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DE DOCTRINA CHRISTIANA

LIBER III

DE CÓMO SE HA DE QUITAR LA AMBIGÜEDAD POR LA DISTINCIÓN DE LAS PALABRAS

2. Cuando las palabras propias hacen ambigua la Santa Escritura, lo primero que se ha de ver
es si puntuamos o pronunciamos mal. Si, prestada la atención necesaria, todavía aparece
incierto cómo haya de puntuarse o pronunciarse, consulte el estudioso las reglas de la fe que
adquirió de otros lugares más claros de la Escritura o de la autoridad de la Iglesia, de cuyas
reglas tratamos bastante al hablar en el primer libro sobre las «cosas». Pero si ambos sentidos
o todos, en el caso de que hubiere muchos, resultan ambiguos sin salirnos de la fe, nos resta
consultar el contexto de lo que antecede y sigue al pasaje en donde está la ambigüedad, a fin
de que veamos a qué sentido de los muchos que se ofrecen favorezca y con cuál se armoniza
mejor.

3. Consideremos algunos ejemplos. Sea el primero aquella puntuación herética: En el


principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y Dios era. El Verbo este estaba en el
principio en Dios. Escrito así, tenemos un sentido distinto al verdadero, por el cual se
pretende no confesar la divinidad del Verbo. Semejante puntuación debe rechazarse en virtud
de la regla de la fe, que nos prescribe confesar la igualdad de la Trinidad. Y, por lo tanto,
puntuaremos de este modo ...y el Verbo era Dios. Y añadamos a continuación: Éste estaba
en el principio en Dios1.

4. Caso distinto de ambigüedad procedente de la puntuación, que de ningún modo se opone


a la fe y, por consiguiente, debe resolverse por el mismo contexto de la sentencia, existe
donde dice el Apóstol:No sé qué he de escoger; porque de ambos lados me veo apremiado;
tengo vehemente deseo de ser desatado y estar con Cristo, porque esto es con mucho lo
mejor; pero permanecer en la carne es necesario para vosotros2. Lo dudoso es si se ha de
entender de ambos lados tengo vehemente deseo, osoy apremiado de ambos lados, de modo
que a esto se añada: Tengo vehemente deseo de ser desatado y estar con Cristo. Mas como
prosigue diciendo porque esto es con mucho lo mejor, se ve claramente que San Pablo dice
que tenía vehemente deseo de esto mejor, de suerte que al ser empujado de ambos lados,
tenía del uno deseo y del otro necesidad; deseo de estar con Cristo; necesidad de permanecer
en la carne. Esta ambigüedad se resuelve con sólo la palabra que sigue: Enim, porque, que se
halla en el texto. Los traductores que suprimieron esta palabra lo hicieron más bien llevados
por la sentencia en la que se diese a entender que el Apóstol no sólo se sentía apremiado de
ambos lados, sino también que tenía gran deseo de ambas. La puntuación ha de ser la
siguiente: No sé qué cosa elija; me veo apremiado de ambos lados, y a esta puntuación
sigue tengo deseo de ser desatado y estar con Cristo. Y como si se le preguntara por qué
tenía más bien deseo de esto último, dice porque esto es con mucho lo mejor. Pero entonces,
¿por qué se ve apremiado de dos cosas? Porque tenía necesidad de quedarse, según
añadió: Permanecer en la carne es necesario por vosotros.

5. Cuando ni por la prescripción de la fe ni por el contexto del discurso puede resolverse la


ambigüedad, nada impide puntuar conforme a cualquiera de los sentidos que se presentan.
Tal acontece con aquel pasaje de la epístola a los Corintios: Teniendo estas promesas,
amados míos, purifiquémonos de toda mancha de carne y de espíritu, perfeccionando la
santidad en el temor de Dios. Dadnos cabida: a nadie hemos agraviado3. Es ciertamente
dudoso si se ha de leer, purifiquémonos de toda mancha de carne y espíritu, concordando
con aquella sentencia del apóstol que dice en otro lugarque sea santo en el cuerpo y en el
espíritu4; o se ha de separar así: Purifiquémonos de toda mancha de carne; y luego, haciendo
otra sentencia, digamos: Y perfeccionando la santidad del espíritu en el temor de Dios,
dadnos cabida. Tales ambigüedades de puntuación quedan al arbitrio del lector.

CAPÍTULO III

DE CÓMO SE HAN DE QUITAR LAS AMBIGÜEDADES PROVENIENTES DE LA PRONUNCIACIÓN.


