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La provocación terapéutica constituye, sin duda, una de las técnicas

clásicas del enfoque sistémico en terapia familiar. Desde la década del setenta,

Ackerman, Minuchin, Fishman, Whitaker y otros tantos referentes de la terapia

familiar incluyeron esta peculiar intervención en sus modelos de trabajo clínico.

No obstante, creemos que han sido Andolfi y Angelo (1989) quienes han logrado

ofrecer una suerte de conceptualización y análisis pormenorizado de lo que

significa la provocación terapéutica como técnica de comunicación en la

intervención familiar. De ahí que, a continuación, y salvo referencias puntuales,

se expondrán los lineamientos que sobre dicha técnica han propuesto Andolfi y

Angelo (1989) en su obra “Tiempo y mito en la psicoterapia familiar”.

Si quisiéramos ensayar una definición de lo que se conoce como una

provocación terapéutica diríamos que se trata de una conducta verbal o no verbal

que el terapeuta realiza con el propósito de retar al sistema familiar para alterar

las pautas que rigen la dinámica de su funcionamiento.

Al respecto es oportuno aclarar que el uso de una provocación terapéutica

jamás nunca puede implicar por parte del terapeuta atacar o agredir a uno o

varios miembros del sistema que se procura desequilibrar. Y con más precisión:

“El reto (o desafío) no es hacia la familia, sino hacia las atribuciones que la familia

hace de aquello que les pasa; esto es, hacia su narrativa: quién es el portador

del síntoma, qué es lo que son, qué tratan de conseguir cuándo nos cuentan lo

que nos cuentan e incluso qué esperan que nosotros hagamos en respuesta a

todo ello” (Ortega Allué y Lema, 2017).

La provocación si pretende ser terapéutica -y efectiva- debe ir siempre

precedida de una acción de apoyo, de joining o, como dice Linares (2012), de

acomodación, mediante la cual el integrante de la familia que se siente


cuestionado e interpelado en cuanto al papel que desempeña con respecto a la

problemática que aqueja a dicho sistema, pueda al mismo tiempo percibir y sentir

que ha sido comprendido en su definición de lo que en ese momento más les

preocupa y que considera un problema (Campos, 2014). El terapeuta familiar

que realiza una provocación terapéutica debe ser capaz de transmitir que esta

trabajando y acompañando al sistema familiar que al mismo tiempo reta.

Por otro lado, si bien la provocación pareciera a apuntar únicamente

contra la conducta de un miembro particular del grupo familiar,

Otro malentendido se refiere a la distinción no lograda entre objetivo

aparente y objetivo real de la provocación. En efecto, la mayor parte de las veces

la provocación es traída al sistema a través de la persona, como por otra parte

es posible verlo en los ejemplos a que aquí se hace referencia. Esto puede

inducir a pensar que el individuo es el único blanco al que apunta aquélla. Pero

en realidad, no podemos olvidar que siempre estamos refiriéndonos a individuos

dentro de un sistema. Si atacamos el comportamiento de un miembro de la

familia, lo hacemos en presencia de los otros, y por lo tanto en un contexto en él

cual el contenido y la intención de la acción son inevitablemente comunicados

también a ellos. Y esto, sin tener en cuenta que, de todos modos, cualquier

conducta o hábito de la persona individual están, al menos en parte,

correlacionados funcionalmente con el comportamiento del resto del sistema, por

el concepto que éste implica. Ello es aun más evidente en los casos en que el
terapeuta se dirige intencionadamente a una persona para hablar con otra,

fingiendo que se comunica sólo con la primera. Por lo demás, todos hemos

experimentado cómo ello ocurre también en nuestra vida cotidiana.

