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Pedro Bracamonte Osuna

La Valera
1 OcultaVOLUMEN I
Pedro Bracamonte Osuna

Diseñador gráfico, locutor, editor de


audio y videos, cronista y comuni-
cador social. Publica escritos en los
diarios locales desde 1975. Es autor
del libro “Crónicas de Jeromito” .
Miembro Correspondiente del Centro
de Historia del Estado Trujillo, inte-
grante de la Red de Historia, Memo-
ria y Patrimonio del Estado Trujillo
y actualmente es parte de la directiva
la AC Voces de Valera. Fue galardo-
nado con la mención publicación por
la revista “El Desafío de la Historia”
por su investigación “Los franceses en
Trujillo”, ademas de ser productor de

2
la serie de micros audiovisuales “ Dia-
logo de Paisanos” y por más de ocho
años condujo el programa radial “Hoy
puede ser un gran día”.
Pedro Bracamonte Osuna
Cuidadora de la edición:
Lic. Reina Cegarra
Diseño, diagramación y montaje:
Grupo Ojo Urbano
Fotografías:
Andrés Ocanto, Pedro Juarez, Andrés Bracamonte,
Luís Amado Bracamonte, Juan Ramírez, amigos anonimos.
Ilustración de portada:
Rafa Rojas y su grupo de trabajo
Primera edición: Febrero 2019
Hecho el Depósito de Ley
Depósito Legal LFJ87320432202951

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está prote-


gido por la ley que establece penas de prisión y/o multa además de las
correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios para quienes

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reproduzcan, plagien, distribuyan o cumuniquen públicamente en todo
una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpreta-
ción o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comuni-
cado a través de cualquier medio sin la respectiva autorización.
Pedro Bracamonte Osuna

La Valera
Oculta
VOLUMEN I

4
A Pedro José y Melida Rosa,
quienes me enseñaron a trabajar y sonreír.

A Melissa Alejandra , Pedro Manuel,


Pedro José, Victoria y Fabio
los mejores ejemplos de iluminación
que he conocido
y a quienes amo con todo mi corazón,
y agradezco a Dios por tenerlos y disfrutarlos.

En este llano que hoy es Valera,


muchos nacimos y otros fueron peregrinos
que vencieron el presente
pensando siempre
en una existencia futura.

Para ellos, cada una de estas crónicas.

5
Para hacer ciudad,
es necesario recordar

6
Hacedor de
nuevas crónicas

Con el polvo de los años, Pedro Braca-


monte Osuna decidió emprender la difícil y
hermosa tarea de narrar lo sucedido en nues-
tra ciudad natal. Y, lo mejor de todo, asumir
el reto planteado hace más de treinta años en
el oficio de historiar venezolano, esto es, re-
coger en redondo lo concerniente a los luga-
res con vistas a contribuir a la fragua de una
verdadera historia nacional. De ese modo, la
pluma de Pedro Bracamonte Osuna pincela
el rostro de la Valera oculta en documentos,
voces e imágenes, a fin de darla a conocer a
las nuevas generaciones con precisión de de-
talles. Eso significa, en resumidas cuentas,
que en las crónicas de Bracamonte anida la
cotidianidad jalonada por limpiabotas, juga-

7 dores de billar, taxistas, narradores orales,


artistas y personajes importantes para robus-
tecer el carácter tradicional de la ciudad de
Valera. De otro lado, aparece el murmurante
mercado, la plaza Bolívar, las panaderías, los
templos, los cines, El Bolo… y todo adherido
a un ritmo narrativo claro donde se sueldan
el corriente modo de vivir con la microhisto-
ria. Con el oído atento, Bracamonte capta lo
expresado por Amable González, Raúl Díaz
Castañeda, Carlos Gil, Andrés Bracamonte,
César García, Memo Bracamonte, Andrés
Ocanto… y a poco arma su cometido ampa-
rándose en la fuente fotográfica, o, en bellas
imágenes que engalanan el cuerpo de Valera
en sentido epocal. Se trata de la conjunción
de la oralidad con la imagen al momento de
indagar sobre el acontecer social, ejercicio de
mucha importancia para la labor del cronista
como historiador de la vida diaria, o si se pre-
fiere, de un investigador indispensable para
acusar recibo en relación con su medio social,
utilizando todos los ingredientes requeridos
por el caldo de cultivo cultural. De allí que el
trabajo de Pedro Bracamonte posea frescura
y soltura para comunicar, con frases cortas,
los escondrijos de una ciudad que alberga un
torrente de lava tradicional que clama por ser
apuntada en las páginas en blanco de la histo-

8
ria local.
Puede afirmarse, entonces, que Pedro
Bracamonte Osuna está sacando de las ti-
nieblas a seres comunes y corrientes tan
fundamentales a la hora de colorear el mu-
ral histórico de nuestra ciudad, por cuanto el
lienzo de un lugar se pinta con todas las yer-
bas culturales que en el mismo habitan. Su
fisonomía icónica pende de la colectividad y
de su dinámica psíquica. Por tanto, mirando
con atención el trabajo de Pedro Bracamonte
Osuna, puedo concluir diciendo, con encan-
to, que Valera cuenta con un cronista ganado
para el esbozo de nuestra historia total. ¿Qué
tal amigo lectores?

Alexi Berríos Berríos

9
Como testimonio de reconocimiento para Aura Salas Pizani y y el grupo de maestras
que me formaron como ciudadano en el grupo escolar Eloisa Fonseca.

10
La Valera Oculta

El mercado
y su esencia

L
as anchas escaleras conducían al
piso superior repleto de sabores y
colores, donde los hermanos Gonzá-
lez, mejor conocidos como los “yu-
cas”, eran los más prósperos nego-
ciantes del lugar. Roque, Gabriel, César y Luís
González habían llegado desde La Quebrada
y junto a otro mercader de apellido Chinchi-
lla, convirtieron aquel lugar en el mundo de
los granos de Vale-
ra. En las afueras de
aquel mercado, otro
sitio donde encon-
trabas lo que anda-
bas buscando, era el
establecimiento “La
Reforma” del ne-
gro Pedro Urquiola,
donde la venta del
famoso “guarapo

11 fuerte”, servido en
pocillos de peltre se Pedro Urquiola
El Mercado en sus inicios

convirtió en punto de referencia por años de


esta ciudad. Era el ambiente que se respiraba
en la desgastada estructura que edificó el Eje-
cutivo Regional y que aún vive en la memoria
de muchos.
Mucho antes y por largos años la “feria
de verduras” se celebraba todos los domin-
gos dónde está hoy ubicada la Plaza Bolívar.
A partir de 1901, estas compraventas de gra-
nos y hortalizas se mudaron a la calle 10, cerca
del edificio de Trujillo Motors y ya para el año
1918 el mercadeo se hacía en un terreno por

12
los lados de la avenida 14 en las vecindades de
la sede de Orange Crush, donde predominaba
el transporte de recuas, actividad que subsistio
El Mercado en 1918

en aquel lugar hasta el inicio del mercado pú-


blico.
Desde que abriera sus puertas en 1938, el
mercado público fue el epicentro de la ciudad.
La memoria nos revive el viejo edificio de dos
niveles atestados de mercancía y mercaderes
esperando por ansiosos compradores, que ca-
minaban entre angostos pasillos atiborrados
de víveres, granos, verduras, ramas y hasta
penetrantes inciensos y jabones de cariaquito
morado para la buena suerte.
Probablemente, ningún otro espacio en
esta ciudad congregó tanto la atención como
el viejo mercado público, donde los ruidos, los
sabores y los colores nos empapaban en una

13
euforia de sensaciones que se mezclaban entre
vendedor y comprador en medio de un festín
de puestos y personajes que tropezaban a dia-
La actividad frente al viejo mercado

rio. El bullicio de la gente entrando y salien-


do, alimentos cocinándose y los cuchillos cor-
tando, nos perpetúan al ambulante mercader
conocido como “El Mediecito” y su fantástica
ponchera de baratijas, o a las sabrosas empa-
nadas de Emilia y Ramona de Montesinos, los
bollos dulces y salados de Carmen, o los gritos
para vender los quesos de los Simancas, los
Parras, Ramón Paredes y la familia Rangel.
Desde afuera observaban este diario bu-
lulú, Bernardino en su quincallería, Humber-

14
to Paredes con sus panes y Publio González
desde su ferretería. La escena ya era un diario
ritual, por un lado los policías de punto tratan-
do de arrestar al caletero que todos llamaban
Cleto, quien se resistía gritando a todo pulmón
que lo apresaban “por sospecha” y el resto de
los paisanos observando el espectáculo.
Este mercado se convirtió por años en
el ágora de nuestras tradiciones gastronómi-
cas y culturales. En este espacio se respiraba
la esencia de Valera y su gente, sus voces, pe-
nas y alegrías. El orgullo de los vendedores y
la curiosidad de los visitantes, eran parte de la
socialización que allí abundaba, donde Álvaro
“Táchira” Moreno ofrecía las tiras de la lote-
ría de animalitos, Antonio Fernández vendía

15 El popular Cleto
El edificio del Mercado Público de Valera

aguacates y presumía de su gigantesco anillo,


Luís Amado con su famosa chicha en las afue-
ras del mercado junto a los olores de la pesca-
dería El Indio y los caleteros y sus carros de
municioneras que deambulaban entre el de-
pósito de Ramiro Uzcátegui y El Tequendama.
Por las tardes la faena se remataba en los bi-
llares del popular “Chiquito Mío” al frente de
donde vendía su pan azucarado Juan de Dios
Ramírez en La Vencedora.
Este mercado se nos metió en el corazón
y con su cierre se nos fue parte de la ciudad.
El nuevo mercado, más mercantilista, carece
de aquella esencia; sin embargo, ambos mer-
cados me sumergen en el corazón de la Valera

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oculta a través de la comida y su gente.

Fuente: Conversaciones con Amable “Pepino” González


La Valera Oculta

El pan nuestro

P
rimero fue la fábrica de cigarros de
don Juan María Spinetti en 1880, le
siguió la producción de sombreros
de cogollo de Juan Scrochi, luego el
taller de alpargatas en 1884, Eduar-
do Gentini y su negocio de tabacos en 1895 y
Constantino Murzi con su producción de fi-
deos. Prontamente
aparecieron los za-
pateros, los talabar-
teros, los carpinteros
y la primera sastrería
de Rudesindo Izarra.
Era la Valera de an-
taño y sus primeras
empresas, donde el
aroma del pan que
se horneaba artesa-
nalmente se expan-
día por toda la aldea.

17
Desde siempre, en
Valera se ha elabora-
do un pan de calidad Giacomo Aliotta, maestro pastelero
gracias al esfuerzo de un selecto grupo de pa-
naderías y panaderos, quienes junto a sus fa-
milias han marcado su huella en el desarrollo
valerano. El oficio de hornear pan comienza
en nuestra ciudad en 1873, cuando algunas fa-
milias se dedicaban a este arte y luego salían a
venderlo casa por casa, hasta que Rafael Ga-
llegos Celis establece la primera panadería en
esta comarca, siendo sus maestros panaderos
Rafael Ortiz y Pablo Tortebuy. Años más tar-
de Ricardo Henríquez y Pedro Maggí abrieron
otras panaderías.
El pan valerano está catalogado como
uno de los más deliciosos de nuestro país. Este
logro, es producto de los hornos de las pana-
derías, La Valerana de Hortensio Hernández y
Joaquín Padilla, La Vencedora de Juan de Dios
Ramírez, La Ancora de Mario Jerez, La Palmi-
ta del italiano Nino, La Valente del italiano Ne-
biolo, Santa Teresa del inmigrante Fulvio y su
pastelero estrella Giacomo Aliotta, La India de
Víctor Lara, La Gaeta de Salvador y Mimi y la
VimBac en el sector Las Delicias, solo por re-
cordar algunas de las más antiguas, que no solo
amasaban pan para los valeranos, sino que lo
convirtieron en un producto de alto consumo
nacional.

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Exquisiteces como el afamado pan azu-
carado, pan V14, pan de mantequilla, pan con
queso, las sabrosas acemas, las roscas, los biz-
Unidades de trasporte de Panadería La Valerana

cochos, las paledonias, los ponquecitos, las tos-


tadas, las tortas, las galletas de leche, pan cru-
zado, pan pata e mula, los pastelitos rellenos
de crema, las señoritas, las exquisitas bombas
y el tradicional pan salado, forman parte de
una lista de exquisiteces que cada panadería
preparaba con su propia receta. Nuestro pan
podía ser encontrado en cualquier terminal
o aeropuerto, debido a su alta calidad, llegó a
convertirse en un alimento que no faltaba en
ninguna de nuestras mesas, sea cual fuera la
clase social y en las cantinas escolares también
fue de los favoritos a la hora de los recreos.

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Las inmigrantes italianos y portugueses termi-
naron de consolidar esta industria en nuestra
ciudad y fue así como abrieron puertas las pa-
naderías Lisboa, Ángelo, Napolitana, La Flori-
da, Suprema y D´Giacomino entre otras, de la
mano de familias como Nardone, Pierantozzi,
Aliotta, Bermi, Da Costa que nos sembraron
también la costumbre europea de tomar café
en las panaderías. Otras remembranzas nos
relatan de cómo se podía comprar en aquellos
lugares el llamado “pan duro”, que no era más
que el pan que era devuelto al pasar determi-
nado tiempo y no había sido vendido. Esta
modalidad era utilizada por las personas de
escasos recursos y su costo por bolsa era en-
tre 0,25 (medio) y 0,50 (un real), suficiente para
una abultada ración.
Ningún viajero que partía desde Valera,
se marchaba sin su bolsa de pan y las solici-
tudes de parientes y amigos de otras latitudes,
eran interminables clamando por aquellos
productos. Aún están frescos en nuestra me-
moria, los recuerdos de aquellas delicias que
hoy solo quedan para rememorarlas y dar gra-
cias al creador por haberlas disfrutado.

Fuentes:
Periódico El Anunciador
Conversaciones con “Pepino” González y Carlos Gil 20
La Valera Oculta
Una mirada a través de los cines:

Una ciudad
en blanco y negro

E
n esta ciudad donde se respira en
blanco y negro y vagamos entre
montones de basura y zamuros,
donde la ciudadanía se perdió en-
tre bostezos de eternas colas y ros-
tros sosos, dignos de cualquier guion de cine al
mejor estilo de Quentin Tarantino, vivió una
generación de vecinos que poblaron este llano
y juntos marcaron las cuadriculas de sus casas
y calles y otros po-
cos donaron varas
de terrenos para
edificar un tem-
plo. Así nació Va-
lera, sin las atadu-
ras propias de los
blasones en las fa-
chadas y los ape-
llidos de abolengo.

21 Valera despuntó al
calor de gente hu- Valeriano Diez y Riega
Cinelandia de Valera

milde que emergió en medio del trabajo, esa


que una vez fue dinámica y progresista.
Hoy la realidad es gris y pesada. En algún
punto se nos traspapela la mirada cromática
que una vez pintó de mil colores esta ciudad.
Esa colorida visión que tuvo el Dr. Julio Febres
Cordero Troconis al fundar en 1886 la agru-
pación “Amenas Veladas” o el tesón del bar-
do Lorenzo Valero y Rafael Briceño Graterol
al constituir en la vieja casona de Muchacho
Hermanos el grupo “Amantes del Progreso”
en 1889. Era una ciudad fecunda en tertulias
e ideas y encontró en ellos a sus máximos
exponentes, en una época de trashumantes
comparsas de actores y envejecidos entrete-
nimientos. Fueron tiempos, donde hasta en la
sede de nuestra municipalidad se presentaban 22
distracciones, convirtiéndose estas en nues-
tras primeras aproximaciones a un teatro.
El cronista Gallego Celis, nos relata que
con la aparición de la electricidad, el General
Emilio Rivas, inauguro en 1921 su Teatro Ca-
rrasquero, mientras que los hermanos tachi-
renses Humberto y Gustavo Murillo abrieron
en 1926 las puertas del recordado Cinelandia,
que unos años después le vendieron a Valeria-
no Diez y Riega, quien recientemente había
llegado desde España y se había dado a la tarea
de recorrer nuestros pueblos con una recua de
mula proyectando películas. Es él quien crea
una alharaca entre los valeranos al proyectar
en 1936 en el viejo Cinelandia, el primer films
con sonido “Luces de Buenos Aires”, protago-

23 Retrato de Libertad Lamarque, en la entrada del Teatro Libertad


nizada por Carlos Gardel.
Esa mirada futurista y multicolor de estos
hacendosos, permitió que Alberto Maldonado
Labastida organizara en 1939 el Teatro Prin-
cipal, en un local en la avenida 11, y en 1946
Juan Hack liderando el Circuito Fílmico de
Occidente abriría el Teatro Valera. Esta misma
empresa en 1950 creó en la esquina del punto
de Mérida, el teatro San Pedro, que remplazó
su nombre en 1954 por el de Bella Vista y en
1976 por el de teatro Plaza con el estreno de
la película “Sagrado y Obsceno” protagoniza-

24
da por Miguel Ángel Landa. Era la Valera de
Adriano González León y Ana Enriqueta Te-
rán, la del desarrollo, ordenada, limpia y hasta
con parquímetros. Esa ciudad que recibió con
alborozo la edificación del teatro Libertad y su
fastuoso mural en 1956, diseño del arquitecto
Homero Zachinelli, el mismo que ideó nues-
tro parque Los Ilustres. La película no se de-
tiene y en los años 70, Luigi Vagnoni comienza
exhibir buen cine en el Teatro Delicias, en el
Lazo de La Vega y simultáneamente en el re-
cordado Autocine Las Acacias. Como colofón
de aquella época abrieron puertas el Teatro
Avenida en las instalaciones del colegio Sale-
sianos, el Cine Club del Ateneo de Valera y en
los nuevos tiempos con una corta actividad la
Cinemateca Regional y las modernas salas de
cine del centro comercial Plaza. Los valeranos
crecimos disfrutando de nuestros cines y la
influencia de las grandes estrellas de las mar-
quesinas y del acetato, sobre todo las mexica-
nas. Fueron tiempos de logros y progreso que
hoy se descoloran en nuestras añejas memo-
rias. Valera vivió sus momentos en tecnicolor
y alegrías que hoy sufren una mutación como
una desgastada película donde la imagen y el
sonido no se sincronizan.

25
La Valera Oculta
Una mirada al Templo de Agua Clara:

Campanas
de Compromiso

C
on el primer canto de gallos, el altar
lucía impecable y alumbrado. La
frescura de las flores daban un to-
que especial a los santos que aque-
lla mañana María de La Paz termi-
naba de vestir. Era la menor de las hijas de José
María Espinosa,
quien en los inicios
del 1800 y con unos
títulos de propiedad
que se pierden en el
tiempo, cimentó las
primeras viviendas
que fueron dando
forma a un villorrio
que después en una
tarde de tertulia do-
minguera lo nom-
braron Agua Clara.
Los invitados co- Dr. Juan Hilario Bosset Castillo 26
menzaban a llegar, pero nadie podía entrar al
sagrado recinto antes que el Dr. Juan Hilario
Bosset Castillo, obispo de la diócesis de Méri-
da de Maracaibo, rociara en la entrada el agua

27
bendita en aquel lugar, que comenzó como un
modesto oratorio familiar y aquella mañana
se convertía en capilla. El acceso era de anchas
puertas por donde la fresca brisa del valle dan-
zaba. Por los costados también se podía entrar
y apreciar el retablo de madera que corona-
ba el altar mayor. La lista de invitados la en-
cabezaba Zoilo Troconis, vicario de Escuque,

28
Francisco Maya, Francisco Rosales y las da-
mas Amelia Paredes y Petra de Rumbos, ésta
última vestida con un vaporoso traje cargado
de miriñaques.
El ilustre prelado con su mitra adornada
en tonos blanco y dorado, ofició aquel 20 de
mayo de 1847 la primera misa y escuchó con-
fesiones. La grey participó en la ceremonia y
reverenció con fe inquebrantable la presencia
del guía espiritual que fue muy vertical en su
actuación clerical al encararse públicamente
en 1873 al presidente Guzmán Blanco, por ha-
ber aprobado el matrimonio civil.
En lo alto de la capilla, se escucharon los
repiques de aquellas campanas que en su bro-
ce llevaban cincelados los nombres de los es-
posos, Candelaria y José María Espinosa y que
marcarían a los feligreses de Agua Clara las ac-
tividades religiosas de cada momento. Desde
ese caluroso día de 1847, se han narrado inter-
minables leyendas acerca de esta capilla. Unos
más imaginativos, atestiguan que allí, por es-
tar enterrados los Espinosa, también estarían
sepultadas sus fortunas, motivo por el cual en
1965, un grupo de sacrílegos saqueó aquel san-
tificado lugar en busca de los tesoros, profa-
nando la zona del altar, destruyendo su reta-
blo, horadando las paredes, pilares y pisos sin
encontrar nada.
La capilla nunca tuvo prelado fijo y los

29
oficios eventualmente eran realizados por sa-
cerdotes que venían desde Valera a celebrar
las festividades de los Reyes Magos. Cien años
estuvo incólume el lugar hasta que en 1958 le
cambiaron los techos. Al ser creada la Diócesis
de Trujillo, la capilla pasó a ser parte de su pa-
trimonio, junto a todas las tierras adyacentes,
que abarcaban lo que es hoy el casco central
del poblado de Agua Clara.
Desde esos días el lugar que comenzó
como un oratorio familiar y donde las campa-
nas han repicado a los cuatros vientos dando
testimonio de aquel amor inmortalizado en
una de las iglesias más antiguas de Valera.

Fuentes:

30
Archivo Histórico Diocesano del estado Trujillo.
Rafael Gallegos Celis, Valera Siglo XIX.
Ramón Urdaneta Bocanegra, Historia Oculta de Venezuela
Conversaciones con Isabel Paredes, habitante de Agua Clara.
La Valera Oculta

El Rey de
las Carambolas

E
l juego de billar era su vida. Creía
que había nacido jugador y así dis-
frutó su existencia, regocijado con la
pasión de aquella diversión donde
las tres bolas que buscan bandas se
tocan todas contra todas. Luís Méndez, llegó al
mundo en Motatán, por aquellos días en que
el ferrocarril ya no volvió nunca más. Contra-
puso a su afligida
infancia, el mundo
de los amigos que lo
aleccionaron tem-
pranamente, en la
jerga de los tacos y
las bolas. En aque-
lla Valera de los se-
senta, se le conocía
como el “Rey de las
Carambolas” y los

31
más allegados lo
llamaban “El Pelu-
ca” Méndez. Luís “Peluca” Méndez
Los billaristas de Valera, esa especie de lo-
gia tan asociada a la identidad urbana, tenían
su epicentro en los entornos de la Plaza Bolí-
var. Allí estaba el famoso billar “Sol y Sombra”,
donde Roberto, Ernesto y Nacho León eran
sus anfitriones. Otros billares muy frecuenta-
dos eran; “El Bolivia” de doña Elfida Andara y
Héctor Matheus, “Flor de Abril” de Noé Pare-
des y “El Record” que era manejado por Lucio
Tablante.
También fueron espacios muy concurri-
dos, las mesas de juego del peruano Albertano
en la calle 8, el recordado “Inova” de Eyildo Pa-
checo, “El Flaco” en el Centro Hípico y el “Bo-
lito de Huecos” del local del viejo Peña. Era la
Valera, donde Luís “El Peluca” Méndez, era un
gladiador noctambulo, junto a su sempiterno
escudero, “Yiyo” Aguilar.
Las alegres conversas entre tragos, humo
y buena música, nos relatan la visita y exhibi-
ción en nuestra ciudad del campeón chileno
Raúl Valdivia, recuerdos a los que sumamos las
hazañas de Guillermo Africano, Oswaldo “El
Bachiller” González, Chuy “Pichirilo”, Benito
“El Cafesero”, el maracucho Temilo Morán, el
español Paco “Tabaco” Lucas y los colombia-
nos El Boludo y El Chiflado, todos grandes ta-

32
húres de este juego, quienes guardaban un gran
respeto al tener como rival al “Peluca” Mén-
dez, que como cábala, siempre jugó acompa-
Felipe Pirela departe con amigos en Valera, arriba a la derecha apa-
rece Luís Méndez.

