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CUADERNO DE FORMACIÓN nº 7

ANTIGUO TESTAMENTO

ESCRITOS POÉTICOS Y SAPIENCIALES


ANTIGUO TESTAMENTO: ESCRITOS POÉTICOS Y
SAPIENCIALES
ESCRITOS POÉTICOS
INTRODUCCIÓN
1. La poesía en el Antiguo Testamento
Al clasificar en la categoría de escritos poéticos solamente tres
libros (Salmos, Cantar de los Cantares y Lamentaciones), no se
quiere decir que éstos representen las únicas manifestaciones
poéticas del AT. Los textos en forma poética suponen casi la mitad
de toda la extensión del AT. En efecto, la mayor parte de los
escritos proféticos y sapienciales aparecen bajo formas poéticas.
E incluso los escritos narrativos e históricos están salpicados de
himnos, cantos y otras muestras de textos poéticos. Todo el AT,
de principio a fin, desde el gran himno a la creación de Gn 1 hasta
Eclo 51, rezuma poesía de todo tipo: épica y lírica, religiosa y
profana, popular y culta.
2. La poesía en el antiguo Oriente y en Israel

Cuando Israel se constituye como pueblo (s. XI-X a.C.), otros


pueblos y civilizaciones de su entorno geográfico conocían la
escritura y poseían importantes legados literarios en los que la
poesía ocupaba un puesto especial. Así, entre los textos poéticos
mesopotámicos encontramos auténticas epopeyas como el poema
de Gilgamés, poemas míticos como el Enuma Elis y el Atra-hasis,
oráculos de tipo profético y gran variedad de oraciones, himnos y
lamentaciones. De los textos poéticos egipcios, sobresale el
Himno al Sol del faraón Akenatón, las Confesiones negativas del
Libro de los muertos, los refranes y sentencias intercalados en las
instrucciones de Amenemope y Ptah-hotet y distintas muestras
de poesía religiosa y profana. Finalmente, Ugarit nos ha

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transmitido abundantes himnos y poemas míticos con notables
acentos religiosos.
Cuando los antepasados de Israel se instalan en Canaán, llegan
acompañados de un considerable depósito de tradiciones orales,
relacionadas con el pasado de las tribus y sus fundadores, con la
liberación de Egipto y con la más reciente conquista de Canaán.
Y, como suele suceder en la fase de tradición oral de la mayoría
de los pueblos, las tradiciones adoptan frecuentemente forma
poética. Al contacto con los antiguos moradores cananeos y con
los pueblos vecinos, los hebreos asimilan nuevos temas, motivos
y formas poéticas, adaptándolos a sus propias tradiciones e
imprimiendo en ellas su sello específico. Junto al material
recibido y adaptado, Israel introduce nuevos elementos y llega a
producir así un cuerpo poético propio, representativo y
diferenciado.
3. Escritos poéticos del Antiguo Testamento

De todo lo dicho se deduce que la poesía del AT no se agota en los


tres escritos incluidos en este apartado. Escritos como Isaías y
Job, o los poemas de amor de Oseas, representan momentos
culminantes de la poesía universal. ¿Por qué no incluir éstos y
otros libros en esta específica colección de escritos poéticos?
Sencillamente, porque en ellos la poesía está en función de otros
objetivos y géneros: proféticos (en Isaías y Oseas) y sapienciales
(en Job). Sin embargo, Salmos, Cantares y Lamentaciones no
están mediatizados por otros objetivos ni al servicio de otros
géneros. Estos tres escritos representan, además, a tres géneros
poéticos de gran arraigo y difusión en otros pueblos y culturas,
como son: la poesía religiosa, la poesía amorosa y la poesía
elegíaca.

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LIBROS:
SALMOS
Introducción
La oración es posiblemente la expresión más privilegiada del
encuentro y diálogo entre el ser humano y Dios. A través de ella
las personas logran encauzar experiencias y sentimientos
espontáneos de lamento, súplica, confianza, arrepentimiento,
gratitud, alabanza, admiración, profesión de fe… Cuando estos
sentimientos y experiencias se convierten en lenguaje llegan a
adoptar notables expresiones poéticas. Y cuando se hacen
acompañar de música, se convierten en canción. Todo esto,
oración, poesía y canción, es el libro de los Salmos, verdadero
culmen de la experiencia religiosa de Israel y una de las joyas
poéticas de la literatura universal.
Marco histórico
El libro de los Salmos está formado por ciento cincuenta
oraciones o cantos, de muy diversas épocas y autores, que se
fueron agrupando en distintas colecciones hasta alcanzar su
disposición actual. En la biblia hebrea este libro ocupa el primer
lugar de la tercera parte, conocida como los “Escritos”, y lleva el
nombre de “Tehillim” (alabanzas o himnos). En la versión de la
biblia griega (LXX) adoptó el nombre de libro de los “Salmos” o
“Salterio”, nombres conservados en la versión latina o Vulgata.

