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Qué extraño sería, lo que se me yergue furtivamente en las sombras; todo ese

espectáculo del que felizmente fui parte, ahora no logro entender del todo cómo pude
acceder a tan inasibles y voluptuosas sensaciones. El fuego que consumía el cuerpo, el
olor intenso, más allá de lo reconocible, buscando el límite de lo permitido, inflamaba mis
fosas nasales y mi cerebro.

he llegado de fatigar las dunas en sombra. tu mano es una daga en el pecho: La más
clara de las noches ha pasado por no dar reposo al vaso, he dilucidado, en un estado de
total ebriedad, la significación de las luces que se agolpaban a los pies de tal o cual otra
mujer, de los pies “nidios”, exultantes, lisos, quién sabe perfectos...

Dos días han pasado, el cuerpo sigue allá, entre los pajonales, la cabeza, ya ignoro qué
cuerpo habrá coronado. No logro quitar de mi vista esas imágenes.

Los perros

Los golpes castigando el cuerpo, todo el brazo tensionado en un convulsa acción,


forzando la cabeza del otro, el vaho que se desprende de los cuerpos casi como una
figuración de su alma.

Condescendiente, abrió el legajo de papeles que constituía el informe, su mirada estaba


empapada de una acuosidad torva. La actitud combativa me resultaba halagadora, era
claro que el fiscal me veía como una amenaza.

En lo tenso del ambiente, me escupió las palabras:


o los lindes del barrio de Apaña, en la ciudad de La Paz. Me apremia, ahora, dejar escritas
estas líneas; también, explicar por qué y encauzar un relato acaso fútil.

Al momento escribo estas breves memorias, mientras me recupero en un cuarto


abandonado, el río Orkojauira abraza los lindes del camino, envolviendo lo hosco del
barrio mientras el día se diluye en la noche y, en el fondo, empieza a sonar la obertura de
una tormenta.

Me siento al regazo de ella, tan sólo con la delicada intención de sentir que en su regazo,
preguntandome si al abrazo de la brisa, puede existir algo más bello que una mujer
voluptuosa contoneando se, que su piel fría, que el vago crujir de y las cortinas rojas que
se abalanzan contra mí y el resonante murmullo que repite “nunca más”.

Me pregunto, en todas estas contradicciones a menudo intrascendentes y más que


aspeso de tono condescendiente, si no es que ya ha habido un caso acá, un posible
outburst y éste no sea más que un refugio de perversos. No hay nada peor que las
mentiras que menean sus ojos.
Ahora, a trasluz, a sovoz, desde cualquier ángulo me pregunto, en una especie de
eufórica y desquiciante locura que roza con el absurdo, si hoy, en la noche, entre las
sombras, no estarán frágiles, desnudos, ensortijados, mutilando. Me pregunto si las
novias inciertas de este frágil entonado podrán seguir y hacer el séquito

Algunas luces quedan, como para hacer posible este comunicado, otras, ya se han
esfuminado, mis días y la memoria que acumulo de los otros, de los días abominables, h

Las luces de mi cordura han ido abandonando esta memoria, quién sabe si lo que cuente
ya no está del todo tergiversado por la hórrida oscuridad que todo lo contamina. Ex

– Vas a tomar las muestras de la escena, una prueba de luminol en el taxi que se ha
encontrado en las vecindades del hecho; me entiendes, no ve? –la mirada seca, cortante,
me entiesa, me hace hervir la sangre este boludo, por poco y le respondo remedando lo
burlonamente: “no ves que?”.

– No se preocupe, sé hacer mi trabajo –serio, con la mirada calma y el gesto de


desinterés.

– Y por eso mismo te olvidas traerme los informes, no?

Llego a mi casa, he rodeado la ciudad por la Periferia, en la camioneta. En lo que bajo


della me despejo, abro la boca en un amplio bostezo, corroboro la hora y cierro la puerta.
No logro destrabar mi puerta y me percato que a llo lejos entre los arboles y la maleza se
ciernen tres siluetas. Me pongo al tanto, palpo mi pistola. Algo me frena en ese momento
en lo que dura el que me asegure que son personas y no un espejismo, una pareidolia. Se
mueven al instante y simultaneamente las tres figuras, son hombres. Una boca inmensa
como la de una boa se abre ampliamente en mi cabeza, el temor paralizante. La reacción
inesperada, tomo el arma y hago dos disparos en su dirección.

No pienso más, fueran personas y sin mayor problema les descargo un par de chumbos.
Encuentro todo el relajo excitante, me sube la presión, siento un ardor súbito en la espina
y la necesidad, la urgencia de correr y tensar los músculos en anticipo de violencia.

De la nada, entre los ligeros sonidos que eran imperceptibles me doy cuenta que todo ha
sido una mera ilusión

Casi se diría que el lugar tiene algo de irónico, se me presenta de modo único, todo el
Ella, lo sabemos todos, en distintos niveles de consciencia, yace atrás, su consciencia
difusa debe estar remontando distintos infiernos también. Como la callosidad de los

COMIENZO RELATO DETECTIVE

Al momento que escribo estas breves memorias, me encuentro recuperándome en algún


cuarto abandonado, bordeand

No ha muchos días, he presentado mi informe, en el cual desglosaba no sin ínfimos e


innecesarios pormenores el caso que armé tras tres meses. Meses que me los que pasé
hilando en un cauce la multitud de fragmentos que se me proporcionaba, sentía ser una
suerte de doctor Frankenstein armando pieza a pieza la imagen de un hombre
monstruoso

una imagen monstruosa.

