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El alma desordenada : sintonizando con los movimientos del amor . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Editorial Alma Lepik, 2014.
200 p. ; 14x20 cm.
ISBN 978-987-97405-8-3
1. Psicología Sistémica. I. Título CDD 150
Fecha de catalogación: 17/12/2014
Título Original:
The Disorderly Soul: Aligning with the Movement of Love Primera Edición 2014, Zeig, Tucker & Theisen, INC.
Estados Unidos.
© 2014 Janice Crawford
© 2014 para la edición en castellano, Editorial Alma Lepik. Edición revisada.
Traducción y Corrección: Ediciones de lo Posible Coordinación Editorial: Graciela Lauro Diseño de Tapa e
Interior: Liliana Cometta Primera Edición en Español: Diciembre de 2014 Imprenta: Ediciones Lulemar
Reservados todos los derechos por la editorial. Este libro no puede reproducirse total ni parcialmente, en cualquier forma que sea, electrónica o mecánica, sin autorización escrita de los autores y / o la editorial.
ÍNDICE
Prólogo ........................................................................................7
La visita de Cristina.................................................................... 13
Las almas optativas ...................................................................25
La niña de hielo..........................................................................29
Mi Madre....................................................................................39
Mi Padre.....................................................................................47
La tierra lejana...........................................................................53
El movimiento feminista.............................................................57
Trabajando y amando.................................................................63
Bert Hellinger: el maestro..........................................................75
La copa de la vida ......................................................................85
Las corrientes profundas............................................................95
La terapeuta difícil ....................................................................113
Fuerzas superiores................................................................... 133
Reconocimientos...................................................................... 147
Bibliografía .............................................................................. 149 Acerca de la
Autora.................................................................. 153
PRÓLOGO
En el muelle de Liverpool, mi hermano David había dicho: “Los cuervos en América
son tan negros como los cuervos en Inglaterra”, y por un largo tiempo fueron más negros
aún. Pero yo no podría haber sabido en 1840 que eso significaba que la clase de gente
con la que viajaría, y a la que servía desde los 12 años, me negaría comida y calzado
aun cuando la nieve nos cayera atravesando el campo.
Dios, tampoco podía saber entonces que sufriría de reumatismo por tener que ocultarme
de las turbas que por ser mormones incendiaron nuestra casa y nos obligaron a huir en
las noches heladas. Ni que debido a eso, mi inquieta bebé Sarah Ann caería de entre
mis manos en la chimenea y que tendría que arrastrarla fuera de las llamas con los
dientes… ni de las cicatrices que dejaría. Y es que sí, aunque mi Robert y yo cuidamos
a nuestros pequeños lo mejor que pudimos, no estábamos en condiciones de asegurar
que sobrevivieran al día siguiente o de prever qué podría venir tras nosotros.
Ni que la vida de nuestra tataranieta Jan hubiera sido la más dura de conjurar.
No pareciera que hubiese nada en ella semejante a nosotros. Nosotros tuvimos quienes
se dieron a la bebida e incluso quienes cometieron crímenes realmente graves, pero
reconozco que aún así, quizás fuera ella la más extraviada de todos. Y no fue por sus
religiones ajenas o, por lo que hubiéramos pensado entonces, fuera su vida alejada de
Dios. Fueron más bien sus modales atrevidos y descuidados, y no tener en
consideración a la familia de su padre y aún a su fe. Eso fue difícil de soportar. Pero
sobre todo nos entristecía lo poco que ella hacía por recibir los dones que muchos de
nosotros disfrutamos.
Pero veo ahora que, como cada uno de nosotros, ella estaba encontrando su camino. Y
este libro suyo es acerca de su visión de que podemos hacer mucho más que estudiar
los hechos sobre quienes nos precedieron. Resulta que cada uno puede ocupar su justo
lugar entre ellos, y al hacerlo favorecer que ellos también lo hagan.
Así que el libro de nuestra Jan es el gentil y realista relato de nuestra familia. Pero ella
no lo hubiera escrito si no fuera porque muchos otros semejantes sufren algún tipo de
trastorno en sus fuerzas y en sus afectos. Hablando sobre lo que la gente en su tiempo
llama “psicología” y “espiritualidad”, ella nos describe como algunos, de certeros y
hermosos intelectos y corazones, están enseñando cómo volver a sanar esos lugares
dañados, en un viaje en el cual quienes lo emprenden pueden encontrar su camino de
regreso a todos nosotros y luego seguir adelante recuperados.
Y resulta que muchos otros amigos -en lugares de los que nunca antes escuché, como
“Mongolia” o “Sri Lanka”- están contando sus propias historias por lo que ellas nos
dicen acerca de un nuevo tipo de felicidad, una clase de felicidad por la que nosotros y
muchos otros aún en su tiempo sólo pueden orar y añorar.
LA VISITA DE CRISTINA
Esta es la historia de la fuerza vital que insiste en surgir con más energía aún, según voy
dejando un nivel de verdad por otro, más esencial. La belleza en este movimiento es
que ocurre sin importar los obstáculos en su fluir. Y, en esencia, este libro constituye
una memoria íntima de cómo esa fuerza viaja a través de generaciones en mi propia
familia hasta mí y, con menos obstáculos ahora, a través de mí a aquellos que seguirán.
Con apenas disimulado desdén, yo rechacé a mis dos padres y sus familias por casi
toda una vida. Incapaz de mencionar siquiera el temor de que las historias de ambos
fueran demasiado peligrosas aún para conocerlas, inconscientemente reaccioné con el
sentimiento de que había lugares irrevocablemente desolados en ellos y, en
consecuencia, también dentro de mí. Conociendo muy poco acerca de las realidades de
cada ascendiente en ese momento, sentía que estaban cargados de una tragedia e
indiscriminada vergüenza demasiado grandes como para poder soportarlos.
Atrapada entre el deseo de ser parte y la necesidad instintiva de sobrevivir, sentía que
la pertenencia a mi familia era algo que sofocaría mis esfuerzos de supervivencia. Huir
se convirtió en mi meta y, como describe uno de mis poemas, fui a buscar apoyo en
“muchos rostros y credos”, en lugar de volverme hacia las generaciones que me
precedieron para encontrarlo. Yo no tenía idea de que aquello que estaba buscando era
algo sobre lo cual conscientemente había perdido la esperanza muy temprano en mi
vida, había olvidado siquiera querer entrar y ocupar el lugar correcto en el seno de la
familia que había rechazado, sin sentir que tuviera que renunciar a mi propio
conocimiento para hacerlo.
Tuve la fortuna de haber recibido durante varias décadas tanto las psicoterapias más
terrenales y representativas, como las enseñanzas espirituales más sublimes
disponibles. Sin embargo, ese movimiento esencial dirigido a encontrar el camino hacia
la armonía de mi alma y la de mi familia, realmente no comenzó hasta la tarde de
invierno en que mi vivaz colega argentina Cristina Casanova pasó a visitarme unos
pocos años atrás.
En conocimiento de que el trabajo que ella venía realizando estaba relacionado con las
familias, dije: “Estoy muy contenta de que mi padre y yo llegáramos a una incómoda
tregua en los años finales de su vida, e incluso a cierta triste ternura antes de su muerte
en 1999. Sin embargo, y a pesar de lo frecuentemente que traté mi relación con él en
terapia a lo largo de los años, a menudo cuando pienso en él aún siento desesperanza y
enojo”.
Ella colocó una de las figuras de dos pulgadas sobre la mesa frente a nosotros y dijo:
“Esta figura representa a tu padre”. Al poner una de las figuras más altas de frente a su
espalda una pulgada por detrás, dijo: “Esta figura representa a su padre”, un
misteriosamente nunca mencionado alguacil de Missouri que fue asesinado en un tiroteo
en 1916, cuando mi padre tenía dos años de edad. Luego, ella puso los brazos del padre
sobre los hombros del mío.
Luego ella preguntó, “Te pondrías de pie, y estaría bien para ti si yo también lo hago
para representar a tu padre?” Yo asentí con cautela pero dije con firmeza, ¨Si tú me
miras a los ojos representando a mi padre, no sería acertado. Con excepción de haber
apoyado nuestras cabezas uno en el otro en nuestros últimos momentos juntos, no
recuerdo que él haya tenido nunca ningún tipo de contacto personal conmigo.¨
Incómoda, a medida que caminaba hacia el centro del ambiente, noté que no podía
mirar en dirección a “mi padre” que estaba parado a unos pocos pies y de frente hacia
mí. Obviamente él tampoco podía mirarme, Cristina me comentó luego que como mi
padre, sintió su mirada fuertemente llevada a volverse y dirigirse hacia el piso, detrás
de ella. En ese momento, quedó aún más claro al observar las figuras de plástico juntas,
que mi padre con todo su ser estaba -y siempre había estado- impulsado a estar con su
padre. Y a medida que yo aceptaba todo lo que estaba sucediendo, un cambio comenzó
a permitirme sentir por vez primera la bien disimulada pérdida y el anhelo de toda una
vida de mi padre. Como más tarde fui capaz de articular, resultó que él no estaba, según
yo llegué a caracterizarlo, tan “disociado”, sino que estaba asociado en otro lugar.
He sido una psicoanalista practicante por una cantidad de años, una psicoterapeuta por
más de 30 años. También yo misma por décadas me psicoanalicé y recibí varias
diferentes formas de psicoterapia procurando resolver mi relación con mi padre y mi
madre. Sin embargo nada me afectó tanto con respecto a él como lo que estaba viendo
frente a mí. Y, como ocurre a menudo cuando la corteza de las imágenes internas
bloqueadas comienza a ser traspasada, brotaron lágrimas de dolor y de alivio. Aunque
no podría entenderlo racionalmente hasta tiempo después, luego pude ver que el dolor
que me separaba de mi padre estaba siendo expuesto a algo que mis mecanismos de
defensa y a veces de castigo, ligados a mi propio dolor e ira, habían negado.
Igualmente importante: lo que me fue dado aquel día también vendría a resolver el
gravemente distorsionado vínculo con mi madre y mi ascendencia materna, y en
consecuencia con la plenitud de mis posibilidades como mujer. Acerca de ese vínculo
Bert Hellinger, el hombre cuyo trabajo me presentó Cristina ese día, escribió en su
libro “Success In Life” (El Éxito en la Vida):
Aceptando (a nuestra madre) como la fuente de nuestra vida, con todo lo que fluye a través de ella hacia
nosotros, aceptamos nuestra propia existencia; en la medida en que aceptamos a nuestra madre, aceptamos
nuestra vida como un todo… Aquellos que tienen reservas acerca de sus madres, también tienen reservas
acerca de la vida y de la felicidad. Tal como sus madres se retraen de ellos como resultado de sus reservas y
rechazo, así la vida y el éxito se retraen de ellos también. (p. 11-12)
Como decenas de miles de participantes alrededor del mundo, simplemente noté que a
medida que me relajaba más y adquiría confianza en sus sensaciones mas sutiles, dentro
de estos grupos mi cuerpo entendía algo que mi mente no-nativa y vinculada a la cultura
occidental había olvidado. Y en la medida en que comencé a seguir estos impulsos sin
saber adónde conducían, quedaba claro que estaba participando en verdaderos
movimientos en el sentido del amor. Descartando mis proyecciones mentales y
sintonizando con movimientos básicos que se tornan más claros a medida que el trabajo
se desarrolla, sencillamente noté, por ejemplo, que al ingresar en una representación me
sentía débil o fuerte, atraída en cierta dirección, o consciente de algunos y desentendida
de otros.
Además, y aunque pude descubrir una porción significativa de mi historia familiar, este
nuevo tipo de reflexión y resolución del propio pasado es posible aún si uno carece de
conocimiento acerca de sus padres y familias. También he observado ya muchas veces
que no importa qué tan fluidas y contenedoras, u obviamente dificultosas puedan
parecer en un principio nuestras historias, y nuestras relaciones con nuestras historias,
siempre hay algo que ganar con este trabajo.
Como lo es para tantos otros, también es cierto que inicialmente, cuando empecé a
experimentar esta vívida dimensión de sanación, fue en principio desconcertante, no
importa cuán destructivos fueran para nosotros los antiguos puntos de referencia. Pero
con la ayuda de Suzi, varias otras inspiradas guías y colegas miembros de los grupos,
aún los obstáculos más fosilizados para éste amor mayor comenzaron a quitarse y
disolverse.
A tal punto que, sentada junto a Hellinger en Austria seis años después, él tomó
gentilmente mi levemente temblorosa mano entre las suyas cuando le entregaba la
primera versión de éste libro. Pocos minutos más tarde, cuando me disponía a irme, le
dije por sobre mi hombro: “Esta es mi historia de amor”. El respondió: “Si lo es, será
un éxito.” Por entonces, entendí que el éxito a que él se refería consistía en que
contribuiría a la vida si estuviera escrito desde el amor. Y tomando muy seriamente
esas palabras, a mi regreso a los Estados Unidos decidí escribir una segunda versión
para asegurarme de que lo que le había expresado era completamente verdadero.
Y la persona más responsable por esta gran autenticidad es Suzi. Una mujer muy
agradable, de 1 metro 60 centímetros de altura, con faldas de diseñador vintage y botas
vaqueras, Suzi Tucker es escritora, pintora, editora de Hellinger en Estados Unidos,
facilitadora experta de Constelaciones Familiares, y realiza una significativa
contribución a la divulgación de sus ideas. En nuestro trabajo ella me ha ayudado a mí y
a tantos otros a tener una confianza en la vida más allá de lo que podríamos haber
anhelado y, en mi caso particular, en ese camino, también revelar la enormidad del
precio pagado por haberme separado tan radicalmente del corazón común de mi
familia.
Y aunque gran parte del tratamiento psicoterapéutico que recibí a lo largo de muchos
años fue de gran ayuda para mí, he llegado a comprender que había un aspecto en él que
era más un obstáculo que una vía para el tomar y el recibir en los niveles más
profundos. También me di cuenta que había quedado en la desesperación y el
desamparo acerca de mi deseo inconsciente verdadero: encontrar una manera para amar
y honrar a mis padres, sus ascendientes -tal y como fueron- y a quienquiera yo me
sintiera cerca, y en consecuencia lograr lo mismo conmigo misma.
Aunque aplacada y justificada por años de catarsis y empatía hacia mis heridas reales y
percibidas, pude concluir algo acerca de mi proceso terapéutico: había llegado a
convencerme que el distanciamiento de mi familia era justificado, y que podría y
debería encontrar nuevos y mejores madre o padre en mis terapeutas o, en una instancia
tan última como irreal, en mis parejas. Y como lo describo en La Terapeuta Difícil,
ahora reconozco que al igual que mis propios terapeutas, con las mejores intenciones y
justificaciones terapéuticas, también yo fui sin saberlo un instrumento del
distanciamiento de mis pacientes de su familia, y en consecuencia también de su
curación profunda.
Asimismo, aunque siempre estaré agradecida de haber podido entrenarme como una
psicoanalista de la escuela de Kohut (1), con el tiempo he llegado a cuestionar algunos
de los principios orgánicos centrales de la teoría que me fue enseñada y a la que realicé
contribuciones en 1996. Se iría tornando cada vez más claro que muchas de las teorías
básicas en psicoanálisis no reconocen los niveles más benignos de la realidad, ni el rol
del cuerpo en la curación. Estas teorías incluyen la conveniencia de la transferencia,
nuestro actual entendimiento de la empatía, el sistema de diagnóstico y la tesis central
de la actual teoría del desarrollo.
Soy afortunada mas allá de las palabras de que mi trabajo haya estado fuertemente
influenciado por el inspirado genio del traumatólogo Dr. Peter Levine. El trabajo de
Levine continúa enseñándome que la felicidad y aún la claridad espiritual resultan
insostenibles a menos que uno aprenda a facilitar que el sistema nervioso libere el
trauma y encuentre puntos de resiliencia y bienestar en el propio cuerpo. Aún más que
eso, fue una introducción hacia la confianza en una inteligencia en el cuerpo mucho más
allá de cualquier intervención terapéutica que yo pudiera imaginar.
Y al igual que una cantidad de médicos en todo el mundo que está descubriendo y
escribiendo acerca de esto (ver Schmidt y St. Just), también yo encontraría que el
entendimiento de Levine acerca de la capacidad natural del organismo para guiarnos
hacia la salud física y psicológica, tiene una extraordinaria compatibilidad con el
abordaje generacional de Hellinger sobre las capacidades del alma para guiarnos fuera
del trauma y hacia su plenitud.
Estaba en Barcelona con Carmen, una mujer catalana con la cual no teníamos idioma en
común, cuando me ocurrió uno de estos pasos gigantescos de resolución. A través de su
silenciosa representación de mi madre, vislumbraría por primera vez quién fue mi
madre, y qué son todas las madres. Como innumerables otros, dediqué muchos años de
sincero trabajo terapéutico a desentrañar el conflicto con mi madre. Sin embargo, no
fue sino hasta la representación de Carmen pasados mis sesenta años que fui capaz de
dar los primeros pasos auténticos para poder al final completar lo que los psicólogos
del desarrollo llaman la crucial “movimiento interrumpido hacia la madre”.
Puede ser que haya gente realmente afortunada que pueda hacer sin reservas ni
idealizaciones una afirmación como la siguiente: “Todos quienes me antecedieron,
incluyendo a mi madre y a mi padre, han sido un éxito completo en todo el sentido del
término, tal como fueron. He recibido la vida plenamente de cada uno de ellos y de sus
ascendientes, y he sido impulsado por su fuerza y por su amor en un movimiento sin
obstáculos hacia el futuro”. Mi experiencia personal y profesional, sin embargo, es que
la mayoría de nosotros respondemos a nuestros padres y ascendientes -y en
consecuencia a la vida misma- en el marco de un difícil continuo que tiene el categórico
rechazo en un extremo del espectro y la idealización y dependencia infantiles en el otro.
Sin embargo, para aquellos que se encuentren interesados en el por qué somos capaces
de sentir cosas acerca de gente que jamás hemos conocido o que ha existido en el
pasado, muchos consideran que el “inconsciente colectivo” de Carl Jung, o la
“resonancia mórfica” de Rupert Sheldrake son conceptos que contribuyen a esa
comprensión. Y en su nuevo libro Trauma: Time, Space and Fractals (Trauma: Tiempo,
Espacio y Fractales) la especialista en traumatología social Anngwyn St. Just hace una
fundamentación convincente para aquellos científicos que proponen que en lugar de ser
lineal, el tiempo se contrae y expande en función de patrones fractales de diseño y
validez intrínsecos. Además, como un aspecto de los traumas globales creados por la
interferencia con los patrones naturales, ella describe la forma en la cual conceptos del
tiempo específicos de una cultura han sido impuestos sobre naciones conquistadas.
Cualquiera sea la naturaleza del espacio o el tiempo, aquellos que han observado y
experimentado los patrones reiterados y la no linealidad del tiempo en los movimientos
dentro de las constelaciones sistémicas, podrán convenir en que es evidente que ciertas
formas de expansión y de inclusión ocurren en su transcurso. Afortunadamente, en este
trabajo no es necesario desarrollar un completo entendimiento racional de lo que está
ocurriendo en dichas dimensiones para poder confiar en lo que uno está viendo y
sintiendo.
Además, a pesar de que mis miles de horas de meditación, docenas de retiros y años de
estudios existenciales son una bendición y parte de la belleza y razón de ser de mi vida,
comprendí que si estaba genuinamente comprometida a continuar distinguiendo
verdades más profundas, necesitaba reconocer que muchas veces sirvieron también
como un rodeo espiritual. En la medida en que era un intento de trascender la
impotencia hasta poder resolver los impedimentos a un amor plenamente corporeizado
por mi familia, mi trabajo espiritual fue, en parte, una elegante evasiva. Me sentiría
intranquila, arrogante o incompleta hasta que pudiera sentir en mis huesos mis
conexiones con mis ascendientes y reconocer sus contribuciones a mi vida.
Sin embargo, y porque puede resultar interesante para algunos lectores, he utilizado
ocasionalmente la metáfora de los niveles del océano para describir los cambios que
estaban ocurriendo dentro de mí, en mi familia o mis clientes. La teoría del alma
familiar de Hellinger es descrita también, porque puede abrir las puertas a otro amor,
particularmente para muchos de nosotros que nos hemos persuadido a creer en el
sentimiento de estar solos.
En estas páginas uso el término “alma” para representar el centro de nuestro ser que
tiene lugar y propósito específicos en un universo ordenado. Y podemos pensar en ella
como una vía de expresión para la fuerza vital. Cuando excluimos y perdemos nuestro
sentido de alineación con este centro, se contrae; cuando recibimos y respondemos a la
vida en una forma crecientemente inclusiva, el alma se expande y nuestra entrega se
expande naturalmente. Asimismo, aunque me referí al alma “individual”, nunca estamos
realmente aislados, no importa qué tanto podamos sentirnos como si lo estuviéramos.
En este proceso de recibir y contribuir a la vida, como los protones, el alma puede
sentirse a la vez como una partícula y una ola que es inseparable del océano.
La superficie
Este es un nivel de amor limitado y separación exagerada, como la que describen los
primeros capítulos de este libro. En este nivel nos resistimos a ser movidos, estamos
seducidos y fascinados por las historias que elaboramos sobre nuestras familias y
nuestras vidas. Generalmente formados muy tempranamente sólo con los recursos de la
mente infantil y sin otras alternativas viables, estos relatos se convierten en imágenes
bloqueadas en nuestro interior. Aún cuando nos estén destruyendo, nos aferramos a
estas interpretaciones como si fueran botes salvavidas en un mar peligroso, cuando en
realidad son las que nos arrastran hacia abajo. Y aunque pueden haber períodos de
satisfacción en este nivel, gran parte del tiempo estamos expuestos a mucho sufrimiento
innecesario.
Continuando con la metáfora, nos sentimos más como ola que como partícula a medida
que nos identificamos con las corrientes mas profundas del océano en el segundo nivel.
