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Los movimientos sociales comienzan siendo una forma de expresión que tienen un
grupo minoritario de personas que se manifiestan en contra de algunas ideas
institucionalizadas, sus valores, leyes o formas de gobierno establecidas en la sociedad donde
viven, y luchan por ideales que requieren cambios sociales importantes. Cuando estos
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movimientos sociales crecen y cuentan con un apoyo importante de la sociedad tienen muchas
posibilidades de lograr sus objetivos, es decir, conseguir cambios sociales mediante la acción
colectiva frente al gobierno o las instituciones, que, a largo plazo, se ven obligados admitir
algunas de estas demandas, convertidas en clamor popular.
Un ejemplo puede ilustrar esta forma de proceder (salto del plano ainstitucional al
institucional): en 1995, coincidiendo con el cincuenta aniversario de la ONU, se celebró la I
Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social en Copenhague, en la que se constató que
aproximadamente 1.000 millones de personas viven en condiciones de extrema pobreza,
denunciándose a los países ricos que se niegan a invertir el 0.7% de su PIB en ayuda al
desarrollo de los países pobres; cantidad, ésta, considerada en dicha cumbre por los expertos
más que suficiente para acabar con esos límites de la pobreza más extrema. En 1995 apenas un
par de gobiernos dedicaban cantidades consideradas suficientes. Pero inmediatamente, y en el
plano de escala mundial, se procedió a orquestar una campaña por parte de ONGs o
simplemente grupos de opinión –desde partidos a sindicatos, foros de debate, etc.– exigiendo
que se desatinase dicha cantidad por parte de cada uno de los gobiernos desarrollados, e
incluso por parte de instituciones como ayuntamientos, comunidades autónomas, etc. En
apenas 3 años, son ya numerosos los gobiernos que han hecho suya esa reivindicación
colectiva (la mayoría de los europeos, excepto el gobierno español, que en 1995 sólo dedicaba
el 0,35% del PIB, cantidad sólo ligeramente superada en la actualidad).
Pero ha sido en los siglos XIX y XX cuando han logrado ser protagonistas e la
Historia: primero los movimientos burgueses desde la Revolución Francesa, donde los clubs
dieron lugar a los primeros partidos políticos, que con el paso del tiempo asumirán la
reivindicación de la situación de la mujer, posturas pacifistas (como la denominada
mentalidad manchesteriana de la primera mitad del siglo XIX) y posturas de respeto al medio
ambiente. Pero es desde la década de los años 60 cuando estos movimientos conocen una
articulación más programática y estable, con un espectro de reivindicaciones muy amplio:
movimientos feministas, colectivos de gays y lesbianas, asociaciones pro derechos de los
refugiados políticos, colectivos antirracistas, etc.
2. El movimiento ecologista.
Inicialmente el movimiento ecologista nació con una visión limitada del campo sobre
el que pretendía actuar: sus primeras reivindicaciones se dirigían a aspectos concretos de las
agresiones al medio ambiente, como la reducción del uso de la energía nuclear, una política de
tratamiento de residuos y reciclaje de materiales, de almacenamiento de residuos atómicos, de
protección a las especies amenazadas, de racionalización del uso del agua, etc. Sin embargo, el
desarrollo de estas exigencias pronto mostró que no se puede alcanzar un uso racional del
medio ambiente sin alterar en profundidad el esquema de las relaciones económicas y
principios rectores de las relaciones entre Norte y Sur.
Las distintas cumbres con trasfondo ecológico, como la de Río de Janeiro, pusieron de
manifiesto la magnitud económica del problema ecológico. Expliquemos en qué sentido: en la
actualidad, son los países pobres los causantes de casi tres cuartas partes de la contaminación
del aire producida (emisión de partículas fluorocarbonadas, anhídrido carbónico, etc.).
Las exigencias planteadas por los países desarrollados a los pobres sobre un control
más riguroso de las emisiones de vertidos gaseosos son contestadas por los países pobres
recordando que, desde inicios de la revolución industrial hasta los años 70, los países
desarrollados han sido precisamente los que más agresiones al medio ambiente han realizado;
hasta cierto punto, alegan, su actual nivel de desarrollo hunde sus raíces en una política poco
escrupulosa con el medio ambiente, por lo que los países pobres reclaman su derecho a
obtener siquiera una parte mínima de ese bienestar aunque sea a costa de contaminar más.
En cambio, surge como alternativa la propuesta efectuada por los países pobres o en
vías de desarrollo: la contaminación puede ser evitada en gran medida siempre y cuando los
países del primer mundo contribuyan económicamente a modernizar el sucio (en términos
ecológicos) sistema productivo de los países más pobres. De este modo, la pelota volvía a
estar en el alero de los países desarrollados.
