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El alma desordenada:

Sintonizando con los Movimientos del Amor


Colección Autores
El alma desordenada:
Sintonizando con los Movimientos del Amor
Crawford , Janice

El alma desordenada : sintonizando con los movimientos del amor . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Editorial Alma Lepik, 2014.
200 p. ; 14x20 cm.

ISBN 978-987-97405-8-3
1. Psicología Sistémica. I. Título CDD 150
Fecha de catalogación: 17/12/2014

Título Original:
The Disorderly Soul: Aligning with the Movement of Love Primera Edición 2014, Zeig, Tucker & Theisen, INC.
Estados Unidos.
© 2014 Janice Crawford
© 2014 para la edición en castellano, Editorial Alma Lepik. Edición revisada.
Traducción y Corrección: Ediciones de lo Posible Coordinación Editorial: Graciela Lauro Diseño de Tapa e
Interior: Liliana Cometta Primera Edición en Español: Diciembre de 2014 Imprenta: Ediciones Lulemar

Reservados todos los derechos por la editorial. Este libro no puede reproducirse total ni parcialmente, en cualquier forma que sea, electrónica o mecánica, sin autorización escrita de los autores y / o la editorial.

Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina


ISBN: 978-987-97405-8-3
Quito 4231 Buenos Aires gerencia@almalepik.com Colección Autores www.almalepik.com
Para A y H Las siguientes las mejores chances

ÍNDICE
Prólogo ........................................................................................7
La visita de Cristina.................................................................... 13
Las almas optativas ...................................................................25
La niña de hielo..........................................................................29
Mi Madre....................................................................................39
Mi Padre.....................................................................................47
La tierra lejana...........................................................................53
El movimiento feminista.............................................................57
Trabajando y amando.................................................................63
Bert Hellinger: el maestro..........................................................75
La copa de la vida ......................................................................85
Las corrientes profundas............................................................95
La terapeuta difícil ....................................................................113
Fuerzas superiores................................................................... 133
Reconocimientos...................................................................... 147
Bibliografía .............................................................................. 149 Acerca de la
Autora.................................................................. 153

PRÓLOGO
En el muelle de Liverpool, mi hermano David había dicho: “Los cuervos en América
son tan negros como los cuervos en Inglaterra”, y por un largo tiempo fueron más negros
aún. Pero yo no podría haber sabido en 1840 que eso significaba que la clase de gente
con la que viajaría, y a la que servía desde los 12 años, me negaría comida y calzado
aun cuando la nieve nos cayera atravesando el campo.

Dios, tampoco podía saber entonces que sufriría de reumatismo por tener que ocultarme
de las turbas que por ser mormones incendiaron nuestra casa y nos obligaron a huir en
las noches heladas. Ni que debido a eso, mi inquieta bebé Sarah Ann caería de entre
mis manos en la chimenea y que tendría que arrastrarla fuera de las llamas con los
dientes… ni de las cicatrices que dejaría. Y es que sí, aunque mi Robert y yo cuidamos
a nuestros pequeños lo mejor que pudimos, no estábamos en condiciones de asegurar
que sobrevivieran al día siguiente o de prever qué podría venir tras nosotros.

Ni que la vida de nuestra tataranieta Jan hubiera sido la más dura de conjurar.

No pareciera que hubiese nada en ella semejante a nosotros. Nosotros tuvimos quienes
se dieron a la bebida e incluso quienes cometieron crímenes realmente graves, pero
reconozco que aún así, quizás fuera ella la más extraviada de todos. Y no fue por sus
religiones ajenas o, por lo que hubiéramos pensado entonces, fuera su vida alejada de
Dios. Fueron más bien sus modales atrevidos y descuidados, y no tener en
consideración a la familia de su padre y aún a su fe. Eso fue difícil de soportar. Pero
sobre todo nos entristecía lo poco que ella hacía por recibir los dones que muchos de
nosotros disfrutamos.

Pero veo ahora que, como cada uno de nosotros, ella estaba encontrando su camino. Y
este libro suyo es acerca de su visión de que podemos hacer mucho más que estudiar
los hechos sobre quienes nos precedieron. Resulta que cada uno puede ocupar su justo
lugar entre ellos, y al hacerlo favorecer que ellos también lo hagan.

Así que el libro de nuestra Jan es el gentil y realista relato de nuestra familia. Pero ella
no lo hubiera escrito si no fuera porque muchos otros semejantes sufren algún tipo de
trastorno en sus fuerzas y en sus afectos. Hablando sobre lo que la gente en su tiempo
llama “psicología” y “espiritualidad”, ella nos describe como algunos, de certeros y
hermosos intelectos y corazones, están enseñando cómo volver a sanar esos lugares
dañados, en un viaje en el cual quienes lo emprenden pueden encontrar su camino de
regreso a todos nosotros y luego seguir adelante recuperados.

Y resulta que muchos otros amigos -en lugares de los que nunca antes escuché, como
“Mongolia” o “Sri Lanka”- están contando sus propias historias por lo que ellas nos
dicen acerca de un nuevo tipo de felicidad, una clase de felicidad por la que nosotros y
muchos otros aún en su tiempo sólo pueden orar y añorar.

Mary Smallman Watkins Alpine, Utah

LA VISITA DE CRISTINA
Esta es la historia de la fuerza vital que insiste en surgir con más energía aún, según voy
dejando un nivel de verdad por otro, más esencial. La belleza en este movimiento es
que ocurre sin importar los obstáculos en su fluir. Y, en esencia, este libro constituye
una memoria íntima de cómo esa fuerza viaja a través de generaciones en mi propia
familia hasta mí y, con menos obstáculos ahora, a través de mí a aquellos que seguirán.

Con apenas disimulado desdén, yo rechacé a mis dos padres y sus familias por casi
toda una vida. Incapaz de mencionar siquiera el temor de que las historias de ambos
fueran demasiado peligrosas aún para conocerlas, inconscientemente reaccioné con el
sentimiento de que había lugares irrevocablemente desolados en ellos y, en
consecuencia, también dentro de mí. Conociendo muy poco acerca de las realidades de
cada ascendiente en ese momento, sentía que estaban cargados de una tragedia e
indiscriminada vergüenza demasiado grandes como para poder soportarlos.

Atrapada entre el deseo de ser parte y la necesidad instintiva de sobrevivir, sentía que
la pertenencia a mi familia era algo que sofocaría mis esfuerzos de supervivencia. Huir
se convirtió en mi meta y, como describe uno de mis poemas, fui a buscar apoyo en
“muchos rostros y credos”, en lugar de volverme hacia las generaciones que me
precedieron para encontrarlo. Yo no tenía idea de que aquello que estaba buscando era
algo sobre lo cual conscientemente había perdido la esperanza muy temprano en mi
vida, había olvidado siquiera querer entrar y ocupar el lugar correcto en el seno de la
familia que había rechazado, sin sentir que tuviera que renunciar a mi propio
conocimiento para hacerlo.

Tuve la fortuna de haber recibido durante varias décadas tanto las psicoterapias más
terrenales y representativas, como las enseñanzas espirituales más sublimes
disponibles. Sin embargo, ese movimiento esencial dirigido a encontrar el camino hacia
la armonía de mi alma y la de mi familia, realmente no comenzó hasta la tarde de
invierno en que mi vivaz colega argentina Cristina Casanova pasó a visitarme unos
pocos años atrás.

La práctica de Constelaciones Familiares Sistémicas a la que ella me introdujo aquel


día, fue la que creó la reconciliación en el seno de mi familia, la que trajo una felicidad
en ocasiones deslumbrante a mi vida y transformó my trabajo como psicoterapeuta de
trauma, y por todo ello es parte esencial de este libro. Y como para mucha gente la
poesía, como un sonar de aguas profundas, puede captar en una dimensión adicional su
resonancia personal con la travesía que describe este libro, he incluido algunos de mis
poemas entre sus páginas.

Varios años antes, yo había colaborado en el entrenamiento de Cristina en trauma


psicosomático, y ella estaba ahora muy entusiasmada de mostrarme otro enfoque con el
que había estado trabajando desde nuestro último encuentro. Puso una pequeña bolsa
sobre la mesa de café y extrajo de ella varias figuras de plástico de dos y tres pulgadas
de altura con extremidades móviles. A continuación me preguntó: ¨Que te gustaría
explorar?”

En conocimiento de que el trabajo que ella venía realizando estaba relacionado con las
familias, dije: “Estoy muy contenta de que mi padre y yo llegáramos a una incómoda
tregua en los años finales de su vida, e incluso a cierta triste ternura antes de su muerte
en 1999. Sin embargo, y a pesar de lo frecuentemente que traté mi relación con él en
terapia a lo largo de los años, a menudo cuando pienso en él aún siento desesperanza y
enojo”.

Ella colocó una de las figuras de dos pulgadas sobre la mesa frente a nosotros y dijo:
“Esta figura representa a tu padre”. Al poner una de las figuras más altas de frente a su
espalda una pulgada por detrás, dijo: “Esta figura representa a su padre”, un
misteriosamente nunca mencionado alguacil de Missouri que fue asesinado en un tiroteo
en 1916, cuando mi padre tenía dos años de edad. Luego, ella puso los brazos del padre
sobre los hombros del mío.

Dados mis sentimientos hacia mi padre, me sorprendió estar tan repentinamente


conmovida. Y al seguir contemplando las figuras, apenas podía soportar la intensidad
de una reacción creciente en mí. Me encontré diciéndole a Cristina: “No, mi abuelo
solo puede tener un brazo en el hombro de mi padre!”. Realmente yo no tenía idea si lo
que estaba experimentando era un inesperado sentimiento de protección hacia mi padre
-la sensación de que eso sería más de lo que podría soportar— o si simplemente se
trataba de un desborde emocional. Entonces ella bajó uno de los brazos, y yo sentí un
inmediato alivio y una mejor disposición para absorber la realidad que estaba
comenzando a ver y sentir.

Luego ella preguntó, “Te pondrías de pie, y estaría bien para ti si yo también lo hago
para representar a tu padre?” Yo asentí con cautela pero dije con firmeza, ¨Si tú me
miras a los ojos representando a mi padre, no sería acertado. Con excepción de haber
apoyado nuestras cabezas uno en el otro en nuestros últimos momentos juntos, no
recuerdo que él haya tenido nunca ningún tipo de contacto personal conmigo.¨

Incómoda, a medida que caminaba hacia el centro del ambiente, noté que no podía
mirar en dirección a “mi padre” que estaba parado a unos pocos pies y de frente hacia
mí. Obviamente él tampoco podía mirarme, Cristina me comentó luego que como mi
padre, sintió su mirada fuertemente llevada a volverse y dirigirse hacia el piso, detrás
de ella. En ese momento, quedó aún más claro al observar las figuras de plástico juntas,
que mi padre con todo su ser estaba -y siempre había estado- impulsado a estar con su
padre. Y a medida que yo aceptaba todo lo que estaba sucediendo, un cambio comenzó
a permitirme sentir por vez primera la bien disimulada pérdida y el anhelo de toda una
vida de mi padre. Como más tarde fui capaz de articular, resultó que él no estaba, según
yo llegué a caracterizarlo, tan “disociado”, sino que estaba asociado en otro lugar.

He sido una psicoanalista practicante por una cantidad de años, una psicoterapeuta por
más de 30 años. También yo misma por décadas me psicoanalicé y recibí varias
diferentes formas de psicoterapia procurando resolver mi relación con mi padre y mi
madre. Sin embargo nada me afectó tanto con respecto a él como lo que estaba viendo
frente a mí. Y, como ocurre a menudo cuando la corteza de las imágenes internas
bloqueadas comienza a ser traspasada, brotaron lágrimas de dolor y de alivio. Aunque
no podría entenderlo racionalmente hasta tiempo después, luego pude ver que el dolor
que me separaba de mi padre estaba siendo expuesto a algo que mis mecanismos de
defensa y a veces de castigo, ligados a mi propio dolor e ira, habían negado.

Y aunque experimenté esta percepción esencial aquella tarde, la resolución completa de


las dificultades en el amor y la receptividad para con mi padre -y para con su
ascendencia- se irían revelando con el transcurso del tiempo, tal y como lo requerían.

Igualmente importante: lo que me fue dado aquel día también vendría a resolver el
gravemente distorsionado vínculo con mi madre y mi ascendencia materna, y en
consecuencia con la plenitud de mis posibilidades como mujer. Acerca de ese vínculo
Bert Hellinger, el hombre cuyo trabajo me presentó Cristina ese día, escribió en su
libro “Success In Life” (El Éxito en la Vida):
Aceptando (a nuestra madre) como la fuente de nuestra vida, con todo lo que fluye a través de ella hacia
nosotros, aceptamos nuestra propia existencia; en la medida en que aceptamos a nuestra madre, aceptamos
nuestra vida como un todo… Aquellos que tienen reservas acerca de sus madres, también tienen reservas
acerca de la vida y de la felicidad. Tal como sus madres se retraen de ellos como resultado de sus reservas y
rechazo, así la vida y el éxito se retraen de ellos también. (p. 11-12)

Al poco tiempo me uní a Cristina como estudiante en el curso guiado de facilitador en


la técnica de Hellinger de Suzi Tucker en la ciudad de Nueva York. Como un aspecto de
mi trabajo con Cristina, en estos grupos de aprendizaje los miembros participan en las
“constelaciones” para representar personas o entidades importantes, que pueden o no
estar vivas, sin prerequisitos inusuales. Como con las constelaciones estelares, pronto
noté que a medida que ingresamos para representar aquello que nos es solicitado,
comienzan a observarse ciertos patrones. Y con la ayuda de la facilitación de Suzi, en
los movimientos emergentes, tanto los demás como yo parecíamos estar respondiendo
en formas que resolvían conflictos a veces de toda una vida para otros miembros del
grupo.

Como decenas de miles de participantes alrededor del mundo, simplemente noté que a
medida que me relajaba más y adquiría confianza en sus sensaciones mas sutiles, dentro
de estos grupos mi cuerpo entendía algo que mi mente no-nativa y vinculada a la cultura
occidental había olvidado. Y en la medida en que comencé a seguir estos impulsos sin
saber adónde conducían, quedaba claro que estaba participando en verdaderos
movimientos en el sentido del amor. Descartando mis proyecciones mentales y
sintonizando con movimientos básicos que se tornan más claros a medida que el trabajo
se desarrolla, sencillamente noté, por ejemplo, que al ingresar en una representación me
sentía débil o fuerte, atraída en cierta dirección, o consciente de algunos y desentendida
de otros.

Además, y aunque pude descubrir una porción significativa de mi historia familiar, este
nuevo tipo de reflexión y resolución del propio pasado es posible aún si uno carece de
conocimiento acerca de sus padres y familias. También he observado ya muchas veces
que no importa qué tan fluidas y contenedoras, u obviamente dificultosas puedan
parecer en un principio nuestras historias, y nuestras relaciones con nuestras historias,
siempre hay algo que ganar con este trabajo.

Como lo es para tantos otros, también es cierto que inicialmente, cuando empecé a
experimentar esta vívida dimensión de sanación, fue en principio desconcertante, no
importa cuán destructivos fueran para nosotros los antiguos puntos de referencia. Pero
con la ayuda de Suzi, varias otras inspiradas guías y colegas miembros de los grupos,
aún los obstáculos más fosilizados para éste amor mayor comenzaron a quitarse y
disolverse.

A tal punto que, sentada junto a Hellinger en Austria seis años después, él tomó
gentilmente mi levemente temblorosa mano entre las suyas cuando le entregaba la
primera versión de éste libro. Pocos minutos más tarde, cuando me disponía a irme, le
dije por sobre mi hombro: “Esta es mi historia de amor”. El respondió: “Si lo es, será
un éxito.” Por entonces, entendí que el éxito a que él se refería consistía en que
contribuiría a la vida si estuviera escrito desde el amor. Y tomando muy seriamente
esas palabras, a mi regreso a los Estados Unidos decidí escribir una segunda versión
para asegurarme de que lo que le había expresado era completamente verdadero.

Y la persona más responsable por esta gran autenticidad es Suzi. Una mujer muy
agradable, de 1 metro 60 centímetros de altura, con faldas de diseñador vintage y botas
vaqueras, Suzi Tucker es escritora, pintora, editora de Hellinger en Estados Unidos,
facilitadora experta de Constelaciones Familiares, y realiza una significativa
contribución a la divulgación de sus ideas. En nuestro trabajo ella me ha ayudado a mí y
a tantos otros a tener una confianza en la vida más allá de lo que podríamos haber
anhelado y, en mi caso particular, en ese camino, también revelar la enormidad del
precio pagado por haberme separado tan radicalmente del corazón común de mi
familia.

A causa de conflictos actuales y pasados, grupos y aún naciones enteras se excluyen de


sus verdaderas historias y capacidades de inclusión, esto no es algo que sólo le ocurre
a los individuos y las familias. En todos los casos, lo hacen mediante resentimiento,
marginación e incluso intimidación de unos a otros. En ocasiones pueden considerarse
perjudicados por tener menos mientras otros tienen más. Atrapados en estas reacciones,
sabemos que nos comportamos siguiendo patrones instintivos en pos de algo que
solemos sentir como muy primitivo y mucho más allá de nuestro control.

Tanto en nuestra actitud de sentirnos grandiosos como en la de menoscabarnos, sabemos


que damos un golpe a los cimientos de nuestra propia humanidad y a menudo de la de
los demás, así como también a la supervivencia del planeta. Afortunadamente, en este
trabajo uno es testigo de muchos actos de valor para ir un poco más allá de ambas.

Y aunque gran parte del tratamiento psicoterapéutico que recibí a lo largo de muchos
años fue de gran ayuda para mí, he llegado a comprender que había un aspecto en él que
era más un obstáculo que una vía para el tomar y el recibir en los niveles más
profundos. También me di cuenta que había quedado en la desesperación y el
desamparo acerca de mi deseo inconsciente verdadero: encontrar una manera para amar
y honrar a mis padres, sus ascendientes -tal y como fueron- y a quienquiera yo me
sintiera cerca, y en consecuencia lograr lo mismo conmigo misma.

Aunque aplacada y justificada por años de catarsis y empatía hacia mis heridas reales y
percibidas, pude concluir algo acerca de mi proceso terapéutico: había llegado a
convencerme que el distanciamiento de mi familia era justificado, y que podría y
debería encontrar nuevos y mejores madre o padre en mis terapeutas o, en una instancia
tan última como irreal, en mis parejas. Y como lo describo en La Terapeuta Difícil,
ahora reconozco que al igual que mis propios terapeutas, con las mejores intenciones y
justificaciones terapéuticas, también yo fui sin saberlo un instrumento del
distanciamiento de mis pacientes de su familia, y en consecuencia también de su
curación profunda.

Asimismo, aunque siempre estaré agradecida de haber podido entrenarme como una
psicoanalista de la escuela de Kohut (1), con el tiempo he llegado a cuestionar algunos
de los principios orgánicos centrales de la teoría que me fue enseñada y a la que realicé
contribuciones en 1996. Se iría tornando cada vez más claro que muchas de las teorías
básicas en psicoanálisis no reconocen los niveles más benignos de la realidad, ni el rol
del cuerpo en la curación. Estas teorías incluyen la conveniencia de la transferencia,
nuestro actual entendimiento de la empatía, el sistema de diagnóstico y la tesis central
de la actual teoría del desarrollo.

Soy afortunada mas allá de las palabras de que mi trabajo haya estado fuertemente
influenciado por el inspirado genio del traumatólogo Dr. Peter Levine. El trabajo de
Levine continúa enseñándome que la felicidad y aún la claridad espiritual resultan
insostenibles a menos que uno aprenda a facilitar que el sistema nervioso libere el
trauma y encuentre puntos de resiliencia y bienestar en el propio cuerpo. Aún más que
eso, fue una introducción hacia la confianza en una inteligencia en el cuerpo mucho más
allá de cualquier intervención terapéutica que yo pudiera imaginar.

Y al igual que una cantidad de médicos en todo el mundo que está descubriendo y
escribiendo acerca de esto (ver Schmidt y St. Just), también yo encontraría que el
entendimiento de Levine acerca de la capacidad natural del organismo para guiarnos
hacia la salud física y psicológica, tiene una extraordinaria compatibilidad con el
abordaje generacional de Hellinger sobre las capacidades del alma para guiarnos fuera
del trauma y hacia su plenitud.

Ambos, Levine y Hellinger, honran la orientación hacia la salud y la inclusión del


cuerpo y del alma. A medida que fui incrementando mi trabajo con ambas
aproximaciones, ya no pude volver a ver a mis clientes como seres aislados cuya fuerza
vital proviene solamente de las interacciones con los demás en el momento presente.
Ahora, en el contexto de su experiencia corporal y sus herencias, estaba claro cada uno
de nosotros no es solo un reflejo de nuestros traumas sino que somos la próxima mejor
expresión del amor, la inteligencia y las tenaces fortalezas de nuestra ascendencia, o no
estaríamos aquí.
Creo ahora que esa fuerza es más apoyada por medio de un juiciosamente arbitrado
conocimiento de que la persona que el cliente ha elegido para trabajar también está en
un camino continuo de auto-descubrimiento de quiénes y qué somos. Al ser
simplemente, como dijera Heinz Kohut, “un humano entre humanos” estoy reconociendo
implícitamente la madurez de ambas personas en lugar de alentar la falsa expectativa de
que reside sólo en mí como terapeuta. Como Suzi escribió en un poema inédito:
“Alzado el pesado velo del secreto nuestros íntimos anhelos revelados se tornan en puntos de encuentro”

Confiada en esta sabiduría, los secretos y lealtades distorsionadas de mi propia familia


son reveladas.
Hellinger nos da una noción de la riqueza que yace en este vasto territorio compartido
en Pure Consciousness (Conciencia Pura):
“El tomar es un movimiento esencial de la vida. La vida transcurre en nuestro recibir. Vivimos porque recibimos
luz, por ejemplo, aire, calor, alimento, cuidados, atención y ayuda en muchas formas. Estamos siempre
conscientes en nuestra vida cotidiana de que somos seres receptivos? Qué nos pasa cuando tomamos
consciencia de esta realidad? Nos detenemos y quedamos en silencio, agradecidos. Nuestra mirada va más
allá de lo superficial en la vida, hacia algo infinito que sentimos como vuelto hacia nosotros en todo momento.
Como seres receptivos, estamos en conexión con todo lo demás que está recibiendo, y en este tomar nos
igualamos.” (págs. 46-47)

En mis estudios con Hellinger en Kentucky, Austria, Barcelona y Alemania, he sido


testigo de que estos movimientos de tomar trascienden el idioma y la cultura. En Austria
en 2009, por ejemplo, las tres personas a mi derecha eran de Méjico, Taiwán y
Mongolia. Y a mi izquierda había personas de Grecia, Sri Lanka y Turquía. Más aún, en
Alemania en 2011 había participantes de 47 países, incluyendo una importante cantidad
de representantes de Rusia y China. Con traducción simultánea a ocho idiomas, no
observé un solo momento de conflicto durante la capacitación. Por el contrario, lo que
quedó demostrado una y otra vez es que la resolución es posible no importa cuántas
generaciones atrás o qué tan dañino haya sido lo que ocurrió o está ocurriendo en el
nivel superficial de la vida.

Estaba en Barcelona con Carmen, una mujer catalana con la cual no teníamos idioma en
común, cuando me ocurrió uno de estos pasos gigantescos de resolución. A través de su
silenciosa representación de mi madre, vislumbraría por primera vez quién fue mi
madre, y qué son todas las madres. Como innumerables otros, dediqué muchos años de
sincero trabajo terapéutico a desentrañar el conflicto con mi madre. Sin embargo, no
fue sino hasta la representación de Carmen pasados mis sesenta años que fui capaz de
dar los primeros pasos auténticos para poder al final completar lo que los psicólogos
del desarrollo llaman la crucial “movimiento interrumpido hacia la madre”.
Puede ser que haya gente realmente afortunada que pueda hacer sin reservas ni
idealizaciones una afirmación como la siguiente: “Todos quienes me antecedieron,
incluyendo a mi madre y a mi padre, han sido un éxito completo en todo el sentido del
término, tal como fueron. He recibido la vida plenamente de cada uno de ellos y de sus
ascendientes, y he sido impulsado por su fuerza y por su amor en un movimiento sin
obstáculos hacia el futuro”. Mi experiencia personal y profesional, sin embargo, es que
la mayoría de nosotros respondemos a nuestros padres y ascendientes -y en
consecuencia a la vida misma- en el marco de un difícil continuo que tiene el categórico
rechazo en un extremo del espectro y la idealización y dependencia infantiles en el otro.

Dentro de ese rango hay varias formas de distorsión, incluyendo algunas de


superioridad o inferioridad por estar identificados con nuestros logros o por la carencia
de ellos, en lugar de estar en contacto real con nuestra humanidad. Y como
consecuencia del pesar, la soledad, la confusión y la ira que constituyen sólo algunos de
los síntomas resultantes de dónde estamos en ese espectro, muchos de nosotros nos
vemos superados por la ansiedad, físicamente enfermos, colapsados o desperdiciando
nuestra vida en aflicción. Y otros reconocimientos comenzaron a echar raíces esa tarde
de diciembre con Cristina.

A medida que fui experimentando la irrelevancia de que alguien representado en una


constelación viviese en el pasado, presente o futuro, descubrí que lentamente me estaba
liberando de los supuestos usuales acerca del tiempo lineal. Más y más capaz de
apartar conceptos culturalmente consensuados, como el maestro Zen Dogen del Siglo 13
sugiriera, comencé a “dudar del tiempo” o simplemente tomar la idea del pasado,
presente y futuro con mayor claridad, abriendo así nuevas posibilidades para la
sanación. Y esa claridad con el tiempo se siente tan adecuada y natural que la mayor
parte de la gente que participa en este trabajo no necesita de una explicación científica
para lo que está ocurriendo cuando ingresa en una constelación.

Sin embargo, para aquellos que se encuentren interesados en el por qué somos capaces
de sentir cosas acerca de gente que jamás hemos conocido o que ha existido en el
pasado, muchos consideran que el “inconsciente colectivo” de Carl Jung, o la
“resonancia mórfica” de Rupert Sheldrake son conceptos que contribuyen a esa
comprensión. Y en su nuevo libro Trauma: Time, Space and Fractals (Trauma: Tiempo,
Espacio y Fractales) la especialista en traumatología social Anngwyn St. Just hace una
fundamentación convincente para aquellos científicos que proponen que en lugar de ser
lineal, el tiempo se contrae y expande en función de patrones fractales de diseño y
validez intrínsecos. Además, como un aspecto de los traumas globales creados por la
interferencia con los patrones naturales, ella describe la forma en la cual conceptos del
tiempo específicos de una cultura han sido impuestos sobre naciones conquistadas.
Cualquiera sea la naturaleza del espacio o el tiempo, aquellos que han observado y
experimentado los patrones reiterados y la no linealidad del tiempo en los movimientos
dentro de las constelaciones sistémicas, podrán convenir en que es evidente que ciertas
formas de expansión y de inclusión ocurren en su transcurso. Afortunadamente, en este
trabajo no es necesario desarrollar un completo entendimiento racional de lo que está
ocurriendo en dichas dimensiones para poder confiar en lo que uno está viendo y
sintiendo.
Además, a pesar de que mis miles de horas de meditación, docenas de retiros y años de
estudios existenciales son una bendición y parte de la belleza y razón de ser de mi vida,
comprendí que si estaba genuinamente comprometida a continuar distinguiendo
verdades más profundas, necesitaba reconocer que muchas veces sirvieron también
como un rodeo espiritual. En la medida en que era un intento de trascender la
impotencia hasta poder resolver los impedimentos a un amor plenamente corporeizado
por mi familia, mi trabajo espiritual fue, en parte, una elegante evasiva. Me sentiría
intranquila, arrogante o incompleta hasta que pudiera sentir en mis huesos mis
conexiones con mis ascendientes y reconocer sus contribuciones a mi vida.

Esto inevitablemente incluiría a quienes presentaban mayor dificultad, y también a


aquellos cuyo destino fue más penoso. Hasta que no pudiera aceptar a los más violentos
y a los más vulnerables entre mis ancestros, no tendría el júbilo de reconocerlos y
honrarlos. Hasta entonces también estaría desconociendo su compañía ya sea en mi
cojín de meditación como en las grandes catedrales, negándome aún a ver que la
redefinición de mi lugar en mi familia era esencial para que mis relaciones y
contribuciones a la vida pudieran desenvolverse en plenitud y con mayor fluidez.

LAS ALMAS OPTATIVAS


Cada uno de nosotros tiene su propio vocabulario para entender nuestras travesías a
través de la vida. Y para la lectura de este libro, o para trabajar con la técnica de
Hellinger, la creencia en un alma, cualquiera sea su descripción, es opcional. Tampoco
es necesario estar de acuerdo con el paradigma de niveles del alma individual que
expongo aquí, o con el concepto de Hellinger del “alma familiar”. Uno ni siquiera
necesita sentir que hay fuerzas superiores a nosotros mismos. Y en términos del trabajo
con constelaciones, muchos simplemente encuentran que se sienten más felices y
fortalecidos, y no necesitan explicación para ese cambio.

Sin embargo, y porque puede resultar interesante para algunos lectores, he utilizado
ocasionalmente la metáfora de los niveles del océano para describir los cambios que
estaban ocurriendo dentro de mí, en mi familia o mis clientes. La teoría del alma
familiar de Hellinger es descrita también, porque puede abrir las puertas a otro amor,
particularmente para muchos de nosotros que nos hemos persuadido a creer en el
sentimiento de estar solos.

En estas páginas uso el término “alma” para representar el centro de nuestro ser que
tiene lugar y propósito específicos en un universo ordenado. Y podemos pensar en ella
como una vía de expresión para la fuerza vital. Cuando excluimos y perdemos nuestro
sentido de alineación con este centro, se contrae; cuando recibimos y respondemos a la
vida en una forma crecientemente inclusiva, el alma se expande y nuestra entrega se
expande naturalmente. Asimismo, aunque me referí al alma “individual”, nunca estamos
realmente aislados, no importa qué tanto podamos sentirnos como si lo estuviéramos.
En este proceso de recibir y contribuir a la vida, como los protones, el alma puede
sentirse a la vez como una partícula y una ola que es inseparable del océano.

La superficie

Procurando simplificar estos movimientos, podríamos denominar el primer nivel del


alma individual como la superficie. Cuando nos identificamos con este nivel, podemos
sentirnos más partícula que ola, absolutamente peculiares y únicos. Cuando nos
establecemos aquí hay lapsos de felicidad y, como ocurre en la superficie del océano,
podemos sentir períodos de calma. Sin embargo, estamos permanentemente a merced
del clima. Además de los traumas emocionales y físicos de nuestro presente, las fuerzas
que a menudo nos apartan de nuestro centro son traumas históricos y culturales,
lealtades familiares inexploradas e identificación inconsciente con personas excluidas
en generaciones pasadas. Estas son fuerzas que o bien desconocemos, o reconocemos
pero nos sentimos impotentes para cambiar.

Este es un nivel de amor limitado y separación exagerada, como la que describen los
primeros capítulos de este libro. En este nivel nos resistimos a ser movidos, estamos
seducidos y fascinados por las historias que elaboramos sobre nuestras familias y
nuestras vidas. Generalmente formados muy tempranamente sólo con los recursos de la
mente infantil y sin otras alternativas viables, estos relatos se convierten en imágenes
bloqueadas en nuestro interior. Aún cuando nos estén destruyendo, nos aferramos a
estas interpretaciones como si fueran botes salvavidas en un mar peligroso, cuando en
realidad son las que nos arrastran hacia abajo. Y aunque pueden haber períodos de
satisfacción en este nivel, gran parte del tiempo estamos expuestos a mucho sufrimiento
innecesario.

Las corrientes profundas

Continuando con la metáfora, nos sentimos más como ola que como partícula a medida
que nos identificamos con las corrientes mas profundas del océano en el segundo nivel.
Estas corrientes son más lentas, más potentes y abarcadoras. Este es el nivel de
pertenencia incondicional, y a medida que resolvemos conflictos en el nivel superficial,
nos sentimos crecientemente menos como individuos rígidamente definidos y más como
parte integrante de una ola perpetua. Aquí los detalles de la vida se tornan menos y
menos interesantes o relevantes en tanto las imágenes y estructuras interiores se hacen
más transparentes y fluidas. Asimismo, mientras pueden existir barreras objetivas en el
presente en términos del contacto con algunos miembros de nuestras familias, cuando
permanecemos aquí podemos reconocer a cada uno de los miembros de nuestra familia
actual e histórica tal como son y fueron.

Más suavemente movidos por la fuerza benévola de estas corrientes, además de una
felicidad más completa, también puede haber dolor en este nivel. Ese dolor, empero,
responde a las leyes naturales de la vida y la muerte, y no es otra cosa que un aspecto
dentro de ese contexto mucho más amplio. Si tenemos la bendición de poder
experimentar aunque sea brevemente este nivel, sabremos que las fuerzas que nos guían
en él son muy superiores a nosotros y que aún conceptos como el de muerte, tiempo y
autonomía resultan allí ficciones innecesarias e irrelevantes. A medida en que
crecientemente reposamos en este lugar, se nos revela que lo que nos sostiene es el
amor de quienes nos han precedido y la fuerza vital original misma. A. H. Almaas
describió la relación del alma con las cualidades del amor y la verdad en ese origen en
una conferencia a mediados de la década de los ‘90, cuando dijo: “El alma reconoce el
amor en forma directa y responde instantáneamente con bondad, esclarecimiento y
cercanía a la verdad”.