Al hablar de la fecha de su composición, hay que distinguir entre


la composición de libro en su conjunto y la composición de los
distintos salmos. En su forma actual, la colección debía existir ya
en el siglo III a.C. (el libro es citado por el Eclesiástico y está
ampliamente difundido en Qumrán). Sin embargo, algunos de los
salmos que la componen son muy antiguos, anteriores incluso al
mismo Israel, que los supo recoger, adaptándolos a su fe y
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necesidades religiosas. Además la presencia de colecciones
menores dentro del conjunto sugiere la posibilidad de que el libro
haya conocido distintas ediciones y agrupe colecciones
particulares. Podemos decir que la historia de la formación del
salterio es la historia del pueblo de Israel, cuyos sucesivos
momentos quedan aludidos o reflejados en los diversos salmos.
Características literarias
También necesita aclaración la numeración de los salmos, que es
doble en la mayoría de los casos: la del texto hebreo tradicional y
la de la traducción griega de los LXX. La diferencia se debe a
algunas anomalías en la transmisión de los salmos. Algunos,
como Sal 9 y 10 son en realidad uno sólo, dividido en dos de forma
arbitraria; otros están duplicados, como Sal 14 y 53. Estas
anomalías no son de extrañar en un proceso de formación y
transmisión que duró muchos siglos.
Tal y como nos ha llegado, el Salterio está dividido en “cinco
libros”, a imitación del Pentateuco: Sal 1-41; 42-72; 73-89; 90-
106 y 107-150.
Los títulos de los salmos no son originales, sino tradicionales, es
decir, fueron añadidos posteriormente por la tradición judía. Sin
embargo, algunos de ellos se remontan a periodos muy antiguos
y pueden servirnos para reconocer antiguas tradiciones judías
sobre el uso de los salmos.
Mensaje religioso

Los salmos se dirigen a Dios, pero también hablan de Dios: de


sus atributos y de sus intervenciones, de la experiencia que el
salmista tiene de su presencia o de su ausencia. Y hablan
también del ser humano y del pueblo de Israel en su relación con
Dios.

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En los salmos se alaba a Dios por lo que es, por su grandeza, por
sus maravillas en la naturaleza y en la historia humana, por su
lealtad, por su fidelidad, por su capacidad inagotable de
perdonar, de hacer justicia, de dispensar sus beneficios al ser
humano y, de modo especial, al pueblo de Israel a lo largo de sus
historia. Se le suplica perdón, la vida, la prosperidad, la
reivindicación de la propia inocencia o el castigo de los malvados.
Los salmos son “la oración de Israel”. Constituyen la experiencia
religiosa de un pueblo plasmada, a lo largo de los siglos, en estas
oraciones apasionadas o serenas, llenas de confianza en el Señor
o de impaciencia porque su intervención salvadora parece
retrasarse. A Dios se le habla de tú a tú, con una increíble
libertad, incluso con descaro en algunas ocasiones. En la oración,
los israelitas gritan de entusiasmo o gimen de dolor, se recrean
en las acciones de Dios y, a veces, casi le exigen una respuesta, o
intentan provocar su ira o su venganza. No hay nada de extraño
en todo ello: el mismo Dios toleraba e intentaba encauzar los
sentimientos, en muchas ocasiones primitivos, de un pueblo que
iba madurando lentamente en su fe y en su comprensión de la
revelación del Dios de infinito perdón y amor.
En Cristo esta revelación llega a su plenitud. El mismo Jesús
bebió y vivió la espiritualidad de los salmos y los utilizó en su
oración, como buen judío. Los primeros cristianos se sirvieron de
ellos para entender el misterio del Dios hecho humano y para
explicarlo en sus catequesis. Como cristianos, su lectura e
interpretación han de hacerse siempre a la luz de Cristo, plena
revelación de Dios.

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CANTAR DE LOS CANTARES
Introducción

Resulta cuando menos desconcertante encontrar en medio de la


Biblia, un poema o una colección de poemas de amor sin la menor
referencia religiosa o moral. Porque ese amor es el que buscan,
siente, sufren y gozan dos enamorados que se atraen con todos
sus encantos posibles, que se hablan con lenguaje íntimo y
atrevido, que se quieren en cuerpo y alma. En el Cantar el amor
se convierte en tema monográfico y exclusivo.
Tema
Un único tema recorre todo el poema del Cantar de los Cantares
o el “supremo cantar”: el amor de dos enamorados. De esto nos
habla este breve libro de canciones para una boda, diálogo de
novios recordando y esperando, de amantes que se buscan,
cantan su amor, se unen, se vuelven a separar y superan las
dificultades para unirse definitivamente.
Durante la semana que sigue a la boda los novios son rey y reina;
si él es Salomón, ella es Sulamita, si él es “pastor de azucenas”,
ella es “princesa de los jardines”. Son canciones con dos
protagonistas por igual. Los amantes, sin nombre declarado, son
todas las parejas del mundo que repiten el milagro del amor.
El amor del Cantar cree en el cuerpo, contempla extasiado el
cuerpo de los amados, y lo canta y lo desea. Es un amor que
rubrica y proclama que todas las criaturas que salieron de la
mano del Creador son buenas, sobre todo, el hombre y la mujer.
Autor y estilo literario
Nada cierto sabemos sobre el autor o autores de las canciones o
sobre el recopilador de la colección. La leyenda dice que su autor
es Salomón y que lo compuso para su boda con una princesa
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egipcia, pero no pasa de ser una leyenda. Los indicios internos
del libro apoyan una fecha de composición posterior,
concretamente hacia el siglo III a.C.
Interpretación del Cantar
Puesto que el Cantar se prestaba a usos profanos, tuvo que ser
“interpretado” para ser recibido en la Biblia. Así es como comenzó
la interpretación alegórica.

