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Los Latinos

Sección primera
San Agustín
Encontramos en Agustín dos tipos muy diferentes de comentarios del Símbolo: las
explicaciones homiléticas y litúrgicas de una parte, las presentaciones doctrinales y
teológicas por otra.
Las primera se sitúan en el contexto de la Semana Santa. Están dirigidas al pueblo,
especialmente a los catecúmenos que se preparan al bautismo. Agrupamos aquí los
textos en el orden del Símbolo mismo más que en el de los sermones.
Concepción y nacimiento de Cristo
En el sermón 214, Agustín profundiza la afirmación: “El Hijo nació del Espíritu Santo y
de la Virgen María”. Escuchémosle: “Decimos que nació del Espíritu y de la Virgen
María porque, cuando la Virgen santa preguntó al Ángel: “¿y esto cómo puede ser?”, el
Ángel le respondió: El Espíritu santo vendrá y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra. Por eso el Santo que nacerá de ti será llamado hijo del Espíritu Santo… Debido
a esta concepción santa, en el seno de la Virgen, realizada por consecuencia del fuego
de la concupiscencia de la carne, sino en función del fervor de la caridad creyente, se
dice Cristo nacido del Espíritu Santo y de la Virgen María, de tal suerte que la
naturaleza humana es relativa a aquella que concibe y engendra, la naturaleza divina
al Espíritu Santificador: “Santo” viene de la Virgen María; lo mismo que el Hijo de Dios
es el Verbo hecho carne. En tanto que Verbo, es igual al Padre; en tanto que hombre,
su Padre es más grande” (214,6).
Hay que remarcar muchas cosas aquí. Destaquemos, primeramente el cuidado con el
cual Agustín, que -por otro lado sigue la tradición anterior- quiere mostrar en el
evangelio de Lucas el fundamento y el alcance de la afirmación de la fe sobre la
concepción virginal del Salvador.
Luego, subrayemos la sutil distinción entre el error rechazado (Cristo, hijo del Espíritu
Santo) y la verdad profesada: Cristo nacido del Espíritu, es decir de la acción del
Espíritu. Volveremos sobre este punto presentando las vistas de Agustín teólogo.
En otro lugar, en el sermón 215, Agustín evoca también este nacimiento virginal de
Cristo por el Espíritu para subrayar que las dos generaciones de Cristo y según la
divinidad y según la humanidad son todas objetos de fe, que sobrepasan los alcances
de la razón humana. Para Agustín, la fe prodigiosa de María, luego de su diálogo con el
Ángel, ilumina y estimula nuestra fe, más fácil, en el misterio del doble nacimiento de
Jesús: “Creemos en Nuestro señor Jesucristo, nacido de la Virgen María por la acción
del Espíritu, porque la misma bienaventurada María concibió en la fe a aquél que ella
engendró en la fe. En efecto, un único modo de engendrar fue conocido por ella, no
por experiencia personal, sino aprendido por ella por frecuentar a otras mujeres; es
decir, el nacimiento de un ser humano a partir de un hombre y de una mujer; ella
recibió la respuesta angélica: “El Espíritu Santo vendrá a ti… El santo que nacerá en ti
será llamado Hijo de Dios” (Lc1, 34-35). Frente a estas palabras del Ángel, María, llena
de fe, concibió a Cristo en su espíritu antes de concebir en su vientre y respondió al
Ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Es
decir: que el Hijo de Dios sea concebido sin simiente viril en una Virgen… María creyó y
lo que creyó aconteció en ella “Christum prium mente quem ventre concipiens…
credidit Maria et in ea quod credidit factum est”.
San Agustín, como se ve, no se limitó a enraizar la fe de la Iglesia concerniente al
nacimiento de Cristo en el evangelio lucano; quiso subrayar más que el consentimiento
de María al misterio no sólo había sido libre sino que además había sido dado con
plenitud de fe en la Palabra de Dios transmitida por el Ángel Gabriel. Considerando la
participación de María, desde la Anunciación, en la obra de salvación, Agustín nos la
muestra como una Virgen prudente, creyente y amante.
En Agustín, el artículo cristológico (Jesús nacido del Espíritu santo y de la Virgen María)
se vuelve mariológico y eclesial.
