranc. 2 (= H. 2, Aftonio 19) «El águila, el grajo y el pastor» nos


h a ocupado ya m ás arriba, cf. pp. 64 y 233. H em os visto que de una
versión m étrica secundaria, un resum en que co rta el final, derivan
Aftonio, B ranc. y las versiones siriacas. Pero en realidad Aftonio y
B ranc. coinciden casi exactam ente, hay un p ar de variantes de las
habituales en la transm isión de un texto. Pienso que B ranc. ha, sen­
cillam ente, copiado la fábula de Aftonio, igual que h an hecho con
o tras diversos reto res y diversos m ss. de las F. An., según vimos;
igual que B ranc. ha copiado o tras fábulas, según verem os.

B ranc. 4 ( = H. 136, Aftonio 35) «El p erro que llevaba carne». T am ­


bién en este caso hem os visto, cf. p. 80, la íntim a relación de Af­
tonio y Branc., dependiendo am bos de una versión secundaria a la
que pertenece, en tre otros, el pseudo-Dositeo. H ablam os de indepen­
dencia de éste y Aftonio. Ahora bien, la relación entre Aftonio y
B ranc. no es m uy clara: Aftonio ha resum ido m ucho m ás, B ranc. tie­
ne elem entos m étricos claros que le relacionan con la prim aria, sobre
todo el final "O μέν κατείχε κρέας [εύ$ος] άπώλεσ' έμπεσών. P odría
pensarse que son testigos independientes de la version secundaria,
con una contam inación del uno p o r el otro (el tem a del p erro que
cam inaba «a lo largo del río»). P or o tra p arte, B ranc. contam ina
claram ente con F. An.: κρέας Ιχων (en vez de φέρουσ α), ρεομ α τού
ποταμού (cf. F. An. II), 'ότι ούδέ ήν άλη&ές (I διότι μηδέν ήν, II διότι
ούδέν ήν).
368 Historia de la fábula greco-latina

O sea, en definitiva: B ranc. viene, efectivam ente, de un m odelo


secundario, que ha retorizado al tiem po que lo contam inaba con
Aftonio y con F. An. I: conoce am bos textos, com o hem os visto y
verem os.

B ranc. 6 ( = H. 155, ps.-Dos. 2) «El león y el ratón». Ya dijim os


(p. 214) que en el pseudo-Dositeo y B ranc. encontram os dos resú ­
m enes de la versión p rim aria, con estilo indirecto y el final elim i­
nado. La verdad es que su redacción es independiente, pueden venir
am bos del resum en m étrico (verso com plem entario) o independien­
tem ente de la versión prim aria.

B ranc. 14 (= H. 114, pseudo-Dositeo 17, Aftonio 1) «La cigarra y


la horm iga». Prescindiendo del pseudo-Dositeo, que ya sabem os que
es u na prosificación del pseudo-Babrio, hem os visto (pp. 78 y ss.) que
hay u n a derivación secundaria en Aftonio, B ranc. (y posiblem ente en
Teofilacto y D oxópater).

Efectivam ente, en todas estas versiones se invierte el orden de


narración: se h abla p rim ero del verano —la horm iga trab aja, la ci­
g arra can ta—, luego del invierno —la cigarra m endiga, la horm iga
se b u rla—. De ese m odelo debe de venir F. An. I, en que el escarabajo
sustituye a la horm iga; posiblem ente tenía verso, conservado en Afto­
nio. Pero cada versión (incluida la de Branc., poetizante y con diá­
logo) es independiente.

B ranc. 8 (= H. 126, pseudo-Dositeo 9, Aftonio 29) «El cuervo y la


zorra». Hem os visto (cf. pp. 216 y 231) que pseudo-Dositeo y Afto­
nio p resen tan derivaciones secundarias que ayudan a re co n stru ir
el verso de la p rim aria (pseudo-Dositeo presenta, quizá, verso rem o­
delado), pero que son independientes. Así, p o r ejem plo, Aftonio tiene
cierre final, pseudo-Dositeo lo ha perdido; y la redacción varía
m ucho, aunque en am bas hay cosas anteriores a F. An. I. Igual suce­
de con B ranc., que p resen ta restos antiguos análogos, un cierre que
se aproxim a al de F. An. II, Par., Dod., B. (no al de F. An. I, continuado
p o r Aftonio) y u n a redacción independiente. No es nada seguro que
haya un m odelo com ún de estas tres redacciones, que prosifican cada
una p o r su lado la versión prim aria, con variantes diferentes por
lo dem ás.

Si ese final (im itado p o r B ranc. en sus yam bos) es, como creo,
innovado respecto al de F. An., hay quizá una contam inación.

Branc. 7 (= H. 161, Aftonio 25) «El lobo y la garza». Ya he dicho


en pp. 62 y 234 que en esta fábula hay dos versiones prim arias, la
Las fábulas del códice Brancacciano 369

de F. An. I y la de Par. Dod., B abrio, proviniendo Aftonio de la p ri­


m era, de la que posee verso com plem entario, y B ranc. de la segunda.
E sto nos sigue pareciendo lo m ás probable, si bien su final está
contam inado p o r Dod.: pienso que tam bién el final de Cas (intro­
duce el dodecasílabo final de Dod., έζήρας κάραν σώαν μηδέν παθουσαν ,
levem ente alterad o en Branc.). Que la fábula de B ranc. derive preci­
sam ente de esos m anuscritos, com o propone Sbordone, no parece
aceptable.

Como se ve, n u estro códice tiene acceso a versiones antiguas de


las fábulas, p rim arias o secundarias, a veces las m ism as que conocen
pseudo-Dositeo o Aftonio. Pero tra b a ja sobre ellas de una m anera
independiente. Y conoce al tiem po a Aftonio, las diferentes coleccio­
nes de las Anónim as y los dodecasílabos, que a veces copia o con­
tam in a con su fuente principal. La colección de fábulas breves a
que hem os hecho referencia, colección antigua, ha sido usado p o r
él en co rta m edida y con m uchísim as libertades. Y ha dado al total
un tin te bizantino. Los epim itios yám bicos lo confirm an.

2. F á b u la s a je n a s al pseu d o -D o siteo y A ftonio

E sta im presión se acentúa estudiando las dem ás fábulas, las aje­


nas a las o tras dos colecciones retóricas antiguas. Las analizam os
u na a una, p o r el orden del códice.

B ranc. 1 (= H. 71 «El gato y las gallinas»). E sta fábula tiene dos


líneas de verso que m odifican un m ism o modelo. Es un resum en p ró ­
ximo a la línea de B abrio, Par., Dod., con su elim inación del comienzo
conservado en F. An. I (αίλουρος ώς ήκουσε), y su conservación del
estilo directo (πώς έχεις); pero el final sigue a F. An. I, no a esta
línea. O sea, se tra ta de un resum en independiente del único m odelo
prim ario. Más o m enos, com o en o tras fábulas vistas. Pero no es así
en algunas o tras que siguen.

Branc. 3 (= H. 254) «La tortuga y la liebre». De las dos líneas con


verso p rim ario que conocem os de esta fábula (de la que hay tam ­
bién u na versión independiente en Libanio), B ranc. pertenece a la
de F. An. I y Syr., fábula breve con el tem a de la eris. Pero no hay
pru eb a de que derive del m odelo de esta línea: no da huella m étrica
alguna, m ien tras que las hay en I (cf. p. 113). No sería extraño que
B ranc. se h u b iera lim itado a m odificar levem ente el original de la
Augustana, adicionando tres versos yám bicos.

B ranc. 5 (= H. 10) «La zorra que nunca había visto un león». Del
m odelo p rim ario existente, único, quedan huellas en F. An. I, II
370 Historia de la fábula greco-latina

y III. La version de B ranc. es prácticam ente igual, sobre todo a II,


de donde seguram ente deriva (salvo que se piense que rem onta al
modelo: no hay datos a favor).

B ranc. 9 ( = H. 89) «La gallina de los huevos de oro». Aquí hay


una línea p rim aria única, igualm ente, reconstruible sobre todo por
F. An. I, II, Par., Dod. 1, B abrio y S intipas. Ahora bien, Dod. 2, Branc.
y Tetr. (Ignacio Diácono), aun perteneciendo en definitiva a esta
línea, tienen en tre sí una relación especial. B ranc. p resen ta una ver­
sión yám bica idéntica a la de Tetr., salvo pequeñas diferencias tex­
tuales y que añade un quinto verso: es, sin duda, un derivado. Sbar-
done cree que esta versión (habla de B ranc., no conoce la de Tetr.)
procede de Mh (nuestro Dod. 2), que ofrece una versión sem ejante
sólo que en seis versos y —S bordone no ve la diferencia— en dode­
casílabos políticos. La verdad es que hay dos interpretaciones posi­
bles: que u na versión en dodecasílabos haya, de un lado, pasado
a Mh y, de otro, su m inistrado el m odelo de Ignacio Diácono (y éste
de B ranc.); o que los dodecasílabos de Mh dependan de Branc.

B ranc. 10 (= H. 100) «El cabrito sobre un tejado y el lobo». Tam ­


bién aquí hay m odelo único. La versión de B ranc. creo que viene
claram ente de F. An. I, la Augustana, o su modelo. No hace o tra cosa
que in tro d u cir en su texto algunas am pliaciones:

αίπεινοτάτου και ύφηλοτάτου, καί την πορείαν εντεύθεν ποιούμενος,


καί ώμόν άπεκάλει και αίμοβόρον, έν ώ ϊστασαι.

R esulta n o tab le que B ranc. haya recogido la versión de Mk Mh.;


y tam bién que haya sido levem ente m odificada en el ms. T rivultianus
(clasificado com o Ib), donde en vez de εριφος se dice άρνος (!), en
vez de δώμα, πύργος. T am bién introduce un εσκωπτε que, curiosa­
m ente, está tam bién en F. An. III: quizá se tra te de una contam ina­
ción. Todo esto refleja las am biguas relaciones en tre B ranc. y las
versiones antiguas y medievales.

B ranc. 11 ( = H. 99) «El cab rito y el lobo flautista». Tam bién aquí
hay m odelo único que, en este caso, sólo se refleja, ap a rte de en
n u estro códice, en F. An. I y III. Y tam bién aquí B ranc. p resen ta una
versión derivada: creo que de III, que com o ella cam bia el género
de εριφ ο ς, que hace fem enino (contra el m etro).

B ranc. 12 (= H. 284 ΙΙΙγ ) «El hom bre que rom pió una imagen».
Del m odelo único sale de un lado B abrio, de otro el conjunto de
versiones de III, Par. y Dod.: hay que n o ta r que II I ofrece prosifica-
ciones de los dodecasílabos políticos de Dod. En cuanto a B ranc., p re­
Las fábulas del códice Brancacciano 371

sen ta yam bos bizantinos, con ciertos erro res m étricos. Es fácil que
venga de Dod., con el que p resen ta m últiples coincidencias; pero
tam boco puede excluirse que derive de un m odelo m étrico antiguo,
sem iprosificado, pues existen ciertas coincidencias con B abrio
(Β. ζύλινόν τις... είχε- / B ranc. θεόν ζύλινον ειχεν / Dod. II I ξύλινον θεόν
εχων) y ciertos elem entos m étricos que pueden ser antiguos. La hi­
pótesis de u na contam inación es, quizá, la m ás aceptable.

B ranc. 13 ( = no H. 18) «La zorra y el labrador». Sólo B ranc. nos


conserva esta fábula, sin duda derivada, de una p arte, del tem a de
la zo rra y las uvas en la conocida fábula, de otra, del tem a del anim al
dañino que in útilm ente se excusa (cf. no H. 62 = B abrio 27 «La
com ad reja capturada»). E n efecto la zorra, que se com e por la noche
las uvas de la viña, le dice al lab ra d o r que la ha cazado que lo que
hace es p ro teg erla de anim ales dañinos (cf. tam bién H. 235, de Ar-
quíloco). La fábula, en definitiva, debe de ten er tradición antigua,
pero en Branc., la única fuente, aparece en los yam bos bizantinos que
sabem os. No podem os h acer hipótesis alguna sobre las fuentes.

III. C onclusiones

La colección de fábulas del códice B rancacciano es a todas luces


u n a colección bizantina. Su a u to r tenía a m ano la A ugustana y las
dem ás colecciónese anónim as, así como las fábulas de Aftonio e Igna­
cio Diácono. Conocía, adem ás, las fábulas en dodecasílabos políti­
cos. Ya copiaba o ad ap tab a este m aterial, ya lo usaba p ara contam i­
n a r sus o tras fuentes.
E stas o tra s fuentes son fábulas antiguas derivadas de la tradición
de fábulas sem iprosificadas antiguas: ya de versiones prim arias, ya
secundarias; en tre ellas, algunas versiones abreviadas tam bién cono­
cidas p o r Aftonio y el pseudo-Dositeo. Sobre esta base, un re to r
hab ía creado a fines de la A ntigüedad una pequeña colección, por
lo dem ás procediendo de un m odo independiente. Aunque tendía a
la fábula breve, in tro d ucía pequeñas am pliaciones que daban colo­
rido a la fábula, la ad ornaba con un vocabulario y un estilo poeti­
zante y retórico.
Se tra ta de unas pocas fábulas que form aron, p o r así decirlo, el
núcleo de la colección del re to r del B rancacciano. E ste llegó in­
cluso a co n tam in ar las fábulas del núcleo y a proveerlas de epimi-
tios en yam bos bizantinos; y adicionó las o tras fábulas tom adas de
las fuentes que sabem os.
Por o tra p arte, las distin tas fábulas de esta colección, fuera cual
fuera su origen, no d ejaron de e sta r influidas sobre todo p o r ciertos
m anuscritos de ΙΙΙδ , y por los dodecasílabos políticos.
372 Historia de la fábula greco-latina

E n cu an to a la fecha del re d acto r definitivo de las fábulas del


códice, está d ada p o r la antigüedad de algunos de sus m odelos. Mien­
tra s que el núcleo, p o r razones ya expuestas, debe de p erten ecer al
fin de la Antigüedad y utilizó versiones sem iprosificadas luego p er­
didas, el ú ltim o re d acto r tiene com o te r m in u s p o st q u e m el si­
glo ix d. C.: su im itación de Ignacio Diácono y de la colección
F. An. IIIS y los dodecasílabos así lo testim onia.
CAPITULO II
LAS FABULAS SIR IA C A S

I. G eneralidades

Llam am os en con ju nto fábulas siriacas tan to a las que nos han
sido conservadas en esta lengua y que utilizam os siguiendo la tra ­
ducción de la h erm an a B runo Lefèvre com o a las del llam ado Sin-
tipas, trad u cid as al griego p o r M anuel Andreópulos en el siglo xi des­
pues de Cristo, y que estudiam os siguiendo la edición de H ausrath.
Usam os las siguientes abreviaturas: Synt. = S intipas, Syr. = fábulas
siriacas de la h erm an a Lefèvre, Sy. = conjunto de uno y otras. Den­
tro de Syr. distinguim os en tre las tres colecciones m ediante el m ism o
sim bolism o de la trad u c to ra: los núm eros rom anos indican la co­
lección 1, los árab es la 2, los rom anos en cursiva la 3.
En térm inos generales todas estas fábulas provienen de los m is­
m os originales, que son originales griegos del fin de la Antigüedad.
H em os dado u n a p rim era panorám ica de las m ism as en vol. I, p á­
ginas 146 y ss. P or lim itarnos, ahora, a las propias fábulas y no a su
origen, hay que señ alar que es lo m ás norm al que las fábulas apa­
rezcan a la vez en am bas líneas de la tradición, pero las hay que
están en Synt. y faltan en Syr. y al revés; d en tro de estas últim as
fábulas, es ra ra la presencia de u n a fábula en las tres colecciones (la
últim a sólo tiene 10): h abitualm ente están en dos o en una. Parece
claro que los diversos m anuscritos de fábulas siriacas elegían de m a­
n era diversa d en tro del fondo com ún. P or o tra p arte, sucede que
esta tradición está insuficientem ente editada. Una colección deriva­
da de las m ism as fuentes, pero que tran scrib e el siriaco en caracteres
hebreos añade u n a fábula, «Los perros»; y sobre todo, las coleccio­
nes árab es de fábulas atrib u id as a Loqm an y que proceden tam bién
de esta m ism a tradición, están en buena m edida inéditas. Así, en
definitiva, el que u n a fábula en tal o cual colección de Syr. o en
374 Historia de la fábula greco-latina

todo Syr. o en Synt., no dice n ad a contra su antigua pertenencia


al to tal de esta tradición ‘.
En n u estro p asaje citado del vol. I de esta obra dijim os algunas
cosas sobre las pro p u estas de la herm ana Lefèvre y de P erry en
relación con el origen de la colección Syr. Ya vimos que estas p ro ­
puestas eran absolutam ente insuficientes, debido al estado del co­
nocim iento de la fábula en los tiem pos en que se hicieron. Luego, en
este m ism o vol., pp. 298 y ss., presentam os los datos esenciales del p ro ­
blem a y un p rogram a p a ra la investigación del m ism o. Adelantam os,
ya que en térm inos generales es a las F. An. a las que las siriacas están
m ás próxim as, p ero no ocultam os que es problem ática su situación
den tro de esta tradición: que a veces faltan en F. An. fábulas de las
versiones siriacas, que las hay que sólo a través de éstas son co­
nocidas. Todo esto puede plantear, ciertam ente, dificultades a nues­
tra com prensión de la tradición antigua de la fábula (a veces solubles
aceptando, sim plem ente, pérdidas secundarias en F. An. o en otros
lugares), pero puede ser tam bién un buen punto de apoyo p ara nues­
tro m ejo r conocim iento de la m ism a.
Lo p rim ero que se im pone es una clasificación grosso m o d o del
m aterial. Un p rim er grupo consiste en aquellas fábulas siriacas que
están tam bién en las Anónim as y, adem ás, en otros testigos: esto no
decide todavía sobre su situación en el s te m m a , pero da una base.
Una fábula siriaca puede, en principio, venir de una de nu estras ver­
siones de las Anónim as (en algunos de los ejem plos podem os escoger
en tre I, II y III, en otros sólo existe III), o bien de su fuente origi­
nal o de algún estadio de la m ism a que se reconstruye con su ayuda.
Un segundo grupo es el de las fábulas tran sm itid as tan sólo en las
siriacas (Syr.) o alguna de sus ram as y, adem ás, en las Anónimas: al
no h ab er terceros testigos, es m ás difícil decidir sobre el ste m m a , las
diferencias pueden atrib u irse ya a arcaísm o, ya a innovación, aunque
a veces hay criterio s p ara decidir. Claro está, la diferencia de docu­
m entación en tre este grupo y el an terio r puede deberse tan sólo a
pérdidas secundarias. Sigue el terc er grupo: fábulas que están en Sy.
(o Synt. o Syr.) y fu era de las Anónimas. Y el cuarto: fábulas sólo
tran sm itid as en Sy. (o Synt. o Syr.). Advertim os que cuando no en­
tram o s en el detalle de la transm isión dentro de la tradición siria­
ca, hablam os solam ente de Sy.
Damos a continuación la clasificación de las fábulas siriacas en
estos cu atro grupos. Las citam os p o r su núm ero en nuestros dos
prim eros Apéndices (fábulas H. = en H au srath y, p o r tanto, en
F. An.; y no H., en el caso contrario). En los Apéndices puede verse
el detalle de las correspondencias en Sy.

i Para el inventario de la m ism a en su s diversas lín eas de tran sm isión , véase


el «Avant-propos» de la ed. de la herm ana Lefèvre.
Las fábulas siriacas 375

1. Fábulas en Sy., F. An. y o tra u o tras fuentes: H. 1, 2, 7, 9, 11,


14, 46, 49, 51, 60, 62, 64, 76, 78, 87, 89, 100, 112, 114, 119, 132, 134, 136,
138, 139, 140, 143, 144, 145, 147, 148, 151, 155, 162, 169, 174, 181, 191, 205,
215, 219, 230, 242, 254, 255, 256, 258, 264, 266, 272, 274. Total, 51 fábu­
las. N ótense algunos casos especiales: fábulas sólo en Ib (H. 264,
266), sólo en III, en alguna de sus variantes (H. 272, 274, o en el
ms. M (H. 298), en dos versiones distanciadas en tre sí de las Anó­
nim as (H. 87: I/Ia ; H. 100 y 114: I /I b ; H. 148: I /I I ; H. 143, 247:
I/III).
2. Fábulas sólo en Sy. y F. An. (aparte, a veces, del m odelo clásico
y de un testigo independiente, V. Aes.): H. 58, 59, 88, 21, 122, 194, 195,
206, 213, 217, 244, 247, 298. Total, 13 fábulas.
3. Fábulas en Sy. y fuera de F. An.: no H. 94, 96, 122, 155, 164, 182,
190, 246. Total, 8 fábulas.
4. Fábulas sólo en Sy.: no H. 3, 25, 70, 81, 123, 136, 146, 147, 157,
208, 224, 242, 252, 253, 255, 292, 296. Total, 17 fábulas.

Como puede verse, de un to tal de 89 fábulas siriacas, el 70


p o r 100 están tam bién en F. An.; de ellas sólo un 20 p o r 100, faltan
en o tras colecciones. Y de ese 30 p o r 100 que falta en F. An., sólo una
pequeña proporción, en tre un 20 y un 25 p o r 100, está tam bién en
o tras colecciones: las dem ás fábulas son exclusivas de las colecciones
siriacas. F alta ver si esto es el resultado de la insuficiente tran sm i­
sión de la fábula an tig ua o es que se tra ta de creaciones de estas co­
lecciones o sus antecedentes griegos.

II. F ábulas que están en las colecciones sir ia c a s y en las A nónimas

Atacamos, en p rim er térm ino, el problem a de la relación de Sy. y


F. An. allí donde contam os con m ás datos p ara in te n ta r resolverlo:
en las fábulas en que hay adem ás otros testigos, es decir, las del gru­
po 1. A dvertim os que, en principio, consideram os com o un bloque
todo Sy., sea cual sea su representante: todas las colecciones o Synt.
o Syr. (y, en este caso, sea cual sea su tradición m anuscrita). Todo lo
m ás, podem os señalar de paso discrepancias ocasionales dentro
de Sy.: el estudio en conjunto del problem a lo relegam os p a ra m ás
adelante.
Ya hem os señalado cuál es la cuestión: ¿Deriva Sy. de una de las
colecciones de F. An., I u otra, en la form a que se nos ha conservado?
¿O deriva de una form a no conservada relacionada con esta tra d i­
ción y, entonces, de cuál?
El estudio ha de hacerse, p o r supuesto, sobre la tem ática y redac­
ción, no sobre los restos m étricos, que han desaparecido. Aunque a
376 Historia de Ia fábula greco-latina

veces la incom patibilidad del texto de Sy. con los restos m étricos
conservados en F. An. u otros lugares, im plica bien alteración, bien
perten en cia a o tra línea. Por o tra p arte, ciertas fórm ulas, incluso en
traducción, reflejan determ inados esquem as m étricos.
N uestras consecuencias las exponem os al comienzo, p ara que pue­
da com prenderse m ejo r lo que sigue. Son éstas:

1. Hay fábulas en que no es factible decidir e n tre las dos hipó­


tesis.
2. No existen ejem plos, que sepam os, que im pongan decisiva­
m ente la prim era.
3. Los hay que im ponen la segunda: concretam ente, que Sy. p ro ­
cede de un an tepasado de nuestras F. An. y, a veces, de otros testigos.
Luego ésta es la conclusión que ha de aceptarse con ca rác te r general,
incluso p a ra las fábulas, ahora no consideradas, del grupo 2, en que
la decisión en tre las dos hipótesis es, com o hem os dicho, especial­
m ente difícil. Hay que añadir que o tras fábulas no proceden de
F. An. ni de su fuente, sino de o tras ram as de la tradición. Por o tra
p arte, con esto no queda term inado el problem a: hay que tra ta r de
especificar m ás en detalle las características de los modelos.

Las fábulas del tipo 1 en que no se puede decidir en tre las dos
hipótesis —derivación a p a rtir de una fábula de n u estras colecciones
de F. An. o a p a r tir de una, perdida, que está en su base —son num e
rosas y no vam os a exam inarlas una a una, aunque sí a m encionar­
las, dejando al lecto r que, con ayuda del Apéndice I, confirm e o no
nu estras conclusiones. Veamos, eso sí, algunos ejem plos. Advertim os
previam ente que los epim itios están frecuentem ente cam biados (en
todo Sy. o en alguna de sus ram as) y que a veces hay leves alteracio­
nes en tal o cual versión de Sy. No hacem os alusión a todas, pero
sí a algunas que pueden ser significativas. El enunciado de las fábu­
las lo hacem os com o de ordinario: con el núm ero H., las correspon­
dencias en las fábulas estudiadas (Sy.) y el título.

H. 14 = Synt. 15, Syr. 75 «La zorra y el mono». Sy. es u n resum en


independiente de o tro que está en B abrio: puede venir de F. An.,
que depende de la versión prim aria, o de esta m ism a.

H. 64 = Synt. 56, Syr. 83 «El hom bre m ordido p o r un perro». En


esta fábula, con una sola línea derivada de la prim aria, S. está m uy
próxim a a F. An. (Fedro varía). El problem a es que el consejo que da
un hom bre al que fue m ordido va en estilo indirecto en I, en directo
en Sy. y II, III: ¿viene Sy. de una de estas versiones? ¿O del m ode­
lo X, alterado p o r F. An. I?
Las fábulas siriacas 377

H. 78 = Syr. XLVI, 46 «El ciervo». En esta fábula de versión p ri­


m aria única, hay algunas pequeñas diferencias e n tre F. An. I y III,
estando Sy. m ás próxim a a esta ú ltim a versión: sobre todo, en I I I el
león es calificado de άγριωτάτω y Syr. habla de «cet anim al vigou­
reux»; en II I falta al com ienzo la oración de relativo com o en Syr.
(pero no hay coincidencia absoluta). O tra vez se plantea la m ism a
doble hipótesis.

H. 134 = Synt. 33, Syr. 76 «El p erro y el carnicero». S. debe de


venir del m odelo de F. An., pues en am bas fuentes falta el comienzo,
que se conserva en Dod.; resum e elim inando algunas cosas. Pero
tam bién puede venir de una de las colecciones de F. An. (m ejor
dicho, de II o III, que tienen ó δέ μάγειρος / Ι ό δέ).

H. 148 = Syr. X L V I, X X V III, 63 «El león y el toro». La invitación


del león es en F. An. II en estilo directo y es m ás explicita que en I
(en indirecto): su συνεστια!)ώμεν (m étrico) es traducido p o r Syr. Pero
no es necesario que venga de esa colección, debía de e star en el m o­
delo, pues Dod. lo m antiene, aun variado: συνευφραν&ώμεν.

Véanse casos m ás o m enos sem ejantes en 1, 2, 112, 155, 169, 254,


256.

Algunas observaciones m erece la pena h acer sobre casos espe­


ciales. Aunque los ejem plos que hem os dado se refieren a versiones
prim arias (con o sin derivados secundarios), estando la cuestión en
si Sy. viene de las m ism as (en el grado de evolución que sea) o de
uno de sus derivados en F. An., el caso se plantea igual en relación
con versiones secundarias. E sto ocurre en H. 215 = Synt. 39,
Syr. XXXIX, 80 «El niño que cazaba saltam ontes», donde Sy. am plía
algo sobre un m odelo seguido p o r F. An., existiendo un segundo (con
verso en p arte com plem entario) en Par., Dod. S em ejante es el caso de
H. 174 = Synt. 51, Syr. XLIV, 44 «Los ratones y las com adrejas» en
relación con la línea p rim aria (hay upa secundaria, con o tro verso,
en Par., Dod., Babrio). Ahora bien, aquí hay ciertas divergencias entre
Synt. y Syr. que hacen pen sar que utilizaron independientem ente un
m ism o original, sea F. An. o su mod fio. Igual en o tra de las fábulas
ya aludidas, H. 254, en que se añade u n a escisión e n tre las F. An.: Sy.
va en la línea p rim aria, con I, m ’en tras que en la secundaria está,
a m ás de Par., Dod., ΙΙ Ιγ . En cam bio, en H. 87, 189 = Syr. 82 «El
lechón y las ovejas», Sy. va con la línea secundaria, con 189 la o su
m odelo (87 I va con la prim aria).
Hay, en cam bio, o tras fábulas del grupo 1 en que parece clara la
derivación de Sy. a p a rtir del m odelo de F. An.; o tras todavía, en que
ello parece lo m ás verosím il.
378 Historia de la fábula greco-latina

Existen, fundam entalm ente, dos tipos de argum entación. El p ri­


m ero es el m ás decisivo: se tra ta de que en ocasiones la versión
de Sy., aun p resen tan d o cosas com unes con F. An., p re sen ta igualm en­
te cosas com unes con o tro s testigos, cosas que p o r distintos m otivos
deben hacerse rem o n ta r a un m odelo anterior. El segundo argum en­
to es, según las ocasiones, m ás fuerte o m enos: consiste en ver un
ca rác te r arcaico en elem entos de Sy. ausentes de F. An. Veamos
p rim ero el p rim er grupo.

H. 11 = Syr. 35 «El pescador». En Sy. hay elem entos de F. An.,


com o la creencia del pescador de que los peces subirían al son de la
flauta, y los hay de B abrio (el cierre final); hay tam bién alguna inno­
vación. O sea, el m odelo es a n terio r a F. An. y B abrio, un m odelo
p rim ario (no uno secundario, reflejado en Aftonio).

H. 62, H. 186 = Synt. 25, Syr. 37 «El lab ra d o r y la serpiente». Sy. no


va con ninguna de las dos versiones derivadas en F. An., am bas
en I. Nos da u na versión abreviada, en que falta el com ienzo de la
segunda y el fin de am bas, coincidiendo ya con una, ya con otra. Es
un resum en independiente, an terio r a la creación de esas o tras ver­
siones; ya se acerca a Par., ya a F edro (con otro final), ya a B abrio
(con el final original).

H. 114 = Synt. 43, Syr. XL, 40 «La cigarra y la horm iga». La ver­
sión de Sy. pertenece a la línea prim aria, cuyo principal rep resen ­
tan te es Ib, con m ucho verso. Pero a veces no ofrece sus innovacio­
nes, sino cosas próxim as a B abrio que hem os de considerar arcaicas:
así en cu en tran en él correspondencia pasajes como (citando por
Synt.) ώρα χειμώνος, τι άρα πράττω ν διετελεις, επει τότε ματαίως εμελώδεις.
La conclusion es la m ism a: Sy. viene del m odelo de esa línea prim aria.

H. 147 = Synt. 37, Syr. XXXVII, 63 «El león envejecido». Fábula


con num erosos testigos que derivan de un original prim ario, a lterán ­
dolo de diversas m aneras; S. no siem pre va con F. An. I. La zorra
hace su p reg u n ta al león enferm o en estilo directo, com o en II y
B abrio, en tre otro s (así en Syr.; Synt. p asa al estilo indirecto); no
aparece el κακώς de la resp u esta del p rim ero en I (ni el καλώς
de II); coincide en p a rte con B abrio, etc., dicha resp u esta y tam bién
el final (huellas «de los que salen», no «de uno que sale», I).

H. 151 = Syr. XXVI, 28 «El león que se asustó del ratón». Tam ­
bién en esta fábula de línea única Sy. diverge a veces de F. An. p ara
acercarse a Par. y B abrio. Como en estos (y a diferencia de F. An.) el
león está «plein de colère», m ientras que, en cam bio, hay coinciden­
cia con F. An. en otro s pasajes (άλώπηξ δέ αυτόν 9εασαμενη, segura­
Las fábulas siriacas 379

m ente de un ΐδών άλώπηζ αυτόν «un re n ard le vit» Syr., άλώπηζ δε


ιδοϋσα Par. 1 (esto ha sido elim inado fuera de aquí). Tam bién hay
añadidos. Y hay u n a cosa curiosa: en el final (alterado p o r Babrio),
F. An. I habla de que el león το σώμα επιδραμεϊν έτόλμησεν (texto de
P erry y Cham bry, H a u srath se equivoca): esto está en la base de
Tzetzes (ορμήν) y de Par. 1, T etr. (όδόν) y tam bién de Syr. XXXVI
(«sur moi qui suis lion une souris saute»). Pero en Syr. 28 se habla
de u n a «épreuve» que evidentem ente tiene que ver con la πεϊρα de
Par. 2 (= Ib). O sea, variantes en la tradición antigua de la fábula
fueron seguidas p o r los distintos m ss. de Syr. La conclusión es que
no vienen de un m odelo griego único y que, en p arte al m enos, utili­
zan versiones sem iprosificadas, alteradas.

H. 191 = Syr. X X X IX «El asno que llevaba sal». El comienzo


de Syr. está próxim o a F. An., el final a B abrio. Luego viene del
modelo.

H. 205 = Synt. 26, Syr. XIX, 31 «El p ajarero y la perdiz». Tam ­


bién aquí hay coincidencias con B abrio frente a F. An. I: súplica de
la perdiz en estilo directo (y no acusación en indirecto), m uerte
final.

H. 219 = Synt. 46, Syr. X LV III, 18 «El m ono y los pescadores».


S. está próxim o a F. An. I, pero contiene algún elem ento de Par., quizá
a su vez de B. (el m ono se ahoga en el m ar) o propio (los pescadores
en tra n en la caverna a reposar, co n tra el m etro conservado en I;
cierra el pescador).

H. 230 = Synt. 23, Syr. X X II, 26 «El niño que se bañaba». Hay en
general coincidencia de S. y de F. An. I, pero Synt. se aproxim a
a Par. en la indicación inicial de que el niño no sabía nadar; quizá
sea antiguo, en todo Sy., el discurso directo del hom bre al niño.

H. 242 = Synt. 40, Syr. LIV «El toro y las cabras salvajes». Sy. va
en general con F. An. I (línea secundaria), pero en el com ienzo coin­
cide con todo el resto de la tradición (línea prim aria, con Dos.,
B abrio) co n tra dicha versión.

H. 255 = Syr. LVI, 56 «La golondrina y la serpiente». Syr. está p ró ­


ximo a F. An. I (B abrio varía), pero hay coincidencia con B abrio en
el estilo directo y la m ención de las crías.

Veamos ah o ra la o tra serie de fábulas, en la que la derivación de


Sy. a p a rtir de u n m odelo de las conservadas se pru eb a p o r la existen­
cia en las versiones siriacas de ciertos arcaísm os.
380 Historia de la fábula greco-latina

Como dijim os, hay un grado diferente de seguridad según los ca­
sos. El m ás hipotético es aquél en que Sy. m antiene el estilo directo
allí donde en F. An. (sobre todo en I) aparece el indirecto, dándose
la circu n stan cia de que el directo aparece en otro u otros testigos.
Procediendo de los casos m enos seguros a los m ás seguros, cite­
m os en tre los p rim eros los de algunas fábulas en que lo esencial es
que Sy. m antiene el estilo directo y, a veces, una extensión m ayor,
red u cid a luego p o r F. An. y o tras versiones. E ste es el caso de H. 7
«El gato y las gallinas» (F. An., de o tra parte, innova y contam ina
con H. 103, el estilo directo se pierde, salvo en el cierre, m ientras que
se conserva en B abrio, Tetr., B ranc.); H. 60 «El viejo y la m uerte»
(el doble estilo directo tam bién en Tetr.)·, H. 121 «El jardinero» (el
estilo directo en la versión de la V. Aes., ram a independiente);
H. 132 «El v ientre y los pies»; H. 140 «El m osquito y el toro» (el
estilo d irecto está en B abrio; ciertas cosas de Sy. que faltan fuera
de ahí, posiblem ente h an sido elim inadas); H. 162 «El lobo y la cabra»
(más am plio y directo que en F. An. I, com o en Aviano).
E n o tras fábulas, con o sin el argum ento del estilo directo y de
ciertos elem entos quizá arcaicos, hay otros que pueden ser decisivos.
Se refieren a hechos diferentes.
H. 51 = Syr. L. Cf. p. 115.
H. 89 = Synt. 27, Syr. XXX «La oca de los huevos de oro». Sy. ca­
rece de la am pliación inicial de F. An. I (H erm es dió la oca a la
m u jer). De o tra p arte, p resen ta (única de las versiones) coincidencia
con el ούκ άναμείνας de F. An. I; y tiene un cierre final de lam ento
de aspecto arcaico. Parece, pues, contener elem entos antiguos luego
conservados o no, según los casos, p o r las dem ás versiones.
H. 139 = Synt. 50, Syr. 70 «El p erro y la liebre». Aquí la clave
está en que en Sy. el p erro lam e la sangre de la liebre (Synt. αίμα,
Syr. «le sang») lo que es infinitam ente m ás lógico que que le lam a los
labios (τά χείλη), com o quiere F. An. I: es una innovación a p a rtir de
u n a falsa in terp retació n del φιλεϊν del p erro a la liebre. Sy. seguía,
pues, u n a versión arcaica. No sabem os si tam bién B abrió, que ab re­
viaba el pasaje.
H. 217 = Synt. 8, Syr. V III, 10 «La palom a sedienta». S. añade
algunos elem entos al texto de F. An. I-III (tam bién quita otros). Pue­
den ser arcaicos: al m enos, esto es m uy verosím il en el caso del
lam ento final de la palom a, que falta en F. An.
H. 258 = Synt. 3, Syr. V, X L IV , 7 «La golondrina y la corne­
ja». El cierre de la co rneja elogiando su propio plum aje y critican ­
do el de la golondrina, tiene en F. An. I-III, en Synt. y Syr. tres
versiones d iferentes que se entrecruzan. Los cu atro térm inos (com-
Las fábulas siriacas 381

portam ien to del plu m aje de am bas aves en invierno y verano) se


conservan íntegros en Synt.; Syr. y F. An. han elegido cada una dos,
en fo rm a d iferente (Syr. se lim ita a c o rta r el final de Synt., F. An.
abrevia en fo rm a m ás com plicada). O sea, el m odelo original ha
sido seguido p o r Sy. (con abreviación secundaria de Syr.) y ha sido
abreviado, luego, en F. An.

H. 272 = Synt. 29, Syr. X X X II, 38 «El asno y el caballo». E n esta


confrontación del asno y el caballo, Sy. p re sen ta u n a descripción de
la situación inicial m ucho m ás am plia, reco rtad a sin duda p o r F. An.
I l l , Par. Dod. Es u n caso notable: sólo Sy. conserva el original a n ti­
guo, las dem ás versiones vienen de u n a reducción.

Parece que n u e stra tesis se d em u estra claram ente en estos ejem ­


plos, relativos a fábulas de tem a, estru c tu ra, s te m m a y extensión
diferentes; se d em uestra, adem ás, con argum entos en p a rte diferen­
tes, lo que es u n a g aran tía adicional. Sigamos con otros casos en
que Sy. se en cu en tra no en u n a línea prim aria, com o en toda esta
ú ltim a serie, sino en una secundaria, com o en algunos ejem plos ya
vistos.
Pues, p a ra acab ar de estu d iar la relación en tre Sy. y F. An. hay
que a ñ a d ir el caso en que Sy. interviene de u n a m an era u o tra en una
versión secundaria: de la m ism a m anera que presentam os este caso
com o de dudosa solución en algunas fábulas, ah o ra vam os a ver que,
en o tras, S. encabeza, p o r decirlo así, dicha versión. Es decir, que
viene de un m odelo p erdido de la m ism a, no de las versiones actual­
m ente conservadas; en algún caso en F. An., m ás frecuentem ente
en Par., Dod., B abrio, etc, O tras veces es uno en tre varios derivados
de la versión secundaria. 0 sea, que si es cierto que Sy. utilizó m o­
delos de la línea p rim aria (bien el original prim ario, bien algún deri­
vado a n terio r a los conservados), tam bién lo es que no se lim itó a
estos m odelos. De igual m odo que en la colección de F. An., en sus
diversas versiones, ya hallam os fábulas derivadas de u n a versión
prim aria, ya de u n a secundaria, ya de las dos de u n a m ism a fábula,
aquí tam bién hallam os huellas de las dos versiones (no de am bas de
una m ism a fábula, esto se evitó, igual que en B abrio y Fedro, sin
dud a p o r la m en o r extensión de estas colecciones)

H. 9 = Synt. 10, Syr. X, 12 «La zorra y el m acho cabrío». Aquí


Sy. va con la línea secundaria, que p re sen ta verso rem odelado en
Par., Dod., T etr. Se tra ta de un resum en del m odelo p rim ario (en
F. An., Fedro), en el cual la zorra no b a ja al pozo, habla desde arriba.
Ahora bien, no puede decirse que Sy. sea el m odelo de dicho resum en,
pues en o tras versiones hay m ás proxim idad a F. An. (por ejem plo,
en el cierre de la zorra). Es, pues, un derivado independiente.
382 Historia de la fábula greco-latina

E n H. 143 = Syr. XLV «Las liebres y las ranas» F. An. I, Fedro


y Sy. p resen tan resúm enes diversos, con algunos elem entos com unes,
de la versión p rim aria de que vienen F. An. I ll, Par., Dod. y Babrio.
Todos ellos elim inan el m om ento de reflexión y decisión de las lie­
bres. Y Sy. m odifica el final. Parece seguir una en tre las varias deri­
vaciones del m odelo secundario.
Cosa sem ejante p o d ría concluirse sobre H. 46 = Synt. 44, Syr. 81
«Boreas y el Sol», en que S. carece de algunos elem entos de Par., Ba­
brio, Tetr., sobre todo del final; sólo que la relación en tre esta línea
y la de F. An., Dod. no es la de secundaria a prim aria, probablem ente
son secundarias am bas, derivadas de un verso original del que con­
servan restos com plem entarios.
Si pasam os a H. 49 = Synt. 12, Syr. XV, 17 «El boyero», aquí hay
un resum en (en este caso secundario, con verso 2, derivado del
m odelo p rim ario seguido p o r F. An.) seguido p o r Sy. y Par.: el prim ero
puede venir del m odelo de éste o, m ejor, del de Par. 1 y Par. 2 (Par. 3
está m uy m odificado). Finalm ente, en H. 266 = Synt. 7, Syr. 7 «Los
dos gallos y el águila», en el m odelo secundario seguido por Aftonio y
Sy. falta el final (el gallo que queda vivo m onta a las gallinas), sien­
do Aftonio m ás independiente.
En estas fábulas es ya posible que Sy. rep resen te esencialm ente
el m odelo de la versión secundaria. Y es altam ente probable en algu­
nas otras:

H. 76 = Synt. 15, Syr. X V III, 19 «El ciervo y el león (los cazado­


res, en la versión antigua)». Ya sabem os que F. An. I ha m odificado
esta fábula y que de esta m odificación depende el pseudo-Dositeo.
Pues bien, en Sy. se en cuentran elem entos ya de la versión p rim aria
de Par., Fedro, ya de la secundaria de F. An. P or ejem plo, figuran to­
davía los cazadores, no el león, com o perseguidores del ciervo; pero
está ya el gen. absoluto «al enredarse los cuernos en las ram as» y el
final «pasivo» característicos de F. An. (cf. pp. 218 y 230). Parece claro
que nos hallam os an te una versión interm edia: ante el origen de las
versiones de F. An.

H. 119 = Synt. 59, Syr. X L III, 73 «El cam ello y Zeus». Sy., igual
que Par. y Dod., viene de una versión resum ida, en 4 versos, derivada
de la p rim aria (en F. An. I, Aviano). Pero conserva cosas que han
desaparecido en Par., Dod. (sobre todo cf. Synt. οργιστείς, Syr. «il s ’
em flam m a en colère» ju n to a H. I άγανακτήσας, Aviano arridens).

H. 136 = Synt. 28, Syr. XXXI, 33 «El p erro que llevaba carne»,
Sy. pertenece a la versión secundaria, caracterizada p o r el «arrebatar»
la carne y p o r «la som bra (o im agen) de la carne» m ayor que la
p ro p ia carne. Pero es u n a versión m ucho m ás am plia que las resu ­
Las fábulas siriacas 383

m idas de B abrio, Par., Aftonio, pseudo-Dositeo y Branc., con algún ele­


m ento conservado en B abrio y perdido en las dem ás (la carne ro ­
bad a «en una carnicería»). Y tiene un cierre final del p erro que en
las versiones abreviadas se ha perdido o integrado en la fábula. No
dudo de que Sy. viene de un m odelo interm edio en tre la versión p ri­
m aria y la secundaria.

Un tan to especial es el caso de H. 264 = Syr. XLIX, 59 «El hom bre


y el león». En térm in o s generales, Sy. va con la versión secundaria de
Aftonio, pseudo-Dositeo, Aviano: un resum en centrado en el tem a
de la ερις- o disputa. Pero en realidad es interm edio: com bina el
tem a del cam ino con el de la disp u ta y habla de estrangulam iento
del león, igual que Par. 1 y Dod. (del m odelo prim ario). Parece como
si se tra ta ra de un interm edio en tre Par., Dod. y la línea secundaria.
Tenem os, pues, que aquí donde Sy. no viene del original p rim ario
de n u estra tradición, sino que pertenece a la línea secundaria, bien
sigue con fidelidad —en lo que se trasluce— el m odelo de la m ism a,
bien es una de sus variantes. Incluso nos da ciertas luces sobre
su origen d en tro de la línea prim aria.
Por o tra p arte, existen unas pocas fábulas en que Sy. parece re ­
p re sen tar, él solo, la línea secundaria de u n a fábula: un resum en
de la m ism a. E ste es el caso de:

H. 100 = Syr. XIX, 21 «El lobo y el cabrito». Sy., en realidad, cam ­


bia de tem a, ah o ra se tra ta de u n a zo rra y un león (línea I en F. An. I,
B ranc., B abrio).

H. 138 = Synt. 61, Syr. XLIX, 49 «Los perros ham brientos». Los
p erro s se convierten en lobos y cierra un hom bre, en vez de term i­
narse con la acción (línea p rim aria en F. An. I, Fedro y Plutarco).

H. 181 = Synt. 36, Syr. 61 bis «El m urciélago, la zarza y la gavio­


ta». Hay dos derivados secundarios. En el de Sy. los tres anim ales y
no sólo el m urciélago «tom an prestado», lo que hace poco inteligible
el final de la fábula.

H. 274= Synt. 41, Syr. LX, 67 y I 1 «El etíope». Aquí, a m ás de


la fábula de Aftonio, Tem istio y F. An. III, que es la original, hay
o tras dos que varían el argum ento: la de Synt. 41 y Syr. XL, 67; y la
de Syr. I, 1. Así com o en la fábula original era el dueño el que no
era capaz de b lan q u ear al etíope (o indio), en la segunda era el p ro ­
pio negro el que re su ltab a incapaz de blanquearse y en la terc era un
ho m b re se excusaba de no ir a un banquete porque tenía que blan­
qu ear a un negro.
384 Historia de la fábula greco-latina

El p roblem a es si las versiones secundarias que sólo en Sy. se en­


cu en tran fueron creadas p o r sus antecesores griegos o bien p o r el
tra d u c to r sirio. En realidad, es el m ism o problem a que se nos plan­
tea en relación con las diferencias en tre estas fábulas y las que nos
son conocidas p o r o tras fuentes. E n térm inos generales, parece que
la resp u esta es que son los m odelos griegos los que están innovados;
el tra d u c to r sirio (y luego A ndreópulos) no hace o tra cosa que tra ­
ducir, bien que con errores, en tre otros la confusión, en ocasiones,
del n om bre de los anim ales. Que algunas versiones de fábulas sólo
a través de esta línea de tradición nos hayan llegado no es m ás
extrañ o que el que algunas fábulas sólo en ella aparezcan, com o
hem os anticipado. Sin em bargo, puede que a veces las cosas sean
diferentes, véase m ás adelante.
O sea, que así com o frecuentem ente Sy. nos ha conservado versio­
nes m ás próxim as a los m odelos originales p rim ario s que las fábulas
de F. An. y las dem ás, en o tras ocasiones ha conservado derivados
de m odelos secundarios: ya derivados que p rácticam ente los repi­
ten, ya otro s que los alteran de diversas m aneras. E n tre otros, de­
rivados únicos, perdidos fuera de aquí. Todo esto nos habla de la
gran riqueza de la tradición fabulística antigua, sólo en m ínim a
p a rte conservada. N aturalm ente, no puede excluirse que, allí donde
ello es posible, podam os sen tar la hipótesis de que tal o cual fábu­
la de Sy. deriva p recisam ente de una fábula (de F. An. o no) conserva­
da. Por lo que llevam os viendo esto es, sin em bargo, poco probable,
dado que no hem os encontrado ni un solo ejem plo en que pueda
p ro b arse de u n a m an era indudable.
Y con esto pasam os a ocuparnos del grupo de fábulas 2, aquellas
que sólo en F. An. y Sy. se encuentran. Dam os u n a relación:

H. 58 = Synt. 42, Syr. LXI, 68 «La m u jer y la gallina».


H. 59 = Synt. 5, Syr. VI, 8 «La com adreja».
H. 88 = Synt. 58, Syr. X L I I I , LX II, 72 «El tordo».
H. 121 = Synt. 32, Syr. XXXV, 60 «El jardinero».
H. 122 = Synt. 34, Syr. XXXVI, 61 «El jard in e ro y el perro».
H. 194 = Syr 34 «El asno salvaje».
H. 195 = Synt. 1, Syr. III, 5 «El asno y las cigarras».
H. 206 = Synt. 57, Syr. LVII, 57 «La gallina y la golondrina».
H. 213 = Synt. 18, Syr. 77 «La serpiente pisada».
H. 244 = Synt. 53, Syr. LV, 55 «El pavo real y el grajo».
H. 247 = Syr. II, 2 «El cisne».
H. 298 = Synt. 62, Syr. L, 50 «El hom bre y la cigarra».

P ara la in terp retació n de esta tradición, rem ito a pp. 319 y ss.
Se tra ta ah o ra de ver cuál es la relación, en estas fábulas, en tre
F. An. y Sy. o en tre las diversas colecciones subordinadas: algo que es
Las fábulas siriacas 385

difícil de estab lecer p o r falta de térm inos de com paración, com o di­
jim os. En algún caso esos térm inos de com paración existen, sin em ­
bargo, en el m odelo clásico o en una ram a m arginal com o la V ita
A esopi.
E n térm inos generales, no puede decidirse si en estas fábulas el
m odelo de Sy. es una de las colecciones Anónimas, o bien un original
an te rio r a am bas fuentes. Sin em bargo, hay que hacer algunas obser­
vaciones de detalle, que a veces hacen probable una conclusión.
En H. 59, Sy. bebe en un m om ento dado del ευρών de PfPh (la), no
de I: la fuente estab a en p a rte de la tradición de F. An., no en toda.
En H. 121 la versión de Sy. es m ás com pleta que la de F. An. y tiene,
a diferencia de ésta, estilo directo (tam bién en V id a de E so p o ). Es
fácil que venga de un m odelo an terio r. En H. 195 Sy. am plía F. An.,
si no es que viene del modelo, resum ido p o r esta colección. O tras
observaciones se refieren a m odificaciones de detalle en Sy. o su fuen­
te. E n H. 88 Sy. cam bia el epim itio (y no es el único caso), en H. 121
(que acabam os de m encionar), cristianiza el final, tam bién lo cam ­
bia en H. 122 y en H. 194 (cam bia el sentido de la fábula; ahora la
dom esticidad es lo bueno, el anim al libre es devorado). Cf. tam bién
cosas parecidas en H. 247, 298. H. 244 tiene en Sy. un discurso direc­
to del pavo real, F. An. I resum e: sin duda, Sy. viene de su m odelo,
que conserva m ejor.
Así, independientem ente de las m odificaciones que presentan, a
veces de origen cristiano, las fábulas de Sy. proceden a veces verosí­
m ilm ente de la trad ición antigua an terio r a F. An. I en su versión
conservada; si es que alguna viene directam ente de las versiones
conservadas, ello no es estrictam en te dem ostrable. Y todo lo que
hem os visto en las páginas anteriores parece desaconsejar la hipó­
tesis.
El m om ento preciso en que Sy. utiliza el precedente de n u estra
A ugustana, de o tra parte, hem os tra ta d o de fijarlo en el capítulo a
ésta dedicado (p. 319 y ss.). Es un m om ento p o sterio r al de la que
hem os llam ado «Antigua Augustana» o Colección I: el m odelo de
F edro y B abrio. Pero an terio r a la am pliación m asiva de dicha colec­
ción m ediante nuevas fábulas p rim arias y unas pocas secundarias.
Se habían in tro d u cid o ya, sin em bargo, los epim itios sistem áticos,
p ero el texto co n tin u ab a siendo, a veces, arcaizante.

III. F ábulas que están en las colecciones sir ia c a s y faltan en las


A nónimas

Vimos m ás a rrib a qu había algunas fábulas, 25 en total, que,


estando en las colecciones siriacas, faltaban en las Anónim as; y que
siete de en tre ellas estaban, a m ás de en las colecciones siriacas, en
386 Historia de la fábula greco-latina

otros testigos ajenos a ellas. S itu ar en los s te m m a ta estas fábulas


no es fácil, p o rq u e puede h ab er sucedido que unas se hayan perdido
en la A ugustana y que o tras hayan sido añadidas p o r Sy. o p o r Syr.
o Synt.; de o tra p arte, la docum entación sobre ellas es escasa. Aun
así vam os a decir algunas cosas, aunque las conclusiones, en estas
circunstancias, no puedan p asa r de ser parciales. Piénsese que puede
suceder m uy bien que el to tal del m aterial aquí m anejado represen­
te en algunos casos una versión o una serie de versiones secundarias,
dependientes de u n a p rim aria perdida.
Hay, en p rim e r térm ino, ocasiones en que puede p resen tarse la
hipótesis de que las colecciones siriacas dependen de una versión
que m antiene aproxim adam ente el texto antiguo prim ario, m ientras
que o tra u o tras versiones lo m odifican am pliam ente:

no H. 96 = Synt. 20, Syr. XXI, 23 «El ciervo enferm o». El o tro tes­
tigo, que es B abrio, am plía y añade un nuevo final, según su hábito;
Sy. m antiene u n a fáb u la breve de situación.

no H. 122 = Synt. 49, Syr. 64 «El cazador y el jinete». T etr. es una


abreviación, com o es h abitual, del texto de Sy., que parece conservar
lo antiguo.

no H. 164 = Synt. 21; Syr. III, 24 «La zorra y el león». El texto


de F edro parece una sim ple am pliación del de Sy., fábula breve de
situación con cierre.

P or supuesto, no hay garantía absoluta. En o tras fábulas, Sy. y


un segundo testigo m odifican en sentidos diferentes un original p er­
dido:

no H. 94 = Synt. 31, Syr. XXIV, 39 «El olivo y la higuera». Aquí


las diferencias con el o tro testigo, Aftonio, son dos: Sy. tiene un co­
m ienzo m ás am plio, resum ido p o r Aftonio; en cam bio su final, en el
cual es el rayo y no la nieve el que castiga el τύφος del olivo (que se
jacta b a de su h o ja perenne), es m enos n atu ra l y tiene u n carácter
religioso («un rayo fue lanzado p o r Dios») sin duda cristiano.

no H. 155 = Synt. 16, Syr. L, X V III, 2 «El p erro y el herrero».


Sy. reduce el comienzo, que en Par., Dod. conserva el m etro; en cam ­
bio, tiene algún elem ento propio que puede ser antiguo (habla del yun­
que «que hace tem b lar la tierra»).

Finalm ente, las o tras dos fábulas a que estam os haciendo refe­
rencia re p resen tan un m odelo secundario, en el cual Sy. se encuen­
tra solo:
Las fábulas siriacas 387

no H. 183 = Synt. 13, Syr. XVI, 18 «El león y los tre s toros». Como
ya hem os dicho (p. 68) Sy. conserva los «dos toros», convertidos en
o tras versiones en tres. Deriva, pues, del m odelo prim ario y esto se
ve tam bién p o r la conservación del estilo directo (perdido en la
ram a prim aria: Aftonio, T em istio y B abrio). Pero se tra ta de un
derivado secundario, que pierde el comienzo; Syr. abrevia, pasando
al estilo indirecto.

no H. 190 = Synt. 52, Syr. X LII, 12 «El lobo y el león». Synt. altera
el final, en vez del diálogo final e n tre el lobo al que el león h a a rre ­
batad o su presa y este últim o, hay cierre del lobo, que com prende
bien que no le du re aquello que ha robado. Es u n a m oralización
cristiana.

no H. 246 = Syr. X X X V III «El mono». T am bién en Herm ., Priscia-


no y en versiones bizantinas, cf. A pp. III.

E ncontram os, pues, los diversos tipos que ya conocíam os en las


fábulas com unes con las Anónimas, sólo que con la inseguridad y
reservas que hem os expuesto. Añado a continuación la relación de
fábulas que solam ente en Sy. se nos h an transm itido :

no H. 3 = Syr. 62 «El águila y las gallinas»,


no H. 25 = Syr. X II, 14 «El hom bre y la serpiente»,
no H. 70 = Syr. X L I I «Una máxima»,
no H. 81 = Syr. 66 «El am o y el perro»,
no H. 123 = Synt. 6, Syr. XIV, 16 «El cazador y el lobo»,
no H. 136 = Syr. X III, 15 «El escarabajo y la abeja»,
no H. 146 = Synt. 48, Syr. LXIV, 3 «El Cíclope»,
no H. 147 = Synt. 19, Syr. XX, 22 «Los perros que desgarraban
un a piel de león».
no H. 157 = Synt. 38, Syr. X X X V III, 78 «El p erro que perseguía
a u na loba».
no H. 209 = Syr. X L «La horm iga y la perdiz»,
no H. 223 = Synt. 54 «El joven y la vieja»,
no H. 242 = Syr. 74 «La tram pa»,
no H. 252 = Syr. 65 «Los ríos y el mar»,
no H. 253 = Syr. 4 «El p re sb ítero y la vieja»,
no H. 255 = Synt. 45, Syr. L X III, 65 «El hom bre, el caballo y el
potro».
no H. 291 = Syr. XLVII, 47 «El toro y el león».
no H. 292 = Synt. 11, Syr. X I, 13 «El toro, la leona y el jabalí».
no H. 296 = Syr. X «Los tres presbíteros y el patriarca».

No es fácil colocar estas fábulas den tro de la tradición de la


fábula antigua: el hecho de que sólo en las colecciones siriacas se
388 Historia de la fábula greco-latina

encuentran, no quiere decir que en todos los casos sean creaciones


de las m ism as.
Una sencilla observación puede ayudarnos a avanzar en el p ro ­
blem a de los orígenes de estas fábulas. Así com o en tre las que h asta
ah o ra hem os visto era un caso excepcional que una fábula se encon­
tra ra sólo en Syr. (una fábula sólo en Synt. no se daba en absoluto),
aquí vemos que m ás de la m itad están en esta situación: 12 de 19.
E sto puede ser significativo. Pues la colección de S intipas, m ás
reducida que el con ju n to de las otras, pudo p rescin d ir de algunas
fábulas antiguas: faltan en él m uchas bien conocidas. Y en tre éstas
que estam os viendo, u n a que se halla sólo en S intipas, no H. 224, es
una novelita obscena que sin duda fue elim inada adrede p o r Syr.,
colección m ás cristian izada que S intipas, com o verem os. Pero la
existencia de 12 fábulas en tre 19 que sólo están en Syr., no puede ser
casual.
Y m enos si este hecho se acom paña de otros igualm ente significa­
tivos: concretam ente, todas o casi todas las fábulas que están en
esta situación p re sen tan huellas de un carác te r reciente, según ve­
rem os.
P ero an tes de p a sa r a este p u n to detengám onos en o tro que es
com plem entario de éste: las fábulas que están a la vez en Synt.
y Syr. tienen trazas de ser antiguas e igual la que hem os dicho que
se perd ió secu n d ariam ente en Syr. Ello se ve tan to p o r la e stru c tu ra
com o p o r el contenido; en ocasiones, p o r o tra p arte, son fábulas
derivadas de o tras conocidas.
P or ejem plo, no H. 123 es u n a fábula de situación seguida de
cierre: el cazador echa los p erro s al lobo que atacaba a las ovejas
y le acusa de cobardía. Una fábula de este tipo es, p o r su estru c tu ra
y su intención, perfectam ente com parable a m uchas conocidas. Lo
m ism o podem os decir de no H. 147 (tem a de la ψύσις del león), de
no H. 157 (tem a «no te tem o a ti, sino...» de H. 242), de no H. 255
(tem a de que hay que esp erar a que crezca u n anim al p ara que sea
útil), de no H. 292 (tem a del que ve el dolor propio y no el de los
otros). Son fábulas de situación, a veces de situación -agón, con
cierre. Incluso puede decirse lo m ism o de no H. 146, h isto ria del
hom bre que iba a suicidarse y encontró el tesoro del Cíclope —con
lo que fue éste el que se suicidó con la espada del hom bre—. En
efecto, en AP I 84 a b y Ausonio, E p . 14, p. 316 Peiper hay epigra­
m as con su stancialm ente la m ism a h isto ria aunque sin m ención del
Cíclope: 0 . W einreich, «Zu antiken E pigram m en u n d einer Fabel des
Syntipas», M él. H. G régoire I I I , B ruselas, 1952, pp. 417-67, cree que
vienen de un m odelo com ún. El tem a es el de la T ú k h e o F o rtu n a y
su tipo, el m ism o que pone en relación a un ho m b re y un dios, p o r
ejem plo, en esta m ism a colección, el de H. 112 «El hom bre y el
Héroe».
Las fábulas siriacas 389

Muy diferente es el panoram a de las fábulas que están sólo


en Syr. Ya la estru c tu ra, ya la ideología cristian a (que da sim bolis­
m os anóm alos a los anim ales, a veces), ya el origen oriental, ya dos
o tres de estos factores, delatan su origen reciente.
no H. 3 «El águila y las gallinas» desarrolla el tem a cínico del
anim al que perece víctim a de su codicia (la m osca, el tordo, etc.),
pero de una fo rm a estru c tu ralm en te com plicada y anóm ala y, ade­
m ás, con expresiones m ás propias de la predicación cristian a que de
la fábula antigua. E sta se conserva m ejo r en no H. 25 «El hom bre y
la serpiente», pero el tem a del juez en una disputa se tran sfo rm a en
el del m alvado que m edia en u n a d isp u ta de m alvados. E n no H. 81
«El am o y el perro» el tem a de la verdad es antiguo, pero el diálogo
es anóm alo. E n cam bio, no H. 208 no sólo es u n a fábula e stru c tu ra l­
m ente laxa y tard ía, sino que el tem a de la envidia y la hum ildad es
cristiano. C ristiana es tam bién la intención, creo, de no H. 252 «Los
ríos y el m ar» (tem a de que hay que evitar el contagio y la co rru p ­
ción), aunque quizá arran q u e del «problem a» de beberse el m ar en la
V ida de E so p o 69 (Esopo lo soluciona proponiendo que alguien separe
antes las aguas de los ríos). Y, finalm ente, la de no H. 291 «El toro
y el león», c o n tra el orgullo del que quiere vivir solo, confiado en
su fuerza.
E xiste luego o tra fábula, m uy curiosa p o r cierto, que creo deriva­
da del A h ik a r asirio (cf. vol. I, p. 313 ss). E ste es el caso de no H. 242
«La tram pa», fáb u la a la que aludí en vol. I, p. 378; la relación h a­
bía sido ya vista p o r la h erm ana Lefèvre, ob. cit., p. X X X V III. De
dicha colección vienen, desde luego, introducciones con consejos di­
rigidos a «Hijo m ío...» (que, p o r o tra p arte , han entrado en o tras
fábulas m ás de en tre las ya vistas); y, tam bién, el hecho de que en­
tre las fábulas se haya hecho e n tra r una m áxim a, introducida tam ­
bién con un «Hijo m ío...» (no H. 70). La fábula no H. 246 «El mono»,
in tro d u cid a de la m ism a m anera, no puedo localizarla fuera de la
fábula griega, p ero es a todas luces de origen o riental (m esopotám ica
o india).
De o tra p arte, no se puede d ejar de m encionar las anécdotas o
novelitas cristian as no sólo p o r su intención, sino tam bién p o r su am ­
biente: no H. 253 «El p resb ítero y la vieja», no H. 296 «Los tres p res­
bítero s y el patriarca».
Por lo dem ás, no puede excluirse que en algún caso una fábula
que está sólo en Syr. pueda ser de origen antiguo, no habiéndola re ­
cogido Synt.: ni m ás ni m enos que lo que ocurre en fábulas arrib a
estudiadas. Pienso, efectivam ente, que es antigua no H. 136 «El es­
carab ajo y la abeja», que contiene un ataque co n tra el que se m ete
a un oficio que desconoce. Es una fábula que incluye situación —
— agón de acción — lam ento (cierre) de la víctim a, a través de la
390 Historia de la fábula greco-latina

traducción francesa se adivinan todavía las fórm ulas m étricas del


griego: «en m o u ran t, il disait» = üvrjaxon’ δ'έλεγε, «(cela) m ’ est arrivé
à propos» = δίκαια πάσχω.

IV. C onclusiones

Las fábulas de S intipas y las traducidas p o r la herm ana Lefèvre


proceden sustancialm ente de una m ism a colección. Con frecuencia,
el texto de unas y o tras coinciden exactam ente, palab ra por pala­
bra; aunque en o tras hay diferencias cuyo origen hem os de estudiar.
Evidentem ente, el m an uscrito que sirvió de base a la versión siriaca
luego trad u cid a p o r A ndreópulos (el llam ado Sintipas), eligió sólo
una p a rte de las fábulas del modelo. Sólo recogió 62 fábulas, que se
en cu en tran todas ellas, salvo la excepción que hem os m encionado,
tam bién en Syr. La colección era, pues, m ás extensa: con las fábulas
ex tra que hay en Syr. se llega a un total de 87, del cual hay que des­
co n tar las fábulas que hem os considerado recientes, que es muy
posible que fueran añadidas secundariam ente al m anuscrito original.
Hay que añ adir, de o tra p arte, fábulas de la versión árabe (las lla­
m adas fábulas de Loqm an) y una nueva de las tran sc ritas en ca­
racteres hebreos.
A ndreópulos traduce, pues, al griego en el siglo xi d. C. una co­
lección siriaca que seleccionaba dentro de o tra colección tam bién
siriaca m ás am plia; si no es Andreópulos el que seleccionó dentro
de la colección siriaca base. Prescindiendo ahora de las diferencias
que pud iera h ab er en tre el texto seguido p o r Andreópulos y el de
las colecciones que englobam os bajo la sigla Syr., en todo caso muy
próxim as, se pueden avanzar algunas conclusiones sobre la colección
base.
C ontenía fábulas griegas de extensión m edia (unas 12 líneas) o
breve (entre 3 y 5), seguidas todas ellas de epim itio y perteneciendo
e stru c tu ra l y tem áticam ente a los tipos que ya conocem os. Es una
colección que no adm ite duplicados de una fábula, com o los hay
en las Anónimas y en la tradición «babriana»: es decir, una colección
realizada p o r un a u to r individual, igual que las de Fedro, B abrio,
Aviano y otros. C uriosam ente, da u n a gran preferencia a las fábulas
anim ales (con dos o tres anim ales o con un hom bre y un anim al;
tam bién hay p lan tas y personificaciones diversas); hay, con todo,
unas pocas anécdotas hum anas o de hom bre y dios, un m ito (el
del Cíclope), u n a novelita (la del joven y la vieja).
E sta colección base, que fue trad u cid a al siriaco en algún m om en­
to en tre el siglo ix y el xi d. C .2, era una colección de fábulas ya
prosificadas. Son num erosos los lugares en que la com paración con
2 Cf. la edición de la hermana Lefèvre, p. III.
Las fábulas siriacas 391

las versiones griegas conservadas en pasajes donde éstas h an m ante­


nido el verso o d ejan reconstruirlo, hace ver que las fábulas siriacas
dependen de un original con el verso ya destruido. Se podría hacer
un larguísim o catálogo de pasajes, pero vam os a lim itarnos a unas
pocas cosas.
A veces un sim ple cam bio del orden de palabras del comienzo
de la fábula indica una prosificación: así en H. 242 donde el λεόντ’
'Εφευγε ταύρος original, m étrico (cf.Apéndice) sufre inversión del orden
de los anim ales y conversión del im perfecto en participio en Synt.
40, Syr. LIV; o en H. 2, donde el verso original, que hem os recons­
tru id o al h ab lar de Aftonio (cf. p. 233), resu lta im posible al colocarse
el águila en cabeza en Synt. XXV, 27. Son infinitos los ejem plos de
este tipo que po d rían ponerse. O tro caso es el de los añadidos igual­
m ente am étricos. Así, el comienzo de H. 58 tenía u n verso que se
conserva en F. An. II I quitando el γυνή inicial: χήρα τις δρνιν είχε.
Pero ese γυνή estaba en el m odelo de la A ugustana y dem ás F. An.
y en el de Synt. (γυνή τις χήρα σρνιν έκέκτητο) y Syr. («il y avait
une fem m e veuve»). Otro caso todavía es el de alteraciones o su sti­
tuciones en cu alquier lugar de la fábula que igualm ente destrozan el
verso. Así en H. 213 el o δε Ζευς/προς αυτόν είπε m étrico, de
F. An., deja paso en Synt. 18, Syr. 77 a una versión en que interviene
Apolo, cosa m étricam ente im posible. Claro que hay m ás argum entos
todavía. Cuando, com o en H. 76. S. deriva de un m odelo conservado
que tenía ya elem entos am étricos y los conserva, es claro que se­
guía siendo am étrico (Synt. 15, Syr. XVII, 19, véase m ás arriba). Igual
en otro s casos de derivación secundaria.
La colección griega que estam os tra ta n to de definir presentaba
determ inadas innovaciones de que hem os hablado y o tras que van a
ocuparnos luego. Pero es claro que, aunque conservara en m uchí­
sim os casos u n texto m ás antiguo que el de las versiones de F. An.
y o tras colecciones que han llegado a nosotros, texto en m uchos
casos derivado de u n a versión prim aria, no eran ya fábulas en verso,
sino sem iprosificadas.
Pensem os que el núcleo de esta colección consistía en los mo­
delos sem iprosificados de las F. An. que hem os establecido que se
conservaron en Bizancio h asta el siglo ix d. C., puesto que fueron
utilizados repetid am en te p ara contam inar las varias colecciones: m ás
concretam ente, se tra ta de la colección que hem os llam ado «Antigua
Augustana», pero ya adicionada con unas pocas fábulas m ás provista
de epim itios sistem áticos. El au to r de la colección añadió fábulas
de trad ició n p rim aria o secundaria que faltaban en las Anónimas;
tuvo a su disposición m odelos utilizados p o r Par., Dod., B abrio, etc., y
que faltaban, parece, en su colección-base, tam bién versiones p a ra ­
lelas a las m encionadas.
392 Historia de la fábula greco-latina

Con esto no queda resuelto todo. A veces, ya sabem os, en nuestras


F. An. hay duplicados pertenecientes bien a diversas subcolecciones
bien a u na m ism a: n u estra colección seguía, según los casos, una u
o tra línea. P or ejem plo, en H. 87 seguía la línea de la fábula con­
servada en la, no la de I: una línea secundaria, que variaba la fábula
del lechón y las ovejas. Sin duda le gustó m ás. Como le gustó m ás
u n a fábula derivada, la de la zo rra y el león (Syr. XIX, 21), que su
m odelo «El lobo y el cabrito». Hay otros varios casos, ya lo hem os
visto, en que pudiendo h ab e r seguido la línea p rim aria conservada
con b astan te fidelidad p o r nu estras F. An., S. siguó u n a secundaria.
E videntem ente, tenía an te sí al m enos dos colecciones: una, la «Anti­
gua Augustana» am pliada; otra, u n a colección que incluía fábulas
ajenas a éstas, pero tam bién evidentem ente fábulas em parentadas
con ellas, bien m odelos bien derivados suyos. Colección ésta segunda
com parable, como hem os de ver, a la utilizada p o r los redactores de
Par. y Dod. Pues bien, con estas dos colecciones a la vista (y la segun­
da podía ser, en realidad, m ás de una), el au to r de la n u estra elegía
librem ente o de una o de otra: m ás frecuentem ente, com o decimos,
de la p rim era. Lo que no hacía era duplicar.
Es verosím il que incluso allí donde es el único testigo de una ver­
sión secundaria, sigue un texto griego. Tam bién, creo, cuando in tro ­
duce ciertas innovaciones m ás o m enos m oralistas, com o algunas
que hem os indicado y que son com unes a Synt. y a Syr.: la presencia
del rayo en vez de la nieve en H. 94, el tem a del juez m alvado en
un en frentam iento en tre m alvados (no H. 190). Sobre todo, ciertas
variaciones de los epim tios, tam bién de tendencia m oralista. Aunque
véase m ás abajo sobre esto.
La verdad es que, allí donde una fábula está al tiem po en Synt.
y en Syr. es ra ro que podam os h ab lar de u n a tendencia cristian a ex­
plícita, aunque sí, a veces, de un m oralism o próxim o al cristiano.
La principal excepción es el epim itio de no H. 292 que repite el co­
nocido p asaje evangélico «con las m edida con que m idáis, seréis
m edidos». P or lo dem ás, la colección griega, ya lo hem os dicho, es
esencialm ente una colección griega tradicional. Ni siquiera le falta
una novelita obscena (elim inada, ciertam ente, p o r Syr.).
Claro que aquí se p resen ta u n problem a adicional o, m ejor dicho,
dos: el de en qué m edida puede hab er en n u estras fábulas innova­
ciones atrib u ib les al tra d u c to r (o trad u cto res) sirios; y el de la rela­
ción en tre los textos de Synt. y Syr.
Es claro, p o r ejem plo, que ciertos cam bios en los nom bres de
los anim ales o en los personajes hum anos pueden venir de la m ala
inteligencia del texto original p o r p arte del tra d u c to r sirio. Quizá
a este tra d u c to r —el au to r de la p rim era versión, quiero decir—
puedan achacársele ciertas m odificaciones b astan te torpes (como la
de la fábula del m urciélago, H. 181, de que ya hablam os) y ciertas
Las fábulas siriacas 393

m oralizaciones, incluso la citada del Evangelio. Pero esto no pasa


de ser una hipótesis.
Se b asa en que, aunque hem os de ver que el tra d u c to r del texto
base de Syr. ten ía acceso al griego, sus coincidencias con Synt. en
cosas a rb itra ria s o erróneas, tales ciertos cam bios de anim ales, hacen
pen sar que tam bién tuvo ante sí la p rim era versión siriaca. P or ello
la coincidencia de Synt. y Syr. no es pru eb a absoluta de que continúen
el griego.
Insistam os ah o ra sobre el problem a del texto de Syr. N uestras
tres fam ilias de m an u scritos hacen selecciones p articu lares de fábu­
las de texto p rácticam ente idéntico: parece que todas ellas estaban
sacadas no solo de una m ism a colección, la que hem os estudiado
h asta ahora, sino de un m ism o derivado de esa colección. Un deri­
vado en que ciertas fábulas tenían un texto en p arte diferente del
trad u cid o en Synt.: diferencia que incluye la presencia de elem entos
cristianos en el cuerpo de la fábula y los epim itios, la frecuente
sustitu ción de éstos p o r otros, la introducción de «prólogos» del
tipo conocido del A h ika r; y que incluye tam bién la adición de unas
pocas fábulas nuevas, bien cristianas, bien orientales.
Ya hem os dicho que u n a hipótesis posible es que una traducción
siriaca original, seguida p o r Andreópulos, haya sido secundariam ente
reelaborada y alterad a, saliendo de aquí las diversas versiones de
Syr. (que serían, en definitiva, u n te rc e r grado). La com paración con
los originales griegos dem uestra, al m enos, que hay un m ayor aleja­
m iento. Así, p o r ejem plo, cuando el epim itio de Synt. coincide prác­
ticam ente con el de sus m odelos griegos, m ientras que en Syr. ha
sido alterado: así, p o r ejem plo, en H. 132, fábula del vientre y los
pies; en H. 205, fábula del p ajarero y la perdiz; etc. O cuando hay
las alteraciones de sentido cristiano u oriental a que ya nos hem os
referido o, sim plem ente, ciertas m odificaciones que alejan del texto
griego original. Pero ¿es este texto o su traducción siriaca lo que
se ha m odificado?
Son dudosos casos com o el de H. 46 «Boreas y el Sol» en que en
Syr. faltan el final y otros elem entos de Synt., pero am plía el cen­
tro; o H. 49, en que Synt. y Syr. tienen dos epim itios, diferentes
en tre sí y del m odelo griego. Ambas cosas ocurren a la vez en H. 174
«Los ratones y las com adrejas», siendo, notablem ente, el de Synt. el
epim itio cristianizado.
Digo que son dudosos porque en ellos caben las dos hipótesis,
m ien tras que hay algunos otros en que las diferencias e n tre Synt. y
Syr. pueden atrib u irse con seguridad a acceso independiente al m o­
delo antiguo. Así en el de H. 122 «El jard in e ro y el perro», donde es
Syr. y no Synt. el que sigue sustancialm ente el cierre de las F. An.
o el de H. 121 «El jardinero», donde las diferencias en tre las dos
líneas al final de la fábula (Synt. explica la duda del jard in ero refi­
394 Historia de la fábula greco-latina

riéndose a la Providencia, Syr. al tem a de la m adre y la m ad rastra)


se com prende si se ve que en o tra ram a de la tradición, la que está
en V ita A eso p i 34-35, aparecen am bos tem as. Más grave sería aún
el p roblem a si se confirm a que las diversas ram as de Syr. han po­
dido ten er acceso independiente al griego, como en el caso de las
variantes en tre Syr. XXVI y 28 en H. 151 «El león que se asustó
del ratón» (véase m ás arrib a, pp. 378 y s.).
Así, n u estras conclusiones no pueden ser todas absolutam ente se­
guras ni exhaustivas: pero van m ás allá de lo h asta ah o ra sólo m uy
vagam ente entrevisto. Presuponen una evolución en varias fases.
Una p rim era consiste en la creación de la colección griega bási­
ca, trad u cid a luego al siriaco y después o tra vez (parcialm ente) al
griego p o r Andreópulos. La colección griega de p artid a representa
una síntesis en tre una colección antigua sem iprosificada, m odelo de
las Fábulas Anónim as pero aún m enos am plia, y o tra u o tras colec­
ciones m ixtas, con m aterial ajeno a las Anónim as y o tro em paren­
tado con ellas. El a u to r de la colección am plió un núcleo obtenido de
la p rim era colección con cosas que faltaban en ella, sacadas de la
segunda, e incluso con redacciones en la segunda fábula com unes a
am bas: siem pre sobre la base de no repetirse. Dio la preferencia a
las fábulas m edias y breves, y conservó la frecuencia de los tem as p ro ­
pios de las fábulas cínico-m oralizantes. Incluyó tam bién algunas
anécdotas e incluso u na novelita. Sólo en raro s casos se perm itió
am pliar, en el texto a los epim itios, el ca rác te r m oralizador; y aun
es posible que esto haya que atrib u irlo en cierta m edida al trad u c to r
sirio.
E sa colección griega es fundam entalm ente la base de la segunda
trad u cció n siria, la de Syr. E sta conservó en algunos casos el texto
original m ejo r que la p rim era traducción, pero generalm ente lo al­
teró m ás, incluida la adición de elem entos cristianos y orientales.
En un caso, dio u n a nueva versión de u n a fábula que ya había sido
recogida an tes en versión m odificada: caso de H. 274 «El etíope», en
que Synt. 41, Syr. LX, 67, dan una versión secundaria y Syr. I, 1 o tra
diferente; dado que hem os sentado que la colección-base no se
repite, la segunda versión la inventó el re d acto r de Syr. si no la
buscó en una fuente suya peculiar. O in tro d u jo una versión secun­
daria de una fábula an terio r no recogida p o r Synt. (H. 194 «El asno
salvaje», cam bia la intención, ahora cristiana). Añadió, finalm ente,
algunas fábulas nuevas sólo aquí testim oniadas. El am biente orien­
tal de algunas de ellas, sobre todo de las anécdotas cristianas, hace
p en sa r que el origen de esta colección debió de e sta r en Asia Menor.
Ahora bien, si hem os dicho que la colección griega de que veni­
m os hablando está en la base de esta segunda traducción siria, con
ello no hem os querido decir que sea el origen único. Puesto que en
Syr, hay fábulas que en ella no estaban, es claro que su redactor
Las fábulas siriacas 395

tuvo u na capacidad de iniciativa, no era un m ero trad u cto r. Si a ve­


ces acudió al texto griego allí donde Synt. lo abandonaba, esto con­
firm a lo m ism o. E n sum a: es fácil que el texto griego seguido por
esta colección p re sen tara m odificaciones respecto al seguido p o r el
tra d u c to r an terio r, los elem entos cristianos, p o r ejem plo pudieron
in tro d u cirse gradualm ente. Pero el tra d u c to r pudo a su vez m ante­
n er cosas p ropias de la p rim era versión siriaca, que sin duda tenía
ante la vista, y añ ad ir o tras suyas originales. E incluso pudieron
hacerlo los copistas de las tres tradiciones m anuscritas y acudir
incluso tam bién ellos, en ocasiones, a los textos griegos a su alcance.
N uestra trad ició n nos abre una vía de acceso al m undo de la fá­
bula en Bizancio: a la conservación de versiones antiguas luego p er­
didas, a la en tra d a de elem entos cristianos y orientales, que p o r o tra
p a rte se copiaban independientem ente en los m ism os m anuscritos
(la V id a de S in tip a s, etc.). Y a la interacción en tre la lite ra tu ra griega
y la siria y al influjo de la p rim era, a través de ésta, en la árabe.
Un pan o ram a no disím il del que al m ism o tiem po se daba en
Occidente. Hem os de volver sobre ésto.
Volviendo a n u estro tem a concreto, podríam os sum arizar así
n u estro s resultados:

C ol. Gr. A C ol. Gr. B


(« A n tig u a A u g u sta n a » a m p lia d a ) (O tra s fá b u la s )

c o ls . s ir . c o l. o r ie n t a le s
CAPITULO III
LAS C O L E C C IO N E S V IN D O B O N E N S E Y ACCURSIANA

I. G eneralidades

E n vol. I, p. 104 ss. ha quedado dicho lo m ás esencial sobre estas


dos colecciones (grupo de colecciones, en realidad, en el caso de la
Accursiana) bizantinas, que continúan, hablando en térm inos gene­
rales, la trad ició n de la Augustana. Aquí voy a in sistir sobre su
derivación, que ya en el p asaje citado se dijo que no es directam ente
a p a rtir de n u estra Augustana, sino a p a rtir de la pre-Augustana, que
ayudan a conocer m ejor. Con ello podrem os ver m ejo r cóm o se desa-
rolla el fenóm eno de la creación de colecciones, pues lo que sucede
con las bizantinas no es m uy d iferente de lo que podem os im aginar
p a ra la época an terio r.
Aunque he de an u n ciar de antem ano que el estudio de estas co­
lecciones bizantinas va a tra ta r de tra z a r solam ente las grandes
líneas de su evolución. De un lado p orque —igual que en el caso
de la y Ib — el estudio de su tradición m an u scrita no ha sido nunca
realizado a fondo, no tenem os m ateriales suficientes p a ra ilum inar
en detalle el proceso de derivación de las colecciones. De o tro p o r­
que no es n u estra intención e n tra r en el detalle de esa evolución
fábula a fábula y subcolección a subcolección: es un estudio en p arte
de crítica textual, en p a rte literario que precisaría de un libro com ­
pleto p a ra ser llevado h asta el final.
No es fácil, p o r o tra parte, distinguir en tre el estudio de colec­
ciones y subcolecciones y el estudio de m anuscritos. Pues con fre­
cuencia son m ixtos, h an acogido fábulas de procedencia varia. Y
o tras veces no se ve claram ente si lo que se edita com o el texto de
una fábula en u n a d eterm inada colección es exactam ente ésto (aun­
que dicho texto aparezca tam bién en uno o varios m ss. de o tra) o si
se tra ta de dos textos que han sido fundidos artificialm ente sobre
la base de que los textos de las diversas colecciones están con fre­
398 Historia de la fábula greco-latina

cuencia próxim os: sobre todo los de I y la, I y II, II y II I δ, II I δ y las


otras colecciones de III.
Así, prescindiendo de las fábulas cuyo texto se edita sobre la
base co n ju n ta de I y la o I y Ib o I y la y Ib, tenem os algunos otros
textos m ixtos:

I + II: cf. H. 71 (I y T de II), caso raro.


I + II I δ (a veces tam bién la): fábulas muy num erosas a p a rtir
de H. 218.
II + I I I δ : H. 46, 100, 268, 285, etc., etc. (las dos últim as, sólo en
estas colecciones).
III ¿ ( y a veces III y, II I β, III a) + la y /o Ib: H. 262, 271, 274,
278, 283, 284-286 (pero en H. 273 II I δ da un texto d iferente de Ib).

E stos son algunos ejem plos. Hay casos m ás com plejos; a veces
los m ss. de la y /o Ib, p o r ejem plo, se escinden en dos textos diferen­
tes (o algunos contienen dos versiones) e igual otros m ás. E fectiva­
m ente, un ms. que h ab itualm ente pertenece a una colección presenta
a veces un texto de o tra o bien p re sen ta dos textos. E stos textos
van a veces con I, a veces con o tras colecciones.
Hay que n o tar, adem ás, varias cosas:
a) Al ser m ixtos diversos mss. la atribución sistem ática de los m is­
m os a una recensión es dudosa. Así en el caso de F = Mb (Vat. gr. 777):
en u n a serie de fábulas (H. 282, 285, 287, 288, 290) H a u srath da un
texto sobre la base de II I δ y F, atribuyendo éste a la Agustana (I),
com o es habitual; análogam ente, p a ra H. 291 lo da sobre Ib y F. Pero
H. 292-297, sólo en F, se atribuyen a II I <5. Lo único claro es que F
presen ta algunas fábulas «particulares», algunas com unes con I I I δ,
o tras sólo en él. Análogam ente, una serie de fábulas (H. 298-299,
301-306) están sólo en M y a veces en M(on), dos m ss. h abitualm ente
de II I á: no son fábulas de II I δ, sim plem ente son fábulas que estos
mss. en co n traro n en algún lugar e incorporaron. Alguna de ellas
está tam bién en P (habitualm ente de II) o en F: la conclusión es
la m ism a.
b) De o tra p arte, así com o la V indobonense form a un todo en
con ju n to coherente, la colección I I I δ (considerada a veces com o
in term ed ia en tre I y II y en tre I y III, cf. vol. I, pp. I l l ss.) y las co­
lecciones II I y, I I I β y II I a (de la Accursiana, cf. sobre su rela­
ción lug. cit., p. 108) ya dan todas ellas, ya solo algunas, u n a m ism a
fábula. Y ello con diferencias en el texto, a veces m uy notables
(cf. p o r ej. H. 283 y 284, donde H a u srath im prim e un texto diferente).
Es m ás: en ocasiones las diversas colecciones o subcolecciones con­
tinú an líneas diferentes de la tradición fabulística antigua, que han
en trad o en ellas aisladam ente.
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 399

c) Así se com prende, tam bién, la en tra d a en ciertos m ss. de I


(G y F) de fábulas coliám bicas que hem os estudiado en el capítulo
dedicado a B abrio. Es m ás, diversos m ss. de I, II y III incluyen fá­
bulas en dodecasílabos políticos bizantinos. Y otros incluyen fábulas
de la p aráfrasis bodleina ’. Pero no se tra ta solo de un extra, un
añadido que d em u estra que los copistas de estos m ss. tenían ante sí
mss. de la línea de tradición que h abitualm ente se opone a la de las
F. An. Sucede, adem ás, que en ocasiones en II y /o II a veces ha sido
su stitu id a la fáb u la de tradición de las F. An. p o r una de esta o tra
línea. Y que m anuscritos diversos de III a veces han introducido
fábulas p o r lo dem ás desconocidas en tre las Anónimas y que tienen
(aunque no siem pre) origen en esa segunda línea (cuando el texto no
coincide, exactam ente, con el de Par.). Más todavía: el texto de II o
II I puede salir del de Dod., precisam ente.
d) Tam bién q u erría re co rd ar que en H. 260 los m ss. de F. An. I,
tras d ar su texto propio, añaden el de III: argum ento decisivo, si
es que era necesario, p a ra d a ta r esta colección en el siglo ix, como
vengo proponiendo desde hace años (el ms. G es del siglo x).

E n definitiva: los copistas de nuestros mss. y aun sus predeceso­


res los creadores de las distintas líneas de tradición, tenían en la
edad bizantina an te sí todo el despliegue de esa tradición: el cono­
cido p or n o sotros y el m ás antiguo. La presencia de restos de verso
en II y II I m ás am plios que los de I, testim onia la conservación de
fuentes antiguas h asta el siglo ix al m enos. Las dos líneas p rincipa­
les, la de las Fábulas Anónimas y la «babriana» o derivada de la
que hem os llam ado colección II, se reencontraban ahora de nuevo,
tra s siglos de separación a p a rtir de su com ún origen. Pero tam bién
se tenían en cu enta o tras líneas, incluso de origen oriental.
Como prólogo al estudio de la relación en tre las colecciones allí
donde se conservan versiones de varias de ellas de una m ism a fá­
bula, versiones derivadas en definitiva de una m ism a línea, voy a
exponer el m aterial «nuevo» respecto a F. An. I que aparece en II
y III. A su vez esta exposición se dividirá en dos p artes, ya indicadas:
fábulas nuevas y fábulas con versiones de tradiciones diferentes.

II. L as nuevas fábulas de la V indobonense y la A ccursiana

1. C atálogo

En realidad, la V indobonense no añade fábulas nuevas: pero al­


gunas de la A ccursiana están tam bién, com o he dicho, en m ss. de

1 Cf. el detalle en «La tradición fabulística...», cit., pp. 7 y ss.


400 Historia de la fábula greco-latina

la V indobonenese. Por o tra p arte, hay fábulas de la A ugustana que


en realidad vienen de estas o tras: precisam ente al e stu d iar la Augus­
tan a dejé ap arte, p o r este m otivo, H. 234 y he de in sistir en algunos
casos en que la A ugustana es la línea secundaria respecto a F. An. II
y /o III.
Doy p rim ero la relación, a p a rtir de H. 268, donde, tra s las fá­
bulas añadidas p o r Ib, com ienzan las nuevas de I I I δ (y eventual­
m ente o tras subcolecciones), F, M (y eventualm ente otros mss.),
M arc. Algunas están solo aquí, o tras en o tras colecciones o en la
V id a de E so p o . Es claro que en definitiva, los creadores de II I δ y
dem ás no h an hecho o tra cosa que sus predecesores de Ib y de las
colecciones an terio res: a ñ a d ir m aterial nuevo, sacado de varias fuen­
tes, a sus m odelos. Los análisis que siguen pueden com pletarse en el
Apéndice I.
H. 268 «El perro , la zo rra y el gallo» (II, II I δ). F ábula sin verso,
de e stru c tu ra m uy com pleja, m ás bien de cuento, que invierte el
tem a de «El cuervo y la zorra» (ésta es la víctim a, p o r la alianza del
p erro y el gallo). Es, sin duda, una derivación bizantina de m otivos
antiguos. Sólo aquí.
H. 269 «El león, el lobo y la zorra» (III a ßy, la). O tra narración
larga de e stru c tu ra anóm ala. La zorra se venga del lobo, recetando
al león enferm o que se vista con la piel de aquél. Pienso que se tra ta
de un m otivo de origen indio, aunque se han m ezclado referencias al
tem a tam bién griego del león y sus servidores: cf. pp. 521 y s. Y que
ha llegado a E u ro p a (se difundió m uchísim o en la épica m edieval eu­
ropea) a través de Bizancio: los restos de verso que aparecen en
n u estra fábula perten ecen en realidad a dodecasílabos políticos y no
hay, en este caso, argum entos a favor de que vengan a su vez de
coliam bos o trím etro s yám bicos. Sólo aquí, en griego.

H. 270 «La tern e ra y el buey» (II, II I δ, II I φ). F ábula de situación


con cierre del buey (B sit.—Cacc./Adir.) y elogio del πόνος o trab ajo :
sin duda helenística. Es un ejem plo m uy característico de fábulas
de la línea Par., Dod., B. (y Aviano, que depende de B.), que p resen tan
verso helenístico com plem entario, a veces preb ab rian o (Babrio
am plía). En II-III es donde m ás hay: cf. p o r ejem plo ]έκράτησαν
του σφάξοίΐ, έμελλες άρτίως τυ9ήναι (Cas.), ίδών δ 'δ βοΰς έμειδίασε καί[ ]ειπε,
pasajes m odificados m ás o m enos en las o tras fuentes. Sin em bargo,
II-III abrevian en algún m om ento (elim ina καί ταλαιπωρείς λίαν Dod.,
ó βούς δ’ έσίγα (Par. 1): es decir, es un derivado m ás del m odelo que,
eso sí, no está contam inado p o r B. com o Par. y Dod.

H. 271 «La alondra» (III aßyö, la, Ib, II). F ábula breve (4 versos) de
situación con lam ento: tem a estoico de la igualdad de la culpa pe­
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 401

queña y la grande. Hay m ucho verso com plem entario aquí y en Dod.,
únicos testigos.
H. 272 «El asno y el caballo (III αβγ). Fábula que pasó a E uropa
occidental (cf. p. 610) y d esarrolla los tem as de la realidad y de la
ap ariencia y la vanidad castigada. E squem a tradicional: A /B sit.—
Bacc./Aacc. Aquí III tiene verso com plem entario con Par. y Dod.,
pero en con ju n to se tra ta de una versión reducida respecto a la
conservada p o r S., sin duda derivada m ás directam ente del m odelo
prim ario.
H. 273 «El águila» (III cuy). Es u n a fábula de situación con lam en­
to, derivada en definitiva de Esquilo (cf. p. 236). Es m uy notable que
el texto de II se halle tam bién en los m ss. de Par.: la fábula es edi­
tad a p o r C ham bry 7 com o perteneciente a Par. E ste texto contiene
verso helenístico: cf. p o r ejem plo, ~\εΐσήλ&εν, j ή δέ γλυφή σύν τοΐς
πτεροΐς\_ ]είστήκει. / ‘0 δ ίδών έφη καί τοΰτό μοι ετέ,ρα λύπη / το τοϊς
ίδίοις < υ _ > πτεροϊς [έν] απο9νήσκειν.

Ahora bien, de esta línea sale otra, resum ida y con nuevo verso:
va a p a ra r a Ib = Par. 2 y a Aftonio 32 (cf. supra, p. 279 y p. 236,
sobre Aftonio). Es notable la serie de escalones en esta línea ajena
a la A ugustana y su paso a E u ro p a occidental (cf. p. 610).
H. 274 «El etíope» (III αβγ), Ib). Cf. p. , sobre las tres líneas de
esta fábula: la de I I I es la m ism a de Aftonio y Tem istio. E ste está
m ás lejano pero com binando II I y Aphth. (que derivan de una m ism a
sem iprosificación) salen versos com pletos: ] προσήγε τά ρύμματa, /
λουτροΐς δε πάσι φαιδρύνειν έπειρατο / καί < _ υ _ ^ > μεταβαλεϊν ούκ
εσχε, / νοσεϊν δέ τώ πονεϊν παρεσκεύασατο. (m ss. παρεσκεύασεν). Resul­
ta notable que, en este caso, las tres líneas sean ajenas a la «babria­
na». El tem a es el de la naturaleza, que es inm utable: el negro no
puede ser blanqueado. La fábula es de situación seguida de acción.
H. 275 «El cervato y la cierva» (III αβγ). O tra fábula sobre la n a­
turaleza: el ciervo no puede en fren tarse a los perros. Esquem a:
B ld ir. / B2dir. C om binando III, Par. y Dod. sale m ucho verso: νεβρός
ποτε προς τόν ελαφον [ / πάτερ, σύ και μείζων και ταχύτερος κυνών
πέφυκας, etc. Aftonio viene de u n derivado y p re sen ta m ucho verso
nuevo, cf. p. 234 (curiosam ente, cam bia el ciervo en cierva, engañado
p o r el género epiceno).

H. 276 «El p asto r y el lobo» (III αβγ). Quizá derivada de E squi­


lo, cf. vol. I, p. 415. Es un pequeño agón A /B sit.—Bacc. + acc./Aacc.
Sólo se en cu en tra en III, curiosam ente. P resenta huellas de verso
helenístico: el com ienzo sería, creo, ΐίοιμήν νεογνόν [ _ u _ ] σκύμνον
ευρών λύκου / σύν τοΐς κυσιν [ υ υ ] ίτρεφεν. ‘Επει δ'ηύξή&η / ei' ποτε λύκος
402 Historia de la fábula greco-latina

πρόβα.τον[ y se en cu en tra m ás verso. El tem a es, u n a vez m ás, el de


la natu raleza que no cam bia. Sólo aquí, pero hay un derivado indio.
Cf. p. 567.

H. 277 «El cisne» ( I I I aßy). F ábula (o m ás bien relato de falsa


H isto ria N atural, quizá derivado del F edón platónico) que sólo está
aquí y en Aftonio: en am bos lugares aparece verso helenístico com ­
plem entario. Cf. Apéndice I. Tem as de la op o rtu n id ad y de la n a­
turaleza.

H. 278: «La m u jer y el m arido borracho» (III aßy, la). Más que
fábula es una novelita larga y difusa, co n tra la em briaguez. Sólo
aquí aparece y sus restos de verso parecen pro ced er de políticos
bizantinos.

H. 279 «El hijo, el p ad re y el león pintado» (III,y<5). Más que fá­


bula es un m ito largo y difuso sobre la inexorabilidad del destino.
N u estra versión halla u n a m uy próxim a en los m ss. de Par.
( = 296 Ch.) y hay o tras em parentadas en Dod. y B. (que en reali­
dad es T. Assend. 1, tb. en Mb). Ahora bien, todo indica que en este
caso el m odelo es Babrio: de él salen independientem ente Dod. y
Par., del cual II I es una sim ple variante.

H. 280 «Los ríos y el cuero» (III y δ). Deriva de una fábula de cua­
tro versos, quedan restos aquí y tam bién, com plem entarios, en Par.
Es un p u ro chiste. Aviano saca de aquí una fábula prácticam ente
nueva. E squem a: A /B sit.—A ind./B dir.—Adir.

H. 281 «El arq u ero y el león» (III y<5). F ábula com pleja y anó­
m ala sobre la su p erio ridad del hom bre sobre el león; quizá de ori­
gen o riental (cf. una versión egipcia en vol. I, p. 725). Toda la tra ­
dición (III, Par., Dod.) viene de B abrio. Véase p. 248 sobre una de­
rivación en Au. (y p. 545 sobre versiones occidentales).

H. 282 «El calvo» (III yö, F). Fábula de situación con cierre de
lam ento; tem as de los ομόφυλοι y de la am istad. Hay restos de verso,
m ejo r conservado en Par.: probablem ente es derivación de una fá­
bula de B abrio, de la que tam bién sale Aviano.

H. 283 «El p erro en el banquete» (III γδ, la, Ib, I l l a ) . Anécdota


com pleja, que term in a en u n cierre en el que el p erro expulsado del
ban q u ete lo disim ula (tem a de H. 15). El verso de la fábula viene
de la versión de Dod., de la que resp eta dodecasílabos com pletos;
pero a su vez Dod. y B. vienen de un m odelo com ún con verso he­
lenístico (Par. de B.) H au srath im prim e ap a rte el texto de II I y el
de I l l a : ya uno, ya o tro está m ás próxim o a Dod.
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 403

H. 284 «El h om bre que rom pió la imagen» (III yó, Ib, II I a). Peque­
ño agón de tem a irreligioso, con cierre de crítica religiosa p o r p arte
del que rom pió la im agen y sólo entonces encontró el oro. El ste m m a
es com o el an terio r: n uestro texto viene de Dod. y éste y B abrio (y
el cód. B rancacciano) dependen de un original helenístico, que se
puede re co n stru ir casi enteram ente, cf. Apéndice I. Hay un eco en
A.P. XVI 187. Tam bién aquí hay dos versiones a p a rtir de Dod.: las
de II I a y II I γ.

H. 285 «La mula» (II, III γδ, F). F ábula de situación un poco anó­
m ala: Bsit. —Bdir. —Bacc. La m uía, obligada a co rrer, se acuerda de
su p ad re el asno, antes sólo se acordaba de su m adre la yegua. Es
un eco de Arquíloco, cf. vol. I, p. 413; de un verso helenístico que
se reconstruye casi en teram en te sale esta version y la de B., cf. Apén­
dice I. E n P lutarco 150a hay una version próxim a, quizá contam i­
nada. Pasó a Occidente, cf. infra.

H. 286 «El caballo y el asno» (III οιβγδ, la). Es u n a variante de


H. 192«El asno y la muía», fábula sobre la cual véase m ás arriba,
p. 316. Ahora bien, esta version (p o r lo dem ás próxim a) sale de un
verso helenístico diferente, probablem ente de un verso secundario
derivado de aquél: produce no sólo este texto, sino tam bién Par.,
Dod. y B.

H. 287 «El gusano y la zorra» (III ay<5). Tem a del que se las
da de m édico y no se cura a sí m ism o: quizá de H. 170 (de Arquí­
loco), quizá fabulización de Solón 1, 57 y ss. El esquem a es tra d i­
cional (Bacc.-dir./Cdir.), pero n u estra versión deriva de B abrio
(quien, a su vez, viene de u n m odelo helenístico ju n to con Aftonio,
Tem istio y Aviano).

H. 288 «El cuervo enferm o» ( I lla , F). F ábula breve de situación


con discurso d irecto del cuervo y resp u esta de la m adre: es crítica
del que o ra a los dioses sólo en la hora de la necesidad y olvidán­
dose de su p ro p ia m aldad. N uestro texto es, u n a vez m ás, un deri­
vado de Dod., que a su vez viene de un verso helenístico del que a
su vez sale B. (de donde Par.).

H. 289 «El trom peta» (III a<5). F ábula de e stru c tu ra sem ejante
a las an teriores, co n tra los que instigan a la guerra. Hay m uchos
resto s de verso helenístico aquí y en Dod.; Aviano es un derivado.

H. 290 «El g u errero y los cuervos» (F). Como dice H ausrath, es


u n a fábula tom ada de P lutarco, Foc. 9 (o m ás bien de una fuente
tra sc rita p o r éste literalm ente): se tra ta de una fábula sem iprosifi-
404 Historia de la fábula greco-latina

cada (cf. ]έπι πόλεμον έξήει, ]αύθις έξήει, ύμεϊς κεκράξεσ!)’ ώς δύνασ9ε[,
]έμοο δ’ ου γεύσεσ&ε).

Η. 291 «La cabeza y los m iem bros de la serpiente» (F). Es un de­


rivado de un m odelo egipcio.
H. 292 «El león, Prom eteo y el elefante» (F). Tem a del que to­
davía es m ás desgraciado que otro: el león tiene m iedo al gallo, el
elefante al m osquito. E stos dos tem as (y el general, cf. H. 143) p ro ­
ceden de fábulas antiguas y han sido utilizados p a ra c rear esta
nueva, relato largo y com plejo. Puede venir de Aquiles Tacio como
dicen C rusius, H au srath y Perry, o, m ás verosím ilm ente, del m odelo
de éste (introduce pequeñas adiciones), un m odelo en verso helenís­
tico del que quedan restos im portantes, cf. Apéndice I e infra, p. 408.
Cf. tam bién p. 566 sobre u n derivado indio.

H. 293 «Los árboles y el olivo» (F). Derivación de u n agón vege­


tal tom ado del libro de los Jueces. R elato anóm alo, sin verso.

H. 294 «El lobo y el perro» (F). Breve fábula con un agtírc-debate


y cierre derivada de H. 94, y del m odelo com ún, Arquíloco (cf. vol. I,
p. 413): tem a cínico de la libertad, aunque sea a costa del ham bre.
Deriva de u n texto en 4 v., conservado en Tetr.·. es secundario, la línea
p rim aria está en B., Ph., Av.

H. 295 «El asno y el perro» (F). A nécdota anim al del asno que
lee al p erro u na c a rta que desagrada a éste porque no habla de
carne ni huesos. Sin duda bizantina, com o el verso que se trasluce 2.
Sólo se en cu en tra aquí.

H. 296 «El m uro y el palo» (F). Pequeña fábula de esquem a ABsit.


—B dir./A dir. sobre el tem a del verdadero culpable. Sólo aquí: hay
huella de cu atro versos helenísticos.

H. 297 «El invierno y el verano» (F). A gón verbal del invierno


y el verano, antiguo, sin duda, pues hay un eco en Ennio. Pero el
esquem a es anóm alo, se tra ta de una εκφρασις. Parece h ab e r restos
yám bicos antiguos.
H. 298 «El h om bre y la cigarra» (M). C ontra lo que dice H ausrath
ni ésta ni las fábulas siguientes vienen de la V id a de E sopo, con lo
cual co rrijo lo dicho en vol. I, p. 672 a donde rem ito, p o r lo dem ás,
p a ra to d a la cuestión; así como, en este m ism o volum en, a pp. 92
y ss. La fábula (ABsit. —A dir./Bacc.) invierte el tem a de la súplica
2 Cf. Crusius, B abrii Fabulae, Leipzig, 1897, p. 208.
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 405

desatendida del débil: el hom bre suelta a la cigarra. Procede de un


original helenístico del cual queda verso com plem entario en la
V id a de E so p o ; está tam bién en Sy., abreviada. Y en la E uropa oc­
cidental, cf. p. 552.

