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Sapiens.

Revista Universitaria de Investigación


ISSN: 1317-5815
marta_dsousa@hotmail.com
Universidad Pedagógica Experimental
Libertador
Venezuela

Mostacero, Rudy
Oralidad, escritura y escrituralidad
Sapiens. Revista Universitaria de Investigación, vol. 5, núm. 1, junio, 2004, pp. 53-75
Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Caracas, Venezuela

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=41050105

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Oralidad, escritura y escrituralidad

Oralidad, escritura y escrituralidad*


Rudy Mostacero
UPEL, Instituto Pedagógico de Maturín

RESUMEN
El propósito de este artículo es el de presentar algunas reflexiones en tor-
no a la producción textual humana, actividad semiótica que relaciona el
aprendizaje de la primera oralidad y la proyección de ésta en todos los
usos de la lengua, de igual modo, la utilización de las más variadas tecno-
logías de la palabra y de la imagen, esto es, la escritura y la cultura de la
escritura. Pero esto no es más que un pre-texto para poder explicar cuáles
son los dos grandes constructos de la producción textual humana: la
oralidad y la escrituralidad, conceptos necesarios para replantear la vieja
relación entre oralidad y escritura, por una parte, y entre escritura y
textualidad, por otra. El interés que pueda tener este conjunto de investi-
gaciones, en el contexto de la lingüística y de la semiótica, es condición
previa para llegar a entender mejor los límites entre pictografiar, grafizar,
textualizar y digitalizar, los cuales son necesarios, asimismo, para com-
prender la evolución de las “tecnologías de la palabra” (en el sentido de
Ong 1987), y para estudiar mejor la tipología de textos y discursos.
Palabras clave: Oralidad, escrituralidad, categorías de la textualidad,
continuum cultural.

ABSTRACT
ORAL USAGE, WRITING AND ESCRITURALIDAD
The purpose of this article is to present some reflections about human
textual production, a semiotic activity that relates the learning of the first
oral usage and its projection in all language usages, also, the use of the
most varied technologies of the word and the image, this is, writing and
the culture of writing. But, it is just a pre-text to explain which are the
two big tendencies of human textual production: the oral usage and the
escrituralidad; concepts that are necessary to establish again the old relation
between oral usage and writing, on one side, and between writing and
textual production, on the other side. The interest that could have this set
of investigations in the context of Linguistics and Semiotics is a previous
condition to understand in a better way the limits among making a graphic
verbal delineation, tracing graphs, making textual productions and to

* Recibido en diciembre 2003.

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Rudy Mostacero

digitalize, which are necessary, to understand the evolution of the


“technologies of the word” (according to Ong 1987), and for a better
study of the typology of texts and discourses.
Key words: oral usage, escrituralidad, categories of the textual production,
cultural continuum.

La oralidad en el individuo y en la sociedad


La oralidad es el primer sistema comunicativo que adquiere el individuo
dentro de esa actividad semiótica compleja que es la producción textual y
discursiva. Es la primera experiencia interactiva porque surge con la vida y se
repite cada vez que nace un niño o una niña. Gracias a ella el ser humano se
diferencia de los animales y lo hace desde el punto de vista verbal, cognitivo,
neurolingüístico y semiótico, pero con el añadido de las tecnologías, el hom-
bre se diferencia aún más, y por eso, se han creado una serie de “herramien-
tas” de la información y de la comunicación que otros seres vivos no son
capaces de utilizar.
La oralidad consiste en un sistema triplemente integrado, constituido
por variados componentes verbales (emisión sonora, decodificación semántica,
combinatoria sintagmática, elementos paraverbales, entre otros), por un re-
pertorio kinésico y proxémico y por un sistema semiótico concomitante (di-
mensión cultural). Por eso mismo, pertenece a un triple plano: un plano ver-
bal o lingüístico, un plano paralingüístico y un plano semiótico-cultural. Esto,
lógicamente, determinará la inmensa variedad de posibilidades de comunica-
ción, así como la riqueza de formas y registros, lo cual redunda en textos
híbridos y polifónicos. Desde el punto de vista del teórico de la comunica-
ción, el campo se organizaría en términos de modalidades discursivas y
tipologías textuales y, desde el punto de vista del analista del discurso, el inte-
rés se centraría en los sujetos de la enunciación o en los casos de polifonía
discursiva. Sea como fuere, el tema de la oralidad rebasa los confines de la
escritura y requiere de la inserción de un nuevo constructo, como es el de
escrituralidad, tal como se examinará más adelante.
La oralidad es una realidad coloquial, tautológica y evanescente. Colo-
quial porque se construye en la interacción espontánea, cotidiana; tautológica,
por su carácter repetitivo y reiterativo, con escasos márgenes para la originali-
dad; y evanescente, como lo precisó Ong (1987), “El sonido sólo existe cuan-
do abandona la existencia. No es simplemente perecedero sino, en esencia,
evanescente” (p. 38). Por lo tanto, se diferencia de la producción verbal insti-
tucional, académica o formal, que se basa en la escuela y la lectoescritura.
Está, asimismo, muy ligada al discurso conversacional y narrativo, por su
fluencia natural; al ámbito familiar y de la intimidad; sin embargo, insertada
como está actualmente a las comunicaciones de telefonía celular y de algunas

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variedades de la escritura electrónica (como los foros y los chat), el usuario ha


tenido que inventar nuevas normas para el contacto cara a cara y nuevas formas
de gestualidad. Eso indica que a pesar de las innovaciones tecnológicas la oralidad
tiene y seguirá teniendo un espacio semiótico propio y preponderante.
Para el niño o la niña que aprende a hablar, la oralidad se construye con
materiales eminentemente familiares y coloquiales, pero una vez que se pro-
yecta de la familia a la comunidad, su oralidad se hace polilectal. Primero
interactúa dentro de su comunidad de habla, luego aprende las normas de la
comunidad lingüística, regional o nacional. El aprendizaje se consolida cuan-
do el infante ingresa al sistema escolar, primero en los aprestos de la alfabeti-
zación inicial y, años después, en cada una de las competencias como lector y
como productor de textos y discursos; pero hay un hecho incontrastable, la
oralidad cabalga todas las tecnologías.
La oralidad del infante coincide con la oralidad primaria individual, por
ser experiencia personal y socializadora, si se mira, sobre todo, desde el punto
de vista de su adquisición temprana. A ésta hay que añadir la oralidad prima-
ria colectiva o social que en unos casos puede corresponder a una sociedad
del todo o parcialmente ágrafa y, en otros, a una sociedad urbana y, por
supuesto, con tecnologías de escritura. En este último caso la llamaré oralidad
secundaria urbana y se caracterizará por su vínculo con la escuela, con las
técnicas de producción, circulación y consumo de textos, por la intertextualidad
y por haberse abolido las limitaciones de tiempo y espacio (internet de banda
ancha). No obstante, si he tomado el término “oralidad primaria” de Ong, no
lo estoy tomando exactamente con el mismo significado que le da este autor
y, por lo tanto, no comparto su acepción. Ong dice: “La oralidad aquí tratada
es esencialmente la oralidad primaria, la de personas que desconocen por com-
pleto la escritura” (1987: 15), o cuando agrega: “Los seres humanos de las
culturas orales primarias, aquellas que no conocen la escritura en ninguna
forma” (p. 18). Como puede verse el autor alude a una oralidad pura que para
nuestro momento histórico es difícil de convalidar. Por consiguiente, de acuerdo
con mi manera de ver el problema (Mostacero 1999), entiendo que la oralidad
se presenta de tres maneras o clases:
1. La oralidad primaria individual o del niño o niña que aprende la lengua
materna, de 0 a 3 años aproximadamente, sin importar el tipo de socie-
dad en la que vive, es decir, si es indígena, rural o urbanizada. En otras
palabras, la experiencia personal de apropiación de la lengua materna.
2. La oralidad primaria colectiva, de niños y adultos, la cual pertenece a
sociedades predominantemente orales, que viven al margen de una cul-
tura letrada, como las sociedades indígenas de América, pero que no
están exentas de contactos permanentes o esporádicos con cualquier ele-
mento de la cultura de la escritura.

