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No aprendemos cómo enojarnos en el primer lugar siguiendo reglas culturales, aún si esas
reglas son aplicadas a nuestra rabia después del hecho.
Si estar situado está mediado por nuestro propio cuerpo, y si el modo en que cada uno
de nosotros se siente a sí mismo en varias situaciones está establecido por diferentes
tonalidades emocionales, parecería que: (1) existe una correlación entre los estados
corporales y los estados emocionales; (2) experimentar una emoción corresponde a
percibir un cambio en el propio estado corporal. Una de las más famosas observaciones
de James suma estos dos puntos con una gran simplicidad: “Qué clase de emoción de
miedo quedaría si no estuvieran presentes ni la sensación de que el corazón se dispara
ni la poca respiración, ni el temblar de los labios ni la debilidad de las piernas, ni la carne
de gallina ni la agitación de las vísceras, es realmente imposible de pensar” (James,
1884). Pero ¿Realmente da cuenta toda esta perspectiva acerca de lo que de veras
ocurre en la vida real?
María ha despertado más tarde de lo habitual a pesar de que tiene una importante cita
en la oficina, siendo que ahora corre el riesgo de llegar tarde. Se levanta rápidamente,
se pone bajo la ducha media dormida, se viste y se prepara un rápido desayuno.
Mientras se está bebiendo el café se dispone a pedir un taxi. Con el oído pegado en el
teléfono, María gasta unos pocos minutos esperando por la voz que le diga el número
de taxi que la viene a recoger, volviéndose más y más impaciente mientras escucha el
tono sonando de fondo. Finalmente, aparece la voz de la operadora… pero sólo para
decirle que no hay taxis disponibles. María siente una tensión repentina que le aprieta
el pecho, una especia de peso oprimiéndola del pecho hasta los brazos, siente que su
respiración se acorta y que su corazón late más fuerte – así es como María percibe la
ansiedad.
Sale de prisa a la calle, corre hacia una esquina concurrida para aumentar las opciones
de encontrar un taxi. Espera cinco minutos – en vano – y el peso que siente se vuelve
más pesado. Pero ahora ve un taxi libre. Se mete en el y viaja rápidamente hacia su
oficina sin que la tensión en su pecho descienda. El taxi llega a la oficina, María mira su
reloj, todavía tiene unos pocos minutos antes de su cita. El peso que la estaba
oprimiendo desaparece mágicamente. María se recupera y ordena sus ideas para
comenzar la entrevista mientras camina hacia la sala de reuniones muy segura de sí
misma.
La solución “Neo-James” ofrecida para estas objeciones de Prinz (2003, 2004) extiende
la idea de los cambios corporales al sustrato neuronal, mientras James limitó tales
cambios a lo puramente psicológico. En consecuencia, una emoción inconsciente, o
incluso una emoción “sutil”, no podría ser percibida en términos de variaciones en los
estados psicológicos, pero no obstante ser apuntalada por una modificación de las
dinámicas neuronales. En conclusión, cada emoción debe ser encarnada.
De acuerdo con Prinz, cuya explicación sigue las conjeturas de Damasio (1999), existen
dos niveles de representaciones corporales asociadas con diferentes regiones
cerebrales: representaciones corporales de primer orden, que corresponden a los
actuales cambios corporales (por ejemplo, órganos viscerales, músculo esquelético,
cambios hormonales), y representaciones corporales de segundo orden – que Damasio
etiqueta como “como si loop” – lo que re-representa el primer orden sin estar
acompañado de cualquier cambio corporal actual. Una emoción podría, entonces,
corresponder a un cambio corporal real y además a la representación de un cambio
corporal (el “como si loop”). “Si una emoción es una representación de un cambio
corporal”, escribe Prinz 82004), “entonces el mismo estado cerebral que subyace a esa
percepción debe ser capaz de surgir en la ausencia de un cambio corporal, actuando
como su el cuerpo hubiera cambiado”.
Aunque un estado afectivo podría ser activado en uno de estos dos niveles identificados
por los Neo-James, para que tal estado sea percibido debe convertirse en el foco de
atención de la persona. En este sentido, “los estados afectivos son como estados
visuales: si la atención es puesta en cualquier parte, no son experimentados
conscientemente” (Prinz, 2004). Esto podría dar cuenta de la existencia de emociones
inconscientes. Es decir, si un estado afectivo está o no conectado a un cambio en el
estado corporal actual, sería activado fuera del foco de atención consciente del sujeto.