H. 299 «La m u je r y el labrador» (III yó). Es la conocida fábula


de la viuda de Efeso. I I I y la V id a de E so p o están próxim os, tienen
verso com plem entario; Fedro y P etronio vienen seguram ente de
una versión secundaria, cf. p. 141.

H. 300 «El ad ú ltero y la m ujer» (M). Novelita bizantina sin ver­


so, sólo aquí en griego. La derivación a p a rtir del P añ ca ta n tra p ro ­
p u esta p o r E. R ohde, R h M 31, 1976, pp. 628 y ss., m e parece m ás
que dudosa; está en Ocidente, véanse los datos en Rhode, I.e.

H. 301 «El lad ró n y el hospedero» (M). O tra novelita bizantina


sin verso, sólo aquí en griego. Sobre esta fábula en el R enacim iento
italiano, cf. Rhode, I.e.

H. 302 «El ra tó n y la rana» (MF). Es la conocida fábula proce­


dente de la B a tra c o m io m a q u ia , de esquem a m uy com plejo. T erm i­
n a con la m aldición del ra tó n y el castigo de la rana. Procede de
un antiguo m odelo helenístico: hay verso com plem entario, de un
lado, en MF, Par. y Dod., de o tro en la V id a de E sopo. Las versio­
nes de Róm ulo (Fedro) y el pseudo-Dositeo, vienen de u n a ram a de­
rivada.

H. 303 «El lab ra d o r y los asnos» (MF). Desgracia del que m uere
p o r causa de unos asnos: Bsit. —Cdir. —sit. —Bdir., con lam ento.
Hay, parece, restos de verso y al m enos uno claro (& Ζεΰ, τϊ σ' ήδίκησα;[)
tan to en esta version com o en la de la V id a de E s o p o ; am bas vienen
de u n a sem iprosificación.

H. 304 «El p ad re y la hija» (MF). A nécdota co n tra el am or inces­


tuoso, tam bién en la V id a de E so p o en una versión casi idéntica.
Hay, parece, pequeños restos de verso antiguo.

H. 305 «La h ija to n ta y su m adre» (MFP). Pequeña novelita obs­


cena, tam bién en la V id a de E so p o , en una versión próxim a, pero
independiente. Hay restos im p o rtan tes de verso antiguo.

H. 306 «El m arin ero y su hijo» (M). Novelita bizantina sin verso.
Sólo aquí.

H. 307 «El cachorro y las ranas» (Marc.). F ábula m oderna, anó­


m ala, sin verso. Sólo aquí.
406 Historia de la fábula greco-latina

2. In terp retac ió n

Como se ha visto, H a u srath reúne, tra s las fábulas de la Augus­


tana, u n a especie de Apéndice de fábulas que están en II I (o en
subcolecciones de ésta, a veces acom pañadas p o r II, la o Ib) bien
en ciertos m ss. que convencionalm ente adscribe a IIIS (estas fá­
bulas, en realidad, igual podrían h ab er sido incluidas en el cuerpo
de I, com o algunas que están sólo en E).
E stas fuentes n u estra s es claro que adicionaron las colecciones
básicas con fábulas diversas tom adas de aquí y allá. Podem os in­
te n ta r u na clasificación de las m ism as:
a) Hay fábulas y novelas bizantinas que sólo aquí se encuentran.
Unas veces son prosaicas, o tras son prosificaciones de dodecasíla­
bos políticos. En cu an to al origen, va desde la derivación a p a rtir
de elem entos fabulísticos o novelísticos antiguos al p réstam o a p a r­
tir de la B iblia (H. 293). Una p a rte de este m aterial se ha difun­
dido luego en Occidente. Me refiero a H. 268, 269, 278, 293, 295,
300, 301, 306, 307.
b) El resto consiste en fábulas o anécdotas derivadas de la tra ­
dición helenística: la e stru c tu ra , los tem as, el m etro así lo hacen
ver claram ente. Algunas derivan, en definitiva (en form a directa o
m ediata) de la fábula arcaica o clásica: de Esquilo 273 y 276, de
Arquíloco 285, 287 (o de Solón), 294 (a través de o tra fábula), de
la B a tra c o m io m a q u ia 302; o tras son helenísticas. Las hay aisladas,
sólo aquí conservadas; o tras pertenecen a líneas conocidas de la
trad ició n fabulística (sobre todo la «babriana»: Par., Dod., B., Av.)
y a veces han dejado huella en Aftonio, Tem istio, P lutarco, Aquiles
Tacio, la V id a de E so p o , etc. No hay duda de que n u estro s m ss. las
tom aro n de versiones sem iprosificadas que corrían p o r la Antigüe­
dad y que a veces se han conservado en form a m uy próxim a, por
ejem plo, en P lutarco, Aquiles Tacio o la V id a de E so p o ; o tras veces
lo que encontram os, al lado de n u estra s versiones, son o tras en la
línea «babriana», sobre todo. E n definitiva, hay siem pre en estas
fábulas huellas de verso helenístico. Podem os establecer los grupos
siguientes:
a) Fábulas derivadas de un m odelo que tam bién dejó huella
en la línea «babriana»: Par., Dod., B., Av. (aunque, a veces, alguna
de estas colecciones falla o ha producido u n a versión derivada).
Así H. 270, 271, 275, 280, 286, 288, 289. Hay algunos casos especiales.
H. 272 está en esta línea, pero se tra ta de u n a versión secundaria,
de la p rim aria queda huella en Sy. H. 273 está aislada, pero p e rte ­
nece a la línea en cuestión, pues hay una versión secundaria en
Ib = Par. 2 (y Aftonio). P recisam ente la identidad o extrem a proxi-
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 407

m idad, a veces, de n u estras versiones y las de Par. es m uy carac­


terística.
β) Fábulas de esta línea igualm ente, pero no derivadas del m o­
delo de la m ism a, sino de sus creaciones recientes: de B abrio o Dod.
o Tetr. Sin duda, son derivaciones bizantinas: H. 279, 281, 282, 283,
284, 287, 288, 294. Así, los m ss. fuente de estas fábulas m ezclaban
m odelos de B abrio y la tradición bab rian a y derivados de la m ism a.
Hem os de ver (cap. 4) que nu estro s m ss. de dodecasílabos y p a rá ­
frasis son precisam ente de este tipo. De ellos o de otros predece­
sores suyos, según los casos, tom aban el m aterial nu estro s redac­
tores.
γ) Fábulas de tradición antigua, pero aisladas, cuya relación con
las colecciones fundam entales no podem os establecer. Así H. 274
(versión em p aren tad a con las de Aftonio y Tem istio, hay o tras dos
en Sy.); H. 276 (aislada); H. 277 (con Aftonio); H. 296 (aislada).
5) Fábulas del m ism o tipo, p a ra las que, ju n to a la versión aquí
aludida, hay u na paralela en la tradición indirecta: en Ennio, Plu­
tarco, Aquiles Tacio o la V id a de E so p o . Me refiero a H. 290 (Plu­
tarco), 291 (Aquiles Tacio), 297 (Ennio), 298, 299, 302, 303, 304, 305
(todas éstas en la V id a de E so p o ). Sólo en tres casos hay derivados
en las colecciones: de H. 298 hay un resum en en Sy., de 299 hay un
derivado en Ph. y Petr., de 302 hay verso com plem entario en Par.,
Dod. E ste últim o caso es el de una fábula de la línea «babriana»,
los otro s dos d ejan ab ierta la duda.
E n todo caso, estos paralelos re tro tra e n el verso de nuestras
fábulas a época antigua (el caso dudoso es H. 297, pues el prece­
dente de Ennio no es decisivo a este respecto). Pues quiero in sistir
en que, co n tra lo que se ha venido diciendo, nuestros mss. no to­
m aban las fábulas de los autores antiguos, sino de sus modelos.
Cierto que esto no podem os afirm arlo p ara H. 290 m ás que por
paralelism o con otro s casos: el texto de P lutarco es idéntico al
de F, si no es p o r u n a m ínim a variante. P ara H. 292, sin em bargo,
la cosa es m ás clara. Efectivam ente, restos de verso en F
Λέων κατεμέμφετο ΥΙρομη!)έα[
μέ'/αν αυτόν έπ/.ασεν[

son estropeados p o r Aquiles Tacio con la introducción del artículo


o de μεν. Más adelante, un trím etro ή δέ ψυχή πρός τοΰτο μόνον μαλακί-
ζεται es alterad o en los dos textos independientem ente ή δε σου F,
ήδέσέ Aquiles Tacio.
De todas m aneras, la cosa es m ás clara aún en el caso de las
fábulas que tam bién están en la V id a de E sopo. Hago constar, en
p rim er térm ino, que las recogidas en este Apéndice son sólo algunas
de las fábulas com unes a la V id a y a las Anónimas (a fábulas de
408 Historia de la fábula greco-latina

no H., o tras veces) y que ya he hecho observar (vol. I, p. 671) que


la versión de la V id a suele ser d istin ta y m ás com pleta. R em ito al
Apéndice I y II p a ra el estudio de cada fábula concreta.
Después, b asta p a ra confirm ar m i teoría la com paración de las
versiones allí donde se encuentra verso com plem entario en la de
la V id a y la de Μ (o II I yó en el caso de H. 299). E sta com paración
h a sido hecha m ás arrib a, pp. 87 y ss., p o r lo que m e contento con
re m itir a dicho pasaje.
Parece, pues, claro que nu estro s m ss. —por o tra p a rte sólo en
p a rte coincidentes en tre sí— han añadido a su fuente principal m a­
terial m últiple, ya helenístico de origen clásico, ya helenístico o ri­
ginal de esa edad, ya bizantino (y en este caso, a veces de origen
oriental, incluso bíblico), ya derivaciones de B abrio. Como en casos
ya antes estudiados, h an introducido con ello duplicados o versio­
nes levem ente variadas de o tras fábulas (cf. H. 192 y 286, 238 y 294).
Es notable que, con el m aterial introducido, los copistas o redac­
tores h an dejado claro indicio de cóm o los bizantinos concebían
el género «fábula»: incluyeron fábulas anim alísticas (de situación
y agonales), u n a vegetal, anécdotas, un m ito, cuentos y novelitas. En
cuan to al contenido, su gusto es sum am ente am plio; y lo m ism o
en cuanto a la form a, que ya conserva los m odelos helenísticos, ya
p asa a ser de relato novelístico o ίκφρα,σις.
E videntem ente, el m aterial que podían en co n trar estos buscado­
res bizantinos de nuevas fábulas, era de orígenes m uy diversos. Den­
tro de la tradición griega acudieron principalm ente a la línea «ba­
briana», incluidas fábulas derivadas del propio B abrio. Pero tam ­
bién a o tras aisladas, que difícilm ente podem os colocar en los s te m ­
m a ta de las fábulas, p ero cuya antigüedad está garantizada por
siones y versiones a p a rtir de la propia época helenística.
Q uerría aludir, p a ra term in ar, a que el Apéndice propiam ente di­
cho de la A ugustana (es decir, excluidas las fábulas de FM) penetró
desde el siglo ix en Occidente, cf. p. 521sobre H. 269, 272, 273
285, 298; tam bién 300 y 301, de F. Ύ que, a la vez, influyó en la fá­
bula india: cf. p. 566 sobre H. 276, 292 y 302. Son fábulas que, por
la razón que sea, desde el m ism o m om ento de su origen se difun­
dieron fuera de las fro n teras de Bizancio. Es fácil que el Apéndice
se fo rm ara precisam ente en la fro n te ra oriental, a juzgar p o r el
origen o rien tal de H. 269, H. 281.
Q uerría llam ar la atención, finalm ente, sobre el hecho de que
varias de las fábulas que hem os estudiado pasaron, com o ya se ha
dicho, a la trad ició n latin a de la E uropa O ccidental. Son fábulas
que se en cu en tran en varias subrecensiones de III. Es un ms. de
una de estas recensiones, p o r tanto, el que ya en el siglo i x 3 pasó

3 Fecha del m s. de Sain t Gall con la versión latina de H. 269.


Las colecciones Vindobonense y Accursiana 409

a Occidente y fue p arcialm ente traducido. Nuevo argum ento éste


p a ra la datación de la Accursiana.

III. F ábulas cuyo texto en las colecciones b iza n tin a s de F. An.


pro ced e de una línea d ife r e n t e del de la v e r sió n de la A ugustana

1. Inventario
He aquí u n a relación de fábulas en que la A ugustana y las co­
lecciones bizantinas siguen versiones de una m ism a fábula proce­
dentes de diversas ram as de la tradición fabulística:

H. 3. «El águila y el escarabajo». Cf. p.89, donde se da noticia


de las dos versiones, u n a en F. An. I l l a y la V id a de E sopo, que
p resen tan verso com plem entario, y o tra en F. An. I-II, versión ab re­
viada p ro cedente de la m ism a versión prim aria. E videntem ente, los
creadores de II I h an incluido u n a versión m ás com pleta, que han
en contrado en algún ms., y que h an preferido en vez de re to c ar
com o de co stum bre el texto de I o de II.

H. 7 «El gato y las gallinas». F rente a un m odelo seguido p o r


F. An. I y Syr., hay o tro «babriano» en Dod., T etr. 1 y B abrio: de
éste precisam ente derivan Par. y ΙΙ Ιγ .

H. 44 «Las ran as pidiendo rey». Fábula de m odelo p rim ario ún i­


co, en la cual II am plía el argum ento, pero con una coincidencia
con Dod. (II χρόνου δε πολλοΰ παρω χηκότος , Par. χρόνου δε πολλού
προβεβηκότος) que hace pen sar en contam inación.

H. 51 «El lab rad o r y la serpiente». Cf. pp. 115 y ss. sobre esta fábu­
la de s te m m a m uy com plicado. Las tres versiones de F. An. vienen de
una de las varias ram as p rim arias, con verso helenístico, que es en
II donde m ejo r está conservada; en I y II I hay dos derivados con
elem entos com unes y versos rem odelados.

H. 89 «La oca de los huevos de oro». Aunque todas las versiones


parecen venir de u n m odelo único prim ario, d en tro de él hay una
versión abreviada que deja huella en Ι Ι Ι α γ y en Par., Dod. y B. Ha
sido in tro d u cid a en II I en lugar la de I, próxim a a S.

H. 114 «La horm iga y la cigarra». Ju n to a la versión de I (que


H au srath n u m era Ib) hay huellas de otra, en Ι Ι Ι α γ y en Dod., que
parece descender de B abrio contam inado bien con I, bien con el
m odelo original.
410 Historia de la fábula greco-latina

H. 143 «Las liebres y las ranas». Cf. p. 54. Como en H. 3, el


m odelo original está m uy com plete en F. An. III, de donde derivan
ΙΙ Ιγ , Par., Dod., B. (alterado); y, de o tra parte, un resum en que ha
ido a p a ra r a F. An. I, F. y Syr.

H. 184 «El cam inante y la Fortuna». M ientras que F. An. I, con


este título, conserva restos del verso p rim ario (de 7), en F. An.
II-III ayd, Par., Dod. y B., hay huellas de un verso «remodelado»,
es decir, en p a rte coincidente con el an terio r (της τύχης δ'έπιστάσης),
en p a rte nuevo: se tra ía de una version reducida, originalm ente en
cu a tro versos, que sustituye al cam inante p o r un niño (en II-III)
0 p o r un «trabajador» o «uno» (en las o tras versiones).

H. 190 «El asno y el hortelano». Hay huellas de dos sem iprosifi-


caciones, derivadas del m ism o verso prim ario, en I y en II, Dod.

H. 192 «El asno y la muía» es la fábula de I, con restos de un


verso p rim ario del que sale el verso secundario de la nueva versión
en H. 286 «El caballo y el asno» (en III, Par., Dod. y B., que am plía).

H. 199 «El asno y la piel de león». Ι Ι Ι γ coincide con Par., un de­


rivado de la línea principal.

H. 205 «El p ajarero y la perdiz». Aquí la línea «babriana» (Tetr.


1 y 2, Par. 1 y 2, Dod.) viene realm ente de B abrio (que a su vez p ro ­
cede, con F. An. la (?), S., de una única versión prim aria). Pero
Par. 2 = II I δ.

H. 215 «El niño que cazaba saltam ontes». Cf. p. 92. Hay verso
com plem entario en I y en Ι Ι Ι γ = Par.

H. 221 «El rico y las plañideras». En N ( = IIIS) hay una versión


reducida de la I. E stá aislada.

H. 226 «El p asto r que brom eaba». Cf. p. 106. Hay dos versiones
m étricas prim arias, u na m ás am plia conservada en F. An. I y o tra m ás
reducida en II I y δ, Par. y Dod. (com plem entarios).

H. 234 «El gusano». F ábula notable, que ap a rté m ás arrib a (cf.


p. 298) del estudio de la Augustana, cf. p. 108: las versiones
de I y II vienen de Dod. (Par. procede de o tra línea argum entai,
con o tro verso) y conservan m étrica bizantina. E sto que hem os vis­
to que sucedía a veces en nuevas fábulas de II I lo encontram os, en
este único caso, en I. No hay, pues, diferencia de m odelos en tre las
versiones, com o en el resto de las en trad as de la p resen te lista,
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 411

p ero incluim os aquí la fábula p o r ese hecho de p e n e tra r en ella


u n a versión bizantina.

H. 239 «La caña y el olivo». Recojo esta fábula de H. 239 II-III α γδ


p a ra ser com pleto, pues el caso es un tan to diferente de los an te­
riores. Si se recu erd a (cf. p. 62) hay una versión p rim aria «Los
árboles y la caña» en H. 239 I (y en Par. 1 y 2, que C ham bry e rró ­
neam ente atrib u y e a H. 71; tam bién en B.), y una secundaria, abre­
viada en form a de eris, «La encina y la caña», en H. 71. Pues bien,
239 II-III ay<5, que nos ocupa ahora, es m uy d istin ta de 239 I: pero
es que, en realidad, se tra ta de u n a am pliación de 71 I y bajo dicho
núm ero debería h ab e r sido colocada. Am pliaciones y resúm enes p ro ­
saicos de I I I no son raros: cf., p o r ejem plo, H. 57 y 190.

H. 255 «La golondrina y la serpiente». Todas las versiones vienen


de un original único, pero Ι Ι Ι γ y Par. (muy próxim as) dependen di­
rectam en te de B., que alteró m ucho el original (de él hay huellas tam ­
bién en F. An. I, Syr., T etr.).

2. In te rp re ta c ió n

P rescindiendo del caso especial de H. 239, las diferencias entre


las diversas subcolecciones de F. An. (I-II/III, I/II -III , I/IIIS o
ΙΙ Ι γ , I-III o Ι Ι Ι / Ι Ι Ι γ ) consisten en la introducción p o r p arte de las
colecciones ajenas a la A ugustana de versiones con iguales carac­
terísticas que las que encontrábam os en las «nuevas» fábulas de
III, etc. Ello n ad a tiene de extraño, puesto que el m aterial a dis­
posición de los copistas era siem pre el m ismo, aproxim adam ente.
La única diferencia es que en un caso, el estudiado arriba, II I y
dem ás añadían, a p a rtir de dicho m aterial, u n a fábula ausente de
la Augustana, m ien tras que en el caso estudiado ahora lo que se
hacía es su stitu ir la nueva versión a la antigua, em p aren tad a con
la A ugustana (o no derivarla, sim plem ente).
Es notable que, una vez m ás, la introducción de nuevo m aterial
haya llevado a crear u n duplicado (H. 192 y 286).
T am bién en este caso tenem os:

a) Fábulas derivadas de un m odelo que dejó huella en la línea


«babriana» a la que estas versiones pertenecen (incluso, a veces,
hay identidad o casi identidad con Par.). Junto a la versión p rim a­
ria de I se in tro d u ce u n a secundaria de esta línea (H. 114, 184, 190,
192, el caso co n trario está en H.) o bien una segunda versión p rim aria
o sem iprosificada (H. 215, 226). N ótese que esta introducción es ya
en II-III, ya en II I y ya en III yó. Pero tam bién sucede en una
412 Historia de la fábula greco-latina

ocasión que I pertenece a la línea secundaria y que II I introduce


la prim aria, con m ucho verso conservado (H. 143, donde a su vez
hay u n a derivación secundaria, independiente de I, en ΙΙΙγ ). En o tra
(H. 44) II está contam inado por Dod.
β) Fábulas de esta m ism a línea, pero recientes, derivadas de
B abrio (H. 7, 205, 255) o bien de Dod. (caso de H. 234, donde ya
dije que esta derivación h a invadido todas las F. An., concretam en­
te I y II).
y) E n H. 221, ΙΙΙδ p resen ta una versión derivada, que p erm a­
nece aislada: no podem os identificarla con línea alguna concreta.
Por o tra p arte, en H. 51 las tres colecciones adm iten redacciones
independientes, aunque de origen com ún.
δ) Finalm ente, hay tam bién aquí u n ejem plo, H. 3, en que la
A ugustana (y II) p re sen tab a u n a versión secundaria, que en II I ha
sido su stitu id a p o r u n a derivación m uy directa de la prim aria, tam ­
bién accesible a la V id a d e E so p o .

N atu ralm en te, al tra ta rs e de sustituciones de las versiones de la


Augustana, no hem os de e n tra r en el ca rác te r de estas fábulas ni
en su antigüedad: son versiones p rim arias o secundarias en verso
helenístico las que en tra n en III, y pertenecen a los diversos tipos
de fábulas de la Augustana. No en tra, p o r supuesto, ningún m a­
terial nuevo bizantino.

IV. L a tra dición de la p r e -Augustana y la creación


DE LA VlNDOBONENSE Y LA ACCURSIANA

1. G en e ra lid a d es
Con lo dicho h asta aquí nos m ovem os d en tro de un terren o m ar­
ginal: la intro d u cció n secundaria en las fábulas Anónim as bizantinas
de m aterial ajeno a la pre-Augustana. Sin em bargo, estas fábulas
derivan, en lo esencial, de dicha colección antigua. Si fueran un
m ero derivado de la A ugustana (y, a veces, la A ccursiana de la Vin-
dobonense), com o es opinión com ún y yo m ism o aceptaba en m is
E s tu d io s so b re el léxico de las fá b u la s de E so p o , de 1948, nada
ap o rta ría el estudio de estas colecciones bizantinas al conocim iento
de la fábula antigua: sólo al del estilo y las tendencias literarias bi­
zantinas. Pero en la p resen te obra, siguiendo la vía iniciada en «La
trad ició n fabulística...», de 1969 y 1970, he sentado que las coleccio­
nes bizantinas, a m ás del m odelo de la Augustana, tienen otros m ás
antiguos, sem iprosificaciones con verso abundante, que a veces re­
cogen en m ayor m edida que la A ugustana y que hem os de a trib u ir
precisam en te a la pre-Augustana. P or tanto, el estudio de estas co­
lecciones tiene, desde luego, interés p a ra el estudio del léxico, es­
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 413

tilo, sintaxis, etc., bizantinas, y a este efecto siguen siendo válidas


las conclusiones de n u estro s E s tu d io s 4.
A esta ob ra rem ito, pues, al lector. En líneas generales, la Vin­
dobonense re p resen ta una colección po p u lar y aun vulgar, de los
siglos v y vi (o v u ), que introduce vocabulario y sintaxis tardía.
M ientras que las diversas subcolecciones de la A ccursiana, que hay
que fechar en la época del renacim iento bizantino de Focio y Are-
tas, rep resen tan in ten tos graduales p o r p u rificar en sentido cla-
sicista la lengua y estilo de las fábulas.
Pero, al tiem po, dicho estudio pone al descubierto los m ateriales
antiguos m anejados p o r los creadores de las colecciones bizantinas,
p o r lo que ayuda en la reconstrucción de la tradición antigua y de
su escisión en época bizantina. En realidad, a lo largo de todo este
libro he venido utilizando ya los restos de verso de la pre-Augus-
tan a en F. An. II y III, com o en este m ism o capítulo m e he ocupa­
do de otros resto s de verso de fábulas de tradición diferente. Y he
concluido que los m odelos de unas y o tras fábulas se conservaron en
Bizancio, al m enos, h asta el siglo ix y que ello d ata los orígenes de
la A ccursiana (por lo dem ás u n a colección m uy escindida, que solo
gradualm ente se creó com o tal).
Ahora bien, la lectu ra del vol. a n te rio r de este libro, pp. 104 y ss.,
convencerá de que quedan, en el detalle, una serie de problem as
pendientes que voy a in te n ta r a c la rar aquí, en la m edida en que el
incom pleto conocim iento que tenem os de los m ss. lo hace posible.
Pero creo que se puede avanzar en este cam ino: tra s las conclusio­
nes fundam entales en «La tradición...», pp. 277 y ss. y el estudio,
que in tro d u ce ciertos retoques, del lugar citado del vol. I, pienso
que podem os ah o ra ir m ás lejos todavía, aunque sea, en cierta m e­
dida, in tro d u cien d o algunas m odificaciones.
N atu ralm en te, la base fundam ental es la que acabo de re co rd ar
y ha estado presen te, en realidad, a lo largo de todo este libro: las
colecciones V indobonense y A ccursiana acceden d irectam ente a re­
dacciones sem iprosificadas que son los m odelos de la A ugustana
pero conservaban m ás verso que ésta. En el detalle están cuestio­
nes com o éstas: cóm o se com pagina esta relación con la derivación
de II a p a rtir de I (n uestra A ugustana) y de II I a p a rtir ya de II,
ya de I (o de am bas, contam inando), com o se ha propuesto; el p a­
pel de la y de diversos m ss. o grupos de ellos de I com o fuente de
III; el papel de posible interm ediario, precedente de II y III, que
se ha pro p u esto p a ra ΙΙΙδ; la relación en tre las diversas subcolec­
ciones de III. Iré recordando lo dicho sobre estos extrem os, los
datos ap o rtad o s y los p untos dudosos, p a ra exponer el estado actual
de m is opiniones, sobre la base del estudio porm enorizado de los

4 Y de la te sis d octoral (inédita) de M.” Pilar Gazo.


414 Historia de la fábula greco-latina

ste m m a ta de las fábulas a lo largo de este libro y de un nuevo exa­


m en de las v arian tes que se en cuentran en las ediciones de las di­
versas colecciones y en los A paratos C ríticos de las m ism as.
R esulta conveniente proceder p o r partes, tra ta n d o p rim ero los
problem as de la V indobonense y luego los de la Accursiana.

2. O rígen es d e la C olección V in d o b o n en se

E n los pasajes aludidos de E s tu d io s ..., de «La tradición...» y


del vol. I de esta obra, h a quedado en claro, pienso, que la Vindo­
bonense es u na colección bizantina, datable en los siglos v y vi d. C.
o incluso en el v u , que introduce elem entos léxicos y sintácticos
que son ya bizantinos. Una colección popular, que refleja la deca­
dencia de la trad ició n lite raria en la época. Se tra ta de una colec­
ción b astan te co h eren te de la que, en realidad, form an p a rte los
m ss. que H au srath atribuyó a una colección IIIS y que Perry y yo
m ism o hem os p ro p u esto que p resen tan en ocasiones un texto que
prefig u ra el del resto de la Vindobonense. Pero sobre esto, véase
m ás adelante.
E n cuanto a los orígenes de la V indobonense es hoy general­
m ente aceptado (tras p asa r de m oda las aberraciones de H au srath
sobre el supuesto «libro popular» antiguo) que deriva de la Augus­
tana. E n los lugares que he citado he aducido, en efecto, m aterial
ab u n d an te que dem u estra que a) a veces la V indobonense m antiene
el texto de la Augustana, sea m étrico, o sea ya prosaico; b) en o tras
ocasiones lo altera, destruyendo con frecuencia el m etro; y ello para
aten d e r a las preferencias léxicas, sintácticas y estilísticas de la nue­
va edad. He su m inistrado, creo, ejem plos suficientes de lo p rim ero
y de lo segundo.
Pero, al propio tiem po y a p a rtir de «La tradición...» (E s tu d io s ...
pro p o n ían la sola dependencia de la V indobonense respecto a la
Augustana), he hecho ver que en ocasiones la V indobonense ofrece
m etro nuevo, com plem entario del de la A ugustana; en este m ism o
volum en, pp. 45 y ss., he dado nuevos ejem plos de ello. No creo
que sea necesario am pliarlos. Me lim ito a dar, a continuación, una
relación de fábulas en que m ás claram ente se encuentra verso com ­
plem entario en las tres colecciones, relación que no p retende ser
com pleta; y a re m itir al Apéndice I y a diversos pasajes de este libro
donde se ofrecen m ás datos. He aquí la relación: en ella señalo con
un asterisco los casos m ás claros, que ofrecen m ayores restos m é­
tricos:

H. 9, 10, 13, *16, 18, *19, 20, 21, 22 *23, 24, 27 *29, 32, *33, 34, 35,
36, 42, 43, 47, 49, 58, *64, 66, 68, 90, *96, 97, 105, 116, 117, 122, 126,
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 415

127, 130, 134, *137, *163, *176, 179, 180, 181, 183, *188, 199, 207, 216,
217, *224, *233, 235, *250, *252, *253, *256, *259, *260. En esta rela­
ción (insisto que incom pleta) sólo hay unas pocas fábulas sin ver­
sión en II (verso com plem entario en I y III, solo): H. 68, 90, 96, 97,
105, 122, 127, 199, 217, 224, 250, 252.

Ante estos datos evidentes, en «La tradición...» corregí la hipó­


tesis de E s tu d io s ... en el sentido de que el creador de II contam i­
naba n u e stra A ugustana con una versión m ás antigua y con m ás
verso, una fase m ás antigua de la pre-Augustana. Añadía que en al­
gunos casos la coincidencia en tre IIIS y II cuando tran sm iten un
verso estropeado p o r I y la coincidencia de IIIS con I en algunos
casos, m e han hecho pensar (siguiendo en esto a Perry) que IIIS
constituye, en realidad, una fase prim eriza de la Vindobonense. To­
das estas ideas las he m antenido en el vol. I de este libro. He de
volver a exam inarlas ahora.
Ahora bien, se p resen ta la posibilidad de in te rp re ta r que en la
pre-Augustana, fuente de II (incluida IIIS) estaban ya, al tiem po,
los pasajes prosificados de I y II; y que cuando a un p asaje m étrico
de II corresponde uno prosificado en I, esta prosificación es obra
de I precisam ente, corrigiendo a la pre-Augustana seguida p o r II.
E sto no sería obstáculo p ara que en otros lugares el texto de I,
heredado de la pre-A ugustana, resu lte m ás arcaico que el co rres­
pondiente de II: II h ab ría alterado el antiguo m odelo, conservado
en este caso p o r I. N ada extraño que dos colecciones derivadas de
un m ism o m odelo ya lo conserven, ya lo innoven y ello en pasajes
diferentes y en form a diferente de acuerdo con sus preferencias de
lengua y estilo.
Vamos a exam inar esta hipótesis, que contradice a la p resen tad a
p o r nosotros en el vol. I, la de la contam inación de I y la pre-Au­
gustana p o r II. Si es cierta, se podría p rescin d ir de la idea de la
contam inación: II sería un sim ple derivado de la pre-Augustana,
tan to en lo relativo al verso que no está ya en I com o a la p rosa que
sí está en I. La conclusión va a ser negativa: que efectivam ente es
cierta la contam inación. Pero conviene argum entar en ese sentido
y no darla p o r sim plem ente supuesta.
Efectivam ente, m uchos de los pasajes que hem os m anejado p ara
p ro p o n er una derivación I —>11 podrían en principio in terp re tarse
tam bién de esta o tra m anera. Y ciertas alteraciones graves in tro ­
ducidas p o r II, así la del νεβρόν original en H. 152 (cf. p. 48), lo
m ism o se explican si II deriva de I que si deriva de la pre-Augus­
tana, m ejo r conservada, en este caso, en I. C iertas alteraciones, tam ­
bién graves, de una fábula en toda la tradición anónim a, así
las de H. 181 y H. 134 estudiadas en p. 47 (una inversión y un
final perdido, respectivam ente), se explican lo m ism o si son cosa
416 Historia de la fábula greco-latina

de I que si son cosa de la pre-A ugustana ya: lo único que dem ues­
tra n es que los m odelos antiguos de toda la tradición anónim a son
p rácticam en te los m ism os. Y que esos m odelos m odifican otros an ­
tiguos sem iprosificados (a veces m ejo r conservados en la tradición
«babriana»), cosa que los ste m m a ta de fábulas que hem os estudia­
do d ejab an ver ya claram ente.
La solución de esta aporía está en la dem ostración de que en
ocasiones u n a fábula de la V indobonense tiene u n doble m odelo:
uno en la pre-A ugustana (m étrico), otro en I o en u n inm ediato
pred eceso r (prosaico). E sto puede establecerse en conexión con los
datos ofrecidos en H isto ria ..., I, pp. 112 y ss., y «La tradición...»,
pp. 285 y ss.: diferencias del texto en subcolecciones y mss., sobre
todo en la y IIIS.
Veam os com o ejem plo la fábula H. 16, de que ya m e ocupé en el
prim ero de los lugares citados. Aquí algunos m ss. de IIIS (Ml) y la
(Me, Mí), así com o todo III, traen un texto que con un solo cam bio
de ord en de p alab ras p ro cu ra algo m ás de un trím e tro yám bico:

άλλ' ει συ πολλών ευπροσώπων ευπορείς


άπολογιών

Pues bien, este texto que la pre-A ugustana conservaba con solo
la alteración citada, está alterado profundam ente en el resto de la
tradición, I, II y III: aunque hay ciertas diferencias e n tre ellos, todos
los m ss. elim inan el άλλ’ inicial, sustituyen εΐ p o r εάν y Απολογιών
p o r Αφορμών. De o tra p arte, algunos m ss. de II I <5 (Pf Ph) y la (Ce Me)
tienen un texto m ixto, conservan, p o r ejem plo, el εί. No era, pues,
un texto, sino dos, lo que tenían ante sí los au to res de nuestras
colecciones: cf. casos paralelos, supra, pp. 290 y ss. Podían contam i­
narlos; y puede q u ed ar la duda, con frecuencia, de cóm o ha tra n s­
cu rrid o el detalle del proceso.
O tro ejem plo, útil p ara establecer el origen de IIIS y II es el de
H. 83, estudiado en «La tradición...», p. 303. Aquí, resum iendo, hay
τύχην en I, lo que debe de ser antiguo, una desfiguración (quizá
p o r pudor) del m odelo arquilóqueo πυγήν: cf. fr. 76 Adrados. Pero
en la (exc. Mj) y II I hay μωρίαν, evidentem ente u n a corrección, que
se incluye en un nuevo verso. Pues bien, en la, Mj, IIIS y II hay
μωράν τύχην. La hipótesis de la contam inación resulta, com o se ve,
evidente. Un p roblem a diferente es dónde surgió prim ero.
Al propio tiem po, este ejem plo nos hace ver que no siem pre I
ofrece el texto m ás alterado. De un m odo sem ejante, en H. 201 I
(exc. Pb) conserva el m etro en δνος ξύλων γόμον φέρων m ientras que
en la , I I I <5, II I (no hay II) hay u n a prosificación evidentem ente an ­
tigua (δνος ξύλα βαστάζων). E n H. 45 es la Mj el que conserva un
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 417

coliam bo íntegro ολον τό βάρος ήμεΐς φέρομεν, σύ τί κράζεις m ientras


que II I y II in tro d u cen una prosificación, señal clara de relación.
Así, que II coincide habitualm ente con I I I <5 o algunos de sus mss.,
y que tiene acceso a la pre-Augustana, es claro; a veces, en unión de
la o de m ss. diversos de I.
B aste ap u n tar, a m ás de a lo que precede, a tan to s ejem plos en
que hay texto de u n a fábula en II y IIIS, no en II I otßy; los hay in­
cluso de fábulas «nuevas» (H. 268, 270: aquí tam bién ΙΙΙγ ).
¿Qué consecuencias sacar de todo esto?
Una hipótesis puede ser la ya citad a de que IIIS representa un
p rim er escalón en la creación de la Vindobonense: contam ina I y
la pre-Augustana, m odificando la p rim era y recuperando de la se­
gunda pasajes m étricos a veces tam bién conservados en la y III.
De aquí vendría II, que introduce nuevas alteraciones que a veces
pen etran , secundariam ente, en ciertos m ss. de Illg . Pero hay tam bién
o tra hipótesis posible, paralela a la que hem os aceptado p ara el
caso de la (cf. p. 277): que IIIS, com o p a rte de la V indobonense,
o m ejo r aún, ciertos m ss. de IIIS, han contam inado el texto funda­
m ental de la colección con el de la pre-Augustana.
No es fácil elegir en tre estas dos hipótesis: si los elem entos m é­
tricos de IIIS son previos a una fase evolucionada II o son, al con­
trario , p ro d u cto de contam inación secundaria, m ás avanzada que la
del resto de II que ya hem os visto que contam ina con la m ism a
fuente, la pre-Augustana. A favor de la posición de IIIS com o in te r­
m edio en tre I y II pueden alegarse ciertos datos, com o los que doy
en «La tradición...», p. 282, p ara H. 4 (cf. tam bién p. 295) o bien
coincidencias com o I, I I I <5 εις äypav ¡ II, II I προς äypav en H. 117.
Pero quizá sean insuficientes, a veces se pueden bu scar o tras expli­
caciones. No me atrevo a decidir tajantem ente, siéndonos tan m al
conocida la trad ició n de IIIS, que ni siquiera es seguro que re p re­
sente u n a antigua trad ición unitaria. Pues no sólo sus mss. se divi­
den con la m ayor frecuencia, yendo unos con II y otros con III,
sino que un m ism o ms. en una m ism a fábula puede, de p asaje a p a­
saje, ir con uno u o tro modelo. Con esto pongo u n a duda sobre las
afirm aciones de «La tradición...» y de H isto ria ..., I, p. 106.
Ahora bien, p o r m ás que la A ugustana sea un derivado de la pre-
Augustana, hem os visto que en ocasiones conserva el verso m ejor
que el ejem p lar de dicha pre-Augustana seguido p o r Illg . A su vez,
IIIS puede d iscrep ar de la, llevar uno verso y o tro prosa o al re ­
vés. Ya al h ab lar de los orígenes de la dije que bajo el nom bre de
pre-A ugustana debe en tenderse u n a serie de colecciones próxim as,
no idénticas. Debía de haber, en efecto, varios m odelos. En realidad,
el que hem os llam ado antecesor inm ediato de la A ugustana es uno
m ás de esos m odelos, en general m odernizados, pero a veces m ás
antiguos. Esos m odelos eran contam inados no sólo p o r IIIS y la (coin-
418 Historia de la fábula greco-latina

cidiendo o no en tre sí), sino por los m ss. de estas m ism as colec­
ciones. Y luego volvió a haber m ás contam inaciones en II y, como
verem os, en III.
Llamo la atención, finalm ente, sobre que H. 190, donde II p re­
senta coincidencias con Dod., dem uestra la existencia de sem iprosi-
caciones previas a I y II.
Ahora bien, prescindiendo del detalle, la idea de que ΙΙΙδ-Π
form an un grupo hom ogéneo, fundam entalm ente derivado de la Au­
gustana o, m ejo r dicho, de un inm ediato predecesor de ésta, aun­
que contam inado con la pre-Augustana, se hace verosím il tam bién
m ediante la argum entación que sigue.
B asta exam inar la lista inicial de fábulas en la ed. de H au srath
p a ra darse cu enta de que ΙΙΙδ y II p resen tan exactam ente las m is­
m as fábulas. Y b asta com parar estas fábulas con nu estras listas
de pp. 34 y 35 p ara darse cuenta de que su correspondencia está
en las fábulas que tam bién aparecen en I (que, ciertam ente, son
h ab itu alm en te editadas en texto m ixto con el de la), pero nunca
en las que están sólo en la (no en Ib). La única excepción es ilu­
soria: en H. 190 la versión de II es de la línea «babriana»; de II
y Dod. se deduce un m odelo algo diferente del de I.
E ra, pues, un ejem p lar de la A ugustana, no de la , el que el crea­
dor de ΙΙΙδ y II m anejaban. E ra, creo, un ejem plar antiguo de nues­
tra Augustana, algunos de cuyos m ss. han añadido luego secunda­
riam ente fábulas de la, com o sabem os; o en todo caso fábulas nue­
vas, independientem ente de la cuestión de si proceden o no de la.
Si a veces el texto de ΙΙΙδ y el de la están próxim os, ello se debe
no a descendencia directa, sino a fuente com ún: las contam ina­
ciones con la pre-Augustana. Pero la fuente básica es la Augustana.
P ara m uchas fábulas, en las que no se encuentra nuevo verso dis­
tin to del de la Augustana, la única.
La pre-Augustana de que estam os hablando conservaba huellas de
verso que I elim inó y que la (que accedía directam ente, cf. p. 275 ss.)
a veces conservó. De ahí bebió, p ara contam inar I, el au to r de ΙΙΙδ
y tam bién el de II. El único p u n to oscuro es el relativo a la cro ­
nología de las contam inaciones de III <5.
E n cam bio, la pre-Augustana carecía de las fábulas nuevas de
la: esto es lo que hem os creído p o d er establecer (cf. p. 275) y el
hecho de que falten en II, que conocía dicha colección, lo confirm a.
P or supuesto, lo m ism o el m odelo de la A ugustana que el de la
pre-Augustana, contenían ya a m ás de las fábulas antiguas, «difun­
didas», las que están en I y Sy. y las solo de I, así com o las de o ri­
gen secundario. De todas ellas hay ejem plos en ΙΙΙδ y II.
La V indobonense es una colección que in tro d u jo en la A ugustana
el léxico, la sintaxis y el estilo de los siglos vi y ss., buscando un tono
p o p u lar y aun vulgar y una distanciación de la Augustana, colección
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 419

todavía b astan te clásica. Y buscando, al tiem po, un reducción d rástica


en el núm ero de fábulas; aunque luego, secundariam ente sin duda,
se in tro d u jero n algunas nuevas a p a rtir de fuentes varias, sobre
todo de la tradición «babriana», según ya vimos.
¿Con qué criterio red u jo la Vindobonense? Sin duda, ap a rte del
criterio de re sp etar las fábulas m ás conocidas y tradicionales (aun­
que no siem pre: elim ina, por ejem plo, la fábula del asno y la piel
de león, la del lobo y el cordero, etc.), seguía criterios de gusto su­
yos o de su edad, criterios no fáciles de establecer p ara nosotros.
Y ello p o rque se m ezclan con otro criterio b astan te curioso. Al
com ienzo de la colección, II tom aba m ás de la m itad de las fábulas
del m odelo: así en las dos prim eras páginas de la relación de Haus-
rath . Luego recogía solo, aproxim adam ente, u n a cu a rta p arte (pp. 3,
4 y 5 de dicha relación). Después tendía a m antener esa proporción,
pero de las fábulas en tre 182 y 209 (p. I l l del vol. II de H ausrath)
sólo se quedó con 4 de 28. El re d acto r fue fatigándose progresiva­
m ente, aunque, después del m áxim o declive citado, hizo un esfuer­
zo y term in ó su tare a volviendo m ás o m enos a la proporción del
25 p o r 100.
P or cierto que este proceder del re d acto r de II nos da la p ru e­
ba, si era necesaria, de que el orden alfabético de las fábulas en la
A ugustana y las Anónim as en general es antiguo, viene ya de la pre-
Augustana. Como es antiguo tam bién (aunque p o sterio r a B abrio) el
de la tradició n bab rian a, cf. vol. I, pp. 123 y ss.
Finalm ente, hay que re co rd a r que los creadores de la V indobo­
nense añadieron ocasionalm ente, al m aterial procedente de la pre-
Augustana, o tro de la línea «babriana» o de o tras versiones m étri­
cas antiguas, en tre ellas las de B abrio e incluso los dodecasílabos.
H em os estudiado este tem a al com ienzo del p resen te capítulo, re­
solviendo la ap o ría p resen tad a en vol. I, pp. 109 y ss. Ni dejaron
de co n tam in ar am bas tradiciones (cf. p. 304). Muy posiblem ente
a u n a p rim era fase en la que se tom aron y rem odelaron fábulas de
la pre-Augustana, siguió otra, en la que se añadieron fábulas de otros
orígenes diversos, tam bién procedentes de sem iprosificaciones: que
esas fábulas tengan u n a correspondencia en la A ugustana casi siem ­
pre, es norm al, dada la extensión de esta colección.'“
En efecto, si se repasan las fábulas «nuevas» a que he hecho
referencia en este m ism o capítulo, se verá que hay algunas que
faltan en I y están en II y ΙΙΙδ o II y III, pero son m uy pocas:
en realid ad sólo dos, una (H. 268) aislada, o tra (H. 270) de la línea
«babriana». E sto es norm al. De o tra p arte, estas fábulas (a d iferen­
cia de las fábulas «nuevas» de III) n ad a tienen que ver con la ni Ib.
La introducción de p aráfrasis y dodecasílabos p o r varios m ss. de
la V indobonense re p resen ta una continuación de la m ism a tenden-
420 Historia de la fábula greco-latina

cia i volver a u n ir las dos principales líneas de la tradición fabu­


lística.
Añado, p ara term in ar, que las fábulas «nuevas» de F nada tienen
que ver, pese a lo que se dice, con ΙΙΙδ , ni, p o r tanto, con II. Ni
men-js las de M, la V id a d e E so p o , etc.

3. Orígenes d e la C olección A ccu rsian a

Tampoco en el caso de la Colección A ccursiana y de sus subco-


lecoones vamos a em p ren d er un estudio absolutam ente detallado,
y ek> p o r las razones ya dadas. Pero hem os de p recisar algunas de
las cosas ya dichas.
Primero, la A ccursiana es un conjunto de colecciones, p ara las
cuabs he p ropuesto (vol. I, p. 108, sobre la base de un trab a jo
anterior) que la m ás antigua es a, p o r o tra p a rte la colección m ás
extensa, reducida p o r β y γ. Segundo, en térm inos generales hay que
decir que la A ccursiana depende de II: ello es to tal y absoluta­
mente claro allí donde II prosifica y es seguida en ello p o r III;
también cuando am plía grandem ente, así en H. 57 y 239. Por su­
puesto, tam bién cuando acepta las fábulas «babrianas» y o tras de
II· Tercero, la A ccursiana tiene u n a segunda fuente: el acceso a la
pre-Augustana, pues si en ocasiones sigue el nuevo verso in tro d u ci­
do a p a rtir de ella p o r II (cf., en tre m il ejem plos, el de H. 81, don­
de II rein tro d u ce un p asaje m étrico extenso, en el centro de la fá­
bula, que había sido expulsado p o r I), en o tras m uchas p resen ta
a su vez verso nuevo que no está en I ni en II y es com pletam en-
tario de am bos. Reenvío a m is ejem plos de H isto ria ..., I, pp. 112 y ss.
y de «La tradición...», pp. 288 y ss., pudiendo en co n trarse m ás
en las fábulas de la lista de arrib a, p. 414. C uarto, la A ccursiana
presenta fábulas ausentes de II: en ellas hay doble m odelo, uno es
la Augustana (I), o tro, una vez m ás, la pre-A ugustana, que contam i­
na con aquélla, y de la que tom a nuevo verso, p a ra el cual rem ito
a los m ism os lugares que acabo de citar.
Recuerdo tam bién el carác te r clasicista de la redacción de la
Accursiana, su «purificación» de la V indobonense, que he descrito
en mis E s tu d io s ... E insisto en la fecha que asigno a la colección:
a partir del siglo ix d. C., d en tro del renacim iento bizantino de Fo-
cio y Aretas (aunque prolongándose la creación de subcolecciones
durante un tiem po que no podem os determ inar). Ya he dicho, en­
tre otros argum entos, que la A ccursiana trab a jab a sobre un origi­
nal de la pre-Augustana, que sin duda llegó al siglo ix en u n ms. en
uncial que no fue tran sliterad o y se perdió desde el m om ento en
que produjo el derivado que es la Accursiana. Es inconcebible que
ese original h u b iera llegado al siglo xiv y se p erd iera luego. Ese ori­
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 421

ginal fue m anejado igualm ente p o r los autores de p aráfrasis y dode­


casílabos, cuya fecha tam poco podem os re tra sa r tanto. Y p recisa­
m ente, fábulas de la línea «babriana» y aun derivadas de ella (de
los dodecasílabos, cf. p. 429, adem ás versiones p rácticam en te idén­
ticas a algunas de Par., cf. p. 428) fueron introducidas en la Accur­
siana. Ni es obstáculo p a ra m i datación la fecha de los mss., a p ar­
tir del siglo XIV, la m ism a que la de los de las colecciones an terio ­
res, con excepción de G, de la A ugustana (que precisam ente, cf. p á­
gina 283, nos tra n sm ite u n a fábula de la Accursiana). Por o tra
p arte, parece poco concebible que p a ra un género didáctico y re tó ­
rico, com o la fábula era considerada, los bizantinos de la época del
renacim iento del siglo ix se co n ten ta ran con la V indobonense, con
su lenguaje vulgar y pasado de m oda.
E l m odelo de la pre-A ugustana que llegó al siglo ix no es nin ­
guna fantasía. Las infinitas huellas que dejó en el m etro de las fá­
bulas de n u estra A ccursiana no son dudosas: y cuando hay fábulas
sólo en I y III, no en II, es claro que II I tom a el nuevo m etro de
dicho m odelo, no a través de II (adm itiendo pérdidas secundarias
en éste: hipótesis p o r lo dem ás desesperada). P ero es que hay fá­
bulas en que I I I y sólo II I en tre las Anónimas depende del verso
p rim ario , que, p o r tanto, h a debido de llegar a la época de creación
de la colección. Así en el caso de H. 3 «El águila y el escarabajo»,
de H. 143 «Las liebres y las ranas», de H. 226 «El p a sto r que b ro ­
m eaba» y de H. 229, sólo en I I I y la V id a de E s o p o 5. Una situación
estem m ática d iferen te lleva a la m ism a conclusión en H. 286 «El
caballo y la muía»: se tra ta de un verso secundario respecto al p ri­
m ario de H. 192 «El asno y la m uía», crea una nueva fábula en II I
y la trad ició n «babriana»; el p rim ario hubo de llegar, p o r fuerza, al
siglo ix. Hay varios casos m ás de este tipo, ya hem os visto (cf. pági­
na 286). Que los m odelos llegaron al siglo xiv y se p erdieran luego no
es creíble. Añádase que algunas de estas fábulas h an pasado a la
E u ro p a O ccidental desde el siglo ix (cf. pp. 609 y ss.).
Pero procedam os, ahora, un poco m ás en detalle. Nos queda­
m os con que en el siglo ix se sintió la necesidad de reem plazar la
colección vulgar, bizantina, de fábulas que llam am os V indobonense
p o r u n a m ás clasicista y m ás extensa. P or la razón que fuera, tam ­
poco la A ugustana re su ltab a satisfactoria: u n a nueva escuela de
redacto res de fábulas com enzó a re escrib ir éstas, u n a y o tra vez,
sobre la base de los m odelos conservados. E n tre ellos hem os de
destacar u n viejo códice de la pre-A ugustana que, evidentem ente,

5 Cf. tam bién H. 114, en que III vien e de una versión resum ida del verso
prim ario tam bién utilizad a por la fu en te de pseu do-D ositeo 17 (id en tificad o
erróneam en te co n B abrio).
422 Historia de la fábula greco-latina

com o otro s tantos, desapareció luego, tra s ser utilizado. Sólo que
éste no fue trasliterad o : fue contam inado con los otros m odelos,
conform e con lo que era usual en el género que estam os estudiando.
El p rim er re d acto r de la A ccursiana operó com o m aterial de
base con la Vindobonense, sin duda la colección m ás usual en la
época; luego añadió o tro s m odelos. En efecto:

a) Con m uy pocas excepciones, las fábulas de la Vindobonense


(ΙΙΙδ y II) h an pasado a la Accursiana. H abitualm ente están en ΙΙΙα β γ
o ΙΙΙα β ; m ucho m ás ra ram en te están en Ι Ι Ι α γ o ΙΙ Ιβ γ o ΙΙΙβ o ΙΙ Ιγ ;
sólo en I l l a encu en tro solam ente H. 3 «El águila y el escarabajo».
E videntem ente, I l l a es la colección m ás antigua y com pleta, ΙΙΙβ
y, sobre todo, ΙΙ Ιγ , d ejaro n p erd er algunas fábulas y añadieron o tras
sobre la base de las m ism as fuentes.
b) Al to m ar com o m odelo a la V indobonense p ara las m ás de
sus fábulas, la A ccursiana tom ó tam bién fábulas nuevas, de línea
«babriana» u o tra; y cuando no hay m odelo en la Vindobonense,
in tro d u jo fábulas tam bién en la o Ib (H. 269, 271, 278) y tam bién
en algunas colecciones ajenas a las anónim as, «babrianas», o no:
incluso bizantinas. E stas introducciones nuevas tienen características
especiales: pueden darse en una sola subcolección, sobre todo en
II I y, o en dos (H. 270, 279, 284) o en las tres (H. 268, 269, 274).

Así, pues, las subcolecciones de la A ccursiana proceden com o es­


tam os aco stum brados ya a ver. Tom an com o m odelo la subcolección
precedente, p ero elim inan fábulas y añaden o tras a p a rtir, en sus­
tancia, de las m ism as fuentes: de las colecciones anónim as m ás an­
tiguas contam inadas con la pre-A ugustana y de m aterial vario, ba-
brian o o no, que en co ntraban en las bibliotecas bizantinas.
Vamos a in te n ta r ah o ra com prender con m ayor detalle todo el
proceso de la creación de la Accursiana, sobre todo en sus fases
m ás antiguas, d en tro de las lim itaciones que nos hem os im puesto.
Q uedam os en que la fuente básica de la A ccursiana (más concre­
tam ente, de I l l a , seguida casi siem pre p o r ΙΙΙβ y m ás lim itadam ente
p o r ΙΙΙγ ) es la Vindobonense. El p rim er problem a que se plantea
es si esa fuente es IIIS, o su form a evolucionada II. Problem a no
fácil de resolver.
En la fábula H. 16, estudiada m ás arriba, p. 416, se ha visto
que en ciertos m ss. de la y IIIS quedan huellas del verso antiguo,
m ien tras que el resto de la tradición de esas colecciones, así com o
la de I y II, ofrece u na versión prosificada. Pues bien, II I p resen ta
claram ente el texto antiguo. Ahora bien, en este caso y algunos
otro s del m ism o tipo que pueden espigarse, en los que II I coincide
en el verso antiguo con algunos m ss. de ΙΙΙδ y aun de la, no es
claro si es que deriva de estas subcolecciones o bien, directam ente,
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 423

del m ism o original de la pre-Augustana. Es la m ism a aporía que ya


conocem os. E n realidad, el m ás fuerte argum ento p ara establecer
u n a dependencia de II I respecto a II I <5 (en vez de pen sar en una
coincidencia en la contam inación con la pre-Augustana) está en el
hecho de que m ien tras que en las fábulas con dos colecciones, I
y II, I I I <5 va con II, en las fábulas con tres III<5 suele escindirse
e ir ciertos m ss. con II, otros con III. En los ejem plos de «La tra ­
dición...», pp. 283 y ss., puede verse h asta la saciedad este fenómeno:
coincidencias m étricas entre II y ciertos m ss. de III<5 y o tras entre
I I I y m ss. generalm ente diferentes de Illá .
Sin em bargo, estando tan em brollada com o está la relación en­
tre los mss. de III <5, siendo tan incom pleto nuestro conocim iento de
esta colección en fábulas con sólo I, II y II I ¿ y faltando fábulas
rep resen tad as sólo en I, III<5 y III (a veces, así en H. 250, cf. su ­
pra, II I va con Mh. considerado de I I I b, pero m ás bien de III),
no parece fácil excluir las otras hipótesis: la de la coincidencia en la
contam inación a p a rtir de la pre-Augustana y la de la sim ple conta­
m inación de algunos m ss. de III δ a p a rtir de III.
Tam poco parece argum ento suficiente el hecho de que unas po­
cas fábulas añadidas en II I a las de II estén en II I δ (cf. los datos
su pra, p. 398). E ste es un caso excepcional: las colecciones de III
buscaban nuevas fábulas en fuentes diversas (y no puede excluir­
se que inversam ente el texto de II I δ dependa del del resto de III).
Es éste un tem a de crítica textual que dejo ahí pendiente. Pero
10 que aquí m ás nos interesa es el hecho innegable del origen de III
a p a rtir de la Vindobonense, contam inada con la pre-Augustana; y
ello en las fábulas que en tra ro n en la p rim era desde I l l a , así com o
en las pocas que en tra ro n luego, con I I I /3 o II I y.
El m aterial en este sentido está ya dado en los lugares que a rri­
ba he citado y no creo que valga la pena de rep etirlo y aum entarlo
con dato s de n u estro Apéndice I: sería fácil. Pero sí creo que es
conveniente que queden claros, al m enos con un ejem plo cada uno,
los tres casos siguientes:

a) Texto alterad o de I, m antenido p o r II, pero vuelto a lo an ­


tiguo p o r III, m ediante contam inación con la pre-Augustana: H. 117
I, II άεασάμενος δε κίχλαν / I I I ιδών δέ κίχλαν (sobre la form ula, cf.
vol. I, p. 570).
b) Texto alterad o de I, vuelto a lo antiguo p o r II y alterado
de nuevo p o r III: en la m ism a fábula I λειποψυχών έψη πρός εαυτόν /
11 (trím etro ) λειποψυχών εφη μετά στενάγματος (mss. στεναγμού ) / II I
λειποψυχών &λεγε).
c) Texto alterad o en I, con una nueva alteración en II y m e­
jo rad o en II I p o r contam inación, pero conservando huellas de la
alteración de II: en H. 137 de un έάν αύθις / προ της έπαύλεως μ ’ ϊδτις
424 Historia de la fábula greco-latina

κα&εύδοντα (cf. vol. I, p. 112) sale en I εάν αδθις με προ τής έπαύλεως
κοιμώμενον ιδης / II, II I δ εάν άπό τού νυν πρό τής έπαύλεως ϊδγις με (με
ϊδης) en p arte de la tradición / III, II I δ Ml εί το άπό τοοδε προ τής
έπαύλεως με ιδοις κα&εύδοντα.

Todavía h ab ría que considerar la hipótesis, que he expuesto en


diversos lugares de «La tradición...», pp. 278 y ss., de que, a m ás
de estas dos fuentes, las fábulas que consideram os de la A ccursiana
utilizan tam bién la p ropia A ugustana o I. N ada de extraño tendría,
puesto que era fuente básica de las fábulas ausentes de la Vindo­
bonense.
R ecojo aquí un p a r de esos ejem plos. En H. 28 el m entiroso que
tra ta b a de engañar a los dioses fue cap tu rad o y vendido p o r unos
bandidos y así, de un m odo d iferente al que esperaba, εύρε δραχμάς
χιλίας, halló m il dracm as: I conserva lo antiguo, es un final de
trím etro . II cam bia to talm ente el final y hace que el m entiroso p ro ­
m eta a los bandidos m il talentos, nada m enos. Y II I recupera el
argum ento antiguo y vuelve a hablar, sin m etro ya, de «mil dracm as».
Parece que sigue a I, aunque no puede excluirse del todo que se
inspire en la pre-Augustana.
M ás clara es, quizá, H. 20, en tre varias. Aquí el cocodrilo que
im itando al m ono de Arquíloco se ja c ta de su nobleza, dice que es
hijo de pad res gim nasiarcas (ώς γεγυμνασιαρχηκότων έστί πατέρων). El
re d acto r bizantino de II, que no com prende estos rangos sociales de
los griegos de Egipto, suprim e esto sim plem ente. Y II I lo vuelve a
intro d u cir, con un texto am étrico dependiente del de I, tam bién amé-
trico (ώς γεγΌμνασιαρχηκότων).
E sta fue, pues, la p rim era y m ás im p o rtan te fase del trab a jo del
red acto r de I l l a , seguido luego p o r los de H Iß y IIIó , que en m uy
escasa m edida añadieron nuevas fábulas de igual origen, al tiem po
que (sobre todo IIIy ), elim inaban otras. En sum a, tenían a la vista
bien II, bien II I ó (ciertos m ss. de éste) y esa redacción básica la al­
terab an y la contam inaban con elem entos tom ados de la pre-Au­
gustana y de la p ro p ia Augustana.
Pero, sin duda, la colección así conseguida re su ltab a ahora de­
m asiado pequeña. E n realidad, II I sólo había elim inado unas pocas
fábulas de su m odelo, no sabem os p o r qué (o si es que algunas se
han perdido secundariam ente en los m ss.), pero es que su m odelo
era, ya lo dijim os, m uy breve. P or cierto, que recuerdo que en ese
m odelo había, a m ás de fábulas procedentes de I, unas pocas «ba-
brianas» o de otro s orígenes, que tam bién fueron utilizadas. Si­
guiendo el p ro ced er de tantos o tro s au to res de colecciones, el crea­
d o r de I l l a (y luego H Iß y Ι Ι Ι γ siguieron por la m ism a vía), quiso
am p liar esa colección. Cómo lo hizo, ya lo sabem os: prim ero, aña­
diendo nuevas fábulas de la A ugustana; segundo, añadiendo o tras
Las colecciones Vindobonense y Accursiana 425

de varios orígenes: de la tradición helenística en general, «babrianas»,


antiguos m odelos conocidos p o r la tradición indirecta, etc., incluso
fábulas de origen o riental que de alguna m anera habían llegado a
Bizancio.
De esta segunda fuente o grupo de fuentes no voy a hablar, p o r­
que ya m e he ocupado de ellas m ás arriba. E n cuanto a las fábulas
procedentes de la A ugustana que no están en la Vindobonense, hay
que re co rd a r que fueron contam inadas, una vez m ás, con la pre-
Augustana. No creo que sea preciso, tam poco ahora, d ar ejem plos,
que han sido ofrecidos en lugares ya citados y que se pueden au ­
m en tar, p o r no h a b la r del Apéndice I, con las fábulas de la lista
de pp. 414 y ss. que están en I y III, no en II (señaladas allí expre­
sam ente).
P ara estas fábulas, el problem a de ΙΙΙδ , evidentem ente, no se
presenta. Sí hay que hacer co n star que, a veces, ciertas lecciones
de II I se en cu en tran tam bién en la o en p arte de sus m ss. Cf., p o r
ejem plo, H. 79 la (Me Mf) I I I ι5π’ άμπέλω έκρύβη, que creo ahora
que re p resen ta u n antiguo έκρύβη ύπ7 άμπέλω, m étrico; I έκρύπτετο
υπό τινα. άμπελον es una prosificación. Con esto se nos p resen ta el
problem a de siem pre: si la y III beben directam ente de la pre-Au­
g ustana o si II I depende aquí de la : aquí y en u n a serie de casos
paralelos (cf. «La tradición...», pp. 296 y ss.). Ahora bien, así como
ya he dicho que II no conoce la, parece que ése no es el caso de III.
Pues en tre las nuevas fábulas de II I relacionadas arrib a, pp. 400 y ss.,
hay varias, precisam ente, que están en la y III (y eventualm ente
en Ib). Lo m ás p robable es que el re d acto r de la A ccursiana m aneja­
ra, ju n to a la Augustana, un m anuscrito de la. Como, por o tra p a r­
te, las coincidencias textuales Ia -III son m ucho m ás im portantes
que las Ia-II, no parece descam inada la hipótesis de que, a m ás de I
y de la pre-Augustana, n u estro red acto r usaba todavía un original
de la y quizá de Ib.
No hay que ex trañ arse ante la com plejidad de las contam inacio­
nes, que sería m ucho m ás notable si pudiéram os descender al de­
talle y e n tra r a fondo en el estudio de cada subcolección, de cada
m anuscrito. Por lo dem ás, a favor de la am plitud de m ateriales de
base a disposición del cread o r de la Accursiana, y luego de sus con­
tinuadores los creadores de ΙΙΙβ y I l l a , habla la consideración de
las nuevas fábulas, de tradición d istin ta de la de las Anónimas, que
in tro d u jero n y que hem os estudiado. Los precedentes de la tradición
«babriana», el propio B abrio, paráfrasis, dodecasílabos y fábulas de
las que, p a ra nosotros, sólo la tradición indirecta es testigo indepen­
diente y o tras todavía sin testigos independientes, incluso fábulas
orientales, estuvieron a disposición de nuestros redactores.
Pero éstos no se lim itaron a am o n to n ar m ateriales sobre m ate­
riales (com etiendo a veces el sólito e rro r de d ar dos versiones de
426 Historia de la fábula greco-latina

una m ism a fábula), sino que insistieron cada vez m ás en el refina­


m iento estilístico: en el vocabulario y la sintaxis lo m ás áticas po­
sibles. E lim inaron, luego, las viejas V id a s de Esopo (en I, salvo el
ms. G, pasó lo m ism o), tan populares y poco ad ap tad as al gusto
culto bizantino. E n un m om ento dado encabezando la A ccursiana
se copió la V ida red actad a p o r Planudes.
CAPITULO IV
LA PA R A FR A SIS BOD LEIA N A Y LOS DODECASILABOS
PO L IT IC O S

I. G en e r a l id a d e s

En el vol. I de esta obra, pp. 123 y ss., dentro del ap artad o de­
dicado a «La trad ició n babriana», m e he ocupado de las colecciones
a que se refiere este capítulo: la llam ada P aráfrasis B odleiana y los
Dodecasílabos políticos bizantinos. He dado allí u n a visión general
que, en cierta m edida, h a sido m odificada y que, desde luego, ha
sido m uy am pliada en la p arte I de este volum en, donde se h a po­
dido ver el lugar de las fábulas de estas colecciones bizantinas
den tro de los s te m m a ta de la fábula griega. E sta visión general pone
al día mi trata m ien to an terio r en «La tradición fabulística griega y
sus m odelos m étricos» 1 en el que, de todas m aneras, se hacía ya la
aportación decisiva: ni es cierto que las fábulas de la P aráfrasis de­
pend an siem pre de B abrio ni que los Dodecasílabos dependan de la
P aráfrasis; en ocasiones, incluso, unos y o tra están relacionados con
la trad ició n de F. An.
A lo largo del libro, aquí y allá, se han hecho o tras aportaciones
m ás a n u estro tem a. Por ejem plo, se h an encontrado fábulas deri­
vadas de o tras en dodecasílabos en diversas fábulas de F. An. II y III,
del códice B rancacciano y de los T e trá stic o s de Ignacio Diácono. Y se
h a señalado u n a y o tra vez el lugar de toda esta tradición dentro del
co nju n to de la trad ició n to tal de la fábula, así com o su parentesco
con fábulas de B abrio, Aviano, Aftonio, el pseudo-Dositeo, Tetr., etc.;
todo ello prescindiendo de la cuestión de si tal o cual fábula de Par.
y /o Dod. viene de B abrio, o tal o cual fábula de Aviano o T etr. viene
del m ismo. E n con ju n to hablam os de «tradición babriana», en sen­
tido am plio, com o u na tradición derivada ya de u n a segunda versión
p rim aria, ya de u n a secundaria, ya de una p rim aria que, a su vez,
p roduce u na secundaria: en definitiva, de una ram a diferente de la

1 Lugar citado, pp. 7 y ss.


428 Historia de la fábula greco-latina

cen trad a en to rn o a F. An. Aunque tam bién hem os visto que en m u­


chas ocasiones todas las versiones de una fábula derivan de un úni­
co original prim ario.
Después de todo esto se com prenderá que el estudio que h aré
de estas colecciones no va a ser tan exhaustivo com o lo ha sido el
de o tras; en realidad, h a sido hecho ya en sus líneas fundam enta­
les. Quedan, sin em bargo, algunos puntos pendientes, de los que h e­
m os de ocuparnos.
H ablaré p rim ero de la tradición m an u scrita y las ediciones. Comen­
zando p o r la P aráfrasis, he de señalar que su edición p o r P. Knoell
en 18772 se basa fu ndam entalm ente en Ba, el B odleianus Auct. F 4.7;
conoce parcial e ind irectam ente el Bd, de la m ism a ram a, y u sa tam ­
bién el M arcianus n. XI, 1, apógrafo suyo, o sea, K noell sigue una
sola recensión y da, p o r tanto, u n a sola versión de cada fábula. A su
vez, C rusius conoce m ás exactam ente estos m ism os m anuscritos, así
com o un P arisinus, p o r o tra p a rte poco valioso. El resu ltad o es el
m ism o: una sola versión de cada fábula, con muy pocas excepciones.
Cham bry, cuya edición he utilizado p a ra estas fábulas, ha proce­
dido con m ayor esm ero. M aneja los cuatro m ss. Ba, Bb, Be y Bd,
m ás diversos m ss. de las F. An. cuando las versiones «babrianas»
se han introducido en su tradición, com o sa b e m o s3. En este caso,
natu ralm en te, tam bién podem os c o n tar con la edición de H ausrath.
Pero aun prescindiendo de ésta, la de C ham bry nos certifica la exis­
tencia de dos y h asta tres versiones de u n a m ism a fábula en la tra ­
dición de la P aráfrasis: versiones generalm ente em parentadas, pero
a veces no.
En su prólogo, pp. 17 y ss., C ham bry se refirió ya a este proble­
ma. No sólo insistió, el prim ero, en que a veces las fábulas de la Pa­
rá frasis no derivan de B abrio, sino que hizo ver estas diferencias
den tro de la m ism a. C oncretam ente, Ba y Bb dependen de un m o­
delo com ún y p erm iten re co n stru ir una versión única: la editada p o r
Knoell y Crusius. Pero en Be y Bd hay fábulas ya de la m ism a re­
censión, ya de u n a segunda, ya de una segunda y u n a tercera; a
veces algunos de estos códices o grupos de códices son acom pañados
p o r alguno de los que C ham bry llam a M (m ix ti) y H a u srath incluye
en II I o Ib. E n sum a, edita ya una, ya dos, ya tres recensiones de Par.
A lo largo de los diversos ejem plos de fábulas analizados en este
libro ha podido verse que estas diversas recensiones en ocasiones
pertenecen a la m ism a ram a de la tradición, pero en o tras no. E ste es
u n tem a que hay que profundizar, insistiendo en detalle sobre la

2 F abularum B abrian aru m P araph rasis B odleian a, ed id it P. K noell, V indo­


bonae, su m p tib u s A lfredi H oelderi, 1977.
3 Cf. su pra, p. 399.
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 429

perten en cia de las m ism as a tal o cual ram a, sobre los m odelos semi-
prosificados interm edios (uno o varios) en tre B abrio y estas versiones
o e n tre el m odelo reco nstruible y estas versiones, etc. Por supuesto,
ello im plica m odificar algunas afirm aciones del pasaje citado del vo­
lum en I, afirm aciones tácitam en te re tira d as ya en la P arte I de éste.
Se plantea, de o tra p arte, el problem a de la fecha de las sucesivas
recensiones, así com o el de la relación en tre las m ism as y Dod.
E n cuanto a Dod., a veces lo h a editado Crusius, pero lo h a he­
cho m ás sistem áticam ente Cham bry, con cuya edición hem os de con­
ten tarn o s. Digo que hem os de contentarnos porque su edición peca
de ciertos defectos p u ristas y clasicistas, derivados de o tra p arte del
poco conocim iento de la m étrica bizantina: cf. vol. I, p. 129 (crítica
de Ursing). De todas m aneras y m ien tras no aparezca la edición que
p re p ara John Vaio de P aráfrasis y Dodecasílabos p a ra la Teubner,
la edición de C ham bry rep resen ta un apoyo relativam ente sólido.
Puede decirse que los Dodecasílabos no tienen u n a tradición m a­
n u scrita independiente. Prescindiendo de su penetración, antes alu­
dida, en los T e trá stic o s y en el cód. B rancacciano, así com o de deri­
vaciones en la p ro sa de algunas de las F. An. (H. 234 I-II-III, diversas
fábulas de F. An. II y III, cf. supra, p. 399), las fábulas en Dodeca­
sílabos políticos se hallan en los m ism os m anuscritos —no en todos,
sólo en algunos de ellos— de la tradición de F. An.: en Cas Mb Pg
de I, en Ma de Ib, en Md y Mm de ΙΙ Ιγ , en m uy num erosos de II, etc.
Sabem os que las fábulas «añadidas» de las diversas colecciones, ap ar­
te de I, pertenecen a veces a la tradición que hem os llam ado «ba­
briana» en sentido am plio: sus copistas o los m odelos de éstos dis­
ponían, pues, de m ss. d istintos de los de I. Pues bien, en tre estos m ss.
había algunos que contenían fábulas en dodecasílabos, igual que h a­
bía otro s con fábulas en coliam bos babrianos que fueron m odelo de
G y Mb, m ss. de F. An. I o Augustana.
Las fábulas dodecasilábicas m erecen u n a edición independiente,
que incluya las hoy desconocidas de T etr. y del cód. B rancacciano,
antes citadas, así como, tam bién, las prosificaciones aludidas, de las
que a veces pueden obtenerse fábulas dodecasilábicas com pletas.
E n tan to no la tengam os hem os de contentarnos, com o dije, con la
edición de Cham bry.
P or m uchas cosas que puedan criticarse a ésta, hay que recono­
cer que C ham bry tuvo el buen sentido de no forzar los textos de
sus m ss. p a ra o b ten er versiones únicas: ya da una sola versión do-
decasilábica, ya dos. Como o cu rre con los m ss. Be Bd de la P ará­
frasis, los de Dod. no han seguido cada uno un m odelo único: ya
son unos, ya otro s los que se alian p a ra d ar una versión (otras p ro ­
ceden de un ms. único).
Se tra ta , pues, de e stu d iar la relación de esa o esas versiones de
u n a fábula en Dod. con la o las P aráfrasis, m ás eventualm ente o tras
430 Historia de la fábula greco-latina

versiones m ás (B abrio, m odelos interm edios reconstruidos, etc.).


Porque hay coincidencias y diferencias en tre la o las versiones de una
m ism a fábula en estas colecciones tan m ezcladas de los m ss. pos­
teriores. Y hay varias hipótesis que a p rio ri deben descartarse: que
todas las versiones de Par. o todas las de Dod. vengan de u n m odelo
único (esto ya se h a m o strad o en n u e stra ejem plificación a lo largo
del libro); que Dod. derive de Par.; y que Par. derive de Dod. Hay,
ciertam ente, a veces, un parentesco próxim o, a veces solo uno le­
jano. Aquí surge el p roblem a de la reconstrucción de las versiones
interm edias.
Ni que decir tiene que todo esto a rru in a la tesis de H usselm ann
(cf. vol. I, p. 119) de que hubo en el com ienzo dos alfabetizaciones
de fábulas coliám bicas: la del Atoo y la que ha dejado huellas en
G Mb y Par. (Dod. queda fuera de juego al seguir el orden de F. An.).
La objeción de J. Vaio que cité en el lugar indicado ya era fuerte:
coincidencias de A con uno u otro de estos testigos. La m ezcla en
G de fábulas de A, de Mb y nuevas, las diferencias e n tre A y T.Assend.,
las cu a tro fábulas de G que coinciden con A y, sin em bargo, no son
seguidas p or Par. (cf. «La tradición...», p. 37) eran argum entos, ya, a
favor de que las cosas eran m ás com plicadas. En el artículo de refe­
rencia de Vaio hay otros argum entos m ás (una fábula coliám bica
y varias ausentes de Ba en G, epim itios com unes a A y Mb, papiros
bab rian o s con orden propio) a favor de que en la antigüedad tard ía
todas estas fábulas corrían en varias ediciones, que se contam ina­
ban. Además, según vam os viendo y precisarem os, Par. no deriva de
fábulas coliám bicas, sino de versiones prosificadas de las m ism as
(incluso cuando vienen de B abrio). Y había varias de esas versiones
prosificadas, a veces dependientes de ram as b astan te alejadas dentro
de la tradición fabulística (aunque hoy no creo que u n a fábula de
la P aráfrasis venga directam ente de una de la Augustana).
Todo esto im plica u n a m ultiplicidad de m odelos: ni m ás ni m enos
que com o en o tro lugar he propuesto p a ra el Atoo (y p ara G, Aviano,
T.Assend., etc., incluso p a ra F. An.). Si es verdad que en Par. (y Dod.)
un m ism o tem a no se repite, sí hay variaciones a veces notables y,
desde luego, redacciones diferentes. E sto im plica diversas coleccio­
nes que nu estro s m ss. copiaban teniendo m ás de u n a a la vista, sus­
tituyendo aquí o allá la fábula del m odelo principal p o r la de otro
ms., contam inando y elim inando fábulas con frecuencia. Ju n to a un
m odelo de Ba Bd, en definitiva, ha debido de h ab e r otros, cuyas fá­
bulas se tom aban incluyéndolas en el orden alfabético de dicho m o­
delo de Ba Bd. Las fábulas de Dod. im plican m ás m odelos todavía.
En lo que sí tuvieron cuidado, evidentem ente, los creadores de las
versiones de nu estro s m ss. y los copistas de éstos es en no incluir
fábulas nuevas, aunque sustituyeran unas versiones p o r otras. Ni
m ás ni m enos que en el caso del ms. A de B abrio, que incluye, he
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 431

creído dem ostrar, m aterial diverso de fuentes diversas, pero alfabe­


tizado sin repeticiones.
Hay, sin em bargo, una excepción: cuando la evolución de una
fábula ha producido modelos diferenciados que se consideran como
fábulas autónom as. Doy m ás adelante dos ejem plos.
Ha debido de haber, pues, una serie de mss. con fábulas «ba­
brianas», derivadas de B abrio o de o tras fuentes, en general a p a r­
tir de una línea d istin ta de F. An., pero tam bién de Aftonio, por
ejem plo. M anuscritos con diferencias entre unos y otros, com o he
pro p u esto tam bién p ara el caso de la pre-Augustana. O tras veces la
derivación es a p a rtir de un m odelo p rim ario único. E sta es la base
a p a rtir de la cual se crean una colección m odelo de Ba Bb y o tras
colecciones que luego hallaron eco en Be y /o Bd; tam bién en Dod.
En cuanto a la fecha de estas colecciones, U. U rsin g 4 propone,
sobre la base de los estudios anteriores de Knoell y Cham bry, los
siglos IV o v d. C.: piensa que la lengua de Par. puede au to rizar esta
opinión. Los m odelos de Par. serían, pues, contem poráneos m ás o
m enos de la redacción de la A ugustana que ha llegado a nosotros:
aunque hay que n o tar que una cosa son los m odelos de Par. y o tra
las redacciones, p o steriores aunque no creo que m ucho, que llega­
ron a nuestro s m ss. N ótese que hay casos diferentes: a veces hay
varias versiones independientes, incluso de línea diferente, otras,
hay una versión sem iprosificada de la que luego salen dos o tres,
que van a p a ra r a Par. 1, Par. 2 y Par. 3, p o r ejem plo: es decir, hay
escalones. E ste solo hecho m ás los m ism os análisis lingüísticos de
U rsing en el libro citado m e hacen p roponer una am pliación del m ar­
gen tem poral de los m odelos de n u estras redacciones: puede llegar
seguram ente al siglo vi d. C.
Por lo que a Dod. respecta, Ursing, que postula que viene de Par.
(hay que precisar: de su modelo, no de los textos de nuestros m ss.),
le da una fecha p o sterior, certificada de o tra p a rte p o r los rasgos
m étricos. Según él, se tra ta ría de versiones del siglo v u d. C. p ro ­
bablem ente: aquí hay que añ ad ir que esta fecha se refiere precisa­
m ente a las versiones de nuestros m ss. O sea: las fábulas de Dod.
son aproxim adam ente contem poráneas de n u estra V indobonense. Fue­
ron, se sabe, utilizadas p ara crear nuevas fábulas «añadidas» de esta
colección y de la Accursiana, ap a rte de que e n tra ro n en los mss. de
estas dos colecciones y aún en los de la A ugustana (y en el texto
de H. 234 de la Augustana, com o queda dicho).
No estará de m ás, quizá, re p etir aquí los datos principales sobre
la trad ició n de las P aráfrasis, dados en nuestro capítulo I, p ara rec­
tificar luego algunas interpretaciones del vol. I y o tras m ás posibles

4 Studien zur griechischen Fabel, Lund, 1930, p. 13.


432 Historia de la fábula greco-latina

y p asa r a continuación al problem a de las versiones interm edias y al


detalle de la derivación de n u estras versiones.
En ese capítulo p resen té ya casos de derivación de Par. y /o Dod.
a p a rtir de B abrio y otros en que el punto de p artid a no era Babrio;
indiqué, asim ism o, que puede hab er verso com plem entario entre va­
rias versiones de Par. y /o Dod. y de F. An. y Par., Dod., lo que im ­
plica un pu n to de p artid a m étrico com ún. De o tra parte, el verso
helenístico se refleja en ocasiones sólo en Par. o sólo en Dod. y exis­
ten casos en que hay líneas de derivación independientes (hacia
F. An., Par., Sy.). Los casos son, pues, varios y diferentes; ya adelan­
té que las diversas versiones de Par. y Dod. pueden venir de un
m ism o o varios prototipos.
Yendo m ás a los ste m m a ta típicos que describí, señalé u n a serie
de ellos en los cuales Par. y /o Dod. son estudiados, sim plem ente,
den tro de la trad ició n que he llam ado «babriana»; ap a rte están
aquellos en que toda la tradición viene de un m odelo prim ario
único:

a) Verso 2 com o derivado de un verso 1, im plicando esto a veces


cam bio de argum ento o reducciones diversas.
b) P ro to tip o «babriano» que es u n a sem iprosificación derivada
de un verso 1; hay igualm ente, a veces, m odificaciones o
cam bios.
c) P rototipo «babriano» con verso com plem entario de otro di­
ferente, derivando am bos de u n m odelo único.
d) Derivación en cascada, estando el p rototipo «babriano» en
uno de los escalones.
e) Caso de varias versiones prim arias, llam o 2 convencionalm en­
te a la «babriana».
f) Caso de trad ición te rn a ria o aún m ás dividida.

E stos son los tipos principales. Como se ve, si a veces la línea


«babriana» deriva de un m odelo único (y en ese caso no siem pre
está bien m arcada su autonom ía), o tras es una línea p rim aria entre
dos o m ás existentes o u n a línea secundaria, aunque tam bién puede
suceder que de la p rim aria «babriana» salga una secundaria de otro
tipo.
E n definitiva, d en tro de la tradición de la fábula griega tendió
en ocasiones a crearse o derivarse una ram a «babriana», pero en al­
gunos casos esta ram a es la principal y en otros no hay p ráctica­
m ente autonom ía respecto al m odelo único inicial o la hay colec­
ción a colección. Los m odelos «babrianos» no afectan sólo a Bab., Par.
y Dod., tam bién pen etran, en ocasiones, en Aviano, Aftonio, pseudo-
Dos., Sy., T etr. y fábulas-ejem plo, a veces a través de m odelos interm e­
dios. Por o tra p arte, sucede en ocasiones que el m odelo «babriano» es
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 433

único: toda la trad ición viene de B abrio o estam os reducidos p ara


conocer una fábula a Par. o Dod.
Tam bién he señalado que, a veces, Par. y Dod. derivan de ram as
diferentes, así, p o r ejem plo, en H. 46: o sea, que n u estra s coleccio­
nes pueden derivar de una línea no «babriana», com o ocurre en
ocasiones, según hem os visto, con el propio B abrio, allí donde se
sep ara de Par. y /o Dod. N uestras colecciones, com o siem pre, conta­
m inan, tienen delante de sí m ás de un m odelo y no reflejan uno
solo m ás que en líneas generales.

II. P ar. y D od. c o m o d er iv a d o s de B a b r io .

Con esto podem os p asa r ya a ocuparnos m ás detenidam ente de la


situación co ncreta de n u estras colecciones.
E n el capítulo de referencia señalé ejem plos, que serían fácil­
m ente m ultiplicables, en que Par. y /o Dod. derivan de B abrio (usado
aquí com o sinónim o de los coliam bos del tipo de los suyos). A ve­
ces toda la tradición de una fábula viene de él, com o señalé al h a­
b lar del propio B abrio. Pero venga o no toda de él hay fábulas de
Aviano, T etr., Par., Dod. y o tras que de él evidentem ente derivan.
A H. 107, 191, 232 a rrib a citadas pueden añadirse (a veces p a ra Par.,
a veces p ara Dod., a veces p ara am bos: véase Apéndices I y II):
H. 7, 22, 45, 53, 93, 103, 140, 145, 154, 155, 163, 249, 255, 262, 279,
281, 285, 288, 291, no H. 13, 14, 59, 66, 82, 85, 95, 101, 106, 115, 125, 128,
129, 130, 135, 149, 156, 183, 184, 186, 210 y 250 com o ejem plos m ás
seguros.
El criterio, claro está, consiste en que en estas fábulas no se
pueden en co n trar en Par. y /o Dod. restos de verso que no sean
explicables p o r B abrio (o p o r versificación bizantina posterior): no
hay verso helenístico.
A esta afirm ación general sobre la derivación de determ inadas
fábulas de Par. y /o Dod. a p a rtir de B abrio, hay que añ ad ir algunas
precisiones:

1. Hay ocasiones en que las versiones que estudiam os presentan


huellas de coliam bos de tipo babriano, sin que exista, sin em bargo,
un m odelo en el Atoo, en G, en Mb ni fuera de allí. E ste es el caso,
concretam ente, de H. 282 «El calvo», tam bién en F. An. Ι Ι Ι γ y Avia-
no, p ara la que he propuesto u n m odelo en el B abrio perdido
(cf. pp. 248 y 282); el de H. 119 «El cam ello y Zeus» en Par. y Dod.,
y el de no H. 119 «Hércules y Atenea», solo en Par. (dos versiones).
La p rim era caía alfabéticam ente fuera del B abrio del Atoo, la se­
gunda dentro. Deben de venir am bas de B abrio o de uno de sus
im itadores.
434 Historia de la fábula greco-latina

2. La descendencia de B abrio en n u estra tradición es m uy va­


ria: a veces sólo está en Par. (por ejem plo, H. 62) o en Par. 1, Par. 2
(por ejem plo, H. 22) o en Dod. (por ejem plo, H. 93) o en Par., Dod.
(por ejem plo, H. 45, H. 191). Por o tra p arte, puede suceder que
n u estra trad ició n venga parcialm ente de B abrio, parcialm ente no:
así en H. 154 Dod. 1 viene de la línea prim aria, Dod. 2 y Par. de
B abrio, que pertenece a la secundaria; en H. 249 Dod. viene del ver­
so 1 (prim ario), Par. de B. (verso 2). Ya sabem os que los m ss. te­
nían varios modelos.
3. En algunos casos de B abrio derivan, no sólo las versiones
que ah o ra estudiam os, sino o tras m ás tam bién, com o h a sido esta­
blecido en los lugares pertinentes. Así, en H. 7 y 255 de Bab. vienen
Par. y Ι Ι Ι γ (en H. 281 tam bién Dod.); en 163 son Par. y Aviano los
que vienen de B.; en no H. 59 éste es el caso de Dod., Aviano ν
Phot.
4. N uestras versiones, com o quedó apuntado, no vienen de Ba­
brio directam ente, sino de versiones interm edias sem iprosificadas.
Por po n er un ejem plo, señalo H. 22 «La zorra y el leñador», en que
Par. 1 y 2 p re sen tan num erosas coincidencias literales con B abrio,
que h a m odificado m ucho la fábula. Pues bien, am bas versiones coin­
ciden en elim inar ciertos rasgos introducidos p o r B abrio (la zo rra se
esconde en un chopo, invoca al final al Ju ram en to , que castigará
al leñador). Y coinciden aproxim adam ente en elem entos am étricos,
no babrianos: Par. 1 ó δέ συνέ^ετο... τόν τόπον ύπέδειξεν (2 ύπέδεικνυ)...
ή δέ άλώ πηξ... έζήλ9εν... εΐπεν δέ α&rfj ό δρυτόμος (sem ejante Par. 2).
No se puede p o stu lar que Par. 2 venga de Par. 1 ni al revés, porque
en una y o tra version hay restos de B abrio a veces diferentes. Cf. tam ­
bién no H. 125, en tre otros ejem plos.
Tam bién se pueden d etectar versiones interm edias cuando in te r­
vienen o tras derivaciones. Un ejem plo puede ser H. 154, donde Dod. 2
y Par. ofrecen coincidencias ajenas a B abrio (Par. έ&ήρευον... έπεί δέ
ζώά τινα έ&ήρευσαν... την δε δεοτέραν / Dod. 2 $ηρεύων... έπεί δέ ζώα
έκράτησ αν... τήν δευτέραν ¿έ) así com o coincidencias con él, ya las
m ism as, ya diferentes. V ersiones interm edias se detectan m uy cla­
ram en te allí donde, a m ás de Par. o Dod., hay versión de ΙΙΙγ ,
p o r ejem plo, en H. 7; m enos claram ente cuando hay versión de
Aviano, p o r su conocida independencia y su texto latino. Pero en el
capítulo co rrespondiente he creído d em o strar que la versión p ro ­
saica latina que Aviano da com o su m odelo, en la m edida en que
viene de B abrio lo hace precisam ente a través de una p aráfrasis
prosaica.
5. Es m uy im p o rtan te tam bién este o tro hecho: en ocasiones
nu estro s textos derivan de un m odelo que no es B abrio, pero lo
contam inan con B abrio. Me ocupo de esto m ás adelante, a propósito
de los m odelos independientes de B abrio.
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 435

6. F rente a lo que pueda parecer a p rim era vista, no existe, por


supuesto, una derivación de B abrio a p a rtir de n u estra s versiones.
Las coincidencias se explican de o tra m anera: p o r dependencia de
un m odelo com ún, a p a rtir de una o m ás sem iprosificaciones in te r­
m edias. Véase m ás abajo a propósito de H. 6 y H. 46, en tre o tras
fábulas donde el problem a p o d ría plantearse.

III. P ar. y D od. co m o d er iv a d o s de una fuente d is t in t a de B a b rio

Con esto paso, precisam ente, a ocuparm e de las fábulas en las


cuales Par. y /o Dod. derivan de u n a fuente d istin ta de B abrio: fuente
de trad ició n «babriana» en el sentido am plio en que vengo em plean­
do la p alab ra o, incluso, de o tra tradición.
E n realidad, podríam os distinguir tres casos: P ar y /o Dod. de­
rivan de u na línea p rim aria única; derivan de una línea «no b ab ria­
no»; derivan de una línea «babriana». En estos dos últim os casos
nos es ahora indiferente el ca rác te r p rim ario o secundario de estas
líneas. Lo que es im p o rtan te es ver la relación interna, es decir,
la eventual existencia de una o m ás versiones interm edias y la
eventual contam inación entre dos de ellas. Por o tra parte, sea el
m odelo «babriano» o no, puede h ab e r contam inación con el propio
B abrio. Y las diversas versiones de Par. y de Dod. pueden in sertarse
en lugares d iferentes del s te m m a .
P ara em pezar, q u erría decir que Par. y Dod. no vienen nunca
exactam ente de n u estras colecciones de F. An. En «La tradición...»,
al investigar casos en que Par y /o Dod. están próxim os a F. An., he
pro p u esto en alguno (cf. p. 29) una derivación d irecta que ya cri­
tiq u é en vol. I, p. 129.
Veam os ah ora sucesivam ente los diferentes casos uno a uno:

1. P a r. y /o D od. co m o d e riv a d o s de u n a lín e a p rim a ria ú n ica

Puede com enzarse la ejem plificación con H. 1 «El águila y la


zorra». Aquí sólo hay Par., no Bab. ni Dod.: es un resum en que
co m porta las innovaciones de D em etrio (cf. vol. I, pp. 429 y ss.),
pero no alguna de F. An. (el que la zorra devore a las crías del águi­
la, sólo está aquí): de o tra p a rte el comienzo con φιλί αν εσπείσατο
viene independientem ente de un m odelo que he reconstruido como
φ ιλί αν άλώπηξ κάετός προς άλλήλους (F. An. I αετός και άλώπηξ φιλίαν
προς άλλήλους σπεισάμενοι...)
Más in teresan tes son casos en que intervienen tam bién Par. y,
eventualm ente, Dod. In teresan te es, p o r ejem plo, el caso de H. 76
436 Historia de la fábula greco-latina

«El ciervo y el león». Aquí Par. 1 conserva m uchísim o verso, com ­


p lem en tario del de F. An., pero carece de innovaciones específicas
de éste, com o la su stitución de los cazadores p o r el león. Y ofrece
coincidencias con Bab. (que am plía el com ienzo), com o se ve sobre
todo com parando el cierre final del ciervo con sus versiones en F. An.
y Fedro. Es decir: h abía m odelos interm edios m ás antiguos que
B abrio. Ahora bien, Par. 2 no viene de ese m odelo, sino de otro,
un resum en que conserva coincidencias con o tras versiones (Par. 2 éni
ΰδατος, cf. F. An. I κατά του ϋδατος, F edro in liquore, Aft. τοϊς νάμα σι).
Por supuesto, hay otros tipos de relación. Así en el caso de
H. 98 «La víbora y la zorra», son Par. 2 y Dod. quienes conservan
m ejo r el original, con m uchos elem entos m étricos y algunos am étri-
cos com unes. Par. 1 viene del m ism o original, no se ve si a través
de la versión interm edia; y F. An. I es resum en, probablem ente del
original.
No hay que olvidar que en tre este caso y el de la derivación a
p a rtir de u n a línea secundaria hay, en realidad, transiciones. Así
en H. 89 «La oca de los huevos de oro», aunque colocam os a Par.,
Dod., F. An. I l l , Bab. y T etr. ( — Branc.) com o variantes del m odelo
único X, la verdad es que form an un bloque frente a F. An. I. Com­
paran d o esta versión con Sy., parece claro que es ella la que innova
al com ienzo y el final. Puede pensarse que cosas que están en Par. y
dem ás y faltan en F. An. y Sy. son arcaísm os: así el όμοίαν o δμοίην
referid o a la oca. Pero el ούδέν μελλήσας / 'έ!)υσεν αυτόν (m étrico) de
F. An. I (cf. Syr. «il p rit la poule et la tua», Synt. την opviv κατέ9υσεν)
parece m ás antiguo que el Άυσας (o σφάξας, κτείνας) de las o tras
versiones. Cf. tam bién νομίσας en Par., F. An. III, ένόμισε B. O sea:
es m uy posible que tras el m odelo único haya una versión que va
a p a ra r a F. An., Sy. y o tra que va a p a ra r a n u estras versiones. Más
clara se halla la p ro sa interm edia en otros casos, así en H. 266
(otros derivados de X son Ib, Sy. y Aftonio).

2. P a r. y /o D od. co m o d e riv a d o s de u n a lín e a «no b a b ria n a »

Al h ab lar de B abrio hem os discutido el problem a de si cuando


B abrio se opone él solo al resto de la tradición hay que co n tar con
un escalón in term ed io o es a él precisam ente a quien hay que a tri­
b u ir todas sus innovaciones. Aunque a veces el problem a es difícil
o im posible de resolver, nos ha parecido que, en ocasiones, B abrio
depende efectivam ente de un m odelo interm edio: en esos casos, de
ap arecer Par. y /o Dod. en la línea principal, prim aria, podem os de­
cir, aunque resu lte un tan to paradójico, que pertenecen a una línea
«no babriana». El caso, p a ra ellos, sería idéntico al an terio rm en te
estudiado. Con m ás razón cuando la línea secundaria que sigue
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 437

B abrio le es com ún con o tra fuente, con lo que la existencia de un


m odelo interm edio es indudable. Claro que tam bién se da el caso
inverso: Bab. va con F. An. y en u n a línea secundaria están n u estra s
versiones.
Así, p o r ejem plo, en H. 179 «El joven libertino y la golondrina»,
en que en F. An. I y Dod. hay verso com plem entario: a veces, m ejor
conservado el de Dod. (Dod. ώς ε'ιδε χελιδόνα / παρά καιρόν έλ9ούσαν
fren te a F. An. I ώς έΜ ασατο χ. π. κ. έ.), a veces el de F. An. (cf. por
ejem plo el coliam bo άπημπόλησεν, ύστερον δέ χειμώνος). Hay sin duda
p ro sa interm edia: cf. el com ienzo νέος άσωτος καταφαγών. Pues bien,
en esta fábula T etr. y Bab., aunque el p rim ero resum e y el segundo
am plía, vienen a su vez de un m odelo derivado. Pues en Tetr. está
ya el juego de dados que arru in a al joven, com o en B abrio, pero no
se tra ta de un derivado de éste, hay coincidencias con F. An. I que
B abrio h a sin du d a elim inado.
No es cuestión de fatigar al lector repitiendo u n a y o tra vez la
argum entación: b a sta rá re m itir al Apéndice I. Señalo, eso sí, los
casos m ás claros:

H. 46: aquí hay dos versiones m étricas diferentes, una p ro d u ­


ce F. An. I, Dod.; o tra, Par. 1 y B.

H. 145: Dod. sale con F. An. I del verso p rim ario, Diodoro y Ba­
brio (y el derivado de éste, Par.), del secundario.

H. 154: de X (m odelo prim ario) salen F. An. I, Dod. 1 y T etr. 2;


de Y (id. secundario), Fedro, B abrio (de donde Dod. 2 y Par.) y T etr. 1.

H. 158: de X salen F. An. I, Fedro, Dod. y Par. 2 (estos


dos = 217 Ch.); de Y, P1 (= 219 Ch.) y B abrio. E sta ú ltim a versión
difiere m ucho en el argum ento (la em bajada de los lobos es recha­
zada, las ovejas se salvan) y en ella hay coincidencias léxicas n ota­
bles en tre Bab. y Par. 1, pero éste no depende de B.: p resen ta restos
de verso helenístico m odificado p o r B. (cf., p o r ej., εί τούς κύνας
λάβωσι και διαφ$είρωσι y Β. έ φ' & λάβωσι τούς κύνας πρός αίκίην). Es de­
cir: hay dos versiones m étricas helenísticas salidas la segunda de
la p rim era. Ambas h an llegado, sin duda, a través de prosificacio-
nes, a los au to res de n u estras P aráfrasis. Y lo notable es que re ­
su ltab an ya tan diferentes que las han considerado com o dos fábulas
d istin tas Par. 1 y 2; están am bas en Ba Bb.

H. 163: de X salen F. An. y Dod.; de Y (un resum en), Aftonio


y B abrio (de éste, a su vez, Par. y Aviano).

H. 167: de X salen F. An. y Dod.; de Y, Par. 1-2 y Dod. 2. En esta


segunda versión h a desaparecido la zo rra com o in terlo cu to ra de la
438 Historia de la fábula greco-latina

leona y hay coincidencias léxicas y m étricas notables. Se tra ta b a


de un m odelo de cu atro versos m uy levem ente prosificados: había
perdido, creo, un éycó que perm ite re stitu ir un verso σκύμνον μήν
'έν' (iyoY), αλλά γενναΐον πάνυ y había o tra s alteraciones m ás.

H. 198: de X provienen F. An., Par. y Dod. (éste com binado


con Bab.); de Y, B., Aftonio.

H. 208: de X vienen F. An., Par. y Dod.; y tam bién derivados


en Bab. y Aft.

H. 249: de X vienen F. An. y Dod.; B abrio (de donde Par. y p ro


bablem ente Aviano) es un derivado a p a rtir de aquí.

Ju n to a estos ejem plos en que sólo u n a p a rte de n u estras ver­


siones sale de la línea «no babriana», los hay en que de ella salen
todas. Así en H. 39 «La golondrina y los pájaros» la versión prosi-
ficada de I (39) está estrecham ente em p aren tad a con dos versifica­
ciones: la que p roduce la nueva p ro sa de Par. 360 Ch. y la que se
bifurca, dando, de un lado, Par. 9, Dod. 9 y, de o tro, Bab. 12. Como
en un caso an terio r, Par. introduce las dos fábulas porque las con­
sid era ya (con razón) argum entalm ente diferentes. N ótese que el
m odelo de esta ram a es uno de los cu atro de la fábula.

3. P a r. y /o D od. co m o d e riv a d o s de u n a lín e a « b ab rian a»

E ste es, n atu ralm en te, el caso m ás norm al: que n u estras ver­
siones o algunas de ellas, a veces acom pañadas de Bab., Aft., etc., se
opongan a una línea diferente, casi siem pre con F. An. en ella; o
que se tra te de la única línea existente.
Hay, com o siem pre, casos especiales. Decía que casi siem pre la
línea o puesta incluye F. An.: pero hay alguna excepción, así en
no H. 128 Fedro, Bab. (de donde Par. 1, Dod.) y P ar 2 (contam inado)
vienen de u na línea reducida que se deriva de una m ás am plia cuyo
verso traslu ce en Aftonio. S em ejante es no H. 295.
Voy a em pezar el estudio p o r los casos en que la línea «babriana»
se opone a o tra con F. An., norm alm ente prim aria, aunque tam bién
en esto al h ab lar de Fedro y B abrio hem os visto que había alguna
excepción. Ello nos p e rm itirá considerar algunos casos com plicados
con m ás de una versión sem iprosificada interm edia. Después p asaré
a ver las fábulas con línea exclusivam ente «babriana», incluidos los
casos con sólo Par., Dod. o con sólo uno de estos testigos.
Los casos m ás sim ples son aquellos en los cuales la línea «ba­
briana», sea p rim aria o no, p resen te un segundo verso o verso re­
m odelado o no ofrezca huellas de verso nuevo, desciende en todo
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 439

caso de un único m odelo sem iprosificado. E sto sucede en ejem plos


en que tenem os versiones de Par. o Dod. o Par. y Dod., pero tam ­
bién en otros en que tam bién interviene B abrio, habiendo, sin em ­
bargo, en las o tras fuentes huellas de verso helenístico independiente
de él, pero a veces m odelo suyo.
Así, p o r ejem plo, en H. 9 Par. y Dod. que presen tan una versión re­
sum ida con verso rem odelado pero tam bién con huellas de prosa co­
m ún: el com ienzo está m uy próxim o en am bas versiones, Par. άλώπηξ
δέ τούτον ΐδοΰσa εφη ώ ανόητε está levem ente variado en Dod. Casos
com o éste son frecuentes.
O si querem os p re se n ta r uno en que tam bién interviene Bab., to­
m em os H. 174 «Los rato nes y las com adrejas». Aquí la versión secun­
daria de Par. 1-2-3, Dod. y Bab. ha sustituido los cuernos de los
ratones-generales p o r estacas; es un m odelo que subyace a todos
estos testim onios y que ofrece restos de verso helenístico. En casos
com o éste la dificultad de hallar restos de prosa interm edia es m ás
grande, sin em bargo.
Es fácil, en n u estro caso, h allar esta p rosa en las tres versiones
de Par.: b asta fija r la atención en el ya/.aí καί μύες inicial de las
tres, en el άσπονδον έίχον μάχην de 1 y 3 (2: ά. μ. εκέκτηντο) que
sigue (en PI hay en tre m edias πρός άλλήλους), etc. Pero no es fácil
aseg u rar que de esa versión prosaica salgan Dod. ποτέ δέ γαλαϊ εμάχοντο
πρός μύας ni Bab. γαλαϊ πο τ’ ε'ιχον καί μύες πρός άλλήλους / άσπονδον άεί
πόλεμον: m ás bien, tom ando todos estos elem entos en cuenta, se po­
dría p ro p o n er un antiguo com ienzo γαλαΐ ποτέ και μύες μάχην πρός
άλλήλους / άσπονδον είχον, del que derivarían directam ente Dod. y Bab.
La derivación d irecta no es verosím il, sin em bargo. Son frecuentes
las coincidencias am étricas Par. = Dod. y aquí m ism o hay sim ilitudes
en pasajes que son am étricos en am bos lugares: Par. 1 oí δε μύες
βουλευσάμενοι (2: στοχασάμενοι), Dod. εϊπον δ’αί μύες πρός εαυτούς; Par. 1
τούς μεγάλους μύας στρατηγούς προχειρισάμενοι (cf. 2, 3 elim ina), Dod.
κατεστήσαντο τούς παμμεγέ9εις μύας ...στρατηγούς, etc. En éste y otros pa­
sajes Bab. parece p a rafra sear este m ism o texto.
Véase tam bién, p o r ejem plo, cóm o en H. 177 «La mosca», el verso
inicial fácilm ente reco nstruible a p a rtir de F. An. I Μ ϋ ΐ ’έμπεσοΰσα
<τις π ο τ'} εις χύτραν κρέως h a dado paso en el m odelo de Bab. y Dod.
a u n a versión en que, sin duda p o r un sim ple erro r, e n tra un ra tó n
(μυς) en to rn o al cual crea B abrio un coliam bo y Dod. un dodecasí­
labo. La base estab a en u n texto en que μυς a rra stra b a un m asculino
έμπεσών (así en Bab., Dod. ένέπεσε) y en que faltaba, igual que en el
m odelo de F. An., el τις ποτ' que restituim os. E ra, pues, un segundo
m odelo sem iprosificado, que p o r o tra p arte introducía adiciones:
cf. Bab. εκπνέων τ ’ήδη, Dod. άπσ&νήσκων δ'.
O tro ejem plo que podría ponerse es H. 46 «Boreas y el Sol».
Aquí, com o ya sabem os, hay una línea 1 con F. An. I y Dod. y o tra 2
440 Historia de la fábula greco-latina

con Par. 1-2 y Bab. Pues bien, las coincidencias prosaicas de Par. 1
y 2 son claras; y algunas de ellas parecen e sta r en la base de Babrio.
Así, a Par. 1 εριν έποιήσατο, 2 Spiv έποιεϊτο responde en Bab. έριν
γενέσ&αι (F. An. περί δύναμιν ήριζον). La trip le m ención del ίμάτιον,
en contextos prosaicos, es su stitu id a en B abrio p o r una variatio des­
tinada, en tre o tras cosas, a crear un nuevo m etro (τήν σίσυραν ...
κράσπεδα... τήν στολήν).
El difícil p roblem a de si B abrio viene de un m odelo m étrico (a
veces com ún a Par., Dod.) o de un derivado sem iprosificado del
m ism o (com ún igualm ente a dichos testigos) se com plica pero al
tiem po se sim plifica cuando hallam os versiones sem iprosificadas
interm edias: es decir, cuando Bab., Par. y Dod. vienen de una m is­
m a línea, pero a través de ram ificaciones.
Veam os, p a ra em pezar, el caso de H. 6 «Las cabras salvajes y
el cabrero». Aquí encontram os, de u n a parte, coincidencias m étricas
y verso com plem entario en toda la serie: cf., p o r ejem plo, Par. 1
τάς ar/ας ήγαγε (variantes fuera de aquí), Par. 2, B. ευρών δ'εκεί
(vars. fuera), Par. 1 πλείον ας / ών είχεν αυτός (vars. fuera, Par. 2, B.
dan πλείους), Dod. μέγα στενάζας κδλο λύξ ας έκ βά&ους (var. en Par. 2),
etcétera. De o tra hay coincidencias am étricas: la p rim era es el έν
σπηλαίω inicial, que B abrio por fuerza ha de m odificar (έν àντρω).
Pienso que el com ienzo todo podría re stitu irse fácilm ente en la ver­
sión prosaica:

Έ ν σπηλαίω άοικέτφ (Par. 1; cf. B. εις αντρον ...των άοικέτων; Par. 2


τινι έρήμω, Dod. lo suprim e) ai'πόλος (Par. 2, B.; Par. 1 αιγοβοσκός,
Dod. ποιμήν) έν χειμώνι (Par. 1-2; Dod. χειμώνος ώρα, cf. Bab. ενιφεν
à Ζευς). Siguen resto s m étricos (τάς αίγας ήγαγεν. / Ευρών δ' έκει) ya ci­
tados.