Lo más difícil y controvertido ha sido la interpretación de estos


poemas. Desde la exégesis judía, seguida de cerca por la cristiana,
que lo hacía en clave alegórica y simbólica, hasta las más
modernas interpretaciones que podríamos llamar naturalistas.
En la interpretación alegórica, Dios sería el amado y el pueblo la
amada: es el lenguaje que frecuentemente han utilizado también
los profetas. Algunos autores cristianos van más allá: los novios
vendrían a ser Cristo y la iglesia, y todo el libro, una profecía de
las bodas místicas del cordero y su Esposa, tal como aparece en
el Apocalipsis.
Tal interpretación ha coexistido en tiempos modernos con otra
más literal. El Cantar sería lo que parece ser: cantos de amor
humano. La realidad profundamente humana de la relación
amorosa es la que el poeta tiene presente. En el libro no se habla
de Dios, se habla del hombre y la mujer tal como son, han sido y
serán al encontrarse en todos los lugares y en todas las épocas.
A la luz de la revelación, y desde las primeras páginas de la Biblia,
esta realidad humana está marcada por el sello de divino. ¿Qué
mayor significado religioso habría que buscarle?

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LAMENTACIONES
Introducción

En el libro de Lamentaciones la queja desesperada y la súplica


con dolor y lágrimas se convierten en “palabra de Dios”. Pero, ¿no
son el dolor, el sufrimiento y el grito expresión de la ausencia de
Dios? Todo lo contrario: allí donde el ser humano experimenta la
debilidad de su ser, la inconsistencia de su orgullo, la ruptura de
sus mejores sueños e ilusiones o la pérdida de sus seres y
realidades más queridos, allí se da un ámbito más propicio para
el encuentro con Dios, que acepta pacientemente los reproches y
quejas del ser humano, le ofrece su hombro entrañable y amigo y
le abre su regazo cargado de compasión y ternura.
Contexto histórico
Dentro de la Biblia hebrea, Lamentaciones se encuentra en la
tercera parte, denominada “Escritos”. Es uno de los cinco rollos
o libros que se leen en la liturgia sinagogal en fechas
determinadas. La versión griega de los LXX consideraba que
Jeremías era su autor y colocó el libro en la sección profética.

¿Por qué se atribuyó Lamentaciones a Jeremías? Se han invocado


diversas razones: Jeremías anunció repetidas veces la
destrucción de Jerusalén y del templo, lo que le creó fama de
agorero de desgracias y se le atribuyen la composición de elegías.
Además, su predicación está latiendo en algunas frases de este
libro, y su temática y fórmulas tuvieron amplia difusión entre los
desterrados. Pero, a pesar de estas razones, no hay argumentos
críticos que avalen a Jeremías como autor de Lamentaciones. Es
más, las profundas diferencias formales entre ambos libros
descartan tal posibilidad. Como en tantos otros libros de la Biblia,
el autor de Lamentaciones ha quedado en el anonimato.

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En cuanto a la fecha de composición de Lamentaciones tenemos
mejores y más sólidos indicios. La situación que describe y otros
muchos detalles, sugieren una notable cercanía a los trágicos
acontecimientos que culminaron con la destrucción de Jerusalén
y con el comienzo del exilio en el año 587 a.C. Lamentaciones
debió ser escrito en Palestina, después de esta fecha y antes de la
restauración en el 538 a.C., como respuesta a la gran crisis que
hizo tambalear los cimientos de la vida política, social y religiosa
de Israel.
Características literarias

El libro de las Lamentaciones está formado por cinco cantos o


elegías, en su mayoría fúnebres, con un tema central: la
destrucción de Jerusalén y del templo. Las cuatro primeras están
construidas como poemas acrósticos-alfabéticos (cada verso o
estrofa comienza por una de las 22 letras del alfabeto hebreo, y la
quinta tiene tantos versos (22) como letras tiene el alfabeto.
Mensaje religioso
Lo que parecía imposible ha sucedido: Jerusalén ha sido
conquistada, el templo destruido y el pueblo conducido al
destierro. En ocasiones anteriores Dios había intervenido en favor
de su pueblo. ¿Es que ahora ha fallado el Señor? ¿No existe ya
esperanza? Los profetas, entre ellos Jeremías, habían anunciado
el desastre, a causa del pecado y la obstinación del pueblo. No
cabe conspirar, ni pedir ayuda. Sólo cabe presentar al Señor la
dolorosa realidad, aceptada como castigo, y esperar en su poder
y misericordia. Pero la realidad es tan terrible que provoca el
llanto.