Han pasado dos días de que presencié la escena em la Curva del Diablo, había algoen
ella que me parecía llamativa a la par que me repugnaba. He presentado anoche, a última
hora el informe preliminar al fiscal Guerra. Me tiene algo crispado todavía, no había
podido almorzar del todo bien, porque incluso antes ya sentía un cierto asco. Estos días
no han sido para nada buenos.

De una manera tan condescendiente, con un guiño que me ha parecido lo más vomitivo
hasta ahora, esta chica se me acerca. Me palpa el oido con su aliento, puedo sentir lo
pesado de su ser sobre mi oreja, el aliento húmedo y meloso, falso, de su voz. Se, pero
que me urge apretar un par de buenas nalgas

papito, no quieres - la corto respetuosamente, no estoy para sus huevadas ahorita –donde
han ido los maleantes, le pregunto sin más. Dime de una vez. palpo la pistola. No sé si
esto la excita pero sus ojos brillan.

Me señala el fondo del local –hay como quien dice algo fuera de lugar en su maldita
actitud, o por lo menos me lo parece, miro abajo, las botas que tiene parecen de
esquimal, trato en lo corto de mi inspeccion de recorrer con placer la mirada sobre sus
piernas, ya que no lo harán mis manos quién anda en bolas con una tanga por toda
vestimenta y usa un par de botas pequeñas, de mal gusto, peludas y nada coquetas?–, la
veo con parsimonioso desgano, vuelvo el rostro y me dirijo hacia donde ha señalado, veo
perifericamente todo en mi derredor, no vaya a ser que me tope con algún imbécil en el
camino.

La puerta: despejada. Yo, arrumbado. Me meto un palo al culo y salgo despavorido.

El ch’iji está bañado del rocío matutino, la sangre brilla en la luz


El tío me pide flores, recuerdo en mi memoria vehemente surge el recuerdo de una
pelicula, casi puedo recordar la etereidad

El relato (…)

Como detective de la FELCC, tengo un par de casos todavía pendientes. Mis noches no
prenuncian, sino dos o tres veces al mes, un sueño tranquilo. Mato el desvelo o lo anticipo
y desdeño con varias tazas de café.

Bajo a lo claro del día y hay un hueco en lo hosco del cielo, del que emana un frío que
promete congelar hasta el último ser dentro de la Hoyada.

Caminar en la claridad del día mientras todavía revivo, en mi mente y con toda
vigorosidad gráfica, las escenas del crimen es una manera de despejarme. Ni bien
termino la salteña que compramos con el Jimmy y puedo volver a olvidar las fotografías,
aunque sea una ilusión más que una certeza.

Como quien nada hace, con ese gusto dejado, relamiéndose los labios, había puesto la
mirada sobre mí. Con todo la luz que venía del fuego apenas podía ver al soslayo sus
facciones, pero todo me ayudaba a percibirlas como brutales.

Bajó el cuchillo, asumo para apaciguar a sus internos dioses de muerte.

La conocí en un boliche de la Ceja, fue meramente casual que me concediera aquel


inusual guiño. No tardé casi nada en acercarme y ofrecerle un vaso.

investigador hace lo protocolar, empieza la investigación, se dirige a la zona roja de El


Alto, indaga.

Vamos por una salteña, a modo de aplacar a los dioses de la sajra hora. Es la casera de
la esquina que sirve salteñas y nos prodiga su mocochinchi y el ardor de sus chinchis.

Siempre es buen pretexto

Salimos a la calle con la ferviente promesa de aplacar a los dioses de la sajra hora con
una salteña. Llegamos y nos encontramos con la sacedortisa que nos facilitará la tarea.
La case queda maravillada con la improvisada comilona que nos damos, cuatro salteñas y
un mocochinchi. Durante toda la charla entre salteña y salteña, entre mordisco y sorbo,
Cancio me comentaba

Vamos por una salteña, a modo de disipar el hambre


Existe un relato que sigue asolando mis noches; o, más bien, el resto de un relato; un
conjunto de imágenes desperdigadas, un relato mútilo.

En estos momentos, me apremia dejar escritas estas líneas, con lo necesario de


objetividad que demanda el caso, no porque crea que éstas puedan transmitir algo más
allá de su morbosa novedad; sino porque deseo descargar mi mente de las imágenes que
han torturado mis noches en consecutivas y espeluznantes pesadillas. Apelo, sin duda, al
criterio del lector el saber discernir de éstas el horror y la consternación que, en una
primera impresión, causaron en mi persona.

Es diciembre y me he resuelto a escribir estas líneas, con lo justo de objetividad, ya que la


corriente de sensaciones, exabruptos e impresiones que configuraron mi mente no podré
Encuentro todo el relajo excitante, me sube la presión, siento un ardor súbito en la espina
y la necesidad, la urgencia de correr y tensar los músculos en anticipo de violencia.

De la nada, entre los ligeros sonidos que eran imperceptibles me doy cuenta que todo ha
sido una mera ilusión

Casi se diría que el lugar tiene algo de irónico, se me presenta de modo único, todo el

Ella, lo sabemos todos, en distintos niveles de consciencia, yace atrás, su consciencia


difusa debe estar remontando distintos infiernos también. Como la callosidad de los

COMIENZO RELATO DETECTIVE

Al momento que escribo estas breves memorias, me encuentro recuperándome en algún


cuarto abandonado, bordeand plicio, en medio de esta purga, de esta cocción. El fuego
redentor, loco de pasión lamiendo la por todas partes, poniendo de cerca a Wilma con
Dios, con su Dios. Dios inspirando hondo el olor de Wilma, los ángeles coreando mientras
husmean ese aroma y recuerdan sempiternas ofrendas. Ella, consustanciada, humo y
nubes pesadas, mañana; ella lloviendo, chillchando, el rocío regresando a humedecer sus
carbonizados restos.

haciendo humear, transustanciar.