Pero no es esto todo. En este caso pienso que tra s la versión


sem iprosificada m encionada, base de toda la tradición «babriana»,
hay o tra m ás reciente, base a su vez de Par. 1 y B. Efectivam ente,
am bas versiones carecen al final del lam ento del cabrero y, en
cam bio, añaden que regresó a casa convertido en objeto de risa
(Bab. γελαστός corrom pido en γελάσας en Par. 1). No puede pen­
sarse, de o tra p arte, que Par. 1 venga de Bab., pues acabam os de
ver que está m ás próxim o que él a la versión sem iprosificada p ri­
m era. O sea, esta ram a p resen ta un ste m m a :
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 441

Aún m ás com plicadas son las cosas en el caso de H. 15a «La


zorra y las uvas». Aquí Par. 1 y 2 salen de un m odelo en verso re ­
ducido pero prosificado ya. Efectivam ente, hay coincidencia inicial
prim ero m étrica (βότρυας πεπείρους), luego am étrica (Par. 1 άλώπηζ
κρεμαμένους, Par. 2 άπ^ωρη μένους); el cierre final δ μ φάκες εΐσί h a re­
cibido la adición de un ετι. A su vez, las dos versiones de Dod. p ro ­
ceden de un m odelo próxim o, pero diferente: añade un ποτέ inicial
así com o λα,βεϊν εις βρώσιν, μειδιάσ ασα, respetando en cam bio el
δμφα,κες είσί final.
Ahora bien, estos dos m odelos sem iprosificados debían de ser
conocidos p o r los redactores de las versiones que nos han llegado,
pues existen indicios de contam inación. Véanse las coincidencias
Par.l-Dod.2 καί μή δυνη^εϊσα, ούκ εδυνή&η; y Par. 2-Dod. 1 εμηχα.νάτο,
μηχανωμένη. EI s te m m a sería:

Par. 1

Y (v erso ):

Dod. 2

4. P a r. y D od. c o n ta m in a d a s co n B a b rio

E ste tem a de las contam inaciones nos lleva a aquellas que son
m ás frecuentes: las de los m odelos originales con B abrio. Aunque
a veces es dudoso si las coincidencias (Par.—B. o Dod.—B. se de­
ben a contam inación o a continuación p u ra y sim ple del verso ori­
ginal, otros ejem plos son, creo, m ás claros. Se en cu en tran lo m is­
m o allí donde Par. y /o Dod. y B abrio descienden de un m odelo
p rim ario único que cuando dependen de líneas diferentes de la tra ­
dición; y a veces afectan a la totalidad de la tradición de Par.
y /o Dod., a veces a sólo una p a rte de ella.
Veamos p rim ero casos en que la contam inación es problem ática.
E studiem os, p a ra com enzar, un ejem plo en que hay un m odelo p ri­
m ario y la trad ició n que nos interesa está rep resen tad a p o r una
sola versión en Par.: el de H. 24 «La zorra cuyo vientre se hinchó».
En esta fábula B. contiene coincidencias léxicas y h asta m étricas
(έτέρη δ'άλώπηζ, cf. F. An. I ¿τέρα δε άλώπηζ) F. An. I; a veces es fácil
re co n stru ir el original con ayuda de am bas fuentes, pienso, p o r ejem ­
plo, que el com ienzo sería ΐδοΰσ’ άλώπηζ εν δρυος κοιλώματι de don-
442 Historia de la fábula greco-latina

de F. An. I άλώπηξ λιμώ ττουσα ώς ε^εάσατο εν τινι δρυός κοιλώματι y Β.


κοίλωμα, ρίζης φηγός είχε. Pues bien, Par. p resen ta coincidencias aproxi­
m adas con F. An. I en pasajes m odificados por B., es decir, proce­
dentes de un m odelo antiguo; y, a la vez, coincidencias con B., que
conviene estudiar:

a) Coincidencias con el m odelo m ejor o peor conservado en F. An.


I y B.: cf. Par. χοιλώματι δρυός ...άλώπηξ δέ μα&ουσα (para F. An.
I, B. cf. Ap. I) ...είσελ&οϋσα ...όγκω9είσης δε τής γαστρός έξελ&εϊν...
ούκ έδύνα.το (I: έξογκω&είσα δέ τήν γαστέρα έπειδή οόκ εδύνατο
έξελ$εϊν, Β.: γαστήρ ...άηχώ&η ...ούκέτ’ εΐχεν έκδΰναι), οόκ
έξελεύσή εως ...οϊαν ότε εισήλ9ες (I: όποια ούσα εισήλ&ες...
έξελεύσή ; Β. τοιαύτην... ήλίκην οτ' εισήεις).
b) Coincidencias con B abrio: Par.: εκειτο πήρα (Β.: εκειτο... πήρη,
sigue una p aráfrasis de B.), ένεπλήσ&η κρεών (B.: κρεών πλήρης)...
στενής όπής (Β.: στενής δέ τρώ γλης)... ούκ έξελεύση.

Conviene n o tar que los tres pasajes m encionados prim eram ente
son m étricos (Bab. les da nuevo m etro), y puede concebirse que han
sido elim inados en el m odelo seguido p o r F. An. El últim o con su
ούκ έξελεύση, tam bién m étrico, h a sido m odificado p o r F. An. po­
niéndolo al final, donde es am étrico. En definitiva: ya en F. An. I,
ya en Par., ya en Bab. hallam os m ejor conservado el m odelo inicial,
no debe pensarse en contam inación. Y no hay datos sobre versiones
prosaicas interm edias.
E studiem os ah o ra un caso m ás com plicado, tam bién, probable­
m ente, sin contam inación. E n H. 126 «El cuervo y la zorra» existe
tam bién un m odelo único, del que vienen F. An., B., Par., Dod., Fedro,
Aphth., ps.-Dos., etc. Pues bien, en Par. encontram os notables coin­
cidencias con F. An. I com o έκεκράγει μεγάλα (I μεγάλα έ. del verso
μεγάλ' έκεκράγει), άρπάσας Ιφη. Pero no vienen de n u e stra version, sino
de una an terio r y ello no sólo porque Par. no p resen ta el nuevo
cierre de F. An. I ni su «carne» (κρέας) sino el «queso» (τυρόν) an­
tiguo en la fábula. Es que, adem ás, conserva huellas del verso
antiguo p erdido en I: el com ienzo κόραξ τυρόν εδακνε creo que
viene de τυρόν κόραξ εδακνε de donde Β. κόραξ δεδεχώς ...τυρόν), hay
luego τον κόρακ' έξηπάτα (cf. Β. τον δρνιν ήπάτησε y άπάτη, άπατη^εϊς
en Aphth. y Focio, respectivam ente), άφω νος εί καί κω φός de donde
Β. κω φός έσσι κού κρώζεις).
Ahora bien, al lado existen notables coincidencias con Babrio.
Pero la m ás im p o rtan te, el verso final εχεις, κόραξ, άπαντα, νους δέ σοι
λείπει es fácil que sea heredada del m odelo antiguo, pues tam bién está
en F. An. II y está en la base de Dod. y Aftonio. Tam bién están muy
próxim os Par. κόραξ δέ τοϊς έπαίνοις χαυνώσεις τόν τυρόν τε τοΰ στόματος
έκβαλών έκεκράγει y Β. κόραξ δ'έπαίνοις καρδίην έχαυνώ&η / στόματος δε
τυρόν έκβαλών έκεκράγει
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 443

Es verosím il que todos vengan del m ism o m odelo, el comienzo


de Par. es m étrico y están próxim as las versiones de Dod., Aphth. y
Tzetzes.
O sea, no es p robable la contam inación. Si pasam os ahora a Dod.,
acabam os de ver que en p a rte depende de una versión m uy antigua,
pero p resen ta a la vez cosas propiam ente de la ú ltim a redacción
de F. An., com o la «carne» en vez del «queso» y τούτον δ'άλώ πηξ...
&εασαμένη (I: άλώπηξ τούτον Άεασαμένη frente al Ιδοΰσα antiguo de
ps.-Dos., Aft. y B ranc.). Hay aquí, sin duda, una contam inación de la
pre-A ugustana (de la que tam bién viene el cierre final) con la propia
Augustana. No creo que con Bab.: una coincidencia que parece exclu­
siva (λαβοΰσα, no en F. An.) está tam bién en Aftonio, es antigua por
tanto.
O sea que, en definitiva, en esta fábula encontram os que tan ­
to Par. como Dod. descienden de un antiguo m odelo, pero son in­
dependientes, no parece hab er p rosa interm edia com ún; y, de o tra
parte, Dod. contam ina con una versión de F. An. idéntica o inm ediata
a las n u estras. Cf. m ás datos en Apéndice I. Cada fábula y cada
versión tiene su historia, aquí sólo podem os señalar algunos tipos
que se repiten.
Pero vayam os ya a las contam inaciones con B abrio que pueden
considerarse com o seguras. Un buen ejem plo es H. 136 «El p erro
que llevaba carne». Aquí Par. y B. pertenecen a una ram a derivada,
resum ida y con el verso original destrozado, en la que tam bién están
incluidos ps.-Dos., Sy., Aphth. y B ranc. Pero la coincidencia no es
general, sino específica: el com ienzo κύων εκ μαγειρείου κρέας κλέφας
viene de Β. κρέας κύων έκλεφεν (άρπάσας las dem ás fuentes) εκ
μαγειρείου ; el τήν δέ σκιάν τον κρέατος μείζω ιδών no sólo recoge el nue­
vo tem a de esta ram a, sino que desciende de Β. ίδοΰσα τήν σκιάν
μείζω., Cf. tam bién άφήκε τό κρέας καί τη σκιά έπέδραμεν y Β. τό κρέας
άφήκε, τί; σκιφ δ ’ εφόρμηση. Pero no sólo se tra ta de B abrio: hay
tam b ién elem entos que vienen del m odelo secundario, a veces here-
dádos del prim ario. El p erro de Par. «atravesaba» el río (διεπέρα)
com o el de ps.-Dos., Sy. y, antes, la ram a prim aria; el de B abrio «iba
a lo largo» del río (como el de Aphth., B ranc.). Y el final no sigue la
innovación que hay en B., sino que coincide aproxim adam ente con
Sy., B ranc., tam bién hay huellas de la versión p rim aria (Fedro, Rom.,
Teón, T etr.).
E n definitiva: u na versión secundaria, resum ida, h a sido conta­
m inada con uno de sus derivados, B abrio.
O tro ejem plo puede ser H. 178 «El náufrago y el m ar». Aquí es
m uy claro que Par., Dod. y B. vienen de una versión secundaria
que reduce el com ienzo y el final y sustituye, b astan te incongruen­
tem ente, al náufrago p o r un labrador. Par. 1, 2 y Dod. vienen de un
m odelo sem iprosificado com ún, hay huellas claras.
444 Historia de la fábula greco-latina

Pues bien, ese m odelo, conservado en tal o cual de las tres ver­
siones, coincide a veces con F. An. I contra B.: cf. Par. 2 zfj θαλάσση
κατεμέμφετο y I έμέμφετο αύτή, Par. 1 τ ί μέμφει μοι; Dod. ϊν α τί...
μέμφει με; y I μή έμέ μέμφου, etc. E videntem ente, todo esto viene del
antiguo m odelo X. Y quizá tam bién el comienzo m étrico com ún a
Β. (ίδών γεωργός) y otros elem entos m étricos aislados en Dod., so­
b re todo τήν θάλασσαν δακρύων. / Ή δε πρός αυτόν... με τής γης εύρήσεις).
Pero tam poco m e parecen negables las coincidencias con Ba­
brio. El στοιχεϊον άνελεες και των ανθρώπων εχθρόν de Par. 1 (con va­
rian tes en Par. 2, suprim ido en Dod.) viene sin duda de Β. άνελεες
στοιχεϊον εχθρόν άν&ρώποις. Cf. tam bién Par. 1 γυναικείαν φωνήν άναλα-
βομένη y Β. γυναικείην λαβοΰσα φωνήν, Par. 1, 2 ούκ είμι εγώ αιτία, άλλ' οί
έκταράσσοντές με άνεμοι y Β. εγώ... ούδέν αιτία, άνεμοι δε χειμάζοντες.
El criterio es siem pre el m ism o: el de si existen elem entos p ro ­
saicos en Par. y Dod. que no pueden reducirse a un verso original
que está en la base del resto de la tradición, sino que dependen,
p o r el co n trario , del verso babriano.
Toco m ás brevem ente o tro ejem plo. En H. 198 «El asno y el
lobo», B. y Aphth. provienen de u n a ram a secundaria en que el asno
no finje cojera, sino que realm ente se queda cojo al p isar una
estaca. Par. y Dod. siguen casi literalm ente la versión de B abrio,
b aste señalar el com ienzo idéntico de B. y Par. (con leve varia­
ción en Dod.): 'Ό νος πατήσας σκόλοπα χω λός εΐστήκει. Pero un pasaje
com o el οϊμοι, δίκαια πάσχω del cierre de Par. (δίκαια πάσχω en Dod.)
lo conocem os com o fo rm ulario y antiguo, cf. derivados en F. An. I
άλλ' ίγω γε δίκαια πέπονθα (Β. οιμοι ...σύν δίκη πάσχω). O sea: un m o­
delo antiguo, bien el de toda la tradición, bien el de la version secun­
daria, h a sido contam inado con B abrio.
Pueden en co n trarse o tro s ejem plos m ás de este tipo. Pero p re­
fiero ejem plificar el caso en que solam ente hay tradición babriana.
E ste es, p a ra em pezar, el de H. 270 «La tern e ra y el buey», en
que F. An. es II-IIIyá, u n añadido «babriano» en estas colecciones;
cf. p. 400. A parte están Par. 1, 2 y 3 y Dod., a m ás de B abrio.
Aquí tenem os:

a) Verso com ún conservado: ó βοΰς δ' εσίγα en PI y Bab., con


derivados en P2-3 y elim inación en F. An.
b) Verso en todas las versiones salvo en B., que responde con
otro: Par. 3 άροτριώντα βουν εταλάνιζε (vars. en Par. 2, Dod.,
F. An.) / κάμνοντι... ταύρω έφώνει; Dod. καί ταλαιπωρείς λίαν (cf.
Par. 1, 2, 3, F. An. lo elim ina) / Β. τάΛ,ας— έφώνει — μόχθον οϊον
ότλεύσεις; etcétera.
c) El m ism o caso, p ero con contam inación con Bab. en tal o cual
versión: Dod. έπεί δ'έορτή κατέλαβε (aquí κατείληφε, κατέλαβε
conservado p o r F. An.), B. έπει δ 'εμ ελλο ν άγρόται &εοϊς &ύειν,
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 445

Par. 1 έπεί δέ οι άγρόται τότε θεοίς ε3ελον 9ύειν; Dod. απέλυσαν


τούς βόας (cf. Par. 2, 3, F. An.) / B. ό βοΰς ...άπεζεύχ9η / Par. 1 ό βοϋς
... άποζευχϋείς... άπελύ9η;
F. An. έκράτησαν τού σφ&ξαι / Β. εϊλκετο σχοίνω / Par. 1 ό δέ μόσχος
ελκετο έπι τό wDfjvai (y vars. en otras).
Como puede verse, las contam inaciones son varias, alcanzan ya
a la to talid ad de Par. y Dod., ya a versiones particu lares: es decir,
se h an repetido a lo largo de la historia.
O tro ejem plo puede ser no H. 128 «El caballo viejo», en que
hay u n a versión de Aftonio con huellas de m etro helenístico y o tra
de B abrio red u cid a en la que ya no se recu erd an las antiguas haza­
ñas del caballo en la guerra. Las versiones de Par. 1 y Dod. derivan
de B abrio, quedan coincidencias literales; pero derivan a través de
u n m odelo sem iprosificado. E ste m odelo sem iprosificado h a sido
conocido tam bién p o r Par. 2, cf. p o r ej. στενάζων είπε. Pero al tiem ­
po Par. 2 contam ina con la versión antigua, aparece el tem a de las
cam pañas gu erreras del caballo. N ótese que aquí hablam os de una
sem iprosificación de B abrio contam inada con el m odelo antiguo:
esto es idéntico a decir que el m odelo antiguo fue contam inado con
B abrio, sólo hay una diferencia de grado. P odrían ponerse m ás
ejem plos com o no H. 8.

5. P a r. y /o D od. e n el caso de v e rsio n e s « b a b ria n as» ú n ic a s

Vuelvo ahora, com o antes había anunciado, al caso de aquellas


fábulas p ara las que sólo existe un m odelo de tipo «babriano», cen­
trad o en to rn o a B. y /o a n u estra s versiones de Par. y Dod. Hay
que decir, an te todo, que no sólo se tra ta de fábulas de la serie
no H.: a éstas hay que añ ad ir algunas de Ib, u n a de I (H. 234)
varias de II y II I a p a rtir de H. 262. Cf. sobre esto m ás arriba,
pp. 399 y 409 y ss. Se tra ta de fábulas «babrianas» que han penetrado
secundariam ente en las colecciones de F. An., ya en plena edad bi­
zantina.
De estas fábulas hay, natu ralm en te, algunas en que toda la tra ­
dición (incluso a veces la ajen a a Par. y /o Dod., a m ás de ésta)
procede de B abrio. Así en el caso de H. 279, 281 (cf. p. 402) y en
u n a serie de fábulas de no H.: 13, 14, 59, 66, 82, 85, 95, 101, 106, 115,
129, 130, 135, 149, 156, 184, 186, 197, 250. El caso es el m ism o que el
de algunas fábulas en que de B abrio desciende Av., siendo ésta toda
la trad ició n (no H. 99, 215, 247). Y hay que poner al lado casos p a­
ralelos a otro s ya aludidos en que no se conserva la versión de
B abrio, pero hay que suponerla, a ju zg ar p o r los restos m étricos,
com o m odelo de Par., Dod. (y a veces III): caso de H. 282 y no H. 1,
5 y 119. Por o tra p arte, allí donde B abrio da dos derivados, puede
446 Historia de la fábula greco-latina

in ten tarse ra s tre a r u n a p ro sa interm edia. E sto se ve m uy claro, por


ejem plo, en no H. 95, donde en una fábula larguísim a Par. 1 y Par. 2
están m uy próxim os; es sin duda o b ra del azar el que no se encuen­
tre n ejem plos de derivación de Par. y Dod. a p a rtir de B., pues
los hay en fábulas de tradición m ás com pleja.
E n tre estas fábulas de tradición m ás com pleja, a que aludo, las
hay con testim onios variados de la línea «babriana» e incluso con
oposiciones, d en tro de ella, en tre n u estra s versiones.
Las fábulas H. a que antes aludí son, p o r definición, ejem plos
de esta com plejidad, en cuanto que, ju n to a P ar y /o Dod., entran,
p o r lo dem ás, versiones de F. An. (Ib, II, IIIS, etc.). A veces o tras
m ás. Así en H. 266, no H. 8, no H. 118, etc. (entran Aphth., Tetr., Them.,
etcétera). Todos los testigos derivan, en definitiva, de una versión
con verso helenístico, aunque queda la posibilidad de versiones in­
term ed ias previas a Par. y /o Dod. Pero tam bién puede suceder
que sean versiones independientes o, al m enos, que no pueda de­
m o strarse lo co n trario y, tam bién, que u n a de ellas esté contam inada
p o r B abrio (cf., p o r ej., H. 270).
E n realidad, la independencia es un caso frecuente: así, por
ejem plo, en H. 8 «La cabra y el cabrero», tan to Dod. como Par. 1, 2,
com o Aft., com o Bab. sirven p a ra re co n stru ir el m odelo helenístico
original, en que el cab rero a rro ja a la cabra el cayado, m odelo del
que viene una versión reducida (en Fedro y T etr.) en que a rro ja
una piedra.
Por o tra p arte, tam bién sucede que den tro de la línea «babriana»
alguna de las versiones bizantinas derive precisam ente de Bab.: así
en no H. 209.
Y sucede tam bién, com o es lógico, que hay discrepancias y opo­
siciones d en tro de esta m ism a línea en los casos en que es única,
com o las h abía en los casos en que no lo era. Así en no H. 116 he
hecho ver (cf. p. 41) que Par. 2 contiene restos de verso helenís­
tico, m ien tras que Bab., sin duda a p a rtir del m ism o, h a dado una
versión m uy p ersonal que luego Par. 1 h a resum ido. Algo sem ejante
es lo que o cu rre en no H. 124, solo que aquí la versión independiente
está en Dod. y Par. 1-2 vienen de B abrio. Cf. tam bién H. 288 y 289.
O tros casos son m ás com plejos. En H. 273 hay una línea en que
sale Par. 1 y otra, derivada, que produce Aphth., Par. 2 y Tetr.
Con esto paso a ocuparm e de las fábulas en las que toda la tra ­
dición se reduce a Par. (en una o dos versiones) y /o Dod. Claro que,
com o ya quedó dicho, en algunos casos puede h ab e r derivación de
B abrio; pero cuando los restos m étricos son helenísticos, ello es
sum am ente im probable. En definitiva, nos encontram os con u n resto
de originalidad: con versiones sólo aquí existentes, igual que sucede
en Fedro, B abrio, Aviano, T etr., etc. y en las m ism as F. An. E sta
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 447

originalidad puede deberse, en principio, a dos causas: conservación


de u n a fábula p erd id a fuera; y creación de una fábula nueva. Hem os
hallado ejem plos de lo uno y de lo otro en las colecciones aludidas
y tam bién, n atu ralm en te, casos dudosos.
P or lo que a n u estras colecciones se refiere, com ienzo p o r d ar
u n a relación de las fábulas en cuestión:
Sólo en Par., Dod.: no H. 68, 195; sólo en Par. (una o m ás ver­
siones): no H. 65, 83, 126, 139, 272; sólo en Dod.: no H. 311. Ade­
m ás: no H. 1, 5 y 119, en que Par. parece un derivado de B abrio.
Prescindiendo de éstas, las o tras creo que vienen de verso hele­
nístico. Si se exceptúa el «bon m ot» que es no H. 83 «Diogenes
esclavo». El verso es con frecuencia m uy abu n d an te y, en ocasiones,
h a sido citado ya en P arte I: cf. pp. 40 y ss., p ara no H. 65 «El
lab ra d o r y el águila», 68 «El lab ra d o r y la planta» y 126 «El m ilano
y la serpiente». Son los tem as del águila agradecida (que viene de
Estesícoro), un derivado del tem a del águila y la serpiente (tam bién
antiguo) y u na sola fábula que resu lta extraña: el tem a del árbol
sagrado, m ito ra ro indudablem ente aprovechado p o r los cínicos den­
tro de su tem ática de la utilidad.
Reseño las o tras fábulas, con su verso (utilizando p ara recons­
tru irlo las diversas versiones):

no H. 139 «El cuervo y Herm es»: tem a cínico, crítica del que
hace un voto y luego lo olvida cuando pasa el peligro:

Κ όραξ υπό παyíóoq κρατηθείς εϋξατο


]ώ κάκιστε, πως σοι πιστεύσω
ώς τον πρότερον σου δεσπότην\_

no Η. 196 «El lobo general y el asno». Es un derivado del tem a


de la p arte del león. Verso:

^στρατηγήσας λύκων
νόμους εταξε πάσιν[
χαίτην έσεισε και γελών[
]εϊς τροφήν σήν λα9ραίως
]κατέλυσε τούς νόμους

no Η. 272 «La rosa y el am aranto». ’Έ ρ ις en tre dos plantas;


triu n fa el am or a la vida sobre la belleza, tem a claram ente cínico:

]o!ov άνθος ευπρεπές


εϊ και ποθητόν καί &εοϊς και άν9·ρώποις
ζηλώ σε του κάλλους τε καί τής εύοδίας
448 Historia de la fábula greco-latina

no H. 311 «La pulga y el buey». Es u n a versión del tem a de la


pulga, ah ora es envidiada la su erte del buey. Verso:

~]δια.σπώσης
ούκ τχα,ρις είμί [ υ _ ] μερόπων γένη
Ή δ’ ’άλλ' εμοί γοΰν [ _ ] τέως zf¡ δειλα,ία
ή σοί φίλη τρίψις\_

Ni p o r el tem a, ni p o r el verso, ni p o r la e stru c tu ra encuentro


n ad a novedoso en estas fábulas. Vienen de la tradición de la fábula
helenística cinizante que conocem os. N ada de extraño que la colec­
ción que estudiam os, sim ple conjunto de prosificaciones y versifica­
ciones subsiguientes, carezca de originalidad (como era ya el caso
antes de F. An.). E sa originalidad se queda p a ra los fabulistas «lite­
rarios» del tipo de Fedro, B abrio o Aviano.

V. C o n c l u s io n e s

La p rim era conclusión que hay que sen tar es que las fábulas de
n u estra s colecciones de P aráfrasis y Dodecasílabos (en realidad no
hay colección de éstos, sólo fábulas incorporadas a tales o cuales
m an u scrito s o colecciones ajenas) no proceden de una colección-base
única, con un m odelo p ara cada fábula. Hem os visto que dependen
de diversos m odelos, bien dependientes de uno com ún antiguo, bien
escalonados. H ubo en u n m om ento dado una alfabetización de cier­
tas versiones, sin repetición. Pero había o tras versiones, que se
in tro d u jero n luego en algunos m ss. o dieron versiones dodecasilá-
bicas que a veces han quedado como únicas. Es decir, Ba Bb no
recogen dicha alfabetización en su estado original y o tras versiones
son ajenas a ella.
Si nos rem ontam os a los m odelos, hem os de reconocer que existía
u na m ultiplicidad de ellos; a veces eran ya tan diferentes que se in­
te rp re ta ro n com o dos fábulas d istin tas y p en e traro n en los m ism os
m an uscritos, hem os visto ejem plos. Se tra ta de u n estado de cosas
sem ejan te al que he atribuido a la pre-Augustana, donde tam bién
he dado ejem plos de derivación en tales o cuales subcolecciones
o m ss. a p a rtir de versiones antiguas em parentadas. En n u estro
caso, com o tam bién en aquél, los antiguos m odelos han llegado a
plena época bizantina. Pues los D odecasílabos, que son m ás recien­
tes que las P aráfrasis, no dependen de éstas en la versión que se
nos ha conservado, dependen de sus m odelos.
En térm inos generales, toda la trad ició n que nos ocupa depende
de la que hem os llam ado tradición «babriana»: un conjunto de fá­
bulas recogido en varias colecciones em parentadas y que constaba
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 449

de: a) derivaciones del m odelo p rim ario único que tam bién fue a
p a ra r a F. An., en tre otros lugares; b) variantes de fábulas de F. An.,
etcétera, en general versiones secundarias de las m ism as, pero tam ­
bién segundos m odelos prim arios e incluso, a veces, m odelos p rim a­
rios respecto a los cuales F. An., etc. vienen de un m odelo secun­
dario; y c) fábulas nuevas, ausentes de F. An. (aunque quizá a veces
existentes en la pre-Augustana o la Antigua Augustana, esto es difícil
de decidir).
Se tra ta de la que, al h ab lar de B abrio, he llam ado colección II,
fuente principal, aunque no única, de este au to r (que, p o r o tra parte,
crea p o r sí m ism o m uchas fábulas nuevas). Tam bién la he m encio­
nado a propósito de Fedro, proponiendo que de ella vienen unas
pocas de sus fábulas: aunque esto es m enos seguro, pueden p ro ­
ven ir sim plem ente de alguna de las fuentes o colecciones m enores
que luego se in teg raro n en la colección II. En todo caso, ésta existía
a fines del siglo i d. C.
E sta colección II era, he dicho, fuente igualm ente de una colec­
ción de fábulas abreviadas que está en la base de Aftonio y pseudo-
Dositeo, sobre todo: convertida en una Antología y provista de cier­
tas características de redacción debió de ser m uy po p u lar a p a rtir
del siglo il d. C.
Pero volvam os a la colección II. La he denom inado en diversos
lugares de este libro «tradición babriana» en sentido am plio, haciendo
ver que está en la base, ap a rte de las colecciones que ahora estu ­
diam os, de o tras varias, sobre todo Aviano y T etr. (por supuesto,
adicionada con ciertos elem entos y a veces en versión «abreviada»).
E sta hipótesis se fundam enta m ediante el hecho de que desde
C ham bry h a quedado claro, y n u estro s estudios lo han hecho m ás
claro todavía, que Par. y Dod. sólo en ciertas ocasiones vienen de
B abrio. Y en el nuevo dato de que en o tras m uchas ocasiones el
m odelo de Par., Dod. y B abrio es el m ism o (o tienen m odelos em ­
paren tad os), siendo ajeno a F. An. y a la línea de la pre-Augustana
en general. A p a rtir de aquí, resu lta verosím il a trib u ir a esa m ism a
trad ició n «babriana» —una serie de colecciones o redacciones em ­
paren tad as, com o hem os visto— los m odelos de fábulas que están
en Par. y /o Dod. y que faltan, a m ás de en F. An., etc., en B abrio.
N ótese que a veces, a m ás de en Par. y /o Dod., estaban en colec­
ciones que beben habitualm ente de esta tradición (Aft., ps.-Dos., Av.,
T etr., etc.), tam bién cuando la sigue B abrio- E videntem ente, B abrio
elegía sólo una p a rte de su colección m odelo, ap a rte -de que la com ­
plem entaba, com o he dicho. En ello hacía igual que todas las colec­
ciones en general.
Añade nueva verosim ilitud a este argum ento o tro hecho todavía:
no hay en Par. y Dod. fábulas originales, creadas p o r sus autores
aunque sea sobre la base de fábulas anteriores. E sto ocurre en o tras
450 Historia de la fábula greco-latina

colecciones, no aquí ni en F. An., que no son colecciones de autores


individuales con p retensiones literarias como Fedro, B abrio y Avia-
no, en tre otros, sino el producto final de reelaboraciones anónim as,
ya m últiples, ya sucesivas, de las dos grandes líneas de la tradición
antigua. Dos grandes líneas que p o r lo dem ás, com o ya sabem os,
contienen a veces fábulas derivadas de m odelos com unes y únicos.
Así, hay que co ntar, en el caso de Par. y Dod., con una serie
de sem iprosificaciones escalonadas en el tiem po. Algunas eran an ti­
guas, previas a B abrio en todo caso, dado que éste las utilizó ya.
Tam bién he hecho ver (cf. p. 219) que a veces son previas a T. Assend.
y al ps.-Dos. latino. Pero sin duda sólo en fecha p o sterio r a B abrio
han sido utilizadas p ara crear ya uno ya varios m odelos sem ipro-
sificados secundarios, a veces escalonados en el tiem po. Los m odelos
de B abrio y o tras fábulas en prosa em parentadas con los m ism os
han subsistido, com o queda dicho, h asta plena época bizantina, p ro ­
duciendo nuevos derivados. Ni m ás ni m enos que com o ocurre con
la pre-Augustana. P or o tra p arte, hem os visto que P aráfrasis y Dode­
casílabos pen etraro n , a su vez, en colecciones y m ss. diversos ya en
Bizancio.
Esos derivados han sido recogidos en nu estro s m ss. de una m a­
nera asistem ática. Los análisis estem m áticos que hem os hecho y otros
que p odrían hacerse sobre la base de los datos de nu estro s Apén­
dices dem u estran que esos m ss. o grupo de m ss., lo m ism o en el
caso de Par. que en el de Dod., beben ya de aquí ya de allá. El m ayor
sistem atism o está en la alfabetización que subyace a Ba Bb.
Hem os visto, de o tra parte, que en un determ inado m om ento
ciertos redactores contam inaron dos versiones «babrianas» o conta­
m inaron una de ellas con el propio B abrio o, incluso, con la tra d i­
ción de F. An. en sus diversos estadios cronológicos.
Es que, n atu ralm en te, las diversas versiones de la pre-Augustana
estab an an te los ojos de nu estro s redactores en las bibliotecas de
Bizancio. Lo m ism o que en los m ss. de las F. An. en tra ro n elem en­
tos de la tradición «babriana» y que u n a y o tra tradición se reencon­
tra ro n en el cod. B rancacciano y en T etr., los refu ndidores sucesivos
de la tradición «babriana» la enriquecieron a p a rtir de u n m om ento
dado con elem entos de la pre-Augustana. E lem entos de diversa cro­
nología: a veces conocían versiones en el estadio aproxim ado en
que la en co n traro n los redactores de los m odelos de las fábulas
siríacas, o tras veces versiones m ás m odernas, recuérdese lo dicho
a p ropósito de H. 76.
A veces son todas las versiones de u n a fábula en las colecciones
que estudiam os, a veces tal o cual redacción o tales o cuales redac­
ciones las que dependen de esta tradición y se oponen a la «babria­
na». H em os visto ejem plos. Aunque sea, evidentem ente, un caso m i­
noritario.
La Paráfrasis Bodleiana y los Dodecasílabos políticos 451

Toda esta trad ició n «babriana» quedó b astan te lim itada en su


difusión, lo m ism o que el propio B abrio, cuya escasísim a docum en­
tación m an u scrita es conocida. Son m uy pocos los m ss. de Par.;
Dod. no tiene m ss. propios, sólo se conoce por su presencia en m a­
nuscrito s de colecciones ajenas en los que se ha infiltrado. Como
se h an infiltrad o tam bién aquí y allá las fábulas de Par.
Bizancio está dom inado p o r la tradición de F. An. y, ju n to a ella,
la de Tetr. A estas colecciones corresponden m uy num erosos m a­
nuscrito s conservados que han sustituido a sus m odelos antiguos,
conservado h asta el siglo ix; com o tam bién han desaparecido los
m odelos de Par. y Dod.
Hay que reconocer que son colecciones de ca rác te r m ás literario,
si se exceptúa la V indobonense (F. An. II). Pero ésta, m ás o m enos
contem poránea de Par. y Dod., fue su stitu id a p o r u n a colección p u ­
rista, la A ccursiana; com o B abrio fue sustituido p o r los T etrá stico s.
De o tra parte, la V indobonense tenía un precedente antiguo, la Augus­
tana, pro p iam en te literario. En cam bio, el precedente antiguo de
Par. y Dod. eran sem iprosificaciones de poco valor literario, sin duda.
Si estudiam os la evolución de esos m odelos h asta d ar nu estras
versiones de Par. y Dod., podem os observar, en efecto, que se tra ta
de p u ras prosificaciones y de versos bizantinos sin pretensiones lite­
rarias y con frecuencia m uy m al escritos. No se en cu en tran tenden­
cias literarias claras com o las que podem os ver en Fedro o B abrio
o Aviano o la A ccursiana o Tetr.·. son m ás bien derivaciones un
tan to barb áricas, del tipo de la V indobonense, según queda dicho.
Su sintaxis y estilo quedaron bien p ro n to pasados de m oda, incluso
hay b arb arism o s m orfológicos y lexicales. Se p refirió la p ro sa clasi-
cista de la A ccursiana (e incluso la de la Augustana), asi como los
pseudo-trím etros de un Ignacio Diácono, que encubren m étrica m e­
dieval. Aunque aquí y allá la tradición que nos ocupa halló su cam ino
h asta in tro d u cirse en tal o cual colección o m anuscrito. Ello fue lo
excepcional, sin em bargo.
Tam poco podem os ver criterios claros en la selección de fábulas
a p a r tir de la colección «babriana»: parece que el único criterio
fue in co rp o rar el m áxim o de ellas. Pero la selección varía según
los grupos de m ss.: la m ás am plia fue la de la alfabetización de
que he hablado. Tam poco creo, y lo he dicho, que ésta fuera com ­
pleta.
E sta es la h isto ria de la tradición «babriana» en Bizancio, b as­
ta n te asim étrica respecto a la de la E uropa occidental. Pues aquí
su rep resen tan te, aunque no exacto, Aviano, tuvo una difusión m á­
xim a, m ien tras que Fedro, el principal re p resen ta n te de la o tra línea
en Rom a, apenas se copió. Bien es verdad que se copiaron y difun­
dieron am pliam ente versiones de él derivadas, incluso del Fedro
perdido. Ahora bien, cuando am bas tradiciones volvieron a reencon­
452 Historia de la fábula greco-latina

trarse, en Occidente, fue la tradición bizantina de las F. An. y sólo


excepcionalm ente la o tra la que penetró y reencontró su co n tra­
p a rtid a latina.
Así, si se exceptúa Aviano, incorporado parcialm ente a la colec­
ción esópica de Steinhöw el (tras 1475), ju n to con la línea principal,
griega y latina, m encionada, la tradición «babriana» h a perm anecido
casi desconocida en Occidente. De sus rep resen tan tes principales,
el Atoo de B abrio no fue editado h asta 1844, p o r Boissonade, y la
P aráfrasis h asta 1877, p o r Knoell. Y todavía falta una verdadera
edición de ésta y de los Dodecasílabos y se identifica dem asiado
ráp id am en te con B abrio toda fábula en coliam bos. Pienso que una
de las aportaciones p rincipales de este libro puede ser llam ar la
atención sobre la im portancia de la tradición b a b ria n a d en tro de
la tradición total de la fábula greco-latina.
CAPITULO V
LOS T E T R A ST IC O S D E IGN ACIO DIACONO
Y DE SUS IM IT A D O R ES

I. G e n e r a l id a d e s

E n su edición de B abrio, C rusius h a dado una edición de los


que llam a «Ignatii Diaconi eiusque im itato ru m tetra stic h a iam bica»,
que ocupan un libro I con núm eros del 1 al 57, y de los «T etrasticha
a versificato re recentioris aetatis conglutinata», a los que refiere
un libro II con núm eros del 1 al 32 (algunos duplicados, con a y b).
Se tra ta de fábulas de cuatro versos (con algunas excepciones de
fábulas m ás am plias en II), con u n a rica tradición m an u scrita que
las atrib u y e a B abrio (o B abrias o G abrias, deform aciones de Ba­
brio) pero que, en algunos casos al m enos, proceden de Ignacio Diá­
cono (o M agister o M onachus o G ram m aticus), esc rito r bizantino
del siglo ix.
Crusius dispone su edición de tal m anera que en el libro I edita
fábulas escritas en trím etro s yám bicos de m étrica b astan te regular,
m ien tras que en el II edita fábulas en trím etro s m enos regulares.
Las p rim eras serían de Ignacio o de im itadores que siguen su arte
m étrico; las segundas, de im itadores de m étrica m ás b árb ara. E stas
últim as fábulas aparecen sólo en unos pocos de los códices que en
form a m ás o m enos com pleta tran sm iten el libro I.
Hay que ad v e rtir que, p o r m ás que en el caso del libro I nos
hallem os an te trím etro s yám bicos «regulares», o b ra de Ignacio o
de un im itad o r directo, se tra ta de com posiciones bizantinas, no de
versos antiguos (aunque, evidentem ente, pueden conservar fragm en­
tos heredados de antiguo, com o en el caso de los dodecasílabos po­
líticos y de las versiones prosaicas). E stos trím etro s tienen 12 síla­
bas, es decir, no adm iten resoluciones de pies, y llevan acento en
la penúltim a; ap a rte de esto, contienen a veces erro res prosódicos.
Se tra ta , pues, en realidad, de dodecasílabos políticos «disfrazados»,
revestidos de u n a ap aren te m étrica antigua.
454 Historia de la fábula greco-latina

El caso es idéntico al de tres fábulas del códice B rancacciano


y epim itios de o tras que hem os estudiado en el lugar apropiado,
llegando a las m ism as conclusiones. Más todavía: la versión de
B ranc. 9 de H. 89 «La gallina de los huevos de oro» es p ráctica­
m ente idéntica a la de Tetr.·. recuérdese que B ranc. es un códice
m isceláneo, que h a copiado de aquí y de allá. O tras dos fábulas m é­
tricas de B ranc., 12 y 13, no están en T etr. Lo que es notable es la
relación de estas fábulas m étricas con o tras en dodecasílabos polí­
ticos, aunque puede in te rp re ta rse de dos m aneras: dependencia de
las p rim eras a p a rtir de las segundas, o al revés. En todo caso, el
m etro que nos ocupa es p o sterio r a la creación de fábulas en dode­
casílabos, sea que las fábulas de T etr. y B ranc. dependen de dichos
dodecasílabos, sea que estén contam inadas p o r ellos o que deriven
de un m odelo antiguo com ún. Lo que o cu rre con las fábulas m étri­
cas de B ranc., ocurre, lo verem os, con estas otras.
E ra un tipo m étrico difundido en Bizancio y, com o ve bien C ru­
sius, no es seguro que siem pre nos hallem os ante creaciones de
Ignacio. Por o tra p arte, en tre las fábulas de su libro II hay casos
m uy diferentes, que oscilan en tre u n a proxim idad m ayor o m enor
a la m étrica de los trím etro s reseñados y un p u ro y sim ple uso
del dodecasílabo político. No creo que éstos sean necesariam ente
posteriores, pueden ser incluso anteriores. N ótese que en algunos
casos (cosa no vista, desde luego, p o r C rusius) algunas de las fá­
bulas del II son en realidad versiones que conocem os tam bién
p o r la colección de dichos dodecasílabos, editada p o r Cham bry:
Tetr. II 31a = Dod. 40, T etr. 30a = Dod. 301. O tras veces, sim ple­
m ente, el m odelo de que deriva T etr. está m uy próxim o al de Dod. y
el resto de la línea «babriana», com o verem os.
Como se ve, nos hallam os an te u n m aterial m ezclado, con inclu­
sión de fábulas en dodecasílabos políticos de m ás extensión que
cu atro versos y con duplicados y aun u n triplicado de u n m ism o
tem a. Estos duplicados están, ciertam ente, sólo una vez en I (41
y 48); son m ás frecuentes en I y II o en II. Y d em u estran que los
auto res del género tenían varios m odelos antiguos o, o tras veces,
reelab o räb an de dos m aneras distin tas un m ism o modelo.
Aunque el re p arto de las fábulas en los libros I y II es en cierta
m edida convencional, voy a estudiarlos p o r separado p o r si se encon­
tra ra n diferencias.
Se tra ta , en definitiva, de ver sobre qué m odelos tra b a ja b a Igna­
cio Diácono en el siglo ix y, sin duda, predecesores y continuadores
suyos. Su cultivo (salvo en pocas excepciones) de la fábula breve
de cu atro versos es continuación de un tipo bien conocido de fábula
antigua: hem os en co n trado estas fábulas en tre los m odelos de F. An.,
Fedro, etc. (en la pre-Augustana) y tam bién en B abrio; eran p a r­
ticu larm en te cultivadas p o r el ps.-Babrio. O tros fabulistas p o sterio ­
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 455

res derivan tam bién de m odelos de este tipo (muy n otablem ente Par.).
Ahora bien, siendo así las cosas, resu lta claro que se dan dos posi­
bilidades: que u n a fábula antigua de cu atro versos (una prosifica-
ción derivada de la m ism a, m ejor dicho) haya sido rehecha en el
m ism o m arco de los cuatro versos; o que una fábula m ás extensa
haya sido ad ap tad a al m ismo. Hem os estudiado detenidam ente el
proceso de reducción, p o r ejem plo, en el pseudo-Babrio. Vamos a
ver que los auto res de T etr. proceden igual: no tienen una fuente
única, trab a jan m ás o m enos con los antiguos m odelos de las varias
líneas de la trad ició n fabulística que ya conocem os y, d en tro de
ellos, con los de cu atro versos y los m ás extensos.

II. Los TETRÁSTICOS YÁMBICOS « P U R O S » ( L l B R O I)

1. Tetr. deriva de un m odelo en to rn o a F. An.

a) G eneralidades
Como en o tras tan tas colecciones, encontram os el caso de una
derivación de T etr. a p a rtir de un m odelo prim ario del que tam bién
deriva F. An. y, eventualm ente, F edro y S.; adem ás, en ocasiones, la
línea b ab rian a de Par., Dod., B.; a veces, algunas colecciones más.
Puede suceder que de ese m odelo p rim ario dependa uno secundario
no seguido p o r T etr. o que haya un segundo m odelo prim ario o
incluso m ás. Pero a veces el m odelo seguido p o r F. An. y T etr. es
resum ido y secundario.
Señalem os las fábulas en que esto es así:

I 1 It 254 «El hom bre y el león que paseaban juntos».


I 3 ■ H. 294 «El lobo y el perro».
I 4 H. 155 «El león y el ratón».
I 6 = H. 114 Ib «La horm iga y la cigarra».
I 9 = H. 136 «El p erro que llevaba carne».
I 14 ■H. 76 «El ciervo y el león».
I 15 = H. 126 «El cuervo y la zorra».
I 17 = H. 62 «El lab ra d o r y la serpiente».
I 18 = H. 215 «El niño que cazaba saltam ontes».
I 24 = no H. 122 «El cazador y el jinete».
I 27 = H. 24 «La zorra cuyo vientre se hinchó».
I 28 = H. 47 «El niño que vom itaba las entrañas».
I 30 = H. 161 «El lobo y la garza».
I 31 = H. 100 «El lobo y el cabrito».
I 33 H. 160 «El lobo y el cordero».
I 35 no H. 8 «La cabra y el cabrero».
456 Historia de la fábula greco-latina

I 37 _ H. 89 «La oca de los huevos de oro».


I 43 H. 51 «El lab ra d o r y la serpiente».
I 46 - H. 106 «Zeus y Apolo».
I 41 y 48 = H. 154 «El león, el asno y la zorra» (dos fábulas).
I 49 H. 19 «La zo rra y la zarza».
I 50 = H. 140 «El m osquito y el toro».
I 51 = H. 79 «El ciervo y la viña».
I 52 = H. 40 «El astrólogo».
I 53 = H. 238 «El jabalí, el caballo y el cazador».
I 54 — H. 31 «El h om bre de m ediana edad y las dos heteras».
I 55 H. 2 «El águila, el grajo y el pastor».
I 56 H. 255 «La golondrina y la serpiente».
I 57 = H. 19 «La zo rra y la zarza».

Como puede co m probarse se tra ta de 30 fábulas, m ás de la m itad


del total. Todas ellas se en cu en tran en F. An. I (y eventualm ente
en II y /o III), salvo 124, que sólo está en Sy. y T etr. Pero dada la
frecuencia de las fábulas atestiguadas en F. An., Sy. y Tetr. (cf. ca­
pítulo II 6, p. 301), que hem os atrib u id o a u n a am pliación de la
Antigua A ugustana conocida ya p o r el a u to r de la redacción de Sy. o
fábulas siríacas y a la que hem os llam ado pre-Augustana, parece
claro que tam bién esa fábula perteneció a dicha fase, perdiéndose
luego en la A ugustana conservada. Hay, ciertam ente, en tre las fá­
bulas m encionadas b astan tes que se encuentran, a m ás de en F. An.
y Tetr., en Sy. Algunas ya he dicho que p ro d u jero n tam bién deriva­
dos en Par., Dod. y B (y a veces en Aphth., B ranc., ps.-Dos.): proce­
den, sin duda, del antiguo núcleo, la Antigua Augustana, conocido
tam bién p or los m odelos de B abrio y dem ás.
O sea que, en definitiva, el o los au to res de T etr. I trab a jaro n
sobre una trad ició n que encontró su m ás conocida plasm ación en
las F. An. El p roblem a es, ahora, sab er qué fase de dicha tradición
utilizaron.
Adelanto que en varias de en tre las fábulas a rrib a m encionadas
no es fácil decidir si T etr. deriva de X (esto es, del m odelo original
o de u n a de sus fases previas a las colecciones conservadas), o bien
de F. An. en alguna de sus redacciones conservadas; incluso B abrio
puede ser, en alguna ocasión, u n a posibilidad. N uestras fábulas son
m uy breves y en ocasiones no p re sen tan rasgos distintivos que las
adscriban p recisam ente a una de las o tras versiones. E ste es el caso,
m uy concretam ente, en mi opinión, de I 1, 17, 27, 33, 48, 50, 51, 52,
53, 54 y 56.
Pero hay o tro s casos en que una com paración de los textos puede
p ro c u ra r resu ltad o s m ás precisos: a) derivación de X, en térm inos
generales; β) derivación, m ás concretam ente, de un próxim o antece­
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 457

sor de F. An.; γ) carác te r de resum en o no de la fuente de T etr.;


δ) un id ad o no de la colección.

b) T etr. d eriva de X .

Se tra ta de fábulas en las que T etr. no com parte las innovaciones


de ninguna version específica y sí, en cam bio, arcaísm os de unas
u o tras que hem os de a trib u ir p o r fuerza a X: esto es, el antiguo
m odelo de toda la línea, en una fase u o tra de su evolución. Quiero
decir que no es claro, en el caso de estas fábulas, si el m odelo es
la Antigua A ugustana o la pre-A ugustana en alguna de sus fases:
lo que sí lo es, es que el m odelo no es n u estra A ugustana ni el m o­
delo inm ediato de ésta y de las o tra s colecciones de F. An. Se tra ta
de las fábulas siguientes:

T etr. I 4 = H. 151. El ra tó n que se paseaba p o r la m elena del


león διέδραμεν según T e tr., coincidiendo con F. An. y B.; pero su yeAqt
está m ucho m ás próxim o a las dos versiones Par. 1, Par. 2 y el
«camino» (οδόν) final del ra tó n se reen cu en tra en Par. Falta, p o r
supuesto, el final innovado de B abrio. Todos estos elem entos m en­
cionados rem o n tan sin duda a X, de donde viene T etr.

T etr. I 15 = H. 126. En la fábula de la zo rra y el cuervo, Tetr. ca­


rece de la m arca distintiva de todas las F. An., la «carne» en vez
del «queso» original, que conserva. Y, sin em bargo, las palabras ini­
ciales de la zo rra en T etr. («si tuvieras voz, serías el gran ave de
Zeus») están m ás próxim as a las de F. An. que a ninguna o tra ver­
sión y el com ienzo (τυρόν κόραξ εδακνε) va con la b abriana, así como
el final. Son todos ellos, sin duda, rasgos arcaicos.

T etr. I 18 = H. 215. Tam bién aquí hay que rem o n tarse a un m o­


delo antiguo. E l niño que cazaba saltam ontes es en F. An. I παίς,
pero en o tras diversas versiones como Par. y Dod. es παίς τις (cf.
Synt. νεανίσκος τις) e incluyendo este τις en F. An. I sale un verso
com pleto inicial: παίς τις προ τού τείχους ακρίδας έ&ήρεοε. Pues bien,
T etr. p resen ta tam b ién παίς τις. De o tra p arte, el «si m e tocaras...»
final halla un paralelo en Sy. (Synt. y Syr.).

T etr. I 28 = H. 47. Pese a algunas coincidencias con B abrio, como


άλλ’ έμεϊς, m ás p ro b ablem ente rem onta al m odelo antiguo, del que
B abrio es un derivado am pliado y pintoresco que sustituye al buey
conservado en F. An. y T etr. p o r un toro, en tre o tras cosas.

T etr. I 30 = H. 161. Es in teresan te el trata m ien to p o r p arte


de Tetr. de la fábula del lobo y la garza. El verso 1 está m uy pró-
458 Historia de la fábula greco-latina

xim o a las versiones de Par. y Dod. 1 y 2, incluso a la de Branc.:


cf., en tre o tras cosas, T etr. εμπεπήγει, Dod. 2 έπεπήγει, m ientras que
se aleja de F. An. y B. Tam bién coincide con la p rim era serie (Fedro
y Aphth.) en el yépavoç «grulla» en vez del ερωδιός «garza» de F. An.,
B. Sin em bargo, hay coincidencia con B. en fjτει (F. An. άπήτει). Una vez
m ás creo que T etr. tra b a ja b a sobre el m odelo original X.

T etr. I 46 = H. 106. El m odelo de la fábula de Zeus y Apolo era


sin du d a de cu atro versos y está b astan te bien conservado en F. An.
Pero T etr. coincide ya con esta versión (T etr. Π ρός τοξικήν ήριζε /
F. An. I περί τοξικής ήριζον) ya con B abrio, que p o r lo dem ás am plía
m ucho (πού βάλλω; y todo el detalle del disparo de Apolo y Zeus, que
B abrio p a rafra sea).

Tetr. I 55 = H. 2. La versión de T etr. de la fábula del grajo y el


p asto r es la m ás fiel a lo antiguo ju n to a la de F. An.: no cam bia
el final con Par., B. y no lo suprim e con o tras versiones. Pero no
viene de F. An. exactam ente: su ίδών, ya lo sabem os, es m ás antiguo
que el 9εασάμενος de F. An. (έωρακώς en Aphth. y B ranc., m uy p ró ­
ximo).

E n realidad, todas estas fábulas que hem os definido com o deri­


vadas de X, tienen fuentes no exactam ente com parables: ya dije
que X puede referirse a varias fases den tro de la evolución de la
pre-Augustana. Pues a veces parece que se refiere a u n a fase m uy
antigua, allí donde encontram os que contiene arcaísm os que luego
conservaron diversas versiones. Pero o tras veces las discrepancias
con F. An. I (o con F. An. en general) dependen de innovaciones de
éstas m uy recientes (el έχουσa en H. 136 I, la «carne» en H. 126):
T etr. puede venir de uno m odelo b a sta n te próxim o. Así tam bién en
el caso de T etr. I 18, donde el παίς τις era general y se conservó
h asta fecha reciente y hay coincidencias con S. Y en I 55. E n cam ­
bio, I 3, 6, 9 y 35 parecen venir, com o explicaré, de resúm enes de
la versión que llegó a F. An., resúm enes de que hay otros testim onios.

c) T etr. d eriva d e u n m o d e lo p r ó x im o a F. An.

Hay fábulas en que se ve m ás claram ente la derivación de T etr.


a p a rtir no ya de F. An., pero sí de un m odelo próxim o.

T etr. I 14 = H. 76. Sabem os que en la fábula del ciervo, sola­


m ente en F. An. aparece el león, que he propuesto que es u n a inno­
vación de su fuente en vez de los cazadores del resto de la tradición.
Pues bien, tam bién en T etr. aparece el león. E sto quiere decir que
deriva de una fase de la pre-A ugustana muy próxim a ya a F. An. I y II.
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 459

T etr. 1 31 = H. 100. Del m odelo original de cu a tro versos de la


fábula del lobo y el cab rito sale, de un lado, la version de F. An. y,
de otro, las de B ranc. = Ib, B. (de donde Par. y Dod.). En cuanto
a Tetr., es un derivado m ás del m ism o m odelo, pero m ás próxim o
a F. An. que a la o tra ram a.

T etr. I 43 = H. 51. Sobre la fábula del lab ra d o r y la serpiente que


m ató al hijo del p rim ero, cf. su p ra , pp. 115 y ss. Allí p o d rá verse que
hay varias ram as de la tradición y que de una de ellas salen, a su
vez, F. An. I y III. De ese m ism o m odelo (si no ya del de F. An. I l l
propiam ente, hay τύμβον aquí com o en T etr.) sale n u estra versión.
E n ocasiones, com o se ve, T etr. está especialm ente próxim o
a F. An. o a alguna de sus ram as. Puede tra ta rs e sim plem ente de
que éstas conserven un arcaísm o m ayor que o tras colecciones (caso
de T etr. I 31, creo), pero tam bién puede tra ta rs e de que T etr. tra ­
b aje con una versión que es precedente inm ediato de F. An. o, como
digo, de alguna de sus ram as.

d) Tetr. d eriva de una línea re su m id a

A lo largo de este volum en hem os tenido ocasión de observar


rep etid am en te la existencia de versiones resum idas de las líneas p ri­
m arias y aun secundarias; de ellas salen fábulas de Aphth., ps.-Dosi­
teo, Par. y o tra s colecciones. E n el caso que nos ocupa hay ejem plos
de fábulas de T etr. derivadas de resúm enes del m odelo p rim ario
de F. An. y o tras colecciones.

Tetr. I 3 = H. 294. La fábula dada p o r H au srath com o IIIS (en


realidad, del ms. F) es una prosificación de n u estra fábula de Tetr.
Pero ésta es, a su vez, un resum en del m odelo m ás am plio que p ro ­
dujo las fábulas de B., Fedro y Aviano, m odelo derivado de Arquíloco
con su tem a de la cicatriz del p erro que llevaba u n collar.

T etr. I 6 = H. 114 Ib. Tam bién en la fábula de la horm iga y la ci­


g arra sigue T etr. un resum en (con Branc. y Theoph.) derivado de
u n a versión p rim aria m ixta (en F. An., Sy. y B.); cf. pp. 78 y ss. E ste
es u n caso especial, no hay línea de F. An. ni babriana.

T e tr. I 9 = H. 136. Es la conocida fábula del p erro que llevaba


carne. Como sabe el lector, en el m odelo antiguo se habla del p erro
com o φέρουσ a carne y F. An. I ha m odificado esto en Ι χ ο νσ a. Pues
bien, T etr. m antiene φέρων (en mase., innovación), en perfecta coin­
cidencia con F. An. II; pero el final está m ás próxim o a F. An. I que
a ninguna o tra versión (Tetr. άπεατήρητο παντός, F. An. I άμφοτέρων
στερη^ήναι m étrico). De o tra parte, hay coincidencias con las versiones
460 Historia de la fábula greco-latina

«resum idas»: p ara κύψας cf. Branc., εκράτει = ps.-Dos. Viene, pues,
T etr. de un m odelo antiguo, probablem ente de un resum en próxim o
a los m encionados o base de los m ism os.

T etr. I 35 = no H. 8. Tam bién aquí T etr. viene de una versión


resum ida, en este caso com ún a Fedro (no a F. An.). Lo notable es
que en este caso el m odelo prim ario ha dejado huella (cf. p. 67)
eil la línea «babriana» de Par. 1, Par. 2, Dod. y B., que en este caso
ab arca tam bién a Aft. Pues bien, de u n a versión en que el p asto r
alcanza a la cab ra con el bastón (y no la piedra), que está en Dod.,
sale esta versión resum ida.

La existencia de estos m odelos resum idos nos convence de la


heterogeneidad de las fuentes de T etr. I (y II). La continuación de
este estudio acab ará de confirm arlos.

e) P ro b lem a de la e x te n sió n de la fu e n te de Tetr.

Ya sabem os que las fábulas de cu atro versos son m uy antiguas


y que este m odelo h a sido el seguido p o r el au to r (o autores)
de T etr. I. Lo que es m enos claro es en qué m edida sigue m odelos
antiguos breves, de cuatro versos tam bién aunque sin duda semi-
prosificados, o m odelos que son resum en de otros anteriores o es
él el que resum e.
Pienso que todos los casos se dan, igual que en o tro s fabulistas.
Hem os visto, en efecto, que T etr. I 3, 6, 9 y 35 derivan de u n resu­
m en an terio r y que, en cam bio, I 31 y I 46 eran fábulas originales
de cu atro versos. E ste es tam bién, probablem ente, el caso de
T etr. I 18 y I 43. E n cambio, en o tro s casos es posible que sea
precisam ente T etr. quien resum e, así en el de I 47, en que T etr. está
aislado com o fábula breve. T etr. se inserta, pues, en la tradición de
la fábula breve, antigua y nunca abandonada, y rem ozada luego a
veces en los au to res «babrianos» (el ps.-Babrio, Par. y Dod.) y en
la colección a que hem os aludido (cf. pp. 223 y ss.) y que es m odelo de
Aphth. y ps.-Dos., en tre otros. Volverem os a verlo a propósito de los
T etr. de trad ició n «babriana» u otra. Pero hay que re co rd a r que el caso
es el m ism o p ara las fábulas que no podem os d em o strar si vienen
de F. An. o X, aunque, después de lo dicho últim am ente, es difícil
pen sar que vengan p recisam ente de F. An.: hay que suponer que
vienen de un an teced ente próxim o.
T am bién estas fábulas de T etr. están en situaciones diferentes.
Podem os citar al m enos una, T etr. 17 «El lab ra d o r y la serpiente»,
en que hem os de p ro poner la existencia de un m odelo resum ido
previo a T etr., seguido tam bién p o r Fedro. Pero, en general, al
e sta r T etr. aislado, hay que suponer que el resum en es suyo o.
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 461

en todo caso, no tenem os fuente independiente p a ra reconstruirlo.


Así en I 1, 33, 48, 49, 50, 52, 53, 54, 56 y 57.

f) U nidad o no de la colección

Por lo que resp ecta a este tem a, es difícil p ronunciarse p ara el


libro I. Cuando estudiem os el II verem os que en ocasiones ofrece
una segunda fábula del m ism o tem a que una de I o bien dos fábu­
las del m ism o tem a: esto im plica, parece, pluralid ad de autores en
relación con I y d en tro del m ism o II. Pero la un id ad absoluta de I
tam poco debe darse p o r sentada. S obre todo, po rque hay dos fá­
bulas, I 41 y 48, del m ism o tem a: la p rim era depende m ás d irecta­
m ente de X o F. An., la segunda parece u n a m odificación. Por otro
lado, el que estas fábulas aparezcan en ciertos m ss. ellas solas,
sin II, y u na cierta u niform idad m étrica, no parecen argum entos
suficientes. Piénsese en el trata m ien to secundario de fábulas co-
liám bicas com o pertenecientes a un m ism o au to r o colección. Los
trím etro s yám bicos bizantinos que nos ocupan no son solam ente
de Ignacio, hem os visto que los hay en el códice B rancacciano y
que u na m ism a fábula aparece en am bos lugares. Sim plem ente,
los m ss. a que hacem os referencia han seleccionado una colección
de fábulas de este tipo con una sola versión de cada una, salvo una
duplicada p o r erro r.
E n todo caso, el re d acto r o redactores bizantinos (Ignacio y otros)
del siglo ix es claro que no dependen de la A ugustana ni de o tra
colección de las fábulas Anónimas, pero que, en tre otro m aterial
de base que verem os, contaron con m odelos de éstas, unas veces
m ás próxim os, o tras m ás rem otos: con versiones de la pre-Augus-
tan a de diversa pro fu n d idad cronológica. A veces, con versiones m ar­
ginales, abreviadas, m ientras que o tras veces la versión com ún de
la pre-A ugustana era ya de cu atro versos. Más com únm ente era m ás
extensa y son los auto res de T etr. quienes in tro d u jero n esos m o­
delos en su lecho de P rocrustes p articu lar, com o habían hecho ya
a veces o tras colecciones antiguas. Hay que confesar, sin em bargo,
que es ésta la única que ha llegado a nosotros que procede de este
m odo sistem áticam ente.

2. T e tr. d e riv a d e u n m o d elo e n to rn o a la tra d ic ió n «b ab rian a»

a) G eneralidades
Ni m ás ni m enos que las fábulas bizantinas de Par. y Dod., las
de Tetr. dependen con frecuencia de una línea de la tradición in­
dependiente de F. An., aunque de u n a m anera u o tra relacionada
462 Historia de la fábula greco-latina

en últim o térm ino con ella: de la línea que hem os llam ado «babria­
na» en sentido am plio. Puede tra ta rs e de una versión p rim aria única
o de u n a en tre varias; o, tam bién, de una versión secundaria. En
este caso puede tra ta rs e de una versión «norm al» o una resum ida,
m arginal.
Las fábulas a que m e estoy refiriendo son:

I 2 = H. 208 «Las aves y la cigüeña».


I 5 = no H. 182 «El león y el jabalí».
I 7 = no H. 226 «El m acho cabrío y la viña».
I 10 = no H. 85 «La esclava y Afrodita».
I 11 = no H. 183 «El león y los tres toros».
I 12 = no H. 118 «El Sol y las ranas».
I 13 = H. 119 «El cam ello y Zeus».
I 16 = H. 7 «El gato y las gallinas».
I 19 = H. 199 «El asno y la piel de león».
I 20 = H. 281 «El león y elarquero».
I 21 = H. 198 «El asno y ellobo».
I 23 = H. 15a «La zorra y las uvas».
I 25 = H. 273 «El águila».
I 26 = no H. 149 «El cazador cobarde».
I 29 = H. 103 «El grajo y las aves».
I 32 = H. 242 «El to ro y las cabras salvajes».
I 34 = H. 211 «La serpiente y el cangrejo».
I 36 = H. 193 «El asno que llevaba una imagen».
I 38 = no H. 184 «El león rabioso».
I 39 = H. 50 «La com adreja y Afrodita».
I 40 = H. 259 «La to rtu g a y el águila».
I 42 = no H. 308 «El sapo que se hinchó».
I 44 = H. 143 «Las liebres y las ranas».
I 45 = H. 239 «La encina y la caña».
I 47 = H. 46 «El B oreas y el Sol».

De un m odo p aralelo al caso estudiado m ás a rrib a de derivación


a p a rtir de la línea cen trad a ei} torno a F. An., a veces nos es im ­
posible decir si T etr. procede del m odelo antiguo (X, Y o Z según
los casos) o de la versión de B abrio, concretam ente. E sto es lo que
sucede, a m i entender, d en tro de la lista anterior, en las fábulas I 2,
10, 26 y 38.
Pero hay u na diferencia notable, en cam bio. M ientras que hay
una serie de fábulas en que es claro y o tras en que es verosím il
que la derivación de T etr. es a p a rtir de X,esto es, de u n m odelo
antiguo, en o tras ocasiones la derivación es, pienso, a p a rtir de
B abrio. Ni m ás ni m enos que com o sucede, como ya anticipé y
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 463

verem os m ás despacio, en el caso de Par. y Dod. Vamos estudiando,


pues, sucesivam ente estos casos.

b) Fábulas en las que T etr. d eriva de X .

O btengo las conclusiones generales de los s te m m a ta que pueden


enco n trarse en el Apéndice II. Se tra ta de las siguientes fábulas:

T etr. I 5 = no H. 182. Sólo en Par. hay una segunda versión de


la fábula del león y el jabalí: versión m ucho m ás am plia y con verso
diferente. No parece que T etr. venga de ella, sino am bas de una
fuente anterior.

T etr. I 7 = no H. 295. Aquí la línea «babriana» es secundaria (Y)


y en ella no está presente B abrio: no es de creer que Par. y Dod.
vengan de un B. perdido, a veces hay penúltim a larga. En cuanto
a Tetr., p resen ta coincidencias con estas versiones, pero no deriva­
ción precisa; hay, p o r ejem plo, una coincidencia con Ovidio, tam bién
de esta línea, fren te a Par., Dod.: T etr. οϊνον βλύσα,ι, Ον. sp a rg itu r...
m ero frente a Par., Dod. οίνον παρέξω. Dado que Par. y Dod. presen­
tan ciertas coincidencias con la línea prim aria, que resum en, y que
Tetr. difiere en parte, como acabam os de ver, parece deducirse que
había dos resúm enes em parentados, derivando T etr. de uno de ellos.

Tetr. I 12 = no H. 118. Hay un m odelo prim ario único, «babria-


no», que incluye u na versión del propio B abrio y o tra de Fedro.
Par. y Dod. no derivan, tam poco aquí, de B., sino del m odelo X y
con sus arcaísm os coincide a veces Tetr.: Par., Dod. εις, T etr. τις
(B. φρΰνος); Par., T etr. εχα,ιρον (Dod. ήγάλλοντο).

T etr. I 13 = H. 119. T etr. viene de un resum en secundario Z, del


que tam bién salen Par., Dod. y Sy.

T etr. I 16 = H. 7. La versión secundaria, de que derivan nues­


tro s Tetr., así com o Dod. y B., es un m odelo Y. Que T etr. sale de
él y no de B. se ve p o r coincidencias com o T etr. παρέλ&ης, Dod.
παρέλ9·οις fren te a B. απέλΆης.

Tetr. I 19 = H. 199. T anto esta fábula de T etr. como II 23 p ro ­


ceden de una línea secundaria tam bién en Aphth., Par., Luc., Tzetzes,
m ien tras que B. está en la prim aria, con F. An. E sta línea reducida
es un resum en.

Tetr. I 21 = H. 198. T etr. viene de la línea secundaria Y, con B.


y Aphth. Ju n to a rasgos com unes con estas versiones (la herida del
464 Historia de la fábula greco-latina

asno es real, el lobo le saca la estaca o clavo que la causó), T etr. p re­
senta una coincidencia clara con la versión de F. An., p rim aria
(μάγειρος): un arcaísm o, p o r tanto, que certifica que viene de una
fase antigua de Y.

Tetr. I 23 = H. 15a. Aquí T etr. está en una segunda línea p ri­


m aria, babriana. No viene de B., cf. καμοϋσα πολλάκις y Par. πολλά δε
καμοδσα. fren te a B. κάμνουσ α δ' άλλως.

T etr. I 25 = H. 273. Una vez m ás, T etr. viene de una línea «ba­
briana» secundaria, que es un resum en; lo notable es que la p ri­
m aria es tam bién babriana, Par. = III. La coincidencia es gene­
ral, T etr. innova en el detalle.

T etr. I 29 = H. 103. La línea secundaria bab rian a está en B. y Tetr.


Hay, en efecto, coincidencia entre sus versiones: b asta decir que
en am bas aparece la golondrina, ajena fuera de aquí a esta fábula
del grajo y las aves. Pero T etr. coincide en un arcaísm o (άλλοτρίοις
πτεροις) con versiones antiguas com o la de Filodemo. Luego viene del
m odelo Z, no de B.

T etr. I 34 = H. 211. T etr. deriva de u n a segunda versión prim aria


(junto a la que da F. An.) de Y, no de B. Pues coincide ya con éste,
ya con Aft. y Av.

T etr. I 36 = H. 193. Aquí hay dos m odelos, uno de ellos, resum ido,
el que subyace a Par. y T etr.

T etr. I 42 = no H. 308. Hay línea p rim aria única, con B., T etr. y
Horacio. N ótese la coincidencia final con H oracio, no con Babrio.

Tetr. I 45 = H. 239. Viene del m odelo p rim ario de la fábula de la


encina y la caña, aquel que se refleja en H. 239, de u n a p arte, y
en B., Par. y T etr., de otra. Se tra ta , en realidad, de dos subdivi­
siones de la m ism a línea. T etr. p re sen ta notables coincidencias
con Par.: Par. έρωτα, T etr. πεύ&ετο, B. parafrasea.

T etr. I 47 = H. 46. T etr. viene de u n a segunda línea prim aria,


coincidiendo ya con B. (έσφ ιγγε , cf. B. σφ ίξας) ya con el resto de esta
ram a.

c) F ábulas en las que T etr. d eriva de B abrio.

Con m ayor o m enor seguridad, puede postularse esto en las fá­


bulas que siguen:
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 465

T etr. I 11 = no H. 183. T etr. p re sen ta coincidencias notables con


la version p rim aria de que salen Aft., Tem istio y B.; den tro de ella,
coincide con B. y Aphth, en la presencia, sin duda secundaria, de tres
toros en vez de dos. Como no se encu en tra en T etr. nada que se
aleje de B. p ara acercarse a las o tras versiones, parece probable que
venga del prim ero.

T etr. I 20 = H. 281. En este caso, pienso que B. es el m odelo de


toda la tradición; cf. supra, p. 402.

Tetr. I 32 = H. 242. Aquí sí que es claro que T etr. viene no ya de Y


(línea secundaria b abriana), sino, m ás precisam ente, del propio Ba­
brio. Coincide, en efecto, en su nuevo cierre.

Tetr. I 39 = H. 50. Aquí una segunda línea p rim aria con Par., Dod.
h a sido am pliada p or B.; de él sale sin duda T etr., pues no se en­
cu en tran en él elem entos com unes con Par., Dod. ni con la o tra
línea, la de F. An.

Tetr. I 40 = H. 259. Ju n to al m odelo prim ario de que vienen F. An.,


hay derivaciones que están en la base de B. y de Róm ulo. No es
de creer que T etr., que p resen ta un com ienzo idéntico a B., tenga
u n m odelo diferente: es, sin duda, un resum en de dicho fabulista.

T etr. I 44 = H. 143. La versión p rim aria es m ixta, contiene F. An. y


las colecciones bab rianas. A éstas está próxim o T etr., pero m ás con­
cretam en te al p ropio B., en am bos faltan el com ienzo y el fin n o r­
m ales en esta ram a.

3. La v e rsió n de T e tr. e s tá a isla d a

Ju n to a estas fábulas hay dos de las que sólo tenem os la versión


de Tetr. Las presen to a continuación:

Tetr. I 8 = no H. 212 «El ra tó n y el herrero». El tem a del ra tó n


que m uere de ham b re en una h e rre ría depende del tem a de la im ­
posibilidad de que los ratones com an hierro, conocido p o r una
fábula india (T a n tra k h y . I 17, p. 55, H ertel) y al cual alude tam bién
un proverbio en H erodas II I 76 y Séneca, A poloc. 7 («donde los
rato n es com en hierro», de un lugar inhóspito o riguroso). Lo m ás
fácil es que tan to la fábula india (los ratones se com ieron una b a­
lanza, lo que es u na disculpa m entirosa de un defraudador) como
ésta sean derivadas del proverbio griego.
466 Historia de la fábula greco-latina

T etr. I 22 = no H. 278 «El avestruz libio». Es el tem a de la am bi­


güedad del avestruz, que se p resen ta ya com o ave ya com o anim al
terrestre. Es sin du d a un derivado de tem as análogos de la fábula
griega en relación con el m urciélago (y la hiena, ésta am bigua entre
m acho y hem bra).
Puede suceder fácilm ente que nos encontrem os ante derivados
de fábulas antiguas, derivados secundarios p o r o tra p arte, que p o r
azar no h an llegado a nosotros m ás que p o r esta vía. Pero dada la
frecuencia del pro ced er de algunas colecciones, que a fábulas deri­
vadas de varias fuentes añaden algunas de propia invención, aunque
sobre tem as antiguos, no puede rechazarse a p rio ri la hipótesis de
que sea precisam ente Ignacio el a u to r de estas fábulas. La p rim era
de ellas vendría quizás del tem a del T a n trä k h y ä y ik a (y P añcatantra),
pues a p a rtir del siglo ix hay en Bizancio conocim iento de la fá­
bula india; cf. el capítulo que dedicam os a este tem a. Sin em bargo,
ya he dicho que el tem a era tam bién conocido en Grecia.

4. C o n clu sio n es

H ab rá que esp e rar p a ra sacar conclusiones definitivas al estudio


del libro II, p ero de todas m aneras se ve ya clara la m ultiplicidad
de fuentes de Ignacio y, eventualm ente, otros autores del libro I.
Se equilibran m ás o m enos las fábulas derivadas de m odelos p ri­
m arios únicos (a veces con F. An. y su línea solo, a veces con estas
colecciones m ás B. y colecciones «babrianas», a veces sólo con co­
lecciones «babrianas») y de m odelos secundarios, frecuentem ente
(pero no siem pre) «babrianos». Esos m odelos secundarios son, en
ocasiones, fábulas resum idas; tam bién son de originales en cuatro
versos, algunos prim arios.
Sobre esta base, el a u to r o autores de n u estra o b ra han creado
fábulas nuevas de cu atro versos en el tipo del trím etro bizantino
de que he hablado; y, en ocasiones, han tenido que hacer el resu ­
m en ellos m ism os. Es notable que a m ás de las dos fuentes princi­
pales m encionadas, con ste m m a ta p o r lo dem ás variados, tam bién
B abrio (pero no F. An., aunque sí, a veces, m odelos inm ediatos) haya
sido utilizado; y que en dos ocasiones nos hallem os ante fábulas
únicas, originales o no.
No creo que haya nada nuevo que añ ad ir a lo dicho m ás a rrib a
sobre el p roblem a de los resúm enes que eventualm ente subyacen
a las fábulas ni sobre el de la unidad de la colección (las fábulas
estudiadas en este ap a rtad o sólo p resen tan una versión en T etr. I).
La com paración con el estudio del libro II puede su m in istrar algunos
datos m ás.
Añádase la existencia de una nueva fábula en B ranc.; cf. p. 371.
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 467

III. Los TETRÄSTICOS YÄMBICOS DE T IP O IRRE GULAR

1. T e tr. d e riv a de u n m o d elo en to rn o a F. An.

a) G eneralidades
Es el caso paralelo al de los tetrástico s puros que estudiam os
en p rim er térm ino. Como allí, dam os una relación de tetrásticos,
en este caso del libro II, cuyo s te m m a es de este tipo:

II 1_ H. 156 «El león y el asno».


II 2 H. 147 «El león y la zorra».
II 3 - H. 166 «El lobo y la oveja».
II 5= H. 164 «El lobo y la oveja».
II 6= H. 144 «El m ilano y la gaviota».
II 7= H. 162 «El lobo y la cabra».
II 9= H. 13 «Los pescadores».
II 10 = H. 45 «Los bueyes y el eje».
II 11 H. 76 «El ciervo y el león».
II 12 H. 77 «El ciervo».
II 13 _ H. 152 «El león y el oso».
II 17 = H. 78 «El ciervo y el león».
II 18 = H. 54 «Los caracoles».
II 20 = H. 43 «Las ranas».
II 21 = H. 60 «El viejo que co rtab a leña».
II 22 = H. 118 «El cangrejo y la zorra».
II 24 = H. 7 «El gato».
II 25 = 114 Ib «La horm iga y la cigarra».
II 26 = no H. 8 «La cabra y el cabrero».

Se tra ta , com o se ve, de un conjunto de 19 fábulas (algunas tam ­


bién en I) de un to tal de 37. O sea, de poco m ás de la m itad: la p ro ­
porción es casi la m ism a del libro I.
Tam poco aquí podem os p re se n ta r fábulas en que T etr. derive
claram ente de F. An. I o II o III; hay u n a serie de ellas en que
existe esta posibilidad, pero ju n to a ella hay la de que la derivación
sea a p a rtir de X, es decir, del m odelo antiguo. Creo que esto debe
p o stu larse tam bién p ara las fábulas am biguas de la p rim era serie.
De todas m aneras, dada la frecuencia de la am bigüedad y la poca
distintividad fren te a F. An. allí donde la hay, re su lta verosím il que
dicho m odelo sea u n a fase de la pre-Augustana próxim a ya a F. An.
O tras veces el m odelo es una versión secundaria resum ida.
El pan o ram a es, como puede apreciarse, aproxim adam ente el
m ism o del libro I, el de los trím etro s yám bicos «puros». Si acaso,
hay que n o tar que el núm ero de fábulas antiguas, que no se ve bien
468 Historia de la fábula greco-latina

si vienen de F. An. o de Z, es m ayor: son II 1, 2, 3, 5, 8, 9, 10, 11,


12, 17, 20, 24, 25 y 26. Y que los datos com parativos son m ás es­
casos, no nos p erm iten distinguir en tre fábulas derivadas de X en
general y fábulas derivadas de un estadio reciente de X. Hacem os,
pues, sólo tres ap artados: fábulas que vienen de Z, fábulas de un
m odelo resum ido y problem as particulares.

b) T etr. d eriva de X .

E sto es m ás o m enos verosím il p a ra las fábulas que siguen:


T etr. II 6 = H. 144. Mi hipótesis se basa, sobre todo, en que
en F. An. I hay un cierre άξια σύ γε πέπον&ας al que responde T etr. con
ώς δίκαια πέπονθας. Ambos vienen de un m odelo sem iprosificado con
πεπονιάς que, según es habitual, debe seguir a uno a n te rio r con
πάσχεις, concretam ente, con δίκαια πάσχεις. T etr. no puede venir de
F. An. I, que h a in tro d ucido άξια, sino de un m odelo previo.

T etr. II 13 = H. 152. T etr. parece un resum en de F. An., pero el


com ienzo de T etr. νεβρόν λέων puede ser antiguo y d erivar del mo­
delo de F. An.

T etr. II 18 = H.54. F. An. I y II, así com o T etr. parecen ve­


n ir de u n original en cuatro versos, pero el com ienzo de este
γεωργός ώπτα κοχλίας conserva un m odelo que hay que presuponer
com o previo al γεωργού παϊς ώπτα κοχλίας de F. An. II.
T etr. II 21 = H. 60. T etr. está m uy próxim o a F. An. y S., todos
vienen de un m odelo de cu atro versos. Pero el estilo directo de la
p reg u n ta de la M uerte al viejo, en T e tr. y Sy. (Syr. y Synt.), es m ás
arcaico que el indirecto de F. An.: T etr. deriva del m odelo de la
pre-A ugustana en el m om ento en que lo tom aron Syr. y Synt., que
conservan un segundo arcaísm o, el estilo directo en la invocación
del viejo a la M uerte.
T etr. II 22 = H. 118. El μέλλω 9νήσκειν de T etr. viene no del
μέλλων καταβιβρώσκεσ&αι de F. An., sino del ώς δ 'ίμ ελ λ ’ άποΆνήσκειν (cf.
vol. I, p. 574) que hay que re c o n stru ir en X.

c) T etr. d eriva d e u n m o d e lo r e su m id o

En los casos an teriores, la derivación de T etr. es a p a rtir de un


m odelo p rim ario en torno a F. An.: único o acom pañado de otro;
re p resen ta n te de la to talid ad de la tradición o acom pañado de líneas
secundarias. Pero tam bién puede venir T etr. de un m odelo secun­
dario resum ido del que derivan F. An. o alguna colección em pa­
rentada.
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 469

T etr. II 26 = no H. 8. Aquí la línea p rim aria es «babriana», y de


ella sale ün resum en en T etr. y Fedro. En él aparece el cayado (y
no la piedra) con que el cab rero rom pe el cuerno de la cabra, p re­
sen te ya, en la línea prim aria, en Dod. E n un predecesor de éste
se in serta la nueva línea, que no sólo produce T etr. II y Fedro, sino
tam bién T etr. I 35, algo m ás alejado.

d) P ro b lem a s p a rticu la res

Ante este p anoram a, parece claro que tam bién en el caso de


fábulas en que, en sí, sería posible la hipótesis de u n a derivación
directa a p a rtir de u n a de las colecciones de F. An., hay que pos­
tu la r m ás bien que T etr. II proviene de X, posiblem ente de un p re ­
cedente inm ediato de F. An. Así, cuando en T etr. II 11, fábula del
ciervo y el león, tenem os león y no cazadores (como en T etr. I 14),
hay que p en sa r que el m odelo es la fase reciente de la pre-Augus-
tan a, no F. An. I ni II.
Los m odelos al alcance de T etr. II eran, parece, los m ism os que
los que conocía T etr. I: versiones de la ú ltim a fase de la pre-Augus-
tana, generalm ente (aunque no siem pre) conservada luego en F. An.
Modelos p rim ario s extensos o de cu a tro versos y algún m odelo se­
cundario, tam b ién de cuatro versos. Los m ás extensos eran red u ­
cidos a cu atro versos p o r los au to res de T etr. II.
E n térm inos generales, T etr. II p ro cu ra to m ar de sus m odelos
fábulas no recogidas p o r T etr. I. Digo en térm inos generales porque
del m odelo p rim ario único de H. 76 salen tan to I 14 com o II 11,
según acabam os de ver. Igual sucede con el m odelo resum ido de
no H. 8 (da T etr. I 35 y II 26). Verem os cosas sem ejantes den tro
de la trad ició n b abriana.
Más generalm ente, T etr. II utiliza m odelos dejados de lado
p o r T etr. I, aunque todos ellos sean de los tipos que ya sabem os,
conocidos sin du d a p o r los au to res de am bas colecciones. Así,
T etr. II 24 sale de una de las dos líneas de H. 7, la en torno a F. An.,
m ien tras que T e tr. I 16 sale de la línea b ab rian a, com o vimos.
T etr. II 25 sale de la línea p rim aria de H. 114 en torno a F. An.,
T etr. I 6 sale de u n a línea resum ida, com o tam bién vimos.

P or o tra p arte, puede suceder que nos hallem os ante dos fábulas
de Tetr. II derivadas del m ism o m odelo, lo que parece h ab lar a
favor de u n a p lu ralid ad de au to res d en tro de la colección. Sin duda
p o r azar esto no o cu rre en las fábulas derivadas de la línea en
to rn o a F. An., p ero verem os que sí en las de la línea b ab ria n a y
en alguna exclusiva de T etr.
470 Historia de la fábula greco-latina

2. T etr. deriva de un m odelo en to rn o a la tradición b abriana

Se tra ta de las siguientes fábulas:

T etr. II 4 = H. 179 «El joven libertino y la golondrina».


T etr. II 14 = H. 6 «Las cabras salvajes y el cabrero».
Tetr. II 15 = H. 9 «La zorra y el m acho cabrío».
Tetr. II 16 = H. 12 «La zorra y el leopardo».
Tetr. II 19 = H. 266 «Los dos gallos y el águila».
T etr. II 23 = H. 199 «El asno y la piel de león».
T etr. II 29a y b = H. 287 «La ran a y la zorra».
T etr. II 30a y b = H. 205 «El p a ja re ro y la perdiz».
T etr. II 31a y b = H. 9 (cf. II 15).
Tetr. II 32a y b = H. 98 «La serpiente y la zorra».

Los detalles son los m ism os a los que ya estam os aco stu m b ra­
dos: ya se tra ta de línea p rim aria única o no (15, 19, 29, 32), ya
de p rim aria y secundaria (caso de dos versiones ya aludido, 30),
ya de secundaria (las dem ás fábulas), a veces resum ida. Lo im por­
tan te es n o tar que la derivación no es, a lo que podem os ver, las
m ás veces, de una versión p a rtic u la r de en tre las conocidas, sino
del m odelo original en una de sus fases.
Por po n er algún ejem plo me re feriré a T etr. II 4, que contiene
cosas conocidas p o r B abrio (el joven libertino p ierde su dinero a
los dados), p ero tam bién frases de F. An. (m odelo prim ario) que
B abrio h a perdido: T etr. ώς δ' είδε χελιδόνα cf. F. An. I ώς έ9εάσατο
χελιδόνα, II είδε χελιδόνα, todos άπώλεσας. Es claro que Tetr. conoció
el m odelo secundario en una fase a n te rio r a la que utilizó B., en la
que se conservaban aún ciertos restos del prim ario.
Cosas parecidas p o d rían decirse de o tras fábulas. O bien se tra ta
sim plem ente de que T etr. coincide ya con unos ya con otros de los
rep resen tan tes de la m ism a ram a, así en T etr. II 19 = H. 266 (modelo
p rim ario único). Hay algunas fábulas, sin em bargo, que parecen
derivar de B abrio. Así, T etr. II 14 = H. 6 viene de u n a línea secun­
daria bab rian a, pero m uy posiblem ente de la versión de la m ism a
del propio B abrio. E n cuanto a 30a, es idéntico a Dod., en la línea
p rim aria de H. 205; pero 30b parece venir directam ente de B abrio.
T am bién 32a equivale a Dod., en la línea p rim aria única de H. 98,
m ien tras que 32b es uno m ás en tre los derivados de dicha línea.
Así los redacto res de T etr. II tenían delante de sí, ju n to a m o­
delos antiguos de la tradición b abriana, conservados en plena época
bizantina, fábulas de B abrio y de Dod. En general tendían a des­
arro llarlo s en aquellos casos en que no habían sido utilizados por
el a u to r de T etr. I. Pero no sin excepciones: las hem os referido ya.
Y hay que in sistir en que a veces tenem os dos fábulas sacadas del
Los tetrásticos de Ignacio Diácono y de sus imitadores 471

m ism o modelo, p resum iblem ente p o r autores diferentes. De la lí­


nea Y o secundaria de T etr. H. 9 salen nada m enos que tres fábulas
de T etr. II: 15 y 31b, así com o 31a, que es, en realidad, Dod. Con­
fróntese su p ra sobre 30 y 32.

3. La versión de Tetr. está aislada

E sto es lo que ocu rre en las siguientes fábulas:

T etr. II 7 = no H. 31 «El oso, la zorra y el león cazadores». Es


un derivado del tem a de la caza en com ún y de la astucia de la
zorra.

T etr. II 27a y b = no H. 194 «El lobo y el perro». Tem a del pe­


ligro de m eter al lobo en el rebaño, derivado de varios conocidos.
Ambas versiones tienen restos de verso común.

Tetr. II 28 = no H. 186 «El lobo m aestro y la gallina». Es una


curiosa fábula literaria, con alusión a la oscuridad de los versos
de Licofrón y al tem a del lobo que enseña a la gallina, em parentado
con tem as indios y m edievales de ellos derivados, que estudiarem os
en o tro lugar (cf. p. 521).

Tam bién en T etr. II, com o vemos, encontram os fábulas nuevas.


Derivan de tem as antiguos, pero una de ellas parece contener un
tem a de la fábula india, sobre el que hem os de volver. Es notable
que tam bién en este caso hallem os en una ocasión dos versiones
de u n a m ism a fábula, al parecer a p a rtir de un m odelo com ún.

IV. C on cl u s io n e s

No pueden sacarse, pienso, de todo lo an terio r conclusiones muy


ta ja n te s sobre la au to ría de n u estras fábulas, que después de todo
no es lo que m ás nos interesa. Lo im p o rtan te es que, con posterio­
rid ad a la fecha en que com enzaron a escribirse dodecasílabos po­
líticos, los siglos vi y v u , pensam os, y a la redacción en ellos de
fábulas, se creó en Bizancio un nuevo trím etro yám bico que, bajo
su ap aren te e stru c tu ra clásica, encubría realm ente dodecasílabos de
este tipo. Fue utilizado tam bién p a ra escribir fábulas y, concreta­
m ente, fábulas de cu atro versos, sobre el m odelo de fábulas antiguas
yám bicas o coliám bicas de cu atro versos, Ignacio Diácono, en el
siglo ix, fue el au to r m ás caracterizado del género. Pero éste pudo
su rg ir antes. Y así com o los trím etro s de que hablam os im itan a
CAPITULO VI
LAS FABULAS D E LOS C O D IC ES ADEM ARI
Y W IS S E N B U R G E N S IS Y LAS D EL LLAMADO ROMULO

I. E stado de la cue stión y p r o b l e m a s pe ndie ntes

Ya en n u estro vol. I, pp. 140 y ss., nos ocupam os de estas colec­


ciones m edievales, ín tim am ente relacionadas en tre sí, b ajo el enun­
ciado de «La tradición fedriana»; poníam os de m anifiesto, p o r lo
dem ás, que en estas colecciones existen, ju n to a derivaciones de
Fedro, elem entos no fedrianos, aunque se discute su im portancia
cuantitativa. H acíam os un resum en del estado de la cuestión des­
pués de los estudios de C. Z ender *, G. T h iele2 y M. N 0 jg a a rd 3. E stos
estudios co n tinuaban a otros diversos, del siglo x v n a la gran co­
lección de Hervieux.
Puede decirse que en el caso de estas fábulas nos m ovem os sobre
un terren o estudiado d etenidam ente con acribía filológica: habrem os
de to m ar posiciones allí donde los estudiosos discrepan y podrem os
ap o rta r, espero, cosas nuevas con ayuda de n u estro m ejor conoci­
m iento actu al de la tradición fabulística antigua, pero no nos m o­
verem os en un vacío com o sucede, con pocas excepciones, cuando
se tra ta de Fedro, Aviano y las colecciones griegas antiguas y bizan­
tinas. Sobro todo Thiele —de quien hem os citado ya im p o rtan tes
estudios sobre Fedro— y Zander, pese a su polém ica u n tan to enve­
nenada, ap o rta n am bos cosas de m ucho interés.
La polém ica se centra, en definitiva, sobre la m edida en que
«Rómulo» consiste en u n a serie de prosificaciones, m ás o m enos
literales o libres según los casos, de Fedro o bien en u n a tradición
ajen a a Fedro. Claro está, el problem a se refiere a las fábulas que

1 «De generibus et libris paraphrasium Phaedrianarum ». Acta U n iversitatis


L undensis X X X III, Lund, 1897; P h aedru s so lu tu s v el P h ra ed ri fabu lae no­
vae X X X , Lund, 1921.
2 D er la tein isch e A eso p d e s R o m u lu s u n d d ie P rosafassu n gen d e s P hädru s,
H eidelberg, 1910.
3 Ob. c it., II. pp. 405-431.
474 Historia de la fábula greco-latina

no están en n u estro Fedro: Thiele reconstruye solam ente 11 del


Fedro p erdido (la fraseología fedriana de m uchas o tras procedería
de contam inación), frente a las 30 que ju stam en te reconstruye Zan­
der. Inversam ente, éste reconoce m uy pocas fábulas no fedrianas.
O tra cuestión: la fecha y características de la colección de fábulas
latinas en p ro sa base de Rom ulo. P ara Thiele se tra ta de un «Aesopus
latinus» que, dice, puede seguirse h asta el siglo il d. C. con ayuda
de un elem ento bien fechable del m ism o, ocho fábulas del pseudo-
Dositeo que Róm ulo incluye. Z ander opina, sin em bargo, que estas
fábulas h an de sep ararse com o un terc er integrante de Róm ulo: el
resto, tan to las p aráfrasis de F edro com o los elem entos no fedrianos
debe fecharse, p o r hechos de lengua, en los siglos v y vi d. C.
Por o tra p a r t;, N jájgaard4 se equivoca grandem ente al a trib u ir
el «Aesopus latinus» de Thiele a fecha p o sterio r a Fedro: la diferen­
cia en tre los dos auto res no es tan grande. En cuanto a su idea
de que una colección griega fue trad u cid a en un latín «fedriano»,
coincide en realidad con lo dicho p o r Zander. Pero N 0jgaard ge­
neraliza dem asiado, sobre una ejem plificación lim itadísim a, cuando
d ic e 5 que «peut-être la p lu p art des fables rom uléennes rem ontent-
elles a une trad itio n entièrem ent originale qui ne dépend directe­
m en t d ’aucune a u tre trad itio n connue». Y su estudio sobre los
ste m m a ta de las diversas fábulas se basa en un conocim iento to­
davía insuficiente de este tem a.
O sea que, en resum en, Róm ulo depende de versiones latinas
prosaicas derivadas bien de Fedro, bien de diversas fábulas griegas,
bien idénticas con el pseudo-Dositeo. E stas versiones deben colo­
carse en tre la fecha del pseudo-Dositeo y el fin de la Antigüedad:
aunque queda ab ierta la cuestión de si algunas de las fábulas nuevas
no son, en realidad, m edievales. O tras cuestiones ab iertas son la
de los retoques m edievales de las versiones prosaicas antiguas, que
incluyen contam inaciones con Fedro o con prosificaciones indepen­
dientes del m ism o (el llam ado «Phaedrus solutus», véase in fra ). Pues
igual que las fábulas bizantinas en p rosa utilizaban las versiones
bizantinas an terio res y las contam inaban con los m odelos de las
m ism as, igual pudo suceder aquí, au n si desecham os las exagera­
ciones de Thiele. La v en taja con que contam os es que conocem os
(parcialm ente) la fuente de esas contam inaciones, Fedro; el incon­
veniente, que el m etro latino p re sta m enos ayuda que el griego.
Y hay m uchas m ás cuestiones abiertas, todavía. Róm ulo com ien­
za con u na epístola «Rom ulus Tiberino filio» donde el au to r (de
nom bre ficticio sin duda, aunque se le conceda a Thiele que esos
dos nom bres se usab an en la ta rd a latinidad) dice falsam ente que

4 Ob. c it., II, p. 414.


5 Ob. cit., II, p. 411.
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 475

tra d u jo la colección del griego al latín. Lo que hizo en realidad fue


utilizar u na colección que com enzaba con o tra epístola «Aesopus
ad Rufum», en que Esopo hace donación de su o b ra a su am o Rufo
(el Jan to griego). La p rim era c a rta falta en los códices Adem ari y
W issenburgensis, la segunda está en todos (aunque en algunos tra s ­
ladada al final p o r el conflicto e n tre las dos epístolas). Es claro
que, com o dice Thiele, la epístola de «Rómulo» es tardía. Se tra ta
entonces de, dado que falta en los dos im p o rtan tes m anuscritos
de referencia, ver si se puede distinguir la labor del recensor
«Rómulo» de la de su predecesor, el au to r del «Aesopus ad Rufum».
O tra tarea sería la de distinguir lo que es original de «Rómulo»
de lo que es p ropio de las d istin tas recensiones: las que Thiele
llam a gallicana y v e tu s y los dos m ss. Ad y W citados: se tra ta
de dos m ss. que sin duda llegan directam ente, en ocasiones al m e­
nos, al «Aesopus ad Rufum». E n realidad, el m ism o Thiele concede
esto en su s te m m a de p. CLXXXII; cf. tam bién Zander, p. X III.
Todo esto puede ser una ayuda a la hora de distinguir en tre las
tres etapas: «Aesopus ad Rufum », «Rómulo» y las d istin tas recensio­
nes y m ss. T area que aquí, de un m odo provisional y esquem ático,
inten tarem o s h acer avanzar.
Pero con esto se plantea, todavía, el problem a principal: el de
la reconstrucción de las fuentes del «Aesopus ad Rufum ». Pues las
p aráfrasis de F edro no son uniform es, sino de índoles diferentes:
conocem os tres tipos, las p aráfrasis p uram ente m ecánicas, las am ­
pliaciones retó ricas y el «Phaedrus solutus» (éste, incorporado se­
cundariam ente, no cuenta p a ra el «Aesopus ad Rufum »). De o tra
parte, las fábulas no fedrianas no tienen p o r qué venir de una sola
y única colección: hay que e stu d iar su origen y su tem ática.
E n sum a, hay que ver, m e parece, el «Aesopus ad Rufum » com o
una colección que utiliza versiones prosaicas latinas ya existentes,
hechas sobre F edro y sobre originales griegos: nada de extraño es
esto, conocem os el pseudo-Dositeo latino y sabem os de las fábulas
prosaicas m odelo de Aviano. Claro que a veces su a u to r pudo h acer
las p aráfrasis o traducciones él m ism o y re to c ar estilísticam ente
el total.
E n definitiva, creo que nos hallam os ante u n a colección m ixta
m ás, aunque hay que estu d iar el detalle. Su análisis es im p o rtan te
p o r varias razones. Una, p orque su m in istra nuevos datos sobre la
trad ició n an tigua de la fábula: sobre o tras diversas fábulas griegas,
de las que en contram os a veces versiones m uy originales. O tra razón
es que, u n a vez m ás, vemos cóm o se crea una colección nueva sobre
la base de o tras existentes (y con creación, quizá, de fábulas n u e­
vas, como suele suceder). Pero todavía m ás: podem os ver cóm o esa
colección nueva, el «Aesopus ad Rufum», es adicionada, m utilada,
alterad a en Ad, W y «Rómulo», a veces contam inados e n tre sí o
476 Historia de la fábula greco-latina

con Fedro: ni m ás ni m enos que com o sucedía en la tradición bi­


zantina de la fábula griega.
Finalm ente, hay que re co rd a r la im portancia de la colección de
Róm ulo en la E dad M edia latina occidental. De ella han salido di­
versas colecciones que introducen variantes: colecciones latinas que,
com o la de W alter el Inglés, ejercieron vasta influencia —b aste citar
el A rcipreste de H ita— en la tradición de la fábula y cuyos m anus­
critos se h an conservado en gran núm ero. O colecciones francesas
com o el «Ysopet de Lyon» y las fábulas de M arie de France. Pero
tam bién salieron de «Rómulo» fábulas m edievales de gran éxito que
p ro liferaro n fu era de las colecciones, tal la fam osa de «Gallus et
vulpes». E influyó en la épica anim alística latin a y francesa. E n de­
finitiva, «Rómulo» re p resen ta el principal lazo de unión en tre la
fábula antigua y la m edieval occidental, tan to latina com o de las
nuevas lite ratu ra s.

II. « R ó m u l o » y sus e l e m e n t o s p o s t e r i o r e s al «A e s o p u s ad R ufum»

1. Generalidades
H ervieux ed ita las colecciones del Ademari, el W issenburgensis
y «Rómulo» com o tres co rp o ra independientes, lo cual era eviden­
tem en te exagerado, puesto que en buena m edida coinciden. Inversa­
m ente, Thiele ha incluido en su edición de «Rómulo», con una
num eración seguida que va del 1 al 98, todas las fábulas que existen
en una, dos o tres de estas fuentes: su tesis es que esas 98 fábulas
proceden del «Aesopus ad Rufum », las diversas colecciones o recen­
siones o m anuscritos no h aría n sino re sta r fábulas. La realidad es
m ás com pleja.
Como he dicho, la epístola de Róm ulo a Tiberino falta en Ad y W:
dado que estos dos m ss. p re sen tan o tras características com unes
y especiales, pienso que la consecuencia a o b ten er es que descien­
den d irectam en te del «Aesopus ad Rufum », aunque pueden estar
contam inados secundariam ente con las recensiones de «Rómulo» o,
m ás concretam ente, con la gallicana. Nótese, de todas m aneras, que
cuando hablam os de estos dos m ss. no decim os que sean cosa de
ellos, exactam ente, todos sus rasgos originales: en realidad, son re­
presen tan tes de dos tradiciones m ás antiguas que, eso sí, pueden
hab erse contam inado con «R óm ulo»6.

6 El m s. Adem ari, llam ad o así por el nom b re de su cop ista, es del siglo xi;
no hace otra cosa que copiar una recen sión anterior, cf. Zander, p. V II, η. 1.
D entro de dicho m s., a un os 200 fo lio s de d istan cia de n u estra colección , se
encuentran la ep ísto la de «Róm ulo» y la fábu la X X III de Thiele, que falta en la
colección: e llo no dem u estra que hayan perten ecid o a la m ism a. En cuanto
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 477

E sto hace ver que cualquiera de las líneas de la tradición de las


fábulas que estudiam os puede h ab e r añadido fábulas tom adas de
la fuente que sea. E sto sucede, m uy notablem ente, a m ás de con la
línea de W de que acabam os de hablar, con la de Ad. Y, desde
luego, con algunos m anuscritos de «Rómulo». Todo esto será estu ­
diado m ás adelante. Pero m ayor interés tiene el hecho de que existen
fábulas que aparecen en todos o casi todos los m ss. de «Rómulo»,
pero no, salvo excepciones de origen seguram ente secundario, en Ad
y W. Se tra ta de ocho fábulas que prácticam en te tran sc rib en las
versiones latin as del pseudo-Dositeo. P uestas así las cosas, resu lta
claro que su in tro d u c to r fue el m ism o cread o r del «Rómulo», el
a u to r de la epístola de Róm ulo a Tiberino. Y que estas fábulas, que
se destacan p o r su e stru c tu ra y estilo de todas las dem ás, no sirven
p a ra fechar el supuesto «Aesopus latinus», com o creía Thiele; al con­
trario , el pseudo-Dositeo sólo secundariam ente y en fecha reciente
fue in troducido p o r u n com pilador servil, que apenas lo alteró.
Así, la epístola de Róm ulo y las fábulas del pseudo-D ositeo son
las novedades principales del nuevo re d acto r de la colección; tam ­
bién, claro está, una serie de novedades de detalle en el estableci­
m iento del texto, derivadas de las libertades que tradicionalm ente
se to m ab an todos los que tra b a ja b a n con fábulas. A parte de esto,
hay algunas fábulas com unes a «Rómulo» (o a la recensión v e tu s
al m enos) y ajen as a Ad y W, es decir, sospechosas de h ab er entrado
en ese m ism o m om ento en la colección.
Ahora bien, e n tre las fábulas de Ad que faltan en «Rómulo» hay
ocho, tam bién au sentes de W, que Thiele, p. LVI, postuló que p ro ­
ceden de una versión m ás com pleta de «Rómulo»: si eso fuera así,
W y n u estro «Rómulo» las elim inaron. No parece ello verosím il a
prio ri: la coincidencia de W y «Rómulo» m ás bien lleva a pen sar
que se tra ta de adiciones de Ad. El tem a h ab rá de ser vuelto a to­
car, sin em bargo, m ás adelante.

