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Un

Café de Testigo

Por

José de Vega Narbona




Se encontraba frente al tocador. Mirada fija frente al espejo. Sin levantarse, intentó cerrar la puerta
para mantener su intimidad, pero quedó entreabierta. Mientras, unos pasos se escucharon acercarse
hacia la puerta, pero finalmente no se detuvieron, y continuaron hasta que dejaron de ser perceptibles.
Ni siquiera se giró para percatarse de quien podía ser. Tan solo, una sombra.
Tras unos minutos de reflexión, comenzó a maquillarse. Unas horquillas para recogerse el pelo y por
último, un sombrero. Pasados unos minutos ya estaba lista. La señora, salió de la habitación y enseguida
una doncella le ayudó a ponerse el abrigo, seguidamente le entregó un bolso de mano.
-Señora, ¿quiere que le acompañen a algún sitio?, ¿Llamo al chófer?- Preguntó, el ama de llaves.
-No, gracias Grace. Daré un paseo. Volveré antes de la cena.
-Por cierto señora Aragón, el señor le dejó este recado.-El ama de llaves, se acercó y le entrego una
nota.
La guardó en un bolsillo del abrigo sin llegar a leerla. Le abrieron la puerta y se marchó.
A pesar de que lucía el sol, la mañana era gélida y se hacía sentir con una brisa que provenía desde
el río. Aun así, después de caminar unas cuantas calles, Estrella se detuvo en un banco cerca de un gran
parque. Cruzó las piernas y cabizbaja se mantuvo varios minutos, hasta que apareció su íntima amiga
Marta. Se levantó y se saludaron estrechamente.
Pusieron rumbo a un café, no muy grande ni de gran lujo, discreto pero encantador. Tomaron asiento
en una mesa al lado del cristal que hacía de escaparate, y por la que entraba una gran claridad, la que
precisamente le faltaba en sus ideas.
Tristeza encadenada. Comenzaba a tomar destreza en grandes soliloquios, y discutía sus
sentimientos sobre papeles ajenos a sus seres queridos. Toda decisión se convertía en una encrucijada.
El rumbo cambió con la muerte de su padre. Fue la política, y los ideales llevados al extremo en la Gran
guerra; aunque estuvieran lejos y hablaran un idioma distinto. Sin excusas forzó su marcha y declaró la
lucha contra sus corazones. Aunque previo a todo aquello trato de convencerle, de que el amor lo
encontraría en un desconocido de buena familia. Tendría pensamientos afines a su entendimiento, sobre
cómo había que vivir, sobre cómo debían vivir los demás. Sólo tenía que intervenir desde la lejanía,
pero testarudo fue siempre, y en su participación completa obtuvo su anhelo, pelear hasta el final por la
libertad de otros a quienes no conoce. Sentimientos anodinos, carentes de razón.
Ambas pidieron una taza de café y un pastelillo de manzana.
-¿Cómo te sientes Estrella?, tu rostro denota cansancio.
-Que te puedo decir Marta, no sé qué me pasa, no puedo dormir, me siento inapetente. No soy feliz,
no me gusta mi vida, estoy desencantada.
-¡Regresa a casa con tu madre!- Le recriminó Marta
-Cómo voy a hacer eso, ya sabes que es imposible. Aunque mi madre no fuera partidaria de un boda
convenida, no soportaría los comentarios de sus amigos, y tampoco que me vieran como si hubiera
fracasado; y que mi padre quedara como un loco pertinaz de ideas descabelladas. Ya sabes que sus más
allegados le respetaban, aunque no creyeran en lo que hacía. Pensaban que había perdido el Norte.
-Todo porque tenía una gran fortuna, lo sé Estrella. Pues refúgiate en mi casa. Ya sabes que muy
grande, nadie tiene por qué enterarse. Al principio, puedes entrar por la puerta del servicio, y con el
tiempo…
-No. Eso es una auténtica locura. Además ¿qué dirá Alberto de todo esto?- Su angustia iba en
aumento.
-Ya sabes cómo es, no le importará-Dijo Marta despreocupada.
-Sí, lo sé. Por eso te envidio- Aseguró Estrella con lágrimas en los ojos.
-¿No estarás enamorada de él, verdad?- Marta soltó una carcajada.
-¿Pero cómo te atreves a decir eso?, ¿no te da vergüenza?, sabes que no, nunca me fijaría en él.
-¿Estás diciendo que mi esposo no es apuesto?-Marta siguió bromeando.
-No, no que querido ofenderle, ya sabes…, bueno no me líes, por favor.-Estrella se ruborizó.
Estrella comenzó a reírse, sentía un profundo respeto por sus dos amigos de siempre, y desde hace
poco pareja en matrimonio.
-De acuerdo, ya no bromeo más. Pero, ¿lo ves?, te has reído. Tu sonrisa se ha desperezado, por fin.
Estaban a punto de marcharse, cuando Marta impidió a Estrella se levantase del todo, poniendo una
mano en su antebrazo. Dando a entender que aún tenía algo que decirle.
-¿Qué ocurre Marta?- Preguntó Estrella preocupada.
-Espera, no nos marchemos todavía.- Marta, aún no había hecho si quiera el ademán de coger sus
cosas para marcharse.
-Bueno, bueno, cuando esperas hasta el último instante a contarme algo, es que tramas algún plan de
los tuyos…
-No te equivocas Estrella, tienes razón. Déjame que te cuente.
-Sé breve por favor, se hace tarde, y ya sabes lo que pasa si demoro mi regreso.-Sugirió Estrella.
-Tranquila, no te haría esperar, si no creyera que lo que voy a contarte no es importante.
-Me estás poniendo nerviosa, ¡cuéntamelo sin más dilación!-Exclamó impaciente.
-¿Recuerdas a Sofía Álvarez?
- ¿Sofía Álvarez? Su nombre me es familiar, pero no logro a recordar su rostro.-
-¡Sí, claro qué sabes quién es! Es la chica que se casó con Joel.- Marta intentaba convencer a
Estrella tan elocuente como de costumbre.
-Ahora caigo, ¡por supuesto!. ¿Tienes alguna noticia suya que deba conocer?- Preguntó extrañada.
-¿En alguna ocasión te he contado cómo se conocieron?
-Pues que yo recuerde no, pero vamos, con la memoria que atesoro quizás haya estado en su boda y
no lo sepa – Ironizó Estrella- Pero venga, me tienes en ascuas, cuenta, cuenta.
-Se conocieron a través de un intercambio de correos. Se carteaban y se las enviaban mutuamente a
un apartado, en la oficina que se encuentra en la Avenida Principal. Incluso coincidieron depositando las
cartas cada uno en el mostrador, sin conocer de que quién se trataba el otro. Pero bueno, esa es otra
historia que algún día te revelaré de manera completa, es fantástica.
-Ya veo por dónde vas. ¿Qué quieres?, ¿qué me carteé con un hombre, así, sin más? Claro, estoy
casada y eso es lo normal, ¿no?- Contestó Estrella algo enfadada.
-No quería molestarte Estrella, solo quiero que seas feliz. He pensado que te puede animar, y quién
sabe, puede que así encuentres a un hombre afín a tu personalidad. Yo puedo ayudarte, dispongo de
algunos contactos…
-¡Creo que has perdido la razón Marta, parece que me quisieras complicar aún más mi vida!-
Exclamó elevando la voz de manera exagerada.
Algunas personas próximas a su mesa levantaron la mirada o se giraron para ver qué acontecía.
-¡Por favor, discúlpenme!- Suplicó Estrella avergonzada ante su reacción. Recogió su abrigo y el
bolso, y salió del establecimiento despavorida. Sin mirar atrás. Ese día no volvieron a encontrarse.
Camino de regreso a casa se mantuvo pensativa, con la mirada perdida en el horizonte.
Durante unos días Marta no tuvo noticias de Estrella. Así que ésta, fue a visitarla. Se sentía culpable,
por haberse inmiscuido en temas muy personales. Pero su sorpresa fue mayúscula, al coincidir con ella
en mitad del trayecto.
-¡Hola Estrella!, ¿qué tal estás?
-Bien Marta, precisamente me dirigía a tu casa. Necesitaba hablar contigo…-Le contesto Estrella
mirando hacia otro lado.
Marta le interrumpió.
-¿Y eso?- Le preguntó con cierto sarcasmo.
-Iba a pedirte disculpas, por mi comportamiento del otro día.-Dijo casi entre dientes.
-No me lo puedo creer…¡¡ja ja ja!!- Marta comenzó a reírse con fuerza.
Entonces Estrella, ofendida, y sin pensarlo, dio media vuelta en dirección a su casa. A paso rápido,
con fuerza y decisión.
-¡Espera Estrella, estaba bromeando!-Marta corrió tras ella, aunque seguía riéndose. No podía parar.
Marta llegó a su altura, y al instante, se puso delante suya para detenerla.
-¡No te pongas así, Estrella!, estaba bromeando, me ha hecho gracia que me pidieras disculpas. Es la
primera vez que lo haces, que yo recuerde.-Le espetó casi sin aliento, entre la carrera para detenerla y
las risas que aún no podía contener. Le estaba sujetando los brazos fuertemente, para que no continuara
en su huida.
-Por eso, esta mañana, me he levantado de la cama pensando en ir a verte. No quiero que sufras.
-Pues yo me he levantado esta mañana, pensando en tus planes imprudentes y disparatados. Por eso
me encaminaba a visitarte. Para que me contaras un poco más. –Dijo Estrella seria, convencida y un
tanto avergonzada.
Marta, no daba crédito en ese momento y de nuevo desató una nueva risotada. En esta ocasión algo
comedida, no fuera ser que Estrella se diera de nuevo a la fuga.
-¡No me lo puedo creer Estrella, tú escuchándome!-Gritó Marta a los cuatro vientos y dando vueltas
sobre sí misma, mientras miraba en dirección al cielo.
-Sí Marta, estoy decidida. Quiero vivir una aventura.
-De acuerdo, vayamos al café y te sigo contando.
Estrella convencida por el desafío agarró el brazo a Marta, con su dos manos y apoyo al mismo
tiempo su cabeza en él, en un gesto de complicidad.
Tomaron el mismo asiento de siempre, y de nuevo pidieron el mismo café y el mismo pastelillo de
manzana que tanto les recordaba a otros tiempos.
-Bueno Estrella, escúchame con atención. Es muy sencillo, solo tienes que ir a la oficina postal y
solicitar un apartado, para que el amor de tu vida te conteste a las cartas.- Marta seguía a lo suyo, con
sus gracias.
Sí, de acuerdo, pero, ¿cómo voy a contactar por primera vez con él? Y además, tampoco sé cómo
averiguar su apartado.- Sugirió con cierta ansiedad, Estrella.
Tú no te preocupes, el resto déjalo en mis manos. Esto funciona con una lista de personas que se
adhieren a un club. A un club muy especial.