Quema también mi cabeza, otra vez el olor a ceniza, el gusto amargo. Anoche he
probado de la delicia de Dios en la tierra, de la carne mórbida, casta, he hundido con
profundo placer mis dientes y he arrancado el sumo placer del cuerpo de otro.

El resquicio del silencio roto, el grito que me crispa y cala en lo más hondo mientras el
viento lanza latigazos, relámpagos, con el fuego. El cuerpo humea y humea. El cielo
embovedado, nocturno y opresor nos hunde con pesadas nubes púrpuras. Su cuerpo, su
aroma, de alguna manera llegará a consustanciar con las nubes que nos
En el pleno de una noche de cielo embovedado de púrpuras y pesadas nubes, la llama
latiguea indomable con el vieno. El humo sube

Ahhh… el profuso amenecer, mi mente acaricia la idea de que en algo consustancian éste
con su neblina tanto blanca como aterradora y la noche ennegrecida…,
insustancialidades… Sólo tengo que dejar la cama, porque remoloneo que da asco, debe
ser por la neblina, el terror sagrado que puedo tenerle. Don Cojones me decía que la
niebla engulle y pierde. “Te come el ajayu, se te entra a la vista, se te aneblina, y con
cataratas ya nomás apareces”..., viejo borracho. Pero ya me hice a la idea de que te
chupa la vista la niebla, seguro te la seca, asumo… bahhj: tengo que terminar de salir de
acá. El trabajo y, luego, leer con suerte, soñar luego con la mirada despierta, o en la
noche; más huevadas de ser posible, huevadas interesantes.

Surcan mi mente todavía las imágenes del sueño mientras me preparo el desayuno.
Seguro un café amargo las termina de disipar, de cortarlas. Huevo: crudo, un gusto
viscoso que reviste todo mi paladar, yema incluso. Marraqueta tostada, crujiente,
margarina a falta de mantequilla y un jamón barato pero gustoso.

Una vez en el trabajo, recibo noticia de que el caso de anoche, el que precisamente había
sedimentado en mis pesadillas anocheras/recientes/yesternas, había alzado un montón
de polvo. La prensa le estaba encima: “(...)”.

Ignacio me llama del fondo de la oficina, el olor a betún y cera inunda el ambiente y la
mañana.

Profuso culo que asciende a morir en tanto yo me miro al espejo y espeto en él, mi
imagen me tiene asqueado; igual después podré limpiar toda la mugre del espejo, con
desinfectante, claro.

No hay un incendio futil en mis sueños, todo me significa algo y retuerce mi enmarañada
mente. Me meto en la cama y remoloneo un poco mientras la mañana se abre entera con
luz y claridad.

— ¿Cómo has visto que estaba la víctima cuando has llegado?

— … … …He visto de lejos nomás..., nada he tocado…

— Oye, a ver... (se acerca), tranquilo…, quiero tener los detalles nomás de cómo estaba
la mina antes de que otra gente llegara…, nada más; contame.

Llega al paroxismo cerca de entrar a la oficina, tiene por detrás y zumbándole en la


cabeza algo que no lo deja tranquilizarse. Es como si al haber golpeado al chofer de
minibús con quien tuvo un ligero altercado, algo no hubiera terminado de cerrar; todavía
estuviera carcomiéndole la cabeza.
queda al frente de ella tiene una marcada capa negra de hollín. Se me antojara ver en esa
oscuridad, en esa puerta negra en medio de la oscuridad un par de tizones rojos, brasas
encendidas que miraran con calma, con deferencia y distancia.

A la intemperie, como un dios ubicuo, el frío doblega todo de manera sistemática y


violenta. Caen hojas desde los altos eucaliptos que nos rodean y como si fueran almas
malditas descienden haciendo un ruido acompasado pero inquietante. El trío de rigor: una
señora de voz impetuosa, tono justo, entre macabro, el otro, voz que resuena como
cuerno de guerra, mi aspecto y mi suerte de condenado, encajo tranquilamente.

El olor impregna el cuarto de cocina, de tal manera que da la impresión que el puerco se
vacía de su aroma, quien lo recalienta piensa que este tufo que se desprende es su
esencia, lo cual le parece gracioso; sonríe. No obstante todo el crepitar, el sesear y el
humear del cerdo, no se ha ocupado del todo su capacidad mental, y, más aún, por esos
mismos signos que arroja la sartén, la mañana y la niebla empieza a entrever poco a poco
una realidad atroz.

No toma demasiada atención a estos hechos, los toma como apenas una mezcla
desafortunada de sensaciones y recuerdos.

Su mente se agolpa de manera irregular ante la sensación del humo cundiendo en el


cuarto de cocina. Capta algo en la neblina de su mente, en medio de toda esa
parafernalia cocinera. El monto de confusión no niega la claridad con la que la imagen lo
deleita, lo golpea. Esa chiquilla que estaba ahogando se entre la neblina, a quien las
llamas asfixiaban en su fatal abrazo.

Su memoria acá

Con la desapasionada economía de tan sólo dos movimientos, corta el largo de un


músculo palpitante. Hay un par de músculos que muestran resistencia, el cual, cómo
resortes de lo desconocido, le muestran en el fondo de su hemoglobinesco color rojizo y
palpitante, la vida en todo su esplendor.
La misma le ha transigido un par de vueltas al estilo que hubiera gustado, la economía
despiadada, desapasionada y despiadada economía de tan sólo dos movimientos extrae
des dentro y ves fuera una sanguinolenta lombriz que no se retuerce, el intestino. Las
achuras que podrían colocar al fuego empaletadas entre un par de palos, la bendita
economía de los muertos, en quienes de
Caerá en las gotas mañana

En mi mente todavía surcan las imágenes del sueño, tal como si andaran detrás mío y me
asecharan, urla la pichitanca dentro de mi cabeza, todavía la faz del cuerpo o lobos que
asechan o lo que haya en el altiplano.