Estas corrientes son más lentas, más potentes y abarcadoras. Este es el nivel de
pertenencia incondicional, y a medida que resolvemos conflictos en el nivel superficial,
nos sentimos crecientemente menos como individuos rígidamente definidos y más como
parte integrante de una ola perpetua. Aquí los detalles de la vida se tornan menos y
menos interesantes o relevantes en tanto las imágenes y estructuras interiores se hacen
más transparentes y fluidas. Asimismo, mientras pueden existir barreras objetivas en el
presente en términos del contacto con algunos miembros de nuestras familias, cuando
permanecemos aquí podemos reconocer a cada uno de los miembros de nuestra familia
actual e histórica tal como son y fueron.
Más suavemente movidos por la fuerza benévola de estas corrientes, además de una
felicidad más completa, también puede haber dolor en este nivel. Ese dolor, empero,
responde a las leyes naturales de la vida y la muerte, y no es otra cosa que un aspecto
dentro de ese contexto mucho más amplio. Si tenemos la bendición de poder
experimentar aunque sea brevemente este nivel, sabremos que las fuerzas que nos guían
en él son muy superiores a nosotros y que aún conceptos como el de muerte, tiempo y
autonomía resultan allí ficciones innecesarias e irrelevantes. A medida en que
crecientemente reposamos en este lugar, se nos revela que lo que nos sostiene es el
amor de quienes nos han precedido y la fuerza vital original misma. A. H. Almaas
describió la relación del alma con las cualidades del amor y la verdad en ese origen en
una conferencia a mediados de la década de los ‘90, cuando dijo: “El alma reconoce el
amor en forma directa y responde instantáneamente con bondad, esclarecimiento y
cercanía a la verdad”.
La tercera dimensión en este paradigma es el nivel del silencio. Esta es la plenitud del
silencio de la que hablan los maestros del budismo y el máximo nivel de inclusión. Y
aunque puede haber diferentes niveles dentro y más allá de éste, podemos decir que
aquí estamos en la vasta obscuridad del suelo oceánico, o lo que a mi entender refiere
el poeta persa Rabi’a en su poema “In My Soul” (En mi alma, Ladinsky, p.11):
No hay una región del amor donde la soberanía es nada iluminada,
donde el éxtasis se vierte sobre sí mismo y se pierde (2)
Algunos llaman a esta “nada iluminada” la mente de Dios o Vishnu, Allah, verdadera
naturaleza o simplemente energía universal. A pesar de un dinamismo de impregnación
y creación de vida, paradójicamente, no hay movimiento discernible en este nivel
porque nosotros somos ese movimiento y esa vasta quietud. Y no hay absolutamente
ninguna posibilidad ni necesidad alguna de un yo fortalecido separado. Por
consiguiente no hay sensación de exclusión ni inclusión en este lugar desde donde se
crea la vida misma.
El alma familiar
En los términos que estoy proponiendo, uno podría decir que el alma familiar está en
conflicto repetitivo -patrones fractales de conflicto- en el nivel de la superficie. En
cambio, esos conflictos pueden ser resueltos en las corrientes profundas, y cuando están
solucionados luego nos deslizamos naturalmente a la vastedad del silencio. Aquí todas
las dicotomías y distinciones se disuelven, incluyendo el alma individual y familiar, y
la funcionalidad ocurre con fluidez como amor.
LA NIÑA DE HIELO
“Aceptando a nuestra madre como la fuente de la vida, con todo lo que fluye a través de ella hacia nosotros,
aceptamos nuestra
propia existencia; en la medida en que aceptamos a nuestra madre, aceptamos nuestra vida como un todo…”
—Bert Hellinger, Success in Life (El Éxito en la Vida)
Recuerdo tres momentos en que fui capaz de estar verdaderamente con mi madre. El
primero ocurrió sentada sobre su falda durante una de las varias sesiones fotográficas a
las que me llevó cuando era niña. Yo tenía unos 3 años y recuerdo estar mirando hacia
arriba, a sus labios brillantes cubiertos con lápiz labial y estar conmovida, sintiéndome
asombrada por su belleza.
El segundo ocurrió alrededor de mis 25 años, durante una de mis visitas obligadas a
casa desde San Francisco. Yo había trazado una línea en la arena, tácita pero
inviolable, antes de lo que puedo recordar; a menos que necesitara valerme de una
pálida e indiferente simpatía para obtener algo de ella, hablaba lo mínimo y nunca más
allá de lo superficial. Y para protegerse de una nueva interacción decepcionante, ella
llegó a aprender a no atravesar esa línea. Sin embargo, al encontrarnos
embarazosamente solas, comenzó a hablar acerca de su madre Mary, que falleció a
causa de cáncer cuando ella tenía once años. Yo estaba sorprendida, ya que ella
raramente hablaba con alguien acerca de su madre, su padre o su niñez, y hasta ese
punto yo no tenía idea del porqué.
Pero ese día mi madre habló casi más al éter que dirigiéndose directamente a mí acerca
de la pobreza en la cual crecieron ella y sus once hermanos y hermanas sobrevivientes.
Comenzó a sollozar al contar que su madre sólo tenía un pequeño catre para dormir.
Luego relató las raras ocasiones cuando de alguna manera conseguía comprar un helado
y lo compartía con ella cuando le llegaba el turno de sentarse a su lado en el catre. Era
una experiencia acerca de la cual, poco antes de su muerte a fines de los años ‘80,
escribiría uno de sus hermanos, que sólo tenía nueve años a la muerte de su madre:
“Cuando mamá tenía algo de dinero extra, lo gastaba en su gusto favorito, helado. Yo,
mi hermano, Ruth y Goldie nos sentábamos junto a ella. Mamá nos daba un bocado por
turno hasta que se terminaba por completo. Tomaba ella su parte? Tras pensar en esto,
el gusto aún persiste en mi boca.” Y mientras ella revivía sus memorias de aquellos
momentos y de la dolorosa pérdida de su madre, sin pensar me encontré cruzando el
cuarto, rodeándola con mis brazos y llorando en silencio con ella, por su madre y por
ella misma.
Fue 40 años más tarde que sucedió la tercera experiencia de puro amor entre mi madre
y yo. Sería uno de los momentos compartidos más felices de nuestra vida, pero volveré
a esto en el capítulo final de este libro. Puedo decir aquí, no obstante, que si no hubiese
comenzado ya en el año 2005 el trabajo que me permitiría recuperar a mi madre, la
carta que accidentalmente descubrí en 2009 habría sido más de lo que hubiera podido
soportar. Escrita en su hermosa caligrafía, estaba escondida en una vieja libreta de
racionamiento de la Segunda Guerra Mundial, en el álbum de bebé de diez pulgadas de
espesor que había hecho para mí con evidente esmero.
Mi adorable pequeña bebé: Cómo nos reímos de ti una vez cuando tenías cerca de tres semanas. Te movías
sacudiendo tu pequeña cabeza y la abuela te llamó tortuga. Tú dejaste caer la cabeza y te veías muy ofendida. Luego
fueron tus primeros pasos cuando tenías nueve meses y en la víspera del día de gracias. No te diste cuenta de que te
habíamos soltado y diste dos pasos por tus propios medios. Luego nos miraste a papi y a mí e inmediatamente caíste de
nariz y lloraste. Raramente llorabas, por otra parte. Los vecinos decían que si no fuese por los pañales lavados
tendidos en la soga ellos no hubieran sabido que había un bebé aquí. Nunca olvidaré el primer ma-má o pa-pá. Fueron
música en nuestros oídos.
Hoy mami te horneó una gran torta de cumpleaños y te tomó una foto con ella, sólo que insistías en tomar un bocado
pero eso fue lindo también. Quisiera que todo el mundo pudiera verte y conocerte como yo. Se darían cuenta cuan
afortunados somos en tenerte. La plegaria en mi corazón es que pueda ser una buena madre para ti y que siempre
vengas a mí con lo que te apene tal como lo haces ahora. Y papi siente exactamente lo mismo que yo respecto a ti.
Te amamos más que a ninguna otra en el mundo querida pequeña.
Con todo nuestro amor,
Es bastante difícil escribirte una carta cuando estás tan cerca de quedarte dormida en el cuarto contiguo, con tus
grandes ojos azules finalmente cerrados. Estabas tan cansada y somnolienta. Sentí que debía escribir de alguna
manera todo lo que está en mi corazón: cuánto te amamos y cuán dulce y buena eres.
Esta mañana a las 9:15 hs. cumpliste tu primer año de edad. No parece posible que te tengamos hace tanto tiempo.
Aunque pensábamos que nunca llegarías, el tiempo ha volado desde que estás aquí. Pronto, tendrás 2, luego 3 y antes
de darte cuenta estarás comenzando en la escuela y luego crecerás. Nunca voy a olvidar la primera vez que realmente
sonreíste: qué dulce fue. Fue para tu padre y muy temprano por la mañana. Estábamos terriblemente contentos y luego
tú reíste fuerte y esa fue otra alegría. Luego fue el momento cuando encontré tu primer diente y estaba tan
emocionada que tuve que llamar a la tía Millie para que viniese a verlo. Y tú sonreías como si hubieras hecho algo
hermoso. Todas esas cosas te hacían aún más adorable para nosotros, como si no te amáramos ya lo suficiente.
Mami y Papi.
A pesar del costo, yo disfruté amargamente las razonadas justificaciones de mi ira hacia
mi padre casi toda mi vida, pero paralelamente cargué con la dolorosa y obsesionante
pregunta: “¿Qué hay de malo en mí para que no ame a mi madre?”. Complaciente
conmigo aún tras el nacimiento de mis hermanos siete y doce años más tarde, ella
literalmente cosía para mí día y noche. Su talento y habilidad me hacía una suerte de
princesa de clase trabajadora, con la ropa más preciosa del pueblo. Y a pesar del
modesto ingreso de mis padres, ella de algún modo se aseguró de que yo pudiera tomar
lecciones de todo aquello en lo que mostrara algún interés. ¿Por qué no puedo recordar
querer estar cerca de ella?
Con mucha menor reserva, quise a mis jóvenes amigas, a varios de mis 36 primos y a
mis perros. Y aunque estaba demasiado a la defensiva como para demostrarlo en los
momentos en que nacieron, sentí una secreta ternura hacia mis hermanos y una
preocupación
Mamá y Jan (4 años)
por el mayor de ellos, sobre quien a menudo recayó la violencia de mi padre. De todos
modos el sentimiento que más viene a mi memoria es el tibio reflejo del anhelo por
estar con alguna otra familia. Y esta reacción de huída se presentaba siempre
acompañada por la disociación. Ambas eran mi “normalidad” aunque en algún lugar
profundo en mi interior me sentía como si mi sangre debiera estar tan helada como los
vientos del Ártico.
Tengo pocos recuerdos antes de los 16 o 17 años, pero sí me acuerdo de estar sentada
en los peldaños fuera de mi
casa, a los 13 años esperando que los padres de una amiga me pasaran a buscar. Y
evoco claramente que pensaba: “Soy como el hombre de lata del Mago de Oz. Siento
que donde deberían estar los sentimientos tengo un cilindro de metal vacío”. Y creía
que siempre tendría que simular ser como pensaba que eran los demás.
Por motivos que no comprendía, ser parte de mi familia no era una opción para mí.
Aunque yo hubiera rechazado el hecho de parecerme a él de cualquier forma, tal como
mi padre yo me tornaba más humana fuera de casa. Al concentrar mi necesidad de
afecto en aquellos frente a mí en lugar de hacerlo en quienes estaban detrás de mí, las
relaciones con amistades y más tarde con la secretaria de mi padre adquirieron una
importancia exagerada. Día a día dejé a mi familia cada vez más atrás en la aridez del
desierto: un lugar que por muchos años fastidiosamente describí como “olvidado de
dios donde nada puede crecer”. Para mi temprana adolescencia, taciturna y retraída, ya
había rechazado a mis tías, tíos y a la mayor parte de mis 36 primos, todos los cuales
siempre habían sido amables y cariñosos conmigo.
No tenía idea de dónde provenía mi misteriosa resiliencia, y sentía que mis logros eran
a pesar de mi familia en lugar de gracias a ella. No sabía nada de mis ancestros
pioneros y, al mismo tiempo, tampoco habría valorado lo que hubiese podido conocer
al respecto. Uno de los libros de Hellinger se titula “No hay olas sin un océano”, pero
con apenas velada vanidad yo me sentía una ola que podría ser disminuida y tal vez
hasta destruida si reconocía el mar en el que existía. No se me había ocurrido que una
ola sin el océano nunca toma forma, nunca llega a la costa con su plena gracia e
impacto, se disuelve y reposa. Y aunque había una terrible culpa inconsciente acerca de
esta separación radical de mi familia, no podía resistir el ver cuán cruel realmente era.
Para algunos, esta crueldad puede tomar la forma de no ocupar plenamente su lugar en
el mundo. Una persona puede estar atrapada en una veneración idealizada o en una
unión prolongada con uno de los padres, mucho más allá de lo que es expresión de
fases naturales del desarrollo en la infancia. Mi crueldad, sin embargo, era más
transparente. En una lealtad inconsciente para con mi madre, avancé enérgicamente de
la misma forma en que lo hizo ella. Justifiqué con articulación convincente esos
movimientos, incapaz de reconocer la excesiva necesidad subyacente detrás de ellos.
Estos sentimientos innombrables lo impregnaban todo y no tenían anatomía o estructura.
Y yo tampoco estaba en condiciones de saber o mencionar lo que sentía subyacente
debajo de la superficie en ambos, mi madre y mi padre. Esperando que las cosas
materiales pudieran fortalecerme en este caos generalmente silencioso, trataba de
obtener todas las que estuvieran a mi alcance. Y, fuera de su amor, la reacción de mi
madre a ser tan pobre y al secreto del que me enteraría muchos años más tarde, fue la
de ofrecerse como esclava a la hija que amaba y que tanto ansiaba que la quisiera. Al
hacerme los vestidos más adornados, los disfraces y muñecas más imaginativas que una
niña pudiera querer, talvez ella también esperaba que la encantadora vestimenta
distrajera a la gente de notar que, la que de otro modo sería su preciosa hija, tenía un
grave daño en uno de sus ojos.
Con extrema parálisis en los músculos de mi ojo izquierdo de nacimiento, soy ciega
funcional en ese ojo. Desde un ángulo me veo bastante normal, pero cuando miro a un
lado, hacia arriba o abajo, el problema es evidente. Tras llevarme a cada especialista
que pudieron hallar, entiendo ahora la impotencia que mis padres debieron sentir, a
punto tal que cuando regresaba de la escuela tras haber sido objeto de burla y acoso,
llamada “tuerta” y “pirata”, mi madre insistiría en que yo estaba dándole al asunto
demasiada importancia. Más confundida y solitaria aún, pronto dejé de contarle a
alguien sobre estas agresiones.
En un intento por remediar la situación, mis padres me llevaron como un obsequio muy
especial al famoso Teatro Chino Grauman’s. Así que una hora después de la
experiencia en U.C.L.A. yo era elegida para subir al escenario para “asistir” a uno de
los artistas porque era “la niña más bonita en la audiencia”. Como muchos de nosotros,
yo estaba recibiendo mensajes cruzados e imágenes descabelladamente incompatibles
que comenzaban a consolidarse y crear grandes muros de defensa y protección. Y
aunque ciertamente no podía encontrar las palabras para expresarlo, pienso que empecé
a sentir que la vida iba a ser una batalla por ser aceptada y una batalla contra mi propia
ambivalencia al respecto.
Muchos años después, un poeta me describió como teniendo “un ojo fijo mirando hacia
Dios,” una explicación que me resultó atractiva. Como fuera, además de una profunda
confusión acerca de mi atractivo, viví constantemente a la defensiva, siempre sin saber
cuándo tendría que responder a la pregunta de un extraño acerca de mi ojo. Cuando
estaba en mis cuarenta años, un doctor me contó que sólo había visto un caso peor que
el mío en Bangkok. Para convencerme de permitirle operarme, me dijo: “estás en
negación tanto como debe haberlo estado el hombre-elefante”, y resultó. Tuve varias
cirugías bastante grotescas, que no ayudaron cosméticamente pero sí disminuyeron el
dolor físico por algunos años.
Este dolor e ira crecientes no eran puestos de manifiesto en una rebeldía flagrante y,
según todas las apariencias, era una buena chica. Para mí, la compensación tomó la
forma de una gran dependencia de mis amigas mas íntimas y, como puede observarse en
una foto escolar de esa etapa, una creciente rigidez en mi cuerpo. En lugar de ataques
verbales, mis defensas con mi madre se mostraban en una enérgica resistencia
despectiva e indiferente, y con mi
padre yo respondía con una aún más fría devastación emocional que coincidía con su
forma de relacionarse -en realidad de no relacionarse- conmigo.
Ya un integrante distante dentro de mi propia familia, comí sola en mi cuarto por varios
años hasta que cumplí 15 años. Así que cuando llegó el momento, no hubo
cuestionamientos para que me mudara con una amiga cuyos padres se habían trasladado
y le permitieron permanecer para finalizar la
secundaria. Y aunque hubieron unas pocas ocasiones en las que el dolor y la frustración
de mi madre para conmigo estallaron y me corrió con un cuchillo de carnicero, la
tensión entre nosotras generalmente se reflejaba más en mis silencios y mi rigidez
corporal que en mis palabras o acciones.
Con una alineación inconsciente con mi padre cuya existencia yo habría negado, traté a
mi madre de la misma forma en que él lo hizo durante los primeros cuarenta años de su
matrimonio de sesenta: con total desdén a menos que quisiera algo. Ya desde el inicio
de la secundaria, tras hacerme otro hermoso vestido para un baile o una fiesta, cuando
ella estaba ansiosa de saber si lo había pasado bien, yo le respondía con indiferencia
sólo sí o no. Más allá de ser una clásica mocosa mimada, yo temía que ella estuviera
intentando aferrarse a mi alma como a un salvavidas, cuando yo apenas podía
mantenerme a flote.
Como Suzi señalara años más tarde, “el desdén es el punto de apoyo de los
impotentes.”
Pero esa era el arma defensiva más poderosa a mi disposición. Dado que mi madre
estaba tan aislada y sobrecargada por secretos que no podía contar, yo sentía que si
hubiera elegido entrar en su esfera de desesperación sentimental, tendría que renunciar
al mundo como lo había hecho ella. Y defendiéndome, yo no sólo era una niña de hielo,
me convertí más bien en hielo seco: tratar de tocarme podía quemar. Y en un mundo en
el que me sentía impotente de tantas maneras, de algún modo disfrutaba esta superficial
sensación de poder.
Sin embargo, también recuerdo desear que mi madre se defendiera con ambos, con mi
padre y conmigo. Yo ansiaba secretamente que ella demandara respeto. Recuerdo
sentirme tan aliviada la única vez que sentí que ella mantuvo su posición con mi padre.
Él se había ido arrancando bruscamente el auto después de una gran pelea,
posiblemente acerca de otra mujer. Sin miedo de perder a mi padre pero atemorizada
de que nos dejara desamparadas, le pregunté a mi madre: “¿Qué vamos a hacer?”. Y
con una decisión que nunca había visto, ella respondió: “Todo estará bien”. Y por un
instante, yo confié en que ya fuera que él volviera o no (y sí volvió) ella tenía la
entereza para afrontar las consecuencias. Poco después ella recayó nuevamente en
consentir nuestro desdén, pero yo había podido ver brevemente el coraje que ansiaba
que ella tuviera, y que volvería a ver hacia el fin de su vida.
Años más tarde entendería que cuando un niño siente que el vínculo con uno de los
padres es demasiado peligroso y es rechazado por el otro padre, vive en un estado de
sentirse continuamente abrumado. Quizás para proteger al niño la memoria no funciona
con normalidad en ese estado de desapego. Yo no recuerdo cuándo o cómo comencé a
rechazar a mis padres o al sentimiento de ternura hacia ellos que podía verse en mi
lenguaje corporal en fotografías tempranas. Y la mayor parte de los niños intentarán
salvar a un padre cuando sienten una necesidad y sufrimiento terribles en ese padre,
incluso si eso significa un total sacrificio de sí mismos. No obstante yo no tuve
memoria de esfuerzo alguno en ese sentido hasta hace muy poco tiempo. Lealmente
alineada con la parte más indefensa de mi madre, yo estaba tratando de salvarla
uniéndome a ella en no vivir plenamente. Desde la perspectiva problemática del nivel
superficial de la vida, haber vivido con mayor plenitud hubiera significado que la
estaba abandonando.
MI MADRE
Aproximadamente un año antes de la muerte de mi madre, noté que había un certificado
de caligrafía de séptimo grado sobre la mesa de café en su departamento de residencia
asistida. Cuando la consulté acerca del tema, su voz tembló tenuemente. Dijo: “La
maestra realmente simpatizaba conmigo y me dejaba hacer algunos mandados para ella.
Lo recibí dos semanas antes de la muerte de mi madre y de tener que abandonar la
escuela para siempre”. Por la tierna manera en que ella habló acerca de la maestra,
estaba claro que la adoraba y que había estado muy emocionada de ser su favorita
durante esos últimos meses de su vida escolar. Y más de 70 años después pude
escuchar un conmovido agradecimiento por el hecho de que alguien la hubiera tenido en
cuenta en medio de tanta pena e incertidumbre.
Sólo en los años más recientes tomé consciencia de cuánto amor y fortaleza tuvo que
tener para sobrevivir. Ya cerca de sus 80 años y en un coma profundo después de una
cirugía mayor, tomé su mano y la estrechó con fuerza tal que pensé que literalmente
podría romperme el brazo. Tras 60 años de depresión clínica y medicación, estaba
asombrada por su fuerza y por el poderoso esfuerzo que estaba haciendo por aferrarse a
la vida. Y de hecho, llegó a recuperarse. Y pude ver que después de años de agorafobia
y de una profunda dependencia de mi padre, ella había recuperado en parte el sentido
de sí misma, inclusive una cierta confianza en su atractivo. Fue encantador para mí
verla tratar de seducir, aún tímidamente, al galán del grupo en la residencia asistida.