ñado de una espumosa y coreando “Ya nunca


volverán, las espumas viajeras”, fragmento del
conocido bolero “Espumas”, popularizado por
el siempre recordado Felipe Pirela.
Cualquier hora es buena para jugar al bi-
llar. El golpe del taco en busca de una caram-

33 bola siempre enmudece a los observadores de


una buena partida, como las que se jugaron en
la avenida 4 en el local de “Chepino”, en “El
Chico” en Las Delicias, “Barlovento” en la calle
15, “El Porvenir” de Hugo Vielma y en los billa-
res de “Cristino” en La Ciénega y Felipe Sego-
via, muy cerca del Cinelandia, donde colgado
del techo pendía un cartel lapidario: “El billar
se juega y se mira en silencio”. Era la época de
oro de este juego en nuestra ciudad.
Una de aquellas noches de 1962, mien-
tras “El Peluca” Méndez se divertía con unos
amigos, un hombre bajito y bien vestido, vino
a retarlo frente a todos los presentes. No pudo
evitar el desafío. La voz que lo desafiaba era
inconfundible y el traje lo delataba, era el ad-
mirado bolerista de América, Felipe Pirela,
quien aprovechando una presentación en esta
ciudad y escuchando los comentarios sobre
“El Peluca” Méndez, se arriesgó a buscarlo y
enfrentarlo. La batalla entre el bolerista y “El
Peluca”, semejó la contienda entre los guerre-
ros Héctor y Aquiles a las puertas de Troya, a
diferencia que esta tenía como escenario una
mesa Brunswick, donde sobraron las caram-
bolas y prevalecia el fino juego. Al final, el
prestigioso cantante cargó con una dolorosa
derrota y reafirmó a Luís “El Peluca” Méndez,
como el Rey de las Carambolas y el mejor ju-

Fuentes:
Conversaciones con Amable González, César García,
Andrés Bracamonte y Andrés Ocanto 34
La Valera Oculta

Entre Gritos
Callejeros

E
n la Valera de finales de los años
cincuenta, los rumores políticos se
fraguaban en el sótano del bar “Sol
y Sombra”, propiedad de los herma-
nos León. Aquella esperanza liber-
taria, se mezclaba con facilidad en medio de la
multitud de gritos callejeros que anunciaban la
noticia que cada pe-
riódico traía impre-
sa. La memoria de
esta esta ciudad que-
dó plasmada en los
periódicos que cir-
cularon en esos años
y que un grupo de
mozuelos anuncia-
ban a todo pulmón
calle arriba y calle
abajo. Eran nuestros

35 primeros pregone-
ros de periódicos. Amable “Pepino” González
Retumbaron en las calles valeranas, los
gritos del conocido “Tostonero” con su parti-
cular forma de anunciar cada noticia y el nom-
bre de los periódicos. De ese grupo de mozal-
betes el más conocido era a quien apodaron “El
Piojito” Moreno, ágil vendedor y apresurado
al caminar. Amable “Pepino” González, quien
formó parte de aquel grupo de mozalbetes, re-
cuerda con nostalgia al popular “Chona”, a los
hermanos José y Mateo Matheus, al popular
“Negro Militón”, al “Gato de La Ciénega” y a
Pablo “El Mocho” Berrios, quien era el mayor
de todo este grupo de ruidosos vendedores ca-
llejeros que nunca fueron valorados y hoy van
de la mano de esos oficios ya desaparecidos
o en vías de extinción. La variedad melódica
de aquel vocerío, ofrecía con inocencia las re-
cientes noticias que sobresalían en el Diario
de Occidente que distribuía Luís González, La
Voz Valerana de Carlos Paredes, El Universal,
a cuyo frente estaba Alfonso Toledo, Ultimas
Noticias y La Esfera comercializados por Pepe
Aguilar, El Panorama, administrado por el pe-
riodista Amabilis Quiñones, El Nacional, re-
presentado por Raúl Burgos del Moral además
del Diario Critica, El Espectador, comerciado
por Amado Guerrero, El Cocoliso, semanario

36
El Tiempo y la publicación colombiana “La
Décima” especializada en sucesos y noticias
amarillistas.
María Briceño

Don César Segnini en su librería El Lá-


piz Multicolor, entregaba a los pregoneros las
revistas Elite, Venezuela Gráfica, Bohemia,
Momento, Gallo Pelón, Papagayo, Morrocoy
Azul, Dominguito, para su venta, mientras que
por cada compra se obsequiaba el semanario

37
Avance. Tiempo después, Chuy Abreu montó
en la esquina del viejo edificio de Muchacho
Hermanos el primer tarantín para vender pe-
riódicos y lo siguió El Negro Julio en la esqui-
na del antiguo colegio Salesianos en la aveni-
da 9. Se distinguieron también en este oficio;
Benjamín “Cochise” Segovia, en el costado del
Teatro Libertad, la señora Doris González en
la esquina del cementerio municipal y Hora-
cio Coronado en el Punto de Mérida, sin olvi-
dar a Romelio Medina en la esquina del centro
clínico, los populares “Negros” en las cerca-
nías del Hospital Central, el gato Reyes, Ve-
nancio, Pepe Ruz, y Ramón Silva en la entrada
de la Plata 3, Mateo y José Abreu en la avenida
nueve con calle 5, William con su quiosco en
las cercanías del edificio Carrizo y el popular
Baldo en las fueras del Comedor Popular en-
tre otros.. El paso del tiempo y la crisis actual,
han sido testigo de la extinción de este oficio,
que hoy apenas se manifiesta a través de men-
guadas suscripciones existentes que defien-
de a toda costa María Briceño, montada en su
“caballo de acero” y desde su vetusto quiosco,
en las cercanías del colegio Salesianos, desde
hace treinta y dos años.

Fuentes:
Anales de Valera, Tomo II, Alberto La Riva Vale
Conversaciones con Amable González y Rafael Daboín C. 38
La Valera Oculta

Tasca Mi Dolor

E
l año en que Ramón Villalobos lle-
gó a Valera, habían fallecido en ex-
trañas situaciones dos venezolanos
de notoriedad, el paisano periodista
Fabricio Ojeda y el político de ga-
rra Alirio Ugarte Pelayo, venteaban los aires
de 1966. Proveniente de Maracaibo y con una
maleta colmada
de sueños se ins-
taló en el antiguo
hotel de los corre-
dores y múltiples
puertas frente a la
Plaza Bolívar, traía
un cuatro venezo-
lano en su manos y
como acompañan-
te un sombrero con
una enorme pluma
a la usanza del co-

39 mediante mexica-
no Germán Valdés, Rafito Africano
mejor conocido como Tin Tan.
Por su sorprendente forma de relacionar-
se, las oportunidades de trabajo no tardaron en
aparecer para aquel dicharachero maracucho.
Prontamente se convirtió en vendedor de re-
puestos para vehículos en varias comercios lo-
cales, mientras que los amigos se multiplicaban
en torno de sus ocurrencias, las cuales siempre
acompañaba melodiosamente. Hacia finales
de los años setenta, la vida lo lleva a ganarse
su sustento por su propio esfuerzo y abre un
pequeño quiosco en las cercanías del olvidado
Supermercado Victoria, donde una legión de
maracuchos comenzó a reunirse espontánea-
mente para evocar a su lar nativo, convirtién-
dose en poco tiempo en el rincón predilecto de
los hijos de la tierra del sol amada en Valera. A
este sitio lo bautizaron como Tasca Mi Dolor.
Ramón Villalobos, logró aglutinar con su
carácter la esencia y picardía humorística a su
alrededor en un quiosco donde solo vendía
pastelitos, refrescos, cigarrillos y chimó. Este
recinto de lata se convirtió en el lugar sem-
piterno de la tertulia maracucha en nuestra
ciudad, donde habitualmente podíamos tro-
pezarnos con Luís Urdaneta Boscán, a quien
apodaban “El Conde de La Cañada”, los cono-

40
cidos hermanos Sergio y Rafito Africano, el
profesor Gilberto “Beto” Ramírez, el clínico y
deportista Rixio Chacín, el economista Asdrú-
Luís Urdaneta (El Conde La Cañada)

bal Matos, el mecánico Hugo Leiva, el perio-


dista Oscar Piñero, el negro César Romero, Dr.
Miguel Echeverría Jugo, el popular Mariano
Quintero, Amable “Pepino González, Dr. Gus-
tavo Nava Díaz, Rafael Carroz, Néstor Galiz,
Ezequiel “el mecánico”, el flaco Víctor Pedrea-
ñez, Dr. Luís Bastidas, Dr. Levi Vílchez Bracho
siempre luciendo sus almidonadas guayabe-
ras, Esteban “Anacoco” Rojas, el gordo Brice-
ño de Bella Vista, el químico Saúl Escalona y
el consecuente “Machaito” cuyo verdadero

41
nombre era Sirenio Machado.
Un verdadero cenáculo al mejor estilo
maracucho se reunía en torno de Ramón Vi-
llalobos en Tasca Mi Dolor, donde desfilaron
además invitados de lujo como el humoris-
ta de RCTV, Roberto García mejor conocido
como “Yeyo”, quien departió en tres oportuni-
dades con aquel selecto grupo de zulianos que
consuetudinariamente se reunían en Tasca Mi
Dolor para iniciar pláticas que luego culmi-
naban en cualquiera de las barras cercanas al
quiosco en especial en El Padrino y la Fuente
de Soda La Central.
En ese lugar de cofradía y culto a la amis-
tad emergieron conversas y planes que siem-
pre tuvieron como norte reagrupar a los ma-
racuchos que moraban en esta ciudad y fue
así como nacieron peñas tangueras, grandes
celebraciones y hasta el recordado equipo de
softbol Los Primos que trajo a esta ciudad al
famoso grandes liga Wilson Álvarez. Al igual
que muchas historias de esta urbe, la de esta
especie de tabernáculo social nombrado Tas-
ca Mi Dolor, con la mayoría de sus integrantes
fallecidos, pareciera sumergida en el olvido en
una villa que se encamina a cumplir solo dos-
cientos años. Exclamarían los integrantes de
esta círculo maracucho, Vergación Primo!

Fuente:
Conversaciones con Amable González 42
La Valera Oculta
Una Visión de nuestra Plaza Bolívar:

Entre
Somnolencia
y Palomas

E
l lugar del encuentro alguna vez fue
histórico, anecdótico y todas esa
clase de expresiones que se utilizan
para resaltar a las edificaciones que
se van poniendo rancias, por no ha-
ber recibido el mantenimiento apropiado. Sus
roídos pisos, nos muestran una ciudad pretéri-
ta que ya no retornó. A ella, la estuve buscando
por días, retornando casi siempre sin noticias.
Encontrarla fue una dura tarea. Curioseé entre
los rostros de extraños personajes forrados en
sudadas cami-
setas políticas
y las desgas-
tadas figuras
de errabundas

43
y desgastadas
meretrices que
no supieron Plaza Bolívar en sus inicios
atinar respuestas. La continúe buscando por
días, tratando de hallar su sombra que se en-
cubría entre los añosos árboles del sitio, donde
despunta la efigie de un ilustre héroe, que reci-
be coronas de flores cada vez que a alguien se
le ocurre una apoteosis. La falsa noticia de su
ausencia, desapareció de mi pensamiento, el
día que la pude descubrir meneándose pere-
zosamente como siempre en las alturas y fren-
te a todos aquellos semblantes de desesperan-
za que habitan a diario aquella céntrica plaza
donde fue una tradición escuchar la retreta de
la banda municipal.
Otro personaje que se ganaba la vida in-
geniando malabares en las calles de Paris era
Philippe Petit, hasta que un buen día descubre
un aviso en un periódico que le cambió su vida.
El aviso mostraba la construcción de las torres
gemelas de New York. El francés, era un artis-
ta en las artes de caminar la cuerda floja.. Seis
años después, en 1974, cumplió su cometido.
Caminó lentamente entre las citadinas torres
frente a miles de ojos.
Ella es más parsimoniosa, también es
equilibrista, pero de nacimiento y no lo utiliza
para lucrarse. Le gusta dormir en el día y pa-
sear por las noches silenciosamente. Un hatajo

44
de presumidas iguanas tienen la suerte de ser
parte del público que observan su espectáculo,
al igual que el tropel de ardillas que la avistan
Plaza Bolívar de Valera en 1950

de reojo. Un poco más allá, también vigilan sus


lentos movimientos las agazapadas palomas
popularmente conocidas como “Las Palomas
de Tuto” que una vez fueron las vedette del lu-
gar, gracias a la protección de Tuto Herrera
y María Eligia Pérez, la recordada “patona del
barrio El Milagro. Ellos, eran los únicos tes-
tigos de las suertes acrobáticas de “Blanqui-
ta” la estrella del trapecio, que en medio de la
soledad melancólica de la nocturnal hora, no
acepta más curiosos, mientras la estatua se
colma del celaje de sombras que danzan en el
atrio del templo que está al frente adelantando
la llegada del crepúsculo”

45 Este mismo sitio, cuando el terruño in-


tentaba despuntar los días domingo, se forma-
ba a la sombra de la arboleda una feria popu-
lar, especie de mercado público del naciente
paraje. Algunos años después en 1901, el cabito
Cipriano Castro mostrando sus simpatías por
la ciudad, declara a Valera capital de Estado,
entonces el Dr. Inocente Quevedo le cimen-
tó a la plazoleta sus primeras balaustradas de
hierro y culminó sus pisos adoquinados que
había iniciado en 1895 Atilano Vizcarrondo.
En 1905, llega el primer monumento al héroe

46
mayor de la patria y luego en 1924, el general
Pérez Soto lo cambia por la actual estatua. Hoy,
nuestra plaza mayor, la que imaginó Gabriel
Briceño de La Torre, el escenario de nuestros
grandes acontecimientos civilistas, luce de-
rrotada, como un reducto abandonado, donde
ni siquiera sus animales parecieran tener un
resguardo prometedor. En esta plaza vapulea-
ron al padre Castro por defender sus ideales
y en ella se enfrentaron las guerrillas de Juan
Bautista Araujo y Rosendo Medina y también
arengó contra la dictadura el clérigo Juan de
Dios Andrade.
Hoy los valeranos caminamos en la cuer-
da floja e imitamos como autómatas los so-
ñolientos movimientos del perezoso animal,
frente a una realidad que trata de ocultar una
historia que debemos preservar. Nuestra plaza
Bolívar y todos las demás espacios públicos,
merecen respeto más que refrescarle sus caras
con pintura y siembra de plantas. Historia y
legado le sobran como para convertirla en el
epicentro histórico de nuestra ruta hacia el bi-
centenario.

47
La Valera Oculta

El Zanjón
del Tigre

P
ara los que siempre tenemos un re-
cuerdo de la Valera que se nos fue,
el merodear por el Zanjón del Ti-
gre, constituye un retornar a su fá-
bula que se diluye entre el ruido y la
anarquía actual. Este histórico mito, yace en la
memoria del pueblo gracias a añejos escritos
que testifican su existencia mucho antes de la
formación de esta ciudad y de cómo cargado
de aguas venidas de distintos cauces se empal-
maban y demarcaban las antiguas posesiones
que luego con el paso del tiempo se convirtie-
ron en villa. Hoy apenas se le alcanza a distin-
guir como un sombrío cauce embaulado que
atraviesa las en-
trañas de Valera.
En la históri-
ca discordia ju-
dicial de 1819,
donde los here-
deros de Mer- 48
cedes Díaz, se repartieron los retazos de la
hacienda Santa Rita, el Zanjón del Tigre fue
determinante como lindero. Un tigre fabulado
por nuestra tradición oral y que pareciera ru-
gir desde las hondonadas, da origen a su nom-
bre que hoy está sepultado en el recuerdo del
enlosado citadino.
Su inicio está en los predios del “Contra-
fuego” al oeste de la ciudad, baja por San José y
Santo Domingo en forma originaria y se ocul-
ta en el concreto frente al TNJ para recorrer
las honduras de Valera en paralelo a la avenida
Bolívar y mostrarse en pequeños destellos de
su recorrido en los aledaños del sector El Bolo
y la iglesia El Carmen, rumbo a su fusión defi-
nitiva con el río Motatán en el sector La Vega
de Santa Bárbara muy cerca de San Rafael.
Las antiguas crónicas nos relatan que en
la sesión del Concejo Municipal del 8 de sep-
tiembre de 1901, el concejal Justo Villasmil soli-
citó al Jefe Civil de la Parroquia, prestar mayor
atención al Zanjón del Tigre, ya que la mitad
de la ranchería valerana consumía el agua que
transitaba por este cauce, ya que habían per-
sonas enfermas bañándose en el y otras arro-
jando basura.
Cuando la villa urgió expandirse, Juan

49
Ignacio Montilla adquirió en nombre del mu-
nicipio el llano de San Pedro, ameritando
esta acción la construcción de puentes para
su unión con el resto del pueblo. Es así, como
sobre el Zanjón del Tigre se edificaron doce
puentes, siendo el primero conocido como
“Puente de Hierro” en la calle 12, abierto el 23
de mayo 1907. Luego en julio de 1911 en la calle
11 se inauguró el segundo, a los que siguieron
los puentes de la calle 5 en 1920, calle 8 en 1921
y para 1924 la calle 10 tuvo finalmente su pa-
sadera.
Escrito está en la historia de Valera que
durante los carnavales de 1926, siendo Pre-
sidente del Estado el General Vicencio Pérez
Soto, durante la realización de un fastuoso
desfile se entregó a los presentes una carta pú-
blica impresa donde se exigía la construcción
de un nuevo puente en los siguientes términos:

“Sólo hace veinte lustros que no había en este


hermoso valle sino selva; cuando vinieron a fijar
sus ranchos tal y cual aborigen de aquí cerca, de
sombrero forrado en piel de danta; cobriza tez,
musculatura recia; en fin, los fundadores de bo-
híos que las tribus autóctonas recuerdan.
En este punto donde ahora estamos buscó el
puma feroz su residencia, punto que luego fue
“Zanjón del Tigre”, canal de riego aún de las
haciendas que fundaron los ricos españoles a

50
Norte y Sur de esta urbecilla inquieta, que según
la fortuna que ha tenido gasta sus humos de ciu-
dad moderna.
La jovencita urbe se enamora de todo lo que bri-
lla y lo que vuela, de todas las creaciones cere-
brales, de todo lo que marcha por la senda de
bienestar, de gloria, de adelanto, de trabajo, de
Paz y de grandeza.
Y como usted es nuestro máximo caudillo el que
todo lo mueve y le da fuerza, y tomó la flor de sus
tenientes el gallardo Adalid que nos gobierna, la
gentil urbecita trujillana os pide un PUENTE de
estructura bella en la Calle Mendoza donde es-
tamos para unir a San Pedro con Valera”.

Es así como en 1926 un nuevo enlace se


construye y en 1930 se cimentó otro también
en la calle 13. Reflejan los cronistas de la época
que en 1938 se consolida otra estructura en la
calle 9 y para 1948 en la calle 6 se puso otro en
servicio. Algunos de aquellos históricos puen-
tes se resistieron al paso del tiempo, entre los
que se pueden mencionar el edificado en 1949
en las cercanías de la iglesia El Carmen y el
otro se ubica en las vecindades de la clínica
UGA, inaugurado en 1951. La última conexión
de concreto que se construyó, fue en la calle 15,
bajo la administración de Alberto Maldonado
Labastida en 1954.
Estos puentes recibieron nombres de

51 personajes emblemáticos por parte de la mu-


nicipalidad como una manera de rendirles tri-
buto. Puente “Mercedes Díaz”, Puente “Peñal-
ver”, Puente “23 de Mayo”, Puente “5 de Julio”,
Puente “Labastida”, Puente “Briceño”, Puente
“Caracas”, Puente “Fontiveros”, Puente “Men-
doza”, Puente “Urdaneta” y Puente “Centena-
rio”.
La oralidad local relata las hazañas de
centenares de valeranos que exploraron las
entrañas de la ciudad, aventurándose a través
del Zanjón del Tigre para descubrir míticos
animales y personajes fantasmales, emulando
al genio de la literatura Jorge Luís Borges, que
nos describe su encuentro con la belleza soli-
taria de un tigre que se paseó por la margen de
un río cuyo nombre ignoró y hoy ruge entre
los altares de sus versos.

52
Fuentes:
Luís González - Valera, La Ceiba y la Globalización 1999
“El Anunciador de Valera” - 1935
Conversaciones con Luís Amado Bracamonte y Carlos Gil Coronado
La Valera Oculta

Entre Choferes
de Plaza

A
quella era la Valera aldeana de
1955. Un pueblo muy joven sin
casas de blasones y en medio de
una encrucijada que dio cobijo a
migrantes que venían de remo-
tas y cercanas comarcas para establecerse
en busca de progreso. En torno de su plaza
mayor, la vida siempre fue palpitante. Los
valeranos se paseaban en aquella cuadra de
corredores, desde
las puertas del Café
que Benito Matos
llamó Monet, en
homenaje al padre
del impresionismo,
hasta las batientes
puertas del lujoso

53
hotel Plaza, con sus
parabanes para cu-
riosos que escon-
día la intimidad de sus huéspedes, entre los
cuales se recuerda a Juan Domingo Perón, el
mismísimo ex presidente argentino. Al lado
estaban los negocios de Noé Paredes, Flor
de Abril y El Record que administraba Lucio
Tablante, en cuya puerta mataron a tiros al
“tuerto” Santiago, la venta de discos de Ayala
y los billares del bar Bolivia, todos ellos en
la calle Real, actual avenida 10. Al frente de
estos lugares de diversión, estacionaban sus
vehículos los conocidos “choferes de plaza”
que por años se convirtieron en la rápida so-
lución al trasporte de esta ciudad.
Una buena cofradía donde la amistad
era factor importante, dio origen a las líneas
Mercury, Zulia y Dodge, donde sobresalieron
choferes como Gustavo “Pata de loro” Altuve,
Miguel Betancourt, Regulo “Mata Frío” Ver-
gara, Antonio González e hijos, Elio El Gali
Pavo, Elimenes “la vieja”, Martín El Cigarrón,
Orangel “El Rinoceronte” Márquez, El Gri-
llo Pineda, Martín Briceño que además era
conductor de la ambulancia de sanidad, el
gordo Goyo El Elefante, Carlos Viloria, Bran-
di, el español Mujica quien tenía el mejor ca-
rro de todos, los hermanos Miguel Ángel y
Trino Semprún, Amable Linares, Héctor “el

54
siete cueros” y el chofer preferido de las da-
miselas de vida alegre, era a quien apodaban
La Muerte. Encontrar el nombre del primer
chofer de “carros libres” en nuestra ciudad,
es una tarea pendiente para los estudiosos,
aunque se manejan los nombres de los ven-
dedores de carne en el antiguo mercado pú-
blico, Polo Salas y Néstor “Chepino” Man-
zanilla, como los pioneros de esta profesión.
Las compañías Muchacho Hermanos, la
Ford que dirigía Máximo Briceño Cols, la
sociedad Morales López y Pacheco Herma-
nos, conformaban las empresas que vendían
vehículos en nuestra ciudad, desde que en
1920, Sánchez Castaño y Schcrochi, trajeron

55
los primeros vehículos a Valera.
Un muestrario de ficciones existe sobre
este grupo humano que en parte conoció en
plenitud la historia oculta de esta urbe. La
mayoría de ellos, no eran propietarios de es-
tos automóviles y se los arrendaban a Don
Pancho Carrandiel, magnate de este tipo de
negocio. También formaron parte de este
grupo, Solano, Regulito y Juan Peña, que ade-
más de músicos eran choferes de plaza de
aquella Valera que el poeta Alí Medina Ma-
chado describió como la casa grande donde
los sueños se convirtieron en realidades y la
vida era apetecible.