Tengo que bajar a la oficina. Bueno..., mierda, más vale que me apure. Sorbo café
amargo, limpio el mal gusto de boca mañanera una marraqueta tostada con una
mortadela barata. Huevos, crudos. No pienso ensuciar nada, huevos de sabor plano y
regusto viscoso. Café amargo otra vez. Plátano y a la mierda.

Un jazz sucio increpa mi sueño, pleno de saxofones pedigüeños

Un jazz sucio

detective
cocinar

ESTASIS
un detective presencia varios crímenes con tinte sectista, tiene una visión bastante
desafectiva sobre los crímenes que presencia y sobre los cuales informa
ENESCA
cocina una carne a media tarde y esto le reminisce hacia el olor de la carne ahumada en
el último crimen
BUSCA
lo trascendiente de la experiencia
SORPRESA
un amigo parece ser integrante de una secta que está involucrada en los crímenes
DECISIÓN CRÍTICA
decide formar parte del ritual cuando está a punto de arrestar a su amigo
CLÍMAX
el gusto por la
REVIESA
---
RESUELTA
---

Final: para vivir en el reino de lo leve, en los dominios de lo leve.

despierta, recuerda la escena del día pasado, tiene un sueño relacionado


baja a la oficina en XX, entabla conversación con YY
 en esta conversación, entrevé la posibilidad de que su amigo sea parte de un culto
satánico en torno a la waka del Tío. YY lo invita a venir en la noche a una
ceremonia en las vecindades de la waka. Duda. No asiste (crear justificativo)
avanza la investigación, tiene dos sospechosos, el nombre de uno de los cuales surgió en
la conversación día antes con YY.
acepta a ir a la ceremonia del día siguiente, piensa asistir como oficial encubierto y
realizar arrestos de ser necesario.
la ceremonia se lleva a cabo, se preludia* un rito que consiste en un sacrificio, éste es el
incentivo para que quedarse y realizar el arresto en el momento indicado
la víctima para el sacrificio resulta ser una amiga, el rito en sí consiste en asesinar y
cocinar a la persona

Jugando con otras posibilidades, PP es el autor de los crímenes, que sueña un día
después y termina rememorando los detalles la mañana siguiente.

Hay un aroma en el aire, ansío captarlo de mejor manera, por lo que hincho el diafragma y
abro codicioso las fosas nasales. Aun con la baja temperatura, el viento ayuda a que note
un par de cualidades a ahumado. Sigo aspirando y, de pronto, junto a la precisión de
carne quemada me llega una nota no tan

Trato de distinguir los distintos aromas; no me cabe duda, a pesar de lo escampado del
ambiente y de lo invasivo del olor que desciende de los altos eucaliptos, percibo un
característico olor a carne ahumada. Un ligero espasmo carnívoro enturba mi espíritu. La
impresionante carga de este olor no me provoca placer, pero hay un pequeño rincón en mi
hipotálamo que
Trato de distinguir los distintos aromas, mientras me acerco a mi escena. Me cercioro, al
inspirar y sin importar el escampado que difumina los aromas, ni el invasivo eucalipto que
satura el ambiente ni el frío que parece congelar el aire, de que lo que huelo es carne
asada, ahumada.

*La antesala a la escena se configura a partir de una amalgama de olores, un aroma.


Trato de distinguirlos conforme voy acercándome, a mi lado viene, hecho una sombra, mi
auxiliar. Logro cerciorarme, mientras el aire gélido de las laderas acarrea los olores que,
muy por encima del gusto dulzón de los eucaliptos, destaca un dejo a carne asada.

La mezcla de aromas viene por detrás del montículo del Tío, ex Curva del Diablo. La
combinación de aromas llega a serme grata, aunque puedo adivinar qué tipo de carne
sería la que está despidiendo ese aroma, dada la noticia de que se trata de un homicidio.

Ni bien sorteo la curva del camino, me hallo frente a la escena.

Esta configura pronto en mi vista una impresión que me enajena, era la imagen
celebratoria de algún dios antiguo, que quiméricamente reunía sendas partes animales?,
era el engendro de alguna imaginación torcida? –olfato y vista ahora recrean tal vez una
creación.

El fiscal ha requerido un perímetro amplio para esta

Ni bien llego a la escena del crimen veo ante mí la imagen de algún dios antiguo o un
engendro imaginario que alguien quiso recrear, apenas esto me conmociona,
inmediatamente me presto al detalle: el ojo devora lo que ve mientras el olfato trata de
interpretar lo que se presenta ante mí en clave cifrada.

Tal como ha pedido el fiscal, se toma nota de todo, previo cordón de 100 metros al
perímetro. El fiscal es un imbécil, pero sabe que acá y en toda la carretera se suceden
acontecimientos extraños de último, obviamente delictivos.
Tomo nota de todo a vista: forjo dos informes, sucintos, uno para folio oficial (el
mayormente concentrado en lo visual), el otro hace parte de mis archivos y se centra en lo
olfativo y, si se me permitiera, en lo táctil.

Hacemos cordón de 100 metros a la redonda, las entradas a la escena: custodiadas, no


sea, tampoco, que en medio de la histeria generalizada, baste una persona para propagar
rumores de esta escena y que ayudados ya del imaginario encendido de la gente, sea
este caso la gota que derrame el vaso y la histeria reviente.

