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La poética de un descenso iniciático:​​ El viaje vertical de Enrique Vila-Matas

Laura Pache Carballo


UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA

El viaje vertical de Enrique Vila-Matas (1948), publicado en Anagrama en 1999,


diseña un periplo interior y cultural en dirección descendente por una geografía real
y simbólica a la vez. El protagonista, Federico Mayol, se nos antoja como un
particular Ulises que se sirve de su inteligencia natural para también acabar en una
isla. Ítaca es el camino y por tanto la vida misma, es lo que aprendemos a lo largo de
nuestra existencia, independientemente de cuándo se emprenda el viaje. La figura
del héroe se transmuta aquí en alguien que emprende un itinerario abocado a la
nada, representado por la verticalidad y por tanto, la caída. Más allá de configurar un
éxodo circular, aquí el autor nos invita a trazar un recorrido radicalmente diferente,
anunciado por los versos iniciales, que nos sitúan de entrada en la estela
vanguardista: «Cae/ Cae eternamente/ Cae al fondo del infinito/ Cae al fondo de ti
1
mismo/ Cae lo más bajo que se pueda caer» ​. Así como Huidobro expone una obra
donde el lenguaje rompe los esquemas clásicos, Vila-Matas hace lo propio con una

​ 1​
Enrique Vila-Matas, El viaje vertical, Barcelona, Anagrama-Quinteto, 2006, p. 9. A partir de ahora
indicaremos entre paréntesis los números de página de la edición consultada.
historia que indaga en el sentido de la odisea, los abismos, la identidad, el descenso
y como no, la literatura. Asistimos en esta novela a algo parecido a lo que se anuncia
en el prefacio de Altazor: «La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres
creer./ Vamos cayendo, cayendo de nuestro zenit a nuestro nadir y dejamos el aire
manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo./
Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del zenit al nadir porque ese es tu
destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote,
2
más larga tu duración en la memoria de la piedra.» Asistimos en esta novela a un
viaje, interno y externo, por el que el protagonista va cayendo porque quizás ese es
su destino y el de todos. Federico Mayol, septuagenario a la deriva, ve cómo los
bastiones de toda su larga vida quedan derrumbados por un inesperado giro del
destino: su mujer lo abandona, viéndose cuestionado como padre de familia y con
todo lo que ello representa, su legado humano, empresarial y creencial. Presencia el
declive de todo lo ​que ha sido su existencia hasta el momento y se ve obligado a
arrastrar junto a sus vivencias los fantasmas de la soledad, la vejez, la locura y la
huida. Es así como emprende una travesía sin retorno que lo llevará a reformular
tanto su identidad personal como cultural, para revivir el drama de toda una
3
generación ​. Se presenta como una novela de aprendizaje poco al uso que asienta sus
bases en lo absurdo y en mecanismos paródicos para situar al protagonista entre la
supervivencia y el suicidio: «Nada colmaba tanto sus aspiraciones en la vida como
sentir que se hundía. Había algo en el fondo muy atractivo en jugar una partida
sonriente y mortal con las fuerzas del abismo» (p. 203). Dicho aprendizaje a la
inversa, en plena vejez, se lleva a cabo con un magistral dominio de la técnica
narrativa «que se revela en la planificación de encuentros y desencuentros, la
graduación de las situaciones, la capacidad de observación de lo minúsculo, el
aliento constante y creciente de fabulación, el disparate surrealista (...) y por

2
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor-din/altazor--0/html/ff25e1d4-82b1-11df-acc7-002185ce
6064_2.html#I_1_​ [consultado el 8 de septiembre de 2016]

3​
«Julián había hecho diana en el punto débil -el trauma esencial, lo llamaban algunos doctores- de la
personalidad de Mayol: la interrupción definitiva, a causa de la guerra civil, de sus estudios; esa
interrupción que le había hecho moverse por la vida sintiéndose a veces inferior a mucha gente de su
generación, que habiendo podido regresar a la escuela tras la guerra, ostentaban títulos universitarios»
(p. 71).
supuesto, los numerosos homenajes a los escritores que ama, ensartados con
naturalidad en una ficción de sugestivo y raro desenlace».​4

Junto al colchón de vanguardia que encontraremos a lo largo de la novela, resonarán


voces universales como las de Kafka y la dimensión de su absurdo, Unamuno y sus
contradicciones, Pessoa y la cuestión de la identidad, Pirandello y la relación del
creador con sus personajes, y por supuesto, los ecos de Homero y su universal y
eterno periplo en la conciencia humana. Si bien en esta novela no abundan las citas
literarias como en otros libros del autor, sí nos sumergimos en un vasto y diluido
panorama cultural. La significativa cita de Huidobro que abre el primer capítulo
sitúa la obra en la tradición de las vanguardias históricas y sus principales
preocupaciones: la desconfianza respecto del lenguaje y la quiebra del héroe como
entidad sólida, apuntando a lo que se establecerá como base de la literatura
vilamatiana: la relevancia de una textualidad como horizonte de mundo que
sustentan dos de sus grandes asuntos como son la identidad y la soledad.

