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Carta a una madre o a un padre sobreprotector

Estimada (o) madre o padre sobreprotector,

Tú no me conoces y no tendrías por qué hacerlo; sin embargo, yo sí te conozco a ti. Te


conozco a través de los rostros de muchos hombres y mujeres sobreprotegidos que he
atendido a lo largo de mis encuentros psicoterapéuticos. Mujeres y hombres cuyo excesivo
cuidado en su infancia y temprana juventud, los llevó a padecer de adultos de relaciones
interpersonales poco satisfactorias y codependientes.

Y me atrevo a decirte que te conozco porque en verdad he podido constatar que, una y otra
vez, los patrones de comportamiento de esas personas y con muy pequeñas variantes, son los
mismos en cada una sin importar su educación, estrato socio-económico o cultura. Y en el
90% de los casos el factor unificador en ellas es la sobreprotección por parte de sus padres.

Si eres un padre sobreprotector ( un padre que le cumple todos sus caprichos, que se
desespera pronto cuando su hijo no se apega a lo que tú crees que es lo mejor, que no siembra
la confianza en sus habilidades, que le da miedo constantemente que algo le ocurra y se lo
hace saber) estoy casi seguro que tu primera reacción va a ser negar que con esa actitud le
estás haciendo daño a tu hijo o hija. Puede ser que en este momento incluso ya lo estés
haciendo y, probablemente, no sigas leyendo estas líneas.

Y esto, desde luego, es absolutamente lógico; quiero decir ¿quién, en su sano juicio, podría
aceptar que proteger a un hijo o hija, puede ser algo “malo” para él o ella? Pero permíteme
tratar de explicarte cuáles son las razones por las que tu visión puede no estar tan cercana a la
realidad como puedes creer.

En primer lugar, cuidar, velar o guiar a un hijo no es sinónimo de sobre cuidado. El prefijo
sobre significa “acción repentina de colocarse por encima de…”. Es decir, al sobreproteger,
el cuidador se está anteponiendo a sí mismo antes que a la persona que quiere cuidar de una
manera abrupta y, en ocasiones, hasta impositiva.

En tu caso, como madre o padre sobreprotector, en el afán de proteger a tu vástago colocas


(sin darte cuenta, he de agregar) tus miedos, deseos, actitudes, creencias o conductas antes
que sus necesidades. Por ejemplo, si tu hijo o hija son invitados a quedarse en casa de amigos
o salir de viaje con ellos y recurrentemente no les dejas ir por el temor a que pueda pasarles
algo, lo que estás transmitiendo a ​su vida​ es tu propio temor a una posible catástrofe.

Y sé lo que me responderás en este momento: “¿Se trata de no cuidar a mis hijos? ¡La vida es
peligrosa!”. Y es cierto. La vida a veces puede dar mucho miedo, particularmente a los
adultos. Puede haber golpes, decepciones o peligros constantes en ella. Sin embargo, eso no
puede impedir que dejemos de vivirla. Tampoco nuestros hijos. Lo terrible ocurre, sin
importar si están de viaje o en casa. No puedes tener el control de ello. Es la esencia de la
vida misma.
No puedes estar omnipresente en la vida de tus hijos, tampoco puedes volverte un castrador
de la misma. El trabajo de los padres es el de cimentar las herramientas teóricas adecuadas, a
base de conocimientos, precauciones, valores, parámetros éticos y respeto personal así como
a través del ejemplo, para que los hijos puedan tomar las decisiones más adecuadas y sanas
para ellos. Pero no dejarán de ser SUS decisiones.

El segundo punto que te quiero compartir es que cuando tu amor se troca en sobreprotección,
fácilmente puedes cruzar la línea que te separa de mentor a asesino de los sueños de tus hijos.

Un niño o niña con sobre cuidado invariablemente empieza a perder la fe en que sus propias
herramientas como ser humano, sus anhelos, lo que desea obtener para sí mismo o
simplemente lo que le gusta, tienen gran valor por el sencillo hecho de que son suyos. Como
pierde la confianza, necesita de la aprobación constante de los demás para validarse a sí
mismo. Esto lo vuelve frágil y vulnerable. Carne de cañón para depredadores emocionales.

Cuando eres sobreprotector, sin darse cuenta diluyes la personalidad de tus hijos y la mezclas
con la tuya. Puedes imponerle cosas que simplemente no van con su temperamento, puedes
evitarles vivir cosas que necesitan experimentar para forjar su carácter o puedes, incluso,
exigirles resultados que –por su propia naturaleza-, no son capaces de alcanzar. Esto ocasiona
frustración, estrés, desvalorización, confusión y enojo en tus hijos.