El nivel del silencio

La tercera dimensión en este paradigma es el nivel del silencio. Esta es la plenitud del
silencio de la que hablan los maestros del budismo y el máximo nivel de inclusión. Y
aunque puede haber diferentes niveles dentro y más allá de éste, podemos decir que
aquí estamos en la vasta obscuridad del suelo oceánico, o lo que a mi entender refiere
el poeta persa Rabi’a en su poema “In My Soul” (En mi alma, Ladinsky, p.11):
No hay una región del amor donde la soberanía es nada iluminada,
donde el éxtasis se vierte sobre sí mismo y se pierde (2)

Algunos llaman a esta “nada iluminada” la mente de Dios o Vishnu, Allah, verdadera
naturaleza o simplemente energía universal. A pesar de un dinamismo de impregnación
y creación de vida, paradójicamente, no hay movimiento discernible en este nivel
porque nosotros somos ese movimiento y esa vasta quietud. Y no hay absolutamente
ninguna posibilidad ni necesidad alguna de un yo fortalecido separado. Por
consiguiente no hay sensación de exclusión ni inclusión en este lugar desde donde se
crea la vida misma.

El alma familiar

El pensamiento nativo asume la presencia de “todas nuestras relaciones” en nuestra


vida diaria. Aunque Hellinger fue influenciado por su experiencia como sacerdote
católico con los Zulúes, la primera vez que encontré el sentido de una dinámica del
alma familiar en un modelo terapéutico o espiritual occidental, fue a través de su obra.
Aún creo que el término “alma familiar” resuena para nosotros en algún espacio
universal de conocimiento casi olvidado. Él ha dicho lo siguiente acerca de esta
dimensión del alma: “la familia o el clan tienen una alma común, un centro común
que guía al grupo entero, no sólo a lo individual. Lo individual, por así decirlo, es
parte del alma familiar” (“No waves without the ocean” No hay Olas sin Océano
2006, p.39). Sus estudios también le han mostrado que el alma familiar es atrapada en
la repetición y que “los destinos en la familia son replicados” hasta que “en el reino
espiritual, somos tomados por otra fuerza. Ella nos conduce, y luego no podemos
seguir como lo hacíamos antes” (“Rising in love” Creciendo en el Amor 2008, p.151).

En los términos que estoy proponiendo, uno podría decir que el alma familiar está en
conflicto repetitivo -patrones fractales de conflicto- en el nivel de la superficie. En
cambio, esos conflictos pueden ser resueltos en las corrientes profundas, y cuando están
solucionados luego nos deslizamos naturalmente a la vastedad del silencio. Aquí todas
las dicotomías y distinciones se disuelven, incluyendo el alma individual y familiar, y
la funcionalidad ocurre con fluidez como amor.

LA NIÑA DE HIELO
“Aceptando a nuestra madre como la fuente de la vida, con todo lo que fluye a través de ella hacia nosotros,
aceptamos nuestra
propia existencia; en la medida en que aceptamos a nuestra madre, aceptamos nuestra vida como un todo…”
—Bert Hellinger, Success in Life (El Éxito en la Vida)

Recuerdo tres momentos en que fui capaz de estar verdaderamente con mi madre. El
primero ocurrió sentada sobre su falda durante una de las varias sesiones fotográficas a
las que me llevó cuando era niña. Yo tenía unos 3 años y recuerdo estar mirando hacia
arriba, a sus labios brillantes cubiertos con lápiz labial y estar conmovida, sintiéndome
asombrada por su belleza.

El segundo ocurrió alrededor de mis 25 años, durante una de mis visitas obligadas a
casa desde San Francisco. Yo había trazado una línea en la arena, tácita pero
inviolable, antes de lo que puedo recordar; a menos que necesitara valerme de una
pálida e indiferente simpatía para obtener algo de ella, hablaba lo mínimo y nunca más
allá de lo superficial. Y para protegerse de una nueva interacción decepcionante, ella
llegó a aprender a no atravesar esa línea. Sin embargo, al encontrarnos
embarazosamente solas, comenzó a hablar acerca de su madre Mary, que falleció a
causa de cáncer cuando ella tenía once años. Yo estaba sorprendida, ya que ella
raramente hablaba con alguien acerca de su madre, su padre o su niñez, y hasta ese
punto yo no tenía idea del porqué.

Pero ese día mi madre habló casi más al éter que dirigiéndose directamente a mí acerca
de la pobreza en la cual crecieron ella y sus once hermanos y hermanas sobrevivientes.
Comenzó a sollozar al contar que su madre sólo tenía un pequeño catre para dormir.
Luego relató las raras ocasiones cuando de alguna manera conseguía comprar un helado
y lo compartía con ella cuando le llegaba el turno de sentarse a su lado en el catre. Era
una experiencia acerca de la cual, poco antes de su muerte a fines de los años ‘80,
escribiría uno de sus hermanos, que sólo tenía nueve años a la muerte de su madre:
“Cuando mamá tenía algo de dinero extra, lo gastaba en su gusto favorito, helado. Yo,
mi hermano, Ruth y Goldie nos sentábamos junto a ella. Mamá nos daba un bocado por
turno hasta que se terminaba por completo. Tomaba ella su parte? Tras pensar en esto,
el gusto aún persiste en mi boca.” Y mientras ella revivía sus memorias de aquellos
momentos y de la dolorosa pérdida de su madre, sin pensar me encontré cruzando el
cuarto, rodeándola con mis brazos y llorando en silencio con ella, por su madre y por
ella misma.

Fue 40 años más tarde que sucedió la tercera experiencia de puro amor entre mi madre
y yo. Sería uno de los momentos compartidos más felices de nuestra vida, pero volveré
a esto en el capítulo final de este libro. Puedo decir aquí, no obstante, que si no hubiese
comenzado ya en el año 2005 el trabajo que me permitiría recuperar a mi madre, la
carta que accidentalmente descubrí en 2009 habría sido más de lo que hubiera podido
soportar. Escrita en su hermosa caligrafía, estaba escondida en una vieja libreta de
racionamiento de la Segunda Guerra Mundial, en el álbum de bebé de diez pulgadas de
espesor que había hecho para mí con evidente esmero.
Mi adorable pequeña bebé: Cómo nos reímos de ti una vez cuando tenías cerca de tres semanas. Te movías
sacudiendo tu pequeña cabeza y la abuela te llamó tortuga. Tú dejaste caer la cabeza y te veías muy ofendida. Luego
fueron tus primeros pasos cuando tenías nueve meses y en la víspera del día de gracias. No te diste cuenta de que te
habíamos soltado y diste dos pasos por tus propios medios. Luego nos miraste a papi y a mí e inmediatamente caíste de
nariz y lloraste. Raramente llorabas, por otra parte. Los vecinos decían que si no fuese por los pañales lavados
tendidos en la soga ellos no hubieran sabido que había un bebé aquí. Nunca olvidaré el primer ma-má o pa-pá. Fueron
música en nuestros oídos.
Hoy mami te horneó una gran torta de cumpleaños y te tomó una foto con ella, sólo que insistías en tomar un bocado
pero eso fue lindo también. Quisiera que todo el mundo pudiera verte y conocerte como yo. Se darían cuenta cuan
afortunados somos en tenerte. La plegaria en mi corazón es que pueda ser una buena madre para ti y que siempre
vengas a mí con lo que te apene tal como lo haces ahora. Y papi siente exactamente lo mismo que yo respecto a ti.
Te amamos más que a ninguna otra en el mundo querida pequeña.
Con todo nuestro amor,

Es bastante difícil escribirte una carta cuando estás tan cerca de quedarte dormida en el cuarto contiguo, con tus
grandes ojos azules finalmente cerrados. Estabas tan cansada y somnolienta. Sentí que debía escribir de alguna
manera todo lo que está en mi corazón: cuánto te amamos y cuán dulce y buena eres.
Esta mañana a las 9:15 hs. cumpliste tu primer año de edad. No parece posible que te tengamos hace tanto tiempo.
Aunque pensábamos que nunca llegarías, el tiempo ha volado desde que estás aquí. Pronto, tendrás 2, luego 3 y antes
de darte cuenta estarás comenzando en la escuela y luego crecerás. Nunca voy a olvidar la primera vez que realmente
sonreíste: qué dulce fue. Fue para tu padre y muy temprano por la mañana. Estábamos terriblemente contentos y luego
tú reíste fuerte y esa fue otra alegría. Luego fue el momento cuando encontré tu primer diente y estaba tan
emocionada que tuve que llamar a la tía Millie para que viniese a verlo. Y tú sonreías como si hubieras hecho algo
hermoso. Todas esas cosas te hacían aún más adorable para nosotros, como si no te amáramos ya lo suficiente.

Mami y Papi.

A pesar del costo, yo disfruté amargamente las razonadas justificaciones de mi ira hacia
mi padre casi toda mi vida, pero paralelamente cargué con la dolorosa y obsesionante
pregunta: “¿Qué hay de malo en mí para que no ame a mi madre?”. Complaciente
conmigo aún tras el nacimiento de mis hermanos siete y doce años más tarde, ella
literalmente cosía para mí día y noche. Su talento y habilidad me hacía una suerte de
princesa de clase trabajadora, con la ropa más preciosa del pueblo. Y a pesar del
modesto ingreso de mis padres, ella de algún modo se aseguró de que yo pudiera tomar
lecciones de todo aquello en lo que mostrara algún interés. ¿Por qué no puedo recordar
querer estar cerca de ella?

Con mucha menor reserva, quise a mis jóvenes amigas, a varios de mis 36 primos y a
mis perros. Y aunque estaba demasiado a la defensiva como para demostrarlo en los
momentos en que nacieron, sentí una secreta ternura hacia mis hermanos y una
preocupación
Mamá y Jan (4 años)

por el mayor de ellos, sobre quien a menudo recayó la violencia de mi padre. De todos
modos el sentimiento que más viene a mi memoria es el tibio reflejo del anhelo por
estar con alguna otra familia. Y esta reacción de huída se presentaba siempre
acompañada por la disociación. Ambas eran mi “normalidad” aunque en algún lugar
profundo en mi interior me sentía como si mi sangre debiera estar tan helada como los
vientos del Ártico.

Tengo pocos recuerdos antes de los 16 o 17 años, pero sí me acuerdo de estar sentada
en los peldaños fuera de mi

casa, a los 13 años esperando que los padres de una amiga me pasaran a buscar. Y
evoco claramente que pensaba: “Soy como el hombre de lata del Mago de Oz. Siento
que donde deberían estar los sentimientos tengo un cilindro de metal vacío”. Y creía
que siempre tendría que simular ser como pensaba que eran los demás.

Por motivos que no comprendía, ser parte de mi familia no era una opción para mí.
Aunque yo hubiera rechazado el hecho de parecerme a él de cualquier forma, tal como
mi padre yo me tornaba más humana fuera de casa. Al concentrar mi necesidad de
afecto en aquellos frente a mí en lugar de hacerlo en quienes estaban detrás de mí, las
relaciones con amistades y más tarde con la secretaria de mi padre adquirieron una
importancia exagerada. Día a día dejé a mi familia cada vez más atrás en la aridez del
desierto: un lugar que por muchos años fastidiosamente describí como “olvidado de
dios donde nada puede crecer”. Para mi temprana adolescencia, taciturna y retraída, ya
había rechazado a mis tías, tíos y a la mayor parte de mis 36 primos, todos los cuales
siempre habían sido amables y cariñosos conmigo.

A los 13 años comencé a ir al cine sola en Navidad en lugar de acompañar a mi familia


en la celebración de las fiestas. La sala vacía reflejaba en gran medida lo sola que me
sentía, y no consideraba siquiera conscientemente cómo afectaba a mi familia este
rechazo. Pocos años después, los logros se constituyeron en un antídoto al temor de
caer en algo que sentía estaba detrás de mí, listo para absorberme. De cualquier modo,
sin importar qué éxitos pudiera conseguir, o cuanto cariño y apoyo sinceros yo diera y
recibiera en amistades, relaciones de pareja y en mi trabajo -o incluso cuanto recibiera
y retribuyera en mis prácticas espirituales- veo ahora hasta qué grado a menudo me
encontraba luchando por sobrevivir emocionalmente en el mundo. Y desde una
perspectiva como la de Ayn Rand, sufría del delirio muy común particularmente -pero
en modo alguno exclusivo- de los americanos, de ser un producto de mí misma.

No tenía idea de dónde provenía mi misteriosa resiliencia, y sentía que mis logros eran
a pesar de mi familia en lugar de gracias a ella. No sabía nada de mis ancestros
pioneros y, al mismo tiempo, tampoco habría valorado lo que hubiese podido conocer
al respecto. Uno de los libros de Hellinger se titula “No hay olas sin un océano”, pero
con apenas velada vanidad yo me sentía una ola que podría ser disminuida y tal vez
hasta destruida si reconocía el mar en el que existía. No se me había ocurrido que una
ola sin el océano nunca toma forma, nunca llega a la costa con su plena gracia e
impacto, se disuelve y reposa. Y aunque había una terrible culpa inconsciente acerca de
esta separación radical de mi familia, no podía resistir el ver cuán cruel realmente era.

Para algunos, esta crueldad puede tomar la forma de no ocupar plenamente su lugar en
el mundo. Una persona puede estar atrapada en una veneración idealizada o en una
unión prolongada con uno de los padres, mucho más allá de lo que es expresión de
fases naturales del desarrollo en la infancia. Mi crueldad, sin embargo, era más
transparente. En una lealtad inconsciente para con mi madre, avancé enérgicamente de
la misma forma en que lo hizo ella. Justifiqué con articulación convincente esos
movimientos, incapaz de reconocer la excesiva necesidad subyacente detrás de ellos.
Estos sentimientos innombrables lo impregnaban todo y no tenían anatomía o estructura.
Y yo tampoco estaba en condiciones de saber o mencionar lo que sentía subyacente
debajo de la superficie en ambos, mi madre y mi padre. Esperando que las cosas
materiales pudieran fortalecerme en este caos generalmente silencioso, trataba de
obtener todas las que estuvieran a mi alcance. Y, fuera de su amor, la reacción de mi
madre a ser tan pobre y al secreto del que me enteraría muchos años más tarde, fue la
de ofrecerse como esclava a la hija que amaba y que tanto ansiaba que la quisiera. Al
hacerme los vestidos más adornados, los disfraces y muñecas más imaginativas que una
niña pudiera querer, talvez ella también esperaba que la encantadora vestimenta
distrajera a la gente de notar que, la que de otro modo sería su preciosa hija, tenía un
grave daño en uno de sus ojos.

Con extrema parálisis en los músculos de mi ojo izquierdo de nacimiento, soy ciega
funcional en ese ojo. Desde un ángulo me veo bastante normal, pero cuando miro a un
lado, hacia arriba o abajo, el problema es evidente. Tras llevarme a cada especialista
que pudieron hallar, entiendo ahora la impotencia que mis padres debieron sentir, a
punto tal que cuando regresaba de la escuela tras haber sido objeto de burla y acoso,
llamada “tuerta” y “pirata”, mi madre insistiría en que yo estaba dándole al asunto
demasiada importancia. Más confundida y solitaria aún, pronto dejé de contarle a
alguien sobre estas agresiones.

Jan a los tres años. En la época de U.C.L.A.

Cuando tenía 4 años, dado lo extraño de mi caso, me llevaron a la Universidad de


California en Los Ángeles para que fuera estudiado por el Colegio de Optometría.
Recuerdo estar sentada con horror

de frente a un cuarto lleno de los que me parecían grandes y atemorizantes hombres


vestidos de blanco usando extraños gorros con espejos. Me estudiaron y debatieron
sobre mí como si fuera un animal de laboratorio defectuoso, no una pequeña niña
humana. Y supe muchos años más tarde que aunque estuvieron intimidados por los
doctores, mis padres sintieron que hubo algo terriblemente equivocado en el modo en
que fui tratada.

En un intento por remediar la situación, mis padres me llevaron como un obsequio muy
especial al famoso Teatro Chino Grauman’s. Así que una hora después de la
experiencia en U.C.L.A. yo era elegida para subir al escenario para “asistir” a uno de
los artistas porque era “la niña más bonita en la audiencia”. Como muchos de nosotros,
yo estaba recibiendo mensajes cruzados e imágenes descabelladamente incompatibles
que comenzaban a consolidarse y crear grandes muros de defensa y protección. Y
aunque ciertamente no podía encontrar las palabras para expresarlo, pienso que empecé
a sentir que la vida iba a ser una batalla por ser aceptada y una batalla contra mi propia
ambivalencia al respecto.

Muchos años después, un poeta me describió como teniendo “un ojo fijo mirando hacia
Dios,” una explicación que me resultó atractiva. Como fuera, además de una profunda
confusión acerca de mi atractivo, viví constantemente a la defensiva, siempre sin saber
cuándo tendría que responder a la pregunta de un extraño acerca de mi ojo. Cuando
estaba en mis cuarenta años, un doctor me contó que sólo había visto un caso peor que
el mío en Bangkok. Para convencerme de permitirle operarme, me dijo: “estás en
negación tanto como debe haberlo estado el hombre-elefante”, y resultó. Tuve varias
cirugías bastante grotescas, que no ayudaron cosméticamente pero sí disminuyeron el
dolor físico por algunos años.

La confianza se estaba convirtiendo en un sentimiento más y más esquivo. Criada como


evangélica bautista hasta los 16 años, fui partícipe activa en las actividades de la
iglesia, pero en el contexto de un creciente problema de confianza, aún allí fui
resistente. La mayor parte de los niños bajaban del altar de la iglesia y “tomaban al
Señor Jesucristo como su salvador personal” y eran bautizados a los nueve o diez años.
Sin embargo en mi caso no fui “redimida” sino hasta la visita de un apuesto entusiasta
evangelista cuando era una adolescente. Fui irredenta, no obstante, aproximadamente en
un año, cuando la pasión y la esperanza de ser rescatada se desvanecieron y ví que nada
había cambiado en mi vida.

Este dolor e ira crecientes no eran puestos de manifiesto en una rebeldía flagrante y,
según todas las apariencias, era una buena chica. Para mí, la compensación tomó la
forma de una gran dependencia de mis amigas mas íntimas y, como puede observarse en
una foto escolar de esa etapa, una creciente rigidez en mi cuerpo. En lugar de ataques
verbales, mis defensas con mi madre se mostraban en una enérgica resistencia
despectiva e indiferente, y con mi

Jan a los seis años.

padre yo respondía con una aún más fría devastación emocional que coincidía con su
forma de relacionarse -en realidad de no relacionarse- conmigo.

Ya un integrante distante dentro de mi propia familia, comí sola en mi cuarto por varios
años hasta que cumplí 15 años. Así que cuando llegó el momento, no hubo
cuestionamientos para que me mudara con una amiga cuyos padres se habían trasladado
y le permitieron permanecer para finalizar la

secundaria. Y aunque hubieron unas pocas ocasiones en las que el dolor y la frustración
de mi madre para conmigo estallaron y me corrió con un cuchillo de carnicero, la
tensión entre nosotras generalmente se reflejaba más en mis silencios y mi rigidez
corporal que en mis palabras o acciones.

Con una alineación inconsciente con mi padre cuya existencia yo habría negado, traté a
mi madre de la misma forma en que él lo hizo durante los primeros cuarenta años de su
matrimonio de sesenta: con total desdén a menos que quisiera algo. Ya desde el inicio
de la secundaria, tras hacerme otro hermoso vestido para un baile o una fiesta, cuando
ella estaba ansiosa de saber si lo había pasado bien, yo le respondía con indiferencia
sólo sí o no. Más allá de ser una clásica mocosa mimada, yo temía que ella estuviera
intentando aferrarse a mi alma como a un salvavidas, cuando yo apenas podía
mantenerme a flote.

Como Suzi señalara años más tarde, “el desdén es el punto de apoyo de los
impotentes.”

Pero esa era el arma defensiva más poderosa a mi disposición. Dado que mi madre
estaba tan aislada y sobrecargada por secretos que no podía contar, yo sentía que si
hubiera elegido entrar en su esfera de desesperación sentimental, tendría que renunciar
al mundo como lo había hecho ella. Y defendiéndome, yo no sólo era una niña de hielo,
me convertí más bien en hielo seco: tratar de tocarme podía quemar. Y en un mundo en
el que me sentía impotente de tantas maneras, de algún modo disfrutaba esta superficial
sensación de poder.

Sin embargo, también recuerdo desear que mi madre se defendiera con ambos, con mi
padre y conmigo. Yo ansiaba secretamente que ella demandara respeto. Recuerdo
sentirme tan aliviada la única vez que sentí que ella mantuvo su posición con mi padre.
Él se había ido arrancando bruscamente el auto después de una gran pelea,
posiblemente acerca de otra mujer. Sin miedo de perder a mi padre pero atemorizada
de que nos dejara desamparadas, le pregunté a mi madre: “¿Qué vamos a hacer?”. Y
con una decisión que nunca había visto, ella respondió: “Todo estará bien”. Y por un
instante, yo confié en que ya fuera que él volviera o no (y sí volvió) ella tenía la
entereza para afrontar las consecuencias. Poco después ella recayó nuevamente en
consentir nuestro desdén, pero yo había podido ver brevemente el coraje que ansiaba
que ella tuviera, y que volvería a ver hacia el fin de su vida.

Años más tarde entendería que cuando un niño siente que el vínculo con uno de los
padres es demasiado peligroso y es rechazado por el otro padre, vive en un estado de
sentirse continuamente abrumado. Quizás para proteger al niño la memoria no funciona
con normalidad en ese estado de desapego. Yo no recuerdo cuándo o cómo comencé a
rechazar a mis padres o al sentimiento de ternura hacia ellos que podía verse en mi
lenguaje corporal en fotografías tempranas. Y la mayor parte de los niños intentarán
salvar a un padre cuando sienten una necesidad y sufrimiento terribles en ese padre,
incluso si eso significa un total sacrificio de sí mismos. No obstante yo no tuve
memoria de esfuerzo alguno en ese sentido hasta hace muy poco tiempo. Lealmente
alineada con la parte más indefensa de mi madre, yo estaba tratando de salvarla
uniéndome a ella en no vivir plenamente. Desde la perspectiva problemática del nivel
superficial de la vida, haber vivido con mayor plenitud hubiera significado que la
estaba abandonando.

MI MADRE
Aproximadamente un año antes de la muerte de mi madre, noté que había un certificado
de caligrafía de séptimo grado sobre la mesa de café en su departamento de residencia
asistida. Cuando la consulté acerca del tema, su voz tembló tenuemente. Dijo: “La
maestra realmente simpatizaba conmigo y me dejaba hacer algunos mandados para ella.
Lo recibí dos semanas antes de la muerte de mi madre y de tener que abandonar la
escuela para siempre”. Por la tierna manera en que ella habló acerca de la maestra,
estaba claro que la adoraba y que había estado muy emocionada de ser su favorita
durante esos últimos meses de su vida escolar. Y más de 70 años después pude
escuchar un conmovido agradecimiento por el hecho de que alguien la hubiera tenido en
cuenta en medio de tanta pena e incertidumbre.

Sólo en los años más recientes tomé consciencia de cuánto amor y fortaleza tuvo que
tener para sobrevivir. Ya cerca de sus 80 años y en un coma profundo después de una
cirugía mayor, tomé su mano y la estrechó con fuerza tal que pensé que literalmente
podría romperme el brazo. Tras 60 años de depresión clínica y medicación, estaba
asombrada por su fuerza y por el poderoso esfuerzo que estaba haciendo por aferrarse a
la vida. Y de hecho, llegó a recuperarse. Y pude ver que después de años de agorafobia
y de una profunda dependencia de mi padre, ella había recuperado en parte el sentido
de sí misma, inclusive una cierta confianza en su atractivo. Fue encantador para mí
verla tratar de seducir, aún tímidamente, al galán del grupo en la residencia asistida.

Pero yo no pude ver esas fortalezas por casi una vida entera. Aunque fue escrito
recientemente, el siguiente poema es lo que podría haber dicho a los 12 años si es que
hubiese podido expresarme sobreponiéndome a una opresión abrumadora:

Mi Madre Espera
Desde una galaxia más densa él es más un territorio mental que alguien que conoce este mundo o la oscuridad
que no lo es

Y ella aguarda lista


para saltar ansiando algo como la madre desvaneciente de la que tuvo tan poco

Como tantos otros ansiando


tanto que sus brazos no alcanzan más que en la dirección falsa sus pedidos más desesperados En su contra su
tristeza
su secreta e injustificada vergüenza fue más hondamente sepultada en el corazón de sus niños

Y no puedo mirar sus ojos


sabiendo que me contarán
cuán antiguo puede ser el dolor, tanto que yo nunca podría hacer lo suficiente aunque lo intentara

Sabiendo que me dirán “Tienes razón haré lo que sea” y porque no dejarla no importa lo que cueste a ella o a
ti al menos tendrás ese bello vestido
que encubra tu mayor falla mientras sales en él
al mundo en él
como si ahora lo femenino separado de sus raíces
un frágil monstruo adolescente que tenía que encontrar el modo de amar ser humano

Yo nunca hubiera imaginado que durante los meses previos a caer en la demencia, mi
madre tejería 200 gorros de colores brillantes, los llevaría a la guardia de oncología
pediátrica local y se complacería plenamente en observar a los niños y sus familias
mientras los distribuían alegremente entre sí.

“Exitosa” durante muchos años en la justificación frente a una cantidad de terapeutas


empáticos de mi enojo y decepción por su debilidad, no pude ver o apreciar la
resiliencia y resistencia de mi madre. Aunque ambas cualidades tuvieron que haberse
desarrollado en una etapa muy temprana de su vida. Ella contó una vez, por ejemplo:
“Llegamos a temer cada nuevo niño que nacía, cada vez que nuestra madre dejaba a
nuestro padre volver a casa”. A pesar de ese temor, el mayor de los hermanos de mi
madre escribiría un poema acerca de la suya, que dice: “El número del reino deberá
multiplicarse/ y el tiempo aumentará el número de pasos/ en este suelo una enorme
multitud se reunirá/ a rendir homenaje a los pies de nuestra madre.” Ya sin acceso a los
recursos de la iglesia mormona, fueron los mayores entre los doce hermanos quienes
hicieron sus mejores esfuerzos para cuidar a los menores, mi madre Ruth entre ellos. El
niño más pequeño fue en última instancia entregado a otra familia para que lo criara y
sólo pudo reencontrarse con sus hermanos muchos años más tarde.

Ya herida sexualmente a los 11 años, mi madre era llevada de la casa de una hermana
recientemente casada a otra. Uno de mis tíos decía que mi madre y su hermana Goldie
“fueron las que más sufrieron”. Aún así mi madre y todos sus hermanos se las
arreglaron para sobrevivir hasta la madurez, y con lo poco que tenían continuaron
ayudándose unos a otros durante toda su vida. Ninguno fue excluido. Pero la manera en
que ella atravesó esos años de adolescencia, es algo que no está claro.

Un indicio provino de un comentario que ella le hizo a una amiga y que yo escuché
accidentalmente, acerca de tener que vivir y trabajar en la oficina de un practicante de
abortos clandestinos. Otra pista emergió en una conversación que yo nunca revelé a mi
madre que había podido escuchar. Ella le estaba contando a una amiga sobre haberse
casado con un marinero llamado Hodges cuando tenía 15 años. El matrimonio fue
anulado pocos meses después debido a que, según explicó, “él me llevó a través del
país hablándome sobre sexo con otras mujeres”.
Un año después ella contrajo matrimonio con mi padre Bill y finalmente tuvo su propio
apartamento pequeño en un complejo para familias de soldados mientras mi padre
estuvo destinado en Nuevo Méjico. Ella volcó su alma enteramente en ser esposa y
prontamente madre.

El álbum infantil en el que encontré la carta para mí, por ejemplo, tenía cada invitación
que recibió, cada tarjeta de cumpleaños o San Valentín que yo recibí por años, cientos
de fotografías y una lista de cada nueva palabra que yo decía y cada alimento que
incorporaba. Pienso que en muchas formas estos fueron buenos años para ella,
adornando con bordados mi ropa, haciendo ingeniosos disfraces y pequeñas fiestas
para mí.

Y como joven pareja, mis padres pudieron finalmente disfrutar cuando terminó la
Segunda Guerra Mundial. Cuando yo tenía alrededor de 10 años mi madre tuvo lo que
en ese momento llamaron una “crisis nerviosa.” Lo que yo recuerdo, además de los
vómitos y llantos por horas, es a mi padre, a mi hermano y a mí sentados en el auto en
el calor del desierto, esperando que ella saliera de una consulta con una misteriosa
persona. Ella volvió 50 minutos después luciendo aún más triste. Y por cierto que no
hubo explicación ni conversación mientras íbamos de regreso las 40 millas a casa,
donde ella continuó vomitando y llorando y apenas se sostenía. Ella recordaría más
tarde que por no poder abandonar el lecho, se había atado a mi hermano con una cuerda
para que él no pudiera meterse en problemas. En ese momento los verdaderos orígenes
de su sufrimiento permanecían ocultos: el impacto de la pérdida de su madre y los
crímenes que su padre cometió contra ella.

Resultaría que no había forma terrenal de resolver el terrible conflicto entre mi madre y
yo sin enfrentar lo que salió a la luz en los últimos años acerca de su padre, Bert.
Mucho de mi más sorprendente trabajo en constelaciones se centra en él y en que, como
Hellinger ha observado, las generaciones por venir están siempre afectadas por gente
que está excluida del alma familiar. Desde luego por un tiempo yo creí que si alguien
merecía ser excluido, ese era mi abuelo materno. Yo llegué a detestar a este hombre
cuya locura resonó a través de generaciones e hizo la vida mucho más difícil a muchos,
incluyendo a mi madre y, como llegaría a comprender, también a mí. Sin mención en la
familia, falleció en 1950 cuando yo tenía 7 años. Y como una de sus víctimas fue una
bisnieta de esa misma edad, es afortunado que mi madre me protegiera no permitiendo
ningún encuentro con él.

Aceptando el regreso de Bert muchas veces, la abuela Mary tuvo 13 hijos, 12 de los
cuales sobrevivieron. Incluso se casó con él por segunda vez luego de divorciarse
cuando fuera a prisión en Missouri por robar un caballo. Él también destiló licor
clandestino para la mafia de Chicago durante la prohibición, pero en términos
comparativos, esos fueron delitos de escasa significación. En una rara y breve mención
a él cuando yo tenía 12 años, recuerdo a mi madre diciendo con enfado: “Mi padre era
un ebrio malvado. Una vez me sujetó tirada en el suelo y borró mis cejas pintadas
restregándolas frente a todos”.

Bill y Ruth Crawford (Fotografía de la boda, 1939)

Y aunque ella nunca me contó hasta dónde llegó, de acuerdo a uno de sus hermanos,
Bert trató de acosar a mi madre y a su hermana durante la noche cuando tenían 12 o 13
años. (Un legado, quizás: su hermana fue despojada de sus propios hijos y murió joven
por alcoholismo). Con terrible tristeza, el mismo hermano también diría acerca de mi
madre y su hermana: “Ellas llevaron la peor parte y tienen las heridas más profundas de
la familia”.
Bert Chaney 1901 Posiblemente en San Quintín (cerca de 1950)
Bert eventualmente fue a San Quintín por acosar a una de sus nietas y por otros
crímenes contra niños.

Nacido en Missouri en 1879, Laura, su madre, murió a causa de gangrena cuando él


tenía 2 años. Y aunque nada justifica o explica por completo la forma confusa y rabiosa
que tomaron sus acciones después, tras la muerte de Laura el padre de Bert, Elisha -de
quien también se dijo que tenía un grave problema con la bebida- se casó nuevamente.
Elisha tuvo tres esposas más en rápida sucesión, dos de las cuales murieron poco
tiempo después de casarse con él y con pocos años de diferencia. Así, Bert perdió a su
madre a los 2 años, a su primera madrastra a los 8 y a la segunda a los 13.

Mi investigación en 2009 también desenterró el hecho de que el tatarabuelo de Bert


Hezekiah Sr. fue un esclavista en Virginia y un soldado confederado que tuvo que poner
fianza en 1780 por haber “violentado y desflorado, cometiendo violación en el cuerpo
de Ann Carr”. Uno ahora sólo puede preguntarse qué pasó hasta Bert de este incidente,
y sus fotografías cuando tenía unos 20 años muestran a un joven irritable de notoria
intensidad.

No mucho antes de que mi madre falleciera en 2002, otro de sus hermanos le contó el
secreto que había guardado por décadas acerca de cómo había sucedido realmente la
muerte de su padre. En lugar de la miocarditis indicada en su certificado de defunción,
se rumoreaba que había sido golpeado hasta morir en un playón ferroviario, poco
después de que fuera liberado de prisión. Y cuando este hermano me relató la situación
en que le contaba esto a mi madre, dijo: “Ella estaba apenas consciente, pero sonrió”.
Cuando a mi vez le conté ésta historia a Suzi, me preguntó: “Sabes quien sonrió
también?:Tu abuelo.”

Me tomaría varias constelaciones más llegar a comprender que una muerte de este tipo
es la única que podría restaurar una partícula de dignidad para él. Y como dije antes, el
secreto de mi madre nunca le fue confiado a mi padre, y ella tampoco supo el de él.

Cuando yo tenía unos 14 años de edad, la dosis que tomaba mi madre de milltown, una
antigua medicación antidepresiva de la que no podía prescindir, fue ajustada y ella se
tornó en más adormecida y ansiosa que suicida. Así, la vida continuó con ella
manteniéndose como una muy buena madre en muchas formas. Por supuesto yo me había
vuelto más disociada y ansiosa, pero para entonces esto era normal para ambas. Yo no
podría haber manejado los secretos si los hubiera conocido. Tuve que jurar silencio
cuando cerca de mis 40 años, mi madre me contó una versión suavizada de lo que su
padre le hiciera. Cuando le pregunté de qué forma él abusó de ella, pareció abandonar
su cuerpo y murmuró, “Trató de besarme una vez”. Y yo supe no indagar más. Ella dijo
en ese momento que había decidido contarme acerca de él, porque temía que la
decisión de estar con mujeres que yo había tomado cerca de los 30 años pudiera haber
sido causada por sus cuidadosamente ocultos sentimientos hacia los hombres.

