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¿Re-habilitar? ¿Re-insertar?

Carlos Herbón1

En términos generales, la mayoría de las instituciones que ofertan tratamientos


ambulatorios o de internación completa destinados a pacientes identificados como
“adictos” o “drogadependientes”, han diseñado sus estrategias de abordaje y de
intervención, teniendo como ejes fundamentales y como objetivos a alcanzar, algunas
ideas centrales que no han sido sometidas a un análisis lúcido y a un juicio crítico,
que permita advertir sus consecuencias clínicas y qué lugar le suponen a los sujetos
a los que se dirigen, - es decir, a los drogadependientes- .

Resulta notorio, y así es difundido en la comunidad por los diversos medios políticos,
jurídicos, sanitarios, educativos o informativos, que los programas asistenciales antes
mencionados tienen como guía de sus actividades, como fin de un recorrido –al menos
así lo manifiestan- dos objetivos centrales a los que se los denomina “re-habilitación”
y “re-inserción social”, términos que sintetizan un diagnóstico y un pronóstico a priori,
cerrado y contundente.
La hipótesis que ordena estos objetivos, a interpelar, sugiere que el fenómeno del uso
de drogas o sustancias psicoactivas acontece en un territorio considerado como
“ajeno” al ámbito social y en individuos o grupos que en razón de sus prácticas no
estarían habilitados para ser considerados sujetos sociales.
¿Es posible pensar un espacio externo o fuera de la trama social? De ser así nos
encontraríamos con una contradicción insoluble, fuera de toda dialéctica.
Contradicción por otro lado que sirve a los fines de definir una relación en la que una
de las partes habilita o inhabilita y otra que queda sujeta a la unilateralidad, pasivizada
frente al hacer de otro.
Desde esta perspectiva, tales individuos o grupos estarían inhabilitados y sus acciones
tendrían lugar en una región impensada y tachada de inexistente social.
¿Qué operación podría lograr que algo que ocurre, que registramos como ocurrente,
que cuenta con nuestra participación activa, sea desalojado a tal punto que se nos
aparezca como extraño?
Si a alguien se lo supone por fuera de la producción social, carecería de
representación para significarlo, por lo tanto, la misma afirmación de ese “inexistente”
sería una flagrante contradicción ¿cómo superarla?
Habría que plantear una nueva cuestión e interrogar aquello que aparece como
incuestionable: ¿No se trata más bien que la estructura social, ha “habilitado” un
espacio, ha creado un espacio donde se incluye al objeto droga como un bien de
intercambio social, de altísimo valor, representante máximo de un ideal sostenido en el
consumo, modelo de una sociedad que promete la satisfacción plena, a través del acto
de consumir, generando un doble discurso y una doble moralidad? ¿Y no es esa
misma estructura la que produce aquellos sujetos que soportan en el cuerpo, a través
del acto de consumir este doble discurso y doble moralidad, habilitados y compelidos
a aquello mismo que constituye su inhabilitación?
Entonces, ofertar un tratamiento que tenga como objetivos re-insertar y re-habilitar ¿no
es ofertar esta misma paradoja? El “adicto”, término también a revisar y que se
pergeña en la misma lógica que planteamos, se constituye en el escenario donde este
perverso doble vínculo se lleva a cabo.
En este modelo, lo menos que podemos pensar es que “todo esta dicho y sabido de
antemano”, siendo mínimo o nulo cualquier resquicio donde introducir algo del orden
de la ignorancia.

1
En Clínica Institucional en Toxicomanías. Una cita con el Centro Carlos Gardel (VV.AA.), Letra Viva,
Buenos Aires, 2006.
Constantemente, por los servicios de salud habilitados para atender
drogadependientes (también de esa habilitación se trata) “desfilan” pacientes que
portan demandas sociales de distintas instituciones, pero el paciente no habla, no se
constituye en el lugar de su decir.
Hay tanto dicho sobre él que no queda resquicio por donde pueda rebelarse, - ¿o
revelarse?- , y queda excluido de sí mismo y de cualquier otro que lo pueda recibir en
un lugar distinto. No se trata entonces de cómo se lo designa afirmando que “le falta
palabra”, sino que está consagrado a las que se han vertido sobre él y por él; se ha
petrificado en ellas, ha encarnado su significación y ello constituye su tóxico más
peligroso.
El paciente está intoxicado por esta masiva adjudicación de identidad que lo ahoga,
que lo deja “duro”, de la que nada puede decir porque lo afirma y lo niega en el mismo
acto, condenándolo a su repetición.
En esta “sobresignificación” de lo “adicto” quien queda excluido es el sujeto: no hay
sujeto que se drogue, sino adicto. El sujeto es impertinente y por la misma calificación
de in-habilitado no tiene nada por decir, ni debe decir nada, no hay lugar para su
cuestión.
Nuevamente retorna la pregunta acerca de quien in-habilita, qué se in-habilita, a quién
se in-habilita y cuáles serían las vías o canales de in-habilitación.
Si bien es cierto que se ha caracterizado el campo de las adicciones (en reiteradas
oportunidades y por distintos autores) como un fenómeno que en su origen reconoce
la intervención de múltiples factores, ello no autoriza a las instituciones de salud a
perder de vista su ámbito de intervención específica, asumiendo mandatos y roles que
debieran serle extraños. En este sentido advertimos, en nuestra práctica cotidiana, que
uno de los mayores riesgos con los que nos encontramos es el de encarnar aquellas
demandas provenientes de los diversos sectores sociales que intervienen en la
temática, convirtiéndonos en portadores de sus demandas y conflictos específicos,
intoxicándonos por la misma vía que la del sujeto consumidor.
El resultado más peligroso de ello es, nuevamente, la exclusión del sujeto instituyendo
al tóxico en su lugar, tal como ocurre en otros ámbitos, cerrando los oídos a la
posibilidad de escuchar, de interrogar su relación con su deseo. Y otra vez, lo central
vuelve a ser ocupado por las sustancias, y lo irrelevante, por los sujetos que hacen
uso de ellas.