La soledad se nos presenta en la novela como reapertura de la vida, camino


del hundimiento, que quizás conforma la ruta y también la salvación, redención
humana ante el fracaso, el miedo y tal vez el amor: «Viajar es, sobre todo, un clima,
un estar a solas, un estado discretísimo de melancolía y soledad» (p. 116). El tema
de la identidad, a su vez, conjuga los anhelos de una generación, atañendo al mismo
protagonista: «Mayol se puso a pensar en la necesidad que de pronto había surgido
en su vida, la necesidad urgente de ser otro» (p. 45); y hasta a su mujer, que lo
abandona porque «No sé quién soy, ésa es la única realidad» (p. 13). Esta reivindica
la necesidad de conocerse a sí misma poniendo en evidencia su crisis personal,
alguien que ha leído demasiado, y desencadena la crisis de

4​ Antón Castro,​ «​Extraña forma de vida​»,​ ABC, 20 de febrero de 1999, p. 19.


2
su marido, que no ha leído nada. De esto se desprende la extrañeza de la
cotidianeidad, lo que hay de misterioso tras las más anodinas apariencias y ante todo
la relación entre cultura y vida.

El viaje hacia el abismo

El viaje es una constante en toda la obra vilamatiana, pero se localiza con especial
exuberancia en las novelas de finales del siglo pasado: la que nos ocupa, El viajero
más lento (1992) o Lejos de Veracruz (1995), aunque luego vuelva a él en otras obra
como El mal de Montano (2002) y Doctor Pasavento (2005), por poner algunos
ejemplos. La marcha del autor se presenta como viaje infinito, periplo ni demasiado
real ni demasiado inventado, «odisea sin retorno», una estrategia de fuga, de pérdida
continua siempre hacia delante: «Si existiera en esta vida un colosal y extraordinario
encanto, éste para mí consistiría en estar donde no estoy para desde allí poder desear
dónde estar, que sería en ninguna parte», declara el protagonista de Lejos de
Veracruz, que evidencia aquí, y en muchas otras obras del autor​5​, igual que en El
viaje vertical, el deseo de ser otro cualquiera.

El punto de partida viene apuntalado por el tema del fracaso, de germen beckettiano:
«llevaba una semana al borde del abismo y aquella tarde vagabundeaba» (p. 10). El
inicio viene marcado por un desplome que sabe al hombre insatisfecho, incompleto
en busca de la inefable felicidad. Al ser expulsado por su mujer, el personaje toma
conciencia de que es «un viejo, un hombre fuera de lugar» (p. 55), por lo que se
acciona «un mecanismo de reflexiones» (p. 54) que no se hubiera cuestionado en
otras circunstancias. La decadencia se revela como síndrome de desalojamiento del
ser, rompiéndose la rutina lineal de la existencia para dar paso a un merodeo sin
rumbo que distorsiona la realidad cotidiana. A partir de este punto de inflexión
circunstancial ajeno a él, la caída le servirá a Mayol como motor para salir en busca
de una reordenación de su vida, una fugaz vía para reinventarse y suplir las
carencias asumidas, aunque el tiempo luche en su contra y le haga darse cuenta al
final de que el margen que le queda es escaso. El cambio se materializa gracias a «la
sensación de estar vivo: la maravilla y el horror de la conciencia» (p. 57), la
asunción del peregrinaje. Federico Mayol viene a representar así el paradigma de la
esperanza en el hombre quien, resucitado de sus cenizas, consigue enderezar su vida
para encontrar un nuevo rumbo y reinventarse gracias al viaje y la cultura. La bajada
iniciática representa un triunfo sobre la muerte, ya que «una persona, a la edad que
sea, se enamora y resucita, se renueva por completo, se le renueva la ​mirada y la
ilusión» (p. 69). No en vano, el título original pensado para el libro era El descenso,
inspirado en un poema de William Carlos Williams que un día Vila-Matas escuchó
recitar al gran Octavio Paz, y que reza así​6​:

5 Aparece el tema de la identidad en títulos como Impostura (1984), Una casa para
siempre (1988), Suicidios ejemplares (1991), Exploradores del abismo (2007), El
juego del otro (2010) o​ Perder teorías (2010).
6 Pura López Colomé (prólogo, traducción y selección), William Carlos Williams ,
Universidad Nacional Autónoma de México, México, Coordinación de Difusión
Cultural Dirección de Literatura, 2011, p. 11.