Y yo guardé el secreto por 15 años, hasta que a inicios de la década de los ‘90 no lo
soporté más y se lo conté a mi hermano menor. Pasados mis 50 años, en otra extraña
visita a casa, mi madre me formuló la pregunta que por décadas yo temí me pudiera
hacer: “Jan por qué no te agrado?” Era obvio por la forma en la que lo preguntó, que
ella estaba demasiado frágil emocionalmente como para recibir una respuesta tan
sincera como la que yo podía darle en ese momento. En ese punto, yo llevaba 25 años
de hacer terapia, años de entrenamiento como psicoterapeuta y varios años de práctica
como psicoanalista.

Yo pensaba que tenía una cierta comprensión acerca de lo que había ocurrido y estaba
ocurriendo entre nosotras. Sin embargo, con todo esto e incluso habiendo asumido parte
de la responsabilidad por mi comportamiento hacia ella, no podía pensar en ninguna
forma de responder a esa pregunta que no la hiriera aún más.

Tan cariñosamente como pude, le dije: “Yo era una niña muy egoísta. También pienso
que los inicios de tu vida hicieron difícil para ti tener una imagen fuerte de tí misma”. Y
aunque algo en mí quería gritar, “Necesitabas demasiado de mí!”, dije amablemente
algo acerca de cómo pensaba que sus terribles pérdidas y las condiciones de su vida
temprana habían hecho las cosas difíciles para ella. Mi madre bajó la cabeza y se
replegó aún más en su inestable y narcotizado ensimismamiento.

Hoy, varios años después de su muerte, comprendo más claramente que fue el más
joven y herido Yo en ella el que hizo la pregunta, el que nunca podría entender ésta, o
cualquier respuesta. Sin embargo, a pesar del esfuerzo que estaba haciendo en intentar
evitarlo, en ese momento me sentí como si hubiera dado otro golpe. No llegaría a
comprender mi miedo y también mi sentimiento de superioridad sobre mi madre y su
linaje hasta 15 años más tarde.

MI PADRE
Por su frustración, mi madre me decía a veces, “Jan, nunca te cases con un hombre al
que no le gustan los niños como tu padre”. De cualquier manera no había peligro alguno
de que esta advertencia me revelara algo que yo no conociera. Y es justo decir que
hasta unos pocos años antes de que falleciera en 1999 a los 86 años, a mí tampoco me
gustaba mi padre. De niña yo me había convertido en una pequeña guerrera, que
finalmente enfrentaba su desdén hacia nosotras con el mío propio hacia él. Y hasta que
comencé mi labor con la técnica de Hellinger seis años atrás, este desprecio pudo ser
fácilmente justificado y fue apoyado por cada terapeuta que tuve en mi vida adulta.

Hasta que perdió su negocio por el crecimiento de los shopping centers, cerca de sus 70
años y tuviera que volverse hacia su familia, mi padre parecía ser infeliz pero, sin
quejarse, absolutamente responsable. De cualquier modo, salvo momentos
excepcionales, estaba completamente desinteresado de su familia. Pero como la
esperanza es eterna primavera en los niños, cerca de los 9 años y a pesar de todas las
indicaciones de que no sería una buena idea, me sentí lo suficientemente valiente para
tratar de tener una conversación con él sobre Harry Truman.

Tras cinco palabras él me refutó con alguna aniquiladora descalificación. Pero ese no
fue mi esfuerzo final. Pocos años antes de que falleciera, con una vulnerabilidad
infrecuente, tomé el riesgo de preguntarle, “Qué clase de niña era yo?”

Aún en ese punto más maduro de nuestra relación, con la característica de un gerente de
banco que tal vez me hubiese visto una vez, me respondió formalmente, “Oh, eras una
pequeña bastante buena”. Y pasarían aún unos años más hasta que yo comencé a ver que
fuera de mi madre y su tierno hermano mayor Rolle, nadie parecía haberlo tratado con
algo cercano a la calidez que hace que una persona se sienta tenida en cuenta y
conocida, y por lo tanto lo suficientemente segura como para tener en cuenta y conocer.
Y por supuesto, tanto él como yo sabíamos que la respuesta a la pregunta que le había
formulado era complicada.

Así, aislada y solitaria más allá de lo que se pueda describir, dejé de comer con mi
familia a los 11 años en parte porque los ansiosos y humillantes esfuerzos de mi madre
para convertirnos en una familia eran demasiado tristes para presenciarlos. Aún más
doloroso era el hecho de que mi padre parecía estar completamente contrariado por
tener que estar con nosotras, replegándose detrás del periódico y luego escapando a una
de sus organizaciones. Y mis pobres hermanos pequeños estaban sencillamente
extraviados en todo esto. Así que fue una completa conmoción cuando mi padre entró en
mi cuarto un atardecer mientras yo estaba cenando.

Él se sentó en la cama y comenzó a llorar. Entre sollozos, preguntó, “He sido un padre
tan terrible?”. Incapaz de soportar el verlo en semejante dolor, respondí, “No, soy yo.
Hay algo mal en mí”. Y eso era parcialmente cierto, pero yo seguí comiendo en mi
cuarto y esa conversación nunca fue mencionada ni referida nuevamente por el resto de
nuestras vidas juntos.

Al igual que con el padre de mi madre, nadie habló nunca de mi abuelo paterno James.
Mi padre tenía 2 años de edad cuando James fue baleado y asesinado en Campbell,
Missouri. Y aunque yo no sabría la magnitud y las condiciones en que estas pérdidas
acaecieron hasta años recientes, mi abuela paterna Betha perdió una hermana cuando
tenía 3 años, a su madre a los 5, uno de sus propios niños, a su esposo cuando tenía 36
y un hijo adolescente no mucho después. La única abuela que conocí era parecida a un
ave y delgada como una tabla, muy tímida, remilgada y sólo hablaba cuando se la
interpelaba, y aún entonces sólo lo indispensable.

Recuerdo que cuando ella tenía más de 70 años, la primera vez que vio a Las Rockettes
(3) en el show televisivo de Ed Sullivan, lo encontró tan vergonzoso que casi tuvo un
ataque de apoplejía. Posteriormente se apegó a Billy Graham (4). Es sólo ahora que yo
puedo empezar a comprender cuánta humillación y pesar ella sobrellevó cuando tuvo
que dejar a su familia, amigos y a su amada iglesia para venir a los campos petroleros
de California en 1928, buscando desesperadamente un trabajo para mantener a sus hijos
durante la depresión (5).

Mi hermano Scott y yo descubrimos recientemente por el periódico Campbell Citizen


de 1916, cuán público fue el escándalo que rodeó a la muerte de nuestro abuelo. En una
parte del artículo dice: “Parece que había una mujer en el fondo del problema” por el
cual James había sido asesinado “por parte de desconocidos”. Ellos habían sido
“íntimos por una cantidad de años” pero después de que él la golpeara, ella se refugió
en la casa de un predicador carismático y su esposa. Empuñando su arma, James
disparó al predicador gritando: “Los mataré a los dos si no me dejan verla!”.
James y Betha en 1915, poco antes de su muerte.

Y el artículo del periódico da más detalles personales de lo que dijeron, por ejemplo,
la esposa del predicador gritando, “Mátalo. Mátalo. Alabado sea el Señor”. Los
artículos dicen de James, “Él vino y tuvo una bonita familia y él mismo era un buen
ciudadano cuando estaba sobrio; pero cuando estaba en copas se lo consideraba un
hombre muy peligroso sin consideraciones para amigos ni enemigos”. Y es difícil
imaginar cómo fue para mi muy religiosa abuela y sus niños durante los 12 años que
vivieron en un pequeño pueblo de Missouri después de este altamente publicitado
escándalo. Así que si uno de mis ojos estaba vuelto hacia Dios, a causa de todas sus
pérdidas, los dos etéreos ojos de mi abuela lo estaban también. Sin embargo, yo no
podría haber pensado en identificar su completa concentración en la Biblia y lo
celestial como, en parte, una forma de disociación traumática hasta años más tarde. Y
tomaría años y una sorprendente constelación el poder ver que mi dulce, casi muda
abuela también encontraba algún tipo de consuelo real en su Dios.

Aunque ella tuvo el silencioso cuidado y la fortaleza para vivir bien hasta entrados los
90 años, dadas sus pérdidas no estuvo disponible para darle una contención emocional
a mi padre, huérfano de su progenitor.

Y aún con limitaciones en sus recursos emocionales, dos crisis cuando estaba en sus 60
años le dieron a mi padre la oportunidad de volver hacia su familia, y lo hizo. La
primera crisis tuvo que ver con su tienda y su status en la comunidad. Al igual que mi
madre, él tuvo que abandonar la escuela a los 11 años cuando su familia emigró a
California. Inteligente y trabajador, luego de su servicio en la Segunda Guerra Mundial,
pasó de conducir un camión a eventualmente ser el propietario de la tienda de muebles
para la que trabajaba. Completamente transformado cuando trasponía la puerta de
nuestra casa, se convirtió en uno de los hombres de negocios más populares en el
pueblo. Ético en los negocios, presidió varias logias y la cámara de comercio, fue
“Hombre de Negocios de la Semana” y cosas así.

Este éxito no lo preparó, como mencioné anteriormente, para la pérdida de su negocio a


fines de los ‘80 a causa del crecimiento de los centros de compras. Y él pudo rendirse a
la desesperación en ese punto, pero no lo hizo. La incomodidad y el temor por la
pérdida de su estilo de vida e identidad lo suavizaron, y le pidió a mi madre que
trabajara con él en una tienda de restauración de muebles usados que abrieron. Debido
a su “nerviosismo” nadie le había enseñado a mi madre a conducir, y ella había estado
aislada en su casa por 30 años. Le había rogado a mi padre por años que le permitiera
trabajar en su tienda, así que este cambio era enviado por Dios para ejercitar su
creatividad y estar más sana. Cerca del fin de su vida ella me diría: “Los últimos 20
años supe que él amaba”. Y creo que la reacción de mi padre a la crisis por la pérdida
de su tienda fue el punto de inflexión.

La segunda crisis tuvo lugar no mucho después de la primera. Mis padres habían ido de
vacaciones al lago Tahoe, y mi padre fue hospitalizado allí con una severa dolencia
estomacal. Sus hijos condujeron hasta el lugar para traerlo a casa. Cuando estuvieron en
casa, recuerdo que él estaba muy débil, sentado en el cuarto del frente con su esposa y
sus tres hijos a su alrededor. Sollozando, dijo: “No sabía que a alguno de ustedes les
importara”. Relajando mis defensas, al mismo tiempo que él se hacía vulnerable al
moverse hacia la pertenencia a su familia, yo di un pequeño paso en el mismo sentido,
en lo que sería quizás el más bello momento familiar que compartiéramos.

Las palabras más reconfortantes que oí de mi padre, sin embargo, fueron escuchadas
eventualmente en mi última visita antes de su muerte. Exasperada por su agonía y
porque estábamos absorbiendo algunas de sus últimas horas, mi madre hizo saber sus
sentimientos. En respuesta, escuché a mi padre decir con calma pero firmemente: “No,
Ruth, yo los quiero aquí”.

Aunque una carta de años anteriores de ella a él le agradecía por “amar a Jan aún”, yo
no estaba nada segura de que así fuera. De modo que oír esas palabras permitió que
algo se resolviera en mi interior. Le importaba que estuviésemos allí, que yo estuviera
allí. Y la fotografía que está debajo, de mis últimos momentos con él, fue tomada
durante esa visita. En paz, juntos, deja ver parte de ese tardío pero feliz consuelo.
Varios años después, las constelaciones que describo comenzarían a curar las imágenes
internas residuales llenas de ira y dolor que tenía de mi padre, y a hacer emerger esta
imagen desde las corrientes profundas de la realidad, para ocupar el lugar central en mi
recuerdo.
Carta de Mamá a Papá:

30-5-78 Feliz Cumpleaños Bill.


No compré una tarjeta porque no expresan lo que siento por ti.
Hemos tenido un largo tiempo juntos (casi 40 años) como para amarnos o no uno al otro, gustar o no uno del otro,
perdonarnos o no el uno al otro. Han habido y todavía hay muchos momentos para todos esos sentimientos. Lo hemos
hecho bastante bien juntos con sólo un golpe abrumador en nuestra vida que atravesamos, de alguna manera, juntos.
Te amo porque me diste fuerza cuando Larry estuvo en problemas. Te amo porque aún amas a Jan. Te amo por toda
la fuerza

que literalmente saqué de ti cuando pasé el peor momento de mi vida con mis nervios. Nunca te lo dije pero realmente
no hubiera podido superarlo sin ti. Sé que eres un hombre orgulloso y que todas estas cosas fueron golpes a tu ego.
Pero te amo por no rendirte nunca o tirar la toalla. Te amo por tu alegría cuando tuviste que hacer cosas que ningún
hombre de 65 años debería estar haciendo. Te amo por tratar de hacer las cosas más fáciles para mí (como prescindir
de grandes comidas) porque sabes que yo también estoy cansada. Te amo por ser tan dispuesto a levantarte en las
mañanas, etc. etc. etc. Realmente eres un buen tipo! Te amo, los niños te aman, y lo mejor de todo, Dios te ama. En su
nombre, Ruth.
Última visita. Jan con Papá.

LA TIERRA LEJANA
La parábola bíblica del hijo pródigo no se centra en el cambio real en el hijo. Cuenta la
historia de lo insoportable de la pérdida de una de 100 ovejas y del alivio del padre
por el regreso del hijo. Propone que una persona, no importa cuán pecadora sea, no
puede ser excluida de la familia sin causar dolor a todo el resto. Habiendo partido a
una “tierra lejana” donde malgastó su herencia con una “vida descontrolada” y “devoró
(el dinero proveniente de la labor de su padre) con prostitutas”, volvió porque
literalmente se estaba muriendo de hambre. Cuando lo hizo, el padre dice a sus amigos
y vecinos, “Regocíjense conmigo, porque he encontrado a mi oveja que estaba
extraviada.”

San Francisco fue la tierra lejana a la que yo huí a los 18 años. Una ciudad hermosa, fue
una buena decisión en varios aspectos. Por supuesto la dificultad principal no fue que
me mudara allí, sino cómo y por qué lo hice. Muy rápidamente casi olvidé a mis padres
y a mis dos hermanos. Y estuve bien allí en el sentido de que tuve magníficas amistades,
algunos romances con hombres y, contra las probabilidades como mujer a mediados de
la década de 1960, fui capaz de desarrollar una carrera en gerenciamiento inmobiliario.
Me sentía muy bien aprendiendo, y parecía que podía arreglármelas sola.

Durante estos primeros años en San Francisco, no obstante, ya había empezado a creer
que la bruma de la disociación, o los períodos de ansiedad o depresión que
experimentaba, eran debilidades personales o, como la terminología de moda de la
época sugería, manifestaciones de “baja autoestima”. Al haberme desconectado de una
forma tan crítica y radical, yo no tenía absolutamente ninguna intuición de la enorme
carga ni de la fortaleza de pionero que estaba acarreando hacia el futuro. Y aunque
tendría alguna terapia de excelencia por años, hasta que hallé la labor del Dr. Peter
Levine alrededor de mis 55 años, no entendí ni pude empezar a resolver lo que ocurría
en mi psiquis y en mi cuerpo. Y eso provenía de experiencias tan abrumadoras que no
podía reconocerlas ni expresarlas con claridad.

Afortunadamente, en paralelo con esta realidad hubo muy buenos momentos pasados en
bailes, tomando tragos y sintiéndome atraída, relacionándome y teniendo romances con
algunos hombres muy agradables. Y con dos años de universidad en mi pueblo, una
corta temporada en la Estatal de San Francisco, y unos pocos años de estudio nocturno
en gerenciamiento inmobiliario en la Universidad de California Berkeley detrás, luché
mi ascenso desde el secretariado, obtuve mi licencia de venta inmobiliaria y había
comenzado a gerenciar la comercialización inmobiliaria para uno los principales
bancos. Como fui la primera mujer en viajar en representación de este banco, mi
promoción indignó a varios de mis superiores influyentes. Ardiendo de rabia mientras
me llevaba en su auto para tomar posesión de un edificio de oficinas en otra ciudad, uno
de ellos me dijo con irritación “Yo no le permitiría a mi hija hacer nada como esto
hasta quizás después de haberse casado y criado a sus hijos”. También descubrí que
otro superior podía llevar a cabo la amenaza de hacerte despedir si no tenías sexo con
él. Más aún, pronto aprendería que no importa qué tan profesional fueras, qué tan duro
trabajaras o con cuánta sutileza procuraras negociar líbidos y egos, esto siempre podía
pasar.

Tras la abrumadora pérdida de ese trabajo, me forcé a recomponerme y me mudé a


Londres donde había concertado un empleo como secretaria temporaria por un año. Me
mudé a la ciudad de Nueva York durante la llamada era “Mad Men” (6) y por los
siguientes cinco años trabajé recorriendo nuevamente el camino del ascenso en la
escala hasta llegar a la posición de asociado senior en dirección de medios, con una
oficina en la Avenida Madison. Aunque había comenzado mi psicoterapia en ese punto,
a causa de todos los excesos era fácil disimular la mayor parte de mi pena interior
detrás de las aventuras amorosas y las fiestas de negocios. Y era lo suficientemente
eficaz en esa estratagema como para que un colega me dijera una vez, “si tuvieras fuera
de la pista de baile la confianza que tienes en ella, podrías gobernar el mundo”.

Las mujeres pueden, por supuesto, ser violadas cualesquiera sean las circunstancias
emocionales o físicas. Realmente, debe haber habido algo acerca de la radical
separación de toda mi historia que me hiciera más proclive a ser violada dos veces en
citas en mis primeros seis meses en la ciudad de Nueva York. Y no era simplemente que
fuese nueva y estuviera sola en la ciudad, yo estaba sola en un sentido mucho más
profundo, un sentido que nunca podría disimularse totalmente. Ni intoxicada ni en
actitud seductora en esas citas, apenas en el nivel instintivo es posible que el perfume
de esa vulnerabilidad fuera percibido desde cierta distancia.

En parte porque disociaba con tanta facilidad, aunque mi vida fue amenazada en ambos
casos, continué teniendo placer en la intimidad con los hombres durante esos años.
Incluyendo una breve y políticamente riesgosa aventura con un muy atractivo,
encantador pero casado ciudadano inglés que era miembro del Parlamento. Y aunque
después de eso yo rehusé salir con hombres casados, la experiencia, que incluyó
elegantes cenas de gala, me ofreció un contrapunto al menos temporal a la violencia y la
falta de respeto que intentaba superar.

Jan – Mediados de los ‘60

Dos años después, sin embargo, descubrí que un hombre de quien me había enamorado
profundamente -y con quien me había estado viendo por un año- había creado una
elaborada falsa identidad para ocultarme el hecho de que era casado. Él simulaba ser
un agente de la C.I.A. asignado a infiltrarse en un grupo de científicos británicos que
estaban trabajando en el país. Cuando finalmente encontré el modo de abordar la
terrible confusión respecto de todas las cosas que carecían de sentido y descubrir la
verdad, también tuve la fuerza para dejarlo inmediatamente. Pero sentada por muchos
días en el parque, sacudida, aturdida y al borde de una profunda depresión, tuve que
decidir cómo continuar.

Debido a que yo estaba muy enfocada en que la respuesta a mi vacío interior fuera una
pareja romántica que me rescatara, esta traición fue devastadora. No obstante, fui capaz
de recomponerme y reanudar mi vida. Seis meses después comencé a tener citas
nuevamente, y las continuas cenas de negocios y fiestas que caracterizan la vida en la
industria publicitaria me mantuvieron ocupada. Nublada por la negación acerca de cuan
di-sociada de mis sentimientos me estaba volviendo, cada experiencia irresuelta y
abrumadora reavivaba el fuego que yacía debajo de la anterior.

EL MOVIMIENTO FEMINISTA
Viviendo principalmente en el nivel superficial de la vida durante esos años, no era que
el hombre de lata ya no existiera en mi interior, era simplemente que yo esperaba que
una vida exigente me llenara lo suficiente como para mantener a raya un fuerte impulso
hacia la depresión. Intentando arduamente ocultarse tras la identidad de una confiada
joven de negocios con una vida social activa, subyacía un intenso temor.

También por esta época el hecho de que había empezado a alcanzar un techo en ventas
de publicidad me mantuvo confrontándome con hombres solamente, muchos de ellos
menos calificados, que eran contratados para puestos de venta más lucrativos.

Dado que tenía un parecido a la imagen de Gloria Steinem (7) en la portada de la


edición del 16 de agosto de 1971 de la revista Newsweek, varios de los vendedores de
medios de radio y televisión que eran mis clientes comenzaron a fastidiarme acerca de
verme como “una de esas feministas”. Sorprendida de mí misma y con una considerable
incomodidad, en una de esas ocasiones respondí cuidadosamente, “Bueno, sabes yo no
estoy en completo desacuerdo con ellas.” Extrañamente, no mucho después, un contacto
de publicidad me llevó a pasar una tarde con Betty Friedan (8) y su marido. Cuando nos
despedimos, me encontré expresándole mi interés en contactar al movimiento feminista
en la ciudad de Nueva York. Y en cierto sentido puede decirse que el movimiento
feminista me estaba en
contrando.

Jan - el movimiento feminista

Pocos meses más tarde dejé una nota al Comité de Medios de la sede de Nueva York de
la Organización Nacional de Mujeres. En la nota manifestaba que estaba dispuesta a
“hacer algo para colaborar”. Para comienzos de 1972 el movimiento feminista era mi
vida.

El movimiento a principios de la década de 1970 era complicado, ocasionalmente


peligroso y glorioso. La inyección de vitalidad y respeto que recibí allí salvó mi vida.
Cálidamente recibida, fui elegida para el consejo de la sede neoyorquina de la
Organización Nacional de Mujeres en pocos meses. En este movimiento por la
inclusión, ser tomada seriamente y claramente escuchada liberó en mí un torrente de
pensamiento creativo, sentimientos y coraje. Fue una bendición estar en compañía de
mujeres indiscutiblemente brillantes como Kate Millett, Phyllis Chesler, Wilma Scott
Heide, Ty Grace Atkinson, Mary Daly, Charlotte Bunch, Jane Field, Margaret Sloan,
Barbara Love y tantas otras.

Al expandir las libertades de las mujeres, nos sentíamos tanto moviendo la historia
como siendo movidas por ella. Como con cualquier aspecto de la fuerza vital que ha
sido dañado por un largo tiempo, cuando nuestra energía comenzó a liberarse fue
espectacular. Y aunque mi actuación en el movimiento me costó mi carrera -como a
tantas otras mujeres-, no me hubiese perdido esta explosiva expresión de inteligencia y
amor por nada en el mundo. Además, para aquellas de nosotras que no sólo estábamos
abriéndonos a nuevas formas de pensar sino también de amar, fue apasionante en todos
los niveles.

Uno de esos niveles de apasionamiento fue expresado en 1973 cuando organicé 17


grupos de mujeres dentro de la Coalición Feminista Comunitaria. Representando a estos
grupos, testifiqué ante el Subcomité de Comunicaciones y Energía del Comité
Parlamentario en Comercio Interestatal y Exterior sobre la Renovación de Licencias de
Emisoras. Mi testimonio abordó el limitado camino en que las mujeres eran enmarcadas
en los medios y la discriminación en la contratación en las emisoras y en la industria
publicitaria. También en 1976 fui entrevistada por el Wall Street Journal y por Jane
Pauley en el programa “Today Show” acerca del acoso sexual ocurrido en San
Francisco, y eso me brindó la oportunidad de atraer la atención pública sobre este
tema.

El poder describir esos sucesos que finalmente me costaron mi empleo, me permitió a


la vez ayudar a otros y hablar acerca de una de esas experiencias que, como le ocurre a
tantos, el silencio distorsiona aún más. Y hubo muchas otras experiencias gratificantes,
como enseñar a las mujeres en la Convención Nacional de N.O.W. (sigla en inglés para
la Organización Nacional de Mujeres) sobre la forma de presentarse en sus emisoras
locales de televisión, estaciones de radio, periódicos y revistas para negociar millones
de dólares de tiempo en el aire y espacio impreso para la primera campaña publicitaria
de servicio público del Fondo de Defensa Legal y Educación de N.O.W.

Hubo también, sin embargo, acciones que sentí necesarias pero que fueron
extremadamente incómodas para mí, incluyendo teatro callejero cerca de mi oficina en
la Avenida Madison. Organicé también una sentada pacífica de cientos de hombres y
mujeres por 18 horas en la Catedral de St. Patrick tras el intenso lobby que se realizara
desde el púlpito, que ocasionó que fracasara una vez más la aprobación de una carta de
derechos humanos básicos para gays en el Consejo de la Ciudad de Nueva York.
Recuerdo cuán conmovedor fue escuchar a cientos de personas cantando para nosotros
desde fuera de las grandes puertas de la Catedral, apoyándonos para pasar la noche.

Debido a que los programas que planifiqué para la sede de la Ciudad de Nueva York de
N.O.W. atrajeron pacíficamente y reunieron a moderados y radicales, me sentí muy
complacida de poder ser una de las personas que contribuyeron para subsanar algunos
de los conflictos del momento entre esas alas del movimiento. Y finalmente estaría
involucrada en muchas áreas de cambio, varias de las cuales se describen en el libro de
Barbara Love, Feminists Who Changed America (Feministas que Cambiaron América),
1963-1975.
Además de la creatividad teórica y estratégica de tantas, es justo decir que hubo
actitudes destructivas también. Hubo algo de ciega ambición y una cierta idiotez, y yo
fui culpable de ambas hasta cierto punto. Y hubo egos inflamados, sentimientos heridos,
ocasionales “traiciones” y exageraciones intentando que nuestras experiencias fueran
reconocidas. Asimismo, cualquier movimiento de derechos humanos es verdaderamente
receptivo sólo en la medida en que no excluya cuando avanza, y muchas de nosotras
fuimos algunas veces culpables de denigrar, disminuir o más frecuentemente
simplemente ser olvidadizas hacia las luchas y contribuciones de otras mujeres
(mujeres de color, en particular) y de los hombres en general. Un ejemplo de cómo por
momentos estuve demasiado influenciada por el dolor y la ira, ocurrió varios años
después de dejar el Movimiento de Mujeres. Miembro facultativa de un Instituto de
Psicoanálisis, publiqué una teoría radical de género titulada “El Yo Separado: el
Género como Trauma”. Aunque yo creí que este trabajo era una contribución al
fascinante diálogo sobre el género de la época, ahora puedo ver que describe las
tendencias predeterminadas de hombres y mujeres en el nivel superficial de la
experiencia.

Dada esta teórica falta de generosidad hacia los hombres a principio de la década de
1990, estuve de hecho en capacidad para trabajar bien clínicamente con mis clientes
varones y con parejas. En parte, pienso que esto era verdad porque como mis afectos
cambiaron hacia las mujeres, no era atrapada en peleas entre hombre y mujer en mi vida
amorosa, y así, como observadora externa, podía a menudo ser más objetiva. De todas
maneras, finalmente fueron necesarias mis experiencias en muchas constelaciones años
más tarde para poder apreciar más completamente la verdadera naturaleza de ambos,
hombres y mujeres, particularmente en el nivel de las corrientes profundas.

A pesar de los períodos alegres durante los años en el movimiento, el agujero negro de
desesperación y nostalgia por algo que sentía que me eludía, nunca estuvo lejos. Una
causa de esa obscuridad fue que me llevó muchos años y también una intensa
investigación dentro de mi familia, el tomar conciencia de algunos de los traumas
experimentados por mi madre y otras mujeres en mi historia familiar. Identificándome
inconscientemente con estas mujeres, a medida que supe más sobre sus vidas comencé a
ver que, fuera del amor, yo también estaba tomando partido por ellas con mi
participación en el Movimiento de Mujeres. Y, afortunadamente, empecé a comprender
a quienes pertenecía realmente gran parte del peso que yo cargaba. También comencé a
ver que mientras ellas hubieran valorado mis esfuerzos por las mujeres, nunca en un
millón de años hubieran querido que yo acarreara su sufrimiento.

Asimismo mientras que gané algo de confianza verdadera por mi trabajo en el


movimiento, en los años posteriores comencé a notar que podía perder esa base y
oscilar con facilidad entre la grandeza y una sensación de deficiencia. Y me llevó
muchos años empezar a entender que nadie logra genuina y consistentemente la
confianza en sí mismo, si no respeta y siente el apoyo de aquellos que lo precedieron. Y
en los últimos tiempos, he llegado a entender verdaderamente el paralelo entre la
historia del hijo pródigo y la mía, sintiendo ahora directamente el impacto de mi auto-
exclusión en mi familia y, finalmente, en mí. En cambio, a diferencia del hijo pródigo
que simplemente buscaba el placer, nuestro dolor fue exacerbado debido a que yo estaba huyendo desdeñosamente de
mi familia. Y en términos de recuperarse desde este parto invertido, como mi último maestro en la obra de A.H.
Almaas, Alia Johnson dijo una vez, “El verdadero cambio es como virar un transatlántico. Uno apenas siente el
movimiento, pero termina en un destino totalmente diferente”.

TRABAJANDO Y AMANDO
Como era de esperar, testificar en el Congreso contra tus clientes no es una decisión de
carrera particularmente buena. Y después de ser despedida de mi puesto en publicidad
no pasó mucho tiempo para que gradualmente siguiera el hilo de una nueva orientación
profesional. Esta ya no requería de carteras de Mark Cross y un tapado de piel. De
hecho, mi próxima profesión implicaba entrenamiento en varias formas de terapia
corporal. Los años en el Movimiento Feminista me enseñaron que yo realmente quería
contribuir a mejorar la vida de los demás y al bienestar general. Y también algo había
comenzado a guiarme hacia la recuperación de aspectos de mí que sólo había apenas
vislumbrado. En términos de lo poco que había estado en contacto con mi propio
cuerpo y mis emociones, el trabajo con las manos probó ser un placentero y esencial
paso en el proceso de entrar en un contacto más sutil con esas escasamente percibidas
instancias en mí. Y a medida que lo hice, me di cuenta de que podía ayudar a otros a
encontrar esos recursos en su interior.

Estudié trabajo corporal y concientización por varios años y llegué a obtener una
licencia en masaje terapéutico y Shiatsu. Y aunque nunca había sido una persona
atlética ni con una cultura física, disfrutaba realizando esa práctica. Una experiencia
especialmente gratificante durante este período fue la de mi trabajo con Anne Bancroft
en su demandante representación de Golda Meir en Broadway. Afortunadamente ésta
práctica también me proveyó los medios para financiar la finalización de mi
licenciatura y la realización de maestrías.

Por otra parte, aunque no estoy sugiriendo que un cambio drástico -en cualquier
orientación- en la sexualidad sea posible o deseable para cualquiera, durante los
primeros tiempos en el Movimiento Feminista mis deseos de amor y de pareja
cambiaron de los hombres hacia las mujeres. Al revelar que era física y
emocionalmente bisexual, descubrí que relacionarme con mujeres era una opción más
amena para mí. Y experimentando las mismas fortalezas y heridas en ambas relaciones,
encontré que podía compartir mi vida más plenamente con mujeres.

Aunque había mantenido muy poco contacto con mi familia, a principio de la década de
1970, temiendo que mi madre pudiera verme en televisión en la primera conferencia
lesbiana feminista en U.C.L.A. (Universidad de California en Los Ángeles) decidí
impulsivamente “salir del closet” con ella telefónicamente. Cuando se lo dije, se
horrorizó, y chillando “Eres una lesbiana!” colgó el teléfono de un golpe. Apenas
volvió a hablar conmigo y por cinco años no me permitió hablar con mi padre ni con mi
hermano menor, que aún estaba viviendo en la casa paterna. “Esto lo mataría!”, decía
respecto a mi hermano. Finalmente, de alguna manera él descubrió la verdad y en su
estilo amable se lo dijo a mi padre, que había pensado que yo no le hablaba porque lo
aborrecía. Y a causa de ese malentendido, resultó que la verdadera causa de mi
distanciamiento fue casi un alivio para mi padre.

Con excepción de mi hermano menor, yo no tenía conciencia de extrañar a mi familia.


No podía recordar cúando, o incluso si alguna vez me había considerado un miembro
de mi familia. Sin embargo, reconocía el habitual dolor en la voz de mi madre, pero
más intenso aún, cuando con cierta torpeza comenzó a hablarme brevemente cada varios
meses. Yo no tenía idea de lo atemorizada que estaba de ese dolor. En terapia en esa
época, era mucho más sencillo rechazar o culpar a mi madre que enfrentar ese temor. Y
sé ahora que desafortunadamente mis terapeutas fueron empáticos por demasiado
tiempo con mi visión crítica y unidimensional de mi madre. Pero esa era la manera en
que habíamos sido entrenados la mayoría en ese tiempo, y como continúan siendo
entrenados muchos aún.

En términos amorosos, la combinación de valentía y brillantez en las mujeres con las


que trabajé en el Movimiento Feminista resultó altamente seductora. Por varios años mi
relación más seria fue con una mujer que llamaré Carol, una persona espiritual y
carismática. Dado su origen de clase media y logros profesionales, se manejaba
sorprendentemente bien en la calle, algo muy necesario para una radical de East Village
en esos días. La combinación de nuestros talentos resultó ser una fuerza muy efectiva
tanto para mi activismo en el más moderado Movimiento Feminista, como para su tarea
en el nuevo Movimiento Feminista de Lesbianas que estaba en los inicios de su
desarrollo. Y caminando muchas veces en el filo entre el coraje y la imprudencia,
aprendí mucho de Carol respecto a mantenerme aún más firmemente en lo que sentía era
lo correcto.

