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Juan Sebastián Vargas Ramírez 2150017

HISTORIA DE LA FILOSOFÍA III

¿Qué significa ser moderno en el mundo actual?

Somos modernos por imposición, nacimos y moriremos en un mundo que, probablemente, seguirá su
marcha guiada por la idea de progreso. La modernidad no implica tan sólo un presente, así como
tampoco un horizonte de expectativa que se tiende sobre un tiempo que no es, sino que será. La
modernidad fue ayer, es hoy y será mañana. Ante este panorama, la pregunta por qué significa ser
moderno en estos tiempos no tiene una respuesta cimentada únicamente en el ahora. Partiendo de lo
anterior, si la modernidad se nos presenta como una imposición y si no es algo intrínseco a un tiempo
presente, es necesario evaluar algunos de sus elementos “tradicionales” que han sobrevivido y se han
adaptado al paso del tiempo.
Bajo cierta suerte de sensatez, me es imposible realizar una genealogía del pensamiento moderno,
pues, la ignorancia me llevaría a ubicar un inicio posiblemente equívoco, omitiendo una historia que
posiblemente pueda extenderse muchos años antes del punto situado. Por ende, en la breve reflexión
siguiente, sólo se identificarán algunos momentos que constituyen gotas del vaso que bebemos y
permiten la auto preservación del pensamiento moderno.
Al respecto, un momento aún insuperable en la modernidad es el creer que somos un “yo” solipsista
y que los demás están a nuestro servicio. La modernidad es la forma de ver el mundo y de estar en él
bajo los lentes de la cosificación y la mercantilización. Para sustentar lo anterior, hay dos frases que
calaron dentro del pensamiento moderno y pueden ayudar a la comprensión de la tesis anterior: por
un lado, la célebre “Pienso luego existo” y, por el otro, la idea de Bacon de que a la naturaleza hay
que arrancarle las verdades por medio de la tortura.
Sobre la proposición cartesiana vale aclarar que en nuestro idioma se nos oculta el “yo” que está
inmerso en él. El original versa de la siguiente forma “Je pense, donc je suis”. Así para Descartes,
existe un “yo” que piensa y, al reflexionar sobre su pensar, descubre que existe, esa será su única
certeza hasta el momento. El “yo” cartesiano duda de todo lo existente que no sea él, es decir, toda
realidad exterior es dubitable. Esta comprensión del mundo en la cual “yo” me ubico en el centro del
plano conlleva ver a los demás como cosas a las que yo voy como sujeto, como cosas que están ahí
para mí y que , como no tienen una existencia certera, puedo hacer un uso de ellas sin que esto me
ocasione alguna contravención moral, tan siquiera. Acá se conecta de forma perfecta el pensamiento
de Bacon sobre la forma de interrogar a la naturaleza por medio de la tortura (lo cual, se ha dicho que
representa una alegoría con respecto al sistema inquisitorial de la iglesia católica). Es decir, se
legitima usar al otro, destruirlo y/o torturarlo para que se nos muestre de la forma que queramos o nos
diga aquello que queramos. La suma de lo anterior, puede constituir parte de la forma de ver el mundo
bajo los ojos de un moderno, del cual, Descartes y Bacon son un mínimo ejemplo.
La postura de ambos pensadores permite ver al otro como un útil y comprenderme (a mí) como una
especie de utilero que los tiene su disposición. Esta utilidad, esta cosificación ¿cómo se relaciona
con el significado de ser moderno en el mundo actual? La mirada rentable, que legitiman las dos
perspectivas previas, ha encontrado comodidad bajo el amparo de un modelo mercantilizador que
abraza todas las esferas de nuestra vida: económica, política, cultural y social.
Actualmente somos modernos porque en nosotros sobrevive el “yo” cartesiano y el torturar de Bacon,
con la diferencia de que estas perspectivas filosóficas ahora forman parte del engranaje de un modelo
de consumo actual. Vemos todo desde la utilidad mercantilizante y eso nos hace modernos.
Utilizamos la naturaleza para beneficio propio, dudamos de su existencia independiente de la nuestra
y la torturamos para producir bienes de consumo innecesarios. No obstante, no nos hemos quedado
solamente ahí. También sostenemos esas relaciones con nuestros allegados y con las personas más
cercanas. Cosificamos y mercantilizamos cuerpos, buscamos lo útil del hombre. El propietario se
define en cuanto explota al trabajador y, aun así, todos queremos ser propietarios. La hombría se
define en cuanto ve como un bien de consumo el cuerpo de la mujer y, aun así, todos queremos ser
“hombres”. Estas son las imposiciones de la modernidad. Toda estructura social, espacial y mental
que conformamos está organizada de acuerdo a modelos útiles. En las ciudades la gente está dividida
por la capacidad de acceso a bienes y servicios más o menos escasos. Nuestras amistades y relaciones
sociales suelen depender de un estrato socio-económico común. Nuestra relación con la educación se
basa en la primordialidad de la capitalización humana. La modernidad, definida en cuanto la
mercantilización y la cosificación tanto del otro como de mí, nos acecha desde cualquier rincón.
Queda por resolver cómo esta modernidad llegó a empapar a todos los individuos de nuestra sociedad.
La historia del auge de la masa y de su rebelión actual puede quedar en Stand By puesto que
conllevaría un ejercicio nuevo y muy detallado. No obstante, vale aclarar que hubo la intención
globalizadora de evangelizar en cuanto a esta idea de modernidad. La conversión del hombre
promedio en un partícipe de la sociedad de consumo masificada fue la gran victoria en toda escala
de la visión de mundo moderna, que hoy ya pronostica su poca autorregulación y los síntomas de la
caída total de lo humano. Como fue metaforizado por el gran cineasta sueco, los siglos anteriores
permitían ver la serpiente que nacía tras del huevo. Nadie decidió pisarla. A día de hoy la serpiente
ya nació y se reprodujo con gran éxito, nos ha mordido y le hemos permitido reptar a nuestro lado.
La melancolía y la tristeza que deja, como residuo, la modernidad (comprendida como la
mercantilización y la cosificación) no es difícil de percibir, tan sólo basta con compartir un poco de
tiempo en soledad para que nos sea insoportable el común encuentro con nuestro pensar. Al respecto,
la misma modernidad ha diseñado mecanismos muy complejos para evitar esa melancolía y esa
tristeza. Se ha librado una cruzada contra el estar solo y lo único que se logró fue concentrar las
desesperanzas en un espacio nuclear. Ante ésto, surgen las grandes plataformas de entretenimiento,
que, si bien iniciaron con la puesta en escena de espectáculos ajenos a nuestra vida inmediata (como
los shows televisivos o radiales), fueron evolucionando hasta llegar a interiorizar dicho espectáculo.
Ser modernos a día de hoy es hacer de nuestras vidas un espectáculo de tiempo completo (la TV
somos cada vez más nosotros mismos, hombres máquinas alienados a las peticiones de un control
que desea pasar de canal), es procurar vivir para el entretenimiento ajeno, vivir como imagen de vida.
Este es el mecanismo que nos mercantiliza y nos cosifica cada vez más, el rezago de las ideas de
Descartes y Bacon que aún no podemos superar.
Espero por lo menos se comprendan por sí mismas algunas ideas plasmadas acá, pese al mal
desarrollo del escrito. Si es posible, en otra oportunidad me agradaría argumentar mejor las ideas y
concatenarlas en un orden distinto. Muchas gracias.

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