-¿Cómo el club de campo de fin de semana, Marta?- Preguntó Estrella de manera inocente.
-Eh…, sí, algo así Estrella, algo así. -Comenzó vacilante. -Deja que pasen unos tres días, y acude a
la oficina postal. Cuando te faciliten tu código, vienes a mi casa y yo lo envío al club para que lo
registren en sus oficinas. ¿De acuerdo?, ¿alguna pregunta que me quieras formular?
-No, todo está muy claro. -Concluyó Estrella con la mirada perdida, en dirección a la calle.
Según lo acordado, Estrella se presentó en la oficina postal en busca de su código. Pero nada más
entrar quedó estupefacta, se encontró de sopetón ante la atenta mirada de su esposo Carlos, que la vio
entrar desde un banco de espera, situado al lado de uno de los mostradores desgastados de madera, que
se interponían entre el personal de la oficina y el resto del público.
Él se quedó observando sin creer realmente, que a quién estaba viendo era a su esposa. Parecía
especialmente sorprendido. En cuanto reaccionó, pegó un respingo de su asiento que casi le hace perder
el equilibrio, y se cuadro como recuerdo de su paso por el ejército.
Estrella fingió no haberle visto. Se dirigió directamente a una ventanilla, y casi al llegar a la altura
desde dónde él se encontraba, se hizo la sorprendida. Aunque disimuló, no ofreciéndole demasiada
importancia.
-Me alegro de verte, querida. Hace días que no nos encontrábamos. ¿A qué se debe tu visita a esta
oficina?-Habló muy rápido, para no dar tiempo a que ella le interrumpiera, y así, llevar la iniciativa.
-Precisamente por nuestros escasos encuentros, desestimo contestar cuál es la razón de mi presencia
en este lugar. Disculpa mi atrevimiento, pero es simplemente para contrarrestar el tuyo, por ser tan
osada la cuestión que me planteas. Yo diría que aunque en apariencia, en realidad no tienes derecho a
realizarlas. –contestó Estrella, prácticamente sin dirigirse a su persona; Erguida y tiesa como un palo.
Entonces uno de los funcionarios, reclamó la presencia de Don Carlos Aragón. Él se volvió al
mostrador y prestó atención al mensaje de éste, interponiendo su espalda a la mirada de Estrella, para
que no se percatara del asunto que estaba tratando. Aunque ella hacía que no les escuchaba, su gesto
delataba lo contrario. Carlos con el rabillo del ojo, controlaba a Estrella y se giraba en función de la
nueva posición de ésta. Lo único que consiguió averiguar, y no en vano a posteriori y aunque fuera de
manera fugaz, fue que le facilitaron un pequeño impreso de color amarillento, antes de que se lo
guardara en el interior del abrigo junto con un sobre del mismo tono.
-Querida, he terminado con éxito la gestión a mis asuntos. Si me disculpas…
-Sí, claro.- Estrella tuvo que apartarse de mala manera, para que prácticamente no le atropellara.
Don Carlos, una vez concluida la entrega que le realizaron, dio media vuelta, se llevó una mano al
sombrero, saludó y se marchó. Aunque más bien huyó del lugar, la velocidad de su taconeo, delataba la
premura por abandonar aquella comprometida escena.
Le vio marcharse, hasta que se cerró la puerta por la que ella había accedido al edificio. Se quedó
meditando unos instantes. Estrella siempre creyó que Carlos era un hombre muy apuesto y varonil,
aunque un poco cerrado de mente. Pero no quería perder el tiempo en tener ese tipo de pensamientos, se
dijo, y permitir que se interpusieran en su cometido, así que, se acercó definitivamente al mostrador, no
fuera a ser que alguien se le adelantara.
-Buenos días señor. Quisiera solicitar un apartado de correos.
Aún se encontraba el funcionario, terminando de archivar los documentos de Carlos.
-Un momento, por favor. Ya Termino, señora.
Estrella, tan curiosa como siempre, intentó averiguar que portaba el señor de bigote canoso, de
cuerpo robusto, cejijunto y de apariencia recia, que se encontraba al otro lado. Al fin y al cabo parecían
unos simples impresos.
El señor se percató y por educación no le llamó la atención, pero sí le solicitó discreción.
-¿Señora, desea algo más de que lo que venía solicitando? Ya estoy con usted, no se preocupe que
todo llega. A ver, usted quiere un apartado de correos, ¿no es así?
-Exactamente. Y también, saber qué es lo ha venido a hacer el señor que acaba de marcharse.-
Sugirió Estrella casi, como si nada.
-Lo siento señora, eso sí que no se lo puedo decir, perdone que le diga.
-Es de vital importancia, por favor…-Intentaba Estrella suplicar en plan infantil, como si le
conociera de toda la vida.
-Ande, ande, dígame algo…
-Señora por favor, no insista. Rellene este formulario, y déjeme su documentación.
-Aquí la tiene. Por cierto me recuerda usted a mi abuelo. Parece igual de simpático.-Intentaba
convencerle, y desplegar todo su encanto con su dulce y aterciopelada voz.-Y bueno, muy bueno. Pero
no me mal interprete, solo soy sincera.
-Mire señora, si usted fuera la mujer de ese señor a lo mejor…-El funcionario comenzó a leer sus
datos. -¡Diablos!, señora de Aragón, disculpe, ¿por qué no me lo ha dicho antes?, ¡por favor! No quería
importunarla, tampoco la reconocí…, la verdad que los retratos que aparecían en los diarios el día de su
boda, no le hacen justicia ¡Por el amor de Dios!,¡Le pido mis sinceras disculpas!- Contestó el hombre
casi desgañitándose.
El hombre después de tal alarde, casi teatral, le pidió con un gesto con la mano a Estrella, que se
acercara. Este, le susurro algo tembloroso- Perdóneme, no obstante y según el protocolo de la oficina,
no puedo desvelar el contenido de ningún documento, a no ser que su esposo estuviera presente.
Entiéndalo.
-No sé preocupe, es usted un buen hombre. Ya lo averiguaré por otros medios. Ahora me puedo fiar
de usted. Ya hablaremos, seguro que volveremos a encontrarnos.
-¿Ya tiene el impreso rellenado?, ¿sí? Pues aquí tiene. Su llave, y su combinación. Ya tiene usted su
apartado de correos. Le dijo entre susurros.
Estrella le sonrió, le dio las gracias y se marchó a toda prisa. Tenía una cita con Marta, en uno de los
mejores restaurantes de la ciudad.
Estrella se estaba aproximando a la casa, cuando vio como preparaban uno de los coches,
concretamente uno de los Rolls Royce. Este coche le fue regalado a su padre por una acaudalada familia
británica, por el simple hecho de proporcionarles un contacto, para un negocio, en un país de américa
central.
Coincidió con Carlos en la misma puerta.
-Buenas tardes Carlos.-Saludó seria y con cierto desaire.- ¿Vas a salir?
-Desde luego querida.- Contestó él, condescendiente. -¿Necesitabas alguna cosa…? ¿Quieres que
hablemos?, ¿necesitas dinero?
Esto último irritó a Estrella tanto, que no consideró darle una contestación. Mientras, el ama de
llaves, tomaba las prendas de abrigo de las que se iba despojando la señora.
Carlos tampoco espero contestación, y salió por la puerta acompañado por un chofer. Estrella quedó
absorta unos instantes, recordando a su padre, y en la fortuna y negocios que heredó tras su
fallecimiento, y del disfrutaban ambos injustamente. Sobre todo en este momento, en el que la familia
Aragón no gozaba de tanto éxito en sus negocios.
Estrella no se retrasó demasiado, un par de horas más tarde, ya se encontraba en el restaurante con
Marta, cuando por cierto, conversaban sobre este último capítulo con Carlos.
-Bueno Estrella, disfrutemos de la velada, y olvídate un día más de tu querido y amado esposo.
Quiero que te diviertas, además te espera una noche de absoluta locura.
-¿Marta dónde vamos a ir? A veces no sé cómo salimos juntas, te temo.
-Te voy a sorprender, ya verás-Contestó Marta entusiasmada.
Impacientes, no tomaron el postre, aunque sí lo pagaron para no demostrar cierto desaire con el
dueño del restaurante, les había reservado una mesa en el mejor lugar del salón y ni siquiera tenían una
libre. El apellido Aragón aún tenía fuerza en la ciudad. Salieron disparadas de allí. Fuera, les estaba
esperando el coche de Estrella.
-¿A dónde les llevo señoras?-Preguntó el chofer, mientras tiraba por la ventanilla, un cigarrillo
recién encendido.
-Al café de la Avenida principal, por favor. ¿Sabe dónde está, verdad? Cualquiera que quiera
divertirse en esta ciudad, tiene que ir allí al menos una vez en la vida.
-Sí señora, en marcha. ¿Pero, usted sabe que por la noche allí…?- Preguntó de nuevo el chofer, pero
en esta ocasión, con un tono excesivamente prudente.
-¡No, no comente nada, deje que la señora lo descubra por si sola!, ¡adelaaaaante!-Vociferó Marta.
-Pero Marta, ¿qué te ocurre? ¿No es el Café que solemos frecuentar?-Aunque Estrella ya le conocía,
nunca dejaba de sorprenderla.
El chofer no se detuvo en la misma puerta, por decisión de Marta. Descendieron del vehículo y
rápidamente entraron en el local. Las luces, que mostraban el nombre del café, aunque ya era algo tarde,
se encontraban aún encendidas. Todo parecía normal.
Estrella asombrada, descubrió que las escaleras que estaban al lado de los aseos, daban acceso a una
sala muy particular.
-¡Dios mío!, ¿Pero, qué es esto? ¿Y toda esta gente?-Espetó Estrella, algo ruborizada.
-¡Esto es pura diversión Estrella!, ¡esto es diversión!-Marta estaba totalmente fuera de sí.
Un improvisado escenario a modo de cabaret, dos barras de bar, y muchas mesas apiñadas, daban
lugar a un antro de fiestas clandestinas muy popular, aunque no para todo el mundo, una señora de su
clase no solía frecuentar aquellos lugares o al menos que se supiera.
Empujones, miradas, roces y carcajadas exageradas en su oído, fueron algunas de las cosas que la
señora de Aragón tuvo que soportar hasta llegar a una mesa, en la que esperaban unos amigos de Marta.
Se saludaron muy efusivamente, tanto que todos se besaron en los labios sin excepción. Situación que
dejó perpleja a la buena de Estrella, que se quedó paralizada como una estatua, delante de la mesa
donde todos disfrutaban de una copa, con un contenido de color verdoso.
-¡Hola chicos!, esta es Estrella, una gran amiga mía-Anunció Marta a bombo y platillo, casi como si
estuviera presentado a un artista encima de un escenario.