56
Fuentes:
Alí Medina Machado, Valera en el siglo XX
Conversaciones con Amable González
La Valera Oculta

El Circo Razzore
en Valera

E
l país estaba revuelto y en cada es-
quina de esta ciudad los cuchicheos
sobre el asesinato de Leonardo Ruíz
Pineda no cesaban. En esa Valera de
mediados de 1953, se pregonaba la
llegada de un circo, no de uno cualquiera, se
trataba del prestigioso Circo Razzore, que des-
pués de haber trasegado por varias ciudades
llegó a esta comarca y elevó su carpa multi-
color en un terre-
no ubicado entre
las calles 14 y 15 al
costado de la actual
avenida Bolívar.
Este majestuoso
circo por razones
del destino, había

57
desmantelado su
espectáculo, lue-
go de la tragedia
del hundimiento de su barco “Euzkerda”, que
había zarpado desde Cuba el 28 de agosto de
1948 rumbo a Cartagena. El barco llevaba 57
personas a bordo, además de toda la utilería,
las jaulas con leones, caballos, burros, monos.
Un ciclón hundió la alegría de aquel circo has-
ta el fondo del mar caribe. Su propietario Emi-
lio Razzore sobrevivió a la tragedia, pues había
volado a Colombia para adelantar los trami-
tes de la llegada de los artistas, sin embargo
en esta desventura, perdió toda su familia. En
1953, el circo logra reagruparse con nuevos in-
tegrantes, quienes inician una gira por suelo
venezolano con destino a Colombia y es cuan-
do llegan a Valera.
El día de la aparición del circo, un grupo
de muchachos de los barrios cercanos se acer-
caron al terreno frente a la distribuidora Oran-
ge Crush, lugar dónde el circo había acampa-
do. Con asombro observaban las jaulas de los
animales, era una mezcla de alegría y congoja a
la vez, pues aspirar a entrar a ver la distracción
era casi imposible, ya que las entradas costa-
ban dos bolívares, mucho dinero para ellos.
La oralidad local nos recuerda que unos años
antes, un pequeño circo se había instalado en
un terreno en la avenida seis y mientras levan-

58
taban la carpa, uno de los payasos se desen-
ganchó desde el palo mayor y pereció al caer,
lo que fue considerado de mal augurio por sus
Atracciones del Circo Razzore

integrantes que decidieron no realizar funcio-


nes y se llevaron su acto a otra ciudad.
El elenco del Circo Razzore preparó un
gran desfile, donde hasta el cura salió para ver
pasar a los gigantescos elefantes, las jaulas con
leones africanos, caballos blancos con una her-
mosa mujer que los maniobraba, un domador
de fieras de origen hindú que se hacia llamar
“El Ladrón de Bagdad”. Una verdadera conste-
lación de artistas, en aquel cortejo, donde des-
tacaba también, una dama trajeada con lente-
juelas a quien anunciaban como “La Condesa
de Valois”, especialista lanzando cuchillos.
Eran más de cuarenta artistas entre acró-

59
batas, trapecistas, malabaristas y los payasos
Tapón, Corcho y Guerrerito, pero lo que más
impresionó a los valeranos, fueron los seis fe-
roces tigres, todos ellos dominados por el láti-
go del temerario Sabú, un hombre de baja es-
tatura, de piel oscura y vestido con pantalón
blanco, descalzo y con turbante sobre su cabe-
za, anunciado a todo pulmón como la estrella
del circo que se enfrentaba en dura pelea con
un temible oso.
Una mañana mientras el circo estuvo en
Valera, la pandilla de mozuelos del cerro La
Concepción, que a diario permanecían en sus
alrededores, fueron sorprendidos por el ofre-
cimiento que uno de los encargados de ali-
mentar a los animales les hizo. La comparsa de
muchachos debía conseguir burros silvestres,
los cuales servirían como alimento para las
fieras y en pago recibirían “un fuerte” y bole-
tos para el circo. Aquella propuesta de ganarse
cinco bolívares y las entradas a la función, so-
bresaltó al grupo, que de inmediato pegaron la
carrera hasta las inmediaciones del viejo mer-
cado municipal. La razón era muy simple, la
mayoría de marchantes que llegaban a nuestra
ciudad, se acercaban al negocio de Cubillan,
una especie de descanso obligatorio de bestias
de carga, que quedaba en la esquina de la ca-
lle 11 con avenida 9 y que muchos recuerdan
como “la parada de los burros del mercado”,

60
hacia allá se dirigieron en busca de un pollino.
Por horas observaron la cantidad de bu-
rros amarrados en las afueras del estableci-
miento de Cubillan, para poder cumplir con
su muchachada. Con rapidez desataron al bu-
rro elegido y en rauda carrera se alejaron del
lugar sin saber a quién pertenecía. El cambala-
che se llevó a efecto con éxito y los mancebos
recibieron lo acordado.
En los días siguientes, en los alrededores
del antiguo mercado, la noticia del hurto del
burro era la comidilla. El animal desapareci-
do pertenecía a Pedro “El Culebro de Caja de
Agua”, personaje muy conocido por la venta
ambulante de kerosene en Valera. Consumado
el intercambio, los muchachos desaparecieron
por largo tiempo de los alrededores del viejo
mercado por temor a ser descubiertos.
Años más tarde, en una amena conver-
sa en la pulpería del catire Ulpiano, en el vie-
jo mercado municipal, Eduardo González, le
confesó la travesura que habían cometido jun-
tos a sus hermanos Amable y Luís, solo con la
intención de poder entrar a ver el espectácu-
lo del circo Razzore. Días después, Ulpiano le
fue con el cuento al “Culebro de Caja de Agua”,
quien no le dio la credibilidad a lo narrado,
aferrándose a la idea de que fueron los em-
pleados del circo, los que le habían robado su
burro. Suerte para los pepinos.

61 Fuente: La Voz Valerana


Conversaciones con Eduardo y Amable González
La Valera Oculta

Subiendo y Bajando
por El Bolo

F
ueron años donde la ciudad era apa-
cible y las polvorientas calles fina-
lizaban en aquel lugar que Adriano
González León enalteció: “El Bolo era
el camino para cazar tortolitas. Allí se dete-
nía el mundo real y comenzaban las visiones”. El Bolo,
siempre fue una de las puertas de la naciente
ciudad y lugar de divertidas verbenas con la
tarimba de Pedro Escalona. De vez en cuando,
el bailoteo daba un paso al costado y emergía
el tenis, donde el poeta Andrés Eloy Blanco
fue practicante en su permanencia en la Va-
lera de los 30.
Frente al lugar
donde se rea-
lizaban estas
celebraciones,

62
Cesar Guerre-
ro y Juan Oli-
vares, asenta-
La antigua cancha de tenis en el sector El Bolo

ron en 1934 un expendio de gasolina que fue


referencia de una ciudad que estaba adorna-
da por colinas y ríos. En este sector existió en
tiempos lejanos, un caney con una cancha de

63
bolos y de allí deriva su nombre. Tiempo des-
pués, llegaron las familias González, Mendoza,
Viloria, Vergara, Artigas, Medina, Betancourt,
La venta de gasolina en El Bolo

Salas, Mancilla, Marquina, Semprún entre


otros y se convirtió en sitio para el buen vivir.
Luego arribaron los inmigrantes encabezados
por los Tognetti, Pablo Ornachi, Guido Vez-
zani, los Randazzo, Antonio Spina y el maes-
tro Antonio Blanes, quien diseño la estructura
metálica del Monumental Victoria junto a su
discípulo Enrique “El Tatuco” Santiago, la ma-
yoría de ellos huéspedes del viejo hotel Vene-
cia.
La camaradería entre sus habitantes fue
notable y de allí los apodos de sus personajes

64
populares: Antonio “La Rana” Albarrán, Juan
“El Faro” Navas, Gilberto “Elefante” Morillo,
Guillermo “La Tara” León, Rafael “La Vaca”
González, Rafael “La Mula” Hernández, Ra-
món “Zapallo”, Chucho “Manteca, Tata el cau-
chero, Patajena, Los Catarras, Gorilin Mejías,
Los Huesos, El Perro Cadenas y Come Pepas
Briceño. También sobresalían, Hilarión Pache-
co y Ramón Azuaje, los eternos gandoleros. La
mayoría de ellos mecánicos y grandes aposta-
dores en el tradicional juego de “caritas”.
Aún recuerdan los vecinos, los diarios pa-
seos de Don Antonio Santos con sus gallos, la
algarabía de Victorita Salas en su garito clan-
destino y sus hijos Ricardo y Eloy gladiadores
del buen boxeo, el rico mondongo de Doña
Melanía y su eterna rockola encendida en las
cercanías de la bodega “El gato negro”, la venta
de cemento de Hernán Peña y el “catire” Va-
lecillo acarreándolo, las hazañas deportivas
del italiano Claudio Martin, Alonso Herrera y
Vicencio Rivas, la Alfarería Valera de Manuel
Medina en las alrededores del terreno donde se
jugaba béisbol al lado de la laguna de los patos,
las frecuentes caminatas de las vacas de Luís
Mancilla y Fabian, los cuentos de Chepino el
carnicero, al famoso “Trece dedos”, el miste-
rioso Viviano Paredes y su caballo blanco, el
depósito de kerosene, las travesuras de César
García cazando pajaritos, la planta de hielo, la

65
bloquera de “Gallo Ronco” y Gello Leal colo-
reando carros. Luego en 1955, abrió sus puer-
tas el gimnasio de boxeo “Mercedes Díaz”, al
lado de la casa donde nació el General Cami-
lo Betancourt, quien fue Presidente del IND a
nivel nacional y como olvidar a Aurelio Ferri,
mecánico de los Mercedes Benz y “Carne Me-
chada” uno de los grandes sastres de esta ciu-
dad. Muchos de ellos subieron y bajaron por
aquellas calles que demarcaban el territorio
del viejo sector El Bolo, uno de los más añosos
de esta ciudad donde se detenía el mundo real
y comenzaban las visiones.

66
Fuentes:
La Voz de Valera, 1933
Conversaciones con Amable González, Guillermo Bracamonte,
Breogan Bouza y Enrique Santiago.
La Valera Oculta

Valera y sus
Limpiabotas

É
rase una Valera hace 60 años, ciudad
de personajes y calles de nombres ya
olvidados. Dinámica y progresista,
con buenos billares, retreta domini-
cal, grandes pulperías, viejos cines,
apellidos importantes y peloteros marronea-
dos, todos comiendo empanadas y mondongo
en el mismo mercado. Ciudad predestinada
para la apertura de la Casa Rad, en plena ca-
lle Real. Don Elías
J. Rad, el patriarca,
había llegado del
distante Líbano en
1890 y fomentó su
propio comercio
y con varias gene-
raciones a cues-
tas, vendieron por
años en aquel ne-

67 gocio, los cacha-


rros para la tala- Elías J. Rad
bartería, incluyendo la famosa crema marca
Shinola, que usaron los primeros limpiabotas.
Las esquinas de Valera tienen historias
ocultas que dan para todo, de allí saltaron los
primeros héroes de esta crónica, mozuelos na-
cidos en hogares muy humildes que salían en
busca del sustento en vez de estar jugando y
estudiando. Los más recordados eran los “Chi-
cuacos” (Nelson y Alfredo Matos), junto a “Los
Dongona” (Luís, Amable y Eduardo González)
conocidos hoy como los pepinos, El Chona,
“María Felix”, Chucho “Gandola”, recordado
por su enorme cajón, Francisco “El Chicuelo”
Benítez, La Bruja, Desinecio “El Cocoliso”, Ali-
rio “Pata e Croche” Méndez, quien trajo la pri-
mera silla para limpiabotas, el Chita y el “Me-
chudo” Rafael que después fue boxeador. Otro
respetado limpiabotas era a quien apodaban
“La Mula” en las inmediaciones del Tequenda-
ma. La mayoría de ellos se disputaban la clien-
tela a la salida de la misa dominical.
La pulida de zapatos costaba tres lochas,
cobraban por limpiarlos un medio y la tenían
que hacer a las puertas de la zapatería Orinoco
y de la barbería Tijeras de Oro. También afa-
naban al frente de la heladería Ávila, pues esta-
ba prohibido dentro y en las aceras de la plaza.

68
Con su cajón a cuestas, caminaban mucho en
busca de los clientes, tan solo con la idea de vol-
ver a casa con alguna ganancia para la comida
Gregorio “Goyo” Barrios

y si algo sobraba servía para ir los domingos


al cine. Eran los “Panchito Mandefuá” del re-
lato de José Rafael Pocaterra. Con el tiempo
algunos fueron desertando por varias razones
y unos años después y venidos del barrio La
Plata, Oscar y Memo Bracamonte, también

69
limpiaron zapatos en sus horas libres como
estudiantes, teniendo como sus clientes fijos
a los huéspedes del hotel Venecia, a don Luís
Mancilla, Alfredo y Augusto Tognetti y al sas-
tre Franchesco Lombardi. Aquellos mozalbe-
tes eran todos unos gladiadores de la cotidiani-
dad que se ganaban la vida decentemente. Con
el pasar del tiempo, ocuparon las aceras de la
plaza y brotaron nuevas historias. Apareció un
personaje llamado Armando, a quien apoda-
ron “El Cigüeñal”, junto a su hermano Carlos y
otro más bautizado El Zorro. Tiempo después,
se unió a la zafra diaria en la plaza Bolívar, un
mocoso del barrio El Milagro que después de
más de 40 años en este oficio, se convirtió en
el único sobreviviente de esta estirpe que hizo
del arte de limpiar zapatos una especie de uni-
versidad de la vida. Este ciudadano es Grego-
rio Ramón Barrios a quien cariñosamente lla-
man “Goyo El Rey de los Limpiabotas”.

Fuentes:
Conversaciones con Amable González, Elías Rad, Carlos Gil,
Gregorio Barrios, Memo y Oscar Bracamonte. 70
La Valera Oculta

Un Valerano en
El Tenampa

C
uando el avión emprendió su ca-
rreteo, Mario Enrique Maldonado
sabía que parte de su sueño se es-
taba haciendo realidad, iba cami-
no a México. El joven valerano se
había titulado en economía en la ilustre Uni-
versidad de Los
Andes y asumía su
primer compro-
miso internacio-
nal al ser designa-
do como parte de
la delegación de
venezolanos que
participarían en
un evento en la
ciudad de Méxi-

71
co. Fantaseó con
aquel viaje miles
de veces y ahora Mario Enrique Maldonado
sabía que era una realidad. La ciudadela de los
mariachis lo estaba esperando. El hijo de Juan
Maldonado y Clara González, descolló como
líder desde sus inicios, situación que lo llevó a
convertirse en presidente del Centro de Estu-
diantes del liceo Rafael Rangel en 1968, al lado
de figuras de la JRC como Pablo Villegas, Zo-
raida Adriani, Mario Valecillos, Orangel Mo-
lina, Emma González, Luís Sandoval, Marisol
Villegas, Johnny Araujo, Marlene Briceño, Cor-
nelio Viloria, Ciro Barrios, Petra Martos, Alfre-
do Espinosa, Fortunato y Francisco González,
Eladio Pacheco y Ovidio Aguilar entre otros.
Generación que ahora ocupaba los espacios
ganados anteriormente por Ramón Planas y
Gilmer Viloria.
Mario Maldonado al igual que muchos
valeranos, se apasionó por el cine mexicano y
admiró con vehemencia a estrellas como Pe-
dro Infante, Javier Solís, Jorge Negrete, José
Alfredo Jiménez, Luis y Antonio Aguilar en-
tre otros. Su época juvenil la compartía entre
la política, los estudios y la pasión por el cine
mexicano que exhibían en el desaparecido
Cinelandia de la avenida 11 de Valera. Al mar-
charse a continuar estudios universitarios en
Mérida, nada de esto cambió, con la salvedad

72
que ahora las películas las disfrutaba en el Ci-
nelandia de Mérida en la Av. 2 Lora, frente al
viejo Hotel Mérida.
El Tenampa, emblematico lugar en México.

Esa mañana, sentado en aquel avión, Ma-


rio Maldonado recordó a los protagonistas de
la época dorada de aquella legendaria indus-

73
tria cinematográfica. Mariachis y canciones
retumbaron en su mente y hasta ganas de to-
marse un tequila tenía. Muchas noches imagi-
nó conocer y cantar en la famosa Plaza Gari-
baldi y hasta de apersonarse en el famoso Bar
El Tenampa, donde cada uno de aquellos gua-
petones mariachis habían iniciado centenares
de trifulcas.
A su arribo a México, el joven valerano
se dispuso a visitar de inmediato los lugares
con los cuales había fantaseado. Marchó solo
a su recorrido, ya que el resto de la delegación
tomo por otra ruta. Lo primero es lo primero
y la Plaza Garibaldi lo llamaba a gritos. La pre-
sencia de centenares de músicos e improvisa-
dos trovadores lo deslumbraron. A un costado
de aquella enorme plaza se encontraba el fa-
moso Bar El Tenampa, epicentro donde se fil-
mó la película ” Gitana tenias que ser” y donde
Pedro Infante cantó el tema de José Alfredo Ji-
ménez “Mi Tenampa” interpretando a un ma-
riachi del salón. En este bar, fundado por Juan 74
Indalecio Hernández Ibarra en 1925, figuras
consagradas del espectáculo mejicano como
José Alfredo Jiménez y Chavela Vargas fueron
los clientes más consentidos. Al entrar a aquel
altar de la música ranchera, el joven valerano
se sintió poseído por los espíritus de un va-
liente mariachi, se tomó apresuradamente va-
rios tragos con la idea de embriagarse y luego
cantar hasta enmudecer. Luego del tercer te-
quila, en esa histórica cantina, un hijo de esta
ciudad comenzó su más recordado pleito. Al
finalizar la reyerta, Mario Enrique Maldonado
había hecho realidad su sueño de beber y pe-
lear en el más famoso de todos la bares de las
películas mexicanas.
A la salud compadre Mario. Usted, aun-
que no pudo cantar, si disfrutó de la verdadera
esencia de la cantina más emblemática de Mé-
xico, El Tenampa.

75
Fuente:
Conversaciones con Mario Maldonado
La Valera Oculta

Chimillo,
el hombre al revés

L
a vida parecía transcurrirle sin apu-
ros a Emigdio José Osuna en medio
del sosiego valerano de los años se-
senta. Tiempo atrás, había llegado
junto a sus padres desde la villa de
San Roque, esquivando las pestes de enton-
ces. Obligada mudanza, que lo trajo desde La
Quebrada a residenciarse una larga tempo-
rada en la popular
urbanización “Las
Cien Casas”, don-
de se destacó como
activista político y
popularmente se le
conoció como “Chi-
millo”. En medio de
amenas conversas, le
aseveraba a sus ami-

76
gos, que manejando
un viejo camión de
la empresa “Trans- Emigdio José Osuna
77 Chimillo Osuna
porte Cordillera” con el cual había acarreado
desde Colombia, las pertenencia del Liber-
tador hasta Caracas. En su particular historia
se relatan eventos extraños y hasta se afirma
que fue dado por muerto en tres ocasiones, sin
sospecharse que padecía de catalepsia, esa ex-
traña enfermedad donde se simula la muerte
perfecta, pero, en cualquier momento se puede
despertar como si fuera una resurrección, con
la suerte que en ninguno de sus aparentes fa-
llecimientos se consumó el entierro. Este mor-
boso padecimiento semeja el rigor mortis de
cualquier difunto; en la mayoría de los casos
no responden a estímulos, la respiración y el
pulso se vuelven apenas perceptibles, el color
de la piel se torna pálido. Algunos quizás oyen,
pero nadie sabe que lo hacen, como es el caso
de la creadora popular Rafaela Baroni y más
recientemente la famosa bailarina dominica-
na Niurka Guzmán Reyes, a quien un infarto
le trunco su exitosa carrera con tan solo vein-
titrés años de vida, y que desenterraron a pe-
dimento de una amiga que soñaba que la veía
viva. La madre le creyó la historia y exigió la
exhumación y para sorpresa de los testigos,
cuando destaparon el ataúd, Niurka si estaba
muerta, pero con evidentes signos de haber fe-

78
necido por asfixia.
Las presuntas muertes de Chimillo fueron
tres y en una de estas situaciones, el reconoci-
do medico trujillano, Dr. Pedro Emilio Carri-
llo lo examinó y no solo detecto que sufría de
“muerte aparente”, sino que además presenta-
ba un rarísimo caso de Situs Inversus, especie
de condición genética que padece el 0,01% de
la población mundial y en la cual uno o varios
órganos presentan una colocación opuesta
respecto de la habitual, en palabras más o pa-
labras menos, Emigdio José Osuna tenía todos
sus órganos al revés. Chimillo tenía el corazón
a la derecha, el hígado a la izquierda, los intes-
tinos traspuestos y los pulmones invertidos
como si se tratara de la imagen que devuelve el
espejo. Su inusitado caso fue desenmascarado
por casualidad, cuando comenzaron a tratar-
lo por una afección pulmonar en el hospital
central de Valera y su caso causo tanto revue-
lo que se convirtió en estudio obligado para
la época y que fue publicado en la revista del
Colegio de Médicos del Estado Trujillo, que
fundó el propio Dr. Pedro Emilio Carrillo, que
mucho antes era el Boletín del Hospital Nues-
tra Señora de La Paz desde 1943. Desde aquel
día y hasta el de su concluyente muerte, siem-
pre guardó en su cartera una especie de carnet
diseñado por el propio Dr. Carrillo Rodríguez,
con sus datos personales y que por una de sus

79
caras indicaba; “Soy un caso de situs inversus,
es decir que tengo todos los órganos inverti-
dos”.
Emigdio “Chimillo” Osuna, fue un pro-
tagonista de particularísimas vivencias, que lo
convirtieron en personaje central de insólitas
historias cotidianas, muchas de las cuales al fi-
nal de su existencia en el viejo sector El Bolo, en
compañía de su familia y sin dejar herederos lo
convierten en un creador más de leyendas ol-
vidadas que duermen en cualquier rincón de la
memoria de esta ciudad.