Al inicial "romanticismo" del ecologismo (hasta cierto punto heredero del movimiento
hippy de los años 60) le ha sucedido en los años 90 una concepción más realista –y no por ello
menos ambiciosa– de la política medioambiental: ante la imposibilidad de esa sociedad y
economía regresivistas, primitivistas que implícitamente proponía el movimiento ecologista
en los años 60 y principios de los 70, en la actualidad el movimiento ecologista cuestiona no
tanto principios globales como el de sociedad industrializada cuanto su concreta aplicación,
sus efectos.
Resultaría un tanto ingenuo atribuir todos los indudables progresos que en materia
medioambiental y en la toma de conciencia ciudadana se han producido a la labor del
movimiento ecologista como tal (pues se puede pensar también en una preocupación
medioambiental menos institucionalizada, difusa, hasta cierto punto espontánea); pero
igualmente ingenuo sería no reconocer la importancia que al respecto han tenido los distintos
colectivos ecologistas (desde organizaciones más ligadas a la defensa del mundo animal,
como ADENA, a otras con una preocupación directa por la conservación del conjunto del
medio ambiente, como GREENPEACE, u otras articuladas en forma de partidos políticos
como Los Verdes en Alemania y España). Señalaremos, sólo como botón de muestra, algunas
de los efectos visibles operados al respecto:
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otra señal de esta toma de conciencia, esperanzadora, de la riqueza intrínseca del medio
ambiente.
3. El feminismo.
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Una obra fundamental para el movimiento feminista fue Una reivindicación de los
derechos de la mujer (1792) de Mary Wollstonecraft. En los siglos XIX y XX, el movimiento
se centró en conseguir el derecho de voto femenino, siendo denominiado “movimiento
sufragista femenino”. En tiempos más recientes, el movimiento tiene como textos clave obras
como El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir, La mística de la femineidad (1963) de
Betty Friedan, Política sexual (1969) de Kate Millett, El eunuco femenino (1970) de Germaine
Greer, Nacida mujer (1977) de Adrienne Rich, El mito de la belleza (1990) de Naomi Wolf y
Reacción (1992) de Susan Faludi (textos, estos dos últimos que tratan de cómo la actual
reacción antifeminista que intenta anular los derechos de la mujer históricamente
consolidados)
A fines del siglo XIX y principios del XX, Rosa Lubemburg, seguida de Marx,
reclamaba la liberación de la mujer trabajadora y, en Gran Bretaña, las sufragistas Mrs.
Pankhurst y sus dos hijas creaban la Unión femenina social y política en 1903, partido cuyo
punto programático principal era la concesión de voto a las mujeres. Desde entonces, este
movimiento continúa vivo y en las últimas décadas del siglo XX ha conquistado mejoras en
las leyes, en el trabajo y en las libertades, incluida la sexual. Pero los cambios colectivos en la
mentalidad de las diferentes sociedades no ha hecho más que empezar y queda para el siglo
XXI la auténtica consideración de la mujer igual al hombre en todos los ámbitos sociales: ese
será el último requisito para que realmente, en la práctica, vivamos en una sociedad
igualitaria.
En la obra Los nuevos movimientos sociales, Russel J. Dalton, al tratar el tema del
feminismo señala que existen dos caras del feminismo: la primera es "el movimiento de
liberación de la mujer", que a menudo viene caracterizado como el sector más radical o el más
"joven" del movimiento. La segunda cara opera en el seno del sistema político tradicional, y
pide la igualdad de derechos.
Pero no debemos olvidar que esta situación sólo se está produciendo en occidente. En
el mundo islámico fundamentalista la mujer aún debe llevar saris y velos que le oculten ante
los hombres, con los que no puede mantener relación alguna. En África, países como Malawi
no han suprimido hasta 1993 la legislación sobre comportamientos decentes de las mujeres, y
ahora, por ejemplo, ya pueden llevar pantalones. La ablación de los órganos sexuales, por
cuestiones rituales, religiosas y simplemente sociales (aspectos que no siempre se pueden
separar entre sí) aún afecta a cientos de miles de niñas africanas cada año.
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4. Pacifismo.
Aunque todavía se emplea el término en este sentido, ahora el pacifismo tiende a ser
vinculado con aquellas ideas, actitudes y movimientos que rechaza el uso de la violencia, y en
especial de la guerra, bajo cualquier circunstancia. Los pacifistas defienden que la guerra, sea
defensiva o agresiva, es éticamente ilegítima y, a la larga, ineficaz para conseguir los objetivos
propuestos. Este concepto suele ir parejo con la idea de que es posible emplear formas de
presión no violentas para contrarrestar la agresión externa y la explotación e injusticias
externas. Desde el punto de vista de la teoría política, el pacifismo puede ser asociado con
aquellas teorías que afirman que la base de la autoridad política debe ser el consentimiento, y
no la fuerza.