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3. La oralidad secundaria urbana, dependiente de los mass-media, la escue-


la, las instituciones, las empresas, la banca, los partidos políticos, etc.,
donde la oralidad se mezcla con las más sofisticadas tecnologías de la
información y de la comunicación, y donde lo característico es la inven-
ción de nuevos soportes, nuevos formatos, nuevas variedades de oralidad,
pero a partir de la hibridación con las variedades de la escrituralidad.
Por consiguiente, la oralidad de un bebé, balbuceante y holofrástica, pue-
de convivir en la misma sociedad con la oralidad digitalizada, siendo posible
pasar y volver, de una a otra, sin limitaciones de tiempo y espacio, y aún
cuando para ello se tome como referencia un grupo humano muy tradicional.
En consecuencia, todo cuanto se viene argumentando se refiere al constructo
teórico de la oralidad. Pero existe otra realidad, aparentemente contraria,
que ha sido identificada como la cultura de la escritura y las “tecnologías de
la escritura”. Empero, no es lo mismo relacionar y contrastar la oralidad con la
escritura, con la cultura de la escritura o con las tecnologías de la escritura.
Los teóricos de la oralidad que se basaron en las investigaciones del pio-
nero, Milman Parry (véase Ong 1987), quien se interesó por la época homérica,
con el objeto de estudiar las condiciones de producción escrita de las epope-
yas de Homero, contribuyeron a forjar la tesis de que la “palabra hablada” se
debía oponer a la “palabra escrita”. Los continuadores de Parry, siempre en
Inglaterra, es decir, Albert Lord, Eric Havelock, el hijo de Milman Parry, Adam
Parry, y otros (Ibidem), investigaron la relación entre la cultura de tradición oral
y la cultura erudita que convivieron en la época de Homero. Sin embargo, al
extrapolar dichas categorías al momento actual no se pueden transponer sin
las adaptaciones pertinentes. Por eso, conviene diferenciarlas, como se hace
aquí, para liberarlas, incluso, de la visión eurocéntrica de algunos autores que
terminaron interpretando a las sociedades con escritura como superiores a las
sociedades ágrafas. Para detalles más precisos sobre los estudios de Parry se
remite a Ong (1987, el cap. II, “El descubrimiento moderno de las culturas
orales primarias”) y al excelente resumen de Pacheco (1992, cap. 1 “Hacia una
teoría de la oralidad”). Similarmente, el volumen compilado por Jack Goody
Cultura escrita en sociedades tradicionales (1996, Barcelona: Gedisa) o Cultu-
ra escrita y oralidad, compilado por Olson y Torrance (1998).
No obstante, como ya se dijo, no es la escritura la que se opone a la
oralidad, ni siquiera lo es un término más genérico como cultura escrita, uti-
lizado, por ejemplo, por Goody (1996). Un vocablo más complejo, como “an-
tropología de la escritura”, empleado por Cardona (1999), tampoco lo es, ni la
complejidad de acepciones con que Desbordes (1995) estudia la escritura en
la antigüedad romana. Para eso hay que recurrir a un constructo que identifi-
co con el nombre de escrituralidad. El mismo viene envuelto en un neologis-
mo y ya se sabe que todo neologismo produce algún escozor, sin embargo,
hay razones suficientes para emplearlo en este contexto.

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Oralidad, escritura y escrituralidad

La escrituralidad está formada por todos aquellos productos que se crean


y circulan en el contexto de las tecnologías de la escritura y la textualización,
por lo tanto, obedecen a pautas institucionales, dependientes de los “aparatos
ideológicos del estado” y de las nuevas posibilidades de comunicación en el
ciberespacio (Mostacero, 1997). De ahí que la intervención de la tecnología
sea decisiva: uso de lenguajes artificiales, multimedia, por un lado y, por otro,
“mayor poder difusivo, mayor capacidad de traducción intersemiótica y nue-
vas modalidades de dominación (Capriles, 1984).
Su campo, por ende, está integrado por fenómenos tan diversos, perte-
necientes a diferentes esferas semiótico-comunicativas que funcionan como
sistemas de complejas tecnologías, pero de esto nos ocuparemos en la sec-
ción número 3. Allí se examinará la riqueza de los sistemas que la integran,
una vez que se expongan las cuatro experiencias históricas que ha tenido el
hombre con la escritura, desde la pictografía hasta la escritura digital, con el
objeto de argumentar en favor de una teoría del continuum cultural.

Experiencias con la escritura


La manera inédita y ciertamente vacilante como un niño o una niña to-
man el lápiz para aprender a caligrafiar sus primeras letras recuerda el modo
arcádico de cómo los hombres de la antigüedad hicieron, primero, la inven-
ción de los primeros instrumentos y materiales para poder escribir y, segun-
do, de los sistemas de escritura. Entre ambos hechos se puede interponer
miles de años de distancia y, sin embargo, cada vez que un párvulo inicia su
alfabetización, la experiencia transcurre por los mismos estadios de evo-
lución de la escritura como tecnología: de los pictogramas a los símbolos
fonográficos. Esta es una correspondencia que en materia de lenguaje se pue-
de constatar en la experiencia humana. Entre las altas culturas y civilizaciones
de la antigüedad, la escritura evolucionó de un sistema pictográfico a un
glotográfico y, luego, dentro de éste, de un logográfico a un alfabético
(Sampson, 1997).
Y, como se trata de experiencias, en este lugar se desea reflexionar sobre
cuatro modalidades que están presentes en la acción de representar. Dichas
prácticas reciben el nombre de pictografiar, escribir, grafizar y digitalizar y
será ineludible relacionarlas, primero, con las dos maneras de textualizar la
experiencia humana (y, con esto, tendremos oportunidad de volver al proble-
ma de los constructos teóricos ya aludidos) y segundo, con los sistemas
notacionales de representación y, los de grafización (Mostacero, 1999). Por
supuesto, es inevitable seguir recurriendo a nuevos neologismos.