3
El descenso / hecho de desesperanzas / y sin consumación / nos revela un nuevo
despertar: / que es el otro lado / de la desesperación. / Por lo que no pudimos llegar a
consumar, / por aquello / negado al amor, / por lo que perdimos en la expectativa / el
descenso continúa / sin fin e indestructible.

Este paradójico renacer opera en sentido descendente, apoyándose en mecanismos


que apelan a la parodia más puramente cervantina de una forma irónica y casi
inconsciente: «A su modo, sin ser consciente del todo, pues no pensaba en términos
culturales, Mayol acababa de convertir a la transeúnte casual en su Dulcinea» (p.
67). Un personaje que no lee ni ha leído en toda su vida, «con cierto complejo de
inferioridad por haber ido a la escuela sólo hasta los catorce años» (p. 65) se erige
como un nuevo Quijote, un personaje loco, valiente, gracioso pero desgraciado.
Alguien que oscila «entre dos realidades contrapuestas: la desesperación y la
alegría» (p. 69). En este sentido, tal y como señala el profesor Túa Blesa, tomando
como referencia las teorías sobre lo paródico en la obra de Enrique Vila-Matas de
Linda Hutcheon, la literatura encarna justamente eso, una proyección de la parodia,
pues no viene a representar más que repetición con diferencia. Así, la conciencia de
la edad no le lleva a la renuncia sino más bien a la recuperación de la vitalidad
infantil, a la evocación de recuerdos inventados​7​, como si tuviera un contrato con el
tiempo:

Parecía un adolescente que toma decisiones como quien caza espinillas o moscas,
pero con la ventaja que le daba -a diferencia del adolescente real que no conoce los
límites del sufrimiento- la experiencia de una larga vida. (p. 68)

La determinación lleva al protagonista, igual que al héroe cervantino, a ser


consciente del viaje que emprende: «La vida sólo vale la pena vivirla cuando es
intensa. Tal vez la mía hasta ahora no lo haya sido demasiado, pero intentaré que al
menos en su último tramo lo sea» (p. 67). Ante el inherente drama personal y
colectivo, material y metafísico, de las historias narradas nace el humor vilamatiano,
recurrente en toda su obra, puerta de salvación como lo puede ser la ficción. Delante
de una situación que al protagonista se le antoja absurda y cómica pero cargada de
tragedia, se despliegan fórmulas de ingenioso gracejo refinado, paradójico y sin
duda eficaz para combatirla:

Mayol tenía muy desarrollado el sentido del humor. Hasta en las situaciones más
trágicas se le escapaba la risa. En los instantes en que se abrían para él abismos de
tristeza tenía visiones cómicas. (p. 17).

7 Este concepto, que remite al título de una antología de cuentos de Enrique


Vila-Matas publicado en 1994, pone en evidencia de forma clara la sinergia que para
el autor se desprende de la unión entre literatura y vida.

4
Tal y como señala Ángel Basanta:

Este carácter excéntrico de sus figuras y su mundo narrativo se completa con la


distorsión introducida por un enfoque perspectivístico que se ampara en el
distanciamiento y en la ironía para contrarrestar con el humor la gravedad de tantos
problemas escondidos en el desquiciamiento de sus criaturas.​8

Narración y desdoblamientos

A lo largo de la obra presenciamos cómo el narrador va desdoblando su conciencia


para configurar un «yo» que se construye como personaje dentro de la historia y
como relator omnisciente, sombra del propio autor. Más allá de presentar un relato
testimonio basado en lo que le ha llegado del propio Mayol, asistimos a
consideraciones que trascienden la propia conciencia del sujeto y que solo él, o un
demiurgo que apuesta por el fragmentarismo como posibilidad dentro de la literatura
para apuntalar la identidad, serían capaces de descubrir. De ahí que se repita mucho
en estas páginas la fórmula «Por lo que he podido saber -y sé mucho-» casi a modo
de sentencia.