2. Inclusión de fábulas del pseudo-Dositeo

P resento a continuación u n a relación de las fábulas del pseudo-


Dositeo presen tes en «Rómulo» pero ausentes en W y, salvo que ex­
presam en te afirm e lo contrario, en Ad. Aparecen en la recensio ga-
llicana y, tam bién salvo excepción, en la v e tu s (siglos g y v). Doy,
com o siem pre, su n úm ero en nu estro s apéndices y, en lo relativo
a n u estras colecciones, en la edición de Thiele:
al m s. W, del siglo x, a su final se añadieron dos fábu las del «Phaedrus solutus»
usad o por Ad (tam bién en V. de la r. v e tu s ) así com o la fáb u la A e so p i sta tu a ,
tom ad a de «Róm ulo», que la co lo ca al final; fu e corregido con ayuda de
un m s. de la recen sio vetu s.
478 Historia de la fábula greco-latina

no H. 7 ( = pseudo-Dositeo 5, Rom. 85) «El gato y las aves».


H. 114 (= pseudo-Dositeo 17, Rom. 93) (está en Ad y falta en v
y S, sigla de la ed. de Steinhöw el) «La horm iga y la cigarra».
no H. 143 ( = pseudo-Dositeo 8, Rom. 87) (falta en S) «La corneja
sedienta».
H. 147 (= pseudo-Dositeo 6, Rom. 86) (está en Ad) «El león viejo
y la zorra».
H. 215 (= pseudo-Dositeo 10, Rom. 88) (falta en S) «El niño y
el escorpión».
no H. 232 ( = pseudo-Dositeo 13, Rom. 89) (falta en v) «El asno
enferm o y el león».
H. 242 ( = pseudo-Dositeo 14, Rom. 90) «El caballo, el león y los
m achos cabríos».
H. 264 (= pseudo-Dositeo 15, Rom. 91) (está en Ad, falta en v)
«El león y el hom bre».

Ya Thiele, p. LXVI, señala, siguiendo un estudio a n te rio r de


Getzlaff, que estas fábulas proceden precisam ente de la colección
del pseudo-Dositeo y que su .lengua y estilo difieren tajan tem en te del
de «Rómulo». Pero no saca de esto ninguna conclusión que afecte
a la h isto ria de las colecciones m edievales; ni tam poco del hecho de
que, com o he dicho, estas fábulas falten sistem áticam ente en W, casi
siem pre (con tres excepciones) en Ad, estén, en cam bio, presen­
tes siem pre en g y aparezcan en v con algunas excepciones (tres
faltan en teram en te). Incluso faltan a veces en m anuscritos de g, así
en S; y la 93 está solam ente en un ms., el B o B ernensis.
Veam os las fábulas de la relación anterior. Es absolutam ente
seguro que vienen de la versión latin a del pseudo-Dositeo, sin in ter­
m e d ia rio s7. Es uno de los escasísim os casos en que tenem os el m o­
delo y el derivado de u n a fábula antigua. P ara com enzar, es claro
que, aunque en los m anuscritos del pseudo-Dositeo se ofrece, por
grupos de dos o tres palabras, prim ero el texto latino y luego el
griego, es el latín el que es una traducción. Y ello p orque el griego,
com o hem os visto en o tro capítulo, p resen ta restos del verso an ti­
guo, tam bién conservado, a veces, en o tras versiones: esto sería im ­
posible si se tra ta ra de una traducción a p a rtir del latín. No hay
huellas de verso, en cam bio, en el latín. Luego éste es un derivado
del griego, no al revés.
C om parando, ahora, el latín del pseudo-Dositeo y el de las fábulas
correspondientes de «Rómulo», se ve m uy claram ente que el prim ero
responde exactam ente al griego, m ientras que el segundo introduce
novedades. Vam os a ejem plificar solam ente con dos fábulas.

7 N o, por tan to, de la fuen te del pseu do-D ositeo com o quiere Zander, ob. cit.,
p. X X II.
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 479

La p rim era es pseudo-Dositeo 17 = Rom. 93 «La horm iga y la


cigarra» que, si se recuerda, ofrece restos m étricos tan claros que
los editores la dan como una fábula de B abrio, la 140 (H au srath
ni siquiera la incluye en su edición del pseudo-Dositeo): véase, sobre
ella, supra, pp. 78 y ss. C om parando el texto latino del pseudo-Dositeo
y el de Róm ulo, es fácil darse cuenta de que éste introduce:

a) Cambios del orden de palabras, siguiendo pseudo-Dositeo el


griego y alteran d o Róm ulo:

pseudo-Dositeo Róm ulo


fru m em tu m ... siccabat form ica form ica frum en tum ... siccabat
hiberno salta in q u it si aestate si aestate cantasti, hiem e salta
cantas

b) Elim inaciones:

pseudo-Dositeo Róm ulo


cui fo rm ica ...a t illa ...a it (falta todo esto)

c) Variaciones:

pseudo-Dositeo Róm ulo


congesserat colligendo coagulauerat
dare u t daret
hac aestate in aestate

d) E rro res:

pseudo-Dositeo Róm ulo


sed cantabam saepius + p er sepes oberrabam

Es facilísim o h acer estudios paralelos de todas y cada u n a de


las o tras siete fábulas. Me co n ten taré con referirm e abreviadam ente
a u n a sola, H. 215, p orque no se piense que «La horm iga y la ciga­
rra», la su p u esta fáb u la babriana, es u n caso especial. Sin analizar
la fábula entera, b asta ver el com ienzo p a ra darse cuenta de que por
dos veces el lo cu sta s, lo c u sta del pseudo-Dositeo (gr. ακρίδας) es
sustitu id o en «Rómulo» por form as co rru p tas ( t auguria, +u ru ria );
«Rómulo» cam bia el s u p e r la p id e m s te tit p o r s te tit su p e r la p id em ;
a ltera el orden de p alab ras sc o rp iu s iacebat en ia cebat sco rp iu s; eli­
m ina un in q u it; etc.
R esulta claro, sin m ayor insistencia, que es «Rómulo» el que ha
añadido al final de la colección del «Aesopus ad Rufum » estas fá­
bulas del pseudo-Dositeo. Ocupan, efectivam ente, casi los últim os
480 Historia de la fábula greco-latina

núm eros de la colección: del 85 al 91 y el 93. Tengo p ara m í que


el m odelo de «Rómulo», o sea, el «Aesopus ad Rufum », term inaba
en la fábula an terio r a las del pseudo-Dositeo, o sea, en la 84. Esto
puede hacerse verosím il de la siguiente m anera. Las fábulas que
siguen se clasifican en tres grupos:
a) La 92, in tercalada en tre las fábulas del pseudo-Dositeo, se
en cu en tra en Ad como u n a de las fábulas del «Phaedrus solutus»
añadidas secundariam ente p o r él a su modelo, en tan to que elim ina
las fábulas co rrespondientes (que se conservaron en g v W). O sea,
se tra ta de u na fábula del F edro perdido («La pulga y el camello»)
cuya prosificación en tró en el «Aesopus ad Rufum » y de ahí en el
«Rómulo», siendo su stitu id a en Ad, com o o tras veces, p o r la versión
correspondiente del «Phaedrus solutus». Lo enigm ático es su colo­
cación, en «Rómulo», en tre las fábulas del pseudo-Dositeo: quizá
fue elim inada u olvidada p o r el au to r del «Rómulo» y fue luego
repescada y colocada al final. En todo caso, éste es u n caso aparte;
y tam bién el de 96, fábula que está sólo en Ad y pertenece al grupo
de las que sólo este m anuscrito incorporó. H a sido colocada aquí
p o r Thiele de una m anera a rb itra ria.
b) Los núm eros 94 (a continuación, en Thiele, del pseudo-Dosi-
teo) y 95 son dos fábulas derivadas de F edro (del perdido la p ri­
m era, «La espada y el cam inante»; del conservado la segunda, «La
corn eja y la oveja») que se en cu en tran en «Rómulo» (recensio­
nes g v), no en Ad W. Pertenecen a u n grupo de fábulas del que
m e ocuparé seguidam ente y que pienso que fueron añadidas p o r
«Rómulo» al fondo del «Aesopus ad Rufum».
c) Finalm ente, 97-98 son fábulas, u n a del Fedro perdido y o tra del
conservado, que se hallan en v W, no en Ad. Dado el influjo eje r­
cido p o r v sobre W (véase m ás adelante), pienso que son fábulas
nuevas de v, que secundariam ente p asaro n de ahí a W. O, m ejor,
p asaro n a W desde u n m odelo de v, pues ya uno ya o tro de los dos
m an u scrito s conservan m ejo r el verso y, adem ás, en W aparecen al
final del todo (tras la segunda m itad de la c a rta de Esopo, puesta
a rb itra riam en te al final de este m anuscrito), m ientras que v traslad ó
estas fábulas a los núm eros 64 y 65, sin duda voluntariam ente (es
una serie de fábulas relativas a m ujeres).
Creo, en definitiva, que no sólo las fábulas del pseudo-Dositeo
son ajenas al «Aesopus ad Rufum », sino tam bién 94 y 95, añadidas
igual que las p rim eras al «Rómulo»; y 97-98 (añadidas p o r v y p asa­
das de ahí a W). Sí es de «Rómulo», pero con orden secundaria­
m ente desplazado, 92.
O tro co rrim iento secundario paralelo al de 97 y 98 explica que
unas pocas de las fábulas del pseudo-Dositeo, que he propuesto
que introduce Róm ulo en una fecha p o sterio r al desgajam iento
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 481

de Ad W, aparezcan, sin em bargo, en Ad. Son concretam ente, re ­


cuerdo, las correspondientes a Róm ulo 86, 91, 93. Es notable que
o tra s falten en v o incluso en algún m s. de g. E videntem ente, la
p enetración del pseudo-Dositeo tuvo lugar en u n a ram a de la tra ­
dición m an u scrita del «Aesopus ad Rufum», que influyó en el resto;
incluso en cierta m edida en Ad (que recordam os que no es m ás
que u n testigo de u n m odelo anterior). Las distin tas ram as de esta
trad ició n están m uy contam inadas entre sí; sobre esto hem os de
volver.
Lo que re su lta claro es que fuera de las ocho fábulas en cuestión
no hay conocim iento del pseudo-Dositeo p o r p a rte de «Rómulo» ni
de su fuente fundam ental, el «Aesopus ad Rufum». Si este últim o
libro h u b iera conocido el pseudo-Dositeo, efectivam ente, la tesis que
sostenem os qu ed aría seriam ente q u eb ran tad a —aunque no invalida­
da ab so lu tam en te— . Pero ni siquiera Thiele, que siguiendo a Getzlaff
encu en tra coincidencias notables e n tre ciertas fábulas del «Aesopus
ad Rufum » y o tras del pseudo-Dositeo, defiende ese conocim iento
directo. Afirma, p o r el c o n tra rio 8, que en unas pocas fábulas la
versión de Róm ulo deriva fundam entalm ente de Fedro: bien del
F edro conservado, bien del perdido, pero siem pre con variación re­
tórica. Y que, adem ás, en esas fábulas hay contam inación con el
«Aesopus latinus», derivando del m ism o el pseudo-Dositeo.
Se tra ta , m ás concretam ente, de las siguientes fábulas (doy entre
p arén tesis las correspondencias de F edro y, cuando la versión de
éste se h a perdido, la reconstrucción de Zander, Z.):

H. 76 = Rom. 57 «El ciervo ju n to a la fuente» (F. I 12).


H. 126 = Rom. 19 «El cuervo y la zorra» (F. I13).
H. 136 = Rom. 6 «El p erro que llevaba carne» (F. I 4).
H. 155 = Rom. 22 «El león y el ratón» (Z. 6).
H. 302 = Rom. 4 «El ra tó n y la rana» (Z. 1).
no H. 210 = Rom. 15 «El ra tó n de la ciudad y el de campo» (Z. 4).

Son todas fábulas p resentes en Rom. W Ad (aquí, salvo en la p ri­


m era, se ha in tro d u cid o la versión del «Phaedrus solutus»), es decir,
procedentes del «Aesopus ad Rufum ». Por supuesto, aun suponiendo
que el au to r de esta colección hu b iera conocido el pseudo-Dositeo
y lo h u b iera utilizado p ara contam inar las p aráfrasis de Fedro, esto
sería perfectam en te com patible con su utilización p o r «Rómulo» p a ra
e x traer fábulas enteras. Creo, sin em bargo, que ello no es así: que
sólo en el caso de H. 136 Fedro es contam inado, y no con pseudo-
Dositeo, sino con una fuente de éste. E n los dem ás casos, creo que

8 Cf. Thiele, pp. LXVI y CXXV, así com o otras corresp on d ien tes a cada fá­
bula, por ejem p lo, X X X I.
482 Historia de la fábula greco-latina

nos hallam os an te am pliaciones retóricas de Fedro p o r obra bien


del a u to r del «Aesopus ad Rufum» bien de sus fuentes.

3. In tro d u c c ió n de o tra s v a ria s fá b u la s

a) G eneralidades

He dicho m ás a rrib a que las fábulas 94 y 95 de Thiele son dos


fábulas de Rom., pero no de Ad W: conform e a la hipótesis aquí sen­
tada, se trata , entonces, de fábulas introducidas p o r «Rómulo» a
p a rtir, en este caso, de p aráfrasis de Fedro que sabem os, p o r o tra
parte, que eran conocidas en la E dad Media, puesto que fueron u ti­
lizadas p o r varios m anuscritos bien p a ra añ ad ir algunas, bien p ara
contam inaciones.
E fectivam ente, una fábula que está en Rom. y uno de los dos m a­
nuscritos, es verosím il que se haya perdido en el otro, es decir, que
provenga del «Aesopus ad Rufum», si bien no es im posible que, en
algún caso, haya habido un corrim iento de una fábula desde Rom.
a Ad o W. Pero si u n a fábula falta en Ad W, lo razonable es pensar
que se en cu en tra en la situación de o tro s elem entos h asta ahora
vistos que fueron añadidos p o r «Rómulo»: el prólogo y el pseudo-
Dositeo. Es dem asiado el atrib u ir al azar la pérd id a de u n a fábula
de «Rómulo» en los dos m anuscritos citados, aunque ello no sea en
sí im posible. De o tra parte, una fábula que está en Rom. y adem ás
en Ad com o versión del «Phaedrus solutus», pero no en W (caso
de no H. 302) puede pensarse que faltaba en el «Aesopus ad Rufum »
y fue in co rp o rad a secundariam ente p o r Ad, véase m ás abajo, p. 501,
aunque no es im posible que estuviera en «Rómulo» y fuera perdida
p o r W y su stitu id a en Ad.
Vamos a d ar una relación de las fábulas que razonablem ente
puede pensarse que fueron añadidas p o r «Rómulo» a su colección
básica, el «Aesopus ad Rufum » y que, en consecuencia, no en tra ro n
en W Ad. Salvo las dos ya m encionadas, colocadas al final de
«Rómulo», las dem ás están dispersas dentro de éste. Da la im pre­
sión de que su re d acto r procedió del siguiente m odo: prim ero, in­
tercaló en tre las fábulas del «Aesopus ad Rufum » o tras fábulas nue­
vas; luego añadió al final fábulas del pseudo-Dositeo, intercalando
en tre ellas una del «Aesopus ad Rufum » que se le había olvidado
(la 92); a continuación incluyó dos fábulas m ás de la colección que
an tes h abía ya utilizado, las 94 y 95. Aquí acaba Róm ulo: 96 es un
añadido p or Thiele de u n a fábula de Ad, 97-98 son sólo de W (y
de v, con o tra colocación).
Pero veam os la serie en tera de las fábulas adventicias de «Ró­
mulo» ausentes de Ad W:
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 483

H. 39 = Rom. 77 «El cazador y las aves».


H. 81 = Rom. 72 «La com adreja y los ratones».
H. 156 = Rom. 83. «El asno y el león».
H. 238 = Rom. 79 «El caballo y el ciervo».
H. 288 = Rom. 23 «El m ilano enferm o».
H. 299 = Rom. 59 «La viuda y el soldado».
no H. 76 = Rom. 94 «La espada y el cam inante».
no H. 162 = Rom. 32 «El p erro al cordero».
no H. 174 = Rom. 95 «La corneja y la oveja».
no H. 273 = Rom. 50 «La ra n a que reventó y el buey».
no H. 301 = Rom. 76 «Los carneros y el carnicero».

Se trata , en total, de once fábulas. Pueden dividirse en dos gru­


pos de acuerdo con su origen. Advierto que aquí no hago un estudio
detallado de este origen: rem ito a la p arte final de este capítulo
y a m is Apéndices.

b) F ábulas d eriva d a s de F edro


H. 81. De Fedro IV 2.
H. 288. Del F edro perdido (Z. 27). Cf. Thiele, p. XLIX. Z ander
reconstruye la fábula utilizando las dos versiones com plem entarias
de v y E; cf. infra, p. 501.
no H. 76. De Fedro (Z. 30).
no H. 162. De Fedro III 15 (alterado, m al entendido; cf. Thiele,
página X L III).
no H. 174. De Fedro, Ap. 26 (bastante variado),
no H. 273. De Fedro I 24.
no H. 301.Del Fedro perdido (Z. 29). B astante alterado; confrón­
tese Thiele, p. LIV.

Los grados de alteración de Fedro son variables. Las p aráfrasis


del m ism o utilizados p o r «Rómulo» eran, sin duda, las m ism as u ti­
lizadas antes p o r el «Aesopus ad Rufum».

c) F ábulas no fed ria n a s


H. 39. La fábula Róm. 77 de aquí deducida es m uy d iferente de
la fábula sacada de Fedro (Z. 28), que pasó a Róm ulo con el n ú ­
m ero 24 («Las aves y la golondrina»). No hay duda de que deriva
independientem ente del m odelo antiguo de esta fábula; p o r lo de­
m ás, esta versión está aislada, salvo lo que pienso que es una deri­
vación en el T a n tr ä k h y ä y ik a in d io 9.
» Cf. «La fábula de la golondrina de G recia a la India y la Edad Media»,
E m e r ita 48, 1980, pp. 204 y ss.
484 Historia de Ia fábula greco-latina

H. 238. La versión de Róm ulo de la fábula estesicórea del caballo


difiere de la tradición que viene de Dem etrio (de Fedro tam bién,
por tanto) en que conserva el ciervo, no lo sustituye p o r el jabalí.
Igual en Horacio. Ambos derivan de u n a versión que p o r una u o tra
vía rem o n ta a E stesícoro y se ha contam inado con las versiones de
D em etrio. Es u na versión, com o se ve, an terio r a H o ra c io 10.
H. 299. La novelita de la viuda de Efeso está en Fedro, Ap. 15,
pero, com o en el caso de la fábula anterior, no es este m odelo el
seguido. Thiele, p. XXV (ya tra tó antes esta cuestión en sus «Phae-
d ru sstu d ien II», H e r m e s 43, 1908, pp. 361 y ss.), ve que Róm ulo coin­
cide en lo esencial con la versión de P etronio, no con la de Fedro.
Una y o tra son am pliaciones derivadas independientem ente del m o­
delo m ás tradicional conservado en la V id a de E sopo, todavía con
restos del verso antiguo.
Hay que añ ad ir un caso dudoso, el de no H. 302 = Rom. 54 «Los
p ájaro s y el m urciélago». Se tra ta de una fábula de Rom. que falta
en W, estando en Ad en versión del «Phaedrus solutus». Propongo
m ás ab ajo (p. 501) que así com o las fábulas del «Phaedrus solutus»
en Ad que p resen tan en Rom., W versiones de la p aráfrasis son segu­
ram en te su stitu to s recientes en Ad de la fábula p resen tad a fuera
de allí cuando u n a fábula sólo está en Ad y precisam ente en ver­
sión del «Phaedrus solutus», es fácil que sea un añadido de dicho
m anuscrito. E n ese caso, H. 302 sería un añadido de «Rómulo»
ausente todavía del «Aesopus ad Rufum».
La fábula se refiere al tem a de la am bigüedad: la interesada
n eu tralid ad del m urciélago en la lucha en tre aves y anim ales te rre s­
tres, h asta ver quién gana. La cuestión consiste en que la versión
de Rom., W coincide m ás o m enos en su com ienzo con la de Ad: p ro ­
viene del Fedro p erdido (Z. 12). Pero luego diverge: habla de la in­
tervención del águila, posada en la m ano de M arte, que decide la
victoria de las aves. T anto Thiele, pp. XX V II y s., com o Zander, p. 25,
creen que aquí interviene un segundo modelo, un original griego
rom anizado. Ello es m uy verosím il, aunque no puede excluirse del
todo que se tra te de una am pliación de una p aráfra sis fedriana por
el a u to r del «Rómulo».

d) Fábula d u d o sa
H. 156 = Rom. 83 «El asno y el león». El tem a está en Fedro 1 11,
que desarro lla un tem a m ejo r conservado en la Augustana. E n cuan­
to a Róm ulo, está próxim o a Fedro, p ero p resen ta elem entos nuevos
(subida al m onte, h u ida de los diversos anim ales) y no ofrece coin­
cidencias literales. Thiele, p. XXXV, habla de contam inación de Fe-
io Véase en este mismo vol., p. 96. También «Neue jambische Fragmen­
te...» cit.
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 485

dro y el «Aesopus latinus»; pero m ás bien parece tra ta rse ya de


un desarrollo libre de Fedro (y es lo m ás probable, hay otros), ya
de una versión paralela.
Vemos con esto que, en térm inos generales, las fábulas añadidas
p o r «Rómulo» a su m odelo son bien derivaciones de Fedro (a veces
m uy próxim as a él, o tra s con desarrollos varios), bien, en tres casos
al m enos, versiones independientes de Fedro. Pero versiones muy
antiguas, helenísticas: en dos casos, an terio res a H oracio y P etro ­
nio; en otro, del siglo ii a. C., p orque si no se entendería m al la
llegada de H. 39 al T a n trä k h y ä y ik a .
El au to r del «Rómulo», a m ás de con el «Aesopus ad Rufum»,
h a contado con varias colecciones fedrianas, con el pseudo-Dosi­
teo y, sin duda, con una colección helenística, evidentem ente lati­
nizada.

4. La trad ició n m an u scrita de «Rómulo» y de Ad y W

No podem os em barcarnos, en este libro, en u n estudio detallado


de este tem a. Pero com binando lo dicho h asta aquí con los datos
de las ediciones y de las introducciones a las m ism as, pueden obte­
nerse algunas consecuencias que no carecen de interés p ara la h isto ­
ria de la tradición fabulística latina.
Como decim os, tan to Ad com o W com o «Rómulo» en sus dos
recensiones proceden del «Aesopus ad Rufum»: u n a fábula, p o r su­
puesto, puede fa lta r bien en Ad, bien en W, bien en una de las dos
recensiones de «Rómulo». En principio, cada una de estas tres ram as
y de las dos su b ram as de «Rómulo» reproduce el m odelo latino
de aquél, sobre cuyo origen hem os de h ab lar m ás adelante. Digo en
principio p o rque, ap a rte de las om isiones de fábulas, las distintas
recensiones y subrecensiones pueden añadir, com o hem os apuntado,
o tras fábulas de diversos orígenes; e incluso pueden con tam in ar las
fábulas com unes, sobre todo con Fedro. E ste tem a de las contam i­
naciones, en que ha hecho m ucho hincapié Thiele, quien ha recibido
p o r ello m uchas críticas, es, de o tra p arte , sum am ente debatido. En
ocasiones es dudoso si la m ayor proxim idad a F edro de una recen­
sión depende de una contam inación secundaria o de que reproduce
m ejo r el m odelo: la decisión exigiría un estudio m inucioso que no
podem os realizar aq u í y que, de o tra p arte , no tiene dem asiado in­
terés desde n u estro p u n to de vista. Hay luego las contam inaciones
o posibles contam inaciones con o tras fuentes.
Pero veam os las relaciones e n tre las recensiones allí donde cla­
ram en te derivan de un m odelo com ún m ejor o p eo r reconstruible,
el del «Aesopus ad Rufum». La posición de Thiele es b astan te con­
fusa. De una p a rte (p. CLXXV) h abla de las coincidencias en tre
486 Historia de la fábula greco-latina

Ad y W, p ara añ ad ir a continuación que hay argum entos a favor


de u na dependencia de W respecto a g y contradecirse m ás tarde
(p. CLXXXII) calificando a W de redacción m ixta de g, v y U (el
texto prim itivo de «Rómulo»), No dudo de que tiene razón Zander
cuando dice (p. X III) que W no es un códice de Róm ulo, son dos
líneas independientes, m ás próxim a a Fedro, ya la una, ya la otra,
según los casos. Igual hay que decir de Ad, que Thiele considera
igualm ente una recensión m ixta de g y U. En el caso de uno y otro
ms. insiste, adem ás, en las contam inaciones con F edro (sobre todo
p ara W).
Por lo dem ás, el s te m m a de Thiele, p. CLXXXII, donde del
«Rómulo» prim itivo o U (el «Aesopus ad Rufun») se deducen tres
líneas, las de Ad, Rom. y W, añadiéndose una serie de contam ina­
ciones, creo que re p resen ta esencialm ente la verdad. Aunque no la
rep resen ta ría si fuera cierta la tesis del propio Thiele de que ocho
fábulas sólo p resen tes en Ad, de que hablarem os seguidam ente,
son un resto de U elim inado p o r W y Rom.; en ese caso h abría
que p o stu lar un s te m m a binario, no ternario, con una ram a de la
que saldrían W y Rom. y o tra de la que derivaría Ad. Pienso que
esa tesis no es cierta, que Ad añadió esas fábulas: es decir, que no
fueron elim inadas p o r un antepasado de W y Rom. No existe, de o tra
parte, una conexión absolutam ente estrecha en tre W y Rom. que ju s­
tifique el s te m m a binario. Además, W llega con frecuencia al ori­
ginal antiguo en lecturas preferibles a las de Rom. y Ad. El ste m m a
tern a rio es p referible desde todos los p untos de vista.
En él Ad y W coinciden en arcaísm os: ausencia del prólogo de
«Rómulo», de las fábulas del pseudo-Dositeo y o tras varias, conser­
vación de lecturas antiguas del original. Rom. ofrece innovaciones tan ­
to en los añadidos co rrespondientes a esas ausencias com o en nue­
vas lecturas com unes a sus dos recensiones, incluidas m uchas in­
novadas. Todo esto no obsta a la contam inación secundaria entre
las diversas ram as (de donde, p o r ejem plo, el paso de dos fábulas
nuevas de v a W, el de tres del pseudo-Dositeo en Ad) ni a los
añadidos de Ad o W o m anuscritos varios de Rom. ni a elim inaciones
de fábulas en Ad W y en p arte de Rom. (en v, S y F, sobre todo).
Postulam os, pues, en definitiva:

Aes. ad Rufum

Rom.
( + prol., ps.-Dos., etc.)

Ad ( + Phaedrus
solutus + 8 fábs.)
Las fábulas de los códs. A d y W y las de Rómulo 487

con indicación solam ente de las relaciones m ás im p o rtan tes en tre


las recensiones y sin descender al detalle de los m anuscritos.
Así, las d istin tas recensiones, subrecensiones y m anuscritos po­
dían elim inar m aterial tradicional y añ ad ir fábulas nuevas o ver­
siones nuevas de las de la m ism a colección. E stas fábulas o ver­
siones nuevas podían tom arlas de fuentes antiguas que, evidente­
m ente, se conservaron d u ra n te m ucho tiem po (ello es claro en el
caso de Fedro, que en b u en a m edida h a llegado a nosotros, pero
no m enos en otro s casos); pero podían tom arlas de o tras ram as de
la m ism a tradición. Y tam bién podían, eventualm ente, contam inar
una fábula con sus fuentes.
Todo esto es paralelo a lo sucedido en Bizancio con las Fábulas
Anónimas griegas. La diferencia es que en O ccidente se conservó
m ejo r la fuente an tigua principal (Fedro); pero, en cam bio, el es-
calonam iento de las recensiones es m enos claro y los restos m étri­
cos son m enos fáciles de captar.

III. I n n o v a c io n e s de las d is t in t a s r e c e n sio n e s y m a n u s c r it o

No sólo «Rómulo» introduce fábulas nuevas y variantes tex tu a­


les nuevas, originales o procedentes de contam inación. Lo m ism o
hacen W, Ad y las d istin tas recensiones y m anuscritos del propio
«Rómulo». Vamos a p asa r una ráp id a reseña; pero una vez que
clasifiquem os las nuevas fábulas introducidas, dejarem os la consi­
deración m ás de detalle p ara el estudio de conjunto del problem a
de las fuentes que harem os a propósito del «Aesopus ad Rufum».
Tam bién tocarem os el tem a de las elim inaciones y sustituciones de
fábulas.
Ya hem os hablado de la colección del ms. W, con su apéndice
de dos fábulas fed rianas procedentes seguram ente de contam ina­
ción con algún ms. de v. A parte de esto, la trad ició n que se refleja
en este ms. experim entó, seguram ente en las últim as fases, algunas
alteraciones notables: las fábulas del «Aesopus ad R ufum » h an
quedado red ucidas a 56 (las dos m encionadas, aparte); y el to tal
ha sido dividido en cinco libros. A ñádanse las interpolaciones a
p a rtir de F edro aunque, com o he dicho, su im portancia puede eva­
luarse variam ente, h aría falta un nuevo estudio.
El códice de A dem ar contiene solam ente 67 fábulas, de las cua­
les hay ocho extrañas al resto de la tradición que estam os estu ­
diando. De o tra p arte, en el caso de 29 fábulas Ad ofrece el texto
del llam ado «Phaedrus solutus»: F edro p rácticam ente íntegro au n ­
que puesto en prosa. Thiele (pp. CC y ss.) ha hecho verosím il que
estas fábulas hayan sido introducidas p o r Ad a cam bio de la versión
com ún de «Rómulo», de la que quedan a veces frases e, incluso,
488 Historia de la fábula greco-latina

las figuras correspondientes. Menos verosím il es que tam bién en el


caso de 7 de estas fábulas (los núm eros 2, 37, 38, 41, 71, 82, 84,
que sólo en Ad se encuentran) haya que co n tar con una pérdida de
la fábula de «Rómulo» fuera de Ad. Más bien se tra ta de siete
fábulas nuevas de Adem ar que no expulsaron una fábula antigua
po rque no la había. Por o tra parte, de entre las 29 fábulas del
«Phaedrus solutus» hay que a n o tar que 18 pertenecen al Fedro
conservado y 11 al perdido, reconstruible a p a rtir de aquí.
Así, el m odelo del códice de Adem ar, que dejó fuera una serie
de fábulas del «Aesopus ad Rufum », sustituyó 22 por las versiones
del «Phaedrus solutus» y añadió siete de éste.
Pero adem ás hay las ocho fábulas aludidas que sólo en Ad están
presentes: son fábulas que Thiele propone que han estado en el
«Rómulo» original (es decir, en el «Aesopus ad Rufum») y que se
han perdido en todas p artes m enos en Ad. Dejo de lado las fábulas
del «Phaedrus solutus» a que acabo de aludir.
Aquí me ocupo de las ocho fábulas de referencia que hay que
d eterm in ar si realm ente son un resto, conservado por Ad y perdi­
do p o r W y Róm., del «Aesopus ad Rufum » o si son, sim plem ente,
un añadido de Ad. Me inclino p o r la segunda hipótesis, como he
anticipado, e in ten taré d ar las razones. Ante todo, he aquí una re­
lación de dichas fábulas:

no H. 42 = Rom. 80 «La cigüeña, el ganso y el halcón»


no H. 45 = Rom. 96 «El águila y el milano»
no H. 73 = Rom. 7 «Los dos gallos y el halcón»
no H. 78 = Rom. 18 «La grulla y la corneja»
no H. 158 = Rom. 26 «El calvo y el hortelano»
no H. 168 = Rom. 25 «La lechuza, el gato y el ratón»
no H. 171 = Rom. 9 «El caracol y el espejo»
no H. 260 = Rom. 34 «La perdiz y la zorra»

Ya Thiele señala que no H. 171 procede de Fedro y no H. 73


probablem ente tam bién: son, sin duda alguna, del F edro perdido,
véase la reconstrucción en Z ander 3 y 2, respectivam ente. Tam bién
lo es no H. 42, a pesar de las dudas de Thiele, que habla de una
contam inación sin dato alguno en que apoyarla: véase la recons­
trucción en Z ander 18.
Ahora bien, no es Fedro la única fuente de estas fábulas. Va­
m os a p asa r revista una a una a las cinco restan tes, p ara sacar
luego conclusiones.

no H. 45 = Rom. 96. La fábula del águila, que figura com o hem ­


b ra y se casa con el m ilano, que le p rom ete alim entarla con gran­
des presas —lo que, evidentem ente, no puede cum plir luego— hace
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 489

u n papel extraño d en tro de la tradición fabulística: aunque se tra ta


de un desarrollo del tem a de la boda con alguien de d istin ta na­
turaleza, cosa que al final se revela, el águila com o hem bra y sin
ninguna huella del anim al regio y poderoso que habitualm ente es,
parece cosa tard ía. Y cosa propiam ente latina, p o r el género fe­
m enino de la p alab ra aquila. E sta es la opinión de Zander, p. LV,
cf. tam bién N 0jgaard, p. 430. El problem a es si esta fábula fue añ a­
dida p o r el au to r del «Aesopus ad Rufum » a las colecciones que
tom o com o base o si este añadido fue cosa de un m odelo del có­
dice de Ademar.

no H. 158 = Rom. 26. La fábula del calvo y el hortelano tam bién


suena a anóm ala. Es una fabulita bastan te estúpida, que n a rra la
disp u ta en tre el calvo y el hortelano: éste golpea al prim ero con un
m elón p ara ser m u erto por la espada del calvo. Thiele, p. L X III
ve en ella una fábula del «Aesopus latinus» de origen oriental o
m eridional y no a n terio r al siglo i i d. C., todo ello p o r la presen­
cia del m elón. Aunque la fábula se in serta en la tradición cóm ica
y fabulística de la b u rla del calvo, no encuentra paralelos, lo m is­
m o que la an terio r. Se p resen ta igual problem a respecto a ella.

no H. 78 = Rom. 18. No es éste el caso de la fábula de la grulla


y la corneja. E n ella se n a rra la alianza e n tre am bas aves y el
fracaso de las v irtudes adivinatorias de la segunda p o r causa de la
astucia traid o ra del hom bre. Pues bien, está estrecham ente rela­
cionada con dos fábulas de B abrio: pienso que de B abrio 26 sale
B abrio 33 y de esta últim a, la nuestra; y que la p rim era procede,
a su vez, de no H. 141 (ya en Ennio). Ni creo con Thiele, p. LX III,
que sea de bu en a tradición griega, procedente del «Aesopus lati­
nus», ni con C ru s iu s 11 y N 0 jg a a rd 12 que sea u n a fábula fedriana
p o r el sim ple hecho de que difiere de la versión de Babrio.

no H. 168 = Rom. 25. Se tra ta de las m aldiciones del rató n con­


tra el gato y la lechuza: el gato ha acom pañado a ésta a su puerta.
Los nom bres de los anim ales y todo el tono de la fábula hablan
de su carác te r tardío, como ya vieron Thiele, p. LXIV, y N ojgaard,
p. 430: aunque p o d ría colocarse a p a rtir del siglo n . Es un deri­
vado de la tradición fabulística de la lucha de gatos y ratones.

no H. 260 = Rom. 34. La fábula de la perdiz y la zorra es tam ­


bién un u n ic u m que deriva, en definitiva, de «El cuervo y la zorra»
y tiene una descendencia notable en la fabulística m edieval: la

11 De Bab rii aetate, p. 206.


12 Página 421.
490 Historia de la fábula greco-latina

fábula del gallo y la zorra. El m otivo es sem ejante: la perdiz (lue­


go el gallo) ca p tu rad a p o r la zorra, hace a b rir a ésta la boca pre­
guntándole su n om bre y se escapa. Se h a pensado en una data-
ción m edieval, pero Thiele, p. LX II, y N 0jgaard, p. 429, creen la
fábula antigua; el p rim ero de «Aesopus latinus», naturalm ente.

Así, en definitiva, ju n to a tres fábulas fedrianas el códice de


A dem ar p resen ta com o extra fren te a las dem ás recensiones cinco
fábulas que son únicas no sólo den tro de la tradición medieval la­
tina, sino únicas en absoluto Enlazan todas de un m odo u otro con
la tradición antigua, pero sólo en un caso podem os postular una
derivación ab so lutam ente directa: a p a rtir de B abrio, caso de la
fábula no H. 78.
Con esto podem os re an u d ar la línea principal de nuestro estu­
dio, sopesando las razones de las dos hipótesis propuestas.
Si repasam os los datos que h asta aquí hem os m anejado, llega­
rem os a las siguientes consecuencias sobre la com posición del «Rómu­
lo» y del «Aesopus ad Rufum»:

«Rómulo». De las 98 fábulas que Thiele le atribuye hay que des­


co n tar siete que sólo están en Ad com o versiones del «Phaedrus
solutus», son un añadido de este m anuscrito; y dos propias sólo
de v, W, un añadido tam bién. Q uedan 89.

«Aesopus ad Rufum». P ara evaluar su contenido hay que des­


co n tar el m aterial introducido p o r «Rómulo»: ocho fábulas del
pseudo-Dositeo y 11 (ó 12) de un segundo añadido, ya procedente
de Fedro, ya de versiones helenísticas independientes de él. Es de­
cir, ten d ría 69 ó 70 fábulas.

E stas dos evaluaciones no tom an en consideración las ocho fá­


bulas a que venim os refiriéndonos: fábulas (salvo tres que vienen
de Fedro) m uy especiales, de tradición antigua com o fuente rem o­
ta, pero creaciones secundarias, no fábulas de las colecciones he­
lenísticas. Form an, de o tra p arte, un grupo coherente, en cuanto
su tradición se lim ita a Ad. P uestas así las cosas, me parece dudo­
sísim o que perten ecieran al «Aesopus ad Rufum » que, como hem os
de ver, contenía solam ente fábulas de Fedro, con dos excepciones
de fábulas helenísticas. Ni a «Rómulo», que introdujo, ju n to a m ás
fábulas de Fedro y a las del pseudo Dositeo, fábulas helenísticas.
Es a Ad, p o r tan to , a quien hem os de a trib u ir la introducción de
estas fábulas, al lado de las del «Phaedrus solutus».
Así, en definitiva, el «Aesopus ad Rufum » ten d ría 61 ó 62 fábu­
las; el «Rómulo» 81. Ad perdió algunas e in tro d u jo los dos grupos
de siete y de ocho.
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 491

Una coleccion casi exclusivam ente fedriana, el «Aesopus ad Ru­


fum», fue m an ten id a y am pliada a través de una serie de escalones:
«Rómulo» y Ad (y lo m ism o algunos m anuscritos aislados) siguie­
ron introduciendo m ás fábulas fedrianas o nuevas: «Rómulo», fá­
bulas del pseudo-Dositeo, de Fedro y helenísticas traducidas al la­
tín; Ad fábulas de Fedro y tard ías tam bién latinas.
Las cinco fábulas no fedrianas de Ad a que m e estoy refiriendo
son fábulas aisladas d en tro de la tradición de la fábula antigua, de­
rivados m ás o m enos lejanos de fábulas y tem as conocidos, pero
derivados aislados, individuales. A veces p resen tan un tratam ien to
literario to rp e y m otivos tardíos. En cam bio, las fábulas no fe­
drian as del «Aesopus ad Rufum » y del «Rómulo» vienen de buena
tradición helenística: o bien son derivados de ram as p rim arias de
la m ism a, derivados que tienen al lado versiones paralelas; o bien
de una ram a secundaria igualm ente con paralelos en o tras versio­
nes. Son fábulas que añaden a n u estro conocim iento de la estem-
m ática y las versiones antiguas de las fábulas; las o tras sor: de­
rivados lejanos y tardíos, que nada añaden.
R epresentan, pienso, creaciones de una nueva edad y proceden
de u na colección diferente. A veces se ha postulado p ara algunas
época m edieval, en todo caso se ha fijado u n a fecha a p a rtir del
siglo i i d. C. Me parece dudosa la fecha m edieval, sobre todo p o r la
existencia de u na fábula derivada de B abrio. El estilo, lenguaje,
léxico, inclinan m ás bien a pen sar en creaciones de los siglos v
o vi d. C., repescadas p o r el m odelo de A dem ar si no creadas
por él.
Ad es, pues, un códice m isceláneo, interesado sobre todo por
las figuras. Su m odelo elim ina fábulas del «Aesopus ad Rufum»,
sustituye o tras p o r las de «Phaedrus solutus», añade o tras m ás de
esta colección y de una p aráfrasis de Fedro, o tras de una colección
ta rd ía (si es que no las crea). Es un buen testigo del «Aesopus
ad Rufum » p o r su buena tradición y su arcaísm o, pero a la vez
es u na colección m uy innovadora en cuanto a su contenido.
En cuanto a las recensiones y códices de «Rómulo» propiam en­
te dicho, ya he ap u n tado que existen «corrim ientos» en tre ellos
de un lado y Ad y W de otro. Hay, luego, fábulas que están en g
y faltan en v, o viceversa, o que faltan en tal o cual m anuscrito:
hem os dado ejem plos. E incluso hay fábulas que reciben en algún
m an uscrito una versión nueva: bien original y de fuente antigua, bien
u n a nueva prosificación de Fedro. En cierta m edida, recensiones y
m anuscritos se co m portan com o colecciones independientes, con
derecho a in tro d u cir variantes. Sus autores tenían a su disposición
todavía textos fabulísticos antiguos.
Así, en p rim e r térm ino, la colección del «Phaedrus solutus» es
seguram ente la fuente de las dos fábulas añadidas al final de W
492 Historia de la fábula greco-latina

y com unes tam bién con v, fábulas de las que ya he hablado. Tam ­
bién de la variante que aparece en el ms. E (de v) en la fábula 23
de Róm ulo «El m ilano enferm o»; el copista de este m anuscrito
ha renunciado a la p aráfrasis o rd in aria de Fedro, sustituyéndola
p o r esta otra, com o hace con ta n ta frecuencia el de Ad. D iferente
es el caso de 47 «La m osca y la m uía», tam bién de Fedro: aquí
se tra ta sim plem ente de dos p aráfrasis diferentes.
Pero no eran solam ente las diversas prosificaciones y p a rá fra ­
sis de Fedro las que, según se desprende, estaban al alcance de
los red acto res y copistas m edievales. La colección de fábulas de
Steinhöw el, que utilizó u n m anuscrito hoy perdido perteneciente a
la recensión g, ofrece dos notables variantes de las fábulas H. 15a
( = Róm ulo 71) «La zo rra y las uvas» y H. 160 ( = Róm ulo 3)
«El lobo y el cordero». Aunque esta colección es un caso m uy es­
pecial.
P ara Thiele, pp. XLIX y ss., en dicho códice, al que da la si­
gla S, se halla u na contam inación, en esas dos fábulas, de Fedro
y un B abrio latino prosificado. Pienso que la cosa es m ás com ­
plicada.
P ara com enzar p or la fábula del lobo y el cordero, es claro que
S am plía su m odelo, que es el de todo «Rómulo» y deriva de Fe­
dro, con un añadido diferente. Hay, pues, contam inación. Ahora
bien, ese añadido no es exacta y literalm ente de B abrio, aunque
coincide parcialm ente con B abrio. En n u estro estudio de esta fá­
bula (cf. supra, p. 70) hem os visto, en efecto, que B abrio, Par. y
Dod. derivan de u n a línea secundaria, m étrica. De ella viene tam ­
bién Sy. Pues en él aparece u n a p a rte de la am pliación del diá­
logo del lobo y el cordero, tal com o figura en toda la ram a: el
cordero niega h ab er pastado en el cam po propiedad del lobo, afir­
m a que todavía no es capaz de hacerlo. Pero en el detalle hay
coincidencia con Par. y Dod. y no con Babrio: coinciden las in tro ­
ducciones de las p alab ras de los dos anim ales (m étricas en Par.,
Dod.; B abrio qu ita las introducciones). Hay, de o tra p arte, dife­
rencias de detalle, sobre todo en el final de la fábula, con B abrio,
Dod. y Par. (contam inados éstos p o r B abrio).
Algo parecido sucede en la fábula de la zorra y las uvas, sólo
que sin contam inación. Aquí (cf. p. 75) hay dos versiones semi-
prosificadas, con verso com plem entario: una de ellas es la que
halla reflejo en B abrio, Par. y Dod. Pues bien, b asta una com para­
ción con la versión de Sy. p a ra darse cuenta de que es a ésta y no
a B abrio a quien Sy. está próxim o.
Ahora bien, a p a rtir de estos hechos no sólo es posible la hipó­
tesis de que el m odelo de Steinhöw el siguiera u n a colección pro-
sificada latina derivada de m odelos helenísticos, com o o cu rre con
pseudo-Dositeo y Aviano. Hay o tra hipótesis m ás sim ple que me
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 493

parece preferible. Las dos fábulas coinciden siem pre con Par. y
Dod. co n tra B abrio; luego puede suceder que sim plem ente trad u z­
can un original griego em parentado, seguram ente la propia p a rá ­
frasis. Las discrepancias se explican por innovación del trad u c to r
latino. E n esta hipótesis, no hace falta co n tar con un m anuscrito
que p re sen tara u na versión latina de estas fábulas m odelo de las
de Steinhöw ei. El propio Steinhöw el, que tra d u jo fábulas griegas
y las incorporó a su edición (fábulas de la Accursiana), pudo tra ­
ducir estas fábulas de la paráfrasis. Es lo m ás verosím il.

IV. E l «Ae s o p u s ad R ufum » y los demás com ponentes


del «Róm ulo »

Como hem os visto, «Rómulo» es un agregado que tom a com o


base el «Aesopus ad Rufum »; otro agregado diferente, sobre la m is­
m a base, es el m odelo de Ad y la técnica se repite, en m enor es­
cala, en otro s m anuscritos. Pero a su vez el «Aesopus ad Rufum »
es tam bién un agregado, com o hem os de ver y, en realidad, ya
hem os ap u n tad o al h ab lar de sus prosificaciones fedrianas, sus
p aráfra sis (tam bién de Fedro) am pliadas o retorizadas y las esca­
sísim as fábulas no fedrianas.
Todos estos elem entos estaban al alcance de cualquiera al fin
de la Antigüedad y d u ran te una p arte de la E dad Media: una y o tra
vez fueron explotadas las m ism as colecciones p o r los com pilado­
res sucesivos. S’ añadim os lo que sabem os sobre el pseudo-Dositeo
latino, fechado en el 207, y sobre las p aráfrasis latinas, de fuente
helenística, en que se apoyó Aviano, hem os de reconocer que en
el m undo latino la proliferación de colecciones de fábulas, en verso
y en prosa, era sem ejante a la que conocem os en el m undo griego.
Las fábulas en prosa, diferentes en cuanto a sus técnicas n a­
rrativ as, tenían, sin em bargo, elem entos com unes. Thiele, pp. CXII
y ss., ha hecho ver que, con excepción de las fábulas del pseudo-
Dositeo, las dem ás que él recoge en su edición (que, en realidad,
es un agregado del «Aesopus ad Rufum», el «Rómulo» y los ele­
m entos in troducidos p o r Ad y p o r v, W) tienen rasgos estilísticos
y lingüísticos com unes. Sin seguir en detalle su argum entación, que
llega a colocar el origen del «Róm ulo original», esto es, del «Aeso­
pus ad Rufum » en tre 350 y 500 d. C., parece claro que todo el m a­
terial a que nos referim os ha tom ado su form a definitiva a p a rtir
de fines del siglo iv, h asta el siglo vi lo m ás tarde.
E n esa form a definitiva es determ in an te el papel de Fedro y
sus p aráfrasis. Pues las fábulas no fedrianas están llenas de re­
m iniscencias de Fedro. E sto se hizo característico del género: en
la E dad M edia tienen lugar nuevas contam inaciones con Fedro
494 Historia de la fábula greco-latina

(como las que en Bizancio tenían lugar con m odelos antiguos de


la Augustana). Vimos que tam bién en fábulas de Aviano que son
independientes de la tradición de Fedro, hay rem iniscencias de éste.
Es claro que, repetim os, con la excepción del pseudo-Dositeo (que
es una traducción servil de una colección griega), las p aráfrasis en
p ro sa latin a de diversas fábulas que debieron c o rrer a p a rtir del
siglo IV d. C. si no antes, fueron fu ertem en te influidas por las p a­
ráfrasis de Fedro.
No hay, pues, un «Aesopus latinus», sino una proliferación de
colecciones, fedrianas o no, pero influidas estas últim as p o r las
p rim eras. En ellas se in sp iraro n una y o tra vez los com piladores
p ara am pliar, m odificar, con tam in ar sus corpora.
La verdad es que no tenem os datos precisos p a ra colocar el
origen de esos co rp o ra dentro del lapso de tiem po indicado. El m ás
antiguo es, a todas luces, el «Aesopus ad Rufum », que donde m e­
jo r se conserva es en el m anuscrito W, que no ofrece las am plia­
ciones de «Rómulo» ni las de Ad; si bien ha recibido secundaria­
m ente dos fábulas de v, ha sido contam inado con esta recensión
y con Fedro, ha perdido num erosas fábulas. Aunque no estará de
m ás in sistir que no es fácil d eterm in ar en qué m edida todo esto
es propio de W o de sus m odelos. Ni tam poco decidir si es su o r­
ganización en cinco libros o la de «Rómulo» en cu atro o la de Ad
sin división en libros la que continúa la del modelo.
Posteriores al «Aesopus ad Rufum », en todo caso, son las dos
recensiones de «Rómulo» y del m odelo del códice de Ademar, cuyos
añadidos (elim inaciones y sustituciones tam bién, en el caso de éste)
han sido aludidas ya.
Volvamos con esto al «Aesopus ad Rufum». Es claro que sus
m ateriales son m isceláneos, ya hem os dicho que predom inantem en­
te fedrianos. F ueron recogidos p o r un com pilador que colocó de­
lante el prólogo en que Esopo se dirige a Rufo, legándole sus fá­
bulas. Thiele ha hecho ver que este prólogo revela conocim iento
de la V ida de E so p o griega: esto es evidente. Lo es m enos su idea
de que dicha V id a precedía al «Aesopus latinus», el supuesto m o­
delo de la colección. Si realm ente apenas hay elem entos no fedria­
nos en la m ism a, difícilm ente puede ser esto cierto. Por o tra parte,
es en Bizancio donde las colecciones llevaban en cabeza la V id a de
E sopo: no en la A ntigüedad, aunque hayam os p ropuesto (vol. I,
p. 672) que tal vez ésta encabezaba la colección de Dem etrio.
No encabezaba, en cam bio, la A ugustana ni ninguna de las co­
lecciones antiguas conocidas: la tradición de la V id a en la Antigüe­
dad es diferente, aunque V id a y fábulas coincidan en Bizancio.
De o tra p arte, el prólogo del «Aesopus ad Rufum » revela sólo un
conocim iento m ínim o de la biografía tradicional de Esopo: segu-
^as fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 495

llámente p o r vía oral. Son los prólogos de Fedro, adicionados con


ese conocim iento, los que han dado el modelo.
En cuanto a los contenidos del «Aesopus ad Rufum », ya los he­
mos anticipado. Como, en definitiva, esta colección, igual que las
que la siguieron, trab a jó con una serie de m ateriales m ás o m enos
contem poráneos y son estos m ateriales los que fundam entalm ente
nos interesan, los tratarem o s luego en su conjunto, independiente­
m ente de qué colecciones los utilizaron. Aun así hay que decir al­
gunas cosas.
Lo fu n dam ental se refiere al viejo problem a de la relación en
que se en cu en tran los elem entos fedrianos y no fedrianos. E ste p ro ­
blem a ha sido sim plificado m ucho p o r las páginas precedentes que
nos han hecho ver que los elem entos no fedrianos son casi siem pre
adiciones bien de «Rómulo» bien de Ad: adiciones procedentes, por
lo dem ás, de dos fuentes diferentes.
Por lo que se refiere al «Aesopus ad Rufum», nosotros creem os
que los elem entos no fedrianos son m ínim os. H arem os ver que
u na serie de elem entos atribuidos p o r Thiele bien al «Aesopus la­
tinus» bien a contam inación procedente de éste o del pseudo-Do-
siteo (o sus fuentes) son, en realidad, innovaciones atribuibles a
los prosificadores de Fedro o al m ism o au to r del «Aesopus ad
Rufum». Al co n trario , m uchas de las que Thiele llam a contam ina­
ciones a p a rtir de Fedro, son, en realidad, huellas del Fedro ori­
ginal. Z ander h a hecho u n a buena labor al re co n stru ir éste, ele­
vando de 11 a 30 el núm ero de fábulas atribuibles al Fedro perdido.
Creo que siem pre con razón. Algunas de estas fábulas eran consi­
deradas p o r Thiele com o ajenas a Fedro y propias del «Aesopus
latinus». Claro está, la aceptación de las reconstrucciones de Zan­
der no quiere decir que sean seguras en todos los detalles: pero lo
son en su conjunto.
El «Aesopus latinus» debe, así, pues, considerarse constituido por
a) Todas las fábulas que están en Rom., Ad, W.
b) Todas las que están en Rom., Ad (como testigo de g) y no en
W: H. 22, 114, 147, 264: no H. 60 (Ad contam inado con el «Ph. sol.»),
173, 202 (Ad contam inado con el «Ph. sol.»), 283.
c) Todas las que están en Rom., W y Ad con el «Ph. sol.»: H. 44,
126, 136, 140, 154, 155, 158, 160, 161, 172, 302; no H. 77, 164, 172,
199, 210.
d) Todas las que están en Rom., W y no en Ad: H. 15, 27, 109, 132,
143, 198, 259; no H. 34, 202, 217, 218, 221, 241, 256, 259.
R ecuerdo la duda sobre no H. 302 y rem ito p a ra la evaluación
num érica a p. 490.
Pues bien, de todas estas fábulas sólo puedo m encionar dos,
H. 136 y no H. 240, que son ajenas a Fedro.
496 Historia de la fábula greco-latín,ji

H. 136 = Róm. 6 es la fábula del p erro que llevaba carne. Là


version dei «Phaedrus solutus» en Ad deriva, p o r supuesto, de Fedrcj.
Pero p ara la version que se refleja en las dem ás versiones, Thiele,
pp. XXVII y ss., XXXI propone una contam inación de Fedro con
el «Aesopus latinus»: es decir, con una fuente no fedriana pró­
xima al pseudo-Dositeo y B abrio, pero no coincidente con ellos.

Se reco rd ará que en nuestro examen de esta fábula m ás arriba,


p. 80, ju n to a una línea p rim aria representada, sobre todo, por
F. An., Fedro y Par., postulábam os una secundaria caracterizada,
sobre todo, p o r el άρπάσ ας inicial y porque se hablaba de la som ­
b ra de la carne, no de la del perro. E stá en pseudo-Dositeo, B abrio
y Sy. (y hay un derivado en Aftonio y Branc.); es una versión re­
sum ida. Pues bien, lo notable es que Róm. parece pertenecer a
esta versión, pero no en todo. P resenta el tem a de la «som bra» de
la carne com o pseudo-Dositeo, B abrio y Sy. y el de que el p erro la
llevaba en la boca com o B ranc. y S. Pero en otros m om entos coin­
cide no sólo con Fedro, sino con toda la versión p rim aria: no hay
el equivalente del άρπάσ ας sino que el com ienzo es sem ejante al
de F. An. y lo m ism o el final (el río se lleva la carne, com o en F. An.
y Branc., no en Fedro). Pienso que nos hallam os ante una versión
interm ed ia en tre la p rim aria y la secundaria, no an te una conta­
m inación con Fedro.
Veamos el caso de no H. 240 = Rom. 5 «La oveja, el perro y el
lobo». La fábula del lobo com o falso testigo del supuesto p ré sta­
mo efectuado p or el p erro a la oveja está tan sólo en Fedro I 17
y aquí. Pero hay diferencias: Thiele, p. XXX, habla de contam ina­
ción, N 0jgaard, p. 429, de fuente diferente. No hay m uerte final
del lobo com o en Fedro, hay tres testigos falsos y no sólo uno,
y un estilo directo, con una serie de réplicas vivas. O el au to r del
«Aesopus ad Rufum» ha rehecho totalm ente a Fedro, m ejorándolo
estilísticam ente, o, m ás probablem ente, bebe de u n a fuente hele­
nística reco rtad a y m oralizada por Fedro. E sto es, creo, lo m ás
verosím il.
Con esto, q u erría p asa r revista a una serie de fábulas derivadas
de Fedro y p a ra las que, creo que sin razones decisivas, se ha
propuesto una contam inación con el «Aesopus latinus» o con el
pseudo-Dositeo o sus fuentes.
E ntiéndase que ni p o r lo que respecta a las fábulas del «Aeso­
pus ad Rufum » ni p o r lo que respecta a las introducidas m ás tard e
en las colecciones de él derivadas, hay en principio dificultad en
ad m itir que puede h aberse dado una contam inación de este tipo.
Pues en todas ellas, incluso en el «Aesopus ad Rufum », no sólo
Fedro es la fuente, tam bién hay fuentes secundarias, com o hem os
visto: puede h ab er habido, pues, en principio contam inaciones. In-
La^ fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 497

cluiso lo hem os aceptado en algún caso, así el de la fábula últim a­


m ente m encionada. En o tras ocasiones, en cam bio, hem os estable­
cido que las diferencias respecto a F edro no se explican p o r conta­
m inaciones, sino p o rque n u estras colecciones beben de fuentes he­
lenísticas m ás antiguas que él.
Y, concretam ente, en la serie de fábulas en que Thiele, pp. XXVII
y CXXIV y ss., propone contam inación, sea con el «Aesopus lati­
nus», sea con el pseudo-Dositeo, pienso que no hay nada de esto.
Descuento, p ara em pezar, una serie de fábulas ya com entadas p ara
las que he pro p u esto o tras interpretaciones. Y añado que el m ism o
Thiele, en o tras ocasiones, vacila en si p roponer una contam inación
de Fedro y o tra fuente o una am pliación de Fedro.
Paso, con esto, a estu d iar con cierta rapidez las fábulas p ara las
que se ha pro p u esto una contam inación con el pseudo-Dositeo. Cier­
tam ente, que esta colección, utilizada por «Rómulo», hubiera sido
conocida ya p o r el «Aesopus ad Rufum » no es en sí im posible:
sólo que, creo, la cosa no fue así. Insisto en que dejo fuera alguna
fábula en que tam bién se h a propuesto conocim iento del pseudo-
Dositeo, habiendo yo dem ostrado que, en realidad, lo que ocurre es
que n u estras colecciones conocen una fuente anterior, helenística,
previa al pseudo-Dositeo y a o tras versiones.
E ste es el caso, en p rim er lugar, de H. 76 = Rom. 57, presente
en Rom., W, Ad. La contam inación de Fedro 111 con pseudo-Dositeo 1,
pro p u esta p o r Thiele, p. CXXV, creo que no se tiene en pie. La
única coincidencia próxim a con esta fuente es Rom. u en a to ris vo cem
a u d iu it... c a n es... la tra re... c o e p e ru n t y pseudo-Dositeo. la tra tu s ca­
n u m et u e n a to re s p ro x im i, no dem asiado distan te de F edro uenan-
tu m ... vo c ib u s c o n te rritu s: dem asiado poco. Con m ás razón puede
decirse esto de H. 126 = Rom. 19 «El cuervo y la zorra», que Thiele,
p. XXVI, declara, con razón, un derivado de Fedro, m ientras que
en el A parato Crítico, p. 58, llam a la atención sobre una variante
del m s. M alta su p e r s e d it arb o re que com para con pseudo-Dositeo 9
et su p e r a rb o re m u o la n s sed et. Creo m ás bien que viene de Fedro
celsa resid en s a rb o re (cf. F. An. έπί τίνος δένδρου έκά&ισεν).
Veam os ahora las fábulas en que con m ayor o m enor seguridad
se propone una contam inación de Fedro con el «Aesopus latinus»:
en definitiva, con cualquier fuente no fedriana, que es a lo que,
viene a equivaler el m aterial de esa supuesta colección.

H. 27 = Rom. 44 «La zorra a la m áscara». N aturalm ente, la p ro ­


p u esta de contam inación de Thiele, p. XXXIV, basada tan sólo en
que la zorra ha sido su stitu id a p o r el lobo, no se tiene en pie.

H. 132 = Rom. 66 «Las p artes del cuerpo». Thiele, p. LIV y s.,


piensa en u na interpolación de F edro (Z. 7) y Tito Livio, acaecida
498 Historia de la fábula greco-latina

en un estadio a n te rio r de n u estro co rp u s. El s te m m a que estable­


cem os en pp. 113 y ss. hace inútil esta especulación.

H. 158 = Rom. 63 «Las ovejas y los lobos». En «Rómulo» y W el


tem a de Fedro (Z. 15) está am pliado con el de los lobeznos rehe­
nes, com o ve Thiele, p. XXIX: Z ander no lo incluye en su recons­
trucción. Pero n ada im pide que esta am pliación sea propia del
«Aesopus ad Rufum».

H. 161 = Rom. 11 «El lobo y la grulla». Aquí Fedro I 8 expe­


rim en ta una am pliación en cuanto toda la negociación en tre la
grulla y el lobo tiene lugar a través de p e tito re s. Thiele, p. XXXI,
piensa en una contam inación. Pero la verdad es que la am pliación
en cuestión, que supone en cierto m odo el tem a del lobo-rey, no
es helenística. Sin duda, se tra ta de un desarrollo m edieval tem ­
prano, im itado del tem a del león-rey, que presagia los desarrollos
m edievales p o sterio res de dicho tem a. Puede ser del «Aesopus ad
Rufum » o de su fuente inm ediata.

no H. 118 = Rom. 10 «Las bodas del Sol». Viene de Fedro I 6,


pero Thiele, p. X X X II, cree que hay contam inación porque se h a­
bla de p ersonas (o m n is natío) y no de ranas y p o r la aparición de
la luna com o novia en la ilustración del ms. de Ademar. Esto es
innecesario: la introducción de Fedro con el tem a de la boda del
lad ró n ha a rra stra d o la p rim era innovación, la segunda es del ilus­
tra d o r del códice en cuestión o de su modelo.

no H. 131 = Rom. 58 «Juno, Venus y la gallina». Thiele, p. X X X III


(y tam bién en H e rm e s 43, 1908, pp. 357 y ss.) propone que el co­
mienzo, en que se coloca la escena de la fábula en el Olimpo, y el
final, en que Jú p ite r da la decisión, son contam inaciones de o tra
fuente, siendo la base Fedro, Ap. 11. Pero esto, sin ser im posible,
no es en absoluto necesario.

no H. 166 = Rom. 33 «El p erro viejo». Thiele, p. XXXIV, cree que


hay contam inación de Fedro V 10 con el «Aesopus latinus», de donde
vendría la liebre, m ás lógica según él que el jabalí. Pero esa lógica
puede aplicarse a la sustitución secundaria de un anim al p o r el
otro. De o tra p arte, creo que tiene razón H avet cuando piensa que
a u ritu s 'lieb re' está inspirado en el a rrip u it a u re m de Fedro.

no H. 172 = Rom. 28 «Las palom as y el milano». Viene de Fe­


dro I 31, pero Thiele, p. XXX, cree que lo contam ina con el «Aeso­
pus latinus». El pu n to de apoyo está en que el tem a de F edro (las
palom as escogen com o rey al m ilano, que las devora) es am pliado
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 499

por «Rómulo» (las palom as se refugian, p ara h u ir del m ilano, en


la protección del a cc e p to r o halcón, que a su vez las devora). Puede
haber, ciertam ente, contam inación, pero parece m ás sim ple p o stu ­
la r que el tem a de F edro h a sido desarrollado en el m ism o sen­
tido p o r el «Aesopus ad Rufum», bien p o r su fuente.

no H. 241 = Rom. 40 «La oveja, el ciervo y el lobo». Thiele,


r . XLI, duda en tre u na derivación de Fedro I 16, con am pliación,
y u na contam inación de la m ism a fábula; N ojgaard, p. 424, habla
de una contam inación igualm ente. En realidad, se tra ta de una sim ­
ple am pliación del tem a del ciervo que pide un m odio de trigo
a la oveja con el lobo como garante: «Rómulo» introduce u n a p ri­
m era prom esa de la oveja, asu stad a p o r el lobo, luego unas pala­
b ras de la m ism a al ciervo. No hay, aquí está bien claro, un tem a
diferente.

E sta conclusión se puede, en realidad, aplicar a las dem ás fá­


bulas. Se tra ta casi siem pre de sim ples am pliaciones de las fábulas
de Fedro, m ás algunas variantes en la exposición. Puede intervenir,
tam bién, algún cam bio de anim al. E sto es insuficiente p ara p o stu lar
contam inaciones.
Y m ás que lo m ism o sucede, aquí y allá, con fábulas de las
diversas recensiones, es decir, posteriores al «Aesopus ad Rufum».

H. 155 = Rom. 22 «El león y el ratón». Aquí es Thiele, p. X LII,


quien adm ite en térm inos generales la derivación a p a rtir de Fe­
dro (Z. 6): dice que el final de Ad, con la descripción m ás porm e­
norizada de cóm o el ra tó n roe la red p ara lib erar al león, no es
de Fedro. C iertam ente: es una am pliación. Y am plían m ás to d a­
vía WR.

H. 302 = Rom. 4 «El rató n y la rana». Thiele, p. XXXI, habla


de contam inación en g, W de Fedro (Z. 1) y el «Aesopus latinus», al
que se debería el final feliz. No veo este final feliz: el m ilano se
lleva a los otros dos anim ales. Fedro y el pseudo-Dositeo vienen de
una ram a derivada, cf. p. 70. No hay contam inación: sí am pliación
de Ad p o r W y Rom.

no H. 121 = Rom. 36 «El cabrito y el lobo». Aquí Thiele, p. XL,


cree d etectar en W am pliaciones poéticas ausentes en el m odelo
de Fedro (Z. 23). E sto es dudoso, en todo caso no hay p ru eb a de
contam inación.

no H. 165 = Rom. 12 «El p arto de la perra». La cerda (sc ro fa )


de Ad le parece a Thiele, p. XXXIV, m ás original que la p erra de
500 Historia de la fábula greco-lat na

Fedro y Justino. Pero véase n u estra p. 146 sobre esta fábula, ahora
enriquecida con una versión griega. Es m uy claro que la cerda es
una innovación, lógica quizá, pero innovación.

Sum ando esto a las fábulas estudiadas m ás arrib a, podem os lle­


g ar a u na conclusión bien clara: las fábulas de F edro podían su frir
am pliaciones y variaciones diversas, tan to en el «Aesopus ad Ru­
fum» com o en las colecciones y recensiones derivadas. Pero, con­
cretam en te en el «Aesopus ad Rufum », seguim os pensando que el
m odelo original es siem pre Fedro, con las dos excepciones m en­
cionadas.
Conviene, al llegar a este punto, hacer n o tar que allí donde te­
nem os u na fábula en la versión de «Phaedrus solutus» (habitual­
m ente en Ad) y en la de W, Rom. tenem os un buen punto de apoyo
p a ra e stu d iar las am pliaciones (raram en te contam inaciones) del «Aeso­
pus ad Rufum »; y allí donde tenem os dicha versión y la de Rom., te­
nem os el m ism o pu n to de apoyo p a ra estu d iar las am pliaciones de
«Rómulo». Y tam bién, en uno y o tro caso, las posibles contam inacio­
nes. E sto nos p ro cu ra un paralelo p a ra el caso en que sólo conta­
mos con F edro y una versión m ás o m enos uniform e de las co­
lecciones que estudiam os; o bien una versión m ás o m enos un i­
form e de éstas, sin que se haya conservado el Fedro original.
C oncretam ente, hay u n a serie de fábulas tan to de H. com o de
no H. en que se pueden ver p erfectam ente las am pliaciones, ge­
neralm ente p u ram en te retóricas y sin que afecten al contenido, de
W, Rom., es decir, del «Aesopus ad Rufum». Algunos casos han sido
m encionados ya. Se tra ta , muy concretam ente, de:

H. 140 (Rom. 92) «La pulga y el camello) (Z. 20)


H. 155 (Rom. 22) «El león y el ratón» (Z. 6)
H. 158 (Rom. 63) «Las ovejas y los lobos» (Z. 15)
H. 272 (Rom. 53) «El caballo soberbio» (Z. 11)
H. 302 (Rom. 4) «El ra tó n y la rana» (Z. 1)
no H. 199 (Rom. 51) «El león y el pastor» (Z. 9)
no H. 210 (Rom. 15) «El ra tó n de ciudad y el de cam po» (Z. 4)

Como se ve, doy sólo ejem plos en que se ha perdido el Fedro


original: cuando se conserva, el estudio puede hacerse directam en­
te, véanse las páginas an terio res donde he rebatido la hipótesis de
que p rácticam en te en todos los casos de grandes diferencias hay
contam inación. Por o tra p arte, en las fábulas que acabo de m en­
cionar, las am pliaciones son m ayores o m enores según los casos;
las m ayores son en H. 158 (nuevo tem a de los lobeznos rehenes) y
en H. 198 (final de la fábula). Es m uy probable que el «Aesopus ad
Rufum » haya contam inado la fábula de Fedro (de un original he­
Las' fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 501

lenístico; su stancialm ente la conserva el «Phaedrus solutus») con


un m odelo del que derivan las versiones de Eliano y Apión de la
h isto ria del león agradecido. Cf. Thiele, p. XXIV.
La contam inación es, com o se ve, excepcional. C iertam ente, que­
dan algunos casos dudosos:

H. 288 (Rom. 23) «El m ilano enferm o» (Z. 27). Aquí es Rom.
(no W!) el que am plía el tem a del «Phaedrus solutus» conservado
p o r E: puede p en sarse que «Rómulo» sigue los procedim ientos del
«Aesopus ad Rufum». Pero algunas de estas am pliaciones coinciden
con B abrio, puede h ab e r contam inación con la fuente com ún.

no H. 302 (Rom. 54) «Las aves y el m urciélago» (Z. 12). El tem a


de la am bigüedad del m urciélago en la b atalla de las aves y los
cuadrúpedos, es com plem entado en «Rómulo» (no en W!) con la
intervención del águila, decisiva a favor de las prim eras. Quizá
haya contam inación con un original griego rom anizado (el águila
está posada en la m ano de M arte), com o quiere Thiele, pp. X XV II
y s., quizá sim ple am pliación. Cf. su p ra p. 482.

Por supuesto, cuando no poseem os una versión del «Phaedrus


solutus» bien diferenciada de las dem ás o no la poseem os en abso­
luto, la cuestión de la originalidad de n u estro texto respecto al
m odelo fedriano, es m ás difícil de resolver. Así en el caso de H. 198
(Róm. 52) «El león y el caballo»: el cam bio del asno en caballo y
del lobo en león, así com o o tras innovaciones conexas, puede ser
de Fedro, puede ser p osterior. A veces, sin em bargo, la sim ple po­
sibilidad de la restitu ción m étrica hace que las alteraciones respec­
to a o tras versiones (griegas) de la fábula, hayan de a trib u irse a
Fedro: caso, p or ejem plo, de H. 262 (Rom. 64) «Los árboles y el
hom bre» (Z. 16).
Los casos de contam inación o de fuente no fedriana en el «Ae­
sopus ad Rufum » son, com o hem os podido ver, m ínim os. T am bién
en las dem ás colecciones. Lo m ás dudoso a veces era si una fá­
bula venía de Fedro o de o tra fuente, allí donde Thiele no llegaba
a re co n stru ir versos fedrianos: p o r poner un ejem plo, en H. 198 =
Rom. 52 «El león y el caballo». Z ander solucionó acertadam ente
este problem a: la fábula citada, p o r ejem plo, es reco n stru id a com o
fed rian a b ajo su núm ero 24.
Así, en definitiva, en el «Aesopus ad Rufum » tenem os una gran
m ayoría de fábulas de Fedro (del conservado o el perdido), frente
a m uy pocas helenísticas no fedrianas; y «Rómulo», que añade fá­
bulas del pseudo-Dositeo, las añade tam bién de Fedro, así com o
helenísticas no fedrianas (3, quizá o tra contam inada). Lo m ism o
hace Ad, sólo que aquí, con excepción de 3, las nuevas fábulas de
502 Historia de la fábula greco-latina

Fedro son del llam ado «Phaedrus solutus», introducidas con frecuen­
cia a cam bio de o tras versiones fedrianas (algunas, ya lo he dicho,
están sólo aquí, son nuevas); y las no fedrianas no son helenísticas,
son fábulas tard ías, quizá creadas p o r el com pilador de esta re ­
censión.
T anto el com pilador del «Aesopus ad Rufum » com o el de «Róm u­
lo» disponían, pues, de varias p aráfrasis de Fedro; tam bién el de
Ad. D isponían tam bién de fábulas helenísticas no fedrianas: no sa­
bem os si de una colección o de varias. S em ejante es el caso, por
lo que resp ecta a Ad, en relación con las p aráfra sis de Fedro.
Aunque no exactam ente idéntico: el com pilador de Ad usa una
colección del «Phaedrus solutus» que casi sólo él conoce.
Tenem os, pues, com o fuentes rem otas:
a) P aráfrasis de F edro (recogidas p o r los tres com piladores).
b) El «Phaedrus solutus» (casi solo p o r Ad, véase m ás abajo).
c) Fábulas helenísticas diversas (por los dos prim eros com pi­
ladores).
d) El pseudo-Dositeo (por «Rómulo»).
e) Fábulas tard ías (por Ad).
D escendiendo al detalle hay que decir algunas cosas m ás sobre
las versiones fedrianas.
Las p aráfrasis a que nos estam os refiriendo no son uniform es:
Thiele y Z ander han hecho ver que ya son escuetas y abreviadas,
ya am pliadas y retorizantes. Y hem os visto que, en el caso de estas
últim as, puede h ab e r duda sobre si nos hallam os ante contam ina­
ciones. Por o tra p arte, fijar exactam ente dos colecciones de p a rá ­
frasis, cada una de uno de los dos tipos, es poco seguro. Lo que es
claro es que proliferaban p aráfrasis diversas: en Rom. 47 los m ss.
siguen dos p aráfrasis diferentes. No voy a estu d iar aquí en detalle
las diferencias en tre las p aráfrasis. Lo notable es que, h ab itu al­
m ente, p a ra cada fábula se sigue u n a sola, se tra te de fábulas de
todas las colecciones a p a rtir del «Aesopus ad R ufum » o de o tras
intro d u cid as p o r las m ás m odernas. Tam poco voy a e n tra r en de­
talle en el tem a de las contam inaciones de las p aráfra sis en cuestión
con el propio Fedro.
En cuanto al «Phaedrus solutus», la cuestión se plantea en té r­
m inos algo diferentes. Se trata , en principio, de un Fedro conserva­
do literalm ente, sólo que escrito seguido, com o si fuera prosa: sin
duda, el p u n to de p a rtid a de este p ro ced er (que llevó luego a alte­
raciones secundarias) es el hábito de copiar el texto de Fedro
todo seguido, no verso a verso: esto es lo que hacen nuestros m a­
nuscrito s de F edro (el Pithoeanus y el R em ensis). Pues bien, la co­
lección del «Phaedrus solutus» fue utilizada casi exclusivam ente por
Ad; com o ya hem os dicho, éste sustituyó una serie de versiones de
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 503

las p aráfrasis de Fedro p o r las correspondientes del «Phaedrus so­


lutus», pero añadió algunas m ás de éste. O tras veces contam inó la
versión de las p aráfrasis y esta otra: así, en no H. 62 = Rom. 49 y
en no H. 202 = Rom. 48.
Sin em bargo, ya hem os dicho que en v W hay dos fábulas del
«Phaedrus solutus» exclusivas de estas ram as; hay tam bién u n a en
el ms. E (en H. 288 = Rom. 23) y, posiblem ente, o tra en v W (en
no H. 297 = Rom. 98). O sea, la colección fue accesible en un m o­
m ento dado no sólo a Ad, sino tam bién a o tras colecciones o m a­
nuscritos.
Todo esto nos hace ver que la tradición de la fábula latina era
m ás rica de lo que podía pensarse. Lo que ha llegado a nosotros es
solam ente el resu ltad o de decantaciones y reelaboraciones sucesi­
vas de las colecciones. Y siem pre de colecciones latinas derivadas
de las griegas helenísticas: hacen excepción tan solo las pocas fá­
bulas tard ías de Ad, creadas, sin duda, d irectam ente en latín, bien
p o r el com pilador de este m anuscrito, bien por su modelo.
Lo m ism o que colecciones griegas de base helenística m ás o
m enos evolucionadas fueron el pu n to de p artid a de las versiones la­
tinas del pseudo-Dositeo y de la colección que fue luego versifi­
cada y m odificada p o r Aviano, o tra u o tras colecciones de este tipo
sirvieron de m odelo, sucesivam ente, al «Aesopus ad Rufum», a
«Rómulo» y a Ad. E ran colecciones que contenían m aterial m uy in­
teresan te: a veces versiones m uy arcaicas, sólo conocidas hoy a tr a ­
vés de estas versiones latinas.
No parece aceptable la hipótesis alternativa de que los autores
de las sucesivas colecciones tra d u je ra n ellos m ism os fábulas grie­
gas al latín. Su m odelo fundam ental estaba constituido p o r p a rá ­
frasis de Fedro: hay que suponer que tam bién en los dem ás casos
siguieron m aterial latino de estilo fedriano, de origen griego, en
definitiva, p o r supuesto. N ótese que «Rómulo» dejó intacto el pseu­
do-Dositeo: m alam ente h ab ría traducido en lenguaje fedriano fá­
bulas griegas. Que las tres colecciones sucesivas de que nos ocupa­
m os contengan, en definitiva, m ateriales com parables, hace pen sar
que trab a jab an las tres con m ateriales tam bién com parables, lati­
nos todos ellos. La m ayor innovación puede h ab e r sido la posible
creación de nuevas fábulas de m odelo griego solo rem oto p o r p arte
del com pilador de Ad. Ahora bien, se tra ta de m ateriales latinos
diversos, no de un único «Aesopus latinus». E ste nom bre no sig­
nifica, en definitiva, o tra cosa que fábulas griegas traducidas al
latín y ausentes de Fedro (o presentes en éste en o tra versión di­
ferente).
Que h abía m aterial no fedriano en «Rómulo» ya se sabía. Lo
que hem os hecho aquí es re d u cir este com ponente a sus debidos
lím ites y h acer ver cómo, igual que el m aterial fedriano, sólo p ro ­
504 Historia de la fábula greco-latina

gresiva y escalonadam ente ha penetrado en las colecciones latinas.


Y estu d iarlo p ara ver lo que puede h ab e r en él de nuevo, como
tam bién lo hay en él derivado de Fedro, cuando las fábulas de éste
no han llegado a n o sotros directam ente.
La m ayor so rp resa es la riqueza y variedad de las p aráfrasis de
Fedro, que en ocasiones creaban prácticam ente u n a nueva fábula.
Son el núcleo p rincipal del «Aesopus ad Rufum » y de las coleccio­
nes siguientes, aunque se les fue añadiendo m aterial de las o tras
procedencias, m aterial que, p o r o tra p arte, era redactado con un
estilo y vocabulario fedriano, si se hace excepción del pseudo-Dositeo.

V. N uevas luces en el c o n o c im ie n t o de F edro

1. G e n e ra lid a d es
Con esto, y a m an era de apéndice, paso a decir algunas cosas
sobre las consecuencias que p a ra el m ejor conocim iento de Fedro
pueden o b tenerse del estudio del m aterial fedriano de las colec­
ciones h asta aquí estudiadas. N aturalm ente, es im p o rtan te sep arar
en ellas aquello que de Fedro proviene, de las am pliaciones y aun
contam inaciones p osteriores: he dicho ya una serie de cosas sobre
ello, p o r lo dem ás p arto en principio de las reconstrucciones de
Zander, renunciando a nuevas argum entaciones sobre el origen fe­
drian o o no fedriano de las distin tas fábulas. Lo que no interesa
desde n u estro p u n to de vista actual es lo relativo a las diferencias
en tre los textos de las fábulas en las diversas colecciones; tam poco
im p o rta n ada si una fábula del F edro perdido ha sido utilizada por
éstas a p a rtir del «Aesopus ad Rufum » o solo en fases posteriores
de la tradición («Rómulo», Ad, W). Ni el problem a de a través de
qué p aráfrasis o colecciones antiguas fedrianas ha llegado.
Im p o rta, en cam bio, ver si las 30 fábulas del nuevo Fedro re­
constru id as p o r Z ander están, en lo que al s te m m a y al contenido
se refiere, en la m ism a línea del Fedro conservado, m ucho m ás am ­
plio a p esar de todo (122 fábulas). La com paración con o tras ver­
siones de las fábulas en cuestión es, com o siem pre, el punto de
apoyo p a ra ese estudio.
Antes que nada, el nuevo F edro debe ser dividido en los tres
grupos que ya conocem os: fábulas que tam bién están en F. An.;
fábulas que están testim oniadas fuera de Fedro, p ero no en F. An.;
y fábulas que solo en Fedro se encuentran.

2. F á b u la s en F e d ro y F. An. (y, e v e n tu a lm e n te , o tra s fu en tes)

De las 30 fábulas reconstruidas hay cinco fábulas tam bién p re­


sentes en F. An.: u n a proporción m ás elevada que en el caso de
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 505

Fedro que nos h a sido directam ente transm itido, aunque hay que
p recisar que p a ra varias de ellas no hay versión de la Augustana,
solo de las o tras colecciones anónim as. La posición del nuevo Fe­
dro en los s te m m a ta varía:

a) Como era de esperar, el caso frecuente es el de las fábulas


de m odelo único o bien el de las de m odelo p rim ario con F. An.
y F edro fren te a uno secundario con, eventualm ente, B abrio. No
hallo fábulas con dos m odelos p rim ario s estando F. An. y Fedro
en uno, B abrio en el otro. En cuanto a las diferencias respecto a
las o tras versiones, se confirm a claram ente lo visto h asta aquí:
F edro suele in tro d u cir elem entos dram áticos, a veces con m odifi­
cación del argum ento y m uy frecuentem ente con am pliaciones. El
m aterial es el siguiente:

H. 93 (Rom. 21) «El asno que jugaba con el amo». El m odelo


único (de donde F. An. y B abrio) es am pliado p o r Fedro, que des­
cribe el juego del p errito , el estropicio del asno y el castigo del
m ism o p o r el am o y toda su fam ilia.

H. 109 (Rom. 97) «Zeus y la zorra». Igual (falta en B abrio), pero


el dram atism o que introduce F edro es m ayor, pues es el propio
Zeus el que se hace h om bre y la zorra pasa a su lecho.

H. 140 (Rom. 84) «El m osquito y el toro». El m odelo único de


donde salen F. An., B. y Sy. es alterad o grandem ente: no es que el
to ro diga que le es indiferente que el m osquito se pose en él o no,
sino que se nos describe una verdadera lucha e n tre los dos anim a­
les, lucha en que el toro queda un tan to en ridículo p o r no despre­
ciar sim plem ente al m osquito. Una fábula nueva h a sido recreada.

H. 155 (Rom. 22) «El león y el ratón». Fedro está próxim o a la


línea única de F. An., Bab., pseudo-Dositeo, Branc., aunque da un
relieve pintoresco a toda la fábula, sobre todo a la liberación del
león p o r el ratón.

H. 158 (Rom. 66) «Las ovejas y los lobos». Aquí F edro va con la
línea prim aria, con F. An., m ientras que B abrio ocupa su lugar en la
secundaria. No se aleja apenas del m odelo, solo lo hace la versión
de «Rómulo», que sin duda observó esta deficiencia de dram atism o.

H. 198 (Rom. 52) «El león y el caballo». Aquí Fedro está en la


línea p rim aria con F. An. y B abrio en la secundaria. Ya hem os visto
que Fedro sustituye al lobo y asno originarios p o r el león y el ca-
506 Historia de la fábula greco-latina

ballo; ap a rte de esto, describe el desfallecim iento del león, al que


p re sta un «cierre» m ás retórico que el original.

H. 262 (Rom. 64) «Los árboles y el hom bre». O tra fábula de m o­


delo único, sin duda de cuatro versos: de él derivan Ib, IIIS, Par.,
Dod., Bab. Fedro am plía y hace d ram ática la situación: interven­
ción de tres árboles en vez de uno solo, cierre final puesto en boca
del fresno dirigiéndose a la encina.

H. 272 (Rom. 53) «El asno y el caballo». Modelo único tam bién,
con im p o rtan te alteración p o r p a rte de Fedro: ah o ra no se tra ta
de que el caballo vaya a la guerra. El fabulista dram atiza el en­
cuen tro de los dos anim ales, con la obstrucción involuntaria del
cam ino p o r el asno y las p alab ras arrogantes del caballo. La com ­
pasión final del asno es cam biada p o r un cierre del m ism o .

H. 288 (Rom. 23) «El m ilano enferm o». Ya me he referido m ás


a rrib a (p. 501) a esta fábula, m uy breve y b astan te am pliada p o r
Fedro, cuya coincidencia con B abrio probablem ente procede del
m odelo original.

β) Se en cu en tra tam bién el m odelo anóm alo que ya conocem os


en que Fedro va con la línea secundaria. Se tra ta sólo de dos fá­
bulas:

H. 143 (Rom. 35) «Los liebres y las ranas». Aquí Fedro está
ju n to con F. An. I en la línea secundaria, que reduce los lam entos
de las ranas; d esarro lla en cierta m edida la fábula. En la línea p ri­
m aria están F. An. III, B abrio, etc.

H. 302 (Rom. 4) «El ra tó n y la rana». Fedro está, ju n to con


pseudo-Dositeo, en u n a ram a secundaria que elim ina el comienzo;
en la p rim aria están los m ss. M y F, Par., y Dod.

Curiosam ente, en estas fábulas, en que Fedro parece utilizar una


colección II a que ya he aludido, apenas am plía o dram atiza; en la
línea p rim aria está F. An. II I (o M, F) y eventualm ente Babrio.

γ) Queda un caso especial que, sin duda, p o r p u ro azar no se


encu en tra en las fábulas del F edro conservado directam ente: aquel
en que una fábula tiene varias líneas prim arias, perteneciendo Fe­
dro a u na independiente de la de F. An. P ara los ste m m a ta , rem ito
a P arte Prim era.
H. 39a (Rom. 24) «La golondrina y las aves». Como sabem os
(pp. 117 y ss.) esta fábula p ro d u jo cuatro versiones p rim arias; y una
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 507

de ellas es a su vez el m odelo de Fedro, de P.Mich. 457 + P.Yale


inv. 1168v., a m ás de F. An. 39b (Ib). Es una versión en que el tem a
del m uérdago es su stituido p o r el del lino; es difícil ver el grado
de innovación de F edro dentro de ella.

H. 51 (Rom. 39) «El lab rad o r y la serpiente». Aquí hay o tra vez
cu atro líneas (cf. p. 115), considerando el P a ñ ca ta n tra indio como
una de ellas. La de Fedro se caracteriza p o r su arcaísm o (el tem a
inicial ha sido elim inado p o r F. An.) y p o r innovaciones com o la co­
locación de toda la fábula en la casa del labrador. Su n arración
es sim ple y efectiva, dram ática.

H. 132 (Rom. 66) «El vientre y los pies». Hay tres líneas deriva­
das de la fábula egipcia (cf. pp. 113 y ss.) y Fedro sigue la m ás arcai­
ca, al igual que Tito Livio y Máximo de Tiro; aquella que p resen ta un
enfren tam ien to en acción del vientre y los m iem bros (F. An. crea el
debate en tre el vientre y los pies, B abrio obtiene la fábula de la
cabeza y la cola de la serpiente).

no H. 60 (Rom. 41) «El asno, el buey y el boyero». Cf. p. 112


sobre esta ram a y o tras dos versiones, en Plauto y B abrio.

N aturalm ente, los nuevos m ateriales presen tan u n a situación no


exactam ente idéntica a la que ya conocem os p a ra el Fedro tra d i­
cional, pero sí lo suficientem ente próxim a p ara confirm ar tam bién
p o r razones de s te m m a y form a lite raria la atribución lograda p o r
razones sobre todo m étricas.

3. F á b u la s de F e d ro te s tim o n ia d a s fu e ra de él, p e ro no en F. An.

Sólo en cuentro dos fábulas de este tipo, lo que no perm ite gran­
des conclusiones estem m áticas:

no H. 198 (Rom. 70) «El león y el pastor». Ya hem os visto que


la fábula original de Fedro, conservada p o r el «Phaedrus solutus»
de Ad, ha sido am pliada (posiblem ente contam inada) en «Rómulo».
Lim itándom e a la p rim era, se tra ta de la fábula del león agradecido,
sin du d a creada a p a rtir del tem a del águila agradecida y el ra tó n
agradecido: está am b ientada en una corte helenística. No es u n a
creación de Fedro, un derivado de la m ism a está en la base de las
versiones de Apión (en Aulo Gelio) y Eliano: es un derivado con
am bientación ya rom ana. En definitiva, Fedro sigue u n a fábula he­
lenística que no llegó a F. An. ni a B abrio, etc.: quizá figuraba en
un re p erto rio no exactam ente fabulístico, com o es el caso de o tras
508 Historia de la fábula greco-latina

fábulas de este grupo estudiadas en n u estro capítulo dedicado a


Fedro.

no. H. 209 (Rom. 15) «El ra tó n de ciudad y el de campo». Fá­


bula m uy difundida, de m odelo único por lo dem ás. La versión de
Fedro está próxim a a la del pseudo-Dositeo: pero dram atiza, al fi­
nal, el diálogo de los dos ratones. Horacio, B abrio, etc., introducen
o tras variantes.

4. F á b u la s de F e d ro sólo en «R óm ulo»

Finalm ente, son m uy num erosas, como era de e sp e rar después


de n u estro estudio de Fedro, las fábulas que solam ente a través
de las versiones fed rianas todavía no estudiadas (13) conocemos.
N aturalm ente, en algunos casos puede tra ta rse de fábulas antiguas
que sólo p o r azar se h an perdido en o tras fuentes; pero las m ás
son, sin duda, creaciones de Fedro. A veces reconocem os los m o­
delos que pueden haberlas inspirado, son las que hem os llam ado
«fábulas derivadas»; o tras veces, esos m odelos son m ucho m ás re­
m otos. En cu anto a los tem as, reconocem os los fedrianos tradicio­
nales, incluido el tan característico del castigo del malo. Parece lo
m ás práctico d ar la relación de las 13 fábulas en cuestión, sin ul­
terio res subdivisiones, haciendo en cada caso los com entarios p er­
tinentes.

H. 140 (Rom. 92) «La pulga y el camello». De H. 140 Fedro de­


dujo dos fábulas: u n a la del m osquito y el toro, con cam bio de
tem a; o tra ésta, con m antenim iento del tem a y cam bio de los ani­
m ales. Es m ás am plia y d ram ática que el m odelo, p o r o tra parte.

no H. 42 (Rom. 80) «La cigüeña, el ganso y el halcón». Tem a del


aliado inútil (como o tro s tradicionales): aquí esa inutilidad se de­
m u estra con la m u erte del ganso.

no H. 73 (Rom. 7) «Los dos gallos y el halcón». Tem a de la m al­


dad castigada.

no H. 76 (Rom. 94) «La espada y el cam inante». De una fábula


de cu atro versos, sin duda, con situación y cierre.

no H. 108 (Rom. 82) «El caballo y el asno». C ontra la codicia:


es el tem a cínico del asno fren te al caballo, derivado de H. 272 y
H. 286.
Las fábulas de los códs. Ad y W y las de Rómulo 509

no H. 121 (Rom. 36) «El cabrito y el lobo». E sta fábula del ca­
b rito que escapa de las insidias del lobo, destinada a ten er ta n ta
fortu n a, no sabem os qué precedentes puede tener, si no los m uy ge­
nerales del anim al débil que escapa con su astucia al fu erte m al­
vado (tem a del gato m édico, etc.).

no H. 171 (Rom. 9) «El caracol y el espejo». Breve fábula de


situación sobre la άνοια del caracol, com parable, p o r ejem plo, a la
de la serpiente y la lima.

no H. 200 (Rom. 70) «El reinado del león». El tem a del poderoso
que im pone su voluntad se diga lo que se diga, parece inspirado en
los conocidos tem as de «la p a rte del león» y «el lobo y el cordero».

no H. 204 (Rom. 55) «El ru iseñ o r y el halcón». Es el m ism o tem a,


con la añ ad id u ra del castigo del m alo. A rranca de H. 4 «El halcón
y el ruiseñor».

no H. 283 (Rom. 78) «El m ono rey». Tem a de las ventajas de la


m en tira, fam iliar a Fedro; se añaden ecos de H. 83 y del tem a de
la ciudad de los m onos (en H erm ógenes, Prog. 3 y en Syr. X X X V III).

no H. 301 (Rom. 76) «Los carneros y el carnicero». Por no de­


fenderse ju n to s, los carneros son sacrificados. Cf. pseudo-Dositeo 9,
«El gato y las gallinas».

no H. 302 (Rom. 54) «El m urciélago». Tem a de la am bigüedad del


m urciélago, que es criticada. Se in sp ira en fábulas sem ejantes sobre la
hiena y el avestruz.

no H. 305 (Rom. 56) «La zorra envidiosa y el lobo». La zo rra de­


nuncia al lobo an te el p asto r, luego es castigada.

Sin necesidad de u lterio r insistencia, resu ltan claras las a p o rta ­


ciones que al conocim iento de F edro pueden obtenerse de estas
fábulas suyas in d irectam ente transm itidas.
CAPITULO VII
LA FABULA M ED IE V A L G R IEG A Y LATINA D E TR A D IC IO N
O R IE N T A L E IN F L U JO DE LA FABULA G R IEG A E N O R IE N T E

I. La fábula en época m e d ie v a l: lín ea s generales

He estudiado en los capítulos que preceden las diversas colec­


ciones de fábulas bizantinas, en las que predom ina m asivam ente
la trad ició n antigua, que ayudan a reco n stru ir; e igualm ente la colec­
ción latin a de Róm ulo y las em parentadas de los códices Adem ari
y W issenburgensis, en que predom ina tam bién la tradición antigua y
hay tam bién m aterial fabulístico antiguo solo p o r esta fuente cono­
cido. En lo esencial he realizado el estudio de estas colecciones con
vistas a re co n stru ir sus precedentes antiguos, aunque tam bién he
atendido a sus innovaciones, bien que dejando el estudio detenido
de algunas de ellas p a ra este capítulo y el siguiente.
No he, sin em bargo, h asta el m om ento trazado unas líneas ge­
nerales de la fábula en esta edad, salvo algunas cosas que pueden
en co n trarse en el vol. I (en el prólogo y en los capítulos sobre la
vida de Esopo y la irradiación de la fábula helenística, sobre todo)
y acá y allá en el actual. Voy a tra z a r aquí estas líneas, que in ten ­
tan ju stific ar al propio tiem po la extensión y lím ites de este estudio,
así com o la organización del p resen te capítulo y del que le sigue.
H a quedado p rácticam ente expuesto todo lo concerniente a la
fábula bizantina: el origen y características de las d istin tas colec­
ciones, en las que p redom ina la tradición antigua; de algunas co­
sas p ro p iam en te m edievales hab laré en este m ism o capítulo, com o
digo. T am bién puede darse p o r tra ta d o lo relativo a la V id a de
E sopo, cuyas dos recensiones conservadas (aparte de algunos p api­
ros) son, com o he dicho, bizantinas, pero se apoyan en recensiones
antiguas y no in tro d u cen novedades de im portancia. Algo he de
decir todavía sobre la fábula-ejem plo en Bizancio, aunque adelanto
que en la m ayor p a rte de los casos se tra ta de u n a continuación
de tal o cual de las líneas de trad ició n de las respectivas fábulas
antiguas. Y no voy a tocar, si no es de pasada, la épica anim alística
512 Historia de la fábula greco-latina

bizantina, a p a r tir del P ulologos. P or su fecha (desde el siglo Xiv)


reb asa el m arco cronológico que m e he fijado; su origen está, de
o tra p arte, según creo, en la tradición occidental. Son derivados
de ella igual que ta n ta s obras en lenguas rom ánicas, germ ánicas
y o tras. E n cam bio, sí que he de referirm e a las traducciones al
griego, en el siglo xi, de colecciones orientales (el P añ ca ta n tra y
el S en d e b a r), pues ejercieron un influjo m uy grande en la fabulís­
tica griega y, sobre todo, latina, d u ra n te el espacio de tiem po a que
este libro está dedicado.
E ste espacio de tiem po, hora es ya de decirlo, abarca h asta m e­
diados del siglo x i i i d. C., en térm inos generales. La justificación
se verá pronto.
H ab rá podido observarse que el criterio p a ra estu d iar las colec­
ciones m edievales de fábulas h a sido diferente p o r lo que respecta
al O ccidente latino que p o r lo que toca al O riente griego o bizan­
tino. Sólo Róm ulo y las colecciones del Adem ari y el W issenburgensis
han sido tocados h asta ahora: la razón es que solam ente aquí h a ­
llam os datos que in teresen p a ra el estudio de la tradición de la
fábula en la A ntigüedad. F undam entalm ente, igual que en el caso
de las colecciones b izantinas m encionadas, se tra ta de colecciones
antiguas, aunque tengan determ inados retoques e incluso intro d u z­
can ocasionalm ente m aterial nuevo. Su estudio es im p o rtan te p ara
la restitu ció n de las versiones antiguas. Pues bien, las dem ás colec­
ciones latin as m edievales, posteriores a las que he citado, n ad a nuevo
ap o rta n al conocim iento de la fábula antigua: contienen o derivados
de fábulas ya conocidas, incluidas las de Róm ulo, o fábulas nuevas
inventadas sobre las an terio res o en form a libre. En todo caso, el
estudio de estas colecciones tiene interés p a ra el estudio de la evo­
lución de la fábula en época m edieval, no lo tiene p a ra el de la
fábula antigua: p o r eso las he dejado de lado.
La fábula latin a m edieval tiene, en sum a, m ayor originalidad que
la bizantina. De o tra p arte , en O ccidente el lazo de unión con la
trad ició n an tigua de la fábula quedó roto: los fabulistas latinos m e­
dievales sólo conocen a Fedro, Aviano y Róm ulo. El p anoram a es
m uy d iferente del contem poráneo de Bizancio, donde está viva h asta
el siglo ix la trad ició n antigua, incluso colecciones perdidas p ara
nosotros y, en cam bio, es m uy poco lo que se crea o innova. De
ahí el trata m ien to tan diferente que doy a am bos sectores.
Sin em bargo, he de aplicar una corrección a las afirm aciones
an terio res, dem asiado generalizantes. En Bizancio, ya lo he antici­
pado, d en tro de las m ism as colecciones que he estudiado hay oca­
sionalm ente fábulas que creo de origen no antiguo, sino oriental.
En el O ccidente latino, ap a rte de las nuevas creaciones, entra, creo,
m aterial fabulístico nuevo procedente de Bizancio, sea su origen
rem oto griego antiguo u oriental.
La fábula latina medieval y el Oriente 513

Así, en la E dad Media, el Occidente latino ha quedado m ás ais­


lado que el O riente griego de la tradición antigua, pero ha m ostrado
una m ayor originalidad. Pero esa originalidad respecto a la tra d i­
ción latina antigua consiste en una cierta m edida en reelab o rar m o­
delos griegos u orientales tran sm itid o s p o r Bizancio. En Bizancio,
en cam bio, casi todo lo que se puede decir de nuevo respecto a la
trad ició n antigua de la fábula es, ap a rte del detalle, ya expuesto,
de las características de las diversas colecciones, el hecho de la
en tra d a de algún m aterial fabulístico oriental. El influjo latino fue,
com o dije, m ás tardío, se sale de n u estra época.
Si cierro ésta hacia la m itad del siglo x m , en térm inos genera­
les, según dije, es p o rque a p a rtir de aquí la fabulística latina ra ra ­
m ente m u estra la originalidad que le estoy atribuyendo: suele limi­
tarse a co n tin u ar la anterior. La griega, ya he dicho que en la m e­
dida en que innova, es m ás bien sobre la base de im itar al Occidente
latino. A p a rtir del siglo x i i i ya no son el griego y el latín las lenguas
en que la fábula y los géneros con ella conexos (la novelística, sobre
todo) se d esarrollan y prosperan. Son el francés con su R o m a n de
R e n a rt y sus fa b lia u x; son lenguas germ ánicas diversas con sus ver­
siones varias del R o m a n ; el hebreo con el M ish lé S h u ’alim ; y, desde
el XIV, m uy n o tablem ente el castellano (con el L ib ro d e B u e n A m o r,
el C onde L ucanor, etc.), el italiano (con la novelística, en la que des­
taca Boccaccio), el inglés (con los C u en to s de C a n te rb u ry ) , etc. Cier­
to que hay precedentes anteriores, sobre todo el de M arie de France:
pero sus fábulas son sustancialm ente derivados de la tradición latina.
O curre, adem ás, algo im portante. A p a rtir de la m itad del si­
glo x m proliferan las traducciones del P a ñcatantra, el S en d eb a r, el
B a rlaam , etc. al castellano y a m uy diversas lenguas: en tre ellas
al latín. El P a ñ ca ta n tra fue traducido al latín a p a rtir del hebreo
en 1270 y hay sobre todo la traducción de Ju an de Capua, el D irec­
to riu m h u m a n a e vita e (hacia 1262) y tam bién o tra p o sterio r de Ray­
m ond de Béziers: son traducciones que ejercieron vasta influen­
cia '. O tras fábulas en lenguas m odernas se traducían tam bién ahora
al latín, así la colección francesa de Nicolás Bozón.
Toda esta lite ra tu ra de traducción no tiene m ayor interés en el
contexto de este libro: es en realidad p arte del nuevo desarrollo
de la fábula en las lite ratu ra s m odernas. Y cuando en éstas apare­
cen fábulas de origen oriental, que se añaden a las de origen antiguo
en au to res com o don Juan M anuel, hem os de pensar, en principio,
que proceden de la nueva ola de traducciones (aunque ello no siem ­
p re sea cierto).
La lite ra tu ra fab u lística latina propiam ente dicha term ina, salvo
algunas excepciones, a m ediados del siglo x m . Es esa lite ra tu ra la

1 Sobre todo este movimiento, cf. vol. I, pp. 720 y ss., y más adelante.
514 Historia de la fábula greco-latina

que hem os de investigar en cuanto a su evolución y a su originali­


dad, en paralelo, en la m edida en que los hechos lo justifican, con
las nuevas fábulas bizantinas del origen que sea. De o tra p arte, el
c o rta r p o r la fecha m encionada tiene la v en taja de sep a rar dicha
evolución de la nueva oleada de fábulas orientales que ahora llega.
Porque estoy convencido de que si en la E dad Antigua hubo un
influjo de la fábula o riental en la griega, que he estudiado en el
volum en I, pp. 301 y ss., p ara los períodos arcaico, clásico e im pe­
rial rom ano, en la E dad Media ese influjo continuó. Es un tem a
que hay que to car previam ente, porque sólo con ju n tan d o los ele­
m entos de tradición clásica antigua con los de origen oriental se
tiene la base suficiente p ara p o d er com prender la originalidad de
la fábula latina m edieval (y, en m ucho m enor m edida, de la griega).
Así, pues, este capítulo estará dedicado al tem a del influjo oriental,
al cual seguirá un apéndice sobre el influjo inverso, el de la fábula
bizantina en O riente; y el próxim o y últim o se ocupará de las carac­
terísticas generales y la descripción de la fabulística m edieval.
Ahora bien, el tem a del influjo o riental sobre la fábula europea
(incluida la bizantina) en fecha an terio r a la m itad del siglo x i i i , es
sum am ente vidrioso. E n p rim er lugar, hay que decir que en el siglo
pasado se p artió de un planteam iento exagerado del problem a, un
panindianism o que, en m anos, p o r ejem plo, de Th. Benfey, hacía
p ro ced er de la In d ia prácticam ente toda la fabulística y cuentística
universal. E sto provocó una reacción cuyo exponente m ás caracte­
rizado es J. B é d ie r2 y que fue, sin duda alguna, m ás allá de lo
ju sto , com o suele suceder.
C iertam ente, nada hay que arg ü ir contra la negativa a ver en
todas p artes m otivos indios. Pero B édier exagera sin duda cuando
polem iza co n tra m otivos indios en los fa b lia u x de los siglos x i i i
y XIV que son, a veces, altam ente verosím iles. Su polém ica va m ás
allá de lo ju sto , creo, en lo relativo al tem a de «los tres deseos de
San M artín», que está en el S e n d e b a r (cf. infra, p. 547); y a veces
está m al planteada, no es m uy verosím il que el lai d ’A risto te venga
de la h isto ria del P a ñ ca ta n tra IV 7, m ás bien hay que ver en la h is­
to ria india un reflejo de la leyenda m edieval de A ristóteles en ge­
neral (cf. infra, p. 567). De todas m aneras, ni el m ism o B édier se
atreve a negar ciertas derivaciones, com o la del tem a de «Auberée»
de Sen d eb a r, cuento 13, y otras. Se lim ita a decir que son escasas.
E n todo caso, com o queda dicho, no es mi intención d eb a tir este
tem a p o r lo que resp ecta a la fábula y novela de los siglos x i i i y xiv.
Pero el libro de B édier me da pie p ara e n tra r m ás a fondo en nues­
tro problem a. Pues, de una p arte, dem uestra que en fecha an terio r
a las C ruzadas ya eran conocidos en E uropa cuentos de este tipo,

2 Les fabliaux, París, 1893, reim pr. de G inebra-París, 1982.


La fábula latina medieval y el Oriente 515

p o r ejem plo, p o r M arie de France; pero, de otra, niega el origen


indio, p o rque su p u estam ente en dicha fecha no había todavía tra ­
ducciones de o b ras de origen indio en E u ro p a 3. Pues bien, aquí está
el núcleo de la cuestión: si se establece la inverosim ilitud de un
origen independiente de fábulas o cuentos p rácticam ente idénticos,
lo que hay que d em o strar es la dirección del influjo y la vía por
la cual éste ha llegado. P orque tam bién o tro s au to res han encon­
trad o fábulas de origen indio en, p o r ejem plo, la épica anim al latina
(E cbasis ca p tivi, Y se n g rim u s, etc.); pero, faltos de posibilidades de
co n testa r a la p reg u n ta precedente, se han lim itado a co n stata r el
hecho o a, sim plem ente, señalar la sem ejanza, sin ir m ás a llá 4.
C ierto que se p o d ría pensar, com o p rim era solución, en u n a im i­
tación de la o b ra de Pedro Alfonso, en torno al año 1100: de su
D isciplina C lericalis que, ju n to a elem entos clásicos antiguos, incor­
p o ra otros de origen oriental traducidos del árabe. No: una gran
p a rte de los elem entos orientales de la fábula m edieval no están
en Pedro Alfonso y algunos aparecen en obras m ás antiguas que él.
Cf. infra, pp. 552 y ss.
Sin negar que Pedro Alfonso haya podido ejercer alguna influen­
cia, la clave del problem a no está aquí. Voy a an ticip ar m i so­
lución: es a través de versiones bizantinas en griego, traducidas a
su vez al latín en O ccidente a p a rtir del siglo ix, como fue conocida
la fábula oriental en Europa. Es lo que voy a tra ta r de sostener aquí
reproduciendo p arcialm ente varios trab a jo s m íos a n te rio re s 5. Claro
que no b asta con señ alar que el cam ino viene a través de Bizancio:
hay que añ ad ir detalles m ás precisos sobre la llegada de esta tra ­
dición a Bizancio. Tam bién este problem a nos va a ocupar.
O tro pu n to conviene p recisar todavía. Si bien he dicho que nues­
tro tem a es la fabulística griega y latina h asta el siglo x n solam ente,
y ello p o r las razones apuntadas, hay que h acer ciertas precisiones.
Prim ero, hay que ten er en cuenta obras no latinas com prendidas en
dicho período, así la de M arie de F rance y el R o m a n de R e n a rt y
ello no p o r in terés directo, sino porque utilizan fuentes latinas a ve­
ces perdidas y, p o r tanto, son una ayuda que no debe rechazarse.
Segundo, hay que ten er en cuenta obras latinas que rebasan el p e­
ríodo en cuestión o cuya cronología es tan incierta que no sabem os
si lo rebasan, sim plem ente porque contienen elem entos originales
que pueden pro ced er de la edad precedente: así el llam ado Róm ulo

3 Cf. Bédier, ob. cit., pp. 121 y ss.


4 Cf. m ás abajo, pp. 526 y ss.
5 Sobre todo: «The In flu en ce o f In dian Fable on M edieval Latin W ritings», en
p rensa en Classica et Mediaevalia, C openhague; «A portaciones al e stu d io de las
fu en tes de las fábu las del A rcipreste», en prensa en H o m e n a je a Manuel Alvar;
«Siria, cruce de cam in os de la narrativa bizantina y la oriental». Aula Orientalis,
1, 1, pp. 17-29.
516 Historia de la fábula greco-latina

de M unich, que p resen ta ciertas «fabulae extravagantes» sólo p o r él


conocidas y que, con o tras de igual tipo, fueron recogidas en la edi­
ción de Steinhöw el a fines del siglo xv. Tercero, hay que ten er en
cuenta, incluso, obras no latinas que rebasan el período en cuestión,
precisam ente en función de sus antiguas fuentes latinas: así el M ish lé
S h u 'a lim y el L ib ro de B u e n A m o r. Es fácil que investigando la lite­
ra tu ra de los siglos x m y xiv, cuyos elem entos orientales se a tri­
buyen habitu alm en te a las traducciones del x m , podríam os encon­
tr a r restos de la lite ra tu ra latina del xxi y anteriores. Pero no puedo
e n tra r aquí en esa laboriosa investigación.
Con esto com ienzo ya, en p rim er térm ino, el estudio de las fá­
bulas griegas m edievales, bizantinas, que posiblem ente deriven de
fuentes orientales.