Podríamos objetar en este caso también, que María reaccionó con ansiedad, sin ser
consciente de hacerlo, el segundo en que ella se dio cuenta, al despertarse, de que estaba
atrasada. Si las emociones pueden ser inconscientes mientras los juicios parecen
implicar el uso de habilidades cognitivas elevadas ¿cómo puede esta perspectiva dar
cuenta de la producción de juicios inconscientes?
La solución propuesta por Solomon es volver a incluir sensaciones que han sido dejadas
“fuera” de la explicación cognitiva en una nueva versión en donde cognición y juicio son
“construidos apropiadamente”. Esta interpretación renovada de la cognición, que
Solomon define como juicios del cuerpo (Solomon, 2003), comprende una mezcla de
fenómenos que van desde las manifestaciones autonómicas de la disposición a la acción
hasta las tendencias comportamentales y las sensaciones kinestésicas. La reintegración
del cuerpo en la esfera cognitiva le permite a Solomon afirmar que “un juicio no es acto
intelectual independiente, sino un modo de agarrarse cognitivamente del mundo”
(Solomon, 2004). En el caso de María, es la ansiedad entendida como un juicio corporal
– por lo tanto inconsciente – donde la hipótesis es que tiene un determinado conjunto
de comportamientos destinados a disminuir la cantidad de tiempo por el que ella
llegaría tarde al trabajo desde el mismo momento en que se despertó. Después de todo,
Solomon (2003) afirma, sin intentar alguna ironía, que “los animales hacen todo tipo de
juicios (por ejemplo, si algo merece ser comido, o cazado)” sin que se activen procesos
de pensamiento conscientes.
Nuestra insatisfacción con estas dos perspectivas es atribuible a una causa más
fundamental, cuestionarnos las mismas presunciones sobre la que se basa el estudio de
los afectos.
4.2 E-moción
Una serie de estudios inaugurados por Fridlund 81994, 1997) se mueven en esta
dirección. Opuesto a la teoría de programación afectiva de Ekman, Fridlund desplaza el
foco de atención al estar situado socialmente en las emociones.
Por otra parte, de acuerdo con Fridlund y otros (Parkinson, 1995; Parkinson, Fischer y
Manstead, 2005; Russell y Fernández-Dols, 1997; Russell et al., 2003), más allá de ser
modificaciones tipo reflejo producidas por el organismo, que pudieran estar más o
menos enmascaradas en la interacción diaria, las emociones se producen y se expresan
como señales de negociación entre los organismos en una transacción social actual. Esto
quiere decir que, el organismo genera comportamientos emocionales expresivos como
una manera de influir la conducta de otros organismos en la medida que – argumenta
Fridlund (1997) – la vigilancia y la comprensión de las señales evolucionaron de
manera concertada con las señales mismas. Este énfasis diferente aparece a la fuerza
en dos estudios de Fernández-Dols y Ruiz-Belda (1995, 1997) sobre un medallista de
oro de los juegos olímpicos de Barcelona 1992 y sobre fanáticos de fútbol que ven los
goles anotados por su equipo. Ambos estudios mostraron que en vez de ser parte de
expresiones automáticas de felicidad, como argumentaba Ekman (1972), las sonrisas
genuinas – la sonrisa Duchenne – ocurrían casi exclusivamente cuando el medallista o
los fanáticos interactuaban con otros (es decir, sonreían a la audiencia o a otro fanático).
En contraste con los programas afectivos de Ekman, “la felicidad per se no era causa
suficiente para sonreir” (Fernández-Dols y Ruiz-Belda, 1997). Los autores sugirieron
que mientras el experimentar felicidad facilita el sonreír, la interacción social es el
factor precipitante.
Un estudio similar frecuentemente citado (Kraut y Johnston, 1979, replicado por Ruiz-
Belda et al., 2003) sobre el comportamiento de los jugadores de bolos conduce a las
mismas conclusiones: en el transcurso del juego, las sonrisas de los jugadores eran
afectadas – después de echar a rodar la bola – al ver las caras de sus compañeros, más
que por la llegada de la bola.
