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El compromiso Docente

Por: M.Sc. Ing. Luis Fernando Vargas Cano


Editorial: Prospectiva Educativa
https://prospectiva-educativa.webnode.es/

Tiempo atrás, cuando me desempeñaba como Decano de una Facultad de Ingenierías de una
institución católica en la Ciudad de Medellín, recibí la visita de un Ingeniero Eléctrico quién me
manifestó su intención de entregar su Hoja de Vida para ver si era posible considerarlo para
profesor de hora cátedra.

Por aquella época ya se tenía como mínimo nivel para ingresar al sistema de educación
superior, en calidad de docente, la especialización. Al revisar el currículo del Ingeniero, me di
cuenta que además de ser una persona con poca experiencia y muy joven, no tenía los estudios
de posgrado para considerarlo para la planta docente; sin embargo, encontré pasión y anhelo
por demostrar que podría asumir cualquier curso de ciencias básicas.

En la medida que avanzaba la improvisada reunión sentía que esta persona que estaba
sentada al frente mío podría ser el docente de cálculo y física que había buscado por años para
la Facultad de Ingenierías. La expresión viva y su calidad humana finalmente me convencieron
en darle una oportunidad. Aquella decisión que había tomado con una persona que no cumplía
los requisitos de posgrado me preocupaba mucho.

Recuerdo estar al frente del Rector de esa institución educativa justificando mi decisión. Me dijo
en tono firme, seguro y a la vez cálido: “…Es bajo su responsabilidad que tiene como Decano.
Ojalá no se equivoque”. Luego del aval conseguido vendría un proceso de capacitación al
Docente en el modelo pedagógico y en todo lo concerniente a la logística interna de la
institución.

Aún hoy lo recuerdo en su primer día de clases. Llegó con una caja de tizas de colores, una
regla de madera larga para realizar trazos en el tablero, y una bolsa con elementos que no supe
identificar. Había dado su primer paso para convertirse en Docente; sin embargo, el tiempo diría
si ese apasionamiento que demostraba, así como el conocimiento requerido para afrontar ese
par de cátedras que le había asignado, sería la cuota inicial para tener a un verdadero Maestro.

En mi calidad de Decano he tenido la costumbre de reunirme con los estudiantes para evaluar
el proceso desde su visión y perspectiva. Quince días de inicio del semestre pasaron para
reunirme con ellos. Tenía expectativa por conocer como había impactado el ingreso del
Ingeniero a la planta Docente de la Facultad. Recuerdo que un estudiante tomó la palabra y sin
mencionar el nombre del profesor dijo: “Decano, en nombre de mis compañeros le agradezco
por haber traído al profesor Ospina. El que no aprenda con él, ¡esta fregado!”. Comentó que el
primer día les había traído unos carros de juguete a los varones del grupo para que no olvidaran
el trayecto a la universidad cada vez que tuvieran clases con él, y a las mujeres les regalo una
pequeña muñeca para que no olvidaran que pese a que la Ingeniería era tradicionalmente para
hombres, ellas deberían mantener la feminidad siempre. “Esos detalles y la forma de ser del
profe son los que enamoran”, decía una estudiante. Otro decía: “Con el profe es complejo,
porque no nos deja ir a la casa si tenemos dudas e inquietudes del tema visto”.

Con el paso del tiempo el “profe” se volvió una figura en la Facultad. Su calidad humana, su
entrega, la dedicación al interior de las aulas como en las cafeterías de la institución, y la
manera dar las clases siempre amena, lo llevaron a ser el mejor Docente de la Facultad.
Semestres siguientes, y con una fama que traspasó las fronteras de la Facultad de Ingenierías,
ya otros Decanos y directivas de programas lo solicitaban para cursos de matemáticas y
cálculos.

Hoy, años después de tratarlo, y ya por fuera de esa institución educativa como Decano, hemos
consolidado una buena amistad. Me siento afortunado de seguir siendo su amigo. Aquel
Ingeniero que ingreso un día a mi oficina con el anhelo de ser profesor, se convirtió en un gran
maestro.

En la educación superior faltan muchos Maestros como el Ingeniero Ospina. Personas que con
amabilidad, serenidad y paciencia llegan al estudiante para motivarlo y sembrar en ellos el
anhelo del conocimiento.

La motivación que damos a nuestros estudiantes es fundamental en el proceso educativo. Es


indiferente la disciplina en la cual estemos como profesionales y educadores, lo importante es
lograr que a través de amor y exigencia podamos formar seres humanos comprometidos y
llenos de valores fundamentales para asumir el reto como personas. El estudiante en todo su
proceso formativo, que debe ser durante toda su vida, es como una esponja que recoge todo. El
valor del Maestro está en permitir que con su ejemplo de vida, ósea un comportamiento
ejemplar tanto al interior de las aulas como fuera de ellas, ese estudiante logre introducir
valores fundamentales en lo profesional, social y afectivo.

Vivimos momentos difíciles debido a la soledad que asumen nuestros estudiantes. Nuestra
labor como Docentes y Maestros es acompañar con amor, entrega, disciplina y lealtad el
proceso educativo. Se trata de exigirse y exigir con entrega y compromiso. No se debe olvidar
que el educador forma o deforma, construye o destruye, motiva o desalienta. Allí esta nuestra
hermosa pero difícil labor en el mundo de la educación.

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