II. La fábula g r ieg a de o r ig e n o r ie n t a l

1. C u estio n es p re v ia s

Sin em bargo, antes de com enzar dicho estudio he de h acer unas


pocas observaciones:

1. Las fábulas de origen o riental en F. An. a p a rtir del núm e­


ro 262 de éstas, fábulas que he m encionado ya, en realidad pueden
proceder —cabe al m enos la posibilidad— de un influjo extraño
ya d u ran te la época bizantina. Se tra ta , efectivam ente, de fábulas
de la colección A ccursiana (o algunos m ss. o subcolecciones) de ésta,
que ciertam en te pueden proceder de la tradición antigua, pero tam ­
bién ten er un origen oriental. Me rem ito al estudio de estas fábulas
en II 6 y II I 3. Luego daré una relación de las fábulas a que me
refiero.
2. Algunas de las fábulas de origen oriental a que m e referí en
el vol. I h an sido estudiadas m ás detenidam ente en éste. E sto ha
de ser tenido en cu enta p a ra la restitución del m odelo griego en su
form a m ás arcaica. Véase, por ejem plo, pp. 113 y ss. p a ra H. 132 «El
vientre y los pies», p. 65 p ara no H. 295 «El m acho cabrío y la vid».
Tam bién es im p o rtan te que los consejos «Hijo m ío...» de Syr. (con­
fró n tese p. 389) confirm an su conocim iento de A h ika r, ya afirm ado
en vol. I a p ropósito de no H. 242 «La tram pa». Pero véase m ás
abajo.
3. E n cuanto a la sugerencia de nuevo m aterial o riental en nues­
tras colecciones, la ganancia no es m uy grande en el p resen te volumen.
Hay, ciertam ente, fábulas con anim ales o m otivos que podríam os
calificar de orientales, pero sin que podam os p re se n ta r m odelos con­
cretos en fábulas conocidas fuera de Grecia. Puede trata rse, m ás
La fábula latina medieval y el Oriente 517

bien, de elem entos introducidos en las fábulas en alguno de los


países en torno al M editerráneo o riental o de sim ples referencias
a m otivos exóticos. Así en H. 12 «La zorra y el leopardo»; H. 32 «El
asesino» (de am biente egipcio); H. 274 «El etíope»; no H. 29 «El
árab e y el camello» (B abrio 8); no H. 63 «El sacerdote de Cibele
y el león» (A. P. VI 217); no H. 66 «El lab rad o r y la planta» (Par. 85,
Dod. 85, tem a de la p lan ta sagrada); no H. 101 «El carro de H erm es
y los árabes» (B abrio 57, Par. 113); no H. 135 «El cam ello en el
río» (B abrio 40, Par. 145); no H. 256 «La p an tera y los pastores»
(Fedro III 6); no H. 278 «El avestruz libia» (T etr. I 22).
E sta últim a fábula es un buen ejem plo de derivación a p a rtir de
un tem a antiguo: el de la am bigüedad (cf. H. 182, sobre el m urcié­
lago). Y de fecha dudosa: al e star sólo en T etr., puede ser antigua
o bizantina. Lo m ism o en el caso de las fábulas de disputa entre
dos árboles (por ej., H. 263), que pueden ser orientales o derivacio­
nes griegas de un tem a oriental; o de las nuevas fábulas del gato,
p o r ejem plo no H. 74 (= Fedro, A pp. 18). O tras veces, es un tem a
griego el que se ejem plifica con m otivos orientales: así en varias de
las fábulas citadas, p o r ejem plo, en «El etíope», sobre el tem a de que
la naturaleza no cam bia. A decir verdad, solam ente tre s de las fábu­
las m encionadas, la del lab rad o r y la planta, la del árabe y el ca­
m ello y la del cam ello en el río, las tres de tradición b abriana, tie­
nen tem a propio. De ellas al m enos la p rim era es helenística, aunque
su origen puede ser oriental.
4. El p roblem a de la cronología de la e n tra d a en el m undo
greco-rom ano del m aterial oriental se presenta, así, com plicado. P ara
a trib u ir esta en tra d a a la época bizantina es preciso que una fábula
se presen te en colecciones de dicha fecha y solam ente en ellas, que
no p resen te huellas de verso helenístico y que, a ser posible, existan
co n tra p artid as orientales. No siem pre se da, sin em bargo, esta ú lti­
m a circunstancia. O se da en form a tal que deja lugar a dudas.
Creo, así, que la fábula no H. 242 «La tram pa» antes aludida,
que se da solam ente en Syr. y que tiene una co n tra p artid a clara
en el A hika r, se ha introducido en Syr., si seguim os este razona­
m iento, solam ente en época bizantina, c o n tra lo que dije en vol. I.
H em os visto, efectivam ente (cf. supra, p. 389), que en dicha colec­
ción hay algunas fábulas que faltan en Synt. y que parecen de in­
corporación reciente a esta colección. Luego hablaré de o tra fábula que
posiblem ente ha pasado del A h ik a r a O ccidente a través de Bizancio
y ya he dicho que hay en Syr. un elem ento claram ente derivado de
A h ika r, la invocación «Hijo m ío...».
Hay que añ adir, com o quedó apuntado, que fábulas de coleccio­
nes p ro p iam en te b izantinas en las circunstancias m encionadas pue­
den h ab er llegado a Bizancio directam ente del O riente, sin pasar
518 Historia de la fábula greco-latina

p o r la Antigüedad: fábulas de T etr., Syr. y del Apéndice final de la


Accursiana, es decir, de a p a rtir del siglo ix. Y existen luego fábulas-
ejem plo en au to res bizantinos no conocidas en Grecia antes de ellos
y, en cam bio, con precedentes orientales. Todo este grupo va envuel­
to en las colecciones m encionadas e n tre elem entos puram ente bi­
zantinos, p o r ejem plo, novelitas que no tienen p o r qué ser siem pre
de origen oriental. E stas fábulas se reen cu en tran a veces en la tra ­
dición fabulística occidental y es una hipótesis verosím il que han
pasado a allí desde Bizancio a p a rtir del siglo ix. A p a rtir de aquí,
puede concluirse que tam bién pasaro n a través de Bizancio fábulas
latinas occidentales sin tradición antigua y con origen oriental. Una
pru eb a es que a través de Bizancio pasaron a O ccidente fábulas de
tradición antigua, p ero de línea diferente de la fedriana: a veces,
fábulas que sólo están en las colecciones bizantinas citadas.
5. E n ocasiones re su lta com plicado distinguir en tre estas fábu­
las de origen o rien tal y fábulas orientales de origen griego. Del in­
flujo griego en la fábula o riental m e he ocupado con detención, si
se recuerda, en vol. I, pp. 699 y ss. En el volum en p resen te he añ a­
dido m ás datos concretos en este terreno, así en el caso de H. 39
«La golondrina y las aves» (cf. pp. 117 y ss.) y H. 51 «El lab rad o r y la
serpiente» (cf. pp. 115 y ss.), fábulas que creo pasaro n de Grecia al
P añcatantra. Cf. tam bién m i estudio, en este m ism o capítulo, del in­
flujo de la fábula griega en O riente. Sin em bargo, a veces pueden p re­
sen tarse dudas sobre la dirección de la em igración de una fábula.
Así en el caso de H. 281 «El arq u ero y el león». Toda la tradición
viene de B abrio y el tem a está com pletam ente aislado en Grecia,
m ien tras que hay (cf. vol. I, p. 726) un paralelo egipcio. Pienso ahora
que, com o en otro s pocos lugares m encionados, B abrio h a debidc
de seguir una fuente o riental (aunque esta fábula, en el papiro egipcio,
encuadra la fábula griega del león y el ratón).

2. T e stim o n io s d ire c to s de la p re s e n c ia de la fá b u la o rie n ta l


en B izancio

Antes de p re se n ta r la relación de fábulas bizantinas de origen


oriental, indio o m esopotám ico, voy a d ar unos datos sobre las tra ­
ducciones griegas de las colecciones indias y el influjo de éstas. En
otro a p a rtad o m e o cuparé m ás detenidam ente del problem a de la
tran sm isió n de la fábula de O riente a Bizancio y de Bizancio a
Oriente.
Hay que saber, sim plem ente, que las traducciones del P añcatantra
al griego, a través del árabe, fueron m uy an terio res a las occiden­
tales, de las cuales la m ás antigua es la castellana de 1251. La p ri­
La fábula latina medieval y el Oriente 519

m era d ata de en to rn o al año 10006; y hay luego la m uy conocida


de Sim eón Seth, del año 1080, que llevaba el título de S te p h a n ite s
e Ic h n e la te s, p o r el nom bre de los dos chacales que en castellano
se llam an Calila y D im n a7. De la m ism a fecha aproxim adam ente es
la trad u cció n de Miguel Andreópulos del libro de S intipas, es decir,
del S en d eb a r.
El conocim iento, pues, del P a ñ ca ta n tra en Bizancio está testim o­
niado a p a rtir del año 1000, com o indirectam ente lo está el del
A h ika r, según hem os visto. El arquetipo de los m anuscritos de Syr.
donde e n tra el nuevo m aterial del A h ik a r debe de ser de la m ism a
fecha aproxim adam ente.
Doy ahora, sin m ás, una relación de fábulas y novelas bizantinas
de p robable origen oriental.

a) E n las v e rsio n e s siríacas

Como ha quedado dicho, hay en Syr. unas pocas fábulas ausentes


de Synt. y de toda la tradición fabulística antigua: fábulas cristia­
nas, orientales y o tras de tradición antigua, pero de form a m uy alte­
rada. Son 12 fábulas, de las que m e he ocupado en p. 389. Hay que
a ñ ad ir que el texto de las fábulas que están en Synt. y Syr. a veces
ofrece en esta colección novedades com o son epim itios de tipo cris­
tiano o com ienzos del tipo «Hijo m ío...», derivados del A h ika r (con­
fróntese p. 389).
En definitiva: la colección griega básica que está en el origen
de Synt. y Syr. recibió en el arquetipo de esta ú ltim a ram a ciertas
adiciones, en tre ellas las derivadas del A h ika r. E sta novela asiría,
que influyó en la fábula griega, según sabem os, desde la m ism a edad
arcaica, volvió a in flu ir en época bizantina.
De ella procede, com o ha quedado dicho, no H. 242 «La tram pa».
B aste re co rd a r los dos textos:

A h ik a r V III 10: Mi hijo, una tram p a fue colocada sobre un


m ontón de estiércol y llegó un gorrión y le preguntó: «¿Qué haces
aquí?» Y la tra m p a contestó: «Estoy rogando a Dios.» El gorrión
dijo: «¿Y qué es lo que llevas en tu boca?» La tram p a dijo: «Pan
p ara los huéspedes.» E ntonces el gorrión se acercó y lo cogió y la
tram p a lo ag arró p o r el cuello. Y el gorrión dijo, según la tram p a
lo sacudía: «Si eso es pan p ara los huéspedes, ojalá el dios a quien
oras jam ás escuche tu s palabras.»

6 Cf. G. H. B eck, Geschichte d e r byza n tin isc h e n Volkslitera tur, M unich, 1971,
p. 41.
7 Sob re e sta traducción , cf. Isid oro M ontiel, H istoria y bibliografía de l libro
de Calila y Dim na, M adrid, 1975, pp. 81 y ss.
520 Historia de la fábula greco-latina

Syr. 74: Una tram p a estab a colocada sobre un estercolero. Una


alo n d ra la vio y le dijo: «¿Qué haces aquí?» La tram p a le dijo: «Oro
a Dios». La alo n d ra replicó: «¿Y eso que tienes en la boca, qué es?»
La tram p a dijo: «Es pan». E ntonces la alo n d ra se acercó p a ra co­
m er y la tram p a la cogió. La alondra dijo a la tram p a: «Que Dios,
al que oras, no escuche tu plegaria». E sto hace sab er que debem os
exam inar con paciencia todas las cosas.

Syr. ha añadido, com o se ve, sólo el epim itio. Añado no H. 246 =


= Syr. X X X V III «Los m onos que quieren co n stru ir u n a ciudad»
(tam bién en H erm ., Prog. 1 y en o tras fuentes, cf. Apéndice II). Como
dije m ás arrib a, esta fábula en que los m onos que quieren co n stru ir
una casa son disuadidos p o r el consejo de los m onos viejos que vivían
en el desierto in terio r, que les dicen que van a caer en el ridículo, con­
tiene m otivos m ás bien propios de una fábula india. R ecuerdo el tem a
del m ono que quiere coger el hacha cuando los carp in tero s están cons­
truyendo una casa y acaba con los testículos aprisionados en el árbol
en T antr. I 1, p. 7 = Pañc. I, 1, p. 25 8; el de las sabias advertencias del
m ono en Pañc. V, pp. 454-461; y el del viejo cisne como salvador
de la b an d ad a de cisnes en T a n tr. II I 11, pp. 138-139 = Pañc. I, 21,
páginas 157-158.
De todas m aneras, creo que el A h ik a r dejó o tras huellas todavía
en época m edieval. Véase infra, p. 542, sobre versiones latinas (nos
faltan las griegas) de la fábula de A h ik a r V III 36 sobre el lobo que
ap ren d ía a leer.

b) E n los T etrásticos de Ig n a cio D iácono

Tam bién hem os visto que tan to en los T e trá stic o s de tipo clasi-
cista (en intención) del libro I com o en los bizantinos del II, hay
fábulas aisladas, en ocasiones derivaciones de la tradición antigua
m ás o m enos alterad as. Pero o tras son tal vez de tradición oriental.
Ya p resen té la ap oría en torno a T etr. I 8 (no H. 212) «El ra tó n
y el herrero». Un ra tó n se m uere de h am b re en una h errería y el
que va a e n te rra rle critica a los h errero s su ta rd ía e inútil piedad.
¿Viene esto del proverbio, testim oniado en H erodas y Séneca, sobre
el lugar «donde los rato n es com en hierro» (el H ades o un lugar in­
hóspito) o de la fábula en T a n tr. I 17, p. 55 = Pañc. I, pp. 192-196,
en que un d efrau d ad o r se niega a devolver la balanza de h ierro que
le han dejado en depósito diciendo que se la han com ido los ratones?
Es fácil que el proverbio haya producido, como derivados indepen­
dientes, las dos fábulas, com o ya dije.
8 Las citas son por las traduccion es que se citan en vol. I, pp. 323, η. 25 y 302,
η. 2 (para Tantr. y Pañc., respectivam en te).
La fábula latina medieval y el Oriente 521

En cam bio, creo p robable la ascendencia india de T etr. II 28


( = no H. 186) «El lobo m aestro y la gallina». Aquí se introduce un
tem a literario, la oscuridad de los versos de Licofrón (su etim ología
deriva de λύκος «lobo») que el lobo pretende enseñar a la gallina.
Pero lo fundam ental es el tem a del lobo m aestro que intenta, con
ese pretexto, devorar a la gallina. El tem a del gato asceta que devora
con este disfraz a la perdiz y la liebre es conocido en la I n d ia 9. En
la E dad Media latina el tem a proliferó en relación con el gato, el
lobo y la zorra, cf. infra, pp. 543 y ss.; entre las víctim as están
el gallo o la gallina. E n Bizancio era sólo el lobo el anim al perverso
que, m ediante un disfraz, tra ta b a de devorar a otro: véase m ás
abajo, en d); y tam bién la sim ulación del lobo en H. 269, en c),
Pero, en realidad, el tem a del lobo vestido de piel de oveja aparece
ya en M ateo 7, 15 y el del sacerdote «devorador de ovejas» en
N onno, Par. E v. Io. B112: creo que el tem a ha p enetrado en el am ­
biente cristiano desde el O riente ya en el siglo i d. C., véase infra,
página 544.

c) E n el A p én d ice

En II I 3, pp. 399 y ss., he dado una relación de fábulas añadidas


p o r algunas colecciones de la A ccursiana (o algún ms. aislado) a
las procedentes de la tradición antigua de las F. An. Ya dije que
m uchas son derivaciones de fábulas antiguas, pero tam bién señalé
la existencia de algunas probablem ente de origen o riental y que sólo
en época m edieval han llegado a Bizancio. En ocasiones se tra ta de
fábulas en prosa, sin huellas de verso, en o tras hay huellas de dode­
casílabos políticos. Recojo a continuación las fábulas de dicho Apén­
dice que p resen tan estas características.
H. 269 «El león, el lobo y la zorra». Aquí aparece el lobo que­
riendo que el león m ate a la zorra en castigo p o r su ausencia cuan­
do aquél, enferm o, llam ó a los anim ales a su cueva. Pero la zorra,
cuando llega, cuenta que ha estado de peregrinación buscando para
el león u na m edicina que resu lta ser la piel de un lobo: así se venga.
En el fondo está el tem a de los anim ales que visitan al león,
antiguo e indio a la vez, y el tem a del león enferm o y su servidora
la zorra, tam bién presente en am bas tradiciones fabulísticas. Si en
página 544 propongo que esta fábula, que p resen ta huella de
dodecasílabos políticos, contiene m otivos indios, es pensando en el
del corazón de T a n tr. TV, pp. 140-143 = Pañc. IV, pp. 381-388; la

9 Cf. Tantr. III, 4, pp. 114-115 = Pañc. III, 41, pp. 315-324; cf. el tem a del cha­
cal y los ratones en los J atakas 127 y 128 y m ás ejem p los en M. B loom field,
«On false A scetics and N uns in H indu fiction», JAOS 44, 1924, pp. 202-242;
cf. tam bién «El león y el chacal religioso», en Calila XIV.
522 Historia de la fábula greco-latina

m u jer del cocodrilo convence al m ono su m arido de que sólo el


corazón de un m ono (amigo del cocodrilo, del que tiene celos) pue­
de curarle. Más aún: en la conocida fábula de «El asno sin orejas
ni corazón», en ciertas versiones (T antr. IV 2, pp. 145-147 = Calila,
página 247 de la edición de Keller-Linker, tam bién en la trad , de
Ju an de Capua, p. 247 de la ed. de Hervieux) la zorra dice al león
enferm o que sólo el corazón y las o rejas del asno podrán curarle.
P or o tra p arte, el m otivo del león rey y su corte está m ucho m ás
explícito en la trad ición india (y medieval) que en la griega: sólo
aquí se le llam a «rey» en una fábula griega (pero cf. Fedro IV 14).
La fábula que nos ocupa es conocida en O ccidente desde el si­
glo ix: pienso que sólo a través de Bizancio pudo llegar allí. Ciertos
tem as antiguos y ciertos tem as indios se han fundido allí en esta
fábula, en la que el papel de m alo y de víctim a, al tiem po, p erte­
nece al lobo. La hipótesis co n traria, que n u estra fábula bizantina
venga de Occidente, carece de apoyos. Y tiene argum entos en contra:
son m uchas las fábulas del «añadido» a F. An. II I que en tra ro n en
la lite ra tu ra m edieval europea; cf., sobre todo esto, infra, pp. 399
y siguientes.

H. 281 «El a rq u ero y el león». E sta fábula aparece en un papiro


egipcio (cf. vol. I, p. 725) contam inada con la griega del león y el
ratón; y aparece igualm ente en el Calila contam inada con la griega
(no H. 292) del toro, la leona y el jab alí (sólo en Synt. 11 y Syr. XI
y 13). Hay un derivado «Hom uncio, leo et filius eius», en las F abulae
extra va g a n tes de Steinhöw el = 706 P erry (véase m ás adelante). Pien­
so que es de origen o riental y que se h a contam inado secundaria­
m ente con fábulas griegas den tro de ese am biente: concretam ente,
H. 212 sólo p or las fábulas siríacas nos es conocida.

H. 293 «Los árboles y el olivo», fábula en prosa, sacada del libro


de los Jueces.

H. 300 «El ad ú ltero y su m ujer», novelita prosaica, no creo, en


cam bio, que sea de origen indio (cf. Rhode, R h M 31, 1876, pp. 628
y ss. = Kl. S c h r ifte n II, pp. 193-195, donde se habla de su difusión
en Italia en época del R enacim iento). No hay relación con el p re­
tendido m odelo del P a ñcatantra.

Q uerría añ ad ir algunas cosas p a ra hacer ver que todo el Apéndice


de la Accursiana, de origen com plejo, pasó a O ccidente en fecha muy
tem p ran a. Hago referencia a un trab a jo mío «Aportaciones al es­
tudio de las fuentes de las fábulas del Arcipreste» 10, en el que señalo

10 En prensa en H o m e n a je a Manuel Alvar.


La fábula latina medieval y el Oriente 523

una serie de fábulas de este añadido que llegaron al A rcipreste a


través de la trad ició n m edieval latin a y que o bien no se encuentran
en la tradición latina que viene de Fedro (H. 273 «El águila») o bien
aparecen en ésta en u na versión diferente, m ientras que la Accur-
siana y el A rcipreste coinciden (H. 272 «El caballo orgulloso y el
asno»)). N ótese que en diversas ocasiones, según he hecho n o tar
en dicho artículo, el A rcipreste p resen ta las fábulas de tradición
fedrianas con varian tes nacidas en la tradición latina europea: de
ella recibió tam bién, pues, las fábulas de la Accursiana, tanto las
de origen o rien tal com o las de origen antiguo. Que en E uropa la
A ccursiana era conocida desde el siglo ix se testim onia tam bién,
ap a rte de p o r los ecos de diversas fábulas bizantinas, en tre ellas
la del león, el lobo y la zorra, p o r el hecho de que el A rcipreste
p re sen ta en H. 154 (tem a de la p a rte del león) la versión griega
de F. An. y no la versión de Fedro: sin duda recibió aquélla de la
Accursiana. O tras veces p resen ta una versión bizantina de origen
o rien tal (H. 269 llegada a través de Bizancio y la tradición europea;
y hay o tras fábulas que sin duda siguieron el m ism o itinerario, au n ­
que la versión bizantina no se nos h a conservado, cf. infra, p. 544).
Hay que a ñ a d ir las versiones occidentales de H. 300 y 301 de
que habla Rhode (cf. su p ra ), aunque no puede excluirse que estas
novelitas sean inversam ente derivadas de novelas occidentales.
O sea que, en definitiva, creo que la A ccursiana fue conocida en
E u ro p a desde el siglo ix d. C., incluido desde luego su Apéndice.
E ste Apéndice tiene un carácter bizantino, tanto cuando refunde fá­
bulas antiguas com o cuando incorpora fábulas orientales com o cuan­
do com prende o tras versiones, en p rosa o con restos de dodecasí­
labos o derivadas de Tetr., que sólo podem os calificar de bizantinas;
cf. supra, p. 400, sobre H. 268, 269, 278, 293, 295, 300, 301, 306 y 307.
Pero, n atu ralm en te, no todas las fábulas orientales conocidas en
Bizancio lo fueron a través de este Apéndice: a lo dicho antes so­
bre Syr. y T etr. añádase lo que sigue sobre fábulas-ejem plo y lo
que m ás ad elan te d iré sobre fábulas latinas de origen o riental cuyo
estadio griego no ha llegado a nosotros.
En lo que sí q u erría in sistir es en una idea que antes m e he li­
m itado a ap u n tar: en el carácter posiblem ente m inorasiático o, m ejor,
sirio del Apéndice. Aquí no sólo coexisten, com o he de recalcar, la
trad ició n antigua y la o riental de la fábula, que aparecen ju n ta s en
el Apéndice. Es que, adem ás, es la base a p a rtir de la cual fábulas
y relatos griegos (fábulas y novelas) e n tra ro n en los estadios recien­
tes del P a ñ ca ta n tra y el S en d eb a r. Pues bien, pueden señalarse va­
rias fábulas del Apéndice de referencia que en tra ro n en fases re­
cientes del P a ñcatantra: H. 276 «El p asto r y el lobo», H. 292 «El
524 Historia de la fábula greco-latina

ratón, Prom eteo y el elefante» (uno de sus tem as), H. 302 «El ra tó n
y la rana». Sobre todo esto cf. in fra , p. 566.

d) E n las fá b u la s-ejem p lo

Las fábulas-ejem plo n arrad a s p o r los reto res de edad bizantina


proceden las m ás veces de la tradición antigua, direm os algo sobre
ellas en III 9. Pero hay al m enos dos de claro origen oriental.

no H. 61 «La gata negra». E sta fábula de N icéforo G régoras (si­


glo XIV d. C.), en H ist. B y z . V II 1, es clarísim am ente de origen indio,
aunque tam bién haya podido h ab er influjo de H. 7 «El gato y las
gallinas», H. 81 «El gato y los ratones» y H. 174 «La com adreja y
los ratones». La gata blanca de un zapatero cae en u n a tin a y queda
teñida de negro: los ratones se acercan creyéndola un m onje y ella
los devora, h asta que aquéllos huyen. Aquí hay a todas luces una
derivación de «El chacal azul» de T a n tr. I 8, p. 31 = Pañc. 1, 14,
páginas 122-124, contam inado con el tem a del gato m onje, que ya
m encioné. La fábula india, sin esta contam inación, h a pasado tam ­
bién a Occidente: a la historia de «R enard teinturier» en el R o m a n
de R en a rt, Br. Ib 2205 y ss. (cf. tam bién X III 1205 y ss., donde se
tiñe de negro). Pero, p o r supuesto, de una versión an terio r a la de
N icéforo Grégoras.

no H. 187 «El p asto r y el lobo». E sta fábula de N icéforo Basi-


lacas (siglo x n d. C.) nos p resen ta p o r p rim era vez el fam oso tem a
del lobo que se revistió de piel de oveja (en H ausrath, C orpus, II,
página 186). Una vez m ás, vem os referido al lobo un tem a que en
la fábula griega es, p o r o tra p arte , de tipo inverso: el asno reves­
tido de piel de león (H. 199); cf. tam bién en la India la fábula del
asno con piel de p an tera (T a n tr. I l l , 1, pp. 109 y ss. = Pañc. IV 9,
páginas 409 y ss.). De uno u o tro lugar se ha tom ado el tem a, p a­
sando ahora al lobo el tem a del disfraz: es el anim al de presa el
que haga lo que haga no puede o cu ltar su n atu raleza al débil. Como
dije m ás arrib a, el tem a aparece p o r p rim era vez (referido a los
falsos profetas) en el E va n g elio de M ateo, es decir, en u n am biente
aram eo: o viene de la In d ia a través de P ersia o esta versión y las
indias aludidas proceden de la fábula m esopotám ica, cosa la m ás
verosím il. N ótese que en Nonno, citado m ás arrib a, los «sacerdotes
devoradores de regalos» son los sacerdotes judíos. Fácilm ente, esta
tradición cristian a se ha contam inado luego con las fábulas indias
que sabem os.

Parece que el tem a debe ser asociado al del lobo o gato disfra­
zado de anim al inofensivo y, m ás concretam ente, de m onje, tem a de
La fábula latina medieval y el Oriente 525

la fábula m edieval europea que hem os visto que está difundido en


Bizancio y que procede de la India, pues los precedentes antiguos
se refieren sólo al gato (H. 7, 16, 81) y no hay indicio de disfraz reli­
gioso. Y al tem a del lobo m onje que aparece explícitam ente, por
ejem plo, en la E cb a sis, el Y se n g rim u s, el R o m a n de R e n a rt y otros
textos desde el siglo ix. Véase m ás abajo, pp. 543 y ss. El lobo falso
religioso continúa al chacal indio en ese m ism o papel (e igual la
zorra), pero hay que com parar tam bién, quizá, el lobo de A h i­
ta r V III 36 que reencontram os en el D erivado c o m p le to del Rómulo
anglo-latino (536 = 688 Perry); cf. infra, p. 543. En cuanto al gato
falso religioso, se en cu entra tan to en la India com o en E uropa, lo
que acentúa la sospecha de dependencia.
La fábula en su expresión m ás literal se encuentra en textos como
Eudes de C eritón 51 «La zorra con piel de oveja» (siglos xii-x in )
y Ju an de Sheppey 21 (siglo xiv): u n a vez m ás, un m otivo griego
h a pasado a Occidente. Alude explícitam ente al tem a de los m alos
religiosos, com o la fábula griega a la m aldad del m undo.
Pienso, en definitiva, que esta fábula, aunque puede en realidad
explicarse p o r precedentes griegos, está influida p o r el tem a indio
del anim al de presa que se disfraza hipócritam ente de religioso,
causando estragos.
Cito todavía u na fábula que nos ha transm itido en sus Cartas
(116) Miguel Coniata (c. 1140-1213) y sobre la que ha llam ado recien­
tem en te la atención J. T. P apadem etriou (Illin o is S tu d ie s, 8, 1983,
pp. 127 y ss.). Es la fábula del lobo y ellechón que he incluido en
mi Apéndice III con el núm ero 242 bis. C uenta cóm o el lobo se con­
virtió en cristiano y prom etió d ejar de atac ar a hom bres y anim ales:
al ver a un lechón al borde del cam ino, saltó sobre él y lo devoró.
La fábula está estrecham ente em parentada con la tradición occidental
del lobo que se hace cristiano pero que luego de un m odo u otro
revela su verd ad era naturaleza (cf. sobre todo M. 264 y M. 509, fá­
bulas que, com o señala Papadem etriou, han dejado huellas en la
trad ició n p o p u lar griega). Una vez m ás puede p ensarse que una
fábula occidental pasó a Bizancio, pero es m ás verosím il que esté
aquí, en realidad, el pu nto de partida.

e) E n la ep o p eya a n im a l b iza n tin a

C ontra lo que sucede en la epopeya anim alística latina, como voy


a exponer a continuación, no parece que la épica anim al bizantina,
en la m edida en que existe, esté influida p o r la india. Mi opinión
es, p o r el co n trario , que obras com o el P ulologos, la N a rración de
los cu a d rú p ed o s, las diversas N a rra cio n es del asno, etc., proceden
del influjo de la n arrativ a occidental y sólo a través de ella han
526 Historia de la fábula greco-latina

recibido, ocasionalm ente, influjos indios; cierto que h an podido con­


tam in arse con la fábula griega antigua.
Sin em bargo, hay u n a excepción a esta regla, el poem a de la lucha
de los gatos y los ratones, obra casi con seguridad de Teodoro Pró­
drom o (siglo XXI) u. P or m ás que este poem a contiene elem entos
antiguos procedentes de la B a tra c o m io m a q u ia , así com o sátira con­
tem poránea, su raíz está en la tradición o riental de la lucha de gatos
y ratones, de la que hablé en vol. I, p. 345 12. Por o tra parte, es claro
el influjo de esta o b ra en la épica anim al bizantina p osterior, arrib a
aludida.

III. La tr a d ic ió n in d ia en la fábula m e d ie v a l l a t in a

1. E n la ep o p ey a a n im a l

Como aclaración previa he de decir que no es mi intención en


este libro e n tra r en el estudio detallado de la floración de deriva­
ciones occidentales de la fábula o riental a p a rtir de las traducciones
alfonsíes del P a ñ ca ta n tra en 1251 y del S e n d e b a r en 1253 (y de obras
com o el B a rla a m y Jo sa fa t, por las m ism as fechas). P ara la genea­
logía de todos estos derivados pueden consultarse varias obras es­
pecializadas °. E n tre ellas hay, p o r supuesto, traducciones al latín
a p a rtir del hebreo o del castellano. Esto, insisto, no m e interesa
aquí: adem ás, es tem a excesivam ente am plio p a ra em barcarm e en
él en este libro.
Me in teresa en él la tradición latin a que procede, creo, de tra d i­
ción griega m edieval, com o vengo diciendo; tam bién, esto hem os de
verlo después, la trad ición latina derivada directam ente del árabe,
concretam ente, la o b ra de Pedro Alfonso, del que me ocuparé tam ­
bién. E n cu an to a la tradición rom ance, hebrea, germ ánica, etc., ló­
gicam ente sólo puede tener interés en un libro com o éste en la
m edida en que au to res como el A rcipreste (ya m encionado arriba)
o el R o m a n de R e n a rt o M aría de Francia, p o r ejem plo, dan testi­
m onio de textos latinos perdidos del tipo de los que nos interesan.
E n o tro s capítulos de este libro he de ocuparm e de las coleccio­
nes latin as m edievales, de la épica anim alística latin a tam bién m e­
11 Cf. la edición de H. H unger, Der by za n tisn isch e Katz-Mäuse-Krieg, con su
im p ortan te introd u cción (Graz, 1968).
12 V éase la bib liografía citada allí y m ás en H unger, ob. cit., p. 69, η. 14.
13 S ob re todo: Juan V ernet, La cultu ra hispa n oá rab e en O riente y Occidente,
B arcelona, 1978, pp. 309 y ss.; Isidoro M ontiel, H istoria y bibliografía de l libro
de Calila y Dim na, M adrid, 1975; Angel G onzález P alencia, Ve rsione s castellanas
del Se n d e bar, M adrid-Granada, 1946, pp. X X IV y ss., etc. T am bién hay traba­
jo s esp ecia les sob re el C onde Lucanor, el A rcipreste (cf. m i artículo ya citado,
y otro en prensa sob re su relación con la Vid a de E so p o , etc.).
La fábula latina medieval y el Oriente 527

dieval y de diversas fábulas-ejem plo de las m ism as características.


E n térm inos generales, derivan de las dos tradiciones latinas an ti­
guas: la de Fedro-Róm ulo y la de Aviano, am bas estudiadas ya en
este libro. Ahora bien, según he anticipado hay un segundo com po­
nente, el de elem entos orientales que han entrado en Europa, pienso,
a p a rtir del siglo ix p o r la vía de Bizancio; pues la o tra que quedaba
abierta, la de n u estra Península, aunque conoce la fábula oriental
desde Pedro Alfonso (nacido en 1106), parece que no influyó en las
fases m ás antiguas de dicha tradición europea 14.
Debe entenderse, pues, este capítulo com o in tro d u cto rio a los
que siguen, p uesto que pro cu ra a rro ja r alguna luz sobre sus ele­
m entos orientales, que, com binados con los latinos antiguos, han
p roducido toda una lite ra tu ra m edieval latina que luego ejerció
influjo en las rom ances y germ ánicas. Sólo a p a rtir de m ediados
del siglo x i i i se ab re u n a nueva fase: la llegada de nuevos m ate­
riales fabulísticos orientales, esta vez a través de traducciones he­
breas y de las castellanas alfonsíes. En esta segunda fase la lite ra­
tu ra latina es secundaria, consiste en traducciones: m e parece justo,
com o digo, d ejarla fu era de este contexto.
Sobre el posible influjo de la fábula india en la epopeya anim a-
lística latina m edieval del n orte de los Pirineos y en la fábula fran ­
cesa, alem ana, holandesa, inglesa, etc., con ella relacionada, reina
hoy día una oscuridad casi com pleta. El gran debate sobre los o rí­
genes del R o m a n de R e n a rt y o tras versiones del m ism o tem a ha
opuesto la tesis germ anista y folklorista de Jacob G rim m 15 y sus
continuadores (L. Sudre, K. V oretzsch, F. Paris, A. Graf, A. Schos-
sing, etc.) a la tesis «esópica» de L. F o u le t16 seguida hoy p o r los
au to res m ás representativos: J. Nogués 17 y J. Flinn 18. E sta segunda
p o stu ra es evidentem ente acertada: aunque pueda h ab e r huellas de
tradiciones locales en diversos detalles, así com o influjos ciertísim os
del am biente m edieval, las fábulas del R o m a n de R e n a rt proceden
fundam entalm ente de la tradición esópica, que pen etró en la E dad
Media p o r vía, sobre todo, de Fedro y Aviano, cuyas obras p ro d u ­
jero n u na descendencia abu n d an te de fábulas latinas m edievales.
Con frecuencia, versiones anteriores a la fecha de las p rim eras bran-

14 Sob re el in flu jo ejercido por esta obra, véase el prólogo de la ed. de


G onzález P alencia, pp. X X IV y ss. De todas m aneras, dado que Pedro A lfonso
con oce, por ejem p lo, el Se n d e bar, sin duda en su versión árabe, queda abierto
un problem a m uy grave en relación con la vía de tran sm isión de ciertas fábu­
las en la literatura latina a partir del siglo xiii . N o pu ed o entrar d esp acio en
e ste tem a.
15 Rein hart Fuchs, B erlín, 1834.
16 Le R om an de Renart, París, 1914, 2.’ ed., 1963.
17 E s tu d io s so b r e el R o m a n de Renard, Salam anca, 1956.
18 Le R o m a n d e R e n art dans la littér a tu re française e t da ns les littératu re s
étrangères au M oyen Age, T oronto, 1963.
528 Historia de Ia fabula greco-latina

ches del R o m a n de R e n a rt, fechadas en tre 1175 y 1180, claram ente


influyeron sobre ellas: el llam ado Róm ulo y sus derivaciones, los
im itadores de Aviano, otros fabulistas recogidos p o r L. H ervieux en
su m onum ental o b ra L es fa b u lis te s l a t i n s 19; las epopeyas anim ales
latinas, a saber: la E cb a sis C ap tivi (c. 1039-1046), el Y se n g rim u s
(fuente principal del R o m a n de R e n a rt, a n te rio r a 1148). Hay toda­
vía o tras obras m ás o m enos contem poráneas del R o m a n y que,
influyan o no en él, derivan, en últim o térm ino, de la m ism a tra d i­
ción antigua: el S p e c u lu m S tu lto r u m (hacia 1179-1180), las fábulas
de M arie de F rance (1170-1190), las de Eudes de Ceritón (de com ien­
zos del siglo x i i i ) , sobre todo.
Pero tam bién hay elem entos indios que, curiosam ente, apenas
h an sido detectados. E n libros com o los de Foulet, Nogués y Flinn,
a que he hecho referencia, sobre el R o m a n de R e n a rt, se en cuentran
todo lo m ás, aquí y allá, com paraciones en tre diversas fábulas del
R o m a n y o tras indias, que se considera pueden ser su fuente: bien
que en pocos casos. A su vez, la o b ra de F. P. K n a p p 20, el m ás re­
ciente y com pleto estudio sobre la E cb a sis, el Y se n g rim u s y el
S p e c u lu m , procede de la m ism a m anera: señala unos pocos casos
de posible influjo indio. Pero nunca se sacan consecuencias de ca­
rá c te r general. Ni se contesta a la siguiente pregunta, que es deci­
siva: ¿cómo llegó la fábula india al conocim iento de los autores
europeos de fábulas a p a rtir del siglo ix, antes de las traducciones
de m ediados del siglo x m ?
E n realidad, el único estudio directo que conozco sobre el tem a
es un breve tra b a jo de R. C. G u p ta 21. Y se lim ita, u n a vez m ás, a
señalar puntos de contacto en tre la épica anim al europea y la fábula
india en p u ntos concretos. Unos cuantos paralelos, concretam ente,
en tre fábulas de los Jâ ta k a y del P a ñ ca ta n tra , de u n lado, y fábulas
del Y se n g r im u s o el R o m a n de R e n a rt, de otro. El au to r, explícita­
m ente, señala que se tra ta sólo de paralelos y que «it is not my
aim to go into the question of d irect borrow ing».
A m i m odo de ver, el problem a no puede lim itarse a señalar unos
pocos paralelos en fábulas concretas: son rasgos generales de las epo­
peyas anim ales europeas los que, me parece, no pueden explicarse sin
relacionarlos con otro s de la fábula india. Si esto es así, los «parale­
los» m encionados de fábulas concretas deben ser estudiados de nue­
vo, p o rque ah ora se da ya claram ente la posibilidad de que, si son
ciertos, se expliquen realm ente p o r un influjo de la fábula india,
p o r vía ind irecta evidentem ente, en la fábula europea, confluyendo
con la tradición «esópica», esto es, la de la fábula latin a de origen
w París, 1893 y ss., reeditada en H ild esh eim , O lms, 1970.
20 Das lateinische T ie repos, D arm stadt, 1979.
21 «Indian p arallels o f the fox Story», en A sp e c ts of the m ed ie va l animal
Epic, Leuven-The H ague, 1975, pp. 241-249.
La fábula latina medieval y el Oriente 529

griego. Ahora bien, quedará entonces un últim o pu n to a elucidar:


el de cómo, p o r qué vía ha podido llegar a E uropa, antes del si­
glo x i i i , el influjo en cuestión. Ya he adelantado que esa vía parece
h allarse en Bizancio; precisaré que pasa por S iria antes de llegar
allí.
Voy a continuación a hacer algunas consideraciones, sum arias
p o r supuesto, sobre los tres puntos en cuestión: rasgos de tipo ge­
neral de la epopeya anim al europea que hacen verosím il un influjo
indio; fábulas concretas derivadas de la India (catálogo que se am ­
p liará luego con fábulas de colección y fábulas-ejem plo); posible vía
de acceso de la fábula india a la E uropa m edieval desde el siglo ix,
insistiendo sobre lo ya dicho.
P ara com enzar p o r el p rim er punto, pienso que ha sido una lim i­
tación m uy grande el considerar las epopeyas anim ales europeas sólo
desde el pu n to de vista de las fábulas en ellas incluidas. Las fábulas
m edievales latinas, francesas o alem anas incluidas en colecciones
sólo individualm ente pueden ser estudiadas, es claro, con vistas al
establecim iento de sus fuentes. Pero las epopeyas anim ales son cosa
diferente.
Si tom am os la E cb a sis y la consideram os en su e stru c tu ra tal
com o ha sido estu d iad a por una serie de autores y, finalm ente, por
K n a p p 22, encontram os en ella algo que disuena totalm ente de lo que
estam os acostum brados a en c o n trar en la fábula greco-latina y que,
en cam bio, es norm al en la fábula india: la n arración de una fábula
enm arcada d en tro de o t r a 23. Así como cada libro del P añ ca ta n tra
es, en realidad, una sola fábula que lleva dentro o tras incorporadas,
con las cuales arg um entan los anim ales de la fábula-m arco (si bien
estas fábulas in co rporadas pueden in co rp o rar o tras a su vez), de la
m ism a m anera en la E cb a sis hay u n a fábula-m arco que incluye una
fábula in terio r n arrad a a m anera de ejem plo o argum entación p o r
uno de los perso n ajes de la fábula-m arco. El paralelism o no puede
ser m ayor con los libros del P añca ta n tra : decir que se tra ta de un
ordo a rtificia lis im itado de la E neida, com o hace K n a p p 24, es que­
darse con un paralelo trivial fren te a uno absolutam ente preciso.
Como es sabido, la fábula-m arco se refiere al tern ero que huyó
del establo y fue hecho prisionero p o r el lobo, que quería devorarlo,
y que fue salvado gracias a la astu cia de la zorra, m uriendo el lobo.
Pues bien, en un m om ento dado el lobo da m u estras de su preocu­
pación por los ardides de la zorra y se lo cuenta a sus servidores,

22 Ob. cit., pp. 9 y ss.


23 Sobre este p roced im ien to com p ositivo y su s orígenes, cf. Historia..., I,
pp. 312 y 331 y ss.
24 Ob. cit., p. 12, La «Einleitung» de la ed ición de W. Trillitzsch-S. H oyer,
Ecb asis c uiusda m c a ptiv i p e r tropologiam , Leipzig, 1964, cf. pp. 23 y ss., «Form
und Quellen», ni siquiera presta atención a la com posición .
530 Historia de la fábula greco-latina

la n u tria y el erizo. Lo que les n a rra es la histo ria de lo sucedido


a o tro lobo, an tepasado suyo, víctim a precisam ente de la astucia
de la zorra. Se tra ta de la fábula interior: la de la corte del león
a quien, estando enferm o, incita el lobo a m a ta r a la zo rra p o r no
acu d ir a su llam ada —p ara que, al final, sea ésta le que convence
al león de que debe cu rarse con la piel del lobo.
Ni faltan siquiera, den tro de la fábula interior, alusiones a otras
fábulas o tem as anim ales: así en el sueño del lobo (231 y ss., tem a
de los dos cabrones), en el relato de la zorra sobre su peregrinación
(446 y ss., tem a de la fu lic a m ensajera), en el de la «regencia» de
la zo rra (canto altern ado del ruiseñor, loro y cisne, v. 938 y ss.).
Pero hay o tras cosas im p o rtan tes que añadir:

a) El con ju n to de la fábula-m arco y la fábula in terio r está en­


m arcado, a su vez, p or la n arración del au to r sobre los fines de la
com posición (vv. 1-68 y 1224-1229). El au to r es un m onje que está
arrep en tid o de su ociosidad y, al ver a otros trab ajan d o , decide tra ­
b a ja r él escribiendo la fábula piadosa del tern e ro y el lobo: tra ta
de refo rm arse p o r el trab ajo . La fábula se refiere a la fiesta de
Pascua y en ella el ternero sim boliza al cristiano extraviado que las
fuerzas del m al quieren devorar. Y esas fuerzas del m al están sim ­
bolizadas p o r el lobo, al final derrotado: com o en o tras fábulas
m edievales el lobo es el m al m onje, que rechaza la abstinencia sim ­
bolizada p o r los m an jares que le trae n sus servidores (frutos el erizo,
peces la n u tria) y quiere com er carne, devorando al ternero: nu n c
co m ed e s v itu lu m , s a n c tu m sp e rn e n s m o n a c h a tu m ... n o m in e tu m o ­
n a ch u s le dice la n u tria (v. 302 y ss.). O sea, la fábula del ternero
es una enseñanza d en tro de un m arco, com o es habitual en la fábula
india y en sus im itaciones occidentales: la D isciplina C lericalis o el
C onde L ucanor, etc. La fábula en sí presupone el tem a del lobo falso
sacerdote, ya m encionado y que h a de ocuparnos aún: es un tem a
ya presen te en San M ateo y que recibe luego aportaciones bizanti­
nas y, sin duda, indias.
b) Se trata , ciertam ente, de u n a enseñanza dentro de un am bien­
te m onástico, co n cretam ente benedictino, y m ás concretam ente en
la región de Tréveris. Ahora bien, la fábula in terio r con su tem a
de la co rte del león contiene concretam ente una enseñanza política,
com o los d istintos libros del P a ñ ca ta n tra y, m ás precisam ente, el
prim ero, en que aparecen el león y sus servidores los dos chacales.
Véanse los consejos de la zorra al rey (v. 514 y ss.), el diálogo del
leopardo y el erizo sobre el tem a del servicio al rey (v. 670 y ss.),
etcétera.
c) El tem a de la corte del león, con sus jera rq u ías, tiene, p o r
supuesto, elem entos medievales, pero su origen está en la fábula
india m ás que en la greco-latina. A la fábula india rem iten tam bién
La fábula latina medieval y el Oriente 531

num erosos detalles concretos: el m ism o tem a de la piel de u n ani­


m al usada su p uestam ente p a ra cu rar a otro, pero en realidad para
m a ta r al p rim ero (véase m ás abajo, en la tradición india se tra ta
del corazón), así com o los tem as fabulísticos aludidos m ás arriba.
Pienso tam bién que el tem a del lobo-m onje (como el del gato-m onje
en fábulas aisladas) es de tradición oriental. Véase sobre esto supra,
página 521, e infra, pp. 543 y ss.
Me parece evidente que no pudo pasarse, en la E dad M edia la­
tina, de la fábula aislada, suelta, al relato com plejo en que la fábula
es n a rra d a com o in strucción y contiene dentro o tra fábula que es
u n a ejem plificación, sin un conocim iento previo de este procedi­
m iento en la fábula india. Los elem entos indios (contam inados con
otro s greco-latinos) en la fábula interior, que hem os aludido y sobre
los que volverem os, hacen esta hipótesis m ás verosím il todavía.
Ni en el Y se n g r im u s de N ivard de G ante ni en las diversas b ra n ­
ch es del R o m a n de R e n a rt (com enzando p o r la m ás antiguas, II y Va,
de P ierre de Saint-Cloud) veo huellas tan claras del influjo oriental
en la com posición de la épica m edieval latina. Las diversas fábulas
que se suceden en estos poem as relatan en cierto m odo la «biogra­
fía» de la zo rra y, sobre todo, sus hostilidades con el lobo. No p a­
rece dudoso que han influido com o m odelo los cantares de gesta,
de los que estos poem as son una co n tra p artid a satírica. La com po­
sición del Y se n g rim u s, en que los libros IV y V 1-1128 constituyen
un relato de acontecim ientos an terio res hecho p o r el oso, cuyos ver­
sos lee el jabalí, no a p o rta en realidad novedad respecto a un recurso
tradicional bien conocido. De todas m aneras, el Y se n g rim u s culm ina
con el desollam iento del lobo, esto es, con algo que corresponde a
la fábula in terio r de la E cb a sis, pero que ahora no lleva a su m uer­
te: ésta tiene lugar al final, p o r obra de los cerdos (siguiendo una
leyenda sobre la m u erte de M ahom a). Se trata , en el fondo, de una
am pliación del m odelo de la fábula in terio r de la E cbasis, con su
tem a del m onacato del lobo, la corte del león y la m uerte del p ri­
m ero. Aquí la m u erte del lobo se hace preceder de u n largo relato
con intervención de diversos anim ales. Hay contam inación, cierta­
m ente, con el procedim iento usual de la sum a de aventuras en
canciones de gesta y relatos biográficos. El R o m a n desarrolló este
modelo.
Veo m ás claro y d irecto el m odelo indio en el S p e c u lu m S tu l­
to ru m , la n arració n de los viajes y aventuras del asno B urnellus
escrita a fines del siglo x n p o r Nigellus de Longo Campo (Nigel
de Longcham ps). P ara J. H. Mozley y R. Raymo, au to res de la edi­
ción de esta o b r a 25, el m odelo está en la fábula de Aviano «El asno
25 N igel de L ongcham ps, S p e c u lu m S tu lto ru m , U niversity of California
P ress, 1960, pp. 3 y ss.
532 Historia de la fábula greco-latina

y la piel de león» (derivada de H. 199), citada en v. 57 y ss. Pero


sin poner en duda éste y otros elem entos antiguos, así com o otros
m edievales com o el Y se n g rim u s, creo que la tra m a general de la
ob ra deriva del Asno, del que nos han llegado las conocidas versio­
nes de Luciano y Apuleyo. Pues en esta obra, igualm ente, un asno
(en realidad el au to r, que habla en p rim era persona, transform ado
en asno) reco rre el m undo haciendo crítica desde un p u n to de vista
m uy distante del de las capas sociales dom inantes
Ahora bien, no es ésta la única influencia. Lo m ism o K n a p p 27
que Mozley-Raymo28 en cu en tran en el P a ñ ca ta n tra I, pp. 112-117, el
origen del apólogo sobre la in g ratitu d en vv. 1804-1912. No es esto
p ara mí lo m ás im p o rtante, sino que en diversas circunstancias el
asno y otros perso n ajes n a rra n fábulas diversas, e n tre ellas la alu­
dida. Es el procedim iento oriental de in sertar fábulas dentro de un
m arco y de h acer que argum enten con fábulas los p ersonajes que
intervienen en una n arración fabulística: dado que Nigel conocía,
com o hem os dicho, el P a ñcatantra, es de allí sin duda alguna de
donde tom a el procedim iento, com o en fecha p o sterio r lo tom a, por
ejem plo, el A rcipreste de H ita en la disp u ta de doña G arofa y T rota­
conventos. En cam bio, el A sn o antiguo p resen ta aventuras del p ro ­
tagonista que en realidad son fábulas, p ero no debates de este tipo.
Así en el S p e c u lu m cuando el asno B urnellus pide al médico
Galienus una cola m ás larga que haga juego con sus o rejas recibe
una negativa en form a de fábula: la de las dos vacas cuyas colas
quedaron su jetas p o r el hielo. Es luego el siciliano A m oldo el que
contesta con una fábula (la del hijo del presb ítero y el pollo) a las
palabras de B urnellus, que desea in stru irse en las arte s liberales.
O tras varias fábulas e historias son n arrad a s en contextos sem e­
jantes.
No parece dudoso, pues, que al m enos la E cb a sis y el S p e c u lu m
tienen m odelos indios, que se reflejan tan to en fábulas particulares
como, sobre todo, en la estru c tu ra de estas obras. Pero ese m odelo
se refleja todavía, pienso, de un m odo quizá m ás claro y decisivo:
en el hecho de que en la fábula m edieval, a p a rtir del Y se n g rim u s,
los anim ales tienen nom bres propios. E sto es m uy im portante, p o r­
que si en el caso de este poem a y del R o m a n de R e n a rt el argu­
m ento a p a rtir de la com posición es m enos fuerte, se refuerza de
esta m anera (en la E cb a sis los anim ales aún no tienen nom bre
propio, en el S p e c u lu m ya hem os visto que sí).

26 Sobre las características de esta obra y de la «novela realista» en general,


véase m i trabajo «The 'Life o f A esop’ and the O rigins o f N ovel in Antiquity»,
Quaderni Urbinati, N S 1, 1979, pp. 93-112.
27 Ob. cit., p. 123.
28 Ob. cit., p. 5.
La fábula latina medieval y el Oriente 533

R esulta ciertam en te notable el escaso interés que se ha prestado


al hecho de que la fábula m edieval, a diferencia de la greco-latina,
dé a los anim ales nom bres propios. Se ha visto en ellos una c o n tra­
p a rtid a de los nom bres propios de los héroes de los cantares de
gesta: idea no descam inada, pero que puede explicar m ás bien el
porqué de la difusión de los nom bres propios que el origen de los
m ism os. E ste origen lo había buscado J. Grim m en el «pueblo», de
acuerdo con su conocida teoría; G. Paris propuso que se tra ta de una
«invención literaria»; luego A. Schossig ha renovado en cierto m odo
la tesis de Grim m , hablando de un origen m ítico de los anim ales,
con cretam ente c é ltic o 29.
E n realidad, se im pone com o totalm ente evidente o tra in terp re­
tación. Si la trad ició n m edieval europea no desconocía la fábula
india, que im itaba en cuanto a su com posición y en cuanto a fábulas
particu lares, re su lta altam ente plausible que esta o tra coincidencia,
el hecho de que en u n a y o tra tradición, a diferencia de la greco-
latina, se den nom bres propios a los anim ales, no sea casual. Es
decir: que es de la fábula india de donde se ha tom ado la costum ­
b re de asignar nom bres propios, con frecuencia de tipo descriptivo,
a los anim ales de la fábula. La im itación paródica de la canción de
gesta a p a rtir del Y s e n g r im u s (no todavía en la E cb a sis) favoreció,
sin duda ninguna, este proceder.
Pienso, en definitiva, que la argum entación a p a rtir de la com ­
posición o e stru c tu ra de los poem as épicos anim ales y del nom bre
que reciben los propios anim ales es la realm ente decisiva a favor
de la idea de que la fábula india influyó en E u ro p a en fecha an te­
rio r a las traducciones castellanas de en torno al 1250. Ahora bien,
una vez dicho esto, hay que confirm ar el argum ento con la indica­
ción de que algunas fábulas concretas (incluidas en los poem as de
«épica anim al» o bien en colecciones) son de origen indio. Ya he
señalado los ejem plos principales, indicando, p o r o tra p arte, que
en ocasiones ese origen ya había sido propuesto, aunque sin sacar
conclusiones generales. Aquí vam os a estu d iar el tem a m ás sistem á­
ticam ente. Y luego considerarem os el tem a siguiente: el de ver a
través de qué cam inos h a llegado la fabulística india a la E uropa
m edieval en las fechas que aquí nos interesan.
El estudio de los m ateriales indios en las sucesivas epopeyas
anim ales de O ccidente hace ver que ese m aterial h a sido tom ado
en p réstam o en etap as sucesivas, es decir, que no hay una única
fuente occidental indianizada im itada posteriorm ente; m ejor dicho,
esta im itación existe, pero el caudal de elem entos indios aum enta
luego.
29 «Die N am en des W idders, des S ch afes... im altfran zösisch en R om an de
Renart», R om an isc h e Forschungen, 71, 1959, pp. 17-71. En e ste artículo pueden
encontrarse datos sobre las h ip ótesis de G rim m y Paris.
534 Historia de la fábula greco-latina

Me gustaría, an tes de ocuparm e de las epopeyas anim ales p ro ­


piam ente dichas, llam ar la atención sobre un precedente suyo como
es el poem a 72 de Teodulfo de O rleans, poem a en dísticos elegiacos
de 224 versos. Es im p o rtan te tan to p o r su antigüedad (comienzos
del siglo ix) com o p or el influjo que ejerció, directo o indirecto
(entre otros, en C haucer y en el P ulologos bizantino, creo).
Dicho poem a, que sin duda alude a sucesos contem poráneos, con­
tiene la descripción de la b atalla en tre dos grupos o ejércitos de
aves, ju n to con em bajadas, re tira d a de los supervivientes, etc. E n la
fábula antigua hay asam bleas de aves y debates en tre aves, pero esto
es m uy diferente. Sólo en la h isto ria de la lucha de cuervos y lechu­
zas, que form a el cuerpo del libro II I del P a ñcatantra, lo encuentro.
Aquí hay tam bién dos batallas e n tre am bos grupos de aves, ven­
ciendo en la p rim era las lechuzas y en la segunda los cuervos: uno
de ellos, que se salvó, planea con sus m inistros la nueva estrategia.
El detalle puede variar, pero la exposición de los conflictos políticos
y m ilitares, con ayuda de la lucha e n tre aves diferentes, es m uy
sem ejante.
Y la fecha no es obstáculo, hay otros datos paralelos de igual
época, com o he adelantado y hem os de ver aún.
Si seguim os con la E cb a sis, la epopeya anim al m ás antigua, de
hacia 1039-1046, hem os visto que la e stru c tu ra del poem a está cla­
ram en te influida p o r las colecciones indias; m uy probablem ente, es
del P a ñ ca ta n tra de donde procede el tem a del adoctrinam iento po­
lítico, a cargo de la zorra, en la corte del león. Y, sin em bargo, hay
un elem ento esencial de la fábula india que todavía no h a sido im i­
tad o en la E cb a sis: el d a r nom bres propios a los anim ales. Hay,
de o tra p arte, en este poem a, huellas de fábulas o tem as fabulísticos
indios, que confluyen con otros occidentales: he hecho alusión a
ellos. E n los poem as posteriores se añaden fábulas o elem entos nue­
vos ju n to con los nom bres propios de los anim ales.
La E cb a sis no tiene, propiam ente, m ás que u n a fábula, de la que
luego hablaré, la de la m uerte del lobo; pero incluye, eso sí, alusio­
nes num erosas a tem as fabulísticos antiguos. Y a tem as indios, como
digo. La m ás explícita de ellas es la que aparece en vv. 233-234 den­
tro del sueño del lobo:

B in i cra b ro n es c e rta b a n t strin g e re fa u ces,


q u o d m ih i n u lla sa lu s m a n s it n ec u iu id a u irtu s.

Me parece p erfectam ente claro, en efecto, aunque, que yo sepa, no


ha sido conocido nunca, que aquí hay una alusión a la fábula de

30 Cf. D. Schaller «Lateinische T ierdichtung in frühk arolingischer Zeit», en


Das Tier in d e r Dichtung, ed. U. Schw ab, H eidelberg, 1970, pp. 98 y ss.
La fábula latina medieval y el Oriente 535

los m achos cabríos y el lobo, n a rra d a con toda detalle en Y se n g ri­


m u s II 271-688 y (sobre este m odelo) en la ta rd ía B ra n c h e XX (an­
terio r al 1250, de todos m odos) del R o m a n de R en a rt. Ahora bien,
esta fábula es de origen indio, com o vio perfectam ente J. N o g u és31.
Tam bién R. D. G u p ta 32 notó el paralelo. Procede de T a n tr. I 3b, p á ­
gina 18 = Pañc. I 6, pp. 61 y s s .33. Es claro que este texto fue visto
p rim ero p o r el au to r de la E cb a sis, m ás tard e p o r N ivard de Gante,
a u to r del Y se n g rim u s.
El tem a de la fu lica m ensajera, que tra e a la zorra, en su p ere­
grinación, noticias de la enferm edad del lobo (v. 4446 y ss.), m e p a­
rece explicable solam ente a p a rtir del tem a indio del h a m sa h que
hace un papel com parable en la leyenda india en pasajes com o la
conocida h isto ria de N ala y D am ayanti en el M ahäbhärata. Y el tem a
del canto altern ad o de las aves, que celebran la Pascua en u n a es­
pecie de concurso de canto ( v. 931 y ss.), recuerda el tem a de la
elección de rey de las aves en el T a n tr. III 2, p. 110 = Pañc. II 2,
páginas 304 y ss. Hay que co m p arar dos poem as de Teodulfo de
O rleáns, poeta de la corte de Carlom agno, que tocan el tem a de la
-asam blea de las aves y de los enfrentam ientos d en tro de e lla 34;
sobre el últim o, véase m ás arrib a.
Un problem a sum am ente in teresan te se plan tea en relación con
el tem a de la fábula cen tral de la E cb a sis, la de la m u erte del lobo
p a ra que con su piel sea, supuestam ente, curado el león, de acuerdo
con el avieso consejo de la zorra. Ya he m encionado los paralelos
indios al tem a, así com o la versión bizantina de la Accursiana, en
el siglo ix. De ésta es de donde, com o he dicho, viene la nuestra.
Pues no creo en m odo alguno que proceda del A eger leo, fábula
carolingia del siglo ix conservada en un ms. de St. Gall y que con­
vierte al lobo en oso (sigue siendo lobo en M arie de F rance 68).
La idea de H a u s ra th 35 de que se tra ta de un tem a germ ánico que
luego pasó a Bizancio es errónea. No: el ms. de St. Gall p resen ta
m aterial latino culto de la ta rd a latin id ad (de Paulo Diácono y otros)
y n u estra fábula co n cretam ente está escrita en dísticos elegiacos.
Todo el ms. tra b a ja sobre tradición culta, creo que, en este caso, la
griega m encionada 36.
Pienso que mi hipótesis puede apoyarse p o r el conocim iento en
O ccidente del «Apéndice» de la Accursiana, ya afirm ado arriba.
31 Ob. cit., p. 249.
32 Ob. cit., p. 247.
33 Cito siem pre por la traducción de A. W. Ryder, T he P anchantantra, Univ.
de Chicago, ed. de 1964.
34 P oem as 27 y 72, cf. D. Schaller, lug. cit., pp. 98 y ss.
35 «G erm anische M ärchenm otive in griech isch en Tierfabeln», N eue Jahrb. für
die d. Wi'ss., 13, 1937, pp. 140 y ss.
36 Cf. D. Scheller, lug. cit., pp. 94 y ss., y F. P. Knapp. Das lat. Tierepos,
D arm stadt, 1979, pp. 21 y ss., am b os contra la tesis germ anista.
536 Historia de la fábula greco-latina

Como ya anticipé, los ecos de la fábula india en la E cb a sis son


escasos: salvo en el caso de la fábula central, se tra ta de m eras
alusiones m ás o m enos seguras. La fábula india no h a sido im itada
en detalle, com o se ve tam bién p o r la falta del uso de nom bres p ro ­
pios de anim ales; p ero no es m enos cierto que era conocida al au to r
del poem a, la e stru c tu ra y la tem ática general de éste así lo hacen
ver. Sin duda a través de Bizancio, com o queda dicho: la fábula
del león, el lobo y la zo rra así lo hace pensar.
Pasam os ah o ra al Y se n g rim u s. Si la com posición está m enos p ró ­
xim a a la de la fábula india, la e n tra d a de los nom bres propios de
anim ales y de una verdadera fábula india, bien desarrollada, hacen
innegable el conocim iento de la trad ició n fabulística india: y un
conocim iento independiente del de la E cb a sis. El m ayor desarrollo
de un tem a ya p resen te en la E cb a sis, el del lobo m onje, hace inne­
gable un conocim iento independiente de las fuentes, idea certificada
p o r la presencia de diversas fábulas de origen antiguo o dudoso
que están en el Y s e n g rim u s pero no en la E cbasis.
La fábula india a que hago referencia es la del lobo y los m achos
cabríos, fábula del P a ñ ca ta n tra que hem os visto que ya conocía la
E cb a sis y que ha sido m uy desarrollada (hay cuatro m achos cabríos).
En cu an to al tem a del lobo m onje, sólo indirectam ente aludido en
este poem a (véase m ás arriba), es aquí absolutam ente central. Ya
he anticipado la verosim ilitud de que este tem a sea una adaptación
cristian a (entre o tras: ya dije que tam bién aparecen el gato y la
zorra sacerdotes o m onjes) de diversas fábulas indias, pero sobre
una base ya antigua, influjo de tem as m esopotám icos y aram eos a
p a rtir del p ropio Evangelio.
Efectivam ente, si bien en la fábula antigua greco-latina se da el
tem a del gato m édico (H. 7) o del gato que se hace el m uerto (H. 81)
y que in ten tan com erse así a las gallinas o los ratones, p o r ninguna
p arte aparece en ella el tem a del anim al que tom a apariencia de
asceta o religioso p a ra satisfacer sus apetitos. Y ni siquiera se en­
cu en tran en ella tem as com o los del gato pero aplicados a la zorra
o el lobo: lo m ás que hay es el tem a ya m edieval del lobo que tra ta
de engañar al cab rito im itando la voz de la m adre (Róm ulo 36, Ade-
m ari 61).
En cam bio, y ap a rte de San Mateo, ya he m encionado las fábulas
indias del gato asceta que engaña y logra com erse a la perdiz y la
liebre, así com o o tras relativas al c h a c a l37.
Pienso que, efectivam ente, aquí está el origen del tem a occiden­
tal del anim al de p resa que se disfraza de sacerdote o de m onje.

37 G. T. Artola, «El libro de los gatos: an o r ie n ta list’s view o f its title»,


R om an c e Philology, 9, 1955, pp. 17-19, da m ás datos y referencias y liga a este
tem a el m edieval europeo que n os ocupa.
La fábula latina medieval y el Oriente 537

B aste ver que en E udes de C eritón, que vivió algo después de la


época del Y se n g rim u s, a fines del siglo x n y com ienzos del x m , apa­
rece el tem a del gato que se hizo m onje para com erse al ra tó n (fá­
bula 15), y otros sem ejantes referentes al lobo (fáb. 22) y a la zorra
(fáb. 50). Im posible h acer aquí u n a relación de la difusión, am plí­
sim a, del tem a en la fábula m edieval. Pero hay que decir que es
conocido desde el M e tru m leo n is del obispo Leo de Vercelli (c. 965-
1026), la F ecunda ratis de E gberto de Lieja (c. 1023) y el de lupo
(c. 1100)3S. Más concretam ente, el tem a del lobo que es instruido
com o novicio en un convento se encuentra desde 1096 39. Digamos, en
sum a, que la E c b a sis no está aislada en el siglo xi en su conoci­
m iento del tem a del lobo m onje, que da p o r supuesto; y que el des­
arro llo del m ism o en el Y se n g rim u s, en la segunda m itad del si­
glo X I I , tiene a su vez abundantísim os paralelos.
El lobo no aparece en la fábula india: es sin duda la fusión del
tem a del gato-asceta y del chacal-asceta, am bos falsos y traidores,
en la m ism a, con el tem a del lobo rapaz de la fábula greco-latina,
la que ha creado el nuevo tem a del lobo m onje. Quizá sólo en la
E u ro p a occidental, pero influido p o r Bizancio, donde hallam os el
tem a del lobo con piel de oveja, creado sobre m odelos antiguos y
evangélicos y pasado tam bién a Occidente, véase m ás abajo, así com o
o tro tem a m ás en Miguel Coniata, véase m ás arrib a. Hem os de ver
m ás adelante que el de la m uerte del lobo, que tal com o se da en
la E cb a sis contiene un elem ento indio, llega a O ccidente desde Bi­
zancio 40.
Así, en definitiva, el Y se n g r im u s conoce la E cbasis, puesto que
fun d am en talm en te es un desarrollo del tem a de la m uerte del lobo
y, concretam ente, de un lobo que es un falso m onje. Pero conoce
tam bién o tras m uchas fuentes, sean grecolatinas, sean folklóricas,
y otro s m odelos de com posición. Ahora bien, en tre sus m odelos
los hay que contienen elem entos de origen indio: concretam ente, en
el tem a del lobo m onje. Hay, pues, en E uropa u n a tradición influida
po r la In d ia que es a n terio r al Y se n g rim u s. El m ism o nom bre p ro ­
pio atrib u id o al lobo es m ás antiguo que el p o e m a 41. No hay razón
p a ra creer, de o tra parte, que el tem a del lobo y los dos m achos
cabríos, m uy m odificado, haya sido tom ado d irectam ente del Pañca­
tantra: seguram ente hay fuentes interm edias. En realidad, el Y sen-

38 Cf. F. P. K napp, ob. cit., 24 y ss., 70 y ss.


39 Cf. Knapp, ob. cit., p. 71.
40 Sobre la aparición del tem a del lob o en la escu ela en el A hikar asirio,
V III, 36 (v. m i H isto ria ..., I, p. 364), fábula m uy com parable a una m edieval
en H ervieux, ob. cit., II, p. 642 ( = 688 Perry), y en M aria de Francia, 81; véase
infra p. 542. S ó lo en el Ahikar halla paralelo la fab. Syr. 74 «La tram pa y la alon­
dra», cf. infra, p. 519.
41 Cf. Knapp, ob. cit., p. 21.
538 Historia de la fábula greco-latina

g rim u s m odifica m ucho sus m odelos: la m u erte del lobo difiere p ro ­


fun dam ente de la E cb a sis* 2, añade m últiples fábulas nuevas, etc.
E ste fondo de fábulas diversas que, en u n a cierta m edida, p ro ­
ceden de la India, se en cu en tra tam bién en el caso del R o m a n de
R e n a rt en sus diferentes B ra n ch es. Es cierto que el m odelo princi­
pal es el Y se n g rim u s, com o es bien sabido. Pero p ara las fábulas
individuales hay modelos diversos (aparte de las fábulas inventadas).
Me refiero ahora a los m odelos indios, descartando previam ente
algunos que se han p ro p u esto y que no m e parecen verosím iles:
con cretam ente en el caso de la B ra n c h e X V II «La m u erte y la p ro ­
cesión de Renart» (de hacia 1205) y la X IX «El lobo y la burra»
(entre 1205 y 1250). E sta ú ltim a fábula es de tradición antigua;
cf. H. 198 43. En la p rim era la intervención de una p a rtid a de aje­
drez in tro d u ce un am biente o rie n ta l44, pero esto es todo.
A parte de esto, está la fábula de la zo rra R enart y el lobo Isen-
grín en el pozo: el tem a de la polea con los dos cubos, en uno de los
cuales sale del pozo la zo rra m ientras en el o tro b aja el lobo, que
se queda en el fondo. E sta fábula está en la B ra n c h e IV, de hacia
1178. C ontra lo que dice N ogués45, no creo que tenga nada que ver
esta fábula con la de la liebre y el león en el P añ ca ta n tra I 10,
pp. 81 y ss. (= Calila II I 10). Sí está en la D isciplina C lericalis de
P edro A lfonso46. Es su fábula XIV, que tam bién se en cu en tra en
otro s lugares; así en E udes de C e ritó n 47. Pero no es en absoluto
seguro que la D isciplina C lericalis sea la fuente, dado que se tra ta
de una fábula m edieval de am plia difusión derivada de H. 9 «La
zorra y el m acho cabrío» (cf. p. 553). V erem os que P edro Alfonso
no sólo recoge fábulas orientales, sino tam bién grecolatinas y m e­
dievales de estas derivadas.
En cam bio, procede claram ente del P a ñ ca ta n tra la fábula del lobo
y los carneros (en la B ra n c h e XX), de que ya hablé arriba.
Del P añca ta n tra procede, en cam bio, la fábula de la B ra n ch e I b
(de fines del siglo x n ) con el tem a de R enart juglar: la m utilación
de las p artes de Isengrín p o r una tre ta u rd id a por R enart. En esa
tre ta e n tra el cierre de una ventana, que deja prisionero a Isengrín
al q u ita r R enart un bastoncito que la m antenía abierta. Si añadim os
que en el R e in h a rt F u ch s alem án aparece el episodio del oso atrapado
p o r la zorra m ediante el tru co de hacerle poner la cabeza en un

42 Incluye otra fuente, quizá H ildeberto de Lavardin, cf. K napp, p. 75.


43 N o se halla en el Pañcatan tra p ese a N ogu és, p. 242.
44 H ay una rep resentación egipcia del león jugan do al ajedrez con la gacela,
cf. E. Brunner-Traut, A ltae g y ptisc h e T ie rgeschichte und Fabel, D arm stadt, 1977,
p. 11, fig. 6.
45 Ob. cit., p. 102.
46 Cf. N ogués, ob. cit., p. 105, Foulet, ob. cit., p. 288.
47 Im itado del R om an, según Flinn, ob. cit., p. 488.
La fábula latina medieval y el Oriente 539

tronco de árbol a m edio p a rtir del cual re tira la cuña, se verá que
uno y o tro tem a derivan de la fábula de T a n tr. I 1, p. 7 = Pane. I 2,
p. 25 (= Calila II I 2) en que un m ono es atrap ad o p o r sus testículos
de u na m an era s e m e ja n te 48.
En esa m ism a B ra n c h e aparece la fábula m uy conocida de Re-
n a rt teñido. La zo rra pide a Dios que la guarde de Isengrín: cae
en una cuba y sale teñida de am arillo con lo que el lobo no la re ­
conoce. N o g u és49 señala el paralelo exacto de T a n t. I 8, p. 31 = Pañc.
I 14, p. 122, la fábula del chacal azul (que falta en el Calila). N ótese
que una fábula sem ejante, «R enard teñido de negro», se en cu en tra
en la B ra n c h e X III (entre 1205 y 1250). Ya antes aludí a todo esto
a p ropósito de u n a im itación bizantina precedente de éstas, y tam ­
bién de la de N icéforo Grégoras.
Todavía me g u staría señalar, en la B ra n c h e X I (en torno al 1200),
la fábula de R enart y el villano Lietard; éste tra ta de engañar al
prim ero , que le ayudó a d ar m u erte al oso que iba a devorar a
uno de sus bueyes. Ha sido reconocida com o derivada de la 23 de
la D isciplina Clericalis, «Exem plum de o rato re et lupo iudicioque
u u lp is» 50. E n realidad, hay diferencias notables e n tre am bas fábulas,
la de la D iscip lin a C lericalis fue in troducida en su L ib e r K alilae
et D im nae p o r R aym ond de B ézie rs51. Más bien parece que se tra ta
de versiones em paren tadas: la p a rte com ún consiste en que el la­
b ra d o r m aldice a uno de sus bueyes y dice que se lo en treg ará al oso
(o el lobo), la fiera se p resen ta a reclam ar el buey y la zorra ayuda
al lab rad o r a deshacerse de ella a cam bio de la prom esa de unas
gallinas. E ste parece ser el núcleo, que hay m uchas probabilidades
(por su presencia en la D isciplina y en Raym ond de Béziers y su
falta en la trad ició n greco-latina) de que sea indio; pero tam bién
puede ser un derivado de H. 163 «El lobo y la vieja».
O curre, así, con el R o m a n de R e n a rt algo sem ejante a lo que
sucedía con el Y se n g rim u s. Así com o éste a rran c a de la E cbasis,
que com pleta con m aterial diverso, en p arte indio, de igual m anera
el R o m a n de R e n a rt arran c a del Y s e n g r im u s y le adiciona, entre
otro, m ás m aterial indio todavía. E ste m aterial indio no sabem os
si lo tom a directam en te de las colecciones indias o si llega a él por
vía indirecta. Es de orígenes varios: del P a ñ ca ta n tra (a veces, en una
versión previa a la trad u cid a al árabe y el castellano), del S en d eb a r,
de fuente desconocida. Es m odificado variam ente, a veces en form a
diferente en d iferentes versiones o B ra n ch es. Se tra ta , en u n a oca-

48 G upta, art. cit., p. 248, ha estab lecid o el paralelo para la fábu la alem ana.
49 Ob. cit., p. 142. Cf. tam bién D ufournet, «Petite in trod u ction aux bran­
ch es la, Ib du R. Renard», Paris, 1971.
50 Cf. N ogu és, p. 203.
51 Cf. H ervieux, ob. cit., V, pp. 755 y ss.
540 Historia de la fábula greco-latina

sión, de una fábula conocida por el Y s e n g rim u s (la del lobo y los
m achos cabríos); en otras, de fábulas que aquel texto no conoce.
Cosas parecidas hay que pensar en relación con el S p e c u lu m .
Ya hem os visto que incluye fábulas diversas, añadam os que ausen­
tes del Y se n g r im u s y el R o m a n de R en a rt. E n tre ellas hem os visto
tam bién que está la de la ingratitud del hom bre, procedente clara­
m ente del P añca ta n tra ; fábula ausente igualm ente de los poem as
épicos anim ales de que venim os hablando.
Todo lo dicho h asta aquí nos confirm a en la opinión de que la
fábula india era accesible a los fabulistas latinos y m edievales y a
la épica m edieval francesa y alem ana en fecha an terio r a la de las
traducciones alfonsíes del P añcatantra y el S e n d e b a r a m ediados del
siglo x m . C oncretam ente, desde el siglo ix. Los textos indios que,
indirectam ente, llegaron a nuestros autores, eran en p arte al m enos
diferentes de los que luego fueron traducidos al castellano a tra ­
vés del árabe. Y fueron reelaborados am pliam ente, con derivación
de fábulas diversas: las dos dependientes de «El m ono y la cuña», las
m últiples sobre el tem a del falso asceta, etc.
C iertam ente, la dependencia de ciertas fábulas europeas m edie­
vales a p a rtir de las indias, había sido pro p u esta ya a veces, como
hem os dicho. Pero no se había intentado resolver el enigm a de
cóm o h abía llegado a Europa, en esta fecha, el conocim iento de las
fábulas indias. E n fren tad o con este problem a a propósito de «Re­
n ard teñido», L. F o u le t52 responde que «se tra ta de un enigm a al
cual es im posible resp onder p o r el m om ento». Ahora bien, u n a vez
que hem os visto que no nos hallam os ante coincidencias aisladas o
accidentales, sino que rasgos fundam entales de la fábula m edieval,
con cretam en te de la épica anim al, no se explican sin la ayuda del
influjo indio, el pro b lem a se p resen ta m ás acuciante que nunca.
E n mi opinión, la solución de este problem a debe b uscarse in­
vestigando las posibles fuentes interm edias en tre la tradición orien­
tal y la europea. Las m áxim as probabilidades están, a priori, en
E spaña y en Bizancio.
A E spaña ap u n ta la obra de Pedro Alfonso, el judío converso
aragonés bautizado hacia 1116 y a u to r de la D isciplina C lericalis.
P ara su influjo en E uropa, véase la introducción de la edición de
González Palencia, p. XXVI; pero el tem a necesitaría una investiga­
ción detenida. Por lo que respecta a la «épica anim al» hay que decir
que el influjo de la D isc ip lin a :

a) No puede ad m itirse p ara la E cb a sis, que es an terio r, ni tam ­


poco explicaría las coincidencias con la fábula india en pu n to a
com posición ni al uso de nom bres propios p a ra los anim ales.

52 Ob. cit., p. 358.


La fábula latina medieval y el Oriente 541

b) Es incapaz de explicar el conocim iento en E u ro p a de la m a­


yor p a rte de las fábulas indias m encionadas, pues faltan sim ple­
m ente en dicha obra.
c) Las pocas coincidencias pueden explicarse quizá a p a rtir de
la D isciplina, pero es m ás verosím il que procedan de la existencia
de u n a fuente com ún, sea el S en d eb a r, sea otra.

En definitiva: la D isciplina C lericalis es, en el m ejo r de los ca­


sos, u na de las fuentes, fuente m enor. Y quizá no sea fuente en ab ­
soluto, p ara el período y las obras que nos ocupan.
E sto nos inclina a b u sca r la solución del problem a en Bizancio,
el o tro pu n to de contacto en tre la lite ra tu ra india trad u cid a al
árab e y Europa. Tenem os una justificación p ara p en sa r así: ya en
el siglo xi existen en Bizancio traducciones al griego tan to del P añca­
ta n tra como del S en d eb a r. Y desde el ix tenem os constancia de la
existencia en Bizancio de fábulas aisladas derivadas de las indias.
Al m enos u na colección de esa época, la Accursiana, llegó a E uropa
occidental. Algunas de estas fábulas anticipan y prefiguran la form a
que ciertas fábulas indias van a to m ar en E uropa: sobre todo en
el caso del tem a del lobo-religioso.
E ste conocim iento de las traducciones griegas de la fábula india
en O ccidente fo rm a p a rte del m ism o m ovim iento que se refleja en
el influjo del a rte bizantino sobre el rom ánico: arq u ite ctu ra, escul­
tu ra, m arfiles, objeto s suntuarios, telas. A p a rtir del siglo xi este
influjo es im p o rtan te. En buena m edida ha de atrib u irse a las re ­
laciones en tre occidentales y bizantinos con ocasión de las Cruzadas,
desde fines del siglo xi, y de las peregrinaciones a T ierra Santa.
La E cbasis, precisam ente, nos p re sen ta el tem a de la peregrinación
de la zo rra a Jeru salén e Italia. Aunque las relaciones son, a veces,
m ás antiguas.

2. E n la fá b u la d e la s coleccio n es

Como adelanté al comienzo de este capítulo, no sólo en la épica


anim al, tam bién en las colecciones se en cu en tran ejem plos de fá­
bulas de origen indio. Algunas son las m ism as; o tras, diferentes,
com o p o d rá apreciarse. Utilizo, com o advertí, las colecciones de h a s­
ta m ediados de! siglo x i i i ; pero hago alguna excepción allí donde
en colecciones p o steriores existen fábulas indias antes desconocidas
que hay razones p a ra pensar que no proceden de las nuevas tra ­
ducciones. Y la hago m uy especialm ente con las fábulas incluidas
en el L ib ro de B u e n A m o r, dado que en u n artículo a rrib a citado
he dejado claro, m e parece, que la to talid ad de su m aterial fabu-
lístico, sea oriental, sea latino, sea griego, h a llegado a su a u to r a
542 Historia de la fábula greco-latina

través de la trad ició n latina europea: las fábulas del P añcatantra,


p o r ejem plo, aparecen con rasgos diferentes de la traducción del
Calila; y las latinas fedrianas y las griegas, igual que aquéllas, tie­
nen adherencias de las versiones latinas europeas.
Presento, con esto, a continuación, dieciocho fábulas o grupos
de fábulas que considero de origen o riental y de transm isión antigua
a E uropa; algunas son las m ism as ya vistas a propósito de la épica
anim al, las m ás son diferentes. No en tro aquí en las relaciones de
p rio rid ad en tre las versiones de la épica y estas otras. E n ocasiones
las conocem os en versiones griegas m ás o m enos aproxim adas, in­
term ed ias en tre las orientales y las europeas; en ocasiones esas ver­
siones h an de ser, sim plem ente, supuestas den tro del m odelo general
que estoy construyendo. Por o tra p arte, no todas las fábulas a que
m e re feriré p resen tan igual grado de seguridad en cuanto a su ori­
gen. C oncretam ente, las dos ú ltim as son m ás o m enos dudosas.
R especto al origen oriental concreto, puede e star en el P añcatantra,
en el S e n d e b a r o en am bos o en u n a tercera fuente, a veces des­
conocida.
E n la relación que sigue, encabezo las fábulas con la sigla M
(Medieval) seguida de un núm ero: se tra ta de la num eración del
Apéndice III. Pero no doy las fábulas en este orden correlativo,
sino en o tro derivado de consideraciones de fondo. En dicho Apén­
dice II I pueden en co n trarse en ocasiones datos adicionales a los aquí
aportados.
1. M. 246 «Lupus litteras discens». Se tra ta de la fábula 124 del
D erivado c o m p le to del Rómulo anglolatino o R om ulus Angi, cunctis
de H ervieux (en su vol. II, p. 642, núm . 124 = 688 P.). Tam bién ap a­
rece en M aria de Francia 81. La colección en cuestión es del si­
glo x i/x ii d. C .53. Pues bien, com o se dijo m ás a rrib a (p. 519), esta
fábula procede de A h ik a r V I I I 36, sin duda a través de u n a ver­
sión siriaca y o tra griega perdidas: ya vimos que p a ra o tra fábula
del A h ik a r se conserva al m enos la versión siriaca. P ara convencerse
de esto, es suficiente copiar la traducción de la fábula del A h ika r
y la latina:

A h ika r:

... dicen al lobo: «¿Por qué sigues tra s las ovejas?» Les dijo:
«Su olor m e resu lta excelente.» E ntonces lo llevaron a la escue­
la y el m aestro le dijo: «Alfa, beta.» El lobo dijo: «cabrito, cor­
dero».

53 Cf. H ervieux, ob. cit., I, p. 720.


La fábula latina medieval y el Oriente 543

Der. co m p le to :

Un sacerdote enseñó al lobo las letras. El sacerdote dijo «A»


y el lobo igual. El sacerdote dijo «B» y el lobo igual. «C» dijo
el sacerdote y el lobo igual. «Ahora júntalas», dijo el sacerdote,
«y silabea». R espondió el lobo: «Todavía no sé silabear.» Y el
sacerdote: «Dilo com o m ejor te parezca.» Y el lobo dijo: «Me
parece m ejo r lo que suena a agnus, cordero.» El sacerdote re ­
plicó: «Lo que está en el corazón, tam bién está en la boca.»

La fábula latin a se ha lim itado a añ ad ir a m anera de «cierre»


una rem iniscencia bíblica. Introduce, de o tra p arte, al lobo en un
am biente religioso, haciendo ver que es irreform able; hay un cierto
paralelism o con alguna de las fábulas aludidas m ás a b a jo 54. En
cuan to a la fu ente siria, no es extraño: verem os que las fábulas
indias han pasado, en su viaje h asta Occidente, p o r este estado.
En las versiones sirias coincidieron unas y o tras fábulas, de ahí
el paso de unas y o tras a O ccidente y el paso de fábulas griegas
(tam bién en versión siria) a la India. Sobre esto, véase al final del
capítulo.
2. Fábulas del lobo, el gato y la zo rra com o falsos religiosos.
A lo largo de todo el capítulo el tem a ha sido tra ta d o ab u n d a n te­
m ente. He p resen tad o los orígenes indios (tem as del gato y el cha­
cal), ciertos ecos griegos y toda una larga tradición en Occidente:
desde el M e tr u m leonis de Leo de Vercelli a la F ecunda ra tis de
E gberto de Lieja (siglo xi), al de lupo, a la E cb a sis, al Y se n g rim u s,
al R o m a n de R e n a rt y sus m últiples derivados. Por eso m e lim ito a
citar abreviadam ente algún m aterial de las colecciones latinas:

a) Tem a del lobo falso religioso: M. 242 «Lupi» (M aría de


F rancia 65b), M. 271 «Lupus audiens uulpis et asini confessiones»
(Rom. de B erna 39 = 628 b P., Od. Cer. 81 = 628 P., Auiani im it.
fabulae 42), 248 «Lupus et aries» (Rom. Angl. Cunc. 40 = 655 P.,
M aria de F rancia 50, tapiz de Bayeux 13), M. 260 «Lupus et opilio»
(Goualt. ap. 8), M. 264 «Lupus et sacerdos» (Od. Cer. add. 117 =
641 P.), M. 257 «Lupus factus m onachus» (Auiani im it. fabulae 17,
cf. Od. Cer. Par. 13), M. 258 «Lupus petens R om an et nauta» (ex
Rom uli N ilantii fabulae rythm icae 33).

54 H ay un derivado en M. 193 (Od. Cer. 22 = 595 P.). Cf. tam b ién una bulla de
Urbano II, de 1096, citad a por F. P. K napp, ob. cit., p. 70.
55 H abría que añadir la im portante docu m en tación figurativa, cf. J. F. Flinn,
«L’iconographie du R om an de Renart», en A sp e c ts of the M ed ieval Latin E pic
cit., pp. 257-264; y sob re los tap ices de B ayeux, L. H errm ann, «A pologues et
a n ecd otes dans la tap isserie de Bayeux», Rom ania, 65, 1939, pp. 376-382.
544 Historia de la fábula greco-latina

b ) Tem a de la zo rra falsa religiosa: M. 497 «Vulpes gallo con-


fitens peccata sua» (Od. Cer. 25 = 597 P.), M. 489 «Vulpes induta
pellem ouinam » (Od. Cer. 51, Joh. de Schepey 21; sobre esta fábula,
cf. supra, p. 521). Ya he dicho que aquí confluye un tem a de San
M ateo 7-15 (a tte n d ite a fa lsis p ro p h e tis, q u i v e n iu n t ad vos in v e s­
tim e n tis o v iu m , in trin se c u s a u te m s u n t lu p i rapaces), seguram ente
de origen m esopotám ico rem oto, evidentem ente po p u lar en los am ­
bientes cristianos antiguos (he citado a Nonno). El tem a p roliféré
m ucho, cf., p o r ejem plo, M. 127, relato de Eudes sobre los bandidos
m andados p o r un conde que se ponen capas de cistercienses.
c) Tem a del gato falso religioso: M. 109 «Catus episcopus»
(Der. co m p l. 132 = 692 P., M aría 101), 108 «Catus m onachus» (Od.
Cer. 15 = 592 P.), M. 309 «Mus et filia, gallus et catus» (Rom. de
B erna 39 = 716 P., Gualt., App. II, 4).

Es im posible d escrib ir el detalle de estas fábulas una a una. El


anim al falso religioso u obispo ejerce funciones propias de su m i­
nisterio: bendice, confiesa, predica, dice m isa... o sim plem ente ayu­
na. Pero con ello no hace o tra cosa que tra ta r de devorar a los
anim ales m ás débiles, que a veces sucum ben, a veces se salvan
gracias a su ingenio. Son los tem as que nos son fam iliares y cuyo
origen rem oto he buscado en la India, llegando a O ccidente esta
trad ició n a través de Bizancio.

3. M. 233 «Leo aeger, vulpis et ursus» (ms. S aint Gail 889,


M aria de F rancia 68). Véase supra, p. 521, m i discusión de esta
fábula, que p re sen ta en M aria de F rancia u n a version con el lobo
com o el p ro to tip o griego y derivados en la épica anim al, m ientras
que en el m s. de S aint Gail es su stitu id o p o r el oso. Allí puede
verse tam bién sobre el origen indio del tem a del anim al que supues­
tam en te se cu ra con la piel de su enem igo (del enemigo de la zorra,
en este caso). Advierto, de o tra p arte, que la docum entación m e­
dieval es m ucho m ás am plia que la indicada: puede verse en Apén­
dice III. En ella aparece hab itu alm en te el lobo, com o en M aría de
F rancia y el Der. co m p l. 59, cf., p o r ejem plo, Róm ulo Nil. m etr. 14 y
el n úm ero 5 «lupus tyrannus» de los tapices de B ay eu x 56. Hay,
pues, u n a línea d irecta de la fábula griega a toda esta tra d ic ió n 57.
Pero la varian te (innovada) con el oso se en cu en tra tam bién fuera
del ms. de S ain t Gall, así en la versión h ebrea del M ishlé S h u 'a lim 58.
E n sum a: o el p ro to tip o griego ha influido al m enos dos veces,
siendo u n a de ellas alterad o (oso p o r lobo); o lo ha hecho en u n a

56 Cf. L. H errm ann, art. cit., p. 376.


57 Cf. D. Schaller, lug. cit., pp. 91 y ss.
58 Cf. H. Schw arzbaum en Asp ects..., cit., pp. 232 y ss.
La fábula latina medieval y el Oriente 545

fase m uy arcaica, an terio r al ms. de S aint Gall, ram ificándose lue­


go la tradición occidental. La p rim era hipótesis es la m ás verosím il.

4. M. 202 «Hom uncio, leo et filius eius» (Steinhöwel, fab. ex­


travagantes 5 = 706 P.: origen desconocido, aunque está en un
P ro m p tu a riu m e x e m p lo ru m P a risin u m del a. 1322, cf. 706 a, P.). A rri­
ba, p. 522, he pro p u esto que esta fábula, en que el cachorro de
león experim enta la fuerza del hom bre, al parecer tan despreciable,
tiene relación con el tem a de H. 281 «El arquero y el león». He, al
tiem po, señalado que dicha fábula tiene un origen oriental. Pues
bien, hay una segunda fábula m edieval, M. 110 «Cerva hinnuleum
instruens» (Der. co m p l. = 678 P., M aría de F rancia 54) de tem a p ró ­
ximo. Más cercano, en realidad, a H. 281: es el arco (y no el lazo,
com o en la o tra fábula) el in stru m en to m ortífero del hom bre, como
el ciervo explica al cervato. Sin em bargo, la fábula an terio r está,
a su vez, m ás próxim a a la griega en que en ella aparece el león,
no el ciervo; una y o tra fábula m edievales coinciden en tre sí, a
su vez, en que en am bas encontram os el diálogo del anim al y el
cachorro (león y su cachorro, ciervo y cervato). Cf. otro derivado.
M. 136.
La coincidencia H. 281-M 103 (león, arco), y M. 110-M 202 (ani­
m al y su cría) me hacen p o stu lar que en el original se tra ta b a del
hom bre, el león, su cachorro y el arco, con el que el hom bre m a­
tab a al cachorro, pese a los consejos del león a éste. Pues bien, esto es
lo que ocurre precisam ente en Calila X III que, com o explicaré (véase
tam bién m ás abajo, p. 564), es un derivado de esta fábula, si
bien contam inado con una segunda fábula griega. Así, una fábula
griega, creo que de origen oriental, ha dejado dos derivados dife­
rentes en la trad ició n latina m edieval.

5. M. 220 «Leo, cervus et vulpes». E sta es la fam osa fábula de


la zo rra que logra que el ciervo en tre dos veces en la caverna del
león, que al final lo devora... pero no encuentra el corazón del
anim al, pues se lo ha com ido la zorra. E sta asegura que un ani­
mal que en tró dos veces en la caverna del león carecía, evidente­
m ente, de corazón. E n vol. I, p. 340, he postulado que esta fábula
griega (que está en Arquíloco ya) viene de M esopotam ia e igual la
fábula paralela del T a n trä k h y ä y ik a IV 2, pp. 147 y ss., y P añcatan­
tra IV 4, pp. 395 y ss., en que el papel del ciervo es desem peñado
p o r el asno; en algunas versiones se dice que el corazón del anim al
era lo que necesitaba el león p ara su curación.
La fábula a base del ciervo está en diferentes versiones m edieva­
les, p o r ejem plo, en Der. co m p l. 61, y M aría de F rancia 70, véanse
o tras en Apéndice III. A veces, curiosam ente, igual que en una fábula
precedente, el león h a sido cam biado p o r el oso, así en varias que
546 Historia de la fábula greco-latina

recoge H ervieux III, pp. 504 y ss. (versión de F rom undo, del si­
glo X, y de Donizo, del x i / x i i ). Pero m ás nos interesa hacer ver que
tam bién la fábula india ha llegado a la E dad M edia europea. Y ello
no tan to p o r el caso de Nicolás Bozón 6 (en H ervieux IV, p. 258), en
que efectivam ente interviene el asno: pues la fecha y los hábitos
de este au to r pueden hacernos pen sar que depende de las trad u c­
ciones tardías. Más nos interesa h acer ver que el tem a del corazón
que debía devorar el león p ara cu rarse está en el Róm ulo anglo-
latino y en M aría de Francia. Y, sobre todo, que la versión de nues­
tro A rcipreste, que ya he dicho que desconoce las traducciones al-
fonsíes y la de Ju an de Capua, depende de la tradición india.
E n él (estr. 893-903) no sólo aparece el asno (y no el ciervo),
sino que se habla del corazón y las o rejas del m ism o, si bien no
com o m edicina, com o en n u estro Calila: evidentem ente, sigue una
versión diferente, del tipo de la del llam ado te x tu s o r n a tio r 59. Hay
que n o tar que esta versión del A rcipreste introduce tem as m edie­
vales, com o el de la corte del león y el concierto en que el asno,
con su tam b o r, hace un m al papel. Es claro que, com o siem pre,
el A rcipreste recibe la fábula de la tradición m edieval europea.
O sea: en esta tradición existía la fábula del león, el ciervo y la
zorra, llegada de Bizancio (está en la P aráfrasis Bodleiana 200
Cham bry), pues en la tradición latina antigua no se encuentra.
Pero tam bién había llegado, a través de una variante, la fábula india
em p aren tad a del león, la zo rra y el asno. Ya se siguió la fábula
griega, ya la india, ya se contam inaron.

6. M. 201 «Homo et unicornius» (Od. Cer. 45 = 609 P.). Es una


fábula o sím il indio bien conocido, que fue introducido secundaria­
m ente en el P a ñ ca ta n tra (cf. in fra , p. 564), pero que no puede,
p o r la fecha de Eudes, hab er llegado a él desde n u estro Calila II 5.
Es la conocida alegoría del hom bre que, caído en una fosa,
com e el fru to de un árbol arraigado en la m ism a, m ientras dos
serpientes roen sus raíces. Aunque esta alegoría está en otros lu­
gares de la lite ra tu ra india, es verosím il que haya llegado a Eudes
a través (directa o indirectam ente) de la versión árabe de al-Mu-
qaffa, base a su vez de la castellana del Calila y de o tras más.

7. M. 97 «Canis, lupus et aries» (Steinhöw el, fab. extravagan­


tes 15 = 705 P.). Se tra ta de la fábula en que el carnero se disfraza
con u na piel de p erro y logra así a su star al lobo, h asta que la piel
se queda en unos espinos y, descubierto el carnero, el lobo lo m ata.
Aunque no puede d escartarse del todo la posibilidad de que Stein-

59 Cf. la traducción de A. W. Ryder, The Panchantantra, ed. de Chicago, 1956,


p. 295. Pero aquí sólo se habla de corazón.
La fábula latina medieval y el Oriente 547

höwel to m ara la fábula de u n a traducción del P añcatantra, la ver­


dad es que éste sería un caso extraño en él y que, de o tra p arte,
la fábula del asno y el tigre, en P a ñ ca ta n tra IV 9, p. 409 Ryder, que
es, sin duda, el m odelo, está ya m uy distante de la nuestra. En
ésta se tra ta de tres anim ales, ninguno presente en la fábula india,
y hay una estru c tu ra y un diálogo propiam ente m edievales. Como
en otro s casos, Steinhöw el h a dispuesto de u n a colección latin a
m edieval desconocida p a ra nosotros (aunque no, a veces, p ara el R e ­
p e rto riu m e x e m p lo ru m P a risin u m de 1322, m edio siglo an terio r a él).

8. M. 304 «Mus m atrim onium quaerens» (Cod. Bern. 42, Od.


Cer. 63 = 619 P., M aría de F rancia 73, etc.). El ra tó n quiere casar­
se con el Sol, pero éste dice que es m ás fuerte el viento, éste que
es m ás fu erte el m uro, éste que es m ás fuerte el rató n : se casa,
pues, con un ratón. Deriva clarísim am ente de la h isto ria del ratón
convertido en m uchacha en T a n tr. II I 9, pp. 125-126 = Pañc. III 13,
pp. 353-358. M. 305 (Od. Cer., Add. I 25), aunque con grandes am ­
pliaciones, está aún cerca del original en cuanto que se tra ta de
b u sca r m arido p a ra u n a h ija (del ratón).

9. M. 125 «Columbae et draco» (Od. Cer., Add. II 2). C uriosa


fábula de la cual no conozco co n tra p artid a ni en O ccidente ni en
la India, p ero que figura com o referida a un árbol extraño «in p a r­
tibus Indiae»: un árbol, dice, llam ado en griego p e rid ix o n (léase
perid éxio n ). Es claro que la fábula viene de una fuente griega; pien­
so que, rem otam ente, de una india. Es el tem a del árbol sagrado
en que las palom as se refugian y que, tan to él com o su som bra,
es tem ido p o r la serpiente que tra ta de devorarlas. El tem a no es
griego en absoluto.