Esto nos lleva a lo que habíamos dicho antes acerca de la estructura

triangular de toda relación elemental. Si la provocación es una forma de relación

-y pensamos que lo es-, debe implicar por lo menos tres elementos: el terapeuta,

la persona a la que en apariencia se dirige la provocación, y un tercero. El

terapeuta se sitúa en un vértice del triángulo en el momento en que provoca al

paciente (segundo vértice) a enfrentarse con las imágenes que poco a poco le

va proponiendo o a poner en discusión las relaciones que lo ligan a los otros

miembros del sistema. Y son precisamente las imágenes, cuando falta el

interlocutor real o cuando éste pertenece al pasado, las que constituyen el "tercer

polo", como veremos más adelante. Son los otros participantes de la relación

presentes en la sesión quienes, a su vez, son llamados a ocuparlo en momentos

sucesivos. Se tiene así una sucesión de configuraciones triangulares,

diversamente articuladas entre sí, en las cuales el terapeuta entra y sale, en el

curso de su trabajo: entra en el momento en que interacciona con uno de los

participantes, poniendo al otro en la posición de observador; sale en el momento

en que toma el lugar de este último incitándolo a interactuar con el primero. Por

lo demás, sólo la posición de observador posibilita el descentramiento necesario

para los cambios de percepción.

Por otra parte, en lo que respecta a la idea de provocatividad, tenemos

sin duda presente que el comportamiento de una persona puede ser a veces

sumamente provocativo, poniendo a prueba toda una serie de reglas o de

prohibiciones impuestas por la situación en que se halla, y procurando estimular


una reacción por parte de quien está a su lado. En cambio, lo que es más difícil

de captar es que la noción de provocatividad es un concepto relativo. originado

en la interacción de diversos elementos. Tomemos por ejemplo una situación

terapéutica: una madre está hablando con el terapeuta mientras su hijo

adolescente permanece cabizbajo, silencioso, con la mirada fija en el vacío y una

expresión "neutra" en su rostro; el marido, completamente apartado, mira

alrededor de la habitación, aparentemente indiferente a lo que se discute. En

cierto momento el terapeuta le dirige a la madre una pregunta que va a tocar

aspectos íntimos de los que ella nunca ha hablado: "¿Cuánto tiempo hace que

se siente usted sola?" La madre queda perpleja, mira alrededor, observa a su

marido que se mantiene apartado de ella, luego al hijo y por fin de nuevo al

terapeuta: vacila durante un rato y luego afirma, cohibida, que prefiere no

responder. El marido se agita en la silla y acentúa su aire ausente,. mientras el

hijo se encoge sobre sí mismo. La reacción de la madre, que ha ido acompañada

de un aumento de la tensión general, parece indicar que la pregunta ha sido

vivida como una provocación, por ella y por los otros. ¿Pero en qué punto y en

qué nivel se sitúa la provocación en la secuencia que acabamos de describir?

¿En la pregunta formulada por el terapeuta, en la actitud del hijo o en la conducta

del marido? ¿O bien conjuntamente en estos tres elementos?

En efecto, cada uno de ellos es importante para determinar la respuesta,

porque contribuye a delimitar el contexto en el que se plantea la pregunta, y por

ende a definir su significado. La pregunta resulta provocativa no sólo porque va

a tocar un punto sensible de la persona, sino también porque pone en evidencia

sus relaciones, al perturbar el equilibrio constituido por todo lo que la vincula con

el comportamiento de los otros. Una pregunta es provocativa cuando suscita un


movimiento donde había una situación estática, es decir, cuando cuestiona el

significado atribuido a un aspecto de la realidad como conclusión de un proceso

evaluativo, captando elementos que habían pasado inadvertidos o inspiraban

temor y que requieren un nuevo procedimiento de análisis y de selección.