Son días intermitentes y extraños, en los que, de manera impensada se vienen


sucediendo delitos atroces, buena parte de estos me los ha encomendado, no sin misterio
y en medio de persignaciones santurronas y fingidas, el fiscal. En estos ha destacado la
seña de mañanas bañadas de rocío sanguíneo, aljófar sangriento, esparciendose en el
chixi de los rededores de la autopista y el montículo del Tío.
Son seis o siete casos que se han sucedido en los últimos días, el ambiente de las
oficinas fiscales parece haberse contagiado de cierta podredumbre, más de la usual. Los
casos se extendieron en el tiempo de manera arbitraria. Han ahondado la noche en la que
se encontraba la fiscalía, la nocturna presencia de esos fantasmas ahora tiene un tufo a
podrido.

Se han sucedido siete o más casos; de los que contamos con registros son 7, indicios de
mayor actividad, los hay; pero, claro está, la atención de los múltiples delitos de este tipo,
que se esparcen como una plaga en los redores de la autopista, escapa a los recursos del
departamento de crímenes de violencia, y de quien lo regenta, también.

Tancara, el fiscal, el Gangocho, como le decimos, por lo abultado de sus carnes, es


creyente devoto de la Inmaculada, es tanto católico de viejas usanzas como sincretista
irrepiso que aúna el culto a una virgen con el culto a los poderes de un dios subterráneo
con un falo sobrecrecido.

Es de mañana y el frío gélido me desorienta


*La antesala a la escena se configura a partir de una amalgama de olores, un aroma.
Trato de distinguirlos conforme voy acercándome, a mi lado viene, hecho una sombra, mi
auxiliar. Logro cerciorarme, mientras el aire gélido de las laderas acarrea los olores, que,
muy por encima del gusto dulzón de los eucaliptos, destaca un dejo a carne, asada.

No era más que otro día, entre los altos eucaliptos. El bosquecillo de Pura Pura quedaba
a la derecha, silente y atiborrando el aire de su aroma.

detective - el detective tiene un desencanto con la sociedad, de algún modo ha incurrido


en faltas a lo largo de los años o, más bien, su mente se ha dado el lujo de fantasear con
las escenas de las que era testigo e investigador, en esa doble tarea –de cierto modo–
hallaba el modo de casar su profesión con sus perversiones, o bien, éstas últimas
nacieron lentamente de la primera..., surgieron como insospechadamente. Comoquiera, el
detective ha acumulado un imaginario singular, un tanto grotesco, y lo ha ido
enriqueciendo con fantasías propias, elaboraciones a partir de las primeras.

la mujer que será objeto de su pasión y que terminará siendo víctima en un ritual satánico
es una allegada suya, ella debe trabar relación singular con él, algundre…

el hecho es simple, un tanto grotesco, de estampa impresionista,

Terminé entendiendo el porqué de muchas cosas que pasaban en la oficina del coronel;
lentamente, desde el fondo de su sillón, él veía mis intenciones; era el más alocado de los
de la estación, un aire juguetón y un impulso por hacerse notar en las conversaciones,
casi, casi, de manera pesada.

Terminé comprendiendo una par de nociones extrañas, dentro de la misma oficina en la


que habíamos realizado nuestras muy interesantes “presiones protocolares” a testigos
que no caían bien a los fiscales.
AL momento que, en medio de toda esta epifanía, recordaba, un tanto cansado de tratar
de rozar el misterio de sus imágenes, mi sueño madruguero, y mientras salíamos a coger
una salteña, me asaltó el cerebro la idea de que tenía algo que ver en la escena, la idea
me electrocutó.

Una foto tranquila en el fondo del cuarto. La mirada huidiza de la señora, las manos
menudas y nerviosas que entretejían quién sabe qué mundo en el fondo de su mente, con
el cual se distraía…

El hórrido y pesado sueño, de mujeres cantando desnudas, con voces melancolicas, con
tonos lupinos que chirriaban, con alaridos extáticos en los que retozaba una voz
sangrienta y con hambre.

Todo el sentido derramándose de su cabeza,

En las noches en que reincidía todo este populoso conjunto de imágenes, del seco e
intermitente vaho de

Noches interminables, en las que otra vez, aquí y allá, las mentadas imágenes volvían a
cobrar mayor crudeza y roían, sin cesar, mis sienes. Ahora, habiendo confiado sobre
estas líneas las imágenes que aborrezco; por algún raro e inusual influjo, espero que la
noche trague de nuevo todo este flujo, putridez que cala en mi sienes.

Todo el influjo, insufrible,

***Es este estado el que me excede, me trasciende, y el que, de otra forma y por haber
tratado de desviar mi atención de las imágenes que me obcecaron todos estos días, no
hubiera tardado en enloquecerme. En este estado, sobrio, pero intoxicado; vidente, pero
deslumbrado, paso a referir una suerte de serie de eventos que han tenido lugar acá en
La Paz, y más específicamente en los lindes polvorosos de la carretera, esa que no puedo
sino imaginar sumido en el más pasmoso estado de pavor y desconcierto.

Ahora a modo de perseguir la luz que se deshace entre aquellos ocres cerros, de montes
rasos, paso a referir la historia, cobijado entre la oscuridad del cuarto, en los bordes del
barrio Apaña, a los lindes del río Orkojahuira, que baña las riberas pútridas

NEGRO, NEGRAZO

A modo de terminar las cosas que he empezado, termino estas líneas, arrinconado en un
cuarto deshabitado, en los lindes del barrio de Apaña, en la ciudad de La Paz.