Pero yo no pude ver esas fortalezas por casi una vida entera. Aunque fue escrito
recientemente, el siguiente poema es lo que podría haber dicho a los 12 años si es que
hubiese podido expresarme sobreponiéndome a una opresión abrumadora:
Mi Madre Espera
Desde una galaxia más densa él es más un territorio mental que alguien que conoce este mundo o la oscuridad
que no lo es
Sabiendo que me dirán “Tienes razón haré lo que sea” y porque no dejarla no importa lo que cueste a ella o a
ti al menos tendrás ese bello vestido
que encubra tu mayor falla mientras sales en él
al mundo en él
como si ahora lo femenino separado de sus raíces
un frágil monstruo adolescente que tenía que encontrar el modo de amar ser humano
Yo nunca hubiera imaginado que durante los meses previos a caer en la demencia, mi
madre tejería 200 gorros de colores brillantes, los llevaría a la guardia de oncología
pediátrica local y se complacería plenamente en observar a los niños y sus familias
mientras los distribuían alegremente entre sí.
Ya herida sexualmente a los 11 años, mi madre era llevada de la casa de una hermana
recientemente casada a otra. Uno de mis tíos decía que mi madre y su hermana Goldie
“fueron las que más sufrieron”. Aún así mi madre y todos sus hermanos se las
arreglaron para sobrevivir hasta la madurez, y con lo poco que tenían continuaron
ayudándose unos a otros durante toda su vida. Ninguno fue excluido. Pero la manera en
que ella atravesó esos años de adolescencia, es algo que no está claro.
Un indicio provino de un comentario que ella le hizo a una amiga y que yo escuché
accidentalmente, acerca de tener que vivir y trabajar en la oficina de un practicante de
abortos clandestinos. Otra pista emergió en una conversación que yo nunca revelé a mi
madre que había podido escuchar. Ella le estaba contando a una amiga sobre haberse
casado con un marinero llamado Hodges cuando tenía 15 años. El matrimonio fue
anulado pocos meses después debido a que, según explicó, “él me llevó a través del
país hablándome sobre sexo con otras mujeres”.
Un año después ella contrajo matrimonio con mi padre Bill y finalmente tuvo su propio
apartamento pequeño en un complejo para familias de soldados mientras mi padre
estuvo destinado en Nuevo Méjico. Ella volcó su alma enteramente en ser esposa y
prontamente madre.
El álbum infantil en el que encontré la carta para mí, por ejemplo, tenía cada invitación
que recibió, cada tarjeta de cumpleaños o San Valentín que yo recibí por años, cientos
de fotografías y una lista de cada nueva palabra que yo decía y cada alimento que
incorporaba. Pienso que en muchas formas estos fueron buenos años para ella,
adornando con bordados mi ropa, haciendo ingeniosos disfraces y pequeñas fiestas
para mí.
Y como joven pareja, mis padres pudieron finalmente disfrutar cuando terminó la
Segunda Guerra Mundial. Cuando yo tenía alrededor de 10 años mi madre tuvo lo que
en ese momento llamaron una “crisis nerviosa.” Lo que yo recuerdo, además de los
vómitos y llantos por horas, es a mi padre, a mi hermano y a mí sentados en el auto en
el calor del desierto, esperando que ella saliera de una consulta con una misteriosa
persona. Ella volvió 50 minutos después luciendo aún más triste. Y por cierto que no
hubo explicación ni conversación mientras íbamos de regreso las 40 millas a casa,
donde ella continuó vomitando y llorando y apenas se sostenía. Ella recordaría más
tarde que por no poder abandonar el lecho, se había atado a mi hermano con una cuerda
para que él no pudiera meterse en problemas. En ese momento los verdaderos orígenes
de su sufrimiento permanecían ocultos: el impacto de la pérdida de su madre y los
crímenes que su padre cometió contra ella.
Resultaría que no había forma terrenal de resolver el terrible conflicto entre mi madre y
yo sin enfrentar lo que salió a la luz en los últimos años acerca de su padre, Bert.
Mucho de mi más sorprendente trabajo en constelaciones se centra en él y en que, como
Hellinger ha observado, las generaciones por venir están siempre afectadas por gente
que está excluida del alma familiar. Desde luego por un tiempo yo creí que si alguien
merecía ser excluido, ese era mi abuelo materno. Yo llegué a detestar a este hombre
cuya locura resonó a través de generaciones e hizo la vida mucho más difícil a muchos,
incluyendo a mi madre y, como llegaría a comprender, también a mí. Sin mención en la
familia, falleció en 1950 cuando yo tenía 7 años. Y como una de sus víctimas fue una
bisnieta de esa misma edad, es afortunado que mi madre me protegiera no permitiendo
ningún encuentro con él.
Aceptando el regreso de Bert muchas veces, la abuela Mary tuvo 13 hijos, 12 de los
cuales sobrevivieron. Incluso se casó con él por segunda vez luego de divorciarse
cuando fuera a prisión en Missouri por robar un caballo. Él también destiló licor
clandestino para la mafia de Chicago durante la prohibición, pero en términos
comparativos, esos fueron delitos de escasa significación. En una rara y breve mención
a él cuando yo tenía 12 años, recuerdo a mi madre diciendo con enfado: “Mi padre era
un ebrio malvado. Una vez me sujetó tirada en el suelo y borró mis cejas pintadas
restregándolas frente a todos”.
Y aunque ella nunca me contó hasta dónde llegó, de acuerdo a uno de sus hermanos,
Bert trató de acosar a mi madre y a su hermana durante la noche cuando tenían 12 o 13
años. (Un legado, quizás: su hermana fue despojada de sus propios hijos y murió joven
por alcoholismo). Con terrible tristeza, el mismo hermano también diría acerca de mi
madre y su hermana: “Ellas llevaron la peor parte y tienen las heridas más profundas de
la familia”.
Bert Chaney 1901 Posiblemente en San Quintín (cerca de 1950)
Bert eventualmente fue a San Quintín por acosar a una de sus nietas y por otros
crímenes contra niños.
No mucho antes de que mi madre falleciera en 2002, otro de sus hermanos le contó el
secreto que había guardado por décadas acerca de cómo había sucedido realmente la
muerte de su padre. En lugar de la miocarditis indicada en su certificado de defunción,
se rumoreaba que había sido golpeado hasta morir en un playón ferroviario, poco
después de que fuera liberado de prisión. Y cuando este hermano me relató la situación
en que le contaba esto a mi madre, dijo: “Ella estaba apenas consciente, pero sonrió”.
Cuando a mi vez le conté ésta historia a Suzi, me preguntó: “Sabes quien sonrió
también?:Tu abuelo.”
Me tomaría varias constelaciones más llegar a comprender que una muerte de este tipo
es la única que podría restaurar una partícula de dignidad para él. Y como dije antes, el
secreto de mi madre nunca le fue confiado a mi padre, y ella tampoco supo el de él.
Cuando yo tenía unos 14 años de edad, la dosis que tomaba mi madre de milltown, una
antigua medicación antidepresiva de la que no podía prescindir, fue ajustada y ella se
tornó en más adormecida y ansiosa que suicida. Así, la vida continuó con ella
manteniéndose como una muy buena madre en muchas formas. Por supuesto yo me había
vuelto más disociada y ansiosa, pero para entonces esto era normal para ambas. Yo no
podría haber manejado los secretos si los hubiera conocido. Tuve que jurar silencio
cuando cerca de mis 40 años, mi madre me contó una versión suavizada de lo que su
padre le hiciera. Cuando le pregunté de qué forma él abusó de ella, pareció abandonar
su cuerpo y murmuró, “Trató de besarme una vez”. Y yo supe no indagar más. Ella dijo
en ese momento que había decidido contarme acerca de él, porque temía que la
decisión de estar con mujeres que yo había tomado cerca de los 30 años pudiera haber
sido causada por sus cuidadosamente ocultos sentimientos hacia los hombres.
Y yo guardé el secreto por 15 años, hasta que a inicios de la década de los ‘90 no lo
soporté más y se lo conté a mi hermano menor. Pasados mis 50 años, en otra extraña
visita a casa, mi madre me formuló la pregunta que por décadas yo temí me pudiera
hacer: “Jan por qué no te agrado?” Era obvio por la forma en la que lo preguntó, que
ella estaba demasiado frágil emocionalmente como para recibir una respuesta tan
sincera como la que yo podía darle en ese momento. En ese punto, yo llevaba 25 años
de hacer terapia, años de entrenamiento como psicoterapeuta y varios años de práctica
como psicoanalista.
Yo pensaba que tenía una cierta comprensión acerca de lo que había ocurrido y estaba
ocurriendo entre nosotras. Sin embargo, con todo esto e incluso habiendo asumido parte
de la responsabilidad por mi comportamiento hacia ella, no podía pensar en ninguna
forma de responder a esa pregunta que no la hiriera aún más.
Tan cariñosamente como pude, le dije: “Yo era una niña muy egoísta. También pienso
que los inicios de tu vida hicieron difícil para ti tener una imagen fuerte de tí misma”. Y
aunque algo en mí quería gritar, “Necesitabas demasiado de mí!”, dije amablemente
algo acerca de cómo pensaba que sus terribles pérdidas y las condiciones de su vida
temprana habían hecho las cosas difíciles para ella. Mi madre bajó la cabeza y se
replegó aún más en su inestable y narcotizado ensimismamiento.
Hoy, varios años después de su muerte, comprendo más claramente que fue el más
joven y herido Yo en ella el que hizo la pregunta, el que nunca podría entender ésta, o
cualquier respuesta. Sin embargo, a pesar del esfuerzo que estaba haciendo en intentar
evitarlo, en ese momento me sentí como si hubiera dado otro golpe. No llegaría a
comprender mi miedo y también mi sentimiento de superioridad sobre mi madre y su
linaje hasta 15 años más tarde.
MI PADRE
Por su frustración, mi madre me decía a veces, “Jan, nunca te cases con un hombre al
que no le gustan los niños como tu padre”. De cualquier manera no había peligro alguno
de que esta advertencia me revelara algo que yo no conociera. Y es justo decir que
hasta unos pocos años antes de que falleciera en 1999 a los 86 años, a mí tampoco me
gustaba mi padre. De niña yo me había convertido en una pequeña guerrera, que
finalmente enfrentaba su desdén hacia nosotras con el mío propio hacia él. Y hasta que
comencé mi labor con la técnica de Hellinger seis años atrás, este desprecio pudo ser
fácilmente justificado y fue apoyado por cada terapeuta que tuve en mi vida adulta.
Hasta que perdió su negocio por el crecimiento de los shopping centers, cerca de sus 70
años y tuviera que volverse hacia su familia, mi padre parecía ser infeliz pero, sin
quejarse, absolutamente responsable. De cualquier modo, salvo momentos
excepcionales, estaba completamente desinteresado de su familia. Pero como la
esperanza es eterna primavera en los niños, cerca de los 9 años y a pesar de todas las
indicaciones de que no sería una buena idea, me sentí lo suficientemente valiente para
tratar de tener una conversación con él sobre Harry Truman.
Tras cinco palabras él me refutó con alguna aniquiladora descalificación. Pero ese no
fue mi esfuerzo final. Pocos años antes de que falleciera, con una vulnerabilidad
infrecuente, tomé el riesgo de preguntarle, “Qué clase de niña era yo?”
Aún en ese punto más maduro de nuestra relación, con la característica de un gerente de
banco que tal vez me hubiese visto una vez, me respondió formalmente, “Oh, eras una
pequeña bastante buena”. Y pasarían aún unos años más hasta que yo comencé a ver que
fuera de mi madre y su tierno hermano mayor Rolle, nadie parecía haberlo tratado con
algo cercano a la calidez que hace que una persona se sienta tenida en cuenta y
conocida, y por lo tanto lo suficientemente segura como para tener en cuenta y conocer.
Y por supuesto, tanto él como yo sabíamos que la respuesta a la pregunta que le había
formulado era complicada.
Así, aislada y solitaria más allá de lo que se pueda describir, dejé de comer con mi
familia a los 11 años en parte porque los ansiosos y humillantes esfuerzos de mi madre
para convertirnos en una familia eran demasiado tristes para presenciarlos. Aún más
doloroso era el hecho de que mi padre parecía estar completamente contrariado por
tener que estar con nosotras, replegándose detrás del periódico y luego escapando a una
de sus organizaciones. Y mis pobres hermanos pequeños estaban sencillamente
extraviados en todo esto. Así que fue una completa conmoción cuando mi padre entró en
mi cuarto un atardecer mientras yo estaba cenando.
Él se sentó en la cama y comenzó a llorar. Entre sollozos, preguntó, “He sido un padre
tan terrible?”. Incapaz de soportar el verlo en semejante dolor, respondí, “No, soy yo.
Hay algo mal en mí”. Y eso era parcialmente cierto, pero yo seguí comiendo en mi
cuarto y esa conversación nunca fue mencionada ni referida nuevamente por el resto de
nuestras vidas juntos.
Al igual que con el padre de mi madre, nadie habló nunca de mi abuelo paterno James.
Mi padre tenía 2 años de edad cuando James fue baleado y asesinado en Campbell,
Missouri. Y aunque yo no sabría la magnitud y las condiciones en que estas pérdidas
acaecieron hasta años recientes, mi abuela paterna Betha perdió una hermana cuando
tenía 3 años, a su madre a los 5, uno de sus propios niños, a su esposo cuando tenía 36
y un hijo adolescente no mucho después. La única abuela que conocí era parecida a un
ave y delgada como una tabla, muy tímida, remilgada y sólo hablaba cuando se la
interpelaba, y aún entonces sólo lo indispensable.
Recuerdo que cuando ella tenía más de 70 años, la primera vez que vio a Las Rockettes
(3) en el show televisivo de Ed Sullivan, lo encontró tan vergonzoso que casi tuvo un
ataque de apoplejía. Posteriormente se apegó a Billy Graham (4). Es sólo ahora que yo
puedo empezar a comprender cuánta humillación y pesar ella sobrellevó cuando tuvo
que dejar a su familia, amigos y a su amada iglesia para venir a los campos petroleros
de California en 1928, buscando desesperadamente un trabajo para mantener a sus hijos
durante la depresión (5).
Y el artículo del periódico da más detalles personales de lo que dijeron, por ejemplo,
la esposa del predicador gritando, “Mátalo. Mátalo. Alabado sea el Señor”. Los
artículos dicen de James, “Él vino y tuvo una bonita familia y él mismo era un buen
ciudadano cuando estaba sobrio; pero cuando estaba en copas se lo consideraba un
hombre muy peligroso sin consideraciones para amigos ni enemigos”. Y es difícil
imaginar cómo fue para mi muy religiosa abuela y sus niños durante los 12 años que
vivieron en un pequeño pueblo de Missouri después de este altamente publicitado
escándalo. Así que si uno de mis ojos estaba vuelto hacia Dios, a causa de todas sus
pérdidas, los dos etéreos ojos de mi abuela lo estaban también. Sin embargo, yo no
podría haber pensado en identificar su completa concentración en la Biblia y lo
celestial como, en parte, una forma de disociación traumática hasta años más tarde. Y
tomaría años y una sorprendente constelación el poder ver que mi dulce, casi muda
abuela también encontraba algún tipo de consuelo real en su Dios.
Aunque ella tuvo el silencioso cuidado y la fortaleza para vivir bien hasta entrados los
90 años, dadas sus pérdidas no estuvo disponible para darle una contención emocional
a mi padre, huérfano de su progenitor.
Y aún con limitaciones en sus recursos emocionales, dos crisis cuando estaba en sus 60
años le dieron a mi padre la oportunidad de volver hacia su familia, y lo hizo. La
primera crisis tuvo que ver con su tienda y su status en la comunidad. Al igual que mi
madre, él tuvo que abandonar la escuela a los 11 años cuando su familia emigró a
California. Inteligente y trabajador, luego de su servicio en la Segunda Guerra Mundial,
pasó de conducir un camión a eventualmente ser el propietario de la tienda de muebles
para la que trabajaba. Completamente transformado cuando trasponía la puerta de
nuestra casa, se convirtió en uno de los hombres de negocios más populares en el
pueblo. Ético en los negocios, presidió varias logias y la cámara de comercio, fue
“Hombre de Negocios de la Semana” y cosas así.
La segunda crisis tuvo lugar no mucho después de la primera. Mis padres habían ido de
vacaciones al lago Tahoe, y mi padre fue hospitalizado allí con una severa dolencia
estomacal. Sus hijos condujeron hasta el lugar para traerlo a casa. Cuando estuvieron en
casa, recuerdo que él estaba muy débil, sentado en el cuarto del frente con su esposa y
sus tres hijos a su alrededor. Sollozando, dijo: “No sabía que a alguno de ustedes les
importara”. Relajando mis defensas, al mismo tiempo que él se hacía vulnerable al
moverse hacia la pertenencia a su familia, yo di un pequeño paso en el mismo sentido,
en lo que sería quizás el más bello momento familiar que compartiéramos.
Las palabras más reconfortantes que oí de mi padre, sin embargo, fueron escuchadas
eventualmente en mi última visita antes de su muerte. Exasperada por su agonía y
porque estábamos absorbiendo algunas de sus últimas horas, mi madre hizo saber sus
sentimientos. En respuesta, escuché a mi padre decir con calma pero firmemente: “No,
Ruth, yo los quiero aquí”.
Aunque una carta de años anteriores de ella a él le agradecía por “amar a Jan aún”, yo
no estaba nada segura de que así fuera. De modo que oír esas palabras permitió que
algo se resolviera en mi interior. Le importaba que estuviésemos allí, que yo estuviera
allí. Y la fotografía que está debajo, de mis últimos momentos con él, fue tomada
durante esa visita. En paz, juntos, deja ver parte de ese tardío pero feliz consuelo.
Varios años después, las constelaciones que describo comenzarían a curar las imágenes
internas residuales llenas de ira y dolor que tenía de mi padre, y a hacer emerger esta
imagen desde las corrientes profundas de la realidad, para ocupar el lugar central en mi
recuerdo.
Carta de Mamá a Papá:
que literalmente saqué de ti cuando pasé el peor momento de mi vida con mis nervios. Nunca te lo dije pero realmente
no hubiera podido superarlo sin ti. Sé que eres un hombre orgulloso y que todas estas cosas fueron golpes a tu ego.
Pero te amo por no rendirte nunca o tirar la toalla. Te amo por tu alegría cuando tuviste que hacer cosas que ningún
hombre de 65 años debería estar haciendo. Te amo por tratar de hacer las cosas más fáciles para mí (como prescindir
de grandes comidas) porque sabes que yo también estoy cansada. Te amo por ser tan dispuesto a levantarte en las
mañanas, etc. etc. etc. Realmente eres un buen tipo! Te amo, los niños te aman, y lo mejor de todo, Dios te ama. En su
nombre, Ruth.
Última visita. Jan con Papá.
LA TIERRA LEJANA
La parábola bíblica del hijo pródigo no se centra en el cambio real en el hijo. Cuenta la
historia de lo insoportable de la pérdida de una de 100 ovejas y del alivio del padre
por el regreso del hijo. Propone que una persona, no importa cuán pecadora sea, no
puede ser excluida de la familia sin causar dolor a todo el resto. Habiendo partido a
una “tierra lejana” donde malgastó su herencia con una “vida descontrolada” y “devoró
(el dinero proveniente de la labor de su padre) con prostitutas”, volvió porque
literalmente se estaba muriendo de hambre. Cuando lo hizo, el padre dice a sus amigos
y vecinos, “Regocíjense conmigo, porque he encontrado a mi oveja que estaba
extraviada.”
San Francisco fue la tierra lejana a la que yo huí a los 18 años. Una ciudad hermosa, fue
una buena decisión en varios aspectos. Por supuesto la dificultad principal no fue que
me mudara allí, sino cómo y por qué lo hice. Muy rápidamente casi olvidé a mis padres
y a mis dos hermanos. Y estuve bien allí en el sentido de que tuve magníficas amistades,
algunos romances con hombres y, contra las probabilidades como mujer a mediados de
la década de 1960, fui capaz de desarrollar una carrera en gerenciamiento inmobiliario.
Me sentía muy bien aprendiendo, y parecía que podía arreglármelas sola.
Durante estos primeros años en San Francisco, no obstante, ya había empezado a creer
que la bruma de la disociación, o los períodos de ansiedad o depresión que
experimentaba, eran debilidades personales o, como la terminología de moda de la
época sugería, manifestaciones de “baja autoestima”. Al haberme desconectado de una
forma tan crítica y radical, yo no tenía absolutamente ninguna intuición de la enorme
carga ni de la fortaleza de pionero que estaba acarreando hacia el futuro. Y aunque
tendría alguna terapia de excelencia por años, hasta que hallé la labor del Dr. Peter
Levine alrededor de mis 55 años, no entendí ni pude empezar a resolver lo que ocurría
en mi psiquis y en mi cuerpo. Y eso provenía de experiencias tan abrumadoras que no
podía reconocerlas ni expresarlas con claridad.
Afortunadamente, en paralelo con esta realidad hubo muy buenos momentos pasados en
bailes, tomando tragos y sintiéndome atraída, relacionándome y teniendo romances con
algunos hombres muy agradables. Y con dos años de universidad en mi pueblo, una
corta temporada en la Estatal de San Francisco, y unos pocos años de estudio nocturno
en gerenciamiento inmobiliario en la Universidad de California Berkeley detrás, luché
mi ascenso desde el secretariado, obtuve mi licencia de venta inmobiliaria y había
comenzado a gerenciar la comercialización inmobiliaria para uno los principales
bancos. Como fui la primera mujer en viajar en representación de este banco, mi
promoción indignó a varios de mis superiores influyentes. Ardiendo de rabia mientras
me llevaba en su auto para tomar posesión de un edificio de oficinas en otra ciudad, uno
de ellos me dijo con irritación “Yo no le permitiría a mi hija hacer nada como esto
hasta quizás después de haberse casado y criado a sus hijos”. También descubrí que
otro superior podía llevar a cabo la amenaza de hacerte despedir si no tenías sexo con
él. Más aún, pronto aprendería que no importa qué tan profesional fueras, qué tan duro
trabajaras o con cuánta sutileza procuraras negociar líbidos y egos, esto siempre podía
pasar.
