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Taller
El
amor
por
las
palabras


Lección
04.
La
adjetivacion


Que
el
verso
sea
como
una
llave

que
abra
mil
puertas.

Una
hoja
cae;
algo
pasa
volando;

cuanto
miren
los
ojos
creado
sea,

y
el
alma
del
oyente
quede
temblando.

Inventa
mundos
nuevos
y
cuida
tu
palabra;

el
adjetivo,
cuando
no
da
vida,
mata.

Estamos
en
el
ciclo
de
los
nervios.

El
músculo
cuelga,

como
recuerdo,
en
los
museos;

mas
no
por
eso
tenemos
menos
fuerza:

El
vigor
verdadero

reside
en
la
cabeza.

Por
qué
cantáis
la
rosa,
¡oh,
Poetas!

Hacedla
florecer
en
el
poema;


sólo
para
nosotros

viven
todas
las
cosas
bajo
el
Sol.

El
Poeta
es
un
pequeño
Dios.

Vicente
Huidobro,
Arte
poética


Rasgo fundamental en el estilo, la adjetivación es la paleta de la que se nutre el escritor


para impresionar nuestra retina, nuestros sentidos, y para abrir nuestra comprensión. De
ella nos ocuparemos lo largo de este capítulo: de cuáles son las clases de adjetivos y de
cómo debemos graduar su utilización en nuestros textos.

Clases de adjetivos
Entre los adjetivos literarios podemos advertir dos tipos que vale la pena diferenciar:
Aquellos adjetivos que se usan con un carácter intensivo y redundante, pero que en
realidad no aportan ningún significado nuevo al sustantivo. Pueden suprimirse sin que la
frase pierda su significado. Estos adjetivos se denominan epítetos y conviene utilizarlos
sólo excepcionalmente, cuidando siempre de huir de los tópicos (verde pradera, nubes
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blancas...).

Adjetivos necesarios: expresan una cualidad no incluida en el sustantivo (chaqueta verde,


ojos azules...). Estos adjetivos siempre añaden, por tanto, algún significado al sustantivo.
Como es fácil comprobar en estos dos ejemplos, si suprimimos los adjetivos verde y azul,
los sustantivos perderán la calificación que los distingue.

Los adjetivos necesarios, por su parte, pueden calificar al sustantivo de dos formas
diferentes que nos servirán según el tipo de descripción que estemos elaborando.
Llamamos adjetivación objetiva a la que se emplea para añadir al sustantivo el rasgo de
una cualidad física y visible: vertiente escarpada, labios finos... Y llamamos adjetivación
afectiva a aquella que denota la cualidad que el objeto al que se aplique ha inducido a un
observador determinado; añade una información, por tanto, subjetiva, y connota un
determinado estado emocional: vida miserable, mirada dulce...

En general, atended siempre al sabio verso de Huidobro que se ha convertido ya en un


adagio: El adjetivo, cuando no da vida, mata. Ese poema con el que empezábamos la
lección es uno de los poemas inaugurales del creacionismo, corriente poética a la que
podéis siempre acudir en busca de metáforas sorprendentes y adjetivos atrevidos.
Os pongo como ejemplo un fragmento de un texto que escribió un alumno hace ya
tiempo:

Ramón Diéguez, de sesenta y un años, siempre serio y protestando por todo, con unos ojos
acuosos que te miraban desde detrás de unas gafas muy gruesas, vestido con su eterno
traje azul marino y su corbata color Burdeos, se quejaba de tener toda una semana de
trabajo por delante.

Como veis, hay hasta seis sintagmas adjetivales en el texto. No todos los adjetivos son
necesarios y otros bien podrían sustituirse por una frase para no resultar tan monótono y
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descriptivo y así dar al estilo algo de color. Después de repasarlo juntos el texto acabó
siendo así:

Ramón Diéguez, de sesenta y un años, siempre protestando por todo, con unos ojos acuosos
que miraban desde la lejanía de sus gafas, vestido con su eterno traje, se quejaba de tener
toda una semana de trabajo por delante.

Debéis recordar que es aconsejable revisar la adjetivación para que se amolde a las
características e intenciones de cada texto. Las que siguen son cuatro reglas de oro que,
de ser tenidas en cuenta, os ayudarán mucho a la hora de repasar y corregir vuestros
adjetivos:

La economía: es preferible ser un poco tacaño con los adjetivos. Un adjetivo de más es
como un michelín asomando en una esbelta figura. Una palabra dicha a destiempo, una
especificación inapropiada por innecesaria, puede desfigurar lo que, por sí solo, tenía ya
forma perfecta.