Pero, acaso lo más preocupante que te quiero compartir, es que –no solamente lo he
constatado yo, sino muchos colegas-, el terrible padecimiento llamado CODEPENDENCIA,
tiene su génesis en la sobreprotección.

Esto es porque cuando te excedes en el cuidado de tus hijos e intentas resolverles la vida para
que “no vivan lo que yo viví”, mandas un mensaje confuso a sus jóvenes mentes. Este
mensaje es: “Tú no eres capaz, por eso tengo que protegerte tanto”.

Como adulto, ese niño le dará la siguiente lectura a la sobreprotección de su infancia: “mis
padres me protegían tanto porque me amaban”. Y su mente de adulto, racional, entenderá esto
sin problemas. Pero en su mente primigenia, la de las emociones, la que encierra a su niño
interno y que siempre lo acompañará, se encontrará presente la leyenda: “Me protegen tanto
porque soy incapaz de hacerlo yo mismo”.

Pero la segunda parte de ese enunciado es la más peligrosa, porque a continuación se dice a sí
mismo: “Pero si no soy capaz no hay problema, porque papá o mamá estarán ahí para
resolverlo por mí”. Y cuando son adultos, cuando ya no está papá o mamá, quien ocupa ese
lugar termina siendo la pareja, por tanto empeña su espíritu y su mente a otro, formando así
un lazo codependiente. Y lo hace porque, aun siendo adulto, todavía necesita la
sobreprotección de alguien a quien considera más fuerte o capaz que él mismo.

Tienen fuertes miedos y son dependientes de sus madres, sienten que no pueden sin ellas. De
esta manera, desarrollan baja autoestima y son débiles emocionalmente. Cuando tienen que
enfrentar una contrariedad piensan que no son capaces de resolverlo y siempre piden ayuda.
En la adolescencia los hijos sobreprotegidos (frágiles afectivamente) pueden ser propensos a
adicciones, tanto a sustancias como a vínculos afectivos con personas nocivas, y a desarrollar
trastornos de ansiedad, depresión y baja tolerancia a la frustración que los paraliza e irrita
constantemente. Debido a todo lo anterior, estos jóvenes no pueden desarrollar sus propias
potencialidades.

Por favor, no me mal interpretes, mi intención en esta carta no es darte lecciones de vida, ni
siquiera psicoterapia que es mi profesión, tampoco es hacerte sentir que eres un “mal padre”
(estoy seguro que eres de los mejores), mucho menos te diré que cambies, ni que busques
ayuda profesional, es más ni siquiera que leas acerca del tema.

No. Lo único que me gustaría con estas líneas es que, sin importar si cambias o no tu sobre
protección hacia tu hijo o hija, recuerdes que AMOR no es evitarle todos los peligros o
riesgos a nuestros hijos, sino enseñarles a tomar sus propias decisiones, incluso si a veces
éstas resultan en amargos sinsabores para ellos. Y aunque te cueste trabajo creerlo, el amor
también se manifiesta colocando a los hijos en situaciones en que sabemos que no tienen
posibilidades de triunfo porque así podremos enseñarles a lidiar y sobreponerse a los
fracasos.

Porque a final de cuentas de eso se trata la vida, de triunfar pero de aprender también y se
aprende a través de las caídas. Solamente así es como seremos capaces de dejar una huella
indeleble y particular de nuestra propia personalidad, de nuestra propia existencia y de
nuestras propias experiencias. Sin importar que tan dolorosas, “equivocadas” o alejadas de las
de los demás resulten (incluidas las de los padres) estas formas de ver la vida, son
maravillosas porque pertenecen a una sola persona y nadie más: nosotros mismos.

Sé, de antemano, que algunos no estarán de acuerdo con esta carta, que recibirá críticas,
incluso habrá quienes respondan a ella de manera airada. Lo acepto y comprendo. No he
intentado hacerte sentir mal, ni agredirte, mucho menos “moralizarte”, solamente he
compartido un poco de mi experiencia contigo. Si te he ofendido te pido me disculpes, pero si
acaso he movido algo en el interior de tu espíritu paterno, me doy por satisfecho.

Con mucha estima,

Vicente Herrera-Gayosso

Psicoterapeuta y Autor.

“La sobreprotección es el mejor veneno para destruir los sueños y las metas de la
persona a la que intentas proteger”

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