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“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu
palabra… Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me
dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el
Poderoso; Santo es su nombre”. Lucas 1:38, 46-49
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María fue una mujer escogida por Dios para ser madre. En efecto, aquella doncella
hebrea reunía cualidades hermosas que hicieron que el Señor se fijara en ella para
llevar a cabo el gran misterio de la encarnación de Jesús.
En lo que atañe a María, ella nunca había conocido varón y, en su tiempo, quedarse
embarazada fuera del matrimonio era considerado como un delito digno de
muerte. María sabía, pues, que exponía su vida al aceptar llevar en su seno lo que
parecería el fruto de la fornicación, y todavía más al estar desposada con José. No
obstante, son hermosas las palabras que pronunció aquella joven cuando recibió el
mensaje del ángel Gabriel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a
tu palabra” (Lc. 1:38).
María confiaba totalmente en Dios, y por eso aceptó el reto de llevar en su seno al
Creador. Aquella joven entendió que ser la madre del Mesías haría de ella una
mujer bienaventurada entre todas las generaciones pasadas o futuras (Lc. 1:48).
Solo una madre es capaz de transmitir la ternura, el cariño y la bondad que
emanan de Dios; y esto es lo que hace de ellas unos seres especiales e inolvidables.
Me llama la atención que, en distintas partes de los Evangelios, se repite esta frase:
“Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (Lc. 2:51). En el corazón de
María siempre hubo una disponibilidad espiritual para el servicio, y ella supo
guardar en secreto todo lo que el ángel le había revelado con respecto a Jesús y su
misión mesiánica antes de que naciera.
Desde el nacimiento de Cristo, María supo también que tendría que experimentar,
como madre, un dolor inmenso. En efecto, cuando María y José llevaron a Jesús al
templo para que fuera circuncidado, Simeón le profetizó: “Y una espada traspasará
tu misma alma…” (Lc. 2:35). María tenía una confianza maternal en Cristo, y en las
bodas de Caná fue a Jesús como una madre que ve las capacidades y los talentos de
su hijo.
María puso toda su confianza en Jesús, sabiendo que Él era capaz de ayudarla en
aquella situación. Por este motivo, ella les dijo a los que atendían a los comensales
de la boda: “Haced todo lo que os dijere” ( Jn. 2:5).
María es una fuente de inspiración: estuvo al pie de la cruz, cuando todos los
amigos y los discípulos de Jesús lo habían abandonado. María fue una mujer
valiente, fiel, dispuesta, reservada, llena de fe y de piedad.