Fuente:
Revista Colegio de Médicos del Estado Trujillo 80
La Valera Oculta

Los Vitrales
de la guerra

D
esde los lindantes cerros, Valera
parecía un mar de techumbres de
teja y paja sobre el que siempre
han descollado las torres de su
templo. La casa de Dios ha sido
y siempre será su perenne icono. Nuestra me-
seta era un sitio de
paso, y sólo eso, has-
ta que algunos edifi-
caron sus casas, un
templo y marcaron
la traza de sus calles.
Valera ha sido siem-
pre –desde que la ini-
ciaron los pioneros–
una ciudad donde la
influencia religiosa

81
ha estado presente.
La generosidad del
pueblo, permitió cul- Mons. José H. Contreras
minar el templo en 1953, gracias al esfuerzo de
algo más de cinco lustros de trabajo de un gru-
po de almas piadosas de esta colectividad y el
tesón del presbítero José Humberto Contreras.
El templo de San Juan Bautista, siempre será
sitio de cobijo para la paz y armonía de los va-
leranos. Una energía sublime se mezcla con las

82
tonalidades que proyectan la policromía de sus
majestuosos vitrales, que invitan a la reflexión
Detalle del fabricante de los vitrales

y a la necesaria observación de sus fastuosos


techos en busca del Creador. A través de estos
coloridos vitrales se cuela la luz que ilumina
las imágenes de la vida pública de El Salvador.
Fueron encomendados a la compañía alemana
Casa Franz Mayer & Co., con sede en Múnich
en julio de 1939, dos meses antes de desatar-
se la segunda Guerra Mundial. Esta empresa
de un gran prestigio internacional era dirigida
por Anton, Karl y Adalberto Mayer, hijos del
fundador Franz Mayer, quien se convirtió en el
principal proveedor de vitrales de las grandes
iglesias católicas que se construyeron en todo

83
el mundo durante ese período. Al desencade-
narse la guerra, los vitrales no pudieron ser
despachados a tiempo y quedaron confinados
en los sótanos de la empresa que sufrió serios
destrozos por los permanentes bombardeos,
pero que no alcanzaron a deteriorarlos. Tiem-
po después y gracias a permisos especiales de
las autoridades de ocupación, los vitrales fue-
ron enviados a Venezuela. A finales de 1949 los
vitrales llegaron a Valera y por error no eran los
encargados, situación que se puede apreciar
en el escudo de marca de la empresa donde se
puede leer “Ecclesia Caracas, F.Mayer Múnich
cía.” y correspondían a la iglesia de Nuestra
Señora de Lourdes de Caracas, que fue edifi-
cada en paralelo a la nuestra. Los vitrales no
fueron devueltos y terminaron instalados en
nuestro templo para deleite de su feligresía.
Como describe textualmente el cronista Juan
de Dios Andrade, “desde cualquier sitio que se
contemple la ciudad de Valera, vénse despun-
tar, impetuosas y esbeltas, las torres del tem-
plo de San Juan Bautista. lnterpretando su im-
ponente simbolismo, como si se tratase de una
constante invitación hacia el más allá, hacia la
luz, hacia el infinito, una inmensa sinfonía de
piedra, una suma de todas las fuerzas de una
época, que hoy se muestra orgullosa en los cie-
los de nuestra querida Valera”.

84
Fuentes:
Juan de Dios Andrade, El Templo de San Juan Bautista
Conversaciones con Mons. Heberto Godoy (Agosto 2008)
Conversaciones Soc. Francisco Crespo (Agosto 2008)
La Valera Oculta

El Gaitero mayor

L
a letra de una antañona gaita, zaran-
dea mis querencias por la ciudad
que me ha ofrecido todo y a la que
todo le debo. En la estrofa inicial,
el compositor eterniza su amor por
Valera en la frase:
“Yo soy así, como la brisa temprana
que besa cada mañana las montañas
de mi pueblo”.
Es la sublime
evocación de Mario
Estelio Valera, que
sin ser natural en
esta comarca, como
muchos otros, llega-
ron y sembraron sus
raíces, seducido por
la cordialidad de los
paisanos. Mario Es-

85
telio, vio luz en 1951
en los arrabales de su
natal Cordero, en la Mario Estelio Valera
vieja casa de una modesta familia andina que
a la caída del dictador Pérez Jiménez emigró
a Caracas, esperanzados en encontrar mejores
derroteros.
Las vueltas de la vida lo terminaron por
traer a Valera a finales de 1959, de la mano de
su padre Don Tulio Valera, coterráneo oriun-
do de Tostos que volvió a su lar nativo, para
fundar nuevamente hogar y establecer la fa-
milia. La Valera de la época les ofrece su cobijo
en una casona en las cercanías del cemente-
rio municipal y luego en la que sería su mora-
da definitiva en la calle 6 del populoso Barrio
Ajuro. Eran tiempos de invasiones y de naci-
mientos de nuevas barriadas. La ciudad estaba
cambiando aceleradamente.
Descubrió en su mocedad las primeras
gaitas en las inmemoriales sinfonolas. Estas
armonías le provocaron una sonora satisfac-
ción al mismo tiempo que le avivaron aque-
lla pasión que estaba en sus genes, pues nun-
ca pudo acudir a una escuela de música. La
ciudad celebraba con alegría en cada sector
popular la época navideña. Eran tiempos de
regocijo y también de los grandes concurso
gaiteros promovidos por Radio Valera y Ra-
dio Turismo, donde florecieron agrupaciones

86
como Los Porfiaos de Humberto Montiel, Los
Jets, Los Malcriados, Fuego Vivo, Los Turpia-
les y Las Turpialitas.
Mario Estelio Valera le ha compuesto 15 canciones a Valera

Enrolado en el grupo Los Porfiaos, Ma-


rio Estelio junto a Arístides Matheus, princi-
piaron en el mundo gaitero en uno de aquellos
concursos, con un tema de su autoría titulado
“La Cenicienta”, donde en versos de altos qui-
lates dibuja su amor por Valera y su irreveren-
cia frente a las nombradas “Feria del Pote”.
Valera en ruta a su sesquicentenario se encon-

87
traba desdeñada por sus gobernantes, lo que
lo motivo a componer aquella melodía, que en
una de sus estrofas dice:
“Pobrecita mi Valera
me la tienen marginada,
para el sesquicentenario
no me le han querido hacer nada”.

El reconocimiento popular no se hizo
esperar y Mario Estelio Valera y el grupo Los
Porfiaos fueron los ganadores absolutos del
concurso. Una añeja fotografía del periodista
Regulo Jiménez, captura a Mario Estelio, muy
a pesar de su corta edad, fundando el gru-
po Los Monarcas, junto a Arístides Matheus,
Onésimo Paredes, Pedro José Altuve y Alirio
González entre otros, quienes grabaron su pri-
mer 45 rpm en los Estudios CarBal de Carlos
Julio Balza, bajo la técnica de Temilo Balles-
tero. Agrupaciones como Guaco, El Saladillo,
Rincón Morales, Los Master, Mamaota y su fa-
milia gaitera, el conjunto de Heberto Añez, Los
Sagalinez y el grupo Tormento, han interpreta-
do sus temas.
Mario Estelio Valera, es hoy reconocido
como hijo propio de esta urbe y se le conside-
ra como uno de sus grandes cultores musica-
les con más de 15 canciones dedicadas a ella.
Mario Estelio, por siempre serás el gaitero ena-
morado de Valera, por siempre serás nuestro
gaitero mayor.

Fuente:
Conversaciones con Mario Estelio Valera 88
La Valera Oculta

Buen Provecho

U
na de las más populares esquinas
de la Valera que se nos fue, es la
de la avenida 11 con calle 10, allí
se erguía el edificio que cimenta-
ron los hermanos Murillo donde
funcionaba el célebre Cinelandia, en el cual
se presentó “Luces de Buenos Aires” protago-
nizada por Carlos Gardel, la primera película
con sonido que se exhibió en esta ciudad. En
esa misma esqui-
na por la calle 10,
justo al lado de la
puerta de entra-
da a la localidad
de “patio” del
viejo cine, estaba
un tarantín am-
bulante donde
el musiú Pedro
Squetino ven-

89 dió por años las


más ricas arepas Manuel Angel Peña
fritas que recordemos los valeranos. Nadie
con buena memoria podrá olvidar aquellas
arepas, la gustosa salsa con las que las ade-
rezaba y como olvidar igualmente sus sucu-
lentos panes rellenos con carne, memorables
en la gastronomía popular valerana y a unos
precios que jamás volverán. Diagonal a este
cine y en otra esquina estaba el local de Bar-
tolo, donde se podía saborear su sabrosa coli-
ta bien fría y un poco más abajo en la misma
avenida once, encontrábamos el negocio de
don Felipe Segovia, “Brisas de Niquitao” para
quienes preferían los pastelitos. Era la Vale-
ra de los lugares populares y económicos a la
hora de comer.
Desde la época de nuestros indígenas,
la arepa fue alimento primordial, hasta que
en 1954 Luís Caballero Mejía industrializó
la harina precocida y la arepa pudo estar en
la mayoría de nuestros hogares, así nacieron
las primeras areperas en Caracas de la mano
de los hermanos Álvarez, paisanos trujillanos
quienes junto a inmigrantes italianos y portu-
gueses abrieron los primeros establecimien-
tos dedicados a la venta de arepas rellenas
en la capital. Entonces, las arepas saltaron de
nuestras mesas hogareñas a los mostradores

90
y nuestros recuerdos evocan en Valera luga-
res como el “Café Isorano” al lado de la iglesia
de San Juan Bautista, las recordadas arepas
Los hermanos Moran, propietarios del Restaurant Conticinio.

rellenas de picadillo de hígado que preparaba


doña Carmen en el Lazo de La Vega, las muy
visitas areperas de la avenida nueve, “ARC”
del recordado Marín y “Nuevo Ambiente”
atendida por Emiliano, donde los amaneci-
dos rumberos encontraban un refugio gas-
tronómico en esas horas. A esta lista, donde
el buen sazón siempre estuvo presente, se su-
man el famoso “Date Vida” de Víctor Benco-
mo frente al liceo Rafael Rangel, “El Recreo”
en la avenida 6 donde Homero “Patachón”
Mejías atendía a cualquier hora, el histórico
“Café Monet” de Benito Matos en las cerca-

91
nías de la plaza Bolívar, “El Lunch” de Eduar-
do Calderón en la calle 8, lugar que ofrecía los
mejores maduros con queso y la célebre “vi-
Edicta Mora Alirio “Pate e croche” Arandia

tamina”.
Igualmente evocamos las arepas fritas de
doña Zenaida en la avenida cuatro, los distin-
tos rellenos para las arepas de “El Gran Boca-
do” en la calle 8, la arepera “El Bigote” en el
Punto de Mérida y los suculentos desayunos
y las tradicionales sopas en el comedero de
Laureano “El Atento” Barrios en la avenida El
Cementerio. Mención especial merecen por
su contenido y precio, las populares arepas
“mata perros” que preparaba Felipe Manza-

92
nilla en la avenida 6, en tiempos más cerca-
nos abrieron puertas “Arepazo El Pollo” de
Jorge Rabat y como heredera de todos ellos la
arepera “Casandra” de doña Ana Flores y sus
hijos, hoy ubicada en el corazón del mercado
municipal.
En esa pujante Valera despuntaron otras
variedades culinarias, como la famosa venta
de pastelitos de Rosa Sayago en la avenida 6,
la venta de empanadas de Ramona de Mon-
tesinos y doña Emilia en el antiguo mercado
publico. Antonio Abreu y su esposa Aura que
inmortalizaron sus pasteles acompañados de
chicha de arroz en “La Colmena” en las in-
mediaciones de los bomberos de La Plata y
Alirio “Pata e Croche” Arandia que vendía
perros calientes ofertándolos a todo pulmón
por la ciudad.
Los lugares se multiplicaron con el paso
del tiempo y nos cautivaron con la calidad de
sus productos. Aparece Edicta Mora con su
tradicional mondongo que comenzó a pre-
parar en el local del decano “Jardín Caracas”,
los exquisitos espaguetis del restaurant “El
Trieste” en la calle 8, las parrillas argentinas
del Auto Rancho Las Acacias, las delicias que
cocinaban los hermanos Pepe, Ángel y Miguel
Morán en el cotidiano restaurant “Contici-
nio” en la avenida 10. Unas calles más arriba y
buscando el antiguo mercado, convergíamos

93
con Manuel Ángel Peña en “El Tequendama”
donde conseguíamos degustar un ancestral
mojo trujillano, arepas, cochino frito, cerve-
zas bien frías, buena compañía y el recordado
picante “El Betijoqueño”.
Los valeranos también podíamos probar
las ricas cachapas en la avenida trece y en “Su
Juguito” en los locales anexos al supermercado
Victoria, donde además preparaban unos gi-
gantes perros calientes. Otra delicia de la cual
disfrutamos en esta urbe, eran los sabores de
la “Gran Tizana” de Edecio “el curita” frente
al hospital central y cuyos primeros produc-
tos vendía en nuestras calles. En esta ciudad
siempre existieron comedores históricos,
como el del Hotel Asturias de Carlos Pérez,
el Hotel Majestic en la avenida 9, Restaurant
Valera en la avenida 10, las sazonadas sopas
de Catalina Contreras en el Restaurant Popu-
lar de la calle 12, la parrilla con queso y papas
de Ramiro Fossi que ofrecía insistentemente
el popular Chato, las deliciosas pastas de El
Padrino y el Restaurant Santa Teresa de Gio-
vanny Randazo, el crocante Pollo a la Broster,
los hervidos en la Fuente de Soda Central y
Lisandro con sus Pollos Pinzón, son algunos
de los más evocados, mientras que para quie-
nes no tenían grandes recursos, por años el
comedor popular en la avenida trece fue la
gran alternativa. En cuanto a lugares especia-

94
lizados en asados, el recuerdo nos revive los
sabores y olores de La Ganadera, Casa Vieja
y Hotel Aurora, mientras que en forma mas
popular las podíamos disfrutar en las brasas
de Rosario en los Bambúes y “La Tachirense”
de la familia Paredes en el Punto de Mérida.
El sabroso pollo asado era otra importan-
te referencia a la hora de comer y lo podía-
mos degustar en el restaurant “San Isidro” de
Cotoy Balestrini y un tiempo después en el
tradicional asadero de “Pollos de Eladio” de
don Eladio Castellanos. Luego surgieron las
pizzas y en Valera las preparaban en forma
magistral la familia Nardone en la Panadería
Napolitana en la calle 8, en La Terraza condi-
mentadas por doña Paula Rivas y donde Ma-
rio Urbina hacia malabares a la hora de servir
las cervezas, otro lugar para saborear buenas
pizzas era El Jardín de Las Acacias servidas
por el gigantón y atento Hugo Cabrita y por
supuesto en el restaurant Ipso Facto de Pino
Randazo.
Muchos son los nombres y los sabores
a recordar. Algunos presentes y otros olvida-
dos, peros todos han sido parte de la historia
gastronómica de esta ciudad que se resiste a
olvidar sus olores y sabores. Buen provecho
para todos.

Fuente:

95
Conversaciones con Amable González, Andrés Ocanto,
Andrés Bracamonte y Carlos Gil.
La Valera Oculta

El Anacobero
y el Hueso

E
n un lóbrego ambiente, Daniel San-
tos, embriagado de alcohol en una
cantina de Maracaibo, escribió so-
bre una servilleta la canción Sie-
rra Maestra, motivo por el cual un
tiempo después fue acusado de comunista,
cuando la guerrilla fidelista, comenzó a radiar-
la como un himno a través de Radio Rebelde
desde la montañas
cubanas. Era el año
1957. Daniel Santos,
era el cantor de los
marginales. Fue un
rey para los obre-
ros, negros, des-
empleados, mato-
nes, amas de casa
y prostitutas. Sus
boleros, guarachas,
mambos y sones Eloy “Hueso” Salas 96
Eloy “huesito” Salas y Daniel Santos, “el inquieto anacobero”.

sonaron en cumpleaños, bodas, fiestas de


pueblo y en cualquier rockola. Matrimoniado
en doce oportunidades, el “Inquieto Anaco-
bero” se convirtió en la voz de los despecha-
dos y los amores intensos de cualquier bar
de mala muerte. Ese mismo año, 1957, Valera
fue el epicentro del campeonato nacional de
boxeo aficionado, donde el legendario Carlos
“Morocho” Hernández ganó la medalla de oro
en la categoría pluma al derrotar por decisión
dividida al púgil trujillano de tan solo 23 años
de edad, Eloy Salas, hermano del ídolo local y
ganador del Cinturón de Diamantes, Ricardo

97
“Cano” Salas. Este memorable torneo se reali-
zó en las instalaciones del estadio “Mario Ur-
daneta Araujo” del barrio El Milagro, ya que
era insuficiente el aforo del viejo gimnasio de
El Bolo que dirigía el negro José Orozco.
Eran los años donde sobresalían en el
ensogado del viejo gimnasio Mercedes Díaz
los púgiles; Sánchez Siso, el mismísimo que
derrotó al veterano campeón caraqueño Cé-
sar “Chivo Negro” Orta, Rafael “Matacho”
Campo, Benito “Tala” Sulbaran, el elegante
peleador “Muñequito Hernández, Ricardo
Salas y Rafael “Huevero” Álvarez.
José Eloy Salas, mejor conocido en esta
urbe como el “Hueso Salas”, vio luz el 1 de di-
ciembre de 1933, en el hogar de Rafael Ma-
theus y Victorita Salas, esta última, personaje
muy popular en esta ciudad por sus suculen-
tos sancochos y mondongos domingueros,
los cuales salían a vender en una carretilla y
otras veces en azafates los hermanos Ricardo
y Eloy Salas.
Guiados por su madre, los Salas se con-
virtieron a corta edad en jugadores del béisbol
romántico que se practicaba en Valera. Eloy
fue un gran lanzador y jugador de los jardi-
nes, mientras que Ricardo se destacó como
segunda base, posición donde en una opor-
tunidad recibió un fuerte roletazo que salto
sobre su rostro y que por poco lo deja ciego.

98
Desde entonces, los mas allegados lo comen-
zaron a llamar el “Tuerto Salas”. Algunos años
después, los hermanos Salas se aparecieron
José Orozco, los hermanos Salas Ricardo y Eloy y el popular Matacho.

por el viejo gimnasio de boxeo, muy cercano


a su casa materna y donde lograron sus gran-
des hazañas.
Cada uno en divisiones diferentes, los
hermanos Salas fueron ganando laureles en
este deporte. Ricardo, un poco más discipli-
nado llegó a ser vencedor en el torneo Cin-
turón de Diamantes en la ciudad de México,
mientras que Eloy el “Hueso” fue tres veces
campeón nacional de boxeo.

99
Con la llegada de los dirigentes deporti-
vos Wilmer Urdaneta, Marcial Parada, Pedro
José Bracamonte, Rafael “La Vaca” González,
Gilberto “Elefante” Morillo entre otros, la or-
ganización de nuestro boxeo tuvo una época
dorada y la afición pudo disfrutar de exce-
lentes veladas como el memorable combate
entre Zenón Antequera y Daniel Castellanos
que no solo se escenificó sobre el ring, sino
que continuó en los camerinos del gimnasio
con la atención del público que abandonó los
graderíos para ver de cerca la rivalidad perso-
nal entre estos gladiadores.
Eloy “Hueso” Salas, un poco más desor-
ganizado y dicharachero se ocupaba a medias
del boxeo, pero tenía a su favor una poderosa
pegada que sacaba a relucir en cada presenta-
ción, aun cuando le dedicaba poco o casi nin-
gún tiempo a los entrenamientos, situación
que conocían sus rivales y la enorme legión
de seguidores que tenía, los cuales incluyendo
a los dirigentes Wilmer Urdaneta y Pedro José
Bracamonte, quienes lo consideraban como
el boxeador con la mejor pegada que conocie-
ron.
En esta ciudad, en cualquier esquina, los
paisanos recuerdan anécdotas de este popu-
lar deportista, que además de boxeador, igual-
mente podía ataviarse con un traje de luces
y torear en fiestas taurinas o asumía el rol de

100
chofer, guardaespaldas, apostador, matarife,
cañero, jugador de cartas, revoltoso o simple-
mente de celador, como en el año en que el
trujillano Ildegar Pérez Segnini en su pasan-
tía como gobernador de Aragua lo contrató
como vigilante. Aún a pesar de toda esta vida
desenfrenada, donde ni siquiera su espo-
sa Ana Teresa pudo encarrilarlo, fue en tres
oportunidades campeón nacional de boxeo,
enfrentándose a pugilistas de la talla de Car-
los “Morocho Hernández, Atilio Pulgar, To-
mas “Cubanito” Chirinos y Bartolo Martínez,
sus eternos contrincantes.
Entre los muy cercanos a Eloy, rememo-
ran en forma jocosa la anécdota donde ase-
guran que el “Hueso” había concertado con
algunos tahúres una pelea donde saldría de-
rrotado, asegurando al final del combate una
importante recompensa monetaria. La fulle-
ría ya estaba en marcha y los artífices eran
Eloy Matheus, Chepino, Gelo Leal y un tal
Cuevas. Las apuestas favorecían al “Hueso”
frente al maracucho Atilio Pulgar. Todo pa-
recía estar dispuesto para aquella gran esta-
fa. Un primer asalto donde Eloy golpeaba sin
fuerzas al fiero rival que ganaba confianza. En
el segundo asalto y luego de que Guillermo
“La Tara” León sonará la campana, Wilmer
Urdaneta quien actuaba como arbitro llamó a
combate, Pulgar se abalanzó con golpes pre-

101
surosos sobre el ídolo de El Bolo quien en
forma rápida trato de esquivarlos y casi sin
querer se defiende soltando un golpe que dio
en el mentón del maracucho que se desplo-
mó en el acto. El arbitro indicó a Eloy Salas
que se colocara en una esquina neutral desde
donde desesperado le pedía al caído peleador
que se levantara, no para seguirlo golpean-
do sino que aquella acción desmoronaba la
apuesta en juego y arruinaría a los viciosos
apostadores que esperaron hasta pasada la
medianoche a las puertas del gimnasio al for-
tachón boxeador, para ajustar cuentas por las
perdidas ocasionadas. Otros más atrevidos
aseguran que esta misma situación ocurrió
también en otra pelea presuntamente arre-
glada de Eloy Salas frente al púgil local “Lo-
cameca” Viloria.
Luego de este incidente, Eloy desapare-
ció por varios días hasta ser descubierto en el
prostíbulo “La Piscina”, donde se había refu-
giado como muchas otras veces tras las faldas
y favores de la conocida “Española”. De allí
salió un viernes y esa misma noche volvió a
subirse al ring para noquear a un nuevo rival
bajo los gritos estridentes de su madre quien
fue su principal mentora. Unos años después
nuestro primer campeón de boxeo mundial,
Carlos “Morocho” Hernández, a quien apo-
daban “Mano de Hierro”, emparentado con

102
Eloy por el sagrado vinculo del compadraz-
go, recordaba en medio de una farra en el
bar Falcón de la calle seis de esta ciudad, sus
hazañas con peleadores de la talla de Davey
Moore, Eddie Perkings, Ken Buchanan, Ni-
colino Locche y “Mantequilla” Nápoles, pre-
ponderando que el rival que más duro le ha-
bía pegado en su vida deportiva, fue nuestro
sentimental campeón Eloy “Hueso” Salas.
Con vidas similares en cuanto a incohe-
rencias, vida alegre y la búsqueda de la gloria,
Daniel Santos y Eloy Salas disfrutaron de su
existencia cada uno a su manera, el uno con-
vertido en el cantor de la clase marginal y las
bajas pasiones y el otro boxeando y apostan-
do con los marginales, cada quien desde su
respectivo bar. Recién cumplido sus setenta
y nueve años, José Eloy Salas se marchó sin
despedirse como acostumbraba, una fría ma-
ñana de navidad del año 2012, convertido en
una historia más de esta ciudad.