Paso a elaborar un par de ideas a manera de advertencia para el alma desgraciada que
lea esto. Mi intención dista de un texto de tipo amarillista, o de uno que confíe su eficacia
a la mera impresión; sin embargo, no me es desconocida la noción de que una vez que mi
mente haya transmitido de manera algo efectiva el relato o curso de eventos que sigue,
ella misma se habrá aligerado de terribles tormentos. Las imágenes secas, palpitantes y
desorbitadas, las imágenes que han torturado mis noches en consecutivas y
espeluznantes pesadillas se disiparán en la noche de donde se originaron.

No me evade la certidumbre de que su inscripción realista y fidedigna aligerará mi mente


de las imágenes que han torturado mis noches en consecutivas y espeluznantes
pesadillas. El aislamiento al que me he entregado, una vez cerrado el caso y presentado
el informe oficial, ha brindado un breve periodo de paz y ha ayudado a que mi cordura,
que se disolvía lentamente en la oscuridad, recupere cierta imagen reconocible del
mundo. Estos posibles indicios de locura no han aminorado ni tampoco debilitado mis
aptitudes intelectuales; sólo las han trastornado al punto de que he llegado a comprender
en lo íntimo de mi ser justificaciones atroces. Estas imágenes, que siguen rondando mi
consciencia, y que paso a referir, mantienen rigurosamente la claridad e intensidad con
las que se presentaron ante mi memoria; las que ha forjado la sinrazón de mis sueños, a
partir de las primeras, son un ardor que sólo me asalta durante insondables noches y son
inefables en cuanto me compete. No incido en mayores preámbulos y paso al relato
puntual de los hechos.

Inicio mi relato, despabilado, en medio del poltrón de mi cuarto, consciente de que, acá en
los bordes de la ciudad de La Paz, donde el Orkojauira baña indistintamente lirios y
cadáveres en sus bordes, la falacia de la realidad y el delirio de mi locura se atenúan.

Los días se sucedieron de una manera más bien tranquila, en medio de las habituales

Noches interminables, en las que otra vez, cada vez más, este ardor vuelve incendiando
la poca cordura que se agazapa en mi mente; el vago recuerdo de los gritos, de las
piernas centelleando blancas en la oscuridad, del ánimo fervoroso, henchido de la sangre
más ímproba, del deseo que desborda lo sensato y que me arroja, tristemente feliz, en la
vorágine de lo humano, de lo intensamente humano

Apremia dejar escrito

No era más que otro día, entre los altos eucaliptos. El bosquecillo de Pura Pura quedaba
a la derecha, silente y atiborrando el aire de su aroma.

Acá, en lo descampado, gracias al frío que se concentra en y desnuda los montes, el


aroma pierde cierta fuerza
En mi mente todavía surcan esas imágenes del sueño, tal como si andara volando detrás
de mí y me asecharan. Urla la pichitanca dentro de mi cabeza. Ahora, partiendo de lo
visto, no puedo dejar de lado un gusto molesto y persistente en lengua, un sabor a ceniza;
un olor a ahumado, a parrilla, está impregnado toda mi ropa.

La veta que le quedaba por descubrir, la noche anterior, sobre un caso sin resolver, se le
ha esfumado de la cabeza; seguro se la ha tragado la noche o se ha apartado de sí en
sueños... Soñaba, dichoso, que era testigo de un asesinato, que veía de lejos como el
viento de un cielo púrpura y naranjizo jugaba, pícaro, con las trenzas de una chola joven,
masiza bajo sus prendas, según imaginaba... En la aneblinada mañana todavía se le hace
posible revivir algo de la quimera, como si en algo consustanciaran la noche ennegrecida
y la indeterminada realidad de la madrugada de niebla profusa.

El intranquilo gesto del detective, ahora recalentando pedazos de chicharrón perecino, lo


sume en un estado parecido al trance, el ahoma asciende hasta lo alto de la cocina,
tiznada y manchada con la grasa de cocciones anteriores que parece un happening hecho
por algún gordo hambriento

EL intranquilo gesto del detective, ahora recalentando algunos pedazos de chicharrón


perecino que sobraron de ayer, es evidencia de que anda sumido en un estado parecido
al trance. El aroma, que por el espesor de sus compuestos ha formado un leve vaho o
humillo, asciende impregnando y profundiéndose en toda la cocina; en lo alto del techo se
choca, se disipa

El intranquilo y concentrado gesto del detective, quien ahora recalienta algunos pedazos
del chicharrón perecino que sobró ayer, es evidencia de que anda sumido en un estado
muy parecido al trance. Entre su rictus y profundiéndose en toda la cocina, se alza este
leve humillo

El chisporroteo del chicharrón, el crepitar de su carne, el c

Arístides, frente a los fogones, mantiene un rictus digno de admirarse. Los gestos de su
rostro se muestran fijos y convulsos a la vez. Tiene delante de él una sartén donde
crepitan gloriosamente los pedazos de un chicharrón que le ha sobrado del almuerzo de
ayer, justo después de cuando tuvo que entrevistar a un par de testigos sobre un caso
que se le ha sido asignado recientemente.

El detective ha anotado en su memoria las múltiples preguntas que han

Aristides, frente a los fogones, mantiene un rictus digno de admirarse. Las facciones de su
rostro se muestran fijas y secas
El intranquilo y concentrado gesto del detective parecer ser o la manifestación de la
certeza mórbida de que alguno de aquellos testimonios se apuntala ya como una
confesión o éste simplemente se debe a que no puede dejar de recordar las descripciones
que hicieron sobre la escena y la víctima, y algo en la carne chirriante ha despertado su
imaginación sobre ciertos detalles.