EN QUÉ DIFIEREN LA INTERROGACIÓN Y LA PREGUNTA

6. Las reglas que dimos sobre la ambigüedad nacida de la puntuación deben también
observarse en la ambigüedad proveniente de la pronunciación. Pues, a no ser que por la
demasiada negligencia del lector se vicien las palabras, pueden corregirse, o por las reglas de
fe, o por el contexto de lo que antecede o sigue. Si ninguno de estos medios aplicados a la
corrección corrigen la ambigüedad, de tal modo que aun quedara dudosa la pronunciación,
entonces, de cualquier forma que el lector pronuncie, no será culpable. Si la fe, por la que
creemos que Dios no ha de acusar a sus elegidos, ni Cristo condenarlos, no lo impidiese,
pudiera pronunciarse el siguiente texto con una pregunta y una respuesta afirmativa de este
modo: ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?, de suerte que a esta interrogación siguiera la
respuesta: Dios que los justifica. Y de nuevo preguntando: ¿Quién hay que los condene?, se
respondiese: Cristo Jesús que murió. Pero como creer esto es una locura, de tal modo se debe
pronunciar, que preceda una pregunta y siga una interrogación. Entre pregunta (percontatio)
e interrogación (interrogatio) dijeron los antiguos que existía esta diferencia: Que a la
pregunta se pueden dar muchas respuestas, pero a la interrogación sólo se responde: sí o no.
Se pronunciará, pues, el pasaje citado, de modo que después de la pregunta ¿quién acusará
a los elegidos de Dios?, se enuncie lo que sigue en tono interrogante: ¿Dios que justifica?, de
suerte que tácitamente se responda: No. Igualmente preguntaremos: ¿Quién hay que los
condene?, y volviendo a interrogar diremos:¿Cristo Jesús que murió, mejor dicho, que
resucitó, que está sentado a la diestra de Dios y que intercede por nosotros?5, a lo cual
también tácitamente se responda: No. Por el contrario, en aquel pasaje donde dice el
Apóstol: ¿Qué diremos? Que los gentiles, que no iban en busca de la justicia, alcanzaron
justicia6; si después de la pregunta «¿qué diremos?» no se añadiera como respuesta «que los
gentiles, que no iban en busca de la justicia, alcanzaron justicia», no tendría el contexto que
sigue sentido perfecto. No veo con qué entonación se pronuncie lo que dijo Natanael: De
Nazaret puede haber algo bueno7; si en sentido afirmativo, de tal modo que únicamente lleve
interrogante «¿de Nazaret?»; o bien todo con la duda de interrogante. Pues ni uno ni otro
sentido son contrarios a la fe.

7. Hay asimismo ambigüedad en el sonido obscuro de las sílabas; y, por lo tanto, esto también
pertenece a la pronunciación. Así el verso del salmo non est absconditum a te os meum, quod
fecisti in abscondito8, no se patentiza al lector si la sílaba os ha de pronunciarse breve o larga.
Si se la abrevia, es el singular de «ossa», huesos; si se alarga es el de ora, bocas. Pero tales
ambigüedades se resuelven consultando la lengua original. Y el texto griego no
dice stoma boca, sino osteon hueso. De aquí que muchas veces el lenguaje del vulgo es más
útil para expresar las cosas que la pulcritud literaria. Yo más quisiera decir cometiendo un
barbarismo «non est absconditum a te ossum meum»,no se halla escondido para ti mi hueso,
que ser menos claro por ser más latino. Algunas veces el sonido dudoso de una sílaba se
aclara por otra palabra cercana que pertenece a la misma sentencia, como en aquel pasaje del
apóstol San Pablo: Quae praedico vobis, sicut praedixi, quoniam qui talia agunt, regnum,
Dei non possidebunt9, los que hacen las cosas que os digo, como ya os lo dije, no poseerán
el reino de los cielos. Si hubiera dicho solamente quae praedico vobis, y no hubiera
añadido sicut praedixi, sería necesario recurrir al códice de la lengua original para saber si
en la palabra «praedico» la sílaba segunda era larga o breve, pero ahora ya está claro que es
larga, pues no dijo sicut praedicavi, sino sicut praedixi.

CAPÍTULO IV

DE CÓMO SE HA DE ESCLARECER OTRO GÉNERO DE AMBIGÜEDAD

8. No sólo estas, sino también aquellas otras ambigüedades que no provienen de la


puntuación o pronunciación, deben ser examinadas de modo semejante. Así, veamos aquel
pasaje del Apóstol a los Tesalonicenses: Propterea consolati sumus, fratres, in vobis10, por
eso nos hemos consolado, hermanos, en vosotros. Es dudoso si se ha de entender «o fratres»
en vocativo, u «hos fratres» en acusativo, aunque ni una ni otra lectura se opone a la fe. Pero
la lengua griega no tiene estos dos casos iguales; por eso, consultando el texto griego, se ve
que «fratres» es vocativo. Si el intérprete hubiera preferido traducir «propterea
consolationem habuimus fratres in vobis», no se hubiera ajustado tanto a las palabras, pero
se dudaría menos del sentido; o si hubiera añadido nostri, casi nadie hubiera dudado ser
vocativo, al oír «propterea consolati sumus, fratres nostri, in vobis»; pero el añadir es
concesión más peligrosa. Así aconteció en aquella sentencia de San Pablo a los
corintios: Quotidie morior, per vestram gloriam, fratres, quam habeo in Christo Jesu, cada
día muero, hermanos, por vuestra gloria, la cual tengo en Cristo Jesús11. El traductor dice
así: «Quotidie morior, per vestram juro gloriam», porque en el texto griego se halla sin
ambigüedad la palabra ne propia del juramento. Difícil y rarísimamente podrá hallarse
ambigüedad en las palabras propias, por lo que a los libros divinos se refiere, que no pueda
resolverse, o por el contexto del discurso, que nos manifiesta la intención del escritor; o por
el cotejo de los traductores, o por el examen de la lengua del texto original.