103
Fuentes:
Conversaciones con Guillermo Bracamonte, Edgar Salas
y Amable González.
La Valera Oculta

Los mil y un traje


de Rafa Rojas

O
riginario del emblemático ba-
rrio El Empedrao de Maracaibo
y descendiente de una profu-
sa familia de navegantes, Rafa
Rojas nació en el año 1929, en
los mismos días en que muere corroído por
la lepra y el recuerdo de su novia, el poeta
Cruz Salmerón
Acosta. En aquel
ancestral barrio
donde la brisa
lacustre se pasea
por sus calles de
piedra y refresca
sus casas multi-
colores, Rafa, de-
safió a sus padres
al no continuar la
usanza familiar
de convertirse en
hombre de mar y
se adiestra en el Rafa Rojas 104
arte de la sastrería, oficio que lo trae a Valera
en busca de nuevos horizontes cuando aún no
tenía 20 años. Sixto Pineda, Nectario Sarcos
y un viejo maestro llanero de apellido Torres,
fueron sus primeros amigos en la Valera que
los acogió en una humilde pensión ubicada
al final de la actual avenida 9. Desde aquellos
distantes días, el joven sastre, desconocido y
lleno de ambiciones, logró cultivar con sus
destrezas, su antigua máquina de coser y una
plancha de carbón, la fama de curtido sastre,
que lo lleva a convertirse en poco tiempo en
la referencia obligada para todo aquel que
quería lucir un buen traje a la medida.
Este quehacer de cortar y coser telas,
tuvo en Rudesindo Isarra, su primer empren-
dedor en la ranchería que le dio luz a Valera,
al que siguieron Sabás Jiménez, Silvio Mivelli,
Antonio Cerrada, Ricardo Enriquez y Rutilio
Martini entre otros. Ellos fueron los primeros
sastres de nuestra ciudad.
Muchos son los nombres que se han des-
tacado en esta hermandad de la ajuga y el hilo
en nuestra urbe. En el arte del buen corte y el
mejor pespunte, descollaron don Pedro Jus-
tos quien tenía su tienda al final de la Calle
Real, el maestro de las puntadas Julio Gon-

105
zález, el sastre colombiano Eduardo Medina
con su local al lado de la Casa Valera, quien
además era Cónsul de su país. Despuntaron
Rafa Rojas y su personal

asimismo el ecuatoriano Otto Río Frío y su


establecimiento de la calle siete, Carlos Pérez,
quien se distinguió como el sastre de la gente
humilde en la calle trece y el pelotero Rene
“Pirulí” Gil con su negocio al final de la calle
10. Merecen ser evocados igualmente por sus
excelentes creaciones los nombres del maes-
tro italiano Francesco Lombardi y su elegan-
te tienda de la avenida nueve con sus espe-
cialidades en “kaki” Palo Grande y el exitoso,
Efrén Vorano en la calle 9, recordado no solo
como buen sastre, sino por su usual elegan-
cia. Otro a quien es importante reconocer su
trayectoria es a Héctor Giménez Strong, un 106
alargado maracucho a quien apodaban “El
Evangélico” con su taller al frente del Café
Monet y quien murió a la edad de cien años.
Marcaron igualmente historia en esta ciudad,
Saulo Herrera y Rafael “Carne Mechada” Mo-
reno en La Cienega, José Rincón en la avenida
seis, Rigo y Ramón en la calle nueve, los her-
manos Gary y Vladimir Terán, además de las
recordadas sastrerías Ideal y Barrera. Mucha
tela se cortó y se zurció en estos talleres, don-
de el arte de la puntada, el corte y el pespunte
se volvieron una especialidad. De estos luga-
res fueron clientes asiduos Regulo Gutiérrez,
el popular Toño Lobo, el taxista Semprún y
Ramón Becerra a quienes apodaron “los ca-
balleros de blanco” por la forma de vestir
toda su vida ataviados de este pulcro color.
En tiempos más recientes la ciudad vio nacer
la generación de la familia Sánchez, quienes
se iniciaron en su tienda “La Casa del Hilo”
y desde donde descolló el mundialmente co-
nocido Ángel Sánchez y sus hermanos Gerar-
do y Teresita, todos bajo la tutela ejemplar de
doña Teresa.
Un encuentro con los sucesores de Rafa Ro-
jas, motivo esta nostálgica narración. Desem-
polvar a través de desgastadas fotografías,

107
su historia y los recuerdos de su vieja tienda,
manosear sus primeras tijeras, transmutadas
La vieja tijera de Rafa Rojas

hoy en supervivientes del olvido, convierten


su trayectoria en la del sastre que no pasa de
moda. En aquella tienda de la avenida seis con
calle doce, se cortaron y cosieron centenares
de trajes, pantalones y camisas que lucieron
los valeranos. Evocar estos personajes, es re-
vivir una Valera que de a ratos olvidamos.
Las nuevas modas terminaron con el sueño
de muchos sastres que vieron cómo su nego-
cio les ayudó a levantar una casa y a sostener
una familia, pero que la fuerza y el empuje no
les alcanzó para perdurar. Todavía quedan al-
gunos que se resisten a los nuevos tiempos a
través del trabajo de sus manos. Rafa Rojas,
es y será el sastre más emblemático de esta
ciudad. “Rafa Rojas viste bien porque tiene
un traje para cada quien”.

Fuente: Valera Siglo XIX – Rafael Gallegos Celis


Conversaciones con Amable González, Enrique Rojas,
Andrés Bracamonte y Carlos Gil. 108
La Valera Oculta

Curas, Sueños
y Fortuna

C
uando nuestras abuelas se entre-
tenían jugando a la interpretación
de sus sueños, esta era otra ciu-
dad. Era la Valera de la cordiali-
dad, el respeto y la solidaridad
entre vecinos. Por sus estrechas calles, nues-
tros antepasados contaron nutridas historias
de hechos y per-
sonajes relevan-
tes que marcaron
el terruño para
siempre, llegan-
do a distinguirse
las narraciones
sobre el gran pro-
hombre y sacer-
dote José Hum-
berto Contreras.

109
Resalta entre la
gigantesca obra
Mons. José Humberto Contreras
de este prelado,
la fundación en 1933 de la Cooperativa de
Crédito de Viviendas, a través de la cual se
construyó la urbanización Lazo de La Vega.
En 1943 abrió las puertas de la “Casa Hogar
Cooperativa” donde se brindaba formación
a Obreros y Trabajadores en horas de la no-
che. Otro importante logró suyo, fue la crea-
ción del “Centro Cultural Lazo de la Vega”,
lugar para la educación de niñas de hogares
humildes, además de ser el gran propulsor de
la culminación del templo de San Juan Bau-
tista y entusiasta aliado en la edificación de la
iglesia de la parroquia San José.
Continuando con nuestro recorrido his-
tórico, recordando que durante su estancia al
frente del templo de San Juan Bautista, el 9
de febrero de 1936, el padre Contreras solici-
ta permiso al Concejo Municipal para la for-
mación de una especie de lotería parroquial,
cuyos beneficios serían invertidos en obras
sociales de la iglesia. Es así como nace la “Lo-
tería de Animalitos” en Valera.
No se establece con seguridad donde
se originó este tipo de juego, aun cuando se
comenta que quizás Monseñor Contreras,
desempolvo la remota historia que cuenta
que hace algunos años el sacerdote Rome-

110
ro Mata, edifico una iglesia con los ingresos
que le aportaba la venta de los billetes de una
Tira de Lotería de Animalitos

popular lotería de animalitos en Aragua de


Barcelona, estado Anzoátegui. En secreto y
en compañía de sus sacristanes, el párroco
tomaba una gran vasija de barro y allí movía
las 30 fichas con figuras de los animales más
singulares del oriente venezolano.
Estuvo el padre Contreras al frente de
esta lotería, hasta su renuncia en febrero de
1942, cuando pasa a manos del Concejo Mu-
nicipal que presidia Juan Abreu. En los años
siguientes, este juego se popularizó y se ex-
pandió rápidamente y calo de tal manera en
la preferencia del valerano que la hicieron
su favorita durante un buen tiempo. Llego
a convertirse en un elemento de entreteni-
miento y factor primordial en el florecimien-
to de las conversaciones entre los paisanos,

111
que comenzaron a utilizar un mismo lengua-
je, copiado de las características del juego por
supuesto. Se hablaba de los animalitos en la
calle, en los carritos de pasajeros, en reunio-
nes, en el estadio, etc. Nos encantaba confesar
nuestros sueños con los animalitos de la lote-
ría, el número terminal de la placa de un ca-
rro, eso también era una señal para jugar; uno
que otro jugaba fijo el último número de su
cédula; apostar por una fecha importante era
muy común; “hoy tiran la fecha”, se escucha-
ba decir; “el toro esta bueno para hoy”. Otra
manera de predecir el posible dígito ganador,
era quemando los tickes de lotería no premia-
da o periódicos viejos en un plato de peltre
y luego le daban vueltas al plato buscando la
figura formada por las cenizas, se trataba de
presagiar algún parecido a un animal y luego
para complemento se consultaba la opinión
de la familia o del vecino. En fin, nacieron una
cantidad de relatos relacionados con el juego,
tantos cuentos como jugadores habían.
Los fondos de esta lotería se destinaban
principalmente a sostener importantes obras
como la iglesia San Pedro, el orfelinato Santa
Teresita, el Hospital Nuestra Señora de la Paz,
el Comedor Popular y el parque que estaba
en sus alrededores y un porcentaje importan-
te de sus ingresos era destinado para ayudas a
la gente más necesitada.

112
Ponernos a contar toda la historia de
esta lotería, no es nuestra intención, pero sí el
recordar que con su auge, se abrió una nue-
va forma de ganarse la vida para los valera-
nos, encarnados en unos personajes que eran
llamados “loteros” y se encargaban de la co-
mercialización y distribución de los tickets de
lotería, a los cuales se le denominaba “tiras”,
que estaban compuestas por diez fracciones o
“quintos”, con un valor de cinco reales (2,50).
También se podía comprar un “quinto”, cuyo
costo era un medio (0,25). Cada “tira” pre-
miada, cobraba la cantidad de cincuenta bo-
lívares y se cancelaban cinco bolívares por
cada “quinto” ganador. Las aproximaciones
al billete triunfador eran cambiadas al día día
siguiente por los loteros, por otras similares y
no se devolvía su costo. En el sorteo entraban
en juego solo treinta números, ya que el dígito
premiado en el sorteo anterior no participa-
ba. Las “tiras” fueron impresas en un prin-
cipio por la tipografía de Amado Guerrero y
luego por Salvador “Abrazo de Oso” Mora en
la empresa Impresos Plaza. Los números y
los respectivos animales eran los siguientes:
1, El Carnero. 2, El Toro. 3, El Ciempiés. 4, El
Alacrán. 5, El León. 6, El Sapo. 7, El Loro. 8,
El Ratón. 9, El Águila. 10, El Tigre. 11, El Gato.
12, El Caballo. 13, El Mono. 14, La Paloma. 15,
La Zorra. 16, El Oso. 17, El Pavo. 18, El Burro.

113
19, La Cabra. 20, El Puerco. 21, El Gallo. 22, El
Camello. 23, La Cebra. 24, La Iguana. 25, La
Gallina. 26, La Vaca. 27, El Perro. 28, El Za-
muro. 29, El Elefante. 30, El Caimán. 31, La
Lapa.
El anecdotario local recuerda a muchos
de aquellos “loteros” que hacían vida en las
afueras del viejo mercado público y las vecin-
dades del restaurante El Tequendama, entre
los cuales mencionamos a Héctor “La Vaca”
Lobo, famoso por sus gritos al ofertar la lo-
tería, Álvaro “Táchira” Moreno con su eter-
no sombrero, los populares Manuel “Baba”
y el diminuto Evaristo “Montanita” Sarache,
Héctor Mejía, inmortalizado por ser el único
vendedor elegantemente trajeado de liki liki
y su hijo Carlos “Mortadela” Mejía, Antonio
Araujo, Bertilio Torres, Gregorio Mejías, Be-
nito Rosales y Juan Bautista Quintero entre
otros. Otra que sobresalió vendiendo lotería
fue María Eligia “La Patona” Pérez, la prime-
ra mujer en este oficio. Con el paso del tiempo
en nuestras sectores populares aparecieron
también “los riferos”, una especie de “loteros”
particulares que realizaban rifas similares a la
de los animalitos y se regían con sus reglas y
resultados.
Esta lotería se propagó a los lugares cer-
canos a nuestra villa y fue así como los mo-
tatanenses participaron de estos sorteos, gra-

114
cias a la venta de las “tiras” que realizaron
Segundo “La Rata” Segovia y los populares
“Carora” Abreu y “Genoveva”. Mientras que
en Carvajal se recuerda con cariño a los “lo-
teros” Joaquín García, Ramón Ignacio Huz;
Martín Araujo, Miguel Huz y Miguel Calde-
rón, entre otros. La fiebre por esta lotería fue
tan grande, que ya no solo se jugaba en terri-
torio trujillano, sino que además era vendida
en forma abierta pero en diferente formato en
toda la costa oriental del lago de Maracaibo y
otras ciudades. El sorteo era seguido a diario
a través de las ondas corta y larga de la emi-
sora Radio Valera, autorizada para divulgar la
rifa.
Lejanos en tiempo y en distancia quedan
aquellos días en los que los sorteos se efec-
tuaban a las seis de la tarde, de lunes a sába-
do y eran públicos con la presencia del pa-
dre Contreras, luego bajo la administración
del Concejo Municipal los sorteos pasaron
a ser privados en un local que estaba frente
a la Plaza San Pedro y cuyo anunciador de
nombre Amable, se asomaba a través de una
ventanilla para anunciar el número ganador.
Esta situación comenzó a generar cierta des-
confianza, lo que obligo a las autoridades mu-
nicipales a realizar las rifas en forma pública
y con la participación de los vecinos, mudán-
dolos para las adyacencias del Palacio Muni-

115
cipal, donde cada tarde una mano inocente
hacía girar el bombo que repartiría fortuna a
unos pocos. Todo un trabajo artesanal. Con
la publicación de un decreto presidencial en
1974, la lotería de animalitos es cerrada, dan-
do paso a una serie de controversiales ma-
nifestaciones por parte de los “loteros” que
exigían sus reivindicaciones sociales luego de
haber vendido este producto por tantos años.
Cuántas esperanzas e ilusiones puestas
en un billete ilustrado, grandes alegrías para
unos, sueños rotos para los poco afortunados.
Así terminaba cada sorteo de aquella lotería
que después de algún tiempo, todavía pre-
valece en la lengua del pueblo valerano y de
cómo cada tarde nuestras siete colinas aguar-
daban con devoción la hora en que el bom-
bo comenzara a girar para el diario sorteo en
sintonía de Radio Valera y la voz clara y can-
tarina del locutor José Manuel Suarez, quien
fue su ultimo anunciante.

Fuentes:
Diario El Tiempo

116
100 Años del Concejo Municipal de Valera – Juan de Dios Andrade
Historia Documental de Motatán – Segundo Peña Peña
Conversaciones con Amable González, Alexis Berrios
La Valera Oculta

Del viejo
“hospitalito” al
gran hospital

L
a vieja casona de amplios aleros te-
nía un patio central, en el cual ha-
bía una capilla que fue cimentada
a pedimento de las monjas Patro-
cinia Navazcuez, Isabel Asín, Apo-
lonia Fernández, Carmen Ortiz y Genoveva
Gascón, pertenecien-
tes a la congregación
religiosa Hermanas
de la Caridad de San-
ta Ana, que llegaron
de la mano de doña
Ana de Tejera, para
desempeñar la noble
misión de atender a
más de doscientos
enfermos diarios que

117
acudían al hospicio
de misericordia, que
desde 1904 asentó su Domingo Giacopini
nombre como “Hospital Nuestra Señora de
La Paz”, en la historia de esta urbe.
El ilustre sacerdote Miguel Antonio Me-
jía y los notables ciudadanos Ernesto Spinetti,
Eleazar González Troconis y el Dr. José An-
tonio Tagliaferro, conformaron la junta pro-
motora de un grupo de valeranos progresistas
y filántropos que querían regalarle a Valera
un verdadero centro de salud, que gracias a
la iniciativa de Domingo Giaccopini, oriundo
de Génova, concede en 1904 las tierras para
la edificación del anhelado hospital, y no fue
sino hasta el 10 de mayo de 1923 cuando des-
pués de varios sucesos, bajo la supervisión
del Br. Pompeyo Oliva, se inaugura oficial-
mente. Esa benemérita edificación sirvió de
escuela y forjó a varias generaciones de mé-
dicos, entre los que sobresalieron Miróclates

Hospital Nuestra Señora de La Paz 118


La vieja casona donde se inició el hospitalito

Montiel, Eugenio de Bellard quien inicio la


cirugía en nuestra región, Manuel Corachan,
José Domingo Leonardi, Joaquín Mármol Lu-
zardo, Elbano Adriani, Manuel Chuecos, José
Gil Manríquez, Pedro Emilio Carrillo, Mario
Leal Colmenter, Rodolfo Henríquez y Rómu-
lo Aranguibel entre otros.
En sus memorias o recuerdos y anéc-
dotas, los cronistas nos han contado el cre-
cimiento de aquella villa con un trazado de
calles polvorientas que iban de norte a sur.
Valera crecía rápidamente y exigía respues-
tas. El “hospitalito” de La Paz, tras 35 años
aliviando nuestras congojas, resultaba exiguo

119
para un pueblo que se había convertido en un
cruce caminos y de gente, con sus inversiones
y sus padecimientos.
Dr. José Antonio Tagliaferro Dr. Pedro Emilio Carrillo

El gobierno de Marcos Pérez Jiménez


como parte de sus planes de desarrollo, a
mediados de los años cincuenta implementa
la edificación de una serie de grandes cons-
trucciones en el área de salud y nuestra villa
es seleccionada por su ubicación geográfica
como sede para el levantamiento de uno de
estas obras gigantesca para la época. La ma-
yoría de estos modernos centros dispensado-
res de salud, estaban ubicados en la capitales
de los estados, situación que generó en ese
momento algún ruido para quienes siempre
piensan parroquialmente. El 7 de diciembre
de 1956, al clarear el día se llevó a efecto la
120
inauguración del imponente edificio, dota-
do de modernísimos equipos médicos que
representaban una inversión de veinticuatro
millones de bolívares. A este tipo de obras
públicas las denominaban “hospitales llave
en mano”. El propio Pérez Jiménez cortó la
cinta en compañía de su tren de ministros,
el gobernador de la época Atilio Araujo y las
autoridades locales. El nombre con el cual se
inauguró la edificación era el de Hospital “Dr.
José Antonio Tagliaferro Melani”, tachirense
de nacimiento pero vinculado desde siempre
al desarrollo de nuestra villa. Este destacado
médico cirujano ejerció profesionalmente en
la Valera de principios de siglo, donde ade-
más se le vincula con la aparición de los telé-
fonos y la instalación de la primera planta de
hielo en nuestra comarca. Figura estelar en la
apertura del “hospitalito” Nuestra Señora de
La Paz, legislador de dilatada trayectoria na-
cional, Presidente del Senado, Secretario Ge-
neral de Gobierno, individuo de número de la
Academia de la Ciencias, Director Nacional
de Sanidad y Cónsul en Italia. Aunado a ello
corría por sus venas la vocación de escritor,
lo que se manifestó en varias publicaciones.
Sobradas razones habían para la escogencia

121
de su nombre.
El 15 de septiembre de 1958 se puso en
servicio el nuevo hospital, que comenzó con
Hospital Central de Valera

200 camas y los servicios de Pediatría, Obs-


tetricia y Ginecología, Cirugía General, Trau-
matología, Gastroenterología, Oftalmología,
Medicina Interna, Banco de Sangre, Rayos X,
Emergencias y Consultas Externas.
A la huida del dictador y como conse-
cuencia del nombramiento de las nuevas au-
toridades, un grupo de profesionales locales,
deciden arbitrariamente quitarle el nombre al
Hospital “Dr. José Antonio Tagliaferro Mela-
ni”, por el simple hecho de que era el padre de
Dolores Tagliaferro, la esposa del ministro de
sanidad de la época, Dr. Pedro Antonio Gu-
tiérrez, motivo suficiente para ellos de vincu-
larlo al gobierno saliente. La histórica verdad
era que José Antonio Tagliaferro, había muer-
to en 1932 y no conoció jamás al escurridizo

122
dictador. Desde aquellos días donde el odio
retenido por años hacia explosión en cual-
quier conversación, se decide nombrar a la
institución como Hospital Central de Valera.
Unos años después, los destacados médicos
Raúl Díaz Castañeda y Rixio Chacín, comien-
zan a gestionar un nuevo nombre para nues-
tro primer centro asistencial valerano y to-
das las opiniones convergen en Pedro Emilio
Carrillo. Las gestiones dieron sus frutos y en
1982 el nombre de Pedro Emilio Carrillo es
dado al Hospital Central de Valera.
El propio Raúl Díaz Castañeda, afirma
sobre Pedro Emilio Carrillo”: “Fue el suyo, un
elegante trabajo, dentro de un riguroso marco ético,
sin poses de apóstol ni reclamos de mártir, más bien
un ejercicio docente de muy alta calidad, a toda hora
y en todo lugar, más de obras que de palabras. Su
magisterio fue una vasta proyección social de su den-
sa calidad universitaria, una abierta inteligencia en
perfecta sintonía con lo espiritual, un entender la re-
lación con el colectivo, como compromiso”.
Sin haberse asomado a la vida en este te-
rruño, a los distinguidos médicos José Anto-
nio Tagliaferro y Pedro Emilio Carrillo se les
considera más que apóstoles de su progreso,
son verdaderos héroes civiles.

Fuentes:
Tiempo y Espacio de Pedro Emilio Carrillo – Raúl Díaz Castañeda
100 años de la instalación del primer concejo municipal – Juan de D.