¿Qué aspecto sensible de la madre es alcanzado por la pregunta del

terapeuta? Probablemente, el hecho de que ella ha estado siempre· habituada a

enmascarar su propia soledad bajo una actitud de autosuficiencia y de eficacia:

hablarle en forma tan directa de su soledad es un poco corno arrancarle la

máscara e impulsarla a reflexionar acerca de las relaciones que están detrás de

esa "etiqueta". Pero también es cierto que la actitud de la madre es funcional y

complementaria de las de los otros, y en cierto modo se ve reforzada por el

desapego que ellos ostentan: es esto lo que garantiza el equilibrio del sistema,

que funciona en el nivel de negación de los sentimientos. La provocación del

terapeuta, en apariencia dirigida solamente a la madre, se convierte por lo tanto

en provocación frente al padre y al hijo, cuya actitud desapegada es puesta de

relieve implícitamente, así como la provocación frente al sistema en su conjunto,

cuyos esquemas de funcionamiento se ponen en evidencia. Paralelamente

podemos observar, junto con la provocación, una acción de joinlng, desde el

momento en que la pregunta misma indica que el terapeuta ha comprendido la

soledad de la madre.

Partiendo de un punto de vista distinto, podemos llegar a comprobar, sin

embargo -y ello es igualmente atendible-, que no sólo es provocativa la pregunta

del terapeuta a la madre sino también la "fijeza" silenciosa del hijo y, de modo

mucho más evidente, la actitud desinteresada del padre; es decir que considerar

estímulo o respuesta lo uno o lo, otro depende del tipo de puntualización o de


recorrido escogido en una secuencia relacional; la mayor o menor provocatividad

de una pregunta se define, por lo tanto, sólo dentro del marco de las relaciones.

Una primera consideración posible al respecto es que una acción

provocativa tiene como corolario indispensable la existencia de reglas de

relación, es decir, de normas que ella va a poner de manifiesto. Las reglas de

relación no son sólo las normas vinculadas con las relaciones externas y

compartidas por los otros, sino también las normas "intrapsíquicas" que ponen

en funcionamiento "escenarios" interiores, que se han ido creando con el correr

del tiempo mediante la interacción con "otros" significativos.

No se tendría una conducta provocativa si ésta no pusiese a prueba las

modalidades de respuesta y de relación del sistema, referidas al elemento

particular que va a ser estimulado; se pone así en movimiento una cadena de

fluctuaciones respecto de un estado de equilibrio, independientes en gran

medida del estímulo originario, pero vinculadas entre sí.

Aquí es posible introducir una distinción ulterior. La connotación de

desafío es por lo común estrictamente consiguiente a una resistencia por parte

del sistema, afectado en su equilibrio por la intervención del que provoca. Esto

ocurre la mayor parte de las veces cuando se van a tocar aspectos de las

relaciones o de las personas particularmente conflictivos o contrastantes con la

imagen que se ha construido de ellas y que es la que se muestra al exterior. En

estos casos suele darse, por parte de los interesados, una reacción de

distanciamiento o de oposición a la imagen o a la definición propuesta. En el

caso considerado. la turbación de la madre es ya indicativa de su resistencia a

tomar en consideración una vivencia emotiva que representa la síntesis de una

serie de vicisitudes de relación insatisfactorias: la amplificación de esta vivencia,


consecuencia inevitable de toda provocación exitosa, trata de poner en

movimiento un proceso allí donde hasta ese momento teníamos una etiqueta

cristalizante (“'la soledad"). Que se trata de un proceso en el que también se

hallan implicados el padre y el hijo está demostrado por el hecho de que, al hacer

su pregunta el terapeuta, el padre se movió nerviosamente en la silla y pareció

acentuar su distanciamiento, y el hijo se encogió más sobre sí mismo.

Pero no siempre es así: hay situaciones en las que las personas y el

sistema en el cual éstas se hallan insertas no "contestan" la provocación, sino

que, al cabo de un primer momento de desorientación, adhieren a lo que se les

haya dicho. colaborando en la creación de un nuevo contexto perceptivo, según

veremos muy pronto en el caso de Jimmy. En tales circunstancias se diría que

la provocación, aun estando ligada a la novedad del estímulo introducido en la

estructura perceptiva de la familia y siendo capaz de modificar su perspectiva y

su significado, no resulta radicalmente incompatible con aquélla. Ya ocurra que

la provocación sea "secundada" o que, por el contrario, suscite un movimiento

de resistencia, ella transmite información, porque introduce elementos nuevos

en el campo perceptivo, determinando en él una reestructuración al menos

parcial. Ello es posible solamente en una perspectiva que tome en consideración

el sistema terapéutico entero, y no sólo la familia en tratamiento: en efecto, sólo

así puede el terapeuta ser visto como el elemento creativo que introduce

estímulos nuevos en un esquema repetitivo.