Evitar tópicos: igual que usar refranes y frases hechas para describir nuestras
ocurrencias, emplear adjetivos tópicos, desgastados por el uso continuo, viene a ser lo
mismo que no decir nada, puesto que nada añaden a lo dicho (pérdida irreparable, pertinaz
sequía...).

Huir de la afectación, siempre que sea posible, ya sea porque apunte hacia la pedantería
–inmarcesibles rosas– o porque apunte hacia la hipérbole –mirada sanguinaria–.

Siempre es preferible un sustantivo preciso a tres adjetivos débiles. Salvo que el


adjetivo sea el exacto, salvo que realmente añada información y refleje eso que
necesitamos decir –insistimos–, es preferible despojar al texto de cualquier lastre inútil.
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Insisto: «Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; el adjetivo cuando no da vida,


mata.»

Sinestesia
Hay muchas cosas que se llaman sinestesia y todas tienen algo en común. Es un recurso
literario, aunque lo usamos cotidianamente. Es el nombre de de una capacidad
neurológica sorprendente y, por último, es como se llama a la reacción secundaria de un
estímulo.
Todas esas cosas son la sinestesia, una y la misma, porque todas parten del mismo
concepto: “mezclar sentidos”.

Vayamos una por una. La última de las definiciones, la reacción secundaria, es la que
menos nos interesa. Es cuando te acarician el tobillo y sientes un escalofrío en la espalda.
Esta es la acepción biológica. Pero en ella no es tan perceptible como en las otras la idea
de mezclar sentidos.

La segunda acepción es la más llamativa. Resulta que existen personas que poseen una
cualidad fantástica, que se ha estudiado desde la psicología y la neurología. Es un don
que se manifiesta de muy diversos modos, uno de los más habituales es el de “mezclar”
visión y oído. Esto es que, literalmente, pueden por ejemplo ver la música delante de sus
ojos en color y con palomitas. Según su peculiar forma de percibir, las palabras tienen
colores determinados; así, un sinestésico afirmará, por ejemplo, que las palabras
“despedida” o “amado” son blancas con la misma certeza con que cualquiera diría que el
cielo es azul. Imaginaos qué sensibilidad tan extraordinaria para un pintor o un poeta,
por ejemplo.
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No es nada raro que los sinestésicos ignoren que lo son, porque evidentemente es
imposible saber objetivamente “cómo” percibe la realidad otra persona en comparación
con la propia. Nos es imposible conocer “cómo” ve nuestro vecino el color rojo, o
mejor, si lo que los dos llamamos “color rojo” lo percibimos del mismo modo.

Esto nos lleva a reflexionar sobre el carácter excepcional de la literatura (y del arte),
porque la literatura es el producto de cómo percibe la realidad cada uno de nosotros y,
por supuesto, de nuestra capacidad para recrearla, siempre parcialmente, de forma
verosímil y a ser posible bella.
Cada una de las frases que escribimos en una narración es un retazo de esa re-
construcción de lo que antes hemos percibido siempre de forma caótica y fragmentaria.

Así que al escribir no se trata de contar aquel episodio que nos sucedió el verano pasado,
aunque sea muy divertido y a nuestros amigos les haga mucha gracia escucharlo. Para
contarla a los amigos en una sobremesa una anécdota es perfecta; para hacer literatura
necesitamos algo más. Se trata de algo más sutil. De prestar mucha atención a los detalles
y a cómo funcionan los objetos y las personas. Se trata de entender el mundo como un
infinito cúmulo de cosas aisladas que se relacionan entre sí de forma azarosa y siempre
sorprendente, cuyas acciones y reacciones a menudo no son previsibles, pero son
siempre reveladoras de un misterio anterior.

Deducimos de todo esto que a mayor originalidad en la percepción, es decir, en nuestro


punto de vista de la realidad, mejor material tendremos luego para construir ficciones
literarias; pues más se apartará de una visión encorsetada por las “maneras de mirar” que
nos imponen nuestra educación y nuestra cultura individual. Quizá por esto muchos
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genios fueron autodidactas.

En realidad, todos somos un poco sinestésicos, porque si no sería imposible para


nosotros entender expresiones como “dulce caricia”, “temperamento agridulce” o
“sabor profundo”. Precisamente a estas construcciones lingüísticas son a las que
llamamos sinestesias, en su primera acepción. Es una figura útil para emplear no sólo en
las descripciones y evitar caer en el lugar común sin por ello perder la poeticidad.

Las posibilidades de los adjetivos son infinitas y también éste es un terreno en el que
merece la pena experimentar, como hace, por ejemplo, Lawrence Durrell:

Busco en la adjetivación una resonancia místico-metafísica que ilustre el ideograma heráldico.