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ESCRITOS SAPIENCIALES
INTRODUCCIÓN
1. El fenómeno sapiencial
Más allá de su carácter de disciplina, cualidad o atributo, la
sabiduría representa toda una actitud de personas y pueblos,
cuyo objetivo último es encontrar soluciones y respuestas a las
grandes preguntas, desafíos y misterios de la existencia. La
adquisición y dominio de tal sabiduría llega a constituir un
verdadero arte: el arte de vivir. A través de la sabiduría bíblica, la
realidad y la experiencia, junto al esfuerzo humano por
desentrañarlas, se convierten en lugar privilegiado de revelación
divina.
Mientras los demás libros del AT tienen presente al israelita en
cuanto miembro del pueblo elegido, los libros sapienciales se
dirigen al ser humano universal. Los sabios plantean el problema
del mundo y de la vida en su acepción más universal, más allá de
los límites de un grupo social particular y más allá de las
fronteras.

Han salido a la luz suficientes testimonios para constatar que


tanto en Egipto y Mesopotamia como en Siria y Fenicia, a la
sombra de los templos y de los palacios reales, existían centros
de cultura y escuelas de escribas donde se cultivaba la sabiduría.
En estos ambientes se produjo una abundante literatura
sapiencial, expresada generalmente en forma de instrucciones y
enseñanzas de los reyes, magnates y visires a sus hijos, y de los
escribas a sus alumnos.

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2. Fuentes de la sabiduría
Frente a los profetas que aparecen como portavoces de Dios y
apelan a la revelación como fuente de inspiración, los sabios se
presentan como maestros de sabiduría que se apoyan en la razón,
y sólo secundariamente recurren a la luz sobrenatural. La fuente
primordial de la sabiduría ha sido siempre la experiencia. Así lo
demuestran las colecciones de dichos y sentencias de Proverbios,
que pueden ser consideradas como el refranero israelita y que
hunden sus raíces en la realidad vivida y experimentada. Otro
buen ejemplo lo constituye el Eclesiastés, cuyas reflexiones y
evaluaciones arrancan siempre de los datos aportados por la
observación y la experiencia.

Tras la experiencia, la principal fuente de sabiduría es la


tradición. Por su propia naturaleza, la sabiduría popular, nacida
en el seno de la familia, el clan y la tribu, se transmitía de padres
a hijos, de generación en generación y por tradición oral. También
la sabiduría culta de las escuelas se transmitía, oralmente o por
escrito, de maestros a discípulos.
Los sabios de Israel se han beneficiado también de la estratégica
situación de Palestina, colocada a modo de puente entre Egipto y
Mesopotamia. Por ella han cruzado numerosas veces ejércitos y
caravanas comerciales en una y otra dirección, intercambiando
entre oriente y occidente cultura, ideas y literatura. El
intercambio cultural ha sido, por tanto, otra de las fuentes de la
sabiduría israelita.
3. Doctrina de los libros sapienciales

No es fácil encuadrar la corriente sapiencial dentro de la teología


del AT. El ámbito teológico en el que se mueven los sabios de
Israel no es el ámbito de la elección y la alianza entre Dios e Israel,

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sino el ámbito de la relación entre criatura y Creador. Podemos
hablar así, de una teología de la creación.
La sabiduría y el orden del mundo
Los sabios israelitas tenían el convencimiento de que la vida y la
creación entera se rigen por una leyes y unos principios secretos,
cuya causa última está en Dios, pues ha creado el mundo con un
orden fundamental, que el sabio ha de investigar y desentrañar
para adecuar su conducta a dicho orden y obtener los resultados
derivados de su pleno dominio. De ahí la constante invitación que
hacen los sabios a sus discípulos para que descubran el sentido
profundo de las cosas y el orden latente en la creación para
adaptarse a él y perpetuarlo. Pues, a la postre, el conocimiento y
dominio de tal orden secreto es la clave de acceso a la sabiduría,
a la felicidad y al éxito.
Destino individual y retribución