Este fortalecimiento no incluyó mi forma de ser en mis relaciones íntimas, y amplié


considerablemente mi currículum de victimización en esta relación. No importa qué
tanto desdén tuviera para con mi madre, en una ciega e inconsciente lealtad afectiva
hacia ella, a su semejanza, yo asumía un rol “inocente” en mis relaciones. Y, como ella,
yo era genuinamente comprensiva, afectuosa y a menudo bastante generosa, pero la
falsa inocencia es a la postre venenosa. Yo evadía sutilmente la responsabilidad y vivía
basada en la esperanza, en lugar de en la autovaloración y la voluntad. Yo sostenía
profundamente ciertos supuestos: 1- Si yo lo daba todo, recibiría lo que pensaba que
necesitaba, y 2- que yo sería respetada y que así luego me respetaría a mí misma. Esta
perspectiva supone también que hay un “bueno” y un “malo” en cada relación. Y aunque
yo había visto este esquema fracasar para mi madre, las estrategias para ser amado
están profundamente enclavadas y son muy difíciles de identificar, y ni qué decir de
cambiar.

Por años, con la esperanza de ser amada si ofrecía apoyo ilimitado a mis parejas, yo
esperaba impacientemente que el amor prosperara según mis expectativas. Además, ni
antes ni después de mi decisión de estar con mujeres yo había considerado tener hijos.
De hecho sólo ahora entiendo que la temprana fragilidad de la conexión con mi familia
en el nivel superficial de la existencia me privó de la fortaleza para imaginar siquiera
tener un niño. Como tantos, en una dolorosa forma inconsciente todavía estaba en la
búsqueda de los padres ideales.

En medio de todo esto, yo no me mostraba aparentemente dependiente en ningún


aspecto ordinario. Debido a que uno no podía identificar dependencia en mis palabras y
acciones, yo podía justificar fácilmente mis quejas acerca de mis parejas, sin reconocer
dependencia donde realmente la había: en mi energía. Al necesitar demasiado por
aspirar a tenerlo todo, yo todavía estaba usando la estrategia de supervivencia de mi
madre, aún cuando éstas eran relaciones que tendían a atenuar ése patrón.

Una de esas relaciones tuvo lugar varios años después de un difícil rompimiento con
Carol. Comencé una relación con “Andrea”, una mujer cordial que resultó estar en el
Consejo Nacional de Alcohólicos Anónimos. Hubo una gran dosis de desastre -y
descubriría que hasta fatal- de alcoholismo en mi historia familiar, y yo misma lo era en
un estado temprano. Así que su trabajo en el programa me ayudó para dejar de tomar,
sin demasiado esfuerzo, 35 años atrás. Además durante ese año felizmente más estable
con ella, terminé mi licenciatura y comencé a enfocarme en una maestría. Y como ya
había comenzado a hacer counseling informal con varios de mis clientes, mi práctica de
terapia corporal empezó a convertirse casi sin solución de continuidad en una de
psicoterapia.

Fue un buen momento en las vidas de ambas, y hubo un alto grado de equivalencia en el
dar y tomar entre nosotras. Mutuamente comprensivas en muchas formas, esta relación
terminó eventualmente sin que me sintiera victimizada. También puedo observar que
Andrea y yo estábamos considerablemente bloqueadas por traumas previos en nuestras
vidas y, como la mayoría de las demás parejas, por conflictos familiares.

Ella había sido terriblemente traumatizada por un gran desastre cuando era una niña, y
si yo hubiese estado capacitada como para ayudarla en Experiencia Somática ® y en la
técnica de Hellinger que practicaría más tarde, hubiese sido enormemente positivo para
ambas. De todas maneras, considerando todo lo que estábamos tratando de manejar
individualmente, siento una tierna gratitud por el afecto y la delicadeza de Andrea.

Y aunque seguiría siendo afectada por la fuerte tendencia hacia la depresión y el


colapso interior, cuatro cosas maravillosas ocurrieron durante los siguientes cinco años
de mi vida. La primera fue mi pasantía en el Centro Oncológico Sloan Kettering
Memorial. La segunda fue mi relación con uno de los dos grandes amores de mi vida. Y
luego de muchos años de estudio y meditación espiritual, las otras dos experiencias
fueron atisbos de algunos aspectos de lo que hay detrás de lo que yo normalmente
consideraba como mi realidad.

Una parte significativa de la gratificación en Sloan-Kettering fue mi trabajo con gente


con SIDA. Al principio de la epidemia, la causa de la enfermedad y la forma de
contagio eran desconocidas, y por un tiempo nosotros no sabíamos qué estábamos
arriesgando cuando les brindábamos cuidados. La camaradería en el frente de lo que se
tornaría en la guerra contra el SIDA era conmovedora.

No habiendo estado nunca cerca de alguien moribundo, éste era un curso de colisión en
una parte de la vida que yo de alguna manera había evitado. La experiencia del trabajo
con este grupo de jóvenes hombres y mujeres fue una de las más preciadas de mi vida.
Muchos venían de vidas de estigmatización y peligro, y su forma de mantener la
dignidad y a veces un casi extravagante humor y estilo en el medio del horror, era en
verdad heroica. Uno de quienes más me acuerdo es Tom, y sus notables regalos para sus
compañeros pacientes y para mí. Muy enfermo, antes de su muerte hizo arreglos para
los servicios funerarios de aquellos que fallecieron sin reconocimiento ni homenajes. Y
en sus exequias, la pareja de Tom estaba de pie en la recepción con una llamativa
bufanda multicolor tejida en su mano. Cuando me acerqué, él colocó la bufanda
alrededor de mi cuello. Luego dijo, “Tom me pidió que te diera esto. Fue tejida por
Elisabeth Kübler-Ross (9) y él quería que la tuvieras. Tú le permitiste hablar acerca de
su muerte”. Años más tarde le di esa bufanda a una joven amiga que realizaba una
comprometida labor en un hospicio, y sigue siendo uno de los regalos más preciados
que recibí en mi vida.

Durante este tiempo me enamoré de “Ann”. Cuando nos encontramos, ella era una
madre divorciada de dos hijas de 16 y 20 años, y había sobrevivido a la muerte de su
hijo menor y a una doble mastectomía por cáncer. Sorprendida de inmediato por el
amoroso y digno lugar que ella pudo hallar para sobrellevar esas pérdidas y el fin de su
matrimonio, su radiante belleza y su gran sonrisa reflejaban todo lo que ella había dado
y estaba tomando de la vida.

También admiraba el intelecto y los valores de Ann, incluyendo su habilidad para


manejar una agencia internacional sin perder su gracia y humildad. Estaba en su
naturaleza el dejar un lugar más bello que como lo había encontrado, y cuando se
quedaba en la casa de campo de alguna amistad, ella siempre insistiría en plantar
docenas de brotes de tulipán antes de irse. Su hija mayor estaba en la universidad en
otro estado, así que no tuve mucho contacto con ella. La menor vivía con ella y le tomé
un gran cariño. Y aun cuando Ann y yo tuvimos un difícil final de nuestra relación, no
hay duda de que ella y su hija embellecieron mi vida.

Cuando era niña Ann tuvo polio y fue confinada en una férula por muchos meses. Y tal
vez fuera ese trauma el que la hacía sujeto de ataques de ira que a menudo me dejaban
exhausta por días. Para ése momento yo había perfeccionado mi rol como víctima y era
bastante convincente, mostrándome a nuestro terapeuta y creyendo yo misma ser “la
buena”. Ahora sin embargo, puedo percibir que en gran medida mi hipersensibilidad y
tendencia a la frustración, ocasionadas por necesitar demasiado, contribuían a nuestros
problemas.

Cuando fui diagnosticada con mi primer cáncer de mama en 1989, estaba claro que más
allá de lo tierno que el apoyo y el amor de Ann fuera, yo no sería capaz de sostenerme
contra la fuerza de sus ataques de ira durante la cirugía, la quimioterapia y la
radioterapia que tenía por delante. Tras el primer incidente que siguió a la operación,
yo estaba desesperada. También nuestro terapeuta parecía sentirse bastante impotente y
le consulté a Ann si estaría dispuesta a intentar algún otro tipo de terapia personal.
Como ella también quería fervientemente permanecer conmigo, tuvo una sesión con otro
terapeuta. Sin embargo no faltaba mucho tiempo para que yo comenzara el tratamiento y
se hizo evidente rápidamente que el nuevo abordaje no iba a poder lograr un cambio
sustancial en ella en el tiempo de que disponíamos.

Cuando estaba bajo anestesia durante la cirugía oncológica una pocas semanas antes,
había experimentado uno de los atisbos de lo que yace tras la realidad cotidiana a los
que me referí anteriormente. Suena increíble aún para mí, pero durante la cirugía
ocurrió una conversación seria y totalmente lúcida entre algún tipo de ser etéreo,
obviamente no en la esfera humana, y yo. Con gran seriedad y tristeza ese ser y yo
estábamos hablando de algo que ambos sabíamos: que yo estaba paralizada en cuanto a
lo que había venido a aprender y hacer aquí; bloqueada en mi relación con Ann. Y por
más que yo no quisiera que eso fuera cierto, era una conclusión innegable. Más tarde
cuando salí de la anestesia pude recordar el claro sentido verdadero de lo que fue
hablado, pero no el contenido literal acerca de cuál era mi propósito aquí.

Sobre la base de todo lo que tenía que tener en cuenta para sobrellevar físicamente mi
tratamiento y seguir adelante con mi vida, tuve que poner fin a la relación con Ann. Esta
fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar. Además, todavía en mi
postura “inocente” en ese momento, yo no estaba aún lo suficientemente fuerte como
para saber y reconocer que yo era más responsable por su frustración conmigo de lo
que estaba aceptando. Extrañándola terriblemente, cuando recuperé algo de mi salud
física ocho meses después, traté de contactarme con ella pero era muy tarde. Varios
años antes ella había tenido una recurrencia de cáncer, y me dijeron que la noche previa
a su muerte en 1993, pareció perdonarme cuando le leían las Bienaventuranzas de la
Biblia. Saberlo también me trajo algún alivio a mí.

En 1991 no mucho después de nuestra separación, ocurrió otra de las experiencias más
allá de la realidad que conocía. Desperté en medio de la noche en lo que Hellinger
llamaría “el gran amor.” Solo puedo describirlo como amor absoluto, una llama de
amor capaz de consumirlo todo y fui atraída hacia ella tres veces. Sin embargo, cada
vez que me acercaba, el temor de que podría morir se apoderaba de mí y retrocedía. No
mucho antes de esto yo me había recuperado de los tratamientos de quimio y
radioterapia y la muerte no parecía muy lejana. Y creo que los 20 años desde entonces
han transcurrido orientados a lo que A. H. Almaas describe como “guía precisa como
un diamante” hacia cada próximo paso para acercarme a aquello a lo cual no pude
acceder aquella noche.

Además de de mi estudio continuo en estos años con varios maestros principalmente


budistas, mis estudios como candidata a analista en el Instituto de Capacitación e
Investigación para Psicología del Self se tornaron otro punto focal de mi vida. Una
teoría compleja, la Psicología del Self de Heinz Kohut es un paso en la humanización
de las teorías psicoanalíticas Freudianas y está centrada en una sintonía empática con el
cliente y en restañar las heridas ocasionadas por el espejamiento (mirroring), el
hermanamiento (twinship) y la idealización. Mis años como estudiante allí, y los que
pasé en la facultad fueron extremadamente motivantes y creativos para mí
intelectualmente, refinaron mi sensibilidad y mi práctica en muchas formas.
Eventualmente yo llegué a cuestionar varias de las principales premisas, no sólo de las
teorías de Kohut sino de todas las teorías analíticas contemporáneas. Sin embargo esto
no disminuye la buena experiencia de esos años.

Aunque mantuve varios romances, no me involucré seriamente de nuevo hasta mediados


de los ‘90, cuando como estudiante de la obra de A. H. Almaas conocí a “Liz”. Con la
sensación de haber llegado finalmente al hogar, recuerdo un profundo suspiro de alivio
la primera vez que mi mejilla tocó la suya. Fue años más tarde que comprendí que por
más preciado que ese momento fuese realmente para mí, hasta que no pudiera venir
desde mi hogar verdadero en mi sistema familiar, no sería capaz de abrirme para luego
lograr una pareja amorosa plena. De todas maneras, a pesar de los obstáculos en esta
relación, me siento incesantemente agradecida por el hecho de que en tantas formas mis
trece años con Liz fueron felices. Y en gran parte esa felicidad fue posible porque
ambas estábamos orientadas en la misma dirección.

También contribuyó -y constituye un testimonio del encanto, la calidez y el nada


insignificante atractivo de Liz- que ni siquiera mis padres pudieron evitar simpatizar
con ella. Aunque tomó una gran dosis de medicación para hacerlo, mi madre estuvo de
acuerdo en conocer a Liz cuando estuvimos en un retiro en California en 1999. Y dado
que yo nunca había intentado compartir con ellos los intereses que me apasionaban, me
resultó extraño que mi madre nos describiera más tarde como “dos seres profundos”.
Ella no tenía idea de que, por ejemplo, nosotras frecuentemente nos despertábamos una
a la otra para compartir una línea inspirada de poesía, un fragmento de filosofía o
teología de emocionante claridad o una estimulante y sutil interpretación de un
pensamiento previo.

Mi madre nunca había escuchado sobre los cientos de horas de intercambio acerca de
lo que se estaba revelando tras haber estudiado con un talentoso maestro tras otro.
Quizás era tan simple como que lo infirió de su conocimiento de que pasábamos todo
nuestro tiempo libre en retiros. O, como sugiriera Liz, quizás mi madre veía más de lo
que yo pensaba, aunque luego Suzi bromeó cordialmente, “Quizás tu madre se refirió a
“personas demasiado profundas.” (NdelT: alude al juego de palabras en inglés “two
deep” y “too deep” de muy similar pronunciación pero con significados diferentes
como surge de la traducción) Pues “demasiado profundas” o “dos profundas” nuestras
vidas eran plenas en muchos sentidos importantes.

Fue también durante estos años juntas, mientras hacíamos algún trabajo de indagación
en un retiro Almaas, que repentinamente me di cuenta que la estridente risa de una
estudiante en particular que siempre me había molestado mucho no me estaba
perturbando en lo más mínimo. De hecho, aún cuando deliberadamente lo intenté, no
pude separarla de un ilimitado y ahora armonioso campo de conciencia. Sin poder
localizar un yo personal para rechazar el suyo, a medida que esto continuó,
repentinamente comencé a reír yo misma casi con la misma estridencia. No había modo
de excluirla, o a alguien o algo de aquello que estaba prevaleciendo. Y aunque fueron
sólo unas horas hasta que volví al frágil equilibrio de mi ser material, juzgador,
ambivalente, en algún lugar de mí yo había sentido esta verdad más profunda.

Por esta época pude participar varios días del Retiro Callejero de Roshi Bernie
Glassman, en la ciudad de Nueva York. Para tratar de atestiguar la vida de la gente sin
vivienda, no nos fue permitido lavarnos el cabello por una semana, y sólo podíamos
llevar un cuarto de dólar y una identificación a la estación Grand Central donde
dormimos en el suelo y se nos requirió pedir limosna. Además de adquirir una mirada
espeluznante de mi apego al confort y mis identidades, esta experiencia me ayudó a
comprender algo importante acerca de la bondad de tanta gente con quienes viven en la
calle, y la frecuente generosidad entre ellos mismos. Tristemente, sin embargo, en mi
derrotero mi propia familia estaría entre las últimas personas que comenzaría a incluir
o aún a entender mi inclusión en ella.

Aunque el fuerte reflujo continuó empujándome hacia la ambivalencia y la disociación,


otra ventana a una dimensión distinta de la realidad se abrió para mí durante un viaje a
la India en 2001 con la instructora Advaita Vedanta (10) Pamela Wilson. A medida que
nuestro grupo paseaba calladamente a través de los grandes pasillos excavados en
cuevas en el sur de la India, donde los monjes han realizado cánticos y meditaciones
por siglos, el silencio resonaba estruendosamente en las paredes rocosas. Sola en un
corredor, noté lo que parecía ser una entrada que llevaba a una total oscuridad. No
podía ver si había piso, qué tan grande era el espacio o aún si estaba habitado por
algún animal salvaje, pero algo me atrajo fuertemente a la negrura interior. Cuando
entré y me mantuve rodeada por la enormidad de la absoluta obscuridad, me sentí
siendo lentamente reconfigurada como espacio. El tiempo no existía y ningún yo era
necesario ni deseable.
En su obra Journeys to the Core (“Viajes al Centro”) Hellinger habla de esta entrada
hacia la que muchos son atraídos:
Permanecemos quietos, y aún somos atraídos.
Sin movernos, somos atraídos.
Sin querer movernos, algo nos vuelve en su dirección. Sin sostenernos en algo, otro algo nos sostiene.
Algo nos atrae dentro de su encanto por completo. En su presencia toda resistencia se esfuma.
Somos atraídos sin saber dónde este movimiento nos conduce
o siquiera si alguna vez finalizará.
En este sentido es para nosotros un movimiento infinito que nunca llega a destino y está siempre completo.

India me mostró una vez más que con apoyo, parece ser un instinto -y un amor- del alma
reconocer su propia naturaleza. Como sea, la intensidad de la experiencia en la cueva
como era previsible se fue escapando y el “movimiento perpetuo” comenzó a llevarme
en una nueva dirección.

Dado que la obra de Almaas se centra en la presencia corporeizada, durante mi estudio


con él uno de sus instructores presentó el trabajo psicosomático del trauma del Dr.
Peter Levine. En los tres años en que personalmente me traté y fui practicante con el
enfoque de Levine, mi relación con mi cuerpo y mi trabajo comenzaron a cambiar
radicalmente. Su libro “In an Unspoken Voice” (“En una Voz No Hablada”), ofrece una
excelente descripción de su trabajo. En términos simples, él nos reintroduce en la
inteligencia corporal, que muchas veces puede lograr que reacciones a eventos
abrumadores bloqueadas durante mucho tiempo, sean llevadas a un punto en el cual
pueden ser liberadas del sistema nervioso y resueltas. A medida en que fui liberándome
progresivamente de los traumas de mi propio nacimiento y desarrollo, así como los
relacionados con los ataques sexuales, creció también mi capacidad para ayudar a
otros.

Jardin de Liz/ a mediados de los ‘90

Colaborando en la presentación de este trabajo en Nueva York, por varios años fui
asistente en el entrenamiento de otros terapeutas para el aprendizaje de la técnica. Y
resultó de incalculable ayuda para mí en el trabajo con empresas que se encontraban
muy próximas a las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001, y con decenas de
personas que sufrieron el impacto del 9-11 hasta hoy.

Durante estos años, enriquecedoras amistades, jardines, viajes, música y mascotas


también encarnaron un aspecto más mundano de mi vida con Liz. Tuve su apoyo cuando
fallecieron mis padres, y ella el mío cuando su hermano y su madre murieron, y cuando
fue diagnosticada con una seria enfermedad. Y como pareja que no tuvo hijos, los
trabajos que estuvimos realizando por separado y en conjunto, y lo que dimos a otros en
función de ellos, nos brindó un propósito común.
No obstante, el esfuerzo requerido para encontrar acuerdos en otras áreas era a menudo
desgastante puesto que, como la mayoría de las parejas, también nosotras estábamos
lidiando con lealtades inconscientes, con antigüedad de generaciones, que nos influían
desde las corrientes profundas y a veces aún desde el silencio. En mi caso estas
lealtades resultaban en mi ambivalencia respecto a vivir plenamente, en estar orientada
a una espera terminal y en un exceso de quejas, en parte debido a tener expectativas
demasiado grandes de cualquier pareja. Debido a ésto y otras realidades inevitables,
había niveles cruciales en los cuales no podíamos acordar. Sin un curso de resolución a
nuestro alcance en ese momento, esto originaba un sufrimiento importante a ambas.
Finalmente, la separación se convirtió en la única opción.

Y la pérdida, y el beneficio, han sido profundos.

BERT HELLINGER: EL MAESTRO


Vestido con un espléndido traje tirolés, Hellinger estaba al principio algo inseguro al
levantarse para recibir el aplauso y el reconocimiento de los cientos de asistentes
provenientes de 47 países al término del Entrenamiento Intensivo en 2011. Y, en ese
momento, parecía estar entre los hombres más felices, habiendo aprendido a practicar
en gran medida lo que predica: “tomar de” y “aceptar a” la vida tal como es. Con su
amada esposa Sophie a su lado, él literalmente brillaba con una pura receptividad.

Escribiendo varios libros por año, viajando y enseñando a través del mundo, Hellinger
continúa refinando sus ideas. Su vida comenzó, sin embargo, en lo que los budistas
llaman el “reino infernal.” Conscripto en el ejército alemán cuando joven,
eventualmente escapó de un campo de prisioneros de guerra aliado a través de un
terreno minado. Luego se convirtió en misionero Católico con los Zulúes por 16 años,
de quienes aprendió un significado muy distinto de los ancestros y de la contribución
que puede devenir del tiempo. Tras dejar el sacerdocio, estudió psicoanálisis y varias
formas de psicoterapia. La historia de sus primeros estudios y el actual
posicionamiento de su obra en filosofía y psicología se describen en varios textos,
incluyendo el bien documentado y conmovedor libro de Dan Cohen I Carry Your Heart
in my Heart (2009, Llevo tu Corazón en el Mío).

En continua evolución, los pensamientos de Hellinger -y ahora de muchos otros-


revelan un orden más profundo dentro de lo que con frecuencia parece una existencia
caótica. Sin embargo, debido a que hemos creado relatos acerca de nuestra vida en
edades tempranas y estamos a menudo atrapados por fuerzas abrumadoras, estamos
extremadamente apegados a esas versiones de nuestras vidas.
Y esto es cierto no importa cuán catastróficos hayan sido esos puntos de referencia.
Como algunas de esas imágenes internas sobre las cuales llegamos a sentir está
edificado nuestro ser, gradualmente entran en cuestionamiento en las constelaciones,
éstas pueden causar al principio cierta inquietud y desconcierto. Bloqueadas en nuestro
cuerpo como traumas a veces con una antigüedad de generaciones, podemos continuar
sosteniendo esas estructuras sin importar el costo en salud o felicidad que conllevan. A
causa de este temor a menudo sólo las soltamos con mucha lentitud.

Finalmente, desde luego, aceptar una verdad más favorable llega a ser un extraordinario
alivio y una liberación. En este trabajo, la relajación de estos bloqueos en el cuerpo y
la psiquis tiene lugar dentro de lo que muchos refieren como “campo”. Esto alude a la
inteligencia en nuestro interior y a la que nos rodea, algo sobre lo cual los humanos se
han preguntado y acerca de lo que han especulado desde el nacimiento de la conciencia.
Algunos han observado que este campo se torna más palpable y reconocible cuando
ponemos nuestra atención abiertamente en él en cualquier relación. Y esto puede ocurrir
en algo tan mundano como una llamada telefónica o una conversación con un amigo.

Al describir el potencial de los grupos para ser positivamente afectados por la


naturaleza del campo, Almaas sugiere en su libro Brillancy (Esplendor):
El “campo grupal” se refiere al estado de conciencia colectiva en la sala. Es una expresión de muchos
factores, incluyendo el nivel de energía, los focos de atención, la reacción emocional y la calidad de apertura
en los miembros del grupo. (p. 8)

En el trabajo de Constelaciones Familiares Sistémicas es este campo al que se le otorga


espacio y tiempo. Al momento que el cliente da una breve descripción de un tema serio,
participantes de un grupo son invitados a ingresar a un círculo para representar a un
miembro de la familia, una persona o a una entidad relacionada con ese tema. Una
“entidad” por ejemplo, podría ser la Vida, la Felicidad, una Fuerza Desconocida o el
Éxito. Los participantes del grupo que se han incorporado voluntariamente (o en el caso
de trabajo en privado, objetos tales como piedras, almohadas o pares de zapatos) se
ubican en una relación exploratoria unos con otros de acuerdo a lo que el cliente siente
adecuado.

A medida que uno observa y comienza a notar sensaciones físicas en el cuerpo, y se


solicita a los participantes que “sigan sus movimientos”, el problema puede tornarse
más claro. El facilitador, que usualmente tiene una intervención mínima en este punto,
puede comenzar a guiar a los participantes hacia un orden y una resolución previamente
no revelados.

A menudo en lugar de enfocarse en la historia psicodinámica concretizada, el cliente


puede comenzar a sentir una dinámica emocional o espiritual entre quienes están (o lo
que está) siendo representado, que es significativamente distinta de esa historia.

Comenzamos a ver algo nuevo o largamente olvidado acerca del diseño humano. Esta
“pieza faltante” es más determinante de lo que habíamos imaginado nunca sobre nuestra
vida y nuestra felicidad. Cuando ingresamos para representar a alguien en una
constelación, éste otro conocimiento puede manifestarse en algo tan simple como un
sentimiento de mayor fortaleza o debilidad. Nuestros ojos pueden ser atraídos hacia
algo fuera de la familia, o podemos percibir una extraña sensación en nuestra espalda.
Nos podemos sentir adormecidos o ansiosos, tristes u orgullosos, grandes o pequeños.

Aunque sutil, esta nueva información puede empezar a darle al cliente y al facilitador
una visión diagnóstica más clara del tema en cuestión y en consecuencia una nueva
orientación acerca de qué forma podría adoptar la resolución. Recientemente Suzi
habló sobre esto, diciendo: “A veces mantenemos la nueva experiencia más allá de
nuestra tolerancia previa, aceptando la resolución sin conocer el problema”.

Los facilitadores de constelaciones pueden pedirle a la gente que experimente con


movimientos o que pronuncie enunciados que son muy resistentes a explorar. Frases
simples como: “Gracias. Fue suficiente. La vida continúa” -dichas de una generación a
otra- pueden ser las palabras que los individuos quizás hayan esperado décadas para
pronunciar o escuchar. Simples palabras sentidas pueden permitir que síntomas físicos
y emocionales que han estado bloqueando la fuerza vital en el sistema familiar, quizás
por generaciones, lleguen a su fin.

Este trabajo puede realizarse con representantes humanos o en un ámbito de privacidad,


por ejemplo, usando pares de zapatos o trozos de papel para representar los elementos en la
constelación. Puede incluso tener lugar espontáneamente sentados en un restaurante,
explorando la dificultad de un amigo colocando el salero y el pimentero para
representar aspectos del problema. O puede ocurrir en el consultorio, con el cliente, el
terapeuta y pisadas hechas con trozos de felpa. Todos estos sitios y muchos más
abordajes pueden traer al frente el campo porque el “conocimiento” previo de uno es
relajado, con la intención de descubrir algo nuevo sobre dinámicas que no han sido
plenamente entendidas o afrontadas.

En una constelación uno puede sentir muchas cosas, o ninguna. Ya sea como
representante o cliente, puede haber emoción por hallazgos, lágrimas de alivio y
reencuentro, un sorpresivo sentimiento de amor, nostalgia, o un nuevo nivel de
profundidad en la comprensión. A medida que nuevas imágenes y sensaciones se
encuentran con las antiguas, otros pueden sentir tristeza, ira, lealtad, temor, la
liberación de algún duelo no resuelto, adormecimiento o incluso una inicial
incredulidad en el proceso mismo. O pueden sentir dudas de su capacidad de sentir. Y
todavía otros pueden tomar conciencia de un sentimiento de desconexión o disociación
de lo que está ocurriendo.

Todo esto constituye información relevante. Porque las fuerzas a cuyo influjo nos
exponemos son finalmente benévolas. Lo que sea que experimentemos, con el tiempo
esas nuevas imágenes lo transforman en otro movimiento del alma, pleno de gracia. Y
cualquiera sea la pregunta o el problema, la respuesta está probablemente en ambos,
pasado y presente. Comprender y trabajar con nuevas imágenes o respuestas puede a
veces ser inmediatamente obvio, o tomar un tiempo para ser incorporado.

Por ejemplo, durante la visita de Hellinger a los Estados Unidos cinco años atrás, un
cliente que había recorrido el largo camino desde China, fue interrogado: “Por qué has
venido?”. Con una voz suplicante, el hombre respondió, “Bueno, he tenido un año
difícil”. Hellinger miró a la audiencia y dijo, “No puedo trabajar con él. Está buscando
empatía, y eso no es lo que yo hago”. Todavía muy orientada a la empatía automática en
el nivel superficial, al principio yo estaba desencantada por la reacción de Hellinger. Y
no comencé a cuestionar esa impresión hasta el día siguiente, cuando el joven pidió
participar en el trabajo nuevamente. Sin embargo, esta vez respondió a la misma
pregunta con mayor fuerza y claridad.

Otro momento similar ocurrió en 2001 durante mi entrenamiento con Hellinger en


Alemania. Él estaba mostrando la nueva dirección de su trabajo. En el pasado, a
menudo había varios movimientos de resolución bien definida. En su nuevo trabajo él
disminuyó a un mínimo el número de representantes de un problema, dio un enorme
tiempo a la constelación y redujo su intervención a muy escasa o nula. Aunque
sutilmente, en el momento en que un movimiento del alma empezó, él dio por finalizada
la constelación.

Inicialmente conmocionados, varios de nosotros ansiábamos un cambio y una


resolución evidentes. Sin embargo, yo quedé sorprendida y conmovida a la medida en
que comencé a reconocer lo que Hellinger nos estaba mostrando: un nuevo nivel de
respeto y confianza en que fuerzas superiores se moverían ahora de un modo
beneficioso para el cliente y que no deberíamos intentar manejar o direccionar eso. Es
de gran ayuda que las ideas de Hellinger se tornen más refinadas en cada nuevo libro y
en esa medida mi propio entendimiento de esas ideas está en continua evolución. La
siguiente representa una síntesis de mi actual nivel de comprensión de su obra:

• La mayor parte de nosotros no estamos conscientes de que somos fuentes inagotables


de puro amor y de conocimiento
• En la medida en que nuestras mentes conceptuales y posturas emocionales se relajan y
nos permitimos ser liberados de nuestras ataduras, podemos admitir ser guiados por la
inteligencia de la fuerza vital cuando se nos pide “representar” a alguien importante en
el problema del cliente en una constelación. Podemos entonces seguir movimientos
básicos según, por ejemplo, notemos hacia dónde somos atraídos, dónde tienden a
dirigirse los ojos, si nos sentimos débiles o fuertes y así.
• En grupos o sesiones individuales, con la ayuda de un facilitador, o, en la medida en
que comprendemos este trabajo, por nuestra propia cuenta estos movimientos
finalmente nos llevan hacia resoluciones benévolas de barreras a nuestra fortaleza y
felicidad.

Además, hay ciertas dinámicas reiteradas que ocurren en estos movimientos que
sugieren lo siguiente:

• Todos tenemos un lugar, tal cual somos, dentro de nuestras familias históricas y en el
mundo.
• Si alguien es excluido, generaciones en el futuro pagan un precio por esa exclusión.
• Estos movimientos tienen un sentido de orden.
• Nos relacionamos con la vida y con nuestros cuerpos en la forma en que nos
relacionamos con nuestras madres, que representan la vida.

Si esa o cualquier relación está distorsionada, puede eventualmente resolverse en un


espacio de amorosa inclusión. Hellinger llama a los movimientos que ocurren en las
constelaciones “movimientos del alma”. Aunque él siente que el concepto de alma es
difícil de comprender con la mente, en “No Waves Without an Ocean” (No hay Olas
sin Océano), dice, “Uno puede ver los efectos del alma. La familia o clan tienen un
alma común, un centro común que guía a todo el grupo, no solo al individuo. El
individuo es, por así decirlo, parte del alma. Todo lo que expande el alma tiene un
efecto beneficioso. El alma se expande cuando uno le permite moverse donde quiere,
por ejemplo, hacia la propia familia. Esto es sólo una parte del movimiento posible.
Cuanto más una persona la deja libre, más se expande el alma”. (p.39)

Más allá del individuo y la familia, esta sanación del alma es posible también entre las
culturas y naciones que han estado atrapadas por generaciones -quizás eones- por la
guerra. Y esa reconciliación puede ocurrir sollo cuando nosotros como individuos,
grupos o naciones comenzamos a enfrentar la manera en que nuestros intentos por eludir
las consecuencias de nuestras acciones nos condena a infinitas repeticiones de la
violencia y a un sentimiento de impotencia. Creo que uno de los más importantes
pensamientos de Hellinger es ¨La inocencia no puede crecer.” (Peace Begins in the
Soul 2003, p.15 - La Paz Comienza en el Alma) Más aún, dice, “(la paz) demanda de
nosotros que dejemos atrás el ideal de inocencia. La inocencia no estimula ni sirve de
apoyo, y prefiere el sufrimiento a la acción: prefiere permanecer infantil a crecer”. (p.
9)

La más reciente obra de St. Just, en particular, aporta aún otra dimensión al creciente
conocimiento acerca de como éstos patrones no reconocidos e irresueltos de violencia
continúan amenazando nuestro futuro colectivo en los Estados Unidos y en todo el
mundo. En una comunicación personal, ella también propone que aunque “el trauma es
inherente a través del universo fractal a nuestro ADN, tejidos corporales y sistemas
nerviosos, y parece integrar los patrones de la fuerza vital universal”, esos patrones
fractales también “incluyen el amor.”

La emocionante obra Notes from the Indigenous Field (Notas desde el Territorio
Indígena) de Francesca Mason Boring, ofrece una valiosa perspectiva de las
constelaciones familiares desde un punto de vista influenciado por las tradiciones de
los pueblos indígenas. Además, bajo la influencia de Hellinger, Lisa Iverson ha escrito
Ancestral Blueprints (Diseños Ancestrales) donde también propone movimientos de
resolución hacia la reconciliación y hacia las trágicas consecuencias de no encontrar un
camino sanador para reconocer la historia de América.

