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La violencia doméstica contra los niños y niñas –en el hogar– probablemente resulte
de una combinación de factores personales, familiares, sociales, económicos y culturales,
con consecuencias permanentes para la salud y el desarrollo de los niños y niñas. Las
consecuencias aparentes más inmediatas de la violencia doméstica contra los niños y niñas
son lesiones fatales y no fatales, deficiencia cognitiva, atrofia del crecimiento y daño
psicológico y emocional.
Entre las causas culturales de la violencia doméstica destaca el uso del castigo físico
como forma efectiva para establecer disciplina y limites. Esto generó la necesidad de
proporcionar a los niños y niñas un marco legal para prevenir esta violencia y al mismo
tiempo orientar las prácticas de crianza.
Una familia estable es uno de los factores más importantes de protección de los
niños y niñas frente a la violencia, dado que pueden empoderar a los niños y niñas para que
se protejan a medida que maduran y se acercan a la edad adulta. Pero el hogar también
puede ser un lugar peligroso para los niños y niñas. La prevalencia de la violencia contra
los niños y niñas por parte de los padres y otros familiares solo ha comenzado a
reconocerse y documentarse en las últimas décadas.
El ”Informe Mundial sobre la violencia contra los niños y niñas” de la Secretaria
general de las Naciones Unidas (2006), documenta la gran proporción de niños y niñas que
en todas las sociedades sufren violencia significativa en sus hogares. El mensaje central del
informe es que ninguna forma de violencia contra los niños es justificable y que toda
violencia es prevenible.
Este informe también pretende marcar un punto de inflexión mundial definitivo: el
fin de la justificación de la violencia contra los niños y niñas ya sea aceptada como
“tradición” o disfrazada de “disciplina”. Por ello exhortan a los Estados miembros de las
Naciones Unidas a actuar de manera urgente para cumplir sus obligaciones y otros
compromisos de derechos humanos y garantizar la protección contra todas las formas de
violencia.
Si bien las obligaciones legales recaen sobre los Estados, todos los sectores de la
sociedad, todas las personas, comparten la responsabilidad de condenar y prevenir la
violencia contra los niños y niñas y responder ante las víctimas. “Ninguno puede mirar a los
ojos a los niños si continúa aprobando o consintiendo cualquier forma de violencia contra
ellos”, afirman en el mencionado informe.
En este sentido también la agenda del Programa de Cooperación 2009-2013, del
Fondo de las Naciones Unidas para la infancia (UNICEF), da prioridad a la niñez y
adolescencia definiendo como uno de los grandes componentes para este Programa el
fortalecimiento de capacidades institucionales para lograr la protección integral y la
eliminación de todas las formas de violencia que se ejercen contra niños, niñas y
adolescentes. “Más Protección, Menos Violencia” es el objetivo de este componente del
programa.
OBJETIVO GENERAL
Analizar las prácticas disciplinarias de los padres encuestados según los estilos de
crianza que manifiestan y sus posibles efectos sobre los niños y niñas a su cargo.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
JUSTIFICACIÓN
Los niños son el sector más vulnerable de toda población. Son seres humanos en
formación que requieren todo tipo de cuidados tanto en lo físico, emocional, mental y
espiritual, para poder crecer y realizarse como individuos y como miembros de su
comunidad.
Cuando un niño es víctima de cualquier tipo de abuso o maltrato, sea por parte de
otros niños, de sus maestros o cuerpo directivo en las escuelas, o peor aún, de sus
padres toda su vida está en peligro.
Las heridas que se abren con el maltrato casi nunca sanan por completo y a mayor
número de ellas, también mayor será la posibilidad de que al crecer el niño, sea una persona
débil, emocionalmente no apta, cargada de rencores y con una autoestima baja; en
fin, incapacitada para ser feliz y muy probablemente para dar felicidad.