Por desgracia, en el idioma inglés esas resonancias son escasas, y de ahí que sienta la
necesidad de elaborar la imagen. Combino, como lo haría un pintor, materiales fríos y
calientes. Un sustantivo caliente, «luna», «jardín», con un adjetivo frío, «metálica»,
«matemático»; o bien, una palabra abstracta y ácida con otra cálida y delicada.

El escritor argentino Jorge Luis Borges es un verdadero mago con los adjetivos, aunque
se le acuse de abusar de ellos a menudo, pues logra con su uso un estilo lleno de
expresividad y de fuerza. Sus técnicas, de las que veremos algunas a continuación,
pueden abriros infinidad de puertas en cuanto a la utilización de estos elementos en
vuestras narraciones.
Borges emplea constantemente un tipo de adjetivos que no expresan las cualidades de las
cosas, sino que resaltan las reacciones que estas cosas provocan en los personajes o en el
narrador. Estamos ante la que antes definimos como adjetivación afectiva radicalizada
hasta el extremo:

Ya era de noche; desde el polvoriento jardín subió el grito inútil de un pájaro.

En esta breve frase de su cuento «La muerte y la brújula», vemos cómo se identifican el
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sentimiento de inutilidad que posee el personaje (a punto de morir) y el canto del pájaro.

Solía llevar consigo un cuaderno y hacer una alegre fogata.

Igual que en el ejemplo anterior, en éste, tomado de Ficciones, el sentimiento de alegría


procede del personaje y queda reflejado en el objeto mediante el empleo del adjetivo.

Veamos un par de casos más, de El Aleph:

Otro (día) me levanté y pude mendigar o robar –yo, Marco Flamigio Rufo, tribuno militar de
una de las legiones de Roma– mi primera detestada ración de carne de serpiente. De esos
mezquinos agujeros emergían hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos.

Existe otro recurso para un uso original, o al menos, personal de los adjetivos. Para ello
se aplica la figura retórica llamada hipálage, que supone un cambio de lugar de la
palabra en el orden de la frase.
Un ejemplo tomado de Lorca es:

El débil trino amarillo del canario, en vez de El débil trino del canario amarillo.

El poder de sugerencia de la expresión lorquiana, como veréis, es mucho mayor que el


del segundo caso. El adjetivo está utilizado literariamente, y la hipálage tiene aquí como
consecuencia un segundo efecto literario: la sinestesia. En este caso se asocian
sensaciones procedentes del oído y de la vista (trino amarillo).

Veamos un ejemplo de cómo Borges utiliza este recurso en «Ficciones»:

No hay que buscar tres pies al gato –decía Treviranus blandiendo un imperioso cigarro.

El orden gramaticalmente correcto sería (...) blandiendo imperioso un cigarro, pero, al cambiar
el orden de las palabras, ese objeto inanimado, el cigarro, se convierte en expresión de la
arrogancia de Treviranus.
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En el siguiente ejemplo de «El Aleph», el orden lógico sería En las horas de la noche aún
pudo caminar por las calles desiertas. Pero Borges dice:

En las horas desiertas de la noche aún pudo caminar por las calles.

El adjetivo «desiertas» se refiere a «calles», pero al aplicarse a «horas» cobra mayor


intensidad.

Aquí, Borges, estupendo lector de Homero, hace una referencia sutil al famoso verso en
que el bardo ciego usaba otra hipálage excelente:

Iban oscuros por la noche solitaria.

Advertimos cómo en esta hermosa frase se han intercambiado los adjetivos naturales
(noche – oscura; ir – solitario) entre sí.

Adjetivos que contradicen al sustantivo.


Esta figura literaria recibe el nombre de oxímoron, y consiste en aplicar a una palabra
un epíteto que, según los usos habituales, le contradice:

Oscura claridad.
Música callada.
Soledad sonora.
Sol negro...

Borges emplea este recurso para indicar la paradójica realidad que habita en sus
ficciones. Veamos algunos ejemplos, tomados de El Aleph (los dos primeros), y otros
tomados de Ficciones (los cuatro últimos):

Ejerce no sé qué cargo en una biblioteca ilegible de los arrabales del sur.
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Una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente.


Un balazo anhelado entró en el pecho del traidor y del héroe.
La paradójica verdad es que existen en innumerable número.
Con ávido sigilo habló un hombre de voz gutural.
A mi, bárbaro inglés, me ha sido deparado revelar ese misterio diáfano.

Utilización de dos adjetivos para describir a un personaje, de los cuales uno le


califica físicamente y el otro moralmente.
Este recurso lo adopta Borges debido a su obsesión por la economía verbal, empeño que
le lleva a un ánimo insobornable de búsqueda de la palabra exacta. Observemos cómo a
través de tan sólo dos adjetivos, es posible definir los rasgos esenciales de un personaje
interna y externamente. Los tres casos que siguen son de Ficciones:

Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada


Dos hombres de pequeña estatura, feroces y fornidos.
Era alto y desganado

Como Borges, cada autor tiene su propia fórmula para utilizar los adjetivos. Por eso es
fundamental –como decimos siempre– que os acostumbréis a analizar con calma, en
vuestras lecturas, los aspectos que vayamos tratando. De la reflexión acerca del estilo de
otros autores y de su comprensión será de donde extraigáis la más valiosa sabiduría.