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Otras prácticas discursivas


El propósito de esta sección es el de demostrar la existencia de otras
prácticas discursivas distintas del “escribir”, en el sentido de prácticas semióticas
más complejas y ligadas a alguna tecnología. Cuando se examina la cantidad
de términos de que se dispone para aludir a la actividad de trazar marcas o
señales sobre un determinado soporte, siempre se identifica esta experiencia
como una experiencia de escritura.
Por eso, la definición que proporciona Tusón (1977: 16) está limitada a la
actividad verbal:
La escritura es una técnica específica para fijar la actividad verbal
mediante el uso de signos gráficos que representan, ya sea icónica
o bien convencionalmente, la producción lingüística y que se rea-
lizan sobre la superficie de un material de características aptas
para conseguir la finalidad básica de esta actividad, que es dotar
al mensaje de un cierto grado de durabilidad (el destaque es del
autor).
Sin embargo, el término ha sido desbordado por la diversidad de prác-
ticas y “escribir” ya no constituye la única manera de “representar simbólica-
mente algo” y, sobre todo, de integrar en un mismo concepto la diversidad de
modos y formas para comunicar la experiencia humana.
Una cosa es redactar un mensaje de pésame, otra trabajar en el arte final
de un cartel para un congreso, otra diferente elaborar un boceto del plano de
un edificio y, por último, construir la página web de una revista científica.
Evidentemente, con estos pocos ejemplos se puede llegar a demostrar que el
significado de “escribir” sólo es aplicable al primer caso, ya que en los demás
intervienen otros tipos de elementos (imágenes, color, dibujos, íconos, entre
otros) que rebasan los parámetros de la escritura canónica. En lo que sigue me
propongo, por un lado, hacer un análisis de cuatro posibilidades que hay para
expresar algo mediante marcas o caracteres visuales y, por otro, de argumen-
tar cómo se modificaría el concepto de escribir y de escritura al considerar
otros términos como pictografiar, grafizar, textualizar y digitalizar.
La función esencial, la de representar y simbolizar, es la misma; por lo
tanto, es una función semiótica universal, y es poseída por una marca, un
signo, una señal, una notación, un grafo, etc. En todos los casos la función
representacional permite sustituir un referente de la realidad por un objeto
que semióticamente se ha dado en llamar señal o signo. La gran variedad de
referentes queda atrapada en una red de señales que los lingüistas han tratado
de clasificar atendiendo, por ejemplo, a la naturaleza del significante. Es el
caso de Greimas (1971) y de muchos otros lingüistas, filósofos y semióticos
(Schaff 1966, Eco 1976, 1980, 2000, Mounin 1972, Rossi-Landi 1976, Peirce

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Oralidad, escritura y escrituralidad

1974, entre otros), esfuerzo que se ha materializado en innumerables tipologías


del signo. Pero cuando se vuelve al tópico de la variedad de las prácticas
discursivas y se estudia la posibilidad de insertarlas dentro de un campo sufi-
cientemente apropiado, resulta infructuoso porque se trata de prácticas muy
complejas. El objetivo es examinar cuatro de las experiencias esenciales del
hombre de todos los tiempos, en su relación con prácticas de escritura.

Escribir y hacer pictografías


De acuerdo con Sampson (1997) la escritura en sus orígenes se divide
entre el sistema que representaba palabras (logográfica) y el que representaba
segmentos, sean sílabas o fonemas (fonográfica), las cuales quedan integra-
das, a la vez, en un sistema que llama glotográfico, es decir, que permite sim-
bolizar los enunciados orales de la lengua. Esto da pie al autor para diferenciar
entre sistemas glotográficos y sistemas semasiográficos, primero, como las
dos grandes modalidades de la escritura a través de los tiempos y, segundo, en
el sentido de plasmar de modo directo, alguna idea o acontecimiento de la
realidad. Pero la exacta diferenciación entre lo glotográfico (que evoca glotis,
glótico, lo verbal, etc.) y lo semasiográfico, y que para el lingüista inglés, es la
oposición entre escritura y lo que no es escritura, no queda del todo clara.
Pues bien, “semasiográfico” no sólo descansaría en una concepción
glotocéntrica de la escritura, sino en una acepción particular de la palabra
semasiología de uso muy particular entre ciertos lingüistas alemanes y cierta
tradición lexicológica ligada al estructuralismo de la palabra. El término fue
propuesto y acuñado por Reisig hacia 1825 para referirse al significado lexical
(estructura del léxico, relaciones entre sus elementos, derivación y cambio de
lexemas, etc.) y opuesto, igualmente, a onomasiología (cf. Lewandowski 1992:
310). Quiere decir que el término no es muy feliz para referirse a lo que pudie-
ra ser una proto-escritura o una negación de la escritura, como lo interpretaba
Sampson. Incluso, la consideración dicotómica de la premisa no cuadra con la
evolución no rectilínea de la escritura.
Similarmente, Sampson también descarta el término “escritura
pictográfica” cuando dice: “otro término del lenguaje cotidiano que vale la
pena mencionar aquí para rechazarlo por confuso es ‘escritura-pintura’ o
‘pictografía’ ” (p. 50). Sin embargo, no estoy de acuerdo con su posición, me
parece legítimo emplear dicho vocablo y por eso lo incluyo en este artículo.
Otro autor como Tusón (1997), que se basa en Sampson, también lo da como
legítimo. Por su parte, Tusón (1977: 30 y ss.), apoyándose en la concepción
peirceana de la clasificación de las señales (en indicios, íconos y símbolos)