10. M. 298 «M ulier et procus» (Der. C om pl. = 661 P., quizá co­
rresp o n d e al núm . 10 de los tapices de Bayeux). La m u je r so rp ren ­
dida p or el m arido con su am ante le convence de que no todo lo
que se ve es real: y se lo dem uestra enseñándole su p ro p ia im agen
en un b arreñ o de agua. Este tem a está estrecham ente em p aren ta­
do, m e parece, con el del papagayo delator cuyo testim onio ante
el m arido es desvalorizado p o r los am antes haciéndole creer, otro
día, que ha visto u n a tem pestad (que ellos han fingido). Es el cuen­
to 2 del S en d eb a r. El tem a está próxim o al de «El com erciante
F uertediente» en P a ñ ca ta n tra I 3, pp. 49 y ss.; en form as diversas
reaparece en los fa b lia u x y en la novelística del Renacim iento.

11. M. 328 «Tres optationes» (Der. co m p l. 47 = 668 P., M aría


de F rancia 57). E n estas versiones es un enano del m onte el que
concede a un ho m b re tres deseos; y es su m u je r la que desperdicia
548 Historia de la fábula greco-latina

dos (hace que al m arido le salga un pico de h ierro y luego que lo


pierda), utilizando el m arido el tercero p ara volver a su ser na­
tural. E n la versión del S en d eb a r, cuento 17, que es a todas luces
el m odelo, los tres deseos son concedidos al hom bre p o r una dia­
blesa y el resto del cuento tra n sc u rre de m odo sem ejante, con la
m u jer inutilizando dos deseos (hace que el hom bre tenga m uchas
m ujeres y que pierda todas, incluso ella) y el hom bre usando el úl­
tim o p a ra d ejar las cosas com o estaban. Todo es m ás lógico que
en la versión latina, donde los deseos segundo y tercero p ráctica­
m ente se confunden y donde se introduce un tem a del m ito o folklore
nórdico, el enano.
El tem a se difundió m ucho en la E dad M edia con el nom bre de
«Los tres necios deseos» o «Los tres dones de San M artín»; cf. Fra-
dejas, ob. cit., p. 145, y B edier, ob. cit., pp. 212 y ss. Pero de en tre
el m aterial dado por éste, una p arte coincide en el tem a folklórico
general del deseo m al em pleado (por ejem plo, en Fedro, App. 15),
es decir, nada tiene que ver genéticam ente con n u e stra h isto ria
concreta. E sta arran ca del S e n d e b a r (de ahí p asa a las M il y Una
N oches, àl fa b lia u de los dones de San M artín según el propio Bé-
dier, a Lafontaine VII 6); la versión occidental es a todas luces un
derivado.

12. M. 491 «De vulpe» (Od. Cer. 49, L ib ro d e B u e n A m o r, estr.


1412-21). F ábula de la zorra que se hacía la m u erta pero salió h u ­
yendo cuando iban a arran c arle el corazón (en Od. Cer. es sim ple­
m ente un artificio p a ra cazar). Depende del S e n d e b a r, pero en su
versión griega, el S y n tip a s: en la castellana, posterior, p o r o tra p a r­
te, a Eudes, no aparece. El tem a de la zo rra que se hace la m u erta
está ya en el Y se n g rim u s IV 425-44, seguram ente derivado de aquí*0.
Luego la fábula pasà a Jacques de Vitry, al C onde L u ca n o r y a otros
lugares m ás.

13. M. 176 «El gato, la com adreja y el conejo» (aludida en el


L ibro de B u e n A m o r 929c). Deriva claram ente del P a ñ ca ta n tra (T a n -
trä k h y ä y ik a III 4, pp. 114-115 = P a ñ ca ta n tra I I I 4, pp. 315-324), pero
no hallo fuentes m edievales latinas, solo esta alusión y la fábula
de Lafontaine V II 16. L ecoy61 señala que la versión del A rcipreste
p resen ta diferencias, com o es usual, con la del Calila, y que, en
cam bio, está próxim a a la de Lafontaine: debe de h ab er u n a fuente
com ún. E n estas versiones interviene la com adreja e interviene
com o anim al que expulsa a la liebre de su cueva, m ientras que en

60 Cf. F. Lecoy, Recherches su r le L ibro d e Buen Am or, reed, en W esm ead,


1974, p. 138, n. 2.
61 Cf. Lecoy, ob. cit., pp. 142 y ss.
La fábula latina medieval y el Oriente 549

las dem ás versiones es la liebre (o el conejo) quien expulsa al otro


anim al, generalm ente un pájaro. De o tra p arte, el A rcipreste se li­
m ita a una sim ple alusión (la liebre del covil saca la com adreja),
lo que certifica que la fábula era conocida precisam ente en la form a
que dicha alusión presenta. En la versión india, que coincide sus-
tanciaJm ente con la árabe, la hebrea y la de Ju an de Capua, el
conejo es el intru so , no la perdiz; ésta (u otro p ájaro , las tra d u c ­
ciones varían) es desalojada p o r el conejo. Las versiones de Sim eón
Seth (la griega) y el Calila introducen m odificaciones, surgidas sin
duda p or la dificultad de que sea el nido de un p ájaro el ocupado
por el conejo. El Calila, VI 3, habla de una jineta, la versión grie­
ga, de una ardilla. Es de esta línea de la que, evidentem ente, deri­
van el A rcipreste y Lafontaine, que habla tam bién de com adreja.
E n efecto, el cuadrúpedo desalojado es convertido ahora en com a­
dreja; y com o este es un anim al que puede esperarse que desaloje
al conejo (o liebre) y no al revés, h a habido una inversión en el
papel de los dos anim ales. Todo esto ha ocurrido forzosam ente
en fecha an terio r a Ju an Ruiz.
Así, es un texto secundario en que un cuadrúpedo era desalo­
jad o p o r el conejo o liebre, el que está en la base de la evolución.
No tenem os argum entos p ara identificarlo con la fábula del Calila
o la griega, que son dos desarrollos paralelos e independientes, creo.
S ería el único ejem plo en que la tradición del Calila h ab ría sido
seguida p o r n u estro fabulista. Más verosím il es que, com o o tras
veces, el origen de la nueva versión esté en la griega, fuente de una
versión latin a p erd id a p ara nosotros pero conocida p o r Ju an Ruiz
y Lafontaine.

14. M. 245 «Lupi infortunium » (ms. Monac. 36 = 669 P., tam ­


bién en el A rcipreste 766-779). Una p a rte de esta fábula es de ori­
gen indio: la relativa al episodio de los dos m achos cabríos que
dan m uerte al lobo (cf. supra, p. 534).

15. M. 503 «De vulpe et u m b ra lunae» (Der. co m p l. = 669 P.,


M aria de F rancia 58). La zorra se ahoga al p re te n d er coger de un
pozo un supuesto queso que en realidad era el reflejo de la luna.
Pienso que esta fábula, que en el Y s o p e t 62 está contam inada con
la latin a m edieval de la zorra y el pozo (M. 440, infra, p. 553), de
origen antiguo, puede ser oriental. En el P a ñcatantra, I 9, pp. 81
y ss. (= T a n tr. I 6, pp. 24-25) está el cuento del león que se ahogó
en un pozo al con fu n dir su im agen con la de otro león y a rro jarse
sobre él; y en II I 2, pp. 308 y ss. (= T a n tr. II I 3, pp. 110-114) el

62 Cf. el A péndice a la ed. de Pedro A lfonso por A. G onzález Patencia, Ma-


drid-Granada, 1948, ejem p lo 23, p. 226.
550 Historia de la fábula greco-latina

o tro cuento de cóm o el elefante es llevado por el conejo (como en


el cuento an terio r) a confundir el reflejo de la luna en el lago con
la diosa Luna.

16. M. 167 «Fur et satan» (Der. c o m p l. 39 = 662 P., M aría de


F rancia 48). La asociación del ladrón y el dem onio (b ru ja en M aría
de Francia) se reen cuentra en P a ñ ca ta n tra III 10, pp. 343-348 =
T a n tr. III 6, pp. 121-122 («El braham án, el ladrón y el demonio») y en
Sen d eb a r, cuento 14. Los detalles varían, el cuento m edieval tiene un
final cristianizado (el dem onio deja que el ladrón sea ahorcado).

17. M. 458 «U rbanus et m onedula sua» (Der. co m p l. 46, M aría


de F rancia 56). El tem a de la m uerte de la avecilla se une al del juez
prevaricador. Quizá haya un eco de P a ñ ca ta n tra I 26, pp. 179 y ss.
(m uerte del papagayo). Pero tam bién puede pensarse en el tem a del
dolor p o r el p ájaro m uerto en Alcuino, c. 61 ω.

18. M. 142 «Cuculus et volucres» (Der. parcial 10 = 652 P., Ma­


ría de F rancia 46), tam bién M. 128 «Cuculus et aquila» (Od. Cer. =
626 P.) y derivados com o M. 62 «Bubo et alia volatilia» (en Eudes)
y M. 344 «Pavo et graculus» (en el Ap. de W alter). El pavo evita
que el cuco sea elegido rey de las aves; en su lugar eligen al águila.
Pienso que el origen está en T a n trä k h y ä y ik a III 2, p. 110 = Pañca­
ta n tra III 1, pp. 304 y ss., donde se cuenta cóm o el cuervo im pidió
con su inform e desfavorable la elección de la lechuza com o rey de
las aves, con la consecuencia de la g u erra de cuervos y lechuzas.
E stá, efectivam ente, este relato m ucho m ás próxim o al n u estro que
fábulas griegas en que se critican o tras pro p u estas p ara el reinado
de los p ájaro s (el g rajo en H. 103, el pavo en H. 244, aunque estos
tem as griegos pueden e sta r en el origen de la fábula india). Ahora
bien, la elección subsiguiente del águila es una contam inación con
tem as latinos m edievales, cf. supra, p. 488: un derivado de esta
contam inación es, creo, el Pulologos bizantino (cf. infra, p. 638).
Hay que h acer constar, de todas m aneras, que el tem a de la guerra
de las aves aparece ya (sin el del águila) en Teodulfo de Orleans,
a com ienzos del siglo ix: es seguram ente ya en este m om ento un
derivado del tem a indio, cf. supra, p. 638.
Pienso que después de esta exposición, que com pleta las an te­
riores sobre las fábulas griegas de origen oriental y sobre los ele­
m entos o rien tales de la épica anim al latina y rom ance, no quedará
ninguna duda sobre la realidad de estos elem entos orientales antes
de la explosión de nuevas traducciones en el siglo x i i i . Son, funda­
m entalm ente, fábulas de origen en últim o térm ino indio. Pero tam-

« Cf. D. Schaller, lug. cit., pp. 95 y ss.


La fábula latina medieval y el Oriente 551

bién hay o tras de origen m esopotám ico antiguo; y las hay de co­
lecciones com o el S e n d e b a r, nacidas propiam ente en P ersia (véase
infra, p. 561). Todos estos textos han llegado al griego a través
de traducciones siriacas interm edias; y del griego han pasado al la­
tín. He de in sistir aún sobre ello.
Por supuesto, el estudio que precede es solam ente un tan teo o
m uestreo: es seguro que pueden en co n trarse otros elem ntos orien­
tales m ás, tan to en las colecciones que he investigado com o en otras.
Piénsese, p o r ejem plo, que no m e he ocupado de toda la lite ra tu ra
de la p rim era m itad del siglo x m (dejo fu era a Jacques de Vitry,
ciertos fab lia u x, etc.). Y que tam poco he revisado toda la lite ra tu ra
de trad ició n o rien tal (el B a rla a m , p o r ejem plo), ni investigado (sal­
vo en el caso del A rcipreste) los elem entos orientales antiguos en
textos del siglo xiv y siguientes.
H ab rá podido verse que los elem entos fabulísticos orientales
que he detectado provienen los m ás (pero he dado tam bién otros
ejem plos) del llam ado Róm ulo anglo-latino, colección perdida de
la que derivan las dos versiones editadas p o r H ervieux bajo los
nom bres de «Rom ulus Anglicus cunctis» o D erivado c o m p le to y «non­
nullis» o D erivado parcial, así com o la de M aría de F rancia y p ro ­
cedente del siglo ix (véase el capítulo próxim o); y de la colección
de Eudes u Odón de C eritón, de com ienzo del siglo x i i i . Pero hay
o tras fuentes an terio res a p a rtir del siglo ix: el aeger leo del ms. de
S aint Gall, Teodulfo, Leo de Vercelli, E gberto de Lieja, From undo,
Donizo. Y hay textos posteriores, com o las fábulas extravagantes de
Steinhöw el y n u estro A rcipreste, que proceden de fuentes perdidas
sin duda pertenecientes a n u estra época. Es el m ism o caso de, p o r
ejem plo, la fábula de la gata negra de N icéforo G régoras (siglo xiv),
conocida p o r el R o m a n de R e n a rt en fecha an terio r a dicho texto
griego.
Por o tra parte, sería erróneo p o stu lar que los num erosos ele­
m entos indios de la épica anim al proceden de las fábulas de colec­
ción que hem os recogido. Algunos tal vez sí, pero tam bién ocurre
lo co n trario y tam bién sucede que con toda prob abilidad esa épica
bebe de fuentes perdidas, m ás antiguas que las nuestras. A veces,
fuentes que le son com unes con, p o r ejem plo, el Arcipreste.
He trata d o de hacer verosím il que la vía p o r la que llegaron
los elem entos indios y otros a O ccidente fue Bizancio. A los argu­
m entos dados antes he añadido ah o ra otros: la coincidencia, a ve­
ces, de las fábulas occidentales con las versiones griegas (del si­
glo xi) del P a ñ ca ta n tra y el S e n d e b a r y no con las castellanas y
otras.
Pero ya he dicho que hay influjo o riental antes, incluso de tal
fecha. Y que no se tra ta de una derivación única, de la que vienen
luego versiones varias. No: a veces un m ism o tem a ha debido e n tra r
552 Historia de la fábula greco-latina

en m om entos diferentes, con diferentes variantes. Luego, en Occi­


dente, ha habido la contam inación con elem entos fabulísticos p ro ­
cedentes de la A ntigüedad y desarrollos nuevos.

3. E n P e d ro A lfonso

E n la época que estudiam os no parece h ab e r en el O ccidente


latino derivados de la fábula oriental llegados a través de la D isci­
p lina Clericalis, de Pedro Alfonso, según he dicho; pero los hay en
fecha posterior. Es ésta una tradición latina que viene no a p a rtir
del griego, sino del árabe; pero es, de todos m odos, u n a tradición
latin a de la época que nos ocupa y, com o tal, m erece estudio. Por
o tra p arte, la D iscip lin a es una obra m uy curiosa en que las tra d i­
ciones o rien tal y an tigua se com binan de una form a no disím il de
la que hem os en contrado en la fábula latina y la derivada de ésta
que hem os venido estudiando.
El ju d ío converso aragonés Pedro Alfonso, bautizado en torno
al año 1110, viajó a In g late rra y cultivó la astronom ía, pero es co­
nocido prin cip alm en te p o r la obra que ahora nos ocupa. Fue muy
conocida e im itada: hay traducciones francesas, hebreas y varias
castellanas y la im p ro n ta de los cuentos y novelas de la D isciplina se
en cu en tra con la m ayor frecuencia en diversas colecciones M: en
Jacques de Vitry, en los fabliaux, en el C onde L ucanor, incluso en
la colección esópica de Steinhöwel. Ahora bien, ya hem os visto que
este influjo, a p rio ri posible en el siglo x i i , no parece haberse ejercido
en la p ráctica en las colecciones que hem os estudiado. Ello se debe,
quizá, a que las fuentes latinas de las fábulas de origen indio u
orien tal estudiadas son anteriores a dicha fecha, en térm inos gene­
rales son de los siglos del ix al xi.
Lo notable, a m i ver, de la colección de P edro Alfonso es que
une sus fábulas o cuentos de origen o riental con elem entos de la
tradición cu ltu ral greco-latina. Por ejem plo, el e x e m p lu m V (M. 199)
«de hom ine et serpente» es un derivado de H. 62, el IV (M. 297)
«de m ula et vulpe», lo es de H. 285 y el x x n (M. 406) «de rustico
et avicula» es, sin duda, a su vez un derivado de H. 298 «El hom ­
bre y la cigarra». Claro que h ab ría que investigar la vía de acceso
a estas fábulas seguida p o r Pedro Alfonso, pues las dos últim as ci­
tadas están en la trad ición griega y bizantina, pero no en la latina.
Lo m ás verosím il es que, dado que aparecen, e n tre otros lugares,
en el Apéndice de la Accursiana, tan difundido en E uropa en la

m Cf. A. G onzález P alencia, ob cit., pp. V II y ss.; y, para el in flu jo de la


obra, la B ibliograph ie d e s ouvrages arabes, de Chauvin, fase. IX , Lieja, 1905,
así com o el libro de B édier cit., pp. 133 y ss.
La fábula latina medieval y el Oriente 553

fecha que nos ocupa, probablem ente fue a través de la tradición


m edieval europea com o Pedro Alfonso accedió a este m aterial fa-
bulístico.
E n tre los elem entos antiguos llegados a él, sin duda p o r la vía
m edieval, se en cu en tran otros de tipo anecdótico que desde la con­
fluencia de la fábula con el m ovim iento cínico tendían a asociarse
a la m ism a. Se tra ta de anécdotas atribuidas a S ócrates (ejem plo
X X V III = M. 438: es una anécdota tópica de Diógenes y A lejandro),
a A lejandro (X X X III = M. 13), alusiones a Platón (XXV), etc. Y, so­
b re todo, de m áxim as y consejos con los tem as cínicos tradiciona­
les, fundidos ciertam en te con la tradición cristiana.
La D iscip lin a continúa, efectivam ente, la tradición de la fábu­
la latin a m edieval, de origen greco-latino. Incluye elem entos nue­
vos, m edievales, p o r ejem plo, el «Exem plum de o rato re et lupo
iudicioque vulpis» (X X III), que es la fam osa fábula m edieval «Vul­
pes et lupus in puteo» (M. 500), de origen greco-latino y de la que
he de ocuparm e; y diversas novelitas de am biente m edieval y cris­
tiano.
En definitiva, la D iscip lin a continúa la línea antigua y m edieval
de la fábula en una dirección que nos es fam iliar. Pero introduce
variantes: el m ism o esquem a del «marco» con que engarza sus his­
torias, y que en este caso introduce a un p adre que alecciona a su
hijo, siendo, com o sabem os, habitual en M esopotam ia, la India y
la Antigüedad tard ía, le ha llegado a través de las colecciones á ra ­
bes. Y, sobre todo, en tra n fábulas que no conocem os en la tradición
europea tem p ran a y que, en cam bio, sí aparecen en la tradición
árab e de origen oriental: de ella las ha tom ado Pedro Alfonso, como
él m ism o dice en su prólogo. A la larga, las im itaciones de Pedro
Alfonso a p a rtir del siglo x m lo que hicieron fue añ ad ir m ás m ate­
rial oriental al que la tradición europea ya conocía, introducido por
la o tra vía de que he hablado.
E ste m aterial oriental no m erece ser trata d o aquí exhaustiva­
m ente, pues es bien conocido, pueden verse detalles en las obras de
Bédier, González Palencia y F radejas a que vengo refiriéndom e.
Hay, sobre todo, el que viene del S en d eb a r, así el cuento «de gladio»
(XI = M. 178 = S e n d e b a r 5), y el «de canicula lacrim ante» (X III =
M. 81 = S e n d e b a r 10). Del P a ñ ca ta n tra (m ejor dicho, del prólogo
de la traducción pehlví, la histo ria del m édico Burzoe) viene el cuen­
to «de latrone et radio lunae» (XXIV = M. 216); y el cuento XXVII =
M. 278 «de M aim undo servo» tiene elem entos em parentados con
cuentos del H ito p a d e sa y el Cal'ilat$. Con esto no está acabada la
relación de elem entos orientales en la D isciplina; el detalle exige
una investigación nada fácil.

65 Cf. Fradejas, Anónimo. Sendebar, M adrid, E ditora N acional, 1981, p. 92.


554 Historia de la fábula greco-latina

Así, en definitiva, podríam os decir que la tradición o riental ha


entrad o en la fábula latina m edieval (prescindiendo de los elem en­
tos que ésta h abía heredado de la Antigüedad) en tres fases: prim e­
ro, a través de las versiones griegas; luego, a través de Pedro Al­
fonso; finalm ente, a través de versiones castellanas y o tras diversas
desde el siglo x i i i . Pedro Alfonso ocupa, pues, la posición in term e­
dia; pero pienso que su influjo llegó con retraso , com ienza desde
el siglo x i i i , m ien tras que la vía bizantina fue la que p rim ero dejó
su im pacto. Así, en definitiva, los dos puntos de contacto entre
O riente y Occidente, Bizancio y España, se relevaron tem poralm en­
te: prim ero fue el m om ento de Bizancio, luego el de España, eje r­
cido p rim ero a través de Pedro Alfonso, luego de las traducciones
alfonsíes y o tras. Claro que este últim o influjo, que aquí no estu ­
diam os ya (como tam poco el de Pedro Alfonso), fue reforzado a
través de u na difusión ya general de la fábula oriental.

IV. El paso de la f á b u l a o r ie n t a l a la f á b u l a b iz a n t in a

He sentado varias veces a lo largo de este capítulo que, una vez


aceptada la tesis de que fábulas orientales llegaron a Occidente,
ju n to con o tras griegas, a través de versiones griegas, bizantinas,
de los siglos del i x al x i i , el siguiente problem a que se plantea
es el de p o r dónde llegaron a Bizancio dichas fábulas. La solución
que propongo es que es en Siria, en la fro n te ra bizantino-árabe
a lo largo del E úfrates, donde, m ás o m enos de la m itad del si­
glo IX a la m itad del siglo x i , existieron el am biente cultural y las
circunstancias propicias p a ra que e n tra ra en Bizancio nuevo m ate­
rial n arrativ o oriental, el estudiado m ás arrib a y sin duda otro m ás
aún. Tam bién aquí, pienso, se ab riero n paso hacia P ersia y la India
ciertas n arracio n es griegas de que he de ocuparm e. Con ello, cier­
tam ente, se co n tinuaba un proceso iniciado com o dije en la Anti­
güedad y que, de o tra p arte, continuó luego en los siglos v y vi, en
época sasánida, ah ora ya precisam ente con el interm ediario siriaco.
Fue esencial, pienso, el papel de las traducciones del griego al
siriaco y (luego) de éste al árabe; del pehlví al siriaco y el árabe
o al árabe directam ente y de éste al siriaco y, eventualm ente, al
griego. Tam bién el arm enio y el etiópico han desem peñado un papel
im p o rtan te, así como, según queda dicho, el árabe (y m ás tard e el
turco). Pero el siriaco, continuador del aram eo, desem peñó un p a­
pel cu ltu ral im po rtan tísim o en tre los siglos iv y xiv d. C.: era h a­
blado p o r poblaciones perm eadas de c u ltu ra cristiana, griega y orien­
tal, poblaciones situadas en la zona fronteriza —en las épocas indi­
cadas— en tre bizantinos y sasánidas (árabes m ás tarde) y som etidas
al dom inio, ya de uno, ya de o tro im perio. Por o tra p arte, el siria-
La fábula latina medieval y el Oriente 555

co es un co n tin u ad o r del aram eo, que sustituyó desde el siglo v u a. C.


al asirio y babilonio y fue lengua oficial del im perio persa, desde
Egipto a la India. E n definitiva, el aram eo y el siriaco (y en m enor
escala el arm enio) estuvieron en condiciones de poner en contacto
d u ran te largos siglos la lengua griega, de un lado, y las lenguas
indoeuropeas de P ersia y la India, de otro; así com o tam bién con
el árabe, a p a rtir del siglo v u d. C.
Todo esto es sob radam ente conocido, aunque he de precisar,
com o queda dicho, las circunstancias de los siglos del ix al xi d. C.
Pero in teresa aquí recordarlo porque voy a poner algunos ejem plos
concretos de cómo, sobre esta base, continuó en la E dad M edia el
intercam bio y la síntesis de form as narrativ as griegas y orientales
que, p o r lo que resp ecta a la A ntigüedad, he perseguido en el vol. I
de este libro y otros trab a jo s ya m encionados. Y cóm o las fábulas
que creo h ab er d em ostrado que pasaron en la E dad Media de la
Ind ia a Bizancio y de aquí a la E uropa latina (y a veces al caste­
llano de n u estro Ju an Ruiz), lo hicieron precisam ente p o r esta vía.
Quizá sea preferible, antes de e n tra r a tra ta r de las circu n stan ­
cias culturales en cuestión, com enzar in m ed ia s res m ediante ejem ­
plos concretos.
Ya en la A ntigüedad, según he estudiado en otros lugares, la
V ida de E so p o , de la que creo hubo ya un texto escrito de edad
helenística, fue influida p o r el A h ik a r asirio, del cual incluso tom ó
un am plio fragm ento, el único conocido literalm ente en griego. Pues
bien, tenem os un fragm ento aram eo del A h ik a r del siglo v a. C.,
hallado en E lefantina, en Egipto. E sto sin h ab lar de antiguos influ­
jos del A h ik a r en Grecia (fue traducido, se nos dice, p o r D em ócrito
en el siglo v a. C.), en la antigua leyenda de Esopo, y en la India
(en la creación del T a n trä k h y ä y ik a , predecesor del P añcatantra).
Ni de la continua serie de nuevas versiones: la arm enia (siglo v d. C.),
la etiópica, la siriaca, la eslava (derivada de la griega p e rd id a )66.
He de volver luego sobre el influjo del A h ik a r en el género que
nos in teresa ya en plena época m edieval. Pero d irijam os p rim ero
n u estra atención a la colección de fábulas siriacas conservadas en
varios mss. a p a rtir de los cuales fue trad u cid a al francés p o r la
Hna. B runo Lefèvre; y que tam bién p ro d u jo versiones en árabe
(fábulas de Loqm an), en siriaco con caracteres hebreos y en griego
(versión de A ndreópulos).
Pues bien, en vol. I, pp. 146 y ss., y en este m ism o volum en,
p a rte III, cap. 2, he hecho ver que el m odelo es una colección grie­
ga estrech am en te em p aren tad a con n u estra A ugustana: m ejo r di­
cho, con una redacción m ás arcaica que ésta. Incluso hay unas po­
cas fábulas, creo que de tradición griega antigua, que no llegaron a

46 Cf. vol. I, pp. 313 y ss., 677 y ss.


556 Historia de la fábula greco-latina

ella, se perdieron antes. Pero en los m ss. siriacos de la Hna. Le-


fèvre hay otras pocas ausente de Sintipas, no traducidas al griego:
son fábulas ya cristianas, ya orientales, ya de tem a y estru c tu ra
recientes. R epresentan un añadido a la colección original, no son
de tradición griega antigua.
Pues bien, entre ellas hay una sobre la que ya he llam ado la
atención (vol. I, p. 378, supra, p. 519), fábula totalm ente aislada
en la tradición griega. Es el núm ero 74 de la ed. de Lefèvre, «La
tram pa».
Es p o r demás evidente que una ram a de la tradición siriaca, la
desatendida por Andreópulos, añadió al cuerpo principal unas cuan­
tas fábulas más. Y que ésta la tom ó de un texto que corría tra d u ­
cido al siriaco (por no h a b la r del aram eo y el arm enio), el A hikar.
¿E n qué fecha? Se piensa que la traducción del griego al siriaco
debió de hacerse en tre los siglos ix y xi d. C.: al final de esta época
h ab ría que colocar el nuevo añadido. Se tra ta , exactam ente, de las
fechas a que hemos querido dedicar n u e stra atención en este ca­
pítulo.
Prescindo ahora de o tra fábula del «añadido» de las fábulas si­
riacas, la XXXVIII «Los m onos que quieren co n stru ir una ciudad»,
que creo de origen indio, y paso a señalar que u n a vez establecida
la posibilidad de que una fábula del A h ik a r p asara a una colección
de origen griego, esto pudo o cu rrir, naturalm ente, aunque no fuera
recogida en nuestras fábulas «siriacas» conservadas.
Es lo que he propuesto m ás a rrib a en el caso de la fábula del
A h ik a r V III 36 y del Der. co m p l. 124 (tam bién M aría de F rancia 81),
la fábula del lobo que al leer siem pre pronunciaba «cordero». Ya
he dicho que el tem a está aislado en la lite ra tu ra latin a y que en
la griega hay uno próxim o en la fábula del lobo que enseña a leer
a la gallina en T etr. II 28.
E stos ejem plos hacen ver el juego de las traducciones del grie­
go al siriaco y de esta lengua o tra vez al griego y la convivencia
en la lite ra tu ra siriaca de estas fábulas de origen griego con otras
de origen no griego: derivadas del A h ik a r en unos casos, de la tra ­
dición india en otros. Pues com o se sabe ya hacia el 570, a poco
de m o rir Ju stiniano y en plena época sasánida, el P a ñ ca ta n tra indio fue
trad u cid o al siriaco; la cabecera del E ú frates en torno a Edessa,
zona siria, form aba p a rte del im perio bizantino, pero estaba p ró ­
xim a al sasánida, donde el P a ñ ca ta n tra había sido traducido al
pehlví hacia el 550. P ara los griegos, com o p ara los sirios, la fábula,
de cualquier origen, form aba una unidad. T anto que cuando An­
dreópulos tra d u jo al griego las fábulas siriacas (de origen griego,
ya sabem os), incluyó en el m ism o libro una traducción suya del

« Cito el A hikar por la ed. de R. H. Charles, Oxford, 1965.


La fábula latina medieval y el Oriente 557

S y n tip a s, o b ra fabulística de inspiración india o, m ejor, persa, de


que hablaré. Y «Syntipas» fue considerado com o au to r de la colec­
ción de fábulas griegas.
N ada de extraño tiene, pues, que en el am biente del contacto
greco-sirio en los siglos v y vi y, luego, en el ix, x y xi, fábulas di­
versas pud ieran p asa r de las colecciones de un origen a las de otro.
Y lo m ismo, n atu ralm en te, cuando la traducción árabe del P añca­
ta n tra p o r al-M uqaffa (traducción, com o la siriaca anterior, a p a r­
tir del pehlví), realizada hacia el 750, com enzó a difundirse y p ro ­
dujo versiones griegas: una conservada fragm entariam ente de hacia
el año 1000 y luego la de Sim eón S eth de 1080 68. P rodujo tam bién
una siriaca m oderna del siglo xi.
Ya he dicho m ás arrib a que u n a fábula del «añadido» o apén­
dice de los m ss. de la Hna. Lefèvre es posiblem ente de origen in­
dio. Los m onos que quieren co n stru ir una ciudad y son disuadidos
p o r el consejo de los m onos viejos que vivían en el desierto inte­
rior, que dicen que los prim eros van a caer en el ridículo, tienen
sin duda que ver con el tem a de T a n trä k h y ä y ik a I 1, p. 7, H ertel =
P añ ca ta n tra I 1, p. 25, Ryder: el m ono que quiere im itar a los car­
pintero s y coge un hacha acaba con los testículos aprisionados en
un á r b o l69.
A través bien de versiones siriacas, bien, luego, árabes, y en el
caso de las p rim eras de versiones de varias edades, las fábulas del
P añcatantra h an podido e n tra r en las colecciones griegas, m ás o
m enos m odificadas, y pasar a p a rtir de ellas a las latinas. Ya he
dado toda clase de ejem plos de estas fábulas y he hablado de otros
influjos m ás profundos: narraciones occidentales con «marco» y con
nom bres propios de los anim ales.
Sólo ah ora podem os explicarnos la presencia de elem entos in­
dios en la fábula m edieval europea an terio r a las versiones alfon-
síes, que se consideraba com o un enigma. Pero decir que el in ter­
m ediario fue Bizancio no es suficiente: hay que decir que el in ter­
m ediario estuvo en la época en que el griego, el siriaco y el árabe
(tam bién, resid u ariam ente, el pehlví y el arm enio) convivían en la
fro n te ra del E ú frates. Es llegado el m om ento de decir algo sobre
esto, p ara co n tin u ar luego.

68 Cf. H.-G. B eck , Geschichte d e r byzantinische Volksliteratur, M unich, 197Í,


p. 41. S im eón Seth vivió en el E ste, probab lem ente en A ntioquía, y estaba fam i­
liarizado con las culturas siria y árabe. Pero probab lem ente sólo trajo la pri­
m era parte de la obra, sin los proem ios, lo dem ás se traduciría luego en
los siglos X I I I y xiv. Así, L.-O. Sjób erg en el prólogo de su ed. (E stocolm o,
1962), reducida a esa prim era parte.
69 Cf. tam bién Pañcatantra, V, pp. 454-461, y T anträkhyüyika, III 11, pp. 138-
139; Pañcatantra, I 21, pp. 157-158, así com o el tem a del p aís de los m onos
en version es o ccid en tales en H ervieux, II, pp. 243, 507, 542, 549, etc. (a añadir a
las fábu las latin as de origen indio arriba enum eradas).
558 Historia de la fábula greco-latina

Dejemos, p uesto que no es n u estro tem a preciso, la cuestión


de las relaciones en tre griegos, sasánidas e indios d u ra n te el final
del im perio y la p rim era época b iz a n tin a 70, sin d ejar de señalar el
contacto cu ltu ral testim oniado p o r la traducción al griego de la
V id a de M a n i 71 y la difusión del m aniqueísm o en general, así como
p o r las p rim eras traducciones al siriaco a p a rtir del griego y el
pehlví: en tre estas últim as, la ya citada del P añcatantra.
Lo que in teresa en nuestro contexto actual es señalar que, tras
los siglos oscuros que siguen a la gran avalancha árabe, en los
cuales se h abía perdido el contacto directo en tre el m undo bizan­
tino y el núcleo de la cultura siriaca, b ajo Basilio I y sus continua­
dores de la d in astía m acedonia tuvo lugar a p a rtir de los años
cen trales del siglo ix, el segundo intento, tra s el de Justiniano, de
re s ta u ra r el im perio rom ano, expandiendo las fro n teras bizantinas
a expensas de búlgaros y árabes. La fro n te ra oriental, que al co­
m ienzo de estas fechas corría m ás o m enos entre T rebisonda y Tarso,
se desplazó h asta alcanzar el curso del E ú frates en M elitene y Sa­
m osata, y aun rebasarlo en Edessa. T ras Basilio I, R om ano Leca-
peno, N icéforo Focas y Basilio II son los principales héroes de
estas conquistas. Pero a veces se tra ta b a de penetración pacífica,
recuérdense los acuerdos de Lecapeno con el em ir de Melitene.
Sólo a p a rtir de 1071, con la d erro ta de M anzikert, com enzó la
nueva retirad a.
D urante estos siglos los contactos entre Bizancio y el Califato
de B agdad fueron, ciertam ente, guerreros, pero no sólo guerreros.
Ambos im perios se consideraban como los verdaderos copartícipes
del gobierno del m undo e intercam biaban suntuosas em bajadas.
H abía un co n stan te flujo de refugiados y renegados; los nóm adas
atrav esab an las fro n teras y las poblaciones sirias y arm enias m ili­
tab an según las circunstancias en uno u otro e jé rc ito 72. La íntim a
relación en tre am bas poblaciones se ve bien en el D igenís A krita s,
en el que juegan, ap arte de bizantinos y árabes, un papel principal
bandidos de origen seguram ente sirio o arm enio. El sepulcro de Di­
genís —hijo de un em ir m usulm án de origen sirio— se m o strab a no le­
jos de Sam osata; era esencialm ente u n A kritas, un hom bre de la
fro n te ra —de la fro n tera del E ú frates—. Si son ciertas las ideas

70 Cf., entre otra bibliografía, N . Pigulew skaya, B y zan z auf den Wegen nach
Indien, B erlin, 1969.
71 Ahora publicada por vez prim era, por A. H enrichs y L. K oenen, ZPE 5,
1970, pp. 97 y ss., y entregas posteriores.
72 Cf. A. R am baud, L 'em pire grec au dixièm e siècle, París, 1870, reim pr., Nueva
York, s.a.), pp. 416 y ss.; H. Ahrweiler, «La frontière et les fron tières de By­
zance en Orient», Actes du X l V e Congrès Intern ation a l d e s é tu d e s by za n ti­
nes I, B ucarest, 1974, pp. 207 y ss.; y otros trabajos del m ism o volum en.
La fábula latina medieval y el Oriente 559

de H. G rég o ire73 es un poem a épico árabe el que form a el núcleo


del D ig e n ís 74.
H ubo d u ra n te este tiem po en Asia M enor un respeto p o r las tra ­
diciones y los cultos religiosos de unos y otros, así com o p o r las
diversas tradiciones culturales. Continuó, concretam ente, la trad u c­
ción de textos griegos al siriaco: entre otros, y p a ra lim itarnos a
los que aquí nos interesan, podem os h ab lar de la V id a de E sopo,
la V ida de S e c u n d o , la V id a de A le ja n d ro o pseudo-Calístenes, las
fábulas griegas a que antes hice referencia. Pero no se tra ta sólo
de traducciones al siriaco. Se tra ta tam bién de la exportación de
esta tradición griega al Oriente: re c u e rd o 75 que tenem os u n frag­
m ento de la V id a de E so p o en turco, procedente del T urquestán
o rien tal y acom pañado de lite ra tu ra m aniquea y budista. Y luego
verem os que la V id a de A le ja n d ro y las fábulas griegas han eje r­
cido su influjo en estadios recientes del P a ñcatantra, sin duda a
través de esta vía: es una continuación de los influjos griegos an ti­
guos en el origen del P a ñ ca ta n tra (del T a n trâ k h y â y ik a , p ara ser
m ás exactos) y del M ilindapanha. Pero no es sólo esto: en el m is­
m o dom inio que nos ocupa y en su prolongación del lado persa,
prim ero, y árabe, después, los influjos literarios occidentales se sin­
tiero n n o tar en la en tra d a de fábulas griegas antiguas en la tra ­
ducción árab e del P a ñ ca ta n tra (el K alilah w a-D im nah) y en la crea­
ción del S y n tip a s o S en d eb a r.
Dejo, sin em bargo, de m om ento este tem a, p a ra concluir el re­
lativo a los influjos orientales en Bizancio. Ya he hablado de la
traducción del A h ik a r al siriaco tra s la an terio r al aram eo y tam bién
de la del K alilah árabe, procedente del P a ñ ca ta n tra a través del
pehlví, al siriaco igualm ente. Es com prensible después de todo lo
dicho, no sólo que m ateriales del A h ik a r co ntinuaran en tran d o en las
colecciones griegas, sino tam bién, sobre todo, que los nuevos m ate­
riales indios e n tra ra n en la fabulística griega y, a través de ella, en
la occidental. E ste últim o influjo es m ucho m ás am plio de lo que
h asta ahora se había pensado.
Hay que colocar estos influjos en dirección a O ccidente en un
contexto m ás am plio todavía. Quiero referirm e al B a rla a m y Josa-
fa t que, según se piensa hoy com únm ente, es o b ra de San Ju an Da­
m asceno, en este m ism o am biente pero en el siglo v m 76: eviden­
tem ente, sobre ecos de lite ra tu ra b u d ista india (el B u d d h a ca rita ,
el L alitavista ra , etc.) llegado p o r la vía que ya conocem os, quizá a

73 «L’époque rom ane», recogido en A u to u r d e l'épopée byzantine, Londres,


1975.
74 V éanse m ás d etalles sobre el fon d o h istórico del p oem a en el prólogo de
la traducción de Juan Valero, B arcelona, 1981.
75 Cf. vol. I, p. 704, n. 12a.
76 Cf. H.-G. B eck , ob. cit., pp. 35 y ss.
560 Historia de la fábula greco-latina

través de versiones en pehlví. En todo caso, ya en el siglo x hay una


trad u cció n árabe y de aquí la obra pasó al etiópico y a las lenguas
occidentales. Parece, pues, que, pese al retroceso de Bizancio, en los
siglos v u y v in no hubo ru p tu ra en la com unicación cultural, aun­
que sí, quizá, fallo provisional del interm ediario siriaco: de Bagdad
pasan tem as indios a la S iria bizantina. Y en B agdad se traduce,
com o dije, el P a ñ ca ta n tra (entre o tras obras indias) del pehlví al
árabe (luego al griego, siriaco, castellano, etc.). Véase lo que digo
m ás abajo sobre el S e n d e b a r que, traducido al árabe y de aquí al
siriaco y luego al griego (por A ndreópulos, siglo xi, com o se dijo),
siguió el cam ino ya conocido: de la versión árabe hay tam bién tra ­
ducciones castellana, hebrea, etc. Más: la versión árabe influyó
directam en te en la D iscip lin a Clericalis, de Pedro Alfonso, com o he
dicho m ás arrib a. Por lo que al griego respecta el interm ediario
fue, una vez m ás, el siriaco.
Por o tra p arte, la existencia de interm ediarios siriacos es algo
que se coge con las m anos en el caso de m uchas traducciones al
árabe de textos griegos filosóficos, astronóm icos, m édicos, etc., en
la B agdad de los Abbasidas. Conocemos incluso los nom bres de al­
gunos de estos trad u c to res siriacos (cf. F. Klein Franke, D ie kla ssisch e
A n tik e in d e r T ra d itio n d es Isla m , D arm stadt, 1980, p. 89). Es evi­
dente que el caso no era diferente p ara la lite ra tu ra n arrativ a y que
el papel in term ed iario de los trad u c to tres siriacos viene de antiguo.
Con esto queda, creo, p ro p u esta una solución al problem a plan­
teado m ás arrib a. La zona de contacto p o r la que el influjo de la
fábula india (y m esopotám ica) p enetró en Grecia, de donde se ex­
tendió a la E u ro p a latina, está en las fro n te ras asiáticas del im perio
bizantino. Las traducciones siriacas, sobre todo, fueron el in term e­
diario, p rim ero en los siglos v y vi, luego en los x y xi; en el in­
tervalo se crearo n en B agdad textos pehlvís o árabes que de un
m odo u o tro h allaron tam bién su cam ino hacia el dom inio griego y
con tin u aro n hallándolo m ás tarde, a veces a través de traducciones
siriacas. Es ésta una resp u esta que, no p o r obvia, d ejab a de ser p re­
cisa u n a vez que, co n tra lo que nos atrevíam os a pensar, hem os
hallado esos influjos orientales en la E uropa de a p a rtir del siglo ix.

V. I n flu jo s g r ie g o s en la f á b u l a y la n a r r a t i v a o r ie n t a l

Lo m ism o que en el vol. I de esta o b ra m e ocupé, a m anera de


apéndice, de los influjos de la fábula helenística en O riente, voy
a decir aquí algunas cosas sobre el influjo tam bién en O riente de
la fábula griega de edad bizantina. Tuvo lugar a través de esa m ism a
fro n te ra y en las m ism as circunstancias. Pienso que tam bién en
este caso pueden ap o rta rse algunas novedades.
La fábula latina medieval y el Oriente 561

Una vez m ás se tra ta de la continuación de una historia antigua:


los influjos que p rim ero directam ente, luego a través de p arto s y
sasánidas ejerció la cu ltu ra greco-latina en Persia y Occidente. En
época m edieval hay que distinguir dos fases: h asta el siglo v m ; y
desde el siglo ix. D entro de la p rim era voy a lim itarm e a dos p u n ­
tos: el origen del S en d e b a r; y la introducción en el K alilah w a-D im nah,
la versión del P a ñ ca ta ntra por al-M uqaffa, de elem entos fabulísticos
griegos ajenos a su fuente.
Por lo que resp ecta al S en d eb a r, llam ado así p o r su héroe (su
nom bre persa: S indban en siriaco, Syntipas en griego, Ç endubete
en castellano, S in d ab ar en hebreo, Sim bad en árabe), todos hem os
com etido d u ran te largo tiem po el e rro r de considerarlo, en defini­
tiva, una traducción de un S id d h a p a ti indio vertido de aquí al pehlví
y el árabe. Sin duda, el nom bre del sabio o filósofo que da nom bre
a la o b ra es originariam ente indio y hace p e n d a n t al V idyapati del
P a ñ c a ta n tr a 77. Pero la obra no es india: no hay huellas indias en
ella, p o r m ás que siga el esquem a del m arco: en este caso se tra ta
del príncipe al que va a d ar m uerte su p adre el rey p o r calum nias
de su m ad rastra, lo que da lugar a un torneo de historias en acusa­
ción y defensa de las m ujeres, puestas en boca de los siete sabios
de Grecia y la m a d ra stra (m uerta al fin por el rey), respectivam ente.
Pero ya he hecho ver en otro lu g a r78 que este esquem a es de origen
m esopotám ico, lo conocem os, sobre todo, por el A hikar, y de aquí
penetró lo m ism o en la India que en Grecia.
Pues bien, B. E. Perry, que tan to s m éritos tiene en su h ab er en
el cam po del estudio de la fábula, ha presentado sobre el origen
del S e n d e b a r u na h ip ó te sis79 que creo plenam ente justificada: ap ar­
te del influjo del A h ika r, en el S e n d e b a r hay que reconocer funda­
m entalm ente un derivado de la V id a de S e c u n d o , o b ra griega de
am biente cinizante del siglo m d. C. (parece). Coinciden el tem a del
voto de silencio que pone en riesgo la vida de los protagonistas
(Secundo y el príncipe), el de la m isoginia (Secundo hace ese voto
al d escu b rir que todas las m ujeres, incluida su m adre, son putas;
el príncipe es calum niado por su m ad rastra, que in ten ta que el rey
lo m ate); y el de la salvación del héroe gracias a sus respuestas
(o las de sus abogados los siete sabios en el caso del S en d eb a r).
En el S e n d e b a r coinciden otros elem entos griegos, tales los siete
sabios y las novelitas m isóginas, características de la escuela cínica

77 Cf. G. T. Artola, «Sindibad in m edieval Spanish», M o de rn Language N otes,


71, 1966, pp. 37-42.
78 S u pra vol. I, pp. 680 y ss.; «E lem entos cínicos...»; «The Life o f Aesop...»;
«The In flu en ce o f M esopotam ia and Greece on the Pañcatantra», Dr. Shastri
Felicitation Volume, D elhi, 1981.
79 Cf. su artículo «The origin o f the B ook o f Sindbad», Fábula 3, 1959, pági­
nas 1-94.
562 Historia de la fábula greco-latina

y que de aquí em igraron a la fábula india y griega y a los relatos


del Renacimiento*°. Quiero añ ad ir referencias precisas al cuento 21
(tem a del m ercad er que in ten tab a d efrau d a r a sus dos com pañeros,
que habían hecho un depósito ju n to con él), que está en Valerio
Máximo V II 2; al 22 (tem a de «beberse el m ar», en V ida de E so ­
p o 71 y P lutarco 2.151b); y al 19 (tem a del águila y la serpiente, que
se ha com parado a u na fábula de E stesícoro en E lia n o 81, no H. 56, y
que tam bién tiene que ver con el enigm a del águila resuelto por Esopo
en V ida de E so p o 81) œ.
P or supuesto, en el S e n d e b a r hay tam bién novelas que encontra­
m os en el P a ñ ca ta n tra y o tras fuentes orientales. E n los com enta­
rios de la edición citada de J. F radejas puede hallarse referencia a
varias, la m ás conocida la de la m angosta fiel. Aunque a veces se
tra ta de añadidos al P a ñ ca ta n tra original, que pueden hab er llegado
a él desde Persia precisam ente (y, en definitiva, incluso desde Oc­
cidente). Lo m ism o digo cuando la coincidencia es con el H itopa-
désa, com o es el caso de la novela erótica 5 (los am antes, la m u jer
y el m arido).
Uno y o tro tipo de fuentes se encontraban, pues, en Persia: esta es
n u estra conclusión.
E n definitiva, y sin e n tra r en el detalle cuento en cuento: la tra ­
ducción árab e de M usa del S endebar, del siglo ix, depende de un an ti­
guo original pehlví, es decir, el libro se originó en época sasánida
(incluso se ha pro p u esto un paso directo del pehlví al siríaco; con­
fróntese cuadro de la p. 16 de la ed. de F radejas, cit.). De aquí se
hizo una traducción siríaca, que fue la trad u cid a p o r Andreópulos
al griego a fines del siglo xi p o r encargo de un tal Gabriel, d u x de
M elitene en el E ufrates.
E ste es el am biente del trasvase de la n arrativ a o riental al griego,
y al revés. No siem pre es necesario p a rtir de la India: en B agdad
y en S iria se en co n trab an las dos tradiciones y podía surgir una
nueva lite ratu ra . E n tre esta nueva lite ra tu ra hay que co n tar tam bién
las M il y u n a noches, con la m ism a e stru c tu ra del m arco, el m ism o
tem a de la am enaza de m u e rte 83 y una serie de narraciones proce­
dentes de la koiné, cu ltu ra de que estam os hablando.
No puedo, n atu ralm ente, e n tra r aquí en el detalle, pero sí quería
iniciar su estudio en un caso concreto: el de la penetración de ele­
m entos griegos en las sucesivas versiones m edievales del Pañcatan-

80 Cf. «E lem entos cín icos...», pp. 316 y ss., tam bién su p ra vol. I, pp. 639
y ss., etc. R ecuérdese que la traducción castellan a del S e n d e b a r se titula Libro
de los engaños e los asa y a m ie n to s de las mugeres.
81 En Page, P o eta e Melici Graeci, Oxford, 1967, p. 138.
82 V éase Anónimo. Send eba r, ed. F radejas, cit., pp. 13, 161, 170, 179.
83 Ya antigua, está en el Diálogo d e A lejandro y los Gim nosofistas, cf. «Ele­
m en tos cín icos . », p. 322.
La fábula latina medieval y el Oriente 563

tra. Son elem entos griegos que continúan aquellos otros que in te r­
vinieron en el nacim iento de la obra: proceden de la fábula y la
novelística griega teñidas de cinism o que, originadas en la Antigüe­
dad, siguieron p ro liferando en la E dad M edia y estab an presentes
en S iria y B agdad a través de traducciones siríacas. Aquí sí que
creo poder p re sen tar datos y teorías nuevas y, al tiem po, ju stific ar
ciertas com paraciones que h asta ah o ra se realizaban en térm inos
generalizantes e hipotéticos. Pues lo im p o rtan te es esto: que hay
circunstancias de tiem po, espacio y cu ltu ra que explican la presen­
cia de elem entos griegos en estas nuevas versiones derivadas del
P añcatantra.
En p rim er lugar, en la versión árabe de al-M uqaffa, de hacia
el 750, realizada p o r orden del segundo califa abbasida, al-M ansur,
y de la que, com o es sabido, deriva fuera de la In d ia toda la tra d i­
ción p o sterio r. Conviene, antes que nada, re co rd ar alguna cosa sobre
la situación de su m odelo indio (antecedente del pehlví y hoy p er­
dido como éste) d en tro de la tradición del P añcatantra.
Si seguim os el s te m m a de R. Geib*4, que m odifica levem ente el
an terio r de J. H e rte l85, resu lta que el original pehlví (que recons­
truim o s a través de las versiones siríaca y árabe) estaba estrecha­
m ente em p arentado con una versión india de la que quedan restos
fragm entarios en la B r h a tk a th a , así com o en K çem endra y Somadeva.
Todo este co n ju n to es una de las dos subdivisiones de una ram a K,
siendo la o tra la que h a producido el llam ado P a ñcatantra del Sur,
la versión nepalesa y el H ito p a d esa . La segunda ram a, S, es la del
T a n trä k h y ä y ik a (si bien hay contam inaciones secundarias entre
am bas).
Pues bien, p u estas así las cosas, h ab ría que exam inar con cuidado
toda fábula añad id a a la versión india y ver si tiene, eventualm ente,
origen griego. El p rogram a es fácil teóricam ente, no tan to en la
práctica p o rque no tenem os un despojo com pleto de todas las ver­
siones: lo que m ás se aproxim a es la tabla publicada p o r J. H e rte l86.
Un buen p u n to de p a rtid a p a ra este estudio que propongo y que
aquí no hago sino esbozar, es p re sta r atención a los elem entos ini­
ciales añadidos en la versión pehlví y en las que se sucedieron;
concretam ente, los relativos al m édico que n u estro Calila llam a

84 Z ur Frage d e r Urfassung d e s Pañcatantra, W iesbaden, 1969.


85 Das Pañcatantra. Seine Geschichte un d seine V erbreitu ng, Leipzig, 1914.
M ás alejado está el de F. Edgerton, The P añcata ntra re c on stru cte d , vol. 2,
N ew H aven, 1924 (2.“ ed., N ueva York, 1967).
86 «Das sü dlich e Pañcatantra. Ü b ersicht über den Inhalt der ä ltesten Pañca-
tantrarezen sionen b is auf Pürnabhadra», ZDKG, 58, 1904, pp. 24 y ss. Cuadros
com o el de J. E. K eller y R. W. Linker en su edición castellan a del Calilla (Ma­
drid, 1957, pp. X X V y ss.) tien en el in convenien te de tom ar com o térm ino com ­
parativo las version es indias m edievales, p osteriores a la versión pehlví, de las
que luego he de hablar.
564 Historia de la fábula greco-latina

Burzoe y que fue el a u to r de la versión pehlví. Pues bien, en «La


histo ria del m édico Burzoe», en tre o tras cosas, encontram os:

a) Una fábula griega, la del p erro engañado p o r el reflejo del


agua (136 Hausr.) «E serie en esto atal com m o el p erro que paso
p o r una puente sobre el rrio trayendo en la boca u n a costilla de
carne, e vio la so m b ra della en el agua. E p o r to m arla dexo la que
tenia en la boca, e non fallo nada» (texto castellano según Keller-
Linker, II 4, pp. 33 y ss.). El m odelo griego es de m i tipo Y, el m ism o
que subyace al pseudo-Dositeo, las fábulas siríacas y B abrio.
b) La bien conocida alegoría india de los peligros del m undo,
ajen a al P añcatantra y que p o r cierto pasó a la lite ra tu ra latina
medieval, así a Eudes de C eritón 45 «Homo et unicornius», an terio r
a nuestro Calila.
c) Novelitas com o la del ladrón y el rayo de luna, que se re­
encuentra en el S e n d e b a r, y la del am ante de la m u je r casada que
cayó en poder del m arido de ésta. Son de origen dudoso, en todo
caso pertenecen a la ko in é cultural del m undo sasánida. Ya he dicho
que estim o que, en térm inos generales, las novelas eróticas de la
fabulística india (y persa) proceden de las griegas, que se cultivaron
m ucho en el am biente cínico y con frecuencia tienen am bientación
asiática: baste re co rd a r la fam osa de la viuda de Efeso, en la V ida
de Esopo, Fedro y la A ccursiana (quizá tom ada precisam ente de Asia
M enor en el siglo ix, com o la del león, el lobo y la zorra). Quiero
reco rd ar tam bién la novelita obscena de las fábulas griegas de Syn-
tipas (54) «La vieja y el joven», porque es claro que perteneció a
la fase siríaca de la colección; y la histo ria de N ectanebo en el
pseudo-Calístenes, que pasó al P a ñ ca ta n tra en fecha p osterior, véase
m ás abajo.

O sea: en el am biente sasánida el tra d u c to r del P añcatantra indio


encontró un conglom erado de elem entos indios y griegos. La fábula
y la novela griegas co ntinuaron su penetración en O riente, com en­
zada m ucho tiem po antes.
Tam bién en la ú ltim a p arte del Calila (y de sus versiones siría­
cas y griega) se hallan fábulas y cuentos que fueron evidentem ente
añadidos p o r el tra d u c to r al pehlví. Pues bien, u n a al m enos de
ellas, la del arq u ero que m ató los cachorros de la leona, tiene a
todas luces un com ponente griego: la fábula del toro, la leona y el
jabalí, sólo en la tradición siríaca (Syntipas 11, col. de la Hna. Lefé-
vre XI y 13). E n el Calila X II, pp. 302 y ss., el arq u ero m ata a los hijos
de la leona y cuando ésta se lam enta, replica que ella a su vez ha m a­
tado a las crías de las o tras bestias; en la fábula greco-siríaca el re p ar­
to de papeles es diferente, la m adre del león m uerto p o r el toro se la­
m enta y es el jab alí el que da la m oraleja. El tem a es, en sustancia,
La fábula latina medieval y el Oriente 565

idéntico: pero creo que el Calila ha contam inado con una segunda
fábula griega, que se reconstruye a p a rtir de la del león y el arq u ero
del Apéndice de la A ccursiana (281) y de una fábula latina m edie­
val 87. Sea que ésta sea a su vez el m odelo de la fábula de un papiro
egipcio a que hice referencia su p ra , vol. I, p. 726, com o propuse en
dicho lugar, sea que, com o pienso ahora, a la fábula griega subyace
el m ism o m odelo egipcio, en todo caso am bas fábulas han convivido
en M esopotam ia y han producido la del Calila.
En el citado Apéndice del Calila hay o tras fábulas de posible
origen griego y las hay tam bién, n aturalm ente, de origen indio. E n tre
éstas creo que hay que co n tar la del león y el chacal (lobo) religioso,
que pienso que deriva de las fábulas indias del gato asceta y que
presagia el tem a luego m uy difundido en E uropa del lobo com o falso
e hip ó crita m onje: tem a adicionado p o r ejem plo, com o hem os visto
arrib a, a los del lobo lector, de origen m esopotám ico, y del lobo que
cautivó al tern ero y luego fue m uerto p o r la astucia de la zorra
(tem a greco-indio). En Bizancio hay algunas, aunque escasas, huellas
de este motivo.
Por supuesto que en el cuerpo del Calila, allí donde ofrece fá­
bulas ausentes del resto de la tradición india, pueden ra stre a rse m ás
fábulas de origen griego y o tras de origen oriental o indeciso. E n tre
las indias cabe m encionar la de los anim ales agradecidos y el hom ­
bro desagradecido (I 11), véase m ás abajo; y la del chacal que se
com ió al elefante (IV 10), seguram ente un derivado de «El asno sin
o rejas ni corazón» (IV 3). Aunque ya hice observar que es en oca­
siones difícil afirm a r la ausencia de tales fábulas en todas las colec­
ciones indias. P odrían in terp re tarse com o griegas algunas n arrac io ­
nes eróticas, sobre todo.
Ahora bien, a p a rtir de aquí hem os de p asa r a un tem a diferente:
el de la en trad a de m aterial griego en las versiones indias m edieva­
les, el llam ado te x tu s sim p licio r, que se coloca e n tre el 900 y el
1199 d. C., y el te x tu s o rn a tu s de P u rnabhadra, de esta últim a fecha.
Aunque hay ciertas discrepancias sobre la colocación de u n a y o tra
colección en el s te m m a del P a ñcatantra, en todo caso resu lta claro
que am bas están m uy relacionadas, la segunda tiene elem entos de
la p rim era (de la ram a K) y de la S (la del T a n tra k h ya yika ).
No m enos claro es que en una y o tra colección aparecen por
p rim era vez fábulas y cuentos nuevos. Se tra ta de investigar su
origen y, sobre todo, de ver si alguna p a rte de este m aterial es
de origen griego. En este caso, dado que la influencia griega directa
sobre la India decreció m ucho desde u n a fecha tem prana, la del
origen del propio P añcatantra, hay que co n tar con la influencia in­

87 «H om uncio, leo et filiu s eius» (de las fabulae extra va gan te s de S tein h ö­
w el = 706 Perry). Para esta reconstrucción , cf. su pra, p.
566 Historia de la fábula greco-latina

directa, la de las obras n arrativ as griegas que circulaban en versio­


nes siríacas, arm enias, árabes, persas, etc. Ya he dicho que la V ida
de E so p o llegó a trad u cirse al turco: nada de extraño que o tras
obras griegas m uy difundidas, com o la V id a de A lejandro, pudieran
h ab e r sido im itadas aquí; y lo m ism o digo de las fábulas, que en
la versión árab e de Loqm an co rriero n p o r todas p artes.
Aquí nos encontram os o tra vez con el problem a de la difusión
de los d istintos relatos dentro de las versiones del P añcatantra; y,
p o r o tra p arte, no quiero hacer un estudio exhaustivo, tam poco. Pero
sí voy a h acer algunas propuestas.
En p rim er lugar, es m uy lógico pen sar que p a rte del m aterial
que sólo en tra en estas versiones m edievales o en u n a de ellas sea
indio. Así, p o r ejem plo, II I 17, fábula del b rah m án que se fingió
ciego, o V 12, fábula de la princesa que tenía tres pechos. Tam bién
puede h ab er sucedido que una fábula india haya en trad o tan to en
el K alïlah y derivados com o aquí, seguram ente a p a rtir de aquél:
este es el caso, supongo, de la fábula de los anim ales agradecidos
y el h om bre desagradecido en I 11, fábula que p o r cierto pasó a
O ccidente desde p ro n to (ya vimos que está en el S p e c u lu m S tu lto r u m
1804-1912).
Pero volvam os a las fábulas griegas o posiblem ente griegas. Doy
una relación (incom pleta) de las m ism as, con estudio esquem ático
(a veces m era indicación de la posibilidad), dejando p ara el final
la del tejed o r enam orado de la princesa, la m ás in teresante. Sigo el
ord en del P añcatantra, citando p o r la traducción de Ryder.
I 20 «El gorrión y el elefante». El tem a del elefante que enloquece
con la p icad u ra del m osquito se halla en H. 292. «El león, Prom eteo
y el elefante», fábula del Apéndice de la A ccursiana que ya conoce­
mos. Son, varias de ellas, fábulas de origen o riental o que influyeron
en la fábula oriental: se tra ta quizá de una colección que se form ó
en Asia M enor.
I 23 «El sabio cuya alm a salió de su cuerpo». C rítica contra un
falso m ago o cham án, cuya superchería es descubierta: recuerda la
crítica cínica de la m agia en diversas fábulas y en la V ida de A le­
jandro.
II 1 «El ave b h aru n d a, con dos cabezas». E videntem ente u n a de­
rivación de la fábula H. 132 «El vientre y los pies», que tiene o tras
m uchas versiones diversas, en tre ellas u n a de S yntipas 35. Es, segu­
ram ente, de origen egipcio (cf. H isto ria ... I, p. 344), pero h a p ro ­
ducido una v asta descendencia en Grecia y Roma.
II 5 «El hijo del m ercader que se casó con la princesa». Cuento
erótico con final feliz, probablem ente greco-latino; cf., por ejem plo,
Fedro, A pp. 16 «Duo proci».
La fábula latina medieval y el Oriente 567

II 7 «El chacal que esperaba com er los testículos del toro». La


m oral es la m ism a de fábulas com o H. 153 «El león y la liebre».

II 8 «Los rato n es que liberaron a los elefantes». E stos ratones


que libran de la red a un anim al m ás grande provienen casi sin
duda de los que lib eraron al león en iguales circunstancias en H. 155.
H a desaparecido el tem a del agradecim iento, que es original.

III 6 «La cu lebra que m ordió al hijo del religioso». E ste es uno
de los ejem plos m ás claros: m ás arriba, pp. 115 y ss., he establecido
el s te m m a de esta fábula (H. 51), que a p a rtir de un original griego
p ro d u jo versiones en el P añcatantra, Fedro, la colección siríaca y las
Fábulas Anónimas.

I I I 15 «La cueva habladora». D epende del m otivo esencial de


H. 147, aunque la zorra no se aleja de la cueva del león por las pi­
sadas que e n tra n y no salen, sino p o r el eco del rugido con que
el león co n testa a su saludo. El tem a de las huellas está en otro
lugar en el P a ñ ca ta n tra (V 7).

IV 2 «La rana, la culebra y el pozo». S eguram ente un derivado


de la fábula griega de la rana y el ra tó n (con intervención final de
la culebra) en H. 302 (en el Apéndice de la Accursiana).

IV 5 «El chacal que no m atab a elefantes». Idéntico prácticam ente


a H. 276 (aunque el lobo griego revela su naturaleza com iéndose
a los corderos, el chacal indio huyendo). Se tra ta tam bién, nótese
bien, del Apéndice de la Accursiana.

IV 7 «La reina que ensilló y m ontó a su esposo». Es sin duda un


derivado de la h isto ria de A ristóteles cabalgado p o r Candace.

IV 8 «El asno en piel de tigre». Puede h ab er u n influjo de la


h isto ria del chacal azul, com ún a varias redacciones del P añcatantra,
pero me parece evidente el de la del asno y la piel de león en H. 199.
P or o tra p arte, creo reconocer u n a derivación de esta fábula india
en el «Canis, lupus et aries» de las fa b u la e extra va g a n tes de Stein-
höwel (= 705 Perry). (Cf. supra, p. 546.)

IV 9 «La esposa del lab ra d o r que lo engañó». Une elem entos to­
m ados de H. 136 (el p erro que llevaba carne, véase m ás arriba) con
u na novelita m isógina.
568 Historia de la fábula greco-latina

IV 11 «El p erro errante». Tem a claram ente cínico de que allí


donde está el su sten to allí está la p a tria y de que es m ejo r la ser­
vidum bre conocida que la lib ertad peligrosa (cf., p o r ej., Fedro,
App. 20).

V 9 «El asno que cantaba». Parece derivar de u n m otivo de


H. 199, ya citada: ah o ra el asno es un verdadero m úsico, tem a que
ha en trad o en la versión de n u estro A rcipreste de la fábula del asno
sin o rejas ni corazón (893 y ss.).

Como se verá, la ce rtid u m b re es m ás grande en unos casos que


en otros; pero no p arece dudosa la llegada de m aterial griego a la
India, a través de los árabes, digam os que en los siglos x y xi d. C.:
la fro n te ra bizantino-árabe h a sido atravesada por co rrien tes cultu­
rales en am bas direcciones.
Q uerría c e rra r este trab a jo con el ejem plo m ás notable que te­
nem os del influjo de un relato griego en las redacciones recientes
del P añcatantra. Se tra ta de la presencia en éste (I 10) pero sólo,
repito, en las versiones m edievales, de la h isto ria del tejed o r ena­
m orado de la princesa, a la que consiguió disfrazado de Visnú. Es
una h isto ria derivada de la V id a de A le ja n d ro del pseudo-Calístenes
en su p asaje inicial: el relato de cóm o el rey egipcio N ectanebo
(mago al propio tiem po) poseyó a la rein a Olím piade, esposa de
Filipo, disfrazado de dios Ammón y engendró en ella a Alejandro.
Se tra ta , según B en fey 88, de «la h isto ria m ás bella de todo el Pañca­
tantra». Es posible que ello sea así: pero es, originariam ente, una
h isto ria griega, si bien en el texto indio gana m uchísim o.
Resum o brevem ente el argum ento. E nam orado el tejed o r de la
princesa y p resen tan d o signos de v erdadera enferm edad, su amigo
el carp in tero le ofrece u n recurso ingenioso p ara satisfacer su am or.
Fabrica un p ájaro m ecánico que im ita a G aruda, el ave divina de
Visnú; m ontado en él el carp in tero y revestido de las vestiduras y
los sím bolos del dios llega al balcón donde duerm e la princesa. Ante
la vista del supuesto dios, ésta consiente en celebrar una boda con
el ritu al usado en los cielos y noche tra s noche se acuesta con su
am ado. A lertado p o r sus servidores, el rey habla con la reina y ésta
con su hija, quien revela a su m adre su boda divina. El rey exulta
de contento cuando ve p o r sus propios ojos al falso V isnú y se con­
vence de la veracidad de su h istoria. Lleno de arrogancia por su
nuevo p arentesco se niega a pagar el trib u to anual a u n rey vecino
m ás poderoso. Y cuando su fo rtu n a en la guerra con aquél está en
el p u n to m ás bajo, pide, a través de su hija, la ayuda del supuesto

Th. B enfey, P antschatantra, Leipzig, 1859, reed. fotográfica de O lms, Hil-


desh eim , 1966, p. 159.
La fábula latina medieval y el Oriente 569

Visnú, su yerno. El tejed o r se llena de angustia y no sabe qué hacer.


Pero el verdadero G aruda cuenta al verdadero V isnú en qué estado
están las cosas. Y le in struye del peligro de que si un rey cuyo yerno
se cree que es V isnú es derrotado, en adelante los ateos van a des­
tru ir sus tem plos, los peregrinos no vendrán a darle culto. En defi­
nitiva: Visnú in sp ira al tejed o r y éste, vestido de Visnú, e n tra en
batalla, m ata al rey enemigo y entrega su reino al rey p adre de la
princesa, viviendo en adelante con ella entre delicias.
La novela, con su final feliz, está m odelada sobre el tem a de
cuento del pobre hom bre que logra, gracias a su ingenio y valor,
casarse con la princesa. Contiene, al propio tiem po, una visión iró­
nica de los dioses preocupados p o r el m antenim iento de su culto y
susceptibles de chantaje. E invierte el tem a tradicional del dios que
hace el am o r a u n a m u jer te rre stre (m itos de Siva, K rsna y tantos
otros), con frecuencia revistiendo u n a form a anim al o hum ana; ahora
es el hom bre el que consigue su propósito am oroso disfrazado de
dios —y logra, con ayuda de las circunstancias, hacer del dios su
cómplice.
D ejando de lado las opiniones de Benfey sobre el origen b u d ista
de esta novela y de todo el P añcatantra, opiniones hoy superadas,
he de decir que fue O. W einreich quien, tras hacer un m uy in tere­
san te recorrido sobre las derivaciones occidentales de la historia de
Nectanebo, señaló, aunque sin grandes precisiones, que la historia
india del tejed o r y Visnú es un derivado de a q u é lla 89. Creo que la
derivación es clara, aunque es posible que en la versión india hayan
confluido otros m otivos: así, el ya m encionado final feliz y el am ­
biente general del cuento; y tam bién el tem a del G aruda m ecánico,
que quizá venga de la conocida colección V e ta la p a ñ c a v irh sa tik a 90.
Lo que m e in teresa añadir aquí es que la novelita que nos ocupa
está en la línea de otro s elem entos griegos que desde los com ienzos
m ism os del P a ñ ca ta n tra e n tra ro n en él: elem entos eróticos y otros
con características diversas propias de la fábula c in iz a n te 91. Sobre
los elem entos cinizantes del pseudo-Calístenes he escrito en un tr a ­
bajo a rrib a c ita d o 92. E n n u estra narración, concretam ente, hallam os:
la inversión del tem a de la hierogam ia, con afren ta p a ra Filipo y
A lejandro, víctim as de tan tas anécdotas y ataques de los cínicos;
la crítica de la m agia y b u rla de los «llam ados dioses»; las escenas
89 Cf. O. W einreich, D er Trug de s Nektariebos. Wandlungen eines N o v ellen ­
stoffes, Leipzig y B erlin, 1911, cap. VI.
90 El tem a tuvo gran éxito literario entre los árabes y en O ccidente. B enfey
pensaba que el cu en to entero venia de la versión citad a a través de su tra­
ducción tibetana en el Siddikur. Pero en esta s version es el Garuda m ecán ico es
u sad o para recobrar a la propia esposa; el tem a del P añcatan tra está m ás pró­
xim o al del peseudo-C alistenes.
91 Cf. vol. I, pp. 371 y ss.
92 «E lem entos cín icos...»
570 Historia de la fábula greco-latina

de alcoba, el tem a del m arido engañado y del lúbrico im postor; la


m u erte de N ectanebo, que p o r m irar a las estrellas se cae a un hoyo
(bien que em pujado p o r A lejandro), tem a derivado de un conocido
pasaje de T e e te to p la tó n ic o 93 relativo a Tales de M ileto que produjo
una fábula, «El astrólogo», que está en las colecciones de origen
c ín ic o 94. Sobre la presencia de todos estos tem as en la lite ratu ra
cinizante, véase vol. I, pp. 619 y ss.
E sto es, creo, el fondo de la h isto ria de N ectanebo, no una ven­
ganza de los egipcios contra los griegos com o quiere R. Merkel-
b a c h 95. Se tra ta de u na versión cínica de la genealogía oficial de
A lejandro, hijo de Ammón, que ta n ta irritació n causó a los griegos;
si e n tra n al tiem po tem as de cultos m istéricos egipcios, com o quiere
W einreich, dejo a o tro s el juzgarlo. Lo esencial, creo, es que Ale­
jan d ro se convirtió en la bestia negra de los cínicos, que veían en
él al h om bre h am b rien to de poder y le ridiculizaron de m il m aneras.
Lo notable es que, a la larga, el tem a se convirtió en un leit-m o tiv
de novelitas eróticas con una cierta carga de crítica e ironía religio­
sa (recuérdese la h isto ria del D eca m ero n II I 1 de Boccaccio sobre
la b ea ta seducida p o r el fraile que se hizo p asa r p o r el Arcángel
San Gabriel, en tre otras).
Todos estos elem entos son recogidos m ás o m enos en la novela
india, con elim inación de algunos de ellos e introducción del tono
hum orístico. El «rey» N ectanebo se descom pone en el rey p ad re de
la princesa, que depende de los am ores de su h ija p ara reco n q u istar
el reino, y el tejed o r seductor. Por o tra p arte, el tem a de Visnú trae
consigo el de G aruda y éste el del ave m ecánica (quizá ya en otras
fuentes) que fabrica el carpintero. Pero coinciden los elem entos esen­
ciales: el h om bre que se hace pasar por dios, disfrazándose, y logra
así su objetivo am oroso. Hay o tras coincidencias, adem ás. N ectanebo
huye an te los enem igos que conquistan su reino y un oráculo revela
que reg resará y reco n q u istará dicho reino: evidentem ente, en la
form a de su hijo A lejandro. Filipo cree que Olím piade ha tenido
tra to carnal con un m ortal, y N ectanebo, con su m agia y sus tra n s­
form aciones (en serpiente y águila), logra convencerle de que fue
un dios el am ante de su m ujer.
Sólo falta, u na vez m ás, h ab lar de la vía de acceso a la India
del pseudo-Calístenes, aunque ya la hem os anticipado. Ella se con­
firm a con la existencia de diversas redacciones griegas, antiguas y
bizantinas, y de traducciones al arm enio, al siríaco, al persa, al árabe,
al turco, al etíope, al copto y al hebreo, ap a rte del latín. La obra

93 T eeteto, 174a.
94 E s el núm ero H. 40. T am bién en D iogenes Laercio I 34 y en A ntipatro
en Antholo gía Palatina VI 172, 5 y ss.
95 Die Quellen des griechischen Alexanderrom ans, M unich, 1954, pp. 57 y ss.
La fábula latina medieval y el Oriente 571

fue im itada p o r F irdusi en la Persia del siglo x y su influencia llegó


a Java y las C éleb es96.
El pseudo-Calístenes pertenece, lo m ism o que la fábula, al tipo
de lite ra tu ra que se hizo em inentem ente popular en O riente y Oc­
cidente desde la m ism a época helenística y cuya vigencia continuó
h asta el final de la E dad Media. Sus raíces están, com o he señalado
en otro s lugares, en la mezcla de elem entos orientales y de elem entos
cinizantes griegos. E n su expresión griega, este tipo de lite ra tu ra
hallaba en O riente una acogida especialm ente favorable en las cul­
tu ras m arginales y periféricas: en la India, en el m undo m enos so­
m etido a la influencia brahm ánica. E n tre otros, en el del jainism o,
al que se atrib u y en las redacciones m edievales del P a ñ c a ta n tra 97.
En este contexto, n u estro relato, sin p erd er nada de lo esencial,
abandona sus perfiles agrios y tom a un tin te hum orístico en rela­
ción con Visnú, el gran dios de la religión brahm ánica.
Así cerram os, en este estudio esquem ático, el ciclo de los influjos
de O riente sobre Bizancio y de Bizancio sobre O riente a través de
la zona de contacto en el lado bizantino de la fro n te ra del E úfrates
y en el lado árabe, en Bagdad. T ras los contactos de época helenís­
tica y ro m an a y los del período de los siglos v y vi, la llegada de
los árab es no cam bió nada en el panoram a, lo potenció si acaso:
en los siglos del ix al xi existió un constante cam bio de influencias
en el cam po de la p ro sa n arrativ a —fábula y novela— com o tam bién
en otro s m ás. Y todas estas corrientes se extendieron desde Bizancio
h asta el lejano O ccidente europeo, h asta n u estra Península. La inco­
m unicación, al m enos relativa, h asta m ediados del siglo x m , en que
suele pensarse, es un m ito.

96 V éase W. Schm id - S. Stählin, G eschichte de r griechischen Literatur, Mu·


nich, 1924, II, 2, p. 816; y F. P. M agoun, Jr., The G e sts o f K in g A lexan der of
Macedón, C am bridge M ass., 1929, pp. 22-62.
w Cf. E dgerton, ob. cit., II, pp. 27 y ss.
CAPITULO VIII
LA R E ST A N T E TR A D IC IO N M ED IE V A L G R IEG A Y LATINA

I. G en e r a l id a d e s

E ste últim o capítulo va a dedicarse fundam en talm ente a suple-


m en tar n u estro s an teriores estudios de la tradición m edieval latina:
los realizados sobre el «Rómulo» en sentido am plio y sobre la fabu­
lística m edieval latina de origen oriental. Nos queda p o r estudiar,
pues, la fabulística de origen no o riental (latino o griego, salvo ex­
cepción) p o sterio r a «Rómulo», incluida la de este derivado.
Pues la fabulística griega m edieval ha quedado ya estudiada en lo
esencial. He hablado, en efecto, de las derivaciones m edievales de
las F. An. (la V indobonense y la Accursiana), así com o de las fábulas
siríacas, las del códice B rancacciano, las P aráfrasis y Dodecasílabos,
las fábulas de Ignacio Diácono y sus im itadores. Se tra ta , en defi­
nitiva, con pocas excepciones, de continuaciones de las dos trad icio ­
nes antiguas fundam entales, la «anónim a» y la «babriana», bien que
a veces tran sm itan fases m uy antiguas de las m ism as, incluso fábulas
desaparecidas en las colecciones de la A ntigüedad que nos han
llegado. Las pocas excepciones se refieren a fábulas derivadas o
nuevas que podem os co nsiderar com o propiam ente bizantinas y a fá­
bulas orientales.
De todas m aneras, tam bién en este dom inio de la fábula griega
he de añ ad ir aquí algunas cosas: u n a nueva llam ada de atención
a los elem entos bizantinos originales, a la tradición in d irecta de la
fábula en Bizancio y a la existencia en Bizancio de fábulas luegb
tran sm itid as a O ccidente (ya hem os hablado de esto). Además, he
de h acer referencia a la corriente co n traria, la que a p a rtir del
siglo x m lleva a Bizancio derivaciones de la fábula occidental. A parte
de que conviene h acer una evaluación to tal de la fábula bizantina.
En cuanto a la fábula latin a m edieval, la exposición de este ca­
pítulo queda condicionada p o r lo dicho en los dos aludidos, que
constitu irán , n atu ralm ente, el pu n to de partid a. Nos h an ilu strad o
574 Historia de la fábula greco-latina

ya, en efecto, sobre el núcleo m ism o de la fábula latina medieval:


«Rómulo» (aunque hay que añ ad ir Aviano, estudiado en o tro capí­
tulo). Y han adelantado ya cosas im p o rtan tes sobre la m ayor inno­
vación de la fábula m edieval latina, a saber, la epopeya anim al, y
sobre una segunda vía que, a m ás de la procedente de la Antigüedad
latina, incidía en la E dad M edia europea occidental: el nuevo in­
flujo de la fábula griega a p a rtir del siglo ix; influjo que com por­
tab a la tran sm isió n a E uropa de fábulas de tradición antigua y tam ­
bién, aunque con m enos frecuencia, de fábulas orientales.
P lanteadas así las cosas, es claro que quedan todavía m uchos
problem as p o r resolver. Pero hay unos puntos de p artid a firm es.
En el comienzo existió un fuerte aislam iento entre los reinos
occidentales herederos del Im perio Rom ano de O ccidente y el Im ­
perio R om ano de O riente, a saber, Bizancio. La fábula m edieval la­
tin a florece, p o r supuesto, en el prim ero (aunque, en definitiva, la
fábula latina es fun d am entalm ente de origen griego). Y he adelan­
tado ya que la trad ición de F edro es p au p érrim a en Occidente y la
de Aviano m uy rica; es m ás, sabem os que este au to r era lectura
h ab itu al en las escuelas ‘. De ahí que de Aviano venga una abundante
lite ra tu ra m edieval de p aráfrasis prosaicas y nuevas versiones ver­
sificadas, si bien hay que investigar en qué m edida (más bien es­
casa) innovan o añaden otros elem entos; m ien tras que Fedro es
conocido, en térm inos generales, a través de «Rómulo» y de una
ab u n d an te lite ra tu ra descendiente de éste (la cual, a su vez, debe
ser investigada de una form a paralela a la indicada p ara Aviano).
Pero la cosa no se resuelve tan rápidam ente. N uestro «Rómulo»
tal com o Thiele lo ha editado no es m ás que un agregado de elem en­
tos p o r lo dem ás m ás o m enos em parentados. P rim ero el «Aesopus
ad Rufum », luego «Rómulo», el ms. Ad (o, m ejo r dicho, su modelo)
e incluso el W (igual observación) h an ido sum ando elem entos an ­
tiguos diversos. Sobre todo p aráfrasis diversas de Fedro (algunas
muy alterad as ya), p ero tam bién o tras p aráfrasis latinas derivadas
de fábulas helenísticas diversas (incluso perdidas fuera de aquí) y
algunas fábulas ya p ropiam ente originales, aunque sobre la base de
fábulas antiguas, que en tra ro n en Ad. No podem os fijar la fecha
exacta de «Rómulo» ni de los arquetipos de Ad y W (el te rm in u s
a n te q u e m debe fijarse en el siglo x d. C.). Pero resulta claro que
en la Alta E dad M edia occidental, incluso en época carolingia, sub­
sistían diversas p aráfrasis de Fedro, incluso una m uy fiel, el llam ado
«Phaedrus solutus», que fue utilizado sobre todo p o r Ad; y subsis­
tían o tras colecciones diversas de origen antiguo. E stas colecciones
com prendían, a veces, fábulas fuertem ente alterad as, ya nuevas pro-

1 Cf. Max M anitius, Geschichte d e r lateinischen L ite ratur d e s M ittelalters, I,


M unich, 1911, p. 574.
La restante tradición griega y latina 575

píam ente. E ste p an o ram a no es m uy diferente del de la ú ltim a


A ntigüedad rom ana en la que, según hem os visto en nu estro s capí­
tulos sobre el pseudo-Dositeo y Aviano, proliferaban diversas p a rá ­
frasis latinas; ni, p o r supuesto, del p an o ram a de la ú ltim a Antigüe­
dad griega y del de Bizancio.
Aunque en O ccidente F edro propiam ente dicho apenas circulaba
(de todos m odos, h ab ría que ver si quedan derivados de él), había
h asta el siglo ix al m enos colecciones de origen antiguo que quizá
hayan sido conocidas p o r otros au to res a m ás de «Rómulo» y los
arq u etip o s de Ad y W. Inversam ente: si bien «Rómulo» es la base
de la m ayoría de las colecciones de fábulas m edievales, hay que in­
vestigar si esto puede decirse de la totalidad del «Rómulo» editado
p o r Thiele o sólo de algunas p artes de él.
E n o tras p alabras, hay que estu d iar evidentem ente las colecciones
derivadas de Aviano y de «Rómulo», pero no m enos evidentem ente
hay que ver si todo Aviano y todo «Rómulo» influyeron o sólo una
parte. Y, sobre todo, hay que e stu d iar los elem entos ajenos a estas
dos líneas principales. ¿V inieron a pesar de todo de la Antigüedad
latina? ¿O de la griega a través de Bizancio, com o he propuesto en
algunos casos? ¿O se tra ta de elem entos folklorísticos occidentales,
com o tam bién se ha propuesto? ¿O de sim ples creaciones nuevas de
la base que sea? N aturalm ente, las respuestas v ariarán de fábula
a fábula y de colección a colección.
Todo esto h a de ser investigado, de o tra p arte, no sólo en las
colecciones de fábulas, sino tam bién en las fábulas-ejem plo de di­
versos auto res y en la epopeya anim al. Claro que los autores que
utilizan fábulas-ejem plo y los de la épica anim al se apoyan en co­
lecciones (a veces en colecciones perdidas o en fases antiguas de
las n u estras), pero tam bién ellos han influido en las colecciones a
p a rtir de un m om ento dado. El panoram a es com plicado.
Hay que añ ad ir a todo lo dicho que los m ateriales de que dis­
ponem os son m enos com pletos que los griegos correspondientes.
P ara las colecciones nos apoyam os fundam entalm ente en la gran
o b ra de Hervieux, cuya labor fue sum am ente m eritoria; pero es
vieja ya de noventa años y no com pleta. P erry h a podido añ ad ir
algunos m ateriales nuevos. P ara la fábula-ejem plo po d rían añadirse
m uchos m ás, aquí utilizo algunos procedentes de un artícu lo de
S challer rep etid am en te citado (para la época carolingia) y de la
H isto ria de la lite ra tu ra m edieval de M anitius. Mi im presión es,
de todos m odos, que este m aterial podría am pliarse m ucho m ás.
Llam o la atención sobre la fábula M. 485 «Vitis et oliva» procedente
de un códice de la B iblioteca de la Academ ia de la H istoria de
M a d rid 2 y com pletam ente nueva. Hay que añadir, natu ralm en te, la

2 Me llam ó la a ten ción sobre ella D. M anuel C. Díaz y Díaz.


576 Historia de la fábula greco-latina

épica anim al, suficientem ente editada aunque en ediciones, a veces,


anticuadas.
O tro p roblem a es el de los lím ites de n u estro estudio. Remito
a lo dicho al com ienzo del capítulo anterior. P or las razones allí
dadas, en térm inos generales m e quedo a m ediados del siglo x m y
en los textos latinos. P ero hago, tam bién p o r razones dadas, algunas
excepciones a favor, p o r ejem plo, de E udes de C eritón (xil-xm ),
de las «fabulae extravagantes» de Steinhöw el, de M aría de Francia,
de la colección h eb rea de R abbi B erecchiah, del R o m a n de R en a rt
(en su versión francesa) y de n u estro A rcipreste. No dudo de que
una investigación a fondo de la lite ra tu ra fabulística del x m y xiv
su m in istra ría m uchos m ás elem entos de tradición m edieval latina.
Q uiero añ ad ir, finalm ente, que el estudio estem m ático de toda esta
trad ició n está generalm ente por hacer, aunque aquí y allá se encuen­
tre n indicaciones; y que los «eslabones perdidos» (o desconocidos)
son m uy num erosos. No se puede esp erar de este libro, pues, otra
cosa que u n a p rim era aproxim ación al tem a. Aproxim ación, de
o tra p arte, m uy clarificadora, espero. Téngase en cuenta que la
m ism a ordenación de m ateriales (en el Apéndice III) es difícil de
hacer, pues u n a m ism a fábula se da con m últiples títulos diferentes.
Y que relaciones genealógicas com o las que se dan en la edición
del Y se n g rim u s de V o ig t3 o en el libro de K napp son con frecuen­
cia equivocadas, sim plem ente. En térm inos generales, lo que se ha
hecho es u n a lab o r saltu aria y asistem ática, den tro de un escasísim o
conocim iento de la h isto ria de la tradición fabulística en general.
El capítulo preced en te h a podido ilu stra r ya este hecho.

II. La tr a d ic ió n m e d ie v a l d er iv a d a de Av ia n o

1. C olecciones d e riv a d a s de A viano


Comienzo p o r el caso m ás sim ple de Aviano, recordando su po­
p u larid ad en época m edieval, en la que era usado en la enseñanza.
E sto se ve, e n tre o tras cosas, p orque aparece en los m anuscritos
al lado de los D icta C atonis y o tro s textos escolares m ás. E sta popu­
larid ad se refleja igualm ente, com o tam bién anticipé, en lo abun­
dante de su trad ició n m anuscrita: A. Guagliannone, en su ed ició n 4,
señala 104 códices, de los cuales elige com o los m ejores 14, todos
ellos an terio res al siglo x m . Y se refleja en citas frecuentísim as
de n u estro p oeta (bien que a veces ortografiado com o Avieno, Ama­
no y Avianio) a p a rtir del siglo i x 5.
3 Halle, 1884, reed., Tubinga, 1974.
4 Le fav ole d i Aviano, N ap oli, 1958.
5 M. M anitius, «H and sch riften antiker A utoren in m ittelalterlich en B ib lio­
thekskatalogen », en Z e n tr a lb la tt fü r B ib lio th e k sw e se n , B eih elft, 67, 1935, señala 84
La restante tradición griega y latina 577

Y se refleja, p o r supuesto, en las diversas im itaciones de sus


fábulas. Voy a estu d iarlas en dos fases sucesivas: prim ero, ocupán­
dom e de las colecciones derivadas de Aviano; segundo, buscando
im itaciones en fábulas aisladas o en la épica anim al o en colecciones
fun d am en talm en te de o tro origen.
P ara lo relativo a las colecciones de fábulas derivadas de Aviano
hay que apoyarse en el vol. I I I de L es fa b u lis te s la tin s de Hervieux,
o b ra que a p esar de su antigüedad (la edición original es de 1894)
no ha sido superada. N aturalm ente, m e lim itaré a u n breve resu ­
m en que com pletará, sin em bargo, algunos puntos.
Hervieux ed ita en p rim er térm ino las que llam a «Anonymi Avia-
nicae Fabulae» (estudio en pp. 160-171, edición en 319-352). En rea­
lidad, lo que hace es e d ita r ju n ta s colecciones m ás o m enos exten­
sas, sólo en p a rte coincidentes, de seis m ss. en los que generalm ente
siguen, a veces preceden a fábulas del llam ado «Derivado del Róm ulo
anglo-latino». Son, todos, mss. de los siglos xiv y xv, p a ra cuyos
redacto res las fábulas de am bas tradiciones form aban un todo cohe­
rente. Sería p roblem a no fácil el de d eterm in ar la fecha de estas
p aráfrasis prosaicas de Aviano, term in ad as en dísticos m orales (igual
que en el caso del cod. B rancacciano y con antecedentes aproxim a­
dos en la A ntigüedad; cf. la fábula del asesino (H. 32) en P. Grenfell-
H u n t II 84).
Es fácil que en el caso de esta colección o conjunto de colec­
ciones nos m ovam os en un ám bito cronológico que rebasa el que
nos hem os propuesto, si bien ya he dicho que Aviano era copiado
e im itado desde el siglo ix. De todos m odos, conviene decir algunas
cosas más.
La p rim era, que a esta colección (conjunto de colecciones) le
faltan unas pocas fábulas de Aviano: 24 «El cazador y el león»,
27 «La co rn eja y la urna», 28 «El rústico y el ternero» y 34 «La ci­
g arra y la horm iga». N ada de extraño, ya he dicho que se tra ta de
una serie de colecciones, en p a rte coincidentes, que no aspiraban
a p ro sificar a Aviano entero. Inversam ente, han añadido tam bién
algunas fábulas nuevas, no de Aviano, lo que d em u estra la conti­
nuidad de procedim ientos que conocem os desde la Antigüedad.
C oncretam ente, 18 = M. 263 es la fábula del lobo y la im agen
(en la A ntigüedad la zo rra y el busto), tom ada de W alter el Inglés 18;
y de la m ism a fuente (59) proviene 41 = M. 209, la nueva fábula
de la in ju sta m u erte del judío revelada por las perdices. Pero no es
ésta la única fu ente utilizada. La fábula 17 = M. 257 es la del lobo
hecho m onje, de la cual se encuentra u n a variante en las Parábolas
de Eudes de C eritón (13): sólo que aquí es la zorra la que no se

citas. Para tod a esta cu estión de la popularidad de Aviano en la Edad M edia,


véase el prólogo de la ed. de F. G aide ya citada.
578 Historia de la fábula greco-latina

cree que el lobo vaya a m odificar su conducta p o r su nuevo hábito


(en la otra fábula son los hechos los que dem uestran esto m ism o).
También 42 = M. 272 está próxim a a E udes de Ceritón (81): el lobo
escucha las confesiones del p erro (en Eudes de C eritón y en una
fábula bizantina que he de estudiar, las de la zorra) y el asno, de­
clarando máximo culpable a este últim o y m atándolo.
Así, a las fábulas de Aviano se han unido fábulas de vario ori­
gen, algunas pro p iam ente m edievales: bien de W alter el Inglés, bien
de una fuente próxim a a Eudes de C eritón. Pero, curiosam ente, se
han añadido tam bién algunas fábulas conocidas sólo p o r el texto
que estudiam os ahora. Me refiero a 20 = M. 6, la anécdota de los
rústicos que m a ltratan al abogado que los oprim ía desde que se
dan cuenta de que ha sido despedido por el am o; a 43 = M. 412,
anécdota jocosa de la m u jer que lloraba cuando un sacerdote can­
taba horriblem ente, p o rque le recordaba a su asno cuando el lobo
lo devoraba; y a 44 = M. 294, anécdota del can to r de M onte Casino
que desapareció y a cuya hom osexualidad se alude.
Una segunda p aráfrasis prosaica de Aviano es la de los que Her-
vieux llama «Apologi Aviani» (cf. pp. 172-180, y la edición en pági­
nas 363-370), conservados en dos mss. del siglo xiv y que H ervieux
cree de origen francés. El a u to r sigue la colección de fabulas de
Aviano en el m ism o orden; las term in a con uno o varios dísticos
y, en ocasiones, conserva p arte de la fábula original.
Más interés tienen las colecciones de los nuevos versificadores
de Aviano, generalm ente en dísticos leoninos, es decir, con rim a entre
los dos hem istiquios de cada verso. Hago una ráp id a reseña:

a) El «Cuiusdem Astiensis poetae novus Avianus» (cf. pp. 181-206


y edición en 371-411). Lo único que sabem os del au to r, porque él
lo dice, es su nacim iento en Asti, en el Piam onte; pertenece p ro b a­
blem ente al siglo X I I y am plía considerablem ente la extensión de las
fábulas, gracias a proem ios eruditos en que invoca a las M usas y
a diversos dioses antiguos. La colección contiene las 42 fábulas o ri­
ginales, pero clasificadas en tres grupos según la intención m oral,
en la interp retació n del autor.
b) El «Novus Avianus» de dos m ss. de Viena y M unich (cf. p á­
ginas 207-221 y la edición en 430-451). O tra versificación del Aviano
com pleto, p o r su orden; probablem ente de fines del siglo x ii o co­
mienzos del x iii e im itación del Aviano del poeta de Asti.
c) El «Novus Avianus» de Alexandro Neokam (cf. pp. 222-234 y
la edición en 462-467). Aquí tenem os una obra firm ada, de fines del
siglo X u . Lo notable es que el m ism o au to r escribió, igualm ente en
dísticos elegiacos, un «Novus Aesopus» que depende del Róm ulo o r­
dinario: una p ru eb a m ás de que la tradición fabulística se conside­
raba com o un todo. Ahora bien, el «Novus Avianus» es solam ente
La restante tradición griega y latina 579

u n a m u estra: com prende sólo ocho fábulas, que corresponden a las


seis p rim eras de Aviano, pues de la fábula 2 de éste, «El águila y
la tortuga», el a u to r da tres versiones, extensa, m edia y breve (ésta
de cu atro versos). Se ve que continuaba la tradición de los ejercicios
retóricos de am pliación y reducción de fábulas y, concretam ente,
de escrib ir fábulas de cu atro versos.
d) El «Antiavianus» (cf. pp. 236-237 y la edición en 468-474). Se
tra ta de sólo nueve fábulas derivadas de Aviano, en un ms. de Cam­
bridge del siglo x m .
e) Las «Novi Aviani P arisiensis flores» (cf. pp. 238-241 y la edi­
ción en 475-479). Se tra ta de epim itios de algunas nuevas versifica­
ciones de Aviano (no de todas las fábulas), conservadas en un ms. p a­
risin o del siglo x m que es u n a antología de tales «flores» derivadas
de m uy diversos autores.
f) Abreviaciones de Aviano (cf. pp. 242-248 y edición en 480-501).
Se tra ta de dos colecciones de versiones de Aviano de cuatro versos:
la p rim era colección en tetrástico s m onorrim os, la segunda en dís­
ticos leoninos, tam bién a base de cu atro versos p o r fábula. C urio­
sam ente, de u na m ism a fábula se dan a veces dos derivados, lo
m ism o en la p rim era que en la segunda colección. Es notable el
paralelism o form al de u n a y o tra con los T e trá stico s de Ignacio
Diácono. Ambas colecciones van una tras o tra en un m ism o ms. de
Viena, del siglo xiv.
E n co njunto, nos hallam os, pues, ante prosificaciones y versifi­
caciones de Aviano que se escalonan a p a rtir del siglo x n d. C., sin
que podam os, en la m ayor p a rte de los casos, p recisar dem asiado.
Salvo en las p rim eras colecciones prosaicas al com ienzo reseñadas,
Aviano es aquí m odelo único, som etido ciertam ente a am pliaciones
o reducciones en lengua y m etro s tardom edievales.

2. O tras derivaciones de Aviano

Sin em bargo, ya he anticipado que estas colecciones no son su­


ficientes p a ra m edir el influjo de Aviano, que com ienza en fecha
m ás tem prana. Y ello no sólo p o r la edad de sus m ss., a p a rtir del
siglo ix los m ás antiguos conservados, sino p o r influjos concretos
de algunas fábulas. Paso a continuación a ocuparm e de este tem a.
Es que, ap a rte de los num erosos autores m edievales que aluden
al uso de Aviano en la enseñanza, y de los que aluden sim plem ente
a é l 6, hallam os efectivam ente aquí y allá derivaciones directas de
6 P ueden en contrarse datos nu m erosos en la edición de F. Gaide, ya citada
(cf. pp. 8 y ss., 52 y ss.), y en la obra tam bién citada de M. M anitius (a lu sio ­
nes en F ortunato, E ulogio, M icón, Leo de V ercelli, R em igio R athero, Fromun-
d o, etc.).
580 Historia de la fábula greco-latina

las fábulas de n u estro poeta. Quizá la que m ás ha influido es la 5 «El


asno vestido con la piel de león», que es fundam ental en el M etru m
L e o n is de Leo de Vercelli y en el S p e c u lu m S tu lto r u m de Nigel de
Longcham ps, obras am bas ya conocidas por nosotros, la u n a del
siglo jx /x , la o tra del x ii. T am bién en un poem a de From undo (si­
glos x /x i), el 36, hay una alusión a esta m ism a fábula. Y o tra en
Alanus ab Insulis (n. c. 1128). E n el p rim e r au to r es aludida tam bién
la fábula de la ra n a y la zorra (Aviano 6). En Remigio (nacido c. 841)
hay una p aráfrasis de Aviano 10, fábula del caballero calvo. A su
vez, la fábula del león, el ciervo (o asno, versión india) y la zorra,
ya vimos que dejó diversas huellas en la «poesía histórica» a p artir
del siglo xi (cf. supra, p. 545); pues bien, en los G esta R o m a n o ru m
se aduce com o u na anécdota a propósito del em perador T rajano y
su cocinero la versión de Aviano 30, en que el anim al que supues­
tam en te carecía de corazón (tam bién de orejas, sin duda por con­
tam inación) es el ja b a lí7
Es evidente que u n despojo cuidadoso de la lite ra tu ra latina me­
dieval d aría una cosecha m ucho m ás ab u n d an te de im itaciones de
un au to r tan estudiado, citado, copiado y, m ás tarde, traducido.
Vamos a ver ah ora la penetración de las fábulas de Aviano en co­
lecciones en principio ajenas a este autor; y de su calidad de modelo
probable p a ra la creación de algunas fábulas nuevas.
Pues bien, este estudio nos p re p ara en cierto m odo una sorpre­
sa. Hay que a p a rta r, en p rim er térm ino, las fábulas de Aviano que
tam bién se en cu en tran en Róm ulo y, en consecuencia, en las colec­
ciones derivadas de éste: son Aviano 2 (= M. 25 «El águila, la cor­
n eja y la tortuga»), 37 ( = M. 96 «El p erro y el lobo»), 27 ( = M. 130
«La co rneja sedienta»), 34 (= M. 163 «La horm iga y la cigarra»),
24 (= M. 196 «El hom bre y el león»). F uera de estas cinco fábulas,
las de Aviano, sean del origen que sean, no en cuentran correspon­
dencia en Rómulo. Y, en térm inos generales, no se encuentra en las
colecciones m edievales salvo en las derivadas de Aviano, de que
arrib a m e ocupé.
Las colecciones de Aviano h an añadido en m uy escasa m edida
a las fábulas de éste las de o tro s orígenes: son en cierto modo una
excepción respecto al proceder h ab itu al de los autores de coleccio­
nes. De esta excepción hay a su vez una excepción, ya indicada
arrib a: las colecciones de las «Anonymi Avianicae fabulae» han om iti­
do algunas fábulas de Aviano y han añadido, en cam bio, algunas bien
del «Derivado com pleto del Róm ulo anglo-latino», bien de Eudes de
Ceritón, bien de origen desconocido (o creaciones nuevas). Son, por
lo dem ás, colecciones seguram ente del siglo xiv, al m enos ésta es
la fecha de los m ss. m ás antiguos. P or lo dem ás, con frecuencia las

7 Es M. 455 «Traianus, aper et cocus», recogida por H ervieux III, p. 509.


La restante tradición griega y latina 581

colecciones derivadas de Aviano se copiaban al lado de las derivadas


de Róm ulo: se p refería este procedim iento en vez del de la mezcla,
en general.
Pues bien, lo que estam os viendo ahora es el reverso de la m is­
m a m edalla. Tam poco las colecciones derivadas de Róm ulo adm i­
tieron fábulas de Aviano.
En cam bio, E udes de C eritón, fabulista inglés m uy notable de
fines del siglo x n y com ienzos del x m , traducido al castellano en
el llam ado L ib ro de los gatos, ha adm itido en su colección unas
pocas fábulas de Aviano. Ya hem os visto que en este au to r han en­
trad o tam bién fábulas orientales llegadas a través de Bizancio; y
hem os de ver aún m ás datos sobre la m ultiplicidad de sus fuentes.
Más concretam ente: en él o en sus Apéndices se encuentra Aviano 5,
la fábula del asno vestido con una piel de león (M. 52); 42 «El lobo
y el cordero» (M. 253); y 35 «La m ona y sus hijos» (M. 433). Cierto
que sólo la p rim era de estas fábulas está en la colección de Eudes
propiam ente dicha, las o tras dos (y tam bién la prim era) se hallan
en tre las que H ervieux llam a «fábulas ya com piladas, ya im itadas
de Eudes de Ceritón». La tercera se encuentra tam bién en M aría
de Francia. O sea, que Eudes, pero no sólo él, dispuso de la colec­
ción de Aviano com o u na m ás (no la m ás frecuente) de sus fuentes.
Parece, pues, que sólo a p a rtir del siglo x n com ienza a darse
la inclusión de fábulas derivadas de Róm ulo en las p aráfrasis p ro ­
saicas de Aviano y de fábulas de Aviano en o tras colecciones. Pero
tam bién q u erría p lan tea r o tra cuestión: dado que Aviano fue m uy
conocido y que fue im itado en autores que incluían fábulas-ejem plo,
¿se crearo n a p a rtir de él fábulas nuevas?
No es fácil d ar u na resp u esta decisiva, aunque m ás bien parece
que hay que inclinarse p o r la negativa. Podría pensarse que M. 110
«La cierva que in stru ía al cervato» tiene alguna relación con Avia-
no 17 «El cazador y el tigre», pero m ás bien la tiene con H. 281 «El
arq u ero y el león» (de IIIS). En p. 522 hice verosím il, creo, que esta
fábula griega y la latin a que ahora consideram os (en Róm ulo Anglico
y M aría de Francia) derivan de un original oriental. O tra p ropuesta
que p o d ría hacerse es la de que M. 405 «El rústico y el novillo»
(en las P arábolas de Eudes) deriva de Aviano 32. En esta fábula
el aldeano cuyo ca rro ha quedado inm ovilizado en el fango se lim ita
a o ra r a los dioses, a lo que H ércules le dice que debe ayudarse a
sí m ism o en p rim er térm ino; en la fábula m edieval el asno que se
h a caído pide la ayuda de San Pedro, el cual le replica que debe
esforzarse él prim ero. Los tem as están próxim os, pero no es nece­
saria una derivación directa, ap a rte de que, a juzgar p o r su com ­
p ortam ien to en otro s casos, es m ás verosím il que E udes dependa
de los testigos griegos de la fábula (cf. no H. 59): m ás que de Ba-
582 Historia de la fábula greco-latina

brio, de Dod. o de Focio o de textos em parentados perdidos para


nosotros.
Así, en definitiva, Aviano fue, com o em pecé diciendo, m uy cono­
cido en la Edad Media: se usaba en la enseñanza, se copiaba fre­
cuentem ente, era muy aludido y, a veces, im itado; se hacían de él
p aráfrasis en prosa y versiones poéticas. Ahora bien, hay que n o tar
dos cosas: prim era, que esta actividad de p a ra fra sta s y poetas no
com ienza h asta el siglo x n ; y, segundo, que sus colecciones, con
la excepción tardía que sabem os, no adm iten m aterial de o tras ra ­
m as, m ien tras que, inversam ente, casi sólo en Eudes de C eritón
p en e tra Aviano.
Ocupó Aviano, así, un lugar im portante, pero un tan to aislado,
aparte, en la tradición latin a m edieval. Y no parece que fuera po­
p u lar en el sentido de servir de basç a recreaciones de sus fábulas
y a fábulas nuevas.