Uno de los problemas especialmente recurrente en los libros


sapienciales es el de la retribución de la conducta del individuo.
En continuidad con la dialéctica de bendiciones y maldiciones
que sancionaban la alianza, en Israel se profesaba un principio
de retribución colectiva y solidaria: la bondad o maldad de un
individuo tenía repercusiones en el grupo y en los descendientes.
En las inmediaciones del exilio, la idea de retribución colectiva
empieza a dar paso a la idea de retribución individual, según la
cual, cada persona recibía en vida la recompensa adecuada a su
conducta: a los buenos les iría bien y a los malos mal. Sin
embargo, la experiencia desmentía a diario este principio y el
propio Jeremías es testigo del escándalo que supone la
prosperidad de los malvados (Jr 12,1): “Señor, si me pongo a
discutir contigo, tú siempre tienes la razón; y sin embargo quisiera
preguntarte el porqué de algunas cosas. ¿Por qué les va bien a los
malvados? ¿Por qué viven tranquilos los traidores?”.
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Tras el destierro, el interés por el destino del individuo pasa a
ocupar un lugar preferente en la reflexión sapiencial. Pero el
problema de la retribución se hace cada vez más insoluble, hasta
el punto de poner en crisis el optimismo sapiencial (y su confianza
en la sabiduría como medio de acceso a la felicidad y al éxito) y
de cuestionar la misma justicia divina (si Dios es justo, ¿cómo
permite que los malvados prosperen y que los justos sufran
desgracias?). El problema adquiere proporciones tan agudas y
alarmantes como refleja, por ejemplo, el libro de Job.

El problema de la retribución y el destino del individuo más allá


de la muerte reciben nueva luz con las ideas de inmortalidad y la
resurrección, que hacen acto de presencia en Israel durante las
guerras macabeas y encuentran su última formulación en el libro
de la Sabiduría.

LIBROS:
JOB
Introducción
¿Es siempre el dolor consecuencia del pecado del ser humano?
¿Y el sufrimiento del inocente? Pero, ¿puede el ser humano
declararse inocente ante Dios? Estas son algunas de las
preguntas que se plantea el autor del libro de Job. La genialidad
de su autor ha convertido al “paciente Job” de una antigua
leyenda oriental en un Job impaciente e inconformista, que pone
en tela de juicio las afirmaciones de la teología tradicional sobre
los problemas del sufrimiento humano y de la justicia divina; o,
lo que es lo mismo, sobre el problema del ser humano y el
problema de Dios.

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El libro
El libro de Job es un drama con muy poca acción pero mucha
pasión. Es la pasión que el autor ha infundido en su protagonista.
Disconforme con la doctrina tradicional de la retribución, ha
opuesto a un principio un hecho, a una idea una persona. El
autor extrema el caso: hace sufrir a su protagonista inocente,
para que su grito brote desde lo hondo. El sufrimiento de Job
enciende la pasión de su búsqueda y de su lenguaje; ante ellos se
estrellan los discursos de sus tres amigos, que repiten con
variaciones y sin cansarse la doctrina tradicional de la
retribución: el sufrimiento es consecuencia del pecado. En los
diálogos con los amigos, éstos defienden la justicia de Dios como
juez imparcial que premia a buenos y castiga a malos; a Job no
le interesa esa justicia divina, que desmiente su propia
experiencia, y apela a un juicio o pleito con Dios mismo, en el que
aparecerá la justicia del ser humano. Por llegar a este pleito y por
probar su inocencia frente a Dios, Job arriesga su propia vida.
Dios, como instancia suprema, zanja la disputa entre Job y sus
amigos; como parte interpelada, responde y pregunta a Job para
encaminarlo a su misterio.
El libro de Job es singularmente moderno, provocativo, no apto
para conformistas. Es difícil leerlo sin sentirse interpelado y es
difícil comprenderlo si no se toma partido. El autor del libro es
anónimo, que vivió probablemente después del destierro, entre el
fin del siglo V y el comienzo del siglo IV a.C., que se ha alimentado
en el rezo de los Salmos y ha conocido la obra de Jeremías y
Ezequiel.
La verdadera importancia del libro de Job es la experiencia
humana que nos relata y nos transmite desde aquellos tiempos
remotos. En la persona de Job podemos ver reflejados nuestros
momentos de sufrimiento, duda y confusión. Pero la ventaja que
tenemos sobre Job, es que nosotros contamos con un amigo: el
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autor del libro, por cuya boca habla el verdadero amigo que estará
siempre a nuestro lado y cuya lealtad no fallará nunca, Dios.

PROVERBIOS
Forma del libro
Es la obra más típica del cuerpo sapiencial. Bajo el nombre
genérico de “Meshalim”, proverbios, acoge un conjunto de
colecciones de enigmas, sentencias, aforismos, refranes, adagios
e instrucciones de carácter ético y moralizante, a través de los
cuales se transmite una sabiduría popular acumulada durante
siglos. Su presentación estimula el esfuerzo de comprensión del
oyente o lector: brevedad, carácter incisivo o enigmático y forma
rítmica, al mismo tiempo que facilidad de memorización.
Las enseñanzas de esta antología tienen dos ejes principales,
cada uno con dos polos opuestos: “sensato-necio” y “honrado-
malvado”. Los términos no son precisos: en el primero pueden
entrar dotes naturales de inteligencia y perspicacia,
conocimientos adquiridos o destreza en el obrar. Lo mismo
podemos decir del segundo eje, que puede referirse a la
integridad, la justicia o la inocencia. Estos dos ejes se cruzan,
porque la sensatez tiene algo de ético, mientras que la maldad se
considera insensata.
Época de composición y autoría del libro