123
Andrade
Guión de Valera – Pedro Emilio Carrillo
Anales de Valera (Tomo II) – Alberto La Riva Vale
Conversaciones con el Dr. Raúl Díaz Castañeda
La Valera Oculta

El barrio que yo
recuerdo

E
l colorido de las casas, las múltiples
puertas y la alegría de su gente, me
cautivaron desde siempre. Ama-
ba ese barrio y me dejaba seducir
por sus personajes. Yo nací muy
de mañana en el viejo hospital de las herma-
nas de la Caridad de Santa Ana al final de la
calle diez, un día
sábado, cuando
en Valera todavía
se comentaba la
fuga del dictador
Pérez Jiménez.
Al fondo
de nuestra casa
materna estaba
el mítico zanjón
del tigre con sus

124
fábulas y su ria-
chuelo y un poco
más allá, hacia el Mama Rosa Bracamonte
este, los cañamelares de la hacienda de Mario
Maya, donde mi abuela Teresa vendía arepas
rellenas de chicharrón a los jornaleros. Por el
costado sur, el cuartel de los valientes bombe-
ros con su legendario perro “Coco del Fuego”;
y hacia el norte el agreste final de la ciudad
que Adriano González León describió como
el lugar donde se detenía el mundo real y co-
menzaban las visiones. Al oeste, como que-
riéndose meter por las ventanas estaba la ma-
gia del cerro La Plata, donde encaramados y
de la mano de los hermanos González, mejor
conocidos como los “plaga mala” elevamos
nuestros primeros papagayos y jugábamos

125 Teresa Bracamonte Melida Osuna de Bracamonte


a los indios y vaqueros. Una colina que era
enteramente nuestra y donde hace muchos
años unos sudorosos misioneros hundieron
una cruz de la misión en sus entrañas.
Crecí entre la magia y la alegría de aquel
sitio. Doña Melida Osuna, mi madre era en-
fermera y mi padre, don Pedro José Braca-
monte un señor tipógrafo, trabajaban muy
duro y mis primeros pasos los tuve que ensa-
yar, bamboleándome entre los brazos de mi
abuela Teresa y las fundas de “Mama Rosa”,
mi bisabuela a la que vi morir sin quitarse
nunca su ancho sombrero de cogollo. El ba-
rrio siempre será para mí una baraja de afec-
tivos recuerdos.
La Plata se fue poblando y abrieron sus
puertas las pulperías de Rafaelito, la de Asci-
clo, la de Rafael Viloria, la de Teresa Matheus
y la bodega y escuelita de las Niñas, donde
aprendimos a leer. El chingo Abilio Angu-
lo arreglaba los zapatos y Félix Montilla los
Volkswagen mientras que Julio Daboín entre-
tenía a los mayores con su sinfonola y la cer-
veza bien fría para los que preferían la amena
conversa a las favores de la “Mana Mana” en
el Bar Jardín Caracas, donde en su parte baja
Edicta Mora preparó por primera vez su le-

126
gendario mondongo.
Con el pasar de los años, Aurita comen-
zó como costurera, hasta que se casó con An-
Cuartel de Bomberos de La Plata

tonio Abreu y fundaron Bodega La Colmena,


el hogar de los mejores pastelitos y la sabrosa
chicha de arroz de aquel barrio donde ade-
más existió un viejo caramelero que nos ofre-
cía sus dulces, diciéndonos “meta la mano mi
niño”. Cada mediodía la sirena del cuartel de
bomberos sonaba para anunciarnos que ha-
bía transcurrido la mitad del día. Esa escan-
dalosa sirena también se dejaba oír cada fin
de año o cuando había algún incendio, si so-
naba dos veces el siniestro era de gran magni-
tud y debían presentarse los voluntarios.
Al lado del cuartel de Bomberos que co-
mandaba el eterno Ramón Mendoza, abrió
sus puertas en 1964 el mercado periférico de

127 La Plata, en cuyo local se expendían una que


otra verdura y se beneficiaban reses, espe-
cialidad en la que sobresalieron los matarifes
Cabeza e Burro, el tuerto Antero, Eloy “el hue-
so” Salas, el flaco Miguel, el popular Copete y
don Chelao Araujo.
En esa matria personal, las fiestas eran
colectivas. La navidad y el fin de año se cele-
braban en la calle y en Semana Santa, el bin-
go y el juego de barajas no faltaban, era un lu-
gar vivido y sentido. En mi barrio La Plata, la
cacería de iguanas en el zanjón del tigre era el
pasatiempo predilecto de los jóvenes. Muchos
son los recuerdos y los rostros, otros pocos
se me extravían en el tiempo. Como si fuera
hoy evoco los alaridos de Víctor “El Gritón”,
a “Chamberí” Bracamonte con sus popula-
res caucheras, las travesuras de Marcos Gil,
a Memo y Abelardo “La Foca” Bracamonte,
“Chimillo” Rosales, Enrique “Tatuco” San-
tiago, a los hermanos Chiche, José y Eugenio
Avendaño, a Rito “Masca hierro”, “Mundo”
Delgado el cartero, Luís “Mata chivo”, Pablo
Mancilla, el peluquero Ovidio, José “Táchira”
Moreno, Feliciano, al rezandero Valiente “La
Puerquita”, los hermanos Matheus, al chis-
toso Panchito Valecillos, Cesarito, Moncho,
a los hijos de Tomasa Avendaño; Paciencia,
Potunga y Caneco, Pablo “Palometa” Briceño,

128
Chucho, Arturo y Toño Viloria entre otros,
que conformaron la generación que conocí
en mi barrio La Plata.
En el barrio La Plata me tome mis primeras fotos, junto a mi hermno
Andrés Eloy.

En el populoso barrio vi llorar a mucha


gente el día que conocieron la noticia de la

129
tragedia del Salto de La Llovizna, donde mu-
rió el maestro Pascual Ignacio Villasmil, veci-
no emblemático y admirado, al lado de cuya
casa familiar siempre realizaban los actos
culturales que el mismo producía. Luego lle-
gó sin invitación y sin aviso un sacerdote. Era
Javier Sarrasqueta, quien con solo una maleta,
arribó al barrio para sembrarse en nuestros
corazones y guiar nuestras primeras suplicas.
Con este sacerdote comulgue por primera vez
y apuntale una fuerte amistad que duró por
siempre. El padre Javier, se enamoró de nues-
tro barrio y le construyó una iglesia y una es-
cuela, obras que hoy son admiradas y recor-
dadas por las familias del lugar entre las que
recuerdo a los Araujo, Peñaloza, Valente, Bra-
camonte, Gil, Peña, Ángel, Matheus, Daboín,
Angulo, Rosales, Avendaño, Torres, Boscan,
Gory y Calderón.
Por un momento vuelvo a aquellos días
y revivo los gratos recuerdos que se me que-
daron grabados en los huesos. El viejo zanjón
con su tigre, los bomberos y sus hazañas, el
pesebre de doña Rebeca, el viejo camión de
Isidro Torres, las andanzas en el cerro y las
miles de historias de toda aquella cofradía de
almas que parecían salidas de una película de
ficción. Esa fue mi infancia en el barrio que
hoy se desdibuja entre anécdotas. La Plata,
siempre será el barrio que yo recuerdo.

Fuente:
Conversaciones con Amable González y Segundo Peña Peña 130
La Valera Oculta

El Pintor
de Valera

C
uando dio los últimos brochazos
sobre la áspera superficie, Fran-
cisco José había logrado una de sus
grandes proezas. Eran los años se-
tenta y la ciudad aún estaba con-
mocionada por las noticias que el diario Pa-
norama reflejaba
sobre la muer-
te del ganadero
Ezequiel Sem-
prún, el séptimo
de diez herma-
nos, en la recor-
dada “vendetta”
que por 25 años
mantuvieron las
familias mara-
cuchas Semprún

131 y Meleán. Esa


mañana, encara-
Francisco José Bracamonte
El popular pintor “Braca”

mado sobre unas improvisadas guindolas se


sentía un hombre libre, similar sensación a
la que percibieron los pintores de la Capilla

132
Sixtina cuando culminaron una tarea de tal
magnitud. El pintor valerano había logrado
restaurar el templo de San Juan Bautista .
Francisco José Bracamonte, asiduo a
las alturas, nació en 1930 en una de los siete
cerros que resguardaban la ciudad, en el hu-
milde barrio Caja de Agua, situación que le
permitió desde niño mirar a su amada Vale-
ra desde las alturas y desde siempre. Creció
como cualquier mozuelo de barriada, afanan-
do desde mocito. Eran tiempos muy espino-
sos. Acompañaba a diario a su madre al repar-
to de arepas que vendían en el viejo mercado
municipal. Años después, la tarea la heredó
íntegra y con un azafate de bollos sobre su ca-
beza, trajinó las polvorientas calles de aquella
Valera en formación, donde el soñador Elea-
zar Muchacho, el mismísimo general Federi-
co Araujo, quien fue gobernador de este esta-
do y el comerciante Pedro Urquiola eran sus
principales clientes.
Aquel niño de pantalón corto, que vivió
en carne propia la exclusión del Salón Casta-
lia, exclusivo para la elite de la época, consi-
guió su primer empleo en un improvisado ta-
ller del maestro latonero Manuel Fernández,
ubicado en la avenida 12. Allí aprendió los
primeros pasos en el arte de masillar y fon-
dear un vehículo, saberes que le permitieron
desarrollar una técnica propia para pintar pa-

133
redes. En aquel entonces, con apenas 14 años
comenzó ganando 25 Bs semanales, los cuales
compartía a medias con su madre. Francis-
co José Bracamonte, popular en esta ciudad
como “Braca el pintor”, me relata con detalles
el tiroteo en la plaza Bolívar el 18 de octubre
de 1945, la turbulenta noche de aquel 23 de
enero de 1958 donde convirtieron en una gi-
gantesca hoguera la sede de la Seguridad Na-
cional, igualmente reconstruye con nostalgia
el colorido de la Calle Vargas y la muerte del
“Bagre Molina” de quien fue amigo personal.
Desde niño su pasión fue ser pelotero y lo
consiguió años después cuando militó en las
filas del recordado equipo de béisbol El Deli-
cias, también le encantaban las peleas de ga-
llos. El trabajo era obligatorio para subsistir y
comenzó pintando a brocha un viejo local del
comerciante Víctor Valera, la casa del gene-
ral Federico Araujo y los talleres de Mucha-
cho Hermanos cerca del viejo mercado. Con
el tiempo también coloreo junto a sus ayu-
dantes infinidad de casas y los edificios del
Banco Obrero conocidos hoy como la plata
uno, dos, tres y también los bloques de San
Rafael.
A esta larga lista de inmuebles que “Bra-
ca” coloreó, se suman los edificio Rumbos
en la avenida Bolívar, Greven en la aveni-
da 9 y Arduino hoy CC “Conser” en la calle

134
ocho. Muchos de nosotros recordamos al vie-
jo “Braca” luciendo su eterna boina negra al
mejor estilo de cualquier pintor frances.
La historia oculta del valerano Francisco
José Bracamonte, desmitifica ese errado con-
cepto de “pintor de brocha gorda” a veces, con
afán descalificador. Su trayectoria y ejemplo
familiar convierten a “Braca” en el pintor de
Valera.

135
Fuentes:
Conversaciones con Francisco José Bracamonte
Historia Oculta de Venezuela: Ramón Urdaneta B.
La Valera Oculta

La Banda de
Rio Frio

L
a sacudida juvenil de los años 60
detonaba con fuerza en las pandi-
llas de los sectores populares, en
una estridencia musical inentendi-
ble y expresada en la insurrección
de una moda de colores psicodélicos donde
despuntaban los desordenados cabellos lar-
gos. Eran los “rebeldes
sin causa” que inmortali-
zó James Dean, el adoles-
cente inadaptado que se
enfrentó a la incompren-
sión de los adultos, en un
verdadero clásico del sép-
timo arte. El cine marcaba
la pauta en aquella época
y Valera no pudo esquivar
la proyección de este tipo
de funciones, como West
Side Story, Vidas rebeldes Rafael “Tala” Sulbarán
136
La película “Los Bandidos de Rio Frio”, inspiró a los jóvenes
valeranos de los años sesenta.

con Marilyn Monroe y Clark Gable, La leyen-


da del indomable interpretada por Paul New-
man y Los Bandidos de Rio Frio, protagoniza-
da por Luis Aguilar y Rita Macedo. Este film
basado en la novela del mexicano Manuel
Payno, donde se narra la historia de una ban-
da de alegres malhechores cuyas hazañas son
más divertidas que despreciables, tuvo una
fuerte influencia en un grupo de mocitos va-
leranos que habitaban en el final de la calle 10
y sector Miraflores de aquella Valera de 1959,
muy cerca de donde vivía la cantante Panchi-

137
ta Duarte, el popular Francisco “Mamayeya”
Urdaneta y el músico Juan Gutiérrez.
Durante la década de 1960 los jóvenes
Marlon Brando, James Dean y Elvis Presley marcaron furor en los jóvenes valeranos

adquirieron, tanto en nuestro ciudad como


en el resto del mundo, un protagonismo fun-
damental. Aparecieron los hippies, las luchas
antiimperialistas, la paz y el amor, por citar
algunos ejemplos de las banderas enarbola-
das por aquella generación de la cual forma-
ron parte Gilberto Pineda a quien apodaban
“Diente de Oro” y su hermano el fisicultu-
rista Chico Pineda, lector empedernido de
las revistas de Charles Atlas, los hermanos
Américo “La Chucha” y Julio Infante, Benito
“Tala” Sulbarán, Rómulo Cardozo, Clemente
“El Virgolín” y “Pildorín” Méndez. La ciudad
los reconocía como la Banda de Río Frío.
Esta pandilla juvenil, influenciada por Marlon
Brando, James Dean y Elvis Presley sobresalía
frente a todos, por exhibirse como auténticos

138
representantes en nuestro poblado de aque-
llos ídolos del celuloide. En aquella Valera,
ellos impusieron su manera de vestir con sus
camisas de mangas arremangadas, los cintu-
rones anchos, los botines puntiagudos y los
clásicos pantalones vaqueros sin ruedo crea-
dos por el alemán Levi Strauss. Este grupo de
jóvenes se paseaba públicamente por nues-
tras calles en un descapotado Ford 54 de co-
lor rojo que era propiedad de Rómulo Cardo-
zo. Tres de sus integrantes eran boxeadores;
Gilberto, Benito y Clemente, pero jamás se les
vinculó a hechos violentos. Eran los pavos de
la época, viviendo su vida de fiesta en fiesta,
sobresaliendo como grandes bailarines, ga-
lantes, derrochadores de físico en cualquier
billar o prostíbulo valerano, a la hora de to-
marse una cerveza de sifón en el Café Monet
de Benito Matos o simplemente con su carac-
terística forma de comer chicles. Marcados
como de procedencia humilde, revoluciona-
rios, irreverentes, la Banda de Río Frío puede
ser considerada como los innovadores de los
cambios juveniles en nuestra ciudad y hoy su
historia se diluye en un pasado que muchos
no se atreven a reconocer.

139 Fuente:
Conversaciones con Amable “Pepino” González
La Valera Oculta

La difunta
perfumada

L
a mañana despuntó con un extraño
aroma, la noticia estremecía nues-
tras angostas calles. El diario Pa-
norama la desplegaba en su ultima
página: “El Ciempiés” descuartiza
una mujer en Valera.
Un habilidoso periodista maracucho a
quien apodaban “el caballo” Acosta, era el autor
de aquel titular
que a mediados
de los años cua-
renta y por varias
semanas sacudió
a nuestras sie-
te colinas. Julio
Urdaneta Bozo
alias “El Ciem-
piés”, autor del

140
horrendo hecho,
llegó a Venezue-
la, procedente Valera en 1945
de Colombia donde había acuchillado a dos
personas por lo cual fue sentenciado. El mó-
vil de los asesinatos era, líos de faldas. Logra
evadirse del retén colombiano donde se en-
contraba y con papeles falsos se infiltra en
nuestro país con el nombre de Juan Antonio
Sánchez, aposentándose en Maracay, donde
nuevamente delinque y es capturado y pues-
to entre rejas. Unos meses después, vuelve a
evaporarse y esta vez la ciudad escogida para
encubrirse es Valera, donde tenía un pariente
de nombre Cheo Bozo, muy conocido por ser
músico.
Eran días revueltos y sobre todo en Ca-
racas, donde en cada esquina se cuchicheaba
una conspiración a sotto voce. El presidente
Medina Angarita había venido a estas tierras
y frente a la Casa de Gobierno en Trujillo pro-
nuncia la celebre frase “A mi gobierno no lo
asustan fantasmas”. Días después estaría pre-
so y fuera del poder. En medio de estas triful-
cas políticas Julio Urdaneta Bozo se apuesta
en Valera y se dedica al negocio ambulante de
la compra y venta de oro, oficio que le permi-
te pasar inadvertido y hasta ser catalogado de
honesto y trabajador en esta ciudad, donde
desplegando su galantería se amanceba con

141
una dama de la localidad a la que llamaban
“La Negra”, con la cual arriendan una casa en
la antigua calle Dr. Mendoza (calle 14) número
Julio Urdaneta Bozo, alias El Ciempies

55 rodeada de familias muy respetuosas. En


esa Valera de apenas 15.000 almas, el clan-
destino homicida contrato para la limpieza
de su nueva morada, los servicios de Basilisia

142
Salas, una moza de 11 años oriunda del Ce-
rro Caja de Agua, a quien terminó asesinando
tres días después, cuando “La Negra” andaba
de compras.
Según los testimonios orales de la épo-
ca, “El Ciempiés” intentó violar a la mance-
ba, quien se resistió y terminó con una herida
de cuchillo en la espalda que le cegó la vida.
Al regresar “La Negra”, se encontró con aquel
cuadro dantesco y al ser amedrentada por el
asesino y por temor a su propia vida, se con-
virtió en encubridora de aquel crimen que es-
candalizó a Valera. Cuidadosamente los dos
siniestros personajes limpiaron la escena y
luego “El Ciempiés”, despedazó el cadáver y
colocó las partes en una maleta de cuero ne-
gra, la cual perfumo con abundante pachuli y
la aseguró con cabuya.
Esa misma tarde, se marchó con la male-
ta a Motatán y luego en autobús hasta Mene
Grande, donde en horas de la madrugada
abordó un vapor que lo condujo a Maracaibo.
En todo este recorrido, los pasajeros se que-
jaban de la hedentina mezclada con pachuli
que emanaba aquel hediondo equipaje. Una
vez pisado suelo marabino y sin parpadeos,
típico de un homicida serial, “El Ciempiés”
comentó a sus parientes maracuchos lo ocu-
rrido y el problema en que se encontraba,
estos le facilitaron un viejo Plymouth mo-

143
delo 40 para que se deshiciera de semejante
paquete. En compañía de un tío, transportó
su fétida carga hasta la carretera de La Con-
cepción y en medio de un basurero, descar-
garon los restos de la difunta perfumada que
terminaron quemando sin percatarse de que
los estaban observando unos trabajadores
de una alfarería cercana quienes hicieron la
respectiva denuncia. Unos días después, los
zamuros llevaron a la policía al lugar en don-
de estaba el cuerpo calcinado. Allí los detecti-
ves encontraron, entre las cenizas un zarcillo,
idéntico al que más tarde descubrieron en la
famosa maleta negra en la casa de los familia-
res de “El Ciempiés”, quien fue nuevamente
capturado y juzgado junto a sus cómplices. La
única que no pudo ser ubicada fue su amante
“La Negra”, de quien más nunca se supo nada
y hasta se comentó que quizás pudiera estar
enterrada en cualquier solar de esta ciudad.
Hasta nuestros días, la historia que rom-
pió la tranquila vida de los valeranos de los
años cuarenta, se ha contado en infinitas ver-
siones, lo único que perdura en el tiempo es el
fiero hecho y sus personajes que permanecen
olvidados en el mundo de las leyendas urba-
nas de la Valera oculta.

Fuentes:
Diario Panorama.

144
Amores de última página (Oscar Yanes)
Conversaciones con: Francisco José Bracamonte y Héctor Barrera.
La Valera Oculta

Ramoncito Arias
y su convertible
amarillo

D
esde niño escuche atentamente
las historias que mi padre narra-
ba acerca del boxeo. Se emocio-
naba reviviendo el combate entre
Misael
Quintero y Betulio
González, la pegada
de Pedro Nóbriga, el
jab de Pedro Brice-
ño, la zurda de Trino
“orejita” Arismendi,
las hazañas de los her-
manos Eloy y Ricardo
Salas, pero su gran

145
preferido siempre fue
el campeón Ramon-
cito Arias. Encon- Ramoncito Arias
Amábilis Quiñones y Luís González junto al célebre Ramoncito Arias

trarme con una añeja fotografía donde él ni


siquiera aparece, me perpetúa aquellos gratos
momentos junto a mi viejo, Pedro José Braca-
monte, quien por años fue directivo del bo-
xeo regional junto a destacadas figuras como
Wilmer Urdaneta, Marcial Parada, Rafael
González entre otros. En aquella desgastada
fotografía aparecen los periodistas Amábilis
Quiñones y Luís González junto al célebre
Ramoncito Arias en amena conversación. Al
detallar ese viejo retrato, que ha soportado la
corrosión de los años, hoy devenido en relato

146
visual de aquella Valera y sus habitantes, hace
que germinen los sentimientos que me ayu-
dan a entender la cotidianidad de esta ciudad.
Ramoncito Arias, fue un carismático pú-
gil que logró atesorar la atención y sentimien-
tos de la mayoría de los venezolanos, aquel
19 de abril de 1958, cuando frente al argen-
tino Pascual Pérez, fue el primer venezolano
en disputar una pelea por un campeonato
del mundo. En aquella Caracas, aún revuelta
por los recientes hechos políticos, Ramoncito
Arias, protagonizó la pelea que se convirtió en
un hito de la historia deportiva nacional, al fi-
nal el sureño termina ganándole al cabimero.
También se le evoca en su memorable com-
bate frente al brasileño Edder Joffre en 1961.
Nunca ganó un título, pero terminó sembra-
do en el corazón del pueblo.
Tiempo antes hacia 1957, Valera fue su
epicentro, donde estableció un gran círculo
de amigos y seguidores que acudían al viejo
gimnasio del sector El Bolo, solo para verlo
entrenar bajo la tutela del negro José Orozco.
A menudo se le veía corretear por las polvo-
rientas calles valeranas en su lujoso conver-
tible, toda una sensación para la época y que
por momentos competía con el de Baudolio
Ríos, pues ambos carros eran los únicos de
color amarillos en la Valera de los sesenta.
En aquel Ford Fairlane 500 descapota-

147
do, Ramoncito Arias emperifollado con su
habitual sombrero panameño, desfiló acom-
pañado de bellas damas valeranas y de sus
Higinio Briceño, compa-
ñero de farra de Ramon-
cito Arias

entrañables amigos, entre quienes se desta-


caban el afamado interprete ecuatoriano Ju-
lio Jaramillo, quien por aquellos tiempos vi-
vía en Motatán, el guitarrista Juan Gutiérrez y
el cantante Higinio “Ringui Ringui” Briceño,
quien coqueteo con la orquesta Billos Cara-
cas Boys. Al final de cada correría, la barra,
la rocola y Dalia, la morena de los resplande-
cientes ojo azules en el bar Falcón de Mamer-
to Plaza en la calle seis, eran el decorado de
inagotables tertulias sobre boxeo y música,
donde el sol muchas veces los sorprendía. Al-

148
gún tiempo después y en ese mismo lugar y
luego de haber pasado por el garito de Victo-
rita Salas, también fueron asiduos invitados
de aquella barra, los campeones del glorioso
cinturón de diamante, Armando Blanco, Car-
los “El Morocho” Hernández, Félix Liendo,
Enrique Tovar y Fidel Odreman, quienes es-
tuvieron de visita en nuestra ciudad por in-
vitación de Ricardo Salas, nuestra gloria de-
portiva. La gran mayoría de estas estrellas del
boxeo nacional, que se convirtieron en ídolos
populares, como Ramoncito Arias, al final de
sus carreras se marchitan en la penumbra de
la indiferencia. Ramoncito Arias y su conver-
tible amarillo, quedaron sembrados entre las
historias ocultas de Valera, que hoy desem-
polvamos gracias a una rancia fotografía y los
cuentos de mi dilecto padre.