Todos saludaron al unísono. Estrella se llevó los dedos a los labios, les lanzó un beso, y soltó que ya
estaban todos besados, por lo que les produjo mucha gracia, demostrándolo con una sonora risotada. Por
este motivo, le invitaron a una primera ronda, que mejor excusa, tuvieron que pensar.
-Marta, ¿vienes mucho por aquí?-Le gritó Estrella al oído, mientras le cogía por el brazo, para que
no se fuera muy lejos.
-¡De vez en cuando!- Gritó Marta, casi afónica.
-¿Y Alberto?-Preguntó tímidamente, intentando no meterse mucho dónde no le llamaban.
-¿Alberto?, ¡ahora viene, siempre aparece más tarde!
Estrella tuvo tiempo para observar que la gente que había allí, tenía motivos para ocultarse, por
supuesto que no estaba bien visto tener un amante, y aún peor si eran del mismo sexo. Ese fue el primer
día, que vio besarse a dos mujeres en los labios.
El ruido seguía siendo ensordecedor, y Estrella parecía divertirse. Incluso llegó Alberto, lo que le
hizo sentirse más cómoda. Éste, intuyó la situación, y se sentó justo a su lado, pidiendo permiso a otra
persona que ya ocupaba ese sitio.
-Alberto, ¿le decía a Marta que si veníais mucho por aquí?-Preguntó algo entonada, ya con su
segunda copa.
-Venimos algunas veces, es la única manera de que algunos de nuestros amigos puedan estar juntos,
y ser ellos mismos.
-Sí claro, me parece bien, pero nunca me los habíais presentado…-Afirmó con cierta exigencia.
En ese momento Estrella miraba hacia la escaleras, y empalideció cuando creyó ver a Carlos entre el
tumulto de gente, antes de que descendiera por ellas. Intentó levantarse rápidamente, pero en ese
momento el alcohol se hizo notar, y estuvo a punto de perder la verticalidad, y si no fuera porque un
caballero muy galante la sostuvo por la espalda, se habría dado un buen golpe.
Eso es lo último que recordaba de esa noche.
Estrella se levantó al día siguiente, sin saber muy bien cómo había llegado a su cama, y con la ropa
de pijama puesta. Además, comenzó a sentirse indispuesta, un gran dolor de estómago y un ligero
mareo se habían apoderado de su despertar.
En ese momento tocaron la puerta. Era Grace, se asomó abriéndola lentamente, con mucha
prudencia.
-Adelante Grace. Estoy despierta. ¿Qué hora es?
-Señora, son las 12:15 pm. ¿Quiere que le prepare el desayuno? O quizás va a esperar al
almuerzo…-Le comentó con cierto tono sarcástico.
Grace ya era el ama de llaves, cuando sus padres, sus hermanos y ella, vivían en Londres. Así que le
conocía desde que era una niña con pañales. Sabía todo de su vida, casi no existían secretos entre ellas.
El ama de llaves le dejo un vaso de agua con sales, no era muy habitual, pero no era la primera que
vez que la señora regresaba tarde a la casa.
-¡Ah!, lo olvidaba señora, tiene un telegrama -Grace lo tenía en el bolsillo.
Para sorpresa de Grace, Estrella ya se encontraba a su lado; tras conocer tan importante noticia se
levantó de inmediato.
-Al fin, señora, observo en usted algún tipo de interés, además de llegar tarde, o más bien pronto
diría yo, cuando sale a cenar.-Comentaba Grace de nuevo con un tono muy especial, mientras se
encaminaba hacia la puerta con la bandeja de plata en una de las manos.
Estrella siempre tomaba nota de todos sus comentarios, para bien, claro. Ella era como su segunda
madre.
-Gracias por el apunte Grace, tan elocuente como de costumbre.-Contestó Estrella, sin ni siquiera
mirarla.
Estrella abrió el telegrama. Estaba un poco nerviosa. Era de Marta, simplemente comentaba que ya
podía acudir a su apartado, ya tenía un contacto y su primera carta probablemente.
Se vistió rápidamente y se marchó ipso facto. En esta ocasión, sí solicitó que le llevaran en un
coche. Mientras, Grace, antes de que ésta saliera por la puerta de la casa, con apenas un instante para
preguntar, le sugirió que volviera a tiempo para almorzar, que últimamente le veía muy delgada y que
necesitaba llevarse algo caliente al estómago.
-Sí, regresaré a tiempo. No se preocupe tanto- Contestó prácticamente desde dentro del coche.
Casi no podía respirar de la tensión. Sentada casi en el borde del asiento, reflexionaba sobre la
posibilidad de poder coincidir en el edificio de correos con la persona que le estaría escribiendo. Como
la historia de Sofía y Joel, la que algún día Marta le terminaría de contar. Pensaba en eso, y en otras
muchas cosas. Pensaba en querer y en sentirse querida.
Se bajó del coche casi en marcha, y sin darse cuenta se le cayeron los guantes al suelo, los tenía
encima de sus piernas, justo antes de salir. Abrió la puerta del establecimiento con fuerza y decisión, se
fue tropezando con todo con el que pasaba a su alrededor, aun así su abrigo que descansaba sobre sus
hombros no se movió un ápice. Obsesionada, no podía parar de fijarse en todo lo que le rodeaba.
Se colocó en la fila para ser atendida, y sintió un ligero mareo. Probablemente por la tensión. Y en
ese preciso instante, alguien se acercó sin que ella se percatara de su presencia.
-Disculpe señora, creo que estos preciosos guantes son suyos.
-¡Oh! sí, estos guantes son míos. Muchas gracias. Pero, dónde los ha…
El hombre saludo simplemente, y sin más, se colocó en la fila en la que ella misma se encontraba,
sin esperar a que Estrella terminara de preguntar.
-El caso, es que su cara me resulta familiar-reflexionó Estrella en alto, sin que pudiera ser
escuchada.
Aguardó en la hilera hasta que le llegó el turno. De nuevo le costaba respirar, como si lo que fuera a
recoger en unos instantes, le fuera la vida en ello.
No pasó mucho más tiempo hasta que le entregaron un sobre blanco. Decidió no abrirlo hasta llegar
a casa. Quería leerlo tranquilamente.
Durante el viaje de vuelta intentó hacer memoria, y recordar a la persona que le había entregado los
guantes. Tenía la impresión de que poco a poco se iba acercando...
Sin descifrar su nuevo enigma, concluyó el viaje. Al entrar, Grace, le tenía preparada la mesa para
almorzar, entonces se dirigió a su habitación para vestirse con un atuendo más cómodo; sin ofrecer
demasiadas explicaciones, como si la puerta se hubiera abierto sola.
Ya en el salón, Grace se acercó a la mesa con una sopera humeante. Se situó al lado de Estrella,
mientras ésta, no paraba de observar el sobre, a pesar de no llevar impresa ninguna inscripción. Incluso
llegó a olerlo, pero no le sugirió nada. El ama de llaves le sirvió dos cazos, y se retiró anunciando que
regresaría para servir el segundo plato, como si no hubiera confianza entre ambas. Como si Grace fuera
una nueva empleada. Estrella asintió con la cabeza pero sin levantar la vista. En cuanto se quedó sola,
abrió el sobre y sacó una cuartilla. Ésta , sí parecía impregnada de un aroma especial, era una fragancia
suave y agradable a café. La misma sensación que al acceder al establecimiento que frecuentaba con
Marta.
Se detuvo a observar la letra sin detenerse a conocer que decía. Se imaginó el momento en el que esa
persona estuvo escribiendo esas palabras, en cómo se deslizaba la tinta sobre el papel. No quiso dilatar
más el momento.
Estaba fechada del día anterior. La letra era firme, de palabras alargadas ligeramente inclinadas
hacia la derecha. Comenzó a leer.
“Desconozco las fronteras de la esperanza, que colisionarán con las inclemencias de la palabra, del
sopor del errante que camina desorientado dibujando círculos en la nada. Campos soleados esperando a
ser admirados por una vista atrevida, de quién contempla el saludo a la vida, abriendo los ojos de par en
par, simplemente deleitándose.”
Estrella quedó estupefacta, no esperaba algo así. A continuación se presentó formalmente, si es que
se puede tener esa consideración ante una carta prácticamente anónima.
“Mi nombre es Javier, soy de la ciudad y de alguna manera me han convencido, para participar en lo
que considero una dulce locura. Espero que te haya gustado el comienzo. Esta primera carta no es muy
extensa, había que presentarse y no deseo expresarme mucho más hasta conocer tu letra, y al menos tú
nombre.
Se despide por el momento.
Javier”
Estrella leyó la carta varias veces más. Grace entró en el comedor otras tantas, para servir el segundo
plato, hasta que desistió por completo. No quiso molestarle.
Varios relojes de la casa marcaron las 4 de la tarde, al unísono. Aún Estrella, seguía anclada a la
mesa. Pensativa como de costumbre, y como un fantasma encadenado que deambula por la casa, casi
sin dejarse notar, llegó a la habitación y se sentó en el escritorio. Todo le resultó un poco extraño. ¿Y si
todo esto fuera una broma de Marta? ¿Y si todo fuera un estúpido juego, y realmente conociera a
Javier?, si es que se llama así, ¿y éste, esté intentando ayudarme para que no me sienta tan desdichada
por mi matrimonio? Se preguntaba esto y una infinidad de cosas más, casi todas sin sentido.
Intentó escribir una carta para responder a Javier, con la pluma en la mano, la dejó caer una y otra
vez sobre la mesa, no estaba segura de qué hacer. Al momento, se levantó de la silla y se tumbó en la
cama para continuar divagando. En uno de esos instantes, regresó de nuevo a su memoria, el recuerdo
del rostro de aquel caballero que le entregó los guantes.
-Sí claro, es el hombre que me sujetó por la espalda para no dejarme caer, aquella noche en la fiesta
del café. ¿Cómo no había caído en la cuenta? La misma noche, que me pareció ver a Carlos bajando por
las escaleras del mismo local.
Comenzó a pensar en la posibilidad de que se conocieran, y que su esposo ordenara seguirla para
averiguar que se traía entre manos, y cuál era su paradero.
Transcurrieron varias horas, y Grace preocupada, llamó a la puerta. Entró sigilosamente y descubrió
a Estrella dormida, vestida con el mismo atuendo de esa tarde, sobre la cama. Se aproximó a ella, y le
tocó suavemente por el hombro.
-Señora, despierte, despierte.-Grace fue subiendo el tono poco a poco.
-¡Eh!, ¿qué ha pasado?- Se desveló muy alterada. Se incorporó sobre la cama.- ¿Qué ocurre querida
Grace?
El ama de llaves, le sujetó por los brazos para que no se levantara de golpe.
-No pasa nada señora. Bueno, si pasa, que es la hora de la cena, y además tiene visita.-Le dijo casi
entre susurros, para no espantarla aún más.