CAPÍTULO V

ES UNA LASTIMOSA SERVIDUMBRE TOMAR AL PIE DE LA LETRA LAS LOCUCIONES


FIGURADAS DE LA ESCRITURA

9. Las ambigüedades provenientes de las palabras metafóricas o trasladadas, de las que a


seguida vamos a tratar, requieren un cuidado y diligencia no medianos. Lo primero que
hemos de evitar es el tomar al pie de la letra la sentencia figurada; por eso el Apóstol dice: La
letra mata, el espíritu vivifica12. Cuando lo dicho figuradamente se toma como si se hubiera
dicho en sentido literal, conocemos sólo según la carne. Ninguna cosa puede llamarse con
más exactitud muerte del alma, que sometimiento de la inteligencia a la carne siguiendo la
letra, por cuya facultad el hombre es superior a las bestias. El que sigue la letra entiende las
palabras trasladadas o metafóricas como si fueran propias, y no sabe dar la significación
verdadera a lo que está escrito con palabras propias. Si oye, por ejemplo, la palabra «sábado»
no entiende otra cosa, sino uno de los siete días que continuamente se repiten en el
desenvolvimiento del tiempo; y cuando oye la palabra «sacrificio» no trasciende con el
pensamiento más allá del que suele hacerse de víctimas de animales o de frutos de la tierra.
En fin, es una miserable servidumbre del alma tomar los signos por las mismas cosas, y no
poder elevar por encima de las criaturas corpórea el ojo de la mente para percibir la luz eterna.

CAPÍTULO X

DE CÓMO SE CONOCE LA LOCUCIÓN FIGURADA. REGLA GENERAL

14. A la observación que hicimos de no tomar la expresión figurada, es decir, la trasladada,


como propia, se ha de añadir también la de no tomar la propia como figurada. Luego lo
primero que se ha de explicar es el modo de conocer cuándo una expresión es propia o
figurada. La regla general es que todo cuanto en la divina palabra no pueda referirse en
un sentido propio a la bondad de las costumbres ni a las verdades de la fe, hay que
tomarlo en sentido figurado. La pureza de las costumbres tiene por objeto el amor de
Dios y del prójimo; y la verdad de la fe, el conocimiento de Dios y del prójimo. En cuanto
a la esperanza, cada uno la tiene diferente en su propia conciencia, conforme se da
cuenta que aprovecha en el conocimiento y en el amor de Dios y del prójimo. De todo lo
cual se trató en el libro primero.

15. Pero como el género humano propende a juzgar los pecados no por la gravedad de la
misma pasión sino más bien por la costumbre y uso de su tiempo, sucede muchas veces que
cada uno de los hombres únicamente juzga reprensibles aquellos pecados que los hombres
de su tiempo y región acostumbraron a vituperar y condenar; y sólo aprueban y alaban las
acciones que como tales admite la costumbre de aquellos que viven con él. De aquí resulta
que, si aquellos a quienes la autoridad de la divina palabra tiene ya convencidos encuentran
en la Escritura que manda algo que se opone a las costumbres de los oyentes, o vitupera lo
que tales costumbres no reprueban, lo juzgan como expresión figurada. Mas la Escritura no
manda, sino la caridad; ni reprende, sino la codicia, y de este modo forma las costumbres de
los hombres. Igualmente, si el rumor de un error se ha apoderado del ánimo, todo cuanto la
Escritura afirme en contrario lo toman los hombres por expresión figurada. Pues bien, la
Escritura no afirma en todas las cosas presentes, pasadas y futuras, sino únicamente la fe
católica. Narra las cosas pasadas, anuncia las venideras y muestra las presentes, pero todo
esto se encamina a nutrir y fortalecer la misma caridad, y a vencer y a extinguir la codicia.

16. Llamo caridad al movimiento del alma que nos conduce a gozar de Dios por Él mismo,
y de nosotros y del prójimo por Dios. Y llamo codicia al movimiento del alma que arrastra
al hombre al goce de sí mismo y del prójimo y cualquiera otra cosa corpórea sin preocuparse
de Dios. Lo que hace la indómita concupiscencia o codicia para corromper su alma y su
cuerpo se llama vicio o maldad; y lo que hace para dañar al prójimo se llama agravio o
iniquidad. Aquí están patentes los dos géneros que hay de pecados; pero las maldades o vicios
son anteriores. Cuando éstos han devastado el alma y la han reducido a la pobreza y miseria,
se lanza a las iniquidades o agravios para remover con ellos los obstáculos de los vicios, o
para buscar apoyo a fin de cometerlos. Asimismo, lo que hace la caridad en provecho propio
se denomina utilidad; y lo que ejecuta en provecho del prójimo, beneficencia; pero la utilidad
precede a la beneficencia porque nadie puede aprovechar a otro con aquello que él no tiene.
Cuanto más se destruye el imperio de la concupiscencia tanto más se acrecienta el de la
caridad.