Definiendo el nacimiento histórico de Cristo como un nacimiento espiritual(“por obra
del Espíritu”) y virginal (de María virgen), el artículo del Símbolo se vuelve, para él y
para los Padres posteriores, el fundamento del nacimiento sacramental de Cristo por
obra del Espíritu Santo y de la Iglesia virgen y también del nacimiento moral o místico
del alma creyente, siempre por obra del mismo Espíritu. Conservando toda su
significación cristológica, nuestro artículo – dice R. Cantalamesa (Credo in Spiritum
Sanctus, I, 111) – cobra también un sentido mariológico y sobre todo especial. Como
Jesús nació de una madre virgen por obra del Espíritu Santo, así los cristianos “han
nacido de Dios y del corazón de la madre Iglesia por el Espíritu Santo” (sermón 359,
4). La virginidad de María simboliza la apertura de la Iglesia a la acción del Espíritu.
Pasión, muerte y sepultura de Jesús crucificado
En sus homilías pascuales, el obispo de Hipona nos ofrece también proposiciones
sugestivas sobre esta parte central del segundo artículo del Credo.
Agustín nos muestra, primeramente, (sermón 212) el presupuesto común al conjunto
de afirmaciones que integran el artículo segundo: la asunción por el Hijo de Dios de la
“condición de esclavo” (Ph 2, 7). Es decir de la naturaleza en su condición herida por el
pecado.
“Por esta condición, el Invisible fue visto… en esta condición de esclavo, el
Todopoderoso fue debilitado porque padeció bajo Poncio Pilato. Por esta condición de
esclavo, el Inmortal murió: porque fue crucificado y sepultado. En esta condición
de esclavo, el rey de los siglos resucitó al tercer día. En esta condición de esclavo,
Aquél que es el brazo del Padre se sienta a la diestra del Padre. En esta condición de
esclavo, vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos: en ella quiso compartir
[la misma suerte de los] muertos, siendo la vida de los vivos”.
Lo que Agustín quiere subrayar, es que la debilidad, la Pasión, la muerte, la crucifixión,
la sepultura de Cristo, luego su Resurrección, su Ascensión, su entronización a la
derecha del padre su regreso como Juez, conciernen a su naturaleza humana y la
presuponen; y sin embargo, cada vez, es el Hijo de Dios, en su humanidad, que es
crucificado, sufre, muere, sube al cielo y se sienta a la derecha del Padre y juzgará a
los vivos y a los muertos.
En su tercer sermón Guelferbytanus (ed. S. Poque, SC 116, 200-209) sobre la Pasión
del Señor, Agustín aborda en profundidad una objeción frecuente en la época
patrística: los que nos lanzan como un insulto que honramos un Señor crucificado… no
comprenden en lo más mínimo lo que creemos y afirmamos.
Porque nosotros no afirmamos que en Cristo murió lo que era Dios, sino lo que era
hombre [quod Deus erat sed quod homo erat]. En efecto, cuando muere, no importa
quien, en lo que es esencialmente hombre, es decir lo que los separa de la bestia, el
hecho que tiene inteligencia, que discierne lo humano de lo divino, lo temporal de lo
eterno, la falso de lo verdadero, es decir, su alma racional, esta alma no sufre la
muerte como su cuerpo; sino cuando muere, permanece viva, lo abandona y sin
embargo se dice un hombre esta muerto.
“¿Por qué no se diría, también: Dios murió, sin que se entienda que pueda morir lo
que es Dios, sino la parte mortal que Dios había asumido por los mortales?
“En efecto, cuando un hombre muere, el alma que está en su carne no muere; de la
misma manera, cuando Cristo murió, la divinidad que estaba en el hombre no murió.
“…Dios, que es espíritu (Jn 4, 24) pudo unirse con una unión espiritual, no a un cuerpo
sin espíritu, sino al hombre que poseía un espíritu.”
Aquí, Agustín recurrió a la imagen antropológica del misterio de la Encarnación: la
unión entre alma inmortal y el cuerpo mortal en el ser humano ayuda a comprender la
unidad entre la persona divina del Verbo y su humanidad mortal: más precisamente,
entre la naturaleza divina (quod Deus erat). Como el alma huma conserva su
inmortalidad no muere cuando muere el cuerpo que animaba, así la naturaleza divina
conserva su eternidad y no muere cuando Jesús muere. La continuación de nuestra
exposición mostrará que Agustín no subrayó demasiado la persona del Verbo.