-La señora Marta y su esposo Alberto esperan en la salita. Usted concertó una reunión para esta
noche, ¿no se acuerda?- Le preguntó suave y condescendiente.
-¡O sí por Dios, si es Jueves!-Exclamó, y saltó como un resorte de la cama.- Dígales por favor que
salgo en seguida.
No se demoró mucho en salir de la habitación, se acicaló a toda velocidad y recibió a sus amigos,
rogando pasaran al comedor, no sin antes pedirles disculpas por tal desatino. Fue en ese preciso e
infausto instante, cuando apareció Carlos por la puerta de la entrada, venía de la calle, debió olvidarse
de algo. A esas horas, no es habitual su presencia en la casa.
La tensión, gélida, se percibió tan rápido, como la brisa que entra en una habitación, al momento de
abrir una ventana en una mañana de invierno. Nunca se llevaron bien.
-Buenas tardes señores…, no voy a preguntarles a que se debe tan grata visita, porque es evidente.
Lo que si les pido por favor, es que no se aprovechen de mi esposa, y no le metan más pajaritos en la
cabeza. Nada es lo que parece.- Culminó su breve discurso, como excusándose por sus ya consabidas
ausencias que practicaba a diario, y con un tono más que solemne.
La puerta de la calle se podía ver desde la salita, se entreabrió levemente y se escuchó una voz
masculina, sugiriendo que debían marcharse cuanto antes.
Alberto dejó que terminara de hablar Carlos para intervenir, pero éste no le dio oportunidad.
-¿Y tú?, por favor, no digas nada porque ya nos conocemos desde hace mucho tiempo. Guarda
silencio, que no estás en tu casa.
Esas fueron sus últimas palabras antes de salir por la puerta. Alberto cerró el puño, y Marta le rozó
ligeramente el brazo para que se contuviera.
Entonces Estrella se apresuró para encaminarse hacia la salida, y desapareció como si nada.
-¡Carlos, Carlos!- Comenzó a gritar Estrella, por el estrecho y angosto callejón, que daba salida a la
casa por la parte posterior. Observó de lejos, pero ya sin aliento, como al final, un hombre que no era su
esposo cerraba la puerta de un vehículo al que Carlos había accedido. No tuvo tiempo de ver su rostro.
Regresó tras sus pasos, y accedió de nuevo a la casa. Marta y Alberto se encontraban discutiendo,
andaban de un lado para otro, ahora junto a la mesa del comedor.
-Qué ocurre pareja- Preguntó Estrella. Todavía le faltaba el aliento; había regresado a toda prisa.
-¡Nada, Estrella!, ¡pero me gustaría coger a ese señor y… no sé lo que le haría!- Respondió Alberto
enfurecido. No sé cómo pudiste acabar con semejante…
-Déjalo Alberto, no eches más leña al fuego-Inquirió Marta con delicadeza.
-No os preocupéis, sentaros- Solicitó Estrella.
-¿Por qué has salido corriendo Estrella?, ¿qué pensabas hacer?-Preguntó Marta.
-La cosa es que…,-comenzó a dudar si contarlo o no.- He escuchado la voz de un hombre al otro
lado de la puerta, y creía que podía ser…
-¿Quién?-¡Habla Estrella, por favor, nos tienes intrigados!-Exclamó Marta de manera contundente.
-¿Recordáis el día de la fiesta en el café, que estuve a punto de caer al suelo cuando me levanté de la
mesa, y un hombre muy apuesto me sujetó por la espalda?
-Sí, y ¿qué?- Contestaron Alberto y Marta a la vez.
-Pues, que el día en el que me enviaste el telegrama para acudir a la casa de correos, me encontraba
esperando en la fila para recoger la carta, y este mismo hombre se acercó y me entregó los guantes que
previamente había perdido en la calle, después de bajarme del coche.
-Sí que es extraño- Comentó Marta- ¿Crees que te está siguiendo, o algo parecido?
-Y, ¿por qué? – Preguntó Alberto- Si el que realmente desaparece, y de manera habitual es él.
-Bueno Marta, tengo una preocupación, y además una pregunta para ti.-Estrella zanjó de repente las
sospechas, por las que aquel misterioso hombre se encontraba en los sitios más inesperados.
-Dime, te escucho. Ahora es cuando yo te temo a ti.-Contestó Marta con un tono de total
desconfianza.
-Después de leer la carta que el anónimo me escribió, reflexioné detenidamente…
-¡Uf! Qué raro!-Ironizó Marta interrumpiendo a Estrella.
-¿Quieres qué te lo cuente? ¡O no!- Preguntó Exasperada.
-Sí, perdona. Cuenta, cuenta…
-Me resultó extraño recibir una carta semejante.
-¿Por qué razón Estrella?-Preguntó atento Alberto.
-Porque fue sincero, y de alguna manera, misterioso…, de momento no sé mucho de él…
-¿Y qué esperabas?, ¿qué te confesara nombre, apellidos, dirección y estado civil?, ¿qué quieres
decir con esto, que te gusta esta incertidumbre?-Repuso un tanto arisca Marta.
-Creo que sí, es lo que necesitaba-Dijo Estrella entre sollozos, después de recibir la disconformidad
de Marta, por la suspicacia que ésta estaba mostrando.
-Pero es bueno, ¿no? Es lo que pretendía, que te sintieras viva y que te reconocieras a ti misma y
volvieras a ser la persona con la que he crecido, vivido y madurado! ¿Entonces? ¿qué sucede, Estrella?
-Que tengo miedo de que fuera alguno de tus juegos, y fueras tú, o algún amigo, o conocido. ¡Yo que
sé!-Contestó desesperada.
-Te equivocas Estrella, yo no te haría algo así.- Contestó Marta indignada.
Alberto prefirió no volver a intervenir, pero no pudo remediarlo.
-Estrella, lo que afirma Marta es cierto. Se ha preocupado mucho por ti, y ha pensado que este
asunto podía ayudarte. Debes confiar más en ella. Disculpa que me entrometa. Disculpa.-Terminó
diciendo, mientras daba literalmente un paso atrás, como para desaparecer de la escena.
-No, disculparme vosotros. Entender que lo que estoy viviendo no es muy agradable. Por cierto,
¿Deseáis que os lea lo que Javier me ha escrito? Claro, no os lo he dicho, se llama Javier, o así se hace
llamar.
-No repares en ello Estrella, guárdatelo para ti. Cuéntanoslo cuando te sientas segura. Si necesitas
alguna cosa, no hace falta recordar que te ayudaremos.-Dijo Marta.
-Sí Estrella, si te encuentras de nuevo con ese hombre y sospechas, no tienes más que decirlo, y
pondré a funcionar mi maquinaria de contactos.-Sugirió Alberto con cierta ternura. Y si no, ¿para qué
están los amigos?
-¡Y venga, saca el champan, déjate de más historias!-exclamó Marta, en tono como si estuviera de
verbena.
Una vez que se marcharon, Estrella, se sentó de nuevo frente al escritorio. Esta vez estaba decidida a
escribir una carta para su amante desconocido, o como decidió denominarlo a partir de ese momento, el
incognito.
De nuevo se despertó a deshoras, pero en esta ocasión sobre la mesa en la que había estado
escribiendo toda la noche. Olía en exceso a perfume, y resultó que, sin querer, derramó el frasco de una
esencia que su madre le regaló, después de disfrutar de uno de sus viajes por Oriente. Fue una pena
desperdiciarlo, las hojas estaban empapadas por la fragancia, pero no se vertió del todo. Así que
decidió, que todas las cartas irían acompañadas por este aroma tan especial.
Nació un nuevo día, se sentía bien. Para continuar con esa línea, decidió tomar un baño, no sin antes
llamar a Grace para que se encargara de que alguien del servicio, llevara la carta que había escrito
durante la noche, a la casa de correos.
Casi se quedó dormida de nuevo, pero ésta vez en la bañera, si no llega a ser porque el ama de llaves
le llamó para comer. Se secó rápido, se vistió y salió al comedor sin acordarse de que era Domingo, y
que ese era el único día que coincidía con su esposo a la mesa.
-¡Ah sí!, querida. ¿Estás aquí?, siéntate por favor. –Carlos era arrogante pero al fin y al cabo un
caballero. Se levantó, se acercó al asiento que iba a tomar Estrella y le arrimó la silla.
-Carlos, veo que estás de muy buen humor. ¿Por cierto qué estabas leyendo?
-La prensa, ¿te extraña que me interese?-Contestó el señor, siempre tan mordaz.
-No. Me extraña, que digas alguna vez algo cierto. Me he levantado tarde, pero ya no estoy dormida.
Me ha parecido ver que estabas leyendo una carta. ¿Te han escrito tus padres contándote alguna
anécdota de alguno de sus viajes que disfrutan, gracias al dinero que yo te asigno?
-No querida, aunque eso no es de tu incumbencia.-contestó como en él era habitual, más que nada
por cortesía.
El tampoco recordaba que era el día en que coincidían a la hora de la comida, y se vio un poco
apurado. Escondió algo entre el diario de prensa que se encontraba doblado, encima de la mesa.
-Carlos, ¿qué te traes entre manos últimamente?, puedo observar que estás de mejor humor.-
Preguntó Estrella, con una media sonrisa en el rostro.
-Esta situación ¿te agrada?, ¿te inoportuna?, ¿Te molesta que no sea por tu presencia, o tu persona?-
Ironizó rápidamente Carlos.
-Simplemente me alegro de que te encuentres bien, pero veo que…- Estrella no pudo terminar de
expresarse.
-¡Pero veo qué, Estrella!, ¡nunca te has preocupado por mí, para nada! Para mí tampoco fue fácil
pensar que debía de convivir con una desconocida, pero lo hice. ¿Acaso sabes cómo me siento?, Y por
cierto, no pongas en entredicho mi dignidad a las personas que te rodean, porque no me conocen en
absoluto.-Carlos golpeó con el puño la mesa, justo en el momento en el que concluyó de pronunciar la
última palabra.
Estrella suplicó que no se levantara de la mesa, aun sabiendo que Carlos había entrado en cólera.
-Carlos te pido disculpas, no quería que te molestaras en absoluto-Suplicó Estrella casi desesperada,
al mismo tiempo, sorprendida de su propia reacción.
-No lo parece Estrella. Discúlpame.-Finalmente optó por abandonar el comedor, no sin antes coger
el diario, y el extra que contenía en su interior.
Nada más salir, Estrella se dio cuenta de que algo se le cayó sin que éste se hubiera percatado.
Corrió hasta el borde de la puerta, se agachó y recogió del suelo un sobre. Un sobre sin sellar, pero con
un pequeño distintivo de que había pasado por correos y por un apartado. Exactamente igual al que
había recibido por parte de Javier.
-¿Pertenecerá al sobre que portaba mi carta, o será, que él también se está escribiendo con alguien?-
Reflexionó en alto.