MÉTODOS O PROCEDIMIENTOS
LIMITACIONES
ANTECEDENTES
MARCO TEÓRICO
La palabra crianza viene del latín creare, que significa orientar, instruir y
dirigir. Mientras más avanzada es la evolución de una especie, mayor será su proceso de
crianza; por ello, los seres humanos son de crianza prolongada: aproximadamente un tercio
de la vida del ser humano transcurre durante su proceso de crianza. El ser humano durante
su crianza debe adquirir: autonomía, autoestima, solidaridad, creatividad y dignidad entre
otros.
Las prácticas de crianza hacen parte de las relaciones familiares y en ellas se resalta
el papel que juegan los padres en la formación de sus hijos. Estos, generalmente, tienen una
noción espontánea, no muy elaborada, de la manera como se debe criar a los hijos y además
son capaces de desarrollar teorías sobre la mejor forma de realizar esta tarea.
Si bien los padres, en su gran mayoría, pueden alcanzar la habilidad necesaria para
orientar el comportamiento de sus hijos, estos no siempre cuentan con una explicación
satisfactoria y coherente de su comportamiento. La justificación de sus prácticas de crianza,
especialmente en padres con bajo nivel educativo, no es clara y en muchos casos se alejan
de las reales circunstancias en las que se generaron, y tiende a reducirse significativamente
la complejidad del fenómeno.
Un rasgo de las prácticas lo constituye el hecho de que son acciones aprendidas,
tanto dentro de las relaciones de crianza en las cuales se vieron involucrados los adultos,
como por referencia a comportamientos de otros padres de familia, esto quiere decir que las
acciones que manifiestan los padres frente al comportamiento de sus hijos no son el
resultado de la maduración biológica, dependen de las características de la cultura a la cual
se pertenece (Barroso, 1995).
Este autor plantea igualmente la necesidad de que los padres adquieran mayor
conciencia de sí y aprovechen las oportunidades que se le ofrecen en los muchos contactos
diarios para enseñar a sus hijos a ser personas, estableciendo de esta manera una relación
nutritiva y de aprecio y asumiendo su papel de modelador de procesos.
Para que los niños aprendan en el seno familiar los padres deben crear un ambiente
armónico donde aprender, que responda a las necesidades de estos niños. Es decir que
deben estimular la convivencia respetuosa y constructiva. El diccionario define convivir
como la capacidad de vivir juntos respetándose y consensuando las normas básicas. La
necesidad de contar con normas y límites para el buen funcionamiento de cualquier grupo
humano no puede cuestionarse. Las ”reglas del juego” deben estar perfectamente definidas
para el logro de cualquier iniciativa humana.
La educación en la disciplina consiste, por tanto, en establecer límites al
comportamiento del niño, y ayudarlo a interiorizarlos paulatinamente de manera que al
llegar a la madurez, haya sustituido los controles externos por uno interno, incorporado a
sus hábitos y patrones conducta, dicho de otra manera, el proceso conduce a la persona de
la disciplina impuesta por el ambiente a la autodisciplina. Al proporcionarle al niño unas
normas claras de lo permitido, se le capacita para autodisciplinarse cada vez más por si
mismo.
La predisposición negativa que por lo general se tiene ante la disciplina no se debe
al hecho de que involucre normas a cumplir, ya que como señalan Clemes y Bean (2001)
“las normas efectivas contribuyen a que el niño se sienta seguro, de modo que no tenga que
comportarse mal, se debe a las prácticas disciplinarias que por mucho tiempo han realizado
algunos padres. Estas prácticas se relacionan con el estilo de crianza.
En la literatura sobre la crianza, uno de los aspectos claves para la investigación y
las aplicaciones clínicas es la identificación de estilos, patrones o tipos de crianza.