En el sermón 213, pronunciado con ocasión de la “tradición del Símbolo”, fue
introducido un matiz importante: “el hombre fue crucificado, el hombre fue sepultado;
en Dios no hubo cambio, a Dios no lo mataron, pero sin embargo murió en tanto que
hombre”. En el lenguaje actual de la Iglesia (que desde Éfeso afirmaba claramente que
María, Madre de Dios, no es madre de la divinidad), diríamos: la divinidad no está
muerte, no estaba crucificada, sino la persona divina del Hijo está muerto en su
humanidad. La Iglesia no había aprobado explícitamente, todavía, el adagio de los
monjes escitas: “uno solo de la Trinidad fue crucificado.” Agustín parece experimentar
cierta incomodidad delante de una admisión perfectamente coherente de “la
comunicación de los idiomas” y emplear por turnos formulaciones contradictorias,
diciendo tanto que Dios murió, como que no murió. Pero el pensamiento es
suficientemente claro.
La incomodidad se explica, en parte, por el recurso a la imagen ambigua de la
vestimenta para designar la humanidad del Hijo encarnado, en el mismo sermón: Si
alguien escinde tu túnica sin lesionar tu carne, te injuria, pero no gritas una protesta
respecto de tu vestido, al punto de decir: “has escindido mi túnica”, dice, más bien,
me has rasgado”. Dices la verdad y sin embargo, el que te lesionó nada tomó de tu
carne.
“Así, Cristo Señor fue crucificado. Es el Señor, y es único para su Padre. Es nuestro
Salvador, es el Señor de gloria (1 Co 2, 8).
“Y sin embargo fue crucificado, pero en la carne sola [sepultus in sola].
“Porque su alma no estaba ahí donde estuvo sepultado y cuando lo fue. Yacía en la
sepultura por su carne sola y sin embargo lo confiesas como Jesucristo nuestro Señor,
el Hijo único…
“Solo su carne esta en el suelo y ¿tu dices, sin embargo: nuestro Señor?
Te digo con toda claridad: porque veo el vestido, adoro también a Aquél que está
revestido [vestem intueor, vestitum adoro]. Esta carne fue su vestido. Tomando la
forma de esclavo se revistió con un comportamiento de hombre (Ph 2, 6-7)”.
Lo que Agustín quería decir a sus oyentes se hace más claro en su respuesta a la
pregunta 73 entre las 83 cuestiones que lo agitaron entre su conversión y su elevación
al episcopado: “La humanidad fue asumida de manera que fuese transformada para
mejor y a recibir [del verbo] una formalidad inefablemente más perfecta y más
íntima que el hábito revestido por el hombre.
Así pues, por el término habitus el Apóstol destacó suficientemente en qué sentido dijo
“habiéndose vuelto semejante a los hombres (Ph 2, 6-7): no por una transformación
en hombre sino por lo que se manifestaba, habitu, cuando se revistió de la humanidad
para, adjuntándosela y adaptándosela, asociarla a [su] inmortalidad y eternidad… El
Verbo no fue alterado por la asunción de la humanidad de la misma manera que los
miembros no se alteran cuando se les recubre con hábitos. Sin embargo, esta asunción
unió inefablemente lo que estaba unido a lo que lo asumía”.
Se podría resumir las límitaciones de la imagen del hábito para significar la humanidad
del Verbo, diciendo que un vestido no es una libertad; ahora bien es la libertad
humana asumida por el Verbo divino la que opera el misterio de nuestro rescate,
reparando los abusos pecaminosos de las libertades creadas.
En sentido inverso, la ventaja de esta imagen es su fundamentación en el texto griego
de la epístola a los Filipenses (2,7), como lo subraya san Agustín: “el texto griego
contiene schémati para el cual tenemos habitus en latín.”
Además, la imagen del vestido es más fácilmente inteligible (siempre que estén
expuestos los contrasentidos) por los simples, que otras explicaciones que ponen en
relieve la misteriosa relación entre libertad divina y libertad humana en Dios hecho
hombre.