Interesante resulta, pues, la incursión que hace la voz narrativa en una tercera
persona aparentemente omnisciente hasta revelarse un acólito de la historia que
acompaña en la caída al protagonista y que se revelará en uno de los personajes
principales. Parece que el autor, al camuflarse tras este personaje, nos esté narrando
su propio drama como escritor: «A veces tengo la impresión de que surjo de lo que
he escrito como una serpiente surge de su piel. Es muy posible que tenga algo de
ofidio, o sea de serpiente» (p. 127). Así, con quien se siente identificado en realidad
Vila-Matas no es solo con su protagonista, sino también con Pedro Ribera, el
narrador, quien sustenta el papel de testigo tal y como lo hace el propio autor. Este
participa de la historia contando la acción, fuente de lo bello en una personal poética
de la impostura. Lo que hay de autobiográfico en la novela recae sobre Mayol, que
pertenece a la propia generación del padre de Vila-Matas​9​; y a su vez Ribera hace
tándem con el escritor para representar el heredero de la tradición catalana y por
ende de la historia de su progenitor. Asistimos de este modo a un desdoblamiento
identitario por parte del escritor en dos de sus personajes para abarcar una realidad
imperfecta que aparece denunciada de una forma original. Si bien uno se replantea
toda su vida desde la guerra civil y el franquismo, gran ​drama generacional al que
apela la obra, las consecuencias mismas de esa historia apelan a una realidad más
inverosímil, si cabe, que la propia ficción.

8 Basanta, Ángel,​ La Razón, 21 de marzo de 1999, p. 15.


9 Para quien «la vida no me ha dejado leer. Y la guerra tiene la culpa de eso; yo creo
que mi generación ha sido

la más castigada de toda la historia de Cataluña» en


http://www.letraslibres.com/revista/libros/el-visitante-de-las-islas-el-viaje-vertical-de-enrique-vila-ma

tas​ consultado el 10 de abril de 2016].

5
Todo esto nos lleva a recordar el concepto de «otredad» del yo vilamatiano, que se
anexa con comodidad a la máxima rimbaudiana del «yo es otro» para integrarse en
otros yoes y conformar una voz autorial desdoblada, recurso muy frecuente en sus
historias, plagadas de correspondencias entre personajes, autor y escritores; donde el
motivo del doble y su significación plural de un mismo ser vertebra parte sobre todo
de su última producción. La desintegración o duplicidad del «yo» opera en el plano
de la creación para dar cabida en esta novela a reflexionar sobre la creación literaria,
construyendo la voz narrativa con diferentes miradas. Tal y como sostiene Natalia
Cancellieri, el escritor propone​10​:

una idea de identidad totalmente personal, que no pertenece a ninguna nación o


nacionalidad sino que más bien se define dentro y a partir sólo de la república de las
letras: una no-identidad, que juega con el mito de la autoría para desquiciarlo. Es
decir, el autor deja de serlo para fundirse con sus mismas obras de ficción, para
suponerse tan imaginario como sus criaturas. Y al hacer esto, hace de vida y
literatura una misma cuestión, en la que la una ilumina a la otra y le da sentido. En
esta mezcla constante de ficción y realidad, Vila-Matas, lejos de desaparecer, vuelve
a estar presente en todas las formas que la imaginación le permite concebir,
experimentando las posibilidades que no pueden darse en la vida real.

Etapas del viaje: verticalidad

Las paradas y mecanismos de este peculiar recorrido, la transformación iniciática


que el personaje gesta en sí mismo, casi con la sensación de vivir al margen de su
propio creador, muy al gusto de Pirandello, dibuja una secuencia geográfica que
empieza en su ciudad natal, con la convicción de querer «despedirse ya de Barcelona
y también de una parte de sí mismo» (p. 95), para llegar, por circunstancias casi
casuales, a la vecina Oporto, donde «acababa de encontrar la ciudad crepuscular que
andaba buscando» (p. 105). Después llegará a Lisboa y terminará al fin en la isla de
Madeira, espacio comparable al inventado por el artista de sus hijos:
El frenético viaje, que Julián había iniciado en el oasis de un desierto, encontró
pronto su punto de destino final en una melancólica ciudad isleña de enigmático
nombre: Puerto Metafísico (p. 49).