Al respecto Shapiro (2000) describe tres estilos generales de crianza:
Autoritario: Imposición inflexible de normas y de disciplina,
independientemente de la edad de los hijos, características y diferentes
circunstancias de la vida. Los padres que utilizan este estilo:
Permisivo: Se caracteriza por permitir a los niños conducirse sin una guía
clara y con bajo nivel de exigencia. Los padres que utilizan este estilo:
Efectos:
• Desarrolla niños: seguros, independientes, socialmente competentes, con
bajos niveles de agresividad, buena autoestima, creativos y activos.
Este autor (2002) aclara que se pueden presentar diferentes combinaciones de estas
tipologías y asegura que “Los niños que se crían en un ambiente autoritario y aquellos que
son educados de una forma permisiva corren el riesgo de sufrir problemas emocionales y de
conducta”. Si se les trata muy severamente o no se les somete a ninguna disciplina, el niño
será incapaz de hacer frente al medio que lo rodea, y desarrollará defensas que se
manifestaran en problemas de conducta. Estos síntomas sean o no graves, son utilizados
como protección contra las tendencias instintivas, y pueden manifestarse como una
inadaptación social, como violentos ataques de rabia, o en una conducta agresiva,
desafiante, u obstinada.
Cuando la motivación subyacente de la disciplina es controlar y castigar en lugar de
brindar una oportunidad para el aprendizaje es poco lo que se logra. La disciplina es un
instrumento educativo. Ante una conducta inadecuada, más que la sanción, interesa que el
autor del incidente no vuelva a realizar una acción semejante. Se han de poner los medios
para que el niño decida rectificar su conducta.
El castigo puede desatar tensiones emocionales muy difíciles de controlar,
distorsionar gravemente la relación adulto-niño, generar persistencia en la conducta. Como
el castigo se basa en el poder, usualmente genera luchas de poder o estimula la revancha,
impide el desarrollo de la autodisciplina ya que no es efectivo para erradicar el
comportamiento inadecuado sino de manera transitoria. Los premios, la otra cara del
castigo, hacen daño igualmente, pues invitan a la dependencia, al desánimo a la rebelión,
pues también se basan en el poder y en el control, enseña a hacer sólo aquello que reporte
un beneficio, que el aprendizaje es sólo un medio y no un fin en si mismo.
Casamayor (s/f), defiende la postura de opción cero respecto a los castigos en virtud
de que si se realiza labor de prevención de problemas de comportamiento con éxito no hará
falta castigar, como máximo bastará con aplicar las consecuencias de los comportamientos
inadecuados, que es otra cosa.
Por otra parte, la violencia engendra violencia. Los niños que reciben castigos
físicos tienen mayor probabilidad de volverse agresivos y de asumir un carácter difícil que
posteriormente le traerá problemas en sus relaciones. Cuando se golpea a un niño se le está
enseñando que es válido lastimar. La violencia no es una forma válida o aceptable de
resolver un problema. Los regaños, los gritos, los correazos, los pellizcos, hacen parte de la
violencia cotidiana que deja en los niños huellas bastante difíciles de borrar.
El creciente reconocimiento del impacto de la violencia en la salud física y mental
de los niños y niñas durante toda su vida ha renovado la urgente necesidad de prevenirla.
Hasta los años sesenta no hubo un reconocimiento significativo, aun entre profesionales, de
la cantidad de muertes y lesiones infligidas a los niños y niñas por sus progenitores y por
quienes tienen un deber de cuidado sobre ellos o están en una posición de confianza.
A continuación se resumen las consecuencias del maltrato infantil:
En lo físico
Según sea la índole del maltrato (golpes, castigo privando de alimentos, gritos), se
ha demostrado que un alto índice de niños, aproximadamente un 30 por ciento, han
presentado padecimientos de algún mal crónico; particularmente los derivados de
traumatismos craneoencefálicos y trastornos en el desarrollo y funcionamiento
neurológicos, tales como trastornos de déficit de atención, por decir lo menos, y en general
una salud frágil con desordenes cardiovasculares, hipertensión, diabetes, etc.