Por su carácter anónimo y el tamaño minúsculo de sus unidades


es imposible datar los proverbios. Su composición puede abarcar
varios siglos. El prólogo y el epílogo serán obra del recopilador
final y, por tanto, posteriores a las otras colecciones. Que
Salomón diera impulso a esta corriente de proverbios puede ser

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realidad o pura leyenda. En realidad, el libro salta las fronteras y
las épocas.
Mensaje de los Proverbios
La sensatez es una actividad artesana, atribuida al Dios creador
y ofrecida al ser humano para que sea el artífice de su existencia,
para que aprenda el sentido de la vida y dé sentido a su propia
vida. Para ello, el joven inexperto necesita el apoyo de la
experiencia ajena, plural y compartida, que cuaja en refranes,
máximas y aforismos; algunos son propios de escuelas de
maestros, otros, entregados a la libre circulación ciudadana. Dios
está presente en este mundo sapiencial y ético de proverbios:
posee la sabiduría y concede la sensatez al ser humano; con su
aprobación y reprobación consolida el mundo ético.

De una sabiduría a ras de tierra, el libro va ganando en altura


hasta colocar en 8,22-31 a la Sabiduría personificada en la esfera
celeste de sus orígenes. Aunque no es Dios ni una divinidad,
procede de Dios y precede al mundo; posterior a Dios y anterior
al universo, inferior a Dios y superior al mundo. El poeta la
presenta como personaje que nace, aprende, actúa, pero esto no
quiere decir que el poeta se refiera a un ser personal existente
fuera del poema.

ECLESIASTÉS (QOHÉLET)

Este pequeño librito sapiencial que recoge las reflexiones del


sabio Qohélet, puede resultar un tanto desconcertante. Ante el
desatado optimismo de la tradición sapiencial y su confianza
ilimitada en las posibilidades de la sabiduría, se alza una voz
escéptica y crítica que disiente abiertamente de dicha tradición, y
trastorna el universo de conocimientos, actitudes y valores que
los sabios de Israel habían acuñado y canonizado.
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Contexto histórico
Es muy poco lo que sabemos del autor del Eclesiastés. Sólo nos
ha llegado una alusión artificial, un misterioso apelativo y una
breve nota biográfica. La alusión a Salomón es un tópico muy
socorrido en la literatura sapiencial. El apelativo “qohélet”
(traducido por Eclesiastés en las versiones griega y latina) parece
hacer referencia a una función en la asamblea (qahal): designaría
al que la convoca, al director o al orador. Un poco más específica
es la nota biográfica introducida al final por algún discípulo (Ecl
12,9-11): Qohélet fue un sabio, investigador tenaz, autor prolífico
y buen escritor. En resumen, un maestro del pueblo.
En cuanto a la época de composición, la mayoría de los indicios
(hebreo tardío, abundancia de arameísmos, posibles contactos
con corrientes griegas) apuntan hacia el siglo III a.C. más cerca
del final que del principio. Era conocido en Qumrán y, en cambio,
no gozó de mucha aceptación en algunos círculos judíos. El
ambiente en que se mueven Qohélet y sus destinatarios es,
presumiblemente, la Jerusalén del siglo III a.C., y más en
concreto, sus clases media y alta, acosadas por preocupaciones y
contradicciones económicas, sociales y religiosas, que sin renegar
de sus antiguas tradiciones han acogido las nuevas aportaciones
del helenismo, contrastando su propia sabiduría con el acervo
sapiencial del antiguo Oriente Próximo.
Claves teológicas

Qohélet parte de un interrogante casi programático: “¿Qué


provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el
sol?”, y a partir de ahí va trabando sus reflexiones sobre los
valores y pretensiones del ser humano: sabiduría, trabajo,
riqueza, hacienda, placeres, fama, religiosidad, justicia, dominio
de la obra de Dios o descubrimiento de la ocasión propicia,
subrayando la cara negativa y los límites de estas realidades
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tradicionalmente valoradas como positivas. Su diagnóstico, en
abierta oposición a la sabiduría clásica, no puede ser más
desalentador: el ser humano no logra en ello provecho o felicidad
alguna, porque todo es vanidad, vacío, absurdo. La doctrina de la
retribución queda en entredicho.
Es verdad que Qohélet concede ciertas ventajas a la sabiduría, al
trabajo diligente, a la riqueza provechosa o a la religiosidad
moderada. Pero son sólo débiles destellos en la noche de la
vanidad, pues no deja al individuo más salida que aferrarse a su
tabla de náufrago, el repetido “único bien”, las pocas migajas de
felicidad posible, reconociendo que, al final, son don de Dios y la
precaria recompensa a tantos trabajos, preocupaciones y
sinsabores.
¿Y Dios qué lugar ocupa en el complejo y sombrío panorama de
sus reflexiones? El Dios de Qohélet es, ante todo, creador y juez.
Desde esa clave, el autor nos habla de las obras de Dios,
inaccesibles a los humanos; de su gobierno del tiempo y la
eternidad, que el ser humano no logra desentrañar; de su juicio
sobre las acciones de los seres humanos, aunque sin perspectiva
trascendente; y de los sencillos bienes que otorga, según su libre
voluntad, como recompensa. Por ello, la actitud adecuada del ser
humano ha de ser la de someterse a la voluntad de Dios.