CAPÍTULO XI

REGLA PARA ENTENDER LAS LOCUCIONES QUE EXHALAN CRUELDAD Y, NO OBSTANTE, SE


ATRIBUTEN A DIOS O A SUS SANTOS

17. Todo lo que en las Santas Escrituras se lee de áspero y cruel en hechos y dichos
atribuyéndolo a Dios o a los santos sirve para destruir el imperio de la concupiscencia o
codicia. Cuando esto es claro y patente, no se ha de aplicar a otra cosa como si se hubiera
dicho figuradamente. Así es aquello que dijo el Apóstol: Atesoras ira para el día de la
venganza y de la manifestación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada uno según sus
obras. A los que perseveraron en el bien obrar buscando la gloria, el honor y la corrupción,
se les dará la vida eterna; a quienes son contenciosos y desconfían de la verdad y creen a la
iniquidad, se les otorgará la ira y la indignación. La tribulación y la angustia serán para
toda alma del hombre que obra el mal, ante todo para el judío y el griego19. Todo esto lo
dice el Apóstol de aquellos que perecerán con la misma concupiscencia porque no quisieron
vencerla. Mas cuando el imperio de la concupiscencia ha sido destruido en el hombre sobre
quien antes mandaba, entonces se cumple aquella evidente sentencia: Los que son de
Jesucristo crucificaron su carne con sus pasiones y apetitos20. Ciertamente que en estos
pasajes se hallan algunas palabras metafóricas, como son ira de Dios y crucificaron; pero ni
son tantas, ni de tal modo traídas que obscurezcan el sentido y constituyan una alegoría o
enigma, que es lo que llamo propiamente expresión figurada. Lo que se dijo a Jeremías: He
aquí que hoy te constituí sobre los pueblos y las naciones para que arranques y destruyas,
desbarates y derrames21, sin duda toda esta expresión no es figurada y debe referirse al fin
que dijimos.

CAPÍTULO XII

REGLA PARA ENTENDER LOS DICHOS Y HECHOS QUE PARECEN INICUOS, A JUICIO DE LOS
IGNORANTES, ATRIBUÍDOS A DIOS O A LOS SANTOS. LOS HECHOS DEBEN JUZGARSE POR LAS
CIRCUNSTANCIAS

18. Las cosas que a los ignorantes les parecen delitos, ya se trate de palabras o hechos que la
Escritura aplica a Dios o a los hombres, cuya santidad nos recomienda ella misma, se han de
tener todas ellas por locuciones figuradas que encierran secretos, los cuales deben
esclarecerse para sustento de la caridad. Todo el que usa de las cosas transitorias con más
moderación que aquella que exigen las costumbres de los que viven con él, o es un penitente
o un supersticioso; pero el que usa de ellas de modo que traspasa los límites de la costumbre
de los hombres buenos entre quienes convive, o manifiesta algo simbólico o es un vicioso.
Porque en todas estas cosas no está la culpa en el uso de ellas, sino en la pasión viciosa del
que las usa. Así, ningún hombre de juicio pensará en modo alguno que la mujer que ungió
los pies del Señor con el ungüento precioso22 lo hizo al modo como suelen hacerlo los
hombres malvados y lujuriosos en sus banquetes lascivos que detestamos. El buen olor es la
buena fama, y el que siguiendo las huellas de Cristo la adquiere con las obras de su buena
vida, unge en cierto modo los pies del Señor con preciosísimo ungüento. Asimismo, lo que
en otras personas es no pocas veces un vicio, en una persona divina o profética es signo de
una cosa grande. Una cosa es sin duda juntarse el hombre en las depravadas costumbres a
una ramera, y otra distinta que lo haga en sentido profético Oseas23. No porque en los
convites se desnuden pecaminosamente los cuerpos de los borrachos y lascivos, será pecado
estar desnudo en los baños.

19. Por lo tanto, es necesario considerar con cuidado qué cosa convenga a cada lugar, tiempo
y persona para no condenarla temerariamente por vicio. Puede suceder que, sin asomos de
glotonería o voracidad, un hombre sabio coma un manjar exquisito, y en cambio, un necio
arda en la llama de feísima gula ante un vil manjar. Todo hombre prudente preferirá comer
un pez al modo de Cristo24, que no lentejas al modo de Esaú, nieto de Abrahán25; o cebada
como las caballerías. No porque muchas bestias se sustenten con alimentos más viles, por
eso son más morigeradas en la comida que nosotros. En todas las cosas de esta especie, se ha
de aprobar o reprobar lo que hacemos atendiendo, no a la naturaleza de las cosas que usamos,
sino al motivo de su uso y al modo de apetecerlas.

20. Los antiguos justos, contemplando el reino de la tierra, se imaginaban el reino celestial y
lo profetizaban así. La causa de la necesidad de sucesión hacía inculpable la costumbre de
que un hombre pudiera tener muchas mujeres a la vez26; por la misma razón no se tenía por
honesto el que una mujer pudiera tener muchos maridos. Como la mujer no es más fecunda
por tener muchos maridos, por eso más bien es torpeza de ramera buscar ganancia o hijos
públicamente. La Sagrada Escritura no culpa lo que en este linaje de costumbres hacían los
santos de aquel tiempo sin liviandad, aunque eran cosas que no pueden hacerse ahora sino
por liviandad. Además, todo lo que allí se nos cuenta referente a esto, ya sea tomado en
sentido propio o histórico, ya en figurado o profético, se ha de interpretar teniendo por fin el
amor de Dios o del prójimo, o el de los dos a la vez. Porque así como entre los antiguos
romanos era un escándalo llevar la túnica hasta los tobillos y con mangas, y ahora no lo es
cuando la visten gentes de alcurnia, al parigual, en todo el demás uso de las cosas se ha de
procurar advertir que no intervenga la liviandad, la cual no sólo abusa perversamente de las
costumbres de aquellos entre quienes vive, sino que también muchas veces, traspasando sus
límites, manifiesta en su brote maligno la fealdad que se oculta dentro del recinto de las
costumbres legítimas.