En el caso de los adjetivos, esta sabiduría la encontraréis también en los diccionarios. Si


queréis ser precisos a la hora de adjetivar, tenéis que elegir la mejor de entre las diversas
posibilidades que el concepto requerido os ofrezca. Estas posibilidades son mucho más
amplias, en la mayoría de los casos, de lo que cabría, en principio, imaginar. Como
prueba de la infinita variedad de adjetivos que existen os ofrecemos a continuación una
lista sobre los colores. Y, por si no os basta como aliciente para la búsqueda incansable
de posibilidades que enriquezcan vuestros escritos, aquí tenéis una confesión de Durrell,
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que nos apoya en nuestra consideración de que los adjetivos (como tantas cosas...) no
están en la cabeza sino en el diccionario. ¡Hay que buscarlos!

Uno de mis mayores defectos es el visual. Por ejemplo, no puedo recordar ninguna de las
flores silvestres de las islas griegas sobre las que escribo con tanto éxtasis; tengo que
buscarlas en los libros. Y Dylan Thomas me dijo una vez que los poetas sólo conocen dos
pájaros a simple vista; uno es el gorrión y el otro la gaviota, y los demás tiene que buscarlos
en libros también. Así que no soy el único que padece un defecto visual. Tengo que
corroborar constantemente mis propias impresiones.
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AMARILLO Azarcón Entintado Álfico Carmín


Acamuzado Naranja Entiznado Ampo Carmíneo
Acetrinado Naranjado Entiznar Anacarado Cereza
Agamuzado Minio Espalto Armiñado Cobrizo
Aleonado Salmón Fosco Blancuzco Coral
Amacigado Fuliginoso Blanqueado Corinto
Amarilleado Fuscado Blanquecido Cremesino
Amarillecido Fuscar Blanquecino Choco
Amarillejo AZUL Fusco Blanquinoso Embermejecido
Amarillento Acijado Hosco Blanquizo Embijado
Amelcochado Añil Infuscado Cande Embijar
Azafranado Azur Loro Cándido Embije
Azafrán Celeste Moreno Candoroso Encarnizado
Azufrado Cielo Morenote Cano Encendido
Azufre Cobalto Morocho Cisne Encobrado
Blondo Endrino Morucho Emblanquecido Enrojar
Bronceado Garzo Mulatizado Emblanquido Enrojecimiento
Bronce Índigo Mulato Enlucido Enrubescer
Butillo Opalino Negrecido Leche Eritreo
Citrino Pavonado Negrestino Nacarado Escarlata
Dorado Turquesa Negrizco Nevado Fresa
Enamarillecido Marino Negruzco Nieve Grana
Escarolado Nochielo Níveo Granate
Gamuzado Oscuro Perlado Gules
Gilvo NEGRO Obscuro Perlino Lacre
Guado Abetunado Obscurecido Taperado Pavonazo
Gualdado Afumado Prieto Rojeado
Gualdo Agallado Quemado Rosillo
Herrumbroso Ahumado Renegrido ROJO Rosmarino
Jaldado Humo Resquemado Aborrachado Roso
Jalde Ajumado Retostado Abrasilado Rúbeo
Jaldo Amulatado Sable Acanelado Rubescente
Leonado Anochecido Alazán Ruborizado
Limonado Apizarrado Alazano Rufo
Melado Atezado BLANCO Aloque Rusiente
Oro Atramento Alabastrino Almagrado Sabino
Rubicundo Azabachado Alabastro Amaranto Sangriento
Rubio Azabache Albar Ardiente Sanquíneo
Rucio Bazo Albero Arrebolado Sanguino
Rútilo Bruno Albicante Bermejo Sobermejo
Denegrido Albino Bermellón Tinto
Ebanificado Albo Barsil
ANARANJADO Endrino Albor Brasilado
Anaranjado Ennegrecido Albugíneo Carmesí VERDE
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Aceitunado
Aceituna
Cardenillo
Cetrino
Esmeraldino
Glauco
Oliváceo
Presado
Sinoble
Sinople
Verdacho
Verdejo
Verdemar
Verdete
Verdezuelo
Verdín
Verdina
Verdinegro
Verdinoso
Verdoso
Verdusco

MORADO
Mistión
Caracho
Violáceo
Cárdeno
Violado
Cinzolín
Violeta
Jacintino

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