Mayol se precipita en picado hacia el sur, progresivamente abocado al cambio. El


hundimiento le proporciona la educación que no pudo tener por culpa de la guerra.
Así es como empezará a

10 Natalia Cancellieri, «La literatura o la vida. El mal de Montano de Enrique


Vila-Matas como declaración de poética», en En teoría hablamos de literatura,
Actas del III Congreso Internacional de Aleph (Granada, 3-7 de abril de 2006),
Granada, Dauro, 2007. [consultado el 9 abril 2016].

6
interesarse por los libros y las islas lejanas, a asistir a conferencias sobre temas que
hasta el momento no le interesaban y a ir construyendo una trayectoria
irremediablemente identitaria. El espacio va de este modo conformando el recorrido
físico y espiritual del protagonista, y cada una de las etapas representará en sí misma
los fragmentos reunidos de su imprevista y excéntrica caída. Excentricidad que
legitima quizás que el descenso apunte, en su vertiente más artística y vanguardista,
a una dirección inversamente constructiva. De ahí que Vila-Matas envíe a su
protagonista al corazón de sí mismo, materializado en una serie de aventuras tan
ricas de brutal realidad (drama) como de simbolismos: la verticalización metafísica
de la propia memoria y de la cultura literaria contemporánea, especialmente la
portuguesa, en búsqueda del autoconocimiento. Para ello deambula por paisajes
reales y en el mismo movimiento traza un recorrido de lecturas y referencias, de las
cuales se destacan la poesía de Fernando Pessoa, el cine de Manoel de Oliveira o la
poesía portuguesa más reciente (Pedro Tamen y Al Berto). Sin rumbo, Vila-Matas
corporeiza el flâneur literario, con un divagar que pone atención en lo pequeño y lo
irónico a la manera del paseante suizo tantas veces citado por nuestro escritor,
Robert Walser: «no le quedaba otra salida a su vida que la de practicar tanto el arte
de la soledad como el arte de caminar» (p. 85).

Así, Oporto se convierte en el «primer puerto de su fuga sin fin» (p. 84); en Lisboa
recorre la ciudad hasta llegar a Boca do Inferno, término donde se convierte en un
individuo «aislado» como lo está una isla. Anticipa el final del periplo y su
connotación metafísica. Se va materializando la progresión vivida por el recién
estrenado héroe, que reconstruye su vida a medida que se desprende de su pasado
reciente y recupera la adolescencia a través del imperfecto recuerdo (y de la
imaginación). Acelera su propia desaparición en el plano de lo real para convertirse
en el protagonista de una novela. El punto de llegada es Madeira, donde el viaje
termina y la cual asocia Mayol de forma explícita con la Atlántida. Aquí el proceso
de culturalización se hace patente hasta el punto en que el protagonista se descubre a
sí mismo como una isla y verdadero habitante de esta:
(...) jugó a verse como una isla inventada, quizás porque estaba todavía bajo los
efectos del sueño intranquilo con el que había despertado aquel día: Imaginó el viejo
rostro de esa isla cubierto de arrugas que eran los ríos profundos y al mismo tiempo
eran las cicatrices de su catalana vida. La arruga principal era una señal muy
antigua, del tiempo de la guerra; los aires universitarios la estaban transformando en
una cicatriz lúdica y muy decorativa (p. 213)

Asistimos así a la ficcionalización del espacio desde la mirada peculiar de este


viajante que aborda los ideales de juventud y felicidad perdidas, adoptando la forma
de una isla sumergida o inalcanzable:

7
sintió que él era la Atlántida misma y que, en breve tiempo de una noche, temblaba
entre terremotos e inundaciones y, dejando atrás la sardana extraña, iniciaba su
último descenso y, en una inmersión muy vertical, se hundía en su propio vértigo (p.
242)

De este modo, las ciudades recorridas vienen a ser imágenes concretas de ideales
perseguidos, paraísos perdidos al mismo tiempo en el pasado que en el futuro,
«donde convergen sin conflicto la memoria y el deseo»​11​. Llegar al final, por tanto,
supone recuperar un pasado olvidado o alcanzar el sueño tan largamente ansiado,
irónicamente al final de la vida:

¡Qué poco le faltaba ya para no ser él absolutamente nadie y no ser nada, que era sin
duda lo más fantástico de ser un pobre viejo que se hundía! (...) la vejez era la edad
más próxima al gran cambio, la famosa muerte a la que se le atribuye la fabulosa
posibilidad de cambiarlo todo (p. 203, 204).