En lo psicológico
Todo maltrato físico, además de dejar una herida corporal, es una experiencia de
sufrimiento que se queda impresa en la psique del niño; lo que perjudica su desarrollo
psicológico, comenzando por disminuir su autoestima a niveles peligrosamente bajos.
Muchos niños que durante su etapa de bebé han experimentado maltrato muestran alguna
forma de retraso cognitivo y tienen un coeficiente intelectual más bajo que los demás niños.
Son mucho más propensos a la depresión, la ansiedad y otros trastornos psiquiátricos. Su
capacidad de regular las emociones a menudo persiste en la adolescencia o la edad adulta,
lo que podría evolucionar a conductas autodestructivas, como el ausentismo o abandono
escolar, el uso de drogas y alcohol, embarazos prematuros, o comportamientos violentos,
psicopatías e intentos de suicidio.
En lo social
Un niño maltratado se convierte, desde el momento mismo de su victimización, en
un problema de salud pública. Los costos a los programas de seguridad social por atención
a los niños maltratados se incrementan drásticamente cada año. A su vez, la atención
médica y psicológica que es requerida por adolescentes y adultos que presentan trastornos
también representan un gasto muy importante de los recursos públicos y de la economía
personal y familiar.
La delincuencia juvenil y adulta, las enfermedades mentales, el abuso y distribución
de sustancias nocivas y la violencia doméstica se presentan, casi sin excepción, en las vidas
de quienes en su niñez padecieron maltrato con cierta frecuencia. Alcanzada la adultez, son
problemáticos en lo financiero y en lo laboral, especialmente por su baja productividad y
elevado índice de ausentismo, lo que se traduce en un asunto de repercusión social
generalizada.
No es broma. No es exageración. Es real.
No es tarde
Como se puede ver, arruinar la vida de un ser humano es lo más fácil si se hace
desde su niñez. Y aunque este panorama es desolador, siempre existe la posibilidad de
prevención, siempre se puede detener el maltrato, tratando con amor a todos los niños y
buscando ayuda profesional tanto para cambiar un estilo de crianza negativo, como para ir
sanando las heridas propias y del niño.
Para poder cambiar efectivamente el comportamiento de los niños, los adultos
deben cambiar primero el suyo, al igual que sus expectativas y creencias. No podrán
controlar a los niños ni obligarlos a hacer nada; más bien deben asistirlos en el aprendizaje
de la autodisciplina y la cooperación.
Así el objetivo de la disciplina es conseguir la autodisciplina o autodominio. Esto
significa que los padres pueden poner límites y negociar normas pero la autoridad no tiene
porque ejercerse de manera abusiva o dañina para el niño, por el contrario debe convertirse
en un factor positivo que sirva para establecer un sistema de relaciones basado en el afecto.
Los padres han de procurar que los niños y niñas asuman las reglas, no para agradar al
adulto o evitar el castigo, sino porque entienden de verdad que son necesarias. La
autoridad, en este sentido, es más una conquista que se debe realizar por la capacidad,
dedicación, coherencia y madurez mostrada en el trato diario con los niños y niñas, que una
concesión obtenida en virtud de ser padre o madre.
Cuando se propone cambiar un sistema de disciplina inapropiado e ineficaz basado
en la fuerza del poder por formas más democráticas, se hace referencia a la participación de
los hijos bajo los lineamientos de los padres en su propia educación. Se trata de permitirle
tomar parte en la búsqueda de soluciones de sus problemas y tenerlos en cuenta al
establecer normas de dinámica de convivencia. Los padres que utilizan un sistema
democrático de disciplina basado en el respeto mutuo generalmente influyen más en el
desarrollo del sentido de responsabilidad y autodisciplina de los niños y niñas. Los premios
y castigos son sustituidos por las consecuencias naturales y lógicas, cuyas ventajas son: los
niños y niñas son responsables de su comportamiento, toman decisiones dentro de ciertos
limites y asumen las consecuencias de sus decisiones. De esta manera se permite que los
niños y niñas aprendan y conozcan por experiencia propia el orden natural y social
establecido.