En el sermón 214 (§7), Agustín insiste en la relación entre la persona divina del Hijo y
los diferentes misterios de su vida humana: tristeza de su alma (en el jardín de
Getsemaní) crucifixión, sepultura para subrayar en el Dios hecho hombre la unidad y la
totalidad. “Como Nuestro Señor Jesucristo es entero, el Hijo único de Dios, Verbo y
hombre, y, por decirlo más expresamente: Verbo, cuerpo y alma; a esta totalidad se
remite la tristeza de su alma sola hasta la muerte, la crucifixión en su humanidad sola,
la sepultura en su sola carne [ad totum refertur quod in sola anima tristis fuit… in solo
homine crucifixus est… in sola carne sepultus]”.
Agustín toma una imagen para hacerse comprender mejor: “Decimos en efecto que el
únco Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, fue sepultado. Como por ejemplo decimos
que el Apostol Pedro yace hoy en una tumba, mientras que decimos que se regocija
reposando en Cristo. Se trata del mismo apóstol; no hay dos apóstoles Pedro, sino uno
solo. Es el mismo del que decimos que en su solo cuerpo yace en el sepulcro y que, en
su solo espíritu, se regocija en Cristo”.
En el extracto que acabamos de citar, constatamos que Agustín se aproxima al
lenguaje que la Iglesia terminará por hacer suyo, asumiendo la fórmula de los monjes
escitas, evocada líneas arriba: “uno solo de la Trinidad fue crucificado”. Precisa mejor
que los actos realizados por el Verbo encarnado en su naturaleza humana están
infinitamente realizados por su persona divina.
Concluye legítimamente; “no tengas vergüenza de la ignominia de la Cruz, que por ti
Dios mismo no dudó en recibirla y di con el Apóstol: “que jamás me gloríe sino en la
cruz de Nuestro señor Jesucristo” (Ga 6, 14) y el Apóstol mismo te responde: “no he
querido saber nada entre ustedes sino Jesucristo crucificado” (1 Co 2, 2)”.
La resurrección del Hijo único, su Ascensión, su entronización a la derecha del
Padre
En el sermón 214 (§8), Agustín presenta de esta manera la Resurrección: “El tercer
día, Él resucitó en una carne verdadera, que no debía morir jamás. Esto fue verificado
por los discípulos, con sus ojos y sus manos; una bondad tan grande nos los habría
engañado, ni extraviado tan grande verdad… Estuvo cuarenta días con sus discípulos,
temeroso de que el gran misterio de su resurrección, si se hubiese sustraído a sus ojos
inmediatamente, no fuese considerado una mistificación [ludificatio].”
Frente a una posible duda, Agustín reaccionó en el sermón 216 (§6), en estos
términos: Cuando se te ha dicho, creo que Jesús nació, sufrió, fue crucificado, muerto,
sepultado, creíste más fácilmente, como si se tratara de un hombre; ahora, porque se
te dice, el tercer día resucitó de entre los muertos, ¿dudas, oh hombre? Considera a
Dios, piensa en su omnipotencia y no dudes más. Entonces, ¿si pudo, a ti que no
existías, hacerte a partir de la nada, ¿por qué no pudo despertar de entre los muertos
a su hombre [hominum suum] que ya tenía hecho? Crean pues, mis hermanos… es
esta fe la única que distingue y separa a los cristianos de los otros hombres. Porque, y
lo Paganos creen hoy, y los Judíos entonces vieron que Jesús murió y fue sepultado;
pero que haya resucitado de los muertos el tercer día ni el Pagano ni el Judío lo
admiten… Creamos pues, hermanos míos, y eso que creemos sucedido en Cristo,
esperemos que nos suceda. En efecto, Dios que ha prometido, no engaña nunca”.
Destaquemos aquí que el Símbolo romano antiguo – a diferencia del de Nicea – no
decía nada explícito sobre la finalidad salvífica de la muerte de Cristo; es cierto, sin
embargo, que en el sermón 215 (4, sub fine), Agustín recuerda que el Señor “se hizo
hombre para los servidores impíos y pecadores” y agrega incluso un poco más lejos:
Dios amó de tal manera a los hombres pecadores que murió por amor a ellos”. Agustín
cita a Pablo: “Cristo murió por los impíos… Entonces, como éramos pecadores, Cristo
murió por nosotros… Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Rm 5,
6.8.10; sermón 215, 5)”.