Los comienzos del pacifismo moderno se podrían remontar a los primeros anabaptistas
y a otros grupos religiosos como los menonitas de similares convicciones teológicas. Durante
el siglo XVI, durante las luchas religiosas en Francia, el católico Etienne de la Boétie defendió
la táctica de la resistencia no violenta contra la tiranía, ya que, según él, el mando depende de
que los hombres quieran obedecer, y al retirarle la obediencia, la tiranía caería. En el siglo
XVII los cuáqueros ingleses fundaron una comunidad desarmada en Pensylvania que, durante
cerca de dos generaciones, a diferencia de las demás colonias, se vio libre de guerras.
En Europa, durante los siglos XVII y XVIII, los trabajos de William Penn, Jacques
Henri Bernardin de Saint–Pierre, Jean–Jacques Rousseau, e Immanuel Kant fueron los
pensadores que mayores intentos realizaron para definir el camino hacia una paz duradera. En
Gran Bretaña, en 1816 la Sociedad de los amigos (o cuáqueros) fundó la Sociedad para el
Fomento de la Paz Universal Permanente, representando un pacifismo absoluto cristiano y la
fe en la bondad intrínseca del ser humano, y por tanto con una orientación más espiritual que
política. Más adelante, filósofos políticos como Jeremy Bentham y John Stuart Mill
argumentaban que su objetivo de unas sociedades reformadas y civilizadas redundaría en un
mundo en el que la guerra no sería necesaria o, al menos, excepcional. Por su parte Richard
Cobden insistía en que la paz debía ser el objetivo fundamental del libre mercado (el Plan
Marshall parte de una concepción similar: unir económicamente a Francia y Alemania para
evitar nuevos enfrentamientos).
En el siglo XVIII y comienzos del XIX, el pacifismo se vio afectado por la decadencia
de las bases religiosas de la doctrina social y política. Las teorías racionalistas y utilitarias,
próximas al pacifismo, llegaron a su punto álgido en la obra de Willian Godwin, al poner en
relieve el carácter inmoral e irracional del llamamiento a la fuerza, incluso en apoyo de la
justicia. En términos parecidos se pronunció el poeta Shelley, quien incitaba a los obreros a
rebelarse contra la explotación a través de las huelgas "de brazos caídos". Esta tendencia
pacifista dentro de las doctrinas anarquistas fue, más tarde, continuada por hombres como
Thoreau, Benjamin Tucker, Tolstoi, etc.
Mohandas Gandhi ha sido quizá la figura pacifista más famosa del siglo XX. Se
basaba en ciertas escrituras hindúes, el Nuevo Testamento y las obras de Tolstoi, en una
mezcla de elementos religiosos y utilitarios. La doctrina de Gandhi, a la que llamó
satyagrahan o "poder verdadero" o "firmeza en la verdad", según él es aplicable tanto a la
política como a las relaciones personales, y le servirá como arma para oponerse de forma no
violenta al gobierno inglés en la India entre 1919 y 1947.
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La Primera Guerra Mundial fue un hecho decisivo para el desarrollo del pacifismo en
el siglo XX. La decepción ante la guerra como institución produjo fenómenos tales como el
"juramento de Oxford", por el cual, durante la década de los años 20 miles de jóvenes ingleses
prometieron no volver a combatir "por la patria y el rey". Fenómenos similares se produjeron
en otros países, especialmente en Estados Unidos.
Los acontecimientos ocurridos entre 1939 y 1945 hicieron que muchos pacifistas
reconsideran sus posturas y que algunos las modificaran. Tras la Segunda Guerra Mundial, la
posibilidad de una destrucción total como consecuencia de una guerra nuclear contribuyó a
fomentar una oleada de pacifismo antinuclear. Algunos científicos se sumaron a este
movimiento comprometiéndose a no trabajar en el campo de la energía atómica.
Pero la historia del pacifismo como movimiento organizado nos haría remontarnos a
finales del siglo XIX. Los primeros grupos pacifistas se conocieron públicamente tras la
Conferencia de Paz de La Haya de 1899, y con la creación del Tribunal Internacional de
Arbitraje. Se opusieron al rearme que se produjo en los años anteriores a la Primera Guerra
Mundial. Los pacifistas que actuaron durante las revueltas de 1968 eran estudiantes
universitarios tanto de los países del este de Europa como en Francia o en Estados Unidos.
Iniciaron, entonces, una oposición total al militarismo (guerras) y al armamento nuclear.
5. Movimientos antiglobalización.
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6. BIBLIOGRAFÍA.
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Barcelona, 1995.
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