Estos estudios indican que las sonrisas y otras expresiones emocionales no sólo
corresponden a experiencias emocionales, sino que también a un gesto comunicativo
del que se emociona, producido como un movimiento en el contexto en curso de
ocurrencia. Fridlund interpreta estos movimientos como estratégicos, es decir, como
emitidos para influir al interactuante y así “atender los propios motivos sociales en ese
contexto” (Fridlund, 1997). El otro lado de la moneda es que los interactuantes a su vez
influencian la manifestación de las expresiones del emisor – el efecto de la audiencia de
Fridlund – como si en el transcurso de una interacción en curso el que se emociona
tuviera en mente una serie de potencialidades ambientales, que permitieran o
prohibieran ciertos movimientos en el contexto de un cierto tipo de interacción social.
Así, las variadas emociones toman forma de un modo contingente por la interacción
misma.
Claramente, esta dimensión “estratégica” de los afectos no puede ser tomada en cuenta
ni por la aproximación de los Neo-James ni por la postura cognitivista, ya que ambas se
enfocan en una especie de solipsismo emocional. El cambio de foco desde procesos
internos a procesos interpersonales trae a primer plano dos aspectos de gran
importancia, que se entrelazan y que debemos examinar:
Ahora analizaremos el episodio de María una vez más, pero esta vez a la luz de esta
nueva mirada.
Vamos a imaginarnos una discusión entre Joe y Ana que empieza por una tontera – Joe
ha olvidado comprar la leche. Ana de manera brusca señala que ella es la única
perjudicada porque es la primera persona que sale de casa en la mañana. Joe responde
de una manera irritada que está enfermo y cansado de ser continuamente reprochado.
Ana se pone más dura y, elevando la voz, señala que además de salir a trabajar, también
tiene que preocuparse de las tareas de la casa y que no puede continuar así. Golpeando
su puño contra la mesa, Joe grita que es tiempo de separarse. Ahora vamos a
imaginarnos dos finales para esta escena.
Escenario 1. Ana queda dolida y en silencio sigue cocinando con el ceño fruncido en su
rostro. Luego de unos minutos, Joe se acerca para arreglar las cosas con un gesto
afectuoso, pero Ana lo rechaza abruptamente. En la mesa ella no dice una palabra. Joe
trata de suplicar su perdón. Ana acepta sus disculpas sin poner mayor resistencia, pero
repite que deben convenir nuevas reglas para vivir juntos porque la situación actual la
ha sacado de sus casillas. Aún sigue con el ceño fruncido en el rostro. Joe admite que
ella tiene razón y en su defensa dice que su desinterés en los últimos meses no se debe
a un cambio en sus sentimientos hacia ella, sino que a la tensión en el trabajo por una
situación que determinará su carrera futura, y como consecuencia, el futuro económico.
El ceño fruncido de Ana lentamente desaparece, su mirada se vuelva más tierna y su
tono amistoso.
Escenario 2. Ana comienza a llorar y, con lágrimas en los ojos, grita que no puede seguir
así más, así que mejor le ponen fin a esto. Joe empieza a insultarla y, con llanto de rabia,
le dice que ya no la ama más. Como si hubiera sido golpeada por un toro, incrédula,
herida, enojada, y con una expresión sombría en su rostro, Ana sale en silencio de la
habitación. Una hora más tarde está empacando sus cosas para irse. Cuando Joe se da
cuenta de esto, primero trata de disuadirla sin éxito. Entonces él comienza a culparse y
finalmente le ruega que no lo deje. Ana, totalmente resuelta, con el ceño aún fruncido y
sin decir ni una palabra, abre la puerta y sale de casa.
Si revisamos la secuencia desde el principio, mirándola desde el punto de vista de Ana,
veremos que la significatividad del episodio depende del desajuste entre sus
expectativas y la falta de consideración de Joe. El significado que Ana le atribuye a esta
situación corresponde a una alteración a su modo de sentir – experimentado como rabia
– y al mismo tiempo como la emergencia de un rango de posibles acciones destinadas a
modificar la conducta de Joe. El desarrollo, junto con la manifestación de las variadas
tendencias a la acción que permite esa emoción de rabia, depende de la respuesta del
interactuante, que a su vez está conectado con las señales emotivas como comprendidas
por el que se emociona.