Los restos de un chancho a la cruz sesean en la sartén. El detective sabe, en


determinados momentos, que la mezcolanza que hace su cerebro de la experiencia del
olor de la grasa del cerdo volatizándose y los múltiples comentarios, dubitaciones y
detalles que poblaron las entrevistas con los testigos del último crimen no son más que
datos que la variopinta realidad le arroja, y los que su imaginación descarrilada confunde
innecesariamente. Sin embargo, entre el destello de una mañana aneblinada y sus
grasosos hábitos alimenticios, ya ha empezado a calar un síntoma de certeza; no sabe a
qué se debe ni en qué se funda, pero el tincazo que siente es, sin duda, contundente.

Aristides, sabe, no con exactitud, pero sabe, que los

Los restos de un chancho sesean en la sartén. A este punto, Arístide sabe que los hechos
de la última investigación se van desvelando, y, como en un rompecabezas, su mente
hace lo posible por armar una imagen coherente con ellos. Datos cruzados, omisiones,
detalles, todos las menucias que se dieron en la sala de interrogaciones. Dos vueltas más
al cerdo y seguramente estará caliente. El humo y la carne cociéndose nada tienen que
ver con los hechos
Arístides mueve el puerco en la sartén. La última hora que ha experimentado en la sala de
interrogación lo han dejado con un sabor extraño en la boca; no sabe con exactitud si es
por eso que recalienta el cerdo de ayer, un chancho a la cruz chapaco, comprado bajo el
sol cenital en la Plaza de los Monos.

“La despellejé, dejé la mayor parte de su piel sobre las brasas, la grasa que goteaba iba
directo a sublimarse debajo, en los carbones encendidos”.

No hay como esta noción espontánea, rápida y directa para entrever, en lo lejano de los
ojos del detective, que la gran pregunta no es cómo se hizo esto; no es cómo se llegó a
trocear el cuerpo, una vez completamente cocido, o ligeramente como algún francés
decadente podría degustar un pedazo de carne –bleu o saignant–, no es, pues, cómo se
llegó al punto, aunque sin duda todo aporte información, la que será de especial
importancia para el informe al fiscal, no es nada de eso. Es el porqué se llegó a esto.

Toda esa retahíla de detalles parece serle un estorbo, un peso del que quiere
desembarazarse lo antes posible. “La han despellejado, yo he visto ni bien he llegáu,
uuuta…: la piel al aire, ¡rooja!...”.

No hay nada más, en medio de la madrugada, más que la niebla y los recuerdos del
detective.

El puerco, restos de un chancho a la cruz que se sirviera ayer, sesean en la sartén de


hierro. El desayuno es extraño; él sabe que el sabor será algo rancio y aun así disfruta
con la anticipación y el aroma que la acompaña. Será un café el acompañamiento, ya
antela.
Recuerda, en medio de los convulsos aromas y de la amalgama que hace en su memoria
los detalles carniceros, que hoy debe resolver el caso, no obstante cualquier
inconveniente y más allá de imprevistos.

devaneo de los cuerpos que se están en una especie de convulsión eterna, todo un
espectáculo que juega con la irreverencia de esos senos y la paganidad de esas nalgas.

Pronto descubro a quien sería mi contacto con estos

Un desgano resbalaba sobre su cuerpo, el cual tenía la cadencia de un blues andino. Era
eso o mis ojos seguían algún ritmo anodino y Las piernas me habían convencido del
nombre que ostentaba el lugar: el Jardín de las Delicias. Tosco, imprudente, con
movimientos calculados pero una pasión que se me delata en los ojos y en la boca
haciendo agua, apenas puedo sino tocarla.

El vacío sobrecoge, el frío entumece a estas alturas. No logra asirse de la roca, la gruta
que
inhalando los vapores invisibles de la niebla le pasa el nailon transparente lleno de
marraquetas. FRÍO
Hay algo, en el trayecto del minibús, que fatiga su cabeza en los consecutivos sacudones
que dura el trayecto. La imagen que trepa hasta su mente ronda con fuego y trae el tufillo
de carnes cocidas; otra vez, a través del ambiente semiseco, casi obtuso de la mañana
que habita también en el minibús, sus percepciones se fusionan, y el cerdo que sus
papilas degustaron hace no más de una hora vuelve a encenderlas.

Sin saberlo, había mantenido encuentros vehementes todo este tiempo con un transexual.
En su cabeza cabalgan indómitas las ideas como en estampida, entre el convulso orden
de su pensamiento, trata de entrelazar un par de ideas claras.

No todo está perdido, qué clase de sexualidad conjuga un deseo que haya

La tarde condicionaba ese trueque efusivo de besos, la mano sondeaba

El río sonaba afuera con tal crecimiento y locura que copiaba el ruido violento de un
diluvio.

Adentro, entre las sombras, reptaba un nudo humano bajo sábanas.

NInguno había

A ambos se les confundía de alguna manera con un hombre a otro con una mujer, eran
remedos de sombra ahora, la calma perecina les endulzaba el crepúsculo los días
pasados.

Quemaron cuanta energía hubiera en sus cuerpos, fatigaron tardes enteras el


adestramento en sus cuerpos. No había, de momento, apuro entre ellos para llegar. Los
encuentros y amoríos siempre se daban entre las sombras de un crepúsculo.

Arístides es un degenerado, o por lo menos eso cree él. En tanto piensa esto, en medio
de la drusina mañanera, el bocio medio amargo en la boca no es un impedimento mayor
para que siga con su tarea.

En tanto la idea ronda su cabeza, en medio de la drusina mañera, el bocio amargo de la


boca lo empuja a buscar un vaso de agua.