III. La t r a d ic ió n m e d ie v a l d er iv a d a de «Róm ulo »

1. C olecciones deriv ad as d e R ó m u lo
Paralelam ente al esquem a que di de las colecciones derivadas
de Aviano, voy a dar o tro relativo a las derivadas (o derivadas fun­
dam entalm ente) de Róm ulo: en definitiva, de la casi totalid ad de las
colecciones latinas m edievales. Como en el caso anterior, m e apoyaré
fundam entalm ente en la obra de Hervieux. El com plem ento m ás
im p o rtan te que requiere esta o b ra es el relativo a las fábulas de
origen ajeno a Rómulo (y Aviano): es el estudio que h aré en el ap a r­
tado IV. Pero para el establecim iento de las líneas generales de las
colecciones, la obra de H ervieux sigue siendo la decisiva.
Hay que hacer, de todas m aneras, algunas rectificaciones y aña­
didos. E n p rim er térm ino, es inútil el em peño de Hervieux, aquí y
allá, p o r distinguir en tre el «Rómulo prim itivo» (es decir, el «Aeso­
pus ad Rufum») y el o rdinario: en realidad, él edita com o «Rómulo»
solam ente un ms. de la recen sio gallicana, el B urneianus; indepen­
dientem ente, edita los p o r él llam ados «Róm ulo del Colegio del Cor­
pus Christi» (de Oxford), «Rómulo de Viena» y «Rómulo de F loren­
cia». Y tam bién las fábulas de Ad y Wis. Se trata , en realidad, de
m anuscritos pertenecientes a las diversas recensiones de «Rómulo»,
que Thiele ha tom ado en cuenta en su edición. H ervieux no tenía
a m ano elem entos suficientes de juicio p ara re co n stru ir las diversas
fases del texto de Róm ulo. No los tenem os, en realidad, tam poco
nosotros: el m ism o Thiele h a tenido el buen criterio de no tra ta r
de o b ten er un texto único y de lim itarse a d ar recensiones indepen­
dientes. Yo voy a ren u n ciar aquí a in te n ta r ver de qué recensión
deriva cada una de las colecciones m edievales dependientes de
La restante tradición griega y latina 583

Róm ulo o si derivan de una fase a n te rio r m ás o m enos reconstruible


a p a rtir de las recensiones en cuestión. E sta investigación, en la
m edida en que es hacedera, exigiría un libro entero; y es m ás bien
una investigación de crítica textual que literaria. Aunque a propósito
de las fábulas griegas, vimos que tam bién allí se plantean problem as
sem ejantes (que sólo parcialm ente he intentado resolver).
E n cam bio, podem os ir m ás allá de H ervieux en otros respectos.
Si es verdad que no podem os re co n stru ir las diversas fases del texto
de u n a fábula que, procedente del «Aesopus ad Rufum », ha llegado
a alguna de las colecciones o recensiones editadas p o r Thiele, sí que
podem os sep arar, de en tre las 98 fábulas recogidas p o r él, algunas
que sólo secundariam ente se in co rp o raro n al «Romulus» o a Ad o
a Wiss. Hice esta investigación en un capítulo an terio r. Y ahora va
a resu ltarn o s útil, p o rque hem os de ver que algunas de estas «am ­
pliaciones» no fueron conocidas p o r la tradición latin a m edieval en
general o sólo fueron conocidas p o r u n a p a rte de ella. Tenem os aquí
la p ru eb a de la antigüedad de la atención p re sta d a a la tradición
en cuestión y de la utilización escalonada, según fechas y autores,
de la m ism a.
A parte de estas observaciones, añadiré a H ervieux algunas cosas,
p o r ejem plo, lo relativo a los tapices de Bayeux (que prácticam ente
equivalen a una colección de fábulas) o ciertas correcciones sobre
M aría de F rancia o alusiones al conocim iento de las fábulas fuera
de las colecciones en cuestión (en épica anim al o fábulas aisladas)
o anticipos sobre el tem a m ás adelante estudiado de las fábulas p ro ­
cedentes de fuentes ajenas a Róm ulo. Y p re sen taré una síntesis que
creo ilu strativ a p ara la historia toda de la fábula, síntesis que estim o
p resen ta u n a serie de avances im p o rtan tes en lo relativo a la estem-
m ática de la totalid ad de las colecciones y a sus fuentes secundarias.
Lo que no h aré será re p etir datos y argum entos ya dados p o r H er­
vieux: m e lim itaré a h acer referencia sea a su tom o I (estudio), sea
al II (edición).
Ju n to a los m ss. que hay que considerar com o testigos de «Róm u­
lo» en la recensión que sea y que nos obligan, de entrada, a elim inar
una serie de colecciones editadas p o r Hervieux, hay que poner otros
que dan fábulas estrictam en te procedentes de Róm ulo. Se trata:

a) De la colección de Vicente de Beauvais en su S p e c u lu m H is­


toriale IV 2-8 (29 fábulas en el m ism o orden de R óm ulo), repetida
(en un orden alterado) en el S p e c u lu m D o ctrin ale IV 114-123. El
te rm in u s a n te q u e m es 1244, fecha de cierre de la h isto ria expuesta
en la p rim era obra. Se tra ta del texto de Róm ulo, a veces abrevia­
do. Cf. H ervieux I, pp. 432 y ss., y II, pp. 234 y ss.
b) Del «Róm ulo de Berna» (ms. 141 de la Bibl. Cantonal, a dis­
tin g u ir del o tro Róm ulo de B erna que m e ocupará m ás adelante).
584 Historia de la fábula greco-latina

Son sólo 13 fábulas, abreviadas (como p o r lo dem ás, las 45 del ms. de
Oxford antes referido, utilizado en la ed. de Thiele con la sigla O;
cf. H ervieux I, pp. 461 y ss., y II, pp. 246 y ss.). P ara esta colec­
ción, cf. H ervieux I, p. 817, y II, pp. 758 y ss.

Todas las dem ás colecciones deben considerarse com o m ixtas,


aunque algunas de ellas procedan de Róm ulo en form a m uy mayo-
ritaria. Luego verem os que estos derivados pueden ser m ás o menos
fieles o abreviados o am plificados y reelaborados, según las colec­
ciones. V arias tienen a su lado apéndices o fábulas additae, general­
m ente espúreas. Por lo dem ás, hay problem as de autenticidad, a
veces, p ara tales o cuales fábulas de las colecciones básicas; y al­
gunas de ellas anónim as, sobre todo el Róm ulo anglo-latino, segu­
ram en te han conocido un crecim iento escalonado, com o el propio
Róm ulo y diversas colecciones antiguas.
Voy a a g ru p ar estas colecciones en form a coherente. Cada a p a r­
tado com prende una colección básica y una o m ás derivadas de ella,
aunque con frecuencia estas colecciones derivadas añaden por su
cuenta fábulas de diversas fuentes (a investigar m ás despacio en otro
apartado) o incluso inventan alguna. Tenem os:

a) W a lte r el In g lé s (G ua lteriu s A nglicus) y su s derivados.

Hervieux ha identificado al a u to r de esta colección de fábulas,


difundidísim a en la E dad Media, com o G ualterius P anorm itanus,
capellán de E nrique II de In g late rra en el siglo xii. Cf. H ervieux I,
páginas 472 y ss., y II, pp. 316 y ss.: a m ás del estudio en cuestión
y de uno m uy detallado de los mss., edita la colección.
E sta consta de 60 fábulas en dísticos elegiacos, a las cuales se
añ ad en o tra s cu atro m ás (61 «El capón y el halcón», 62 «El p asto r
y el lobo», App. II 9 «El m ercader y su m ujer», App. II 10 «El rú s­
tico y Plutón»). H ervieux considera de W alter las dos prim eras
de estas cu atro fábulas; al igual que la 59 y 60 no provienen de
Róm ulo, las 58 p rim eras sí.
Aunque en m ínim a m edida se trata , pues, de una colección mix­
ta. Hay que añ ad ir que H ervieux añade dos Apéndices: uno de epi-
m itios que algunos m ss. añaden a las fábulas de W alter, otro de
nuevas fábulas elegiacas añadidas igualm ente p o r algunos m ss. y que
testim o n ia la po p u laridad de n u estro autor. Cf. H ervieux II, pp. 362
y ss. y 365 y ss.: contienen m ucho m aterial nuevo, no rom úleo.
Todavía hay que añ ad ir los derivados de W alter, sobre todo u n a
serie de p aráfrasis prosaicas (cf. H ervieux I, p. 666, y II, pp. 383
y ss.) que m antienen los epim itios en dísticos elegiacos. Y hay que
añ adir, aún, el pro fu n do influjo que ejerció W alter en la posteridad:
es, p o r ejem plo, la fuente de las fábulas del A rcipreste derivadas
La restante tradición griega y latina 585

de Róm ulo; cf. m i estudio, ya citado, sobre el tem a. Y pen etró en


un a colección derivada de Aviano; cf. supra.
Así, la pequeña colección de W alter, luego prosificada, am pliada,
im itada, fue im p o rtan te en la transm isión de la fábula derivada de
Róm ulo a p a rtir del siglo x n , pese a que en sí era m uy deficiente
en cuanto al lenguaje, la m étrica y la interpretación, a veces, del
modelo.
En cuanto a la independencia de esta colección respecto a otras,
véase m ás adelante.

b) A leja n d ro N e c k a m .

Hay que añ ad ir a continuación la colección de A lejandro Neckam


(Alexander N equam ), tam bién inglés y contem poráneo de W alter
(nació en 1157). Su colección, com puesta de 42 fábulas y tam bién
escrita en dísticos elegiacos, contiene versiones m ás exactas, m ejor
escritas y en m ejo r verso; pero tuvo m uy poca difusión. Cf. H er­
vieux I, pp. 668 y ss., y II, pp. 392 y ss.
De sus fábulas, 37 proceden de Róm ulo, no sabem os a través de
qué in term ediarios o si directam ente. Sólo cinco son independien­
tes: y de ellas, dos (M. 143 «El m osquito y el toro» y M. 239 «La
liebre, el p ájaro y el águila») se hallan tam bién en Ad com o único
testigo ap a rte de éste (pero la segunda fábula está tam bién en la
tap icería de Bayeux). Son dos de las fábulas que Ad tom a del Phae­
d ru s so lu tu s: no es im posible que de él vengan am bas directam ente.
Ni es im posible que de esa m ism a fuente, com o continuación de
fábulas p erdidas de Fedro, vengan 7 «El b u itre y el águila» (M. 506,
derivado de H. 1), 11 «El necio y la m uía» (M. 442, derivado de
H. 285) y 38 «La pica y su cola» (M. 356, tem a de la costum bre).
Son, com o se ve, fábulas de tem a antiguo; el de la últim a, cínico.
Claro que ésta es sólo una hipótesis: puede tra ta rse de fábulas del
propio Neokam o de su fuente.
E n cuanto a la independencia de esta colección respecto a otras,
véase m ás adelante.

c) E l R ó m u lo d e N ila n t y la tra d ició n conexa.

El anónim o llam ado Róm ulo de N ilant (Rom ulus N ilantii) com ­
pren d e 50 fábulas (49 si se descuenta «La estatu a de Esopo» tra n s­
m itidas en pocos mss.). Los argum entos están a veces am pliados y
alterados, se tra ta de p aráfrasis en latín m edieval. H ervieux da bue­
nas razones co n tra el intento de h acer derivar esta colección de Ad;
pero sus dudas sobre si el origen de la m ism a está en el Róm ulo
prim itivo o en el ord inario ya he dicho que no conducen a nada.
P ara nosotros hay un solo Róm ulo en varias recensiones y no es
586 Historia de la fábula greco-latina

posible de m om ento derivar u n a colección m edieval de una concre­


ta. De Róm ulo viene enteram ente, en todo caso, y se atribuye, bien
que sin grandes argumentos, al siglo xi d. C.; cf. H ervieux I, p á­
ginas 708 y s.; II, pp. 513 y ss., y Thiele, p. CXXXII. En cuanto al
lugar de origen, no es precisable: lo m ism o si la colección es la
fuente del Róm ulo anglo-latino (tesis de Hervieux) que si depende
de ella (tesis m ía, como se verá), no es ello razón suficiente p ara
colocarla en Inglaterra. Pudo m uy bien em igrar allí desde el con­
tinente, p a tria del Rómulo que es su fuente.
Del Róm ulo de Nilant hay dos versiones m étricas; cf. H ervieux I,
páginas 800 y ss., y II, pp. 653 y ss. Se tra ta de las «Fabulae m e­
tricae», una colección hexam étrica de 46 fábulas, del siglo x n , y
las «Fabulae rhythmicae», dos libros con 52 fábulas en tetrástico s
term inados p o r un hexámetro: quizá de origen inglés, del siglo x i i i .
E sta colección añade a las del Róm ulo de N ilant tres fábulas.
La 32 «El m acho cabrío y el lobo» está tam bién en el «Derivado
com pleto», en el Róm. de M unich y se ha introducido en algunas
recensiones de Rómulo. La 33 «El lobo que iba a Rom a y el m a­
rinero» (el lobo cogido en un lazo logra que le suelten con la p ro ­
m esa, que incum ple, de ir a Rom a com o peregrino) está sólo aquí,
pero en realidad contam ina el tem a del lobo cogido en la tram p a
al que sueltan con la prom esa, luego incum plida, de hacerse sacer­
dote (M. 260 en el de lupo, hacia el 1100, y tam bién en W alter, Apén­
dice II y en M arbod de Rennes, siglo x i ) 8 con el tem a generalizado
de la peregrinación de anim ales (cf. tam bién M. 259 «El lobo y el
m arinero» en el Der. c o m p le to y M aría de Francia). Finalm ente,
M. 114 «El ciervo, el erizo y el jabalí» (disputa en tre los prim eros ani­
m ales p or la posesión de un cam po, resuelta a favor del prim ero en
una ca rre ra en que hace tram pas) está sólo aquí, pero depende del
tem a m edieval del lobo y el erizo (en la E cb a sis y en M. 255 y 256,
en el Der. c o m p le to y M aría de Francia) con los tem as tradicio­
nales de H. 238 «El jabalí, el caballo y el cazador» y H. 254 «La
liebre (o caballo) y la tortuga».
E n sum a, ap arte de las fábulas derivadas de la fuente principal,
que nos ha sido conservada, el Róm ulo de N ilant, hay tres que
parecen provenir de una fuente secundaria, de la que proceden a
su vez el D erivado co m p leto , M aría y Mon. P odría pensarse quizá
que en realidad la fuente es el propio Róm ulo de N ilant, en cuyos
m anuscritos se hab rían perdido estas tres fábulas; o, incluso, la
fuente del m ism o, si es el Rómulo anglo-latino, de donde salen, como
creo, el D erivado y dem ás (véase m ás adelante). Si prefiero la
p rim era hipótesis es porque estas fábulas p re sen tan un estadio m ás

8 Cf. M anitius, ob. cit., U l , p. 427.


La restante tradición griega y latina 587

avanzado que el que hay que suponerles en el Róm ulo anglo-latino:


están gravem ente contam inadas.
Vuelvo, con esto, al Róm ulo de N ilant. E sta colección es sobre
todo im p o rtan te porque, como ha hecho ver claram ente H ervieux
y ha sido aceptado en adelante, está en relación estrecha con el
llam ado Róm ulo anglo-latino, fuente perdida, ya aludida, de las dos
colecciones latinas llam adas D erivado parcial y D erivado c o m p le to
del m ism o y de la colección de fábulas de M aría de Francia; fuente
tam bién de u n a trad u cción inglesa que es aludida tan to en el Pró­
logo del D erivado c o m p le to com o en el Epílogo de M aría. Su tra ­
ducción deriva —nos dice ella m ism a— de la versión inglesa de
Esopo: es decir, en definitiva, de un texto latino que es el que lla­
m am os Róm ulo anglo-latino, que se reconstruye p o r las coinciden­
cias en tre las fuentes m encionadas.
E ste Róm ulo anglo-latino es p ara H ervieux u n derivado precisa­
m ente del Róm ulo de N ilant: yo, aceptando las coincidencias, creo
m ás bien que se tra ta de dos ram as derivadas de una fuente com ún
an terio r, a su vez derivada de Rómulo. (Véase m ás adelante.)
Existen, efectivam ente, una serie de rasgos com unes en tre el
Róm ulo de N ilant, de una parte, y las tres colecciones conservadas
a que he aludido, de o tra, que no pueden explicarse sino com o tra n s­
m itidos a estas tres colecciones a p a rtir de una fuente com ún,
el Róm ulo anglo-latino citado p o r dos de ellas com o fuente de la
traducción inglesa que, nos dicen, hizo o m andó h acer Alfredo el
G rande; cf. H ervieux I, pp. 718 y ss., y II, pp. 549 y ss. Por ejem ­
plo: el llam ar a Róm ulo em perador rom ano (Rom. de N ilant, D eri­
vado com p l., M aría); el duplicado de la fábula de la p arte del león
(Rom. de N ilant, D er co m p l.: u n a de las fábulas introduce al búfalo);
el orden de las fábulas; una serie de puntos en que el texto de
Rom. de N ilant ocupa una posición interm edia en tre el Rom. origi­
nal y el Der. c o m p le to (cf. H ervieux I, pp. 782 y ss.).
Ahora bien: esto no im plica dependencia directa: la hipótesis
de una fuente com ún a am bas ram as explicaría estos hechos y, tam ­
bién, diferencias com o la presencia del lobo y la zorra en M. 229,
en los D erivados y M aría (el león y el m ono en Rom. N ilant, com o
en Fedro) o la presencia de «El hom bre que parió» (en vez del
m onte) en Rom. N ilant. Por o tra p arte, en esta hipótesis no to­
das las fábulas del Róm ulo anglo-latino que faltan en Róm. N ilant
h an de ser p o r fuerza añadidos: aquél puede h ab er dejado fuera
algunas fábulas de su modelo. Y h ab er añadido o tras que faltan
en el o tro Róm ulo, com o la del m onte que parió, que m odificó en
form a bizarra.
E n cuanto a la fecha del Róm ulo anglo-latino, el prólogo del De­
rivado c o m p le to hablan del rey Affrus com o au to r o fa u to r de la
traducción inglesa y el epílogo de M aría, de Alcrez. Es, p o r supuesto,
588 Historia de la fábula greco-latina

Alfredo el G rande, a fines del siglo ix. Pero la fecha ha parecido


dem asiado tem p ran a (lo que sólo es lógico si se postula una depen­
dencia innecesaria del Rom. Nilant); por ello Hervieux, sobre un
predecesor an terio r, utiliza el nombre H enris que figura en dos m a­
nuscritos de M aría p a ra identificarlo con H enri Beau-Clerc, que reinó
en 1110-1135: el texto latino base, el Róm ulo anglo-latino, sería del
siglo xi, la m ism a fecha de su supuesto m odelo el Rom. de N ilant.
Yo, la verdad, no veo razón objetiva p ara negar el texto del
D erivado (que insiste añadiendo tras la fábula 112: «hactenus Eso-
pus; quod seq u itu r addidit rex Affrus») y de casi todos los m ss. de
M aría. Un Róm ulo anglo-latino formado p o r sucesivos escalones en
el siglo ix y luego fuente de derivados diversos no es incongruente
con el desarrollo contem poráneo de la fábula en Francia. Ello con
m ás razón si, com o creo, el Rómulo de N ilant es u n a ram a desga­
jad a de esa tradición.
Paso a continuación a ocuparm e, una tra s otra, de las coleccio­
nes en conexión con el Rómulo de Nilant:

a) El D erivado parcial («Romulus anglicus nonnullis»). Contie­


ne 22 fábulas: según Hervieux, las cuatro p rim eras del Róm ulo
prim itivo, las dem ás del anglo-latino (sean rom úleas o no, véase a
continuación). Propone que su fecha no es muy a n terio r a la de sus
dos m ss. (del siglo xv) por el uso de los nom bres Ysengrim us y
R e n a rd u s 9. Por mi p arte, querría hacer algunas observaciones.
H ervieux recalca con razón que el texto del D erivado parcial está
m ás próxim o al Róm ulo originario que a Rom. N ilant. E sto debe
in terp re tarse, creo, en el sentido de que h a existido un Róm ulo,
una recensión del que conocemos, m odelo de am bos. P ero conviene
añ ad ir el origen de las distintas fábulas rom úleas: 1, 2, 4, 17 y 22
están en Rom. N ilant, así como en el Der. co m p l. y M aría; 16 en
el Der. co m p l. y M aría, 2 sólo en éste (en la sección que llam arem os
«suplem ento» y que M aría desconoce). Hay, todavía, u n a serie de
fábulas no rom úleas com unes al Der. co m p l. y M aría.
Las conclusiones podrían ser:

1. El Der. parc, depende de una colección, el Róm ulo anglo-


latino, que es base igualm ente del Der. co m p l. y M aría; la conoce
en una fase p o sterio r a aquella en que la conoció M aría, que todavía
no utilizó el «suplem ento» (fábulas de la 89 a la 112).
2. E sta colección añadía a las fábulas conocidas p o r Rom. N ilant
algunas «repescadas» de Róm ulo (tam bién en el Der. com pl., com o
digo), así com o o tras no rom úleas. Todos estos elem entos fueron
som etidos a u n a d rástica reducción.
9 En realidad, el prim ero está atestiguado ya en 1112, cf. Knapp, ob. cit.,
p. 71.
La restante tradición griega y latina 589

3. Cuando es posible com probarlo, dicha colección seguía un


texto próxim o al de Róm ulo, m ientras que Róm. N ilant lo alterab a
profundam ente: luego es una ram a bifurcada, no el m odelo del
-Rom. anglo-lat.
Pienso, en sum a, que una Antología de Róm ulo fue utilizada, de
u n lado, p o r Rom. N ilant y, de otro, p o r el Rom. anglo-lat., que
añadió escalonadam ente varios elem entos, véase m ás abajo.

ß) El D erivado c o m p le to («Rom ulus anglicus cunctis») presenta


problem as m ás difíciles aún. Consta de 136 fábulas: de ellas hay 79
rom úleas, las dem ás son ajenas; y de ellas unas pocas aparecen tam ­
bién en el Der. parc., casi todas (salvo las del «suplem ento») en
M aría (que añade tres). Se confirm a que el Róm ulo anglo-latino
añadió fábulas no rom úleas a las rom úleas (sean éstas del Rom. Ni­
lan t o no): son no rom úleas casi todas las que van entre 35 y 75
y a p a rtir de la 113 («añadido de Alfredo»), No se excluye que unas
pocas de estas fábulas que faltan en M aría fueran añadidas p o r el
au to r de n u estro D erivado. Véase m ás adelante sobre la parcial co­
m unidad de las fábulas no rom úleas con el Rom. de M unich y el de
B erna, así com o con Eudes: todos beben del Rom. anglo-lat., en de­
finitiva.
En cuanto al origen de la colección, tiene razón Hervieux, evi­
dentem ente, cuando la declara independiente y m ás antigua que el
Der. parc. Y la tiene en que el texto coincide a veces con Rom. Ni­
lan t y no con el Róm ulo m ás antiguo, m ientras que o tras veces
parece darse el caso contrario. Pero ya se ha visto que no coincido
con su ste m m a (Róm ulo -* Rom. N ilant. -» Rom. anglo-lat. Der. c o m ­
pleto ). Creo, insisto, en que tan to Róm. N ilant com o Rom. anglo-lat.
dependen de una Antología rom úlea con un texto evolucionado y que
el segundo añadió otros elem entos, en tre ellos fábulas rom úleas
ajenas al Rom. N ilant (y teniendo a m ano las dos colecciones, sin
duda, pudo contam inarlas). Por supuesto, com o el Rom. Anglo-lat.
añadió, el de N ilant pudo reducir: cuando se tra ta de una fábula
rom úlea no en n u estro Rom. N ilant, no es seguro lo que es añadido
de una ram a o pérd id a de o tra (en el anglo-lat. faltan tam bién algu­
nas pocas fábulas del de Nilant).
Una m ayor p enetración en la h isto ria del Rom. anglo-lat. se logra
analizando los d istintos elem entos del Der. com p l., que después de
todo es la colección que (aunque puede p re sen tar algún añadido o
pérdida) m ás de cerca lo sigue en cuanto a las fábulas (no siem pre
en cuanto al texto). Se divide en los siguientes elem entos:

1. Fábs. 1-34: se sigue el orden del Rom. N ilant, con pequeñas


variaciones: faltan cu atro fábulas, se añaden dos (6 y 7 son en am ­
bos un duplicado, ya se dijo).
590 Historia de la fábula greco-latina

2. Fábs. 35-75: fábulas no rom úleas, con pocas excepciones (56


repescada del Rom. N ilant, 58, 64 y 71 ajenas a él, pero rom úleas).
3. Fábs. 76-88: m ás fábulas del Rom. N ilant, p o r su orden, como
continuación del bloque 1.
4. Fábs. 89-112: «suplem ento» de fábulas rom úleas ajenas al de
N ilant, p o r su orden original. Ya se dijo que no las conoce María.
5. Fábs. 113-136: «añadido de Alfredo», según los mss. Son fá­
bulas no rom úleas, con unas pocas suplem entarias de Róm ulo au­
sentes del de N ilant, com o en el bloque 2.

Así, en definitiva, hem os de co n tar con una fase del Rom. anglo-
latino que contenía los cinco bloques; con o tra anterior, en que
faltab a el 4 (es la que conoció M aría); con o tra a n terio r aún en
que adem ás faltab a la 5 (conocida p o r M aría y los dos D erivados,
a m ás de Mon. y Bern.); y es claro que en una fase an terio r todavía
en tre los bloques 1 y 3, que form aban u n continuo (fábulas coinci­
dentes con las del Rom. Nilant, con pocas excepciones) se introdujo
com o suplem entario el bloque 2. La fase m ás antigua es un derivado
de la Antología que sirvió igualm ente de m odelo al Rom. N ilant y
a la que, a veces, está m ás próxim o el texto del anglo-latino. Los
m odelos que sucesivam ente se han usado son: la Antología, el Róm u­
lo original y u na o varias colecciones no rom úleas (en las que a ve­
ces se in tercalab a el Róm ulo original). Añádase que el Der. com pl.
puede ten er la responsabilidad de unas pocas elim inaciones y aña­
didos.

y) Las fabulae extravagantes

La edición del Steinhöw el da, en tre otros com ponentes de esta


antología, una serie de 18 fa b u la e extra va g a n tes, de las cuales 12
pertenecen al grupo de fábulas no rom úleas del Róm. de Munich.
Las o tras seis H ervieux (II, pp. 290 y ss.) las edita ap a rte y desco­
noce cuál fue exactam ente la fuente de Steinhöw el. Pero pertenecía,
seguram ente, a la línea del Rom. anglo-latino.

δ) M aría de Francia. Vivió en In g late rra y sus fábulas deben ser


colocadas hacia la m itad del siglo x n : nos dice que h a traducido
las fábulas de la versión inglesa p o r ella citada. Su colección, en la
edición de H. U. G u m b re c h t10, com prende 103 fábulas (contando que
hay una 65b). Hay que decir que de ellas 100 se reencuentran en el
D erivado c o m p le to y a veces en éste y en el parcial; vienen, en de­
finitiva, del Róm ulo anglo-latino. Pero hay tres nuevas, que sólo aquí
aparecen: 65b «Los lobos», 82 «La víbora y el campo», 90 «El hom-

10 Marie de France. Aesop, M unich, 1973.


La restante tradición griega y latina 591

b re y la m edida». Bien proceden tam bién del Róm ulo anglo-latino,


habiéndose perdido en los otros derivados, bien son creaciones de
M aría o de un m odelo suyo secundario.

ε) Los R óm ulos de M unich y B erna. Se tra ta de las colecciones,


respectivam ente, de los m ss. 5337 de la Bibl. E statal de M unich y
676 (679 según Thiele) de la Bibl. C antonal de B erna; el p rim ero del
siglo XV, el segundo del x m . Cf. H ervieux I, pp. 464 y ss. y 468 y ss.
y II, pp. 262 y ss. y 302 y ss.
Se tra ta de una ram a de escasa difusión y que afecta, adem ás, a
un pequeño núm ero de fábulas; ram a in teresante, de o tra parte, y
que enlaza, en definitiva, con la anterior.
El Róm ulo de M unich com prende 40 fábulas, que H ervieux con­
sidera sacadas del Róm ulo ordinario, y 15 m ás: una, la 29, tam bién
de Róm ulo y las dem ás no rom úleas, coincidentes algunas con el
Róm ulo de B erna, o tras no. Algunas, no todas de las de este apén­
dice, figuran tam bién en las colecciones derivadas del Róm. anglo-lat.
H ervieux duda de si se han tom ado del Der. co m p l. o del pare, o del
m ism o Rom. anglo-lat.; o tras las cree originales y, cuando hay coin­
cidencia con el Rom. de B erna piensa, pese a la m ayor antigüedad
de éste, que puede ser el derivado, pues es evidentem ente m uy inno­
vador. N uestra colección sería, pues, del siglo x m , al menos.
El Róm ulo de B erna com prende 48 fábulas (que preceden a
una colección de Eudes). Son fábulas abreviadas (en general) y a
veces m uy alterad as. Hay en tre ellas fábulas que H ervieux considera
com o derivadas del Róm ulo ordinario, m ás o tras no rom úleas que
en p a rte coinciden con las del Róm ulo de M unich, en p arte son o ri­
ginales (parece). Todas ellas, salvo las últim as, se reencuentran a
veces en los derivados del Róm. anglo-lat. y en Eudes, que H ervieux
considera tam bién com o fuentes.
Con esto, inicio m i estudio personal de estas fábulas.
La p rim era observación que hay que h acer y que no ha sido
h asta el presen te hecha es ésta: las 26 fábulas rom úleas del Róm. de
M unich o Mon. se reencuentran todas sin excepción en Róm. N ilant.
Y com o —es fácil de com probar— su texto está m ás próxim o al del
Róm ulo ord in ario que al de este otro, la consecuencia es clara:
Róm. N ilant y Mon. vienen de la Antología que he m encionado, que
presen tab a un texto todavía próxim o al del Róm ulo ordinario. Ahora
bien, Mon. p resen ta tam bién varias fábulas com unes a Bern., algu­
nas de las cuales se reen cu en tran en el Der. c o m p leto ; tam bién se
encu en tra en él (y en M aría) o tra fábula (la 31 = M. 490 «El gato
y la zorra») que falta en Bern. Por supuesto, ah o ra se com prende
p o r qué todas las fábulas rom úleas del ms. están tam bién en la
trad ició n del Róm. anglo-lat.: no porque procedan del Der. com ple-
592 Historia de la fábula greco-latina

to, p o r ejem plo, sino p orque toda esta tradición viene de la misma
seguida p o r el Róm. N ilant.
O sea: la afirm ación a n terio r de que Mon. viene de la Antología
referid a debe ser m atizada en el sentido de que procede de una fase
de la m ism a en que ya había entrado p arte del m aterial no rom úleo
(lo cual no ob sta p a ra que m antuviera un texto conservador en el
rom úleo), no ciertam ente todo el que adm itió el Róm. anglo-lat., pero
sí una parte. A p a rtir de aquí, en tró todavía nuevo m aterial en una
fase com ún a Bern, y Mon., pero ya no a la colección citada. Y hay
todavía elem entos nuevos, propios de Mon. y no de Bern. A la fá­
bula citad a añado 36 = M. 245 «El infortunio del lobo», que contie­
ne una fábula del Calila y aparece en la E cbasis, el Y sen g rim u s, el
R o m a n de R e n a rt y n u estro A rcipreste (cf. supra, p. 549). Y 30 =
M. 289 «El soldado y la serpiente», em parentada con una en Eudes
de Ceritón, Fab. Add. Claro que los elem entos no en el Róm. anglo-lat.
pueden re tro tra e rse a la fase interm edia y los solo en Mon., tam ­
bién al m odelo com ún a Bern.
E n cuanto a la colección de B erna hay que hacer una afirm ación
paralela a la an terior: todas sus fábulas rom úleas m enos una están
en el de N ilant, todas tam bién en el Der. c o m p le to y, a veces, en
otros testigos del Rom. anglo-latino. El texto está, por lo demás, le­
jos del del Der. y, en la m edida en que puede verse, se aproxim a
al de Rómulo. Solo que n u estra colección ofrece versiones am plias
y m uy originales. Por ejem plo, 2 «El águila y su hija» altera muy
pro fu n d am en te la vieja fábula de «Las bodas del Sol» (muy am plia­
da en Der. y en Rom. N ilant, en sentidos diferentes); 4 «El león
viejo, el jab alí y el asno» tiene concom itancias con Róm ulo 10 y
Mon. 13, pero no con Rom. Nil. I 15, m uy am pliado, ni con Der. 15,
que sustituye el león p o r el lobo y el jabalí por la zorra. R esulta
claro que la ram a que estudiam os se desgajó del tronco antiguo
antes que Róm. Nil. y que el Rom. anglo-lat. Tam bién 1 «El lobo y
el cordero» llevaría a iguales conclusiones, entre o tras fábulas.
El texto de Bern., en estas fábulas y en las no rom úleas, es m ás
innovador, com o digo, que el de Mon.: pero no creo que, p o r ello,
haya que acep tar u n a derivación a p a rtir de aquél. E n tre o tras cosas,
hay que n o tar que a Bern, le faltan fábulas de Mon. y en cambio
tiene fábulas rom úleas del de N ilant que no están en Mon. En
cuanto a las fábulas no rom úleas, las hay en Mon. que faltan aquí
y al revés. Por o tra p arte, las que están en Bern, y no en Mon.,
pueden o no e sta r tam bién en el Der. c o m p le to y Eudes. Y es n ota­
ble que haya una fábula rom úlea (la 43 «La ra n a que se hinchó»)
que procede del «suplem ento» del Der. c o m p le to (o sea, del Róm ulo
anglo-lat.).
Pienso que Mon. y Bern, vienen de una pequeña colección obte­
nida de una fase arcaica del Róm ulo anglo-lat., que ya había am-
La restante tradición griega y latina 593

pliado en cierta m edida (con el «suplem ento» y las fábulas no ro ­


m úleas, pero, a lo que veo, no con el «añadido de Alfredo») la an ­
tigua Antología de que he hablado. Luego u n a y o tra colección han
continuado añadiendo m aterial no rom úleo: ni m ás ni m enos que
o tras que antes hem os considerado.
In sisto en que Der. no puede ser la fuente de la ram a que estu ­
diam os. Así, en lo relativo a las fábulas no rom úleas en B ern, y
Mon.: Mon. 28 es la fábula bien conocida del gallo y la zorra (desde
el siglo ix), 31 «La zorra y el gato» p resen ta variantes m uy n o ta­
bles respecto a Der. (tam bién está en Eudes y R abbi Berecchiah),
35a es la fábula difundida desde el siglo ix (véase p. 544) del león
sup uestam ente curado con la piel del lobo, etc. Se trata , evidente­
m ente, de m aterial antiguo no rom úleo que corría p o r E uropa y se
inco rp o rab a a las colecciones sucesivas que iban surgiendo, desde
antes de la creación de Der.

d) E u d e s de C eritó n (Odo C erito n en sis) y la tra d ició n conexa.


E norm e difusión tuvieron las fábulas de E udes (u Odón) de
C eritón (C herrington), un m onje inglés que escribió hacia 1219-21 una
colección de fábulas destinadas a la edificación cristiana, según tes­
tim onian elocuentem ente tan to el prólogo com o las m oralidades y
una serie de fábulas estrictam en te cristianas. H ervieux h a editado,
adem ás, una colección de Parábolas, extraídas de los serm ones del
m ism o m onje, en los que se usaban com o ejem plos: en p arte son
propiam ente fábulas, en p a rte anécdotas diversas. E n n u estro Apén­
dice II I despojo estas parábolas solo selectivam ente, pues la colec­
ción contiene num erosas anécdotas m uy alejadas ya del género. So­
b re todo ello véase H ervieux IV, pp. 1 y ss. y 171 y ss.
El contenido de la colección (de las dos colecciones) es m ixto.
No se tra ta ya de una serie de fábulas rom úleas adicionada todo
lo m ás a m anera de apéndice con fábulas no rom úleas. Aquí unas y
o tras están m ezcladas inextricablem ente, predom inando las segun­
das. B asta o jear la colección p a ra ver que hay fábulas de Róm ulo:
5 «El águila y la tortuga», 11 «El lobo y la cigüeña», 16 «El ra tó n
de ciudad y el de campo», 20 «El león, el lobo y la zorra cazadores»
(tem a m odificado de «la p a rte del león»), 21b «El ratón, la rana
y el milano», etc. Pero la am plitud de las lagunas en esta relación
indica el predom inio de las fábulas no rom úleas. Más aún en las
Parábolas.
E n cuanto a estas fábulas no rom úleas, su estudio pertenece a las
páginas que preceden (fábulas orientales) y a las que siguen (fá­
bulas de origen griego, o tras griegas o rom úleas m uy m odificadas
en la tradición m edieval occidental, anécdotas diversas m edievales,
creaciones nuevas). Lo que es claro es que nos hallam os an te una
594 Historia de la fábula greco-latina

colección m uy innovadora, que rom pe antiguos esquem as e in tro d u ­


ce ab u n d an te m aterial m edieval, con frecuencia coincidente con el
de la épica anim al.
Eudes, com o ya he adelantado, tuvo gran éxito, sobre todo su
am plia colección de fábulas: 85 m ás 11 bien auténticas bien no, que
se hallan en varios m ss. (cf. H ervieux IV, pp. 248 y ss.). Ya dije que
su trad ició n m an u scrita es abundante; además, fue traducido al cas­
tellano en el llam ado L ib ro de los gatos (corrupción por cu entos,
cf. George T. Artola, «E l libro de los gatos: An O rientalist’s View of
its Title», R o m a n c e P hilology 9, 1955, pp. 17-19). Y tam bién al fran ­
cés p o r Nicolás Bozón. De esta traducción, en la que Eudes se mez­
cla a otro s elem entos, he de decir algunas cosas.
H ervieux IV, pp. 92 y ss., nos habla de los C u entos m oralizados,
escritos en francés hacia 1350 p o r el m onje inglés, fraile m enor, Ni­
colás Bozón. De estos cuentos ha sacado las fábulas cuya versión
latin a edita (pp. 246 y ss.).
Ya he dicho que no se tra ta sim plem ente de una traducción de
Eudes. Se tra ta ya de fábulas de E udes traducidas m ás o menos
fielm ente del m ism o, ya de fábulas rom úleas de Eudes pero p ara las
que Bozón sigue una de las versiones ya estudiadas, ya de fábulas
no rom úleas diversas: orientales y m edievales europeas de los tipos
que sabem os. Con frecuencia sus fuentes son las utilizadas en sus
apéndices no rom úleos p o r o tras colecciones, pero tam bién contiene
única orientales, inventadas o del origen que sean. Hay que decir
finalm ente, que la versión latina se nos ha conservado incom pleta:
sólo quedan de ella 14 fábulas, las editadas por Hervieux.
Añado luego la m ención de una serie de colecciones que ya to­
m an ya im itan las fábulas de E udes y que Hervieux IV edita en
pp. 361 y ss. Y, finalm ente, las fábulas de todavía o tro au to r inglés,
Ju an de Schiapeia (Sheppey), m u erto en 1360, E sta colección de 73
fábulas abreviadas depende fundam entalm ente de Eudes, a veces m o­
dificado. Añade, sin em bargo, o tras fábulas de tradición rom úlea
(que a veces contam ina con las prim eras) y tam bién fábulas no rom ú­
leas com o la del lobo desollado p ara cu rar al león: tal vez deriva­
das de la tradición del Róm ulo anglo-latino, tal vez no. Presenta,
incluso, fábulas nuevas, sólo aquí existentes. Cf. H ervieux IV, pp. 161
y ss. y 417 y ss.

e) Los tapices de B ayeux.


La m agnífica colección de tapices de Bayeux, del siglo xi, p re­
senta, com o decoración de su tem a principal relativo a la conquista
de In g laterra p o r los norm andos, una serie de fábulas. Fue, según
la tradición, encargada p o r M atilde, esposa de Guillerm o el Conquis­
La restante tradición griega y latina 595

tador. T ras otro s estudios anteriores, un tra b a jo de L. H e rm a n n 11


identifica 29 fábulas y da noticia de sus fuentes.
La fu n dam ental es el Róm ulo anglo-latino, en cuyos testigos (so­
b re todo en el Der. co m p le to ) se encuentra la m ism a form a de las
fábulas correspondientes. C ierto que a veces es la h ered ad a de Fe-
dro y de Róm ulo, p ero o tras no. Me lim ito a c ita r el núm . 5 «El
lobo tirano» (variante de M. 229 en que el lobo y la zorra su stitu ­
yen al león y m ono originales), el 13 «El lobo y el carnero» (M. 248:
el lobo falso m onje que ayuna com iéndose un cordero que hace
p a sa r p or salm ón), 16 «El hom bre que parió» (variante de M. 296, con
hom bre en vez de m onte, en Der. co m p l.), 19 «El gallo y la zorra»
(M. 175 fábula que nos es bien conocida) y 27 «El cab rito y el lobo»
(M. 184).
Ahora bien, m e g u staría decir que en la tapicería de Bayeux
aparecen tam bién fábulas de la edición de Thiele de Róm ulo, pero
no del Róm ulo que era conocido en In g late rra y era fuente de las
colecciones inglesas (véase m ás adelante). C oncretam ente, hay fá­
bulas de las añadidas p o r el ms. de A dem ar (cf. pp. 487 y ss.): 17 «La
zo rra y la perdiz» (M. 326: curiosam ente, en la tapicería está tam ­
bién la fábula em p aren tad a del gallo y la zorra, p ro p ia del Róm. an-
glo-lat.), 21 «La g rulla y la corneja» (?) (M. 182) y 25 «La liebre, el
p ájaro y el águila» (M. 239). Y hay una de las añadidas procedentes
del ps.-Dositeo, 29 «El gato y las gallinas» (M. 19: curiosam ente, la
tap icería se acerca m ás a ps.-Dositeo que a la versión de Róm ulo,
donde se habla de un cuervo: sigue sin duda un texto m ás antiguo).
Todavía hay que añ ad ir 26 «El águila, el gato y el jabalí» (no
H. 46) que es la fábula de Fedro II 4, ausente de toda la tradición
m edieval. Y 14 «Las dos palom as» (M. 124), que es la fábula de
H oracio, E p ist. I 10, 5-7, desconocida fuera de aquí en la tradición
medieval. H erm ann explica la presencia en la tapicería de este alarde
de erudición porque hace alusión a los am ores desgraciados de Aelf-
gyva, h erm an a del rey H arold, y un canónigo.
Así, los norm andos que habían conquistado In g late rra fueron con­
quistados p o r las fábulas del Róm ulo anglo-latino, que utilizaron co­
mo co n trap u n to a la exposición de sus hazañas. Pero añadieron fá­
bulas «continentales» de A dem ar y el pseudo-Dositeo e, incluso, de
fuentes antiguas que eran verdaderas rarezas en la época (aunque
respecto a Fedro hay que decir que fue utilizado p o r A dem ar e in­
cluso p o r A lejandro N eckam , según hem os visto). Aunque sea de
m odo incidental, aprovecho la m ención de esta colección p a ra indi­
car el fru to que p ara la investigación de la fábula podría obtenerse
del estudio de las ilustraciones de los m ss. y del a rte m edieval en

11 «A pologues et an ecd otes dans la tap isserie de Bayeux», Rom ania, 65, 1939,
pp. 376-382.
596 Historia de la fábula greco-latina

general (relieves de capiteles, «paciencias» y otros, p in tu ras de arte-


sonados com o el del C laustro de Silos). Al p rim er tem a se refiere la
tesis inédita (de 1951) de G erdla H übschm ann, que estudia las ilus­
traciones de u n ms. de Aviano del siglo x, del de Ademar, del del Ró­
m ulo de M unich y del de Steinhöw el (entre otras), haciendo ver que
rem o n tan a época rom ana, aunque se ad ap tan a los estilos de cada
tiem po. El segundo tem a h a sido tra ta d o casi siem pre en relación
con la épica anim al, sobre todo el R o m a n de R e n a rt (cf. en tre otros
trab a jo s el de Flinn sobre la iconografía de éste, en A sp ec ts cit.,
pp. 257 y ss.). Pero h ab ría que hacer un estudio sistem ático en re­
lación con las d istin tas colecciones.

2. De Róm ulo a las colecciones

Después de hacer este repaso de las colecciones m edievales la­


tinas, en el que espero h ab e r hecho p ro g resar los anticipos, im por­
tantes, de Hervieux, pienso que es el m om ento de hacer algunas con­
sideraciones generales p ara enfocar en su conjunto el problem a de
estas colecciones: sus relaciones, origen, características.

a) R ela cio n es e n tre las colecciones.


Los m an u scrito s de las colecciones que acabam os de estu d iar es­
tán am pliam ente difundidos —m ucho m enos los del Róm. N ilant
y N eckam y, p o r supuesto, los R óm ulos de M unich y B erna— en
las bibliotecas europeas: a veces se tra ta de los m ism os m ss. de los
derivados de Aviano. Pero m ientras que nada indica que estos de­
rivados sean de origen insular, el origen de toda la tradición deri­
vada de Róm ulo es claram ente inglés.
E fectivam ente, Róm ulo surgió a fines de la A ntigüedad, supone­
m os que en Italia, y luego continuó increm entándose en la E dad
M edia europea, acogiendo nuevas fábulas que verem os que no lle­
garon a los m odelos de las fábulas inglesas. En u n a fase que tra ta ­
ré de p recisar, Róm ulo llegó a Inglaterra, donde se h a conservado
su ra stro en im p o rtan tes m anuscritos, sobre todo el B urneianus, del
siglo X, fundam ental d entro de la recen sio gallicana. Allí dio origen
a toda u na tradición de fábulas rom úleas en prosa y verso m ás o
m enos m odificadas. Luego esta tradición volvió al C ontinente: fá­
bulas de M aría de Francia, Róm ulos de M unich y B erna, im itaciones
diversas de W alter, de Eudes, etc. Yo diría que la penetración en
E u ro p a continental de las colecciones de fábulas rom úleas de estilo
inglés debe ser fechada hacia 1100 y aún antes. H em os visto que los
propios norm andos conquistadores de In g laterra incorporaban fá­
bulas del Róm ulo anglo-latino a la tapicería de Bayeux. E n el si-
La restante tradición griega y latina 597

glo x m p en etra la nueva oleada de fábulas orientales y a p a rtir de


aquí p roliferan las colecciones de contenido m ixto: Jacques de V itry
y los fabliaux, Nicolás Bozón, Ju an de Sheppey, el A rcipreste, don
Ju an M anuel, etc., etc. La fábula de tradición rom úlea queda defi­
nitivam ente im p lan tad a en la tradición europea. Por o tra parte, hay
que recordar, en la p rim era m itad del x m , la colección pu ram en te
rom úlea de Vicente de Beauvais: sin duda, había recibido su es­
tím ulo de la co n tinuidad de esta tradición en In g late rra y su tra s­
vase al Continente. No es el único ejem plo, com o hem os visto.
N aturalm ente, todo esto no quiere decir que el C ontinente eu­
ropeo haya quedado du ran te las centurias del IX (y antes) al x n
hu érfano de la fábula. C onservaba su Róm ulo, que citaba como
verem os en este m ism o capítulo y que daba, a veces, fábulas nuevas
desde el m ism o siglo ix, por ejem plo, la del gallo y la zorra. In c re­
m en tab a el contenido de ese Róm ulo, según vimos en el capítulo
corresp o n d ien te y precisarem os ahora con algún detalle m ás. Ad­
m itía fábulas orientales procedentes de Bizancio y tam bién (lo p re­
cisaré ahora) nuevas fábulas griegas llegadas por la m ism a vía. C rea­
b a o derivaba fábulas del origen que fuera, incluso quizá popular
o folklórico. Pero las dos colecciones fundam entales eran Rómulo,
apenas increm entado, y Aviano, a veces derivado; fuera de esto, la
fábula era un género cultivado bien en poem as o relatos aislados,
bien en citas (en obras de h istoria, serm ones, etc.), bien en el gé­
nero que constituye la verdadera innovación del Continente: la epo­
peya anim al.
Tam poco hay que ad m itir un aislam iento absoluto. Pues hem os
visto que las colecciones inglesas a un núcleo fundam ental de origen
rom úleo solían añ ad ir fábulas nuevas: sobre todo en el caso del
Róm ulo anglo-latino, de los de M unich y B erna y de Eudes, pero
tam bién en otros m ás (el hábito se increm entó en los siglos x i i i
y xiv). He estudiado una p a rte de esos añadidos: fábulas orientales.
Y he anticipado que otros añadidos son griegos o continentales
europeos de origen vario (incluso derivaciones de Róm ulo) que nos
son a veces conocidos desde la época carolingia y, luego, en la épica
anim al desde el siglo xi. Es bien claro que si m uchos de esos ele­
m entos son de origen oriental o griego (lo que, desde el pu n to de
vista de la transm isión, es equivalente) y llegaban a In g late rra nada
m enos que desde el siglo ix (época de Alfredo el G rande y del
Róm ulo anglo-latino), hubieron de p a sa r a través del continente.
Pero aquí eran, com o digo, usados en com posiciones aisladas o en
citas o en la épica anim al: sólo en In g late rra existía la boga de las
nuevas colecciones. E stas adicionaban el nuevo m aterial al proce­
dente de Rómulo. Cuando estas colecciones llegaron al Continente,
dieron a su vez estím ulo p a ra nuevas colecciones que ad m itían los
m ás diversos m ateriales.
598 Historia de la fábula greco-latina

E n cuanto a la genealogía de las colecciones inglesas, en las p á ­


ginas que preceden se ha dicho ya lo fundam ental. P ero h ab ría que
in tro d u cir algunas precisiones.
La prim era: hay que desechar la tentación de ver en todas las
colecciones inglesas u n a raíz única. M ejor dicho, hay una raíz única
que es Rómulo, pero no hay u n puente com ún e n tre R óm ulo y las
colecciones. Este puente existe solam ente p a ra lo relativo al R óm u­
lo de N ilant, al Róm ulo anglo-latino y a los de M unich y B erna, com o
ha quedado dicho; no p a ra lo relativo a las o tras tres líneas existen­
tes, W alter el Inglés, A lejandro Neokam y Eudes. Conviene p recisar
todo esto.
Lo m ejor es dar un árbol genealógico que resum a, en térm inos
generales, lo dicho en las páginas precedentes. Dicho árbol se re ­
fiere sólo a las colecciones principales. Coloca u n asterisco a las
colecciones perdidas y añade un signo + a aquéllas provistas de
fábulas añadidas de fuentes no rom úleas; a veces ese signo va seguido
de interrogación, pues no siem pre es hacedero decidir en qué esla­
bón de la cadena estem m ática se incorporó u n a fábula. No puede
precisarse, naturalm ente, en el cuadro la coincidencia o no de unas
m ism as fábulas en los «añadidos» de las diversas colecciones, ni
la extensión de estos añadidos o apéndices ni su origen. P ara lo
que respecta al Rómulo anglo-latino, se distinguen fases: aquellas
que podem os precisar com o punto de arran q u e de o tras colecciones
posteriores.

W alter ( + ) P aráfrasis

!,
Al. Neckam ( + )

Fab. m etricae
Rom. N ilant
Fab. rhythm icae

ROMULO—►* Antología
„a) ( + ) - » B e rn .,Mon. ( + )

Rom. angl.-lat. ( + ),— > b) - * trad , ingl.-» M aría ( + ?)


\ »Der. pare.

^ D e r . com pl. (+ ? )

N. Bozón ( + )
Eudes ( + )
J. Schiap. ( + )
La restante tradición griega y latina 599

M ientras que la fuente rom úlea de Eudes es indeterm inable p o r


la escasez de las fábulas de este tipo y sus grandísim as alteraciones,
p o d ría caber la du d a de si W alter el Inglés y A lejandro N eckam
dependen de la m ism a Antología que la línea principal. He estudiado
este p roblem a y he llegado a resultados negativos. Ambas coleccio­
nes carecen del prólogo característico del Róm ulo anglo-lat., del du­
plicado de la fábula de «la p a rte del león» y de o tro s rasgos carac­
terísticos. W alter no p resen ta una serie de fábulas del Róm. N ilant
y el anglo-lat. y sólo una p a rte de sus fábulas ausentes del de Ni­
lan t se en cu en tra en el «suplem ento» del anglo-latino; no tom a m a­
terial no rom úleo de éste. Lo m ism o exactam ente hay que decir de
A lejandro Neckam , que p o r lo dem ás es independiente del otro.
No: estas colecciones p arte n de un Róm ulo com pleto o de Anto­
logías diferentes de la usada p o r la línea principal (que, com o dije,
p a rte de u n a Antología propia a la que en u n a fase p osterior, la de
la creación del Róm ulo anglo-lat., se añadió m aterial del propio
R óm ulo).

3. ¿Q ué R ó m u lo e s tá e n la b a se d e la s coleccio n es?

Las colecciones inglesas tra b a ja ro n sobre uno o varios ejem ­


plares de Róm ulo que llegaron a Inglaterra: surgieron de fines del
siglo ix a com ienzos del x m y es de suponer que no procedieran del
m ism o ejem plar. De o tra p arte, anticipé ya (y he de precisarlo
ahora) que no podem os d eterm in a r la recensión, de en tre aquellas
en que se dividen n u estro s m ss., que está en la base de esas colec­
ciones. Pero sí se pueden señalar algunos datos curiosos: qué fá­
bulas faltaban en el Róm ulo o Róm ulos utilizados p o r ellas, a veces
las m ism as, a veces no exactam ente. Se puede decir algo, en con­
clusión, sobre la fuente utilizada. Sólo en térm inos generales: es
tem a que m erece u lterio r investigación, com o ya queda dicho.
P ara en ten d er lo que sigue hay que ten er m uy p resen te el estudio
de Róm ulo en n u estro capítulo II I 6.
Lo p rim ero y lo m ás im p o rtan te es esto: las ocho fábulas nuevas
(de Fedro o no) incorporadas p o r el ms. de A dem ar a la tradición
rom úlea, a saber, los núm eros 7, 9, 18, 25, 26, 34, 80 y 96 de Thiele,
faltan en absoluto en las colecciones inglesas. En cuanto a las siete
fábulas añadidas tam bién por A dem ar y procedentes del «Phaedrus
solutus», he de decir que 2, 37, 38, 41 y 82 faltan tam bién en abso­
luto. E n cuanto a las o tras dos, 81 y 84, rep resen tan unas m ínim as
excepciones en las que conviene que nos detengam os.
La 81 es «La liebre, el p ájaro y el águila» y se reen cu en tra en Ale­
jan d ro N eckam ; la 84 es «El m osquito y el camello» y se reencuen­
tra tam bién en A lejandro Neckam . A parte de esto, en el Der. com -
600 Historia de la fábula greco-latina

p leto hay una fábula de la m osca y el cam ello de tem a, en definitiva,


idéntico: pero visto que esta colección no conoce el «Phaedrus solu­
tus», hay que p en sar que derivó la fábula de «La pulga y el camello»
(Róm ulo 92).
Así, y prescindiendo de m om ento de A lejandro Neckam , las co­
lecciones inglesas no conocieron los añadidos de Adem ar: su Róm u­
lo era el previo a las adiciones de éste. Cuando, en 22 fábulas,
A dem ar sustituye la versión tradicional de Róm ulo p o r u n a del «Phae­
dru s solutus», esto no es notado p o r las colecciones inglesas: siguen
la versión tradicional. Y cuando (véase p. 480) la recensión v in­
tro d u ce un «Phaedrus solutus» que luego pasa a W (fábulas 97 y 98),
tam poco las colecciones inglesas lo conocen. Sí, en cam bio, 92, 94 y 95,
los otro s añadidos de Róm ulo; así com o las ocho fábulas que éste
añadió tom ándolas del ps.-Dositeo, que han dado descendientes en
las diversas líneas de las colecciones inglesas. Los datos pueden en­
co n trarse en el Apéndice III.
Es, pues, un Róm ulo desprovisto de los añadidos de Ad. el que
conocieron las colecciones inglesas, a diferencia, com o indiqué m ás
arrib a, de los a rtista s de los tapices de Bayeux. E videntem ente, los
añadidos de Ad pertenecen a u n a tradición pu ram en te continental,
no p asaro n el canal. Pero hay una excepción: las dos fábulas de
A lejandro N eckam que Ad tom ó del «Phaedrus solutos». Ahora bien,
en n u estro estudio de dicha colección páginas a rrib a nos encontra­
mos ya con estas dos fábulas y consideram os posible que o tras tres
vinieran tam bién de ella: no es necesario, en ese caso, acep tar que co­
nociera a Ad. Pero quizá sí: se trata , evidentem ente, de una excepción.
R especto a o tras características de los R óm ulos usados por
los au to res ingleses de colecciones, n u estro conocim iento es muy
escaso. Tenían a m ano, desde luego, R óm ulos com pletos: aparte
de que se conservan en las bibliotecas, sum ando las fábulas de las
d istin tas colecciones ello se hace evidente. Ya dije que la Antología
que está en la base del Róm ulo anglo-latino no explica m ás que a
éste, no las o tras colecciones. La fuente de éstas es difícilm ente
reconstruible, al e sta r las colecciones de W alter el Inglés y Alejan­
dro N eckam en dísticos elegiacos y ser m uy original la de Eudes.
Algo m ás puede decirse sobre la Antología en cuestión. E ra una
verd ad era Antología: b asta co m p arar el elenco de fábulas del Rómu­
lo de N ilant con las de Róm ulo p ara ver que el proceder consistía
en sa lta r de cuando en cuando algunas fábulas y luego el final de
algún libro como el II. E n cuanto al texto, ya dije que no sería
lógico esp erar que dependiera de una de n u estras recensiones. He
hecho estudios sobre algunas m uestras com parando el texto de al­
gunas fábulas del Róm ulo de N ilant y del Der. c o m p le to con las tres
recensiones g (gallicana), v (vetus) y W (del W issenburgensis) de
Róm ulo; la de Ademar era inútil aducirla, después de lo dicho. Y el
La restante tradición griega y latina 601

resu ltad o ha sido el esperable: la coincidencia es ya con una, ya con


o tra de estas recensiones, es decir, se p a rtía de u n texto todavía no
enm arcado en ellas. Téngase en cuenta que n u estro s m ás antiguos
m ss. de Róm ulo son del siglo x y que el Róm ulo anglo-latino es
del ix: la Antología de que procede es, sin duda, b astan te anterior.
Voy a po n er u n solo ejem plo, el de la fábula de Róm. N ilant I 15,
la dç los dos ratones, com parándola con las tres versiones en
R óm ulo 15. Van en cabeza las lecciones del de N ilant, seguidas de
las de las recensiones de Róm ulo con las ab rev iatu ras indicadas;
si precede un cf. quiere decir que el texto de la recensión que si­
gue a la derecha es sólo aproxim ado; uso adem ás el signo φ 'd e s­
igual’ (a la derecha de éste pueden ir lecciones de dos recensiones
que no son iguales en tre sí, incluso una puede su p rim ir la lección;
lo im p o rtan te es que discrepan de la lección de Róm. N ilant):

a quodam m ure agrario, cf. v ^ g W


cui... exhibuit, cf. v φ g W
ro g an ti o b tem perans, cf. v = g W
cum hec m us m uri osten d eret φ W
subito, cf. v W φ g
m ures, strep itu p e rte rriti g (territi) φ v W
m iser g W φ v
pene m o rti proxim us, cf. g φ v (lac. W)
am ice, cf. v ^ g W
istis bonis v W ^ g

La conclusion, m e parece, es evidente.

4. C a ra c te rís tic a s de las coleccio n es

La h isto ria de las colecciones rom úleas y, concretam ente, de las


que bu scaro n una originalidad, las inglesas, h a quedado trazad a en
sus líneas generales. Falta, sobre todo, a p o rta r m ás datos sobre el
origen de su m aterial no rom úleo, sobre el que algunas cosas he
dicho ya de todos modos.
M ientras que al fin de la A ntigüedad y luego en la E u ro p a m e­
dieval del C ontinente el «Aesopus ad Rufum » siguió un proceso de
am pliación, a In g late rra su derivado el «Rómulo» llegó antes de las
últim as am pliaciones; y ya se siguió copiando com o tal, ya p ro d u jo
derivaciones lite raria s consistentes en colecciones con un núm ero
m enor de fábulas (W alter el Inglés, A lejandro N eckam ). Pero estas
colecciones son cosa tardía, del siglo x n : lo que hacían era versi­
ficar y m ejo ra r literariam en te colecciones esópicas en p ro sa m ás
602 Historia de la fábula greco-latina

antiguas derivadas de Róm ulo y adicionadas con diversos m ateriales


que los poetas del siglo x i i tendían a reducir.
E fectivam ente, en el siglo ix surgen las p rim eras colecciones esó­
picas originales en In g laterra, a p a rtir de una Antología de Róm ulo
que com prendía 49 fábulas o pocas m ás (si Róm. de N ilant perdió
algunas). La tendencia, en ciertos círculos al m enos, había ido en
el sentido de red u cir el «Rómulo» heredado. Ahora bien, en el si­
glo ix, a p a rtir de aquí y bajo el im pulso de Alfredo el G rande (quien,
probablem ente, no hizo m ás que co ntinuar un im pulso anterior, pues
añadió fábulas a una colección ya existente), se procedió de la si­
guiente m anera: las fábulas fueron reescritas, m odificándolas m ás
o m enos; fueron adicionadas con o tras de Róm ulo (pero ausentes
del de N ilant) y con o tras no rom úleas, ello en etapas sucesivas;
fueron trad u cid as al inglés y p rodujeron nuevas colecciones latinas.
P or m ás que las fuentes interm edias, a saber, la Antología, el R óm u­
lo anglo-latino y la traducción inglesa se hayan perdido, el proceso
es claro en sus líneas generales. Por supuesto, las colecciones re ­
su ltan tes de este proceso, a saber, el Róm. de N ilant, los dos D eri­
vados, los R óm ulos de M unich y B erna y o tras colecciones derivadas
aún (como la trad u cció n de M aría de Francia) tienen características
p ropias cada una.
No puedo, ciertam ente, hacer aquí un estudio literario detenido:
aclaradas en térm inos generales las relaciones en tre las colecciones,
no es difícil realizarlo con los textos de H ervieux y los datos de mi
Apéndice III. E n principio, las versiones inglesas en p ro sa lo que
in ten tab an era p a ra fra se a r los textos de Róm ulo u otros, dándoles
una m ayor viveza; bien que existen tam bién las colecciones que re­
ducen y que o tras p resen tan fábulas de extensión m uy diferente
según las fuentes. Así la de Munich: en ella las fábulas no rom úleas
son de extensión desm esurada y de una e stru c tu ra de lo m ás laxo,
cosa p o r lo dem ás com ún entre las fábulas m edievales no rom úleas.
Volviendo al Róm ulo anglo-latino, a juzgar p o r sus derivados am ­
pliaba sus m odelos en general; y estos derivados siguieron hacien­
do igual. Las m odificaciones a veces no afectaban al fondo: el ra tó n
rústico que va a com er a casa del u rb an o h a de atra v esar en R óm u­
lo N ilant la p u e rta de la ciudad, es un sim ple detalle pintoresco.
Pero o tras veces sí. En la m ism a colección y com o derivación del
Róm ulo anglo-latino ya dije que la fábula de «la p a rte del león»,
sin desaparecer, había engendrado u n a segunda en que los com pa­
ñeros de caza del león eran el lobo y la gacela.
A veces m odificaciones de este tipo son probablem ente originales
de tal o cual colección. Del propio Róm. N ilant es seguram ente el
tem a del h om bre que parió, el Róm ulo anglo-latino ya hem os visto
que tran sfo rm ó la fábula del reinado del león y el m ono en la del
La restante tradición griega y latina 603

reinado del lobo y la zorra, el Róm. de M unich altera el tem a de las


bodas del Sol haciendo que la p ro p u esta sea casarlo con la h ija del
águila (sin duda p o r contam inación, el tem a ' la boda del hijo del
águila está en el Pulologos bizantino, creo q ^ de origen occiden­
tal, cf. p. 638). No hablo de las m odificaciom. que experim entan
o tra s fábulas en colecciones cada vez m ás alejadas del origen. E n el
Der. parcial, p o r ejem plo, la fábula de la golondrina y las aves (Róm u­
lo 24) se convierte en una novelita en que al final la golondrina es
engañada p o r el rú stico y aconseja a los p ájaro s que en tren en el
granero, lleno de lazos ocultos, donde son cazados y uno la acusa
am argam ente (versión que innova respecto a las m ás tradicionales
de Róm. N ilant y Der. com pleto).
E n realidad, h ab ría que estu d iar las fábulas u n a a una, con sus
respectivos s te m m a ta y sus contam inaciones. Algo hago m ás adelan­
te al h ab lar de las fábulas derivadas en general; m enos, evidente­
m ente, de la inm ensa tare a que h ab ría que realizar.
He de in sistir, de todos m odos, en que d en tro de esta tradición
los Derivados am plían y alteran m ás las fábulas originales que el
Róm ulo de N ilant y que, den tro del grupo de B erna y M unich, es el
p rim ero de estos dos m ss. el m ás innovador. O tro p u n to im p o rtan te
es la tendencia a crear colecciones antológicas, con pocas fábulas: el
Der. parcial y las dos últim am ente citadas, en n u estro caso.
Ya vim os cóm o toda esta tradición derivada del Róm ulo anglo-
latino ganó po p u larid ad y se difundió p o r el C ontinente (del que,
a su vez, recibía fábulas nuevas) ya a p a rtir del siglo xi. O tro efecto
que, evidentem ente, p ro d u jo esta proliferación de fábulas prosaicas
fue el de estim u lar la producción de fábulas en verso, que in te n ta ­
b an un nivel literario m ás exigente y volvían al sistem a de lim itarse
(con pocas excepciones) a p a rafra sear las fábulas de Róm ulo, con
pocas alteraciones de fondo. Sin duda sobre el m odelo de Aviano
fue el dístico elegiaco el elegido.
Ya sabem os que los dos principales rep resen tan tes son W alter el
Inglés, que se difundió m ucho, y A lejandro Neokam, que se difundió
m enos y que, sin duda, en com petencia con el prim ero, aum entó
el núm ero de sus fábulas y su calidad literaria, que en el caso de
W alter era m ediocre. W alter, de todas m aneras, am plió las fábulas
introduciendo descripciones y diálogos y utilizó vocabulario poético.
Pero tam poco fue ajeno a la tradición de la fábula breve: las tiene
de cu atro versos, seguidos ciertam ente de un dístico de m oraleja.
No son m uy distin tos los procedim ientos de A lejandro N eckam ,
que oscila igualm ente entre la fábula larga y la de cuatro versos
m ás dos de epim itio. Más exacto que su rival en la com prensión
de la intención de las fábulas antiguas, se siente tan libre com o él en
el detalle de la narración.
604 Historia de la fábula greco-latina

Hay que reco rd ar, luego, la continuación de la tradición antigua


de pro sificar las fábulas en verso, a veces resum iéndolas: es lo que
alguien hizo con las de W alter, conservando sus epim itios en verso.
Y la trad ició n de versificar las fábulas en prosa no se abandonó
nunca: ya dije que las del Róm. de N ilant dieron lugar a dos co­
lecciones m étricas, en versos diferentes.
De todas m aneras, todas estas colecciones estaban en las líneas
generales de la A ntigüedad clásica, con su intención entre crítica y
m oralizante, p ero d en tro de los tem as antiguos y sin alusiones de­
m asiado d irectas a la sociedad contem poránea. La m ayor excepción se
en cu en tra en los elem entos no rom úleos de las colecciones que in­
corporaban, en tre o tras, fábulas m edievales de origen continental
que b ajo la figura del lobo y el gato criticab an al clero y demás po­
derosos. Un cam bio en esta situación se p ro d u jo en el siglo x m con
Eudes, que escribió confesadam ente su colección p a ra corregir al
clero y al pueblo corrom pidos. In tro d u jo ya directam ente fábulas
de tem a cristian o y, sobre todo, los epim itios están recargados de
citas bíblicas y de alusiones al diablo, a Dios, a la Iglesia, etc. A ve­
ces estas m o ralejas son m ás extensas que las fábulas. Estas son in­
terp retad as com o alegorías de la vida espiritual.
E udes tiene u na p a rtic u la r indiferencia p o r las cuestiones de
form a. Puede d ar u n a fábula de dos líneas al lado de o tra que ocupa
página y m edia, in tro d u cir citas latinas en verso, anglosajonas en
prosa, etc. Es la educación espiritual, evidentem ente, lo que le inte­
resa, no la lite ratu ra . No sé si acierto proponiendo que el nuevo
giro que da a la fábula (sólo en pequeña p arte las deriva de Rómulo)
tiene que ver con un influjo de la fábula europea continental, clara­
m ente dirigida desde p ro n to como corrección co n tra la sociedad con­
tem poránea.
Cosas parecidas pueden decirse de las fábulas dependientes de
Eudes: las fab ulae additae, algunas larguísim as, narraciones de corte
m ás novelístico que o tra cosa. Y no digam os de sus Parábolas. Nico­
lás Bozón y Ju an de Scheppey vuelven, en cierto m odo, al estilo fa-
bulístico tradicional.
E n definitiva, la fábula m edieval latin a no p ro d u jo creaciones
lite raria s com parables a la fábula antigua, aunque a veces no es
desdeñable. Hay que pensar, tam bién, en productos com o la epo­
peya anim al y en ciertas fábulas nuevas, m uy originales y h asta hoy
vigentes: he de m encionar algunas. Sin em bargo, su papel esencial fue
estab lecer el vínculo en tre la Antigüedad y la m odernidad tem prana.
A p a rtir del siglo xiv nacen de esta tradición verdaderas obras de
a rte literarias, piénsese en el L ib ro de B u e n A m or, en el Conde Lu-
canor o en el D ecam erón.
La restante tradición griega y latina 605

5. La tra d ic ió n ro m ú le a fu e ra d e la s coleccio n es

M ientras que en In g late rra la tradición rom úlea producía m ás y


m ás colecciones nuevas que luego se difundieron en el Continente,
en este p ro d u jo desde pronto bien fábulas aisladas, bien o tras cita­
das com o ejem plo en obras diversas. N unca estuvo olvidada: Róm ulo
era un libro im p o rtan te en la enseñanza y en las bibliotecas m edie­
vales. R especto a la p rim era —en la que, de todos m odos, era aven­
tajad o p or Aviano— hay que m encionar la F ecunda ratis, ya citada,
de E gberto de L ieja en los siglos ix /x , en que fábulas de Róm ulo
se u n ían a relatos del Fisiólogo y a otros m ás com o m aterial de en­
señanza.
Fábulas de Róm ulos aisladas se encuentran, a p a rtir de esa fecha,
aquí y allá, en diversos escritores m edievales. La verdad es que n a­
die se h a cuidado de h acer un despojo exhaustivo. Pero repasando el
libro de M anitius se en cuentran, p o r ejem plo, influjos de R óm ulo en
R atherius de L ieja (siglos i x / x ) , en Pedro A belardo (siglos x i / x i i ,
un derivado de la fábula de la zorra y las uvas), en Cosmas de P ra­
ga (siglo xi), en Alanus ab insulis (siglo x n , alusión a la serpiente
que m ató a su salvador).
Hay que añ ad ir, luego, las fábulas rom úleas que se en cuentran
en la épica anim al y que testim onian, igualm ente, el influjo de esta
colección en la E u ro p a latina. De ellas m e ocuparé m ás adelante. Y
hab laré, sobre todo, de las fábulas nuevas m edievales que derivan
de la tradición de Róm ulo: algo he adelantado sobre ellos.

IV . La n u e v a f á b u l a m e d ie v a l e u r o p e a

1. F á b u la s a isla d a s de ép o ca c a ro lin g ia y p o s te rio r. G e n era lid a d es

Una gran oscuridad se tiende sobre la h isto ria de la fábula du­


ra n te los siglos del vi al v m d. C. Es, evidentem ente, el período en
que continúa copiándose Aviano y en que el c o r p u s de Róm ulo aca­
ba de perfeccionarse y com pletarse. Si el «Aesopus ad Rufum »,
su núcleo fundam ental, es de los siglos del iv al vi (todo lo m ás),
com o he dicho arrib a, debe p ensarse que tan to las adiciones de
Róm ulo com o las de los m ss. Ad. y W proceden de los dos (o in­
cluso tres) siglos siguientes. Pues tenem os mss. de Róm ulo del x
y Ad. es de com ienzos del xi.
E videntem ente, d u ra n te estas fechas debieron e sta r disponibles
en las bibliotecas m ateriales que luego, a lo que parece, desaparecie­
ron o eran dem asiado raro s y escasos p a ra a tra e r la atención: P ará­
frasis de Fedro (incluido el «Phaedrus solutus), fábulas de origen he­
lenístico, el pseudo-D ositeo en su versión latina.
606 Historia de la fábula greco-latina

Por o tra p arte, esos m ism os siglos iniciales de la E dad M edia vie­
ron la creación de recensiones diversas del texto de Róm ulo, recen­
siones ajenas todavía al m odelo del Róm ulo anglo-latino. Y vieron
tam bién la constitución, en In g laterra, de la Antología rom úlea que
está en la base de este últim o.
E sto es lo que podem os decir sobre esta edad: el uso de fábulas
aisladas, rom úleas o no, p o r p arte de sus escritores puede suponerse,
pero no se ha hecho un despojo en ese sentido; ni parece hab er fá­
bulas aisladas en colecciones poéticas. Pero en el siglo ix, en la edad
carolingia, el panoram a cam bia o cam bian al m enos nu estro s cono­
cim ientos.
E n esta época em piezan a aparecer pequeños poem as que son
fábulas aisladas y que se caracterizan por tem as ajenos a la trad i­
ción rom úlea (o derivados de ella, pero con una personalidad inde­
pendiente) y p o r alusiones a veces m uy directas a la tradición con­
tem poránea. Un artícu lo de D ieter Schaller que he citado 12 nos pre­
sen ta el siguiente m aterial:

a) La fábula del león, la zorra y la piel del lobo en un ms. de


St. Gall del siglo ix (o com ienzos del x), escrita en 34 dísticos ele­
giacos. Ya he hablado del origen bizantino y, en definitiva, oriental
de esta narración.
b) Un poem a elegiaco de Alcuino (c. 61) sobre la p érd id a de un
ruiseñor, pro p iam en te no una fábula, y o tro (c. 49) en 31 hexáme­
tro s que es la conocida fábula del gallo y el lobo: cap tu rad o p o r el
lobo, el gallo logra que éste le deje ca n ta r y escapa. Se tra ta de la
inversión del tem a de la antigua fábula de la zo rra y el cuervo, bien
a p a rtir de ésta, bien p o r el interm edio de la perdiz y la zorra, que
tra e A dem ar (Róm. 34). E sto es verosím il, pues la m ayoría de las
versiones m edievales h ablan de gallo y zo rra (no lobo); así, p ara no
alu d ir a las versiones derivadas del Róm ulo anglo-lat. o a las del
Y s e n g r i m u s y el R o m a n de R e n a rt, en el poem a gallus et vulpes
tran sm itid o p o r u n ms. de C am bridge del siglo xi u.
c) V arios poem as de Teodulfo de O rléans: el c. 50, relativo a la
zorra que ca p tu ra al pavo y la gallina de un convento p a ra quedar
presa e n tre las ram as de u n árbol; y los c. 27 y 72, relativos al com­
b ate en tre dos b an d ad as de aves. Se refieren probablem ente, como
S challer propone, a acontecim ientos de su tiem po; la inspiración re­
m o ta está, según he sugerido m ás a rrib a (p. 550), en fuentes indias.

12 «L ateinische T ierdichtun g in frühk arolingischer Zeit», en Das Tier in der


Dichtung, ed. U te Schaw ab, H eidelberg, 1970, pp. 91-127.
13 Cf. la edición en J. Grimm - A. Schm eller, Lateinische G edichte d e s X.
u n d X I. Jh., G otinga, 1938, reed., A m sterdam , 1957, pp. 345 y ss.
La restante tradición griega y latina 607

N aturalm ente, estos poem as no son los únicos. He de aludir al


Gallinarius, larga sátira, perdida, de W ipo (fines del siglo ix 14; y al
«Conflictus hiem is et veris» de Alcuino, sin duda alguna derivado del
debate en tre el invierno y el verano en H. 297 (Apéndice de la Accur-
siana), pues no es de creer que venga de Ennio. Añado un poem a de
Sedulio (siglo ix) (M. 470) sobre el carnero m uerto p o r los perros
p o r la calum nia de uno de ellos 15.
E n fecha po sterio r, la tradición de poem as aislados (y luego fá­
bulas-ejem plo) no estrictam en te rom úleos y con frecuencia ligados
a los acontecim ientos del tiem po, continuó. El M e t r u m Leonis, ya ci­
tado, de Leo de Vercelli, se organiza, com o ya dije, en to rn o a la
fáb u la del asno y la piel de león, en Aviano, pero tam bién en torno
a u n a segunda: aquella en que el lobo devora al asno, del cual se
había convertido en g arante a petición de la zorra, y es castigado por
el león: alude, quizá, a la infidelidad italiana respecto al em perador.
Y quiero aludir, finalm ente, d en tro de esta m ism a línea a o tras
fábulas posteriores. G alfredo de Vino Salvo (siglo x n ) cuenta el re la­
to del «hijo de la nieve» (M. 283, cf. W alter App. alt. 9). En Siege-
b erto de G im blaux (siglo xi), en su De pa ssion e s a n c to r u m Thebeo-
ru m , 1. II, epil., está la curiosa fábula (M. 436) de la serpiente invi­
tad a a com er p o r el rey y que tard ó veinte años en llegar: cuando
atravesó, finalm ente, el um bral, se cayó y m aldijo su p risa excesiva.
Donizo de Canosa (siglos x i -x i i ), en su poem a en h onor de la condesa
M atilde, cuenta la fábula griega (no H. 95), pero no rom úlea, del
león (aquí oso: pero león en F redegar y en Aimoin), el ciervo y la
zorra; fábula a veces contam inada p o r las versiones indias en que
interviene el asno (cf. p. 544).
E ste es un m aterial m ínim o, procedente de S challer y M anitius,
sobre todo, que h ab ría que com pletar, todavía, con varias fábulas
poéticas recogidas en el libro de G rim m -Schm eller: la de «la b u rra
de Alverada» (M. 43) (por in te n ta r salvar a su b u rra el am a es de­
vorad a p o r el lobo); la de «el sacerdote y el lobo» (M. 413) (el lobo
cae en la tram p a hecha p o r el sacerdote y éste le am enaza con el
bastón, pero el lobo se ag arra al b astó n y le hace caer, escapando
luego utilizándolo com o escala: clara derivación de H. 9); la del
«Unibos» (M. 456) (larguísim o relato con diversos tru co s de este p er­
sonaje que, tra s q u ed arse sin nada, se hace rico y hace que los del
pueblo, en su codicia, se arro je n al m ar en busca de unos supuestos
cerdos).
Así, a p a rtir de la época carolingia, surge u n nuevo p anoram a de
la fábula, en redacciones poéticas aisladas (luego, tam bién, en fábulas-

14 Cf. M anitius, ob. cit., II, p. 319.


15 Cf. R. D üchting, «Vom H am m el, den ein H und gerissen», en U te Schw ab,
ob. cit., pp. 114-127.
608 Historia de la fábula greco-latina

ejem plo), que acaban a veces p o r trasvasarse a las colecciones y a


la épica anim al. A p a rtir ya de la fábula rom úlea, ya de la oriental,
ya de la griega, se crean fábulas nuevas. Muchas ni siquiera pasan
a las colecciones: no hay m ás ejem plos de ellas que los citados. Y,
con frecuencia, se refieren en tono crítico o satírico a acontecim ien­
tos contem poráneos en que están envueltos sus autores. La épica
anim al co n tin u ará estas tendencias y, a p a rtir de un m om ento, tam ­
bién las colecciones.
E ste es, com o queda dicho, el nuevo am biente de la fábula conti­
nen tal a p a rtir del siglo ix, influyendo desde luego sobre las colec­
ciones inglesas y sus derivados continentales y sobre la épica anim al.
En realidad, las m ism as colecciones derivadas de Róm ulo hem os visto
que tienden ya a in tro d u cir variantes, a veces insertas en la realidad
contem poránea. Pero ello ocurre en m ayor m edida fuera de ellas,
aun q u e los apéndices de las diversas colecciones se hagan eco de
esta nueva fábula m edieval.
C onvendría, ahora, que nos detuviéram os un poco m ás despacio
sobre ella. Ya hem os visto en un capítulo independiente que en cierta
m edida esa nueva trad ición es de origen oriental: indio sobre todo,
habiendo llegado a E u ropa a través de las relaciones en tre Bizancio
y el Sacro Im perio R om ano G erm ánico desde el siglo ix. H em os visto
que con frecuencia los tem as indios y orientales en general han p ro ­
ducido fábulas nuevas, generalm ente en conexión con la crítica del
clero. Hay que añ ad ir que, adem ás de este com ponente, existen al
m enos los siguientes: fábulas griegas no presentes en Aviano ni en
Róm ulo y llegadas p o r la m ism a vía com o derivaciones de las m is­
m as; derivados de Róm ulo y Aviano (y, eventualm ente, de otros au­
tores latinos); o tras fábulas dependientes de la tradición popular,
folklórica, europea, aunque no siem pre es fácil aislarla; y, finalm ente,
fábulas nuevas, cuyo origen no soy capaz de elucidar: quizá deriva­
das de las anterio res, quizá sim plem ente im aginadas p o r u n a m ente
creadora.

2. F á b u la s d e riv a d a s de la tra d ic ió n g rieg a y a u se n te s


en la la tin a a n tig u a

En el ap a rtad o que precede a éste h an podido en co n trarse ya ejem ­


plos. Hago a continuación un despojo sistem ático de fábulas p resu ­
m iblem ente del origen citado ya eri las colecciones, ya en la épica
anim al. Queda el p roblem a de averiguar cóm o h an vivido estas fá­
bulas en Occidentes tra s p asa r a él desde Bizancio: si en poem as y
citas aisladas o en pequeñas colecciones traducidas que luego se in­
corp o rab an a las inglesas, p ara ser desplazadas m ás tard e p o r éstas.
Quizá am bas cosas sean verdad.
La restante tradición griega y latina 609

Una precaución previa que hay que to m ar con este m aterial es


ver si, ya que no en Aviano ni en Róm ulo, está al m enos testim oniado
en fábulas de Fedro, porque en este caso podría pensarse en una
derivación de las fábulas m edievales a p a rtir de él.
Dicho esto, voy a iniciar el estudio con dos puntos prelim inares.
El p rim ero es re co rd a r que en P edro Alfonso encontram os al m enos
tres fábulas que corresponden a las griegas H. 62, 285 y 298 (cf. p á­
gina 552). La p rim e ra de ellas se en cu en tra tam bién en Róm ulo, pero
las dos ú ltim as están sólo en la tradición griega y, concretam ente,
en el Apéndice de la Accursiana, en tre o tras fuentes bizantinas: lo
m ás p robable es, com o dije, que hayan pasado de allí a Europa. Sobre
un derivado de H. 9, véase m ás abajo.
El segundo p u n to se refiere a recordar, tam bién, lo que escribí
en un trab a jo a n te rio r ya citado 16 sobre fuentes griegas del A rcipreste
que le llegaron, según mi hipótesis, a través de la tradición europea;
ni m ás ni m enos que es el caso de las fuentes de origen o riental que
le llegaron a través de Bizancio y Europa.
R esum iendo lo dicho en el lugar m encionado, m e refiero a:

a) La fábula de «La p a rte del león» que aparece en n u estro Ar­


cipreste (estr. 82-88) procedente de la tradición griega de H. 154 y no
de la latina. Efectivam ente, en toda la tradición latina dependiente
de Fedro, es el león el que se queda con las cuatro p arte s de la caza
lograda p o r él y sus com pañeros la vaca, la cabra y la oveja, m ientras
que en la fábula griega, en que intervienen en la caza el león, la zorra
y el asno, hay un final diferente, próxim o al del A rcipreste y (vere­
mos) sus predecesores latinos: el asno es m uerto p o r el león p o r
h ab e r hecho tres p arte s iguales y es, a continuación, la zorra la que
se lo da casi todo al león, quedándose con una pequeña parte. Pre­
guntada p o r el león quién le h a enseñado a re p a rtir tan bien con­
testa: «Las desgracias del asno.» Pues bien, en el A rcipreste la fábula
tra n sc u rre de m an era sem ejante a la fábula griega, solo que con el
león, el lobo y la zorra y con m ás detalles; y al final la zorra, p re­
gun tad a p o r el león cóm o aprendió a re p a rtir ta n sabiam ente, res­
ponde:

Ella dixo: «En la cabeça del lobo tom é lición,


en el lobo castigué qué feziese o qué non.»

L eco y 17 señaló ya que la fábula del A rcipreste (que contam ina el


tem a de la visita de los anim ales al león enferm o) halla ya preceden­
tes en la F e cu nd a ratis y en el Y se n g r im u s VI 145 y ss., a m ás de
en otro s textos po sterio res seguram ente derivados de éstos (confrón­
16 «A portaciones al e stu d io de las fu en tes de las fábu las del A rcipreste», cit.
17 Ob. cit., p. 147.
610 Historia de la fábula greco-latina

tese E udes 20, tam bién la fáb. 52 de R abbi Berecchiah). La coinciden­


cia no es exacta p o r lo dem ás (en el Y s e n g r im u s y la fábula hebrea
la zorra da p arte de la carne a la leona y los leoncitos): lo que te­
nem os son diversas variantes procedentes de la versión griega.
b) «El caballo orgulloso y el asno» (Arcipreste estr. 237-245). Aquí
nuestro au to r contam ina detalles tom ados de W alter el Inglés con co­
sas propias: el caballo es ahora un caballo de guerra que, herido por
una lanza, es desechado y condenado a las faenas agrícolas. He de­
m o strad o que, co n tra lo que piensa Lecoy, esto no es una innovación
del A rcipreste, sino un derivado de la fábula griega H. 272 (una vez
m ás, del Apéndice de la Accursiana).
c) La fábula de «El águila y la flecha» en A rcipreste estr. 270-275.
E sta fábula, ausente com pletam ente de la tradición occidental (y de
la oriental de las fábulas siríacas) es H. 273, del Apéndice de la Ac­
cursiana (tam bién en Par.). H a llegado, pues, de Bizancio, no creo
que de los otros testim onios que son Aftonio 32 y Antología Pala­
tina IX 224.
Que las fuentes del A rcipreste son m edievales latinas, incluso si
el origen rem oto de las fábulas es bizantino (u oriental), resulta evi­
dente p o r los detalles que se han incluido en las m ism as. En mi tra ­
bajo citado lo hago ver, adem ás, p o r m edio de dos fábulas medievales
europeas derivadas de Róm ulo («El león y el caballo», estr. 298-303,
y «El lobo y la zo rra an te el mono com o árbitro», estr. 321-371) a que
ya he hecho referencia y que p resen tan en el A rcipreste, precisam ente,
la form a que han tom ado en la tradición m edieval europea. Luego
volveré sobre ello. Y reenvío a pp. 526 y ss. sobre los elem entos m e­
dievales europeos del m aterial de origen indio.
E sto deja abierto definitivam ente el cam ino al estudio que nos
interesa. Parece p ru d e n te com enzar p o r las fábulas representadas en
las colecciones m ás antiguas, dejando p ara luego las de Eudes y su
escuela, así com o las de los Apéndices de W alter. Adelanto que la co­
secha no es m uy grande y que, de ella, hay que descontar probable­
m ente u na fábula im portante: los derivados de H. 9 «La zorra y el
m acho cabrío», que quizá han llegado a n u estra E dad Media a través
de Fedro IV 9.
Se tra ta de una fábula (M. 500) difundida a p a rtir de la Disciplina
Clericalis (R o m a n de R en art, Eudes, etc.): ahora se tra ta de la zorra
y el lobo, ap a rte de esto la innovación está en que la zo rra no escapa
del pozo trep an d o sobre el o tro anim al, sino que sube en un cubo
m ien tras el lobo b aja en el otro.
Es, de todas form as, dudoso que la fuente inm ediata sea Fedro,
del que apenas hem os encontrado descendencia d ire c ta 18. Veamos
18 V éase p. 585 sobre Alejandro N eckam , p. 594 sob re la tapicería de Bayeux,
yeux.
La restante tradición griega y latina 611

ah o ra o tras fábulas en que este problem a no se p re sen ta y el eventual


de u n a posible derivación de Aviano parece que debe descartarse.
Doy u n a lista siguiendo el orden num érico de las colecciones griegas:

H. 10 (tem a de la costum bre: la zorra se aco stu m b ra al león;


cf. tam bién H. 220): es quizá el m odelo de M. 440 (en el P rontuario
Parisino — 720P., colección que tiene igual fuente que las Fabulae ex­
travagantes de los R óm ulos de M unich y B erna): las aves se acos­
tu m b ran al esp an tap ájaro s y se cagan en él.

H. 24 (tem a de la zorra que, hinchada de com ida, no puede salir


del hueco de un árbol): de ahí M. 428 «La serpiente ebria» (igual,
pero se tra ta de u n a serpiente y u n ánfora) en G regorio de Tours.

H. 51 «El lab rad o r y la serpiente» (y no Róm ulo 39, en que la


serpiente no m ata al hijo del labrador) es la fuente de M. 425 (en
el Róm. de M unich), fábula am pliadísim a con el diálogo en tre el la­
b ra d o r y la serpiente.

H. 94 («Los dos perros»), quizá en el núm . 3 de la tapicería de


Bayeux 19.

H. 99 «El cab rito y el lobo» (el cabrito pide b ailar antes de m o rir
y en tan to llegan los p erros y escapa) y H. 100 «El lobo y el cabrito»
(el cab rito refugiado en un pico insulta al lobo): son sin duda m o­
delos de M. 65 en Der. parc, (el buey pide, antes de ser devorado,
su b ir a un m onte a orar. Muge, vienen los pastores y se salva) y
M. 104 (la cab ra pide perm iso al lobo p a ra ca n ta r m isa: se sube a
u n pico, grita y se salva). El tem a aparece en m ás fábulas, así
en M. 265 «El lobo, la cerda y los cerditos», de Ju an de Sheppey.

H. 119 «El cam ello y Zeus»: de ahí M. 236 en los dos D erivados
y M aría de F rancia (la liebre pide cuernos a Jú p iter, pero no puede
c o rre r con ellos y la m atan los pastores). Aunque, a m ás de en F. An. I
(y Par., Dod., Tetr., S., Aft.) está en Aviano, es claro que éste no fue
conocido p o r la trad ición inglesa del Róm ulo anglo-latino. Tam bién
de aquí viene el tem a del asno que q u ería ten er la cola m ás larga
(en la Ecbasis, M. 44).

H. 125 «El grajo y las aves»: de ahí probablem ente M. 447 «El
tejó n en tre los cerdos» en Der. c om pl. y M aría (el tejón se hace pasar
p o r cerdo, pero cuando no le interesa dice que es un perro). Sin

19 Cf. Herrmann, art. cit., p. 376.


612 Historia de la fábula greco-latina

em bargo, puede p roceder tam bién de Róm ulo 54 «El m urciélago en


la g u erra de los anim ales».

H. 154 «El león, el lobo, la zorra y el cazador»: es M. 225, deri­


vado de la versión griega y no la latina, como ya dije en p. 609. E stá
en la F ecu nd a ratis, Y s e n g rim u s, Eudes y el A rcipreste.

H. 162 «El lobo y la cabra» (el lobo le dice a la cabra que baje
del pico a p astar, a lo que ella se niega) es seguram ente, contam inada
con H. 275 «El cervato y la cierva» (el tam año de ésta no responde
a su fuerza), la fuente de M. 190 «El m acho cabrío y el lobo» (el
m acho cabrío no b aja del pico en que se h a refugiado, pero cuando
el lobo se va b aja a beber; confiado en su fuerza lucha con él y
m uere). Es una fábula del Rom. Mon., y la ú ltim a p arte (la derivada
de H. 275, del Apéndice de la Accursiana) está en la base de una de
las Fáb. R y th m . derivadas de Rom. Nilant.

H. 202 «El asno, el cuervo y el lobo» (este últim o se lam enta de


que la gente se ría de que el cuervo picotee al asno, piensa en lo que
p asaría si el agresor fuera él) es sin duda la fuente de M. 251 «El
lobo sobre el cuervo posado sobre el carnero», en Der. com p l. y
M aría.

H. 259 «El águila y la tortuga» es fuente de M. 413 «El escarabajo


soberbio» (intenta volar com o el águila y cae). E stá en los dos Der. y
en M aría de Francia: no es de creer, por ello, que la fuente sea
Aviano.

H. 286, la fábula de la m uía que se ja c ta de su p ad re el caballo


y no de su m ad re la b u rra, es posiblem ente la fuente de M. 442 «κι
necio y la m uía» en A lejandro Neckam : el tonto cuyas m uías pierden
en los Juegos Olím picos recibe la reprim enda de éstas, que dicen
que ya pudo darse cuenta de su len titu d cuando las com pró. No es
seguro.

H. 293 «Los árboles y el olivo», fábula bíblica en el Apéndice de


la Accursiana, es sin duda el m odelo de M. 36 «Los árboles eligiendo
rey», en el Der. com pleto .

No H. 95 «El león, el ciervo y la zorra». En p. 545 me he ocupado


de esta fam osa fábula (no en F. An., sin duda llegó a O ccidente a
p a rtir de Par.) que se contam inó con su co n tra p artid a india, en que
interviene el asno en lugar de la zorra. Es M. 220. Además de en
au to res diversos está en el Der. c o m p le to y en M aría de Francia,
así com o en las derivaciones del R ó m . Nilant.
La restante tradición griega y latina 613

no H. 247 «La mona» (en el concurso de belleza, ante Zeus, la


m ona declara que su hijo es el m ás guapo) es sin duda el m odelo
de la fábula en Der. c o m p le to y M aría, en que los elogios de la m ona
a su hijo van seguidos de otros incidentes (M. 431: el oso lo devora).
Hay problem a en cuanto a la fuente: el m odelo sólo está en B abrio
y (de ahí) en Aviano. Si realm ente, com o parece, el segundo es des­
conocido en In g laterra, la fuente debe de ser un derivado bizantino
perdido (Par. o Dod.), com o en el caso de la fábula anterior.

V ida de E s o p o 45: propongo que el diálogo de la fábula M. 93 «El


p erro que pedía u n hueso a su amo» (el am o dice que recibirá el hueso
quien m ás fin ja am arle y m enos le am e y el p erro replica: m i am a)
deriva del p asaje citado (Esopo da la com ida que le entrega su am o
no a la m u jer de aquél, sino al perro: le ha dicho el am o que se la
dé «a quien m ás le ame»). No es preciso que la fuente sea exacta­
m ente la Vida, pues sabem os que la fuente de diversas fábulas de
ésta llegó a época bizantina y fue reproducida en el Apéndice de la
Accursiana.
No parece, pues, dudosa la llegada de m aterial griego, aunque no
sea ab u ndante, a las colecciones anteriores a Eudes, sobre todo al
Róm ulo anglo-latino. N aturalm ente, adquiere rasgos m edievales eu­
ropeos.

Paso ah ora a ocuparm e de las nuevas fábulas que llegan de Bi­


zancio en to rn o al 1200 y que se encuentran sobre todo en Eudes.
H aré una relación rápida; elim ino ahora las fábulas testim oniadas en
Aviano, que ya sabem os que es fuente de E udes (aunque puede h ab er
dud a en algún caso, p o r ej., en M. 131 «La corneja y la golondrina»,
que quizá venga de M. 249 y no de su derivado en Aviano 15):

H. 2 «El águila, el g rajo y el pastor»: cf. M. 292 «El m ilano y las


perdices» en E udes (quiere com petir con el halcón, coge dem asiadas
perdices y las pierde). Tam bién aquí, seguram ente, M. 58 «La oca y el
cuervo», en E udes: el cuervo no tiene fuerza p a ra llevar a la oca,
pesa dem asiado (con influjo de debates en tre aves com o H. 249 «El
pavo y la grulla», tam bién en Aviano).

H. 4 «El halcón y el ruiseñor»: cf. M. 352 «Filom ela y el arquero»


en E udes (el arq u ero deja libre al ruiseñor tra s las m áxim as de éste,
pero se dem u estra que es un fatuo porque las incum ple tontam ente).

H. 24 «La zo rra que se hinchó»: cf. M. 399 «R enard y el lobo»,


en E udes (sem ejante M. 362, en el R o m a n de R enart).

H. 45 «Los bueyes y el eje» (el eje se queja y no los bueyes, que


son los que trab a jan ) es sin duda (en unión, quizá, de H. 197) el mo-
614 Historia de la fábula greco-latina

délo de M. 49 (Apéndice a Eudes) «El asno y el cangrejo»: el asno


se q u eja de h ab er caído al lodo ¡y no los cangrejos, que llevan tanto
tiem po en él.

H. 51 (odio irreconciliable en tre el labrador, a cuyo hijo ha m atado


la serpiente, y ésta, a la que aquél ha querido m atar) es seguram ente
el m odelo de M. 57 (Eudes), que ha sacado de aquí u n a nueva fábula:
la serpiente m adre m ata a la serpiente h ija, que ha m atado al hijo
del labrador. Hay derivación de una de las versiones de F. An., no
de la de Róm ulo 39, en que falta la m uerte del hijo del lab rad o r
(cf. p. 115), igual que en otro derivado an terio rm en te citado.

H. 57 «La vieja y el médico». Cf. M. 18 (Apéndice a Eudes).

H. 79 «El ciervo y la vid»: cf. M. 19 «El antílope» (loscazadores


m atan al antílope, cuyos cuernos se enredan en los m im bres).

H. 87 y H. 189 (cf. p. 63, se refieren al cerdito que gime porque


va a m orir, de la oveja sólo quieren la lana), así com o de H. 272 (tem a
de la envidia, in justificada, del asno por el caballo), son fuente de
H. 55: el asno, envidioso del cerdo, se finge enferm o, es cebado y
engorda; pero cuando m atan al cerdo, se asu sta y vuelve a su vida
an terio r. P odría pen sarse tam bién en un influjo de Fedro V 4 «El
asno y la cebada del cerdo» (no H. 51), ausente de Rómulo. Pero
es p u ra hipótesis, tratá n d o se de un au to r que no parece conocer di­
rectam en te a E udes y Juan de Sheppey, nu estras fuentes.

H. 108 «Zeus y la tortuga»: cf. M. 449 en Eudes y Ju an de


Schiapeya.

H. 134 «El p erro y el cocinero»: cf. M. 122, en el segundo apén­


dice de W alter.

H. 139 «El p erro y la liebre»: quizá sea la fuente de M. 261 «El


lobo y la oveja besándose» (la oveja no quiere que el lobo la bese,
cuando lo consiente, apenas tiene tiem po de escapar).

H. 167, fábula de la leona que sólo tenía un hijo «pero león», es


sin duda alguna la fuente de M. 444 (en el Apéndice de Eudes) «La
cerda y la leona». Se puede p re cisar m ás: viene de Par. 2, en que el
in terlo cu to r tradicional de la leona, la zorra, es su stitu id a por la
cerda. En M. 24 (Ap. de Eudes) hay u n a versión del tem a.

H. 169 «Las águilas y las zorras»: cf. M. 236 «Las liebres y las
águilas» en Eudes.
La restante tradición griega y latina 615

H. 190 «El asno y el hortelano»: cf. M. 50, en Eudes.

H. 191 «El asno cargado de sal»: h a pasado a M. 47(Apéndice


a Eudes).

H. 195 «El asno y las cigarras»: cf. M. 54 «El asno y el m irlo»,


en Eudes.

H. 236 «La avispa y la serpiente»: cf. M. 475, en el Apéndice II I


de Eudes.

H. 254 «La to rtu g a y la liebre»: cf. M. 237 «La liebre que com ­
petía con el lobo» (hay un desafío, la liebre huye y el lobo desfa­
llece: vence la p rim era), sin duda un derivado, en Eudes, Bozón y
Ju an de Sheppey. O tro derivado debe verse en M. 114 «El ciervo
el erizo y el jabalí», en que el erizo d erro ta al ciervo a la carrera:
se m ezcla el tem a m edieval (desde la E c b a s is) del erizo, así como,
quizá, la fábula H. 238 del ciervo, el erizo y el cazador (el asunto
es confuso, porque, com o sabem os, cf. p. 96, en Róm ulo aparece el
jab alí en vez del ciervo: aquí los dos).

H. 273 «El águila»: cf. la fábula del A rcipreste aludida arrib a, p á


gina 610.

Hay, pues, en E udes y sus contem poráneos una nueva en trad a


de fábulas griegas: sin duda por la m ism a vía. Igual que las
que e n tra ro n antes, unas veces se conservan com o tales, o tras p ro ­
ducen derivados. Y com o antes (había algunas excepciones) este m a­
terial fabulístico está presente en las F ábulas Anónimas: a veces en
o tra s colecciones tam bién, pero nunca en o tra s faltando en las Anó­
nim as. E sto parece d em o strar que las Anónim as son, precisam ente,
la fuente. H em os visto, sin em bargo, u n a excepción a favor de Par.
Cuando, al escrib ir mi trab a jo repetidam ente utilizado aquí sobre
las fábulas del A rcipreste, descubrí que algunas de ellas sólo a p a rtir
de Bizancio y pasando p o r la tradición latina europea podían h ab er
llegado a él, q uedaba p o r d em o strar que esto no era un caso aislado:
que h abía fu era del A rcipreste fábulas griegas con iguales ca rac te rís­
ticas. Creo que esto queda claro desde ahora: p ara las fábulas p ro ­
piam ente griegas y p ara las orientales llegadas a través de Bizancio.

3. F á b u la s d e riv a d a s de R ó m u lo y, e v e n tu a lm e n te ,
de la re s ta n te tra d ic ió n la tin a a n tig u a

El estudio da las fábulas de Róm ulo ha sido hecho ya en térm inos


generales; y, en ocasiones, he atendido a los derivados del m ism o
616 Historia de la fábula greco-latina

ya p ro p iarren te m edievales. Ahora voy a ocuparm e directam ente de


este últim o tem a. Pero hem os de ver, prim ero, si tam bién otros
auto res antiguos p ro d u jero n fábulas derivadas.
Hay que an o tar, antes de com enzar, que los datos que ahora voy
a d ar son selectivos y están sujetos a ciertas dudas. Ya he presentado
algunas fábulas en que la derivación de las griegas no es enteram ente
segura. Puede dudarse, a veces, en tre éstas y Rómulo o Aviano o in­
cluso Fedro: h aría falta un estudio m ás detenido. Y tam bién sobre
ciertas contam inaciones.
Lo im p o rtan te es ver cóm o las fábulas antiguas producían deri­
vados. Estos, p o r o tra parte, son m uy varios: pueden ser abreviacio­
nes o am pliaciones, pueden variar levem ente el argum ento (cam bian­
do sim plem ente un anim al, por ejem plo) o quedarse solam ente con
la intención general o, incluso, h acer una inversión. E n tran ciertos
tem as m edievales de sátira del clero; y el lobo tiende a su stitu ir
al león.
Dado que Róm ulo al m enos era conocido por todas n u estras co­
lecciones, no divido el m aterial que sigue en tre éstas, sino que lo
doy p o r la num eración de Róm ulo; luego siguen algunas fábulas p ro ­
bablem ente derivadas de Aviano, y una de Fedro.
P or o tra p arte, la división e n tre este ap artad o y el de las fábulas
rom úleas, trata d o antes, no es tajan te: en aquél he presentado ya
una serie de fábulas que, en realidad, son m ás derivaciones que tra n s­
cripciones de Róm ulo. En fin, lo im portantes es ver que los autores
de colecciones de la E dad Media, sobre todo en sus «Apéndices» (y
Eudes y su escuela en cualquier lugar) no se lim itaban a copiar la
trad ició n anterio r: derivaban fábulas de ella, dando rienda suelta a
su im aginación y con la intención, a veces, de aproxim arse a la re a­
lidad contem poránea:

Róm. 8 (tem a de «la p arte del león») es la fuente de M. 228 (Bo-


zón) «El león, el pollino y la cabra». A las p alab ras del león de que
le co rresponden la p rim era y segunda p arte y deben ahora luchar
por la tercera, los otros dos anim ales dicen que se la ceden.

Rom. 10: cf. p. 592 sobre la m odificación de esta fábula en el


Róm ulo de B erna.

Róm. 13. La fábula de la serpiente desagradecida ha producido una


ab u n d an te descendencia: M. 289 (Róm. de M unich y Ap. de Eudes),
fábula com pleja en que una serpiente, que un soldado ha salvado, se
co m p o rta villanam ente (la zorra hace que la abandonen o tra vez);
M. 300 (Eudes), en que una m u jer p are una serpiente, que la m ata;
M. 295 (Eudes), en que es un basilisco el que, n u trid o p o r u n m onje,
La restante tradición griega y latina 617

acaba m atándolo; M. 415 (Eudes), inversión del tem a (San Pablo


m ordido p o r una víbora, no le pasó nada).