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advierte la manera gradual de cómo se pasa de las señales naturales (el humo,
la fiebre o las nubes), a las icónicas (un dibujo, una fotografía, una estatua,
etc.) y a las simbólicas (los números, las letras, etc.).
Precisamente, la diferencia entre las escrituras simbólicas (que detentan
mayor grado de arbitrariedad) y las icónicas (que se sustentan en un mayor
grado de motivación), es lo que autoriza una distinción entre formas de re-
presentación arbitrarias y convencionales, respecto de las formas cuya pre-
ponderancia es la motivación referencial directa. Es decir, escrituras pictográficas
y logográficas, como las entendemos aquí. Me detendré, ahora, en el signi-
ficado del término pictografíar.
Pictografiar es hacer pictogramas o pictografías, esto es, representar ideas
mediante dibujos, íconos, grafos, etc., un variado rango de mensajes y con
diferente grado de convencionalidad. Los pictogramas van desde los dibujos
rupestres hasta los íconos de la señalización urbana. Por ejemplo, la figura de
una cabeza de buey (como en la escritura cuneiforme) o un triángulo con el
vértice hacia abajo y una línea vertical en el centro (que en las culturas amazónicas
venezolanas significaba el órgano sexual femenino). Pero asimismo, la “carta”
enviada a un joven por una muchacha de la tribu yukaghir del nordeste de
Liberia, donde se plasma todo un texto argumentativo y amenazador utilizando
únicamente dibujos hechos por alguien que no sabe escribir (véase Sampson
1997:40) o la serie de figuras mudas, de uso comercial, que instruyen acerca de
cómo encender un automóvil o armar un aparato (Ibidem: 45).
Debido a la evolución, los pictogramas devinieron en formas de escritu-
ra logográfica, lo cual ocurrió en todas las altas culturas de la antigüedad: lo
figurativo coincide o es sustituido por representaciones más sintéticas y, so-
bre todo, estilizadas, que van de ideas complejas a palabras (logogramas) o
nombres de letras (fonogramas). Tal como ocurrió con la cabeza de buey en-
tre los sumerios. Aquello que significaba “Tal cantidad de cabezas de ganado
vendida a X”, se convirtió en la representación de la forma fonética /gu/, que
en sumerio expresaba sólo “buey”, para acabar simbolizando a “Aleph”, el
nombre de la primera letra de la palabra. Esto es lo que se llama “principio de
acrofonía”, donde escribir equivale a “dibujar cosas para simbolizar” sus soni-
dos iniciales (Sampson 1997: 114 y ss.).
De modo que entre pictografiar y escribir hay una evolución natural, el
paso de lo puramente figurativo a lo simbólico, de lo ideográfico a lo
fonográfico. Esto se cumplió en las lenguas antiguas de la familia semítica, así
como en las proyecciones posteriores que tuvieron lugar en árabe y hebreo
actuales. En consecuencia, escribir es una actividad más evolucionada y com-
pleja que pictografiar, pero entiendo que grafizar lo es aún más. Entraña tras-

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Oralidad, escritura y escrituralidad

cender o transponer la representación de la lengua oral, ir más allá de la repre-


sentación escrita convencional. Mediante el grafizar o la grafización es posi-
ble dar a conocer la semiosis derivada de la ciencia, el arte y la tecnología,
donde necesariamente, se integran, por ejemplo, la escritura, las artes gráficas,
la xilografía, la holografía, etc.
Incluso, por ser un término más amplio, incluye los conceptos de nota-
ción y notacional (cf. Tolchinsky 1993) y, por consiguiente, da origen a los
sistemas de notación y a los sistemas de grafización. Estos, como es lógico,
son diferentes de los sistemas históricos de escritura (cuneiforme, jeroglífica,
china, americana, etc.) y de las escrituras especiales y/o artificiales. Para una
mejor identificación véase, en el Cuadro 1, la clasificación que agrupo tanto
para los sistemas históricos de escritura como para las escrituras especiales o
de segunda generación:

Cuadro 1: Sistemas históricos de escritura y escrituras especiales


1. Sistemas Históricos de Escritura:
Cuneiforme, jeroglífica, china, americana (maya, de la Isla de Pascua,
etc.),silábica (o silabográfica), alfabética (o fonográfica), digital.
(Con sus respectivos instrumentos y soportes de escritura.)

2. Escrituras Especiales (o de segunda generación):


Alfabeto Morse, Braille, Pitman, esperanto, etc.; alfabeto Fonético In-
ternacional; lengua de señas; comunicación massmediática (linotipia,
teletipia, telecable, transmisión satelital, video conferencia, video clip,
etc.); sistema de señales (camineras y de tránsito, publicidad mural,
televisiva, en vallas, cinematografía, etc.; señales de radio y televisión
interespaciales, etc.)
Fuente*
Siguiendo, ahora, con lo notacional, veamos cómo entiende Tolchinsky
la capacidad notacional. Se trata de una capacidad estrictamente humana que
mediante el empleo de herramientas permite “dejar trazas permanentes de
actos intencionales” (1993: 131), sea con fines estéticos o de cómputo, como
ocurrió con los primeros hombres que dejaron representada su habilidad para
notacionar. Entonces, esta forma de representación implica una intencionalidad,
el uso de cierta simbología y de utensilios de grabación. Desde luego, la repre-
sentación notacional puede ser expresada de manera icónica o no. Pero, den-
tro de las diferentes formas de simbolización, la capacidad notacional se dife-
rencia de la capacidad de escribir, ya que trasciende el ámbito de los grafemas.

* Todos los cuadros y gráficos son de elaboración del autor

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Lo notacional al basarse en los números, las notas musicales, las figuras


geométricas, los dibujos estilizados, los símbolos de las ciencias puras y for-
males, los íconos, entre otros (cf. Lewandowski 1992: 243), se diferencia de
las señales que alimentan los sistemas de grafización. Estos, por su parte in-
cluyen las señales audiovisuales, informáticas, ecográficas, holográficas, etc.
Una clasificación no exhaustiva tanto de los sistemas notacionales como de
los de grafización es la que propongo en el Cuadro 2:

Cuadro 2: Sistemas Notacionales y de Grafización

1. Sistemas Notacionales de Representación:


• Unidades Notacionales Básicas: número, letra, nota musical, figu-
ra geométrica, imagen, dibujos estilizados, ícono, símbolo, etc.
• Lenguajes Científicos y Artísticos: lenguajes de ciencias como la
biología, matemática, física, química, estadística, lógica simbólica,
entre otras; heráldica, numismática, filatelia, artes del fuego, pop
art, art deco, tatuaje, etc.
2. Sistemas de Grafización:
• Grafización y arte: acuarela, aguafuerte, serigrafía, grabado, lito-
grafía, holografía, tomografía, pintura figurativa y abstracta,
vanguardismo, artes gráficas, publicidad artística, etc.
• Tipología de textos.
• Modalidades del discurso: discurso expositivo, narrativo,
conversacional, argumentativo, instruccional.
• Lenguajes electrónicos: lenguajes de programación, wordstar,
hipertexto, hipermedia, telefonía celular, animación electrónica, etc.
• Documentación y archivo: bibliotecas, hemerotecas, mapotecas,
videotecas, fonotecas, bases de datos, centros de documentación,
página web, revistas virtuales, etc.
• Representación visual: radiología, electrografía, ecografía,
reprografía, retroproyección, videovin, espectrografía, tomografía,
etc.
• Escritura musical
• Iconografía
• Estatuaria
• Arquitectura
• Sistemas de modelización del mundo

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Oralidad, escritura y escrituralidad

