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Materia: Temas actuales de Psicología Social

Título: ¿Bajo qué mecanismos psicosociales se mantiene, reproduce

y cambia la violencia de género? ¿Qué medidas se pueden tomar

para reducir o eliminar este fenómeno?

Alumno: José Ángel Morón Vera

Profesor: Mtro. José Federico Corona Silva

Fecha: 22 de mayo de 2019


Introducción

“Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”… “Ser mamá es lo más lindo de

ser mujer”… “Hijo, a las mujeres no hay que entenderlas, hay que quererlas”… Estas

frases, como muchas otras que escuchamos y posiblemente reproducimos en la

cotidianeidad, podrían sonar halagadoras o incluyentes al reconocer a la mujer por su rol

tradicionalmente asignado en nuestra cultura. No obstante, examinadas detalladamente

desde un enfoque psicosocial, representan lo contrario: una forma de violencia de género no

explicitada, al situarlas en un segundo plano frente al éxito de su pareja; al inferir que su

satisfacción más grande en la vida es ser madres; o al menospreciar la capacidad de

comprenderlas o congeniar con ellas racionalmente. Por lo tanto, en el presente ensayo,

analizaré la violencia de género, a través de una revisión bibliográfica y de la teoría de las

representaciones sociales (TRS) de Moscovici, para detallar bajo qué elementos

psicosociales se mantiene actualmente, cómo o por qué se reproduce de generación en

generación, y qué propuestas e intervenciones se han implementado para intentar reducirla

o frenarla. Finalmente, concluiré en la importancia de la reconstrucción de las

representaciones sociales (RS) tradicionales, para disminuir la violencia de género en

nuestro contexto.

Desarrollo

Primeramente, para comprender por qué la violencia de género, como otras tantas

problemáticas sociales, se sigue manteniendo en una sociedad supuestamente “igualitaria”

o “equitativa”, habría que recurrir a la TRS. Esta teoría sustenta que los sistemas de valores,
ideas y prácticas de los seres humanos poseen una doble función: 1) establecer un orden

que permita a los individuos manejarse y percibir control sobre el mundo, y 2) facilitar la

comunicación entre los miembros de una comunidad, mediante códigos clasificadores de

las situaciones (Janos y Espinosa, 2014). Estos códigos funcionan como símbolos que

facilitan la interpretación del mundo, el desarrollo de la identidad y la dificultad de ver más

allá de esta simbología preestablecida. Concretamente, en la violencia de género, existen

patrones o ideas generalizadas acerca de cada uno de los géneros y sexos, desde formas de

pensar, de sentir y de expresar, catalogándoles roles específicos y exclusivos. Por ejemplo,

un estudio realizado en universitarios de Sonora y Coahuila cuestionó a 1921 alumnas/os

acerca de su concepción de algunas aseveraciones tradicionalistas de género, como: “los

hijos son mejor educados por una madre que por un padre” o “las mujeres representan el

amor y la debilidad”. Los autores concluyeron que las/los participantes mostraron una

tendencia más arraigados hacia los estereotipos tradicionales de género (Cubillas et al.,

2016). Estos estereotipos se refuerzan por una marcada separación de los roles sexuales,

actitudes o ideas que favorecen la dominancia masculina, la supremacía del hombre y la

inferioridad de la mujer, reproducidas por las instituciones sociales clave: la familia, la

escuela, los gobiernos y los medios de comunicación masivos (Ferrer y Bosch, 2000;

Bonavitta y De Garay, 2011).

Justamente bajo los cimientos de estas instituciones sociales, se reproducen los

estereotipos y las actitudes arraigadas que forman la base de la violencia de género.

Históricamente, estos organismos han fundado inconscientemente (o conscientemente) un

sistema patriarcal, donde los roles de género tradicionales parten de una relación jerárquica,

situando al hombre y “lo masculino” por encima de la figura femenina. Ideologías

invisibilizadas de generación en generación, tomadas por los que proceden como verdades
absolutas, tradiciones o fundamentos para adaptarse al mundo o a la sociedad. Deaux y

Lafrance (1998; citado en Bruel, 2008) sostienen que se pueden observar cómo los niños y

las niñas aprenden desde muy temprana edad, a través de la cultura en la cual están

inmersos, a “dicotomizar” los géneros, atribuyéndoles valores, creencias y

representaciones de lo masculino y lo femenino. Desde ideas tan simples como “el hombre

es fuerte, trabajador, insensible, mujeriego; y la mujer es bella, sensible, coqueta,

cuidadosa”, propias de la descendencia cultural; hasta la determinación del grado de actos

de violencia de género, en la construcción contextual de la noción de qué es violento y qué

no (Bruel, Scarparo, Hernández, Herranz y Blanco, 2013; Pando, 2017).