Las mujeres pueden, por supuesto, ser violadas cualesquiera sean las circunstancias
emocionales o físicas. Realmente, debe haber habido algo acerca de la radical
separación de toda mi historia que me hiciera más proclive a ser violada dos veces en
citas en mis primeros seis meses en la ciudad de Nueva York. Y no era simplemente que
fuese nueva y estuviera sola en la ciudad, yo estaba sola en un sentido mucho más
profundo, un sentido que nunca podría disimularse totalmente. Ni intoxicada ni en
actitud seductora en esas citas, apenas en el nivel instintivo es posible que el perfume
de esa vulnerabilidad fuera percibido desde cierta distancia.
En parte porque disociaba con tanta facilidad, aunque mi vida fue amenazada en ambos
casos, continué teniendo placer en la intimidad con los hombres durante esos años.
Incluyendo una breve y políticamente riesgosa aventura con un muy atractivo,
encantador pero casado ciudadano inglés que era miembro del Parlamento. Y aunque
después de eso yo rehusé salir con hombres casados, la experiencia, que incluyó
elegantes cenas de gala, me ofreció un contrapunto al menos temporal a la violencia y la
falta de respeto que intentaba superar.
Dos años después, sin embargo, descubrí que un hombre de quien me había enamorado
profundamente -y con quien me había estado viendo por un año- había creado una
elaborada falsa identidad para ocultarme el hecho de que era casado. Él simulaba ser
un agente de la C.I.A. asignado a infiltrarse en un grupo de científicos británicos que
estaban trabajando en el país. Cuando finalmente encontré el modo de abordar la
terrible confusión respecto de todas las cosas que carecían de sentido y descubrir la
verdad, también tuve la fuerza para dejarlo inmediatamente. Pero sentada por muchos
días en el parque, sacudida, aturdida y al borde de una profunda depresión, tuve que
decidir cómo continuar.
Debido a que yo estaba muy enfocada en que la respuesta a mi vacío interior fuera una
pareja romántica que me rescatara, esta traición fue devastadora. No obstante, fui capaz
de recomponerme y reanudar mi vida. Seis meses después comencé a tener citas
nuevamente, y las continuas cenas de negocios y fiestas que caracterizan la vida en la
industria publicitaria me mantuvieron ocupada. Nublada por la negación acerca de cuan
di-sociada de mis sentimientos me estaba volviendo, cada experiencia irresuelta y
abrumadora reavivaba el fuego que yacía debajo de la anterior.
EL MOVIMIENTO FEMINISTA
Viviendo principalmente en el nivel superficial de la vida durante esos años, no era que
el hombre de lata ya no existiera en mi interior, era simplemente que yo esperaba que
una vida exigente me llenara lo suficiente como para mantener a raya un fuerte impulso
hacia la depresión. Intentando arduamente ocultarse tras la identidad de una confiada
joven de negocios con una vida social activa, subyacía un intenso temor.
También por esta época el hecho de que había empezado a alcanzar un techo en ventas
de publicidad me mantuvo confrontándome con hombres solamente, muchos de ellos
menos calificados, que eran contratados para puestos de venta más lucrativos.
Pocos meses más tarde dejé una nota al Comité de Medios de la sede de Nueva York de
la Organización Nacional de Mujeres. En la nota manifestaba que estaba dispuesta a
“hacer algo para colaborar”. Para comienzos de 1972 el movimiento feminista era mi
vida.
Al expandir las libertades de las mujeres, nos sentíamos tanto moviendo la historia
como siendo movidas por ella. Como con cualquier aspecto de la fuerza vital que ha
sido dañado por un largo tiempo, cuando nuestra energía comenzó a liberarse fue
espectacular. Y aunque mi actuación en el movimiento me costó mi carrera -como a
tantas otras mujeres-, no me hubiese perdido esta explosiva expresión de inteligencia y
amor por nada en el mundo. Además, para aquellas de nosotras que no sólo estábamos
abriéndonos a nuevas formas de pensar sino también de amar, fue apasionante en todos
los niveles.
Hubo también, sin embargo, acciones que sentí necesarias pero que fueron
extremadamente incómodas para mí, incluyendo teatro callejero cerca de mi oficina en
la Avenida Madison. Organicé también una sentada pacífica de cientos de hombres y
mujeres por 18 horas en la Catedral de St. Patrick tras el intenso lobby que se realizara
desde el púlpito, que ocasionó que fracasara una vez más la aprobación de una carta de
derechos humanos básicos para gays en el Consejo de la Ciudad de Nueva York.
Recuerdo cuán conmovedor fue escuchar a cientos de personas cantando para nosotros
desde fuera de las grandes puertas de la Catedral, apoyándonos para pasar la noche.
Debido a que los programas que planifiqué para la sede de la Ciudad de Nueva York de
N.O.W. atrajeron pacíficamente y reunieron a moderados y radicales, me sentí muy
complacida de poder ser una de las personas que contribuyeron para subsanar algunos
de los conflictos del momento entre esas alas del movimiento. Y finalmente estaría
involucrada en muchas áreas de cambio, varias de las cuales se describen en el libro de
Barbara Love, Feminists Who Changed America (Feministas que Cambiaron América),
1963-1975.
Además de la creatividad teórica y estratégica de tantas, es justo decir que hubo
actitudes destructivas también. Hubo algo de ciega ambición y una cierta idiotez, y yo
fui culpable de ambas hasta cierto punto. Y hubo egos inflamados, sentimientos heridos,
ocasionales “traiciones” y exageraciones intentando que nuestras experiencias fueran
reconocidas. Asimismo, cualquier movimiento de derechos humanos es verdaderamente
receptivo sólo en la medida en que no excluya cuando avanza, y muchas de nosotras
fuimos algunas veces culpables de denigrar, disminuir o más frecuentemente
simplemente ser olvidadizas hacia las luchas y contribuciones de otras mujeres
(mujeres de color, en particular) y de los hombres en general. Un ejemplo de cómo por
momentos estuve demasiado influenciada por el dolor y la ira, ocurrió varios años
después de dejar el Movimiento de Mujeres. Miembro facultativa de un Instituto de
Psicoanálisis, publiqué una teoría radical de género titulada “El Yo Separado: el
Género como Trauma”. Aunque yo creí que este trabajo era una contribución al
fascinante diálogo sobre el género de la época, ahora puedo ver que describe las
tendencias predeterminadas de hombres y mujeres en el nivel superficial de la
experiencia.
Dada esta teórica falta de generosidad hacia los hombres a principio de la década de
1990, estuve de hecho en capacidad para trabajar bien clínicamente con mis clientes
varones y con parejas. En parte, pienso que esto era verdad porque como mis afectos
cambiaron hacia las mujeres, no era atrapada en peleas entre hombre y mujer en mi vida
amorosa, y así, como observadora externa, podía a menudo ser más objetiva. De todas
maneras, finalmente fueron necesarias mis experiencias en muchas constelaciones años
más tarde para poder apreciar más completamente la verdadera naturaleza de ambos,
hombres y mujeres, particularmente en el nivel de las corrientes profundas.
A pesar de los períodos alegres durante los años en el movimiento, el agujero negro de
desesperación y nostalgia por algo que sentía que me eludía, nunca estuvo lejos. Una
causa de esa obscuridad fue que me llevó muchos años y también una intensa
investigación dentro de mi familia, el tomar conciencia de algunos de los traumas
experimentados por mi madre y otras mujeres en mi historia familiar. Identificándome
inconscientemente con estas mujeres, a medida que supe más sobre sus vidas comencé a
ver que, fuera del amor, yo también estaba tomando partido por ellas con mi
participación en el Movimiento de Mujeres. Y, afortunadamente, empecé a comprender
a quienes pertenecía realmente gran parte del peso que yo cargaba. También comencé a
ver que mientras ellas hubieran valorado mis esfuerzos por las mujeres, nunca en un
millón de años hubieran querido que yo acarreara su sufrimiento.
TRABAJANDO Y AMANDO
Como era de esperar, testificar en el Congreso contra tus clientes no es una decisión de
carrera particularmente buena. Y después de ser despedida de mi puesto en publicidad
no pasó mucho tiempo para que gradualmente siguiera el hilo de una nueva orientación
profesional. Esta ya no requería de carteras de Mark Cross y un tapado de piel. De
hecho, mi próxima profesión implicaba entrenamiento en varias formas de terapia
corporal. Los años en el Movimiento Feminista me enseñaron que yo realmente quería
contribuir a mejorar la vida de los demás y al bienestar general. Y también algo había
comenzado a guiarme hacia la recuperación de aspectos de mí que sólo había apenas
vislumbrado. En términos de lo poco que había estado en contacto con mi propio
cuerpo y mis emociones, el trabajo con las manos probó ser un placentero y esencial
paso en el proceso de entrar en un contacto más sutil con esas escasamente percibidas
instancias en mí. Y a medida que lo hice, me di cuenta de que podía ayudar a otros a
encontrar esos recursos en su interior.
Estudié trabajo corporal y concientización por varios años y llegué a obtener una
licencia en masaje terapéutico y Shiatsu. Y aunque nunca había sido una persona
atlética ni con una cultura física, disfrutaba realizando esa práctica. Una experiencia
especialmente gratificante durante este período fue la de mi trabajo con Anne Bancroft
en su demandante representación de Golda Meir en Broadway. Afortunadamente ésta
práctica también me proveyó los medios para financiar la finalización de mi
licenciatura y la realización de maestrías.
Por otra parte, aunque no estoy sugiriendo que un cambio drástico -en cualquier
orientación- en la sexualidad sea posible o deseable para cualquiera, durante los
primeros tiempos en el Movimiento Feminista mis deseos de amor y de pareja
cambiaron de los hombres hacia las mujeres. Al revelar que era física y
emocionalmente bisexual, descubrí que relacionarme con mujeres era una opción más
amena para mí. Y experimentando las mismas fortalezas y heridas en ambas relaciones,
encontré que podía compartir mi vida más plenamente con mujeres.
Aunque había mantenido muy poco contacto con mi familia, a principio de la década de
1970, temiendo que mi madre pudiera verme en televisión en la primera conferencia
lesbiana feminista en U.C.L.A. (Universidad de California en Los Ángeles) decidí
impulsivamente “salir del closet” con ella telefónicamente. Cuando se lo dije, se
horrorizó, y chillando “Eres una lesbiana!” colgó el teléfono de un golpe. Apenas
volvió a hablar conmigo y por cinco años no me permitió hablar con mi padre ni con mi
hermano menor, que aún estaba viviendo en la casa paterna. “Esto lo mataría!”, decía
respecto a mi hermano. Finalmente, de alguna manera él descubrió la verdad y en su
estilo amable se lo dijo a mi padre, que había pensado que yo no le hablaba porque lo
aborrecía. Y a causa de ese malentendido, resultó que la verdadera causa de mi
distanciamiento fue casi un alivio para mi padre.
Por años, con la esperanza de ser amada si ofrecía apoyo ilimitado a mis parejas, yo
esperaba impacientemente que el amor prosperara según mis expectativas. Además, ni
antes ni después de mi decisión de estar con mujeres yo había considerado tener hijos.
De hecho sólo ahora entiendo que la temprana fragilidad de la conexión con mi familia
en el nivel superficial de la existencia me privó de la fortaleza para imaginar siquiera
tener un niño. Como tantos, en una dolorosa forma inconsciente todavía estaba en la
búsqueda de los padres ideales.
Una de esas relaciones tuvo lugar varios años después de un difícil rompimiento con
Carol. Comencé una relación con “Andrea”, una mujer cordial que resultó estar en el
Consejo Nacional de Alcohólicos Anónimos. Hubo una gran dosis de desastre -y
descubriría que hasta fatal- de alcoholismo en mi historia familiar, y yo misma lo era en
un estado temprano. Así que su trabajo en el programa me ayudó para dejar de tomar,
sin demasiado esfuerzo, 35 años atrás. Además durante ese año felizmente más estable
con ella, terminé mi licenciatura y comencé a enfocarme en una maestría. Y como ya
había comenzado a hacer counseling informal con varios de mis clientes, mi práctica de
terapia corporal empezó a convertirse casi sin solución de continuidad en una de
psicoterapia.
Fue un buen momento en las vidas de ambas, y hubo un alto grado de equivalencia en el
dar y tomar entre nosotras. Mutuamente comprensivas en muchas formas, esta relación
terminó eventualmente sin que me sintiera victimizada. También puedo observar que
Andrea y yo estábamos considerablemente bloqueadas por traumas previos en nuestras
vidas y, como la mayoría de las demás parejas, por conflictos familiares.
Ella había sido terriblemente traumatizada por un gran desastre cuando era una niña, y
si yo hubiese estado capacitada como para ayudarla en Experiencia Somática ® y en la
técnica de Hellinger que practicaría más tarde, hubiese sido enormemente positivo para
ambas. De todas maneras, considerando todo lo que estábamos tratando de manejar
individualmente, siento una tierna gratitud por el afecto y la delicadeza de Andrea.
No habiendo estado nunca cerca de alguien moribundo, éste era un curso de colisión en
una parte de la vida que yo de alguna manera había evitado. La experiencia del trabajo
con este grupo de jóvenes hombres y mujeres fue una de las más preciadas de mi vida.
Muchos venían de vidas de estigmatización y peligro, y su forma de mantener la
dignidad y a veces un casi extravagante humor y estilo en el medio del horror, era en
verdad heroica. Uno de quienes más me acuerdo es Tom, y sus notables regalos para sus
compañeros pacientes y para mí. Muy enfermo, antes de su muerte hizo arreglos para
los servicios funerarios de aquellos que fallecieron sin reconocimiento ni homenajes. Y
en sus exequias, la pareja de Tom estaba de pie en la recepción con una llamativa
bufanda multicolor tejida en su mano. Cuando me acerqué, él colocó la bufanda
alrededor de mi cuello. Luego dijo, “Tom me pidió que te diera esto. Fue tejida por
Elisabeth Kübler-Ross (9) y él quería que la tuvieras. Tú le permitiste hablar acerca de
su muerte”. Años más tarde le di esa bufanda a una joven amiga que realizaba una
comprometida labor en un hospicio, y sigue siendo uno de los regalos más preciados
que recibí en mi vida.
Durante este tiempo me enamoré de “Ann”. Cuando nos encontramos, ella era una
madre divorciada de dos hijas de 16 y 20 años, y había sobrevivido a la muerte de su
hijo menor y a una doble mastectomía por cáncer. Sorprendida de inmediato por el
amoroso y digno lugar que ella pudo hallar para sobrellevar esas pérdidas y el fin de su
matrimonio, su radiante belleza y su gran sonrisa reflejaban todo lo que ella había dado
y estaba tomando de la vida.
Cuando era niña Ann tuvo polio y fue confinada en una férula por muchos meses. Y tal
vez fuera ese trauma el que la hacía sujeto de ataques de ira que a menudo me dejaban
exhausta por días. Para ése momento yo había perfeccionado mi rol como víctima y era
bastante convincente, mostrándome a nuestro terapeuta y creyendo yo misma ser “la
buena”. Ahora sin embargo, puedo percibir que en gran medida mi hipersensibilidad y
tendencia a la frustración, ocasionadas por necesitar demasiado, contribuían a nuestros
problemas.
Cuando fui diagnosticada con mi primer cáncer de mama en 1989, estaba claro que más
allá de lo tierno que el apoyo y el amor de Ann fuera, yo no sería capaz de sostenerme
contra la fuerza de sus ataques de ira durante la cirugía, la quimioterapia y la
radioterapia que tenía por delante. Tras el primer incidente que siguió a la operación,
yo estaba desesperada. También nuestro terapeuta parecía sentirse bastante impotente y
le consulté a Ann si estaría dispuesta a intentar algún otro tipo de terapia personal.
Como ella también quería fervientemente permanecer conmigo, tuvo una sesión con otro
terapeuta. Sin embargo no faltaba mucho tiempo para que yo comenzara el tratamiento y
se hizo evidente rápidamente que el nuevo abordaje no iba a poder lograr un cambio
sustancial en ella en el tiempo de que disponíamos.
Cuando estaba bajo anestesia durante la cirugía oncológica una pocas semanas antes,
había experimentado uno de los atisbos de lo que yace tras la realidad cotidiana a los
que me referí anteriormente. Suena increíble aún para mí, pero durante la cirugía
ocurrió una conversación seria y totalmente lúcida entre algún tipo de ser etéreo,
obviamente no en la esfera humana, y yo. Con gran seriedad y tristeza ese ser y yo
estábamos hablando de algo que ambos sabíamos: que yo estaba paralizada en cuanto a
lo que había venido a aprender y hacer aquí; bloqueada en mi relación con Ann. Y por
más que yo no quisiera que eso fuera cierto, era una conclusión innegable. Más tarde
cuando salí de la anestesia pude recordar el claro sentido verdadero de lo que fue
hablado, pero no el contenido literal acerca de cuál era mi propósito aquí.
Sobre la base de todo lo que tenía que tener en cuenta para sobrellevar físicamente mi
tratamiento y seguir adelante con mi vida, tuve que poner fin a la relación con Ann. Esta
fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar. Además, todavía en mi
postura “inocente” en ese momento, yo no estaba aún lo suficientemente fuerte como
para saber y reconocer que yo era más responsable por su frustración conmigo de lo
que estaba aceptando. Extrañándola terriblemente, cuando recuperé algo de mi salud
física ocho meses después, traté de contactarme con ella pero era muy tarde. Varios
años antes ella había tenido una recurrencia de cáncer, y me dijeron que la noche previa
a su muerte en 1993, pareció perdonarme cuando le leían las Bienaventuranzas de la
Biblia. Saberlo también me trajo algún alivio a mí.
En 1991 no mucho después de nuestra separación, ocurrió otra de las experiencias más
allá de la realidad que conocía. Desperté en medio de la noche en lo que Hellinger
llamaría “el gran amor.” Solo puedo describirlo como amor absoluto, una llama de
amor capaz de consumirlo todo y fui atraída hacia ella tres veces. Sin embargo, cada
vez que me acercaba, el temor de que podría morir se apoderaba de mí y retrocedía. No
mucho antes de esto yo me había recuperado de los tratamientos de quimio y
radioterapia y la muerte no parecía muy lejana. Y creo que los 20 años desde entonces
han transcurrido orientados a lo que A. H. Almaas describe como “guía precisa como
un diamante” hacia cada próximo paso para acercarme a aquello a lo cual no pude
acceder aquella noche.
Mi madre nunca había escuchado sobre los cientos de horas de intercambio acerca de
lo que se estaba revelando tras haber estudiado con un talentoso maestro tras otro.
Quizás era tan simple como que lo infirió de su conocimiento de que pasábamos todo
nuestro tiempo libre en retiros. O, como sugiriera Liz, quizás mi madre veía más de lo
que yo pensaba, aunque luego Suzi bromeó cordialmente, “Quizás tu madre se refirió a
“personas demasiado profundas.” (NdelT: alude al juego de palabras en inglés “two
deep” y “too deep” de muy similar pronunciación pero con significados diferentes
como surge de la traducción) Pues “demasiado profundas” o “dos profundas” nuestras
vidas eran plenas en muchos sentidos importantes.
Fue también durante estos años juntas, mientras hacíamos algún trabajo de indagación
en un retiro Almaas, que repentinamente me di cuenta que la estridente risa de una
estudiante en particular que siempre me había molestado mucho no me estaba
perturbando en lo más mínimo. De hecho, aún cuando deliberadamente lo intenté, no
pude separarla de un ilimitado y ahora armonioso campo de conciencia. Sin poder
localizar un yo personal para rechazar el suyo, a medida que esto continuó,
repentinamente comencé a reír yo misma casi con la misma estridencia. No había modo
de excluirla, o a alguien o algo de aquello que estaba prevaleciendo. Y aunque fueron
sólo unas horas hasta que volví al frágil equilibrio de mi ser material, juzgador,
ambivalente, en algún lugar de mí yo había sentido esta verdad más profunda.
Por esta época pude participar varios días del Retiro Callejero de Roshi Bernie
Glassman, en la ciudad de Nueva York. Para tratar de atestiguar la vida de la gente sin
vivienda, no nos fue permitido lavarnos el cabello por una semana, y sólo podíamos
llevar un cuarto de dólar y una identificación a la estación Grand Central donde
dormimos en el suelo y se nos requirió pedir limosna. Además de adquirir una mirada
espeluznante de mi apego al confort y mis identidades, esta experiencia me ayudó a
comprender algo importante acerca de la bondad de tanta gente con quienes viven en la
calle, y la frecuente generosidad entre ellos mismos. Tristemente, sin embargo, en mi
derrotero mi propia familia estaría entre las últimas personas que comenzaría a incluir
o aún a entender mi inclusión en ella.
India me mostró una vez más que con apoyo, parece ser un instinto -y un amor- del alma
reconocer su propia naturaleza. Como sea, la intensidad de la experiencia en la cueva
como era previsible se fue escapando y el “movimiento perpetuo” comenzó a llevarme
en una nueva dirección.
Colaborando en la presentación de este trabajo en Nueva York, por varios años fui
asistente en el entrenamiento de otros terapeutas para el aprendizaje de la técnica. Y
resultó de incalculable ayuda para mí en el trabajo con empresas que se encontraban
muy próximas a las Torres Gemelas el 11 de Septiembre de 2001, y con decenas de
personas que sufrieron el impacto del 9-11 hasta hoy.
Escribiendo varios libros por año, viajando y enseñando a través del mundo, Hellinger
continúa refinando sus ideas. Su vida comenzó, sin embargo, en lo que los budistas
llaman el “reino infernal.” Conscripto en el ejército alemán cuando joven,
eventualmente escapó de un campo de prisioneros de guerra aliado a través de un
terreno minado. Luego se convirtió en misionero Católico con los Zulúes por 16 años,
de quienes aprendió un significado muy distinto de los ancestros y de la contribución
que puede devenir del tiempo. Tras dejar el sacerdocio, estudió psicoanálisis y varias
formas de psicoterapia. La historia de sus primeros estudios y el actual
posicionamiento de su obra en filosofía y psicología se describen en varios textos,
incluyendo el bien documentado y conmovedor libro de Dan Cohen I Carry Your Heart
in my Heart (2009, Llevo tu Corazón en el Mío).
