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EL PORFIRIATO
1. ASCENSO Y CONSOLIDACIÓN
El contexto nacional en el que inicio su largo gobierno era propicio. Para comenzar,
el grupo conservador había sido finalmente vencido, por lo que Díaz no tuvo que
enfrentar el enorme desafío que padecieron los líderes republicanos de mediados
del siglo. En términos ideológicos, sus propuestas habían mostrado graves
limitaciones y dificultades. Por ejemplo, era imposible establecer un régimen
plenamente democrático con una sociedad tan poco educada, sin tradición
democrática y sin las instituciones políticas pertinentes; en otro sentido, era
imposible establecer un régimen cabalmente democrático sin una extendida clase
media.
Así, Díaz tuvo que cambiar el objetivo anterior, consistente en la concesión de
algunas libertades y cierto grado de democracia, por uno más adecuado a una etapa
previa e inevitable, en la que se buscaría primero el orden y el progreso. Para lograr
este doble objetivo, puso en práctica una doble mecánica: centralizar la política y
orquestar la conciliación. Para los renuentes habría represión (política de pan o
palo).
El contexto internacional también le fue favorable. El enojo por el fusilamiento de
Maximiliano había menguado. Además, Europa gozaba de un periodo de paz y
crecimiento económico, lo que se tradujo en un notable incremento de su comercio
exterior y de sus inversiones.
Por su parte, Estados Unidos experimentaba dos procesos definitorios: un gran
desarrollo industrial en su costa noroeste y la modernización de su región fronteriza
con México, lo que sería determinante para el crecimiento económico que
experimentaba el norte mexicano durante el porfiriato.
Su primera presidencia, de 1877 a 1880, tuvo como prioridades la pacificación del
país —recuérdese la existencia de varios pueblos indígenas rebeldes, así como la
de numerosos bandoleros—; el control del ejército, en el que varios caudillos
militares podían rivalizar con él, por lo que apoyó el ascenso de una nueva jerarquía,
así como la obtención del reconocimiento diplomático de las principales potencias
del mundo.
Puesto que Díaz no tenía experiencia en los ámbitos gubernativo y administrativo,
carecía, comprensiblemente, de un equipo político propio. Por ello su gabinete contó
con varios civiles destacados que no podían ser considerados porfiristas.
Contra quienes pronosticaron que no tendría la capacidad para encabezar la política
nacional, Díaz pronto demostró tener un instinto político inigualable, que sumado a
sus experiencias biográficas y a las condiciones nacionales e internacionales,
fueron suficientes para consolidarlo en el poder.
Debido a que el Plan de Tuxtepec tenía como bandera la no reelección, promesa
que elevó a rango constitucional, Díaz no pudo permanecer en la presidencia al
término de su primer mandato. Sin embargo, conservó el poder real al colocar en
ese puesto a su compadre, el general tamaulipeco Manuel González, quien había
luchado en las filas conservadoras hasta que la Intervención francesa lo hizo
pasarse al bando liberal y luchar bajo las órdenes de Díaz.
El gobierno de Manuel González (1880-1884) bien podría llamarse un “interregno”.
En buena medida continuaron las políticas porfiristas de pacificación y de
reconciliación internacional, en particular con Inglaterra. A su vez, la estabilidad y la
continuidad conseguidas permitieron el inicio de la reconstrucción económica
nacional.
El segundo cuatrienio de Díaz, de 1884 a 1888, prolongó la continuidad
gubernamental: siguió el control sobre caudillos y caciques, y los que no aceptaron
disciplinarse fueron combatidos; el saneamiento de la hacienda pública; la
construcción de vías férreas y el establecimiento de instituciones bancarias. Más
aún, comenzaron a recibirse nuevas inversiones europeas, surgió la agricultura de
exportación, y la minería industrial —especialmente de cobre— comenzó a
desplazar a la minería de metales preciosos, como el oro y la plata.
Otra característica de esos años fue la tolerancia concedida a los asuntos religiosos.