Se levanta, caído
Casi pienso,

El rebozo

Cuento sobre venezolanos

Lo dionisiaco lo traía entre ceja y ceja, no había más vueltas que dar; quería,
consistentemente y con una cara deshecha de lujuria, tomar el cuarto más cercano y ver
qué pasaba.

Los meses pasados, a pesar de sus consabidos pretendientes, su ganado, no había


dejado de pensar en la idea de tener sexo con un extraño, retorcer entre las sábanas de
algún motel de quinta, hundir las manos entre las sábanas blancas, morder, arañar, gritar
-como un cerdo en pleno degüello- según le habían dicho. Toda esta sarte de actividades,
desfogarlas. Fatigar el cuerpo en conjunción con otro humano.

No sabía cómo entre los repetitivos y salivosos besos que incomodaban su boca iría a
encontrar a essa pareja ideal. No sabía qué había dónde, no estaba segura de ninguna
conjetura, pero el deseo la poseía de manera ubicua, azuzante, y de un modo
enternecedor buscaba

A ver, entre este tumulto en la Pérez qué es lo que podía encontrar. Qué onza de amor
reptaba entre el gentío.

No se pudo parar muy bien, y mientras todo el barullo de la gente se despejaba como
niebla, no había nadie en la plaza que pudiera ser quien le tocara el trasero -su
manoseable trasero, según su novio- no había nada entonces que no pudiera encontrar
en la multitud más que naufragar en un mar de sinsentido, de ofuscación, de tropelías que
se agolpaban en su cabeza peor de lo que lo hacían las personas en el trajín de la plaza.

Su mujer se había perdido

Cuando no tenía otros recursos para conseguir la información, en un arranque de ira,


podía, sin mucho asqueamiento, llamar a dos de sus amigos y zarandear con sadismo al
preso durante el tiempo que fuera necesario. En este caso, eran los datos cruciales los
que necesitaba. El problema: que no existían testigos directos del hecho macabro.

Todo en la mañana era niebla, todo era una mezcolanza de frío, niebla húmeda,
descreimiento... angustia. No podía determinar con exactitud qué es lo que confundía sus
sentidos. Su cerebro se apresuraba en mezclar los comentarios un tanto estúpidos,
supersticiosos sobre el estado nauseabundo de la víctima.
Todo en la mañana era un helor que le partía los huesos, toda la mañana era una mezcla
de frío intenso, el adormecimiento que se despejaba y la niebla que cubría las calles
desiertas. El detective confundía en su mente todos los datos que había recibido y
anotado durante las interrogaciones del día anterior. Se encuentra apenas consciente de
esto.

AAA

Hay una intuición que ronda la cabeza del detective Arénides. Esta intuición toma cuerpo
cada vez que el tufillo que despide el corte de res** llega a sus narices desde la sartén.
En su mente, el último caso, el último homicidio del que se encarga(,) es una danza de
sensaciones.

— ¿Cómo es que has llegado al sitio y a ver la escena del crimen?

— Por la entrada estaba caminando… como media hora, siempre. Duro estaba… …
(hesita, mira a los lados mientras baja la cabeza), hey visto ya de lejos eso que le habían
hecho… el olor era bien fuerte; el ch’ji estaba chorreado con la sangre seca y lo que
chillcheaba hacía oler bien fuerte… como a leña, pero a podrido también… ***

El olor a carne ahumada. El tufillo. El líquido rojizo brotando del corte de filete mientras se
cuece lenta y sonoramente.

Terminó de preparar su almuerzo: un corte de filete de lomo acompañado de una


chorrellana, ambos elementos combinaban sus sabores en el plato, sobre el cual la carne
seguía resudando ese juguillo sangriento.

Luego, de súbito su mente lo traiciona y, entre el despabilo ante la ubicuidad de la niebla


en la calle y la inconclusa imagen de un sueño que lo ha desvelado desde temprano en la
indefinida madrugada, toma consciencia de su existir mientras abandona ese
automatismo turbado que lo invade por las mañanas.

Una mujer en la esquina apenas si lo siente, imbuida de la misma locura rutinaria e


Deja la taza, hierro enlozado, sobre la mesa.

Retoma el álbum de fotografías, las va hojeando, tranquilo, serenamente pasando con los
dedos las páginas, encontrando algún detalle insignificante, innecesario; sólo por morbo.
Hay algo que no cierra. Hay en el ambiente, todavía y pasada la pesadilla, un tufillo a
humo que lo acecha con la inmediatez con que lo había acechado en la madrugada, entre
sueños y vigilia desgarradora. El olor a carne, denso, espeso, como viniendo de una olla
de viscoso guiso, hiede a meollo de cuerno taurino, a brasas y a carnicería de mercado
popular. Le sobreviene un picor casi placentero que nace en sus fosas.

Esta pequeña, casi imperceptible noción le merodea la cabeza como si fuera una recua
de jinetes nómadas que galopa tanto más violentamente cuanto más cobra un regusto a
carne el tufillo que se balancea en el aire. El corte de chuleta, en la sartén, despide estas
volutas aromáticas.

En la mente de Fulvio Condori, el último caso, el más reciente homicidio del que se anda
encargando es una danza de sensaciones no del todo sórdidas, para su sorpresa.

De repente, luego de terminar de servirse el almuerzo y haber lavado y enjuagado los


platos, recuerda que no hace falta corroborar los testimonios recogidos la tarde anterior;
tan sólo tiene que tomar una decisión; lo apremia una indecible intuición.

Fulvio despierta en medio de la cama, mientras la niebla cae se vierte desde la ciudad
dentro del cuarto.

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