En el preciso instante en que decidió ir a su habitación, para comprobar si su carta seguía en su sitio,
se topó con Carlos cara a cara. Se quedó muy cerca el uno del otro. Prácticamente chocaron.
-¡Querida, creo que portas algo que me pertenece!- Afirmó con rotundidad Carlos, y con cierto tono
de premura para le fuera devuelto.
-¿Es este sobre?- Estrella comenzó a agitarlo, como para provocar que alargara el brazo y tuvieran al
menos cierto contacto físico.
La situación comenzó a tomar un cariz ciertamente tenso, a pesar de que Estrella se lo estaba
tomando como un juego. Carlos no lo entendió así.
Comenzaron a forcejear.
-¡Por favor, dámelo! No voy a insistir- Carlos no estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones.
Comenzó a ponerse nervioso y a levantar la voz.
-¡Dámelo, dámelo!-Insistía una y otra vez.
-¿Por qué es tan importante para ti? ¡Soy tu esposa, cuéntame!-Marta seguía lo suyo.
Grace y el resto de sirvientes, se escondían detrás de la puerta de la cocina mientras observaban la
escena. No podían salir de su asombro.
-¡Pero qué haces!-Exclamó de repente Marta.
Carlos golpeó con rabia el brazo de Estrella para que ésta soltara el sobre, y sin esperarlo, terminó
besando el suelo. Se levantó rápidamente y se acercó a él, tanto, que la nariz de ambos servía de puente
para que de alguna manera se encontraran unidos, por una vez, aunque fuera por casualidad. Después de
tanto tiempo.
-Pero Estrella, ¿te has vuelto definitivamente loca?- Exclamó Carlos llevándose una mano a la boca.
Estrella le besó fuertemente en los labios y Carlos no tardó en separarse.
-¡Qué pasa esposo!, ¿no quieres que te bese?, estoy en mi derecho- Contestó Estrella excesivamente
alterada.
-¡Estás perdiendo el norte!, ¡seguro!-Exclamo con él rabia.
Dio media vuelta muy enfadado, camino de las escaleras y mientras golpeaba con fuerza los
escalones, ella comenzó a reírse de manera exagerada, sujetándose el vientre sin poder parar. Entonces
Grace asustada llamó la atención de Estrella y le preguntó si se encontraba bien.
-Estoy perfecta Grace, perfecta- No podía parar de reír.-Ahora mismo me siento de nuevo a la mesa,
no te preocupes.
Mientras estaba saboreando el primer plato, ya estaba nerviosa por recibir la siguiente carta. Su
cabeza era un hervidero de ideas, su imaginación le desbordaba.
Pasaron unos días y aún no había conocido noticias del incognito, como ella le llamaba. Bien es
cierto, que había hecho mal tiempo y durante muchos días las calles permanecieron heladas, a
consecuencia de las últimas nevadas. Aunque Estrella, no paró de preguntar a Grace si había llegado el
correo.
Nació un lunes soleado y la ciudad comenzó a respirar normalidad, por lo que Estrella decidió dar
un paseo y dirigirse a la casa de correos. Antes, telefoneó a Marta, ya que hacía bastantes días que no se
encontraban, y tenían la necesidad de saber la una de la otra. Así que, emplazaron su encuentro para
después.
Un par de horas más tarde, ya se encontraban intercambiando sus secretos y andanzas. No obstante,
Estrella decidió regresar pronto a casa, estaba deseando abrir la carta que le entregaron. Por su puesto,
después de haber saboreado otra buena taza de café.
En cuanto llegó y entro en la habitación, se deshizo rápidamente de sus zapatos y demás ropas de
calle, y se tumbó boca abajo con la carta entre las manos. Se llevó el sobre a la nariz, para averiguar si
él había tenido la misma idea. Tan solo descubrió un ligero aroma como a tabaco, nada que pudiera
identificarle. No le importo y comenzó a leer:
“Hola Estrella,
No creo que te llames así, ¿verdad? No importa, algún día lo sabré. No obstante, si fuera tu
verdadero nombre debes saber que me parece precioso. Desde que conozco tu nombre, todas las noches
miro al cielo, justo antes de que anochezca, por si a alguien se le ocurre observarlo antes que yo, así
puedo contemplarte a solas; imaginando claro, que realmente representaras una de ellas. La primera que
desprende su luz, esa eres tú. Así que, espero que a partir de ahora hagas lo mismo, y te asomes a la
ventana, para que se desvanezca mi soledad…”
La última carta, señalaba el momento más deseado: el lugar exacto en el que se encontraría con la
persona por la que había suspirado. Al mismo tiempo, que leía las palabras más cautivadoras que jamás
hubiera podido recibir, aunque le pareciera algo cursi. Se citaron en el lugar más visitado por Estrella en
los últimos tiempos, el café de la Avenida principal. Quedaron en llevar unas prendas con un color en
concreto, iría discreta, como es ella.
Deseaba no encontrarse con Carlos, al cual había visto sin ser descubierta, siempre en el mismo
café, aunque solo fuera de pasada. Alberto comentó en alguna ocasión, que le había visto siempre en
compañía del mismo hombre, en esas fiestas a las que Estrella ya no frecuentaba tanto, porque sentía la
necesidad de frenar su nueva y alocada vida. Las cartas le habían supuesto un momento de inflexión, un
nuevo punto de partida.
De nuevo era invierno y además era un día especialmente frío, así que, pensó en un sombrero rojizo
de temporadas más calurosas. Esta prenda haría distinguir su presencia, sobre el de otras mujeres que se
pudieran encontrar en el mismo lugar.
-¿Que le ocurre señora, está bien?-Preguntó con interés una de las sirvientas.
-Grace, ¿te importaría leer la última carta?-Solicitó con voz ronca y algo temblorosa, mientras se
sujetaba con las manos la cabeza, apoyada todavía sobre el tocador.
-Sí, por supuesto. Pero señora…-Intentó añadir la sirvienta.
-Ya sé, sé que no eres Grace y que ella murió hace tiempo, mucho tiempo. Por favor, no me
interrumpas, porque el tiempo puede que se esté agotando definitivamente.-Contestó Estrella irritada.
En ese momento llamaron a la puerta.
-Debo abrir la puerta, señora, ¿me disculpa?-Dijo la sirvienta.
-¿Y no puede acudir Bárbara?-Sugirió Estrella con cierto malestar.
-En estos momentos no se encuentra en la casa, señora- Contestó mientras se colocaba la cofia.
-Pues adelante, ve a abrir, no pierdas el tiempo.- Le decía Estrella, mientras le apremiaba haciéndole
gestos con una mano.
La sirvienta acudió a la entrada, y abrió la puerta.
-¡Buenos días señora! Marta, pase por favor.
-¿Cómo se encuentra hoy la señora, Ángela?-Preguntó Marta pasando por delante de la sirvienta.
-No sé qué decirle, hay momentos en los que parece no encontrarse en este mundo.-Ana contestó
con cierta suficiencia.
-¿Le has estado leyendo las cartas, como te dije?-Preguntó Marta con un tono de desconfianza.
-Por supuesto, no se preocupe, sabe que puede confiar en mí. A mí también me gusta ayudar a la
señora.
-¿Quién anda por ahí?- Se oyó escuchar a Estrella por el pasillo.
-Soy Marta, ¡ven, te espero en el salón!-Exclamó alzando la voz.
-Señora, ahora les traigo un café y un pastel de manzana.
-Muchas gracias, Ángela.
Marta esperaba en un sofá de orejas grandes, mientras abría el bolso y sacaba una pequeña carpeta
con numerosos papeles. Entonces entró con una bandeja Ángela, y la puso en la mesita muy cerca de la
chimenea.
-¿Desea que le sirva?
-Voy a esperar a que ella venga, pero gracias. Siéntate un momento mientras eso ocurre. He traído
más cartas, pero he modificado algunas cosillas.-Dijo Marta casi entre susurros.
-¿Señora, por qué hace eso?- Preguntó asombrada Ángela.
-¡Por favor, no intentes juzgarme. Somos amigas desde niñas, y no permitiré que sufra más de la
cuenta, ya tiene bastante con sus enfermedades!- Replicó con fiereza.
-No, por supuesto señora, no me mal interprete. Solo soy una sirvienta y no puedo decir lo que
pienso.-Afirmó Ángela dando un paso atrás, ya que no le había dado tiempo a sentarse.
-No he querido decir eso, solo que…, ha sufrido mucho. Además su memoria...- Marta bajo el tono
de la conversación.
-No me quiero entrometer, ¿pero no me puede contar que es lo que pasó realmente?-Sugirió Ángela
con mucha cautela.
Marta sin pronunciar palabra, le acercó a Ángela una de las cartas que había traído en el bolso. Ésta
la abrió y comenzó a leer.
Estrella era feliz, sin duda pasaba por el mejor momento de su vida. Días antes acudió a una de las
tiendas más elegantes de la ciudad y se hizo con uno de los vestidos más caros. No era muy habitual en
ella realizar un gasto semejante, pero pensaba que era una ocasión inmejorable.
De nuevo, delante del tocador como en tantas otras ocasiones, pero esta vez sería diferente. Se peinó
con mimo, y se perfumó de manera evidente. Se puso en pie, y se miró en el espejo más grande que se
encontraba en la habitación. De frente…, de lado…, la espalda… Cuando terminó de admirarse cogió el
bolso y se encaminó hacia la entrada, allí le esperaba Grace con el abrigo que más le gustaba, con el que
más cómoda se sentía.
-Buenas tardes Grace.-Pronunció Estrella con un tono muy jovial.
-Buenas tardes señora. Está preciosa. Espero que lo pase bien. Aquí tiene su sombrero de verano, y
no se preocupe no le voy a preguntar por ello. El chófer le espera fuera en el Ford. Me alegra verla tan
risueña.-Comentó Grace mientras le ayudaba a envolverse en su abrigo.
-Gracias Grace; descuida, lo intentaré. Veo que tiene ganas de hablar pero me tengo que marchar, lo
siento.-Contestó Estrella con cierto descaro.
Se montó en el coche y se dirigió hacia el café. Allí se encontraría con la que esperaba fuera la
mayor sorpresa de su vida…
Señora Marta, esto realmente no son cartas.-Interrumpió Ángela su propia lectura.
-No, es cierto. A Estrella le gustaba escribir, de hecho publicó algunas novelas, fue conocida en la
época. Así que pensó, ¿por qué no contar la historia que estaba viviendo?- Contestó Marta un tanto
compungida.
-No lo sabía.-Afirmó Ángela cruzándose de brazos.
-Ella escribía con un pseudónimo, no quería que su madre se enterara. Ya sabes, no estaba bien visto
en una señora de su posición…
-Si no le importa, voy a seguir leyendo.
Marta Asintió.