Finalmente, desde luego, aceptar una verdad más favorable llega a ser un extraordinario
alivio y una liberación. En este trabajo, la relajación de estos bloqueos en el cuerpo y
la psiquis tiene lugar dentro de lo que muchos refieren como “campo”. Esto alude a la
inteligencia en nuestro interior y a la que nos rodea, algo sobre lo cual los humanos se
han preguntado y acerca de lo que han especulado desde el nacimiento de la conciencia.
Algunos han observado que este campo se torna más palpable y reconocible cuando
ponemos nuestra atención abiertamente en él en cualquier relación. Y esto puede ocurrir
en algo tan mundano como una llamada telefónica o una conversación con un amigo.
Comenzamos a ver algo nuevo o largamente olvidado acerca del diseño humano. Esta
“pieza faltante” es más determinante de lo que habíamos imaginado nunca sobre nuestra
vida y nuestra felicidad. Cuando ingresamos para representar a alguien en una
constelación, éste otro conocimiento puede manifestarse en algo tan simple como un
sentimiento de mayor fortaleza o debilidad. Nuestros ojos pueden ser atraídos hacia
algo fuera de la familia, o podemos percibir una extraña sensación en nuestra espalda.
Nos podemos sentir adormecidos o ansiosos, tristes u orgullosos, grandes o pequeños.
Aunque sutil, esta nueva información puede empezar a darle al cliente y al facilitador
una visión diagnóstica más clara del tema en cuestión y en consecuencia una nueva
orientación acerca de qué forma podría adoptar la resolución. Recientemente Suzi
habló sobre esto, diciendo: “A veces mantenemos la nueva experiencia más allá de
nuestra tolerancia previa, aceptando la resolución sin conocer el problema”.
En una constelación uno puede sentir muchas cosas, o ninguna. Ya sea como
representante o cliente, puede haber emoción por hallazgos, lágrimas de alivio y
reencuentro, un sorpresivo sentimiento de amor, nostalgia, o un nuevo nivel de
profundidad en la comprensión. A medida que nuevas imágenes y sensaciones se
encuentran con las antiguas, otros pueden sentir tristeza, ira, lealtad, temor, la
liberación de algún duelo no resuelto, adormecimiento o incluso una inicial
incredulidad en el proceso mismo. O pueden sentir dudas de su capacidad de sentir. Y
todavía otros pueden tomar conciencia de un sentimiento de desconexión o disociación
de lo que está ocurriendo.
Todo esto constituye información relevante. Porque las fuerzas a cuyo influjo nos
exponemos son finalmente benévolas. Lo que sea que experimentemos, con el tiempo
esas nuevas imágenes lo transforman en otro movimiento del alma, pleno de gracia. Y
cualquiera sea la pregunta o el problema, la respuesta está probablemente en ambos,
pasado y presente. Comprender y trabajar con nuevas imágenes o respuestas puede a
veces ser inmediatamente obvio, o tomar un tiempo para ser incorporado.
Por ejemplo, durante la visita de Hellinger a los Estados Unidos cinco años atrás, un
cliente que había recorrido el largo camino desde China, fue interrogado: “Por qué has
venido?”. Con una voz suplicante, el hombre respondió, “Bueno, he tenido un año
difícil”. Hellinger miró a la audiencia y dijo, “No puedo trabajar con él. Está buscando
empatía, y eso no es lo que yo hago”. Todavía muy orientada a la empatía automática en
el nivel superficial, al principio yo estaba desencantada por la reacción de Hellinger. Y
no comencé a cuestionar esa impresión hasta el día siguiente, cuando el joven pidió
participar en el trabajo nuevamente. Sin embargo, esta vez respondió a la misma
pregunta con mayor fuerza y claridad.
Además, hay ciertas dinámicas reiteradas que ocurren en estos movimientos que
sugieren lo siguiente:
• Todos tenemos un lugar, tal cual somos, dentro de nuestras familias históricas y en el
mundo.
• Si alguien es excluido, generaciones en el futuro pagan un precio por esa exclusión.
• Estos movimientos tienen un sentido de orden.
• Nos relacionamos con la vida y con nuestros cuerpos en la forma en que nos
relacionamos con nuestras madres, que representan la vida.
Más allá del individuo y la familia, esta sanación del alma es posible también entre las
culturas y naciones que han estado atrapadas por generaciones -quizás eones- por la
guerra. Y esa reconciliación puede ocurrir sollo cuando nosotros como individuos,
grupos o naciones comenzamos a enfrentar la manera en que nuestros intentos por eludir
las consecuencias de nuestras acciones nos condena a infinitas repeticiones de la
violencia y a un sentimiento de impotencia. Creo que uno de los más importantes
pensamientos de Hellinger es ¨La inocencia no puede crecer.” (Peace Begins in the
Soul 2003, p.15 - La Paz Comienza en el Alma) Más aún, dice, “(la paz) demanda de
nosotros que dejemos atrás el ideal de inocencia. La inocencia no estimula ni sirve de
apoyo, y prefiere el sufrimiento a la acción: prefiere permanecer infantil a crecer”. (p.
9)
La más reciente obra de St. Just, en particular, aporta aún otra dimensión al creciente
conocimiento acerca de como éstos patrones no reconocidos e irresueltos de violencia
continúan amenazando nuestro futuro colectivo en los Estados Unidos y en todo el
mundo. En una comunicación personal, ella también propone que aunque “el trauma es
inherente a través del universo fractal a nuestro ADN, tejidos corporales y sistemas
nerviosos, y parece integrar los patrones de la fuerza vital universal”, esos patrones
fractales también “incluyen el amor.”
La emocionante obra Notes from the Indigenous Field (Notas desde el Territorio
Indígena) de Francesca Mason Boring, ofrece una valiosa perspectiva de las
constelaciones familiares desde un punto de vista influenciado por las tradiciones de
los pueblos indígenas. Además, bajo la influencia de Hellinger, Lisa Iverson ha escrito
Ancestral Blueprints (Diseños Ancestrales) donde también propone movimientos de
resolución hacia la reconciliación y hacia las trágicas consecuencias de no encontrar un
camino sanador para reconocer la historia de América.
El hecho es complejo porque además de esto, las acciones de esos mismos colonos de
Jamestown, pioneros Mormones y soldados de las guerras revolucionaria y civil,
contribuyeron a mi existencia misma. La observación y participación en constelaciones
enfocadas en estos temas me han ayudado a comenzar a reconocer esta complejidad al
ritmo que mi alma pudo elegir estar consciente de mi responsabilidad en forma madura.
Las constelaciones, por lo tanto, me brindaron el modo más efectivo y significativo
para atravesar e ir más allá de lo que en psicología se llama “realidad dividida” en
“bueno” o “malo” sin ser recargada con una culpa improductiva consciente o
inconsciente.
Y dado que uno sólo puede imaginar acerca de los conflictos a causa de su propia
historia, los primeros trabajos de Hellinger se enfocaron en la pregunta sobre qué
permite a la conciencia consentir con las aparentemente ciegas fuerzas que nos alinean
en uno u otro lado de esta realidad dividida. Sus ideas sobre la conciencia, y la teoría
que él desarrolló, tienen implicancias de largo alcance y se describen en muchos de sus
escritos, incluyendo Rising in Love (Creciendo en el Amor).
Su visión de que las interacciones humanas tienen un orden subyacente está en el centro
de ambas, la dificultad y la reconciliación. La facilitadora sistémica británica Vivian
Broughton describe las observaciones de Hellinger sobre este orden implícito dentro de
las relaciones humanas en su libro, In the Presence of Many (En Presencia de Muchos,
2010) según sigue: “El orden puede ser entendido como patrones reconocibles, del
tipo que vemos en la naturaleza, en las estaciones; un orden que impregna toda vida,
que está más allá de la intervención humana. Los patrones a los que nos referimos
son en cierto sentido obvios, y aún así vivimos como si no fueran importantes,
podríamos decir, en un ilusorio estado de ignorancia.” (p. 41)
Yo entiendo esto. Aunque se ha tornado un alivio ahora, ha sido difícil para mí aprender
a hacerme a un lado y finalmente permitir que una fuerza mucho mas sabia que yo
impulse las resoluciones. Y a causa de este desapendizaje y reaprendizaje, hay varios
talentosos facilitadores en la ciudad de Nueva York que no están licenciados como
psicoterapeutas. Hasta donde se, fui la primera en este Estado certificada por Hellinger
Sciencia. Esto está yuxtapuesto con el hecho de que actualmente hay más de 2000
personas oficial y no oficialmente entrenadas para facilitar su trabajo en Rusia, y que
casi se ha convertido en parte de la enseñanza en varios países, incluyendo partes de
Argentina y Mexico.
LA COPA DE LA VIDA
“Reunimos a toda la gente que fue parte de nosotros y aún lo es, y la llevamos con nosotros al futuro. Quizás
es precisamente al revés. Los dejamos que nos guíen. Los seguimos, así ellos pueden llevarnos junto a ellos a
ese futuro, así ellos pueden llevarnos exitosamente. Purificados, como una bendición para muchos, los
dejamos llevarnos a la vida plena, en este movimiento de reunión y renovada identidad”.
-Bert Hellinger, Topics of Business Consultancy (Temas de Consultoría de Negocios).
Día a día, a la medida en que crecientemente les permito “llevarme hacia la vida
plena”, me encariño más con mis padres y con mis ancestros. Y Suzi confirmó con tanta
belleza este cambio cuando me dijo recientemente, “Puedo escuchar en tu voz la
cadencia distintiva y el ritmo del amor cuando hablas de ellos. Parece incluir a todos, y
es para todos.” No obstante, si no hubiera sido por la generosidad de las personas que
participaron en campos como representantes y me permitieron comenzar a sentir las
particulares realidades de muchos de quienes me antecedieron, hubiesen sido
demasiados los obstáculos como para que yo pudiese alguna vez comprenderlos o
amarlos.
Yo, por supuesto, no sabía por qué era tan severa para juzgar a mis ancestros. Cuando
pensé alguna vez en ello, atribuí culposamente mi actitud de superioridad hacia ellos a
lo que mi madre implicaba en forma consistente: yo era una consentida y
desagradecida. Y esta fue, de hecho, una verdad, aunque también un triste componente
de otra verdad mucho más compleja. Debido a su desesperada necesidad de ser
querida, mi madre se permitió asumir el rol de inferioridad de sus hijos y de su esposo,
y esto fue influyente también. Y, dado que la pena que ocasionaba a mis padres era
abrumadora, mis abuelos maternos y mi abuelo paterno y sus ascendientes eran muy
rara vez -si alguna- mencionados, y eso facilitó el ignorarlos. Yo aprendería que el
excluir a sus ascendientes de la conciencia, formaba parte de una ciega lealtad hacia
mis padres, expresando un ¨Mami, Papi, yo me comportaré como ustedes”.
Todavía yo estaba tratando de escalar a una clase económica y social más alta para
establecer una sensación de mayor seguridad y valoración. Con la excepción de la
generación de mis padres, todas las precedentes fueron de “granjeros” hasta donde yo
supe o me importó. La pobreza determinó que ninguno pudiera acceder a ser educado
más allá de séptimo o noveno grado, y esto en los casos en que pudieron ir a la escuela.
Debido a que tenían que trabajar para contribuir a la supervivencia de sus familias, uno
de los hermanos de mi padre y otro de mi madre, ambos tíos muy cariñosos para
conmigo, no sabían leer ni escribir. Y como buena niña ambiciosa que era, me distancié
de lo que inconscientemente temía podía determinar mi destino y capacidad de
sobrevivir.
Todo este rechazo fue exacerbado por el hecho de que yo fui una niña y luego una mujer
completamente confundida acerca de mi atractivo y del impacto que la desfiguración
física tendría en mi futuro. Y si trataba de esforzarme en ocultar el secreto de no amar a
mi familia, no había forma de esconder mi problema de apariencia. Incapaz de expresar
nada de esto ni siquiera a mí misma, tenía una innegable urgencia -común en quienes se
sienten excluidos- de asegurarme de pertenecer al grupo de mis amigas populares y
exitosas, por más tenue que esa pertenencia pareciera.
Eclipsando todo esto había un doble vínculo: yo estaba desesperada por evitar caer en
el destino de mi madre, y aún obligada por un amor ciego a actuar como ella lo había
hecho. Yo sentía con certeza, aunque no podía expresarla en palabras, la sensación de
que no se me permitía conocer algo que era obscuro, mortal y demasiado triste aún para
imaginarlo en ambas ramas de mi familia.
Como sugerí previamente, una de las virtudes de las constelaciones familiares es que
uno puede lograr un beneficio profundo sin conocimiento alguno de su familia y aún de
sus propios padres biológicos. No obstante, tras dos años de estudio, desarrollé un
interés acerca de aprender todo lo que pudiera sobre la historia de mi familia, y
comprobé que afortunadamente los registros aún existían, hasta cientos de años atrás. Y
lo que descubrí me ayudó a apreciar aún a algunos de los “malos” entre mis ancestros,
como George Edwards y Bert Chaney. También me ayudó a llegar a admirar a personas
como Joseph Watkins, a quien podría haber descartado como “sólo otro granjero más”
antes de estudiar su diario y trabajar con un representante suyo en una constelación.
Aún más, realizando esta investigación llegué a comprender que, tengamos acceso a los
registros o no, cada familia cuenta con muchos equivalentes a la valentía de personas
como Hannah, y a lo nefasto de personas como George o Bert. Y, como muchos han
descubierto investigando su familia, a menudo debemos agradecimiento a los
Mormones por preservar la información.
Los miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se interesan
en mantener registros de todos. Y podemos discutir la razón, pero aún así hay que
apreciar el hecho. Según lo entiendo, cualquiera que ellos ubican en registros públicos
puede ser “extraído” para ser “ordenado” como Mormón. Alguien en la iglesia los
representa así ellos pueden ir al “más allá”. Esa persona puede luego tomar la decisión
en el más allá sobre si acepta su ordenación como Mormón. Y tuve la buena fortuna de
que por sobre su mantenimiento normal de registros, los Mormones tienden a tener
archivos aún más detallados de la gente Mormona.
Mi madre nació dentro de la Iglesia Mormona, aunque no fue criada en ella. El padre de
mi madre, Bert, se convirtió al Mormonismo posiblemente porque los ascendientes de
su esposa -tanto maternos como paternos- no sólo habían sido Mormones sino pioneros
de esta iglesia en el país. El casamiento de sus abuelos en 1843 fue a sugerencia
personal de Joseph Smith, el fundador de la Iglesia Mormona. Además Brigham Young,
quien fuera en su momento Presidente de la Iglesia, les pidió personalmente que
permanecieran en Ohio para ayudar a otras familias inmigrantes en la década de 1850.
Uno de los hermanos menores de mi madre era un alto prelado en la iglesia y, una vez
más, afortunadamente para mí, un genealogista.
Como referí, llegué finalmente a una cierta comprensión de la fortaleza y los sacrificios
realizados por Hannah y su esposo Christian. Cuando Hannah se convirtió al
Mormonismo en 1866, ellos fueron obligados a vender su propiedad antes de que nadie
lo supiera. Y con el objeto de traer con ellos a Estados Unidos a seis familias más
pobres que también se habían convertido, viajaron en tercera clase en un barco que se
incendió tres veces y en el cual la hambruna era desenfrenada. Su hijo Christian de
cinco años falleció en el viaje y fue sepultado en el mar. Los registros familiares
indican que esto fue algo que su hija, mi bisabuela “Tear”, nunca olvidó.
La historia que descubrí pocos años atrás acerca de mi bisabuela materna, Mary, es uno
de los relatos personales que ha tenido el más profundo impacto en mí. En una
desvanecida foto tomada en Alpine, Utah, probablemente a fin de la década de 1890, su
rostro aparentemente insensible es agobiante y al principio yo no quería mirarla. Sin
embargo, a medida en que paulatinamente pude observar sus ojos, vi en ellos una
combinación de insondable dolor y fuerza.
Debido a la pobre calidad de la impresión fotográfica, uno sólo puede tener una vaga
sensación de las cicatrices por las quemaduras en su frente, donde perdió su cabello.
Cuando era una sirviente, Mary se convirtió a la religión Mormona en Inglaterra en
1840. Dejando a su familia para emprender un viaje en barco a América, como Hannah
pocos años más tarde, ella se esperanzaba en encontrar una vida mejor en “Sión” y
poder practicar su credo sin las persecuciones que estaban teniendo lugar en Europa. Su
ciudad natal, Dudley en Inglaterra, fue reportada en 1852 al Consejo General de Salud
por haber sido “el lugar más insalubre del país”, y la vida como sirviente o en las
fábricas o los molinos desde los 12 años de edad no podían haber sido algo a lo que
aspirar. Maltratada por la familia con la cual viajó a América -también Mormones
conversos-, en su primer invierno ella tuvo que caminar descalza en la nieve y dormir
sobre la tapa de un baúl sólo con su abrigo para cubrirse. A veces no la alimentaban, y
ella se veía forzada a robar leche cuando ordeñaba sus vacas para poder sobrevivir.
Viudo, Robert tenía un hijo de su esposa anterior y otros siete con Mary. Y aunque la
poligamia era recomendada por sus líderes, parece que Mary fue la única esposa de
Robert. Sus hijas Sarah Ann y Rhoda, sin embargo, desposaron al mismo hombre al
mismo tiempo. Robert falleció en 1869. Mary vivió hasta la edad de 82 años y murió en
1900 en Alpine, Utah, un pueblo que ella y Robert contribuyeron a desarrollar. Su hijo
Joseph es mi bisabuelo por parte de madre.
Joseph Watkins
Las escuelas no fueron establecidas en Alpine hasta que Joseph tuvo veinte años. El
aprendió por su cuenta a leer y escribir, y llevaba un diario. Tuve la fortuna de obtener
una copia. El diario abarca desde 1878 hasta 1888, el año en que murió a causa de una
neumonía a la edad de 34 años. Aunque había algunas contiendas en la comunidad, las
notas en general parecen un testimonio de algo escrito en The Gathering (La Reunión)
en 1996 acerca de estos primeros pioneros:
“Ellos aprendieron a dar sin restricciones y a compartir las cargas unos con otros en el horno de la aflicción.”
Si bien las primeras anotaciones eran breves y fácticas, encontré que leyendo el diario
completo otra vez cuidadosamente, podía comenzar a tener una visión más clara de las
vidas de Joseph y su esposa Tear, y de su comunidad.
El 19 de diciembre de 1886:
Buen tiempo, claro. Todos fuimos a la asamblea…. David Adams me pidió disculpas por insultarme 3 o 4 semanas
atrás en una reunión y pidió a la sala que lo perdone, también fue disculpado por todos. Cenamos en lo de Beck y le di
a H Moyle 25 centavos en efectivo para enviar a Vance.
El 7 de febrero de 1888:
Buen tiempo. Fuí al fuerte, llevé 74 lbs de avena a la tienda, pagué 75 cts que debía ahí, fuí amenazado por J. Moyle
.15 aceite .10 apareció una bolsa de avena y salvia, hicimos tareas de la casa. Nuestro Jim vino al atardecer y dijo que
Lewis acababa de morir, bajé con él estuvimos una hora y tratamos de consolar a Christina y ayudarla con sus
quehaceres. Br Walton y Jody Bateman recién terminaban de acostarlo. Vet y el hermano y la hermana Beck estaban
allí. El había estado enfermo desde la mañana pero no mal, estuvo mal solo 2 o 3 minutos y falleció muy rápido sin
nadie allí más que su esposa.
Había muchas reuniones de la iglesia, misioneros que predicaban y bailes cada semana.
La gente era convocada a la comunidad por faltas como calumniar, blasfemar, adulterio,
borrachera, juego de cartas, apuestas y otras peores. La mayor parte usualmente eran
perdonadas por el grupo. Y por sus registros supe que las primeras palabras
pronunciadas por la abuela materna Mary fueron “linda Vicki”, el nombre por el que la
llamaban en esa época. Joseph Watkins falleció repentinamente de neumonía cuando
ella tenía 4 años.
Tan importante como poder acceder a esos momentos personales, su diario me ayudó a
dimensionar mejor, en relación a mi bisabuelo,y también a apreciar paulatinamente la
forma en que sus vidas fueron en algunos aspectos, mejores que la mía: la solidaridad
vecinal, los lazos muy cercanos con la familia y la comunidad, el evidente placer y
orgullo por sus hijos y el sentido de contribuir algo importante a esos niños y a la
religión que amaban. Hice una lista de algunas de las cosas que Joseph sabía hacer, que
incluye criar el ganado, cuidar cultivos de arvejas, zanahorias, cebollas, remolachas,
rábanos, melones, calabazas, repollos y trigo. Joseph también ayudaba a sus vecinos a
trabajar sus granjas, construir sus casas, y participaba en la política y disputas de la
comunidad. Tear compartía con él muchas de estas cosas además de hacer mantas,
ropas, manteca y jabón.
Según su diario, Joseph en ocasiones levantó cierto revuelo, fue multado y llevado ante
el Consejo varias veces por denostarlo o criticarlo, pero también hablaba en las
asambleas y enseñaba en la escuela dominical. Y como su padre Robert, a veces
llevaba el correo a caballo de un pueblo a otro. Tenía muchas formas de
entretenimiento, incluyendo frecuentes cenas con familiares y amigos, bailes, cánticos,
carreras de caballos, torneos de tiro y las habladurías con los muchachos. Me
conmovió particularmente una parte donde describe estar aguardando para poder leer,
el que aparentemente era uno de los pocos libros que tenía la comunidad. Su amigo
John había leído 100 páginas, y él estaba emocionado porque luego era su turno para
leer The History of Jesse James (La Historia de Jesse James).