Pues bien, si existe una distinción conceptual entre “escribir” y


“notacionar”, y entre “escribir” y “grafizar”, ésta sería la diferencia entre escri-
tura y cultura de la escritura, ya que esta última comprendería todas las tec-
nologías de la palabra impresa y sonora, la imagen estática o en movimiento,
más el añadido de la música, las múltiples formas de la impresión gráfica, etc.,
es decir, una serie de otros sistemas que se añaden al de la escritura conven-
cional. Por lo tanto, observando la diversidad de técnicas, tanto de grafización
como rotacionales, se comprueba que la escritura es un sistema restringido a
los mensajes verbales, orales y escritos. Ahora bien, cada uno de estos siste-
mas genera productos que no sólo existen durante el intercambio entre los
usuarios, sino que se han creado instituciones para resguardar, administrar o
exhibir dichos productos. Son las instituciones que “tutelan” la semiosis, al-
gunas de las cuales enumero en el Cuadro 3:

Cuadro 3: Lugares e instituciones que “tutelan” la semiosis

• Museos de sitio (cuevas, criptas, panteones, cementerios, etc.), mu-


seos (de arte, del transporte, taurino, etc.), yacimientos arqueológicos,
etc.
• Bibliotecas, hemerotecas, logotecas, archivos, centros de documenta-
ción e información, librerías, discotiendas, planetarios, etc.
• Instituciones educativas: jardines de infancia, escuelas, universidades,
academias, educación a distancia, etc.
• Instituciones públicas: alcaldías, gobernaciones, asambleas, cabildos,
congresos, conventos, cooperativas, tribunales, juzgados, registros, igle-
sias, ministerios, asociaciones, sindicatos, empresas, etc.
• Instituciones recreativas: estadios, coliseos, anfiteatros, teatros, hipó-
dromos, gimnasios, etc.

Habiendo partido del propósito de diferenciar oralidad de escritura se ha


llegado, casi sin advertirlo, a divisar la dimensión semiótica de la Escrituralidad,
es decir, esa otra dimensión de la significación integrada por varias clases de
sistemas, del más sencillo al más complejo, donde, como se aprecia en la Fig.
1 que propongo a modo de síntesis, unos contienen a otros, de la siguiente
manera: 7B está contenido en 6B por ser más reducido, 6B en 5B, por la mis-
ma razón, y así sucesivamente. Esto a la postre demuestra, una vez más, que
la “escritura” no se opone al resto del campo semiótico de la oralidad (que
tiene sus celdas vacías), lo único que se le opone es el campo contiguo, el de
la Escrituralidad en su conjunto, ya que aquélla constituye sólo un aspecto de

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ésta, como he tratado de demostrarlo tanto en la exposición como en los


ejemplos ilustrativos de los cuadros. Obsérvese que la escritura está represen-
tada por la celda 7B del campo de la Escrituralidad, mientras que la oralidad es
todo un campo.

La escritura electrónica
Por último, sólo hace falta referirse a la cuarta manera de comunicar la
experiencia humana, la digitalización. Para situarla en el justo lugar que le
corresponde es conveniente separar las formas y especies de la comunicación
analógica (caracterizadas por la linealidad) de las digitales, las cuales pertene-
cen a otro paradigma comunicativo. Al cambiar el soporte, se incorporan la
red (Internet), el multimedia y las relaciones hipertextuales. Gracias al hipertexto
el cibernauta puede “construir un texto predispuesto a multitud de enlaces y
conexiones con otros textos y donde el trayecto o recorrido de lectura está
igualmente liberado a los propios intereses del lector de turno” (Rodríguez
1999:15). Por eso es una “herramienta tecnológica” válida por las
reconfiguraciones textuales y por las múltiples convergencias y divergencias
discursivas y semánticas (Landow 1995: 27). Se trata de un “híbrido cultural”
(Rodríguez 1999: 185 y ss.) donde los recursos de multimedia han terminado
por romper la linealidad de la escritura y dar paso a una “virtualidad” sin
soportes contables, atómicos, como los segmentos de la voz o de la escritura
convencional.
La escritura electrónica se diferencia de la ordinaria o analógica, en que
no es secuencial, es decir, prefiere las múltiples voces y los múltiples planos,
por eso su soporte natural es el hipertexto. La digitalización no sólo cambió el
soporte de escritura, sino que introdujo nuevas formas narrativas y orales (e-
mail, chat, foro), nuevos sistemas de referencia, otros posicionamientos entre

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Oralidad, escritura y escrituralidad

emisor y receptor, lo cual se traduce en distintas maneras de intentar y organi-


zar la lectura y, por consiguiente, de interpretar el sentido (Piscitelli 2002: 125).
La tecnología, según Ramonet (2002: 9), ha permitido la integración de
tres medios: la televisión, el teléfono y el ordenador (multimedia), de modo
que en la pantalla del ordenador se integran, además de las funciones propias
de la computadora, las de la red telefónica y las de la señal televisiva. A esto se
agregan los nuevos dispositivos de la Internet, como el CD-Rom, el DVD o el
videodisco digital y, por supuesto, la webcam, o cámara digital que incorpora
sonido e imagen. De modo que lo nuevo se relaciona con la alta capacidad de
memoria (medida en gigas), la velocidad de la comunicación (banda ancha), la
interconexión on line, el surgimiento de nuevos formatos y tipos discursivos,
entre otros. Estamos viviendo los tiempos de la multimodalidad y de la
multimedialidad, la era de la globalización comunicacional e ideológica y, por
lo tanto, la escritura como sistema de modelización secundario ha sido reba-
sada por estas nuevas tecnologías. Eso exige encontrar un nuevo receptáculo,
un nicho terminológico y epistémico, para cobijar a todos los fenómenos que
emergieron con la llegada del ciberespacio.
Pues bien, esta larga exposición sobre las maneras de representar la ex-
periencia humana, que va de las pictografías a los bits de la escritura electróni-
ca, permite comprender la complejidad de los sistemas de representación, pero
aún no se ha prestado atención a los conceptos de textualidad y de continuum
cultural. Esto se hará en siguiente apartado.

Escrituralidad, la otra categoría de la textualidad


La producción textual humana, desde un punto de vista histórico, se
articulaba entre dos categorías aparentemente opuestas: la oralidad y la escri-
tura. Esto es lo que se había entendido antes y ya fue analizado en el primer
apartado: sencillamente la escritura no se puede oponer a la oralidad porque
sólo es uno de los sistemas de la escrituralidad. Dicha oposición se basaba en
una concepción restringida, si, como se sabe, en la interacción social y en la
semiosis posible (véase Peirce, 1974, Morris, 1962 y Lozano y otros, 1989), se
genera toda una variedad de sistemas que la desbordan. Eso hace necesario
recurrir a otro término que es Textualidad y tendría la ventaja de que permiti-
ría integrar en él todas las modalidades de la producción discursiva. Schmidt
(1977), el primer teórico de la lingüística del texto, lo entendió así: por una
parte existe la actividad semiótica de textualizar, como la capacidad de produ-
cir e interpretar textos y, por otra, la noción de textualidad, como el conjunto
de todos los tipos de textos y discursos que una persona o una sociedad han
sido capaces de producir.