En efecto, consciente Díaz de los enojos que provocaba en la sociedad mexicana
la aplicación de los artículos más jacobinos de la Constitución, como lo prueban las
insurrecciones de 1874, optó por una política de relajación: no derogó ni modificó
tales artículos, pero tampoco los aplicó.
4. DECADENCIAY CAÍDA
La tercera y última etapa del periodo porfi rista abarcó el primer decenio del siglo
XX. La decadencia fue total y hubo crisis en casi todos los ámbitos de la vida
nacional, aunque comprensiblemente unos resultaron más afectados que otros.
Hasta 1900 el sistema dependía de las reelecciones de Díaz. Sin embargo, luego
de cumplir 70 años —recuérdese que había nacido en 1830— se tuvo que diseñar
un procedimiento para resolver el problema de su probable desaparición sin que el
país padeciera un grave vacío de poder. Lo que se buscaba era cambiar el aparato
político pero seguir con el mismo modelo económico, diplomático y cultural.
Para ello, en 1904 se resolvió restaurar la vicepresidencia para que el propio Díaz
eligiera a su compañero de mancuerna electoral, quien sería su sucesor.
El resultado fue radicalmente contrario a lo esperado. Si con la vicepresidencia se
esperaba no padecer inestabilidad alguna a la muerte de Díaz y garantizar en
cambio la continuidad de su modelo, en realidad con esa decisión comenzó el
declive del Porfi riato. El problema surgió porque Díaz eligió como vicepresidente a
Ramón Corral, ex gobernador de Sonora y miembro del grupo de los “científi cos”.
Comprensiblemente, de inmediato los reyistas resintieron haber sido relegados,
pues ello ensombrecía su futuro.
Luego vendrían las represiones a los obreros de Cananea y Río Blanco, y los
reyistas culparon de la primera de ellas a la incapacidad de los políticos sonorenses
del grupo de Corral. Posteriormente se padeció una severa crisis económica, y los
reyistas culparon de ella a uno de los principales “científi cos”, el secre tario de
Hacienda y responsable de la economía nacional, José Ives Limantour.
En 1908 Díaz anunció, en una entrevista concedida al periodista norteamericano
James Creelman, que no se reelegiría y que permitiría elecciones libres en 1910.
Los reyistas aprovecharon tales declaraciones y comenzaron a movilizarse y
organizarse.
Los reyistas replicaron aumentando sus críticas a los “científi cos” e incrementando
sus labores organizativas. Sobre todo, pronto se radicalizaron. Muchos reyistas
pretendieron presionar a Díaz, buscando que aceptara que en 1910 compitieran dos
fórmulas electorales: una con Díaz y Corral, otra con Díaz y Reyes.
El problema era que para esos momentos —fi nales de 1908 y primera mitad de
1909— Díaz estaba convencido de que los “científi cos”, con Corral a la cabeza,
representaban la única opción para la continuidad de su proyecto gubernamental.
Confi ado en que así acabaría con la molesta insistencia de los reyistas, envió
comisionado a Europa al general Reyes con el pretexto de que hiciera ciertos
estudios militares.
El resultado fue catastrófi co para Díaz y los “científi cos”. Al perder a su jefe, pues
Reyes no tuvo los arrestos nece sarios para rechazar dicha comisión y asumir una
postura independiente, muchos de sus partidarios se radicalizaron, pasándose a
otro movimiento político entonces naciente, el antirreeleccionismo.
Ade más, dejaron de cumplirse las funciones políticas y gubernamentales asignadas
al reyismo cuando era parte del equipo de Díaz, tales como el control del noreste
del país y las vinculaciones con la burguesía nacional, con las clases medias e
incluso con los obreros organizados, además del control del ejército. No es casual,
entonces, que el reclamo electoral contra Díaz haya iniciado en Coahuila; que en
este desafío hayan participado clases altas de la región, sectores medios y
trabajadores organizados de las poblaciones urbanas del país, los que no se sentían
representados por los “científi cos”, por lo que su llegada al poder los amenazaba
directamente.