Y había una cantidad de notas sobre miembros de la iglesia de paso por Alpine con
noticias de la continua persecución a los Mormones por el gobierno de los Estados
Unidos. Esto incluyó la única orden de exterminio jamás librada contra un grupo por el
gobernador de Missouri pocos años antes.
George Edwards
Me atemorizaban las fotos de este bisabuelo por parte del padre de mi madre. Parece
tan patriarcal como Moisés, y basada en unas pocas historias familiares, yo asumí que
él había sido muy cruel con mi abuela, Betha. Por consiguiente, la constelación acerca
de su relación vendría a resultar en otra sorpresa.
George tuvo tres esposas y 17 hijos. Con su mano descansando justamente sobre su
Biblia, tenía una mirada acerada y era muy apuesto, pero se veía como si fácilmente
pudiera desencadenar la terrible ira de Dios sobre uno en un instante. Descrito por su
nieta Maddie, como “un austero y retraído predicador Bautista”, ella dijo que tomaba
su licor ilegal todos los domingos por la noche. Con resaca los lunes, golpeaba a sus
muchachos para asegurarse que trabajaran duro para él en su granja toda la semana. Y
aunque Maddie dijo que su conducta era normal en aquellos días, dado lo que yo
pensaba era la fragilidad de mi abuela Betha, era sencillo catalogarlo como un sucio
bastardo.
Hasta una constelación en particular, yo fui poco conmovida por las historias de sus
actos de gentileza hacia sus granjeros arrendatarios y vecinos, siendo él un diácono en
la Iglesia Bautista local -construida sobre terrenos cedidos por sus padres- o el hecho
de que Maddie dijera también que él era justo y generoso. Ni siquiera el conocimiento
de lo mucho que contribuyó para la construcción de Campbell, Missouri, hizo
diferencia alguna para mí. Sin embargo, debo admitir que me sensibilizó un poco un
artículo en el periódico local de Missouri en 1928 donde cuenta que vio el primer
barco de vapor en 1856 o que fue un viejo soldado “rebelde” confederado que “nunca
fue azotado, capturado o dado de baja” y que “llegó a casa justo antes de que se hiciera
la paz en 1865.” Y de hecho no es poca cosa que él fue el responsable de financiar la
mudanza de mi abuela y sus niños a California durante la Depresión.
George Edwards/
Aproximadamente 1850 Genograma
Palabras clave
Line : línea (linaje)
Inmigrated:inmigrantes
Married: casados
Three sons: tres hijos
One of whom has a daughter and son: uno de los cuales tuvo una hija y un hijo Nota: los datos debajo de las primeras líneas indican los primeros ancestros conocidos. La segunda parte corresponde a la
inmigración (conocida) hacia Estados Unidos.
LAS CORRIENTES PROFUNDAS
El Curso de Aprendizaje Guiado de Suzi probó ser a la vez transformador y por
momentos muy duro para mí. Por una parte, recibí aquello que ignoraba y siempre había
estado buscando. Por la otra parte, también comencé a comprender que, como ser
humano y como psicoterapeuta, necesitaba cuestionar lo que pensaba que sabía. Y
pronto quedó claro que lo que se requería era un retorno a lo que los budistas llaman el
estado de no-conocimiento, para así poder ser sensible a lo que realmente crea más
felicidad y movimiento en la vida.
Comprender que una fuerza superior diferente a mi mente determina el crecimiento del
alma, fue rechazado por la parte de mí que pensaba que sobrevivía por el conocimiento.
Penoso también fue lo vergonzoso que resultó para mi identidad no saber en lo
inmediato cómo hacer este nuevo trabajo con otros. Además, después de 30 años de
práctica budista y 13 años estudiando el trabajo de contemplación de Almaas, la
desbordante energía imperante en ocasiones en el Grupo de Aprendizaje Guiado se
sentía demasiado exaltada, en particular para mi parte más seria y controlada.
Uno puede darse cuenta de que el alma parece amar los cambios de nivel y prefiere ir
en espiral hacia una mayor claridad en lugar de seguir un trayecto lineal. Algunas
constelaciones, en consecuencia, representan un paso hacia atrás y luego otro hacia
adelante en pos de otro nivel de resolución. Además, contrariamente al procesamiento
verbal que ocurre en muchos grupos orientados a la sanación, Hellinger ha sugerido,
“Deja que tu alma se ocupe de los ejercicios guardando una experiencia en el espacio
interior atemporal”. Al principio incómodo para alguien tan habituado al procesamiento
intensivo como era yo, luego se sintió absolutamente bien porque estaba claro que algo
se estaba moviendo en el nivel del silencio, en lugar del más conocido nivel del
pensamiento.
Suzi me alentó, por ejemplo, a recordar esto después de una constelación enfocada en
mi madre, diciendo, “Escucha el mensaje de tu madre con oídos inocentes, aunque sea
dicho con la voz más tenue, y déjalo empezar a reemplazar tu antiguo mantra. Este
mensaje entrañable puede llenarte y luego tu corazón sabrá cómo actuar. Esta imagen de
la mujer que sostiene a la pequeña Jan brinda un amor no sólo desde sí, sino a través de
su ser, ilimitado y sin dudas ni temores” (comunicación personal, 2009). Es por estas
razones que hago pocos comentarios al final de las constelaciones que siguen.
Constelaciones
***
La segunda constelación fue facilitada por Sophie Kramer que ubicó a mi abuelo
paterno James y a cinco miembros no identificados de su linaje en el campo. También
se ubicó a una persona representando al hombre que le disparó a James en 1916 en un
tiroteo, y una representante de su esposa Betha, y se solicitó a todos que sigan sus
movimientos en el campo. James y Betha caminaron lentamente el uno hacia el otro.
Mientras ellos permanecían mirándose triste pero también dulcemente, yo inicialmente
rechacé lo que estaba viendo: no conocía las circunstancias que rodearon su muerte en
ese punto, y además mi abuela siempre me había parecido muy lejana al contacto
humano íntimo. Tras unos momentos, James se volvió y caminó despacio hacia el
hombre que le disparó, y quedaron de pie frente a frente por algún tiempo. Luego ambos
se tendieron lentamente sobre el suelo uno al lado del otro, y cerraron sus ojos
pacíficamente.
***
Amé y compartí mucho con Liz. Sin embargo, luché con un conocimiento de que no
importa cuánto ambas quisiéramos resolver nuestros problemas, éstos no tenían
solución. Y enfrentando la decisión más difícil de mi vida, Suzi dispuso una
representante de Liz.
Liz apareció inesperadamente joven y frágil cuando Suzi ubicó un representante para mí
frente a ella. Fue evidente de inmediato que yo estaba requiriendo de ella algo que no
podía dar. Más importante aún, como mi madre, estaba claro que quería algo de lo que
“tenía en frente” que en realidad sólo podían darme quienes estaban por detrás de mí. Y
aunque por años me manejé para lograr validar la normalidad de mis necesidades en
terapia, cuando ingresé en la constelación para reemplazar a mi representante, pude
sentir de la cabeza a los pies la intensidad de la energía de mi necesidad de Liz.
Yo comprendería más tarde que esto no era sólo por el vacío que dejó en mi interior el
rechazo a mi familia, sino también por la forma en que el amor estaba distorsionado por
lo mucho que yo acarreaba conmigo del dolor de mi madre. Y aunque confrontar estas
verdades sería muy doloroso y tuvo consecuencias difíciles, también probó ser un
movimiento inevitable para acceder a mi propio lugar de pertenencia tanto con aquellos
que me precedieron, como quienes me sucedieron y en el mundo.
***
Y como me vio luchando para continuar confrontando con él, Suzi aumentó la presión
de la mano que en actitud de apoyo mantenía en mi espalda, y me instó a que continuara
mirándolo. Bert, dijo entonces, “Yo también he sufrido!” Y yo pensé, “Como te atreves
a comparar tu sufrimiento con el que causaste a tu esposa, 13 niños y a muchos de
nosotros desde entonces!”. No obstante, con la mano firme de Suzi en mi espalda, muy
reticentemente continué sosteniendo su mirada con enfado.
Entonces ocurrió una de las cosas más extraordinarias que me han pasado. Mientras
miraba sus ojos una emoción más rápida que la velocidad de la luz y casi imperceptible
incluso para mí, destelló a través mío: fue el repentino y fugaz recuerdo de que su
madre falleció de gangrena cuando él tenía 2 años.
En un nivel que nunca comprenderé del todo, él vio ese destello de reconocimiento de
su dolor. Y sin pensamiento consciente alguno, caímos uno en brazos del otro
sollozando. Al hacerlo, la puerta de la sanación comenzó a abrirse para él, para mí,
para mi madre y varias generaciones más.
Suzi entonces pidió a todos en la constelación que buscaran sus lugares en una línea
detrás de mí, mientras me ubicaba al frente mirando hacia el futuro. Un momento más
tarde, me preguntó si sabía quién se había alineado inmediatamente detrás de mí para
respaldarme. Sin mirar, yo dije, “Mi abuelo” y ella confirmó, “Sí, tu abuelo.”
Aunque yo aún sentía cierto recelo sobre su presencia detrás de mí, también había una
extraña calma y sensación de pertinencia al respecto. Más tarde yo comenzaría a pensar
acerca de los 700.000 convictos y muchos más no enjuiciados delincuentes sexuales en
este país, el único grupo al que la sociedad considera aceptable -e incluso requiere-
despreciar. Y cuando pensaba en los millones de personas en sus familias, y las
familias de sus víctimas atrapadas en esta red de estigma y desprecio, sentí una enorme
gratitud. Los muchos dones que mi familia me brindó me estaban permitiendo estar en
posición de comprobar cómo tanto dolor puede ser resuelto, y que aún los más
marginados entre nosotros pueden ser precavidamente incluidos para bien de todos.
***
En esta constelación facilitada por Annie Block Pearl, quería explorar la relación de mi
madre con su padre, Bert. Semiconsciente en su lecho de muerte en 2002, se mencionó
que mi madre sonrió cuando supo a través de uno de sus hermanos que se rumoreaba
que su padre había sido muerto por la policía en 1950, poco después de su liberación
de San Quintín. Hasta entonces, ella creía que él había fallecido a causa de miocarditis.
Sin conocer la historia, Annie dispuso representantes para mi madre, su madre que
falleció cuando ella tenía 11 años, y Bert.
Mis abuelos permanecieron de pie uno al lado del otro a unos 30 centímetros de
distancia y de frente a mi madre, que miraba hacia ellos alejada unos tres metros. Muy
despacio, ella comenzó a caminar tímidamente hacia ellos, deteniéndose
aproximadamente a un metro. Había una triste y pesada energía en el triángulo, pero era
muy claro que eran parte de un mismo núcleo. Como Suzi diría más tarde, Bert renunció
a sus derechos pero no a su lugar. Y fue la primera vez que vislumbré que había algo
más profundo que el desprecio que mi madre sentía hacia su padre: ella quería estar
con sus dos padres.
***
Nuevamente trabajando con Annie Block, quise mirar la relación entre Bert y su madre
Laura, que falleció cuando él tenía 2 años de edad, aunque no le mencioné su muerte a
Annie. Ella ubicó representantes para Laura y Bert en el campo. Laura inmediatamente
se acostó en el suelo de espaldas, con su mirada fija en el techo. Mostrándose muy
joven en su afecto, Bert fue rápidamente de rodillas al lado de su madre, rogando
silenciosamente que ella lo mirara. Era evidente que ella no podía resistir ver su dolor
o sentir su pérdida, y una trágica sensación de impotencia llenó la sala. Dándome una
noción de lo que esto pudo haber sido para él, la constelación terminó en lugar de
moverse hacia una resolución. Aunque sin condonar jamás sus acciones, esta
constelación fue otro paso en el deterioro del monumento a mi ira y a la exclusión de mi
abuelo, no sólo de nuestra familia sino también de la humanidad. Y como comprendí
más tarde que en algún nivel uno se convierte en aquello que excluye, esta fue una
constelación muy importante para mí.
***
***
Mi primera imponente, demoledora sensación de lo que son las madres, ocurrió durante
el Entrenamiento Intensivo de Hellinger en Louisville, Kentucky en 2008. Trabajando
en dúos, una persona representaba a uno de los presentes y la otra a su madre. Hellinger
pidió que la madre estuviera al unísono con su grandeza como tal. Luego pidió que los
hijos se pararan frente a sus madres y dijo, “Miren hacia ella más allá de sus imágenes
de ella, y entendiendo la profundidad y grandeza de sus madres, sigan sus
movimientos.”
Cuando me paré en mi lugar como hija, me sentí paralizada. Como un venado ante las
luces, no era capaz de ver más allá de la imagen de la devoradora necesidad de mi
madre de mí. Sin embargo, al continuar mirándola comencé por primera vez a tener un
breve destello de algo sorprendente: empecé a ver su fuerza y su dignidad. Y aunque no
podía aún arriesgarme a mirar sus ojos, a medida que me permitía estar más consciente
de su presencia, se hacía innegable que ella nunca había dejado de amarme, a pesar de
las intensas tragedias de su vida, incluyendo mi rechazo.
***
Todavía insegura sobre si ella estaba recibiendo algo esencial de ellos o si me ahogaría
con sus necesidades, tentativamente me permití ser abrazada por ella. Sin embargo,
necesitada de asegurarme que esto era seguro, le dije, “Tu eres la madre y yo soy la
hija, es así?”. Ella contestó con calma, “Sí.” Aún vacilante le volví a preguntar y ella
respondió, “Sí.” nuevamente. Y esta vez me permití recibir su amor más de lo que
nunca recuerdo haber admitido.
***
Pocos días después Suzi me envió un correo electrónico con la foto de una hermosa flor
dorada rodeada de salvia, recordándome cuán bella puede ser una flor del desierto.
***
A pesar de haber sido informada de que habría un traductor y luego que no, decidí
asistir al Entrenamiento Intensivo con Hellinger en Barcelona en Septiembre de 2009.
Aunque yo no hablo ni español ni alemán, los idiomas en que se desarrolló el taller de
9 días, fue durante ese entrenamiento que tuve la tercera visión más allá de mi terror de
las demandas de mi madre, de hecho mucho más allá de esa imagen interior.
Una mujer sentada cerca de mí explicó que Hellinger había pedido que cada uno de
nosotros ubicara dos representantes frente a nosotros, e imagináramos una línea
invisible aproximadamente a medio camino entre ellos y nosotros. Una vez que nos
desplazamos para hacerlo así, se nos invitó a cruzar esa línea y adelantarnos en
dirección al representante hacia quien fuéramos más atraídos.
Más tarde, en una comunicación personal acerca de esa experiencia, Suzi expresó
bellamente la vivencia de Barcelona cuando escribió, “El amor brindado por la madre
fluye no desde ella, sino a través de ella.”
***
Estudiando con Hellinger en Austria, hizo que todos nos moviéramos para formar
pequeños grupos donde cada uno pudo hacer este ejercicio. La persona que hacía el
trabajo elegía representantes para cada uno de sus dos linajes. A estos dos
representantes se les solicitaba que se pararan uno al lado del otro detrás de la persona
y mirando su espalda. Una línea era trazada en el suelo aproximadamente a un metro y
medio por delante de la persona, y moverse hacia el frente sobre esta línea significaba
ir desde el pasado hacia el futuro. Cuando la persona estaba lista, se le solicitaba
atravesar la línea y volverse para decirle a los representantes de sus dos linajes que
entonces estaban del lado del “pasado¨ de la línea, “Y ahora los dejo con paz.”
Cuando fue mi turno, yo estaba dubitativa porque sentía que no había terminado de
trabajar con la distorsión en los sentimientos hacia mi familia, pero a pesar de esa
vacilación dispuse la constelación. Para gran sorpresa de mi parte, cuando finalmente
caminé para atravesar la línea hacia el futuro y dije, “Y ahora los dejo con paz”, sentí
la paz descender sobre mis linajes y sobre mí. Esa paz nunca me abandonó y todo el
trabajo ulterior que haría con mi familia estaría en adelante sutilmente influenciado por
la experiencia de esta nueva posibilidad final.
***
De regreso a las clases con Suzi en Nueva York, quise continuar observando la relación
con mi padre. Ella me ubicó en el campo y eligió un colega miembro del grupo para
representar a mi padre. Por algún tiempo yo lo seguí enfadada y a la distancia, mientras
él parecía dar vueltas sin objeto en la niebla. Diagnóstico de mi infancia, mi padre no
me veía, y yo estaba enojada y fría, reflejándolo en gran parte. Suzi ubicó entonces
representantes para mi madre, sus padres, y varios de sus hermanos en la constelación.
Mi madre parecía muy joven e inmediatamente quiso ir hacia su padre. Su padre se
movió hacia ella, pero cuando comenzaba a abrazarla, él se detuvo y dijo, “No siento
que sea apropiado”. Suzi inmediatamente lo ubicó a un lado, y dispuso otro
representante masculino cerca de él. Ése representante respetaba que él tenía su lugar,
pero como un amenazante ángel guardián, mantenía sus brazos en alto evitando que su
padre pudiera acercarse desde la periferia.
Triste, mi madre dijo, “Yo ansiaba tanto sentarme en su falda”. Entonces ella notó que
su madre estaba tranquila detrás suyo. Mientras esto se revelaba, mi padre y yo,
parados uno próximo al otro, observábamos a la distancia. Sin mirarme, mi padre
tendió sus brazos hacia mí, atrayéndome hacia sí. Yo me moví inmediatamente hacia él,
apoyé mi cabeza en su pecho y finalmente me relajé sobre la suavidad de su suéter.
Luego, desde el abrazo levanté la vista hacia mi madre que aún parecía confusa acerca
de su deseo de ir con su padre. Apuntando a mi padre, le dije a mi madre, “Mami, este
es tu esposo”. Luego retrocedí unos pasos, y ella lentamente comenzó a reconocerlo
como su marido, se movieron uno hacia el otro y se abrazaron.
Sería algo de gran significación para mí cuando unas semanas después de esta
constelación el representante de mi padre me dijo que se había sentido muy honrado al
desempeñar ese rol. Y fue también muy significativo que trajera a mi memoria a mis
padres finalmente juntos, de la manera en que de hecho estuvieron más frecuentemente
los últimos 20 años de su matrimonio.
***
Me di cuenta que estaba entonces preparada para explorar mi modo de pensar acerca de
mis abuelas. Mi abuela materna Mary murió 10 años antes de que yo naciera, y la
paterna, Betha, vivió hasta los 96 y residió en el mismo pueblo que yo, hasta que me fui
a los 18. Facilitada por Cristina Casanova, ella ubicó representantes para ambas
abuelas en el círculo. Hasta esta constelación, cuando rara vez pensaba en alguna de
ellas, todavía tendía a reducir a mis abuelas a haber tenido una pequeña significación
en mi vida. Ignorando que había sido demasiado confuso y doloroso mirar directamente
hacia ellas, ahora comenzaba a estar consciente de sentir la terrible pena acerca de sus
pérdidas. Y me di cuenta por primera vez que no podía separar la tristeza -o la
vergüenza- de ambas, de la mía propia: eran inseparables e inclusivas. Ambas
estuvieron rodeadas por el escándalo, y Mary falleció dejando 12 hijos; algunos de
ellos muy pequeños y se volvieron indigentes. Y como he contado, mi imagen de Betha
como casi catatónica balanceándose en su mecedora y leyendo la Biblia, era aún
bastante convincente.
Mi abuela Mary…
Suzi entró entonces cerca de Mary a co-facilitar, y dijo enfáticamente, “No se trata de
que Mary dejó 12 hijos. Es que ella tuvo 12 hijos. Es una imagen de abundancia, no de
pérdida.” Al oír eso, Mary se levantó despacio y empezó a emanar una fuerte y bella
vitalidad y sexualidad, que me recordó mucho a una foto suya a los 14 años. Y mientras
mi limitada imagen de Mary comenzaba a incluir la alegría y vivacidad que estaba
viendo, Suzi se volvió hacia mí nuevamente y dijo enérgicamente, “Jan, tú no tienes
derecho a su pena!”. Y como una bofetada con la vara de un maestro Zen, el impacto de
esa ahora evidente verdad desalojó algo intenso y extraño del trasfondo de mi corazón.
Yo había dado por sentada su completa absorción religiosa como una clase de insanía,
así que me sorprendió ver la presencia de una sabiduría trascendente que igualaba lo
que también había visto en los ojos de mi madre en Barcelona. Y dando unos pasos
hacia ella, Betha me abrazó y acarició tiernamente mi cabello. Aunque yo recordaba
que ella me peinaba cuando niña, nunca imaginé que me tuviera en consideración como
lo hacía. Ahora yo percibía su conciencia de mí, y su amor por mí, y sentí entonces que
podía abrirme a mi amor por ella.
Además, el hecho de que viviera hasta los 96 años adquirió un nuevo significado para
mí. Y aunque ella debe haber querido reunirse con su madre y todos aquellos que
perdió tan tempranamente, se quedó con nosotros. Yo podía ahora comenzar a
reconocer que el amor a su Dios podía ser al menos en parte una forma de reencuentro
con todos a quienes había perdido. Y desde entonces, cuando pienso en mis abuelas
siento dulzura y un nuevo respeto. Los antiguos sentimientos han sido reemplazados por
una felicidad y una energía que se transmite desde sus almas a la mía.
***
Suzi le propuso al grupo trabajar con relaciones íntimas, y me encontré diciendo, “No
estoy interesada”. Sin embargo, una parte de mí sabía que a pesar de haberlo dicho, esa
no era la verdad en el fondo. Pude oír la dureza en mi voz que reflejaba una resistencia
a lo que Bert Hellinger podría llamar “permitirse con gratitud ser llevado a más”. Yo
sabía que fragmentos de antiguo dolor aún ejercían una penosa influencia sobre mí. Suzi
me pidió que ingresara al campo para lo que sería una “constelación ciega.” Una mujer
fue ubicada en el campo como representante, pero ni ella ni yo sabíamos a quién o qué
representaba. Cuando se nos pidió seguir nuestros movimientos, mi cuerpo retrocedió
hacia el centro del círculo y comencé a sentirme lentamente atraída hacia su dirección.