Ahora bien, cuando uno considera los puntos mencionados en los dos párrafos

anteriores, es inevitable cuestionarse cómo corregir estos patrones de ideas culturales que

se van transmitiendo de generación en generación, con la intención de reducir y frenar la

violencia de género. Si referimos que existen factores institucionales, y consultamos a la

quinta definición (ya en desuso, por cierto) de la palabra “institución” según la Real

Academia Española (RAE), encontraremos que desde la instrucción la educación y la

enseñanza, podemos modificar los patrones de conducta e ideológicos que se han ido

repitiendo y heredando. Tal es el caso de las intervenciones realizadas por Vizcarra, Poo y

Donoso (2013) y Pick, Leenen, Givaudan y Prado (2010), que propusieron programas de

prevención primaria y secundaria, para informar a adolescentes sobre la violencia en el

noviazgo, a través de información estadística y teórica, el desarrollo de habilidades de

comunicación y la sensibilización sobre las consecuencias de actos violentos; y

conferencias sobre habilidades para la vida, diferenciación conceptual y representaciones

teatrales, respectivamente. No obstante, en otras situaciones, la prevención no es el enfoque

principal, puesto que existen casos donde la violencia ya es ejercida con una mayor
frecuencia o gravedad. En estos casos, el foco principal se dirige al tratamiento de los

agresores, con técnicas de reestructuración cognitiva acerca de las creencias y actitudes

ante el género, y/o a la intervención con víctimas, con el objetivo de atender secuelas del

maltrato o prevenir el aprendizaje imitativo de las conductas (Ferrer y Bosch, 2000). De

esta forma, se reconocen tanto propuestas preventivas como interventoras de distintos casos

de violencia de género, siendo la violencia en el noviazgo o en el matrimonio una de las

más estudiadas.

Conclusión

Las premisas presentadas en este ensayo permitieron considerar desde un aspecto

teórico y basado en una extensa revisión bibliográfica las bases del origen y reproducción

de la violencia de género, así como las propuestas existentes para reducirlo. Interpretar esta

problemática desde la TRS facilita la comprensión de cómo es que actualmente se

mantienen presentes tantos casos de violencia de género, con una marcada representación

de la necesidad de ajustarnos a nuestro entorno mediante categorías. Que, igualmente, estas

categorías se han ido heredando generación tras generación, con patrones marcados de

cómo concebir a la mujer o al hombre y lo que se espera que brinde o no el uno o el otro, y

la construcción de estas ideas arraigadas. Cerrando así, comentando las propuestas más

relevantes desde la prevención con personas jóvenes y susceptibles a reproducir la

violencia, hasta el tratamiento con aquellos que han agredido o han sido agredidos en

alguna ocasión. Así, concluyo enfatizando que este fenómeno es producto de una

construcción y reproducción de aquello que se consideraba “lo correcto”, “lo que me

enseñó/aron papá, mamá, familiares y/o la sociedad en general”. Por ende, estas mismas
personas que participamos en comunidad, somos los que estamos comprometidos a

promover la equidad de género y la reducción de la violencia, a través de la visibilización,

sensibilización, concientización y la creación de políticas públicas para promover y

defender los derechos humanos de todas y todos. Porque todas y todos merecemos ser

“entendidos y queridos”.
Referencias

Cubillas, M. J., Valdez, E., Domínguez, S. E., Román, R., Hernández, A. y Zapata, J.

(2016). Creencias sobre estereotipos de género de jóvenes universitarios del norte

de México. Diversitas – Perspectivas en Psicología, 12(2), 217-230. Recuperado de:

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5883775

Bonavitta, P. y De Garay, J. (2011). De estereotipos, violencia y sexismo: la construcción

de las mujeres en los medios mexicanos y argentinos. Anagramas, 9(18), 15-30.

Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3719101.pdf

Bruel, T. C., Scarparo, H. B., Calvo, A. R., Herranz, J. R. y Blanco, A. (2013). Estudio

psicosocial sobre las representaciones sociales de género. Divers.: Perspect. Psicol.,

9(2), 243-255. Recuperado de: http://www.scielo.org.co/pdf/dpp/v9n2/v9n2a02.pdf

Ferrer, V. A. y Bosch, E. (2000). Violencia de género y misoginia: reflexiones

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Recuperado de: http://www.redalyc.org/pdf/778/77807503.pdf

Janos, E. y Espinosa, A. (2014). Representaciones sociales sobre roles de género y su

relación con la aceptación de mitos y creencias sobre la violencia sexual. Revista

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https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6612104

Pando, S. (2017). Representaciones sociales de la violencia de género en mujeres y

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España. (Tesis de máster). Universidad Pública de Navarra, Pamplona. Recuperado

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%20SARAI%20-FIN.pdf
Pick, S., Leenen, I., Givaudan, M. y Prado, A. (2010). Salud Mental, 33(1), 153-160.

Recuperado de: http://www.scielo.org.mx/pdf/sm/v33n2/v33n2a6.pdf

Vizcarra, M. B., Poo, A. M. y Donoso, T. (2013). Programa educativo para la prevención

de la violencia en el noviazgo. Revista de Psicología, 22(1), 48-61. doi:

10.5354/0719-0581.2013.27719

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