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“Donde el Gobierno no puede ser reemplazado sin recurrir a la violencia, estamos en presencia
de una tiranía”, señala Karl Popper. Esto no puede ser más cierto en Venezuela, donde todo este
problema surge de una sola situación: Maduro y su grupo no quieren entregar el poder
democráticamente.“No volverán a gobernar este país, ni por las buenas ni por las malas”, ha
señalado repetidamente Maduro. Otra frase: “Aquí no habrá elecciones (entre 2016 y 2017)
hasta que el chavismo pueda ganarlas”.Pero más allá de las frases están los hechos: para que los
venezolanos no pudieran cambiar a su Gobierno, adulteraron el padrón electoral, prohibieron
fraudulentamente la realización de un referendo contra Maduro, que era constitucional, y han
recurrido, sistemáticamente, a la cárcel y a la tortura, ya no solo contra dirigentes opositores,
sino contra opositores, llanamente. Han eliminado todas las referencias a la oposición en los
medios de comunicación, han estrangulado la prensa libre, aun así, quieren censurar Internet.
Todo porque Maduro es, probablemente, el mandatario más impopular de la historia de
Venezuela. Estados Unidos está ayudando en el esfuerzo de recuperar la institucionalidad en
Venezuela, y tan peligroso es el chavismo para el hemisferio occidental, que el propio New York
Times, que tiene una guerra abierta con el presidente de EE. UU., Donald Trump, ha señalado
que el caso de Venezuela es el único en el que ha tratado con justicia a una tiranía, porque acusa
a Trump de tener buenas relaciones con el resto de los líderes antidemocráticos del mundo.
Además, EE. UU. tiene la fundada preocupación de que Venezuela desestabilice a Colombia, su
principal aliado en la región, y a Israel, su principal aliado en Medio Oriente, por el apoyo activo
que da y recibe de movimientos como Hizbulá. Eso, por no mencionar que buena parte del alto
Gobierno está bajo sospecha o directamente acusado de participar en el negocio del
narcotráfico. Esto, en tribunales de EE. UU.
Por supuesto. Los que más quieren el petróleo venezolano son los propios venezolanos. Quieren
volver a producir los 3,3 millones diarios de barriles que se producían antes de que chavismo
llegara al poder hace 20 años, para poder reiniciar su economía devastada (ahora producen
menos de 1 millón de barriles). Por supuesto, además, el petróleo venezolano lo quiere el
mundo entero.“China tendrá todo el petróleo venezolano que quiera”, acaba de señalar la
vicepresidenta del chavismo, Delcy Rodríguez, frente al embajador de China, Li Baorong. De
hecho, buena parte de la preocupación de China y Rusia es que Chávez primero, y Maduro
después, tras malbaratar en populismo y corrupción los ingresos más importantes de la historia
de Venezuela, se endeudaron poniendo el petróleo venezolano como garantía. Apoyan a
Maduro, simplemente, porque quieren cobrar. Pero más allá: ¿sabe alguien de la izquierda el
horroroso crimen ambiental (ellos que se dicen ecologistas) que se está cometiendo en el “arco
minero del Orinoco”? Al que no lo sepa, investigue. A lo mejor deja de apoyar al chavismo.
5) “Maduro es legítimo”
Si a alguien le quedaba alguna duda de cómo Nicolás Maduro ha ido perdiendo legitimidad
desde que el chavismo fue derrotado por paliza en las elecciones parlamentarias de 2015, la
farsa electoral del 20 de mayo de 2018 (una elección sin ningún estándar democrático) terminó
de quitársela. El primer período electoral ya estuvo envuelto en el escándalo porque el margen
con el que “ganó” fue muy estrecho, y no se permitió una auditoría posterior; pero el proceso de
2018 estuvo tan profundamente viciado que por adelantado, buena parte de la comunidad
internacional advirtió que no lo reconocería. Maduro ha creado un parlamento paralelo con
poderes “plenipotenciarios” y compuesto, de forma fraudulenta, solo por sus más cercanos. En
la práctica, ha abrogado la Constitución, esto es lo que significa la “plenipotenciaridad” (?) de la
Asamblea Constituyente, creada, por cierto, sin los extremos que exige la propia Constitución
para su instalación.También ha inhabilitado, por vía administrativa, a todos los candidatos que
podían hacerle sombra y ha inhabilitado que la oposición funcione como una coalición electoral
y las tarjetas de todos los partidos (menos dos) de los que ganaron las elecciones parlamentarias
de 2015. Como si eso no fuera suficiente, Maduro controla el Tribunal Supremo de Justicia sin
disimulo (su acto de juramentación para un segundo período ante ese tribunal, aunque
establecido por la Constitución también como un caso extremo, no fue sino una pantomima,
porque quien le recibió el juramento no cumple los requisitos para ser magistrado), y su
Gobierno es tan represivo que ha obligado a buena parte de la propia izquierda a desmarcarse
de él (leer el punto 7, “Maduro no es de izquierda”).
7) “Esto no es socialismo”
La última de Pedro Sánchez, que al igual que sus socios de Podemos, los del Frente Amplio en
Uruguay, el propio AMLO en México o una parte del partido Demócrata de EE. UU., no saben
cómo quitarse la mancha que significa el peor régimen de la historia de América Latina por sus
resultados.“Esto no es socialismo”, dicen de lo de Maduro, pero lo cierto es que sí lo es. Es un
régimen comunista, que permite cierta actividad privada porque Fidel Castro, mentor de Hugo
Chávez y de Nicolás Maduro, dijo muchas veces que era un error la estatización total de la
economía. Pero lo cierto es que desde la caída del muro de Berlín, nadie intentó desde cero
crear un régimen socialista real, salvo Venezuela.Y los resultados están a la vista. Las mismas
catástrofes de la URSS, Camboya, la China de Mao… hambruna, muerte, emigración.