Estas verdades, no obstante, pueden sentirse abrumadoras al principio. Lo sé y no


hubiera sido capaz de abordarlas si no hubiese tenido la oportunidad de observar cómo
aún

vastas realidades se revelan y resuelven en constelaciones. Dado que uno puede


finalmente ver y sentir la presencia de una fuerza benévola detrás de estas tragedias
reiteradas, ha sido posible observar que no somos sólo víctimas inocentes. También en
mi familia hubo esclavistas y de aquellos que tomaron tierras y, con toda probabilidad,
mataron a Indígenas Americanos. Y yo estoy en consecuencia entre aquellos que
continúan cosechando los beneficios de esos actos y de la explotación actual de
poblaciones inmigrantes, así como de la gente en los llamados “países en desarrollo”.

El hecho es complejo porque además de esto, las acciones de esos mismos colonos de
Jamestown, pioneros Mormones y soldados de las guerras revolucionaria y civil,
contribuyeron a mi existencia misma. La observación y participación en constelaciones
enfocadas en estos temas me han ayudado a comenzar a reconocer esta complejidad al
ritmo que mi alma pudo elegir estar consciente de mi responsabilidad en forma madura.
Las constelaciones, por lo tanto, me brindaron el modo más efectivo y significativo
para atravesar e ir más allá de lo que en psicología se llama “realidad dividida” en
“bueno” o “malo” sin ser recargada con una culpa improductiva consciente o
inconsciente.
Y dado que uno sólo puede imaginar acerca de los conflictos a causa de su propia
historia, los primeros trabajos de Hellinger se enfocaron en la pregunta sobre qué
permite a la conciencia consentir con las aparentemente ciegas fuerzas que nos alinean
en uno u otro lado de esta realidad dividida. Sus ideas sobre la conciencia, y la teoría
que él desarrolló, tienen implicancias de largo alcance y se describen en muchos de sus
escritos, incluyendo Rising in Love (Creciendo en el Amor).

En términos de lo central del dar y tomar en la obra de Hellinger, en un nivel más


esencial de la realidad parece haber un mecanismo de corrección o balance natural.
Como un elemento de ese sistema, los adultos dan y los niños toman. Tanto como yo
deseaba cosas materiales de mis padres, por ejemplo, me tomó prácticamente una vida
comenzar a apreciar plenamente y recibir su fuerza vital. Y aunque Hellinger ha
realizado varias observaciones complejas y clarificadoras acerca de los “órdenes del
amor”, básicamente, entre los adultos, el crecimiento y el movimiento pueden quedar
obstaculizados en la relación cuando no hay un balance del dar y el tomar en el tiempo.

Su visión de que las interacciones humanas tienen un orden subyacente está en el centro
de ambas, la dificultad y la reconciliación. La facilitadora sistémica británica Vivian
Broughton describe las observaciones de Hellinger sobre este orden implícito dentro de
las relaciones humanas en su libro, In the Presence of Many (En Presencia de Muchos,
2010) según sigue: “El orden puede ser entendido como patrones reconocibles, del
tipo que vemos en la naturaleza, en las estaciones; un orden que impregna toda vida,
que está más allá de la intervención humana. Los patrones a los que nos referimos
son en cierto sentido obvios, y aún así vivimos como si no fueran importantes,
podríamos decir, en un ilusorio estado de ignorancia.” (p. 41)

Aunque esta obra comenzó e incluye lo que la mayoría de nosotros, criados en la


cultura occidental, todavía tendemos a distinguir como el dominio de la psicología, en
los años recientes Hellinger ha emergido como un maestro en un sentido filosófico más
extendido. Y los libros más recientes de Hellinger, incluyendo Together in the Shadow
of God (Juntos a la Sombra de Dios), Natural Transcendence (Trascendencia Natural),
Pure Consciousness (Conciencia Pura) and Living Consciousness (Conciencia Viva), y
su libro y CD, Journeys to the Core (Viajes al Centro), hablan más y más sobre -y
desde- esta dimensión más amplia, o lo que él llama la “conciencia espiritual”. Una de
sus contribuciones es que el alma, que tantos han descrito por siglos, es visible y
palpable en su trabajo. Podemos empezar a tener una verdadera sensación visceral de
que somos llevados por la vida misma en la misma forma en que somos movidos en el
campo de las constelaciones. Soy feliz en el grado en que soy receptiva y concuerdo
con esos movimientos. Y aunque experimenté aspectos de la naturaleza de esta fuerza
durante muchos años de meditación e indagación fenomenológica, comencé a ver que el
alma familiar es parte de la fuerza inclusiva que me guía también. Sin esa inclusión (al
fin) los reconocimientos de una mayor unión eran insostenibles.

Aunque hubieron muchos períodos de paz y placer, llegué a reconocer el inquietante


hecho de que las prácticas que realicé, eran casi en la misma medida, además de un
sincero amor a la verdad, un deseo de escapar a lo que parecía abrumador acerca de la
reunión con mi familia.

En Messengers of Healing (Mensajeros de Sanación), Suzi Tucker describe la unión


que ocurre dentro de una constelación:
“El amor es lo que une. Puedes sentirlo en cualquier taller, la sala colmada de extraños está dividida en todo
lo que es cuestión de elección, pero reunida en el amor ya sea que esté expreso o no. Llegamos en sus alas,
cada uno de nosotros buscando a su manera el camino para evocar su calidez, y nos vamos en su cuidado.
Esa es la plena e inalterada verdad de nuestro lenguaje común. Las constelaciones familiares no conjuran el
amor; permiten que sea escuchado sin importar quién o qué ha sido investido a silenciarlo; invitan a verlo, sin
importar qué tanto tiempo ha permanecido oculto; responden por él aún cuando el mundo lo prohíba; y
recuerdan lo que el corazón a veces no puede”. (p. 20)

Paradójicamente, sin embargo, otro aspecto de la resistencia a la obra de Hellinger en


este país proviene de lo que uno podría llamar la amenaza percibida a la institución de
la psicología. Yo he dado talleres para instituciones de análisis, donde ocurrieron
grandes movimientos para los participantes, pero hasta donde sé ninguno continuó
profundizando en éste método. Un analista me dijo en privado, “Lo que vi me conmovió
profundamente. Veo que esto podría hacer una gran diferencia en mi vida y en mi
trabajo, pero me temo que tendría que desaprender demasiado. Y eso me causa temor”.

Yo entiendo esto. Aunque se ha tornado un alivio ahora, ha sido difícil para mí aprender
a hacerme a un lado y finalmente permitir que una fuerza mucho mas sabia que yo
impulse las resoluciones. Y a causa de este desapendizaje y reaprendizaje, hay varios
talentosos facilitadores en la ciudad de Nueva York que no están licenciados como
psicoterapeutas. Hasta donde se, fui la primera en este Estado certificada por Hellinger
Sciencia. Esto está yuxtapuesto con el hecho de que actualmente hay más de 2000
personas oficial y no oficialmente entrenadas para facilitar su trabajo en Rusia, y que
casi se ha convertido en parte de la enseñanza en varios países, incluyendo partes de
Argentina y Mexico.

LA COPA DE LA VIDA
“Reunimos a toda la gente que fue parte de nosotros y aún lo es, y la llevamos con nosotros al futuro. Quizás
es precisamente al revés. Los dejamos que nos guíen. Los seguimos, así ellos pueden llevarnos junto a ellos a
ese futuro, así ellos pueden llevarnos exitosamente. Purificados, como una bendición para muchos, los
dejamos llevarnos a la vida plena, en este movimiento de reunión y renovada identidad”.
-Bert Hellinger, Topics of Business Consultancy (Temas de Consultoría de Negocios).

Día a día, a la medida en que crecientemente les permito “llevarme hacia la vida
plena”, me encariño más con mis padres y con mis ancestros. Y Suzi confirmó con tanta
belleza este cambio cuando me dijo recientemente, “Puedo escuchar en tu voz la
cadencia distintiva y el ritmo del amor cuando hablas de ellos. Parece incluir a todos, y
es para todos.” No obstante, si no hubiera sido por la generosidad de las personas que
participaron en campos como representantes y me permitieron comenzar a sentir las
particulares realidades de muchos de quienes me antecedieron, hubiesen sido
demasiados los obstáculos como para que yo pudiese alguna vez comprenderlos o
amarlos.

Yo, por supuesto, no sabía por qué era tan severa para juzgar a mis ancestros. Cuando
pensé alguna vez en ello, atribuí culposamente mi actitud de superioridad hacia ellos a
lo que mi madre implicaba en forma consistente: yo era una consentida y
desagradecida. Y esta fue, de hecho, una verdad, aunque también un triste componente
de otra verdad mucho más compleja. Debido a su desesperada necesidad de ser
querida, mi madre se permitió asumir el rol de inferioridad de sus hijos y de su esposo,
y esto fue influyente también. Y, dado que la pena que ocasionaba a mis padres era
abrumadora, mis abuelos maternos y mi abuelo paterno y sus ascendientes eran muy
rara vez -si alguna- mencionados, y eso facilitó el ignorarlos. Yo aprendería que el
excluir a sus ascendientes de la conciencia, formaba parte de una ciega lealtad hacia
mis padres, expresando un ¨Mami, Papi, yo me comportaré como ustedes”.

Todavía yo estaba tratando de escalar a una clase económica y social más alta para
establecer una sensación de mayor seguridad y valoración. Con la excepción de la
generación de mis padres, todas las precedentes fueron de “granjeros” hasta donde yo
supe o me importó. La pobreza determinó que ninguno pudiera acceder a ser educado
más allá de séptimo o noveno grado, y esto en los casos en que pudieron ir a la escuela.
Debido a que tenían que trabajar para contribuir a la supervivencia de sus familias, uno
de los hermanos de mi padre y otro de mi madre, ambos tíos muy cariñosos para
conmigo, no sabían leer ni escribir. Y como buena niña ambiciosa que era, me distancié
de lo que inconscientemente temía podía determinar mi destino y capacidad de
sobrevivir.

Todo este rechazo fue exacerbado por el hecho de que yo fui una niña y luego una mujer
completamente confundida acerca de mi atractivo y del impacto que la desfiguración
física tendría en mi futuro. Y si trataba de esforzarme en ocultar el secreto de no amar a
mi familia, no había forma de esconder mi problema de apariencia. Incapaz de expresar
nada de esto ni siquiera a mí misma, tenía una innegable urgencia -común en quienes se
sienten excluidos- de asegurarme de pertenecer al grupo de mis amigas populares y
exitosas, por más tenue que esa pertenencia pareciera.

Eclipsando todo esto había un doble vínculo: yo estaba desesperada por evitar caer en
el destino de mi madre, y aún obligada por un amor ciego a actuar como ella lo había
hecho. Yo sentía con certeza, aunque no podía expresarla en palabras, la sensación de
que no se me permitía conocer algo que era obscuro, mortal y demasiado triste aún para
imaginarlo en ambas ramas de mi familia.

Subsecuentemente, no podría haber imaginado que alguna vez quisiera pertenecer a mi


propia familia o que estaría escribiendo estos bosquejos de varios ancestros que más
tarde estarían entre las importantes resoluciones en las constelaciones que realizaría
después. Y hubiera sido más que escéptica si alguien me hubiera dicho que estaría
sentada en el aeropuerto de Munich en 2009 con lágrimas cayendo por mi rostro: el
peligroso viaje de huída de mi tatarabuela Hannah Krantz Beck (de quien se decía era
descendiente de alemanes) de la persecución a los Mormones en Dinamarca en 1866,
repentinamente se había tornado real para mí.

Como sugerí previamente, una de las virtudes de las constelaciones familiares es que
uno puede lograr un beneficio profundo sin conocimiento alguno de su familia y aún de
sus propios padres biológicos. No obstante, tras dos años de estudio, desarrollé un
interés acerca de aprender todo lo que pudiera sobre la historia de mi familia, y
comprobé que afortunadamente los registros aún existían, hasta cientos de años atrás. Y
lo que descubrí me ayudó a apreciar aún a algunos de los “malos” entre mis ancestros,
como George Edwards y Bert Chaney. También me ayudó a llegar a admirar a personas
como Joseph Watkins, a quien podría haber descartado como “sólo otro granjero más”
antes de estudiar su diario y trabajar con un representante suyo en una constelación.

Aún más, realizando esta investigación llegué a comprender que, tengamos acceso a los
registros o no, cada familia cuenta con muchos equivalentes a la valentía de personas
como Hannah, y a lo nefasto de personas como George o Bert. Y, como muchos han
descubierto investigando su familia, a menudo debemos agradecimiento a los
Mormones por preservar la información.

Los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se interesan
en mantener registros de todos. Y podemos discutir la razón, pero aún así hay que
apreciar el hecho. Según lo entiendo, cualquiera que ellos ubican en registros públicos
puede ser “extraído” para ser “ordenado” como Mormón. Alguien en la iglesia los
representa así ellos pueden ir al “más allá”. Esa persona puede luego tomar la decisión
en el más allá sobre si acepta su ordenación como Mormón. Y tuve la buena fortuna de
que por sobre su mantenimiento normal de registros, los Mormones tienden a tener
archivos aún más detallados de la gente Mormona.
Mi madre nació dentro de la Iglesia Mormona, aunque no fue criada en ella. El padre de
mi madre, Bert, se convirtió al Mormonismo posiblemente porque los ascendientes de
su esposa -tanto maternos como paternos- no sólo habían sido Mormones sino pioneros
de esta iglesia en el país. El casamiento de sus abuelos en 1843 fue a sugerencia
personal de Joseph Smith, el fundador de la Iglesia Mormona. Además Brigham Young,
quien fuera en su momento Presidente de la Iglesia, les pidió personalmente que
permanecieran en Ohio para ayudar a otras familias inmigrantes en la década de 1850.
Uno de los hermanos menores de mi madre era un alto prelado en la iglesia y, una vez
más, afortunadamente para mí, un genealogista.

Además de los registros de la Iglesia de Los Santos de los Últimos Días y de la


contribución de este tío, varios de mis primos y aún familiares más lejanos
contribuyeron generosamente en esta investigación. Mi indagación eventualmente
culminó en un diagrama de cuatro pies de largo (NdelT: un pie equivale a 30,48 cm.)
creado para mi familia con un título extraído de un antiguo himno anglicano, “Bebo la
Copa de la Vida y Agradezco a Dios Todos mis Días.” .Mi feliz obsequio para
presentar a las generaciones venideras, este diagrama comienza con la información más
antigua disponible acerca de países de origen, llegando tan lejos como a 1194,
Oxfordshire, Inglaterra y 1610 Dinamarca. Luego siguen fechas de inmigración, cuando
estuvieron disponibles, y en forma de “V” información y fotografías comenzando hace
siete generaciones e incluyendo 3 generaciones hacia adelante.

Y a causa de que mi familia y yo nos beneficiamos de sus sacrificios, los nombres de


las personas conocidas de ser esclavos de miembros de mi familia están incluidos, así
como los de varias víctimas de crímenes de algunos miembros. También fue un gran
placer para mí compilar carpetas para mis dos hermanos y mi sobrino que tiene dos
niños. Cada volumen tiene cerca de 12 pulgadas (NdelT: una pulgada equivale a 2,54
cm.) de espesor e incluye un prólogo, resultados de test genético de ADN, fotos,
grabaciones de mis hermanos cantando, un capítulo de uno de los libros en los que
contribuí, artículos de periódico y una cantidad de conmovedoras historias personales
que se remontan tan lejos como hasta 1880. Y al fin de este capítulo hay un Genograma
que puede ser de ayuda, y las que siguen son algunas breves historias de algunos
ancestros respecto de los cuales pude trabajar en varias de las constelaciones que se
describen en Las Corrientes Profundas.

Hannah y Christian Beck

Como referí, llegué finalmente a una cierta comprensión de la fortaleza y los sacrificios
realizados por Hannah y su esposo Christian. Cuando Hannah se convirtió al
Mormonismo en 1866, ellos fueron obligados a vender su propiedad antes de que nadie
lo supiera. Y con el objeto de traer con ellos a Estados Unidos a seis familias más
pobres que también se habían convertido, viajaron en tercera clase en un barco que se
incendió tres veces y en el cual la hambruna era desenfrenada. Su hijo Christian de
cinco años falleció en el viaje y fue sepultado en el mar. Los registros familiares
indican que esto fue algo que su hija, mi bisabuela “Tear”, nunca olvidó.

Mary Smallman Watkins

La historia que descubrí pocos años atrás acerca de mi bisabuela materna, Mary, es uno
de los relatos personales que ha tenido el más profundo impacto en mí. En una
desvanecida foto tomada en Alpine, Utah, probablemente a fin de la década de 1890, su
rostro aparentemente insensible es agobiante y al principio yo no quería mirarla. Sin
embargo, a medida en que paulatinamente pude observar sus ojos, vi en ellos una
combinación de insondable dolor y fuerza.

Debido a la pobre calidad de la impresión fotográfica, uno sólo puede tener una vaga
sensación de las cicatrices por las quemaduras en su frente, donde perdió su cabello.
Cuando era una sirviente, Mary se convirtió a la religión Mormona en Inglaterra en
1840. Dejando a su familia para emprender un viaje en barco a América, como Hannah
pocos años más tarde, ella se esperanzaba en encontrar una vida mejor en “Sión” y
poder practicar su credo sin las persecuciones que estaban teniendo lugar en Europa. Su
ciudad natal, Dudley en Inglaterra, fue reportada en 1852 al Consejo General de Salud
por haber sido “el lugar más insalubre del país”, y la vida como sirviente o en las
fábricas o los molinos desde los 12 años de edad no podían haber sido algo a lo que
aspirar. Maltratada por la familia con la cual viajó a América -también Mormones
conversos-, en su primer invierno ella tuvo que caminar descalza en la nieve y dormir
sobre la tapa de un baúl sólo con su abrigo para cubrirse. A veces no la alimentaban, y
ella se veía forzada a robar leche cuando ordeñaba sus vacas para poder sobrevivir.

En 1843, a sugerencia de Joseph Smith, Presidente de la Iglesia de Los Santos de los


Últimos Días, ella desposó al recientemente enviudado Robert Watkins. Compartiendo
una vida con él, dando a luz seis niños que sobrevivieron hasta la edad adulta y
viviendo en la comunidad religiosa que eligió, parecería que muchos de sus sueños
iniciales fue

ron cumplidos. Sin embargo, su deseo


Mary Smallman Watkins

de escapar de la constante amenaza de violencia no lo fue así. Uno de muchos continuos


ejemplos de violencia ocurrió cuando ella y Robert se encontraban viviendo en una
colonia Mormona en Nauvoo, Illinois. Luego de que Joseph Smith y su hermano Hyrum,
con quienes está registrado ellos “disfrutaban amistad y conocimiento cercano”, fueran
“martirizados”, los 2000 miembros de la comunidad fueron expulsados y debieron
cruzar el Mississippi bajo condiciones climáticas muy severas. Mary contrajo
reumatismo y quedó lisiada de por vida, por lo que en adelante debió usar dos bastones
y a menudo tenía que arrastrarse. Mientras vivían en Iowa, su pequeña Sarah Ann se
resbaló de sus manos y cayó en la chimenea. Dado que sus manos también estaban
dañadas, Mary se dejó caer sobre sus rodillas y desesperadamente se lanzó de cara al
fuego y arrastró a su bebé fuera de las llamas con los dientes. Llamó a dos chicos que
pasaban casualmente y ellos hicieron rodar a la pequeña sobre masa de harina, pero
ambas sufrieron quemaduras graves. La niña se recuperó, pero el rostro y el nacimiento
del cabello de Mary quedaron con cicatrices marcadas.

Viudo, Robert tenía un hijo de su esposa anterior y otros siete con Mary. Y aunque la
poligamia era recomendada por sus líderes, parece que Mary fue la única esposa de
Robert. Sus hijas Sarah Ann y Rhoda, sin embargo, desposaron al mismo hombre al
mismo tiempo. Robert falleció en 1869. Mary vivió hasta la edad de 82 años y murió en
1900 en Alpine, Utah, un pueblo que ella y Robert contribuyeron a desarrollar. Su hijo
Joseph es mi bisabuelo por parte de madre.

Joseph Watkins

Las escuelas no fueron establecidas en Alpine hasta que Joseph tuvo veinte años. El
aprendió por su cuenta a leer y escribir, y llevaba un diario. Tuve la fortuna de obtener
una copia. El diario abarca desde 1878 hasta 1888, el año en que murió a causa de una
neumonía a la edad de 34 años. Aunque había algunas contiendas en la comunidad, las
notas en general parecen un testimonio de algo escrito en The Gathering (La Reunión)
en 1996 acerca de estos primeros pioneros:
“Ellos aprendieron a dar sin restricciones y a compartir las cargas unos con otros en el horno de la aflicción.”

Si bien las primeras anotaciones eran breves y fácticas, encontré que leyendo el diario
completo otra vez cuidadosamente, podía comenzar a tener una visión más clara de las
vidas de Joseph y su esposa Tear, y de su comunidad.

El 24 de julio de 1885, él escribió:


Buen tiempo, fuimos al fuerte a las 9:30 y tomamos todo el helado que quisimos en lo de Beck. Joe lo hizo, nosotros
pusimos los 3 huevos la leche y el azúcar para prepararlo. Fuimos a la huerta de los Bishop a las 10:30 y pasamos un
muy buen rato hablando de la Biblia, entonando canciones y opinando, cenamos en lo de Riley ellos hicieron canciones
y recitados y carreras con los chicos. (Hubo) baile y al atardecer todos nos fuimos bien. Vinimos a casa e hicimos
tareas domésticas.
Joseph Watkins / Fines de la década de 1880

El 19 de diciembre de 1886:
Buen tiempo, claro. Todos fuimos a la asamblea…. David Adams me pidió disculpas por insultarme 3 o 4 semanas
atrás en una reunión y pidió a la sala que lo perdone, también fue disculpado por todos. Cenamos en lo de Beck y le di
a H Moyle 25 centavos en efectivo para enviar a Vance.

El 7 de febrero de 1888:
Buen tiempo. Fuí al fuerte, llevé 74 lbs de avena a la tienda, pagué 75 cts que debía ahí, fuí amenazado por J. Moyle
.15 aceite .10 apareció una bolsa de avena y salvia, hicimos tareas de la casa. Nuestro Jim vino al atardecer y dijo que
Lewis acababa de morir, bajé con él estuvimos una hora y tratamos de consolar a Christina y ayudarla con sus
quehaceres. Br Walton y Jody Bateman recién terminaban de acostarlo. Vet y el hermano y la hermana Beck estaban
allí. El había estado enfermo desde la mañana pero no mal, estuvo mal solo 2 o 3 minutos y falleció muy rápido sin
nadie allí más que su esposa.

Había muchas reuniones de la iglesia, misioneros que predicaban y bailes cada semana.
La gente era convocada a la comunidad por faltas como calumniar, blasfemar, adulterio,
borrachera, juego de cartas, apuestas y otras peores. La mayor parte usualmente eran
perdonadas por el grupo. Y por sus registros supe que las primeras palabras
pronunciadas por la abuela materna Mary fueron “linda Vicki”, el nombre por el que la
llamaban en esa época. Joseph Watkins falleció repentinamente de neumonía cuando
ella tenía 4 años.

Tan importante como poder acceder a esos momentos personales, su diario me ayudó a
dimensionar mejor, en relación a mi bisabuelo,y también a apreciar paulatinamente la
forma en que sus vidas fueron en algunos aspectos, mejores que la mía: la solidaridad
vecinal, los lazos muy cercanos con la familia y la comunidad, el evidente placer y
orgullo por sus hijos y el sentido de contribuir algo importante a esos niños y a la
religión que amaban. Hice una lista de algunas de las cosas que Joseph sabía hacer, que
incluye criar el ganado, cuidar cultivos de arvejas, zanahorias, cebollas, remolachas,
rábanos, melones, calabazas, repollos y trigo. Joseph también ayudaba a sus vecinos a
trabajar sus granjas, construir sus casas, y participaba en la política y disputas de la
comunidad. Tear compartía con él muchas de estas cosas además de hacer mantas,
ropas, manteca y jabón.

Según su diario, Joseph en ocasiones levantó cierto revuelo, fue multado y llevado ante
el Consejo varias veces por denostarlo o criticarlo, pero también hablaba en las
asambleas y enseñaba en la escuela dominical. Y como su padre Robert, a veces
llevaba el correo a caballo de un pueblo a otro. Tenía muchas formas de
entretenimiento, incluyendo frecuentes cenas con familiares y amigos, bailes, cánticos,
carreras de caballos, torneos de tiro y las habladurías con los muchachos. Me
conmovió particularmente una parte donde describe estar aguardando para poder leer,
el que aparentemente era uno de los pocos libros que tenía la comunidad. Su amigo
John había leído 100 páginas, y él estaba emocionado porque luego era su turno para
leer The History of Jesse James (La Historia de Jesse James).

Y había una cantidad de notas sobre miembros de la iglesia de paso por Alpine con
noticias de la continua persecución a los Mormones por el gobierno de los Estados
Unidos. Esto incluyó la única orden de exterminio jamás librada contra un grupo por el
gobernador de Missouri pocos años antes.

George Edwards

Me atemorizaban las fotos de este bisabuelo por parte del padre de mi madre. Parece
tan patriarcal como Moisés, y basada en unas pocas historias familiares, yo asumí que
él había sido muy cruel con mi abuela, Betha. Por consiguiente, la constelación acerca
de su relación vendría a resultar en otra sorpresa.
George tuvo tres esposas y 17 hijos. Con su mano descansando justamente sobre su
Biblia, tenía una mirada acerada y era muy apuesto, pero se veía como si fácilmente
pudiera desencadenar la terrible ira de Dios sobre uno en un instante. Descrito por su
nieta Maddie, como “un austero y retraído predicador Bautista”, ella dijo que tomaba
su licor ilegal todos los domingos por la noche. Con resaca los lunes, golpeaba a sus
muchachos para asegurarse que trabajaran duro para él en su granja toda la semana. Y
aunque Maddie dijo que su conducta era normal en aquellos días, dado lo que yo
pensaba era la fragilidad de mi abuela Betha, era sencillo catalogarlo como un sucio
bastardo.

Hasta una constelación en particular, yo fui poco conmovida por las historias de sus
actos de gentileza hacia sus granjeros arrendatarios y vecinos, siendo él un diácono en
la Iglesia Bautista local -construida sobre terrenos cedidos por sus padres- o el hecho
de que Maddie dijera también que él era justo y generoso. Ni siquiera el conocimiento
de lo mucho que contribuyó para la construcción de Campbell, Missouri, hizo
diferencia alguna para mí. Sin embargo, debo admitir que me sensibilizó un poco un
artículo en el periódico local de Missouri en 1928 donde cuenta que vio el primer
barco de vapor en 1856 o que fue un viejo soldado “rebelde” confederado que “nunca
fue azotado, capturado o dado de baja” y que “llegó a casa justo antes de que se hiciera
la paz en 1865.” Y de hecho no es poca cosa que él fue el responsable de financiar la
mudanza de mi abuela y sus niños a California durante la Depresión.
George Edwards/
Aproximadamente 1850 Genograma
Palabras clave
Line : línea (linaje)
Inmigrated:inmigrantes
Married: casados
Three sons: tres hijos
One of whom has a daughter and son: uno de los cuales tuvo una hija y un hijo Nota: los datos debajo de las primeras líneas indican los primeros ancestros conocidos. La segunda parte corresponde a la
inmigración (conocida) hacia Estados Unidos.
LAS CORRIENTES PROFUNDAS
El Curso de Aprendizaje Guiado de Suzi probó ser a la vez transformador y por
momentos muy duro para mí. Por una parte, recibí aquello que ignoraba y siempre había
estado buscando. Por la otra parte, también comencé a comprender que, como ser
humano y como psicoterapeuta, necesitaba cuestionar lo que pensaba que sabía. Y
pronto quedó claro que lo que se requería era un retorno a lo que los budistas llaman el
estado de no-conocimiento, para así poder ser sensible a lo que realmente crea más
felicidad y movimiento en la vida.

Comprender que una fuerza superior diferente a mi mente determina el crecimiento del
alma, fue rechazado por la parte de mí que pensaba que sobrevivía por el conocimiento.
Penoso también fue lo vergonzoso que resultó para mi identidad no saber en lo
inmediato cómo hacer este nuevo trabajo con otros. Además, después de 30 años de
práctica budista y 13 años estudiando el trabajo de contemplación de Almaas, la
desbordante energía imperante en ocasiones en el Grupo de Aprendizaje Guiado se
sentía demasiado exaltada, en particular para mi parte más seria y controlada.

En un poema reciente acerca de la forma de trabajo de Suzi, comienzo con la línea,


“Ella deja la vida suelta” reflejando el hecho de que ella confía en nuestra capacidad
para acceder a esos movimientos más verdaderos sin pasar por un lugar de meditación
formalmente establecido.

Aunque Hellinger y muchos otros facilitadores implícitamente sugieren un silencio de


“recogimiento” antes de comenzar las constelaciones, Suzi ha sido innovadora al crear
este tolerante, relajado modo de trabajo. La gente, por ejemplo, puede estar riendo y
bromeando en un momento, y en el siguiente pasar a participar representando con
claridad a alguien con un dificultoso destino. Y fue pronto muy claro que había sido
más fácil para mí esconderme en una versión más formal de grupos de meditación y
círculos de constelación.

Uno puede darse cuenta de que el alma parece amar los cambios de nivel y prefiere ir
en espiral hacia una mayor claridad en lugar de seguir un trayecto lineal. Algunas
constelaciones, en consecuencia, representan un paso hacia atrás y luego otro hacia
adelante en pos de otro nivel de resolución. Además, contrariamente al procesamiento
verbal que ocurre en muchos grupos orientados a la sanación, Hellinger ha sugerido,
“Deja que tu alma se ocupe de los ejercicios guardando una experiencia en el espacio
interior atemporal”. Al principio incómodo para alguien tan habituado al procesamiento
intensivo como era yo, luego se sintió absolutamente bien porque estaba claro que algo
se estaba moviendo en el nivel del silencio, en lugar del más conocido nivel del
pensamiento.

Paulatinamente descubrí que intentar poner el efecto de una constelación en el marco


del lenguaje de la mente analítica o incluso de la emocional, tendía a alejarme del
simple dejar que se desenvuelva en un nivel más esencial de sabiduría.

Suzi me alentó, por ejemplo, a recordar esto después de una constelación enfocada en
mi madre, diciendo, “Escucha el mensaje de tu madre con oídos inocentes, aunque sea
dicho con la voz más tenue, y déjalo empezar a reemplazar tu antiguo mantra. Este
mensaje entrañable puede llenarte y luego tu corazón sabrá cómo actuar. Esta imagen de
la mujer que sostiene a la pequeña Jan brinda un amor no sólo desde sí, sino a través de
su ser, ilimitado y sin dudas ni temores” (comunicación personal, 2009). Es por estas
razones que hago pocos comentarios al final de las constelaciones que siguen.

Constelaciones

Mi primera experiencia con el trabajo e Hellinger fue la constelación con Cristina


Casanova descrita en el primer capítulo. Esa simple, esencial imagen abrió la puerta a
una nueva comprensión de la profundidad y la dimensión de mi familia, y de la familia
humana.

***

La segunda constelación fue facilitada por Sophie Kramer que ubicó a mi abuelo
paterno James y a cinco miembros no identificados de su linaje en el campo. También
se ubicó a una persona representando al hombre que le disparó a James en 1916 en un
tiroteo, y una representante de su esposa Betha, y se solicitó a todos que sigan sus
movimientos en el campo. James y Betha caminaron lentamente el uno hacia el otro.
Mientras ellos permanecían mirándose triste pero también dulcemente, yo inicialmente
rechacé lo que estaba viendo: no conocía las circunstancias que rodearon su muerte en
ese punto, y además mi abuela siempre me había parecido muy lejana al contacto
humano íntimo. Tras unos momentos, James se volvió y caminó despacio hacia el
hombre que le disparó, y quedaron de pie frente a frente por algún tiempo. Luego ambos
se tendieron lentamente sobre el suelo uno al lado del otro, y cerraron sus ojos
pacíficamente.

Esta fue mi primera bastante sorprendente experiencia de que antiguos conflictos


pueden ser sanados en el nivel de las corrientes profundas, cuando no interferimos en
ellos con nuestros juicios y proyecciones. También comencé a entender cómo en una
lealtad inconsciente trágicamente continuamos peleando batallas completamente
solucionables, por generaciones, a veces por siglos. Además, a medida que fui
asimilando lentamente lo que podía en ese punto, pude sentir que convicciones internas
que ni siquiera sabía que tenía, se tornaban menos sólidas. Quizás estaba equivocada
sobre James y Betha. Quizás ellos fueron más, y diferentes de como yo entendía que
fueron. Y tal vez todo esto era relevante.

***

Amé y compartí mucho con Liz. Sin embargo, luché con un conocimiento de que no
importa cuánto ambas quisiéramos resolver nuestros problemas, éstos no tenían
solución. Y enfrentando la decisión más difícil de mi vida, Suzi dispuso una
representante de Liz.

Liz apareció inesperadamente joven y frágil cuando Suzi ubicó un representante para mí
frente a ella. Fue evidente de inmediato que yo estaba requiriendo de ella algo que no
podía dar. Más importante aún, como mi madre, estaba claro que quería algo de lo que
“tenía en frente” que en realidad sólo podían darme quienes estaban por detrás de mí. Y
aunque por años me manejé para lograr validar la normalidad de mis necesidades en
terapia, cuando ingresé en la constelación para reemplazar a mi representante, pude
sentir de la cabeza a los pies la intensidad de la energía de mi necesidad de Liz.

Yo comprendería más tarde que esto no era sólo por el vacío que dejó en mi interior el
rechazo a mi familia, sino también por la forma en que el amor estaba distorsionado por
lo mucho que yo acarreaba conmigo del dolor de mi madre. Y aunque confrontar estas
verdades sería muy doloroso y tuvo consecuencias difíciles, también probó ser un
movimiento inevitable para acceder a mi propio lugar de pertenencia tanto con aquellos
que me precedieron, como quienes me sucedieron y en el mundo.