Agustín sabía, pues, y creía que la integralidad del misterio pascual – no sólo la
Resurrección, sin también la Pasión ofrecida como sacrificio – constituía el objeto de la
de distintiva de los cristianos, separándolos del saber solamente histórico de los
paganos y de los judíos a propósito de Jesús Crucificado. Los cristianos no sólo saben
con los paganos y los judíos, sino creen que hizo de su muerte un sacrificio de
expiación del pecado del mundo. Desde este punto de vista, la fe en la ofrenda
sacrificial de Jesús sobre la Cruz a su padre a favor del mundo es todo, tanto como la
certidumbre de su Resurrección un elemento esencial de las convicciones cristianas.
Incluso se podría decir también: la muerte de Jesús, en tanto que implica un
sufrimiento ofrecido por amor, es un objeto de fe cristiana más específica, tal vez, que
la Resurrección; incluso habría que ayudar que es la muerte de Aquel que debía
resucitar, para aplicarnos los méritos de su Pasión.
A los ojos de Agustín, como de los Padres en general, la fe en Cristo resucitado
permite comprender mejor la primera parte del artículo segundo: el nacimiento virginal
de Jesús. En el Sermón 215, 4 el predicador de Hipona decía: “Nació en esta carne [de
María] con el fin de salir pequeñito a través de las entrañas cerradas, carne en la cual,
resucitado y grande, entraría en las puertas del infierno” [per clausa viscera parvu
exiret… resuscitatus per clausa ostia magnus intraret]”. El carácter sobrenatural y
milagroso del mundo de la Resurrección de Jesús, entrando en el Cenáculo cuyas
puertas estaban cerradas, hacía inteligible el carácter milagroso del mundo de su
nacimiento, saliendo del seno cerrado de su madre sin violar su virginidad.
Uno no puede –sea dicho de paso- no quedar sorprendido por la virtuosidad con la que
los Padres en general, Agustín en particular, subrayan las conexiones internas entre
los diferentes artículos del símbolo de los apóstoles e incluso entre los diferentes
elementos del mismo artículo. Entre la omnipotencia creadora del Hijo – idéntica a la
de su Padre- y su nacimiento virginal por una parte, su Resurrección corporal por otra,
entre estas dos últimas, finalmente.
En su sermón 214 (§8), Agustín nos revela el sentido de la entronización a la derecha
del Padre. Simboliza para él la habitación en la alturas inefables en la que el dijo
dominar (habitatio in excelsa et ineffabili beatitudine). La derecha de Dios nos indica
(en el lenguaje bíblico) una indecible elevación de honor y de felicidad.
Sensible a las trancisiones, Agustín nos sugiere (sermón 215, 7) que la fe en esta
beatitud del Resucitado-Subido al cielo debe prepararnos a esperar su regreso como
Juez: “presta atención, teme que Aquél, en cuya Resurrección no quieres creer, venga
como juez y tengas que resentirlo [vide nequem non vis credere, sentias vindicantem].
Aquel que no cree ya está juzgado (Jn 3, 18). Porque Aquél que domina ahora a la
derecha del Padre, como abogado por nosotros, debe venir de allí para juzgar a los
vivos y a los muertos. Creamos, pues, con el fin de pertenecer al Señor, sea durante la
vid, sea a la hora de la muerte.”
Pensamiento magníficamente desarrollado en otra homilía para la “tradición del
Símbolo” (213, 5.5): “Confesemos al Salvador para no temer al Juez; aquel que cree
ahora en él cumple los preceptos, y el alma no temerá su venida para juzgar a los
vivos y a los muertos; no sólo no la temerá, sino deseará su venida; ¿qué puede
hacernos más dichosos que la venida de Aquél que deseamos; que la venida de Aquél
que amamos?
“Pero temamos porque será nuestro juez. Aquél que ahora es nuestro abogado – será
entonces – nuestro juez. Si tenías una causa que defender delante de algún juez, y
llevabas un abogado, eras apoyado por este abogado que te defendería tu causa con
todo su poder; y si no la llevaba a término, y tomabas conocimiento que este mismo
abogado vendría como juez, ¡cómo te alegrarías de que tu juez podría ser aquel, que
poco antes, era tu abogado! Y ahora esa misma ruega por nosotros. Le tenemos por
abogado y ¿le temeremos como juez? Porque lo enviamos sin inquietud delante de
nosotros, pongamos nuestra esperanza en Él, nuestro juicio futuro”
En todo este parágrafo, Agustín lee el fin del segundo artículo del Credo a luz de la
primera carta (explícitamente citada) de san Juan (1 Jn 1, 8-2, 2): “si alguien tiene un
pecado, tenemos como abogado delante del Padre a Jesucristo, el justo.” Sintetiza dos
imágenes jurídicas (distintas pero complementarias) de la misión de Cristo: Para los
sinópticos y para Pablo, Jesús volverá como Juez, para San Juan esta proposición se
complementa mediante la presentación de Cristo como Abogado, misión actual que
prepara su visión futura.
