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Según Abimael Guzmán, el PCP‐SL era heredero directo del momento más radical del
maoísmo: la denominada Gran Revolución Cultural Proletaria (1966‐1976) y su reclamo
de una dictadura omnímoda sobre la burguesía. De acuerdo a Guzmán, la Revolución
Cultural china es el hito mayor de la historia humana, porque descubrió cómo cambiar
las almas. Sin embargo, una vez que las fronteras del PCP‐SL dentro del universo de la
izquierda maoísta estuvieron más o menos definidas, la imagen de Mariátegui fue
palideciendo hasta desaparecer, mientras que Guzmán se convertía en presidente
Gonzalo, cuarta espada del marxismo, encarnación del desarrollo de 15 mil millones de
años de materia en movimiento. Desde ese ámbito surgen una personalidad como
Guzmán y un proyecto como el del PCP‐SL. Este saber permitía comprender las leyes
de la Historia y conducir, por tanto, al conjunto del país a un destino mejor.
El abandono de la educación pública por parte del Estado y la persistencia allí de una
transmisión vertical de conocimientos donde el maestro sabe y el alumno aprende /
obedece, creó un ambiente propicio para la propuesta senderista. De esa forma, el PCP‐
SL pudo desplegar su dimensión de proyecto pedagógico tradicional y autoritario; y pudo
reproducir también las viejas jerarquías verticales dentro del propio partido, entre
jefatura y militantes, pues era la jefatura (es decir, Abimael Guzmán) la única capaz de
interpretar las leyes de la Historia.
A esta sociedad le correspondió un Estado poco legitimado. Hasta la década de 1970,
la ley, el orden jurídico y el Estado republicano mismo eran cuestionados desde el
paradigma revolucionario, que consideraba a la democracia representativa una forma
vacía de contenido y subestimaba derechos y libertades individuales considerados
burgueses. La vigencia del estado de derecho era también cuestionada desde la
derecha por una larga tradición de pronunciamientos militares. Así, los grandes cambios
estructurales que transformaron el país fueron seguidos a duras penas por un proceso
intermitente de modernización, democratización y reforma del Estado que, precisamente
en las dos décadas previas al estallido del conflicto armado interno, desembocó en dos
entrampes: El de la vía liberal democrática, iniciada desde 1956 y desarrollada con más
nitidez durante el primer gobierno del arquitecto Fernando Belaúnde (1963‐1968).
El estallido del conflicto armado interno encontró entonces a un Estado desbordado
pues la transición democrática abierta en 1977 abarcaba campos más allá de aquellos
relacionados directamente con el cambio de régimen político. Para 1980, el tamaño del
aparato estatal (burocracia, empresas públicas, porcentaje del PBI estatal) había
crecido y, sin embargo, el Estado como institución tenía mayores dificultades para
cumplir sus obligaciones básicas con sus ciudadanos. Como parte del proceso de
desmontaje de la Reforma Agraria, el gobierno del general Morales Bermúdez procedió
a la desactivación del denominado Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social
( SINAMOS ), el aparato estatal que de alguna forma había cubierto el vacío dejado por
los poderes locales tradicionales en el campo. Debilidad de los partidos políticos.
Sobre la crueldad en el conflicto Así, entre 1958 y 1964 tuvo lugar en el Perú el
movimiento campesino más importante por esos años en América Latina. La
movilización no fue tan amplia como en la década previa, pero la organización
campesina alcanzó su pico más alto luego de la reorganización de la CCP y la creación
de la Confederación Nacional Agraria (CNA ) en 1974. En 1955, masivas movilizaciones
políticas en Arequipa provocaron la renuncia del temido Ministro de Gobierno y Policía,
Esparza Zañartu, lo que marcó el inicio del fin de la dictadura de Manuel A. De esta
forma, la Constitución aprobada en 1979 parecía poner simbólica y legalmente fin a las
grandes exclusiones políticas que habían obstaculizado nuestra construcción como
estado nacional. Luego de las profundas transformaciones demográficas, económicas,
políticas y socioculturales de las décadas previas, y del sismo político que significó el
reformismo militar, el país parecía encaminado a consolidar un Estado nacional,
moderno y democrático. Luego de la entrada de las Fuerzas Armadas para combatir la
subversión, la táctica senderista de los contrarrestablecimientos incrementó aún más el
número de víctimas civiles. Desde Lima, Guzmán propuso construir comités populares
cerca de donde se instalaban bases militares260 para provocar la reacción del Estado:
esto contribuyó también a que el número de víctimas sea tan elevado. A partir de 1983
se revelaron los abismos ya anotados: no sólo la falta de una comunidad nacional de
ciudadanos, sino el desprecio teñido de racismo por los campesinos, que permeaba las
instituciones del Estado incluyendo a las Fuerzas Armadas.