***

Sin decirme a quiénes de mi familia estaban representando, Suzi solicitó que 12


personas del grupo entraran en el campo y siguieran sus movimientos. En silencio,
varios inmediatamente se tendieron sobre el suelo y otros permanecieron de pie en
pequeños grupos o solos. A medida que ella me acercó a cada uno, comencé a tener una
idea acerca de quiénes podrían ser, y cuando me ubicó enfrente de uno de los hombres,
empecé a sentir que representaba a mi abuelo materno, Bert.

Como detallé previamente, él atacó sexualmente a mi madre y su hermana y fue a San


Quintín por acosar a una de sus nietas. Con gran sorpresa para mí, su representante se
mostraba enojado cuando me miró a los ojos; y mi ira se encontró con la suya y la
igualó. Yo estaba furiosa de que, después de todo el sufrimiento que causó, él pudiera
estar indignado y conmigo!
Un impulso de lucha y de huída a la vez se apoderó de mí, y quería golpearlo, salir del
cuarto y nunca volver al trabajo de Hellinger. Estaba enfurecida de que él pudiera hacer
algo diferente a, quizás, rogar por el perdón, que dudo le hubiera concedido.

Y como me vio luchando para continuar confrontando con él, Suzi aumentó la presión
de la mano que en actitud de apoyo mantenía en mi espalda, y me instó a que continuara
mirándolo. Bert, dijo entonces, “Yo también he sufrido!” Y yo pensé, “Como te atreves
a comparar tu sufrimiento con el que causaste a tu esposa, 13 niños y a muchos de
nosotros desde entonces!”. No obstante, con la mano firme de Suzi en mi espalda, muy
reticentemente continué sosteniendo su mirada con enfado.

Entonces ocurrió una de las cosas más extraordinarias que me han pasado. Mientras
miraba sus ojos una emoción más rápida que la velocidad de la luz y casi imperceptible
incluso para mí, destelló a través mío: fue el repentino y fugaz recuerdo de que su
madre falleció de gangrena cuando él tenía 2 años.

En un nivel que nunca comprenderé del todo, él vio ese destello de reconocimiento de
su dolor. Y sin pensamiento consciente alguno, caímos uno en brazos del otro
sollozando. Al hacerlo, la puerta de la sanación comenzó a abrirse para él, para mí,
para mi madre y varias generaciones más.

Suzi entonces pidió a todos en la constelación que buscaran sus lugares en una línea
detrás de mí, mientras me ubicaba al frente mirando hacia el futuro. Un momento más
tarde, me preguntó si sabía quién se había alineado inmediatamente detrás de mí para
respaldarme. Sin mirar, yo dije, “Mi abuelo” y ella confirmó, “Sí, tu abuelo.”

Aunque yo aún sentía cierto recelo sobre su presencia detrás de mí, también había una
extraña calma y sensación de pertinencia al respecto. Más tarde yo comenzaría a pensar
acerca de los 700.000 convictos y muchos más no enjuiciados delincuentes sexuales en
este país, el único grupo al que la sociedad considera aceptable -e incluso requiere-
despreciar. Y cuando pensaba en los millones de personas en sus familias, y las
familias de sus víctimas atrapadas en esta red de estigma y desprecio, sentí una enorme
gratitud. Los muchos dones que mi familia me brindó me estaban permitiendo estar en
posición de comprobar cómo tanto dolor puede ser resuelto, y que aún los más
marginados entre nosotros pueden ser precavidamente incluidos para bien de todos.

***

En esta constelación facilitada por Annie Block Pearl, quería explorar la relación de mi
madre con su padre, Bert. Semiconsciente en su lecho de muerte en 2002, se mencionó
que mi madre sonrió cuando supo a través de uno de sus hermanos que se rumoreaba
que su padre había sido muerto por la policía en 1950, poco después de su liberación
de San Quintín. Hasta entonces, ella creía que él había fallecido a causa de miocarditis.
Sin conocer la historia, Annie dispuso representantes para mi madre, su madre que
falleció cuando ella tenía 11 años, y Bert.

Mis abuelos permanecieron de pie uno al lado del otro a unos 30 centímetros de
distancia y de frente a mi madre, que miraba hacia ellos alejada unos tres metros. Muy
despacio, ella comenzó a caminar tímidamente hacia ellos, deteniéndose
aproximadamente a un metro. Había una triste y pesada energía en el triángulo, pero era
muy claro que eran parte de un mismo núcleo. Como Suzi diría más tarde, Bert renunció
a sus derechos pero no a su lugar. Y fue la primera vez que vislumbré que había algo
más profundo que el desprecio que mi madre sentía hacia su padre: ella quería estar
con sus dos padres.

No obstante, aún cuando en la constelación anterior yo había comenzado a aceptar una


molécula de reconocimiento hacia la humanidad de mi abuelo, me tomó un cierto
tiempo comenzar a abrirme a lo que estaba viendo. Todavía era más fácil odiarlo y
proyectar sobre mi madre su absoluto desprecio hacia él, que permitir la sanación de
esta exclusión en nuestra alma familiar. Al mismo tiempo, dando un paso hacia atrás y
luego adelantándose un poco más que antes, ese desprecio ciertamente se estaba
tornando menos convincente.

***

Nuevamente trabajando con Annie Block, quise mirar la relación entre Bert y su madre
Laura, que falleció cuando él tenía 2 años de edad, aunque no le mencioné su muerte a
Annie. Ella ubicó representantes para Laura y Bert en el campo. Laura inmediatamente
se acostó en el suelo de espaldas, con su mirada fija en el techo. Mostrándose muy
joven en su afecto, Bert fue rápidamente de rodillas al lado de su madre, rogando
silenciosamente que ella lo mirara. Era evidente que ella no podía resistir ver su dolor
o sentir su pérdida, y una trágica sensación de impotencia llenó la sala. Dándome una
noción de lo que esto pudo haber sido para él, la constelación terminó en lugar de
moverse hacia una resolución. Aunque sin condonar jamás sus acciones, esta
constelación fue otro paso en el deterioro del monumento a mi ira y a la exclusión de mi
abuelo, no sólo de nuestra familia sino también de la humanidad. Y como comprendí
más tarde que en algún nivel uno se convierte en aquello que excluye, esta fue una
constelación muy importante para mí.

***

Dado que lo que Hellinger ve cuando alguien se sienta a trabajar con él es


completamente impredecible, crucé el amplio escenario en Washington en 2007 con la
sensación de estar saltando a un abismo emocional. Como estuvimos sentados en calma
por algo de tiempo sin hablar, comencé a serenarme. En obvia referencia al parche en
mi ojo izquierdo, él contó brevemente la historia de alguien con quien había trabajado y
que tenía una seria discapacidad física. Le preguntó a esa persona, “Elegirías tu vida o
la de algún otro?”. Entonces, volviéndose hacia mí, preguntó, “Preferirías tener tu vida
o la vida de alguien más?”. Después de unos minutos de conflicto con poderosas
fuerzas interiores, dije, “La mía”. Y al haber hecho este nuevo nivel de compromiso con
mi propia vida, comencé a temblar.

Cuando el temblor cedió y me tranquilicé, Hellinger dijo, “Pon tu vida en frente de ti y


apenas a tu derecha”. Luego me dio unos minutos para que lo hiciera y dijo, “Ahora, di
“Sí’”. Tras un minuto o algo algo así, yo fui capaz de decir, “Sí”. Nos quedamos
sentados en silencio un poco más, y yo me paré para retirarme. Con una risa gentil, él
dijo, “Noventa y cinco por ciento no está mal”. Riendo yo también entonces, respondí,
“Sí, 95 por ciento no está mal.”

***

Mi primera imponente, demoledora sensación de lo que son las madres, ocurrió durante
el Entrenamiento Intensivo de Hellinger en Louisville, Kentucky en 2008. Trabajando
en dúos, una persona representaba a uno de los presentes y la otra a su madre. Hellinger
pidió que la madre estuviera al unísono con su grandeza como tal. Luego pidió que los
hijos se pararan frente a sus madres y dijo, “Miren hacia ella más allá de sus imágenes
de ella, y entendiendo la profundidad y grandeza de sus madres, sigan sus
movimientos.”

Cuando me paré en mi lugar como hija, me sentí paralizada. Como un venado ante las
luces, no era capaz de ver más allá de la imagen de la devoradora necesidad de mi
madre de mí. Sin embargo, al continuar mirándola comencé por primera vez a tener un
breve destello de algo sorprendente: empecé a ver su fuerza y su dignidad. Y aunque no
podía aún arriesgarme a mirar sus ojos, a medida que me permitía estar más consciente
de su presencia, se hacía innegable que ella nunca había dejado de amarme, a pesar de
las intensas tragedias de su vida, incluyendo mi rechazo.

***

Suzi facilitó la siguiente constelación en Nueva York, disponiendo representantes para


mí y para mi madre. Con inicial desdén, retrocedí a la antigua imagen de mi madre y lo
que veía como debilidad y disposición percibida a barrer conmigo hacia su
devastación. Y esto no comenzó a disiparse hasta que se dispusieron en la constelación
representantes para sus padres y se ubicaron detrás de ella. Entonces ella comenzó a
suavizarse en la confianza de su apoyo, y al ocurrir esto me sentí con suficiente
confianza como para dar un cauto paso hacia ella.

Todavía insegura sobre si ella estaba recibiendo algo esencial de ellos o si me ahogaría
con sus necesidades, tentativamente me permití ser abrazada por ella. Sin embargo,
necesitada de asegurarme que esto era seguro, le dije, “Tu eres la madre y yo soy la
hija, es así?”. Ella contestó con calma, “Sí.” Aún vacilante le volví a preguntar y ella
respondió, “Sí.” nuevamente. Y esta vez me permití recibir su amor más de lo que
nunca recuerdo haber admitido.

***

Comencé esta constelación con Suzi describiendo la persistente tristeza generalizada y


la aridez emocional de mis años de infancia, diciendo, “Sentía que estaba viviendo en
un desierto en tantas formas. Parecía ser un lugar olvidado de Dios donde nada podía
crecer”. En cierto sentido edificando sobre los escalones que había iniciado con
Hellinger en Washington, ella dispuso a alguien representando el “Sí” a la vida, y
alguien representando al “No”. Un tercer representante fue ubicado en el círculo para
representarme.

Cuando Jan ingresó estuvo inmediatamente atemorizada, caminando nerviosa alrededor


de Sí. Suzi ubicó entonces representantes para mi madre y mi padre en el círculo, y
ellos siguieron sus movimientos interiores y se pararon detrás de Jan, mirando a su
espalda. Otra representante, cuya identidad no se hizo clara inmediatamente, fue
solicitada a ingresar al círculo. Ella se movió sin vacilación hacia Sí y tomó su mano.
Sí, que previamente parecía congelado en su sitio, en ese punto, dijo, “Ahora puedo
empezar a sentir mi corazón.” Entonces Jan, con sus padres firmemente detrás de ella,
comenzó a moverse lentamente hacia Sí, y el representante no identificado caminó
detrás de la madre de Jan, en la posición de mi abuela materna. Entonces la
constelación finalizó.

Pocos días después Suzi me envió un correo electrónico con la foto de una hermosa flor
dorada rodeada de salvia, recordándome cuán bella puede ser una flor del desierto.

***

A pesar de haber sido informada de que habría un traductor y luego que no, decidí
asistir al Entrenamiento Intensivo con Hellinger en Barcelona en Septiembre de 2009.
Aunque yo no hablo ni español ni alemán, los idiomas en que se desarrolló el taller de
9 días, fue durante ese entrenamiento que tuve la tercera visión más allá de mi terror de
las demandas de mi madre, de hecho mucho más allá de esa imagen interior.

Una mujer sentada cerca de mí explicó que Hellinger había pedido que cada uno de
nosotros ubicara dos representantes frente a nosotros, e imagináramos una línea
invisible aproximadamente a medio camino entre ellos y nosotros. Una vez que nos
desplazamos para hacerlo así, se nos invitó a cruzar esa línea y adelantarnos en
dirección al representante hacia quien fuéramos más atraídos.

Y aunque no me moví hacia ella, al principio estuve atraída hacia María, la


aparentemente bastante seductora representante de la izquierda. Estaba consciente de
estar evitando el contacto con Carmen, la representante de la derecha. No obstante, con
alguna dificultad para mantenerme centrada en mí misma, pronto reconocí que Carmen
claramente estaba representando a mi madre. Con una fuerza que es difícil describir,
ella estaba firmemente enfocada sobre mí. Y aunque permanecí muy autoprotegida por
algún tiempo, lentamente sentí que empezaba a mirar tímidamente en su dirección. Dado
todo el trabajo que había realizado, entonces yo ya era capaz de asomarme
gradualmente sobre mis temores para ver que la vulnerabilidad que en mis
proyecciones era sólo debilidad, era también una enorme receptividad.

Permitiéndome sentir más la intensidad del incuestionable amor y las insondables


profundidades del ser que había estado esperando tanto ser visto por mí, di un paso
cruzando la línea frente a mí y me entregué a su abrazo. Y como entonces pude tolerar
mirar por un momento en lo profundo de sus ojos, comencé a comprender qué y quiénes
son todas las madres. Las palabras de Bert Hellinger, “Dios se revela sobre todo en las
madres, fuentes del amor” se hicieron vívidas ante mí. Y cuando ocurrió, pude ver que
la unión con lo divino que yo había estado buscando por tantos años es a través del
amor maternal, y no puede ser alcanzada sin este reconocimiento.

Por “coincidencia” en un ejercicio al final del entrenamiento, se me pidió representar a


la madre de la única mujer entre los 300 asistentes al taller a la que yo le había tomado
antipatía. Noté que sin esforzarme yo era ahora capaz de entrar en ese infinito
panorama, donde nada que mi niña hubiera hecho podría ocasionar que yo la excluyera.
Y habiendo rechazado a su madre en dos constelaciones con Hellinger, pareció que ella
sintió esa aceptación de inmediato mientras caía en brazos de su madre sollozando
lágrimas de alivio.

Más tarde, en una comunicación personal acerca de esa experiencia, Suzi expresó
bellamente la vivencia de Barcelona cuando escribió, “El amor brindado por la madre
fluye no desde ella, sino a través de ella.”

***
Estudiando con Hellinger en Austria, hizo que todos nos moviéramos para formar
pequeños grupos donde cada uno pudo hacer este ejercicio. La persona que hacía el
trabajo elegía representantes para cada uno de sus dos linajes. A estos dos
representantes se les solicitaba que se pararan uno al lado del otro detrás de la persona
y mirando su espalda. Una línea era trazada en el suelo aproximadamente a un metro y
medio por delante de la persona, y moverse hacia el frente sobre esta línea significaba
ir desde el pasado hacia el futuro. Cuando la persona estaba lista, se le solicitaba
atravesar la línea y volverse para decirle a los representantes de sus dos linajes que
entonces estaban del lado del “pasado¨ de la línea, “Y ahora los dejo con paz.”

Cuando fue mi turno, yo estaba dubitativa porque sentía que no había terminado de
trabajar con la distorsión en los sentimientos hacia mi familia, pero a pesar de esa
vacilación dispuse la constelación. Para gran sorpresa de mi parte, cuando finalmente
caminé para atravesar la línea hacia el futuro y dije, “Y ahora los dejo con paz”, sentí
la paz descender sobre mis linajes y sobre mí. Esa paz nunca me abandonó y todo el
trabajo ulterior que haría con mi familia estaría en adelante sutilmente influenciado por
la experiencia de esta nueva posibilidad final.

***

De regreso a las clases con Suzi en Nueva York, quise continuar observando la relación
con mi padre. Ella me ubicó en el campo y eligió un colega miembro del grupo para
representar a mi padre. Por algún tiempo yo lo seguí enfadada y a la distancia, mientras
él parecía dar vueltas sin objeto en la niebla. Diagnóstico de mi infancia, mi padre no
me veía, y yo estaba enojada y fría, reflejándolo en gran parte. Suzi ubicó entonces
representantes para mi madre, sus padres, y varios de sus hermanos en la constelación.
Mi madre parecía muy joven e inmediatamente quiso ir hacia su padre. Su padre se
movió hacia ella, pero cuando comenzaba a abrazarla, él se detuvo y dijo, “No siento
que sea apropiado”. Suzi inmediatamente lo ubicó a un lado, y dispuso otro
representante masculino cerca de él. Ése representante respetaba que él tenía su lugar,
pero como un amenazante ángel guardián, mantenía sus brazos en alto evitando que su
padre pudiera acercarse desde la periferia.

Triste, mi madre dijo, “Yo ansiaba tanto sentarme en su falda”. Entonces ella notó que
su madre estaba tranquila detrás suyo. Mientras esto se revelaba, mi padre y yo,
parados uno próximo al otro, observábamos a la distancia. Sin mirarme, mi padre
tendió sus brazos hacia mí, atrayéndome hacia sí. Yo me moví inmediatamente hacia él,
apoyé mi cabeza en su pecho y finalmente me relajé sobre la suavidad de su suéter.
Luego, desde el abrazo levanté la vista hacia mi madre que aún parecía confusa acerca
de su deseo de ir con su padre. Apuntando a mi padre, le dije a mi madre, “Mami, este
es tu esposo”. Luego retrocedí unos pasos, y ella lentamente comenzó a reconocerlo
como su marido, se movieron uno hacia el otro y se abrazaron.

Sería algo de gran significación para mí cuando unas semanas después de esta
constelación el representante de mi padre me dijo que se había sentido muy honrado al
desempeñar ese rol. Y fue también muy significativo que trajera a mi memoria a mis
padres finalmente juntos, de la manera en que de hecho estuvieron más frecuentemente
los últimos 20 años de su matrimonio.

Mamá y Papá poco antes de la muerte de él en 1999

***

Me di cuenta que estaba entonces preparada para explorar mi modo de pensar acerca de
mis abuelas. Mi abuela materna Mary murió 10 años antes de que yo naciera, y la
paterna, Betha, vivió hasta los 96 y residió en el mismo pueblo que yo, hasta que me fui
a los 18. Facilitada por Cristina Casanova, ella ubicó representantes para ambas
abuelas en el círculo. Hasta esta constelación, cuando rara vez pensaba en alguna de
ellas, todavía tendía a reducir a mis abuelas a haber tenido una pequeña significación
en mi vida. Ignorando que había sido demasiado confuso y doloroso mirar directamente
hacia ellas, ahora comenzaba a estar consciente de sentir la terrible pena acerca de sus
pérdidas. Y me di cuenta por primera vez que no podía separar la tristeza -o la
vergüenza- de ambas, de la mía propia: eran inseparables e inclusivas. Ambas
estuvieron rodeadas por el escándalo, y Mary falleció dejando 12 hijos; algunos de
ellos muy pequeños y se volvieron indigentes. Y como he contado, mi imagen de Betha
como casi catatónica balanceándose en su mecedora y leyendo la Biblia, era aún
bastante convincente.

Mientras los representantes se ubicaban, Mary lentamente se echó sobre el suelo.


Sentada en una silla fuera de la constelación, fui conmovida al notar que mi cuerpo
colapsaba también, en gran parte a semejanza de Mary. Sin embargo, parada de
espaldas a ambas abuelas, la representante de Jan dijo, “Me siento muy distante”,
reflejando fielmente cómo yo me había manejado con mis abuelas a lo largo de mi vida.
Y mientras esto se desarrollaba, yo apenas podía respirar mirando lo que ocurría
delante de mí.

Mi abuela Mary…

La verdad paralela a la que accedí

Suzi entró entonces cerca de Mary a co-facilitar, y dijo enfáticamente, “No se trata de
que Mary dejó 12 hijos. Es que ella tuvo 12 hijos. Es una imagen de abundancia, no de
pérdida.” Al oír eso, Mary se levantó despacio y empezó a emanar una fuerte y bella
vitalidad y sexualidad, que me recordó mucho a una foto suya a los 14 años. Y mientras
mi limitada imagen de Mary comenzaba a incluir la alegría y vivacidad que estaba
viendo, Suzi se volvió hacia mí nuevamente y dijo enérgicamente, “Jan, tú no tienes
derecho a su pena!”. Y como una bofetada con la vara de un maestro Zen, el impacto de
esa ahora evidente verdad desalojó algo intenso y extraño del trasfondo de mi corazón.

Invitada a ingresar a la constelación para reemplazar a mi representante, percibí que


Betha estaba frente a mí. Lo que más me golpeó inmediatamente fue lo difícil que se
tornó “mantener” internamente en su lugar el relato de que ella no me veía, a mí ni a
nadie. Estaba siendo vista por ella. Y mirando fijamente sus ojos, vi algo más que en mi
arrogancia nunca habría imaginado si no lo hubiese experimentado.

Yo había dado por sentada su completa absorción religiosa como una clase de insanía,
así que me sorprendió ver la presencia de una sabiduría trascendente que igualaba lo
que también había visto en los ojos de mi madre en Barcelona. Y dando unos pasos
hacia ella, Betha me abrazó y acarició tiernamente mi cabello. Aunque yo recordaba
que ella me peinaba cuando niña, nunca imaginé que me tuviera en consideración como
lo hacía. Ahora yo percibía su conciencia de mí, y su amor por mí, y sentí entonces que
podía abrirme a mi amor por ella.

Mi abuela Betha La verdad paralela a la que accedí

Además, el hecho de que viviera hasta los 96 años adquirió un nuevo significado para
mí. Y aunque ella debe haber querido reunirse con su madre y todos aquellos que
perdió tan tempranamente, se quedó con nosotros. Yo podía ahora comenzar a
reconocer que el amor a su Dios podía ser al menos en parte una forma de reencuentro
con todos a quienes había perdido. Y desde entonces, cuando pienso en mis abuelas
siento dulzura y un nuevo respeto. Los antiguos sentimientos han sido reemplazados por
una felicidad y una energía que se transmite desde sus almas a la mía.

***

Suzi le propuso al grupo trabajar con relaciones íntimas, y me encontré diciendo, “No
estoy interesada”. Sin embargo, una parte de mí sabía que a pesar de haberlo dicho, esa
no era la verdad en el fondo. Pude oír la dureza en mi voz que reflejaba una resistencia
a lo que Bert Hellinger podría llamar “permitirse con gratitud ser llevado a más”. Yo
sabía que fragmentos de antiguo dolor aún ejercían una penosa influencia sobre mí. Suzi
me pidió que ingresara al campo para lo que sería una “constelación ciega.” Una mujer
fue ubicada en el campo como representante, pero ni ella ni yo sabíamos a quién o qué
representaba. Cuando se nos pidió seguir nuestros movimientos, mi cuerpo retrocedió
hacia el centro del círculo y comencé a sentirme lentamente atraída hacia su dirección.
En un punto, me volví hacia ella, miré a sus ojos y me sentí cálidamente recibida.
Mientras continuaba mirándola profundamente, nos tomamos de las manos y
comenzamos a balancearnos con suavidad acompasadamente.

En un lento baile, me di cuenta que me estaba dejando llevar por algo exquisitamente
sutil más allá de mi voluntad o la de ella. Estaba haciendo el tipo de contacto físico y
emocional con otra persona que a causa del dolor -y sombras de mi ciega lealtad al
sufrimiento de mi madre- no había experimentado por un tiempo demasiado largo. Y no
era importante en absoluto, ni estaba claro de qué género era la otra persona, o si el
amor que nos movía era romántico o sencillamente por la vida misma. Cuando me senté
estaba conmovida más allá de la emoción, y se me había recordado cálidamente que
hay una inteligencia superior guiando cada movimiento vital, si me tomo una pausa y le
permito a mi ser responder a ella.

***

En el proceso de escribir acerca de mi bisabuelo paterno George Edwards y mis


bisabuelos maternos Joseph Watkins y Tear Beck, le pedí a los miembros de mi grupo
de Aprendizaje Guiado que los representaran en una constelación.

Debido a su violencia, mi expectativa era que la representante de Betha estaría


atemorizada de su padre George y se alejaría de él. Estaba equivocada. Ella se
aproximó de inmediato y él la sostuvo en actitud protectora. Y, por lo que había leído
en el diario de Joseph, esperaba que hubiera una buena relación entre él y Tear, pero
nuevamente fui asombrada al ver hasta qué punto era fuerte esa relación. La
representante de Tear dijo, “Nunca me sentí tan feliz en ninguna representación que haya
hecho en una pareja”.

Mientras me mantenía a un lado y observaba esto desde afuera, me sentí eventualmente


atraída hacia mi abuela Betha, que estaba mirándome con su padre ahora detrás de ella.
Entonces tendí mi mano hacia ellos, y a Joseph y Tear. Y al retroceder a la periferia del
campo, los llevaba dentro de mi alma de una forma muy nueva y fortalecedora. Suzi
señaló que parada aproximadamente a un metro y medio y de frente a ellos, estaba
ubicada correctamente en la constelación y que en ese lugar también estaba al servicio
de ellos como su “documentadora”.

***

Me sentí bastante satisfecha por algún tiempo, pero una serie de eventos
particularmente penosos me habían llevado a un ahora inusual lugar de conflicto. Al
comentarle a Suzi acerca de esto, ella me sugirió “no apoyarme en la debilidad en mi
sistema, sino en cambio en la perspectiva mayor”. Aceptando ese consejo, me volví
hacia mis ancestros y les pedí su ayuda para sentir con mayor claridad su bondad,
generosidad e inteligencia. Y cuando lo hice me sentí crecientemente reconfortada y
segura de apoyarme en ellos. Sin embargo, todavía percibiendo cierta desconfianza
residual acerca de recibir su ayuda, solicité al círculo de Aprendizaje Guiado realizar
una constelación para explorar lo que estaba sintiendo.

El estudiante y facilitador Slawomir Kielczewski ubicó a seis miembros no


identificados de mi familia en el círculo, y también fuí invitada a ingresar. Una de las
personas, una mujer muy desenfadada, se acercó y me llevó frente a las otras cinco.
Kielczewski y me pidió que les dijera, “Gracias”. Y aunque yo quería poder decírselo,
era evidente para mí que no hubiera sido completamente sincera. No obstante, pude
decir con sinceridad, “Quiero poder darles las gracias”. Con lágrimas de frustración, la
mujer me tomó diciendo: “Qué es lo que necesitas?” y yo respondí “Todavía a veces me
siento atemorizada cuando los miro. Hoy realmente no puedo verlos. Creo que necesito
acercarme y mirar a los ojos a cada uno cuando les hablo”.

Cuando caminamos juntas hasta la primera mujer, sentí que había visto cierto recelo en
su mirada. No obstante, como pude aceptarlo sin retraerme, su desconfianza se tornó en
una cauta sonrisa compartida entre las dos. Cuando pasé a la siguiente mujer, hubo una
calidez sin reservas en el contacto, y algo en mí se relajó un poco más. Cuando me
volví al hombre a su lado, sin embargo, me miró con lo que parecía un intenso temor y
quizás hasta repugnancia. Atemorizante al principio, mi fortaleza fue aumentando y
sorpresivamente pude aceptar esa forma en la que él parecía sentir hacia mí.
Cierta objetividad y compasión surgió en mí mientras también cruzaba por mi mente la
idea de que sus sentimientos eran demasiado intensos para ser completamente sobre mí,
y me sentí más dispuesta para limitarme a contemplarlos y recibirlos. Mientras tanto,
apenas advertida por mí, había una tercera mujer que estaba de pie, en calma pero en
actitud protectora junto a un joven que se había deslizado despacio al suelo. Y cuando
me acerqué a ella, me sonrió alegremente y hubo un relajado afecto entre ambas.
Entonces me volví para hacer más contacto con el joven, y quedé asombrada. Aunque
evidentemente él estaba herido profundamente de algún modo, yo nunca había visto
semejante dulce amor fluir en ojos humanos. Eran como inspirados en alguna pintura
renacentista de un muchacho no enteramente de este mundo. Y mirando en esos ojos, mi
corazón sintió el deseo de honrar y proteger a este chico a toda costa.

Entonces la constelación terminó, y yo estaba consciente de que hay evidentemente


mucho más en la historia de mi familia -y en cada familia- de lo que mi mente podía
haber imaginado. Cuando más tarde hablé acerca de esto con Suzi ella dijo,
“Necesitamos proteger a nuestros ángeles, pero si estamos desencadenados y hay un
vacío en esta conexión a nuestras familias, no hay forma de que nuestro cuerpo pueda
soportarlo. No obstante, las personas en tu ascendencia son como un manantial. Cuando
incluimos al niño, a la mujer alegre y despreocupada y a aquellos que estaban
evidentemente doloridos, somos más confiables. Cuando nos reunimos con ellos más
allá de los detalles nada puede separarnos mucho”.

Y aunque habría más trabajo de importancia, termino las constelaciones aquí. De todas
maneras, como esta es una travesía universal, y porque he notado que esto no siempre
es rastreado en constelaciones, me gustaría decir algo más acerca del “gesto extendido”
hacia ambos, la madre y el padre. Como describí antes, a medida que fui dando los
pasos de reencuentro, fue importante notar que yo -como la mayor parte de las personas
que he observado- hice una natural regresión a las edades muy tempranas en las que
inicialmente quedamos bloqueados en nuestros temores. Sin embargo, fue crucial que
cuando fui capaz de entregarme a su abrazo, yo fuera gentilmente animada a “acceder a
mi fortaleza”.

A causa de ese estímulo, yo pude acercarme lentamente a ellos como la mujer que soy
ahora, tanto como mi yo más joven, y recibir y apreciar más lo que ellos siempre
tuvieron para dar. Además, me di cuenta que por algún tiempo estar retenida era más
fácil para mí que ser capaz de mantenerme presente y mirar a sus ojos. A medida que
esa capacidad aumentó, pude ser más receptiva a la intensidad de la alegría, pena, ira,
confusión, amor y divinidad de la fuerza vital de cada uno de ellos. Y gracias a eso,
ahora he podido hacer contacto con otros con la misma más amplia y profunda
receptividad.
LA TERAPEUTA DIFÍCIL
“Si intentas ayudar a alguien utilizando constelaciones familiares, esto sólo podrá ocurrir si has logrado también la
armonía con tus padres, y, muy importante, si estás en armonía con los padres del cliente. Si no puedes tener a los
padres de tu cliente en tu corazón, con todo el honor y respeto que merecen, no podrás alcanzar el alma del cliente”.
(p. 94)
-Bert Hellinger, Peace Begins in the Soul (La Paz comienza en el Alma)

En los círculos clínicos, el cliente con el que uno se siente impotente, o el cliente que
no acepta graciosamente y coopera con la “sabiduría” de uno, es a veces llamado “un
paciente difícil”. Pues bien, es justo decir que en los años recientes algunos clientes
han sentido al comienzo que yo era una “terapeuta difícil”.

Aquellos que están familiarizados con las aproximaciones terapéuticas más


tradicionales, generalmente tienen la expectativa de que nuestro trabajo se centre más
exclusivamente en las emociones relacionadas con los relatos de sus problemáticas.
Algunos clientes inicialmente están sorprendidos de que los abordajes de Levine y
Hellinger involucran un foco de atención mucho más amplio que la mayoría de las
terapias, incluyendo atender a las sensaciones físicas del cliente y a menudo a los
sistemas familiares históricos. Sin embargo, aquellos que comienzan a sentir curiosidad
acerca de la inteligencia de sus cuerpos y nuevos niveles de su propio conocimiento
interior, también empiezan a sentir lo prometedor de lo que están siendo invitados a
incursionar.

Grace

Una persona venerada dentro de su grupo religioso en el Medio Oeste, me fue referida
debido a una abrumadora ansiedad que la golpeaba durante sus plegarias, o cuando
estaba liderando sus grupos. De unos 65 años, cuando tenía apenas meses de edad fue
abandonada en los peldaños de una iglesia por su madre, que había caminado millas de
peligroso territorio para darle una forma de sobrevivir. Ubicada en un orfanato por
unos meses, fue evacuada de su país cuando éste quedó totalmente afectado por la
guerra. Y aunque era más artística por naturaleza que la intelectual familia americana
que la adoptó, de diferente raza y religión, desde luego ella hizo todo lo que pudo para
complacerlos. Sintió que para ajustarse a las expectativas y deseos que tenían para ella,
debía manejarse y manipularse a sí misma, así como borrar cualquier pensamiento
acerca de sus padres biológicos y su país de origen. Ella temía que esos temas podían
herir a sus padres adoptivos por una parte, y amenazar la que consideraba su endeble
posición en la familia, por otra.

No muchos años antes, yo habría dedicado una gran cantidad de tiempo “desarrollando
un vínculo de transferencia terapéutica” con Grace. Asumiendo entonces que yo era su
recurso primario, una parte significativa de esa tarea hubiera sido la sintonía empática
con sus sentimientos de abandono y soledad. Yo ahora sabía, por el contrario, que era
algo pequeño en términos del panorama amplio de su vida. Yo no había arriesgado mi
vida al darla a luz, no le había aportado mi fuerza vital, ni había vuelto a poner mi vida
en riesgo con la esperanza de garantizar su seguridad. Tampoco la había cuidado ni
educado. Yo simplemente de hecho estaba representando temporalmente a aquéllos
miembros de su familia que no podían estar allí físicamente.

No obstante, dado que los recursos de su propio cuerpo y la conexión tanto con su
familia biológica como con la adoptiva eran para ella comprensiblemente difíciles,
ambas fueron suavemente deslizadas para experimentar como posibilidades. Y en la
medida en que se abrió a éstos niveles de trabajo, como sugirió Suzi en la supervisión
del caso, Grace comenzó a “ser impulsada y cuidada por todas. No quién fuera bueno o
malo, padre biológico o adoptivo, sino respondiendo a la pregunta: “Qué elijo recibir
ahora?’”

Experiencia Somática se tornó una herramienta importante en el trabajo con la energía


densa y crónica que se había concentrado en su cabeza y cuello, por años de intentar
manejar su mundo y sus sentimientos. Al describir el acto de malabarismo interno y
externo que ella sentía que tenía que hacer a lo largo e su vida, en un punto dijo, “sentía
que mi cabeza iba a explotar y mi rostro hacerse trizas”.