De camino, Estrella, fue leyendo una de las cartas de su admirador. Estaba muy nerviosa, y no
lograba concentrarse. No podía dejar de pensar en cómo sería, y que ocurriría si no se gustaran…
El chófer llegó a su destino, se bajó del coche para abrir la puerta de Estrella. Ella descendió
rápidamente y sea ayudó de la mano del conductor para apoyarse, y salvar la altura entre el vehículo y
la acera. Instintivamente miró a un lado y a otro de la calle, intentaba visualizar a alguien que no
conocía, y por el momento así era. Nadie le era familiar por lo que Estrella pensó que era el momento
de dejar a un lado los nervios, y centrarse.
Caminó unos pocos metros, un camarero le abrió la puerta. Nada más entrar, otro le preguntó
cuántas personas iban a ser; ella dudó y contestó.
-Finalmente seremos dos, ¿le importaría darme una mesa, de las que están al lado del cristal? Le
estaría muy agradecida- Estrella estrecho su mano con la del camarero, entregándole de esta manera un
billete de los pequeños.
-Claro señora, acompáñeme. Pero antes déjeme su abrigo, y su sombrero de verano-Solicitó el
camarero, muy servicial.
Ella se giró y le dirigió una mirada de manera desafiante.
-Discúlpeme señora, ¿he dicho algo que le molestara?- Preguntó el hombre avergonzado.
-¿Intenta decirme algo?, disculpe no suelo ser así, pero limítese a hacer su trabajo.-Profirió Estrella
de malos modos.
-Sí señora, disculpe no era mi intención importunarla. ¿Qué desea tomar? invita la casa, el gasto
corre de mi cuenta.
-¡Pero buen hombre, parece que quiera que le perdone la vida, solo quiero que me atienda! No creo
que merezca tal invitación, por inmiscuirse donde no le llaman. Realice su trabajo trayéndome una taza
de café y un pastelito de manzana.
Estrella estaba muy nerviosa y alzó la voz demasiado, tanto que las personas de su alrededor
acudieron a su llamada de atención, y no dudaron en observarla.
-Señora, enseguida. Enseguida estoy aquí -Contestó el camarero casi más nervioso que ella. La
mirada de su supervisor, al otro lado de la barra se clavó en su espalda, y el parecía haberlo sentido de
manera notable.
-Vaya, vaya, por favor, ¡no se entretenga!-Estrella empezó a ruborizarse por momentos y sugirió al
camarero, que eso era todo por el momento.
Ante la atenta mirada de varios clientes, cogió fuerza y cruzó su mirada con un hombre dos mesas
más a la derecha de la suya, para comprobar por qué no le quitaba ojo de encima. Se encontraba cerca
de la escalera que ofrecía acceso a la tan conocida planta de arriba, en un rincón discreto. Fue en ese
preciso instante, cuando se percató de que aquel hombre, de nuevo, era al que veía habitualmente
acompañado de Carlos.
Seguidamente los acontecimientos se precipitaron de manera inusitada, a una velocidad
incontrolable. El señor allí sentado en aquel discreto lugar, se levantó de la silla con el rictus
desencajado. Se quedó mirando hacia el gran ventanal a espaldas de Estrella. Mientras ella se giraba,
creyó ver la figura de Carlos parado en medio de la calzada. Como congelado, estupefacto. Sorprendido
por alguna escena incomprensible en ese intermedio inexplicable.
-¡Dios mío!- exclamó Estrella.
No reaccionó por unos instantes. Su mente se quedó totalmente en blanco. Las numerosas personas
que se encontraban en el café salieron raudas hacia la calle, para ver qué es lo que había sucedido. Ella
despertó del shock e hizo lo mismo que el resto, sin detenerse a pensar que es lo que le llevó allí. Tan
solo quería comprobar si realmente como le pareció, era Carlos la persona que vio desvanecerse y caer
al suelo.
-¡Por favor un médico!-gritaba un peatón que presenció el incidente.
Todos los testigos y curiosos se arremolinaron en torno al accidentado, y surgían los típicos
comentarios sobre lo ocurrido, aunque pocos sabrían que decir. Nadie imaginaba que podía estar
haciendo aquel hombre en ese momento, parado en medio de la calzada. Con la mirada fija en el Café.
Estrella comenzó a introducirse entre la marabunta, para comprobar de quién se trataba. Hasta que
atónita, supo, que la persona que estaba tumbada e inconsciente era su marido.
La policía, llegó por fin, y comenzó a dispersar al gentío que se precipitaba sobre Carlos. Estrella se
encontraba entonces arrodillada y a su lado, aún sin dar crédito a lo que estaba viviendo. No tardaron
mucho más en aparecer los sanitarios. Entre todos, iniciaron las pesquisas sobre lo ocurrido, y por
supuesto, le preguntaron si conocía a la víctima y que le relacionaba con ella.
No podía responder, estaba completamente ausente, fuera de sí. Uno de los enfermeros le agarró por
los brazos y se la llevó a una de las aceras para que se sentara, para alejarla de la muchedumbre. Así
estuvo unos minutos, demasiados; se olvidaron de ella incomprensiblemente y Estrella de manera
instintiva volvió al café a recoger sus pertenencias. Prácticamente nadie permanecía en su interior, así
que le resultó fácil llegar hasta la mesa.
Parece que despertó de ese trance cuando descubrió, que un sobre, similar a los que recibía por
correo de parte de su admirador, estaba sujeto por el pequeño plato sobre el que descansaba la taza de
café que había pedido minutos antes, aún humeante.
Se dio media vuelta y preguntó al servicio, si se habían percatado de quién se había acercado a su
mesa. Nadie se dio cuenta debido a los acontecimientos.
-Ha podido ser cualquiera, señora-Contestó un camarero.
Lo que sí pudo comprobar, fue que aquel hombre misterioso que acostumbraba a estar en compañía
de su marido, había desaparecido de escena.
Al salir del café, Estrella fue requerida por la policía para aclarar los hechos.
Dos días después Carlos fue enterrado, entre multitud de personas, a las que ella desconocía
prácticamente en su totalidad. No era de extrañar, la relación entre ambos era prácticamente inexistente.
Después del sepelio, fue acompañada por Alberto y Marta en automóvil hasta su casa. Antes de
entrar se detuvieron frente a ella.
-Creo que no quiero vivir más tiempo entre estas paredes. Me gustaría viajar durante una buena
temporada. Necesito alejarme de todo esto.
Los tres se mantuvieron en silencio, parados frente a ella, como esperando una respuesta. Pasaron
unos minutos.
-Bueno chicos, os quiero agradecer una vez más vuestra inestimable compañía. No sé qué haría sin
vosotros. Os quiero-Declaró Estrella después de un largo suspiro.
Se acercó a la pareja y los abrazó al mismo tiempo. Respiró profundamente.
-Entremos si os parece, tomemos una taza de café caliente.
Sentados a la mesa, Estrella les explicó como sucedió todo durante aquella tarde fatídica. Al
finalizar su exposición, confesó que encontró una carta encima de la mesa del café, y que aún no la
había leído por respeto a su esposo. Por supuesto, Marta puso un gesto de contrariedad, pero Estrella no
quiso hacer hincapié en esa mueca que le resultaba habitual para esas ocasiones.
-¿Quieres leerla ahora?-Preguntó Marta.
-No, creo que la leeré a solas y con tranquilidad. Casi sin terminar la frase, hizo mención sobre el
mutismo que Alberto estaba llevando a cabo durante todo el día.
-¿Te ocurre algo Alberto?, ¿te encuentras mal?-Preguntó Estrella preocupada.
-No, no me pasa nada, solo que estoy algo cansado-Contestó sin mirar a los ojos a Estrella.
-Tú que siempre me contabas cosas de Carlos, que le habías visto aquí y allí, últimamente no me has
dicho nada. ¿Sabes algo y no me lo quieres revelar?
-Por supuesto que no, sabes que si fuera así, no dudaría un minuto en decírtelo-Soltó de manera
tajante.
-Alberto, no creo que debas hablar de esa manera a Estrella. ¡Es un momento muy difícil para ella!-
Terminó exclamando muy contrariada.- Creo que deberíamos marcharnos y dejar que descanse, después
de un día tan complicado.
-Yo no diría complicado, más bien surrealista. Uff, sí, estoy agotada, sobre todo de pensar en tantas
cosas… He percibido tantas sensaciones dispares últimamente, que me siento extraña.
Repentinamente Alberto dijo que deseaba marcharse.
-Sí claro, nos vamos Estrella. No sé qué le pasa a este hombre, y hoy no quiero discutir-Refunfuño
Marta, mientras cogía del perchero su abrigo.
Alberto casi sin despedirse salió por la puerta. Se miraron la una a la otra sorprendidas.
-Discúlpale, estará cansado.
-Marta por favor, nos conocemos desde hace mucho, ¿no?, déjalo correr-Le susurró Estrella antes de
cruzar el umbral de la puerta de entrada.
Estrella se ofreció para acompañarla hasta el coche.
-¡Qué hace frío, quédate en casa, anda!-Suplicó Marta, mientras le cogía una de sus manos.
-Es que os voy a echar mucho de menos, aunque no estuviera muy unida a él, sabía que se
encontraba en la casa, a pesar de todo, me hacía compañía. Como lo podría explicar…
A pesar de todo, Estrella y Marta, descendieron la escalinata que daba acceso a la casa, juntas. Ya en
la calle, Estrella vio como Alberto iba hacia el automóvil, estaba a unos cuantos metros de distancia,
pero aun así…
-Marta, ¿habéis tenido algún percance con el automóvil?-Le preguntó Estrella mientras cerraba un
poco los ojos, como afinando éstos, como si de ésta manera fuera a ver mejor.
-¿Cómo dices Estrella?
-Sí, parece que está golpeado el morro…-Contestó Estrella.
Alberto y Marta ya se encontraban en el interior del automóvil, y Estrella, pensó que no le
escucharon bien o que no le daban importancia al hecho de tener un desperfecto en el morro, así que,
para que se iba a preocupar si sus amigos no reparaban en ello.
-No me lo puedo creer señora… ¿Fue con ese coche con el que atropellaron al señor Don Carlos?, o
es que yo voy mucho al cine, y ya me imagino yo mi propia película.
-Pues…, este es un punto que no quiero descubrir exactamente…, déjalo, sigue leyendo y ya veré lo
que escribo definitivamente.
-Pero Marta, ¿usted cree que Estrella no se acuerda de nada de la historia de su propia vida?
-Ángela, ahora mismo recuerda cosas, pero cada día tiene mayores lagunas y tiene dificultades en
distinguir la realidad de la ficción. Venga por favor, continua.
Estrella se encontraba destrozada, y arengada se dejó caer literalmente en el sofá. De nuevo portaba
una carta de su amante en la mano, aunque sentía algo distinto. Decepción.