ECLESIÁSTICO (SIRÁCIDA) (deuterocanónico)


El libro del Eclesiástico, llamado así por el frecuente uso que de
él se hizo en las asambleas cultuales (ekklesiai) de los primeros
siglos cristianos, es el único libro del AT que lleva la firma de su
autor: Simón, hijo de Jesús Ben Sirá. Esta obra constituye el
ejemplo más completo de la literatura sapiencial judía existente,
y tiene semejanzas con el libro de Proverbios. Pero, a diferencia

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de éste, en Eclesiástico está claro que se trata de la obra de un
solo autor, lo que hace de este libro algo más que una simple
colección de máximas.
Autor y fecha de composición
El título del libro y la firma del autor se encuentran en la parte
final de la obra (50,27-29), como en el Eclesiastés. Bajo el título
encontramos reunidos varios términos sapienciales: enseñanza,
consejo, prudencia, sabiduría. El autor es “Simón, hijo de Jesús,
hijo de Eleazar, hijo de Sirá”, hombre culto y experimentado,
conocedor por sus viajes, de diversos pueblos y culturas.
El libro fue compuesto en hebreo hacia el año 197 a.C. para
reafirmar a los judíos de la Diáspora en la fidelidad a la Ley y a la
tradición de sus mayores, frente a la influencia generalizada de la
cultura helenista. El texto hebreo desapareció pronto, quizás por
no ser considerado como canónico por una parte de la tradición
judía. Desde finales del siglo XIX hasta la fecha, han ido
apareciendo en diversos lugares fragmentos sueltos del original
hebreo que equivalen a dos tercios de la obra completa.
La traducción griega, hacia el año 132 a.C., se debió al nieto de
Ben Sirá. El abuelo había escrito en una lengua hebrea más bien
académica, según los módulos formales hebreos. El nieto traduce
al griego, lengua culta de estructura y estilo bien diversos. Cuenta
con el antecedente de otros libros traducidos al griego. Su
aclaración parece tener un tono apologético frente a los clásicos
de la literatura griega: quiere salvar el prestigio del abuelo y de la
literatura de su pueblo.

La “Sabiduría de Ben Sirá”, fue aceptado como canónico por la


tradición cristiana primitiva que aceptó los textos de la LXX,
siendo excluido de la biblia hebrea y de la mayoría de las biblias
protestantes.

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Mensaje religioso
Con Jesús Ben Sirá llegamos a un ejercicio profesional del saber,
practicado en una escuela. Según sus confesiones en el libro, el
autor se ha dedicado al estudio, enseñanza y exposición de lo que
era tradicionalmente la sabiduría, sensatez o prudencia.
Mantiene como fuentes del saber la experiencia, la observación y
la reflexión; al mismo tiempo subraya el valor de la tradición y la
necesidad de la oración.

En su tiempo la sabiduría consistía en buena parte en el estudio


y comentario de textos bíblicos, narrativos y legales. De ordinario
no cita explícitamente el texto comentado, se contenta con
aludirlo; supone, quizás, que sus discípulos lo conocen. Al final
del libro ofrece un breve resumen de historia, en forma de tratado
de vidas ilustres.
El principio de su doctrina consiste en una correlación: lo
supremo de la sabiduría es el respeto o reverencia de Dios, y esto
se traduce en el cumplimiento de la Ley, sobre todo en lo que
respecta a la justicia y misericordia con los débiles y necesitados.
Es en Israel donde esta sabiduría se ha hecho presente y
operante.
Hombre tradicionalmente piadoso y humano, Ben Sirá sabe
inspirar la piedad y la confianza en Dios a sus oyentes. De todas
formas, el horizonte en que se mueve su enseñanza no va más
allá de la vida presente donde, según la doctrina de la retribución,
Dios recompensará a quien le permanece fiel y castigará a los
malvados.

