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“Lo criticaban por europeizante pero también tuvo un fuerte arraigo con su
tierra, Zapotlán, con sus costumbres y su habla. Los jóvenes de hoy en día
lo siguen leyendo, en mis clases los alumnos vibran con sus relatos de
ciencia ficción, sus incursiones en la ciencia o el erotismo”, señalaba en una
reciente conferencia Sara Poot Herrera, profesora de literatura en la
Universidad de California, que remataba “de haber sido estadounidenses o
francés, hoy sería mucho más leído y reconocido”.
La tensión entre ambos paisanos –los dos eran tapatíos, los dos publicaron
poco– abrió dos rutas literarias mexicanas que aún perviven: “El sello
arreoleano sigue muy presente, sobre todo por esa inquietud de estar
mezclando géneros. Fue pionero del espíritu fragmentario que vendría
después a definir la posmodernidad y que permeó en la literatura del siglo
XX. Todos los cuentitas mexicanos, incluso los que no lo han leído, somos
en mayor o menor medida herederos de Arreola. Sobre todo en el aspecto
formal, al introducir estructuras de otras latitudes literarias que no se habían
presentado en México”, apunta el escritor y editor Mauricio Montiel.
“Estamos –añade Villoro– ante uno de los mejores estilistas del idioma. La
depuración y revitalización del lenguaje es singulares: Borges aprendió del
mexicano Alfonso Reyes a salvarse de la retórica anquilosada en la misma
medida en que el mexicano Arreola recibió la misma lección del propio
Borges”. Montiel lo coloca en el olimpo del relato: “Borges, Cortazar y
Arreola son el ABC del cuento hispanoamericano”.