Entre 1907 y 1908 hubo una crisis internacional que provocó la reducción de las
exportaciones mexicanas y el encarecimiento de las importaciones, imprescindibles
como insumos de gran parte de la producción manufacturera mexicana.
Para colmo, los préstamos bancarios se restringieron. Por lo tanto, sin mercado ni
insumos ni créditos, los industriales disminuyeron su producción, lo que los obligó a
hacer reducciones salariales o recortes de personal, tanto de empleados como de
obreros.
En resumen, la crisis económica golpeó los dos escenarios, industrial y rural, y
afectó a todas las clases sociales.
El gobierno de Díaz respondió con dos estrategias a la reducción de sus ingresos:
congeló los salarios y las nuevas contrataciones de burócratas y buscó aumentar
algunos impuestos, medida que resultó, como era previsible, muy impopular. Para
colmo, dado que la crisis económica tenía carácter internacional, regresaron al país
muchos braceros que perdieron sus empleos en Estados Unidos, pero como la
situación económica nacional no permitía integrarlos al mundo laboral mexicano,
vinieron a aumentar las presiones sociales y políticas que planteaban los
desempleados del país.
En el sector social, la crisis también afectó los escenarios rural e industrial. Por lo
que se refi ere al campo, numerosas comunidades perdieron parte de sus tierras
desde las Leyes de Reforma, las que fueron adquiridas o usurpadas por algunos
caciques y hacendados.
En el escenario industrial, a fi nales del Porfi riato hubo dos importan tes
movimientos huelguísticos. El primero tuvo lugar a me diados de 1906 en una mina
de cobre de propiedad norteamericana, ubicada en la población sonorense de
Cananea. Los salarios eran com parativa men te buenos, pero se daban las mejores
condiciones laborales a los trabajadores estadounidenses, lo que generó un clima
de creciente ten sión en tre mexicanos y norteamericanos.
El otro confl icto tuvo lugar seis meses después, entre diciembre de 1906 y enero
de 1907, en la población industrial de Río Blanco, vecina de Orizaba, en Veracruz.
En este caso se trataba de una fábrica textil, y los reclamos obreros los motivaban
el rechazo a un nuevo reglamento de trabajo redactado por los patrones y la
obtención de mayores salarios y mejores condiciones laborales.
Intentó obligar a los trabajadores a reiniciar sus labores, lo que provocó el estallido
de la violencia, ante lo cual el gobierno reaccionó con una dureza inusitada, apelan
do al ejército y a los temidos “rurales”; como antes había sucedido en Cananea,
fueron varios los trabajadores muertos y mayor el número de encarcelados.
Si bien el gobierno de Díaz no enfrentó después ningún movimiento obrero de
envergadura, lo cierto es que aquellas represiones trajeron la politización de los
trabajadores mexicanos, lo que explica que muchos de éstos hayan simpatizado
con los movimientos oposicionistas que surgieron después, primero el magonista,
luego el reyista, y al fi nal el antirreeleccionista.
También entró en crisis la política exterior porfi rista. Hasta entonces había tenido
dos fases y una característica.
La característica básica de la política exterior porfirista fue que Estados Unidos
había dejado de ser una amenaza para el país, pero comenzó otra vez a serlo
después de la guerra hispanoamericana de 1898, cuando pasó a dominar el Caribe,
luego de tomar el control de Puerto Rico y Cuba. Al terminar ese confl icto bélico,
México descubrió que estaba rodeado por países con los que tenía muchas
fricciones (como Guatemala) y por países abiertamente pro estadounidenses (como
Cuba). Descubrió también que las inversiones eco nómicas norteamericanas en
México, lo mismo que sus relaciones comerciales, habían rebasado a las europeas.
Como consecuencia, Díaz pasó los últimos años de su larga gestión intentando
balancear y contrapesar la relación con Estados Unidos mediante el procedimiento
de aumentar los tratos políticos y las relaciones económicas con Euro pa.