Todo lo anteriormente expuesto sustenta los elementos para el análisis de las
prácticas disciplinarias de los padres encuestados según los estilos de crianza que
manifiestan y sus posibles efectos sobre los niños y niñas a su cargo.
BASES LEGALES
Artículo 78. Los niños, niñas y adolescentes son sujetos plenos de derecho y estarán
protegidos por la legislación, órganos y tribunales especializados, los cuales respetarán,
garantizarán y desarrollarán los contenidos de esta Constitución, la Convención sobre los
Derechos del Niño y demás tratados internacionales que en esta materia haya suscrito y
ratificado la República. El Estado, las familias y la sociedad asegurarán, como prioridad
absoluta, protección integral, para lo cual se tomará en cuenta su interés superior en las
decisiones y acciones que les conciernan. El Estado promoverá su incorporación progresiva
a la ciudadanía activa, y creará un sistema rector nacional para la protección integral de los
niños, niñas y adolescentes.
Todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a la integridad personal. Este derecho
comprende la integridad física, síquica y moral.
Parágrafo primero: los niños, niñas y adolescentes no pueden ser sometidos a torturas, ni a
otras penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Parágrafo segundo: el estado, las familias y la sociedad deben proteger a los niños, niñas y
adolescentes contra cualquier forma de explotación, maltrato, torturas, abusos o
negligencias que afecten su integridad personal.
Todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho al buen trato. Este derecho
comprende una crianza y educación no violenta, basada en el amor, el afecto, la
comprensión mutua, el respeto reciproco y la solidaridad. El padre, la madre,
representantes, responsables, tutores, tutoras, familiares, educadores y educadoras deberán
emplear métodos no violentos en la crianza, formación, educación y corrección de los
niños, niñas y adolescentes. En consecuencia se prohíbe cualquier tipo de castigo físico o
humillante. El estado, con la activa participación de la sociedad, debe garantizar políticas,
programas y medidas de protección dirigidas a la abolición de toda forma de castigo físico
o humillante de los niños, niñas y adolescentes.
Se entiende por castigo físico el uso de la fuerza, en ejercicio de las potestades de crianza o
educación, con La intención de causar algún grado de dolor o incomodidad corporal con el
fin de corregir, controlar o cambiar el comportamiento de los niños, niñas y adolescentes,
siempre que no constituyan un hecho punible. Se entiende por castigo humillante cualquier
trato ofensivo, denigrante, desvalorizador, estigmatizante o ridiculizador, realizado en
ejercicio de las potestades de crianza o educación, con el fin de corregir, controlar o
cambiar, el comportamiento de los niños, niñas y adolescentes, siempre que no constituyan
un hecho punible.
DISEÑO DE LA INVESTIGACIÓN
MUESTRA
DEFINICIÓN DE TÉRMINOS
CASTI O FÍSICO: La LOPNA define el castigo físico como “el uso de la fuerza, en
ejercicio de las potestades de crianza o educación, con la intención de causar algún grado
de dolor o incomodidad corporal con el fin de corregir, controlar o cambiar el
comportamiento de los niños, niñas y adolescentes, siempre que no constituyan un hecho
punible”.
MALTRATO INFANTIL: la Organización Mundial de la Salud (2014) define el Maltrato
Infantil como “los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18 años, e
incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención,
negligencia y explotación comercial o de otro tipo que causen o puedan causar un daño a la
salud, desarrollo o dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de
una relación de responsabilidad, confianza o poder”.
PRÁCTICAS DISCIPLINARIAS: Rojas (2006) define las Prácticas Disciplinarias como
“el comportamientos específicos de los padres, educadores y adultos en general, para
establecer normas de convivencia en la interacción diaria con los niños”-
FILICIDIO: La Real Academia Española define el filicidio como la “Muerte dada por un
padre o una madre a su propio hijo”.