CAPÍTULO XV

REGLA QUE DEBE OBSERVARSE EN LAS LOCUCIONES FIGURADAS

23. Así, después de haber sido ya destruida la tiranía de la concupiscencia, reina la caridad
con las justísimas leyes del amor de Dios por Dios, y de sí mismo y del prójimo por Dios.
Para ello, se ha de observar en las locuciones figuradas la regla siguiente, que ha de
examinarse con diligente consideración lo que se lee, durante el tiempo que sea necesario
para llegar a una interpretación que nos conduzca al reino de la caridad. Mas si la expresión
ya tiene este propio sentido, no se juzgue que allí hay locución figurada.

CAPÍTULO XVI
REGLA SOBRE LAS LOCUCIONES PRECEPTIVAS

24. Si la locución es preceptiva y prohíbe la maldad o vicio, o la iniquidad o crimen, o manda


la utilidad o la beneficencia, entonces la locución no es figurada. Pero si aparenta mandar la
maldad o la iniquidad, o prohibir la utilidad o beneficencia, en este caso es figurada. Dice el
Señor: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida
en vosotros28. Aquí parece mandarse una iniquidad o una maldad; luego es una locución
figurada por la que se nos recomienda la participación en la pasión del Señor, y se nos
amonesta que suave y útilmente retengamos en nuestra memoria que su carne fue llagada y
crucificada por nosotros. Asimismo dice la Escritura: Si tu enemigo está hambriento dale de
comer, si tiene sed dale de beber. Nadie duda que aquí se manda la beneficencia; pero en lo
siguiente: Haciendo esto amontonarás carbones de fuego sobre su cabeza29,tal vez pensarás
que se te manda la iniquidad de un maleficio; pues no dudes que se dijo figuradamente. Si
puedes interpretarlo en doble sentido, en el de hacer daño y en el de prestar un beneficio,
inclínete más bien la caridad a la beneficencia; de suerte que entiendas que los carbones de
fuego son los gemidos ardientes de la penitencia, con los cuales se cura la soberbia de aquel
que se duele de haber sido enemigo del hombre por quien se ve socorrido de su miseria.
Igualmente cuando dice el Señor: Quien ama su alma, la perderá30, no se ha de pensar que
prohíbe nuestra propia utilidad por la que cada uno ha de conservar su alma, sino que
figuradamente se dijo «la perderá», a saber, que ha de perder y destruir el uso de ella que
hace en esta vida, es decir, el uso indebido y perverso por el que se inclina a las cosas
temporales de modo que no busca las eternas. También se escribió da al misericordioso y no
recibas al pecador31; la última parte de esta sentencia parece prohibir la beneficencia, pues
dice no recibas al pecador, luego debes entender que se puso figuradamentepecador por
pecado; y, por tanto, el sentido será que no recibas su pecado.

CAPÍTULO XVII

UNAS COSAS SE MANDAN A TODOS EN GENERAL Y OTRAS A CADA UNO EN PARTICULAR

25. Acontece muchas veces que quien se encuentra o figura encontrarse en un grado superior
de vida espiritual, juzga que se han dicho figuradamente las cosas que fueron preceptuadas a
los grados inferiores; como por ejemplo, el que abrazó la vida célibe y se mutiló a sí mismo
por el reino de los cielos32, estimará que todo lo que mandan los divinos Libros sobre el
amor a la mujer y la forma de gobernarla, no se ha de tomar en sentido propio, sino figurado.
Asimismo, si alguno determinó guardar soltera a su doncella, se esforzará en interpretar como
expresión figurada aquella por la que se diceentrega a tu hija y harás una gran obra33; luego
entre las reglas para entender las Escrituras ha de hallarse ésta, que sepamos que se mandan
unas cosas a todos en general, y otras a cada una de las clases diferentes de personas, a fin de
que la medicina doctrinal no sólo se extienda al estado universal de salud, sino también a la
enfermedad propia de cada miembro. Es que ha de ser curado en su propio estado el que no
puede elevarse a otro mejor.

CAPÍTULO XVIII

SE HA DE CONSIDERAR EL TIEMPO EN QUE ALGO FUE MANDADO O PERMITIDO


26. También se ha de evitar el que alguno piense que puede tal vez ponerse en uso en los
tiempos de la vida presente lo que en el Antiguo Testamento, dada la condición de los
tiempos, no era maldad ni iniquidad, aunque se entienda en sentido propio, no figurado. Lo
cual nadie lo intentará, a no ser el que, dominado por la concupiscencia, busca el apoyo de
las Escrituras, con las que precisamente debiera ser combatida. Este desgraciado no entiende
que aquellos hechos se refieren de este modo para que los hombres de buena esperanza vean
la utilidad y conozcan que la costumbre vituperada por ellos puede tener un uso bueno y la
que abrazan puede tenerlo condenable, si allí se atiende a la caridad y aquí a la concupiscencia
de los que la usan.