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El hombre ha sido siempre un textualizador, un productor de textos y


discursos; por eso, considerando en primer lugar la diversidad verbal, y en
segundo lugar la hibridación natural que se da en el uso y que resulta de los
diversos contextos de interacción, más la función de cada texto y las modali-
dades discursivas, considero que se puede proponer una clasificación de los
tipos textuales, pero a partir de la premisa de que no existen textos orales y
escritos “puros”, sino “preponderantemente” orales o escritos. Sobre esta base
sugiero la existencia de los restantes tipos, tal como se aprecia en el Cuadro 4
(ver página 79):

Cuadro 4: Clasificación de los textos

1. Textos predominantemente orales, producidos por el aparato fonador


humano y los propalados y mezclados por algún medio radioeléctrico
o telefónico.
2. Textos predominantemente escritos, resultado de la acción manual
sobre un soporte de escritura o un aparato de impresión, desde la caña
con la cual los sumerios y acadios hicieron la escritura cuneiforme,
hasta el teclado de un ordenador o cualquier artilugio de impresión o
grafización.
3. Textos mixtos, en los cuales se combinan los sistemas anteriores, como
por ejemplo, un conferencista que redacta y lee y relee, vuelve a escri-
bir, el texto de su intervención que puede ser oral y escrito.
4. Textos audiovisuales: se caracterizan por combinar la voz, la escritura,
la imagen (fija o en movimiento), banda sonora, canción, generador de
caracteres, efectos especiales, imagen repetida o diferida, tal como ocu-
rre en una emisión televisiva, en una transmisión satelital, en un video
clip, un disco láser, etc.
5. Textos computarizados, producto de varias generaciones de artefactos
cibernéticos y que se deben a la telefonía celular, los programas de
informática, la inteligencia artificial, los multimedia, la animación
computarizada, la tomografía axial, entre otros. Algunas variedades:
hipertexto, e-mail, foro, chat, etc.
6. Textos semióticos: además de todas las clases de señales y productos
contenidos en los cinco tipos anteriores, se debe agregar, las especies
aportadas por la semiótica de la Escuela de Tartu (Lotman 1979), como
una obra pictórica, una exposición de arte, un concierto, una pelea de
box (vista en el mismo cuadrilátero o transmitida por satélite), un rito
de iniciación, un filme, un juicio oral, un desfile militar, como activida-
des comunicativas e interactivas complejas.

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Oralidad, escritura y escrituralidad

Al referirme a la relación entre oralidad y escrituralidad, a propósito del


comentario que hice de la Fig. 1, llamé la atención de estos dos constructos
como articuladores de la textualidad e indiqué de cuantos sistemas estaba
formado el campo de la segunda, habiendo dedicado el primer apartado a la
explicitación de la primera. Ahora es pertinente decir algunas cosas sobre la
teoría del continuum, la base teórica que permite interrelacionar las varieda-
des tanto de la oralidad como de la escrituralidad (véase Mostacero 2002).
Anteriormente se admitía, durante el apogeo de la antropología funcional
inglesa, que las tecnologías de la escritura habían producido un impacto en el
desarrollo de la cultura occidental y que, por consiguiente, la cultura escrita se
relacionaba directamente con la formación de organizaciones sociales comple-
jas y con los procesos superiores del pensamiento (Cassany, 1999: 222 y s.).
En ese sentido la “cultura escrita” (literacy, en inglés) representaba a “la
cultura” y era considerada, a la vez, como algo que se diferenciaba de las
condiciones subalternas de la “cultura oral”. Pero, según Cassany se trataba de
una “visión esquemática de la realidad”, en la que “se reduce una realidad
compleja a esquemas binarios de oposiciones, e incluso puede inducir a con-
cepciones falsas y peligrosas por ser claramente eurocéntrica y discriminatoria.
Sería absurdo asociar los términos civilización o ciudadano unilateralmente a
la denominada cultura escrita y negarlos, por defecto, a las comunidades ora-
les” (1999: 225, el subrayado es del autor).
En años recientes la concepción eurocéntrica ha dado paso a una inter-
pretación más justa entre culturas dominantes y dominadas. Y en el dominio
de la lingüística se asume un enfoque interactivo, discursivo y pragmático. Ya
no se admiten posturas maniqueas, ya no se esgrimen interpretaciones
reduccionistas. En lugar de una realidad definida y analizada dicotómicamente,
se debe considerar la existencia de un continuum donde los fenómenos se
perciben en un espectro, sin más diferencias que los matices o grados de per-
tenecer a la oralidad o a la escrituralidad. Se acepta, más bien, la tesis de la
variación. Por eso se postulaba (esto se hizo al comienzo de este apartado) la
existencia de una relación que pudiera vertebrar los dos constructos, y dicha
relación es la teoría del continuum cultural.
La primera vez que me ocupé de esta cuestión fue en 1986 cuando leí la
ponencia “La literatura en el continuum cultural: una propuesta de definición”
(XII Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura Venezolana) y la
continué tratando en Mostacero, 1989, 1997, 1999 y 2002. En 1989 elaboré
una redefinición del campo e introduje ambos constructos, en la ponencia
“Para una redefinición del campo cultural: Oralidad y Escrituralidad” que fue
sustentada en el XIV Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura
Venezolana. Más adelante, al publicar el libro Caripe: historia cotidiana y
oralidad (1997) refundí ambas ponencias, avancé desde las literaturas orales

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hasta las culturas de tradición oral, para poder explicar casos de transforma-
ción de versiones orales a versiones escritas, es decir, el caso de los híbridos.
Dos años después, en 1999, en una conferencia que denominé “Oralidad,
Escritura y Escrituralidad” refundí todos los materiales precedentes y, por últi-
mo, en el 2002, volví a escribir otro texto para ser leído como ponencia (XV
Jornadas de Lingüística de la ALFAL), “Del fonema al texto: necesidad de una
teoría del continuum”, donde la aplicación de tal teoría iba de los mensajes
verbales a los semióticos. Dentro de este dominio y para entender la interacción
entre escrituralidad y oralidad, se expondrá la teoría del continuum.