En un punto, me volví hacia ella, miré a sus ojos y me sentí cálidamente recibida.
Mientras continuaba mirándola profundamente, nos tomamos de las manos y
comenzamos a balancearnos con suavidad acompasadamente.
En un lento baile, me di cuenta que me estaba dejando llevar por algo exquisitamente
sutil más allá de mi voluntad o la de ella. Estaba haciendo el tipo de contacto físico y
emocional con otra persona que a causa del dolor -y sombras de mi ciega lealtad al
sufrimiento de mi madre- no había experimentado por un tiempo demasiado largo. Y no
era importante en absoluto, ni estaba claro de qué género era la otra persona, o si el
amor que nos movía era romántico o sencillamente por la vida misma. Cuando me senté
estaba conmovida más allá de la emoción, y se me había recordado cálidamente que
hay una inteligencia superior guiando cada movimiento vital, si me tomo una pausa y le
permito a mi ser responder a ella.
***
***
Me sentí bastante satisfecha por algún tiempo, pero una serie de eventos
particularmente penosos me habían llevado a un ahora inusual lugar de conflicto. Al
comentarle a Suzi acerca de esto, ella me sugirió “no apoyarme en la debilidad en mi
sistema, sino en cambio en la perspectiva mayor”. Aceptando ese consejo, me volví
hacia mis ancestros y les pedí su ayuda para sentir con mayor claridad su bondad,
generosidad e inteligencia. Y cuando lo hice me sentí crecientemente reconfortada y
segura de apoyarme en ellos. Sin embargo, todavía percibiendo cierta desconfianza
residual acerca de recibir su ayuda, solicité al círculo de Aprendizaje Guiado realizar
una constelación para explorar lo que estaba sintiendo.
Cuando caminamos juntas hasta la primera mujer, sentí que había visto cierto recelo en
su mirada. No obstante, como pude aceptarlo sin retraerme, su desconfianza se tornó en
una cauta sonrisa compartida entre las dos. Cuando pasé a la siguiente mujer, hubo una
calidez sin reservas en el contacto, y algo en mí se relajó un poco más. Cuando me
volví al hombre a su lado, sin embargo, me miró con lo que parecía un intenso temor y
quizás hasta repugnancia. Atemorizante al principio, mi fortaleza fue aumentando y
sorpresivamente pude aceptar esa forma en la que él parecía sentir hacia mí.
Cierta objetividad y compasión surgió en mí mientras también cruzaba por mi mente la
idea de que sus sentimientos eran demasiado intensos para ser completamente sobre mí,
y me sentí más dispuesta para limitarme a contemplarlos y recibirlos. Mientras tanto,
apenas advertida por mí, había una tercera mujer que estaba de pie, en calma pero en
actitud protectora junto a un joven que se había deslizado despacio al suelo. Y cuando
me acerqué a ella, me sonrió alegremente y hubo un relajado afecto entre ambas.
Entonces me volví para hacer más contacto con el joven, y quedé asombrada. Aunque
evidentemente él estaba herido profundamente de algún modo, yo nunca había visto
semejante dulce amor fluir en ojos humanos. Eran como inspirados en alguna pintura
renacentista de un muchacho no enteramente de este mundo. Y mirando en esos ojos, mi
corazón sintió el deseo de honrar y proteger a este chico a toda costa.
Y aunque habría más trabajo de importancia, termino las constelaciones aquí. De todas
maneras, como esta es una travesía universal, y porque he notado que esto no siempre
es rastreado en constelaciones, me gustaría decir algo más acerca del “gesto extendido”
hacia ambos, la madre y el padre. Como describí antes, a medida que fui dando los
pasos de reencuentro, fue importante notar que yo -como la mayor parte de las personas
que he observado- hice una natural regresión a las edades muy tempranas en las que
inicialmente quedamos bloqueados en nuestros temores. Sin embargo, fue crucial que
cuando fui capaz de entregarme a su abrazo, yo fuera gentilmente animada a “acceder a
mi fortaleza”.
A causa de ese estímulo, yo pude acercarme lentamente a ellos como la mujer que soy
ahora, tanto como mi yo más joven, y recibir y apreciar más lo que ellos siempre
tuvieron para dar. Además, me di cuenta que por algún tiempo estar retenida era más
fácil para mí que ser capaz de mantenerme presente y mirar a sus ojos. A medida que
esa capacidad aumentó, pude ser más receptiva a la intensidad de la alegría, pena, ira,
confusión, amor y divinidad de la fuerza vital de cada uno de ellos. Y gracias a eso,
ahora he podido hacer contacto con otros con la misma más amplia y profunda
receptividad.
LA TERAPEUTA DIFÍCIL
“Si intentas ayudar a alguien utilizando constelaciones familiares, esto sólo podrá ocurrir si has logrado también la
armonía con tus padres, y, muy importante, si estás en armonía con los padres del cliente. Si no puedes tener a los
padres de tu cliente en tu corazón, con todo el honor y respeto que merecen, no podrás alcanzar el alma del cliente”.
(p. 94)
-Bert Hellinger, Peace Begins in the Soul (La Paz comienza en el Alma)
En los círculos clínicos, el cliente con el que uno se siente impotente, o el cliente que
no acepta graciosamente y coopera con la “sabiduría” de uno, es a veces llamado “un
paciente difícil”. Pues bien, es justo decir que en los años recientes algunos clientes
han sentido al comienzo que yo era una “terapeuta difícil”.
Grace
Una persona venerada dentro de su grupo religioso en el Medio Oeste, me fue referida
debido a una abrumadora ansiedad que la golpeaba durante sus plegarias, o cuando
estaba liderando sus grupos. De unos 65 años, cuando tenía apenas meses de edad fue
abandonada en los peldaños de una iglesia por su madre, que había caminado millas de
peligroso territorio para darle una forma de sobrevivir. Ubicada en un orfanato por
unos meses, fue evacuada de su país cuando éste quedó totalmente afectado por la
guerra. Y aunque era más artística por naturaleza que la intelectual familia americana
que la adoptó, de diferente raza y religión, desde luego ella hizo todo lo que pudo para
complacerlos. Sintió que para ajustarse a las expectativas y deseos que tenían para ella,
debía manejarse y manipularse a sí misma, así como borrar cualquier pensamiento
acerca de sus padres biológicos y su país de origen. Ella temía que esos temas podían
herir a sus padres adoptivos por una parte, y amenazar la que consideraba su endeble
posición en la familia, por otra.
No muchos años antes, yo habría dedicado una gran cantidad de tiempo “desarrollando
un vínculo de transferencia terapéutica” con Grace. Asumiendo entonces que yo era su
recurso primario, una parte significativa de esa tarea hubiera sido la sintonía empática
con sus sentimientos de abandono y soledad. Yo ahora sabía, por el contrario, que era
algo pequeño en términos del panorama amplio de su vida. Yo no había arriesgado mi
vida al darla a luz, no le había aportado mi fuerza vital, ni había vuelto a poner mi vida
en riesgo con la esperanza de garantizar su seguridad. Tampoco la había cuidado ni
educado. Yo simplemente de hecho estaba representando temporalmente a aquéllos
miembros de su familia que no podían estar allí físicamente.
No obstante, dado que los recursos de su propio cuerpo y la conexión tanto con su
familia biológica como con la adoptiva eran para ella comprensiblemente difíciles,
ambas fueron suavemente deslizadas para experimentar como posibilidades. Y en la
medida en que se abrió a éstos niveles de trabajo, como sugirió Suzi en la supervisión
del caso, Grace comenzó a “ser impulsada y cuidada por todas. No quién fuera bueno o
malo, padre biológico o adoptivo, sino respondiendo a la pregunta: “Qué elijo recibir
ahora?’”
Asistiendo a uno de los talleres de Suzi, tuvo lugar una constelación con representantes
para los padres adoptivos y biológicos de Grace y el orfanato donde estuvo algunos
meses antes de la evacuación de su país. Sorpresivamente, mientras había evidente
amor emanando hacia Grace de ambos, sus padres biológicos y adoptivos, el
representante del orfanato fue el más intensamente atento. Todo esto, desde luego, se
sentía opuesto a las dolorosas imágenes concretizadas esencialmente de soledad y
abandono. Y ella estaba visiblemente asombrada mientras lentamente comenzaba a
recibir lo que podía de ésta profundamente fortalecedora realidad paralela.
A medida que crecientemente fue experimentando a su madre como una fuente de amor,
me sentí inclinada a incorporar pisadas de felpa representando a su padre biológico.
Ella nunca se había permitido conscientemente imaginar siquiera a su padre natural, y al
principio una predecible sensación de rechazo y aún de conmoción, surgió de ella
cuando yo me paré sobre sus pisadas. Como su padre yo sentí una tranquila fuerza en
mí, y me encontré mirando a Grace con alivio y orgullo. Y aunque por un lado resultó
desconcertante para ella, a medida que tímidamente observó esto, empezó a abrirse a
varias nuevas realidades. Primero, como su madre, su padre era también una persona
real. Y segundo, el podía ser una inesperada fuente de amor y de fuerza.
Grace siempre tendrá una sensación de pérdida en alguna profundidad de su ser. Como
escribió Jeanette Winterson (11): “El sentimiento de que algo te falta nunca te
abandona, y no puede abandonarte, y no debería tampoco, porque algo te está
faltand”. Ese algo faltante es parte del panorama de la vida de Grace. Sin embargo, el
trabajo que ella experimentó es ahora también parte integrante de ese panorama.
Continúa creciendo en su interior, creando una nueva presencia, así como la ausencia. Y
es transformador para mí ver a esta mujer de tal sabiduría y amabilidad encontrar estas
inquebrantables nuevas fuentes de estabilidad y felicidad en su vida.
Gail
Debido a que ella había escuchado algo acerca del trabajo con constelaciones, después
de conversar brevemente le pedí que ubicara en el suelo pisadas de felpa representando
a su madre, dónde lo sintiera adecuado. Cuando lo hizo, noté que su cuerpo se contraía
y se alejaba de las pisadas. Animándola a seguir cualquier movimiento que se sintiera
inclinada a hacer, ella describió un sutil impulso en sus brazos de empujar a su madre
lejos. Diciendo que le gustaría empujar a su madre a un barco de Circle Line en el río
Hudson, empezó a hablar acerca de distintas maneras en que ella la había herido. Sus
palabras tenían, sin embargo, la característica de la repetición insatisfactoria. Se
sentían como si ella hubiese repetido esta historia una y otra vez a lo largo de los años,
recibiendo empatía por su dolor, pero sin hacer progreso alguno en resolverlo.
Tan suavemente como pude, orienté su atención a notar que ella continuaba haciendo el
gesto de alejar a su madre con los brazos mientras hablaba de ella. Aunque molesta por
verse interrumpida en su relato, ella hizo consciente el gesto, repitiéndolo aún con
mayor firmeza cuando le pregunté si se sentía dispuesta a intensificarlo. Luego le pedí
que buscara la distancia exacta a la cual le gustaría ubicar a su madre, y mientras
exploraba esto su cuerpo comenzó a relajarse. Desde el punto de vista de su sistema
nervioso primitivo, su madre estaba ahora a una distancia y cercanía óptimas: ahora
ella podía respirar mejor, literalmente. No obstante, como ocurre con frecuencia cuando
una persona finalmente logra comenzar a expresar lo que siente como peligrosos
instintos primitivos de ataque o fuga, el temor y la tristeza surgen como reacción. Ella
comenzó a entrar en un colapso familiar, diciendo, “Me siento muy mal, y muy sola”.
Aceptando mi sugerencia de percibir el suelo bajo sus pies y respirar con suavidad
hacia su esternón, lentamente salió del colapso. Se sintió más tranquila y parecía
suficientemente fuerte para comenzar a contener y liberar el natural pesar del que ahora
era consciente. Mi sensación de éste pesar fue que era nuevo, más que reciclado.
También era una capacidad inicial para tolerar el reconocimiento de lo que había
perdido. Explorando la anatomía de esta posición muy familiar, ella vio más claramente
que desde ese lugar de colapso no podía extenderse hacia su madre ni tampoco seguir
adelante de un modo agradable. En contacto con el pesar pero siendo guiada ahora para
volver a los recursos de su yo actual corporeizado, ella podía ver que los sentimientos
dolorosos podían pasar a través de ella más sencilla y naturalmente.
Luego ubiqué seis juegos de pisadas representando las mujeres en el linaje de su madre,
por detrás de ella y mirando la parte de atrás de sus pisadas de felpa. Al solicitarle que
observara a cada madre con sus manos en los hombros de su hija en frente de ella, fue
al principio reticente a recibir la imagen. Sin embargo, a medida que Gail comenzó a
asimilar la realidad de esta línea de apoyo femenino, yo di vuelta las pisadas de su
madre para enfrentar a las de su madre detrás de ella. Luego me paré sobre las pisadas
de éstas mujeres, y Gail pudo llegar a tener una sensación de su madre recibiendo
apoyo de su propia madre y de aquéllas detrás de ella. Observando esto Gail dijo,
“Hay tanto alivio al ver esto. Me siento un poco como queriendo acercarme hacia mi
madre”.
Gail ahora experimentaba a su madre como teniendo sus brazos ligera y tranquilamente
extendidos hacia ella, y cuando lo hizo, lentamente comenzó a suavizarse y estar más
receptiva. Dejando que esto se desarrollara, sugerí que si quería, ella podía tomar una
imagen interna de aquello que sintiera importante. Y me sentí muy contenta por ella y su
madre adoptiva cuando dos meses después, al regresar de visitarla, Gail dijo, “Fue la
más afectuosa visita en muchos años. Me sentí como mi yo adulta todo el tiempo”.
Saul
Uno de mis grupos de constelaciones más breve tuvo lugar con un psicólogo judío de 85
años con una historia familiar relacionada con el Holocausto. Un hombre fuerte y
amado por muchos, “Saul” había trabajado con una cantidad de abordajes espirituales y
se había beneficiado profundamente con ellos. Sin embargo, encontrándose
extremadamente mal de salud, estaba atemorizado de la muerte. Y aunque había hecho
muchos años de trabajo acerca de este temor, continuaba en un estado de gran dolor
emocional y confusión acerca de su relación con su madre, que había fallecido cuando
él era bastante joven, y con su padre, que había cometido suicidio.
Con alguna mayor firmeza, entonces repetí, “Sólo mírala.” Paulatinamente el empezó a
poder recibir algo de la enormidad del amor que ella claramente estaba sintiendo por
él. Después de un período de silencioso contacto entre ellos, finalizamos la
constelación. Saul entonces se sentó y como se lo veía muy conmovido, unos momentos
más tarde le pregunté cómo se sentía. Hablando desde lo que parecía ser una sensación
de asombro, él dijo, “Antes, todo lo que podía ver detrás de mí era un mar de tragedia.
Ahora todo lo que puedo ver es amor.”
Cuando Saul estaba cercano a su muerte posteriormente ése año, le envié a su esposa -
que había estado presente aquélla tarde- algo que escribí acerca de su constelación. Y
cuando hablamos un mes después ella dijo, “Las palabras no pueden expresar la forma
en que eso nos afectó a ambos. Saul está gozando de los recuerdos de esa noche y se va
a dormir hoy de una forma muy diferente a la que acostumbraba”.
La Supervisión de Andrea
Cuando Andrea y yo comenzamos a trabajar juntas, ella comentó que uno de sus temores
era el de no poder solventar al Dr. M. en el futuro. Ella temía que no podría sobrevivir,
ni qué mencionar prosperar, sin él. A diferencia de su padre, que había abandonado a su
madre y a ella cuando tenía 6 años, su relación con el Dr. M. le había brindado la guía
de un hombre estable y afectuoso.
Luego de la primera sesión con Andrea, le consulté al Dr. M. cómo se sentía respecto
del padre de ella, y él respondió, “Siempre me sentí muy protector con ella e indignado
de que él abandonara una niña tan preciosa.” Motivada por su preocupación, comencé a
cuestionar si su postura de protección podría estar resultando contraproducente.
Habiendo visto algo sorprendente acerca de padres “ausentes” o “abandónicos” en
muchas constelaciones, estaba advertida de que había una realidad paralela. Yo sabía,
por ejemplo, que ella había nacido producto de la pasión entre sus padres, que su padre
la había ayudado a crecer durante seis años y que en una cantidad de oportunidades a lo
largo de los años él había sido rechazado cuando intentó reingresar en su vida. Y, no
menos importante, dado que su padre y su linaje eran la mitad de su ser, comencé a
explorar con el Dr. M. si sería factible para él considerar al padre de Andrea como un
posible recurso para ella, independientemente de si ella elegía, o resultaba sensato, que
lo viera de nuevo.
Después de un silencio en el teléfono, finalmente dijo, “Tuve una sensación de que pudo
haberse ido para protegerlas de algo en él que estaba fuera de control”. Varias semanas
más tarde me reportó que encontró que estaba más dispuesto e interesado en explorar
con Andrea si ella tenía algunos recuerdos agradables de su padre. Sentí que había
habido un sutil cambio en la forma en que el Dr. M. sostenía tanto el rol del padre de
Andrea como el suyo, y que esto podía ser un importante nuevo movimiento en la
terapia.
Anthony
Y aunque recibió mucho amor y fuerza de ellos, desde luego algo esencial estaba
faltando. Y él hablaba con gran nostalgia y decepción sobre la relación con su padre y
los hombres mayores en los que infructuosamente buscó consejo. Afortunadamente, no
obstante, principalmente gracias al trabajo con Experiencia Somática que habíamos
realizado antes de mi estudio de constelaciones familiares, él había sido crecientemente
capaz de mantener algunas amistades masculinas importantes, así como abordar a su
padre desde una posición con más recursos y menos vulnerable. Cerca de un año antes
de la muerte de su padre, él pudo visitar a Anthony en su casa y mostrar su orgullo de su
hijo. Y antes de que concluyera su terapia poco después, parecía estar desarrollándose
en Anthony y en sus emprendimientos artísticos una masculinidad más convincente.
No obstante, habiendo integrado los conceptos de Hellinger en mi trabajo, tenía la
sensación de que Anthony todavía podía recibir más de su ascendencia masculina si
elegía hacerlo. Lo invité a un grupo de constelaciones que facilité, y él decidió asistir y
también hacer una constelación. Comencé ubicando a Anthony en la constelación y
dispuse representantes para su padre, abuelo paterno (acerca de quien él no tenía
información) y varias generaciones más de su ascendencia masculina detrás de ellos.
El padre de Anthony estuvo de inmediato congelado en su lugar como una estatua, con
una mano tendida en dirección a Anthony y la otra en dirección a su propio padre.
Claramente desesperado, estaba completamente incapacitado de volverse o ver detrás
de él, o de moverse en dirección a Anthony. Como el abuelo de Anthony parecía ser
gradualmente fortalecido por aquéllos detrás de él, un representante para África fue
ubicado detrás de ellos y todo el linaje se vio más fuerte. Cuando esto ocurría, el padre
de Anthony comenzó a salir de su bloqueo y extendió los brazos hacia su hijo.
Anthony, que había parecido paralizado mientras observaba esto desarrollarse frente a
él, también comenzó a salir de esa parálisis. Cuando observó a su padre mirándolo
claramente, Anthony comenzó a sollozar. Se movió hacia los brazos de su padre,
permitiendo que el dolor remanente y el amor que tan arduamente había tratado de
ocultar se expresaran al fin. Su padre entonces lo tomó con fuerza de la mano y lo
presentó orgullosamente a cada uno de sus ancestros. Todos ellos sonrieron cálidamente
a Anthony y le dieron su bendición. Y cuando hablé con él varios meses más tarde, el
simplemente dijo, “Eso cambió mi vida.”
En los años recientes, tomé consciencia dolorosamente de que es muy fácil para mí
apoyar lo nuevo y borrar lo que estaba antes. Esta es una de varias razones por las que
me siento en deuda con el reciente libro de Beaumont, Toward a Spiritual
Psychotherapy: Soul as a Dimension of Experience (Hacia una Psicoterapia
Espiritual: el Alma como una Dimensión de la Experiencia). En él se describen muchas
de las contribuciones que la teoría y práctica psicoterapéutica han hecho a nuestras
vidas. Y me recordó cuán en deuda estamos con ambas aquéllos que hacemos trabajo de
constelaciones familiares por el rol que han tenido en su continuo desarrollo. Pienso, no
obstante, que necesitamos estar advertidos acerca de cómo cualquier sistema de
pensamiento -incluyendo la perspectiva que estoy describiendo- puede menoscabarnos
si no continúa siendo refinada y expandida.
Yo siento cada vez más, por ejemplo, que el sistema de diagnóstico psicoterapéutico
puede a veces reducir el profundo, amplio y complejo panorama de una persona a un
montón de escombros. El diagnóstico de “Ansiedad y Depresión Clínica” de mi madre
es sólo uno de los que ahora cuestionaría. Un embarazoso trabalenguas que no incluye
una dimensión multigeneracional, quizás un diagnóstico más preciso podría ser algo
como, “Recuperación Inadecuadamente Asistida de Pérdida Maternal Temprana y
Abuso Sexual Paterno, Alcoholismo y Abandono”. O talvez su diagnóstico podría haber
sido más simplemente, “Temprana y Violenta Interrupción de Crianza”. Este diagnóstico
habría sido no sólo más preciso y útil, sino también más humano. De escaso valor, las
denominaciones actualmente en uso inevitablemente agregan humillación al daño.
Alguna vez, las únicas enfermedades que podría ser útil nomenclar serán diferentes
tipos y niveles de traumas, sencillamente definidos como rupturas de la fuerza vital que
abruman el sistema nervioso y el alma. En mi propio vocabulario yo pienso sobre todos
los traumas como alguna forma de lo que llamo Desorden de Insubstancialidad (ID).