27. Si conforme a aquel tiempo pudo alguno usar castamente de muchas mujeres, ahora
puede otro usar libidinosamente de una. Yo apruebo mejor al que usa de la fecundidad de
muchas por otro fin, que el que usa de la carne de una con liviandad. Allí se buscaba lo más
útil conforme a las circunstancias de los tiempos, aquí se busca únicamente saciar la
concupiscencia, enredada en los deleites temporales. También están en grado inferior para
con Dios aquellos a quienes por condescendencia, permite el Apóstol el acto carnal con su
propia mujer a causa de la intemperancia de ellos34, que los que teniendo muchas no
intentaban en el comercio carnal otra cosa que la procreación de los hijos, a la manera que el
sabio no busca en la comida y la bebida sino la salud corporal. De suerte que si estos hombres
hubieran llegado a alcanzar en su vida la venida del Señor, siendo ya tiempo de recoger y no
de esparcir las piedras35, inmediatamente se hubieran mutilado por el reino de los cielos;
pues no hay dificultad en carecer de una cosa, si no es cuando existe el deseo de poseerla.
Sabían muy bien aquellos hombres que entre los mismos cónyuges se da la lujuria por el
abuso intemperante, como lo atestigua la oración que hizo Tobías a Dios cuando se unió con
su esposa, pues dice: Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, y bendito es tu nombre
por todos los siglos de los siglos. Bendígante el cielo y toda criatura. Tú hiciste a Adán y le
diste a Eva como ayuda, y ahora tú sabes, Señor, que no recibo a mi pariente por mujer por
motivo de lujuria, sino por lo mandado, para que tengas, Señor, misericordia de nosotros36.

CAPÍTULO XIX

LOS MALOS JUZGAN QUE LOS DEMÁS SON DE LA MISMA CONDICIÓN QUE ELLOS

28. Los que con desenfrenada sensualidad andan corriendo de adulterio en adulterio, o los
que en el uso de su misma y única mujer no sólo exceden la medida conveniente para la
procreación de los hijos, sino que acumulan con desvergüenza absoluta y desenfreno servil
de no sé qué libertad torpezas de la inhumana intemperancia, éstos, digo, no creen que pudo
haber sucedido que los antiguos varones usaran con tal templanza de varias mujeres, que
observasen en aquel uso únicamente el deber según el tiempo de la propagación de la prole,
y asimismo juzgan que lo que ellos, aprisionados con los lazos de la lascivia no cumplen con
una sola mujer, en modo alguno era posible practicarlo con muchas.

29. Pero éstos también pudieran decir que no conviene honrar y alabar a los buenos y santos
varones, puesto que ellos, al ser alabados y honrados, se hinchan de soberbia; y son tanto más
codiciosos de vanísima gloria, cuanto con más frecuencia y abundancia sopla el viento suave
de la lisonja; con lo cual se hacen tan leves, que la brisa de la fama, ya sople próspera o
adversa, los precipita en la vorágine de las maldades o vicios, o los estrella contra las rocas
de las iniquidades o crímenes. Vean, pues, cuan arduo y difícil es para ellos no dejarse llevar
del cebo de la alabanza y no sentir el aguijón de las injurias; pero no midan por sí a los demás.

CAPÍTULO XX

LOS BUENOS SON SEMEJANTES EN CUALQUIERA CLASE DE VIDA QUE LLEVEN

Crean más bien que nuestros apóstoles, ni se hincharon al ser alabados por los hombres, ni
se abatieron al ser despreciados. Y, ciertamente, ni una ni otra prueba les faltó a aquellos
varones; pues fueron ensalzados con los elogios de los creyentes y difamados con los
vituperios de los perseguidores. Luego como los apóstoles usaban, conforme a las
circunstancias, de los elogios y de los vituperios y no se relajaron, así aquellos antiguos
varones, ordenando el uso de las mujeres a la conveniencia de su tiempo, no eran dominados
por la lascivia, a la cual sirven los que no creen estas cosas.

30. Asimismo, estos tales de ningún modo reprimirían su odio implacable contra los hijos, al
saber que algún hijo solicitó o violó a sus mujeres o concubinas si les hubiera sucedido este
hecho.

CAPÍTULO XXII

REGLA SOBRE LOS HECHOS QUE EN LA ESCRITURA SE ALABAN, LOS CUALES HOY DÍA SON
CONTRARIOS A LAS COSTUMBRES

32. Luego, aunque todos o casi todos los hechos que se relatan en el Antiguo Testamento han
de entenderse no sólo en sentido propio, sino también figurado, sin embargo, aquellos hechos
que el lector hubiera tomado en sentido propio, si son alabados los que los hicieron, pero no
obstante disienten de las costumbres de los hombres buenos que guardan los divinos
mandamientos después de la venida del Señor, encamine la figura a entender, pero no traslade
el mismo hecho a las costumbres, porque muchas cosas hay que en aquel tiempo se hicieron
por deber, las cuales no pueden actualmente ejecutarse sin liviandad.