Entre el primero y el segundo caso hay sólo una diferencia de intensidad.

En realidad, se considera que una conducta es tanto más provocativa cuanto

mayor es la intensidad de la incitación que aquélla determina frente a las reglas

a las que se contrapone. Pero la intensidad no es un valor absoluto: guarda


relación con la rigidez de las reglas, y por consiguiente una serie de actitudes

será considerada más o menos provocativa según la mayor o menor elasticidad

de los esquemas de valoración y de referencia adoptados por aquéllos a quienes

esas actitudes están dirigidas.

Otra consideración es que la validez y la calidad de las reglas guardan

relación con el contexto. Lo que en un contexto se tiene por indiferente, en

cambio en otro se carga de tensión: hablar de la soledad de la madre adquiere

un significado particular en un contexto en el que su manera de hablar rápida y

sin interrupciones contrasta de modo estridente con el silencio y la falta de inte-

rés de los otros. Precisamente el contexto que se crea subraya la importancia de

algunos elementos más que la de otros en su interior. Habría sido diferente si el

padre o el hijo hubiesen intervenido de vez en cuando o hubiesen cambiado de

actitud. ¿Qué es entonces la "provocación"?

Resulta claro de cuanto hemos dicho que una respuesta debe tener en

cuenta los factores que condicionan la existencia misma

de una provocación: a) que ésta ponga a prueba o intente modificar con

cierta fuerza normas o esquemas perceptivos y de comportamiento dentro de las

relaciones; b) que choque con una particular rigidez de aquéllos o que presente

aspectos de la realidad tan nuevos que genere un fuerte estado de tensión; c)

que el contexto favorezca la manifestación de los elementos que se acaban de

enumerar. Todos estos factores reconducen a un tiempo y un espacio dentro del

cual se definen. Paralelamente, podemos reconocer un tiempo de la

provocación, en el que todo elemento concurre a hacer que ésta se demuestre

ciertamente eficaz. Para volver al ejemplo anterior, la pregunta del terapeuta a


la madre resulta provocativa justamente porque se inserta en un contexto de

indiferencia hacia sus vivencias emotivas, definido por el comportamiento de los

otros miembros de la familia.

Si tenemos presente lo dicho hasta ahora, nos damos cuenta de que

concebir la provocación como un comportamiento con características de

"agresividad" manifiesta resulta demasiado "reductivo. El efecto de estrés frente

a las personas a las que se provoca y frente al sistema al que ellas pertenecen

puede ser obtenido independientemente de los aspectos exteriores y formales

de la provocación. Hemos visto que ésta existe en la medida en que cienos

presupuestos bien precisos, relacionados entre sí, permiten que se verifique.

Acciones exteriormente "provocativas" pueden en realidad no serlo para nada.

Hay, pues, una diferencia entre la intención de ser provocativo y el serlo

de verdad, aun cuando el comportamiento exterior pueda parecerlo en grado

sumo. Por este motivo debemos planteamos la pregunta: ¿qué significa

"provocar" a una familia o a un sistema y qué puede resultar "provocativo" para

ellos?

En nuestra opinión, y sobre la base de las premisas que acabamos de

establecer, ser provocativos significa llegar a "tocar" elementos particularmente

significativos para las relaciones familiares en el plano emocional, o imágenes y

esquemas perceptivos fosilizados con el correr del tiempo; elementos que el

sistema y sus miembros procuran mantener inalterados, porque representan

aquello frente a lo cual se sienten mayormente indefensos.

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