Rom. 16. Tam bién la fábula del águila y la zorra ha producido


descendencia. En M. 506 (Al. Neckam ) es el b u itre el que m ata a
los pollos del águila, p ara ser luego él víctim a de la m ism a cuando
descubre to n tam en te su presencia al co n testar a las p alab ras del
aguila (quizá hay contam inación con «El gallo y la zorra); en M. 435
(Rom. de Bern, y Der. com pl.) es el oso el que devora a la cría de
la m ona, que le p ren d e fuego; en M. 137 (Eudes, J. de Sheppey) el
cuervo se come al pollo de la palom a en vista de que ésta, a la que
pide que cante, no lo hace bien (quizá contam inado con H. 4).

Rom. 17. La fábula del águila y la tortuga, en su versión fedriana


y rom úlea, es pro b ab lem ente el m odelo de M. 60 (Eudes), que explica
que el ave fra n g e n s os (quebrantahuesos) tira un hueso co n tra una
roca cuando no puede com érselo. Hay al tiem po un tem a de falsa
H istoria N atural.

Rom. Í9. La fábula de la zorra y el cuervo es, pienso, el m odelo


del p asaje de la E c b a sis en que la zorra adula al lobo p a ra que salga
de la cueva, lo que consigue: el lobo es m uerto a continuación. Tam ­
bién de «La cigüeña y el gato» en Eudes M. 117 (sólo que el gato no
suelta la anguila y la cigüeña fracasa).

Rom. 27 «Las ran as pidiendo rey». De aquí E udes (M. 162): las
horm igas eligen rey al leño y se m ean en él; luego a la serpiente,
que las devora. Tam bién la fábula de W alter (M. 448), en que éste,
sobre el proem io de la fábula en R óm ulo (y Fedro), habla de los
atenienses, que eligieron un rey y lo soportaban mal.

Rom. 30 «El lobo y la cerda» (ésta pide al lobo com adrón que
se aleje) es pro b ab lem ente el m odelo de una variante del Róm ulo
florentino (M. 41) en la que el lobo toca al asno enferm o diciéndole
que dónde le duele, a lo que él contesta que allí donde le toca. Con­
fróntese tam bién H. 7 y o tras fábulas.

Rom. 34. E s la fábula de la perdiz y la zorra, probable m odelo


de la conocida fábula del gallo y la zorra (M. 175, cf. p. 606). Pero
puede suceder que sea al revés; el m odelo rem oto es la fábula del
cuervo y la zorra. Róm. 19.

Rom. 45 «El g rajo soberbio y el pavo». Hay una fábula en el


Róm ulo de B erna (M. 477) p rácticam ente igual, pero con el m urcié­
lago (cf. Rom. 54). En M. 342 (tam bién Eudes) la fábula original se
618 Historia de la fábula greco-latina

invierte: ah ora es el pavo el que por vanidad cede sus plum as, m u­
riendo de frío.
Rom. 46, fábula de la m osca y el calvo, es sin duda origen del
debate de la ab eja y la m osca en M. 20 (Der. parc, y compL).

Rom. 47 «La m osca y la mula» es rehecha en M. 314 (fábula de


Poggio) con nueva p u nta: la mosca, posada en la cuadriga, dice:
«¡cuánto polvo levanto!»
Rom. 48. Ya he dicho a rrib a que la fábula en que la m ona hace
de juez en tre el lobo y el león produce la versión m edieval M. 272
(en Der. com pl. y M aría de Francia), en que el juez es el león, que
en vez de d ar una sentencia n eu tra l afirm a que las verdades del lobo
son de m ayor au to rid ad que las verdades de la zorra. R em ito a mi
estudio sobre las fuentes del Arcipreste, ya citado, donde hago ver
que la versión de éste (estr. 321-371) procede, en lo fundam ental, de
un texto tam bién conocido por el R o m a n de R enart, que introduce
elem entos m edievales; en tra n en juego dos abogados y se dice que
el o bjeto del litigio es un gallo. Añado otro derivado, la fábula M. 271
«El lobo oyendo las confesiones de la zorra y el asno» (en Eudes
y en u n a versión bizantina, cf. infra, p. 638): el inocente asno es
condenado. Y o tro aún, M. 224 (Bozón), en que el león condena al
asno.
Rom. 52 «El león y el caballo». Ya he dicho que esta fábula de
Rómulo, descendiente de H. 198, encabeza la tradición medieval. Den­
tro de ésta es notable la versión del Arcipreste, estr. 298-303: el león
aparece com o rey y o rd en a a su súbdito el caballo que se acerque.

Rom. 53 «El asno y el caballo» parece la fuente de M. 325, en


que el onagro, envidioso del asno, reconoce al fin, al verle tan car­
gado, que es ju sto que com a m ejor.

Rom. 63 «Las ovejas y los lobos», en que los perros son entregados
a los lobos, que devoran el rebaño, es levem ente m odificada en M. 337
(W alter el Inglés), con introducción del pastor.

Rom. 73 (tem a del p asto r que esconde al lobo de un perseguidor


pero lo señala con el dedo) ha inspirado M. 466 (Rom. de Munich),
en que el arad o r esconde a la liebre que huye del cazador y, a las
p alab ras de éste «Qué buena estaría con pim ienta», replica «Qué
buena estaría con sal».
Rom. 74 (fábula de Juno y el pavo) ha dado M. 346 (Nicolás Bo­
zón) con un leve cam bio: ahora es a la providencia o pra e destinatio
a la que se q ueja el pavo de no tener bello canto.
La restante tradición griega y latina 619

Rom. 77 es u na fábula derivada de la de la golondrina y las


aves; cf. p. 120. De ella, a su vez, viene M. 78 (en Eudes) «El calvo
que lloraba y la perdiz».

Rom. 83. Del tem a del ho rrib le canto del asno derivan fábulas
com o M. 218 (en Eudes: larguísim a, con m oral cristiana) sobre el
asno p reten d ien te a m inistro del león y M. 412 (en Anón. Avianicae),
en que una m ujer, que llora al oír ca n ta r horriblem ente a u n sacer­
dote, explica que su canto le recuerda al de su asno cuando lo de­
voraba el lobo. El tem a ha pen etrad o tam bién en otros lugares: en
el A rcipreste (estr. 893-903), en la fábula del león, el asno, el lobo
y la zorra.

Rom. 85 (en su versión m ás próxim a al ps.-Dositeo, cf. p. 479) es


el m odelo de M. 495 (Eudes): la zorra, con sus lam entaciones, logra
que le ab ran las gallinas y se las come.

Rom. 89 «El lobo y el asno enferm o» ha producido M. 293 (Rómu-


los de M unich y B erna), con largo debate, ahora, e n tre la zorra, el
m ulo y el lobo: el m ulo m ata al lobo de una coz (iba a leer el nom ­
b re de aquél, escrito en la pata, p o r astucias de la zorra). Cf. tam ­
bién M. 56 (Eudes).

Rom. 103. La fábula de la horm iga y la cigarra es seguram ente


la inspiración de M. 165 (J. de Sheppey): el cerdo destruye el gra­
nero de las horm igas.

Con esto paso a ocuparm e de unas pocas fábulas que parecen


derivadas de las de Aviano: todas ellas pertenecen a la fabulística
latin a m ás reciente. Prescindo de la ya señalada en las Gesta roma-
n o r u m (p. 580), que convierte en anécdota del em perador T rajano
la versión de Aviano de la fábula del león, el ciervo y la zorra. Hallo
o tras tres:

Av. 14, fábula de la m adre del m ono (cf. p. 248). De ella debe
de pro ced er M. 70 «El búho y su hijo bellísim o» (Eudes y J. de Shep­
pey). El búho da las señas de su hijo a la liebre, p ara que pueda
llevarle un encargo a la asam blea de las aves: se lim ita a señalar su
herm osura, lo que la liebre critica.

Av. 15, versión de «El pavo y la grulla». De ahí 131 (en Eudes
y Ap. de W alter) «La corneja soberbia y la golondrina».

Av. 32, fábula sobre el tem a de «a Dios rogando...» (H ércules le


dice al carretero , cuyo carro ha volcado, que antes de nada tra te él
620 Historia de la fábula greco-latina

de po n er en pie sus bueyes). Ahora es la ayuda de San Pedro la que


pide el rústico cuyo asno cayó: San Pedro le dice que se esfuerce
él prim ero.

En cuanto a Fedro, no hallo prácticam ente derivados: ya he dicho


que apenas fue utilizado directam ente. Si acaso, puede proponerse
que de III 17 «Los árboles bajo la tutela de los dioses» derive el
debate del olivo y la vid, con ventaja p ara el prim ero, en M. 485
(códice de la Academ ia de la H istoria de M adrid).
Todo este m aterial es, evidentem ente, m uy desigual en su valor
artístico, su e stru c tu ra y extensión, su intención. En ocasiones enlaza
con tem as cristianos o con los tem as m edievales de la corte o de
la sátira del clero. Y, ju n to a cosas insulsas o repetidas o a simples
variaciones sin m ayor interés, no faltan rasgos de ingenio y verda­
dera creación fabulística.

4. F á b u la s de la tra d ic ió n p o p u la r e u ro p e a

Di ya u n a idea en el capítulo anterior, pp. 527 y ss., de la polémica


que desde el siglo pasado se ha m antenido viva a propósito de la
épica anim al: si su origen era europeo y popular (germ ánico, decían
J. Grim m y sus seguidores, céltico h a dicho m ás tard e A. Schossig)20
o era esópico. Ya dije en el lugar citado que esta segunda tesis, cuyo
principal rep resen tan te es L. F o u le t 21, es hoy la predom inante. Re­
m ito, p a ra el detalle, a la argum entación de Foulet.
N aturalm ente, el tem a del origen de la fábula m edieval latina no
debe p lan tearse solam ente en relación con la épica anim al (y éste
era el p rim er e rro r de los «germ anistas»): la inm ensa m ayoría de
las fábulas contenidas en ésta son las m ism as de las colecciones;
y aunque no puedan excluirse innovaciones de los autores de dichos
poem as, en lo fu n dam ental sus fábulas derivan de las m ism as que
han ido a p a ra r a n u estras colecciones a p a rtir de o tras anteriores
o de citas tam bién an teriores. Lo que los autores de las epopeyas
anim ales añaden de propio es generalm ente secundario, con claras
trazas de derivación.
Es inútil, p or supuesto, rep etir aquí la vieja polém ica. He hecho
ver que la totalid ad de la fábula m edieval europea tiene elementos
griegos llegados a través de las colecciones latinas de Aviano y Rómu­
lo; tiene tam bién elem entos llegados directam ente de Bizancio, sean
de origen griego o sean de origen oriental. Y ello lo m ism o en cuanto

20 Art. cit. en p. 533.


21 Cf. su capítulo «Le R om an de Renard et le folklore», en Le Roman de
Renard, 2.“ ed., Paris, 1968, pp. 536-563.
La restante tradiciqn griega y latina 621

a las fábulas incluidas en la épica anim al que en cuanto a las de las


colecciones y las citadas por au to res diversos u objeto de poem as
aislados.
Pero queda, p ara ser objetivos, un problem a: el de si, aunque
sea en pequeña m edida, no h ab rá tam bién en la fábula latina m e­
dieval elem entos indígenas de la E uropa nórdica, que absorbió cierta­
m ente la cu ltu ra antigua, pero no está excluido que a p o rta ra ella
tam bién determ inados elem entos. Ni m ás ni m enos que Grecia añadió
elem entos propios a la fábula oriental. No en vano la fábula es un
género universal que se encuentra en toda clase de pueblos en co­
nexión con m itos y rito s relativos a anim ales que en el origen de los
tiem pos, según u n a creencia difundida, eran dioses. Y que continua­
ron siendo sím bolos de valores diversos, adem ás de com ponentes esen­
ciales del entorno del hom bre.
Claro está que en este terreno nos m ovem os en m edio de incer-
tidum bres, pues p or definición la transm isión de las supuestas fábulas
europeas debía de ser p o r m edio de la tradición oral. C iertam ente,
fábulas a las que no logram os h allar precedentes en la tradición greco-
latina u oriental pueden ser europeas, pero tam bién pueden ser crea­
ciones libres, nuevos hallazgos. 0 pueden derivar de o tras tradicio­
nes, así el tem a de la m uerte del lobo en el Y s e n g r im u s procedente
de una leyenda sobre la m uerte de M ahom a22.
Se ha pro p u esto un origen popular e u ro p e o 23 a diversas fábulas.
E n tre ellas a las que desarrollan el tem a del lobo cuya cola queda
atra p ad a en el hielo, que parece por definición de origen nórdico:
es M. 270 (en los R óm ulos de M unich y B erna, en el Y se n g rim u s
y el Rom an de R enart, en R abbi Berecchiah, en Eudes) y u n derivado
relativo a dos vacas (M. 463, en el S p e c u lu m S tu lto r u m ) . Tam bién se
ha pensado lo m ism o de las fábulas en que la zo rra viola o seduce
a la osa (M. 504, Der. com pl. y María) o a la loba (Y s e n g r im u s , R o m a n
de Renart). Y de la b o nita fábula de «La zorra con cien trucos y el
gato con uno» (M. 490: todo el Róm. anglo-lat., el de Munich, R abbi
Berecchiah, Eudes), p ara la que se ha dado m aterial co m p arativ o 24.
Es u na fábula que invierte el tem a com ún de las astucias de la zorra:
el gato, que se sube al árbol, se libra de los perros, m ientras que
la zo rra es cap tu rad a. Sin em bargo, la fábula recuerda el tem a
arquiloqueo del «Muchas cosas sabe la zorra, el erizo una sola,
pero decisiva» (no H. 20): no podríam os decir, claro está, p o r dónde
h ab ría llegado a la E uropa m edieval, no hay tradición interm edia.
El tem a del robo del jam ón por la zorra en com binación con el
lobo (la p rim era se hace la m u erta y luego fatiga al hom bre que

22 Cf. V oigt, ob. cit., p. LXX XIV .


23 Cf. E. V oigt, ob. cit., p. XCI, F. P. K napp, ob. cit., pp. 74 y ss.
24 Cf. H. Schw arzbaum , art. cit., p. 237.
622 Historia de la fábula greco-latina

lo lleva y logra que lo deje en el suelo: lo recoge el lobo) en M. 512


se en cu en tra ya en la Prora de la F e c un da ratis a ipás de en una serie
de p ro v e rb io s25 y luego en el Y s e n g r im u s y el R o m a n de R ena rt:
se ha propuesto, tam bién en este caso, un origen po p u lar (aunque el
tem a de la zo rra que se hace la m u erta es indio. E igual en el
caso de las diversas alusiones, en las fábulas aisladas y en la épica,
a las peregrinaciones de anim ales (condicionadas, p o r lo dem ás, por
supuesto, p or el am biente cristiano).
La verdad es que no es fácil to m ar decisiones en este terreno
movedizo, en que las diversas tradiciones escritas pen etran en el pue­
blo, así com o el am biente religioso y social de la época, m ientras
que, al revés, elem entos populares pueden ad a p ta rse a las nuevas
tradiciones escritas. Por ejem plo, la en trá d a en las fábulas, a veces,
del oso es característica del nuevo am biente en que circulan ahora.
Me he lim itado a señ alar algunos de los casos m ás probables entre
los señalados. E insisto en que, en todo caso, se tra ta de fábulas
de toda la tradición m edieval, no solam ente de las colecciones.

5. F á b u la s de n u e v a cre a c ió n

a) Generalidades.
P or supuesto, tam poco en este caso es fácil h acer aserciones ta ­
jan tes: fábulas que nos parecen nuevas y aisladas pueden proceder
de una tradición p a ra nosotros perdida.
Voy a p rescin d ir de las fábulas nuevas (o derivadas lejanas) de
la épica anim al, pues es un tem a que nos ocupará seguidam ente;
tam bién dejo de lado algunas aisladas o de tradición indirecta, de
las que an tes hablé. Y las de Pedro Alfonso. Me lim ito, pues, a las
de las colecciones (a veces tam bién presentes, p o r lo dem ás, fuera de
ellas). Y en tre éstas no tengo m ás rem edio que proceder selectiva­
m ente, poniendo algunos ejem plos.
Pienso que, en esta ocasión, es preferible dividir las colecciones
en dos grupos, las m ás antiguas y las de fecha m ás reciente (Eudes
y su escuela, los Apéndices); aunque quedan dudas sobre algunas
fábulas (las e xtravagantes y otra) y, de o tra p arte, las tendencias
generales de los dos grupos son aproxim adam ente las mismas.

b) Colecciones antiguas.
Com encemos p o r el prim ero. Hay, en p rim er térm ino, que in sistir
en que algunas de las fábulas «nuevas» pueden ser, en realidad, de-

25 Cf. Voigt, ob. cit., p. L X X I X .


La restante tradición griega y latina 623

rivaciones de o tras conocidas. Así M. 299 «La m u jer y su am ante»


(Der. compl., Maria) puede ser un derivado de la fábula de igual
títu lo e iguales fuèntes M. 298 (de origen indio, cf. p. 547); M. 471,
aunque tra n sc u rre e n tre un cerdo y los dem ás, puede venir del tem a
de la fábula de la golondrina. El problem a tiene p artic u la r im p o rtan ­
cia, sobre todo, en lo relativo al tem a, rem otam ente indio, del anim al
hipó crita (lobo, gato, zorra) que se hace p asa r p o r religioso aunque
su v erdadera n atu raleza está m uy distan te de esto. A p a rtir de aquí,
los fabulistas m edievales idean fábulas y m ás fábulas que m odifican
en m il sentidos las situaciones. He dado referencia de las m ás en
páginas 543 y ss.
E stas variantes se encuentran a veces en la épica anim al, ya lo
sabem os, y el problem a es si han ido a p a ra r allí desde las fábulas
sueltas o de colección o al revés: aunque éste es un problem a m enor,
en realidad. Lo notable es ver cóm o estas fábulas reflejan la vida y
háb ito s de las com unidades religiosas m edievales, en las que sin
duda nacieron. Es notable, p o r ejem plo, M. 248 (en el Róm. anglo-lat.
y la tap icería de Bayeux) en que el lobo falso m onje se com e el
cordero «en lugar del salmón»; M. 107 (en igual tradición), en que
los ratones «prefieren m orir paganos» antes que recibir la bendición
del gato obispo; M. 255 y 256 (en la m ism a tradición), en que in te r­
viene el erizo, relacionado con el ayuno del lobo, en cuanto le sum i­
n istra frutos. Y hay largos relatos, m ás bien novelitas anim ales,
com o M. 98 (Róms. de M unich y Berna) sobre los m alos consejos
del lobo al perro, que acaban con la m uerte de éste; M. 260 (desde
el de lupo) sobre el lobo capturado p o r el p a sto r y liberado a base
de prom esas que no cum ple; M. 259 «El lobo y el m arinero» (en la
m ism a tradición: el lobo sólo dice su tercera verdad ya desem bar­
cado); M. 245 (en igual tradición, la épica anim al y n u estro A rcipres­
te), largo zurcido de elem entos diferentes, en tre ellos uno indio;
M. 488 «La zo rra bajo la tu tela del lobo» (en Fab. extrav.), larga
h isto ria en que al final sucum be el zorrito, que no ha aprendido lo
suficiente del lobo; etc. N aturalm ente, hay toda clase de transiciones
en tre estas fábulas y las derivaciones de tem as latinos, com o las fá­
bulas del lobo juez, ya aludidas.
En n u estras colecciones surgen, tam bién, fábulas que no hacen
m ás que in sistir en las características generales del lobo, que nada
tiene de m onje (M. 242, M aría), o que dan nuevos ejem plos de sus
relaciones con la zorra, en las que ésta triunfa. Pero hay tam bién
fábulas nuevas de la zorra, en fren tad a por ejem plo a una avecilla
(M. 492, Róm. de Berna) a la que devora; el tem a se invierte en
M. 494 «La zorra y la palom a» (Der. com pl., M aría), en que la zorra
in ten ta devorar a la palom a con el m ism o tru co de la paz general
que se ha establecido, pero es, esta vez, d e rro tad a p o r la astucia
de la palom a.
624 Historia de la (fábula greco-latina

Los fabulistas m edievales siguen en estas fábulas, como se ve,


los tem as fundam entales de la fábula antigua. Pueden innovar, cier­
tam ente, respecto a los anim ales y al detalle del tem a. Podemos en­
con trarn o s, p o r ejem plo, con los bueyes que no quieren lim piar lo
que ensuciaron, lo que es injusto (M. 64, Rom. anglo-lat.) o con el
hom bre curioso que ab re un huevo que le ha confiado la serpiente
(M. 148, igual tradición) o con el tem a del perro del hortelano (M. 86,
Fab. extrav.) o con los peces que saltan de la sartén y caen al hielo
(M. 359) o con el gallo que com enta al caballo que él lleva derechas
a diez m u jeres y el am o ni a una (H. 173). O se introducen tem as
nuevos com o el de las ventajas de la p atria (M. 23 y 356). O los tem as
políticos, así en M. 22 («El águila, el halcón y las palom as», Rom. an-
glo-lat.), M. 101 (Rom. de B erna: el cerdo no se cree las grandezas
de la co rte del león), M. 222 (Der. compl.: el león tiene que luchar
con su hijo sublevado p ara reconquistar el reino que le había con­
fiado en su ausencia).
Puede decirse que la im aginación de los autores de colecciones
o de sus m odelos es fértil y variada. Oscilan en tre fábulas de tipo
tradicional, o tras que son pequeñas novelas anim ales con varios epi­
sodios (anticipo, sin duda, de la épica anim al, cf. ya M. 250, en el
M e tr u m leonis) y fábulas breves, centradas a veces en un «bon mot»
final: cf., p o r ejem plo, M. 197 («El hom bre y la m edida», en M aría),
M. 252 («El lobo y la palom a que recogía ram itos», en el Rom. anglo-
latino), M. 481 («La víbora y el campo», en M aría), M. 484 («El te r­
nero y la cigüeña», en el cód. de St. Gall 889). Me lim ito a citar
esta ú ltim a fábula. El ternero busca a la vaca, hace tres días que
no m am a —dice—. «Y yo tres años», contesta chistosa la cigüeña.
«Así tienes las patas», replica el ternero. Tam bién es m uy interesante
el debate en tre el carnero y el lobo que entró en el redil (M. 40, Ró­
m ulo de Berna): «Muera el que no cerró la puerta» —«¿Es p o r mí?»
— «No, p o d ría h ab er en trad o otro».
Ju n to a fábulas insulsas, largas y erráticas, no es el sentido del
hum o r el que falta, o tras veces. Se sigue aquí la línea antigua e igual
en o tras fábulas que no vacilan en in tro d u cir en nuevos' contextos
el viejo tem a arquilóqueo del trasero pelado del m ono (M. 502, Róm u­
lo de Berna) y tem as escatológicos.
Pero, natu ralm en te, tam bién hace acto de presencia la fábula p ro ­
piam ente cristiana. Algunas son de orientación satírica: a las aludidas
arrib a sobre el tem a del anim al falso religioso, añadam os, p o r ejem ­
plo, el de la cigüeña infiel, que p o r supuesto será castigada (M. 115,
Róm. de B erna), el tem a del gallo-diablo y el gato-erem ita, siendo
m ás peligroso que el p rim ero (M. 309, igual tradición), el del ratón que
no quiere e n tra r en el «claustro» (la ratonera) y prefiere atracarse
de cebada en el hó rreo (M. 377, igual tradición). Ahora bien, o tras
fábulas p resen tan al anim al com o buen cristiano: el p erro que salvó
La restante tradición) griega y latina 625

a un niño caído eri el Jordán (M. 99, igual tradición), el o tro que
denunció al m atad o r de su am o (M. 91, igual tradición)..
Hay que a ñ a d ir que a los tem as «nuevos» anim alísticos se unen
en n u estras colecciones las anécdotas hum anas; hay, tam bién, in ter­
m edios. E stas anécdotas hum anas oscilan en tre los m ism os polos:
la anécdota breve, a veces chistosa, y los largos cuentos o narraciones
laxam ente articuladas; la de tradición antigua y la cristiana.
Cito, p o r ejem plo, anécdotas sobre tem as tradicionales, com o el
de la naturaleza, M. 4 (Rom. anglo-lat.: el halcón confiesa que puede
c ria r los pollos del búho, pero no cam b iar su sucia naturaleza); el
de la m uerte, M. 46 (App. Poggio); la sátira antifem enina, M. 299
(Rom. anglo-lat.), 452 (W alter), 460 y 461 (Rom. anglo-lat.). O bien se
tra ta de anécdotas tradicionales varias, a veces chistosas, cf., p o r
ejem plo, M. 152 (igual fuente: el á rb itro tu erto asignaba la m itad
del precio pedido p o r el vendedor porque sólo veía m edio caballo,
según éste); tem a del erem ita que p ru eb a a su criado (M. 187), el
del hom bre em barazado (M. 168). Cf. tam bién M. 150, 194, 357, 402, 424.
Ahora bien, aparecen tam bién tem as nuevos. P or ejem plo, encon­
tram o s anécdotas o cuentos de tipo cristiano. En M. 10 (en el R óm u­
lo anglo-lat., quizá de H. 49) el rústico, que pedía a Dios un segundo
caballo, cuando le ro b aro n éste se contenta con su devolución; en
M. 192 (igual fuente) el navegante se salva cuando pide a Dios que
haga su voluntad; en M. 19 (id.) se critica al hom bre que sólo o ra para
sí y los suyos; en M. 208 (W alter) se nos cuenta la h isto ria del ase­
sino de un judío, delatado p o r las perdices. O tras veces se tra ta de
tem as m oralizadores, en que confluían la tradición antigua y la cris­
tiana: así sobre el egoísm o de los herederos (M. 158, Fab. extrav.),
sobre el m entiroso (id.), sobre la crítica (M. 340: el protagonista, h arto
de que le critiq u en lo m ism o si va en el asno con su hijo, que si
m on tan éste solo o él solo o lo lleva de vacío, tira el asno al río).
E ste puede ser un panoram a, ya digo que sin pretensiones de
exhaustividad, de la fábula «nueva» en el Róm. anglo-latino, los R óm u­
los de M unich y B erna, W alter y algunos textos conexos. Lo m ás nuevo
son largos relatos deshilvanados, a veces pequeñas novelitas hum anas
o anim ales; y, d en tro de los tem as, los cristianos, p o r o tra p a rte con
frecuencia perfectam en te insertados dentro de los tem as antiguos o
de otro s co n stru id o s sobre ellos. Pero en una am plia m edida, el es­
p íritu y aun la form a de la fábula antigua continúa. Sin p erd er su
ca rác te r aleccionador ni su tendencia crítica (ahora dirigida, a veces,
en o tras direcciones), la fábula no h a perdido su p u n ta incisiva, su
hum or, su apelación al buen sentido y al realism o. Los tem as a n ti­
guos se h an conservado, los cínicos se han cristianizado. Unido todo
esto al vasto caudal de la fábula sim plem ente conservada con pocas
m odificaciones, la época a que se refieren n u estras citas, aproxim a­
dam ente los siglos X, xi y x n , es buena continuación de la an terio r
626 Historia de la fabula greco-latina

—hablé ya de la nueva fábula en época carolingia—, y buen prece­


dente de la que sigue. En una nueva sociedad, la fábula sigue des­
em peñando su función entre lúcida, crítica y aleccionadora de siempre.

c) Colecciones recientes.
El pan o ram a de la fábula latina en torno a fines del x¿i y pri­
m era p a rte del x i i i , y en los continuadores del xiv (Eudes y su es­
cuela, Apéndices de él y de otros autores anteriores, etc.) es en parte
el m ism o, en p a rte diferente. H aré una exposición sum aria: para más
datos envío al Apéndice III. Doy indicación de las fábulas, pero no
de los autores.
De una p arte, hay que in sistir en que tam bién en tre estas fábulas
se en cu en tran derivaciones de las tradicionales: M. 56 «El asno con
privilegio, la zo rra y el lobo» es una continuación del tem a de «la
coz del asno» (éste deja ciega a la zorra, que va a leer el privilegio
supu estam en te escrito en su pata), M. 366 «La pulga y el abad» con­
tinúa el tem a del anim al que escapa con un pretexto religioso (la
pulga salta de la palm a de la m ano del abad, que le ha perm itido
confesar sus pecados). E n tre o tras fábulas, cito las siguientes: M. 26
«El águila y el cuervo médico» (que ciega al águila y se come los po­
llos: tem a de «El águila y la zorra»); M. 108 «El gato m onje» (el tema
ya tradicional, con la graciosa conclusión «cuando quiero soy m onje,
cuando quiero soy canónigo»); M. 118 «La cigüeña y su pico» (tema
de la p atria, ya visto antes); M. 129 «El banquete con el león» (con­
tinuación del tem a de las m alas com idas en la corte del león: sirve
rato n es al gato y a los dem ás... y éstos tienen que com érselos, bien
que a disgusto); M. 140 «El cuco y el águila» (desarrollo del tem a
o rien tal de la elección de rey de las aves, con etiología de por qué
el cuco pone sus huevos en el nido ajeno); M. 224 «El león, el lobo,
la zorra y el asno» (continuación del tem a del lobo-juez); M. 257 «El
lobo m onje« (cuando le falta la carne tira la cogolla y se echa al
m onte); M. 258 «El lobo y el m arinero» (incum ple la prom esa de ir
peregrino a Roma, hecha p ara que le soltasen); M. 264 «El lobo y el
sacerdote» (el lobo pide al sacerdote que le dé rápido la penitencia,
ve a las ovejas que em piezan a b a ja r del m onte); M. 459 «El oso y
el lobo» (el p asto r no encuentra las ovejas que confió al lobo al pe­
regrinar. Y no cree que hayan m uerto: «¿y las pieles?», pregunta);
M. 497 «La zorra confesando sus pecados al gallo» (lo que hace es
com érselo). Cf. su pra p. 525 una fábula griega em p aren tad a (en Miguel
Coniata). Nos encontram os en todos los casos con derivados de
tipos de fábula bien conocidos: algunos m ás antiguos, otros desarro­
llados en las estudiadas antes. Hay elem entos cristianos y medievales
en general y, con frecuencia, una buena invención fabulística.
La restante tradición griega y latina 627

O tras veces encontram os fábulas nuevas sin m odelo conocido y


con tem as m ás o m enos tradicionales. Hay algunas que han tenido
gran éxito en la tradición posterior, así los antecedentes del tem a
de «ponerle el cascabel al gato» (M. 308 «El consejo de los ratones
c o n tra el gato»), de «subió la m ona a un nogal» (M. 434 «La m ona
y la nuez»), de la discusión de los p erro s (que en M. 234 son devo­
rados p o r los lobos). Menos difusión han tenido, pero p resen tan in­
terés, fábulas com o M. 31 «El águila y el ra tó n discutiendo sobre
su vista» (largo debate), M. 34 «La araña» (el viento se lleva tela y
m osca), M. 38 «La garza y el águila» (tem a de la naturaleza), M. 39
«El carn ero y el calvo» (em biste co n tra él y le m ata porque piensa
que juega), M. 170 «La gallina, los pollos y el m ilano» (al pollo des­
obediente se lo com e el m ilano), M. 230 «El león y el unicornio»
(diálogo con citas del Apocalipsis), M. 244 «El en tierro del lobo» (sin
dud a derivado de la épica), M. 302 «El gato con la candela encendida»
(la tira en cuanto ve un ratón), M. 303 «El gato, el ra tó n y el queso»
(como el ra tó n se com ía el queso del arca, el am o puso d en tro un
gato —que se com ió ra tó n y queso), M. 307 «El ra tó n bo rrach o y el
gato» (el rató n no cum ple el ju ram e n to de venir a la llam ada del
gato que le h abía salvado de una cuba; «estaba borracho cuando
juré», dice), M. 310 «El ra tó n y sus hijos m alos» (se escapan y se
los com e el gato), M. 322 «El halcón y las palom as» (crítica política,
el águila hace cloc en vez de juzgar —las palom an abandonan a este
jefe), M. 328 «Las ovejas, el asno y el m acho cabrío» (cada uno cree
que es m ás santo). Cf. algunas m ás: M. 62, 87, 103, 188, 223, 301,
400, 409, 419, 457.
Con alguna excepción se tra ta de fábulas breves, de e stru c tu ra
tradicional y tem a ya tradicional, ya puesto al servicio de ideas cris­
tianas. Pero o tras veces tenem os m ás que fábulas, sím iles: M. 37
«C uatro clases de árboles», M. 241 «El juego del ajedrez», M. 313 «La
mosca». Cf. tam bién M. 74 y M. 105.
Y o tras veces lo que hallam os son breves relatos sobre el com ­
po rtam ien to de tal o cual anim al, con frecuencia sobre la base de las
noticias fan tásticas del Physiologus: se trata , en tre o tras cosas, de
la continuación de las antiguas fábulas que he llam ado «de H istoria
N atural», en realidad no verdaderas fábulas. Cf., p o r ejem plo, M. 30
(el águila), M. 95 (el perro), M. 98 (la corneja), M. 111 (la cierva),
M. 141 (el cuco), M. 157 (el Fénix), M. 318 (la com adreja), M. 333 (la
p an tera), M. 347 (el pelícano), M. 467 (el elefante). Es notable que
ju n to a creencias fantasiosas y anim ales m íticos nos encontram os con
observaciones realistas: cuando el p erro sigue a dos hom bres, no se
ve cuál de ellos es su amo, pero si uno se vuelve, se ve si es su am o
o no p o rque el p erro sólo sigue a su amo.
A las fábulas y cuasi-fábulas anim ales hay que a ñ a d ir las anécdo­
tas, cuentos y relatos pseudo-históricos hum anos: ya no encuadrados
628 Historia de la fábula greco-latina

históricam ente, ya p ro piam ente m edievales, ya situados en la Anti­


güedad clásica. A veces se citan personajes con nom bres propios,
antiguos o m edievales. Con frecuencia son relatos largos y deshila­
cliados. Es muy frecuente que tengan una intención cristiana directa;
o tras veces se refieren a tem as políticos o a tem as tradicionales (la
naturaleza, las virtu d es estoicas, etc.).
P ara em pezar p o r los relatos de tem a antiguo citaré aquel (M. 209)
en que intervienen nada m enos que Juliano el apóstata y el dem onio
y h asta hay un soldado resucitado p o r obra de la Virgen. Pero tene­
m os otro s dos (M. 353 y M. 355) cuyos protagonistas son un filósofo
ateniense (anécdota de corte cínico-estoico) y un filósofo que escupió
en la b arb a del rey (lo m ás sucio en aquel m agnífico palacio). Pero
tenem os tam bién al rey de Grecia (M. 398), que no ríe porque tem e
a sus pecados, a la m uerte, al Juicio y al Infierno.
Así, m ien tras que en las fábulas anim alísticas la interpretación
cristian a se halla las m ás de las veces en los epim itios, en las anéc­
dotas hay una p erfecta síntesis de pensam iento y am biente cristiano
y cínico-estoico. E ste carác te r tienen, por ejem plo, para pasar a las
narraciones de am biente m edieval, M. 1 (cada abad es peor que el
an terio r, si m uere el actual vendrá o tro peor), y, con resonancias
bíblicas, M. 2, tam bién de un abad. Con su nom bre propio nos es
p resen tad o (M. 147) un obispo, Teodosio, que logra la liberación de
un alm a ap resad a en el hielo, pese a las asechanzas del demonio.
Y un G auterus (M. 177), en torno al cual se nos presentan varios
sim bolism os del pecado y de la salvación: aquí estam os ya en plena
d o ctrin a cristiana. Se nos m enciona tam bién a Filipo, bufón de un
noble, que vestido con una túnica nueva no se reconocía a sí m ism o
y reco rría la casa preguntando: «¿dónde está el bufón Filipo?»
(M. 340).
O tras veces nos m ovem os en un terren o genérico: se nos habla
de un abogado (M. 6, los cam pesinos le m a ltratan cuando ven que
ha caído en desgracia ante su am o), un condenado a la horca (M. 128,
nun ca en cu en tra árbol adecuado), una dueña (M. 16, se critica su
vanidad), el hijo de un soldado (M. 159, no tiene la naturaleza de
su p ad re y m uere en un torneo), una h arp ía (M. 185, se duele si se
ve en el agua, porque tiene cara de hom bre y recuerda a sus vícti­
m as), un h om bre ingrato (M. 191, se disculpa acusando a la n a tu ra ­
leza hum ana), un ju sto (M. 210, tra ta de salvar en vano a un pecador),
el m ercad er y su m u jer (M. 283, la ad ú ltera dice que ha sido fecun­
dada p o r la nieve, tem a quizá popular), un soldado y un religioso
(M. 298, el soldado sólo se cuida de Dios cuando está enferm o, el
religioso va a p edir que siga enferm o), un padre viejo y su cruel hijo
(M. 338 y 339), un p red icad o r (M. 363, regala su asno para no dis­
trae rse en la Iglesia pensando en él), una m u je r litigiosa (M. 408,
La restante tradición griega y latina 629

nueva m u estra de la lite ra tu ra antifem enina), u n a viuda (M. 480, el


rico le qu ita su única vaca, la guisa y al p rim er bocado m uere).
E stos son unos ejem plos entre m uchos m ás. Pero son suficientes,
creo, p ara h acer ver, en un paisaje hum ano diferente, la m ezcolanza
en tre tem as antiguos, nuevas versiones de los m ism os, tem as cristia­
nos críticos y doctrinales. En últim o térm ino, esta íntim a unión entre
fábula anim alística y anécdota, es algo heredado de la A ntigüedad que,
pese a todos los cam bios, continúa vivo y co n tin u ará vivo en la edad
siguiente en las lite ratu ra s rom ánicas y germ ánicas. La fábula m e­
dieval latina ha hecho una perfecta transición: p ro n to com enzarán
a llegar con renovado brío tanto la tradición occidental (griega y
latina) com o la o rien tal (india). No h arán m ás que enriquecer el
pan o ram a que p resentam os aquí, no lo cam biarán radicalm ente.

V. La é p ic a a n im a l

1. G e n era lid a d es

Mi exposición de la épica anim al latina va a ser breve p o r dos


razones: p rim era, p orque en el capítulo precedente he dicho ya lo
fundam ental sobre su origen y características, ap o rtan d o una serie
de novedades; segunda, porque es éste, dentro de la fabulística m e­
dieval, el cam po que ha recibido una m ás am plia atención y no es
cuestión de re p etir aquí lo dicho en los libros de Voigt y K napp re ­
petidam ente citados, en las introducciones de W. T rillitsch - S. Hoyer
a la E c b a s i s 26 y de J. H. M ozley-R . R. Raym o al S p e c u lu m S t u l ­
to r u m 27, en obras que he citado sobre el R o m a n de R e n a r t y sus de­
rivados y en o tra bibliografía más.
Aun así, conviene h acer algunas consideraciones generales e insis­
tir sobre p u ntos de vista nuevos o poco conocidos. La épica anim al
latina florece d u ra n te unos ciento cincuenta años: de m ediados del
siglo X I (entre 1039 y 1046 es la fecha de la Ecbasis) a fines del X II
(el S p e c u lu m es de 1179-1180, el Y s e n g r im u s algo an terio r, 1148 es
el te r m in u s a nte q u e m ). Luego es continuada, a p a rtir de 1174, por
la épica anim al francesa y, después, p o r la germ ánica: pero de éstas
no he de h ab lar aquí m ás que p a ra in tro d u cir algunos datos com pa­
rativos, como, p o r lo dem ás, ya he hecho antes.
E stos poem as son, en sustancia, cada uno de ellos, la «am plia­
ción» de una fábula en form a poética (dísticos elegiacos o hexám e­
tros), con acentuación de su carácter de sátira social y con inclusión
en ciertos m om entos, a m anera de ejem plos, de fábulas interiores.

26 Teubner, 1963.
27 B erkeley, 1960.
630 Historia de la fábula greco-latina

Dije que este tipo de com posición es, en definitiva, de origen indio,
com o lo es la o rientación d o ctrin aria y política de una p arte del con­
tenido de los poem as en cuestión; y, tam bién, los nom bres propios
dados a los anim ales y algunas de las fábulas interiores. Concluí que
fue el m odelo indio, aplicado con frecuencia a m ateriales fabulísticos
antiguos y, desde luego, a circunstancias sociales y políticas de nues­
tra E u ro p a m edieval, el que tra jo consigo la creación del género.
Tam bién hice ver que la parodia de los cantares de gesta y de la
tem ática caballeresca ha podido desem peñar tam bién un papel: la
presencia de fábulas esópicas como decoración m arginal de los tapi­
ces de Bayeux, relativos a la conquista norm anda, y una serie de
tem as de lucha en tre el lobo y la zorra acom pañada de sus aliados
(en la Ecbasis, el Y se n g rim u s) y o tras luchas m ás en el R o m a n de
R enart, la sátira de los poderosos en todas estas obras, etc., favore­
cen este pu n to de vista. Sería algo sem ejante a cuando, en Grecia,
la fábula del ra tó n y la rana se am plió h asta convertirse en un poem a
paródico, la B a tra c o m io m a q u ia ; y a cuando, en am bientes orientales
diversos, a p a rtir del tem a egipcio de la lucha de gatos y ratones se
crearo n epopeyas paródicas que fueron a dar, en Grecia, la de «El
gato y los ratones» y en E spaña la G ato m a q u ia de Lope de V ega28.
Ahora bien, en la épica anim al latina estos elem entos de parodia
de la aristo cracia g u errera y cortesana son secundarios: dependen
tan to de los m odelos indios com o de la realidad y la literatu ra con­
tem poráneas. Lo esencial es el am biente eclesiástico y la crítica contra
el clero corrom pido a través del lobo-m onje Y sengrim us y otros de
sus colegas; el asno B urnellus del S p e c u lu m ejercita o tra crítica p a­
recida. Es el m om ento de com pletar lo dicho antes sobre el origen
del género diciendo qué elem entos se co n ju n taro n p ara crearlo.
E n p rim er lugar, ya he aludido a los elem entos indios: solo quiero
in sistir en que las fábulas aisladas (la m ás conocida, la del lobo
desollado) aparecen en E u ro p a desde el m ism o siglo ix, las hem os
encontrado ya aisladas ya en colecciones (sobre todo en el Rómulo
anglo-latino, cuyos orígenes rem ontan al siglo ix). Y que los nom bres
propios de los anim ales son igualm ente m ás antiguos que la épica
anim al (en ésta sólo aparecen desde el Y s e n g r im u s ) . E sta presupone,
adem ás, insisto, el conocim iento de las técnicas de com posición (com­
posición «en m arco») de las colecciones fabulísticas indias.
Pero esto solo no es suficiente. Añado otros elem entos:

a) El uso de la form a poética (dísticos y hexám etros) en la expo­


sición de la fábula. La hem os encontrado, por im itación seguram ente
de Aviano, desde el m ism o siglo ix, cf. p. 606.
b) La «am pliación» de las fábulas y su com binación en conjun­

28 Cf. vol. I, p. 345 y, en éste, p. 526.


La restante tradición griega y latina 631

tos. Tam bién esto es previo a las colecciones, se apliquen estas téc­
nicas a fábulas de origen indio o de origen occidental o sim plem en­
te inventadas. Algunos de los poem as fabulísticos que he m enciona­
do usan ya esta técnica desde el m ism o siglo ix y luego m ás ta r­
de: así del ms. de St. Gall sobre el «León enferm o» (tem a del lobo
desollado), el de Sedulio sobre la m u erte del carnero, el del M e tr u m
leonis sobre el lobo, el asno, la zorra y el león, etc. E ste últim o
poem a, de o tra p arte, com bina ya dos fábulas: la aludida y la del
asno vestido con la piel del león, y todo con un propósito crítico.
Ahora bien, no se tra ta sólo de fábulas en verso. Se creaban, aso­
ciando varios tem as, fábulas am pliadas prosaicas, así la del infor­
tunio del lobo o la del juicio de la zorra.
c) La confluencia de elem entos indios con otros procedentes de
Aviano y Róm ulo, otros que son creaciones m edievales a p a rtir de
este fondo (por ejem plo, la fábula del gallo y la zo rra y la del lobo
y la zo rra en el pozo), otros populares (la pesca del lobo, cuya
cola queda a tra p ad a en el hielo), otros griegos (la variante griega
de «la p a rte del león»). Todo esto es an terio r y previo a la épica
anim al, aunque haya entrado en ella. Sobre todo: se crean constan­
tem ente fábulas nuevas, de m odelo conocido o no, y hay que supo­
n er que fábulas nuevas que aparecen sólo en la épica han sido, m u­
chas veces, creadas p o r sus autores: así, posiblem ente, la del caballo
y la cigüeña en el Y s e n g r im u s, la del lobo y el tern ero en la Ecbasis,
la de las vacas cuyas colas quedaron presas en el hielo en el S p e ­
c u lu m . Véanse detalles m ás adelante.
d) F inalm ente, tam bién los elem entos cristianos habían pene­
trad o desde antiguo en la fábula, en com binación a veces con elem en­
tos indios o antiguos: tem a, sobre todo, del lobo m onje y sátira del
clero. Algunas fábulas nuevas, com o la del gallo que, vengativo, hace
que su am o no se d espierte el día en que debe consagrarse sacerdote
(en el S p e c u lu m ), tienen este carácter. Tam bién hab ían en trad o ele­
m entos cortesanos, en torno al tem a de la corte del león, de origen
indio y griego.
Así, en definitiva, la presentación poética de un vasto caudal de
fábulas de varios orígenes, su am pliación y com binación, la deriva­
ción de o tras nuevas y su aplicación a la crítica del am biente social,
h ab ía em pezado desde antes. Los au to res de la épica anim al no hi­
cieron o tra cosa que llevar esto m ucho m ás lejos, sobre el m odelo
de las colecciones indias. Al hacerlo es claro que com binaban las
fábulas existentes, las am pliaban (por ejem plo, los dos m achos ca­
brío s que m atan al lobo en la fábula india y la de la E cbasis se con­
vierten en cuatro, en un juego m uy com plicado, en el Y s e n g r im u s),
inventaban o tras nuevas. Fuera de n u estro cam po de estudio, en el
R o m a n de R en art, estas invenciones son m ás num erosas (pueden ver­
se en el Apéndice III), aunque no hay que olvidar que siguen e n tra n ­
632 Historia de la fábula greco-latina

do m ateriales antiguos o indios a veces ausentes de la épica latina


(el lobo y la zo rra en el pozo, la zorra teñida, etc.).
E n el detalle puede haber, n aturalm ente, dudas sobre si tal ver­
sión de u na fábula en las colecciones está influida por la épica o al
revés o si hay fuentes interm edias perdidas: pero las líneas gene­
rales son claras.

2. La « E cb asis captivi»

El poem a de la h u ida del ternero, hecho cautivo del lobo en su


fortaleza, y su liberación p o r la zorra, todo ello en vísperas de Pas­
cua, ya he dicho que fue escrito poco antes de 1050 p o r un m onje
de un m onasterio próxim o a Tréveris. Fue muy probablem ente es­
crito p ara ser leído tras el fin de la cuaresm a, en vísperas de la Pas­
cua (celebrada en el canto de las aves), ante toda la com unidad. Ha
quedado claro en mi exposición an terio r que en la fábula hay un
am biente político que se dobla con uno m onástico: el león hace el
papel del abad y del rey a la vez, el p a rd u s es el prior, el lobo y la
zorra, en tre otro s anim ales, son m onjes y cortesanos al tiem po. Los
servidores del lobo, a saber, el erizo y la nutria, le trae n frutos y
peces (proceden de fábulas con el tem a del lobo-monje pecador),
pero él p refiere ro m p er el ayuno com iéndose al ternero. Fracasa por
las astucias de la zorra (que al final em prende una verdadera cam­
paña m ilitar) y es m uerto.
Ya describí la com posición con doble m arco: el m onje expone
sus m otivos p ara com poner el poem a y dentro de éste la historia
del ternero, el lobo y la zorra contiene una fábula in terio r que hace
presag iar al lobo su desgracia: es la del «león enfermo» y el lobo
desollado, que ya sabem os. T am bién aludí a la existencia de pequeñas
fábulas englobadas, e hice referencia, en tre ellas, a algunas de origen
indio. Aquí quiero a ñ a d ir algunas cosas.
La fábula exterior, la del tern e ro que se escapa y es cautivado
p o r el lobo, no nos es conocida fuera de aquí. Hay, ciertam ente, otras
paralelas sobre los pollos de la gallina y los gatitos en Eudes (cf. su ­
pra, p. 627), pero son posteriores, quizá im itadas. La fábula es,
pienso, una inversión (como o tras que conocemos) de Rómulo 36,
la fábula del cab rito obediente que no abre la p uerta al lobo. El
tem a cristian o del tern ero y el buen p asto r ha intervenido tam bién,
pienso.
El poeta de la E c b a sis se distingue, pues, por su originalidad y
esp íritu creador. O tra m u estra m ás está en 1141 y ss.: la zorra saca
al lobo de su m ad rig uera con lisonjas, preparando su m uerte: el
m odelo está en la fábula del cuervo y la zorra (Róm. 19). Nótese que
el au to r está em bebido de cu ltu ra antigua y medieval: a veces su
La restante tradición griega y latina 633

o b ra parece un centón de citas de obras antiguas, abundan los tem as


procedentes del Physiologus y otros cristianos. E stos han sido com ­
binados varias veces con el fondo fabulístico: canto de las aves ce­
lebrando la Pascua, peregrinación (tradicional) de anim ales, etc.
Realm ente, el a u to r de la E cb asis logró una o b ra breve (1229 ver­
sos), bien com puesta y con verdadero equilibrio e n tre los tem as de
la tradición anim al y la sátira y adoctrinam iento en p a rte cristiano,
en p a rte político (530 y ss., 1079 y ss.); en p a rte heredado de la An­
tigüedad (frecuente referencia, p o r ejem plo, al tem a de la naturaleza,
cf. 317, 701 y ss.), en p arte nuevo. M aneja con so ltu ra el diálogo
(técnica de la «am pliación»), introduce m áxim as, sím iles, referen­
cias a sueños y otro s procedim ientos tradicionales, pero con u n uso
siem pre discreto de la retórica. Su sátira es violenta respecto al lobo,
m ás suave aunque con cierta m alicia en los dem ás casos (se ha pen­
sado si los anim ales aluden a personajes del convento, presentes en
la lectura). Pero, sobre todo, siguiendo p o r lo dem ás el ya trad icio ­
nal tem a del lobo-m onje, ha establecido en el enfrentam iento de la
zorra y el lobo, con ventaja p a ra la prim era, el tem a cen tral de la
épica anim al latin a posterior. El Y s e n g r im u s (y luego el R o m a n de
R ena rt, etc.) es, en realidad, u n derivado de la E cbasis, aunque beba
independientem ente de fuentes que, fundam entalm ente, son las
m ism as.

3. E l «Y sengrim us»

Di ya unas ideas generales sobre este poem a, escrito p o r N ivard


de G ante en el convento de San Pedro de esta ciudad. Lo que in te­
resa es h acer ver que se tra ta de un desarrollo de la Ecbasis, en
to rn o al tem a del lobo-m onje y el lobo desollado p o r astucias de la
zorra. Pero de un desarrollo que produce un poem a largo y confuso
y que incluye una m ultiplicidad de fábulas nuevas, de varios orí­
genes.
Se trata , en definitiva, del enfrentam iento del lobo y la zorra,
cen tral en la trad ició n fabulística m edieval. Pero falta la in tro d u c­
ción; y el tem a del lobo desollado, en vez de ser una fábula interior,
es precisam ente el centro de la acción. Aquí hay dos novedades:
una, que d en tro de este centro se coloca u n a nueva fábula interior,
a saber, el recuerdo de los antecedentes de las hostilidades del lobo
y la zorra (hecho p o r el oso cuyos versos lee el jabalí, según ya
se dijo); otra, que ah ora el lobo no m uere, es sim plem ente desolla­
do, m uriendo al final en una aventura con los cerdos que Voigt de­
m o stró que es im itación de una leyenda sobre la m u erte de Ma-
h o m a 29.
29 Voigt, ob. cit., p. L X X X I V .
634 Historia de la fábula greco-latina

Como se ve, el Y s e n g r im u s no puede explicarse sin la Ecbasis,


pero es m ás tradicional (usa el viejo recurso de comenzar una
narració n in m e d ia s res y volver luego al final). Por o tra parte,
el uso secundario de fábulas puestas en boca de los diversos p er­
sonajes es m ás frecuente que en la Ecbasis. Pero precisam ente por
esa abundancia de fábulas enm arcadas y su desm esurada extensión,
el paso de unas a o tras, etc., las líneas del poem a, muy extenso, son
poco claras. No es nada segura la división tradicional en libros y la
pro p u esta p o r Voigt tam poco es en teram en te convincente. La obra
se desborda, a ratos, en form a asim étrica y sin contornos y p resen ta
divagaciones de no m uy alta calidad.
El tem a, p o r lo dem ás, es el ya conocido del lobo-monje vencido
una y o tra vez, h asta el cansancio, por su vieja adversaria la zorra;
su m u erte ya he dicho que tra n sc u rre de un modo diferente. El
«centro» in tro d u ce u n a cierta variedad, en cuanto en algunas de sus
fábulas la zo rra es vencida. En él se nos presen tan los episodios
de la reunión de la corte de los anim ales, la peregrinación de éstos,
la en tra d a de Y sengrim us en el convento y su expulsión: m ezcla de
tem as un tan to incoherente.
Desde el pu n to de vista de la fabulística tiene mayor interés el
perseguir la p ista de las distin tas fábulas que se introducen: K napp
distingue 24. El elenco es m ás am plio que el de la Ecbasis y en él
entran , ju n to a fábulas indias ya m encionadas (el lobo desollado, los
m achos cabríos, la zo rra que se hace la m uerta), otras ya conocidas
en la trad ició n latina (el gallo y la zorra, el re p arto del botín, la se­
gunda del gallo y la zo rra en que ésta es cazada, el caballo y el lobo)
y o tras m ás conocidas fuera de aquí y posiblem ente populares (el
lobo que pierde su rabo en el hielo, la peregrinación de anim ales,
la violación de la loba).
Son fábulas que ya he m encionado y que no voy a volver a es­
tu d iar en detalle. Pero sí hay que decir que el Y se n g rim u s, bien por
o b ra de su au to r, bien de sus fuentes, ofrece detalles originales. Así,
en cuanto a la fábula de los m achos cabríos, que ahora son cuatro:
p resen ta m últiples detalles nuevos. De en tre las de tradición antigua,
la del rep arto del b o tín sigue el final griego, no el latino, como
ya vimos; y la fábula del caballo y el lobo tiene rasgos m uy pecu­
liares. Me detengo en ella p a ra que se vea cóm o procede el poeta.
E n Ys. V 1167 y ss. se nos p re sen ta esta fábula (de Róm ulo 52)
en el m om ento en que el lobo ha sido desollado: es decir, se trata,
com o en o tro s casos, de una versión que presupone el nuevo tem a
de que el lobo desollado no m uere. El lobo desollado pide al caba­
llo que le dé su piel, se la devolverá cuando crezca la suya. Pero
el caballo quiera afeitarle la corona, que le h a crecido, con sus p artes
duras, los cascos y el pene: y aprovecha p ara d ar al lobo de coces.
Como se ve, el tem a antiguo ha sido adaptado a u n nuevo contexto,
La restante tradición griega y latina 635

se ha unido al tem a del lobo sacerdote y ha adquirido un tin te se­


xual. P eculiaridades m ás o m enos com parables hay en o tras fábulas
de origen antiguo, así en la segunda del gallo y la zorra (M. 438,
en Ys. V 1 y ss.): el gallo se niega a firm ar un tra ta d o de paz escrito
en u na corteza de árbol, dice que no sabe leer ni entiende de do­
cum entos (la zorra quiere que se haga el ju ram e n to ante los p ro ­
ceres y el pueblo); y con ello llegan los cazadores.
E stas m odificaciones aparecen tam bién en las fábulas de origen
real o su p uestam ente popular. Así, la de la pesca del lobo (M. 415,
Róms. de B erna y M unich) p resen ta en Ys. I 589 y ss. y II 1 y ss.
detalles propios. Y a la violación de la loba (Ys. V 705 y ss.) responde
en M. 444 (Róm. anglo-lat.) la de la osa. No sabem os, en este caso,
qué es lo m ás antiguo. De todas m aneras, que a veces la m odifica­
ción procede del propio Y s e n g r im u s es claro, así en el caso de las
aven tu ras del lobo desollado.
Tenem os tam bién fábulas que sólo aquí encontram os. Puede su­
ceder, claro está, que tengan en realidad precedentes antiguos, así
posiblem ente la del robo del jam ón (Ys. I 588 y ss. = M. 512) (cf. s u ­
pra, p. 622). Pero no hay fuente antigua alguna, p o r ejem plo, p ara
la fábula del caballo y la cigüeña (Ys. V 1129 y ss. = M. 73): el caba­
llo expulsado del clau stro se asu sta de la cigüeña que pescaba y que
agitaba sus alas. O p ara la del ju ram e n to de Isengrín, que es ap resa­
do en u n a tram p a que cree un a lta r con reliquias (Ys. VI 349 y ss. =
M. 508). O p ara la del salto de José (uno de los carneros, que va a
lanzarse co n tra el lobo p a ra que éste le devore con la boca bien
ab ierta —y lo deja m edio m uerto—, Ys. VI 1 y ss. = M. 207).
Así, el Y s e n g r im u s es el escalón interm edio, necesario, en tre la
E cbasis y el R o m a n de R en art, organizado en varias bran ches las m e­
jores de las cuales le superan en com posición y estilo literario.
Intro d u ce fábulas m odificadas y nuevas que ya no fa lta rán en esta
tradición, la cual, ciertam ente, añ ad irá o tras m ás y «repescará» o tras
antiguas. Y sera la exposición clásica, a veces prem iosa y confusa, de
la sátira m edieval en los am bientes eclesiásticos.

4. E l « S p ecu lu m stu lto ru m »

Un tan to d iferen te —u n a desviación dentro de, en definitiva, la


m ism a línea— es el S p e c u lu m s t u l t o r u m de Nigel de Longcham ps,
de que tam bién he hablado y que es an terio r al Y s e n g rim u s. O bra
ésta m uy bien co n stru ida, con un hilo continuo de relato —las aven­
tu ra s del asno B urnellus— in terru m p id o p o r fábulas-ejem plo y o tra s
narraciones con ab u n d an te uso del diálogo. Lo m ás nuevo en ella
—ap a rte de los nom bres propios de los anim ales, que en la épica
anim al se in tro d u jero n p o r p rim era vez— es que encontram os epi­
636 Historia de la fábula greco-latina

sodios en que intervienen hom bres (el m édico Galieno, el cistercien-


se From undo, B ernardo el am o del asno, etc.) y que se ejercita una
sátira d irecta co n tra las diversas órdenes religiosas, los reyes, los pas­
tores espirituales, los abades, etc. En las fábulas introducidas puede
hab er tam bién perso n ajes hum anos, así en la del gallo y su dueño.
Todo esto está tom ado, evidentem ente, de la tradición medieval,
fabulística y no, y fue desdeñado p o r el Y s e n g r im u s , com o antes por
la Ecbasis.
Ya dije que, p o r m ás que al com ienzo se aluda a la fábula del
asno y la piel de león, el esquem a de la obra se ha construido en
to rn o al viaje de B urnellus que critica el m undo desde su posición
in ferio r de asno: es decir, en to rn o a un derivado de la historia
del A sno de Luciano y Apuleyo. Ahora bien, hay u n segundo tem a
fabulístico que se ha fundido íntim am ente con éste. El asno B urnel­
lus inicia sus peregrinaciones visitando al m édico Galieno con la
preten sió n de que haga crecer su cola, que no está en proporción
con sus orejas; y sus peregrinaciones sucesivas responden a la m isma
pretensión. N aturalm ente, el asno fracasa y acaba p o r volver al poder
de su am o B ernardo. Pues bien, esto es claram ente u n esquem a de
fábula derivada del de aquellas en que un anim al quiere, inútilm en­
te, algo co n tra su naturaleza: recuérdese, sobre todo, H. 119, la
fábula en que el cam ello pide cuernos a Zeus (en F. An., Par., Dod.
y Aviano 8, que puede ser n u e stra fuente).
D entro del esquem a, encontram os, com o es usual, fábulas usadas
com o ejem plo. Ya he hecho alusión al tem a indio de los anim ales
agradecidos y el h om bre desagradecido en 1804-1912 y a la fábula
cristian a del gallo y su dueño en 1250 y ss. (M. 161). Pero hay otras
fábulas m ás, ya derivadas, ya nuevas. D erivada es, sin duda, la de
las dos vacas cuyas colas quedaron apresadas en el hielo (205 y ss.
M. 463), que re la ta Galieno al asno p ara sacarle de su estulticia: el
m odelo está en la fábula del lobo que perdió su cola en el hielo.
Aquí Galieno utiliza como lección los distintos resultados de la dispar
conducta de las vacas: una espera al deshielo, otra, que va contra
la naturaleza, se co rta la cola y perece luego al llegar el verano p o r
causa de los insectos.
E n cam bio, parece nueva, igual que la fábula cristian a antes alu­
dida, o tra del m ism o carácter, la del cuervo, el gallo y el halcón
(2923 y ss., M. 134): el cuervo se acusa de locuacidad, los otr
anim ales no quieren caer en ese vicio y callan los pecados de sus
am os. Hay, luego, otros relatos no anim alísticos (el enfrentam iento
de B urnellus y F rom undo, que el p rim ero a rro ja al Ródano; el de
las tres h erm anas; etc.) que pueden, a su vez, ser creaciones nuevas.
Así el S p e c u lu m , que he estudiado al final p a ra no rom per el
orden tem ático de la E cbasis y el Y s e n g r im u s, tiene en sustancia las
m ism as fuentes, la m ism a intención, el m ism o tipo de com posición.
La restante tradición griega y latina 637

P resenta tam bién, queda dicho, algunas novedades: unas seguidas por
el Y se n g rim u s, o tras no. Y, lo m ism o que los dem ás poem as, es ca­
paz de crear, a p a rtir de tem as tradicionales de la m ás varia p ro ­
cedencia, algo original y nuevo, lo m ism o en el detalle de fábulas y
narraciones, que en lo relativo al conjunto del poem a.

VI. A lgunas in d ic a c io n e s c o m p l e m e n t a r ia s so b r e la fábula


BIZANTINA

A lo largo de todo este volum en —y en p arte ya en el I— he


estudiado la su erte de las colecciones antiguas en época bizantina:
tan to las que se han perdido p a ra nosotros como las, de ellas deri­
vadas, se nos han conservado. Y, tam bién, los elem entos fabu-
lísticos orientales que a estas colecciones llegaron. Y el influjo de
estas colecciones en época m edieval europea. No hay grandes cosas
que añ ad ir a este panoram a, que continuaba prácticam ente el de la
A ntigüedad clásica. Lo m ism o sucede en lo relativo a la V id a de
E sop o: las dos recensiones que conocem os son eso, recensiones, no
obras originales. Del m aterial oriental m e he ocupado en el capítulo
precedente.
En cuanto a las fábulas griegas citadas como ejem plos d en tro de
la trad ició n bizan tin a culta, hay que decir que no p resen tan noveda­
des especiales. Se trata, sobre todo, de ejem plos en los P rog ym nasm a-
ta, algunos de los cuales han sido citados en su m om ento. Véase una
pequeña relación en el libro de H. H unger sobre la lite ra tu ra bi­
zantina en lengua c u lta 30. Y véase supra, pp. 608 y ss., sobre fábulas
bizantinas em p aren tad as con las occidentales.
Sí q u erría llam ar la atención, de todos m odos, sobre las pocas
fábulas o anécdotas propiam ente bizantinas, es decir, sin preceden­
tes antiguos u orientales, que se en cuentran en el Apéndice de la
Accursiana. En pp. 399 y ss. di una relación de estas fábulas.

H. 268 «El p erro , la zorra y el gallo».


H. 278 «La m u je r y el m arido borracho».
H. 300 «El ad ú ltero y la m ujer».
H. 301 «El lad ró n y el hospedero».
H. 306 «El m arin ero y su hijo».
H. 307 «El cachorro y las ranas».

De estas fábulas, los núm eros 300 y 301 son quizá de origen eu­
ropeo pasadas a Bizancio (cf. p. 405). En los dem ás casos se tra ta
siem pre de relatos difusos, bien derivados de m otivos anim alísticos,

30 Die hochsprachliche L ite ratu r d e r B yzantiner, I, 1978, p. 95.


638 Historia de la fábula greco-latina

bien pequeñas novelitas. Hay que añadir, dentro de la nueva nove­


lística bizantina, un episodio bizantino, groseram ente sexual, de la
V ida de E s o p o sobre el que ha llam ado P erry la a te n c ió n 31.
Así, en definitiva, Bizancio aportó poco a la tradición griega y,
en m enor m edida, o riental de la fábula que allí confluyeron: produjo
derivados m ás o m enos literarios que he estudiado y tran sm itió toda
esta tradición cu ltu ral p rim ero (en m edida lim itada) al m undo eu­
ropeo occidental, luego ya a toda la posteridad. No creó, hablando
en térm inos generales, fábulas nuevas o géneros fabulísticos nuevos,
com o hizo, con m enos m ateriales de base, la E uropa latina.
Lo que sí q u erría es indicar, aunque ya queda propiam ente fuera
de la época aquí estudiada, que a p a rtir del siglo x m —época de la
ocupación de Bizancio por los cruzados— la corriente cultural se
invirtió: ah o ra es el O ccidente el que influyó en Bizancio. En el
cam po de la novela, a la novelística erótica bizantina de tradición
antigua sucedió en el siglo x m el «Calimaco y C risorroe» que com­
p o rta claros elem entos o cc id e n tales32. Pues bien, lo m ism o sucedió
en el cam po de la fábula.
A p a rtir de com ienzos del siglo xiv, efectivam ente, se escalonan
una serie de poem as épicos anim ales en lengua popular: el Pulolo-
gos o «Libro de las aves», la «N arración de los cuadrúpedos», el «Li­
b ro de los frutos» y el «Libro de los pescados». El m odelo es el
prim ero, que re la ta el enfrentam iento entre pares de aves en las
bodas del hijo del águila: ésta, su rey, acaba con esos enfrentam ien­
tos am enazando a las aves con so ltar contra ellas al halcón. El poe­
m a (e igual los dem ás, que desarrollan el m ism o tem a) está lleno de
alusiones y sátira p o lític a 33.
Pienso que el origen no puede ser m ás que occidental. Pues en
la fabulística latin a m edieval encontram os el tem a del enfrentam ien­
to de las aves (en Teodulfo, cf. p. 606); el de la boda de una hija
(en este caso) del águila (M. 28); el del águila-rey, tem a éste muy
repetido (M. 22, etc.); el del halcón com o m inistro o subordinado
suyo (M. 22). Y sólo aquí se creó, en fecha anterior, la fórm ula de
la fábula com pleja y «am pliada», con im plicaciones de crítica social.
Quiero añ ad ir la n arración del asno, de la cual tenem os dos re­
dacciones en v e rs o 34. Los tem as nos son bien conocidos en la fábula
latin a m edieval: sociedad del lobo, la zorra y el asno; peregrinación
de los m ism os en un barco; confesión en la que el lobo y la zorra

31 «Som e addenda to the Life o f Aesop», BZ, 59, 1966, pp. 285-304.
32 Cf. M. H. H unger, «Un rom an byzantin et son atm osphère: Callim aque et
Chrysorrhoè», en B yzan tin isc h e Grundla genforschung, V ariorum R eprints, Lon­
dres, 1973, X IX .
33 Cf. sob re e sto s p oem as H.-G. B eck, Geschichte d e r byza n tin isc h e n Volksli-
teratu r, M unich, 1971, pp. 173 y ss.
34 Cf. B eck, ob. cit., p. 176.
La restante tradición griega y latina 639

son absueltos, m ien tras que el inocente asno es condenado; la coz


con que m ata el asno al lobo. Ciertos detalles son nuevos, com o el
de la fuerza m ágica que el asno atribuye a su p a ta y que supuesta­
m ente va a tra n sm itir a los dos anim ales, lo que le da ocasión de
acab ar con ellos (la zorra, asustada, se tira al agua). Pero el con­
ju n to es occidental, bien se tra te de la sim ple traducción de una fá­
bula zurcida con varios elem entos (es lo m ás verosím il), bien se
haya hecho este tra b a jo en Grecia.
CONCLUSION

El vol. I de este libro se organiza en tres partes: «Visión gene­


ral de la fábula greco-latina», «La fábula griega h asta D em etrio de
Falero» y «La fábula en la edad helenística». La p rim era constituye
un a p resen tació n general de la to talid ad de la obra: debate el con­
cepto de fábula —no en térm inos ab stracto s, sino en su contexto
greco-latino— y da un panoram a general sobre n u estro conocim iento
de las colecciones antiguas, p anoram a en el que se incluye la refe­
rencia a trab a jo s previos del au to r y que, p o r o tra p arte, no es m ás
que un pu n to de p artid a, m odificado m uchas veces en el curso de
la obra. La p arte segunda lleva la h isto ria de la fábula desde sus
com ienzos en Grecia h asta Dem etrio de Falero; la tercera, relativa
a la fábula en la edad helenística, es el punto de p a rtid a p a ra este
segundo volum en, que com pleta el estudio de la fábula en dicha
edad antes de e n tra r en el de las siguientes. Así, de las tres p artes
del vol. I la p rim era es u n a introducción a la totalidad del libro y
la terc era m onta, en cierto m odo, con este volum en segundo.
Es fácil re tra z a r en breves líneas la historia de la fábula griega
h asta D em etrio: se tra ta de la fábula-ejem plo, que poco a poco se
va desgajando del m ito como género independiente, p o r lo dem ás
con u na pro b lem ática com pleja. He seguido esta fábula-ejem plo des­
de sus orígenes religiosos y rituales, sus contactos con otros géneros
(símil, m áxim a anim al, anécdota), a su desarrollo a lo largo de una
línea que va, p a ra d estacar los m om entos esenciales, de Hesíodo a
los yam bógrafos, los cóm icos y los socráticos, incluido, al final, Aris­
tóteles. He seguido tam bién el subgénero m arginal de las fábulas
n arrad a s «en segundo grado», a p a rtir del siglo v, p o r Esopo u otros
personajes, así com o los otros géneros m arginales que son la epo­
peya satírica anim al y la propia leyenda de Esopo, en cuya boca, en
determ inados m om entos, se colocaban las fábulas.
Ahora bien, la fábula griega, aunque con raíces profundas en la
religión, el m ito y la lite ra tu ra griegas, logró d ar el salto definitivo
642 Historia de la fábula greco-latina

desde las pequeñas n arraciones a la lite ra tu ra gracias a haberse de­


jad o im pregnar de los tem as, las ideas y las e stru c tu ra s composi-
cionales de la fabulística oriental: fundam entalm ente, la m esopotá-
m ica, tam bién la egipcia. La leyenda de Esopo procede igualm ente
de una síntesis de m otivos religiosos griegos e influjos orientales.
Por o tra p arte, la fábula griega quedó perfectam ente integrada den­
tro de la cu ltu ra griega y evolucionó con ella, constituyendo un gé­
nero po p u lar y crítico, co n trap u n to de otros m ás oficiales y so­
lem nes.
Pero el m om ento decisivo, cualitativa y cuantitativam ente, de la
fábula griega es el co nstituido p o r las colecciones que, sobre el m o­
delo de la de D em etrio de Falero, se constituyeron en la edad hele­
nística. E sta es, quizá, la aportación m ás im p o rtan te de la totalidad
de esta obra. La clave es ésta: a p a rtir del siglo m a. C. los cínicos
se adueñaron, con finalidades proselitistas, del género de la fábula
de colección, descubierto p o r D em etrio de Falero. Y am pliaron su
colección con fábulas nuevas, poniendo todas ellas en versos coliám-
bicos m ezclados con trím etro s yám bicos. In se rtaro n así de nuevo la
fábula en sus orígenes yám bicos y am pliaron y desarrollaron sus
vertientes críticas y m oralistas, d en tro de su m oralidad en tre so­
crática y p o p u larista. H e in ten tad o re co n stru ir en líneas generales la
colección de D em etrio y dar, tam bién, un p anoram a de las coleccio­
nes helenísticas en su conjunto, con su constante am pliación, su
creación de nuevas fábulas m étricas, sus prosificaciones y tenden­
cias ya no exactam ente cínicas al final, en un m om ento en que la
fábula se convertía en m ateria escolar —com o continuó siéndolo en
toda la A ntigüedad y toda la E dad Media.
Ahora bien, ya he dicho que esta p arte ú ltim a del vol. I m onta
en cierto m odo con este otro. Pues aunque éste estudia las colec­
ciones conservadas, todas de época helenística y rom ana, dichas co­
lecciones derivan, en definitiva, de las de época helenística. O sea:
el estudio de dichas colecciones exige un conocim iento previo de
las características de las colecciones helenísticas; pero n u estro co­
nocim iento sobre éstas sólo pueden precisarse a p a rtir del estudio
detenido de las conservadas de época rom ana y bizantina y de sus
relaciones. Conviene, pues, p re se n ta r aquí un balance de h asta dónde
puede llegarse, resum iendo y exponiendo en térm inos generales con­
clusiones que se h an ido sacando, a lo largo del p resen te volum en,
capítulo a capítulo ’.
E ste volum en com prende tres p artes, com o el an terio r (aunque
encuadernado éste en un solo tom o y aquél en dos). La p rim era se

1 V éase una exp osición m ás am plia en «Les co llectio n s de fab les à l ’épo­
que helen istiq u e e t rom aine», en prensa en los E n tr é tie n s de la F undación
H ardt, Ginebra.
Conclusion 643

refiere a las relaciones en tre sí de las diversas redacciones o versio­


nes de cada fábula individual: se tra ta de re tra z a r los s t e m m a ta o
cuadros de relaciones entre las versiones de una fábula que son m ás
frecuentes y característicos. A p a rtir de aquí se ha intentado, en las
o tras dos p artes (relativas a la fábula im perial rom ana y a la m e­
dieval bizantina y occidental, respectivam ente), investigar las fuentes
de las colecciones. Pues la presencia en varias colecciones de un
grupo de fábulas en versiones próxim as estem m áticam ente, delata
una fuente com ún. E ste ha sido el m étodo: investigar las relaciones
y fuentes de las colecciones; y a p a rtir de aquí, finalm ente, investigar
las características de éstas al ver cóm o seleccionan y m odifican su
m aterial originario. De esta ta re a resulta, si puede decirse así, un
subproducto: un m ejo r conocim iento de las fuentes, esto es, de las
colecciones p erdidas p ara nosotros, helenísticas y rom anas.
El estudio de las relaciones e n tre las fábulas individuales se ha
realizado con ayuda de sus restos m étricos —verdadero hilo de Ariad­
na— y, tam bién, con la de otros datos: fraseología, m odificaciones
argum éntales, etc. Hay que ten er en cuenta que a lo largo de todo
el período que he estudiado se repiten una y o tra vez los m ism os
procedim ientos: abreviaciones y am pliaciones de las fábulas, cam ­
bios estru ctu rales d en tro de ciertas constantes, cam bios de persona­
jes o anim ales y a veces de tem a, paso del verso a la prosa y de la
pro sa al verso y así casi indefinidam ente, pero con tipos de verso
y de p ro sa que evolucionan; etc. Todo esto deja ra stro s o pistas
p ara estu d iar las evoluciones, incluso en las fábulas de traducción
(al latín o al siriaco) y en las escritas en m etros innovados (dísticos
elegiacos, coliam bos babrianos, dodecasílabos bizantinos).
Se ha llegado, así, a algunas conclusiones que considero in tere­
santes. P or ejem plo, que son m ayoría las fábulas con un solo m o­
delo m étrico, al que llam o p rim ario y del que depende toda la tra ­
dición; m enos num erosas las que poseen dos m odelos m étricos p ri­
m arios; ra ras las de tres o cuatro m odelos. Luego, que hay, en ciertas
fábulas, m odelos m étricos secundarios: el verso original lo h an sus­
titu id o parcialm ente p o r o tro («rem odelado») o bien lo han susti­
tuido totalm ente, siem pre en conexión con cam bios tem áticos o es­
tru ctu ra les de las nuevas redacciones. Todavía hay que añ ad ir que
de unos y otro s m odelos m étricos surgen, pienso que desde el si­
glo i i a. C., prosificaciones (nunca com pletas: p o r eso hablo de se-
m iprosificaciones), a veces dependientes unas de otras. Y a veces
tenem os derivaciones en cadena: de un p rim er m odelo m étrico sale
un segundo m odelo (en verso o prosa) y de éste un tercero. Ya hay
contam inaciones ya, al contrario, escisiones: la evolución de una fá­
bula, acom pañada de evolución del m etro, hace que a p a rtir de un
m om ento se considere ya como dos fábulas, que incluso llegan a en­
644 Historia de la fábula greco-latina

tr a r las dos en la m ism a colección. En sum a: los s t e m m a ta son a


veces m uy sim ples (o inexistentes, caso de las fábulas con un solo
testim onio), a veces son com plicados, con ram ificaciones m últiples.
Claro que no todos los detalles son siem pre elucidables, pero sí las
grandes líneas generales.
A p a rtir de aquí se ha intentado, com o queda dicho, escrib ir la
h isto ria de las colecciones antiguas y m edievales conservadas. Una
de las conclusiones, p o r lo que a la fábula griega se refiere, es que
im p o rtan tes colecciones de época im perial se han conservado en Bi­
zancio h asta el siglo ix: allí han sido utilizadas p o r los redactores
de la V indobonense y Accursiana, p o r los de P aráfrasis y Dodecasí­
labos, p o r Ignacio Diácono. Pero esas colecciones conservadas h asta
dicho m om ento y p erdidas desde que quedaron com pletadas las
nuevas colecciones bizantinas, no eran m ás que un derivado de las
colecciones helenísticas y nos perm iten hacernos u n a idea sobre éstas.
La que m ejo r ha llegado a nosotros es la colección que está en
la base de n u estra colección Augustana, que ha llegado a nosotros
en la form a, b astan te alterad a estilísticam ente (y en algunos datos
de contenido, cf., p o r ejem plo, la «carne» en vez del «queso» en
«El cuervo y la zorra», el «león» en vez de «lo cazadores» en «El
ciervo»), que recibió a fines de la Antigüedad. N uestro análisis ha
detectado en ella u n a serie de fases sucesivas:

a) La «Antigua Augustana», colección m odelo de Fedro todavía


sin prom itios ni epim itios sistem áticos. C ontendría unas 100 fábulas,
de las cuales sólo unas 40 pueden atrib u irse a la colección de De­
m etrio, las o tras vendrían de la nueva tradición fabulística cínica.
Se tra ta siem pre de fábulas con m etro prim ario.
b) La P reaugustana, a su vez desarrollada en varias fases. La
m ás antigua, con un texto arcaico todavía pero ya con epim itios sis­
tem áticos, es la conocida p o r el red acto r griego de la colección luego
trad u cid a al siriaco. Las fábulas añadidas que ya conoció ese red acto r
raram en te se divulgaron en o tras colecciones. Y m ucho m enos o tras
fábulas añadidas p o steriorm ente, nada m enos que unas 100. Pero
hay que p recisar que la P reaugustana no debe ser considerada com o
una colección única con un texto bien establecido: es m ás bien un
conjunto de colecciones próxim as, no hay m ás que fijarse en las
nuevas fábulas de las subcolecciones la y Ib y de ciertos mss., así
com o en el texto d iscrepante de otras. Algunas de estas colecciones
llegaron, com o queda dicho, a Bizancio.
c) N u estra Augustana, que no es o tra cosa que u n a de las re­
dacciones de la P reaugustana, con falta de ciertas fábulas y añadido
de o tras, así com o con una reelaboración estilística y lingüística p ro ­
pia de los siglos iv-v d. C.
Conclusión 645

d) La V indobonense y la Accursiana, las dos colecciones bizanti­


nas, que son nuevos desarrollos de toda esta tradición, con adición
de nuevo m aterial de varios orígenes (de la P reaugustana, la tra d i­
ción bab rian a, fábulas bizantinas) y abundancia de contam inaciones.

Así, se puede ra s tre a r la existencia en época helenística de una


colección de unas 100 fábulas en verso prim ario: unas derivadas de
D em etrio, o tras fábulas cínicas añadidas. Pero téngase en cuenta,
p a ra ju zgar cuál debió de ser la riqueza de la tradición de la fá­
bula, que ju n to a las 236 fábulas de la A ugustana (añadidas algunas
de la, etc.) la edición de H au srath tiene o tras 80 que están aquí
o allá en las Anónim as, y m is ficheros (reflejados en los Apéndi­
ces, vol. III) reg istran h asta o tras 312 fábulas antiguas que no están
en las Anónimas (m ás unas pocas de Róm ulo que son antiguas). Es
decir, a m ás de esas 236 conocem os unas 400 fábulas antiguas, las m ás
de las cuales son helenísticas. ¿E n qué colecciones circulaban?
Ju n to a la Antigua Augustana, que he llam ado colección I y es
la fuente fu ndam ental de Fedro, existía la que llam o colección II
o «babriana»: la que sum inistra la m ayor p a rte de las fábulas de
B abrio que tienen un m odelo antiguo. E sta colección, en buena p a r­
te, coincide con la an terio r: com o bebe de D em etrio y o tras fuentes
com unes, recoge u na serie de fábulas idénticas, en versiones p rim a­
rias. P ara am p liar ese núcleo com ún, la colección II h a tom ado m a­
teriales diferentes de en tre los que p roliferaban en colecciones m e­
nores varias: o tras versiones p rim arias de las m ism as fábulas re­
cogidas en la colección I o bien versiones secundarias de las m ism as;
tam bién, n atu ralm en te, fábulas ajenas a la colección I.
Si llam o a esta colección «babriana» no es p a ra p roponer que
solo B abrio dependa de ella y, a través de él, las dem ás colecciones.
No: mi teoría es que de las prosificaciones de esta colección depen­
den no sólo B abrio, sino tam bién con frecuencia las P aráfrasis y
Dodecasílabos, así com o el pseudo-Dositeo, las Tablas de Assendelft,
Aviano, Ignacio Diácono y la tradición indirecta.
Creo que encontram os restos de o tras colecciones helenísticas en
las pocas fábulas conservadas en el P. R ylands 493 y en las fábulas
de la V ida de E sopo. En dicho papiro se conservan versiones p ri­
m arias independientes que fuera de él no tuvieron apenas difusión:
se tra ta de fábulas, bien de D em etrio, bien posteriores, pero en re ­
dacciones d istin tas de la de la Augustana. A su vez, en la V ida de
E s o p o hay, com o ya dije en el vol. I, fábulas clásicas que sólo a
través de D em etrio pudieron llegar a esta obra. Utilizaba u n a colec­
ción de fábulas en verso, en p arte las m ism as de la A ugustana y con
igual redacción, en p a rte otras. E sta colección llegó a Bizancio,
donde fue utilizada en el Apéndice que se añadió a la colección Ac­
cursiana.
646 Historia de la fabula greco-latina

E sto p ara la época helenística. P ara la rom ana lo fundam ental


es el proceso de am pliación de la Antigua Augustana, ya m enciona­
do. Lo que no podem os hacer es, dentro de la colección II, dis­
tin g u ir de un m odo paralelo lo que es helenístico y lo que es añ a­
dido posterior. Pero sí podem os hacernos una idea de algunas otras
colecciones, hoy perdidas, de época rom ana. Una, la colección de
fábulas abreviadas p ara uso de los reto res que fue utilizada p o r el
pseudo-Dositeo y Aftonio y tam bién, a veces, por Libanio, Tem istio,
Teofilacto, Juliano, el cod. B rancacciano, ciertos m anuscritos de las
Fábulas Anónim as e incluso B abrio y Aviano. Otras, pequeñas colec­
ciones cuya traza se encuentra en las coincidencias entre P lutarco y
Fedro, Plutarco y Eliano (tal vez se tra ta de la misma colección), la
Vida de E so p o y Aquiles Tacio (tal vez la fuente de la V ida que aca­
bo de m encionar). O tra colección sin duda reciente, es la de las Ta­
blas de Assendelft, que ilu stra el m odo de trab ajar de la época:
une a un núcleo de fábulas de B abrio u n a fábula en trím etro s yám ­
bicos, antigua, y fábulas helenísticas sem iprosificadas de varios o rí­
genes. Algunas proceden de la colección retó rica abreviada ya m en­
cionada. E ste procedim iento fue el seguido p o r Aviano y las P ará­
frasis, que com binaron fábulas de B abrio y o tras de tradición an ­
terio r helenística.
Hay que añ a d ir las colecciones prosaicas latinas: la que fue m o­
delo de Aviano, la trad u cid a del pseudo-Dositeo, las paráfrasis de
Fedro y o tras que se integraron en el «Aesopus ad Rufum» y, en de­
finitiva, en el «Rómulo».
Por o tra parte, es in teresan te h acer n o tar que en Bizancio las
dos tradiciones fu ndam entales en la fábula tendían, a p a rtir de un
m om ento dado, a coincidir: la tradición de las Fábulas Anónimas
pen etrab a, p o r ejem plo, en la de P aráfrasis y Dodecasílabos y vice­
versa, Ignacio Diácono conoció una y otra, etc.
En realidad, los increm entos sucesivos de la P reaugustana h asta
llegar a la A ugustana no fueron sino el precedente de otros incre­
m entos de la V indobonense (unidos a reducciones drásticas) y la
Accursiana. Así se llegó al to tal de las 306 fábulas de la edición de
H au srath . E stos añadidos son m uy varios y nos ilustran bien sobre
la m anera de tra b a ja r de los refundidores de colecciones: los bizan­
tinos no hacían o tra cosa que co n tin u ar la labor de sus predece­
sores.
Hay, de un lado, ciertam ente, fábulas bizantinas (a veces son
prosificaciones de dodecasílabos políticos). Pero otras veces se tra ta
de fábulas de origen helenístico, con restos de m etro: incluso han
podido ser «repescadas» fábulas que ya estuvieron en D em etrio, pues
las hay derivadas de Arquíloco (H. 285, 287, 294), de Esquilo (H. 273
y 276), etc. O tras son fábulas que han dejado, igualm ente, huella en
P lutarco, Aquiles Tacio, etc. O tras todavía son fábulas que han en-
Conclusión 647

trado, sin duda secundariam ente, a través de la tradición «babriana»,


de la que he de h ab lar todavía: así H. 270, 271, 275, 280, 286, 288
y 289. Pero, de o tra p arte, estas colecciones no se lim itaban a aña­
dir: ya he dicho que m odificaban el texto, aum entando el grado de
prosificación y adecuándolo a las corrientes lingüísticas y literarias
del tiem po; contam inándolo tam bién.
Todo esto nos p re p ara p ara com prender cóm o procedió Fedro,
que aunque es el a u to r único e individual de una colección con ca­
rá c te r literario, p resen ta un rasgo no com ún: sus prólogos nos h a­
cen sab er que los cinco libros de su obra fueron publicados por
separado, uno tra s otro. Podem os, o tra vez, in te n ta r descubrir la
creación gradual de u na colección. Aunque ésta es una colección
literaria, lo que la distingue de las F. An. son dos rasgos bien carac­
terísticos: a) no in tro d uce duplicados; b) p resen ta fábulas originales,
creadas p o r el propio au to r (bien que sobre m odelos antiguos).
Ya he dicho que en térm inos generales (y esto lo habían visto ya
otro s estudiosos que me precedieron) el m odelo de F edro está p ró ­
ximo a la Augustana. Y he añadido que, en realidad, es una colec­
ción predecesora de ésta, con texto m ás arcaizante y con un núm ero
de fábulas m ucho m enor. Pero hay que hacer algunas im portantes
precisiones. Como ya sabem os, hay fábulas muy num erosas que n u n ­
ca tuvieron m ás que un m odelo m étrico p rim ario y —añado— que
no p ro d u jero n un s t e m m a ram ificado con versiones interm edias, p re­
vias a nuestro s textos. En o tras palabras: estas fábulas en tra ro n en
versiones m úy próxim as en diversas colecciones, p o r ejem plo, en las
que sirvieron de base fundam ental a Fedro y a Babrio: no hay, p o r
tanto, razones p ara in te n ta r ver en dichas fábulas diferencias fun­
dam entales en tre las versiones de Fedro, la A ugustana y B abrio (ni
o tras m ás).
Mi conclusión, repito, es que las colecciones que son la base fun­
dam ental de dichos dos fabulistas, es decir, las que yo llam o colec­
ción I (o Antigua Augustana) y II, tenían un gran núm ero de fábulas
que les eran com unes: venían, sin duda, de D em etrio y de am plia­
ciones de él. Ahora bien, dicha colección I contenía o tras fábulas
más. El resu ltad o de un estudio am plio que no hago aquí o tra cosa
que resu m ir es el siguiente: la colección m odelo fundam ental de
Fedro tenía: a) fábulas de m odelo único, las m encionadas; b) fábulas
ya con dos versiones p rim arias, ya con una p rim aria y una secunda­
ria, de las cuales recogía, respectivam ente, la versión p rim aria 1
(la no seguida p or la tradición babriana) y la versión p rim aria ún i­
ca. Por o tra p a r tí, esta colección tenía fábulas que Fedro y a veces
o tro s auto res (notablem ente las versiones siriacas) conservaron y
que en cam bio se p erdieron en la Augustana.
Y, sin em bargo, en el caso de H. 154 «El león, la zorra y el asno»
(la fábula de «la p arte del león) es absolutam ente seguro que Fe-
648 Historia de la fábula greco-latina

dro sigue el m odelo secundario, igual que B abrio, m ien tras que F. An.
sigue el prim ario. Luego, en este caso al m enos, Fedro sigue la co­
lección m odelo de B abrio, la II.
Fedro tenía d elante de sí al m enos dos colecciones, ap a rte de que
contam inaba fábulas de una m ism a. U saba adem ás colecciones de
χρεϊαι y anécdotas, de las que proviene m aterial que suele faltar
en los otro s fabulistas (a veces está en diversas fuentes, así, p o r ejem ­
plo, en Plutarco). Y derivaba y creaba fábulas nuevas.
Aunque el estado de conservación de la organización de las fábu­
las p o r p a rte de Fedro en cinco libros es deficiente (algunas han ido
a p a ra r a la A p p e n d ix de P erotti, o tras se reconstruyen sólo p o r Rómu­
lo) puede in ten tarse ver si su m odo de tra b a ja r se m odificó o no
con el tran sc u rso del tiem po. De las fábulas com unes a Fedro y
o tras fuentes, son con m ucho las m ás frecuentes las com unes a
Fedro y la A ugustana (27 frente a 13). Pues bien, oponiendo al con­
ju n to de estas fábulas las que no tienen fuente en la tradición fa-
bu lística (fábulas derivadas a nuevas de Fedro), re su lta que en el li­
b ro I el p rim er grupo dom ina al segundo (18 fren te a 13), en el III
(dejo de lado el II, m uy breve) el segundo al p rim ero (17 frente
a 2), en el IV se eq u ilibran (son 11 y 13), en el V dom ina o tra vez
el segundo (9 fren te a 1). O sea, Fedro innova la tradición recibida
en un 50 p o r 100 de los casos: diferencia bien notable frente a la
Augustana, que sólo recoge m aterial tradicional. Y desde el comienzo
conoce los varios recu rsos de la innovación, aunque luego los utili­
za m ás am pliam ente y después oscila en uno u o tro sentido.
Paso, después de esto, a B abrio, del cual, evidentem ente, no se
puede in te n ta r tra z a r u n a evolución cronológica, pero sí hacerse una
idea de las fuentes y del grado de innovación. T rab ajan d o sobre las
143 fábulas de la edición de Perry, procedentes las m ás (pero no to­
das) del ms. Atoo, se deduce que su grado de originalidad, de pre­
sentación de fábulas sin m odelo directo en n u estra s fuentes, es in­
ferior, pero notable todavía: un 25 p o r 100 aproxim adam ente. Y en
cu anto a las fuentes, ya he dicho lo esencial. B abrio sigue una colec­
ción (que llam am os II) que contiene ya fábulas idénticas a las de
la I, ya diferentes: una segunda versión p rim aria o u n a secundaria
respecto a la de aquélla. Ahora bien, hay excepciones. E n H. 294 «El
lobo y el perro» Fedro y B abrio siguen una versión prim aria, el ms. F
(de F. An.) u n a secundaria. Y en H. 143 «Las liebres y las ranas», Ba­
brio y F. An. siguen un m odelo p rim ario, m ientras que del secun­
dario derivan B abrio y Fedro. Es decir: B abrio tiene, ju n to a la
fundam ental, al m enos una fuente secundaria.
Pero no es esto todo. Puesto que podem os re co n stru ir en cierta
m edida los m odelos, podem os ver tam bién en qué m edida B abrio
los m odificó. Y aquí nos encontram os con u n a sorpresa. Su tendencia
fu n d am en tal es a m an ten er o am pliar los m odelos de m ediana ex­
Conclusión 649

tensión y a am p liar los reducidos: incluso m odelos secundarios que


rep resen tan la reducción de uno prim ario vuelven a ser am pliados
p o r B abrio. Y ello, m ás que para m odificaciones argum éntales, p ara
d a r m ayor viveza y dram atism o, pintoresquism o a veces, a las des­
cripciones.
Pero hay n otables excepciones en que B abrio reduce sus m ode­
los, derivando de ellos secas fábulas de cuatro versos o pocos m ás.
Ahora bien, ya en trab a jo s m íos an terio res había m anifestado yo
dudas sobre la un id ad de la colección de B abrio. Como es sabido,
el ms. Atoo p re sen ta sus 122 fábulas en una ordenación alfabética
(se h a p erdido el final, a p a rtir de la O). Pero es secundaria: tanto,
que el prólogo al antiguo segundo libro del poeta, que em pieza p o r
μυΆος, es alfabetizado en la letra M com o si fuera una fábula. Pues
bien, esta alfabetización p o sterio r a B abrio no es la única que exis­
tió: hay resto de o tras en fábulas coliám bicas de los m ss. G y Mb,
así com o en la P aráfrasis Bodleiana, que deriva de fábulas coliám ­
bicas de las m ism as fábula|S. O sea: com o ciertos au to res bizantinos,
los auto res m odernos han caído en el prejuicio de a trib u ir a B abrio
toda fábula en coliam bos —pese a que él m ism o, en su segundo
prólogo, se q u eja de los im itadores que tuvo— . Pero lo verosím il
es que diversas fábulas coliám bicas, a veces dos de un m ism o tem a,
hayan sido alfabetizadas secundariam ente de m odos diversos, inde­
pen d ientem ente de su autor.
Las fuentes de las fábulas coliám bicas, tan to de las conservadas
in tactas (en los m ss. Atoo, G y Mb, las Tablas de Assendelft, el
pseudo-Dositeo) com o de las p arafrasead as, son fundam entalm ente
las m ism as: la colección II de que estoy hablando y que llam o en
térm inos generales «colección babriana». De ella derivan, en general,
las fábulas coliám bicas, así com o Par., Dod. (derivados m uchas veces
de fábulas helenísticas) e incluso o tras colecciones. Pero, com o digo,
las fábulas coliám bicas tra ta n sus m odelos de m aneras m uy diferen­
tes. Pienso que, si bien las fábulas breves, de cu atro versos, son un
tipo antiguo que ha dejado tam bién sus huellas en la A ugustana y
Fedro, ha habido u n poeta coliám bico que lo h a desarrollado siste­
m áticam ente (como m ás tard e Ignacio Diácono), m ien tras que B abrio
ha operado en la dirección inversa de la am pliación. E n sum a: mi
hipótesis es que el Atoo y las dem ás fuentes de fábulas coliám bicas
contienen, adem ás de obras del propio B abrio, o tras del pseudo-Ba-
brio, su im itador.
Pero hay que a ñ a d ir algunas cosas en relación con la h isto ria de
la fábula en Occidente, donde floreció a p a rtir de u n a base, com o
digo, m ucho m ás estrecha que la de Bizancio, pero con m ucha m a­
yor originalidad: la p rincipal función de la fábula bizantina es ser
testigo de la griega antigua. En la E uropa m edieval, la fábula siguió
n arrán d o se com o ejem plo y florecieron las colecciones: pero desde
650 Historia de la fábula greco-latina

el m ism o siglo ix se crearon fábulas poéticas aisladas, am pliadas y


con rasgos de originalidad. Luego, los siglos xi y x n son la época
del florecim iento de la epopeya anim al, a base de m ateriales fabu-
lísticos varios y con el m odelo com posicional, pienso, de la fábula
india. Es un género m uy original, que in serta la fábula en los p ro ­
blem as vivos de la sociedad m edieval, ejerciendo u n a función crítica
sobre el clero y los estam entos superiores.
La epopeya anim al, de todos m odos, no hizo o tra cosa que desarro­
llar fábulas diversas, conocidas fuera de ella com o fábulas aisladas
o, sobre todo, en colecciones. A veces se tra ta de las colecciones an­
tiguas (Aviano y el derivado de Fedro, con adiciones diversas, que es
«Rómulo»). Pero estas colecciones, que en el caso de Rómulo p re­
sentaban ya innovaciones m uy notables, rep resen tan sólo el estado
inicial de la fábula m edieval, en el siglo v (Aviano) y vi (Rómulo).
Lo n o table fueron sus derivados, sobre todo los de Rómulo: a p a r­
tir del siglo ix, con el Róm ulo anglo-latino, se creó en Inglaterra
una trad ició n fabulística im p o rtan te que a veces m odificaba el m a­
terial de Róm ulo o le añadía otro de diversas fuentes. Fue continua­
da luego en el siglo x n p o r W alter el Inglés, A lejandro Neckam y el
Róm ulo de N ilant (quizá algo an terio r); y una serie de derivaciones
pasaro n al C ontinente. En éste hubo nuevos derivados y tam bién en
In g late rra (Eudes y su escuela).
Pues bien, esta tradición fabulística, que es la que pasó (parcial­
m ente) a la épica anim al, se caracteriza porque a las derivaciones de
Aviano y Róm ulo, a veces sum am ente originales, añadió otros ele­
m entos cuyo origen he. tra ta d o de perseguir. E n p rim e r lugar, fábulas
orientales, m esopotám icas o indias, cuya vía de acceso a través de
S iria y Bizancio, a p a rtir del siglo ix, he retrazado; a veces, conta­
m inadas con elem entos cristianos, h an dado los nuevos motivos fa-
bulísticos del lobo, la zorra y el gato, sobre todo, com o prototipos
del falso m onje o b jeto de la crítica de los fabulistas. Pero en segundo
lugar han en trad o ab u ndantes fábulas griegas, tam bién a través de
Bizancio, m uchas veces procedentes del Apéndice de la Augustana.
Ya han en trad o tam bién, sin duda, fábulas del folklore europeo y,
sobre unos u otro s fundam entos, se h an creado m últiples fábulas
nuevas.
Pero no se tra ta sólo de los argum entos, es la tem ática y el es­
tilo fabulístipos los que se han alterado. C ierto que hay fábulas b a­
nales, p ero en otro s casos tiene lugar u n renacim iento del género,
que m antiene su co n tinuidad realista, po p u lar y crítica, pero dentro
de las nuevas circu n stancias, sociedad y creencias. La fábula que en
la In d ia h abía criticad o a los reyes y los ascetas, en Grecia a los
poderosos y los falsos sabios, en Rom a a los tiranos, critica ahora
al clero corrom pido, a los falsos doctos, a los nobles.
Conclusión 651

Hay, pues, una diversidad y una continuidad d en tro de la h isto ria


de la fábula: es lo que he querido hacer ver a lo largo de todo el
libro. D entro de ella, la fábula greco-latina es el p uente que une la
fábula de la antigua M esopotam ia con la renaciente y m oderna, como
dejé dicho ya en el Prólogo.
El libro term ina, com o estaba planeado, a m ediados del siglo x i i i ,
aunque a veces, p o r necesidades de la investigación, reb asa ese lí­
m ite y se ocupa de fábulas no latinas. Lo que es im p o rtan te decir
es que la h isto ria de la fábula consiste en un con ju n to de continui­
dades y discontinuidades. Si con la fábula griega original confluye­
ron elem entos de la fábula m esopotám ica y ésta a su vez fecundó
la fábula india, estas dos ram as separadas volvieron a influirse, en
un sentido y en el otro, a p a rtir de la conquista de la In d ia por
Alejandro. Pero la fábula griega continuó en lo esencial independien­
te y continuó viviendo en la fábula latina, que es u n derivado suyo.
Ahora bien, en los siglos v y vi y luego del ix al xi, las fábulas
griega y la india (y m esopotám ica) se en co n traro n e influyeron a tr a ­
vés de Siria; y desde el siglo ix fábulas griegas y fábulas orientales
trad u cid as al griego p en e traro n desde Bizancio en la E uropa latina,
donde co n tra jero n u n a fecunda relación con la tradición latin a an ­
tigua de la fábula, la tradición po p u lar europea y la tradición cris­
tiana.
E ste fue el preludio de la nueva unificación de la fábula, que
queda ya fu era del m argen tem poral del presente libro. A m ediados
del siglo x i i i la fábula o riental se hizo m ucho m ás conocida toda­
vía en Europa, gracias a las traducciones castellanas del Pañcatantra
y el S e n d e b a r y a traducciones a o tras lenguas de estas obras y otras.
Pienso que en el siglo xiv era conocida ya en O ccidente la V ida de
E s o p o 2. Y, desde luego, lo fue desde la traducción de R inuccio Are-
tino, en 1446-48. Pues bien, hacia 1479 Bonus Accursius editó en Mi­
lán la colección de fábulas anónim as que seguim os llam ando Accur-
siana; y en una fecha no m uy distan te el m édico de Ulm Steinhöw el
editó, en latín y alem án, un corpus que com prendía la V ida de E sopo,
fábulas de Róm ulo, Aviano, las extravag antes m edievales y u n a se­
lección de la A ccursiana (fábulas ya antes trad u cid as al latín p o r
Rinuccio). O tra vez las fábulas griegas y sus derivados latinos se
hallaban ju n ta s en la m ism a colección: u n a colección que tuvo un
éxito ex trao rd in ario y fue trad u cid a desde pronto, e n tre o tro s idio­
m as, al castellano y al francés. Más tard e se redescubrió Fedro (Pi-
thoeus 1596).
Cierto que el círculo tard ó en cerrarse com pletam ente: h asta el
siglo xix no fueron conocidas la A ugustana (Schneider 1812), B abrio

2 Cf. mi trabajo «El Lib ro de Buen A m o r y la Vida d e E s o p o », en S e rta Philo-


lógica F. Lázaro Carreter, II, M adrid, 1983, pp. 427-434.
652 Historia de la fábula greco-latina

(Boissonade 1844), la P aráfrasis (Knoell 1871), la V indobonense (Fed-


de 1877). Y las ediciones críticas y, sobre todo, el estudio histórico
sobre bases cronológicas firm es y sin prejuicios, han m archado con
m ucho retraso .
Ahora bien, hem os visto que nunca hubo, realm ente, u n a incomu­
nicación com pleta en tre O riente y Occidente, Bizancio y la Europa
latina: sólo una m enor com unicación en ciertos períodos. Desde el
siglo X I I I la com unicación ya casi restablecida totalm ente y la evolu­
ción del género, hicieron que éste se tran sm itie ra a las nuevas lite­
ra tu ras, que llevaban ya la an to rch a de la creación. H ab ría que es­
tu d ia r sobre inventarios com pletos la transm isión a estas literaturas
del caudal de la fábula antigua y oriental. Y ver no sólo esto, sino
tam bién la m edida en que sirvió de estím ulo fecundante. Y no sólo
en casos obvios, com o Jacques de V itry o el In fan te D. Ju an Manuel,
sino en el A rcipreste de H ita —a su relación con la tradición fabu-
lística y la V ida de E s o p o he dedicado trab ajo s, ya citados—, en la
Picaresca— hago referencia a un tra b a jo m ío sobre el Lazarillo, «La
Vida de Esopo y la vida de Lazarillo de Torm es», R F E 58, 1976 [1978],
pp. 35-45, en Chaucer, Boccaccio, etc. La novela realista y la cuentísti-
ca del xiv, del R enacim iento y p o sterio r deben m ucho, en efecto, a la
tradición que aquí hem os estudiado. Por no h ab lar de la nueva fábula
europea a p a rtir del siglo xvn, de la que L afontaine en Francia e
Iria rte y Sam aniego en E spaña son tan notables representantes.
Finalm ente, y p ara term in ar, doy un cuadro que resum e esquemá­
ticam ente la h isto ria de las colecciones de fábulas griegas —sólo
éstas— a p a rtir de Dem etrio. A dicho cuadro sigue otro que las sitúa
den tro de la h isto ria de la fábula en general.
C uadro I

LA FABULA GRIEGA (COLECCIONES)1

s. I l l a. C. * Fábulas en verso

1 El asterisco' señala las sólo reconstruidas.


C u a d r o II
LA F A B U L A G R EC C l A T IN A EN EL CO NTEXTO U N IV E R S A L

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