Aunque Carlos hubiera fallecido, se sentía culpable de experimentar algo especial por otra persona
aunque no la conociera de nada. No obstante, creyó que ya no tenía nada que perder, y se dispuso a abrir
el sobre para resolver su intriga y conocer su contenido. De nuevo una cuartilla con el mismo olor
característico. No se percató de ese detalle cuando estuvo en el café esperándole, aunque realmente no
le diera tiempo a mucho. Además, fumar en pipa es algo habitual. Siempre buscando una explicación a
todo. Sin dejar de navegar por los resquicios de sus pensamientos, desdobló la cuartilla y se dispuso a
leer.
“Hola Estrella,
Si estás leyendo esta carta es porque no me atrevía a agasajarte. Dentro de poco tiempo descubrirás
quien soy, y es posible que te quedes algo sorprendida, porque ya nos hemos visto en otras ocasiones.
El día que quedamos en el café te vi sentada junto al cristal, y verdaderamente te encontré preciosa.
Si te digo la verdad yo estaba situado en tu espacio visual, aunque no te percataras de mi presencia…”
Estrella dejó de leer la carta y se quedó mirando al techo derrotada, no daba crédito, seguía tan
cansada que decidió no moverse del sofá. Se tumbó a lo largo del mismo y con sus manos en forma de
almohada. Colocó su cabeza, y entre ellas, la carta: Bien agarrada, arrugándola, no quería perder el
elemento que confirmaba lo más emocionante que había experimentado jamás.
-Buenas tardes, ¿se puede saber qué estáis tramando? Ángela, no creas todo lo que te dice, sí que
recuerdo cosas, muchas cosas.
Había transcurrido tanto tiempo desde que Marta saludara a Estrella emplazándola en el salón, que
la lectura las había dejado absortas y habían perdido la noción del tiempo. Sencillamente no la
esperaban en ese momento.
-¡Estrella!-Exclamo Marta. ¡Nos has asustado!-Dijo con la voz quebrada.
-Señora, disculpe. En seguida le traigo sus medicinas…
-Tranquilas, no os mováis. ¿Qué os pensabais, que ya estaba muerta? o que no vivo aquí.
-¡Por dios Estrella!, has agudizado aún si cabe tu ácido humor. Anda, ven aquí y siéntate a mi lado.-
Sugirió Marta.
-Eso será, si yo quiero. No vas a dirigir más los designios de mi existencia. ¿O me vas a seguir hasta
el infierno?
Estrella se sentó al lado de Marta, como ésta le había pedido. Nada más hacerlo, se acercó a ella y le
besó en la mejilla.
-Ángela, por favor, sírvenos el café y siéntate, porque veo que quieres saber más de mí. Y en
realidad tienes razón, nos conocemos desde hace mucho tiempo, y no me he abierto a contarte mis
cosillas, ni tú, claro, a mí las tuyas. Además creo que es el mejor momento, ya que ante la imposibilidad
de poder asearme yo sola, y dado que estás descubriendo mi intimidad más de lo que yo hubiera
imaginado, que jamás lo haría una mujer , pues ...¿por qué no?
Entonces las tres comenzaron a reírse a carcajadas sin parar.
-La verdad que sufrir varias enfermedades al mismo tiempo, me está debilitando, y como sabes, una
de ellas, mi memoria. Espero poder acordarme de los detalles que acontecieron siguiendo el hilo que
Marta dejó, cuando la interrumpí.
-¡Señora, despierte por favor! Le llaman por teléfono.
-Grace, por favor no me molestes, me siento agotada.-Contestó Estrella con los ojos cerrados.
-Señora, ¡es Marta, y dice que es urgente!
Estrella se levantó de un brinco asustada.
-¡Pero señora, se ha vuelto a ir a la cama con la misma ropa de ayer! ¿Ya ha vuelto usted a las
andadas?
-Grace, por favor. No empecemos… ¿Te ha comentado si ha pasado algo importante?
-Ni una sola palabra- Contestó Grace desde el cuarto de Estrella.
Entró en el salón, cogió el teléfono y saludó a Marta.
-Hola Marta, ¿qué ocurre?-Preguntó aún somnolienta.
-Estrella, tenemos que hablar, tengo cosas que contarte sobre el accidente de Carlos. ¿Puedo verte en
tu casa en media hora?
-Pero bueno, dime algo, ¡por favor! No me dejes en ascuas.
-Lo siento Estrella, por teléfono no. ¿Podemos vernos en tu casa en media hora?
-Sí, por supuesto, aquí te espero.
Marta colgó y Estrella se quedó con el auricular en la mano, pensando qué podía estar ocurriendo
de nuevo.
-No me lo puedo creer…, me gustaría desaparecer de este lugar de una vez por todas, no lo soporto-
Dijo en voz alta.
-¿Pero qué le ocurre señora?, está usted blanca como la cal. ¿Ha recibido una mala noticia?-
conjeturó Grace.
-Intuyo que sí, Grace. Marta estará aquí en unos minutos. Me tiene que dar una noticia más que
preocupante, lo he detectado por su voz. La premura en sus palabras, no es presagio de nada bueno.
- No se preocupe, ya verá como no es nada. Siéntese y espérela tranquila. Si quiere me quedo con
usted hasta que ella llegue, o si lo desea le preparo un té.
-No Grace, no quiero que pierdas más el tiempo con mis problemas. Contestó Estrella, con la mirada
perdida en dirección al ventanal del salón, desde donde se veía una de las principales calles de la
ciudad.
No concluyeron de hablar, cuando sonó la campana de la puerta.
-Yo abriré, señora.-Grace fue corriendo literalmente hasta la entrada.
Marta entró como una exhalación por la puerta: sin hálito, temblorosa.
-Estrella, no puedo más. He de contarte como fue en realidad el suceso en torno a la muerte de
Carlos.
-¿Qué me quieres decir, Marta?, no te entiendo. Yo estaba allí, vi prácticamente todo, vi cómo moría
tirado en plena calle-Afirmó Estrella entre sollozos.
-No me refiero a eso, quiero decir que…, sé quién provocó su muerte.
-¡Por el amor de Dios Marta, has perdido los papeles!-Exclamó Estrella dándole la espalda a Marta.
En ese momento de nuevo llamaron a la campana e interrumpieron la conversación.
-Buenos días Grace, lléveme hasta la señora.
-Sí, vaya al salón, se encuentran allí.
Se escucharon levemente estas palabras desde el recibidor.
-Me imagino quién más está aquí, ¡le dije que no se moviera de casa!-Vociferó Marta.
Entró al salón también vociferando, cuando Marta terminó de pronunciar su última palabra.
-Estrella, ¿qué es lo que te ha contado? No habrás sido capaz de escucharla, es cierto, ¿verdad?-
Alberto se acercó a Estrella hasta el sofá para estrecharla entre sus brazos.
-Pero Alberto, ¿cómo te atreves a entrar así en una casa ajena?-Exclamó Marta.
-No seas hipócrita, y deja de mentir a tu amiga-Contestó de manera apresurada Alberto.
Estrella se agarró al brazo del sofá para levantarse, y gritó:
-¡Estoy harta últimamente de vuestra actitud, no sois sinceros conmigo!, ¡por favor, que está
ocurriendo de una vez por todas! O me lo contáis o de lo contrario… ¡os marcháis de mi casa ahora
mismo!-Exclamó no muy convencida.
El silencio se hizo en toda la casa. Todos se quedaron paralizados. Hasta que uno de ellos,
interrumpió de manera inevitable lo que pareció una pausa eterna.
-Estrella escúchame atentamente. Yo atropellé a Carlos con el coche de Alberto- Dijo Marta entre
sollozos.
¡No es cierto Estrella, fui yo!-Pronunció Alberto desatado, con una voz desgarrada por la furia y la
impotencia.
Estrella inmóvil ante tal noticia, solo movía la cabeza de un lado a otro, negando tal suceso. Hasta
que explotó.
-Pero… ¿por qué? No lo entiendo. Ahora quiero ser demasiado ingenua y pensar que fue un
accidente. Marta dime que fue un accidente.
Marta dudó.
-¡Marta, por favor, contesta!, ¡ahora no te quedes sin pronunciar palabra! ¿Por qué lo hicisteis?-
Preguntó Estrella a punto de estallar.
Alberto intentó tomar la iniciativa, se acercó a Estrella y retomó la idea de nuevo, de estrecharla
entre sus brazos; pero esta se giró y se dio media vuelta en un mar de lágrimas. Solo podía pronunciar
por qué, una y otra vez.
Pasaron unos cuantos minutos hasta que todo se calmó un poco. No cambiaron de posición en ese
tiempo, quedaron paralizados como estatuas de sal.
-Estrella lo siento mucho, no quería que pasaras por esto-Pronunció Marta sentada ahora en el sofá,
con las manos juntas, atrapadas entre sus rodillas y mirando al suelo, como avergonzada.
-No fue planeado, de verdad. Te lo puedo contar rápidamente…
-No es justo, por supuesto, por descontado, que ni para él… ni siquiera para mí. La muerte de un
hombre, que el único delito que cometió fue casarse por conveniencia. Qué derecho teníais… ¡decirme!
Es cierto, no nos queríamos, pero me sentía protegida, nos hacíamos compañía en la casa...
Estrella rompió de nuevo a llorar y abandonó el salón. Y tras ella, Grace, que fue en su busca.
-Señora, me he enterado de todo. Usted tiene que volver ahí para que le aclaren sus presuntos
amigos, cuál fue el motivo que les llevó a ejecutar semejante plan. Estoy aquí para ayudarle, ya lo sabe.
O que se cree, ¿qué su madre me encomendó esta misión de llevar esta santa casa para prepararle cafés
y hacerle la cama? No Estrella, para tu madre era injusto que se consumara este matrimonio y sabía que
sufrirías. Ya lo sabes, y ahora iré contigo a sonsacar a ese par de liantes que es lo que sucedió ese
maldito día.
Estrella se quedó asombrada ante esta nueva actitud que tomaba su ama de llaves.
-Ya sabéis quién soy y conocéis a la madre de Estrella. Yo hablo aquí por ella en su ausencia. Nos
hemos puesto en contacto y es consciente de la situación actual .Así que por favor, empezar a hablar de
inmediato o me veré en la obligación de llamar a la policía.- Grace tomó las riendas ante la sorpresa de
la pareja.
Ya no solo fue Estrella la sorprendida. Aunque no duró mucho, en seguida se dispusieron a
desentramar aquella sórdida historia.
-Estrella, no hace falta que te diga, que Carlos frecuentaba con unos tipos de sospechosa reputación,
los ambientes que a veces visitábamos nosotros. Tú misma lo comprobaste...-Comenzó la exposición de
Marta como si de un juicio se tratara, para que sin perder el hilo, Alberto continuara.