149 Fuente:
Trujillo, otra mirada – Luís González
Conversaciones con Amable “Pepino” González y César García
La Valera Oculta

La huella
de Tarzán

C
uando Edgar Rice Burroughs creó
en 1912 la legendaria figura de
Tarzán, Valera era una poblado de
apenas unas cuantas calles polvo-
rientas con casas de techo de pal-
ma, ríos que la cruzaban y cañamelares en su
contorno. Algu-
nos años antes,
en 1904 había
nacido en un su-
burbio rumano
llamado Szabad-
falu, el portento-
so atleta Johnny
Weissmüler, ga-
nador de cinco

150
medallas de oro
olímpicas en la
especialidad de Germán “Tarzán” Hernández
Ruben Fajardo y “Tarzán” Hernández, una amistad a toda prueba

natación, quien le dio vida en doce emocio-


nantes películas a este recordador personaje
del celuloide.
Para los valeranos de entonces, el fan-
tástico personaje, el “Rey de la Selva”, naci-
do de la ficción literaria de Burroughs y que
dominicalmente disfrutábamos en los cines
locales, cobró vida propia con la aparición en
nuestro poblado de Germán Hernández, un
joven lobo de mar que irrumpía tímidamente
en el apasionante mundo de las carreras de
automóviles, en aquella aún rural Valera y

151
cuyo parecido físico con el protagonista de la
saga cinematográfica y con su condición de
excepcional atleta, eran impresionantes.
Germán Hernández, vio luz de vida a
orillas del Mar Caribe en el poblado de Cu-
marebo, el 29 de mayo de 1914. Con tan solo
cinco años, la familia se muda a Curazao,
donde crece como cualquier niño que vive
frente al mar, siempre ansiando estar entre
sus aguas. Asomó desde mocito su estampa
de sobresaliente nadador y ya para 1924 con
tan sólo diez años era campeón de natación
en las Antillas, además de ser un destacado
velerista a bordo de su embarcación a la cual
bautizó como la “Vaca sin Rabo”.
En Panamá, en 1933 alcanza su primer
triunfo internacional, al recibir el galardón
como el mejor nadador de setenta y cinco
metros, estilo libre. El ondeo del mar y sus
apasionante fabulas lo atrapan de tal mane-
ra que sueña a la usanza de Santiago, el viejo
pescador de la novela “El viejo y el mar” de
Ernest Hemingway, quien fue un convencido
creyente de que el agua del mar todo lo cura-
ba.
Con una gigantesca sonrisa como pa-
saporte, “Tarzán” Hernández se enrola en la
nómina de la compañía Shell Caribean y na-
vega por aquellas azuladas aguas caribeñas,
haciendo gala en cada puerto de sus dotes de

152
incansable bailarín además de rompe corazo-
nes.
La muerte del Benemérito Juan Vicente
La multitud lo siguió a todas partes

Gómez, el ascenso al poder de Eleazar López


Contreras y el hervidero político en que se
había convertido el país, lo ubican en Ma-
racaibo, donde participa abiertamente en la
huelga de 1936, la más larga e importante del
sector petrolero, organizada por la Unión de
Trabajadores del Zulia y la Unión de Sindica-
tos Petroleros. Al finalizar este conflicto labo-
ral, la difícil situación económica reinante lo
obligan a convertirse en boxeador. Sus dotes
de aventajado atleta lo llevan a enfrentarse
en un pleito estelar al campeón zuliano Wal-
do “Caimán I” García a quien vence en el re-
cordado “Circo de Variedades” de Maracaibo,
espacio donde se organizó en 1922 la primera
pelea de boxeo profesional en Venezuela.
Reconocido por sus proezas deportivas

153
Germán Hernández se deja cautivar por el
apasionante mundo del automovilismo y es
allí donde logra sus grandes hazañas depor-
tivas y con ellas se aposenta en Valera, don-
de además era un popular chofer de gando-
las, asiduo visitante de tabernas y formidable
bailarín. La ciudad lo adopta y forma familia
junto a Carmen. Numerosos son los triunfos
y reconocimientos para Germán Hernández
a quien cariñosamente todos llamaban “Tar-
zán”, por su cordialidad, su estirpe popular,
su imborrable sonrisa y enorme don de gente,
demostrados en su eterna amistad al mejor
estilo del Quijote y Sancho Panza con Rubén
Fajardo, su eterno mecánico de confianza.
Estas características lo convirtieron en una
indudable leyenda deportiva en nuestra ciu-
dad.
Finales felices y con sabor a victoria en
las vetustas carreras en suelo colombiano, la
recordada Vuelta al Lago de Valencia, la Ca-
racas-Cumana, la victoria en el homenaje a
doña Flor Chalbaud de Pérez Jiménez corri-
do entre Caracas-Coro-Maracaibo-Caracas,
seguido de sitiales de honor en la San Cris-
tóbal-Maracaibo, venciendo a los mejores pi-
lotos de entonces. También se corona como
Campeón Nacional de Ruta y de Go Karts.
Profusos logros alcanzó “Tarzán” Hernández
como corredor pilotando su equipado Che-

154
vrolet Master Six de 1940 signado con el nú-
mero 38, con el cual logró ganar la sexta etapa
corrida entre Bogotá y Cúcuta de la peligrosa
Los valeranos siempre reconocieron sus proezas deportivas

competencia Quito-Bogotá-Caracas. Ese 27


de enero de 1950, “Tarzán” Hernández inscri-
bió su nombre en el libro del automovilismo
internacional con esta victoria.
A sus setenta años de vida se retira del
mundo del automovilismo, después de ha-
ber ocupado el tercer lugar en el rally Méri-
da-Bogotá-Mérida, teniendo como copiloto
al periodista Guillermo Bracamonte. Dedica-
do al sector de los emprendedores, constitu-
ye junto a su coequipero Rubén Fajardo, un
taller mecánico en las inmediaciones del sec-
tor La Marchantica en esta ciudad, que luego
con el paso del tiempo se convertiría al unir

155
esfuerzos económicos con Liborio Rodríguez
y un empresario de apellido Calles, en la sede
de la línea de transporte colectivo “Igualan-
do El Progreso”, que los valeranos bautizaron
como los populares “carritos de a medio”, por
el costo de su pasaje.
Germán “Tarzán” Hernández, es una le-
yenda urbana que está sembrada en la me-
moria histórica de esta ciudad. Un personaje
de relevancia nacional por sus hazañas de-
portivas. “Tarzán” Hernández, el fenómeno
del automovilismo nacional que convirtió a
Valera en su casa y la puso en la lengua de to-
dos los venezolanos.

156
Fuentes:
Semanario Principios – Valera 1953
Conversaciones con Guillermo Bracamonte y Amable González
La Valera Oculta

Isabelita
y Juan Domingo

L
a caravana de vehículos se detuvo
frente al céntrico hotel Plaza y la
muchedumbre pudo ver de cerca
al enigmático personaje, que unos
meses atrás había sido objeto de
un atentado en una concurrida avenida ca-
raqueña,. El an-
tiguo hotel de los
corredores y las
numerosas puer-
tas, ubicado fren-
te a la Plaza Bolí-
var de Valera, fue
remozado para
la ocasión por su
propietario Ho-
mero “Candeli-

157
ta”, quien fiel a
su rockola subía
el volumen a su Isabelita Martínez
Juan Domingo Perón y Marcos Pérez Jimenez

canción favorita “El Balcón”, interpretada por


el cubano Celio González y la Sonora Matan-
cera a manera de congraciarse con el hono-
rable visitante. Ese día, lucían impecables
las batientes puertas y los anchos parabanes
para evitar a los curiosos y resguardar la se-
guridad del ilustre huésped y su sequito de
espalderos, en medio de los cuales descolla-
ba la silueta de la bailarina Isabelita Martínez,
la amante del general Juan Domingo Perón,
quien trataba de mantenerse siempre en un
discreto segundo plano, pero el hecho noto-
rio de vivir amancebada la convertía en una
figura insignificante que contrastaba con la

158
de la inolvidable e imponente Eva.
Se celebraba en aquel octubre de 1957,
una estelar velada de boxeo aficionado en
Fotografía de Manuel Vielma, donde Perón aparece abrazando a
Ricardo Salas, quien esa noche cayó derrotado por puntos.

todas las categorías y nuestro estadio olím-


pico era su sede. Los más notorios pugilistas
venezolanos estaban inscritos en aquel me-
morable programa y el general Juan Domin-
go Perón, que se encontraba como refugiado
político en nuestro país, versado y apasiona-
do de este deporte, no resistió la tentación de
trasladarse desde Caracas para presenciar los
combates estelares, que tenían como pleitos
especiales la presentaciones de Carlos “Mo-
rocho” Hernández y nuestra máxima estre-
lla Ricardo “Cano” Salas y su hermano Eloy,

159
al igual que el resto de viajeros al prestigioso
torneo “Cinturón de Diamantes”. Su presen-
cia en Valera quedó perpetuada en una gráfi-
ca del fotógrafo Manuel Vielma, donde Perón
aparece abrazando a Ricardo Salas, quien esa
noche cayó derrotado por puntos.
Muchas celebridades visitaron nuestra
ciudad en diferentes épocas. Imaginemos por
un momento el alboroto causado con las vi-
sitas del astro Antonio Aguilar o la algarabía
que despertó Antonio Badú, popular actor y
cantante mexicano de origen libanés, cono-
cido también como “El emir de la canción”.
Otras figuras que visitaron a Valera fue-
ron Alfredo Sadel, la bailarina Rosa Carmiña,
Héctor Cabrera, Emilio Arvelo, Leo Dan, Leo
Marini y hasta tuvimos viviendo entre noso-
tros al poeta nacional Andrés Eloy Blanco.
La mayoría de estos personajes fue-
ron huéspedes de nuestros hoteles entre los
cuales sobresalían el recordado Hotel Hack
en la calle 10, estancia que sirvió para que la
imaginación literaria nos remontara a pre-
suntas conspiraciones de viejos nazis. En esa
misma calle, separados por escasos metros
encontrábamos al Hotel Martini y su recor-
dado comedor. Otros hoteles que sembraron
su nombre en la corta historia de esta ciudad
fueron el Hotel Excélsior de Salvatore Nar-
done, que luego cambio su nombre por el de

160
Hotel Ambassador en plena avenida Bolívar.
En la avenida once a un costado de la Plaza
Bolívar Perucho y Domingo Rueda, regenta-
ban el Hotel Europa mientras que el italiano
Libio Lanaro tutelaba en plena avenida Bolí-
var el Hotel Aurora.
La indetenible marcha del tiempo nos
deja solo un vago recuerdo del vetusto Hotel
Táchira de José Peña, en la calle siete entre
los teatros Libertad y Valera y cuya estructu-
ra era toralmente de madera, derribada para
dar paso al concreto y el acero.
También recibieron importantes visi-
tantes los hoteles Negro Primero con su fa-
mosa Terraza Suiza cuyo propietario era Ol-
mos Jiménez, el Motel Valera atendido por
su gerente fundador Jaime Vallvé, recordado
por su sombreada piscina y el pintoresco Ho-
tel Imperial propiedad del Dr. Africano. No
podemos olvidar al Hotel Asturias en la ca-
lle doce, el Hotel Montecarlo en la avenida
trece, el Hotel Miramar en la avenida diez y
los hoteles Nápoles, Mayestic y Venecia en la
avenida nueve de esa Valera que era dinámica
y progresista y cuyo movimiento hotelero se
disipa entre anécdotas y desgastadas fotogra-
fías.

161 Fuente:
Aportes orales de Amable “Pepino” González.
La Valera Oculta

La hallaca
bellavistera

E
l almanaque señalaba 21 de diciem-
bre de 1992 y en casa de la negra Elia,
en el callejón Tropical, un grupo
de paisanos celebraban la fecha de
creación de aquel populoso sector
al compás de tragos, bolas criollas, sancocho,
domino y la alegría característica de los be-
llavisteros. En un
arrebato de crea-
tividad, producto
de la mezcla del
convite navide-
ño y el cotidiano
trasnocho, Alfre-
do “Coco” Suarez
invitó en medio
de la francache-
la a sus festivos
amigos a prepa-

162
rar una hallaca de
grandes dimen-
siones como co- Jorge “Pájaro” Suarez
lofón de la celebración, y es así como surgió
la primera “multisapida” gigantesca en la ur-
banización Bella Vista de Valera. Una desco-
munal hallaca de un metro de largo por veinte
centímetros de ancho, producto de la destre-
za culinaria del propio “Coco” Suarez y su
hermano Javier, Carlos Méndez, Luís Brice-
ño, Enrique y Omar Artigas, Higinio “Ringui
Ringui” Briceño, Alfredo Villamizar, Conrado
Chinchilla, Francisco Terán, Alberto Uzca-
tegui, Leonardo “Ñeo” González, Luís Omar
Chinchilla, Fanny Ramírez, Meicy de Mén-
dez, Beatriz, Eglee Artigas, Xiomara Segovia,
Elsy Rodríguez, Sandra Terán, Elsy Usechas y
otros que inscribieron sus nombres en el libro
de hazañas de ese bullicioso sector valerano.
La urbanización Bella Vista es un hito de
esta ciudad desde su fundación el 21 de di-
ciembre de 1947, cuando bajo la presidencia

163 José Hernández y Alfredo “Coco” Suarez, promotores del evento


de Rómulo Gallegos, don Adalberto Anzola
en nombre del Banco Obrero entregó las pri-
meras llaves a las familias Chinchilla, Núñez,
Barrios, Uzcategui, Briceño, Arias, Gil Artigas,
Verde, Salcedo y Fossi entre otras, para que
habitaran la primera urbanización que go-
bierno alguno le había construido a Valera.
Setenta y un año después, Bella Vista aún
conserva sus emblemáticas y añejas casas
alineadas una tras otra, callejones y veredas,
su mercado periférico, escuela e iglesia y sus
edificios. Allí aún añoran las sabrosas “vita-
minas” de Cira Moreno, las arepas de Enma
Artigas, las ricas empanadas de doña Micaela
Ramírez y el guarapo de papelón que prepa-
raba Manuel Rodríguez, las coloridas cara-
vanas en los camiones del MOP y la primera
cancha de bolas criollas de toda Valera. En-
tre sus angostos pasajes merodean las fabulas
de personajes populares como Coge la burra,
Guacharaco, Zancudo, Chona, Chinito y La
Cochocha.
Bella Vista es terruño de leyendas depor-
tistas como Jesús “Chuchu” Pérez, Félix Rivas,
Bernardo Portillo, Alfredo Suarez, Cristóbal
Rivas, Enrique Artigas, Omar Artigas, Rafael
Tito Briceño, José Gregorio Urbina y Carlos

164
Arroyo entre muchos. Igualmente su cronista
sentimental, Jorge “Pájaro” Suarez, resguarda
celosamente su historia local, la cual revive
La gigantesca hallaca bellavistera

en sus escritos a personajes como Onésimo


“Macho” Terán, Lucio Tablante, Ramiro Fos-
si, Rosendo “Chaco” Briceño y don Miguel
Arias, quien por años dirigió la Banda Bolí-
var, como dignos exponentes del gentilicio
bellavistero, que también enaltecieron con-
notados políticos de la talla de Jorge Valero y
José Hernández. En esta urbanización nacie-
ron infinidad de líderes culturales, cultores
populares, agrupaciones musicales y familias
enteras dedicadas al género musical como
los Arias, entre los cuales destaco Livio Arias

165
con su éxito nacional “Puerto Abandonado”
y como olvidar las concurridas minitecas de
Omar Artigas.
Con el paso del tiempo, la organización
para cada reencuentro bellavistero fue cre-
ciendo, como el tamaño de la hallaca, cada vez
la participación de los vecinos era incontable,
lo que convirtió la idea de Alfredo “Coco”
Suarez en una verdadera tradición navideña.
Con suficiente tiempo se organizaba el even-
to, que contó siempre con los aportes metá-
licos de José Hernández, Fernando “Batata”,
Román Ceballos y Salvador Murillo, mien-
tras que Francisco Pocho Terán se encargaba
de la presentación artística y de que la mini-
teca del Ñeo sonara desde temprano, hasta
que aparecían en escena prestigiosos grupos
bailables y gaiteros de la localidad.
Es así como en cada evento se superaba
el record del año anterior, en cuanto al tama-
ño de la hallaca. Para 1993, la hallaca midió
dos metros por veinte centímetros de ancho
y con el paso de cada reencuentro aumenta-
ba un metro, hasta que en 1997 con motivo
de los cincuenta años de Bella Vista, la enor-
me hallaca ya medía seis metros de largo por
treinta centímetros de ancho. Ya para el año
2007 cuando Bella Vista celebró sus 60 años
de fundación, la hallaca bellavistera tanteo los
once metros de largo por treinta centímetros

166
de ancho, llegando a alcanzar su mayor logro
en el año 2011 con quince metros de largo por
cuarenta centímetros de ancho.
Grupo de bellavisteros, guardianes de la tradición

Esta tradición navideña, tan vital como


las festividades de La Chinita en ese sector,
han tenido en Rosa Suarez, Pedro Cestari,
Carla Méndez, Alfredo Matos, Carlos Mén-
dez, Alexis Berrios, Nelson Cestari, Renzo y
Ronald Chinchilla, Cribel Segovia, Maryeli
Páez e Ismar Montilla entre otros, la partici-
pación de las nuevas generaciones que luchan
desesperadamente para que esta tradición no
desaparezca.
Una parranda navideña en un emble-

167
mático sector valerano, dio origen a una de
nuestras máximas tradiciones culinarias, una
autentica unidad vecinal, una real fiesta de
hermanos y amigos que la historia valerana
recuerde. La espinosa situación social y eco-
nómica que hoy peregrinamos, conspira con-
tra este banquete bellavistero que merece la
atención de todos, para que el paso insoslaya-
ble del tiempo no lo convierta en otra historia
oculta.

168
Fuentes:
Conversaciones con Jorge “Pájaro” Suarez, Alfredo “Coco” Suarez,
Conrado Chinchilla y Carlos Méndez.
La Valera Oculta

La pandilla del
Culebros Club

L
a ciudad prosperaba y cualquier so-
lar era bueno para un encuentro de
béisbol. Los valeranos se reunieron
y fundaron los equipos y de inme-
diato brotó la rivalidad en nuestra
pelota sabanera. Primero fue entre el Club
Bolívar, manejado por Pedro Pablo Rendón,
representando a
los alpargatudos
de Pueblo Nuevo
Las Delicias y el
equipo de los pa-
tiquines encarna-
dos en el Valera
BBC, organizado
por Felipe La Cor-
te. Era la Valera de
1928 y la manifies-
ta rivalidad entre

169
estos equipos, la
dirimían cada do-
mingo en el cam- Pedro “Pan de leche” Gamboa
Cualquier solar era bueno para un encuentro de béisbol.

po El Cambómboro, ubicado por los lados de


La Ciénega, mientras que los muchachos de
nuestras barriadas se divertían jugando en
cualquier terreno ocioso, haciendo alarde de
sus guantes de lona, pelotas de metra, caucho
y cabuya, sin caretas ni rodilleras y con cual-
quier leño bateaban.
Relatan las crónicas que cada victoria del
Valera BBC, era seguida por una gran cele-
bración en los aristocráticos salones del Club
Comercio, mientras que los triunfos del Club
Bolívar eran celebrados por sus seguidores
en cualquier barra de botiquín popular. Fue
una rivalidad muy fuerte y con reflejos de lu-

170
cha de clases, sin embargo nunca dejó de ser
nuestro béisbol romántico. Toda esta alegría
había llegado en 1921 de la mano de José Ma-
zzey, quien organizó las primeras practicas de
este deporte en Valera, en terrenos donde hoy
está la Plaza Sucre, según nos relata el cronis-
ta Alberto La Riba Vale.
Luego aparecieron en este béisbol he-
roico los legendarios conjuntos, Pico y Pala,
El Chico, Vencedores, Ayacucho, Indios, Be-
lla Vista, Concordia, Brisas del Llano y surgió
una nueva rivalidad, esta vez entre los equi-
pos Delicias, organizado por Abdón Matheus
y Daniel Sulbaran y el Proletarios BBC, que
fue fundado por el periodista Manuel Isidro
Molina en 1937. Se abrieron más campos de
juego y a nuestra ciudad llegaban peloteros
de otros lares para reforzar a los equipos. De-
portistas que marcaron su huella en nuestra
historia y sus hazañas fueron relatadas por

171 Peloteros del beisbol romantico


Antonio Orta, Ramón Azuaje, Manuel Isidro
Molina y J.J. Castellanos, quienes se convir-
tieron en nuestros pioneros en transmisiones
deportivas.
La ciudad vibraba con este béisbol y los
comentarios se paseaban de esquina a esqui-
na. En el sector de Las Delicias un grupo de
deportistas y buenos amigos se reunieron
para conformar un club, donde la tertulia
obligada fuera el deporte, en especial nues-
tros equipos y peloteros. Así que un día, Al-
fonso “El Culebro” Briceño, quien había na-
cido en 1926 en Mendoza, hábil jugador del
jardín central y estrella del Delicias se asoció
con su más fiero rival deportivo, jugador del
jardín central también y estrella del Proleta-
rios, Pedro Vicente “Pan de leche” Gamboa
y abrieron juntos las puertas del legendario
Culebros Club, especie de cenáculo deportivo
que funcionó siempre en la vieja casona de la
calle 13, esquina de la avenida 15.
Por años son muchas las historias hila-
das sobre este emblemático lugar exclusivo
para caballeros, donde el dominó, el ajiley y
las cervezas bien frías nunca fallaron. Las pa-
rrandas navideñas y el cierre de aquella calle,
pasaron a formar parte de la cotidianidad de

172
los vecinos, quienes nunca recuerdan actos
violentos en aquel lugar.
Los iniciadores de esta pandilla deportiva
La Pandilla del Culebros Club, 1983.

fueron: Héctor “Loro Careto” Barrera, Alirio


“Pata e Croche” Arandia, Alberto “Casaíto”
Useche, Manuel “Pildorín” Méndez, Nelson
“La Rata” Díaz Ferrer, Caster “Churuguara”
Barrera, Otto Río Frio, Adriano “Calzone” Ali-
zo, Rafael “Carne Mechada” Moreno, Manuel
“Pajarito” Angulo, Rafael “Cañón” Rendón,
Andrés Antequera, Galy Terán, Tulio “San-
cocho” Abreu, Rodolfo “El Brujo” Briceño,
Eduardo Rasquiñan, los populares Chiripiao
y Teófilo “Camburito” Briceño, Luís Monti-
lla, Rafael “Coca” Abreu, Atilio Cols, Oscar

173
“Siete culos” González, Ramón “El Mole” Al-
bornoz, Andrés “Loquillo” Avendaño, Oscar
“Pachón” Hernández, Tonino Vergara, Chu-
cho y Mario Negretti, Felix Montilla y Home-
ro “Patachón” Mejías.
Fueron tiempos de la amistad y la sana con-
versación, unidos para disfrutar y continuar
hablando de la fiera rivalidad deportiva entre
el Proletarios y el Delicias, nuestros eternos
rivales valeranos. Out 27.