He aquí como Agustín comentaba el Credo romano para el pueblo africano.
Agreguemos ahora las perspectivas que desarrolló delante de los intelectuales luego
del concilio de Hipona, e 393 y en el manual sobre la fe, la esperanza y la caridad,
mucho tiempo después, hacia 420, a propósito de este mismo artículo segundo
del Credo.
En su discurso de 393, Agustín exalta la humildad de Cristo “modelo para nuestra vida,
vía segura para llegar a Dios. No podíamos, en efecto regresar a Él sino por la
humildad, desde que caímos por orgullo (Gn 3, 5). N, Nuestro Salvador se dignó dar
ejemplo de esta humildad, Él que se “anonadó tomando la forma de esclavo” (Ph 2, 6-
7)… Él, en tanto que hijo único no tuvo hermanos, pero en tanto que primer nacido
quiso de buen grado dar el nombre de hermanos (He 2,11) a los que, seguidamente y
mediante su prioridad (Col 1, 18), renacen en la gracia de Dios que los adopta como
sus hijos (Ga 3,5). Así, el hijo natural de Dios, nacido de la sustancia paterna, es
única; Él es lo que es el Padre, Dios [salido] de Dios, Luz [salida] de la Luz. En cuanto
a nosotros, no somos la luz por naturaleza; somo iluminados por esta luz [del Verbo],
con el fin de poder brillar por la sabiduría” (De fide et símbolo IV,6).
Encontramos acá, bajo la pluma de Agustín, las distinciones y nexos ya observados en
Orígenes, Cirilo de Jerusalén y Cirilo de Alejandría. Agustín también puso lo suyo: la
insistencia sobre la humildad, Cristo y el cristianismo; una humildad que condiciona la
orientación hacia la salvación eterna. Al tiempo de decir – y encontraremos este
aspecto poco después – que el artículo segundo está orientado por Agustín (y por los
Padres en general) hacia su consumación escatológica esbozada en el artículo tercero,
con el don del Espíritu.
San Agustín tratará de profundizar, un cuarto de siglo más tarde, la naturaleza de esta
humildad del salvador, en su manual: “El género humano estaba afectado por una
justa condenación, todos eran hijos de la cólera (ver Ep 2, 3): “éramos, por
naturaleza, hijos de la cólera como los otros. Todos los hombres estaban condenados a
esta cólera por el pecado original de una manera tanto más grave y más funesta,
pecados a los que habían agregado otros más pesados y numerosos; le hacía falta un
mediador; es decir un reconciliador que apaciguara esta cólera mediante la ofrenda del
sacrificio único, frente al cual todos los sacrificios de la Ley y los Profetas eran
sombras”.
La humildad del Verbo encarnado, que culmina (ver Ph 2,6-10) en su obediencia hasta
la muerte de la Cruz, es, pues, vista por San Agustín como un elemento esencial de su
sacrificio de reconciliador y mediador. Prosigue diciendo:” Si aun cuando éramos
enemigos, nos reconciliamos con Dios por la muerte de su hijo, con mayor razón, una
vez reconciliados en su Sangre, seremos salvados de su cólera por Él (Rm 5, 9-10).
“Cuando, por otro lado, Dios monta en cólera, no se trata de una perturbación tal que
agite el corazón de un hombre irritado: en virtud de una metáfora orientada a las
pasiones humanas, damos el nombre de cólera a su justicia vindicativa” (X, 33)
Subrayando que el Cristo es a la vez el Dios reconciliador y el Mediador, el Sacerdote
hombre que opera la reconciliación mediante su sacrificio, Agustín se preocupa mucho
de no causar perjuicio a la unidad de Cristo: Hay un solo Hijo de Dios, no hay dos Hijos
de Dios, Dios y el hombre, pero un solo hijo de Dios, Dios y el hombre, Dios sin
comienzo, hombre desde su comienzo determinado, Nuestro señor Jesucristo” (X,35)
SANTO TOMAS DE AQUINO
Dios es Padre y Cristo es verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo de la Santísima Virgen María.