-Uno de ellos era prácticamente su sombra. En una de las ocasiones que vine a visitarte, y Marta ya
se encontraba en tu compañía, les escuché hablar fuera en el jardín. Parecía que estaban ultimando
algún tipo de trama oscura, susurraban de mala gana, casi discutiendo. Y de lo poco que pude
entenderles ,fue a Carlos instando a ese caballero, que estuviera pronto al día siguiente en la casa de
correos para recoger un sobre de un apartado.
-Sí, yo sorprendí a Carlos en una ocasión allí, o más bien fue mutuo-Afirmó y reflexionó al mismo
tiempo Estrella.
-La cuestión, es que como bien sabes Estrella, siempre he estado bajo tus órdenes en cuanto a
averiguar su paradero, para cerciorarte de que no se veía con ninguna otra mujer. Incluso llegué a
pensar que frecuentaba ese lugar porque tenía otras tendencias…, tú ya me comprendes. La verdad es
que siempre fue muy inteligente, ya que nadie podría sospechar lo que estaba tramando en compañía de
sus secuaces.
-Por favor Alberto, ¡puedes dejar de andarte por las ramas e ir al centro del asunto!-Insistió de nuevo
Estrella, ante la dilatada charla de Alberto.
-Sí, disculpa. Estrella. Tu padre a su muerte te dejó en herencia parte de sus negocios y propiedades,
ya que como conocemos todos, eres hija única. Como yo soy el abogado que gestionó su deceso, soy la
única persona, que yo supiera hasta hace bien poco tiempo, conocedora de las escrituras y de las
clausulas referentes al resto de herencia que faltaba porque recibieras, y que dejó a buen recaudo, en una
caja fuerte en un banco de Londres.
-Alberto, no te conozco.-Entonces Estrella se quedó mirando fijamente a Marta.
-No sé por qué me miras así, yo desconocía todo este asunto. Me estoy enterando como tú, en este
mismo momento-Se exculpó Marta decidida.
-Por favor sigue-Sugirió de nuevo Estrella, algo exasperada.
-La cuestión es que, a través de un operario de la casa de correos, pude interceptar
momentáneamente el sobre que contenía el mensaje al que Carlos se refirió en la noche anterior.
Estrella, tu esposo estaba ejecutando un plan para asesinarte. Todavía desconozco como pudo averiguar
lo que contenían esas escrituras.
-¿Y tú, cómo conoces que estaba tramando asesinarme y por qué razón, si supuestamente eres la
única persona conocedora del documento?
-Te lo estoy diciendo Estrella, porque intercepté una carta.
-Dudo Alberto, que Carlos fuera tan estúpido de escribir en una carta, que su deseo o su plan fuera
asesinarme.
-¡Tú sabes algo más! Confiesa- Exclamó Estrella. ¿Evidentemente alguien más conocería ese
maldito documento, no?
-Sé algo más, pero mi juramento como abogado…
-Por favor, ¡déjate de remilgos profesionales, que ya nos conocemos!-Exclamó Estrella cansada.
-Estrella, ¿tú quién crees que puede conocer este asunto?-Preguntó Alberto con un tono demasiado
sutil.
Estrella realizó una pausa para pensar durante un instante, lo suficiente como para reconocer
rápidamente la respuesta.
-¡Mi madre!-Contestó Estrella alarmada.
-Exacto. Tu madre-Contestó Alberto chascando los dedos.
-Ahora ya me dejas de piedra. ¿Estás insinuando que mi madre conocía que estaban planeando
asesinarme?, o realmente ¿quería hacerlo ella también?-Estrella ponía en funcionamiento su maquinaria
de la imaginación.
-No, exactamente. Sabes que tu madre y tu padre no se llevaban muy bien. Por este motivo tú
recibes su herencia, y ella, una insignificante asignación. Conocía perfectamente este hecho antes de
morir tu padre. Por supuesto, vinieron juntos y de mutuo acuerdo a firmar ante un notario su testamento.
Dejaron por escrito, que en el caso de que te quedaras sola, parte de sus propiedades pasarían a su
persona para que se pudieran gestionar, porque él pensaba que era demasiado para ti, el volumen de
propiedades y negocios, no obstante, todo sería bajo tu supervisión interviniendo en todas las decisiones
importantes. Siempre pensaba en ti, los dos, sabes de sobra que tu madre nunca te haría daño.
-No encuentro el nexo entre mi madre, Carlos y que quisieran asesinarme, ó quisiera asesinarme.
Estoy perdida.
-Estrella, tu madre vino al despacho a que le hiciéramos el testamento hace unas semanas, y no sé…,
hablamos con franqueza y le conté el contenido de la carta que intercepté.
-¿Y por qué no me lo contaste antes a mí?, no tiene sentido-Preguntó Estrella desesperada.
-No quería que te preocuparas. Así que tu madre, movió unos cuantos hilos y contrató a un tipo para
que se relacionara con Carlos, y así, esperaba que fructificara cierta amistad .Siempre pensó que era
fácilmente amigable con un par de copas de más, conocería entonces de cerca sus planes. Dio en el
clavo totalmente. Le involucró hasta el último momento, tanto, que le convenció de que la mano
ejecutora debía de ser él.
El problema fue cuando Carlos a su vez, descubrió que te carteabas con un hombre, y no con uno
cualquiera. Se volvió loco y fue en tu busca para asesinarte con sus propias manos, y delante de todo el
mundo, en el café. Todo ocurrió el mismo día en el que quedaste con tu amigo secreto.
-Alberto, ¿y Carlos?, ¿cómo conocía mi relación con este hombre, si es que se puede llamar así?
-Porque el hombre con el que te carteabas, era el mismo que había contratado tu madre, y a su vez,
el mismo que pensaba Carlos que iba a acabar con tu vida.
-Cuando el presunto amigo de Carlos fue descubierto por ser tu supuesto amante, éste intentó
apresurarse y declararse en el café. Y fue en ese momento, cuando de manera precipitada decidimos
entrar en acción Marta y yo. Porque tu madre se ha enterado ahora, gracias a Grace, claro.
-A ver si ahora voy ser yo la responsable de esta situación, señor.-Intervino Grace dirigiéndose a
Alberto y adelantándose antes de que pudiera seguir hablando.
-¿Cómo?-Alberto quiso contestar a Grace, pero finalmente no lo hizo, poniendo un gesto como si no
mereciera la pena hacerlo.
-¿Y a quién se le ocurrió la brillante idea de atropellarlo, como si no existiera otra opción…?-
Preguntó Estrella, mientras llevaba un pañuelo hacia su nariz.
-Yo diría que fue un accidente. Cuando Javier, que así se llama este señor misterioso, perdona que te
lo desvele de esta manera…
-Entonces no mentía, me dijo su nombre real-Comentó Estrella entre las explicaciones de Alberto.
-No lo sabía. Bueno, a lo que iba; antes de ir al café, apareció por nuestra casa y nos contó lo que iba
a hacer. En principio no le creímos. Pero más tarde reaccionamos y quisimos comprobar si todo era
cierto.
-Y mientras yo conducía y miraba a la vez que Marta, hacia todas partes, por la Gran Avenida del
Café para impedir una tragedia, ya que Javier nos desveló que Carlos conocía el asunto de las cartas…;
en definitiva, teníamos que detener a ambos. Sucedió todo en un instante y no me dio tiempo a
reaccionar, estaba allí parado en medio de la calle, y Marta había llamado antes mi atención, porque
Javier estaba sentado en una mesa muy próxima a ti, mientras tu esperabas a alguien a quién no
conocías de nada en absoluto.
-Alberto, ¿tú conocías si ese hombre estaba enamorado de mí?-Comenzó de nuevo Estrella a llorar .
-A ese hombre prácticamente no le conocía, nos mandábamos telegramas o acudíamos a la casa de
correos al igual que Carlos, que manejaba de esta manera sus negocios con él o con otros socios. Creo
que fue tu madre, quien le facilitó en alguna ocasión nuestra dirección en caso de urgencia, como única
opción. Deduzco entonces que serías importante para él, como para pensar que ese sería un momento
crítico y al parecer algo desesperado.
-Y, ¿qué es de su paradero?-Preguntó algo ansiosa Estrella.
-Lo desconozco, tengo entendido que no solo fue a ajustarle las cuentas a tu difunto esposo, sino
también alguno de sus secuaces.
-¡No me puedo creer todo lo que he estado escuchando!-Expresó Ángela con excesivo entusiasmo.
-Schhhhh, no hables tan alto, que Estrella se ha dormido.-Dijo Marta casi entre susurros.-Ayúdame a
levantarla y la llevamos a la habitación, ya está bien por hoy.
Entre ambas la intentaron despertar, y Estrella muy adormilada ayudó lo suficiente para andar unos
pasos hasta la cama, entre sueños.
Cuando la acostaron, Marta le ofreció a la sirvienta las últimas indicaciones de lo que debía de leer
los próximos días.
-Ángela, por favor cíñete al guion, no lo olvides-Solicitó Marta amablemente.
-Señora Marta, ¿y finalmente Estrella encontró a ese hombre?
-Ojalá la vida fuera así de sencilla, como un cuento de hadas-Culminó Marta
Marta se estaba poniendo la chaqueta para marcharse a su casa.
-Espere que le ayudo.
-Gracias-Contestó Marta.
-Como te decía Ángela, no todo es como uno quiere, ni tan siquiera cuando se tiene dinero. Una
persona puede llegar a ser la más infeliz del mundo, si le falta coraje o decisión.-Marta se quedó
mirando al infinito hasta que volvió en sí, tras una nueva cuestión planteada.
-¿Qué me quiere decir?, ya, lo he leído estos últimos días, además de escuchárselo de su propia
boca, Estrella no lo pasó nada bien.
-Querida, Estrella fue aún más desgraciada, y no quiero que cuando fallezca se vaya pensando que
no fue feliz.
-Dígame como terminó todo, por favor, yo también quiero ayudar y poner de mi parte-Solicitó
Ángela con desesperación.
-Ya no hay nada más que aportar, todo lo que sabes es la composición entre una de sus viejas
novelas, mi propia invención y nuestras vidas. Estrella jamás se atrevió a escribir una carta secreta a
nadie, nunca vivió una apasionada historia, no dio aquel paso, a pesar de que yo hice todo lo posible.
-Entonces es una historia falsa, una vida sin amor.- Dijo Ángela decepcionada.
-Es una historia real, sin más. Le queda poco tiempo, ¡haz el favor y cumple con lo que te he dicho!-
Suplicó Marta con los ojos humedecidos.
Entonces Ángela con la mirada perdida, cerró poco a poco la puerta mientras Marta salía al tiempo.
-Una vida sin amor…-Seguía diciendo Ángela.
-Excepto por el que uno de sus amigos sintió por ella.-Dijo en voz alta.
Se escucharon entonces sus últimas palabras; perdidas, por el eco despreciadas. Como el final del
taconeo tras el último escalón.


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