CAPÍTULO XXIII

REGLA DE LOS TEXTOS EN QUE SE REFIEREN PECADOS DE LOS GRANDES HOMBRES

33. Si topase el lector con algunos pecados de grandes varones, aunque pueda indagar y
descubrir en ellos alguna figura de cosas futuras, sin embargo, tome el hecho a la letra,
sacando de él el provecho de no atreverse a jactarse jamás de sus buenas acciones, y de no
despreciar por su rectitud a los demás como pecadores, al ver a tan grandes varones envueltos
en tempestades que deben ser evitadas, o en naufragios dignos de llorarse. Para esto se
consignaron los pecados de aquellos hombres, para que en todo el mundo sea temida aquella
sentencia apostólica que dice: El que juzgue estar firme vea no caiga41. Casi no hay página
alguna en los Libros sagrados en la cual no resueneque Dios resiste a los soberbios y da gracia
a los humildes42.
CAPÍTULO XXIV

ANTE TODO SE HA DE CONSIDERAR EL GÉNERO DE LOCUCIÓN

34. Así pues, lo que más nos interesa averiguar es si la locución que se desea entender es
propia o figurada. Porque averiguando que tal locución es figurada, aplicadas las reglas que
dejamos expuestas en el libro primero al tratar de las cosas, es fácil considerarla por todos
los lados hasta llegar al verdadero sentido, sobre todo cuando el uso que hagamos de tales
reglas va reforzado con el ejercicio de la piedad. Conoceremos, pues, si una locución es
propia o figurada con sólo observar las reglas anteriormente expuestas.

CAPÍTULO XXV

LA MISMA PALABRA NO SIGNIFICA SIEMPRE LO MISMO

Averiguado si una expresión es o no es figurada, se conocerá que las palabras que constituyen
la locución han sido tomadas de cosas semejantes, o de cosas que tienen algún parecido.

35. Mas como las cosas pueden ser semejantes de distintas maneras, no juzguemos que es
ley terminante que lo que una cosa significa en determinado pasaje, por semejanza, esto
mismo lo ha de significar siempre. Así, pues, el Señor usó de la comparación de la levadura
por vía de reproche al decir: Guardaos de la levadura de los fariseos43; y por alabanza
cuando dijo: Semejante es el reino de los cielos a una mujer que esconde la levadura en tres
medidas de harina, hasta que fermentó toda la masa44.

36. Esta consideración de diversas significaciones puede ser de dos formas. Cada cosa puede
significar otra, o de modo contrario, o sólo diverso. De modo contrario, cuando la misma
cosa se pone por semejanza, unas veces de bien, otras de mal, como en el ejemplo que
acabamos de traer sobre la levadura. Igualmente sucede con la palabra «león», que designa a
Cristo cuando se dice: Venció el león de la tribu de Judá45; y al diablo donde se
escribe: Vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, da vueltas buscando a quien
devorar46. Asimismo, la palabra serpiente se halla también en buen sentido al decir sed
astutos como las serpientes47; y en malo donde se lee: La serpiente con su astucia engañó
a Eva48. En buen sentido se dijo del pan: Yo soy el pan vivo que descendió del cielo49, y en
malo: Comed alegremente los panes ocultos50; y así otras muchas sentencias. Todos estos
pasajes citados no tienen significación dudosa porque, traídos por vía de ejemplo, no debieron
ponerse sino con claridad. Pero hay otros que es incierto el sentido en que deban tomarse,
como aquél: El cáliz de vino puro en la mano del Señor está lleno de mixtura51; es dudoso
si esto significa la ira de Dios, no hasta el castigo postrero, es decir, hasta las heces; o más
bien la gracia de las Escrituras que pasa de los judíos a los gentiles, pues dice que lo inclinó
de una parte a la otra, quedándose entre los judíos las ceremonias que practican carnalmente,
pues la hez de este cáliz no se apuró del todo. En cuanto a la diversidad de significaciones no
contrarias sino diversas que puede tener una misma cosa, tenemos el ejemplo del agua, la
cual unas veces significa el pueblo, como leemos en el Apocalipsis52; y otras el Espíritu
Santo, y así dijo: Ríos de agua viva fluirán de su vientre53. Esto mismo se ha de decir de
otros pasajes en los que el agua significa ya una cosa, ya otra.
37. También existen otras cosas que, consideradas no en compañía de otras, sino cada una de
por sí, significan no sólo dos cosas diversas, sino muchas más algunas veces, según el lugar
de la sentencia en que se hallen colocadas.

CAPÍTULO XXVI

LOS LUGARES OBSCUROS DEBEN EXPLICARSE POR OTROS MÁS CLAROS

En los pasajes más claros se ha de aprender el modo de entender los obscuros. El mejor modo
de poder entender lo que se dice al Señor: Toma el escudo y las armas y ven en mi ayuda54, es
aquel otro pasaje en que se lee: Señor, nos coronaste con el escudo de tu buena
voluntad55. Sin embargo, no se ha de entender que dondequiera que
leamos escudo, significando defensa, se ha de tomar por la buena voluntad de Dios, pues
también está escrito: Tomad el escudo de la fe para que podáis apagar todas las saetas de
fuego del enemigo56. Ni tampoco debemos atribuir únicamente a estas armas espirituales
representadas en el escudo el significado de la fe, porque en otro lugar se habló de la coraza
de la fe:Vestíos, dice el Apóstol, de la coraza de la fe y la caridad57.