Mediante el aprendizaje de cambiar algo de su atención a lugares que podían sentir la


tierra bajo sus pies o un aliado a su lado, ella notó que la intensidad de la energía en su
cabeza se redujo a un rango más moderado. Su cuerpo comenzó a aprender a liberar la
tensión que había estado sosteniendo por décadas. Y a través de suaves temblores y
otros síntomas de liberación de su sistema nervioso que fueron emergiendo en su
trabajo, las luchas, las fugas y las reacciones bloqueadas reprimidas comenzaron a
resolverse.

Asistiendo a uno de los talleres de Suzi, tuvo lugar una constelación con representantes
para los padres adoptivos y biológicos de Grace y el orfanato donde estuvo algunos
meses antes de la evacuación de su país. Sorpresivamente, mientras había evidente
amor emanando hacia Grace de ambos, sus padres biológicos y adoptivos, el
representante del orfanato fue el más intensamente atento. Todo esto, desde luego, se
sentía opuesto a las dolorosas imágenes concretizadas esencialmente de soledad y
abandono. Y ella estaba visiblemente asombrada mientras lentamente comenzaba a
recibir lo que podía de ésta profundamente fortalecedora realidad paralela.

En el trabajo en privado subsecuente, la idea de su madre biológica como una persona


real en lugar de un fantasma en la oscura memoria de su mente, resultaba desde luego,
una imagen todavía muy difícil de siquiera ser considerada para ella. Así que cuando se
sintió como si estuviéramos listas para introducir pisadas de felpa para representarla,
Grace las ubicó alejadas al otro lado de la sala. Y dado que los verdaderos
movimientos del alma son usualmente lentos, tomó una cantidad de meses que Grace
pudiera permitir la posibilidad de una nueva forma de integrar lo que había pasado
entre ella y su madre biológica en el previamente impenetrable relato que ella
desarrolló tempranamente en su vida para poder subsistir a la pérdida.

A medida que crecientemente fue experimentando a su madre como una fuente de amor,
me sentí inclinada a incorporar pisadas de felpa representando a su padre biológico.
Ella nunca se había permitido conscientemente imaginar siquiera a su padre natural, y al
principio una predecible sensación de rechazo y aún de conmoción, surgió de ella
cuando yo me paré sobre sus pisadas. Como su padre yo sentí una tranquila fuerza en
mí, y me encontré mirando a Grace con alivio y orgullo. Y aunque por un lado resultó
desconcertante para ella, a medida que tímidamente observó esto, empezó a abrirse a
varias nuevas realidades. Primero, como su madre, su padre era también una persona
real. Y segundo, el podía ser una inesperada fuente de amor y de fuerza.

En el trabajo posterior estuvimos en capacidad de ubicar las pisadas de felpa de su


madre y su padre juntas, con ambas parándonos sobre ellas para adquirir una sensación
de sus padres. En determinado punto ella se sintió dispuesta a entrar en constelaciones
para experimentar con encontrar la justa cercanía en relación a ambos. Y después de
varios meses de trabajo sutil con las nuevas realidades visibles y palpables de sus
padres biológicos, ella inició la sesión diciendo, “Estoy más asentada en mi cuerpo,
peleo menos conmigo misma y tengo largos períodos de alegría. Y la rutina de plegarias
que vengo practicando hace décadas se ha profundizado en una forma que no podría
haber imaginado.”

Grace siempre tendrá una sensación de pérdida en alguna profundidad de su ser. Como
escribió Jeanette Winterson (11): “El sentimiento de que algo te falta nunca te
abandona, y no puede abandonarte, y no debería tampoco, porque algo te está
faltand”. Ese algo faltante es parte del panorama de la vida de Grace. Sin embargo, el
trabajo que ella experimentó es ahora también parte integrante de ese panorama.
Continúa creciendo en su interior, creando una nueva presencia, así como la ausencia. Y
es transformador para mí ver a esta mujer de tal sabiduría y amabilidad encontrar estas
inquebrantables nuevas fuentes de estabilidad y felicidad en su vida.

Gail

Dado lo disociada que generalmente estaba de su cuerpo, Gail estaba


sorprendentemente radiante por momentos. Y a pesar de que un terapeuta anterior le
dijo que sentía que su dificultad para afianzarse con más fortaleza en su vida se debía a
problemas en la separación con su madre, la constelación realizada indicó una verdad
más compleja.

Debido a que ella había escuchado algo acerca del trabajo con constelaciones, después
de conversar brevemente le pedí que ubicara en el suelo pisadas de felpa representando
a su madre, dónde lo sintiera adecuado. Cuando lo hizo, noté que su cuerpo se contraía
y se alejaba de las pisadas. Animándola a seguir cualquier movimiento que se sintiera
inclinada a hacer, ella describió un sutil impulso en sus brazos de empujar a su madre
lejos. Diciendo que le gustaría empujar a su madre a un barco de Circle Line en el río
Hudson, empezó a hablar acerca de distintas maneras en que ella la había herido. Sus
palabras tenían, sin embargo, la característica de la repetición insatisfactoria. Se
sentían como si ella hubiese repetido esta historia una y otra vez a lo largo de los años,
recibiendo empatía por su dolor, pero sin hacer progreso alguno en resolverlo.

Tan suavemente como pude, orienté su atención a notar que ella continuaba haciendo el
gesto de alejar a su madre con los brazos mientras hablaba de ella. Aunque molesta por
verse interrumpida en su relato, ella hizo consciente el gesto, repitiéndolo aún con
mayor firmeza cuando le pregunté si se sentía dispuesta a intensificarlo. Luego le pedí
que buscara la distancia exacta a la cual le gustaría ubicar a su madre, y mientras
exploraba esto su cuerpo comenzó a relajarse. Desde el punto de vista de su sistema
nervioso primitivo, su madre estaba ahora a una distancia y cercanía óptimas: ahora
ella podía respirar mejor, literalmente. No obstante, como ocurre con frecuencia cuando
una persona finalmente logra comenzar a expresar lo que siente como peligrosos
instintos primitivos de ataque o fuga, el temor y la tristeza surgen como reacción. Ella
comenzó a entrar en un colapso familiar, diciendo, “Me siento muy mal, y muy sola”.

Aceptando mi sugerencia de percibir el suelo bajo sus pies y respirar con suavidad
hacia su esternón, lentamente salió del colapso. Se sintió más tranquila y parecía
suficientemente fuerte para comenzar a contener y liberar el natural pesar del que ahora
era consciente. Mi sensación de éste pesar fue que era nuevo, más que reciclado.

También era una capacidad inicial para tolerar el reconocimiento de lo que había
perdido. Explorando la anatomía de esta posición muy familiar, ella vio más claramente
que desde ese lugar de colapso no podía extenderse hacia su madre ni tampoco seguir
adelante de un modo agradable. En contacto con el pesar pero siendo guiada ahora para
volver a los recursos de su yo actual corporeizado, ella podía ver que los sentimientos
dolorosos podían pasar a través de ella más sencilla y naturalmente.

Luego ubiqué seis juegos de pisadas representando las mujeres en el linaje de su madre,
por detrás de ella y mirando la parte de atrás de sus pisadas de felpa. Al solicitarle que
observara a cada madre con sus manos en los hombros de su hija en frente de ella, fue
al principio reticente a recibir la imagen. Sin embargo, a medida que Gail comenzó a
asimilar la realidad de esta línea de apoyo femenino, yo di vuelta las pisadas de su
madre para enfrentar a las de su madre detrás de ella. Luego me paré sobre las pisadas
de éstas mujeres, y Gail pudo llegar a tener una sensación de su madre recibiendo
apoyo de su propia madre y de aquéllas detrás de ella. Observando esto Gail dijo,
“Hay tanto alivio al ver esto. Me siento un poco como queriendo acercarme hacia mi
madre”.

Gail ahora experimentaba a su madre como teniendo sus brazos ligera y tranquilamente
extendidos hacia ella, y cuando lo hizo, lentamente comenzó a suavizarse y estar más
receptiva. Dejando que esto se desarrollara, sugerí que si quería, ella podía tomar una
imagen interna de aquello que sintiera importante. Y me sentí muy contenta por ella y su
madre adoptiva cuando dos meses después, al regresar de visitarla, Gail dijo, “Fue la
más afectuosa visita en muchos años. Me sentí como mi yo adulta todo el tiempo”.

Saul

Uno de mis grupos de constelaciones más breve tuvo lugar con un psicólogo judío de 85
años con una historia familiar relacionada con el Holocausto. Un hombre fuerte y
amado por muchos, “Saul” había trabajado con una cantidad de abordajes espirituales y
se había beneficiado profundamente con ellos. Sin embargo, encontrándose
extremadamente mal de salud, estaba atemorizado de la muerte. Y aunque había hecho
muchos años de trabajo acerca de este temor, continuaba en un estado de gran dolor
emocional y confusión acerca de su relación con su madre, que había fallecido cuando
él era bastante joven, y con su padre, que había cometido suicidio.

Comencé ubicando a una experimentada representante, Nercy Rodriguez Sullivan,


aproximadamente a un metro frente a él representando a su madre. Ella comenzó a
mirarlo inmediatamente con evidente amor. Sin embargo, él rápidamente se puso
ansioso y presa del temor. Volviéndose hacia sus defensas intelectuales, quedó absorto
tratando de recordar lo que su maestro espiritual le había sugerido una vez preguntar a
su madre acerca de la muerte. Apoyando mi mano suavemente en su frente, le dije “Sólo
mírala”. Y cuando lo dije él hizo contacto visual por un momento con la representante
de su madre y luego se dejó llevar por sus pensamientos nuevamente.

Con alguna mayor firmeza, entonces repetí, “Sólo mírala.” Paulatinamente el empezó a
poder recibir algo de la enormidad del amor que ella claramente estaba sintiendo por
él. Después de un período de silencioso contacto entre ellos, finalizamos la
constelación. Saul entonces se sentó y como se lo veía muy conmovido, unos momentos
más tarde le pregunté cómo se sentía. Hablando desde lo que parecía ser una sensación
de asombro, él dijo, “Antes, todo lo que podía ver detrás de mí era un mar de tragedia.
Ahora todo lo que puedo ver es amor.”

Cuando Saul estaba cercano a su muerte posteriormente ése año, le envié a su esposa -
que había estado presente aquélla tarde- algo que escribí acerca de su constelación. Y
cuando hablamos un mes después ella dijo, “Las palabras no pueden expresar la forma
en que eso nos afectó a ambos. Saul está gozando de los recuerdos de esa noche y se va
a dormir hoy de una forma muy diferente a la que acostumbraba”.

La Supervisión de Andrea

Una significativa parte de mi práctica ha involucrado el trabajo con colegas


profesionales de salud mental, ya sea en la forma de tratamiento conjunto o supervisión
de sus clientes. En 2010, el Dr. M., un psicoanalista, me refirió a su paciente Andrea
para tratamiento conjunto. De importancia primaria en su vida por 16 años, él la había
ayudado a atravesar muchos transes angustiosos. Pero él estaba preocupado porque ella
parecía estar hundiéndose progresivamente en la depresión que había mantenido a raya
por muchos años.

Cuando Andrea y yo comenzamos a trabajar juntas, ella comentó que uno de sus temores
era el de no poder solventar al Dr. M. en el futuro. Ella temía que no podría sobrevivir,
ni qué mencionar prosperar, sin él. A diferencia de su padre, que había abandonado a su
madre y a ella cuando tenía 6 años, su relación con el Dr. M. le había brindado la guía
de un hombre estable y afectuoso.

Luego de la primera sesión con Andrea, le consulté al Dr. M. cómo se sentía respecto
del padre de ella, y él respondió, “Siempre me sentí muy protector con ella e indignado
de que él abandonara una niña tan preciosa.” Motivada por su preocupación, comencé a
cuestionar si su postura de protección podría estar resultando contraproducente.
Habiendo visto algo sorprendente acerca de padres “ausentes” o “abandónicos” en
muchas constelaciones, estaba advertida de que había una realidad paralela. Yo sabía,
por ejemplo, que ella había nacido producto de la pasión entre sus padres, que su padre
la había ayudado a crecer durante seis años y que en una cantidad de oportunidades a lo
largo de los años él había sido rechazado cuando intentó reingresar en su vida. Y, no
menos importante, dado que su padre y su linaje eran la mitad de su ser, comencé a
explorar con el Dr. M. si sería factible para él considerar al padre de Andrea como un
posible recurso para ella, independientemente de si ella elegía, o resultaba sensato, que
lo viera de nuevo.

Dado que al Dr. M. sinceramente le importaba Andrea, accedió a un experimento. A


sugerencia mía, colocó un trozo de papel en el suelo para representar al padre de ella, y
otro para representar a Andrea. Luego le pedí que se parara sobre el papel que
representaba al padre y que, tanto como le fuera posible, dejara de lado lo que él sentía
que conocía de éste hombre y sólo atendiera a aquello que sintiera en su cuerpo. Le
sugerí que notara, por ejemplo, si se sentía firme o vacilante, dónde eran atraídos sus
ojos, y si estaba consciente de Andrea. Hubo silencio por un tiempo mientras él dejó el
teléfono para hacer esa exploración. Cuando volvió, estaba sorprendido de haber
comenzado a sentirse mareado y querer dar vueltas en terrible confusión cuando se paró
sobre el lugar del padre.

Después de un silencio en el teléfono, finalmente dijo, “Tuve una sensación de que pudo
haberse ido para protegerlas de algo en él que estaba fuera de control”. Varias semanas
más tarde me reportó que encontró que estaba más dispuesto e interesado en explorar
con Andrea si ella tenía algunos recuerdos agradables de su padre. Sentí que había
habido un sutil cambio en la forma en que el Dr. M. sostenía tanto el rol del padre de
Andrea como el suyo, y que esto podía ser un importante nuevo movimiento en la
terapia.

Anthony

Criado en Harlem, la madre de Anthony hacía muchos trabajos físicamente demandantes


para atenderlo, así como a sus hermanas. Contra las probabilidades, ella incluso logró
enviarlo a escuelas privadas. Habiendo abandonado a su familia cuando Anthony tenía
6 años, su padre era un corredor de lotería ilegal que controlaba una esquina cercana al
departamento en el que vivían. Rechazando brutalmente al joven Anthony siempre que
trató de acercarse, incluso se rehusó a visitar a su hijo una vez adulto y exitoso, y
tampoco conocería a su encantadora esposa. Para el momento en que comencé a
trabajar con él, cerca de los 35 años, todo esto había empujado a Anthony
profundamente en el dominio de su madre y su linaje materno.

Y aunque recibió mucho amor y fuerza de ellos, desde luego algo esencial estaba
faltando. Y él hablaba con gran nostalgia y decepción sobre la relación con su padre y
los hombres mayores en los que infructuosamente buscó consejo. Afortunadamente, no
obstante, principalmente gracias al trabajo con Experiencia Somática que habíamos
realizado antes de mi estudio de constelaciones familiares, él había sido crecientemente
capaz de mantener algunas amistades masculinas importantes, así como abordar a su
padre desde una posición con más recursos y menos vulnerable. Cerca de un año antes
de la muerte de su padre, él pudo visitar a Anthony en su casa y mostrar su orgullo de su
hijo. Y antes de que concluyera su terapia poco después, parecía estar desarrollándose
en Anthony y en sus emprendimientos artísticos una masculinidad más convincente.
No obstante, habiendo integrado los conceptos de Hellinger en mi trabajo, tenía la
sensación de que Anthony todavía podía recibir más de su ascendencia masculina si
elegía hacerlo. Lo invité a un grupo de constelaciones que facilité, y él decidió asistir y
también hacer una constelación. Comencé ubicando a Anthony en la constelación y
dispuse representantes para su padre, abuelo paterno (acerca de quien él no tenía
información) y varias generaciones más de su ascendencia masculina detrás de ellos.

El padre de Anthony estuvo de inmediato congelado en su lugar como una estatua, con
una mano tendida en dirección a Anthony y la otra en dirección a su propio padre.
Claramente desesperado, estaba completamente incapacitado de volverse o ver detrás
de él, o de moverse en dirección a Anthony. Como el abuelo de Anthony parecía ser
gradualmente fortalecido por aquéllos detrás de él, un representante para África fue
ubicado detrás de ellos y todo el linaje se vio más fuerte. Cuando esto ocurría, el padre
de Anthony comenzó a salir de su bloqueo y extendió los brazos hacia su hijo.

Anthony, que había parecido paralizado mientras observaba esto desarrollarse frente a
él, también comenzó a salir de esa parálisis. Cuando observó a su padre mirándolo
claramente, Anthony comenzó a sollozar. Se movió hacia los brazos de su padre,
permitiendo que el dolor remanente y el amor que tan arduamente había tratado de
ocultar se expresaran al fin. Su padre entonces lo tomó con fuerza de la mano y lo
presentó orgullosamente a cada uno de sus ancestros. Todos ellos sonrieron cálidamente
a Anthony y le dieron su bendición. Y cuando hablé con él varios meses más tarde, el
simplemente dijo, “Eso cambió mi vida.”

Algunos Pensamientos sobre Psicoterapia

En los años recientes, tomé consciencia dolorosamente de que es muy fácil para mí
apoyar lo nuevo y borrar lo que estaba antes. Esta es una de varias razones por las que
me siento en deuda con el reciente libro de Beaumont, Toward a Spiritual
Psychotherapy: Soul as a Dimension of Experience (Hacia una Psicoterapia
Espiritual: el Alma como una Dimensión de la Experiencia). En él se describen muchas
de las contribuciones que la teoría y práctica psicoterapéutica han hecho a nuestras
vidas. Y me recordó cuán en deuda estamos con ambas aquéllos que hacemos trabajo de
constelaciones familiares por el rol que han tenido en su continuo desarrollo. Pienso, no
obstante, que necesitamos estar advertidos acerca de cómo cualquier sistema de
pensamiento -incluyendo la perspectiva que estoy describiendo- puede menoscabarnos
si no continúa siendo refinada y expandida.

Yo siento cada vez más, por ejemplo, que el sistema de diagnóstico psicoterapéutico
puede a veces reducir el profundo, amplio y complejo panorama de una persona a un
montón de escombros. El diagnóstico de “Ansiedad y Depresión Clínica” de mi madre
es sólo uno de los que ahora cuestionaría. Un embarazoso trabalenguas que no incluye
una dimensión multigeneracional, quizás un diagnóstico más preciso podría ser algo
como, “Recuperación Inadecuadamente Asistida de Pérdida Maternal Temprana y
Abuso Sexual Paterno, Alcoholismo y Abandono”. O talvez su diagnóstico podría haber
sido más simplemente, “Temprana y Violenta Interrupción de Crianza”. Este diagnóstico
habría sido no sólo más preciso y útil, sino también más humano. De escaso valor, las
denominaciones actualmente en uso inevitablemente agregan humillación al daño.

Alguna vez, las únicas enfermedades que podría ser útil nomenclar serán diferentes
tipos y niveles de traumas, sencillamente definidos como rupturas de la fuerza vital que
abruman el sistema nervioso y el alma. En mi propio vocabulario yo pienso sobre todos
los traumas como alguna forma de lo que llamo Desorden de Insubstancialidad (ID).
Más aún, dado que la vida en éste planeta es a la vez bella y peligrosa, no es cuestión
de si uno tiene o no ID, sino de qué tanto está afectado por el ID y cómo resolverlo. Y
debido a que el ID es una consecuencia natural de ser humano, no es intrínsecamente
patológico. Es simplemente un reflejo de los desafíos de la travesía humana en la vida,
y ocurre en el nivel superficial y no en las corrientes profundas de la realidad.

El mayor síntoma de ID es que no nos sentimos lo reales y plenos de recursos que


somos, a menudo no sentimos nuestra herencia o el suelo sobre el que estamos parados
tan reales como de hecho son. En el grado en que han habido conexiones desarregladas,
rotas o profundamente dañadas con nuestro pasado y nuestro cuerpo, nos mantenemos
yendo hacia adelante a los tumbos o arrastrándonos. Semejantes esfuerzos dejan
exhausto el cuerpo y el alma, y podemos colapsar en enfermedades físicas,
“Depresiones Graves”, y otras formas de supresión y disminución. Alternativamente, la
sobre sensibilidad a nuestros ambientes y lo que ha sido denominado como
“Desordenes de Ansiedad Generalizada”, “A.D.H.D.” (NdelT: ADHD: Attention
Deficit Hyperactivity Disorder, Desorden de Hiperactividad y Déficit de Atención) y
muchas otras distorsiones de la fuerza vital también pueden suceder. Además, muchos
otros, incluyendo a aquellos que se considera tienen por ejemplo “Desorden Bipolar” o
“Trastorno Límite de Personalidad” (Borderline), a menudo no están en capacidad o no
disponen de la atención adecuada para aprender cómo auto-aplacarse y reconocer
recursos que pueden haber rechazado o malentendido. Las adicciones entonces se
convierten en intentos de restaurar la energía vital o calmar sistemas nerviosos y
emociones descontroladas y salvajemente fluctuantes.

Además, aunque la medicación es una ayuda de corto plazo con algunos, habiendo visto
resolución de éstos síntomas, me parte el corazón ver a tanta otra gente con la vida
disminuida por la sobre extensión en el tiempo de la medicación, o por el exceso en las
cantidades de ella. Me produce particular tristeza y frustración ver niños a los que con
demasiada frecuencia y facilidad se les dan diagnósticos que menoscaban y a veces
resultan devastadores. Siempre que escucho a padres aceptar una etiqueta para su hijo,
les pregunto si están dispuestos a explorar conmigo otra forma de pensar acerca de lo
que está ocurriendo. Esta nueva manera de pensar, por supuesto, contempla la dificultad
del niño no sólo desde el punto de vista fisiológico y de trauma familiar
multigeneracional, sino que también incluye los traumas nacionales así como los
globales que ese niño puede estar reflejando en su conducta.

En términos de la particular versión Americana de ésos traumas, pienso que debemos


estar entre los países más solitarios. Hellinger sugirió una vez que los cafés (y ahora,
talvez, los teléfonos celulares) que tantos de nosotros llevamos por las calles, pueden
ser una forma de aferrarnos a nuestros lugares de origen: tantos de nuestros ancestros
dejaron sus hogares forzados o por la pobreza, y a menudo no tuvieron la oportunidad
de honrar o de hacer el duelo por lo que estaban dejando atrás.

Esto tiene particular significación para aquéllos de ascendencia Europea. En su


desesperación o a veces ciega ambición, los Europeos frecuentemente tomaron éste
país de sus custodios y lo sostuvieron a través de la esclavitud. Y muchos pueden decir
que aquéllos de nosotros en las generaciones subsiguientes que somos “herederos” de
pioneros continuamos manteniendo ciertos aspectos de esa violencia en formas menos
reconocidas. A causa de ello, muchos de nosotros no sólo acarreamos el dolor de
nuestros linajes, también cargamos con la culpa y la vergüenza de saber que
continuamos beneficiándonos de los privilegios que ellos establecieron. Y hasta que
esto sea reconocido y reparado, no podemos empezar siquiera a sentir una verdadera
integración como país y aportar una mayor sensación de paz a todos nuestros niños.

Además, desde que la dispersión familiar comenzó, con la industrialización hemos


tenido una dificultad aún mayor en sentir a aquéllos que nos precedieron y la tierra bajo
nuestros pies. Me pregunto también si las más recientes nuevas tecnologías nos
conectan más o nos arrojan a una solitaria dependencia que paradójicamente nos saca
del presente y del verdadero contacto. Quizás hacen ambas cosas. Pero una cosa es
indiscutible: caminando una calle transitada en una gran ciudad en los últimos años, uno
nota inmediatamente que estamos perdiendo la natural capacidad instintiva que tienen
todos los demás animales de ubicarnos unos a otros y reaccionar apropiadamente frente
a los ancianos, los niños o los minusválidos. A menudo, sintiéndonos seres singulares
luchando por sobrevivir en el mundo, como individuos y de muchas maneras como país,
tanto literal como metafóricamente, crecientemente estamos dejando de mirar hacia
dónde vamos.

Y con excepción de algunas formas de terapia familiar, la teoría psicológica a jugado


un rol en éste foco sobre lo individual. De éste modo, desafortunadamente, cómo yo lo
he hecho, uno puede dejar una terapia completa “fuera de orden” en su sistema familiar
actual e histórico, sintiéndose ya sea más o menos importante de lo que realmente
somos. Además, talvez más sacrílego aún, he comenzado a cuestionar otro de los
puntales de la psicología del desarrollo, el indiscutido supuesto de que nuestro
movimiento debe ser de separación de nuestra madre. En su reciente libro Guided
(Guiados) Hellinger ha planteado una pregunta que parece estar en el corazón de éste
cuestionamiento:
“Podemos independizarnos y liberarnos de [nuestras madres]? En cada movimiento de nuestro cuerpo y alma
ella permanece con nosotros.
Querer liberarse de ella es como querer liberarnos de nuestra vida, que ha llegado a nosotros a través de ella.
Puede un tallo liberarse de sus raíces, junto con sus flores y sus frutos?”. (2011, p.25)

Una visión más dimensional y comprensiva del desarrollo es que constituye un mito
consensuado que esa separación de la madre es posible. En realidad, no podemos
separarnos de la madre tan definitivamente como se propone, y tampoco lo
necesitamos. Me gusta pensar en este movimiento del niño hacia una vida mayor en
términos muy diferentes. Hay una búsqueda en la física moderna de lo que Einstein
llamó Teoría del Campo Unificado, una teoría que ve las fuerzas fundamentales y
partículas elementales en términos de un campo único. Me gustaría proponer la que
podría ser llamada una Teoría del Ser Unificado (UST).
Este modo integraría las metas de desarrollo “psicológico” y “espiritual” en un
fenómeno único o campo único del ser. Idealmente, en ésta propuesta, el desarrollo
natural es en una dirección, que es la de inclusión y expansión. Esto sugiere que no
necesitamos luchar fieramente para cumplir la demanda de separación de nuestra
madre, sólo para terminar sentados en una iglesia, un ashram o un templo con la
esperanza de unirnos con Dios o con “el todo”.

La Teoría del Ser Unificado cuestiona el supuesto de que nos desarrollamos de acuerdo
con las teorías de Margaret Mahler (12) (quien aborrecía a su madre). Este modelo
largamente aceptado propone que nos movemos desde el Autismo Normal hacia la
Simbiosis Normal, para lograr la Separación-Individuación. Sin usar lenguaje
patológico, la UST propone que óptimamente comenzamos nuestra vida con un impulso
hacia la Particularización.

Esto es estimulado a través de un responder y un reflejarse en lo que es único en


nosotros en el nivel superficial, y en el nivel más profundo. El siguiente movimiento
natural es hacia la Extensión, saliendo al mundo, enteramente únicos pero no separados.
Y como incluimos más vida, naturalmente contribuimos a la vida a través de la
Integración. Luego, como la expansión al principio de la vida misma, el Big Bang, nos
convertimos crecientemente en agentes únicos para la Expansión del perímetro de
nuestra alma familiar a través de la Inclusión. Y todo esto representa el impulso de la
fuerza vital hacia lo que uno simplemente podría llamar Unidad.

Algunos podrán llamarlos movimientos del pensamiento de Dios o de la energía


universal que se manifiesta como todo lo que es. Además, a lo largo de ése proceso de
crecimiento y en paralelo a él, cada uno desde la infancia en adelante naturalmente va
refinando una capacidad de recibir y de dar. El niño aporta amor, empatía y alegría al
alma familiar desde el principio mismo de su vida, y tenemos incalculables
oportunidades de ser más conscientes de estas acciones a medida que crecemos. Y
mientras cada uno de nosotros ha desarrollado o está desarrollando un diferente
vocabulario para estos pasajes a través de la vida, este modelo sencillamente reconoce
la interrelación sin solución de continuidad de lo que hemos definido usualmente como
campos de la psicología y la espiritualidad.
Esto puede, sin embargo, sonar atemorizante al principio a cualquiera que siente que
estoy proponiendo la pérdida de uno mismo en lo que los psicólogos llaman “fusión” o
“inmersión” con la madre, cosa que no hago. O puede sonar extraño para quien no haya
experimentado aún pararse sin esfuerzo sobre el suelo en la plenitud de su cuerpo,
sintiéndose fuerte, en su lugar apropiado y sintiendo su pertenencia como una
bendición. Ciertamente, alguna vez me hubiera sonado de esa forma a mí. No obstante,
desde ésta nueva perspectiva uno puede comenzar a preguntar, porque tratamos tan
arduamente de cumplir la fantasía de la separación absoluta? La realidad parece ser
que en éste trance de soledad, paradójicamente, uno nunca puede triunfar en la
“madurez” porque una separación de tal naturaleza es una ficción innecesaria. Y a
menudo nos sentamos en un consultorio de terapia o en un cojín de meditación por
muchos años para buscar un sentimiento de pertenencia, o, en el último de los casos,
unión.

Pero por supuesto yo no estoy proponiendo una actitud infantil de confianza y de


lanzarse de brazos abiertos al reconectar con aquéllos con quienes pertenecemos.
Debido a las graves heridas que pueden tener o que aún pueden ocasionar a causa de la
carencia de apoyo afectuoso para curar sus propias traumas y conflictos familiares,
también es cierto que en nuestros linajes hay quienes
-como mi Abuelo Bert- requieren que nos protejamos de ellos. Y, como mencioné
anteriormente, Suzi Tucker ha hecho una gran contribución al aclarar éste fenómeno en
el nivel del alma, cuando propuso que aunque cada uno tiene un lugar, algunos en
nuestra ascendencia han perdido sus derechos. No obstante, cuando nosotros
personalmente excluimos o, como profesionales de salud mental, contribuimos a la
exclusión de alguien en nuestro linaje, esa ausencia se reemplaza con temor, ira y un
sentimiento de vacío.
Cuando no honramos el hecho de que han contribuido -como mínimo- a nuestras vidas,
también nos engañamos a nosotros mismos, fuera de una sensación de continuidad y en
consecuencia, de fortaleza. Además, alguien en una generación futura inconscientemente
pagará el desastroso precio de tratar de balancear ése lugar “vacío”. Nuestras
travesías, sin embargo, pueden ser realmente más tranquilas de lo que han sido. Y
realmente estamos madurando en la medida en que refinamos conexiones con más
matices en lugar de hacer de una separación absoluta el requisito de la madurez, como
es la idea tradicional. Conozco por experiencia propia que cuando he hecho esto
último, me encontré intentando actuar más o menos como si fuera adulta, en lugar de
disfrutar ser una persona adulta integrada a sus más profundos recursos.

Me gustaría volver aquí, no obstante, a otro principio organizador del psicoanálisis y


de algunas psicoterapias: la transferencia. Como he sugerido previamente, cuando se
adopta la perspectiva de contemplar la importancia histórica y energética y la potencia
de los ascendientes del cliente, aunque las relaciones pueden ser importantes por un
tiempo, el terapeuta es apenas un parpadeo en la pantalla de ese radar.

Aunque yo trabajo con toda la sensibilidad posible las cuestiones de transferencia si


surgen, sé ahora que sólo estoy allí representando alguna persona de la familia del
cliente. Y esta postura ha probado ser el rol adecuado aún cuando las heridas de una
persona fueran de tal seriedad que resulte aconsejable una terapia de largo plazo. Esto
es válido también cuando la gente continúa en una terapia extendida en el tiempo
porque elige seguir refinando su auto conocimiento y desarrollo espiritual. La pregunta
principal con cada cliente pasa a ser, “Estoy ayudando a esta persona a descubrir los
niveles en los que pueda sentir la conexión esencial con su familia?”.

Si no fuera así, podría encontrarme inconscientemente, y quizás en mi propio interés,


involucrado en lo que los psicoanalistas denominan “cura por transferencia”, aunque yo
entiendo ese abordaje cada vez más como un “desvío o demora por transferencia” en
lugar de “cura”. Esto es particularmente posible si yo no estoy desarrollando un
sentimiento de la plenitud de recursos de mi propia familia en paralelo al trabajo con
mis clientes.

La paradoja de la cura por transferencia (y el trabajo de la idealización que es una


parte importante de la cura) es que tiene lugar creando o induciendo una ilusión de
idealización que es alentada, a veces por décadas. La idealización de un padre por
parte de un hijo puede, de hecho, ser un instinto evolutivo que protege al pequeño, y por
un tiempo puede ser necesario en la terapia con algunos adultos. Sin embargo, la ilusión
de que el terapeuta es una persona completamente evolucionada y que ésta persona es la
familia del cliente a menudo lo aleja de las posibilidades de acceso directo a la fuerza
vital de sus ascendientes.

Cuando no recuerdo esto, demando demasiado de mis clientes, incluyendo su


idealización. Y con las más amorosas esperanzas por ellos, puedo activa o pasivamente
reforzar relatos desdeñosos (como la “madre alocada”, el “padre ausente” o la “familia
disfuncional” del cliente) siendo exageradamente empática por demasiado tiempo, en
lugar de tener presente que es la familia histórica la que es mi cliente.

Un ejemplo de un lapsus de este tipo fue un caso que escribí alrededor del año 2000, y
que apareció en una publicación de psicoanálisis en 2005. Ahora me siento apenada
por una frase que dice, “Él siente menos como si necesitara cumplir demandas de
objeto-self para mí, y está más consciente cuando se adentra a sentirme en una
transferencia como su madre narcisista.” Siento ahora que desestimar a la básicamente
amorosa y comprensiva madre de éste cliente a un diagnóstico tan reduccionista fue
arrogante. Me he disculpado con ese cliente y, en forma póstuma, con su madre.