Más aún, dado que la vida en éste planeta es a la vez bella y peligrosa, no es cuestión
de si uno tiene o no ID, sino de qué tanto está afectado por el ID y cómo resolverlo. Y
debido a que el ID es una consecuencia natural de ser humano, no es intrínsecamente
patológico. Es simplemente un reflejo de los desafíos de la travesía humana en la vida,
y ocurre en el nivel superficial y no en las corrientes profundas de la realidad.
Además, aunque la medicación es una ayuda de corto plazo con algunos, habiendo visto
resolución de éstos síntomas, me parte el corazón ver a tanta otra gente con la vida
disminuida por la sobre extensión en el tiempo de la medicación, o por el exceso en las
cantidades de ella. Me produce particular tristeza y frustración ver niños a los que con
demasiada frecuencia y facilidad se les dan diagnósticos que menoscaban y a veces
resultan devastadores. Siempre que escucho a padres aceptar una etiqueta para su hijo,
les pregunto si están dispuestos a explorar conmigo otra forma de pensar acerca de lo
que está ocurriendo. Esta nueva manera de pensar, por supuesto, contempla la dificultad
del niño no sólo desde el punto de vista fisiológico y de trauma familiar
multigeneracional, sino que también incluye los traumas nacionales así como los
globales que ese niño puede estar reflejando en su conducta.
Una visión más dimensional y comprensiva del desarrollo es que constituye un mito
consensuado que esa separación de la madre es posible. En realidad, no podemos
separarnos de la madre tan definitivamente como se propone, y tampoco lo
necesitamos. Me gusta pensar en este movimiento del niño hacia una vida mayor en
términos muy diferentes. Hay una búsqueda en la física moderna de lo que Einstein
llamó Teoría del Campo Unificado, una teoría que ve las fuerzas fundamentales y
partículas elementales en términos de un campo único. Me gustaría proponer la que
podría ser llamada una Teoría del Ser Unificado (UST).
Este modo integraría las metas de desarrollo “psicológico” y “espiritual” en un
fenómeno único o campo único del ser. Idealmente, en ésta propuesta, el desarrollo
natural es en una dirección, que es la de inclusión y expansión. Esto sugiere que no
necesitamos luchar fieramente para cumplir la demanda de separación de nuestra
madre, sólo para terminar sentados en una iglesia, un ashram o un templo con la
esperanza de unirnos con Dios o con “el todo”.
La Teoría del Ser Unificado cuestiona el supuesto de que nos desarrollamos de acuerdo
con las teorías de Margaret Mahler (12) (quien aborrecía a su madre). Este modelo
largamente aceptado propone que nos movemos desde el Autismo Normal hacia la
Simbiosis Normal, para lograr la Separación-Individuación. Sin usar lenguaje
patológico, la UST propone que óptimamente comenzamos nuestra vida con un impulso
hacia la Particularización.
Un ejemplo de un lapsus de este tipo fue un caso que escribí alrededor del año 2000, y
que apareció en una publicación de psicoanálisis en 2005. Ahora me siento apenada
por una frase que dice, “Él siente menos como si necesitara cumplir demandas de
objeto-self para mí, y está más consciente cuando se adentra a sentirme en una
transferencia como su madre narcisista.” Siento ahora que desestimar a la básicamente
amorosa y comprensiva madre de éste cliente a un diagnóstico tan reduccionista fue
arrogante. Me he disculpado con ese cliente y, en forma póstuma, con su madre.
Por ejemplo, una cliente adulta que había sido secuestrada y acosada sexualmente
cuando niña, describió a su familia de origen de este modo: “Mi madre era una bocona,
mi padre un perdedor y mi hermano un idiota”. Yo supe que a causa de que ella había
sido muy profundamente herida y había organizado su vida en derredor a este relato,
sería un largo camino hacia el encuentro de una salida para esta ira. De todas maneras
yo estaba preocupada porque si ella dejaba la terapia con esta visión unidimensional,
tendría un peligroso refuerzo de su imagen de estar sola, cuando no lo estaba. Y
afortunadamente con la ayuda de este trabajo, aunque haya sido una lucha crítica por
momentos, pudimos tratar su trauma físico, escuchar su indignación y no reforzar su
cortarse en pedazos al destruir la senda hacia sí misma y hacia los recursos de todos
aquellos por detrás y al lado de ella.
Afectada por las palabras de mi amiga, me sorprendí teniendo algunas reservas acerca
de tan sensible y aún poética descripción de éste básico proceso de curación humano.
No obstante, después de participar en miles de constelaciones estoy encontrando que
aspectos de nuestra “verdad” y “realidad” talvez no son para estar tan completamente
comprometidos con ellos como alguna vez sentí que fueran. Aunque sabemos que
muchos necesitan ser reconfortados en sus sufrimientos en manos de gente cuyas almas
están distorsionadas, a veces casi por encima del reconocimiento, también es cierto que
sus -o nuestras- conclusiones acerca de esas heridas no siempre son totalmente
confiables.
Crecientemente precavida acerca de en qué estoy más enfocada y empática, ahora trato
de recordar preguntarme, “Estoy atrapada en el nivel superficial con este cliente, o
estamos accediendo consistentemente a las verdades en niveles más fundamentales de
la vida?” Y, talvez más importante aún, “Estoy verdaderamente alineada con los
excluidos en el sistema, sosteniendo temporalmente a su niño por ellos mientras sé que
no soy un mejor miembro de la familia y que necesito no serlo nunca?”.
Mientras escribo esto, recuerdo con tristeza a una cliente que se trató por muchos años
con un prominente psicoanalista. Su madre había sido uno de los “niños escondidos”
durante el Holocausto y había perdido a toda su familia. Durante una de las sesiones,
tras muchos años de análisis, mi cliente le dijo, “Me he sentido más cerca de mi madre
últimamente. He llegado a sentir que hizo lo mejor que pudo.” Él replicó, “No, no fue
así.” Y a pesar de la importancia que él tenía para ella, mi cliente siguió su más
profundo saber y finalizó esa terapia poco después.
A partir de ése momento, ella ha visitado Auschwitz y presentó sus respetos por
aquéllos que perecieron allí, por ella misma y por su madre con quien ahora está mucho
más cercana. Y desde que hay más amor abiertamente expreso para con su madre, ella
descubrió que eso estaba ayudando a que su hija encontrara mayor facilidad para
recibir de sus abuelos lo mucho que ellos tienen para darle. Es difícil, desde luego,
saber qué pensaba ése analista, pero yo he cometido errores tan terribles como ése, a
veces erigiéndome en la justa protectora, la nueva madre, o simplemente teniendo una
empatía insuficiente con todos los miembros de la familia del cliente.
De todas formas, para mis clientes y para mí, la verdad dentro de las corrientes
profundas puede al principio ser atemorizante. Aún la presencia de un gran amor donde
uno creía que sólo existía desinterés o desdén puede a veces sentirse como una amenaza
para la estructura concretizada del yo interior. Esto es especialmente cierto cuando está
edificado sobre estructuras de creencias internas como ser, “Ahora sé qué pasó y a
quién culpar, aún cuando no pueda hacer nada al respecto, aunque eso me mate.” En el
punto donde éste “entendimiento” se encuentra afianzado, la empatía tradicional puede
actuar en la dirección de reforzar involuntariamente la ruptura de conexiones mucho
más importantes que las que se han creado entre el terapeuta y el cliente.
Aquí quizás la empatía necesita cambiar desde la historia que el cliente ha desarrollado
al difícil proceso de destrabar ese relato hacia una vida con más espacios y potencial.
En este sentido me alegró escuchar recientemente un relato entusiasta de una
psicoanalista con la cual mantuve varias sesiones. Dijo que se encontraba tan empática
con los sentimientos de sus clientes como lo era antes de su introducción al trabajo de
Hellinger, pero ahora notaba que también comenzaba a tener una verdad más profunda
para ellos. Y a medida que accedo a panoramas más amplios en mi propia vida, puedo
ver con mayor claridad que sólo me paro en la puerta con mis clientes mientras ellos
esperan ser llevados por la gracia del siguiente movimiento. Ayudando a cambiar su
perspectiva apenas un poco, soy mejor cuando recuerdo que cualquier capacidad que
pueda tener para contribuir, es siempre un movimiento de una fuerza mucho mayor que
opera a través de ellos y a través de mí.
FUERZAS SUPERIORES
“Volvemos a nuestro origen con el mismo amor que nos dio nuestra existencia allí previamente? O volvemos
con un amor enriquecido, un amor purificado? En nuestra travesía aprendemos a formar nuestro amor a la
imagen de este gran amor, a amar más como el amor que nos dio nuestra existencia?”
-Bert Hellinger, Living Transcendence (Trascendencia Viva)
Yo soy el fin de mi línea materna. Por cientos, si no por miles de años, cada mujer en
mi ascendiente materno dio a luz a una niña que a su vez tuvo una hija. Y aunque hay
una antigua sensación de tristeza en mí por este hecho, hay también un creciente
sentimiento de alivio. He sido liberada del dolor de rechazar a tantos en mis linajes a
tiempo no sólo para disfrutar del amor enriquecido que menciona Hellinger, sino
también para contribuir a sanar algunas de las heridas abiertas en el alma de mi familia.
Una de las revelaciones que surgieron durante esas semanas fue algo que nunca había
considerado antes. A medida que mi cuerpo salió lentamente del shock y comencé a
sentir mi columna contra la cama del hospital, me di cuenta por primera vez que cada
célula de mi cuerpo era un regalo de mis ancestros y que, en algún nivel, les pertenecía.
Y fue además un pensamiento de consuelo el que esas células habían sobrevivido a
amenazas más grandes. Aunque lo que yo estaba atravesando era atemorizante, a
diferencia de Mary Smallman Watkins yo nunca me había arrojado de cara al fuego para
sacar de allí a mi niña con los dientes. Yo nunca había caminado descalza a campo
traviesa como Hannah, Christian y mi bisabuela Tear lo hicieron. No tuve que vivir con
la pérdida de un hijo o, como mis dos padres, con la pérdida temprana de uno de los
progenitores. Tampoco tuve que sobrellevar estar en continuo riesgo a causa de un
padre como tuvo que hacerlo mi madre. Recordar su fortaleza y compromiso con la
vida hizo más fácil para mí poder imaginar la tarea de recuperación.
Una segunda revelación durante mi recuperación fue algo que pude extraer del CD de
Hellinger titulado Journeys to the Core (Viajes al Centro). Una de las meditaciones,
“Consenting” (Consintiendo), me ayudó a aceptar conscientemente en un nivel profundo
lo que me estaba sucediendo físicamente, mientras al mismo tiempo hacer todo lo
posible para superarlo. Y algo en esa aceptación me preservó de sufrimiento
innecesario.
También supe que aunque describo varias experiencias de otro nivel de realidad para el
cual no todos pueden tener un marco o referencia -o del cual pueden tener un
entendimiento diferente-, éstas necesitaban ser incluidas ya que cada una me mostró
algo acerca de un aspecto de la naturaleza esencial de nuestra experiencia.
Las Maneras
El cuerpo adora deslizarse por las vías plateadas El tren un velero navegando sin viento por la costa mientras las
fábricas que se derrumban
de espaldas a las vías
callan lo que nace entre sus muros
Dejando la vergüenza y la tristeza retumbando en sus trece hijos y a las muchas generaciones que no sabían
que sabían
Fortalecida ahora
volviéndose hacia adelante
apoya una mano en mi hombro
afirmando mi columna y mirando adelante mientras recibo esta plena fuerza de amor de todas las maneras que puedo
Las puertas de la prisión se dejan ver
Le leí el primer boceto de este poema al grupo de Dan. Evidentemente conmovido, uno
de los hombres encarcelado desde su adolescencia y que había realizado un gran
trabajo desde la prisión con jóvenes en riesgo dijo, “Quiero que mis hijos sepan que fui
un buen hombre también”.
Respetando su privacidad y dado que pueden pasar muchos años antes que ellos o sus
hijos deseen conocer más acerca de éste linaje, puedo decir que viven en otro país y
que trabajan con los más pobres, en relativa pobreza ellos mismos. Haciendo una
peligrosa labor para traer la armonía entre gente de tres religiones en conflicto en el
mundo, ellos son una continua fuente de inspiración para mí cuando procuran hallar
puntos de encuentro con las otras religiones con que trabajan. Y a pesar de los
malentendidos entre sus padres y yo, ahora puedo decirle con toda sinceridad a mi
sobrino que tiene los padres perfectos para él y que me siento profundamente
agradecida por la contribución que ellos han hecho a nuestra familia. Además, dado que
he sido estudiante de las religiones con las cuales mi sobrino y su esposa trabajan,
también puedo apoyarlos en esa labor.
Pero el reconocimiento más fundamental ha sido, por supuesto, con mi madre. Y como
mencioné en La Niña de Hielo, hubo un tercer momento de puro amor con ella. Tuvo
lugar durante mi última visita para verla en California antes de su muerte. Sentada
encorvada en su silla de ruedas, sola en el jardín del hogar de ancianos, estuvo claro
desde el momento en que traspuse la puerta, que la demencia había avanzado sobre su
mente hasta ocuparla casi por completo. Con un cigarrillo encendido pendiendo de sus
labios, parecía estar en mundo demoníaco y confuso. Pero cuando levantó la vista y me
vio acercándome, con una alegría infantil que no recuerdo haber visto nunca antes,
gritó, “Oh, viniste a casa!” Nos abrazamos estrechamente por algún tiempo, y luego ella
se deslizó al delirante panorama de sus pensamientos fragmentados por las semanas que
le restaban de vida.
La Nueva Eucaristía
Fue su cuerpo y sangre largamente abandonados los que tragué nuevamente cuando tomó su lugar
Por haberse arriesgado a morir, y alimentarme de ese cuerpo sin cuidado del sacrificio
Por su indestructibilidad esta revelación divina en múltiples actos y este pan y este vino
Son mi retorno a las verdades de nuestros cuerpos más allá de sus escrituras y su tiempo
Pocos días antes de terminar este libro, se hizo una constelación para mí que probó ser
otro movimiento que me llevó a ser aún más receptiva hacia lo que ha estado allí
siempre, a la espera. Se eligió un representante para mi madre, y se me pidió que yo
ingresara a la constelación. Cuando mi madre se acercó a mí con un amor radiante e
innegable, me moví sin dudas hacia ella. Permitiéndole amarme, no oculté más la
intensidad del amor hacia ella que había mantenido en secreto aún para conmigo misma.
Mi cuerpo comenzó a relajarse de una forma nueva al diluirse una nueva capa de temor.
Sentí, sin embargo, que había aún alguna sutil barrera que impedía recibir en plenitud la
fuerza de éste amor. Me di cuenta entonces que ése abrazo era recibido tanto por la Jan
de 69 años, como por la atemorizada y ya la defensiva pequeña de 4 o 5 años. Cuando
la duda surgió en la pequeña, me encontré preguntando escépticamente, “Tú eres
mayor?” Y cuando mi madre respondió con firmeza, “Sí, yo soy mayor,” en ese
momento ambas partes de mí se fundieron en una y yo supe que era verdad.
Hasta Hoy
No me fié de tus ojos
los ojos que luego busqué en tantos rostros y tantos credos
Y yo aunque sin hijos ahora en mayor plenitud más amplio en mujer un ojo más inclusivo
Citado con permiso de The Knowing Field (El Campo del Conocimiento - Enero de 2010)
A medida que continué trabajando los nudos en mi alma, fui viendo gradualmente a cada
miembro de mi familia en su plenitud. Sin embargo, a veces siento el tirón hacia atrás
del que Hellinger ha dicho que es tan fuerte que la mayoría de la gente queda enredada.
Y hay momentos también en los que quedo demasiado enfocada en las especulaciones o
los juicios de mi mente en lugar de estar presente en simple contacto humano con un
conocimiento de que nuestros sistemas están siempre detrás de nosotros, apoyándonos.
En una comunicación personal en 2010, Suzi habló de los desafíos de recordar éstas
verdades profundas: “Hay días más difíciles y más fáciles en esta senda para todos
nosotros en diferentes formas. Pero es grato estar caminando la misma senda,
desviándonos, retornando, agitándonos, y poniendo un pie delante del otro, y
reconociendo la belleza que nos rodea, encontrarnos riendo, a veces sollozando y a
todo lo largo del camino, nunca teniendo que mirar muy lejos para vernos unos a otros”.
Una parte de la a veces deslumbrante compañía a lo largo del camino está surgiendo
con aquellos que están haciendo trabajo de constelaciones en todo el mundo. Además
de The Bert Hellinger Institute, USA y la recientemente conformada U.S. Systemic
Constellation Conference (Conferencia de Constelaciones Sistémicas de Estados
Unidos), Hellinger Sciencia y la International Systemic Constellations Association
(Asociación Internacional de Constelaciones Sistémicas) son dos de estos nuevos
recursos internacionales. Además, The Knowing Field: An International Constellation
Journal (El Campo del Conocimiento: Diario Internacional de Constelaciones) trae
inspiración desde cada rincón del planeta, con entrevistas a personas trabajando con
indígenas en Australia, sobrevivientes de Hiroshima en Japón, artículos de Hellinger y
muchos otros con sus más recientes ideas, y poesía y reseñas de los nuevos libros
publicados en este campo. Adicionalmente, hay conversaciones muy provocativas e
interesantes teniendo lugar momento del día en numerosos sitios web. También uno
puede tener una visión más extensa del trabajo en constelaciones de Suzi Tucker en su
sitio web -www.suzitucker.com- y buscando su nombre en YouTube. Mi sitio web es
www.essentialpsychotherapy.com
El Libro de Mi Vida
Recopilado desde ángulos oblicuos aunque dicho como algo directo colmado de ternura y vanidad con implicaciones
reconciliadoras para continentes culturas y colores
Y siendo a veces el más puro silencio tan elemental como el sol o como las rocas
Para transformar cualquier agobiante restricción y porque ésta piel del cuerpo de mi alma en un arresto de salud puede
querer hablar una vez más de su propia vieja gloria olvidando
Notas:
En mi alma
hay un templo, un santuario, una mezquita, una iglesia donde me arrodillo.
La oración nos debería llevar a un altar donde muros y nombres no existen.
¿No hay una región del amor donde la soberanía no es iluminada, donde el éxtasis se
vierte sobre sí mismo y se pierde, donde el ala está completamente viva pero no tiene
mente ni cuerpo propio?
En mi alma hay un templo, un santuario, una mezquita, una iglesia que se disuelve, que
se disuelve en Dios.
(3) NdelT: La autora se refiere a un célebre conjunto de baile fundado en 1925 en St.
Louis, Missouri.
(4) NdelT: Se refiere al reconocido pastor evangelista nacido en 1918 en Charlotte,
Carolina del Norte.
(5) NdelT: Se refiere a la gran crisis económica iniciada a fin de la década de 1920,
una de cuyas consecuencias fue un grave problema de desempleo.
(6) NdelT: “Mad Men” era un término del argot acuñado en la década de 1950 por los
publicistas que trabajaban en Madison Avenue para referirse a sí mismos.
(7) NdelT: Periodista y escritora judía estadounidense, considera icono del feminismo
en su país, así como una activista de los derechos de la mujer nacida el 25 de marzo de
1934 en Toledo Ohio.
(8) NdelT: Teórica y líder del movimiento feminista estadounidense durante las
décadas de 1960 y 1970 nacida el 4 de febrero de 1921 en Peoria, Illinois y fallecida el
4 de febrero de 2006 en Washington.
(10) NdelT: Doctrina del hinduismo que se centra en la unidad entendiendo lo múltiple
como una conceptualización.
(11) NdelT: Se refiere a la célebre escritora inglesa nacida en Manchester en 1959, que
fue criada por padres adoptivos y es homosexual.
RECONOCIMIENTOS
Mi querida difunta amiga, quien fuera monja benedictina, Ruth Wilson, dijo una vez que
pensaba que la gravedad fue el primer regalo de Dios. Sin embargo, cuando ahora
pienso acerca de ello, el regalo de un humano que pone en riesgo su vida para dar a luz
a otro puede preceder aún a eso. Un cercano segundo o tercer regalo puede ser que se
nos ha dado la elección de permitirnos ser movidos hacia adelante por la vida,
discriminando gradualmente su nivel superficial de sus corrientes profundas.
Uno de los propósitos de este libro ha sido reconocer a aquellos que me guiaron o
guían hacia el aprecio de la naturaleza de éstos y todos los dones de la vida. Y Bert
Hellinger y Suzi Tucker son los primeros entre esos guías. Este libro nunca podría
haber sido escrito sin su sabiduría y, en el caso de Suzi, su apoyo personal.
Además de los que he reconocido en éstas páginas, como mi amiga Cristina Casanova,
estoy enormemente agradecida a los colegas estudiantes de constelaciones sistémicas
con los que he trabajado en éste y otros países. Agradezco en particular a mis
compañeros en el Grupo de Aprendizaje Guiado de Suzi en la Ciudad de Nueva York.
En todos estos círculos gente se ha puesto con la mejor disposición en mis zapatos y en
los de personas de mi familia, cuando no siempre fue algo fácil de hacer.
A mis maestros más formales, lo que me han obsequiado es de gran valor para mí.
Algunos de los maestros no honrados todavía son Roshi Richard Baker, Thich Nhat
Hanh, Toni Packer, Sensei Jishu Glassman, y Mary Abrams. Otros fueron mis amables y
calificados psicoterapeutas, particularmente Marjorie Greenberg, Diane Heller, Janet
Pfunder y el difunto Sensei Lin Aston.
Sólo algunos de quienes pacientemente me apoyaron al escribir este libro son: Steffie
Yost, Sandra Weinberg, Sondra Howell, Rhea Lehman, Nancy Baker, Suzanne Noble,
Stella Rosolski, Valentina DuBasky, Andrea Piccolo, Patricia Simco, Samuel Morett,
James Deane, Miriam Orozco, Michael Picucci, Elias Gurrero, Nicholas Cimorelli y
Ramon Carbarin. Con gran amabilidad Chuck Lakin, David Groff, Kathryn Fortunato, y
Cole Tucker-Walton fueron de incalculable ayuda acompañándome en el mundo
editorial.
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ACERCA DE LA AUTORA
Peter Levine
En una voz no hablada