CAPÍTULO XXVII

NADA PROHIBE ENTENDER EL MISMO LUGAR DE VARIAS MANERAS

38. Cuando de las mismas palabras de la Escritura se deducen, no uno, sino dos o más
sentidos, aunque no se descubra cuál fue el del escritor, no hay peligro en adoptar
cualesquiera de ellos, si puede mostrarse por otros lugares de las Santas Escrituras que todos
convienen con la verdad. Sin embargo, el que investiga la palabra divina ponga todo su
empeño en llegar a lo que quiso decir el autor, por quien el Espíritu Santo compuso aquella
Escritura; ya lo consiga, o ya obtenga otro sentido de aquellas palabras que no se oponga a
la pureza de la fe, teniendo un testimonio de cualquier otro lugar de la divina Escritura.
Porque tal vez el autor, en aquellas palabras que pretendemos esclarecer, vio el mismo
sentido que nosotros les damos; por lo menos es cierto que el Espíritu Santo, que las compuso
por medio de él, previó sin lugar a duda ésta que había de ocurrírsele al lector o al oyente; es
más, puesto que se halla fundada en la verdad, proveyó para que se le ocurriera. ¿Pues qué
cosa pudo Dios proveer con más abundancia y liberalidad en las divinas letras que el hacer
que unas mismas palabras se entiendan de modos distintos, los cuales son confirmados por
otras no menos divinas palabras contestes de la Escritura?

CAPÍTULO XXVIII

EL PASAJE INCIERTO SE ACLARA MEJOR POR OTROS LUGARES DE LA ESCRITURA QUE POR
LA LUZ DEL ENTENDIMIENTO

39. Cuando se deduce un sentido cuya certeza no puede aclararse por otros pasajes ciertos de
las Santas Escrituras, queda el remedio de aclararlo con razones, aunque el autor, de quien
pretendemos entender las palabras, quizá no les dio tal sentido. Este modo de proceder es
peligroso, pues es más seguro caminar por las Escrituras divinas. Por lo tanto, cuando
intentamos desentrañar los pasajes que se hallan obscuros por sus locuciones metafóricas,
hay que investigar de suerte que el sentido sacado de allí no ofrezca controversia; y si la
ofrece, debe zanjarse con testimonios hallados y aducidos procedentes de cualquiera parte de
la misma Escritura.

CAPÍTULO XXIX

NECESIDAD DE CONOCER LAS FIGURAS O TROPOS

40. Sepan los hombres de letras que nuestros autores usaron de todos los modos de hablar a
los que los gramáticos llaman con el nombre griego tropos; y los emplearon en mayor
número y con más frecuencia que pueden pensar y creer los que no saludaron a nuestros
autores y los aprendieron en otros escritos. Los que conocen los tropos los descubren en las
Santas Escrituras, y el conocimiento de ellos les ayuda no poco para entenderlas. Pero ahora
no conviene enseñarlos a los que no los conocen, para que no parezca que nos ponemos a
enseñar la gramática. Aconsejo que se aprendan en otro lugar, como ya anteriormente lo
amonesté en el libro segundo, cuando diserté sobre la necesidad de conocer las lenguas.
Porque las letras, de quienes la gramática toma su nombre, ya que se llaman en
griego grammata, son ciertamente signos de los sonidos que hacemos con voz articulada al
hablar. De estos tropos no sólo se hallan ejemplos, como de todas las cosas, en los Libros
divinos, sino que también se expresan los nombres de algunos, como alegoría, enigma,
parábola. Aunque ciertamente casi todos estos tropos que se conocen, según dicen, por las
artes liberales, también se hallan usados en las conversaciones de aquellos que jamás oyeron
a los retóricos y se contentaron con la lengua que usa el vulgo. ¿Quién hay que no diga «así
florezcas»? Pues esto es un tropo que se llama metáfora. ¿Quién no llama piscina a un
estanque, aunque no tenga peces, ni se haya hecho para los peces, no obstante que recibió de
ellos el nombre? Pues este tropo se llama catacresis.

41. Sería asunto muy largo proseguir de este modo exponiendo uno por uno todos los tropos;
porque aun el lenguaje del vulgo llega hasta usar aquellos que son más de notar porque
significan lo contrario de lo que suenan, como sucede con el tropo que se llama ironía o
antífrasis. La ironía, por el tono, indica lo que quiere dar a entender, como cuando decimos
a un hombre que obra mal «buena la has hecho». La antífrasis, para significar lo contrario,
no se vale del tono de la voz, sino que o cuenta con palabras propias cuyo origen es de
significación contraria, como se llama a la selva lucus (bosque) porque carece de luz; o se
acostumbra a llamar a una cosa significando lo opuesto, aunque no se diga con palabras
contrarias, como, por ejemplo, sucede cuando buscamos algo que en aquel sitio no hay, y se
nos responde, abunda; o, finalmente, cuando añadiendo palabras, hacemos que se entienda
lo contrario de lo que hablamos, por ejemplo cuando decimos cuidado con éste, porque es
un buen hombre. ¿Qué rudo existe que no hable así, aunque ignore en absoluto qué son estos
tropos y cómo se llaman? El conocimiento de ellos es necesario para resolver las
ambigüedades de la Escritura; porque, si al tomar las palabras al pie de la letra el sentido es
absurdo, se ha de indagar si aquello que no entendemos se dijo con este o con aquel otro
tropo. De esta manera se han aclarado muchos pasajes que estaban obscuros.

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