Si analizamos la primera parte del episodio, las recriminaciones de Ana están seguidas
de una serie de intercambios que se vuelven mucho más agresivos. Entonces la
situación evoluciona de modos diferentes, dependiendo de si la discusión sigue como
en el primer escenario o el segundo. Parece obvio que los diferentes modos en que se
desarrollan las dos escenas emergen en el transcurso de la interacción misma, a través
de un reajuste continuo y recíproco de las posibilidades de significado en relación a las
señales emotivas recibidas por el otro. Visto así, la conducta emocional recíproca
aparece como una indicación que todos usan cada vez que renegocian su relación con
el otro, para situarse ellos mismo en relación al otro. El aspecto “estratégico” de la
expresión de una emoción, un punto en que los transaccionalistas insisten, viene
entonces a estar muy conectada con la negociación – en tiempo real – del propio rol en
la relación.
En el primer escenario, como dice Griffiths (2004), “enojarse puede ser visto como una
estrategia para buscar un mejor trato global en esa relación particular”. En el segundo
escenario, por el contrario, enojarse podría ser visto como un modo de conducta que
ayuda a llevar la relación a un fin. En ambos casos, la emoción podría servir para
empezar de la intención del que se emociona, lo que es, por supuesto, influir la conducta
de otros organismos, en un esfuerzo por promover los intereses de quien se emociona
en el curso de las transacciones sociales (Parkinson, Fischer y Manstead, 2005).
Pero este nuevo énfasis de la interacción en tiempo real, que permite a los
transaccionalistas capturar el fenómeno que las otras teorías fueron incapaces de
detectar – despliegue temporal, la relevancia del contexto social, la infuencia recíproca
en la producción y expresión de las emociones, la apertura a las nuevas posibilidades
de acciones y relaciones – ¿no evita el aspecto experiencial de emocionarse? Dicho de
otro modo, ¿esta aproximación no excluye el mismo hecho de que la emoción siempre
le pertenece a alguien? Que la experiencia emocional sea mía, lo que indudablemente
no puede corresponder a la “economía psicológica interna del organismo”, no puede ser
neutralizada por una descripción impersonal, como si emocionarse no le perteneciera
a nadie. Dicho de otra forma, no podemos asimilar la persona a la emoción
experimentada como si la persona fuera tal gracias a la emoción que está
experimentando, como si el objetivo de una emoción entregara un completo relato de
quien se emociona, como si la experiencia de una emoción de parte de un ser humano
no estuviera simultánea e inexorablemente interconectada con la historia de vida
personal desde la que recibe y a la que le da direccionalidad.
El episodio de Joe y Ana ayuda a clarificar este punto. Las diferentes maneras como se
desarrollan las historias – reconciliación o separación – no se pueden atribuir
simplemente a la dinámica de una negociación orientada al logro. La dimensión de la
experiencia persona agrega nuevos factores a este tipo de explicación. Estos factores
derivan de la integración de la experiencia personal en un conjunto de acciones y
pasiones que se reconfigura en una totalidad más o menos cohesionada: la narrativa del
Self. Es la conexión entre el episodio emocional en curso al interior de la historia de
cada uno de los dos compañeros lo que provee el contexto que le da un sentido a los dos
desarrollos distintos y sus respectivos resultados. El hecho de que el episodio sea parte
de la historia de una persona pone a la persona en una trama, desde la cual el episodio
recibe nuevas determinaciones de significado que hacen que la experiencia sea única.
Así, con el fin de comprender por qué una situación debería virar en una dirección más
que en otra, entender la dinámica emocional de la situación, partiendo de los objetivos
de los interactuantes, el logro de lo que determina la posición recíproca que los
compañeros toman en el curso de la negociación, no es suficiente. También es necesario
identificar el contexto personal de significado en el que un episodio se monta, ya que
esto provee las determinaciones de cada actor, que hace al evento inteligible. En el caso
que estamos examinando, por ejemplo, esto consiste en el estado y la historia de la
relación como si hubiese sido experimentado por cada uno de los compañeros, su nivel
de involucramiento personal, lo que para ellos es la forma aceptable de la reciprocidad
emocional, individual y planeada en conjunto, y así sucesivamente. Es sólo si poseemos
este conocimiento de fondo que podemos entender por qué el mismo episodio
emocional puede desarrollarse de modos diferentes, por qué la misma manifestación
de una emoción generada por eventos similares puede llevarnos a diferentes
resultados. Entonces, además del tema de la encarnación de una emoción en cada
momento de su vida, una persona también es la cohesión de una historia de emociones
que se reactualiza a sí misma cada vez y en cada momento de la condición emocional
en curso.