La teoría del continuum cultural


En un principio la idea del continuum, como ya lo dije, me permitió rela-
cionar fenómenos orales, escritos y sus transformaciones; pero al ir de la lite-
ratura a otras formas de textualización se vio la necesidad de incluir objetos
de otra naturaleza. Por eso, el continuum puede ser espacial, temporal, social,
histórico, en una palabra, cultural, e incluir elementos materiales e inmateriales,
conceptuales e ideológicos (Mostacero, 1997).
Al comparar los fenómenos de la realidad con los de la ciencia, se llega a
la comprobación, muy conocida, de que los primeros se observan como mag-
nitudes continuas, mientras que los segundos se conciben como magnitudes
discretas. Es decir, como objetos diferenciables. El científico aísla y define
elementos, estudia sus relaciones e inventaría su campo. Segmenta, clasifica y
explica, concede jerarquías y determina niveles. Independiza variables y va-
riantes, construye tipologías, sistemas y modelos. Esto es lo que ocurrió du-
rante el desarrollo de la lingüística estructuralista, lo cual se proyectó, poste-
riormente, en el generativismo. Después de 1960 surge una opción distinta,
ya que donde se había impuesto ver, invariablemente, “identidades vs. dife-
rencias”, se pasó a considerar que la cultura, la literatura y los fenómenos
sociales en general, son más bien variables, que en lugar de magnitudes defi-
nidas y analizadas binariamente, se debía considerar la existencia de un
continuum. Aquí los fenómenos se dan dentro de un espectro, sin más diferen-
cias que los distintos grados o matices de ser variables e híbridos.
Es la teoría del continuum cultural. Las teorías lingüísticas de las últimas
décadas se basan en concepciones etnográficas e interdisciplinarias, discursivas
o interactivas, pero en todas predomina el punto de vista de la existencia de
una interface o continuum, cuyos dos términos polares son los constructos de
los que hemos venido hablando: oralidad y escrituralidad, tal como se aprecia
en el esquema de la Fig. 2 que propongo (cf. Mostacero, 1999) y que a dife-
rencia de la Fig. 1 no tenía el campo de la oralidad completo:

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Oralidad, escritura y escrituralidad

Donde, A → B es el rango de variación en el continuum y los números


inscritos dentro del continuum representan, en ambos sentidos, las variedades
tanto de la oralidad como de la escrituralidad. La convergencia de las líneas
oblicuas que van, primero, en la dirección C → A, y luego, en la dirección
D → B, indican la penetración de un polo en el otro, mientras que en la
parte inferior y central aparece la zona de intersección, lugar donde las va-
riedades se mezclan, se vuelven híbridas y, por lo tanto, se transforman.
En el polo A → D, que es el dominio de la oralidad, las variedades que
están más próximas a él, tendrán una naturaleza más característicamente oral,
pero en la medida que se aproximan al polo contrario, van dejando de serlo y
adquieren los rasgos del polo contrario. A este fenómeno se llama
escrituralización. El polo B → C, o ámbito de la escrituralidad, contiene los
elementos que le corresponden, pero al proyectarse al extremo opuesto se
oralizan, recibiendo el nombre de oralización. La posibilidad de que existan
deslizamientos se debe a su naturaleza social, lo cual, además, genera
hibridación (véase Cornejo Polar, 1982, Rama, 1984, Martín-Barbero, 1984,
García Canclini, 1985). Precisamente, donde la hibridación es mayor es en la
zona de intersección, de modo que los fenómenos culturales se deben anali-
zar no por sus diferencias, sino por sus interrelaciones.
En el artículo “Lo escrito desde el análisis del discurso” Cassany dice
que: “las causas o las circunstancias por las que lo hablado y lo escrito se
entremezclan pueden ser variadas: particularidades del canal o condiciones de
producción o recepción (escrito para ser escuchado, dicho para ser leído, etc.;
Payrató 1998: 29), idiolecto del autor (Tusón 1991: 14), interferencias y cita-
ciones polifónicas entre textos, etc.” (1999: p. 225). Para, más adelante con-
cluir diciendo:

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Lo oral y lo escrito comparten un mismo espacio, que es el de


la comunicación en la comunidad de hablantes de una lengua, ex-
presan formas culturales complementarias y se recanalizan y
transforman entre sí de modo continuo: se escribe lo oral para
poder ser recordado, se ejecuta oralmente lo escrito en contextos
particulares, etc. De este modo, oralidad y escrituralidad consti-
tuyen formas complementarias de expresar las distintas manifes-
taciones culturales de una comunidad compuesta por personas con
distintas experiencias y formaciones comunicativas (p. 226).
Igualmente, en este artículo Cassany concedió una cita a la teoría del
continuum, al referirse al tercero de mis trabajos sobre el tema (Mostacero 1997),
donde había refundido las ideas de 1986 y 1989. Eso indica que este autor no
sólo la comparte, sino que la vincula con otros autores que cita, por ejemplo:
Halliday, Oesterreicher, Payrató, Tusón, Raible (véase Cassany, 1999: 223-227).
Este planteamiento, se cree, no sólo contribuye a redefinir, como lo hice
en 1986, las literaturas orales-tradicionales, en el marco de las culturas dentro
del capitalismo (tesis de García Canclini 1982), sino que en la actualidad re-
sulta muy apropiado para explicar los casos de heteroglosia, polifonía o
multimodalidad que como teorías discursivas permiten referirse a la hibridación
de textos y discursos. Si la textualidad humana abarca un conjunto de siste-
mas de textualización que van de la oralidad a la escrituralidad, entonces, la
teoría del continuum cultural resulta apropiada para estudiar sus transformacio-
nes. Asimismo, el fundamento ideológico de la oposición entre culturas do-
minantes y dominadas no se pierde, ya que se mantiene tanto en el plano de
su origen y conformación como variedades culturales, como en el plano de su
significación ideológica. Los casos de transferencia semiótica se analizarán en el
siguiente apartado.

Tecnologías de la comunicación, coloquialismo y


textualización
En este último apartado y a propósito de las tecnologías de la comunica-
ción, vuelvo sobre el tema inicial de este trabajo, oralidad y escritura, sólo que
ahora lo plantearé desde otra óptica: el del coloquialismo y la textualización,
que permiten explicar los casos de transferencia de un campo a otro en la
llamada dimensión semiótica de la cultura.
Mientras la oralidad la poseen, por naturaleza, todos los individuos, la
escritura es una excepción. Un alto porcentaje de la población mundial aún es
analfabeta o analfabeta funcional, en un tiempo en que sobresalen las tecno-
logías de la imagen: satélites artificiales, fibra óptica, láser, entre otros. Pero

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Oralidad, escritura y escrituralidad

muy a pesar de la tecnología, siempre es posible distinguir una comunicación


espontánea o primaria y una comunicación transferida o desplazada. Sirva el
cuadro 5 para ilustrar estas diferencias. (ver página 85)

Cuadro 5: Transferencia e intercambio de situaciones comunicativas

COMUNICACIÓN TRANSFERENCIA DE A INTERCAMBIO DE SITUA-


ESPONTÁNEA EN EL AMBIENTE DE B CIONES DIALOGICAS
O VICEVERSA Y CONTEXTUALES

ORALIDAD Oralidad a partir de la Ejemplos:


PRIMARIA escritura - Leer un poema
A - leer y exponer el texto de
(ORALIZACION de una ponencia escrita
textos escritos) - informar acerca del conte-
nido de un libro leídoo
ESCRITURA Escritura a partir de Ejemplos:
PRIMARIA textos orales - Copiar un mensaje hablado
B - Transcribir una conversa-
(ESCRITURA-CION ción grabada
de textos orales)