En este sentido, El viaje vertical podría considerarse, tal y como señala Juan
Antonio Masoliver Ródenas, parte de un ciclo integrado por Lejos de Veracruz
(1995) y Extraña forma de vida (1997), por compartir los conceptos de alejamiento
y extrañeza que guían a Mayol. La novedad ahora es que los papeles aparecen
invertidos: no se trata de hijos enfrentados a los padres sino padres que se ven
enfrentados a sus hijos.

El movimiento de la escritura

En definitiva, en esta novela asistimos a un viaje físico y espiritual que abrirá tantas
puertas como divagaciones literarias e imaginativas sea capaz de generar la fantasía,
a partir de elementos presentes en la narrativa del autor: el azar, la revelación y los
sueños. El protagonista, en su renacer cultural, llega a entender el significado de lo
artístico, lo cual le permite avanzar en su periplo como el viajero más lento: «Mayol
vino a decirle a Julián que el camino del arte es la impostura y que la única fuente de
lo bello era la acción» (p. 73). Se pone de relieve, una vez más, la peculiar relación
que tienen casi todos los personajes de Vila-Matas con la realidad, la trascendencia
de la ficción para ir creando un itinerario propio. Detrás del drama más obvio, al
final veremos cómo ese deseo de exploración y descenso a los abismos representa
una línea recurrente en la literatura del escritor barcelonés, así como la identidad, la
presencia de la cultura o los viajes en la confluencia de literatura y vida,
materializadas en una sutil fusión de preceptos genéricos o en el replanteamiento de
los cánones preestablecidos. Tal y como apunta el título, el viaje vertical se nos
presenta como una «búsqueda metafísica a lo más profundo desde la realidad
convencional»​12​,​ que tras un periplo de isla en isla

11 Teresa González Arce, «El viaje simbólico en tres novelistas españoles


contemporáneos»,​ Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, México,
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, p. 43.

12 Juan Antonio Masoliver Ródenas, «El visitante de las islas»,​ Letras Libres,
agosto 1999, pág. 95.

8
llevará al protagonista a la Atlántida (la Cataluña sumergida), la cual simboliza el
momento histórico en que Mayol todavía no veía interrumpido su futuro. Así, el
desplazamiento hacia lo incomprensible, impulsado por la necesidad de corregir la
realidad, hace que se se perciba latente el anhelo profundo de un autor que se atreve
a reafirmar la existencia como literatura: «Mi literatura siempre está situada en todas
las partes del mundo, para mí todos los hombres somos iguales»​13​, mensaje que
apunta a la universalidad: el movimiento de conciencia representa un regreso al
origen, que viene a ser, a su vez, un refugio contra una realidad adversa, de lo que se
desprende el valor de la ficción. El viaje nunca es repetitivo, de ahí su prodigalidad,
ya que implica un cambio, deformación de la cotidianeidad, una manera de escapar
aunque sea hacia un deslizamiento incierto sin miedo a alcanzar la última meta que
nos queda: el abismo​14​: «Me iré, por qué no, hacia la nada» (p. 83). El vagabundeo
geográfico y el movimiento de la escritura dirigen al «yo» (personaje, narrador o
autor) hacia la reflexión interior, hacia la exploración del ser y la relación entre vida
y literatura. Para Sergio Pitol, la obra del autor barcelonés representa una «escena de
descenso, una caída, el viaje interior en uno mismo, una excursión hacia el fin de la
noche, la negativa absoluta de regresar a Ítaca; en síntesis: el deseo de viajar sin
retorno»​15​.

Más allá de entretenernos, Vila-Matas consigue con esta novela ofrecernos ciertas
dosis de lo que somos, trasladándonos a otras formas extrañas de vida, para ser
capaces de consentir el pavoroso paso de la existencia. Sabe dar profundidad a las
parodias, alimentar el absurdo sin alcanzar lo grotesco y cultivar una libertad
narrativa que se aleja, sin soltarse, de la tradición más realista. Pues, tal y como
apunta el protagonista de esta personal odisea: «tal vez la auténtica vida de alguien
fuera a menudo la vida que uno no llevaba» (p. 38).
13​ ​https://www.youtube.com/watch?v=zZmjZp_Qo74​ [consultado el 11 de abril de
2016].
14 Años más tarde Vila-Matas recuperará este concepto en un volumen de cuentos
titulado​ Exploradores del abismo (2007).

15​ ​http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/vila-matas-premiado​ [consultado el 9


de abril de 2016]
BIBLIOGRAFÍA

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