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SABIDURÍA (deuterocanónico)
El libro de la Sabiduría es, cronológicamente, el último del AT.
Con él nos situamos prácticamente en los umbrales del tiempo de
Jesucristo y en plena época de difusión de la lengua y cultura
griegas. Al margen de su influjo negativo, el helenismo aportó
importantes novedades al judaísmo: universalizó la Biblia
(traducida al griego en la versión de los LXX) y abrió el
pensamiento judío a las ideas griegas, provocando un diálogo
enriquecedor que más tarde se extendería al NT y a la iglesia. Uno
de los mejores frutos de ese diálogo es el libro de la Sabiduría. En
él las ideas platónicas de la inmortalidad del alma contribuyen
decisivamente a perfilar la doctrina de la resurrección y a
solucionar así uno de los grandes problemas de la corriente
sapiencial (y de toda la teología del AT): la recompensa o
retribución de la conducta humana.
Contexto histórico

Este libro, que no aparece en la Biblia hebrea, es conocido en la


versión griega de los LXX como “Sabiduría de Salomón”. La
traducción latina de la Vulgata lo tituló “Sabiduría” y así ha
pasado a las traducciones actuales.
Aunque el autor se presenta como el rey Salomón, se trata solo
de un recurso de pseudonimia, muy utilizado en la literatura
sapiencial y en el resto de la Biblia. En virtud de su fama de rey
sabio se atribuyen a Salomón varios libros sapienciales, como se
atribuyen los salmos a David o la Ley a Moisés. La diversidad de
estilo de las tres grandes partes del libro ha sugerido la hipótesis
de varios autores, que hoy es desechada, reconociendo en el
conjunto una misma cultura y una sola personalidad literaria. A
partir de los datos internos del libro podemos deducir que su
autor fue un judío de la diáspora egipcia, probablemente de
Alejandría, profundamente identificado con las tradiciones de sus
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antepasados y familiarizado con la versión de los LXX. Conoce
Egipto y sus peculiares formas de idolatría, y domina con soltura
y estilo la lengua griega helenística. La fecha de composición
oscila entre los años 150 y 30 a.C.
El ambiente que refleja el libro parece identificarse con la
diáspora judía en Egipto, concretamente en la ciudad de
Alejandría. Diversos factores culturales (ideas y tendencias de
origen griego, como el estoicismo y el epicureísmo) y religiosos
(variedad de formas cúlticas e idolátricas, doctrinas de salvación)
y cierto clima de hostilidad y persecución (algunos judíos han
llegado a apostatar y otros están a punto de hacerlo; Sab 2,1-20),
dificultan a la comunidad judía su fidelidad a la religión de los
antepasados. En este contexto, la finalidad del autor habría sido
doble: en primer lugar, ayudar a los judíos a mantenerse firmes
en su fe, mostrando la guía providente de Dios en la historia,
destacando las excelencias de la religión judía frente a otras
formas idolátricas y proclamando la retribución en el más allá de
los justos perseguidos; y en segundo lugar, poner en contacto la
cultura griega con la tradición judía.
Mensaje religioso

El libro de la Sabiduría es el más importante tratado de teología


política del AT. Si lo preferimos, podemos decir que es un tratado
sobre la justicia en el gobierno, con argumentación teológica y
orientación doctrinal. Ni manual práctico ni tratado profano.

El teme de la justicia está muy presente en la literatura


sapiencial. Dirigirse a los gobernantes, israelitas o extranjeros,
que lo quieran leer, no es una fantasía desatinada. Otros lo
habían hecho antes, aunque aquí, quizás el autor lo hace con una
conciencia más lúcida y también con mayor acierto. No es extraño
que su obra tuviera más lectores judíos que paganos, más
súbditos que gobernantes; los que gobiernan son siempre menos.
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El discurso sobre la justicia, sobre todo si es crítico, es provocado
muchas veces por la práctica de la injusticia, sobre todo de la
“injusticia establecida”, de los que dictan sentencias en nombre
de la ley. Es probable que los judíos de la diáspora alejandrina
tuvieran que sufrir discriminaciones, opresión y vejaciones a
manos de gobernantes griegos o romanos. También pudieron
unirse a esos opresores judíos renegados e influyentes.
El libro no especifica el grupo étnico de los destinatarios, pues
quiere atravesar fronteras. Tampoco disimula su actitud crítica,
que estriba en la justicia de Dios. La denuncia profética se hace
aquí crítica sapiencial.
A diferencia de otros libros sapienciales, el auto de Sabiduría se
mueve ya en otro horizonte, el del destino inmortal del ser
humano: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a
semejanza de su propio ser” (2,23). Es la clara respuesta a la
angustia del mal y del dolor de Job y del Eclesiastés.
Es desde este horizonte que el autor nos habla de Dios como ser
trascendente, omnipotente, creador de todo, pero también
misericordioso y providente; cuya bondad rebasa los límites de
Israel y abarca a toda la familia humana: “a todos perdonas
porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (11,26). Y también nos
habla del ser humano, que debe rendir culto a Dios haciendo su
voluntad y caminando por sus sendas, gracias al don de la
Sabiduría o Palabra o Espíritu de Dios. Estamos ya en los
umbrales de la “Gracia” del Evangelio.

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