En el otro caso, la activación más importante de las emociones no básicas nos llevará a
el espacio gravitante alrededor de un marco referencial que utiliza un sistema de
coordenadas anclado a la alteridad, originando así un sentido de permanencia
orientado principalmente a referentes “Outwards”. Lo que es más evidente desde esta
otra perspectiva es que la alteridad – entendida como un tipo de anclaje usado para
mantener la propia estabilidad en el tiempo (personas, contextos, imágenes,
pensamientos, reglas, etc.) – llega a ser la fuente de información para reconocer la
propia experiencia emocional, volviéndose entonces parte de esa experiencia.
Como hemos enfatizado varias veces, uno percibe la alteridad y simultáneamente se co-
percibe a uno mismo. Esto podría explicar por qué los tan llamados auto-constructos
interdependientes no sólo tienden a asimilar a los otros al Self de manera cognitiva,
emocional y perceptual (Markus y Kitayama, 1991; Stapel y Koomen, 2001), sino
también por qué tienden más a imitar inconscientemente los movimientos habituales
de los otros que hacer auto-constructos independientes (Van Baaren et al., 2003;
Ashton-James et al., 2007). Pero también podría servir para las diferencias entre los
grupos en la empatía emocional. De hecho, en un estudio de Sonnby-Borgstöm (2002),
encontraron que los sujetos con alta empatía exhibían un mayor grado de
comportamiento imitado que los sujetos con baja empatía cuando eran expuestos a
imágenes de rostros enojados y felices.
En línea con la hipótesis de Bertolina et al., los sujetos que manifestaron una
personalidad de estilo Inward con tendencia a desórdenes fóbicos exhibieron una
mayor activación de la amígdala, del hipocampo y de la corteza prefrontal medial. Por
otro lado, los sujetos de estilo Outward con tendencia a los desórdenes alimenticios
exhibieron una activación más intensa del giro fusiforme, de la corteza asociativa
occipital y de la corteza prefrontal dorsolateral.
En la Parte Dos de este libro, veremos que, partiendo de estas diferentes inclinaciones
emocionales, es posible desarrollar una teoría de la personalidad y de la psicopatología.
Si tomamos por ejemplo a los Gururumba, una gente de Nueva Guinea, sentirse de un
humor o estado particular llamado “ser un cerdo salvaje” se experimenta como
producir acciones para las cuales el individuo no puede tener responsabilidad. En este
sentido, la emoción es vista como socialmente construida o, como dice Averill (1985),
como un rol social transitorio. Esta “enfermedad”, que afecta a los jóvenes adultos entre
los 25 y los 35 años, se cree que es causada por la mordedura de un fantasma de un
miembro de la tribu que ha muerto recientemente. Aquellos que son afectados por ella
corren enloquecidos atacando todo lo que esté cerca y lanzando objetos. No sólo la tribu
tolera esta conducta antisocial de la persona enferma, sino que el individuo afectado
tiene una consideración especial. La explicación entregada por los antropólogos, como
observadores externos, es que el “rol de cerdo salvaje” parece emerger cuando un
hombre joven recién se ha casado y está sujeto a presiones económicas que no puede
enfrentar. Al interpretar el “rol de cerdo salvaje”, él tiene la consideración de los
miembros de su tribu, quienes reconocen que se encuentra en una condición especial,
no obstante sin negarle la legitimidad de las obligaciones que el joven hombre debe
hasta cierto punto cumplir. La sociedad y el hombre enfermo viven el “rol del cerdo
salvaje” como involuntario.