Cuando escribí esto yo no había reconocido aún que, a diferencia de su madre, yo no


había arriesgado mi vida para parirlo, no había cambiado sus pañales ni había
permanecido despierta por las noches cuando lloraba, ni me había sacrificado para
educarlo y apoyarlo. Y ese diagnóstico de narcisismo representa también el uso de un
vocabulario de diagnóstico psicológico que a la vez me mantendría incluida en la mente
grupal de mi profesión. No obstante, al hacer eso en su momento no honré lo suficiente
la verdad del amor de la madre por este cliente. Y me siento aliviada más allá de las
palabras de estar advertida ahora de cuán fácil e “inocentemente” uno puede ya sea
eliminar o no notar la eliminación de la relevancia de miembros de la familia o linajes
completos con una barrida de nuestro actualmente aceptado lenguaje psicológico. Y
otro error posible es no tener en consideración el lenguaje del cliente.

Por ejemplo, una cliente adulta que había sido secuestrada y acosada sexualmente
cuando niña, describió a su familia de origen de este modo: “Mi madre era una bocona,
mi padre un perdedor y mi hermano un idiota”. Yo supe que a causa de que ella había
sido muy profundamente herida y había organizado su vida en derredor a este relato,
sería un largo camino hacia el encuentro de una salida para esta ira. De todas maneras
yo estaba preocupada porque si ella dejaba la terapia con esta visión unidimensional,
tendría un peligroso refuerzo de su imagen de estar sola, cuando no lo estaba. Y
afortunadamente con la ayuda de este trabajo, aunque haya sido una lucha crítica por
momentos, pudimos tratar su trauma físico, escuchar su indignación y no reforzar su
cortarse en pedazos al destruir la senda hacia sí misma y hacia los recursos de todos
aquellos por detrás y al lado de ella.

Además, a medida que mi comprensión acerca de la dos realidades paralelas se integró


dentro de mi vida y mi trabajo, comencé a reorientar y refinar la definición de empatía
aprendida en mis estudios analíticos muchos años antes. Una colega de ésos días
definió elegantemente ése entendimiento inicial durante un almuerzo en 2010 cuando se
refirió a la empatía como “no sólo ponerse uno en los zapatos del otro, sino ser libre de
responder con una comprensión profundamente reverberante y emocionalmente
resonante”. Y concluyó diciendo que la empatía es “una experiencia corporal de hacer
contacto en el nivel más profundo con cómo la otra persona está viviendo su verdad, su
realidad, un proceso de sentir dentro de la experiencia implícita del otro”.

Afectada por las palabras de mi amiga, me sorprendí teniendo algunas reservas acerca
de tan sensible y aún poética descripción de éste básico proceso de curación humano.
No obstante, después de participar en miles de constelaciones estoy encontrando que
aspectos de nuestra “verdad” y “realidad” talvez no son para estar tan completamente
comprometidos con ellos como alguna vez sentí que fueran. Aunque sabemos que
muchos necesitan ser reconfortados en sus sufrimientos en manos de gente cuyas almas
están distorsionadas, a veces casi por encima del reconocimiento, también es cierto que
sus -o nuestras- conclusiones acerca de esas heridas no siempre son totalmente
confiables.

Crecientemente precavida acerca de en qué estoy más enfocada y empática, ahora trato
de recordar preguntarme, “Estoy atrapada en el nivel superficial con este cliente, o
estamos accediendo consistentemente a las verdades en niveles más fundamentales de
la vida?” Y, talvez más importante aún, “Estoy verdaderamente alineada con los
excluidos en el sistema, sosteniendo temporalmente a su niño por ellos mientras sé que
no soy un mejor miembro de la familia y que necesito no serlo nunca?”.

Mientras escribo esto, recuerdo con tristeza a una cliente que se trató por muchos años
con un prominente psicoanalista. Su madre había sido uno de los “niños escondidos”
durante el Holocausto y había perdido a toda su familia. Durante una de las sesiones,
tras muchos años de análisis, mi cliente le dijo, “Me he sentido más cerca de mi madre
últimamente. He llegado a sentir que hizo lo mejor que pudo.” Él replicó, “No, no fue
así.” Y a pesar de la importancia que él tenía para ella, mi cliente siguió su más
profundo saber y finalizó esa terapia poco después.

A partir de ése momento, ella ha visitado Auschwitz y presentó sus respetos por
aquéllos que perecieron allí, por ella misma y por su madre con quien ahora está mucho
más cercana. Y desde que hay más amor abiertamente expreso para con su madre, ella
descubrió que eso estaba ayudando a que su hija encontrara mayor facilidad para
recibir de sus abuelos lo mucho que ellos tienen para darle. Es difícil, desde luego,
saber qué pensaba ése analista, pero yo he cometido errores tan terribles como ése, a
veces erigiéndome en la justa protectora, la nueva madre, o simplemente teniendo una
empatía insuficiente con todos los miembros de la familia del cliente.

De todas formas, para mis clientes y para mí, la verdad dentro de las corrientes
profundas puede al principio ser atemorizante. Aún la presencia de un gran amor donde
uno creía que sólo existía desinterés o desdén puede a veces sentirse como una amenaza
para la estructura concretizada del yo interior. Esto es especialmente cierto cuando está
edificado sobre estructuras de creencias internas como ser, “Ahora sé qué pasó y a
quién culpar, aún cuando no pueda hacer nada al respecto, aunque eso me mate.” En el
punto donde éste “entendimiento” se encuentra afianzado, la empatía tradicional puede
actuar en la dirección de reforzar involuntariamente la ruptura de conexiones mucho
más importantes que las que se han creado entre el terapeuta y el cliente.

Aquí quizás la empatía necesita cambiar desde la historia que el cliente ha desarrollado
al difícil proceso de destrabar ese relato hacia una vida con más espacios y potencial.
En este sentido me alegró escuchar recientemente un relato entusiasta de una
psicoanalista con la cual mantuve varias sesiones. Dijo que se encontraba tan empática
con los sentimientos de sus clientes como lo era antes de su introducción al trabajo de
Hellinger, pero ahora notaba que también comenzaba a tener una verdad más profunda
para ellos. Y a medida que accedo a panoramas más amplios en mi propia vida, puedo
ver con mayor claridad que sólo me paro en la puerta con mis clientes mientras ellos
esperan ser llevados por la gracia del siguiente movimiento. Ayudando a cambiar su
perspectiva apenas un poco, soy mejor cuando recuerdo que cualquier capacidad que
pueda tener para contribuir, es siempre un movimiento de una fuerza mucho mayor que
opera a través de ellos y a través de mí.

FUERZAS SUPERIORES
“Volvemos a nuestro origen con el mismo amor que nos dio nuestra existencia allí previamente? O volvemos
con un amor enriquecido, un amor purificado? En nuestra travesía aprendemos a formar nuestro amor a la
imagen de este gran amor, a amar más como el amor que nos dio nuestra existencia?”
-Bert Hellinger, Living Transcendence (Trascendencia Viva)

Yo soy el fin de mi línea materna. Por cientos, si no por miles de años, cada mujer en
mi ascendiente materno dio a luz a una niña que a su vez tuvo una hija. Y aunque hay
una antigua sensación de tristeza en mí por este hecho, hay también un creciente
sentimiento de alivio. He sido liberada del dolor de rechazar a tantos en mis linajes a
tiempo no sólo para disfrutar del amor enriquecido que menciona Hellinger, sino
también para contribuir a sanar algunas de las heridas abiertas en el alma de mi familia.

El 15 de mayo de 2010, sin embargo, yo no estaba para nada segura si la travesía


continuaría. Habiendo sufrido una gran pérdida de sangre por una deficiencia de un
procedimiento médico de rutina, estuve cerca de la muerte. Por muchas horas durante la
noche de la cirugía de emergencia, me sentí a un aliento de dar el paso gigante hacia el
misterio. Y aunque digo sentí, de hecho la mayor parte del tiempo no hubo un “yo”
reconocible involucrado. Era simplemente un lento y laborioso inspirar y expirar dentro
de la más pura oscuridad.

Fueron semanas de internación para recuperarme de la cirugía, del enfisema que


ocasionó, de la infección hospitalaria resistente que me afectó, y varias internaciones
de emergencia llevada en ambulancia con sirena a causa del error de los doctores en no
tomarme con seriedad acerca de medicaciones que podría no tolerar. Así que por una
cantidad de razones, mi lucha incluiría tanto aprecio al personal del hospital por salvar
mi vida, como enfado por tener que pelear tan arduamente para permanecer viva dentro
de su deficiente y a veces insensible institución.

Una de las revelaciones que surgieron durante esas semanas fue algo que nunca había
considerado antes. A medida que mi cuerpo salió lentamente del shock y comencé a
sentir mi columna contra la cama del hospital, me di cuenta por primera vez que cada
célula de mi cuerpo era un regalo de mis ancestros y que, en algún nivel, les pertenecía.
Y fue además un pensamiento de consuelo el que esas células habían sobrevivido a
amenazas más grandes. Aunque lo que yo estaba atravesando era atemorizante, a
diferencia de Mary Smallman Watkins yo nunca me había arrojado de cara al fuego para
sacar de allí a mi niña con los dientes. Yo nunca había caminado descalza a campo
traviesa como Hannah, Christian y mi bisabuela Tear lo hicieron. No tuve que vivir con
la pérdida de un hijo o, como mis dos padres, con la pérdida temprana de uno de los
progenitores. Tampoco tuve que sobrellevar estar en continuo riesgo a causa de un
padre como tuvo que hacerlo mi madre. Recordar su fortaleza y compromiso con la
vida hizo más fácil para mí poder imaginar la tarea de recuperación.

Igualmente importante, yo pude sentirlos detrás de mí, instándome a seguir adelante. Y


cuando finalmente salí del hospital por última vez, estaba admirada por el pleno
esplendor de colores de la vida que pasaba ante mí a través de la ventanilla del taxi.
Pocos meses más tarde, las últimas líneas de un poema que fue escrito tras esta
experiencia describen el retorno a lo que Suzi llama “la amplia mirada hacia adelante.”
Pero ahora cada dulce o ardiente aliento no importa su calidad, su origen o su pureza me trae de vuelta adonde
pertenezco y al parecer al próximo movimiento de este inacabado destino humano

Una segunda revelación durante mi recuperación fue algo que pude extraer del CD de
Hellinger titulado Journeys to the Core (Viajes al Centro). Una de las meditaciones,
“Consenting” (Consintiendo), me ayudó a aceptar conscientemente en un nivel profundo
lo que me estaba sucediendo físicamente, mientras al mismo tiempo hacer todo lo
posible para superarlo. Y algo en esa aceptación me preservó de sufrimiento
innecesario.

Además, poco antes de dejar el hospital, mientras mi amigo Ignatio Morales, un


ministro de la Asamblea de Dios, estaba diciendo una dulce plegaria por mí, fue claro
cuál sería mi próximo movimiento si sobrevivía: quería completar éste libro. Y supe
que si el libro iba a tener resonancia y ser significativo aunque fuera para una sola
persona, yo iba a tener que ser tan honesta como fuera posible serlo.

También supe que aunque describo varias experiencias de otro nivel de realidad para el
cual no todos pueden tener un marco o referencia -o del cual pueden tener un
entendimiento diferente-, éstas necesitaban ser incluidas ya que cada una me mostró
algo acerca de un aspecto de la naturaleza esencial de nuestra experiencia.

Además, Hellinger ha sugerido que cada “transición desde un conflicto es un acto


espiritual”. Yo descubrí que recibir, participar y facilitar en lo que puede parecer ser la
más simple constelación puede ser esclarecedor. Y por algún tiempo ya, las
constelaciones se han convertido en una de mis prácticas espirituales primarias.
También, reconociendo una gran deuda con varias tradiciones religiosas, al mirar atrás
en mi historia familiar he concluido en asumir, al igual que su vocabulario de amor por
las fuerzas superiores, mi vocabulario también es Cristiano. Aunque la filiación
religiosa no parece ser de relevancia dentro de las corrientes profundas o el nivel de
silencio, después de años de identificarme como budista, si hoy me preguntan por mi
religión -con un toque de liviandad- respondo que soy una Cristiana histórica, no
ortodoxa, inclusiva.

Me conmueve la pintura de Cristo en el techo de la Iglesia Católica de St. Francis


Xavier, el coro de la Iglesia Episcopal de St. Luke in the Fields, un gran canto gospel, o
los escritos de los místicos y teólogos cristianos. También me encuentro deseosa de
estudiar nuevamente con Almaas, maestros budistas y advaita incluyendo a Francis
Lucille, y maestros sufi como Llewellyn Vaughan-Lee. Esa libertad para disfrutar la
expansión de lo que Hellinger llamaría una previa “consciencia grupal” de mi familia
se siente bien para mí. Incluye a todos quienes me precedieron. Y no está restringida
por una lealtad ciega a una forma de devoción anterior que, en verdad, no es un
requisito para la pertenencia dentro de mi familia.

Y en cierto sentido, este libro es simplemente mi versión de lo que mis ancestros


bautistas y mormones hubieran llamado mi testimonio, escrito en el lenguaje del mundo
en que habito. Porque es una historia de reconocimiento tanto como de regocijo, incluye
enfrentar el amor distorsionado en mí y en mi familia. Y una de las historias más
difíciles de contar para mí, pero esencial en este libro, involucra a mi abuelo Bert. Y
este poema fue escrito en camino al encuentro con el grupo de Dan Cohen de hombres
cumpliendo condenas de por vida en la prisión Bay State. Reconoce tanto la
complejidad del dolor de mi abuelo, como el impacto en nuestra familia de lo que Suzi
una vez llamó sus “crímenes de definitiva ceguera”.

Las Maneras
El cuerpo adora deslizarse por las vías plateadas El tren un velero navegando sin viento por la costa mientras las
fábricas que se derrumban
de espaldas a las vías
callan lo que nace entre sus muros

En camino a entrar en los lugares donde el alma aún vive


fuerte en esos condenados y en mí la memoria de mi abuelo
en su celda en San Quintín
a punto de ser liberado
para ser golpeado hasta morir en un terraplén del tren en California por aquellos que sabían muy bien

Que no dejas a alguien así regresar a las calles

El hombre cuyos ojos de dos años


rogaban a su madre Laura
sólo mírame
mientras la gangrena llevaba la muerte por su cuerpo de la manera que pudo
en los únicos brazos
más indefensos que los suyos

Pero ella no podía resistir


el pesar de ese adiós
aunque nada justifica sus crímenes sacrílegos años más tarde como tantos antes
el licor quemando en su vientre
desvaneciendo toda memoria
tomó lo que no pudo tener

Dejando la vergüenza y la tristeza retumbando en sus trece hijos y a las muchas generaciones que no sabían
que sabían

Apurando esta costa


a su lado esa fuerza
cuyas alas desplegadas ahora
lo protegen de sí mismo
al fin ocupando su lugar
largamente reservado por la vida para él

Dando lo que puede


a su hija Ruth una fila adelante
que ahora siente segura
lo que toda pequeña ansía y ella nunca pudo tener

Fortalecida ahora
volviéndose hacia adelante
apoya una mano en mi hombro
afirmando mi columna y mirando adelante mientras recibo esta plena fuerza de amor de todas las maneras que puedo
Las puertas de la prisión se dejan ver

Le leí el primer boceto de este poema al grupo de Dan. Evidentemente conmovido, uno
de los hombres encarcelado desde su adolescencia y que había realizado un gran
trabajo desde la prisión con jóvenes en riesgo dijo, “Quiero que mis hijos sepan que fui
un buen hombre también”.

Otro de los más felices e inesperados movimientos de reconocimiento ocurrió


alrededor de esa época. Aunque había sido una tía totalmente negligente, comencé lo
que se ha tornado una de las más afectuosas comunicaciones imaginables con uno de los
hijos de mi hermano separado y su familia.

Respetando su privacidad y dado que pueden pasar muchos años antes que ellos o sus
hijos deseen conocer más acerca de éste linaje, puedo decir que viven en otro país y
que trabajan con los más pobres, en relativa pobreza ellos mismos. Haciendo una
peligrosa labor para traer la armonía entre gente de tres religiones en conflicto en el
mundo, ellos son una continua fuente de inspiración para mí cuando procuran hallar
puntos de encuentro con las otras religiones con que trabajan. Y a pesar de los
malentendidos entre sus padres y yo, ahora puedo decirle con toda sinceridad a mi
sobrino que tiene los padres perfectos para él y que me siento profundamente
agradecida por la contribución que ellos han hecho a nuestra familia. Además, dado que
he sido estudiante de las religiones con las cuales mi sobrino y su esposa trabajan,
también puedo apoyarlos en esa labor.

Pero el reconocimiento más fundamental ha sido, por supuesto, con mi madre. Y como
mencioné en La Niña de Hielo, hubo un tercer momento de puro amor con ella. Tuvo
lugar durante mi última visita para verla en California antes de su muerte. Sentada
encorvada en su silla de ruedas, sola en el jardín del hogar de ancianos, estuvo claro
desde el momento en que traspuse la puerta, que la demencia había avanzado sobre su
mente hasta ocuparla casi por completo. Con un cigarrillo encendido pendiendo de sus
labios, parecía estar en mundo demoníaco y confuso. Pero cuando levantó la vista y me
vio acercándome, con una alegría infantil que no recuerdo haber visto nunca antes,
gritó, “Oh, viniste a casa!” Nos abrazamos estrechamente por algún tiempo, y luego ella
se deslizó al delirante panorama de sus pensamientos fragmentados por las semanas que
le restaban de vida.

No podría haber anticipado en ése momento que el trabajo de constelaciones que


comenzaría más tarde sería el primero de muchos pasos hacia una aún más profunda
reconciliación con mi madre. No podría haber imaginado, por ejemplo, que la
experiencia con Carmen en Barcelona me mostraría que un camino al infinito consistía
en ser capaz de ver y sentir la divinidad que siempre se refleja en los ojos de una
madre.

Y otro de ésos pasos de entendimiento ocurrió cuando recibía la Eucaristía un domingo


en la Iglesia de St. Luke’s in the Field. Este poema fue escrito poco después:

La Nueva Eucaristía
Fue su cuerpo y sangre largamente abandonados los que tragué nuevamente cuando tomó su lugar
Por haberse arriesgado a morir, y alimentarme de ese cuerpo sin cuidado del sacrificio
Por su indestructibilidad esta revelación divina en múltiples actos y este pan y este vino
Son mi retorno a las verdades de nuestros cuerpos más allá de sus escrituras y su tiempo

Pocos días antes de terminar este libro, se hizo una constelación para mí que probó ser
otro movimiento que me llevó a ser aún más receptiva hacia lo que ha estado allí
siempre, a la espera. Se eligió un representante para mi madre, y se me pidió que yo
ingresara a la constelación. Cuando mi madre se acercó a mí con un amor radiante e
innegable, me moví sin dudas hacia ella. Permitiéndole amarme, no oculté más la
intensidad del amor hacia ella que había mantenido en secreto aún para conmigo misma.

Mi cuerpo comenzó a relajarse de una forma nueva al diluirse una nueva capa de temor.
Sentí, sin embargo, que había aún alguna sutil barrera que impedía recibir en plenitud la
fuerza de éste amor. Me di cuenta entonces que ése abrazo era recibido tanto por la Jan
de 69 años, como por la atemorizada y ya la defensiva pequeña de 4 o 5 años. Cuando
la duda surgió en la pequeña, me encontré preguntando escépticamente, “Tú eres
mayor?” Y cuando mi madre respondió con firmeza, “Sí, yo soy mayor,” en ese
momento ambas partes de mí se fundieron en una y yo supe que era verdad.

Verdaderamente, si mi madre hubiera mostrado temor o ira hacia mí en ésta


constelación, yo podría haberlo recibido sin retraerme. Y a medida que ésta imagen de
mi madre y yo encuentra un nuevo sitial en mi interior, vuelvo a ella. Cada vez que
puedo recibir un poco más de ella, y de aquellos que la precedieron, me vuelvo más
plenamente hacia el futuro. Recordando el momento de ver lo divino en mi madre, así
como las cicatrices que ambas llevamos, pude por vez primera imaginar la dulzura de
presentarla al mundo, diciendo, “Ésta es mi madre. Yo soy su hija”.

Hasta Hoy
No me fié de tus ojos
los ojos que luego busqué en tantos rostros y tantos credos

No supe que esperarías


que una madre siempre guarda todo lo que su hija siente

Llevando su propia vida la inmensidad


lo destruido e indestructible no como dios: dios

Y yo aunque sin hijos ahora en mayor plenitud más amplio en mujer un ojo más inclusivo

Citado con permiso de The Knowing Field (El Campo del Conocimiento - Enero de 2010)

A medida que continué trabajando los nudos en mi alma, fui viendo gradualmente a cada
miembro de mi familia en su plenitud. Sin embargo, a veces siento el tirón hacia atrás
del que Hellinger ha dicho que es tan fuerte que la mayoría de la gente queda enredada.
Y hay momentos también en los que quedo demasiado enfocada en las especulaciones o
los juicios de mi mente en lugar de estar presente en simple contacto humano con un
conocimiento de que nuestros sistemas están siempre detrás de nosotros, apoyándonos.
En una comunicación personal en 2010, Suzi habló de los desafíos de recordar éstas
verdades profundas: “Hay días más difíciles y más fáciles en esta senda para todos
nosotros en diferentes formas. Pero es grato estar caminando la misma senda,
desviándonos, retornando, agitándonos, y poniendo un pie delante del otro, y
reconociendo la belleza que nos rodea, encontrarnos riendo, a veces sollozando y a
todo lo largo del camino, nunca teniendo que mirar muy lejos para vernos unos a otros”.

Estos pasos para desprenderse de imágenes internas tempranas y tenazmente


condenatorias son un aspecto personal de lo que creo Peter Kingsley describe cuando
propone “Recordar es simplemente cuestión de rememorar la esencia de nosotros, de
recolectar nuestro polen más refinado en el presente en aras del futuro”. Sin embargo
también nos recuerda:
Este particular camino adelante ofrece más, requiere más. Esto significa ser capaz de mirar mucho más lejos
en la distancia que antes, no sólo hacia adelante sino también a la derecha, a la izquierda y hacia atrás. Para
que eso suceda aún debemos poder dejar atrás todos nuestros pequeños países y religiones y nuestros plazos
hasta que el Tibet o el Mediterráneo sean sólo manchas en un mapa; hasta que una extensión de tres mil años
sea sólo un juego de niños.” ( p. 61-62 A Story Waiting to Pierce You: Mongolia, Tibet and the Destiny of the
Western World - Una Historia Esperando para Penetrarte: Mongolia, Tibet y el Destino del Mundo Occidental)

Una parte de la a veces deslumbrante compañía a lo largo del camino está surgiendo
con aquellos que están haciendo trabajo de constelaciones en todo el mundo. Además
de The Bert Hellinger Institute, USA y la recientemente conformada U.S. Systemic
Constellation Conference (Conferencia de Constelaciones Sistémicas de Estados
Unidos), Hellinger Sciencia y la International Systemic Constellations Association
(Asociación Internacional de Constelaciones Sistémicas) son dos de estos nuevos
recursos internacionales. Además, The Knowing Field: An International Constellation
Journal (El Campo del Conocimiento: Diario Internacional de Constelaciones) trae
inspiración desde cada rincón del planeta, con entrevistas a personas trabajando con
indígenas en Australia, sobrevivientes de Hiroshima en Japón, artículos de Hellinger y
muchos otros con sus más recientes ideas, y poesía y reseñas de los nuevos libros
publicados en este campo. Adicionalmente, hay conversaciones muy provocativas e
interesantes teniendo lugar momento del día en numerosos sitios web. También uno
puede tener una visión más extensa del trabajo en constelaciones de Suzi Tucker en su
sitio web -www.suzitucker.com- y buscando su nombre en YouTube. Mi sitio web es
www.essentialpsychotherapy.com

Además de esos apoyos cotidianos, por lo que he experimentado tantas veces en


constelaciones, sé también que mis dos padres están en los brazos de aquellos que
siempre los han amado. Cuando me despierto ahora a menudo vuelvo mi mejilla
izquierda sobre la almohada para agradecer a mi madre y recibir todo lo que ella
siempre quiso darme. También sabiendo ahora que mi padre me amaba, luego vuelvo mi
mejilla derecha para agradecerle y abrirme a todo lo que me está dando. Finalmente
capaz de decirles a ellos, a todas mis relaciones y a mis anteriores parejas: “Sé lo que
me han dado. Gracias. Lo llevo conmigo. Fue suficiente”. Y cuando lo hago, percibo
que mi propio dar es entonces más efectivo y hasta más placentero. Y este poema final
habla del panorama en permanente expansión de mi vida:

El Libro de Mi Vida
Recopilado desde ángulos oblicuos aunque dicho como algo directo colmado de ternura y vanidad con implicaciones
reconciliadoras para continentes culturas y colores

Y el amor se facilita ahora cuando el cuerpo se mueve de una seducción a otra


y mayor lujuria y si hay otro libro
será acerca de simples palabras
elevándose y estrellándose y deslizándose

hacia y desde la tierra para gozar


su propia naturaleza porque ellas no pueden evitar florecer en el oxígeno de cómo se siente acercarse a completar una
vida buena la simple antigua libertad de descansar mi espalda
en los muchos brazos y entonces

y solo entonces poder sentir la tierra


con cada uno de los dedos y ser libre de alzarse para no ser otro que borra, que se opone lista para mantener mi parte
prometiendo ser ingobernable y prevenida a manipulaciones combustible e irreductible como he sido movida hacia
adelante sobria como un juez tatuaré cualquier otra cosa que no quiera transformar en una marca de radiación esta vez

Y siendo a veces el más puro silencio tan elemental como el sol o como las rocas

Para transformar cualquier agobiante restricción y porque ésta piel del cuerpo de mi alma en un arresto de salud puede
querer hablar una vez más de su propia vieja gloria olvidando

Y recordando todo y no teniendo


preocupación alguna por adonde estoy yendo por la absoluta certeza de donde he estado mientras mi amiga Cristina y
yo como mayores desde luego tomar y dar y luego cantar arias
de las que no sabemos una palabra en nuestro pleno terrible volumen en esquinas de la ciudad salvajemente fuera de
tono sintiendo ahora a nuestros padres con dignidad sostener su propio pesar
este libro finalmente en sus manos
todos detrás de ellos aliviados y celebrando.

Notas:

(1) NdelT: En el original “kohutian psychoanalyst” se refiere a la Psicología del Self,


escuela de teoría psicoanalítica y terapia desarrolladas en el Chicago Institute for
Psychoanalysis de Estados Unidos por Heinz Kohut. Esta escuela explica la
psicopatología como el resultado de necesidades interrumpidas o insatisfechas en el
desarrollo. Resultan esenciales para su comprensión los conceptos de empatía, self-
object, mirroring, idealización, alterego/hermandad y self tripolar. Aún cuando la
Psicología del Self reconoce manejos, conflictos y complejos presentes en la teoría
psicodinámica freudiana, los aborda en un marco diferente.

(2) NdelT: In My Soul’ by Rabi’a Al Adawiyya

In my soul there is a temple, a shrine, a mosque, a church. Prayer should bring us to an


altar where no walls or names exist. Is there not a region of love where the sovereignty
is illumined nothing,
where ecstasy gets poured into itself and becomes lost, where the wing is fully alive but
has no mind or body? In my soul there is a temple, a shrine, a mosque, a church that
dissolve, that dissolve in God.

En mi alma
hay un templo, un santuario, una mezquita, una iglesia donde me arrodillo.
La oración nos debería llevar a un altar donde muros y nombres no existen.
¿No hay una región del amor donde la soberanía no es iluminada, donde el éxtasis se
vierte sobre sí mismo y se pierde, donde el ala está completamente viva pero no tiene
mente ni cuerpo propio?
En mi alma hay un templo, un santuario, una mezquita, una iglesia que se disuelve, que
se disuelve en Dios.

(3) NdelT: La autora se refiere a un célebre conjunto de baile fundado en 1925 en St.
Louis, Missouri.
(4) NdelT: Se refiere al reconocido pastor evangelista nacido en 1918 en Charlotte,
Carolina del Norte.

(5) NdelT: Se refiere a la gran crisis económica iniciada a fin de la década de 1920,
una de cuyas consecuencias fue un grave problema de desempleo.
(6) NdelT: “Mad Men” era un término del argot acuñado en la década de 1950 por los
publicistas que trabajaban en Madison Avenue para referirse a sí mismos.

(7) NdelT: Periodista y escritora judía estadounidense, considera icono del feminismo
en su país, así como una activista de los derechos de la mujer nacida el 25 de marzo de
1934 en Toledo Ohio.

(8) NdelT: Teórica y líder del movimiento feminista estadounidense durante las
décadas de 1960 y 1970 nacida el 4 de febrero de 1921 en Peoria, Illinois y fallecida el
4 de febrero de 2006 en Washington.

(9) NdelT: Se refiere a la psiquiatra y escritora suizo-estadounidense, una de las


mayores expertas mundiales en tanatología y cuidados paliativos nacida en Zurich el 8
de julio de 1926 y fallecida en Scottsdale, Arizona, 24 de agosto de 2004.

(10) NdelT: Doctrina del hinduismo que se centra en la unidad entendiendo lo múltiple
como una conceptualización.

(11) NdelT: Se refiere a la célebre escritora inglesa nacida en Manchester en 1959, que
fue criada por padres adoptivos y es homosexual.

(12) NdelT: Se refiere a la célebre psicóloga y pediatra nacida en Sopron, 1897 y


fallecida en Nueva York en 1985, originalmente austro-húngara y nacionalizada
estadounidense, que formuló teorías en el campo de la psicología evolutiva.

RECONOCIMIENTOS

Mi querida difunta amiga, quien fuera monja benedictina, Ruth Wilson, dijo una vez que
pensaba que la gravedad fue el primer regalo de Dios. Sin embargo, cuando ahora
pienso acerca de ello, el regalo de un humano que pone en riesgo su vida para dar a luz
a otro puede preceder aún a eso. Un cercano segundo o tercer regalo puede ser que se
nos ha dado la elección de permitirnos ser movidos hacia adelante por la vida,
discriminando gradualmente su nivel superficial de sus corrientes profundas.

Uno de los propósitos de este libro ha sido reconocer a aquellos que me guiaron o
guían hacia el aprecio de la naturaleza de éstos y todos los dones de la vida. Y Bert
Hellinger y Suzi Tucker son los primeros entre esos guías. Este libro nunca podría
haber sido escrito sin su sabiduría y, en el caso de Suzi, su apoyo personal.

Además de los que he reconocido en éstas páginas, como mi amiga Cristina Casanova,
estoy enormemente agradecida a los colegas estudiantes de constelaciones sistémicas
con los que he trabajado en éste y otros países. Agradezco en particular a mis
compañeros en el Grupo de Aprendizaje Guiado de Suzi en la Ciudad de Nueva York.

En todos estos círculos gente se ha puesto con la mejor disposición en mis zapatos y en
los de personas de mi familia, cuando no siempre fue algo fácil de hacer.

A mis maestros más formales, lo que me han obsequiado es de gran valor para mí.
Algunos de los maestros no honrados todavía son Roshi Richard Baker, Thich Nhat
Hanh, Toni Packer, Sensei Jishu Glassman, y Mary Abrams. Otros fueron mis amables y
calificados psicoterapeutas, particularmente Marjorie Greenberg, Diane Heller, Janet
Pfunder y el difunto Sensei Lin Aston.

Sólo algunos de quienes pacientemente me apoyaron al escribir este libro son: Steffie
Yost, Sandra Weinberg, Sondra Howell, Rhea Lehman, Nancy Baker, Suzanne Noble,
Stella Rosolski, Valentina DuBasky, Andrea Piccolo, Patricia Simco, Samuel Morett,
James Deane, Miriam Orozco, Michael Picucci, Elias Gurrero, Nicholas Cimorelli y
Ramon Carbarin. Con gran amabilidad Chuck Lakin, David Groff, Kathryn Fortunato, y
Cole Tucker-Walton fueron de incalculable ayuda acompañándome en el mundo
editorial.

También me gustaría agradecer a aquellos con quienes estudié la obra de Almaas y


Levine. Y entre los que contribuyeron mucho en la investigación sobre la historia de
nuestra familia, estuvieron mi tío Larry, su esposa Betty y muchos de mis primos, en
particular mi adorable prima Cherryl Kunzmann. Por su confianza y sus enseñanzas
también quiero agradecer a todos los que me ven o vieron para descubrir y valorar
juntos el siguiente movimiento de su alma.

Finalmente y eternamente, quiero agradecerle a mi hermano Scott, quizás el hombre más


gentil del mundo. He sido bendecida más allá de toda medida por recibir su apoyo y el
de su esposa Kathy de manera demasiado grande para describirla.

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ACERCA DE LA AUTORA

Janice Crawford es una especialista en el trabajo con las múltiples dimensiones de


resolución del trauma. Psicoanalista y graduada del Programa Internacional en Estudios
del Trauma de la Universidad de Nueva York, supervisa el entrenamiento de
profesionales de la salud en terapia psicosomática de trauma Experiencia Somática ®
para la Fundación para el Enriquecimiento Humano. También está certificada en la
técnica de Constelaciones Familiares Sistémicas por Bert Hellinger USA y Hellinger
Sciencia ® Alemania.

Se ha dedicado por más de cuatro décadas a los estudios espirituales y ha contribuido


en varios libros que vinculan los campos de la psicología y la espiritualidad. El más
reciente de ellos esta publicado en Women Psychotherapists: Journeys in Healing
(Mujeres Psicoterapeutas: Jornadas de Curación). También realiza atención
psicoterapéutica en la ciudad de Nueva York.

OTROS TITULOS DE LA EDITORIAL


Bert Hellinger

Después del conflicto, la paz


La verdad en movimiento
Los órdenes de la Ayuda
Mística cotidiana
El manantial no tiene que preguntar por el camino Historias de Amor
Cuentos de Vida
Un largo camino
Orden y Amor
Constelaciones Familiares del Espíritu

Peter Levine
En una voz no hablada

Ver más en:


Editorial Alma Lepik www.almalepik.com

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