No es función de las instituciones de salud in-habilitar o habilitar, segregar o insertar,


condenar o absolver, constituyéndose en apéndice de las demandas de otras
instituciones que persiguen objetivos diferentes.
Desde esta perspectiva, luego de habernos asomado a una revisión crítica, intentamos
pensar una manera diferente de conducir un tratamiento proponiendo nuevos objetivos
y asignándoles un papel central y singular a quienes lo demanden, a partir de un
abordaje psicoanalítico. El psicoanálisis aporta una teoría del sujeto y su relación con
el deseo, vinculado a la posición que asume en los discursos, que jaquea los
presupuestos, que hasta ese entonces orientaron las coordenadas de conceptos
centrales tales como los de objeto, psiquismo, individuo, personalidad etc. Se trata de
una lectura distinta de aquello que muchas veces sin explicar claramente
denominamos subjetividad. Pensar la subjetividad, tal como la conceptualizó Lacan,
en una triple dimensión articulada: Real ,Simbólico e Imaginario.
Para ello, habrá que pensar en tratamientos que se sostengan en las producciones
teórico-clínicas del psicoanálisis, asignándole relevancia al sujeto; que lo sitúe(antes
que lo re-inserte) y que lo acompañe a saber de sí (antes que lo re-habilite) en un
proceso paulatino de singularización e historización.

1- Singularización: Se trataría de hacerle un lugar en el deseo de quien lo recibe, sin


otra condición que aquella designada en el deseo de escuchar a quien lo solicite.
Recibirlo en su condición más insignificable, sin objetar el ropaje con el que se
presente. El término objetar, en este caso, está tomado en el sentido de cuestionar
desde los preceptos morales y desde una posición correctiva aquello que a priori se
cataloga como una “mala conducta” o un “acto inmoral”. Posición diferente orientada a
interrogar y propiciar una pregunta novedosa, genuina que de lugar a que caiga algo
que ya viene coagulado en su presentación.
Abrir un lugar en la diferencia implica quitar de la serie lo que viene bajo un mismo
nombre, y hacerlo un nombre propio. Pero este nombre no está en ningún origen, sino
que hay que construirlo constantemente a partir de los lugares vacíos y de silencio que
se constituyen en la reconstrucción de una historia. Allí donde el sujeto se hace oír a
través de una “ausencia”, constituyéndose donde algo falta.
Eso sólo puede ocurrir en el caso por caso, en el lugar donde se produce una
interrupción para que un nuevo nombre tenga lugar. Nombrarlo por deseo negándose
a responder por demanda. De este modo, atender a lo singular de quien consulta abre
la posibilidad que alguien se reconozca en lo propio, se implique, que advierta como
“responde” frente a lo que le acontece; en síntesis, responsabilizarse de lo que dice y
hace. Nada de esto se consigue por prohibición o castigo, sino por hacer- le un lugar
en el deseo a lo más descarnado que nos trae en su presentación quien consulta.

2. - Historización: Se trataría de rastrear en la historia, en su significación simbólica,


los lugares en los cuales el paciente representó algo con relación al deseo del Otro,
los puntos de desilusión y de caída de ese Otro, tratando de despejar qué lugar tiene
para él consumir sustancias en relación a dichas “caídas”2.
Esto implica renunciar a la generalización que insinúa que, - el consumo de drogas- ,
“siempre constituye un síntoma” o que está “por fuera de toda posibilidad de
simbolización”, o que constituye “un síntoma social”. El lugar que la substancia
adquiere para quien hace uso de ella solamente tiene valor si es leído a partir de la
estructura particular en la que un sujeto hace su representación, - y esa estructura
sólo tiene posibilidad de desplegarse en la historia- .
Es en esa historia, en las “lagunas” que suspenden la “ficción” de una continuidad sin
fisuras, donde es posible hallar los puntos de anudamiento entre el sufrimiento y el
consumo, entre la angustia y su acallamiento.
No se trata de la historia del consumo, del cómo y del cuando, de las cantidades. En
todo caso lo que se intenta, es vincular esos puntos de caída con los episodios de
consumo, para que advenga el sentido de esa forma de responder frente al
sufrimiento, cuando éste se enlaza al consumo. Y la historia no está supuesta de
antemano ya que no se trata de los hechos, ni de los dichos que ello generaría, sino
de la posición que asume el sujeto en su relato o en su silencio.

2
Hecho interesante si se tiene en cuenta que cada episodio de consumo es designado como una
“recaída”, como significación de un fracaso.

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