Fuentes:
Historia del Béisbol en Trujillo, Tulio Flores
Anales de Valera, Alberto La Riba Vale

174
Trujillo otra mirada, Luís González
Conversaciones con: Héctor Barrera, Andrés Ocanto,
Amable González
La Valera Oculta

Jacob Senior y
los parquímetros
de Valera

Nuestra apacible ciudad, era un sitio de paso,


y sólo eso, hasta que algunos edificaron sus
moradas, un templo y marcaron el ajedrez de
sus calles. Fuimos por años un pueblo de ca-
sas de pisos de tierra, de familias honorables
y prohombres que marcaron su rumbo, di-
namismo y progreso.
Era una ciudad pin-
toresca, despertan-
do con asombro a las
novedades del mun-
do moderno.
En los albores
de 1965, los valera-
nos fuimos testigos
de la aparición de

175
unos raros aparatos
mecánicos a los que
llamaron “parquíme-
tros”. En enero de ese año, los habitantes de
Valera descubrieron que había que pagar por
estacionarse en el centro de la ciudad. Nues-
tras aceras amanecieron sembradas de estos
extraños artefactos, que con permisologia
municipal servirían para recolectar dineros
de los paisanos a cambio de permitirnos es-
tacionar nuestros vehículos por un tiempo
determinado en un lugar específico de aque-
lla Valera. En varios círculos citadinos se ru-
moraba, que era una maniobra del Concejo
Municipal para impedir que en los sitios per-
mitidos para estacionar, fuesen ocupados por
ciudadanos que tenían por costumbre esta-
cionar su vehículo todo el día quitándole la
opción al resto de conductores. Eran los tiem-
pos en que el ilustre Dr. Jacob Senior Carras-
quero conducía los destinos de esta ciudad.
El insólito elemento estaba por doquier.
186 parquímetros fueron cimentados en ca-
lles y avenidas por la empresa caraqueña
Odorite, quienes firmaron un convenio con
la municipalidad por cinco años, tiempo en
el cual los fulanos aparatos pasarían a manos
del ayuntamiento local. Para tal fin se redactó
una ordenanza municipal y se pagó 550 bolí-
vares por cada uno de ellos.

176
El pueblo valerano no se acostumbra-
ba a las novedades que la administración del
Dr. Jacob Senior Carrasquero

Dr. Jacob Senior presentaba al colectivo. No


solo fueron los parquímetros como medida
para colaborar en la organización del pueblo,
luego vinieron los modernos camiones para
recolectar la basura y las motobarredoras
para mantener la pulcritud de nuestras vías
públicas, lo que nos permitió obtener el reco-
nocimiento por parte de Fundacomun, como
la ciudad más limpia de Venezuela. Jacob Se-
nior, no solo limpió la ciudad, sino que ade-
más su paso por el Concejo Municipal, por el
Ateneo de Valera, por Corpoandes y la Fun-

177
dación Senior, son recordados como de los
más honestos y organizados.
Al poco tiempo de finalizada la instala-
ción de los parquímetros, comenzaron tam-
bién las dificultades con los aludidos apara-
tos. El vandalismo por un lado, dañándolos,
introduciéndole monedas falsas, arandelas,
rompiéndoles los visores, etc. Y por el otro
lado nuestra viveza criolla que no percibía
con buenos ojos esta disposición y muchas
veces nos estacionábamos sin meter ninguna
moneda en el parquímetro. Valera se convir-
tió en la tercera ciudad de Venezuela, después
de Maracaibo y Cabimas, en tener aquel ade-
lantado aparato que había sido patentado por
Carl C. Magee, un reportero y abogado, quien
lo ideó con la finalidad de ayudar a conseguir
recursos al ayuntamiento de Oklahoma City.
En medio de la aceptación de los parquí-
metros por unos pocos y el rechazo de otros,
en aquel año de 1965 los valeranos se entre-
gaban por completo cada noche a disfrutar a
través de la señal en blanco y negro de Radio
Caracas Televisión de la telenovela El Derecho
de Nacer, original del cubano Félix B. Caignet
y protagonizada por Raúl Amundaray y Con-
chita Obach, quienes mantuvieron en vilo a
nuestro país por dos años consecutivos para
conocer si el personaje de Don Rafael habla-
ba o no. Algunos años antes, nuestras abuelas

178
ya habían saboreado esta historia a través de
la versión que transmitía a la una de la tarde
Radio Continente y que fue interpretada por
Luis Salazar, Olga Castillo y América Barrios.
Eran años de muchas novedades para los va-
leranos. Los parquímetros, aquel aparato que
en otras ciudades representaba un adelanto
y que llegaron como una fuente de ingresos
para nuestro municipio, en corto tiempo se
convirtieron en chatarra por culpa de nues-
tra inmadurez ciudadana y fueron relegados
al olvido como hemos arrinconado la gestión
realizada por Jacob Senior Carrasquero en
pro de esta urbe. Se marchó Jacob Senior en
un modesto entierro envuelto en sus méritos
y logros, justo cuando más lo necesitábamos
como referente y como portador de la lámpa-
ra de Diógenes.

179
Fuente:
100 años de la instalación del primer Concejo Municipal de
Valera 1875 - 1975 / Juan de Dios Andrade
La Valera Oculta

Entre Pedros
y Compadres

L
a cotidianidad de la Valera de los
años cincuenta, los reunió por pri-
mera vez en aquel templo de la
creatividad intelectual en que se
había convertido la Editorial Vale-
ra, la tipografía de
don Pedro Mala-
vé Coll, ese viejo
lobo de mar que
había llegado des-
de la distante isla
de Margarita para
contagiar con su
vitalidad a esta in-
sipiente puebla.
Un tiempo antes,
Pedro Malavé y
su esposa doña

180
Albertina, habían
adquirido el com-
promiso de formar Pedro Malavé Coll
Pedro Emilio Carrillo Pedro José Bracamonte

en el mundo de las artes gráficas a Pedro José


Bracamonte, quien llegó aun siendo un niño
de la mano de Teresa, su madre, y que esta
pareja con el paso del tiempo convirtió en el
hijo que nunca tuvieron. Malavé le entregó
prácticamente el taller a mi padre, quien rá-
pidamente aprendió a acomodar los tipos en
sus cajas, a tomar medidas con el tipómetro,

181
mancharse de tinta y a ser un artero en la gui-
llotina, bregar con el plomo, vencer el calor
del linotipo y a echar a andar las maquinas
Adriano González León Raúl Díaz Castañeda

impresoras, para llegar a convertirse en un


diestro tipógrafo.
Mientras Pedro Malavé, recorría las pol-
vorientas calles valeranas en su añejo carro
azul, en su santuario tipográfico, muy a pesar
de los regaños de doña Albertina, se juntaban
para la diaria tertulia intelectual y política
Manuel Isidro Molina, Juan de Dios Andrade,
Aura Salas Pisani, Adriano y Gonzalo Gon-
zález León, Carlos Contramaestre, Ramón
Palomares, Raúl Díaz Castañeda, Marcos Mi-

182
liani, Chúa García, Francisco Prada, Antonio
Pérez Carmona, Mary Hernández, Rómulo
Aranguibel, Jacob Senior, Pedro Emilio Carri-
Juan de Dios Andrade Luís González Antonio Pérez Carmona

llo, Guillermo Montilla, Luís González, Luís


Gonzaga Matheus, Honore Solarte, Salvador
Valero, Jorge Sulbarán, Rafael Ángel Luja-
no, Julio Urdaneta, Luís Mazzarri y de vez en
cuando se les sumaba el padre Pedro Juárez,
como exorcista de ese renombrado grupo de
lumbreras.
La vieja tipografía, que un principio fun-
cionaba en la avenida once con calle once,
luego se mudó en 1952 a la calle ocho y allí
entre papel apilado y olor a tinta, Pedro Mala-
vé, Pedro Bracamonte y Pedro Emilio Carri-
llo se encontraron por primera vez. Relataba

183 mi padre, que la primera vez que vio a Pedro


Emilio Carrillo, lo miró más con curiosidad
que con admiración, sin pensar que con el
paso de los años se harían entrañables ami-
gos y hasta compadres.
Pedro Emilio Carrillo, con una brillante
carrera en el campo de la medicina, nació en
Pampán en 1910, heredero del linaje del Ge-
neral José de La Cruz Carrillo y Juan Bautista
Carrillo Guerra. Supo ganarse el respeto y la
admiración de quienes le conocieron por su
densa calidad humana, incuestionable pro-
yección social y una admirable trayectoria en
el campo científico y académico, cualidades
inmortalizadas en el bronce que anuncia su
nombre en nuestro hospital más importante.
Tengo grabada en mis recuerdos, una
inalterable imagen de aquel taller tipográfi-
co, donde correté desde niño en medio del
sonido de las impresoras y los tipógrafos. En
esa caja de resonancia de la ciudad que era la
Editorial Valera, el santuario de Pedro Mala-
vé, le escuche predicar muchas veces con su
vieja biblia en mano repetir “yo sé quién soy,
por eso me siento feliz de haber nacido y de
haber vivido, para mí quienes no encuentran
una razón para la existencia merecen com-
pasión porque son hombres que sufren”. Una
tarde mi padre encendió todas las máquinas

184
tipográficas frente al ataúd de aquel hombre
que lo formó para la vida, mientras varias la-
grimas rodaron.
Pedro Bracamonte y Pedro Malavé Coll

En aquel sitio, más que una tipografía, la


ciudad tuvo una tribuna donde se debatía su
destino, en una época en que Valera aún no
tomaba conciencia plena de sus auténticas
posibilidades de desarrollo. En ese escenario,
casa grande, árbol de gigantesca sombra se
conocieron Pedro Malavé, Pedro Emilio Ca-
rrillo y Pedro José Bracamonte, para fraguar
una gigantesca amistad que los convirtió en
compadres. Hombres útiles a la ciudad, per-
sonajes cuya memoria debemos exaltar para
dejar testimonio a las futuras generaciones y
para quienes creemos en una mejor forma de
trascender.

185
Fuentes:
Pedro Malavé Coll de cuerpo entero – Raúl Díaz Castañeda
Tiempo y Espacio de Pedro Emilio Carrillo – Raúl Díaz Castañeda
La Valera Oculta

La radio y
la gaita,
las pasiones de RJ

L
a noticia espantó el aroma del pri-
mer café de aquella lluviosa ma-
ñana de 1969. Las radioemisoras
informaban desde temprano, la
reseña del choque de un automó-
vil rústico contra un camión mal estacionado
y alguien había
muerto en el su-
ceso. Entonces,
la noticia se des-
tapó en toda su
magnitud: había
muerto Ricardo
Aguirre, el más
grande de la gai-
ta, a los 30 años

186
de edad y con
una carrera pro-
fesional de sólo Rafael José Daboín
ocho años, que lo consagró eternamente con
el bien ganado título de “El Monumental de la
Gaita”. La tristeza y el dolor enmudecieron a
Maracaibo que se ahogaba ese 8 de noviem-
bre bajo uno de los más grandes aguaceros
que su historia recuerde.
Pasaron muchos años para que Ida Cira
González, la madre de Ricardo, conversara
con periodista alguno, sobre ese dolorido día
de la manera que lo hizo en la entrevista que
le concedió a Rafael José Daboín, para su pro-
grama Policromía Navideña que se transmitía
a través de la local Radio Turismo. El progra-
ma grabado por Johnny Villarreal en la casa
de Renato Aguirre, enriquecido con detalles
muy personales sobre el consagrado educa-
dor y gaitero, nos atrapó entre las anécdotas
y lágrimas de una aún dolorida mujer, que
describía en emotivas palabras, el amor entre

187 Rj y Ernesto Briceño en el programa “Policromía Navideña”


madre e hijo y que quedó plasmado en la gaita
“Madre”, una de las más hermosas que su hijo
le compuso. En esa entrevista, no solo evocó
la letra del tema, sino que además le mostró
al propio RJ Daboín el papel original donde
Ricardo Aguirre la había compuesto con oca-
sión de un día de las madres, mientras estuvo
estudiando en la distante escuela de maestro
en Rubio. Este programa especial, catapultó a
RJ Daboín y a Policromía Navideña a los ana-
les de los grandes programas gaiteros junto al
del locutor Al Castro, “Mañanitas Gaiteras”
como los más decanos.
Tiempo atrás, a los valeranos nos acos-
tumbraron a las presentaciones de grandes
agrupaciones como Cardenales del Éxito y
Rincón Morales en nuestros sectores popula-
res. La gaita se convirtió en poco tiempo en
un ritmo muy apreciado en esta ciudad, por
las cercanías con el Zulia y la legión de mara-
cuchos que habían convertido a Valera en su
nuevo asiento. Para 1980, la urbe se adornaba
para celebrar su navidad y por tal motivo las
emisoras de radio luchaban por mantener sus
audiencias a través de atractivos concursos
gaiteros. Radio Turismo, tutelada por Guiller-
mo “Memo” Bracamonte, dio la venia para el

188
lanzamiento de uno de los programas de ma-
yor trascendencia en la historia de la radio-
difusión trujillana. Policromía Navideña fue
RJ en un evento musical junto a los gaiteros Germán Avila,
Mario Estelio Valera y Douglas Ochoa.

el nombre sugerido por el periodista Ramón


Hilario Azuaje, que tuvo en el joven reportero
Rafael José Daboín, su conductor inicial y por
el cual han desfilado para acompañar a RJ,
destacados profesionales de la talla de Dimas
Albornoz, Silene Baptista, Pedro Bracamon-
te y Ernesto Matusalén, teniendo siempre y
desde sus inicios a Johnny Alberto Villarreal
como su eterno musicalizador. Como todo
inicio, la competencia era dura por la comer-
cialización y la trayectoria de las demás emi-
soras. Luego aparecieron voces que ya no es-
tán como la Francisco Javier Molero, lo que
exigía aún más al novel productor.

189
RJ Daboín, nació en la Valera de 1947, el
mismo año en que llegaron los inmigrantes
europeos a causa de la Segunda Guerra Mun-
dial y que la emisora Ecos del Torbes iniciara
sus transmisiones desde San Cristóbal. Cre-
ció en el seno de una humilde familia de la
calle 15, vecinos del populoso sector Lazo de
La Vega donde la navidad era una verdadera
fiesta que mezclaba la cordialidad y la alegría
de todos sus habitantes. Desde adolescente se
destacó como deportista de alta competencia
y luego como un calificado dirigente deporti-
vo, hasta que descubrió en la radio su verda-
dera pasión. La atracción que ha ejercido la
radio en la vida de RJ, le permitió ascender a
la vanguardia de los cronistas deportivos a ni-
vel nacional en las especialidades de ciclismo
y futbol en escenarios locales e internaciona-
les.
La perseverancia y la excelencia como
hábitos, lo llevan a ser uno de los fundadores
del Sindicato de Radio en nuestra región y a
mantener al programa Policromía Navideña
como el más vetusto de nuestra radiodifusión
trujillana, con treinta y ocho años de transmi-
sión ininterrumpidos. Radio Turismo, Radio
Valera, Superior FM, Súper K, Trujillo 102.5
FM, Radio Tiempo y Cima, han sido favo-
recidas de haber tenido en su parrilla a este
ilustrativo programa, donde han desfilado la

190
mayoría de las estrellas gaiteras, que por su
cercanía con Valera la han convertido en alia-
da de la difusión de este género musical.
El espíritu innovador de su creador, hizo
que Policromía Navideña llegará a conver-
tirse en un referente de la radio y de la gaita,
cuando no existía internet y ni se soñaba con
los mensajes de texto que después serían el
contenido principal de muchos programas. El
taller de Luís Gonzalo Borrero y la librería de
Leopoldo Castro fueron sus primero anun-
ciantes, mientras que Ricardo Gamboa y Luís
Ángel Bracamonte entre otros sus más fieles
oyentes. Los gaiteros trujillanos premian la
tenacidad de RJ Daboín y lo inscriben en la
historia local, al colocar su nombre al festival
gaitero más importante de la región, igual que
los marabinos lo hicieron, al incluirlo como
jurado del premio “Virgilio Carruyo”.
Hoy reconocemos en Rafael José Daboín
y en su programa Policromía Navideña, con
sus treinta y ocho años de transmisión peren-
nes, a un hito de nuestra ciudad en este tránsi-
to camino a sus doscientos años. El programa
debe continuar y que suene “Reina Morena”,
diría RJ.

191
Fuente:
Conversaciones con Rafael Daboín Calderas.
La Valera Oculta

Germán Ramírez
González,
entre caminos y
carreteras

P
or este camino trajinaron borboto-
nes de gente que fluyeron con la his-
toria de esta ciudad. Al principio solo
fueron nuestros ancestros sus úni-
cos an-
dariegos, hasta que
don Antonio Ni-
colás Briceño del
Toro y Quintero,
demarco el cami-
no real que surgía
desde su posesión
de cafetales en la
antigua Mendoza

192
y pasaba en me-
dio de los trapi-
ches que luego se Ing. Germán Ramírez G.
convirtieron en la ranchería que era Valera y
continuaba hasta Sabana Larga. Algún tiem-
po después, este leguleyo también delimito el
trillo desde Valera hacia Motatán.
Con el paso del tiempo peregrinaron este
sendero notables figuras como Domingo An-
tonio Briceño y Briceño, quien fue miembro
de la sociedad clandestina llamada “Escuela
de Cristo”, que fraguó en Maracaibo la cons-
piración de 1812, fracasada lamentablemen-
te por una delación. Otro insigne transeúnte
de este sendero fue don Indalecio Briceño,
quien guerreó al lado del General Páez y del
cual se cuentan numerosas leyendas. Por este
polvoriento camino también anduvo Ricar-
do Labastida, muchas veces acompañado de
su hermano uterino, el hombre del “verbo
de oro” General Manuel María Carrasque-
ro. Otros recurrentes de este ceniciento atajo
fueron Arístides Labastida, graduado de mé-
dico con honores en París y el jurisconsulto
don Toribio Briceño quien tenía una hermosa
finca en Agua Clara.
La memoria histórica recuerda que ha-
cia finales de 1822, anduvo por estos caminos
reales el periodista norteamericano William
Duanes, iba con rumbo a Bogotá y al llegar a

193
la ranchería de Valera, asentó en su cuader-
no de viaje: “ Después de placentera marcha,
llegamos a una aldea llamada Valera, que ten-
dría unas treinta casas diseminadas en terre-
no llano…”. Por este camino de recuas también
pasó dibujando mapas, el trotamundos Agus-
tín Codazzi, con rumbo a Colombia. El trillo
entre Valera y Mendoza era muy frecuentado
y sus leyendas se multiplicaron en el tiempo.
Muchos años después, en 1916, a la vera de este
envejecido camino en la hacienda “Las Deli-
cias”, nace Germán Ramírez González, quien
a la postre sería quien terminaría de apunta-
lar el ideal de don Antonio Nicolás Briceño
del Toro y Quintero, al construir la carretera
que une actualmente a Valera con Timotes.
Germán Ramírez González, fue estudian-
te del colegio Santo Tomas de Aquino y un
aventajado alumno de la escuela de ingeniería
de la Universidad de Los Andes hasta 1940,
cuando la abandona para marcharse a la re-
gión colombina de Popayán, donde completa
su carrera en la ilustre Universidad del Cauca
en 1946. Ese mismo año contrae nupcias con
la distinguida dama de la sociedad payanés,
Sofía Beatriz de Angulo Arboleda, con quien
regresa a Valera para formar familia y laborar
como ingeniero del INOS.
Este hábil profesional valerano, tuteló la

194
construcción de los aeropuertos de Acarigua y
Carora, experiencia que lo catapulta a ocupar
el cargo de Director General de Aeropuertos
hasta septiembre de 1948, dos meses antes
del derrocamiento del gobierno de Rómulo
Gallegos. Con la llegada de Pérez Jiménez al
poder, es nombrado Director del MOP en el
Estado Trujillo, empleo que ocupa por poco
tiempo para dedicarse a la actividad privada
a través de su empresa RANGA, con la cual
construye las carreteras que unen a Valera
con Timotes, el grupo escolar de Escuque y la

195
carretera Valera – Motatán.
Su sentido altruista lo lleva a construir y
pavimentar con recursos propios la avenida
Bolívar de Valera, la cual dona al municipio.
Su dilatada experiencia en técnicas de cons-
trucción hace que el MOP lo designe como
asesor principal en la edificación del puente
sobre el rio Chama y los viaductos de la au-
topista La Guaira – Caracas, actividades que
alterna con su pasión por la ganadería. Testi-
monios orales lo ubican en 1949 como presi-
dente del Country Club de Comercio y en 1951
enseñando en forma gratuita cursos de física
y química en el colegio Salesianos de Valera.
De igual forma se vincula al sector producti-
vo como socio fundador del Banco de Occi-
dente, Seguros Los Andes, Hotel Guadalupe
y la recordada fábrica de champiñones.
Hacia los años cincuenta incursiona en
la política. Ya para 1953 es miembro de la
Asamblea Nacional Constituyente de ese año
y en 1956 es electo Senador por nuestro es-
tado. Ese mismo año fue propuesto para go-
bernador, despacho que no quiso ocupar. La
caída de Pérez Jiménez, enardece las pasio-
nes y comienzan las retaliaciones políticas, lo
que lo obliga a expatriarse a Colombia, don-
de permanece hasta 1965, cuando regresa a
Valera para reanudar sus actividades profe-
sionales con los movimientos de tierra que

196
le dieron vida al polideportivo local. Con un
grupo de emprendedores valeranos funda la
empresa CONVACA. La muerte lo sorprende
en Maracaibo el 1 de febrero de 1984, cuando
se disponía viajar a Norteamérica.
Germán Ramírez González, pertenece a
ese linaje de prohombres que marcaron una
enorme huella en nuestra ciudad y cuya obra
permanece olvidada y no reconocida. El pro-
yectista de tantas carreteras y obras civiles,
un digno hijo de esta comarca, es otro de los
personajes que merecen un justo reconoci-
miento para que no sigan formando parte de
esa historia oculta de Valera.

197
Fuente:
Conversaciones con Juan Ramírez Granadillo y Carlos Gil.
198

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