Hacking (1995) cree que una condición similar en Occidente es representada por el
síndrome de personalidad múltiple. La epidemia de casos de este tipo, que ha inundado
a Occidente en los años recientes, tiene como hipótesis una construcción social, tol
como el mal del “cerdo salvaje” es un fenómeno construido. De acuerdo con hacking
(1995), los individuos que sufren de un sentido de identidad fragmentada son
gradualmente entrenados por sus terapeutas para canalizar esa enfermedad en formas
que sean consistentes con su teoría. Es decir, se les instruye en cómo ser con
personalidades múltiples y los diagnósticos de los terapeutas facilitan que se sientan
aceptados socialmente con la enfermedad. Esto ha producido un fenómeno de
proporciones gigantes, con el nacimiento de grupos de apoyo, asociaciones, programas
de televisiones que han amplificado la producción de la sintomatología. Incluso en el
caso del síndrome de personalidad múltiple – como con el “rol de cerdo salvaje” – la
sociedad y el individuo “cooperan” para definir la conducta que es clasificada “enferma”
como una acción en la que el agente no tiene responsabilidad en la medida que es la
consecuencia de circunstancias que están más allá de su control (Hacking, 1995;
Griffiths, 1997).
Esta nueva función de las emociones, casi la vigilante de los valores de una cierta
sociedad, quizás se vuelve aún más evidente en la sociedad contemporánea de
Occidente en lo que podríamos definir como los comportamientos de una “conciencia
feliz” (Marcuse, 1964). Estos comportamientos corresponden a un conjunto de posibles
imágenes pre-envasadas del Self, que una sociedad dada reconoce como adecuadas y
que provee los modelos a los que uno puede anclarse con el objeto de darle forma a la
propia identidad. “Ser agradable” es un ejemplo elocuente de esos “modos de
conformidad”.
“Ser agradable”, escribe Mestrovic (1997), “es una intrincada acción que involucra la
manipulación de uno y de los otros de modos altamente predecibles y deliberados,
incluyendo la propia apariencia física, el lenguaje, el tono de voz, contacto visual,
elección de la ropa, la sonrisa, la elección y duración de la conversación, entre un
montón de otros factores. El niño promedio de clase media hoy conoce la fórmula social
para ser ‘agradable’ inconscientemente… y todos conocemos en la actualidad la
importancia de ‘ser agradables con todo el mundo’ en cada profesión”.
Es ese “espacio en blanco” que Proust 81927) reconoció como “la cosa más bella” en La
Educación Sentimental. Es ese espacio en blanco que se impone en todo su potencial
ambiguo en una parte crucial del texto, cuando Frederic es testigo del asesinato de
Dussardier, perpetrado por su viejo amigo Senecal:
Un llanto de terror vino desde el público; con una mirada el policía hizo que el público le
abriera camino; y Frederic, su boca completamente abierta, reconoció a Senecal.
Él viajó. Llegó a estar al tanto de la melancolía de los botes, fríos despertares bajo las
carpas, el asombro de paisajes y ruinas, la amargura de los gustos interrumpidos
(Flaubert, 2002).
Un brillante análisis de Carlo Ginzburg (2000) nos conduce por las huellas del espacio en
blanco. Exhibiendo toda la maestría de un gran historiador, Ginzburg demuestra que ese
estilo roto que descompuso la realidad en una secuencia de discretas escenas “trajeron a
la luz las implicancias de las nuevas tecnologías con respecto a la percepción de la
realidad”: del diorama, del tren, de la fotografía.
Flaubert es el primero en darse cuenta de lo que está sucediendo en una escala más
amplia unas pocas décadas después, cuando, con la tecnología penetrando el mundo de
la transmisión de información (telégrafo y teléfono, y más tarde la radio) y de la
reproducción de la experiencia (el cine), la velocidad silenciosamente se insinúa en la
vida diaria, creando tensiones que antes eran desconocidas y elicitando nuevos tipos
de emociones.
Por ejemplo, el uso del teléfono obliga al usuario a desarrollar una nueva capacidad de
focalizar la atención que sin dudas era desconocida para aquellos que estaban
acostumbrados a comunicarse vía cartas. Un historiador de la época notaba que “el uso
del teléfono ha dado origen a un nuevo hábito mental. Nuestra floja actitud previa ha
sufrido un cambio… la vida se ha vuelto más intensa, vigilante y vivaz. El cerebro ha sido
relevado de su ansiedad de esperar una respuesta… recibe esa respuesta
instantáneamente, y así está libre para considerar otros asuntos” (Kern, 1983).