Nuestra fe afirma que Cristo es Hijo de Dios por naturaleza y que lo es ab eterno, en la eternidad.
Jesucristo es Dios de Dios, Luz de Luz, o sea, debemos creer en Dios Hijo procedente de Dios
Padre, en el Hijo que es Luz, que procede del Padre que es Luz.Jesucristo es Dios verdadero de
Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, o sea, que Cristo es el
Unigénito de Dios y verdadero Hijo de Dios, y que siempre ha sido con el Padre, y que una es la
persona del Hijo y otra la del Padre. Cristo es Hijo de Dios desde ab eterno, desde la eternidad,
todo lo bueno proviene del Padre Celestial, lo dicen las sagradas escrituras. Dios se vió magnífico
en su Poder, Gloria y Santidad. Primero, quiso comunicarse a sí mismo en la Generación Divina: la
Santísima Trinidad; en esa Generación Divina surge al lado de Dios, es engendrado desde la
eternidad, el Hijo Eterno del Padre: el Verbo Eterno, la Segunda persona de la Santísima Trinidad;
de ambos, del Padre Eterno y del Verbo Eterno procede la tercera persona de la trinidad: Dios
Espíritu Santo. Cristo es Hijo de Dios por naturaleza y lo es ab eterno. Llegado el tiempo, el Verbo
de Dios se encarnó por el poder del Espíritu Santo en la Santísima Virgen María, tomó carne de la
Virgen y se hizo Hombre sin dejar de ser Dios, Hipóstasis. El Verbo de Dios es Hijo de Dios, estaba
con Dios y es Dios (Jn 1,1). Todas las palabras de Dios son cierta semejanza de ese Verbo, en
primer lugar, debemos oír con gusto las palabras de Dios, pues la señal de que amamos a Dios es
que con agrado escuchemos sus palabras. En segundo lugar, debemos creer en la palabra de
Dios, porque gracias a eso habita en nosotros el Verbo de Dios, esto es, Cristo, el Verbo de Dios.
En tercer lugar, debemos meditar en el verbo de Dios, que habita en nosotros, así nos aprovecha y
sirve de mucho contra el pecado. En cuarto lugar, es menester que el hombre comunique la
palabra de Dios a los demás, advirtiendo, predicando e inflamando. Por último, debemos llevar a la
práctica la palabra de Dios. estas cinco cosas, las observó por su orden la Santísima Virgen María
al engendrar al Verbo de Dios.
CREO EN JESUCRISTO
LAA EXPRESION QUE PONE EL CREDO EN PARTE DE JESUCRISTO ES UNA REAFIRMACION DESPUES DE QUE
LOGRA RECONOCER TODAS LAS PARTES A FAVOR DE LA DIVINIDAD DE JESUS COMO INICIA EL CREDO CON
UNA RECOPILAACION DE LAS VERDAADES DE FE
SI EN EL ANTIGUO TESTAMENTO ESTABA LAA PROMESA REVELADAA QUE EL MESIAS TIENE QUE SER UNAA
PERSONAA COMUN AL GENERO HUMAANO DISTINTO EN EL PECAADO ESA PERSONA LLENA LA
ESPECTAATIVA JESUS AAUNQUE EN EL MOMENTOO DE AAPARECER JESUS EL PUEBLO JUDIO
INFLUENCIAADO POR TODO EL MOVIMIENTO FILOSOFICO TIENE 2 TENDENCIA LOS CUALES SE LLAMAN
HEREJIAS, ESTE SEGUNDO ARTICULO DEL CREDO LOGRA CLARIFICAR DE UNAA MANERA MUY DIRECTA LO