El Cuadro 5 permite explicar los casos de transferencia que en la Fig. 1


sólo habían sido mencionados y estaban ubicados en la zona de intersección,
donde los fenómenos de uno y otro polo, se transmutan, se vuelven híbridos.
Mientras que en la comunicación espontánea lo oral y lo escrito, son sólo eso,
formas comunicativas sin mezclas (A y B en la primera columna), la segunda
columna se refiere a los casos de transferencia de A en el ambiente de B, o
viceversa. Al respecto, Cervera (2002: 4) dice:
Se acepta que en los textos escritos permanece el habla, como
forma de comunicación en el tiempo y en el espacio reflejado por
un solo sujeto.
Cabe, entonces, hablar de texualización en el discurso
conversacional cuando se recurre a la codificación del texto oral a
rasgos textualizadores de carácter gramatical, semántico y prag-
mático, como construcción sintáctica, fraseológica, variedad léxica,
precisión, referencia y deixis. Esta visión textualizadora (…) per-
mitirá hablar de discurso oral textualizado
El mismo autor dice que en la escritura hay rasgos coloquializadores y
en el habla oral, rasgos textualizadores. Su definición y explicación pertenece
a la pragmática: “En cualquiera de los actos de habla pueden aparecer rasgos

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Rudy Mostacero

coloquializadores (Briz 1998: 2), aunque hay grados de coloquialidad textual


con independencia de la modalidad o género utilizado. Nace así el texto escri-
to oralizado” (Cervera 2002: 4). Además, añade, este autor, las variedades
pueden aproximarse o distanciarse de su matriz originaria dependiendo del
“grado de coloquialidad o textualidad que contengan en cada momento” (Ibid.).
Lo anterior permite comprender dos cosas, primero, que lo oral se trans-
forma en texto escrito y, su contrario, que lo escrito se plasma en texto oral,
gracias a la mayor o menor cantidad de elementos de textualización o de
coloquialización, respectivamente; y, segundo, que de aquí se deriva la exis-
tencia de marcas o huellas que se pueden rastrear en el texto transformado,
que son marcas de hibridación. La indagación de esta parte de la teoría de la
textualidad está en sus inicios, aún cuando algunos autores ya han advertido
su existencia y hasta han hecho investigaciones históricas, por ejemplo,
Oesterreicher (1998: 317), quien a la vez reporta estudios europeos y norte-
americanos (especialmente Tannen).
Oesterreicher introduce la distinción entre “oralidad o lengua hablada” y
“escrituralidad o lengua escrita” y es uno de los pocos que usa el término
“escrituralidad”, por lo menos según el traductor. La traducción del libro don-
de se dio a conocer el artículo, “Lo hablado en lo escrito. Reflexiones
metodológicas y aproximación a una tipología”, es de 1998 y apareció en el
número 1 de la revista Oralia. Oesterreicher identifica “lo fónico” y “lo gráfi-
co” como una dicotomía, mientras que “lo hablado” y “lo escrito” se dan por
relación escalar, entre dos extremos pero dentro de un continuum (1998: 318) y
se puede entender como un registro que va desde una conversación muy ínti-
ma hasta la formalidad del código jurídico.
En síntesis, este autor nos proporciona la evidencia de que algunos in-
vestigadores europeos ya se habían interesado por las relaciones entre lo oral
y lo escrito, habían advertido la existencia del continuum y los casos de transfe-
rencia, por ejemplo, Nencioni, en 1976, Ochs, en 1979, Tannen, en 1980,
Koch y Chafe, en 1985, Biber, en 1988 (todos citados por Oesterreicher,
1998: 318 y ss.). Eso indica que los estudios de la oralidad versus la
escrituralidad no son tan recientes en Europa, aunque sus noticias se hayan
conocido, tardíamente, en lengua española. Y en España los aportes más
descollantes se deben al grupo VaLesCo de la Universidad de Valencia que
dirige Antonio Briz (cf. Briz 1995, 1997 y 1998).
Para nuestro país se reportaron, sobre todo, comunicaciones a congre-
sos, como el caso de las ponencias que presenté entre 1986 y 1997, empero, el
primer venezolano que estudió las marcas de oralidad en textos de ficción fue
Carlos Pacheco (1992), lo que denominó “la ficcionalización de lo oral”, y fue
analizada en obras de Juan Rulfo y João Guimarães Rosa. Y más recientemen-
te, pero esta vez en textos académicos, las marcas de oralidad, pero en la
exposición de una ponencia, han sido indagadas por Larrauri (2001 y 2002).

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Oralidad, escritura y escrituralidad

Lo acabado de reseñar indica que tanto en Venezuela como en otros


países las teorías y sus aplicaciones sólo están en su fase inicial. En la medida
en que la teoría del discurso y la pragmática profundicen sus análisis, en esa
misma medida se contará con recursos para investigar en tantos continua como
áreas de interacción existen: de la escritura analógica a la digital, de la científi-
ca a la de divulgación, de la cinematográfica a la conversacional, del relato
oral a la narración literaria, para mencionar sólo algunas.
Pues bien, habiendo llegado al final de la exposición, es necesario hacer
una síntesis. Mi propósito era deslindar oralidad de escritura y construir un
nicho epistémico para la escrituralidad. Ya está construido y en él residen va-
rias clases de sistemas, desde los sistemas históricos de escritura hasta sus
expresiones digitales. Lo cierto es que a lo largo y ancho de la exposición-
reflexión sobre las experiencias con la escritura, he demostrado que la oralidad
cabalga todas las manifestaciones de la semiosis, tanto de la real como de la
posible y que, las clases de oralidad no se disuelven ni en el entramado de la
escrituralidad ni en las innovaciones de la comunicación electrónica.
Sucede, más bien, que la oralidad se ha remozado gracias a la tecnología
(texto electrónico, como en los foros chats, etc.). Igualmente, la escrituralidad
exhibe una gran riqueza y variedad, constituida por múltiples sistemas semióticos,
en los cuales la tipología de textos y discursos hace honor a la cantidad y a los
híbridos y donde se impone investigarlos, pero desde un enfoque diferente: la
del continuum cultural. Gracias a esta teoría es posible estudiar los casos de
hibridación, de desplazamiento y transferencia que caracterizan a las modalida-
des polifónicas del discurso y donde, las aplicaciones pueden ser textuales, prag-
máticas, discursivas y didácticas. Consecuentemente, fue posible definir y ca-
racterizar tanto a la escrituralidad como a la oralidad y construir un nicho
epistémico e interactivo, que permite dar cabida a todas o casi todas las mani-
festaciones de la producción textual humana, desde las analógicas a las digitales.
Ese era uno de nuestros objetivos: queda formulada una propuesta teórica. Ahora
los investigadores deben afinar sus estrategias para poner a prueba las teorías.
Eso significa que el futuro de la investigación está asegurado.

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