Además, las consecuencias del cine que lo fuerzan a sí mismo a una conciencia colectiva,
se pueden inferir de las reacciones de los primeros inexpertos espectadores. Kern
reporta que al ver un tren entrando a la estación en la pantalla, algunos en la audiencia
querían hundirse bajo sus asientos para evitar ser atropellados por la locomotora. Otros
se quejaron de que crear la continuidad de la historia montando sucesivas escenas
hacían la historia incomprensible. En otras palabras , esas personas eran incapaces de
integrar las secuencias en una narrativa unificada. Mientras el cine reprodujo una
realidad dada de acuerdo a cierto criterio de relevancia, impuso un nuevo modo de
experiencia.
Tratar de estar en la misma longitud de onda como fuente externa, como un medio por
el cual crear y mantener la propia identidad, constituye el rasgo distintivo del nuevo
“modo de conformidad”. La sensibilidad requerida para capturar la señales que vienen
de los otros se vuelve entonces el rasgo fundamental que caracteriza la experiencia
compartida de los individuos que pertenecen a ciertas clases sociales (principalmente
la clase media alta). David Reisman (1961), quien analizó esta nueva forma de “carácter
social” a comienzos de 1950, etiqueta como “otro-dirigido” a los individuos que viven
en esa sociedad y como “hétero-dirigida” a la sociedad en la que viven.
En la mirada de Reisman, la emergencia de los caracteres otro-dirigido está
acompañada de un “proceso de redistribución de las palabras” capaz de generar formas
más socializada de comportamiento. El fuerte impulso hacia esta modificación deriva
del impacto de la tecnología de la información sobre la relación que el hombre
contemporáneo tiene consigo mismo, con los otros y con el mundo. Lo que cambia es
que tal relación, que en el tipo que Reisman etiqueta “interno-dirigido” estaba
estructurada a través de la rígida adherencia a los modelos conformes a la tradición,
ahora está mediada por “flujos de discursos e imágenes” transmitidas por los medios
masivos. Para el hombre interno-dirigido, una gran parte del mundo social coincidía
con la comunidad local a la que pertenecía, cuya estructura estaba hecha de relaciones
sociales basadas en el conocimiento recíproco y cuyos limites estaban claramente
definidos. Como escribe Baunmann (2003), “al interior de esta red de relaciones
familiares que iban de la cuna a la tumba, el lugar que cada persona ocupaba era tan
obvio que no necesitaba evaluación, incluso menos, no necesitaba ser negociada”.
Un efecto de gran interés creado por la “mediación” del sentimiento es la división entre
la esfera de la emoción y la de la acción. En la primera etapa del pensamiento moderno,
esto es lo que decía Descartes (1650): “Para ello debe observarse que el efecto principal
de todas las pasiones en los hombres es que ellas incitan y disponen sus almas a la
voluntad de las cosas para las cuales ellos preparan sus cuerpos de modo que el
resentimiento del miedo lo incita a estar dispuesto a volar; el de la audacia, dispuesto a
luchar, y así para el resto”.
Las notas que siguen, tomadas del diario de nuestro cliente, resumen claramente
algunos de los aspectos que caracterizan la modalidad Outward de sentirse
emocionalmente situado que los construccionistas han ayudado a desnudar.
Tengo la impresión de nunca haber vivido la vida plenamente, o de nunca haber realmente
disfrutado yo mismo, o de nunca haber sufrido al punto de ser incapaz de soportar más,
al menos comparado con los modelos que me provee el mundo exterior.
… Todos esto ejerce una pesada influencia sobre la formación del sentido que tengo de mi
mismo y que es particularmente evidente – ya que tengo una pronunciada tendencia al
perfeccionismo – en aquellos contextos donde una imagen consolidada de mi mismo que
yo he juzgado positivamente se pierde.
En realidad, en estos casos, por una parte, la comparación entre esas expectativas
caracterizadas por el perfeccionismo y la realidad que se vive cada vez puede producir
fácilmente una condición emocional cuyos mayores componentes son un sentido de
inadecuación y la incapacidad personal, y hacer que la experiencia que uno acaba de tener
parezca decepcionante mientras que, por otra parte, la tendencia a subestimar el valor de
las experiencias sufridas en el curso de la propia vida hace muy difícil mediar
correctamente entre la importancia de la última experiencia emocional relevante que uno
ha tenido, y el significado de los eventos anteriores que actúan como un marco
interpretativo y referencial.