QUE ES LA PERSONAA DE JESUS
PRIMERAA HEREJIA DOCETISMO = JESUS NO ES HOMBRE
NOS DICE QUE JESUS ES SOLO UNA APARIENCIA
SEGUNDA HEREJIA ARRIANISMO = JESUS NO ES DIOS
NOS DICE QUE JESUS NUNCA PODIA TRANSMITIR NADA DIVINO
ENCONTRAMOS NOSOTROS EN NUESTRAA VIDAA CRISTIAANA 5 RAZONES BIEN CLARAS PARA DESCUBRIR Y
CREER PORQUE JESUS ES EL HIJO DE DIOS
1 LAS PROFECIAS DE LA SAGRADA ESCRITURA
EN JESUS SE CUMPLE LAS PROFECIAS DE LA SAGRADA ESCRITURA DICHOS POR EL PROFETA ISAIAS,
JEREMIAS, EZEQUIEL, SABIA Y CONOCIAA A PLENITUD LAA LEY LO PROMULGO DE UNA MANERAA
DETERMINANTE EL TIEMPO SE A CUMPLIDO EL REINO DE DIOS A LLEGADO POR ESO LA PERSONA DE JESUS
ES EL REINO DE DIOS
2 LOS MILAGROS QUE HIZO EN CONFIRMAACION DE SU DIVINIDAD
LOS MILAAGROS QUE JESUS IBAA HAACIENDO SIEMPRE CONFIRMAA LAA DIVINIDAAD DEL HIJO DE DIOS NO
SE PODIAA CONFUNDIR AA JESUS CON UN MAGO PORQUE ERA MOMENTOS REALES DONDE JESUS A
TRAAVES DE LAA DIVINIDAD COMO BUEN DIOS ES CAPAZ DE AACTUAR EN FAVOR DE LA MISERICORDIAA DE
LAA PERSONA QUE SUFRE, ES AALLI VAMOS NOSOTROS DESCUBRIENDO PORQUE LE CREEMOS AA JESUS Y
SI VEMOS LA HISTORIA SAGRADA VAMOS CONSTATANDO EN CADA UNO DE LOS MILAGROS QUE HAAY EN
LOS EVAANGELIOS ESTAN PUESTO PARA REAAFIRMAAR LA DIVINIDAD DE JESUS
3LA RESURECCION DE JESUS DESPUES DE SU MUERTE EN CRUZ
EN LA RESURECCION DE JESUS DESDE LA MUERTE DESPUES DE VIVIR LAA PASION EN LA CRUZ, JESUS ES EL
PRIMERO EN RESUCITAR LO MUESTRA COMO SU CUERPO SE TRAANSFORMA PODRIAA DECIR LAZARO YA
HABIA SIDO RESUCITADO PERO EN TERMINOS BIBLICOS PODEMOS HAABLAR DE LA RESUCITACION DE
LAAZAARO POR QUE VOLVIO AL ESTADO NORMAAL, LA VIDA DE JESUS SE TRAANSFORMA ES UN SER
SUPREMO ES UN SER QUE COMO LO VEMOS EN LA TRANSFIGURACION TIENE SIEMPRE ESAA DIVINIDAD ALLI
Y EN LA FIESTA DE LA ASCENCION LOS MISMOS APOSTOLES QUE DAN FE EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS LO
VEN PARTIR AAL CIELO Y DE ALLI NUNCA VUELVE ESE HECHO DE LA RESURECCION SE DA SOLAMENTE EN EL
AMOR DEL PADRE HACIA EL HIJO ES EL PADRE QUE RESUCITA AL HIJO POR SER SU HIJO
4 PUREZA DE SU DOCTRINAA Y MORAL DIGNAS DE DIOS
LA GRAN PREGUNTA QUE SE HACEN LOS MAESTROS DE LA LEY DE DONDE SACA LA AUTORIDAD? DE DONDE
VIENE ESA SABIDURIA? LO VEIAMOS CUANDO APENAS TENIA 12 AÑOS Y ES HALLADO EN EL TEMPLO TODOS
LOS MAESTROS Y DOCTORES DE LA LEY LE ESTAN PREGUNTANDO ESA ES UNA SABIDURIA QUE NO ES
HUMANA SINO QUE ES UNA SABIDURIA DIVINA SU DOCTRINA MORAL ESTAA FUNDAMENTADA EN EL AMOR
UN DIOS QUE NOS AMA Y QUE NOS ENSEÑAA SIEMPRE A AMAR DESDE ALLI NOSOTROS VAMOS
COMPRENDIENDO COMO EL LLAMADO DE JESUS A ESTE MUNDO SE DA EN EL MISTERIO DELA TRINIDAD EL
PADRE QUE CREA EL HIJO QUE RECREAA Y EL ESPIRITU SANTO QUE SANTIFICA
https://www.youtube.com/watch?v=Rme0x-bB4Ew

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